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681

Gazeta del Gobierno de México, t. VII, p. 1036.

 

682

Archivo de Indias, 90-1-25.

 

683

Archivo de Indias, 96-7-21.

 

684

Osores, Adiciones. Reproducimos el párrafo en que se habla de este certamen en la pág. 114 de nuestro tomo VIII. (Se refiere a La Imprenta en México).

 

685

No estará de más saber que la obra de Beristain era ya conocida de algunos literatos, sin duda amigos suyos, antes de que comenzase a imprimirse. El autor anónimo de una carta que se inserta en el Diario de México de 14 de septiembre de 1809, hablando en ella de El Bernardo de Balbuena, se expresa así:

«Esta anécdota interesante á los literatos de Nueva España la debo al Sr. Dr. D. José Mariano Beristain, canónigo de esta Santa Iglesia, quien, á imitación del meritísimo Sr. Eguiara y del célebre D. Nicolás Antonio, se ha dedicado á formar el catálogo de los varones ilustres de esta Nueva España, ha acometido esta vasta empresa por sí sólo, y ha descubierto que pasan... acaso parecerá increíble á la Europa, de cuatro mil los escritores que ha tenido esta Nueva España desde su conquista, sobre los del Sr. Eguiara... Ah! ¿y así habrá extranjeros que nos traten de bárbaros? Que vengan, y como este apreciable americano registren nuestras bibliotecas, y quedarán confundidos los que lo dudaren. ¡Con cuánta admiración no verá la Europa publicar esta esquisita y magnífica obra! Sigue, sigue en tu empresa y dale glorioso fin y acabamiento, gloria de la Puebla de los Angeles, y ve después al sepulcro, cargado con los votos de todos tus conciudadanos y amigos del mérito, el cielo bendiga tus tareas, para que tu yerto polvo sea cubierto con las hermosas flores de la más justa gratitud...».

 

686

Alamán, Historia de México, t. IV, p. 638.

 

687

García Icazbalceta, Observaciones presentadas a la Sociedad de Geografía, en los Anales de la misma, vol. X, n. 2, 1864, y reproducidas en las pp. 119 y siguientes del tomo II de sus Obras, México, 1896, 8º.

Harrisse sigue de cerca en esta apreciación a García Icazbalceta. (Bibliotheca Americana Vetustissima, I, p. XXI).

 

688

En el Diccionario Universal de Historia y Geografía, t. I, p. 560 (México), se encuentra una biografía de Beristain de Souza, obra del erudito bibliógrafo García Icazbalceta, pero a la que, como artículo de diccionario, no ha podido dársele el desarrollo que merecía. Ha sido reimpresa en las pp. 429-435 del IV de sus obras. Otro tanto decimos de las que se registran en el Diccionario biográfico americano de Cortés, París, 1875, y en el prólogo á la Biblioteca Americana vetustissima de Harrisse.

Sin contar con las Relaciones de méritos de Beristain, que destinadas a presentarse en la corte han debido ser muy poco conocidas, las primeras noticias biográficas suyas son las que él dio de sí mismo en su Biblioteca.

Un paisano suyo angelopolitano, D. Francisco Javier de la Peña, en la nota 28 con que ilustró Puebla sagrada y profana de fray Juan Villa Sánchez, publicada allí en 1835, la bosquejó en sus rasgos generales, pero sin conocimiento de la materia, como que aún dudaba de que su muerte hubiese ocurrido en fines de 1817 o principios de 1818.

Pero si la nota de Peña carece de interés desde el punto de vista bibliográfico, ofrece la novedad de haber pretendido defender a Beristain de la mancha de enemigo de la independencia de su patria. Vale la pena de conocer los argumentos de su tesis, en que se esbozan también los ataques dirigidos por los contemporáneos a la Biblioteca.

«Por sí solo trabajó en la expresada Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, compuesta de tres tomos folios, por el dilatado tiempo de veinte años, para recordar, como él mismo expresa, á la posteridad los brillantes y sazonados frutos de religión y sabiduría producidos en México por tres mil seiscientos ochenta y siete escritores que presenta; siendo esta instructiva, elocuente y eruditísima obra, el monumento más ilustre que hasta hoy se ha levantado en honor de la literatura nacional; pero como el odio, la ignorancia y la envidia, asestan siempre sus venenosos tiros contra la virtud, el mérito y el saber, no ha dejado de ser satirizada mordazmente por genios orgullosos, que no olvidan el más leve é infundado agravio, y como no han podido ni podrán jamás obscurecer los brillantes resplandores que despide en todas sus páginas, han afectado un escándalo farisaico de las opiniones políticas de su autor, que, como las de todo mexicano de religión, juicio y previsión, fueron contrarias al desorden, al latrocinio y á los crímenes con que se pretendió hacer la independencia de México en 1810, olvidándose que el hombre prudente y reflexivo marcha con las ideas de su tiempo, de que ellos siguieron las mismas huellas acaso con bajeza, y, en fin, de que son raros los héroes.

»Repito que el señor Beristain fué enemigo del desorden, etc., con que se quiso hacer la independencia; pero aseguro, sin temor de equivocarme, que la de su patria estaba grabada con caracteres indelebles en su corazón, como en el de todo mexicano. El respetable eclesiástico don Manuel Velis (cuya alma descanse en paz), contemporáneo é íntimo amigo suyo y mío, me aseguró repetidas veces que desde muy niño suspiraba por ella, y que siendo familiar del Iltmo. señor Fuero, le preguntó un día el señor Calama: ¿Cuántas son las Bienaventuranzas? Nueve, le respondió inmediatamente Beristain. ¡Cómo, nueve, contestó el expresado, si el Catecismo dice que son ocho! Pues, las que yo sé son nueve, y oigalas Ud.: las relató todas, y por último, dijo: Nona: Bienaventurados los Gachupines, porque de ellos es el Reino de las Indias. El señor Calama, que lo era, no pudo menos que decirle: ¡Ah diablo...! pero tampoco pudo contener las carcajadas de risa, y cuando todos creían que castigara severamente al joven poblano, le dió un estrecho abrazo y un escudito de á cuatro pesos.

»Pero probaré con más fundamento, y de un modo incontestable, que era independiente de corazón. El oidor Bataller, que vivió muchos años en México, y cuya literatura y conocimientos son indisputables, en sus conversaciones familiares decía: Todos los españoles, sin excepción ninguna, aborrecemos la independencia, y todos los mexicanos, incluso Berinstain (nótese esto), la desean con ahinco. Sí, con ahinco la deseó siempre Beristain, y no pudiendo disimular el fuego hermoso que abrasaba su pecho, el año de 1796, en el elocuentísimo sermón que predicó en la Santa Iglesia Metropolitana el día 9 de diciembre, en celebridad de la colocación en la plaza mayor de México de la estatua ecuestre de Carlos IV, a la página 18, se expresó con esta vehemencia:

Debemos gloriarnos de que el amor de aquellos nuestros hermanos (habla de los españoles europeos) á sus Reyes, su carácter inviolable de fidelidad y obediencia, aquel valor heróico con que siempre han defendido sus justos derechos y sus vidas sagradas, son un sólido cimiento sobre que, establecida la Majestad, jamás puede titubear su imperio, y un muro inespugnable contra las avenidas y esfuerzos, que en los tiempos más calamitosos puedan hacer contra nuestra Metrópoli cualesquiera enemigos de su gloria. Mas, si alguna vez, porque estuviese permitido en los decretos eternos, llegase á verse la Península en un conflicto igual al de los tiempos de Rodrigo ú otro semejante... Aquí estás tú, México, con un trono de corazones preparado para tus príncipes. ¡Ah! Tú, que á tan inmensa distancia y por espacio de tres siglos has consagrado tus frutos, tus tesoros, el honor y la vida de tus hijos al culto, al servicio y al obsequio de unos Reyes que no has conocido sino por su imagen (nótese bien tan significativa frase), ¡qué excesos no harías para recibir en tus puertos, conducir á esta capital y colocar en tu palacio sus personas! Temblad naciones todas del Universo, y temed ese día como la época de vuestra humillación y miseria. Y por lo mismo, respetad al monarca español: mirad como sagrados los muros de su corte, no os atreváis jamás á pensar que salga huyendo de vuestros ejércitos, porque ese día os dejará la Península, para que en ella y vuestros continentes seáis los esclavos hambrientos del Soberano Emperador de México. Os dejará la Península, pero desierta, porque México tiene, no sólo palacio para su príncipe, sino para sus cortesanos; casas, posesiones y riquezas para los doce millones de españoles que entonces vendrían en seguimiento de su príncipe. Pero, ¡ay de mí!... que yo deliro con sueños dulces y sabrosos!...» ¿Quién se expresó en estos términos en aquella época? ¿Quién imprimió una cosa semejante? ¿Quién tuvo igual resolución? Ninguno, ninguno, ninguno: yo he leído alguna cosa, y no he encontrado párrafo más valiente y expresivo: es el tipo del famoso Plan de Iguala, único que destruyó la usurpación y tiranía de tres siglos, y el desorden de diez años de guerra inmoral é inútil."

»En 1808, en que el Ayuntamiento de la capital quiso preparar la emancipación de la nación mexicana por hallarse acéfala la española, su digno hijo Beristain trabajaba con sabiduría y empeño, y estaba escogido para secretario de la Junta Nacional, que sabia y previsivamente pretendió instalar el señor Iturrigaray, y que ocasionó su deposición; Beristain sufrió también un ligero arresto y debió su libertad, no á su inocencia, sino al temor que inspiraba á sus enemigos su no común y asombroso talento. Con lo expuesto, me parece que se prueba hasta la evidencia que era independiente de corazón; pero que, como hombre justo é ilustrado, abominaba la anarquía, de quien fue invulnerable antagonista; mas, conocía al mismo tiempo los imprescriptibles derechos de su patria, á quien hizo servicios muy recomendables, sin dejar de ser agradecido á los muchos beneficios, honras y distinciones que mereció á los monarcas españoles, á varios ilustres prelados y á no pocos ministros y personajes de la Corte de Madrid, que apreciadores del verdadero mérito, se las dispensaron á manos llenas en todas épocas y circunstancias.

»También se ha pretendido rebajar el mérito de dicha incomparable Biblioteca, queriendo persuadir que está llena de artículos insignificantes, sin acordarse de los muchos importantísimos que incluye y de que su sabio autor asentó en el discurso preliminar que le sirve de introducción, pág. 17, lo siguiente:

Mi Biblioteca no es selecta sino histórica y universal, y todo debe ponerse en ella, y así encierra mucho bueno y mucho malo, y bastante selecto y muy apreciable." Mejor habría sido que estos Zoilos y Aristarcos le hubieran ayudado en tan noble empresa, que siempre cubrirá de gloria su nombre, y no que hincaran su emponzoñado diente en la persona, ya que nunca les sería posible disminuir el aprecio de una obra inmortal, que sería completísima, si, como dice él mismo en el citado discurso, pág. 18, hubiera tenido colaboradores, expresándose con esta franqueza: "Pero basta, y concluyo protestando que no me lisonjeo de haber llenado toda mi idea. Este género de escritos debe ser obra de una sociedad ó de muchas manos, para que se acerque á su perfección. Yo me atreví á emprender solo la formación de esta Biblioteca; pero siempre con la confianza de que otras plumas, á quienes animen los mismos sentimientos que á la mía, concluirán la obra enmendado mis descuidos. México, 17 de Marzo de 1816." Los verdaderos sabios son modestos, y el señor Beristain protesta que tan vasta empresa es superior á las fuerzas de un sólo hombre, que incurrió en descuidos, y que otros, animados de sus mismas benéficas Ideas, concluirán la obra. Yo también protesto que si su sabio autor viviera, no chistarían sus injustos y viles destractores, y que si se hubieran atrevido á manifestar en sus días su saña y encono, habría deshecho victoriosamente sus paralogismos con el nervio, gracia y elocuencia que brillan en sus innumerables escritos.»

Estas páginas con la defensa de Peña fueron reimpresas en tirada por separado con el título de Breve noticia de la Biblioteca Hispano-Americana Septentrional y apología de su autor el señor doctor don J. Mariano Beristain, México, 1842, 12 pp.

 

689

Biblioteca Hispano-americana Septentrional, t. II, p. 369.

 

690

Noticias, etc., t. II, p. 122.