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Era rector al cerrarse el colegio el P. Francisco Romero o el P. Francisco Javier Gomez. Los rectores que hemos conocido en Seminario de Caciques son: el P. Nicolás Deodati, desde 1700; P. Antonio Hevia, que era en 1713; P. Juan Lasso de la Vega, en 1716; P. Antonio de Hevia, en 1718; P. Bernardo Bel, en 1722; P. Francisco Romero, en 1722 y 1723; P. Francisco Javier Gomez, 1723.

 

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Los estudios duraban, por término medio, ocho años. Por ciertas noticias que hemos visto en algunos documentos de ese tiempo, parece que se enseñaban a los caciquitos algunas artes y oficios manuales, como dibujo, pintura, sastrería, zapatería, etc., etc.

Nos interesaba sobre manera conocer el número de estudiantes que pasaron por el colegio de araucanos, pero resultaron infructuosas nuestras indagaciones. En una lista agregada a los de los jesuitas desterrados de Chile, hallamos los siguientes nombres de caciquitos, estudiantes por siete años en el colegio: Matías Catilibí, hijo del cacique Rainancú, de Tolten; Juan Álvarez, de Quenpú; Martín Paillahuen, de Boroa; Ignacio Llonco, hijo de Cayuquen de Boroa; Nicolás Bello, hijo de Alonso, de Imperial; Nicolás Álvarez, hijo de Diego, de Cholchol; Juan Duquihuala, hijo de Duvuhuala, de Imperial; Martín Palan, hijo de Juan, de Tolten; José Montecino, hijo de Vaipihuenu, de Dogelle; Juan Culchalebí, hijo de Paillalebí, de Malloco; Francisco Mora, hijo de Francisco, de Boroa; Ignacio Álvarez, hijo de Calbuñancu, de Boroa. -(Archivo del Arzobispado de Santiago, Vol. 65, pág. 284).

 

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Carta de Felipe V, del 30 de enero de 1701.

 

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Nada de especial hemos encontrado acerca del terremoto de 1730, que produjo en Chillán graves perjuicios, según lo dicen algunos cronistas, pero sin especificar nada. Era corregidor don Juan Meléndez de Guzmán el año 1730, pero no conocemos su actuación durante la catástrofe.

 

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Con ocasión de este recurso a Santiago se formó un expediente con los antecedentes necesarios para imponer al gobierno de los males cuyo remedio se solicitaba. Por desgracia ese expediente se ha perdido hace no muchos años.

El corregidor Soto y Aguilar era hijo del fundador de la familia de este apellido en el sur de Chile. Don Bernardo nació en Madrid el 1.º de noviembre de 1618, y murió en Concepción el 3 de julio de 1602, dejando numerosa descendencia, algunas de cuyas ramas se desarrollaron en Chillán. La familia dura aún, conservando su apellido y las honrosas tradiciones de sus antepasados entre los cuales hubo muchos importantes eclesiásticos, distinguidos militares y empleados públicos. El segundo cura de Coihueco, don Gabriel Soto Aguilar, muerto hace pocos años, era descendiente directo de don Bernardo.

 

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Son escasísimas las noticias que los cronistas coloniales dan acerca de lo que pasó en Chillán por el terremoto y por la traslación de la ciudad en 1751; y los historiadores modernos no son más abundantes. De los cronistas, Carvallo Goyeneche, Olivares y Pérez Garcia hablan del suceso; y de los moderno, Gay y Barros Arana repiten casi lo de los antiguos; entre todos esos escritores no alcanzan a llenar una página al narrar acontecimientos tan importantes. Nos ha tocado a nosotros la suerte de desenterrar documentos originales, inéditos, con los cuales escribiremos algunas páginas interesantes para los hijos de Chillán, sobre la destrucción de esta ciudad y su traslación o refundación en 1751. -Las fuentes que aprovechamos están en la Biblioteca Nacional, en los volúmenes 983 y 1015 de Capitanía. Vol. 94 del Archivo de los Jesuitas y 1206 de Real Audiencia. A estas fuentes pertenece lo que citemos o transcribamos, siempre que no indiquemos otra procedencia.

 

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Claudio Gay, Historia de Chile, vol. 4.º, pág. 19.

 

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Carvallo Goyeneche, historiador, Vol. 9, pág. 282.

Este cronista es muy digno de ser creído: era militar y recorrió muchas veces la región y habla en su libro de personas que conoció en la misma ciudad, desde 1744.

 

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Carta del cura párroco Dr. Dn. Simón de Mandiola al presidente Dn. Domingo Ortiz de Rozas, de 29 de junio de 1751.

 

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Este hecho del «sudor de la imagen de la Virgen del Rosario» está perfectamente comprobado: pasó en público, ante numerosísimos testigos. Hablaremos de él en el siguiente capítulo, en donde saldrán las pruebas necesarias. Y en cuanto a valor científico, digamos así, de la afirmación del cura Mandiola, ya diremos también, páginas más adelante, de cuanta valía era su persona bajo el aspecto de ilustración y recto juicio.

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