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Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año 1575


Alonso de Góngora Marmolejo



Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado. Vicios y virtudes que han tenido desde el año de 1536 que lo descubrió el Adelantado don Diego de Almagro hasta el año de 1575 que lo gobierna el doctor Saravia, compuesta por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo, natural de la villa de Carmona, dirigida al ilustrísimo señor licenciado don Juan de Ovando, presidente del Real Consejo de las Indias por su majestad del rey don Felipe nuestro Señor.



Ilustrísimo señor:

Si los acaecimientos grandes y hechos de hombres valerosos no anduvieran escriptos, de tantos como han acaecido por el mundo, bien se cree, ilustrísimo señor, que de muy poco dello tuviéramos noticia, si algunas personas virtuosas no hubieran tomado trabajo de los escrebir. ¿Quién tuviera noticia de los griegos acabo de tantos años, estando sus ciudades antiguas y valerosas por tierra y que casi no hay memoria dellas, mas de sólo las ruinas que dan a entender haber sido algo? Si tenemos entera plática de los grandes fechos de sus fundadores y valerosos capitanes, de que tan llenos están los libros de todas naciones, la causa, a lo que dice Salustio, autor grave, ha sido: en aquel tiempo, como se preciaban tanto de la virtud como hombres sabios, entendiendo que con la vida todo se acababa, procuraron escrebir todas las cosas que en su tiempo acaecían; de condición que aun casi menudencia alguna no dejaron, como parece por libros que de apotegmas andan intitulados y otros al mesmo propósito. Pues si V.ª S.ª vuelve los ojos a mirar y considerar los hechos de los romanos, en tanto tuvieron a los extranjeros que los escrebían, como a los mesmos ciudadanos que los obraban. Bien se entiende que los que a ellos les acaecían por el mundo, no sólo los hacían romanos, pues es cierto que en sus legiones llevaban muchos de otras naciones; defraudando la gloria para sí, no atribuyendo ninguna a los demás, dejaron la causa tan confusa, que lo que hallamos escripto aquello damos crédito: y como eran honradores de los que escrebían, halláronlos tales, que con su elocuencia mucha levantaron sus hechos en tanta manera, que las demás naciones los tienen por espejo y dechado; y si a otros honraron en casos grandes fué para más gloria suya, que al cabo ellos los vencieron y triunfaron de sus reinos. Y ansí pareciéndome que los muchos, trabajos e infortunios que en este reino de Chile de tantos años como ha que se descubrió han acaecido, más que en ninguna parte otra de las Indias, por ser la gente que en él hay tan belicosa, y que ninguno hasta hoy había querido tomar este trabajo en prosa, quise tomallo yo; aunque don Alonso de Arcila, caballero que en este reino estuvo poco tiempo en compañía de don García de Mendoza, escrebió algunas coses acaecidas en su Araucana, intitulando su obra el nombre de la provincia de Arauco; y por no ser tan copiosa cuanto fuera necesario para tener noticia de todas las cosas del reino, aunque por buen estilo, quise tomallo desde el principio hasta el día de hoy, no dejando cosa alguna que no fuese a todos notoria; aunque bien sé que dello como los demás escriptores no saco más de mi desvelamiento, solicitud y cuidado de recopilar lo pasado y presente por la mejor orden a mi posible; porque la malicia el día de hoy es mayor que nunca ha sido, y si algo ven mal ordenado, en aquello hacen pie y de lo de más murmuran, no teniendo atención, que no hace poco el que da lo que tiene. Mas como mi fin y deseo no sea cumplir con los tales detractadores, entiendo quel que fuere virtuoso lo bueno loará, y lo que no estuviere tal, enmendará. Con esta intinción quise llegar mi obra al cabo, entendiendo, muchos se holgarán de saber en el cabo del mundo gente desnuda, bárbara y sin armas sea tan belicosa, ardidosa y arriscada por la defensión de su tierra, como es la de esta provincia, y por darle el talento que merece, acordé este mi trabajo derigillo a V.ª S.ª para que debajo de su protección y amparo pueda pasar seguro por cualquier parte, tomándolo por bien empleado, pues es para dar a V.ª S.ª algún rato de entretenimiento en el tiempo desocupado que tuviere, porque de tierra tan ignota y que tantos años ha que la guerra en ella dura, se holgara. V.ª S.ª lo reciba como de servidor y aficionado, cuya ilustrísima persona Dios sea servido guardar por largos y bienaventurados tiempos con acrecentamiento de mayor estado como V.ª S.ª Ilustrísimo señor, verdadero servidor de V.ª S.ª ALONSO DE GÓNGORA MARMOLEJO.






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Capítulo I


Que trata de la descrición y tierra de Chile desde el valle de Copiadó, ques al principio y entrada, hasta la ciudad de Castro, último del reino


Es el reino de Chile y la tierra de la manera de una vaina despada, angosta y larga. Tiene por la una parte la mar del Sur, y por la otra la Cordillera Nevada que lo va prolongando todo él; y habrá en esta distancia de la mar a la Cordillera, por unas partes diez y seis leguas, y por otras diez y ocho, y veinte por lo más largo y anal poco mía o menos. La Cordillera está nevada todo el año, y es tan brava a la aparencia de la vista, como lo es la que pasa y divide a Italia de la Francia y a Alemania de la Italia, y hay por ella valles que se pasan a sus tiempos de la otra parte, y anal la andan los naturales en sus contractaciones, y españoles la han pasado algunas veces para tomar plática de la tierra. Esta distancia que hay desde la mar del Sur a la Cordillera está poblada de indios, en unas partes más y en otras menos, conforme a la condición y dispusición de la tierra. Hay desde el valle de Copiapó hasta la ciudad de Castro trecientas leguas, todo poblado de naturales, y en esta longitud diez ciudades pobladas de españoles. La gente de este reino, es belicosa conforme a la costelación de cada ciudad en donde está poblada. Hay muchas minas de oro ricas por toda la tierra, y es la gente della de mucho trabajo, buen servicio y entendimiento, aunque bárbaros. Tiene muchos ríos, que corren desde la Cordillera Nevada a entrar en la mar del Sur, de mucha agua, en los cuales no se halla oro, mas hállase en otros ríos menores, en donde se saca. Son las mejores aguas que se cree haber en el mundo y más sanos; y es la tierra de tan buenos aires y tan sanos, que no se ha visto enfermar nadie por ellos. En unas partes llueve mucho los inviernos y en otras poco, conforme a los grados en que está la tal tierra; porque en trecientas leguas es cierto ha de hacer diferencia en unas partes más que en otras. Hay así mesmo por la Cordillera muchos volcanes por toda ella que echan fuego de sí de ordinario, y más en el invierno que en el verano, y muchos lagos al pie de los tales volcanes, y cerca dellos muchos metales de cobre, plomo, hierro, bronce, en grandísima cantidad. En unas partes se cría la comida, que son simenteras en el campo, con agua que sacan de los ríos y la llevan por acequias a regar sus heredades, como es en Santiago y ciudad de la Serena; en las demás del reino críase con agua llovediza. Es en parte tierra llana y en parte doblada de valles y cerros ásperos, aunque muy fructíferos, y es la gente muy suelta. Andan vestidos con unas camisas sin mangas y algunos traen zaragüeles: traen el cabello cortado por debajo de la oreja y por cima de los ojos. Es gente bien agestada, por la mayor parte blanca, bien dispuestos, amigos en gran manera de seguir la guerra y defender su tierra, para lo cual han grandísima obediencia a sus mayores, y tienen por orden cuando quieren pelear, y saben que extraños entran en sus tierras, ponelles en el camino ramos de un árbol, que los españoles llaman canela, y en ellos atravesadas flechas untadas con sangre; y cuando quieren servir y estar a lo que les mandaren, les ponen en el camino ramos de arrayán, dando por allí a entender la voluntad que tienen. Nunca jamás han peleado con españoles, que han sido infinitas veces, que primero no lo hagan saber y envíen a decir. Son grandes enemigos de españoles y de toda gente extranjera, y entre sí la gente más bien partida que hasta hoy se ha visto en las Indias. Cógese mucho trigo, cebada y todas las demás legumbres d'España se dan muy bien: danse las frutas y los árboles della mejor que en España; porques cosa de admiración la mucha fruta que produce, en especial en estas dos ciudades ques donde dicho tengo que se da en tanta abundancia; porque en las demás del reino, conforme al temple que tienen dan lo que se planta. Críanse buenos caballos, mucho ganado de toda suerte, lanas muchas y muy buenas colores para tinta. La mar y la costa della tiene grandes pesquerías, buenos puertos para navegantes. Córrese toda la costa del reino de Chile norte y sur, los cuales dos vientos reinan todo el año, aunque algunas veces hace viento poniente que llaman en el reino travesía: éste viene tan pocas veces, aunque esas veces trae grandísimo ímpetu e braveza. No se conosce otro viento que traiga fuerza, si no son los dichos. Hay muchas perdices en grande abundancia y muy buenos halcones de caza, y otras muchas cosas buenas queste reino en sí tiene, las cuales la guerra ordinaria no ha dado lugar a descubrir. Esta tierra, a la mucha fama que tenía de oro, la salió a descubrir el Adelantado don Diego de Almagro desde el Pirú por la orden que adelante se dirá.




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Capítulo II


De cómo el adelantado don Diego de Almagro vino al descubrimiento de Chile y por dónde se descubrió


Después de haber descubierto el Pirú don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro, habiendo hallado grandes riquezas de oro y plata, cuanto en otra parte del mundo jamás se vieron, teniendo noticia que los Ingas, señores que a los indios mandaban, tenían sus capitanes en Chile después de haber subjetado aquella provincia, y que les enviaban mucho oro todos los años por la orden que les daban, pareciéndoles, como en el Pirú habían hallado tanta abundancia de riqueza y en tan principal tierra, que lo mesmo habría en Chile; y como el mandar no sufre igual, acordó don Diego de Almagro con sus amigos, y en conformidad de Francisco Pizarro, venir a descubrir a Chile. Poniéndolo por obra salió con cuatrocientos hombres bien aderezados año de 1536, quedando por señor en el Pirú Francisco Pizarro. Con buenas guías para su camino y jornada que traía, reparado de todo lo necesario, e informado que si venía por Atacama hasta llegar a Copiapó había de pasar forzosamente ochenta leguas de despoblado falto de yerba, y de agua, si no era en unos pozos pequeños, que llaman jagüeyes, de agua salobre y mala, por conservar los caballos, que tenían mucho precio en aquel tiempo, dejó este camino y vino por el que los Ingas tenían por los Diaguitas; donde llegado a la provincia de Tupisa topó con un capitán del Inga que le llevaba doscientos mill pesos en tejos de oro con una teta por marca en cada un tejo, los quales tomó, y prosiguió su camino hasta el paraje de Copiapó y de allí atravesó la Cordillera Nevada por el mejor camino que había, donde repentinamente y acaso le sobrevino una tempestad de frío y aire envuelto con nieve; no teniendo donde abrigarse, perecieron más de ochocientas personas que llevaba de servicio, indios del Pirú, sin podellos favorecer. Con esta pérdida y la de muchos caballos llegó al valle de Copiapó, que por mal que le fuera, en el despoblado no le dijera peor: allí halló un muy fresco río y en abundancia refresco para todos.

Después de haber descansado y reformado los caballos que llevaban muy flacos, siendo informado de la tierra, habiendo hablado a los principales que entre los indios había, de que este valle estaba bien poblado, fué descubriendo la provincia hasta que llegó al valle de Aconcagua, donde le acaeció una cosa notable; y fué que habiendo don Diego de Almagro y Pizarro poblado Lima en el valle de Jauja, un soldado que se llamaba Pedro Calvo y por otro nombre Barrientos, hizo cierto hurto por el qual le mandaron cortar las orejas por justicia como a ladrón. Viéndose corrido y así afrentado desamparó el campo y se metió la tierra adentro con intención de no parecer más entre gente española. Este soldado, de pueblo en pueblo, vino a parar al reino de Chile y para venir jornada tan larga pidió favor a los indios; entendiendo por las razones que les daba la causa de su peregrinación, le favorescieron y dieron guías que lo llevaron en hamacas a sus hombros hasta ponelle en el valle de Aconcagua, donde al tiempo que llegó estaban dos caciques señores principales enemistados, y como topó con el uno dellos, que fué al que los indios que lo llevaban le guiaron, haciéndole su amigo, maravillado en gran manera de que un tal hombre viniese a su tierra, honróle mucho a su usanza. Pedro Calvo paresciéndole que sus hados le habían traído a parte donde fuese honrado y tenido en mucho, entendiendo que en algún principio bueno consistía su felicidad y que era camino aquel para servir a Dios, persuadió al cacique diese fin a sus enojos con guerra y que él le ayudaría, porque los españoles, de donde él venía, eran invencibles y que ningunas naciones podían sustentarse contra ellos, dándole a entender que en el nombre de Jesucristo le daría la vitoria en las manos y venganza de sus enemigos. Atraído a lo que el español le dijo, luego le encomendó todas sus cosas y mandó a sus súbditos le obedeciesen. Puesto en nombre de capitán y tan servido, procuró de hacer guerra tomando la causa por suya: luego corrió la tierra al contrario provocándole saliese a la defensa; y tales ardides tuvo y tan buena orden de español, que en un día desbarató a su enemigo en batalla que con él hubo, y fué luego su reputación tanta que en mucha parte del reino se estendió la fama. Su contrario buscó favores, por que quedó muy derribado y falto de gente, y habiéndolos hallado volvió con toda la fuerza que pudo juntar a hacer guerra al español, el cual tuvo tales mañas en ella, que después de haberle debelado en muchas escaramuzas, un día le dió batalla y lo desbarató matándole mucha gente, de lo cual quedó casi con nombre de señor y ansí como a tal le obedecían todos los indios y principales.

Estando en esta prosperidad que tengo dicho, llegó don Diego de Almagro a este valle: Pedro Calvo lo salió a recibir, que como fué conoscido quedó él y todos admirados de caso tan extraño. Habiéndole honrado y fecho mucha merced lo llevó consigo; dél se informó de todo lo adelante y de la gente que había en el reino, y qué metales y riquezas tenía la tierra en sí. Habiendo tornado relación verdadera llegó con su campo, que era muy vistoso y de muchos caballeros y hombres nobles muy principales, al llano y asiento donde agora está poblada la ciudad de Santiago. En su comarca y en todos los valles por donde pasaba hablaba amorosamente a los señores y principales, informándose de la tierra, hasta que entendió que la noticia y relación que en el Pirú le habían dado no era así. Sus amigos le importunaban sobre volverse, diciéndole que la buena tierra quedaba atrás y que no había otro Pirú en el mundo; con todo esto, como hombre constante, quiso primero saber los secreptos que en la tierra había y ver todo lo que pudiese.

Con esta orden caminó adelante Gómez de Alvarado con orden suya con docientos hombres, unas veces peleando con los indios y otras sirviéndole; llegó hasta el río de Maule cuarenta leguas de donde don Diego de Almagro quedaba, donde supo que lo de adelante era muy poblado de gente y mucho ganado. Por lo ver pasó el río sin peligro en balsas de carrizo, aunques grande y corre impetuoso, y ansí llegó cinco jornadas a un río grande que se llama Itata, donde hay repartimientos de indios que agora sirven a la ciudad de la Concepción. Allí se juntaron grande número de naturales comarcanos a aquel territorio para pelear con él. Después de haberlos desbaratado, como gente que venía sin orden ni escuadrón, sino tendidos por aquella campaña rasa, que son grandes los llanos que por allí hay, después de haber castigado y muerto muchos indios, informándose de lo de adelante que era de la manera de aquello, viendo ser gente desnuda y que encima de la tierra no había oro ni plata como en el Pirú, acordó de volverse a él, y así de conformidad se volvieron todos, no por el camino que habían venido, sino por el despoblado de Copiapó, por respeto de no volver a pasar la Cordillera Nevada, donde tan mal les había sucedido. Aunque con mucho trabajo después de haber pasado el despoblado y llegados a Atacama, puestos en tierra del Pirú se fueron a Cuzco, donde en ida y vuelta anduvieron más de mill leguas de camino. Llegado, esparció la nueva de Chile por el Pirú, diciendo si no dejara atrás aquella tierra, poblara a Chile; y que después del Pirú era reino principal. Esta nueva levantó a muchos el deseo venir a Chile, viéndose en el Pirú sin remedio.




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Capítulo III


De cómo Pedro de Valdivia salió del Pirú a la conquista de Chile por tierra: y la causa que a ello le movió


Después que don Diego de Almagro llegó al Pirú, como hemos dicho, se movieron diferencias y discordias entre él y el marqués Francisco Pizarro sobre la partición de aquel reino, como hombres que de conformidad y compañía lo habían descubierto y poblado. Vino en tanto rompimiento, que los amigos de Francisco Pizarro mataron a don Diego de Almagro; el cómo y de la manera que fué no estoy obligado a escrebillo, pues no lo tomé a mi cargo sino las cosas y casos de guerra que han acaecido en este reino de Chile. Entre los que más prenda metieron fué Pedro de Valdivia a quien Francisco Pizarro había dado cargo de maestro de campo, así por ser de su tierra de Extremadura como por tener práctica de guerra de cristianos, la cual había adquirido y seguido en tiempo del marqués de Pescara en la compañía del capitán Herrera, natural de Valladolid, sobre la diferencia y competencia que se tuvo con el rey Francisco de Francia sobre el Estado de Milán. Y ansí, después de sosegadas las discordias del Pirú, pareciéndole a Valdivia, aunque Francisco Pizarro le diese de comer como en efeto se lo daba, no había de ser más de un vecino particular, como hombre que tenía los pensamientos grandes, hallando aparejo para que hubiese efeto su pretensión por la obligación en que le había puesto, trató con Francisco Pizarro, que como su capitán y en nombre suyo le enviase con gente a poblar la tierra de Chile; entendiendo que puesto en ella cualquiera que al Pirú viniese le conformaría el gobierno de aquel reino, o todo faltando, lo negociaría con su Magestad. Francisco Pizarro le quiso pagar y agradecer lo que había servido en el Pirú; pues lo que le pedía no era cosa que a él paraba perjuicio, antes acrecentaba su imperio, le respondió y dijo: que se holgaba dalle contento en todo lo que él quisiere. Concertados desta manera, le dió comisión para que como su capitán hiciese gente y se fuese cuando quisiese.

Valdivia juntó en breves días ciento y setenta hombres bien aderezados, pertrechados de armas y otras cosas convinientes para la impresa que traía. Se puso en camino y proveyéndose de ganados y yeguas para la ampliación de la tierra, y prosiguiendo su jornada llegó al valle de Atacama, ques a la entrada del despoblado, y deteniéndose allí algunos días para proveerse de matalotaje con que pasar aquellas ochenta leguas de arenales, un soldado de poco ánimo arrepintiéndose de haber venido en aquella jornada, comenzó a tratar de secreto con otros amigos que tenía se volviesen al Pirú, pues estaban tan a la puerta dél. Esta plática Valdivia la vino a saber, e informado de la verdad, lo mandó luego ahorcar; y hablando a los demás no derribasen sus ánimos, sino que tuviesen constancia, y pues llevaban una empresa tan principal donde todos serían remediados, no se aniquilase ninguno en hacer semejante torpeza. Después de haberse proveído de bastimento para el camino, entró por el despoblado sin acaecerle cosa que notable fuese; llegó al valle de Copiapó y desde allí, prosiguiendo su camino, reconosciendo la tierra y la dispusición que tenía, entró en el valle y llano de Mapocho, acariciando los principales que de camino le salían a ver, buscando dónde hacer asiento y poblar para desde allí descubrir y visitar la provincia; y siendo informado que en ninguna otra parte hallaría tan buen sitio como en donde estaba después de haber visto lo demás, pareciéndole ser lo mejor, hizo asiento y pobló donde agora es Santiago. Luego trazó la ciudad y repartió solares en que hiciesen casas algunos caballeros que consigo llevaba y otros soldados de menor condición, dándoles indios a todos los más, conforme a la posibilidad de la tierra. Estando ocupado en dar traza y buena orden, así en lo presente como en lo de adelante, acaeció lo que muchas veces se ve en semejantes jornadas, que algunos soldados, amigos de novedades, intentaron y comenzaron a tratar con otros de su condición, palabras que provocaban a alboroto y motín, diciendo: que habían venido engañados a mala tierra; que mejor les sería volverse al Pirú, que no estar esperando cosa incierta, pues no vían muestra de riqueza encima de la tierra, y que no era cosa justa a hombres de bien, por hacer señor a Valdivia, pasar ellos tantos trabajos y necescidades como por delante tenían. A esta plática tomó la mano un caballero de Córdoba que se llamaba don Martín de Solier, tratando con un Pastrana de Sevilla y con otros, que Valdivia era un soldado cudicioso de mando y que por mandar había aborrecido al Pirú, donde el marqués le daba de comer y no lo había querido, y que agora que los tenía dentro en Chile era cierto serían forzados a todo lo que quisiese hacer dellos sin ser parte para volverse, y que era de hombres cuerdos y prudentes mirar con tiempo lo de adelante y reparallo, antes que quiriendo no pudiesen; y que aunque les había dicho que lo haría muy bien con todos, le tenían por hombre de fe incierta y después haría a su voluntad como le pareciese. Estas cosas que se andaban tratando no pudieron ser tan secreptas que Valdivia no lo viniese a saber, y hecha bien la información halló que era necesario hacer castigo dellos; porque habiéndoles dado la pena que la guerra en tal caso por sus leyes determina, los demás quedarían quitados de semejantes liviandades, no sólo para no ejecutallas, mas ni aun para tratallas; y así los mandó prender, y porque no le rogasen ni importunasen por su salud, mandó a Luis de Toledo, alguacil mayor del campo, que luego los ahorcase y con ellos a otros cuantos que eran culpables, y mandó luego juntar todo el campo, donde les hizo una orasción a costumbre de guerra, los dejó y quedaron todos sosegados. Allí les amonestó se apartasen de semejantes tratos y pláticas tan dañosas, pues dellas no podían resultar menos que semejantes castigos. Quedó Valdivia con este castigo que hizo tan temido y reputado por hombre de guerra, que todos en general y en particular tenían cuenta en dalle contento y serville en todo lo que quería, y así por esta orden tuvieron de allí adelante.




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Capítulo IV


De cómo Pedro de Valdivia pobló la ciudad de Santiago y los indios vinieron sobre los españoles y lo demás que acaeció. Está poblada la ciudad de Santiago en treinta y tres grados


Después que Valdivia llegó al llano de Mapocho, visto el sitio y buena apariencia de la tierra y fertilidad del campo y aparejo bueno que había para poblar, mejor que en otra parte alguna, pobló una ciudad. Como tengo dicho, púsole por nombre Santiago, tomándolo por abogado como a patrón d'España para en los casos de guerra que contra los indios esperaba tener de cada día. Después desta ciudad poblada, los naturales de su comarca [que] eran muchos, pareciéndoles que se querían perpetuar haciendo casas para su morada, viendo que eran terribles vecinos, cudiciosos de sus haciendas y muy mandones, conjuraron todos los principales cada uno con sus súbditos para en un día señalado matallos o hacer lo que pudiesen tentando su fortuna. Y acaeció, para que su intención hubiese efeto, que Valdivia había salido de la ciudad a buscar bastimento con parte de la gente que tenía para el sustento del pueblo, que por ser muchos pasaban nescesidad por falta della y por que tuvo nueva quél valle de Cachapoal era fértil, abundoso de maíces, fué allá ques dos jornadas de caballo; y como quedaron pocos, entendieron los indios que mejor conyuntura no podían tener para el buen efeto de lo que deseaban. Teniendo aviso por sus espías, vinieron sobre la ciudad, apellidándose unos a otros, pareciéndoles que para acaballo no habían más de poner por obra el comienzo y que en él consistía su libertad. Con ímpetu bravo arremetieron por el pueblo quemando algunas casas, mostrando su braveza. Los españoles, que entendieron su venida, se juntaron con el servicio extranjero que del Pirú habían traído, a unos paredones, tomándolos por defensa y reparo, y de allí salían a pelear con los indios los que más bien armados y mejores caballos tenían, unas veces ganando y otras perdiendo. Los indios los apretaron de tal manera que, aunque los desbarataban los españoles, se volvían a rehacer y así les ganaron toda la ciudad, si no fué solamente el poco sitio donde estaban; y una vez que con buena determinasción se metieron entre los indios por los romper del todo, les mataron dos soldados que habían peleado bien, y faltándoles socorro, los hicieron pedazos en la plaza, que era donde se peleaba; con esta suerte se mostraron más bravos que de antes. Alonso de Monróy, a quien Valdivia había dejado encomendada la ciudad, le envió a dar aviso haciéndole saber el aprieto en que estaba. Con presteza no creíble vino luego, aunque no tan secreto que los indios lo supiesen primero que llegase. Considerando que, pues no los habían podido desbaratar hasta allí, menos lo harían viniéndoles socorro, y que les habían muerto trecientos indios y peleaban tan valientemente, viendo [los] golpes de lanzas y cuchilladas que les daban tan bravas, en especial un clérigo natural de Sanlúcar, llamado Lobo, que ansí andaba entre ellos como lobo entre pobres ovejas, con este temor alzaron el campo y se volvieron a sus tierras, habiendo primero tractado entre sí dar muestra de paz para su reparo y que después harían como el tiempo les dijese.

Valdivia, llegado a la ciudad, fué rescebido alegremente, y comenzó a dar orden cómo sosegar a los indios y por mañas traellos a su amistad y servicio, prometiéndoles perdón de lo pasado, si en ellos había enmienda. Dijéronle los señores principales que no sólo le servirían, sino que le darían un atambor lleno de oro, y que para ello enviase algunos cristianos que lo recibiesen, que ellos tenían las minas en su tierra y le querían hacer aquel servicio; y como era costumbre entre todos ellos sacar oro para el tributo que pagaban a los Ingas, creyó que lo hicieran así como se lo habían dicho. Dándoles crédito y entendiendo que habría efeto, envió al capitán Gonzalo de los Ríos, que era su mayordomo, con doce hombres, mandándole que rescibiese el oro y diese orden como se hiciese un barco grande para enviar al Pirú por gente de que tenía necesidad, y para el efeto envió con él carpinteros hombres pláticos de hacer navíos, considerando que enviar al Pirú por tierra era jornada dura y habían de pasar por entre gente de guerra tantas leguas de camino y que por la mar costa a costa se iba con más seguridad y brevedad. Pues llegados que fueron al valle de Guillota, pidióles el capitán indios para cortar madera de que se hiciesen tablas pata el barco; diéronselos cautelosamente muchos más de los que pidió por descuidallo, y así mesmo comenzaron a sacar el oro de que había abundancia en las minas; y un día que los vieron descuidados, vino el señor principal del valle con unos granos de oro gruesos como nueces al capitán Gonzalo de los Ríos, dejando toda su gente emboscada junto a ellos, y le dijo: «Señor, toma este oro, que como éste te daremos breve lo que prometimos a Valdivia.» Gonzalo de los Ríos tomó el oro y estándolo mirando, el indio alargó la mano y sacándole el espada de la cinta le tiró una estocada con ella y dió voces llamando su gente. Salieron de sobresalto contra todos ellos con tanto ímpetu, que aunque estuvieran sobre aviso los mataran todos, como los mataron, dándoles tantos flechazos por el cuerpo, teniéndolos cercados, que los pobres españoles, viéndose en tanta nescesidad, pelearon desesperadamente sin que quedase ninguno dellos a vida, si no fué el capitán Gonzalo de los Ríos y un negro, que acertaron a tener los caballos ensillados cuando oyeron salir los indios de la emboscada; y como el indio le sacó al capitán la espada de la cinta, huyeron a los caballos y llegaron a la ciudad de Santiago diez y seis leguas de camino en un día, donde Valdivia fué avisado de lo subcedido.

Luego salió de la ciudad con cuarenta hombres y llegado al valle halló algunos indios que tenían de su servicio los españoles que habían sido muertos, y algunos anaconas del Pirú que se habían escondido. Después de haberlos recogido, reconosciendo el sitio y postura del valle, entendió era nescesario para subjetar aquellos indios hacer un fuerte y que en él estuviese guarnición de ordinario. Visto el lugar conviniente trazó una casa, y con toda la diligencia posible, unos cortando madera y otros haciendo adobes sin hacer diferencia de personas, los más caballeros y gente principal eran los primeros que se cargaban de lo que convenía; y como cosa en que consistía su remedio, fué en breve tiempo acabada de poner en defensa, para que con seguridad pudiese estar en ella la gente que bastase, y por otra parte dando orden en hacer sementeras de maíz y quitar a los indios que no hiciesen las suyas, proveyendo en sacar oro con el servicio que tenía, como hombre prudente en una cosa proveyó muchas, pues con facilidad todo se podía hacer. Los indios, visto la orden que los cristianos tenían y que de tiempo a tiempo se mudaban, unos iban a la ciudad y otros venían, y que ellos no podían sembrar ni salir al valle, comenzaron a venir de paz y servir. Viendo que a los que venían no se les hacía daño alguno, antes los recibían bien, estendida la voz, venían muchos de cada día. De esta manera se fué aumentando aquel valle, y desde aquel otros comarcanos, de lo cual fué instrumento el fuerte que se hizo en él; pues habiendo proveído en acreditar la tierra con buena parte de oro que había sacado, le paresció ser ya acertado enviar al Pirú alguna muestra. Tratando en ello, halló algunos caballeros con voluntad de serville en aquella jornada de Valdivia: con promesas que les hizo se concertó con el capitán Alonso de Monroy y Pedro de Miranda, que después fué vecino en la ciudad de Santiago, y otros cuatro soldados fuesen con la nueva de la tierra de Chile e informasen en el Pirú al que gobernase aquel reino.




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Capítulo V


De cómo Pedro de Valdivia envió al Pirú al capitán Alonso de Monroy por gente y de lo que sucedió


Después que Valdivia vió el mucho oro que de las minas sacaban y entendió que en general era así y que los indios alzados venían a darle paz, pareciéndole se hallaba con poca gente para asentar la provincia quiso inviar personas al reino del Pirú que diesen razón de lo mucho que serían aprovechados los que viniesen, dándoles a entender la grosedad grande quel reino tenía de naturales, ansí como de oro: y para que hubiese buen efeto envió al capitán Alonso de Monroy que era caballero, y en el Pirú conoscido, de buen crédito, hombre de verdad y buen entendimiento, y con él a Pedro de Miranda con otros cuatro soldados en su compañía, por que mejor y con más seguridad pudiesen pasar ayudándose unos a otros. Y para que en el Pirú les diesen crédito ser la tierra de Chile próspera, mandó que todos hiciesen los estribos de las sillas, guarniciones despadas, todo de oro, con otras cosas en que lo podían llevar sin nenguna pesadumbre para jornada tan larga. Con esta orden salieron de Santiago después de despedirse de sus amigos, caminando con cuidado, recatándose siempre de los indios, que aunque algunos estaban de paz, era cautelosa. Llegaron al valle de Copiapó, que está de la ciudad de Santiago ciento y veinte leguas, donde queriendo proveerse de algún matalotaje para el despoblado, fueron salteados de los indios; peleando con ellos, sin dejallos subir a caballo ni dalles lugar para ello, mataron a los cuatro, y al capitán Monroy y Pedro de Miranda prendieron y los llevaron presos a un ayuntamiento de principales que estaban bebiendo a su usanza, donde llegados los indios regocijaron más su conversación con ellos.

Fué Dios servido que sin pensarlo y acaso vió allí Pedro de Miranda una flauta, la cual tomó y comenzó a tocar, que lo sabía hacer. Como los principales indios lo vieron, dióles tanto contento la voz y música della, que le rogaron los vezasse a tañer, y no lo matarían. Él, como hombre sagaz, viendo que no le iba menos que la vida, les dijo que lo haría y les mostraría muy bien; mas que les rogaba que al capitán Monroy no lo matasen que era su amigo y le quería mucho. Fué tanto lo que persuadió a aquellos principales con la flauta, que condecendieron a su petición, remedando en parte a Orfeo, cuando fué en busca de su mujer al infierno. Dijéronle que por su amor lo harían, mas que Monroy les había de servir de caballerizo y mostralles a andar a caballo, quedando con esta orden. Desde allí adelante les pusieron guardias por que no se les huyesen: ellos entre sí siempre comunicaban en su libertad y cómo se huirían. Sacando los principales al campo los hacían subir a caballo y les decían cómo y de la manera que se habían de poner, de que recibían grandísimo placer en saber manejar sus caballos, tocar la flauta, que todo lo tomaban bien. Un día después de haber entre sí comunicado la orden que tendrían para libertarse, escondieron dentro de los borceguíes cada uno un cuchillo bien amolado, que otras armas no las podían llevar a causa que siendo vistas se las quitaran o los mataran sospechando dellos mal. Aquel día, viendo tiempo cual siempre estuvieron esperando, salieron al campo al ejercicio ordinario, y viendo oportunidad para su desinio, arremetieron a los principales, que eran dos. Estando todos cuatro a caballo les dieron de puñaladas, de manera que dejándolos mal heridos, fueron de presto al alojamiento donde vivían, tomando algunas armas, que por respeto de dejar los principales heridos en el campo lo pudieron hacer. Los indios viendo a sus señores a la muerte, procurándoles algún remedio, pudo Monroy irse a su salvo y por que no quedase cosa que les dañase atrás, mandaron a Barrientos que estaba allí con ellos subiese a caballo. El cual Barrientos (por otro nombre se llamaba Gasco) estaba entre los indios preso muchos días había, no pudiendo hacer otra cosa, aunque se quisiera quedar allí, porque lo mataran, y con lo que repentinamente pudieron haber porque les convenía ansí, antes que los indios se juntasen, se metieron por el despoblado: cosa de grandísimo temor pensar de caminar ochenta leguas de arenales sin llevar que comer para ellos ni para los caballos; donde les acaeció, como dicen, de ordinario a los hombres que con ánimo valeroso se determinan a cosas grandes, cuando son justas Dios les favoresce. Porque yendo tristes y desconsolados, faltos de toda cosa, les deparó su suerte en el despoblado un carnero cargado de maíz que les pareció ser milago. Teniendo el carnero en su poder, repartieron el maíz entre ellos lo que bastaba para el camino; lo demás dieron a sus caballos, y con los tasajos que del carnero hicieron, tuvieron matalotaje con que llegaron a Atacama. Allí hallaron comida la que hubieron menester, deteniéndose poco por respeto de que no les acaesciese otro revés de fortuna, y pasaron adelante su camino.

Entrando por la tierra de Pirú, supieron cómo don Diego de Almagro, hijo del Adelantado, era muerto, y también el marqués Francisco Pizarro, y q'ue gobernaba el reino del Pirú el licenciado Vaca de Castro. Con esta nueva, yendo en su busca, lo fueron a hallar en el río de Calcas cerca de Guamanga, donde fueron dél bien recebidos, dándole cuenta de su peregrinación. Fué grandemente tratado ser viaje próspero para los que quisiesen ir a él, por ser grande la voz que dió en el campo los estribos de oro que llevaban viéndolos presentes en obra tosca; juntamente con lo que decían, y los presentes vían, les levantaron los ánimos tratando de cosas de Chile. Vaca de Castro desde algunos días les dió setenta hombres bien aderezados con que se volviesen, y no le dió más porque en aquel tiempo había acabado de ganar la batalla de Chupas y estaba sospechoso de la gente que tenía. Con este número, Alonso de Monroy se volvió a Chile proveyéndose en Atacama para pasar el despoblado; llegó a Copiapó, donde en aquel valle siendo conoscido, los principales señores lo vinieron a ver y le dieron los estribos de oro que habían quitado a sus compañeros, cuando los mataron. Dióles a entender que de allí adelante fuesen buenos y mirasen que los cristianos habían de permanecer: no quisiesen perder sus vidas bestialmente, sino conservarse con ellos en amistad. Pasando adelante su camino llegaron a Santiago, donde fué en general bien rescebido.




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Capítulo VI


De las cosas que hizo Valdivia después que llegó el capitán Alonso de Monroy a Santiago


Llegado Alonso de Monroy con la gente que le dió Vaca de Castro, Valdivia envió luego a conquistar los valles comarcanos y traellos de paz; y porque el valle de Chile era mejor y más bien poblado que otro ninguno, lo tomó para sí, y también por que en sus tierras tenían minas ricas de oro. Habiendo tomado relación y memoria de todos los indios que en la comarca de Santiago había, considerando quel valle de Copiapó y el del Guaco y Limari con otros a ellos comarcanos era imposible servir a Santiago por la mucha distancia que había, mandó al capitán Francisco de Aguirre que con los soldados que le señalaba fuese a poblar donde agora es la ciudad de la Serena; que ya de aquel asiento tenía plática quando por allí pasó que venía del Pirú. Teniendo atención a lo arriba dicho, yendo su jornada llegó al valle de Chile. Hallando buen servicio en los naturales hizo alto algunos días, refrescando los caballos, que en aquel tiempo eran tenidos en mucho, por que valía un caballo mill ducados y otros dos mill y así a este precio. Francisco de Aguirre tuvo noticia que algunos indios servían mal y persuadían a otros a no servir en el mesmo valle; parescióle sería bien hacer algún castigo en algunos que por no servir estaban huídos, poniendo temor a los demás, de manera que se asentasen mejor por tener, como tienen todos los indios en general en este reino de Chile, condición de villanos. Pues para el efeto dicho salió una noche al cuarto del alba y dió en la parte que estaban recogidos; tomó algunos y mucha chusma de muchachos y mujeres. Con toda la presa se volvió a su alojamiento, haciéndolo saber a Valdivia: creyó que por allí ganaría más gracia con él, y subcedióle al contrario, que como lo supo se indinó de tal manera, que le mandó dejase la jornada y se viniese con la gente que llevaba. Llegado a Santiago, después de haber dado su descargo, pasando algunos días que no se trataba más en ir a poblar a aquella ciudad, un caballero, llamado Juan Bohón de nombre, le pidió a Valdivia por merced le diese aquella impresa, y Valdivia se la concedió; Juan Bohón con la gente que Francisco de Aguirre había llevado se partió. Llegado a la Serena, viendo el asiento ser tal y tan a propósito, pobló conforme a la orden que llevaba y le puso nombre la Serena, que por nombre de los indios se llamaba y llama el asiento Coquimbo. Está esta ciudad en 29 grados y tres tercios; y para mejor cumplir con lo que a su cargo había tomado, anduvo conquistando algunos valles trayéndolos de paz.

En este tiempo, Valdivia, viendo que en los términos de Santiago no tenía indios para cumplir con todos los que consigo tenía, por que había tomado para sí la mejor y mayor parte de los valles, quiso dalles contento sabiendo que muchos estaban sin él, y para el efeto apercibió ochenta hombres, diciéndoles era informado que la tierra de adelante era mejor que la de Santiago, más poblada y rica, y que dello estaba cierto: que tenía voluntad para que entendiesen ser ansí dalle una vista y verían que había gente en la provincia para dar indios a muchos más cristianos de los que al presente tenía. Todos alegres, con deseo de verlo, salieron con él. Pasado el río de Maule, que está treinta leguas de Santiago, yendo la tierra adentro, informándose de los caciques cómo se llamaban y las tierras que tenían, llegó al río de Itata, que estaba bien poblado: corre este río por tierra llana fructífera. Muy contentos todos, viendo la buena dispusición que iba descubriendo la tierra, y por la información que tomaban y lo que vían y entendían era mejor lo de adelante, iban descubriendo en lo que hasta allí habían visto y así llegaron al asiento donde agora está poblada la ciudad de la Concepción. Viendo el sitio que para poblar allí tenía, con un buen puerto para navíos, pasó adelante a ver el río de Biobio, que es mayor que ninguno otro del reino, y parece mucho mayor por extenderse en tierra llana a la entrada de la mar, bien poblado de gente. Habiendo tomado plática de todo lo de adelante, antes que los indios se acabasen de juntar para pelear con él, y siendo informado le tomaban los pasos, acordó retirarse con tanta presteza, que dando muestra de hacer dormida, dejando fuegos encendidos, se retiró de noche hasta salir a lo llano, y de allí se volvió a Santiago. Después de haber reposado algunos días repartió de los caciques indios que traía por memoria, y dió algunos de los que fueron con él.

Todos en general, como vieron la grosedad de la tierra, daban a entender [que] la falta que tenía Valdivia era de gente para poblar lo de adelante. Ocupado en mandar conquistar y asentar los términos de Santiago, puesto en quietud lo más y mejor de la comarca, como era astuto, pensó una cautela para hacer lo que tanto había que tenía en su pecho determinado, y fué que en público y en secreto trataba de enviar al Pirú por gente a Francisco de Villagra y a Jerónimo de Alderete, hombres principales que después ambos fueron gobernadores, diciendo que les daría dineros que llevasen y poder para que les obligasen, dando esta orden que a todos parecía bien, rogando a algunos de los que al Pirú querían ir allá, les ayudasen y acreditasen en lo que pudiesen. Muchos con licencia que tenían y Valdivia les había dado para ir al Pirú, juntamente con algunos mercaderes que estaban de partida, como hombre que pensaba hacer lo que hizo, amigablemente daba licencia a todos los que la querían, diciendo que con la voz del oro que llevaban vernía mucha más gente del Pirú de cada día. Estando el navío en el puerto, que está diez y seis leguas de la ciudad, comenzaron a irse algunos y entre ellos otros soldados que habían adquirido algún oro en las minas, cada uno con su servicio; y de algunas cabras que habían traído, que valían cada una cien pesos y más, y otros ganados, desvelándose los pobres en juntar algún dinero para irse a sus tierras.

Estando todos en la mar con sus amigos para embarcarse llegó Pedro de Valdivia, sin haber comunicado cosa alguna de su desinio con nadie, mas de con pura sagacidad y astucia para hacer lo que hizo después de haber llegado, diciendo que venía a despachallos y escrebir al rey y a otras personas favoresciesen las cosas de Chile. Comiendo y holgándose todos los pasajeros, esperando el irse a embarcar, los descuidó en buena conversación y mandó a los marineros de secreto le trajesen el batel y le diesen aviso Ellos lo hicieron así; porque en aquel tiempo Valdivia era temido de todos en general por su mucho rigor, no osaron hacer menos de como les fué mandado, sabiendo ahorcaba a los hombres fácilmente, y que más a manera de tirano eran sus cosas de lo que decirse podría. Valdivia, como tenía tanta isperiencia del mundo, parecíale que mientras no tuviese mejor título del que tenía para que no se le atreviesen, era necessario hacello así: de manera que dándole aviso estaba el barco en la playa, salió disimuladamente hacia la mar y se metió en él y mandó le llevasen al navío donde todos los que estaban en tierra tenían su oro, número de noventa mill pesos. Luego mandó el barco a tierra y que se embarcasen Jerónimo de Alderete y los capitanes Juan Jufre, Diego García de Cáceres, Diego Oro, Juan de Cárdenas, don Antonio Beltrán, Alvar Martínez, Vicencio de Monte. Llegados al navío mandó levantar las áncoras y dar la vela navegando hacia el Pirú.

Los que quedaban en tierra y vían que les llevaba su oro, bien sentiréis lo que podían decir: eran tantos los vituperios y maldiciones, que ponían temor a los oyentes. Habiéndoles dejado orden que respetasen y tuviesen a Francisco de Villagra por su teniente, consolándolos que él volvería breve con gente para ampliar el reino y que de sus haciendas pagasen el oro que llevaba, a cada uno conforme a lo que pareciese por el registro. Los pobres que quedaron en el puerto animándose unos con otros, se volvieron a Santiago visto que otra cosa no podían hacer. Un trompeta que allí estaba llamado Alonso de Torres, que después fué vecino en la Serena, viendo el navío ir a la vela, comenzó a tocar su trompeta diciendo: «Cata el lobo do va Juanica, cata el lobo do va...», de que los presentes, aunque tristes y quejosos no pudieron dejar de reír, y en el instante dió con la trompeta en una piedra donde la hizo pedazos; y así llegaron a Santiago, entre ellos un soldado llamado de nombre Francisco Pinel a quien Valdivia había llevado tres mill pesos en el navío a vueltas de lo demás: anduvo más tiempo de un año imaginativo y pensoso por su dinero, hasta que Valdivia volvió al gobierno de Chile; habiéndole pedido le pagase, como no se lo dió entreteniéndolo con palabras, hasta que un día lo despidió mal de sí, el pobre de poco ánimo, desesperado, se ahorcó.




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Capítulo VII


De las cosas que acaecieron en Chile después que Valdivia salió del reino


Volviendo al capitán Joan Bohón, que había ido a poblar la ciudad de la Serena, después de haber traído de paz los repartimientos que junto al pueblo estaban. Salido Valdivia del reino con la buena suerte que había hecho, quiso el capitán Joan Bohón ir a sentar el valle de Copiapó, por tener seguro y abierto aquel camino para los que del reino del Pirú viniesen a Chile; porque aquellos indios como gente tan belicosa hacían suerte en algunos que por allí pasaban. Llegado a aqueste valle le salieron a servir de paz cautelosamente, y una mañana, como capitán bisoño y mal plático de guerra, imprudente de lo que convenía a su seguridad, no teniendo guardia que le segurase el campo, los indios dieron en él y antes que se pudiesen juntar para pelear y defenderse, con grandísima braveza los mataron todos, no escapando ninguno dellos, que eran treinta y dos soldados: sólo a Johan Bohón prendieron y atadas las manos con una cruz que él solía traer en un bastón, diciendo que con aquélla en la mano trairía de paz todo el reino de Chile, le trajeron por todo el valle triunfando dél y de su miseria, al qual dieron muerte tan cruel, que usando de muchas maneras de crueldades a lo último le ahorcaron. Algunos quisieron decir habiéndolo visto ahorcado, y por plática entre los indios, que tenía cruces señaladas en las espaldas y en los pechos; pudo ser, como era buen cristiano, fuese Dios servido que la cruz que él traía en la mano, siendo como debía de ser su intención buena, se mostrase en su cuerpo para felicidad de su ánima. Sabido en la ciudad de la Serena, los que en ella habían quedado miraron por sí viviendo recatados con los naturales y dieron aviso a la ciudad de Santiago. Respondióles Francisco de Villagra mirasen por su pueblo, que al presente no tenía gente que podelles enviar o que hiciesen lo que les paresciere: no se quisieron ir a Santiago con la pretensión que tenían de ser vecinos en aquella ciudad, paresciéndoles podrían sustentarse por haber pocos indios en aquella comarca.




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Capítulo VIII


De las cosas que hizo Villagra después que quedó por capitán de Valdivia, y de la muerte de Pedro Sancho


Quedando Francisco de Villagra en la ciudad de Sanctiago por capitán de Valdivia, como a persona que lo tenía por amigo y fiaba dél toda cosa, estando en el mando y cargo acaeció que un hidalgo principal casado en Toledo, llamado de nombre Pedro Sancho de la Hoz había llegado poco había de España, al cual el emperador don Carlos le había hecho merced de la gobernación que alcanzase desde el estrecho de Magallanes abajo trecientas leguas la costa de Chile hacia lo que Valdivia tenía poblado; y aunque traía la provisión y merced que le fué fecha, no osó ponerse al gobierno por temor que tuvo de Valdivia; mas después que Valdivia fué ido al Pirú y ausente del reino, comenzó a tratar que pues era ido y se creía no volvería más a Chile, teniendo él por cédula la gobernación, más justo era gobernarla él que otro alguno. Estas cosas las comunicaba con sus amigos y aquéllos las trataban con otros, por donde se vino a saber, que aunque en público las dijera parescieran bien; pues la merced y título que tenía era el verdadero; mas estaban las cosas en Chile tan vedriosas en aquel tiempo, que Villagra, pareciéndole que [le] darían el cargo y gobierno del reino, como lo supo, comenzó a guardarse recatándose de allí adelante, diciendo lo querían matar y alzarse contra él, lo cual se dijo entre algunos que para salir con ello era menester matallo, porque después no habría impedimento alguno. Informado Villagra de sus amigos, hizo información contra él por escripto, y a su parescer hallándolo culpable lo mandó prender y luego cortalle la cabeza, cosa de grande crueldad. Muerto Pedro Sancho, quedó Villagra en quietud, sustentando lo que Valdivia le había dejado a su cargo. Hízose bien quisto con muchos; ganándoles la voluntad, grangeándolos, trató y puso en efeto una gran cautela debajo de amistad bien debida a Valdivia, que la ambición y deseo de mando le hizo poner por obra: que mandó y dió orden en hacer dos probanzas, la una en favor de Valdivia y la otra en contra, y hechas, que halló testigos para todo, mandó hacer una fragata, y en ella envió al Pirú algunos que con Valdivia estaban mal y tenían quejas dél; para que allá hiciesen como que les paresciese, y con ellos envió a Pedro de Villagra, que después fué gobernador, el cual decía llevaba las probanzas consigo envueltas en gran maldad, para si hallase a Valdivia mal puesto con el que gobernaba al Pirú le ayudase a derribar con la que llevase contra él; y si lo hallase bien puesto, lo pidiese en nombre del reino y presentase en su favor la otra probanza: todo esto lo vino después a saber Valdivia y dello resultó a Villagra mucho daño y desasosiego. Siéndole, pues, a Valdivia el tiempo favorable, llegó al puerto de Arica, donde supo que el licenciado Gasca estaba en Lima, y los poderes grandes que traía del emperador don Carlos, y cómo Gonzalo Pizarro tenía el reino tiranizado, aunque esto ya él lo sabía antes que saliese de Chile por cartas que de Pizarro había tenido, el secreto de las cuales reservó para sí. De allí hizo vela a los Reyes: llegado al puerto, supo que el licenciado Gasca iba caminando en busca de Gonzalo Pizarro hacia el valle de Jaquijaguana. Tomando cabalgaduras par él y sus criados y amigos se dió tanta priesa que lo alcanzó breve. Viéndose con él fué bien recebido y le hizo mucha honra y merced en tratamiento; y como Valdivia era conoscido y tenido por hombre de guerra, el licenciado Gasca le rogó que mandase en todo lo que viese que al servicio de su Majestad convenía, porque él en su nombre se lo mandaba y en el suyo se lo pedía por merced, pues había coyontura que tanto efeto podía hacer su venida; y ansí Valdivia sin cargo alguno, sino como hombre privado, andaba en el campo y mandaba todo lo que a él le parescía que convenía; y subcediendo lo que todos saben, sabida la historia por parte del rey, hallándose Valdivia en su acompañamiento, siéndole conforme a su disinio favorable la suerte y pretensión que tenía. Estando bien puesto con el licenciado Gasca, vueltos que fueron a Lima, comenzó a tratar en sus negocios pidiéndole la gobernación de Chile, tratándose tan lustrosamente y con tanta generosidad, que todo lo que decía y hacía era al licenciado Gasca muy acepto y le parescía bien, teniéndole por muy hombre. Supo negociar tan bien, que con algunas personas principales que le ayudaban alcanzó la merced que él pretendía por palabra.




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Capítulo IX


De cómo volviendo Valdivia a Chile por gobernador, el capitán Pedro de Hinojosa le volvió preso del camino por orden del presidente Gasca


Después que Valdivia hubo alcanzado la merced que pretendía, pidió licencia al licenciado Gasca para irse, el cual se la dió con provisión y título de gobernador; ansí mismo le dió algunos desterrados que iban del Pirú para Castilla que los llevase a Chile, y otros que estaban en la cárcel que habían sido secuaces de Gonzalo Pizarro, teniéndolos para castigar, Valdivia los pidió al licencado Gasca le hiciese de ellos merced; el cual se la concedió, pues iban a servir al rey y en tierra nueva, comutándoles la pena en aquel nombre de destierro. Siguiendo su camino llegó a Arica, donde estándose proveyendo de algunas cosas para su viaje, formaron delante del presidente muchas quejas de él: éstas por cartas que enviaron a Arequipa y de otras partes diciendo que iba amotinado y en deservicio de el rey; porque los que iban con él robaban a los indios por donde pasaban y los metían en colleras, y que a los españoles que topaban por el camino les quitaban sus haciendas, los cuales males los hacía Valdivia todos, pues los consentía. Esto indinó en tanta manera al presidente Gasca, que mandó luego al capitán Pedro de Hinojosa, general que había sido en el Pirú en servicio del rey contra Gonzalo Pizarro, fuese tras de él y donde lo alcanzase lo volviese preso. Hinojosa tomó veinte soldados arcabuceros, y se dió tanta priesa a caminar, que antes que Valdivia saliese de Arica lo alcanzó, y con todo buen término le dió a entender su venida y de lo que el presidente le mandaba. Valdivia le dijo que mucho enhora buena se hiciese ansí; aunque algunos soldados amigos y criados que allí consigo tenía le dijeron que si quería lo defenderían y se irían su jornada. A éstos reprehendió gravemente y proveyó que sus criados caminasen a Chile, y la gente que estaba en camino con los capitanes que la llevaban a su cargo continuasen su viaje y él se volvió preso a Lima con Hinojosa.

Antes que llegase en la corte del presidente había varios pareceres, y unos decían que volvería, otros que no, antes se afirmaban que como era hombre de guerra y había recebido aquella befa lo quería apostar, y que fácilmente lo podría hacer, pues llevaba gente consigo y se le llegarían otros muchos. Tratándose de ordinario en esto, llegó nueva de cómo venía Hinojosa y Valdivia con él, de que el presidente Gasca, viendo aquel nublado deshecho, rescibió grandísimo placer en haber sucedido bien caso tan dudoso; mandó que le diesen cárcel conforme a su persona. Desde a pocos días, conocida su humildad, de la cual no le hacían sus émulos y que era mentira lo que de él se había dicho, teniendo tan buenos amigos y terceros, en especial un caballero de el hábito de Santiago llamado Alonso de Alvarado, mariscal de el Pirú, que había venido con el presidente Gasca de Castilla y servido a su Majestad en aquella guerra, tuvo tan buenos medios en negosciar, que breve le fué concedida licencia para irse.

En este tiempo parece andaba la fortuna jugando con Valdivia por las muchas contrariedades que de ordinario se le ofrecían; porque estándose aprestando para su viaje llegaron a la ciudad de los Reyes los que iban en la fragata contra él. Puestos delante del licenciado Gasca formaron su querella, diciendo de Valdivia muchos males: respondióles que diesen información de lo que decían, y como eran hombres mal pláticos de negocios, quejándose los treinta hombres que iban, entendiendo que cuanto más fuesen las quejas más hacían en su caso, siendo ellos propios los que habían de atestiguar contra él. Habiendo todos quejado no tuvieron con quien probar lo que decían; porque el que llevaba las probanzas como lo vido bien puesto, conforme a la orden que tenía, no las quiso presentar, porque no se entendiese le abonaba en lo que podía. Viéndose engañados, y que no podían hacer el efeto que deseaban, ni dar la información que les pedían y que volvía por gobernador, procuraron reconciliarse con él. Valdivia les prometió pagar todo el dinero que había tomado, y que les daría de comer, que es dalles repartimientos de indios, a todos, y que fuesen amigos de allí adelante. Confirmados en amistad, le dió el presidente Gasca una galera que había hecho en Panamá para venir en ella a Lima cuando vino de Castilla, la qual Valdivia deshizo en Chile porque de armada no la podía sustentar, y le dió ansí mesmo un navío en que se embarcó, que por quitar el decir a sus enemigos no quiso ir por tierra.

Navegando con buen tiempo llegó a la ciudad de la Serena, y mandó salir en tierra algunos hombres que fuesen a la ciudad y diesen aviso al pueblo de su llegada. Estos soldados llegaron a la ciudad y no hallaron gente alguna, que pocos días había los indios comarcanos, pareciéndoles que también eran ellos hombres como los de Copiapó, se concertaron todos y una mañana al amanecer entraron en la ciudad, repartidos por su orden tantos a cada uno, fueron a sus casas como hombres que las sabían bien, dando en general una grita. Los españoles que salieron a ella, antes que se juntasen ni aprovechasen de cosa alguna en su defensa, los mataron todos, no escapando más de un pobre hombre metido en un horno. Este llevó la nueva a Santiago, escondiéndose de día y caminando de noche. Visto por Valdivia que no tenía a qué detenerse allí, navegó al puerto de Santiago. Llegado, envió a hacer saber estaba allí, y viniéronle a ver los amigos que en la ciudad tenía. En este mismo tiempo, entre la gente que venía por tierra cuando Valdivia volvió preso de Arica, dos capitanes que venían por orden suya, sobre el mandar y otras cosas que se ofrecieron, vinieron en discordia, llamado el uno Juan Jufre y el otro Francisco de Ulloa, en que el capitán Juan Jufre se adelantó y prendió al capitán Francisco de Ulloa, y descompuesto de la gente lo trajo consigo. Después entre ellos hubo largo pleito hasta que vino por gobernador de Chile don García de Mendoza, que conociendo de la causa fué condenado el capitán Juan Jufre por el licenciado Hernando de Santillán que volviese a Ulloa cierta cantidad de dineros en recompensa de las cosas que le tomaron los soldados que consigo llevaba. Siendo todos llegados a Santiago, Valdivia se comenzó a aderezar para ir a conquistar la tierra de Arauco.




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Capítulo X


De cómo Valdivia salió de Santiago a conquistar la tierra de Arauco y de la batalla que los indios le dieron en el valle de Andalien


Viéndose Pedro de Valdivia en Chile rescibido por gobernador en nombre del rey y con gente la que había menester y deseado para ampliar el reino, procuró de los que le eran enemigos hacerlos amigos y los amigos confirmallos más en amistad, dando orden cómo pagar el oro que les había tomado cuando se fué al Pirú y de proveer algunos soldados de armas y caballos para salir a la conquista. Como hombre que tenía grande esperiencia de cargos y cosas de guerra, para que en lo de adelante y presente no tuviese de quien recatarse ni de quien tener sospecha que, contra él podría hacer movimiento alguno en el reino y que convenía ansí; aprovechándose de la discreción que tenía, llamó un día a Francisco de Villagra, a quien había dejado por su teniente, y le dijo que lo mucho que le debía no se lo podía pagar en tiempo alguno con lo que en Chile podía hacer por él: conforme a su deseo, quél pretendía enviallo al Pirú para que hiciese gente toda la que pudiese, y que con ella tomase el camino de Yunguyo que era la noticia que se había publicado y el capitán Diego Rojas había llevado, que era la mejor jornada que podía llevar: que él esperaba en Dios hacello señor por aquel camino tan noble, y que para ello hallaría propicio al licenciado Gasca. Villagra estuvo dudando entre sí y algo temeroso, porque [de] enviallo Valdivia al Pirú entendía le pedirían la muerte de Pedro Sancho, a quien había cortado la cabeza; mas viendo que no podía hacer otra cosa, se conformó con su voluntad, aunque contra la suya; y ansí para su reparo como hombre que de ello iba temeroso, llevó la información que había hecho contra Pedro Sancho, porque si allá le pidiesen [cuenta] tuviese con qué repararse. Decían que apartar Valdivia a Villagra de sí no era por amor que le tuviese, ni de hacello señor como él decía; sino porque supo que en su ausencia no le había sido amigo, y en sus cosas no había estado bien con ellas, y que por este camino, apartándolo de sí, daría olvido a la venganza, que cierto Valdivia, después que tuvo la gobernación por el rey, mudó mucho en costumbre y condición, aplicándose en muchas cosas a la virtud. Villagra hizo su camino al Pirú, donde le sucedió como adelante se dirá.

Andando Valdivia dando orden para su partida con mucho contento, quiso un día hacer mal a caballo en la plaza de Santiago; de su mohina cayó el caballo con él. Tomándole una pierna debajo se le quebró, por cuyo respeto se detuvo en salir a la jornada que tenía tan a la mano; no embargante este suceso adverso, proveyó luego que un capitán llamado Francisco de Aguirre, hombre principal, fuese con gente a poblar la ciudad de la Serena y castigar la muerte del capitán Juan Bohón. Habiéndole señalado los que con él habían de ir, se partió con ánimo determinado de dar buena cuenta de lo que llevaba a su cargo, y lo hizo ansí porque como hombre que lo entendía hizo luego que llegó un fuerte torreado y bien cercado, donde con seguridad estaban de ordinario. Puesto bien en defensa, dejando los soldados que le pareció bastaban a guardallo, con los demás salió a correr los valles, castigando los culpables en las muertes pasadas. Asentó todo el término de aquella ciudad ganando en ello mucha reputación y gloria, por ser cosa importante tener seguro aquel paso para los que venían por tierra del Pirú, que como pasaban sin contraste alguno levantaron el nombre de Aguirre en gran manera. En este tiempo siendo Valdivio sano de la pierna que tenía quebrada, salió de Santiago con ciento y setenta hombres muy bien aderezados y armados por el camino de los llanos; llegó al río de Biobio, teniendo con los naturales muchos recuentros y desbaratándolos muchas veces. Yendo por su ribera caminando un atambor que llevaba en su campo, quiso apartarse a buscar dónde podía hacer presa de algún ganado, y de su suerte dió en unos indios emboscados que esperaban tomar algún soldado desmandado: éstos dieron en él, y antes que pudiese ser socorrido, fué muerto. Pues caminando Valdivia el río abajo, vino a dar en otro río que se llama Andalien.

Los indios en este tiempo no dormían, antes viendo cuan cerca estaba su cativerio y servidumbre, se convocaron y hicieron junta por sus mensajeros de toda la más gente que pudieron; que como pasó el río de Maule e iba caminando, por momentos tenían nueva de lo que hacía y a dónde durmía, hasta que pasó en este valle de Andalien, que para pelear con él otra cosa no esperaban más de velle parar en alguna parte para trocar lo que les convenía; y ansí habiendo hecho alto una noche, se determinaron de pelear creyendo que de noche se turbarían los caballos, y los soldados, si algún descuido tuviesen, los tomarían en las camas. Puestos en orden, al cuarto de la modorra, ques a la media noche, se llegaron a los cristianos. Las centinelas que estaban velando, como los sintieron, tocaron arma y se fueron recogiendo hacia el campo; porque los indios iban sobre ellos por todas partes con grande número de flechas que sobre ellos llovía a manera de granizo, y con muchas lanzas y macanas grandes (que es tan larga una macana como una lanza jineta, y en el lugar donde ha de tener el hierro tiene una vuelta de la misma madera gruesa a manera de codo, el brazo encogido, con éstas dan grandes golpes), y porras tan largas como las macanas y en el remate traen la porra, que es tan gruesa como una bola grande de jugar a los bolos. Los cristianos viéndose acometidos por todas partes, que sospechosos de lo que podía ser estaban armados y muy en orden para lo que les sucediese, luego que se tocó a el arma se juntaron; y como los indios con ánimo de tornallos desapercebidos se metieron tanto, fué un hermoso recuentro y batalla para de noche, porque oír a los indios la orden que tenían en acaudillarse y llamarse con un cuerno (por él entendían lo que habían de hacer), y cómo sus capitanes los animaban y las muchas cosas que les decían. Y como la noche era serena y quieta, poníanse gran temor los unos a los otros. Por parte de los cristianos era brava cosa oír el estruendo de los caballos, el gran sonido de las trompetas, las voces que Valdivia les daba animándolos rompiesen en los indios; parecía que allí se les acababa el mundo. Andaban los indios tan cerrados y tan bien ordenados, que no podían los españoles entrar en ellos, porque en llegando el caballo, aunque los llevaban bien armados, dábanles con las porras tales golpes en las cabezas, que los hacían volver atrás empinándose, sin que los pudiesen más volver a los indios; por otra parte, eran tantas las flechas que tiraban, que casi todos los tenían heridos, y con tanta determinación los apretaban, que les iban ganando el campo; y aunque Pedro de Valdivia peleaba bien armado con un coselete de infante y su caballo con buenas cubiertas, no pudo hacer que los indios se rompiesen. Viendo que se perdían, para animar a los que peleaban a pie, que eran soldados de su guardia, mandó se apeasen algunos hombres principales, pues por defeto de los cabellos no podían llegar a pelear como querían. Luego se apeó Francisco de Riberos, Juan Godíñez y Gregorio de Castanieda, hombres valientes y conocidos; viendo apear a éstos, se apearon otros muchos con sus lanzas y dargas, y algunos arcabuces pocos que les ayudaron; y con mandar Valdivia juntamente con esto los acometiesen treinta soldados por las espaldas, los apretaron de tanta manera, que viéndose los indios cercados por todas partes y el ánima de los cristianos en crecimiento, y que les faltaba munición de flechas, careciendo de otras armas, habiendo hecho todo lo que en sí pudieron; siendo muertos tantos, que viendo los montones entre sí de cuerpos muertos, desmayaron en tal manera, que volviendo las espaldas comenzaron a huir cada uno donde le deparó su suerte. Ya comenzaba a amanecer cuando los españoles les tuvieron esta vitoria. Las yanaconas de Santiago que Valdivia tenía consigo pare servicio de el campo, que hasta aquel punto por orden de Valdivia habían estado quedos, conociendo que iban los indios desbaratados, salieron todos, número de trecientos yanaconas, matando con grandísima crueldad cuantos hallaban, que como iban derribados los ánimos y sin armas con que defenderse, mataron infinito número de ellos. Murieron en esta batalla más número de tres mill indios; de los cristianos no murió más de uno, que por desgracia un soldado, tirando a los enemigos, como era de noche, le dió un arcabuzazo por las espaldas de que murió. Era este soldado tan alto, que su mucha estatura lo mató, porque fué la herida en lo que sobraba de los hombros arriba. De todos los demás españoles, de los capitanes y soldados, no quedó ninguno que no saliese herido; de condición que si otra batalla les dieran los desbarataran, según quedaron temerosos y mal tratados ellos y los caballos. Valdivia retiró luego su campo de allí y se vino a la costa y puerto de la Concepción, sitio que ya lo había reconocido, llamado por nombre de indios Penco; allí asentó su campo para proveer lo que le convenía.




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Capítulo XI


De cómo Valdivia pobló la ciudad de la Concepción y de cómo los indios vinieron a pelear con él y los desbarató. Está esta ciudad poblada en treinta grados y medio


Habida esta vitoria Valdivia con tanta felicidad, otro día luego retiró su campo porque el hedor de los muertos no le inficionase la gente, y también por buscar asiento conviniente donde poblar. Habiendo visto mucha parte de la comarca, no hallando otra tan a propósito como la de Penco, por tener buen puerto en una bahía grande, después de bien reconocido, trazó y pobló la ciudad de la Concepción. Dió solares a los soldados que allí habían de ser vecinos, y tomando para sí una cuadra, dió orden cómo hacer un fuerte torreado donde pudiesen estar seguros, velándose de noche y de día a las puertas de él. Y para hacello era necesario que los propios soldados ellos mesmos se cargasen de piedras y hiciesen los adobes y los acarreasen a los hombros; con esta orden lo hicieron en breve. En este tiempo los indios naturales de aquella comarca, aunque habían sido desbaratados en la batalla que a Valdivia habían dado de noche, no por eso desmayaron cosa alguna para dejar de probar otra vez su suerte y ventura. Con deseo de venganza y por echar de sus tierras tan grandes enemigos y tan aborrecidos de ellos, buscaron favores de toda la provincia, enviando mensajeros hombres pláticos y belicosos a hablar con los señores más lejanos, diciéndoles que el danio todo era general, y que tanta parte les cabría a ellos como a los demás, pues era gente que a todos igualaban en el servicio; porque era cierto les habían de hacer casas, sacalles el oro, dalles sus hijos y hijas que les sirviesen, hacelles las simenteras, y que el ganado que entre ellos había también lo tenían por suyo; de manera que no reservando cosa alguna estaban muy cerca de perder su libertad: que se juntasen y peleasen con los cristianos hasta echallos de sus tierras y de toda la provincia. Tales cosas les dijeron y tanto hicieron, que de conformidad se juntaron más número de cincuenta mill indios. Habiéndose reparado de armas, repartido capitanes que los acaudillasen y señalado el día que se habían de mostrar sobre la ciudad, comunicándose por sus mensajeros, aquel día entre ellos concertado, antes del medio día se mostraron por los altos sobre la ciudad y de allí vinieron abajando hacia el pueblo por tres partes, en tanta cantidad que cubrían el campo, con infinitos géneros de armas y muchas cornetas y cuernos grandes y otros infinitos instrumentos de guerra usados entre ellos.

Valdivia mandó tocar arma y que todos estuviesen a punto para hacer lo que por su consejo y acuerdo se determinase. Hubo varios pareceres entre sus capitanes, como suele acaecer en semejantes casos de guerra: unos decían que el primer ímpetu lo debrían de esperar dentro en el fuerte, y después hacer como mejor viesen que les convenía; otros decían que no, sino (fue luego antes que más se les llegasen habían de salir, y pelear con el escuadrón más cercano, antes que todos se hiciesen un cuerpo y llegasen todos juntos; porque si con aquél les iba bien, los demás no osarían llegar, y si lo desbarataban como creían, los demás no osarían pelear: que era bestial cosa esperar que unos bárbaros llegasen a ponelles cerco, pues era cierto que les habían de faltar todas cosas y que los indios viéndolos encerrados tomarían ánimo y de cada día se les juntarían más; sino que luego peleasen no dándoles lugar a juntarse. De este parecer fué Valdivia y lo tuvo por el mejor. Luego mandó a Jerónimo de Alderete y a Pedro de Villagra que con cincuenta soldados a caballo rompiesen con el escuadrón que más cerca les venía. Estando él presente les salieron luego al encuentro, y acertaron de su ventura y suerte que aquellos indios con quien iban a pelear eran reliquias de los que habían desbaratado cuando pelearon de noche en Andalien, porque los demás escuadrones, tratado entre ellos, les habían dado este lugar, diciéndoles que ellos habían de trabar primero batalla con los cristianos, y con esta orden venían delante. Llegados que fueron los capitanes cerca de el escuadrón, todos los demás indios mirando tan bravo espectáculo, porque como no habían visto cristianos a caballo hasta aquel tiempo, y los vían armados, relumbrando los hierros de las lanzas y las cotas, embrazadas sus dargas, era bravo el miedo que tenían, aunque después acá han ido en tanto crecimiento de guerra con el ordinario uso que se dan hoy los indios por [causa de] los cristianos en esta tierra, menos de lo que en aquel tiempo se daban los cristianos por ellos. Villagra y Alderete, apellidando el nombre de Santiago, puestos en ala, con grandísima determinación rompieron con todos los soldados que llevaban, donde pareció una cosa digna de memoria, y fué, a lo que después se supo por dicho de los indios, no pudiendo sufrir tan bravo acontecimiento, como vieron venir a los cristianos con aquella determinación tan grande contra ellos, no teniendo ánimo para pelear, siendo número de más de quince mill indios, volvieron las espaldas a huir: los demás escuadrones como vieron huir a éste hicieron lo mesmo, retirándose en su orden. Decían después que los cristianos no los habían rompido, sino una mujer de Castilla y un hombre en un caballo blanco los habían desbaratado: que ésta fué una terrible vista para ellos que en gran manera los cegaba. Esto se publicó; después, diciéndoles otros indios cómo los habían desbaratado tan pocos cristianos, daban este descargo; y es de creer ansí, porque aquel día vinieron sobre la ciudad más número de cincuenta mill indios, por donde parece ser creedero fué Dios servido los cristianos no se perdiesen y que los quiso socorrer con su misericordia, pues de la entrada que entonces hicieron ha resultado en este reino muchas ciudades pobladas y muchas iglesias donde se predica el Evangelio, y monasterios de religiosos que hacen con su dotrina mucho fruto entre los naturales, y grande número de indios que son cristianos y viven casados debajo de el matrimonio de la iglesia. Habiendo seguido el alcance, mandó Valdivia que se recogiesen al fuerte, porque era este hombre tan ajeno de toda crueldad en caso de matar indios, que fué mucha parte para su perdición la clemencia que con ellos tenía, como adelante se dirá.

Luego desde a pocos días, llegó al puerto de aquella ciudad un barco en que iba don Rodrigo González, primero obispo de Chile, con mucho refresco y medicinas para curar los heridos; que teniendo nueva en la ciudad de Santiago de la batalla que Valdivia tuvo en Andalien, como celoso de la Iglesia de Jesucristo y por su aumento, vino a hallarse allí.

Luego mandó Valdivia a sus capitanes saliesen por la provincia a traella de paz, lo cual se hizo fácilmente. Vinieron muchos naturales a servir y de cada día venían más, viendo que no les aprovechaban las armas, dejándolas olvidar hasta conocer qué orden les convenía tener para volvellas a tomar.




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Capítulo XII


De cómo Valdivia mandó a Jerónimo de Alderete fuese a descubrir la provincia de Arauco, y cómo Valdivia pobló la ciudad imperial en 38 grados


Después de haber traído de paz muchos repartimientos en la ciudad de la Concepción, mandó Valdivia al capitán Jerónimo de Alderete que con ochenta soldados a caballo fuese a descubrir la provincia de Arauco, que es lo más principal de todo el reino y de más gente. Pasé el río de Biobio, questá dos leguas de la ciudad y es río muy furioso a sus tiempos, y algunas veces se pasa de verano por algunos vados por respeto de ir muy tendido. Llegado a Arauco, que es dos jornadas de la Concepción, vido tantos pueblos de naturales y tan poblada la provincia, que no osé pasar adelante más de ver el principio; aunque los indios principales le salieron todos de paz, e informándose de lo de adelante entendió era más poblado de lo que allí parecía, y ansí se volvió sin entrar más en la tierra adentro, como hombre que tenía plática de guerra. Vuelto a la Concepción dió razón a Valdivia de lo que había visto. Luego le mandó que por el camino de la sierra la tierra adentro, a la ligera con las lanzas en las manos viese lo que había. Fué hasta el río de Cayten por tierra tan poblada como la de Arauco treinta y seis leguas de camino, todos muy regocijados y alegres; se volvió desde allí a la Concepción. Con esta nueva salió Valdivia con ciento y veinte soldados a caballo (si no eran algunos de su guardia que no alcanzaban a tener caballos por respeto de el valor grande que tenían) con ánimo de poblar una ciudad, y para ver mejor en dónde, fué por el camino de la costa, reconociendo si había algún puesto que bueno fuese; porque como era hombre que había andado por el mundo, sabía la ventaja que tenían las tales ciudades pobladas en costa de mar a las de la tierra adentro; y ansí iba buscando asiento hasta que llegó al río de Tirua, que está treinta leguas poco menos de la Concepción. Allí quiso poblar, y siendo informado de los naturales que era anegadizo en tiempo de invierno, aunque había juntado mucho bastimento, mudó de parecer. Queriendo pasar el río, buscando vado para ir adelante, un soldado llamado Higueras, hombre gran nadador, con una buena yegua que tenía, valiente y de buena determinación, se metió por el río: buscando vado confiado en su nadar y en el caballo que llevaba, cayó en un raudal desechándolo la yegua de sí; no pareció más. Valdivia bajó con su campo a la boca del río donde entra en la mar, y pasó de la otra banda yendo adelante: todos los naturales le venían a ver y servir. Desde a dos días llegó al río de Cayten, que corre por tierra fertilísima y de mucha gente. Junto a este río pobló una ciudad en una punta que hacía en donde se juntaba con otro río menor, y le puso nombre Imperial, porque en las casas que los indios tenían había en unos palos grandes que subían desde el suelo encima a lo alto de las casas una braza y más en el remate de la misma madera, en cada uno una águila con dos cabezas. Tomándola por buen pronóstico de imperio, le puso aquel nombre de Imperial, y porque entraba el invierno le pareció volverse a la Concepción a causa de ser puerto de mar tendría allí algunos navíos del Pirú-y por saber de Santiago. Dejando por su teniente a Pedro de Villagra, hombre fuerte y plático de guerra de indios y arriscado en ella, con mucha cordura le mandó se informase de lo de adelante y mirase por lo presente, y reparase aquel asiento con hacelle un fuerte para su defensa. Proveyendo todo lo que convenía, se partió para la Concepción solamente con sus criados, por dejar más número de gente en aquella ciudad, diciendo a todos en general volvería a la primavera a repartilles los indios todos que en los términos de aquella ciudad había, y descubrir y poblar lo de adelante.




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Capítulo XIII


De cómo Valdivia salió de la Concepción para ir a poblar la ciudad de Valdivia y ciudad rica y de lo que le acaeció a Francisco de Villagra en el Pirú hasta que vino a Chile


Después que Francisco de Villagra llegó al Pirú, como muchas veces acaescer suele, donde creyó que fortuna le fuera contraria ansí por la muerte de Pedro Sancho como por ir pobre, le fué tan favorable, que halló tanta voluntad en el presidente Gasca, que demás de dalle licencia para hacer la gente que pudiese, se holgó mucho con su llegado: y en lo de Pedro Sancho no mostró haber sido mal hecho, antes lo tuvo por muy loable; y como en aquel tiempo las disensiones que en el Pirú había habido aún no estaban acabadas de sosegar, rescibió contento, porque le pareció saldrían, muchos soldados con él que pretendían desasosegar el reino, y otros que estaban descontentos por no habelles dado de comer, que es indios en repartimiento, y él se quitaría de importunidades. Villagra, como era hombre de buenas palabras, aunque mal mañoso, halló mercaderes que levantándoles los ánimos con las cosas muchas que de Yunguyo les decía y a otros oían, viendo la comisión que de el presidente Gasca tenía, por tener buen lugar par de él, le ayudaron muchos con sus haciendas. Luego se subió al Cuzco y de allí a los Charcas, donde hizo pie para hacer la gente.

Juntáronsele en dos meses docientos hombres, y entre ellos algunos mercaderes que vinieron con él, de manera que donde entendió que todo le faltara, todo le sobró, porque juntó número de más de cien mill pesos. De ellos repartía con algunos soldados que no tenían con qué aderezarse, los cuales le hacían obligaciones por lo que les daba, y porque no paresciese que los recebía para nunca los pagar, también él hacía obligaciones a los que se lo prestaban, aunque después ni ellos se lo pagaron a él ni él a los que se los prestaron. Viéndose con doscientos y veinte hombres, hizo su maestro de campo al capitán Alonso de Reinoso, natural de la villa de Maqueda, hombre de mucha espirencia de guerra y de buen entendimiento. Hizo su camino la vuelta de los Juries, que agora se va poblando de cristianos; no quiso parar en ellos aunque era tierra viciosa de cocas y de mucha gente, por la grande nueva que llevaba de Yunguyo. Pasó por la provincia de largo, donde le acaeció que un hijodalgo llamado Juan Martínez de Prado, hombre principal y que en el Pirú había servido a su Majestad, le pidió al licenciado Gases le diese facultad para que con la gente que juntar pudiese, fuese a poblar fuera del reino a donde le paresciese. Tenida esta licencia, con cien hombres que juntó entró por los Juries y pobló una ciudad a la entrada: púsole nombre Santiago de el Estero, por estar poblada junto a un río pequeño que pasa por ella que hoy permanece y será buena ciudad por la noble comarca que tiene.

Estando en ella pasó Francisco Villagra con su campo, veinte leguas apartado. Juan Martínez de Prado que lo supo por la nueva que los indios le dieron, no sabiendo qué número de gente llevaba, creyendo ser menos salió con treinta hombres en su busca, diciendo dar una noche en él y quitalle la gente que llevaba, que estaba desproveído y falto de ella para poblar su provincia. Ateniéndose que en aquel tiempo las más veces se determinaba la justicia por las armas, llegado a donde Villagra estaba alojado su campo, a la media noche las centinelas que velaban tocaron arma, diciendo: «Arma de cristianos.» Se recogieron al campo, y los que venían con Juan Martínez de Prado juntamente con ellos, los unos dando arma y los otros con tropel de caballos, diciendo: «¿Adónde está Villagra? Rendir, caballeros.» Todos alborotados en caso tan repentino, se comenzaron a juntar en cuadrillas, y algunos mostrando flaqueza y falta de ánimo, se rindieron; que después entre ellos se trataba. Villagra estaba debajo de un árbol donde tenía su pabellón, y si acertaran a dar en él antes que se le llegaran soldados, acabara una cosa grande para él en aquella tierra. Armándose Villagra con los que le acudieron, se estuvo quedo por entender bien la gente que era. En este inter llegó el capitán Guerra con la espada desnuda, preguntando: «¿Dónde está Villagra, que había prometido prendello?» Villagra le dijo qué quería, que él era. Llegándose a él, le dijo: «Sea preso vuestra merced.» Villagra le asió de la guarnición de la espada, tirando con fuerza se la sacó de la mano y dándole algunas cuchilladas los que con él estaban, que por venir armado no le hirieron, se les huyó de las manos. Juan Martínez de Prado, siendo informado la gente que allí había, parescióle que si esperaba a el día, todos se habían de perder: recogió su gente y por el camino que habían venido se volvió, no habiendo hecho más efeto que se ha dicho: que si viniera con cincuenta soldados hacía una hermosa suerte.

Llegado el día, Villagra recogió su campo dejando el servicio y tiendas con los bagajes que llevaba; casi con cien hombres a la ligera fué en su seguimiento y aquel día entró en la ciudad de el Estero, en donde Juan Martínez de Prado estaba, el cual, como le vido venir, salió luego a recibirlo y llegando a él se hincó de rodillas y como hombre rendido le entregó su espada: Villagra como era hombre noble y amigo de gloria, lo abrazó y trató muy bien. Después de haber rescebido su disculpa, capitulé con él que por estar aquella ciudad en la gobernación de Pedro de Valdivia, poblada como parecía por los grados en que estaba contando la latitud, le dejaba en ella para que en nombre de Valdivia la tuviese y le reconociese por su gobernador.» Acetada esta condición y capítulo, tomado de él juramento, aunque después no lo cumplió, le dejó allí algunos soldados que se quisieron quedar, y otros que se quisieron ir con él los llevó consigo.

Yendo su camino de Yunguyo, dejando los Juries atrás con esperanza de hallar aquella tierra tan rica, habiendo caminado de una provincia en otra, llegó al valle de Cuyo, donde agora están pobladas la ciudad de Mendoza y la ciudad de San Juan. Estándose regocijándose todos juntos, en su alojamiento acertó a quemarse una casa, y tras de aquella otra, y ansí se quemó todo el campo con algunos caballos y casi todos los pertrechos que traían con las demás ropas de vestir. Quedando tan desbaratados, acordaron, pues estaban en el paraje de Chile y tan faltos de todas cosas, mudar de rota y venirse a donde Valdivia estaba. Pasando la Cordillera Nevada llegaron a Santiago, aunque contra la voluntad de muchos hombres nobles que en su campo traía.

En este tiempo Valdivia, llegada la primavera, juntó toda la más gente que pudo para ir a poblar una ciudad o más, conforme a cómo respondiese lo de adelante, antes que Villagra entrase en Chile, de el qual tenía nueva venía por de la otra parte de la Cordillera caminando con docientos soldados bien aderezados, gente muy lustrosa, a fin, a lo que después el mesmo dijo, de dar repartimientos de indios a los que le habían ayudado a ganar y descubrir el reino, porque después los que con Villagra viniesen no quisiesen entrar tan a la parte que le obligasen a dalles de comer en lo que él había descubierto. Con esta orden salió para Arauco, que era por allí el camino, y por Tucapel llegó a la ciudad Imperial, donde le fué hecho un recebimiento ordenado por un hidalgo, su amigo, llamado Andrés de Escobar (hombre de mucha virtud y discreción, a quien Valdivia había dado de comer y héchole vecino de aquella ciudad), a manera de triunfo muy solene, que dió gran contento a todos y más a Valdivia, que en los pensamientos que tenía todo le parecía que le estaba corto, según estaba puesto en nombre de señoría. Después de ser ansí festejado, deteniéndose pocos días en aquella ciudad, mandó apercibir la gente que le pareció bastaba para ir con él dejándola reparada; porque en los naturales no hubiese algún movimiento, pasó el río de Cayten, y descubriendo la tierra de adelante llegó a otro río llamado Tolten, río grande. Después de habello pasado en balsas de carrizo, los caballos a nado, caminó hacia la Sierra Nevada. Informándose de lo que había en aquella provincia, llegó a un valle que hace camino para pasar la Cordillera de la otra banda, y aunque tuvo por plática de los indios ser mejor tierra y más bien poblada que en donde estaba, dejó de ir allá, porque muchas veces semejantes relaciones salen inciertas, y en este caso los indios mienten mucho. E informado que cerca de adonde estaba había unas minas ricas de plata, de donde los naturales sacaban y labraban plata, diciéndole que se las mostrarían, envió al capitán Alderete con diez soldados a pie. Llegados a donde decían que estaban, o fué que se arrepintieron, o fué mentira (que a lo que adelante se vido, lo hicieron por sacar a Valdivia de sus tierras). Alderete se volvió sin hacer más efeto de lo dicho. Luego levantó Valdivia su campo, y perlongando la Cordillera Nevada, atravesando unos montes, vino a dar a un valle bien poblado llamado Marequina. En este valle tuvo nueva de Villagra y que llegaba desde a pocos días allí; que como entró en Chile y tuvo nueva que Valdivia había salido de la Concepción a descubrir lo de adelante, vino en su busca con ocho soldados a la ligera.

Llegó desde a diez días, Valdivia lo rescibió a él y a los que con él venían amorosamente. Después de haber estado allí tres días le mandó volver, y que la gente que había traído la recogiese y viniese con ella a donde él estuviese, porque iba a poblar una ciudad, y que en ella daría de comer a todos los que lo hubiesen merecido; y que en lo que a él tocaba, entendía hacelle mayor señor que lo era el marqués de Astorga, su amo.

Ido Villagra, envió luego al capitán Alderete con cuarenta soldados, todos a caballo, que le descubriese la costa de la mar de el Sur. En este tiempo los indios que ya estaban juntos esperando coyuntura que en su favor fuese para pelear, la hallaron entonces. Como vieron que un capitán había salido con gente y que era la mitad menos, informados por sus espías, vinieron sobre el campo; y si como tuvieron ánimo para intentallo y llegallo hasta allí, lo tuvieran para pelear, se creyó hicieran una buena suerte; mas fueron tan ruines, que siendo descubiertos y tocada arma en el campo, hasta seis soldados que se hallaron prestos a caballo, acudiendo a donde el arma se había dado, y viendo los indios, rompieron con ellos y con tan buena determinación, que el grande miedo que tenían les hizo volver las espaldas sin pelear, tan temerosos, que soltando las armas se echaron a un río desde una barranca alta. Allí se ahogaron muchos, porque como caían unos sobre otros y era raudal, quedando desatinados, se ahogaban. Desde a dos días llegó el capitán Alderete con nueva de haber visto buena tierra y bien poblada en algunas partes. Luego partió Valdivia en busca de algún asiento donde poblar. Yendo caminando llegó a un río mayor que ninguno de los que hasta allí habían visto. Después de informado que a la entrada de la mar era mucho mayor, porque entraban en él otros ríos grandes y porque sobrevinieron algunos temporales de muchas aguas, se detuvo la Pascua de Navidad en su ribera, y desde allí envió Alderete con treinta soldados que viese la disposición de la tierra, el río abajo. Llegó a un valle grande, bien poblado de naturales y cercado entre dos ríos, por cuyo respeto no pudo pasar adelante. Desde allí se volvió y dió aviso a Valdivia que luego partió con su campo. Llegado a aquel valle llamado Guadalauquén, mandó hacer balsas para pasar de la otra banda. Este río no corre furioso, sino manso, por su mucha hondura, y ansí lo pasó sin peligro alguno. En su ribera de la otra parte halló un asiento bueno y muy a propósito para poblar una ciudad, que era la pretensión que Valdivia llevaba. Desde aquel asiento mandó algunos hombres de la mar fuesen con algunas canoas el río abajo hasta la boca de la mar y viesen ni tenía puerto para navíos. Desde a cuatro días vinieron con nueva que tenía buen puerto y tan bueno como lo había en el mundo. Luego Valdivia pobló en aquel mismo lugar donde estaba, y púsole nombre la ciudad de Valdivia. Está poblada en treinta y nueve grados y medio; y porque de él quedase aquella memoria, quiso remedar a los antiguos que tenían aquella orden cuando alguna ciudad poblaban. Luego mandó alzar árbol de justicia, nombré por alcaldes que la administrasen a Francisco de Godoy, natural de Córdoba, y a Nieto de Gaete, de Zalamea natural, en Extremadura; hizo regidores conforme a la costumbre de indios, y dió solares en que hiciesen casas los que allí habían de ser vecinos, y envió a Alderete con cincuenta soldados a ver la tierra de adelante; y porque tuvo nueva que Villagra estaba en el valle de Marequina, ocho leguas de la ciudad de Valdivia que acababa de poblar, no fué personalmente a esta jornada, a lo que él mesmo dijo.

Villagra llegó desde a poco con ciento y treinta soldados, de ellos muchos hijosdalgo y muy nobles, y que a su majestad han servido mucho y muy bien. El capitán Alderete llegó al mismo tiempo con buena nueva de la tierra de adelante. Valdivia mandó apercibir ciento y cincuenta soldados para illa a ver; y porque envió a Alderete a poblar una ciudad en el valle de los Poelches, que es donde le dijeron que estaban las minas de plata, trazando en su pecho, que si era verdad el tiempo las descubriría y se ennoblecería el reino, llevó consigo a Villagra.

En este tiempo algunos soldados quisieron revolver a Valdivia con Villagra, diciendo traía determinado de matallo, que mirase por sí. Estos estaban desgustosos de Villagra de el tiempo que con él anduvieron, y ansí querían sacar, como dicen, la culebra con mano ajena; mas Valdivia despreciándolo todo con su mucho valor y sagacidad, lo trató con el mesmo Villagra, quedando conformes y amigos. Le dió de repartimiento más número de treinta mill indios, diez leguas de la ciudad Imperial, y dejando allí por su teniente al licenciado Altamirano, hombre principal, natural de Huete, se fué a ver lo que Alderete había descubierto. Llegando cuarenta leguas adelante de la ciudad de Valdivia, que había acabado de poblar, halló por delante un gran lago que nacía en la Cordillera Nevada e iba a entrar en la mar del Sur, tan ancho que le pareció era menester hacer bergantines para podello pasar; aunque después acá se ha pasado infinitas veces, los caballos nadando hasta la otra banda, y los españoles metidos en canoas, remando, llevan los caballos de cabestro y ansí lo pasan hoy. Pues Valdivia, poniéndole por nombre el lago de Valdivia, se volvió desde allí, que cierto todo el fin y deseo que tenía era acercarse al estrecho de Magallanes.

Llegado de vuelta a la ciudad de Valdivia, hizo repartimiento de indios en general a todos, rogándoles y pidiéndoles por merced en una oración que hizo el pueblo, respetasen y tuviesen por su capitán al licenciado Altamirano, de cuya prudencia estaba confiado los tendría en justicia, y que él volvería presto a repartilles todos los indios que habían de servir aquella ciudad: que en el entretanto se visitasen todos para no dar cosa que incierta fuese a ninguno. Dejándolos con esta orden se fué a la ciudad Imperial, que era camino para la Concepción, lugar que había escogido para su vivienda, por estar en mitad del reino. Llegado a la Imperial, halló algunos soldados antiguos que estaban quejosos de él, porque en el repartimiento que les había hecho de aquella ciudad no les había dado lo que pretendían. Después de habellos contentado con palabras a unos, y a otros con obras, que todo tenía Valdivia cuando él quería, se fué a la Concepción.




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Capítulo XIV


De cómo se le alzó la tierra a Valdivia y la causa que para ello hubo; y de cómo saliendo a la pacificación le dieron los indios una gran batalla en que lo mataron a él y cuantos con él iban


Después que Pedro de Valdivia hubo poblado la ciudad que de su nombre se llamó Valdivia, vuelto a la Concepción, estuvo allí el invierno, y el verano siguiente se fué a la ciudad de Santiago, dejando dada orden que le hiciesen sus casas con mucho cuidado, grandes y suntuosas, de manera que cuando volviese las hallase acabadas.

Llegado a Santiago, vendió los indios que tenía en su cabeza en aquella ciudad desde que la pobló, a quien más dinero le dió por ellos; pareciéndole que como eran conquistadores no era venta, sino ayuda que les hacía para sustentar el reino. Juntando la mayor suma de pesos de oro que pudo, con ellos y con lo que Alderete juntó de sus indios, envió a España al mesmo Alderete con más de treinta mill pesos, y con orden que le negociase con el rey don Felipe la gobernación por su vida, y título de Señor con perpetuidad de indios: y que después de sus días pudiese nombrar persona que le sucediese en el gobierno.

Despachado Alderete a España, llegó a la ciudad de Santiago don Martín de Avendaño con una compañía de gente y los capitanes Gaspar de Villarroel y Altomirano, cada uno con una compañía de soldados; que el visorrey, don Antonio de Mendoza, que gobernaba el Pirú, entendiendo la necesidad de gente que Valdivia tenía, prestó consentimiento para que de aquel reino la tal gente se sacase, y por supremo en el mando hasta llegar a donde Valdiva estaba, a don Martín de Avendaño: llegados a la ciudad de Santiago, Valdivia los salió a rescebir. Después de haberse visto, y hécholes mucha merced en tratamiento y palabras amigables, desque hubieron descansando, holgándose en aquella ciudad por algunos avisos que tuvo en que le significaban cuan necesaria era su persona en aquella ciudad para el reparo de ella y proveimiento de las demás nuevamente pobladas, se partió. Y llegado que fué a la Concepción, quiso luego pagar al mariscal Alonso de Alvarado lo que por él había hecho cuando con el presidente Gasca hizo sus negocios (por ser don Martín cuñado suyo, casado Alonso de Alvarado con su hermana, persona principal), dándole un repartimiento de indios en la ciudad Rica. Habiendo ido con sus criados a tomar la posesión y ver la disposición de la tierra, habiéndola visto, quisiera que Valdivia le diera más número de indios y en mejor parte, porque algo de ello era en monte, y los soldados que los poseían se quejaban unos a otros, diciendo habían ellos ganado indios y tomado tantos trabajos para que después en remate de ellos los diese Valdivia a don Martín ni a otro ninguno, quitándosolos a ellos: que si era en obligación al mariscal y quería hacer por sus cosas, que le diese de sus haciendas o de los indios que tenía en su cabeza, y no de lo que ellos poseían y habían ganado. Don Martín, como era caballero y oía estas cosas que decían y aun delante de él, pesábale que se les quitasen aquellos indios a los que los tenían para dárselos a él, viendo que los habían merecido y trabajado, y que tenían razón, aunque en número eran más de dos mill indios. Sobre esto volvió a verse con Valdivia y tratar de sus negocios, sobre los cuales se desavinieron. Don Martín le pidió licencia para irse al Pirú; diósela alegremente, porque en aquel tiempo Valdivia, como se vía tan señor, toda cosa despreciaba. Por respeto de don Martín se fueron número de más de treinta soldados que después le hicieron harta falta.

Desde a poco pareciéndole, según era mucha la gente que en la provincia había, era necesario para tenella sujeta hacer algunas casas fuertes y tener en ellas guarnición de soldados, porque si los indios se quisiesen alzar no lo pudiesen hacer tan fácilmente, remedando a los romanos cuando se hicieron señores de España (que por los muchos castillos que hicieron en la provincia se llamó después Castilla), y como hombre que tenía los pensamientos tan altos, pareciéndole que fortuna le era en gran manera favorable, mandó que se aderezasen dos navíos con mucho bastimento y doblados marineros, y rogó a Francisco de Ulloa, caballero natural de Cáceres, que había sido su capitán, los llevase a su cargo y le descubriese el estrecho de Magallanes para tratarse por aquel camino con España y no por el Pirú; porque, demás de no ser mandado por el Audiencia que en el Pirú residía, como escueza tanto en los hombres poderosos ser a otros sujetos, y por tener las mercaderías en extremo más baratas, lo envió a la ciudad de Valdivia, que está de el estrecho de Magallanes docientas y cincuenta leguas de navegación. De allí salió proveído bastantemente de matalotaje y gente. Hízose a la vela desde aquella ciudad, e yendo en su demanda llegó a un estrecho de mar que rompía la Cordillera Nevada y pasaba de la otra banda: entró por ella reconociendo si era el estrecho o no. Pareciéndole había hecho mucho, sin ver la mar de el Norte se volvió con sólo traer razón de haber visto y corrido la costa y reconocer los puertos que tenía, para poder a otro tiempo hacer mejor efeto para lo que adelante se quisiese hacer.

Mandó Valdivia ansí mesmo en este tiempo a Villagra, porque no le quedase cosa alguna por hacer, que con ochenta soldados a caballo fuese de la otra parte de la Cordillera Nevada y le descubriese la mar de el Norte; porque si Francisco de Ulloa, a quien había enviado por la mar, no acertase por aquella vía o por estotra, tuviese razón de ella, y que fuese por la ciudad Rica, que era la mejor entrada que la Cordillera tenía. Decíase que más lo hacía Valdivia por apartallo de sí que no por el descubrimiento; porque como Villagra había traído a Chile docientos hombres, tan principal gente, y le eran amigos otros muchos, quería apartallo y tenerlo lejos de sí.

Yendo Villagra su camino, que no osaba desgustar en cosa alguna a Valdivia, pasó la Cordillera por buen camino. Siguiendo su viaje, llegó a un río grande que hacía unos despeñaderos grandes e iba hondo de tal condición que, siguiendo sus riberas muchas jornadas, y no hallando por dónde podello pasar, topó con un fuerte donde estaban recogidos hasta veinte poelches. Después de habellos llamado de paz, visto que no querían entendelle y se daban poco por lo que les decía, lo mandó combatir, e que se entrase por podellos castigar como a contumaces y malos. Pues yendo hacia él doce soldados disparando algunos arcabuces, los indios se defendieron de tal suerte, que peleando con ellos y con los demás que les fueron de socorro, mataron cuatro soldados; aunque después lo ganaron y se castigaron algunos. Yendo Villagra su camino llegó a un valle bien poblado de indios veinte leguas de Valdivia, llamado Maguey: desde allí se fué a la Concepción, no habiendo hecho más efeto en su jornada.

En este tiempo Valdivia para más sujetar los indios que no se le alzasen, pareciédole que en la comarca de Angol sería bien poblar una ciudad por estar entre la Concepción e Imperial, mandó que los vecinos en cuya comarca estuviesen sus repartimientos fuesen a vivir allí: con esta orden fueron algunos y comenzaron a hacer sus casas. Mandó también algunos hombres pláticos de sacar oro y de conocer la tierra donde se cría, que lo buscasen con yanaconas que lo habían sacado en las minas de Santiago. Estos entraron la tierra adentro y hallaron algunos ríos que lo tenían, en especial entre la Concepción e Imperial: dando tan buena muestra, sacaron en breves días mucho en que había granos tan grandes como nueces y como almendras. Desque le trajeron la muestra de ello mandó a sus criados que con la más gente que pudiesen lo sacasen, y que para ello los señores principales que a él servían lo mandarían a sus súbditos. También en aquel tiempo, junto a la ciudad de la Concepción, se hallaron otras minas muy ricas, que en las unas y otras traía ochocientos indios sacando oro; y para seguridad de los españoles que en las minas andaban, mandó hacer un fuerte, donde pudiesen estar seguros. Estando en esta prosperidad grande, le trajeron una batea grande llena de oro. Es batea un palo redondo, cavado el fondo de él, de manera que viene a quedar como una fuente de plata, ansí grande aunque más honda: con éstas sacan el oro en las Indias. Este oro le sacaron sus indios en breves días. Valdivia habiéndolo visto no dijo más, según me dijeron los que se hallaron presentes, de estas palabras: «Desde agora comienzo a ser señor.» Sin dar gracias al Criador de todo aquello, que cierto no es creedero un hombre dé tan buen entendimiento dejase de dar gracias a Dios, pues de un escudero había levantando tanto que era señor.

En este tiempo los indios, viendo cómo los trabajaban en hacer casas y simenteras con sacar oro, cosas que no estaban a ello vezados, pareciéndoles trabajos grandes y para ellos insufribles, trataron secretamente de se alzar, y después de haberlo tratado y comunicado entre sí, resumidos en que se hiciese, pues sabían cierto que si les decía mal, queriendo volver a servir Valdivia les había de perdonar lo pasado, y que para ello tenían delante el perdón que hizo a los indios de Quiapo y de Quedico, que están en el puerto de el Carnero, cuando mataron los cristianos que desembarcaron en su tierra tres años había. Y fué que Valdivia, estando en la Concepción falto de bastimento, envió al capitán Bautista de Pastene, natural de Génova, con dos navíos que los cargase de maíz por la costa en las partes o parte que le pareciese. Llegado a este puerto de el Carnero, echó veinte soldados en tierra para ver si tenían las casas comarcanas a la mar algún maíz que poder embarcar. Los indios, queriendo defender sus haciendas, se juntaron en un momento mucho número de ellos con sus armas y vinieron sobre los cristianos, los cuales comenzaron a pelear tirándoles arcabuzazos, y los indios muchas flechas. Fuéronse encendiendo en tanta manera, que se vinieron a revolver unos con otros a las manos; y como venían más y más indios, los que peleaban, acrecentando ánimo, apretaban a los cristianos de tal manera, que le convino al capitán Bautista, con ánimo de ginovés de que tanto abonda aquella nación belicosa en cosas navales, acudir en su favor y retirallos. Con harto trabajo los hizo embarcar, quedando muertos seis soldados. Que es esto lo que los indios decían que Valdivia les había perdonado.

Para hacer lo arriba dicho, tomó la mano la provincia de Tucapel, que es la gente más belicosa de todos ellos. Estos un día acordaron de matar la guarnición de cristianos que en la casa fuerte tenían, y para hacello se determinaron, cargados de yerba como otras veces habían ido, llevar sus armas secretas entre ella metidas, y que con este ardid descuidarían a los cristianos y entenderían que iban a servir como de ordinario lo hacían; y dentro en el fuerte, echando la yerba, tomarían las armas, y que ansí los matarían repentinamente. En el fuerte estaban seis soldados bien aderezados de armas, caballos y con cuidado, porque entendiendo que los indios traían trato de alzarse, el que estaba por capitán, que era un soldado antiguo llamado Martín de Ariza, mandó prender los señores prencipales de aquella comarca en quien tenían más sospecha y ponellos en prisiones: era Martín de Ariza vizcaíno de nación. Los indios, viendo a sus caciques presos, diéronse más priesa a poner en efeto lo concertado; y un día, luego después de haberse conformado, vinieron cargados de yerba: los cristianos los dejaron entrar, como siempre lo hacían, dentro del fuerte. Echando la yerba en tierra, tomaron las armas y arremeten a los cristianos, que, aunque no estaban bien aderezados, con sus espadas y dargas se defendieron por estar todos juntos y ser el lugar estrecho; y también los indios no eran más de hasta ciento, por venir más disimulados: echáronlos fuera a cuchilladas, dejando algunos muertos, y ellos también heridos.

Como los indios vieron descubierta su rebelión, juntáronse con otros muchos que venían detrás de ellos a ver cómo les sucedía, y esperaron a los cristianos fuera en el campo. El capitán Martín de Ariza salió a ellos con otros tres soldados a caballo y los desbarató muchas veces, quedando ellos tan mal heridos que luego dieron orden cómo irse antes que los indios viniesen de propósito a ponelles cerco, no esperando socorro tan breve; aunque Valdivia le había escrito que sería con él tal día señalado, no lo quiso llegar a prueba de si sería ansí o no, no queriendo poner su vida en condición de perderse. Y ansí no pudiendo sufrillo en su ánimo, aquella noche desamparó el fuerte y con una barreta de hierro mató los caciques que tenía en prisión. Desde allí se fué a la casa de Puren, que era otro fuerte y estaba de allí ocho leguas. A los que estaban en su defensa dió aviso de lo que le había acaecido en Tucapel para que estuviesen recatados de allí adelante.

En estos mismos días, Valdivia salió de la Concepción con cuarenta soldados, los más de ellos capitanes, muy en orden; no llevó más número de gente porque en aquel tiempo eran los indios tenidos en poco, como gente que no sabía pelear ni aun tenían ánimo para ello; mas después que conocieron los caballos y trataron a los cristianos, supieron defender sus tierras. Valdivia fué al asiento de minas donde sacaban el oro, dejando reparado aquel sitio y dado orden que un vecino de la Concepción llamado Diego Díaz, natural de Sanlúcar, pusiese en defensa todo lo que entendiese que para buena seguridad convenía. Atravesó de allí y se fué a Arauco, donde tenía otra casa fuerte. Siendo allí informado de lo de Tucapel, partió luego con treinta y seis soldados; no llevó más porque había escrito a la ciudad Imperial que para tal día se juntasen con él en la casa de Tucapel veinte hombres principales, y de su letra todos señalados, que si quisiera llevar mucha gente, en el reino tenía mucha con que pudiera ir al seguro; mas cuando las cosas están ordenadas por el Divino juez, no se puede ir contra ellas, y ansí es de entender que quiso a Valdivia castigallo por sus culpas y vivienda pública dando mal ejemplo a todos con una mujer de Castilla siempre amancebado. Dejados estos secretos para el juez justo que lo sabe, él fué camino de Tucapel, confiado en su ventura y buenos sucesos; los indios, como tuvieron plática de su venida se juntaron grandísimo número de ellos como a cosa que tanto les iba, y hechos grandes escuadrones fueron sobre el fuerte de Tucapel y lo quemaron. Estando todos juntos tratando qué orden tendrían para pelear con Valdivia, se levantó de entre ellos un yanacona llamado Alonso, que había sido criado de Valdivia y le había servido de mozo de caballos, y les dijo, le escuchasen, que les quería hablar y decir cosas que les convenía. Estando atentos a lo que decía, en voz alta les comenzó a decir que los cristrianos eran mortales como ellos y los caballos también, y se cansaban cuando hacía calor más que en otro tiempo alguno; que si ellos querían pelear bien no dudasen sino que los desbaratarían, y echarían de sí el yugo de servidumbre tan áspero, y que entendiesen que no era nada lo que al presente servían y trabajaban en comparación de lo mucho que habían de trabajar ellos y sus hijos y mujeres; que quisiesen más como hombres morir una muerte noble defendiendo sus casas, que no vivir siempre muriendo, y que si querían estar por lo que él les dijese, que les daría orden cómo habían de pelear y de lo que habían de hacer para desbaratallos. Los indios principales, que son entre ellos los señores, le dijeron que en todo guardarían cualquier preceto de guerra que les diese. Luego les mandó que en una loma rasa que había cerca de la casa fuerte de Tucapel, el río enmedio, allí se juntasen y le esperasen dejándole llegar sin mostrársele hasta que estuviese con ellos; y entonces tomando las armas le defendiesen el camino poniéndosele delante un escuadrón, y que los demás escuadrones estuviesen a la mira esperando el suceso de aquel que peleaba: y que cuando aquél se viese rompido, se echase a las laderas, que era en donde los caballos no podían ser bien manejados, y saliese luego otro escuadrón a pelear y tras de aquél otro: que Valdivia no pensasen que era más de un hombre como los demás, y que aunque quisiese pasar adelante no lo osarían hacer sin desbaratarlos primero, de temor que perderían la ropa que llevaban que era para los cristianos grande afrenta; y demás de lo dicho, se había de poner un otro escuadrón junto al río por donde habían de pasar, que también los tendría suspensos viendo tanta gente delante: y que estando los caballos muy sudados, de que él tenía plática, arremeterían cerrados en su escuadrón con los cristianos, el cual tiempo y aviso él lo daría en voz alta que lo entendiesen todos; y que con esta orden no dudasen sino que los desbaratarían; mas que era menester para buen efeto dar aviso a todos los indios de la comarca que como viesen a Valdivia ir caminando que viniesen tras él a tomarle los pasos por donde había de volver desbaratado. Los indios lo hicieron ansí y despacharon mensajeros por toda la provincia que acudiesen con sus armas tras de Valdivia, y en pasando tomasen luego el paso; y ansí en todas las partes que era paso dificultoso lo fortificaban con gente, dándoles por aviso que en viendo un humo que en tal parte se haría, entenderían por él que estaban peleando.

Con esta orden que les dió este yanacona, que no debía de ser sino demonio contrario y enemigo a la próspera fortuna que Valdivia había tenido, quedaron tan animados los indios con la oración que les hizo este demonio, que puestos en sus escuadrones más número de cincuenta mill indios y más, a lo que después se supo, fueron a el lugar que les estaba señalado, siendo el camino aquel por donde Valdivia venía.

Envió cuatro corredores delante que le descubriesen el campo y camino. Ellos se adelantaron tanto, que sin entendello Valdivia ni oillo, por la mala orden que llevaron en su caminar, no como hombres pláticos de guerra, cayeron en una emboscada. Llegados a ella los dejaron entrar, y luego que se les mostraron, como los tenían en medio cercados por todas partes, los hicieron pedazos, y al uno de ellos cortaron el brazo y se lo echaron a Valdivia en el camino por donde había de pasar, con su manga de jubón y camisa. El cual llegado allí, visto el brazo un yanacona que había criado y era ya hombre, llamado Agustinillo, le dijo muchas veces que se volviese y mirase que llevaba poca gente; porque este yanacona entendía la lengua de aquellos indios mejor que otro alguno, diciéndole: «Señor, acuérdate de la noche que peleaste en Andalien.» Mas Valdivia, como era hombre de grande ánimo, lo despreció todo.

Yendo adelante llegó a vista de la casa fuerte de Tucapel, que desamparó. Martín de Ariza, siendo aquél el día que le había avisado sería allí con él. Vídola estar humeando, que aún no era acabada de quemar. Dende a poco llegó donde los indios estaban encubiertos con unos pajonales grandes, porque no los viesen hasta llegar a ellos. Allí se le mostraron todos con grandísimo alarido y sonido de muchas cornetas, puestos los escuadrones a manera de batalla. Valdivia recogió su gente a un altillo parando en él el bagaje; repartió los soldados en tres cuadrillas, y mandó a la una que rompiese con los indios, los cuales, cerrados, con sus caballos puestos en ala, rompieron y anduvieron peleando, hiriendo y matando indios y rescibiendo muchas heridas. Los demás escuadrones se estaban quedos guardando la orden que les estaba dada, y después de haberse cansado el escuadrón que peleaba, se retiró a una ladera, y salió otro escuadrón a pelear con la misma orden que el primero, al cual mandó Valdivia saliese otra cuadrilla: salieron y pelearon mucho. Viendo que no podía hacer el efeto que deseaba, dejando por guarda de el bagaje diez hombres, rompió él mesmo con veinte y seis buenos soldados que le quedaban, que cierto Valdivia era buen soldado y de buena determinación, con grande ánimo. Después de haber peleado y echado los indios por las laderas, viendo que no los podía acabar de romper, y que otros escuadrones venían de nuevo, y los indios con quien peleaban se animaban más y volvían a pelear, y que tanta gente por momentos se descubría, arremetió con todos los que con él estaban y peleó hasta que le mataron tres hombres. Entonces mandó tocar a recoger las trompetas. Juntos todos les dijo: «Caballeros, ¿qué haremos?« El capitán Altamirano, natural de Medellín, hombre bravo y arrebatado, le respondió. «¡Qué quiere vuestra señoría que hagamos sino que peleemos y muramos!» Aunque Valdivia conocía su perdición, y vía que si perseveraba todos se habían de perder, como los vido tan animosos volvió a romper. Viendo que le iba peor, acordó retirarse dejándoles el bagaje en las manos: entendiendo que por respeto de roballo, ocupados cada uno por haber su parte, se podría él salvar sin que le siguiesen los enemigos. Como tenía plática de guerra parecióle que estaba en razón lo que decía: mas los indios con la orden que el yanacona Alonso en aquel punto les dió, mandándoles que todos juntos cerrasen con los cristianos, porque ya los caballos estaban cansados con el calor grande que hacía, y que todos estaban heridos, con brevedad los desbaratarían y tomarían a las manos: que no les diese lugar se alentasen. Esto les dijo en voz alta que todos lo oyeron y entendieron. Con aquella orden arremetieron a los cristianos con brava determinación, donde después de haber muerto infinito número de indios, y ser algunos de ellos muy heridos y otros muertos, no pudiendo sufrir el ímpetu de aquellos bárbaros volvieron las espaldas por el camino que habían traído creyendo que pudieran llegar a Arauco; mas no le sucedió a Valdivia como él pensaba, porque los indios le habían tomado todos los pasos por donde habían de volver y las ciénagas que habían de pasar, que donde quiera que llegaba lo hallaba cerrado y puestos los indios a la defensa; y si dejaban el camino y se apartaban dél era peor, porque los caballos, como iban cansados, los indios que los seguían, viéndolos embarazados buscando caminos, los alcanzaban cobrando más ánimo del que llevaban, los derribaban de los caballos a lanzadas; porque los indios que habían peleado, aunque les dejó el bagaje, no se ocuparon en él, mas de dejar algunos principales con orden que lo guardasen y recogiesen el servicio que los cristianos traían; y los más ligeros fueron siguiendo el alcance por la orden arriba dicha, los iban alcanzando y matando. Valdivia, como llevaba tan buen caballo, pudo pasar algo más adelante, siguiéndole un capellán que consigo traía, clérigo llamado el padre Pozo. Llegado a una ciénaga, atolló el caballo con él. Acudieron los indios que la estaban guardando, y como estaba en aquella necesidad fatigado, lo derribaron de el caballo a lanzadas y golpes de macanas. Teniéndolo en su poder lo desarmaron y desnudaron en carnes, y ataron las manos con unos bejucos, y ansí atado lo llevaron a pie casi media legua sin quitalle la celada borgoñona que llevaba, que aunque lo probaron muchas veces no acertaron a quitársela; y como era hombre gordo y no podía andar tanto como querían, llevábanlo algunas veces arrastrando, diciéndole muchos vituperios y burlando de él hasta un bebedero, donde llegados con él se juntaron todos los indios y repartieron toda la ropa y despojo por su orden entre los señores, y al yanacona Alonso, que después se llamó Lautaro, y salió en ser belicoso más que indio, porque les dió la orden de pelear, le dieron la parte que él quiso tomar. Allí le trajeron a Valdivia su yanacona Agustinillo, el cual le quitó la celada. Viéndose con lengua les comenzó a hablar, diciéndoles que les sacaría los cristianos de el reino y despoblaría las ciudades y daría dos mill ovejas si le daban la vida. Los indios, para dalle a entender que no querían concierto alguno, le hicieron al yanacona pedazos delante de él. Viendo el padre Pozo que no aprovechaban amonestaciones con aquellos bárbaros, hizo de dos pajas que par de sí halló una cruz, y persuadiéndole a bien morir, diciéndole muchas cosas de buen cristiano, pidiendo a Dios misericordia de sus culpas. Mientras en esto estaban, hicieron los indios un fuego delante de él, y con una cáscara de almejas de la mar, que ellos llaman pello en su lengua, le cortaron los lagartos de los brazos desde el codo a la muñeca; teniendo espadas, dagas y cuchillos con que podello hacer, no quisieron por dalle mayor martirio, y los comieron asados en su presencia. Hechos otros muchos vituperios lo mataron a él y al capellán, y la cabeza pusieron en una lanza juntamente con las demás de los cristianos, que no les escapó ninguno.

Este fué el fin que tuvo Pedro de Valdivia, hombre valeroso y bien afortunado hasta aquel punto. ¡Grandes secretos de Dios que debe considerar el cristiano! Un hombre como éste, tan obedecido, tan temido, tan señor y respetado, morir una muerte tan cruel a manos de bárbaros. Por donde cada cristiano ha de entender que aquel estado que Dios le da es el mejor; y si no le levanta más es para más bien suyo, porque muchas veces vemos procurar los hombres ambiciosos cargos grandes por muchas maneras y rodeos, haciendo ancha la conciencia para alcanzarlos; y es Dios servido que después de habellos alcanzado los vengan a perder con ignominia y gran castigo hecho en sus personas, como a Valdivia le acaeció cuando tomó el oro en el navío y se fué con él al Pirú, que fué Dios servido y permitió que por aquel camino que quiso ser señor, por aquel perdiese la vida y estado.

Era Valdivia, cuando murió, de edad de cincuenta y seis años, natural de un lugar de Extremadura pequeño, llamado Castuera, hombre de buena estatura, de rostro alegre, la cabeza grande conforme al cuerpo, que se había hecho gordo, espaldudo, ancho de pecho, hombre de buen entendimiento, aunque de palabras no bien limadas, liberal, y hacía mercedes graciosamente. Después que fué señor rescebía gran contento en dar lo que tenía: era generoso en todas sus cosas, amigo de andar bien vestido y lustroso, y de los hombres que lo andaban, y de comer y beber bien; afable y humano con todos; mas tenía dos cosas con que oscurecía todas estas virtudes: que aborrecía a los hombres nobles, y de ordinario estaba amancebado con una mujer española, a lo cual fué dado.

El cómo murió y de la manera que dicho tengo, yo me informé de un principal y señor del valle de Chile en Santiago, que se llamaba don Alonso y servía a Valdivia de guardarropa, que hablaba en lengua española, y de mucha razón, que estuvo presente a todo, y escapó en hábito de indio de guerra sin ser conocido, y aquella noche llegó a la casa fuerte de Arauco y dió nueva de todo lo sucedido a los que en ella estaban, los cuales se fueron a la Concepción, que estaba de allí nueve leguas, antes que los indios les cerrasen el camino.



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