11
La aparición de la Virgen al Apóstol Santiago en Zaragoza se pone comúnmente en el año 38 de esta Nuestra Era Vulgar; y la concesión del Oficio y Misa propia se dio el 7 de agosto de 1723, es decir, a los 1683 años de su aparición. La Traslación de la Santa Casa de Loreto aconteció el afeo de 1294, el día 10 de diciembre, desde Tersatz en Dalmacia en la costa del mar Adriático. La concesión del Oficio, en cuya sexta lección inserta fuerunt nonnulla verba ad praedictam Translationem pertinentia fueron añadidas algunas palabras relativas a la Traslación, lleva la fecha de 16 de septiembre de 1699, es decir, a los 405 años después. De Beatif. et Canoniz. Lib. IV, part. II, c. 8, cap. 10, núm. 11.
12
Según el Calendario del más Antiguo Galván estos pueblos son: de Ixtacalco, de San Juan Nexticpac, de Atzcapotzalco, de Ixtapalápam, de San Felipito, de la Ladrillera, de la Magdalena, de Santa María Natívitas, de San Juan de Aragón y de la Resurrección.
13
Todos admitimos que los milagros son la voz de Dios, y que Dios, siendo como es Autor y Fuente de verdad y de bondad, no puede confirmar con un milagro una cosa que sea falsa. Hace Dios milagros, según enseña Santo Tomás, para manifestar alguna cosa sobrenatural en provecho de los hombres, y en este caso los milagros, llámanse signos, porque precisamente significan la verdad de aquella cosa sobrenatural; «miracula fiunt ad manifestandum aliquid supernaturale, ad hominum utilitatem, et secundum hoc communiter dicuntur signa». (2.ª 2.ae Q. 178. a. 1 ad 3). Estos casos sobrenaturales confirmados con milagros son, por ejemplo, la doctrina de la Iglesia, la santidad de algunas personas que Dios quiere proponer como modelo de virtud, la gloria de los Santos, señaladamente al patrocinio poderoso de su Santísima Madre, sea cuando fuere invocada, sea cuando se manifestare en las Apariciones.
Pero, a fin de que los milagros sean una confirmación en todos estos casos, preciso es que se verifiquen algunas indispensables condiciones que muy por extenso expone Benedicto XIV en su obra (De Beatif. et Canonizat., Lib. III, cap. V, n. 10-18. Lib. IV, Par. 1, Cap. IV). Damos un resumen, sirviéndonos del ejemplo que se propone en la obra citada.
1.º Cuando se introduce en la Congregación de Ritos la causa de la beatificación de un Siervo de Dios, la Sede Apostólica exige que a más de otras pruebas, se aleguen algunos milagros obrados después de muerto, para que conste con toda certeza que el siervo de Dios pasó de esta vida en estado de gracia y santidad.
2.º Mas a fin de que conste que estos milagros confirman directa e inmediatamente la santidad de dicho Siervo de Dios, debe probarse que fueron obrados por su intercesión.
3.º Esta intercesión, que fue causa moral del milagro, se prueba por la invocación; a saber, si a la invocación del Siervo de Dios el Señor restituye instantáneamente la salud a un moribundo, este milagro directa e infaliblemente manifiesta y demuestra la santidad del que fue invocado. Porque siendo el milagro obra inmediata y exclusiva de Dios, y no pudiendo Dios con su autoridad confirmar una falsedad, se sigue que es imposible no ser verdadera una cosa o un hecho que fue confirmado o atestiguado por Dios con un milagro: «impossibile est rem illam non esse veram, in cuius veritatis attestationem fit miraculum, id est, ad quam demostrandam esse veram fal miraculum».
4.º La invocación, ya fuere hecha por el mismo enfermo, o bien por otros para la salud del enfermo, en todo caso queda probada con solo el testimonio del que invocó, invocado solo dicto invocantis comprobata dicenda est. Puede también probarse, si el que invocó ya no existe, por dos testigos que afirmen haber oído al que invocaba la intercesión de tal Siervo de Dios; y a falta de testigos, pruébase la invocación o por las tablitas votivas (exvoto) puestas en el Altar del Beato, o por el cumplimiento de algún voto. Verificadas estas condiciones, queda demostrada la conexión del milagro con la santidad del Siervo de Dios, cuya intercesión fue invocada.
5.º Por lo que toca a la realidad del milagro en sí mismo, su existencia se demuestra por el testimonio de dos testigos de vista, que afirmen la verdad de los dos extremos: «testimonium reddant de duobus extremis»; a saber, de la muerte y de la resurrección; del estado desesperado del enfermo, desahuciado ya por los médicos, y de la instantánea recuperación de la perfecta salud.
6.º Estos principios, según enseña Benedicto XIV en la obra citada (Lib. IV, Part. 2, cap. 7) se aplican a las Apariciones de la Virgen o de los Santos cuya Fiesta u Oficio se pida a la Sede Apostólica. Se comprende que en estos casos, los milagros no demuestran directamente la santidad ya conocida de la Virgen o de los Santos, sino la verdad de aquella manifestación sobrenatural y extraordinaria, que llamamos Aparición.
Véase lo que sobre este punto se trató por extenso en el Compendio histórico-crítico, impreso en Guadalajara en 1884. § XVI, págs. 226-234; en donde se demostró esta proposición: «Si invocando a la Virgen del Tepeyac, Dios hace un milagro, es imposible que la Aparición sea falsa».
Se dirá tal vez: en estos casos, prescindiendo de si la Virgen apareció o no en el Tepeyac, Dios hace milagros en confirmación de la excelsa santidad y del poderoso patrocinio de su Santísima Madre.
Se responde: no puede decirse que en estos casos Dios prescinda de si fue verdadera o falsa la Aparición; porque la misma luz de la razón nos dice y la autoridad de los Teólogos y Doctores de la Iglesia lo confirman, que no puede Dios confirmar con milagros un hecho en que con la verdad esté mezclada la falsedad; y que por consiguiente nunca hace Dios milagro alguno en tales circunstancias que pudieran tomarse por los hombres como confirmación de una cosa falsa. Véase lo dicho en el compendio citado; especialmente lo que escribió Benedicto XIV (De Beatif. et Canoniz., Lib. IV, part. 1, Cap. 4, n. 2-5) y el P. Suárez (Opp. Tomo XIX, Disput. 31, Sect. 2).
14
«Del costo de la obra se escribió con variedad: quien dice que fue de cuatrocientos veinte y dos mil pesos, quien que pasó de cuatrocientos setenta y cinco mil, quien la hace montar a ochocientos mil: lo que consta es que fue toda erigida de limosna». Diccionario Universal de Historia y Geografía, México, Tomo II, pág. 357. Véase lo que arriba se dijo sobre este asunto en la pág. 409, Libro I, cap. 21, núm. 3, en donde se dijo que el Sr. Carrillo y Pérez, bien informado escribió: «su costo pasa de ochocientos mil pesos fuertes, sin enumerar en esto los materiales, conducciones y operarios continuos sin estipendio, etc.».
15
Véanse las cláusulas más interesantes del texto latino:
«Ea propte Nos Altare hujusmodi ab Archiepiscopo Mexicano jam designatum, iterum approbamus, et confirmamus: et quatenus opus sit, de novo concedimus, et elargimur...» |
16
Sobre los pormenores de la vida de este célebre pintor; he aquí los datos que nos da el Lic. Couto en el Opúsculo mencionado:
(Págs. 79 y 121). |
17
Las dos preguntas que hizo Bartolache a los pintores y que, como se dijo, no eran importantes para el caso, rezan así:
El mismo Bartolache puso en su Opúsculo una lámina, la cual, junto con la planta iczotl o palma silvestre de que se sacó la materia del ayate o tilma de Juan Diego, representa «el tamaño y figura del rasgo que le pareció al maestro D. Miguel Cabrera ser un misterioso número 8 en Nuestra Santa Imagen Guadalupana».
A decir verdad, aquel rasgo que a los pies de la túnica hace la vena de las flores de oro que la adornan, si en la parte inferior representa perfectamente dicho número, no lo representa empero en la parte superior por estar abierta; y a lo más pudiera decirse que aquel rasgo se parece a un número ocho mal escrito.
Vamos a cuentas: si Cabrera, no como pintor, sino como un sencillo devoto del Misterio de la Inmaculada Concepción, Misterio que la misma Imagen celestial representa, creyó ver en aquel rasgo «un misterioso número 8». ¿qué tiene que ver en ello el Dr. Bartolache? Esto es lo que decían los antiguos nodum in scirpo quaerere, buscar nudos en el junco: esto es encono, inquina mal disimulada y nada más.
Juzgue el lector: Cabrera, tratando en el cap. VIII del Diseño de la milagrosa Imagen de Nuestra señora de Guadalupe, escribe: «Del dorado de la túnica... ya dijimos el extraño de su dibujo: sobre el pie derecho, a poca distancia, en el cañón (doblez en los vestidos) principal, que descansa sobre él, en una quiebra que hace, tiene un número ocho, índice a mi ver con que nos acuerda que la portentosa y primera Aparición fue dentro de la Octava de su Concepción Purísima, de cuyo Misterio es la más fiel y ajustada copia; si no es que diga que este número nos quiere decir que es la Octava Maravilla del Mundo».
¿Y qué hubiera dicho don Bartolache si hubiese leído lo que el Lic. Veytia sobre este número ocho escribió en sus Baluartes de México? Hablando de la Virgen de Guadalupe, escribe que el 15 de abril de 1752 pudo examinar de cerca la prodigiosa Imagen en la ocasión «de haber sido nombrados D. José de Ibarra y D. Miguel Cabrera, que eran los mejores y los más afamados de la ciudad, para hacer el reconocimiento y sacar las copias de la Santa Imagen. Vi yo mismo, toqué y advertí todas las circunstancias de la Santa Imagen que referiré... Últimamente, después de hechas estas especulaciones muy despacio, hallé otra particularidad, hasta ahora no advertidas de otro alguno; y es que al lado derecho, pero más abajo de la rodilla, tiene en la túnica un número ocho perfectamente figurado, como si fuese hecho con tinta y pluma gruesa, cuya particularidad, hice advertir al Sr. Abad y a los pintores, que todos la vieron y convinieron éstos un ánimes en que era misterioso, porque a nada contribuye en la pintura».
Adviértase que lo del número ocho perfectamente figurado no debe entenderse según las reglas de caligrafía, sino según acostumbraban escribir en aquellos tiempos: como pudiera probarse con escritos antiguos.
18
Ahí tiene el lector otra prueba del sistema fraudulento de Bartolache. Pues: si la pintura de Rafael Gutiérrez, se sujetó en todo y por todo al original, sin aparejo alguno, luego el original no tenía ni tiene aparejo, como lo afirmaron los catorce pintores, ya mencionados. Y entonces ¿por qué negarlo? Y si oyó a sus cinco pintores afirmar que el original tiene aparejo suficiente, ¿cómo es que encargó a Gutiérrez la pintura sin aparejo alguno? ¡Bartolache! ¡Bartolache!
19
Biografía del benemérito mexicano D. Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, escrita por José Eleuterio González... Monterrey 1876. Es un Opúsculo en 4.º menor de 366 páginas. Si se exceptúan unas cuantas páginas, añadidas al principio y al fin, el Opúsculo se compone de lo que el Dr. Mier dejó escrito en su Apología y en la Relación de lo que le sucedió en Europa desde Julio de 1797 a Octubre de 1805. El mismo Mier nos hace saber que escribió estos dos Opúsculos por los años de 1817 a 1820. Reprodujo también en este tiempo la Correspondencia literaria que muchos años antes, por el de 1797, había tenido con Juan Bautista Muñoz. (Pág. 338). Esta correspondencia literaria se reduce a seis cartas que desde Burgos el Dr. Mier escribió al citado autor y fueron impresas en México en la imprenta del «Porvenir» en 1875 y en la citada Colección de Documentos. También de estas cartas nos vamos a ocupar.
20
Como señal de la indignación de la ciudad pueden ser las sátiras muy llenas de sal que en contra de Mier circularon por aquellos días. El Dr. D. José M. Sáinz Herosa, Doctoral que fue de la Colegiata de Guadalupe y que murió siendo Doctoral de la Catedral de Puebla de los Ángeles, reunió en cinco volúmenes los sermones más selectos que se predicaron en honor de la Virgen de Guadalupe y las copias de unos documentos pertenecientes a la Historia Guadalupana. Entre estos hállanse once sátiras, muy bien sazonadas, contra el P. Mier. De estos cinco volúmenes el distinguido literato D. Rafael Delgado, sobrino de dicho Canónigo, hizo un obsequio al Ilmo. obispo de Cuernavaca D. Fortino H. Vera.
No podemos menos de dar por muestra de estas sátiras una que es como sigue: