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A pesar del origen portugués de este segundo apellido, Beristain lo escribió casi siempre con Z: con esta letra se ve en su Biblioteca, en algunas de sus obras y en cuantos autógrafos suyos hemos tenido a mano; sin embargo, en el Sermón de 1797, se firmó Sosa, españolizándolo.

Lo más curioso es que Beristain usó en los primeros años de su carrera literaria, por lo menos hasta 1794, como segundo apellido el de su madre, la señora Romero, que abandonó más tarde por el de Souza, que llevaba su padre.

Conviene también recordar en esta materia que en la Oración fúnebre de 1786 escribió Veriztain por Beristain.

 

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En la autobiografía de su Biblioteca, Beristain no expresó el nombre de sus padres, habiéndose limitado a consignar la fecha y el lugar de su nacimiento. Con todo, en aquella obra, al hablar del P. Manuel Mariano Iturriaga, Beristain mencionó por incidencia el nombre de su madre, pero que, sin duda, por un error de imprenta, resultó equivocado.

Ninguna noticia hemos podido adquirir de los demás miembros de la familia de Beristain si es que los hubo. Probablemente sería deudo suyo don Francisco Javier Beristain y Dávila, que fue hijo de don Juan Beristain y de doña Ana Hilaria Dávila, nacido en Tehuacán en 1754, graduado de licenciado en teología, y que falleció sirviendo el cargo de prebendado de la Colegiata de Guadalupe el 12 de enero de 1808. Véase su Relación de méritos descrita bajo el n. 1389 de nuestra Imprenta en Puebla, el Diario de México de 12 de febrero de 1808, y Andrade, Capitulares de Guadalupe, p. 72.

 

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Agradecido Beristain a los favores que recibiera de Pérez Calama, en el artículo que le dedicó en su Biblioteca, estampó lo que sigue:

«La gratitud de discípulo suyo me obliga á publicar aquí que el señor Calama fué un genio benéfico al progreso y buen gusto de los estudios, que fomentó con indecible actividad en el Seminario Palafoxiano de la Puebla de los Angeles, como instrumento y ministro del inmortal prelado de aquella Iglesia y de la de Valencia, el Excmo. Sr. Fuero: que trabajó infatigablemente por la mejor instrucción de la juventud allí, en Michoacán y en Quito; que aunque la extraordinaria viveza de su genio no le dejaba madurar siempre sus producciones, fué feliz en concebir las mejores y más sublimes ideas: en fin, que debo mi suerte al singular amor que me profesó en mis tiernos años».

Del otro de sus maestros -el que le enseñó a escribir-, que recuerda en ese libro, y a quien hemos nombrado, don José Dimas Cervantes, después de enunciar dos obras manuscritas que éste dejó, dice, en efecto: «Estos manuscritos y otros tuve yo entre manos, siendo niño, cuando el mismo autor me enseñaba á escribir en su habitación del Colegio Palafoxiano, por mero efecto de su cariño».

Para captarse de ese modo la estimación de sus maestros, tenemos que convenir en que el niño tendría las cualidades de carácter y aplicación que le hicieron acreedor a ella. Sus condiscípulos del Seminario que lo sabían, se valieron de él, según consta, para obtener asueto en el día de San Carlos del año 1769, a cuyo intento compuso una décima, que no se olvidó de recordar en su Biblioteca. Hállase en el artículo que en ella dedicó a don Joaquín Cañete (t. I, pág. 235).

 

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Biblioteca hispano americana septentrional, artículo de ITURRIAGA.

 

625

Biblioteca hispano-septentrional, t. p. 417.

 

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Beristain no fue ingrato a tantos beneficios. Hablando del arzobispo, dijo en su Biblioteca:

«Este prelado, cuyo sublime talento, erudición vastísima y virtudes eclesiásticas le hacen digno de un elogio inmortal, exige aquí poderosamente los míos, por haber yo debido á su bondad que me recibiese en el número de sus domésticos, y que distinguiéndome singularmente en el Seminario Palafoxiano de la Puebla, me llevase después á España en su compañía, fomentase mis estudios en la Universidad de Valencia, y me colmase de beneficios; entre los cuales no fueron los menores el haberme dado por sí mismo lecciones de la lengua griega, y el haberme inspirado con su viva voz y con su ejemplo el amor á los trabajos literarios y á la piedad cristiana.»

 

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Relación de méritos de ese año.

 

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En el artículo que dedica en su Biblioteca a D. Joaquín Palafox y Loria, aparece consignado el dato en los términos siguientes:

«Correspondencia epistolar que el P. Manuel José de Iturriaga, jesuíta americano, teólogo del Papa Pío VI. M. S. en 4º, que tuve en mis manos por favor de su albacea en Madrid, año de 1782».

 

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Debo a la amabilidad de mi distinguido amigo D. Claudio Pérez Gredilla, jefe que fue del Archivo de Simancas, la nota relativa al examen de Beristain para ese acto, que dejó mucho que desear, como se verá:

«...Habiendo leído á este fin media hora, rezan los libros de la Universidad, con puntos rigurosos de 24, fué examinado, y concluído, pasaron á votar los examinadores por aes y erres, resultando en el cántaro bueno tres A y en el malo tres R. con que salió aprobado, nemine discrepante, en cuya virtud le fué conferido dicho grado, con arreglo á las reales órdenes, después de haber precedido los juramentos acostumbrados».

 

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Tal es el nombre que Beristain asigna al jesuita. Según el P. Uriarte, estaba en eso equivocado, pues el autor fue un hermano de aquél, llamado Pedro Montengón. Catálogo de obras anónimas, t. I, p. 510.