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Historia de la Imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía

Tomo I

José Toribio Medina




ArribaAbajoPrólogo

Medina: Génesis del Bibliógrafo, por Guillermo Feliu Cruz


  —XIX→  

I.- Origen de la intitulación de este libro. II.- El plan de la obra. Notas bibliográficas sobre las imprentas de Medina. III.- Cronología de las imprentas en las diversas ciudades y lugares de los dominios españoles de América y de Oceanía. IV.- La formación del bibliógrafo. V.- Andanzas documentales y bibliográficas. VI.- Los primeros estudios bibliográficos. VII.- La iniciación de los estudios acerca de la historia y bibliografía de la imprenta.

La Historia de la Imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía, que ahora se publica, hace parte de la ingente obra bibliográfica de José Toribio Medina, consagrada a inventariar la producción de las ciudades que contaron con el instrumento del arte de imprimir. Esta historia hállase dispersa en treinta y cuatro publicaciones, sin tomar en cuenta, porque no hacen al caso, los Epítomes consagrados a la bibliografías de las imprentas de Lima, Río de la Plata, Manila y México y la Bibliografía española de las islas Filipinas. Libros, folletos y artículos de revistas, forman el acervo del asunto. Algunos de ellos -todos, cual más cual menos- constituyen verdaderas curiosidades de la bibliografía americanista y oceánica, y alcanzan altos precios en el mercado de los libros, cuando excepcionalmente se les logra. Aun las bibliotecas mejor dotadas, no registran algunos de estos escritos de Medina. Dados a luz hace más de un medio siglo, en ediciones restringidísimas, los estudios del historiador y bibliógrafo son, no obstante el tiempo transcurrido, el punto de partida de cualquiera investigación y por ello resultan básicos. La historia, pues, de tales imprentas, que se relata en obras que alcanzan hasta ocho volúmenes, algunos en folio, y en artículos que no exceden de tres páginas, es la que nos hemos propuesto agrupar ordenadamente, como una contribución positiva al mejor conocimiento del desarrollo de la cultura en los que fueron los dominios españoles de ultramar. Como índice de esa cultura, Menéndez y Pelayo   —XX→   anotó en la Historia de la Poesía Hispanoamericana, la fundación de Universidades y el establecimiento de la imprenta, apoyándose siempre en la autoridad de Medina, cuando a esta última se refirió como vehículo de ilustración y de progreso.

Las consideraciones generales que siguen, harán más comprensivo el sistema de ordenamiento de la obra, proyectada en 1952 por nosotros, para conmemorar el centenario del nacimiento del polígrafo. Propuesta y aceptada nuestra indicación por la Comisión Nacional que tuvo a su cargo la realización del homenaje, y de la cual fuimos Secretario General, circunstancias que no interesan conocer al público, demoraron la impresión, la que sale hoy bajo el patrocinio del Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, según acuerdo de la Comisión Administradora de este instituto.

I.- Origen de la intitulación

Antes de explicar el plan de este libro y desarrollar algunos aspectos que ilustren su contenido, es conveniente justificar la intitulación. Al denominarlo Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía, no se ha hecho violencia alguna al pensamiento del autor de estos eruditísimos estudios. Puede decirse que recogen el título que Medina habría deseado dar al conjunto de todos ellos, en el caso de haberlos podido agrupar, cuando ya se encontraba realizada la magna empresa en 1912 y complementada, entre los años de 1916 y 1930.

Concretamente, en 1890 estaban ya esbozados por Medina los proyectos de escribir, por una parte, la historia de la imprenta, y, por otra, la de efectuar el inventario de la producción de ella en las diversas ciudades que la poseyeron en los dominios españoles de ultramar. Así, al publicar en ese año el Epítome de la bibliografía de la imprenta en el virreinato del Río de la Plata, sobre el título agregó este otro: La imprenta en América.

Es la primera vez que dio a conocer su proyecto.

Al editar en 1892, en Buenos Aires la monumental Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, estampó en el prólogo estas palabras:

Iniciábamos en el año pasado [1891] con la publicación de nuestra Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile, la serie de trabajos que nos proponemos dar a luz sobre la historia de la imprenta en la América Española desde sus orígenes hasta 1810, fecha inicial de la revolución de la independencia en el Nuevo Mundo. No quisimos entonces -continuaba- formular programa alguno de nuestros propósitos, temerosos de que por ser tan vastos y costosos en su ejecución, yendo, sobre todo, adornados con ilustraciones, y por hallarnos radicados en tan lejano paraje, donde no es posible disponer de los necesarios elementos de trabajo, pudiera creerse que abrigábamos una ilusión.



  —XXI→  

En otra parte agregó:

Seguiremos después con la historia de la Imprenta en la Capitanía General de Quito, en Santa Fe de Bogotá, en La Habana, en Guatemala, y, Dios mediante, con el Virreinato de México, cuna del arte tipográfico en América. Al fin, publicaremos la historia general de la Imprenta en las antiguas colonias españolas, para lo cual contamos con gran número de documentos absolutamente desconocidos que hemos logrado reunir, registrando los ricos archivos de la Península, y el estudio general de las leyes sobre la Imprenta, historia que por sí forma un volumen tan interesante como las mismas bibliografías especiales y que hasta hoy está por hacerse.



Aquí encontramos la segunda alusión positiva al propósito de escribir la historia de la imprenta en América y Oceanía. Es la primera vez también que emplea la frase historia de la imprenta. ¿Esta ampliación le fue sugerida después de 1891, escrita ya la introducción histórica para la Bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile desde sus orígenes hasta febrero de 1817, en el momento de redactar la historia de las diversas imprentas en las ciudades del Virreinato del Río de la Plata?

Cuatro años después, en 1896, al dar Medina a la estampa en Santiago de Chile La imprenta en Manila desde sus orígenes hasta 1810, decía en la introducción:

Cerca de ocho años van transcurridos ya desde que acometí la empresa de formar el catálogo bibliográfico de las producciones de la imprenta en las antiguas colonias españolas de América desde su establecimiento hasta que aquéllas se independizaron.



Es la que se ha leído, la tercera alusión concreta de Medina para referirse al conjunto de sus estudios históricos acerca de la imprenta en América y Oceanía. Como en el caso de la bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile y la del virreinato del Río de la Plata, la de Manila se encuentra precedida también de una introducción histórica sobre los orígenes de esa imprenta.

Corridos seis años de aquella publicación, en 1902, Medina entregaba a la luz pública el tomo VI de la Biblioteca Hispanoamericana, impreso en Santiago de Chile. Al hablar aquí de los documentos concernientes a Antonio León Pinelo, dijo que algunos serían insertados

en nuestra Imprenta en Lima, por cuanto en realidad su figura pertenece por completo a la Historia y bibliografía de la imprenta en el Perú.



Es la cuarta vez que Medina vuelve a usar la frase historia de la imprenta.

  —XXII→  

Aunque trátase de un documento privado, el historiador hace en él alusión explícita, por quinta vez, al título de sus estudios sobre la historia de la imprenta en las posesiones españolas de ultramar. Por este documento se verá que el título de la presente obra es de paternidad de Medina. En los Estados Unidos, en Providence -Rhode Island- en la John Carter Brown Libray, encontramos una carta suya escrita a Jorge Parker Winship, fechada en Santiago de Chile el 4 de Septiembre de 1917, en la que escribe:

Las papeletas que Ud. me ha enviado de los periódicos mexicanos, guatemaltecos, quiteños y habaneros, anteriores a 1810, salvo las dos que le devuelvo, para que Ud. me haga el favor de completarlas de acuerdo con las indicaciones que en ellas le hago, las otras están incorporadas y descritas suficientemente en mis historias y bibliografías de las imprentas en los antiguos dominios españoles de América y de Oceanía...



Las cinco referencias que hemos anotado -y hay otras menos explícitas que se encuentran por allí a lo largo de la obra del polígrafo, y que hemos desechado- nos permiten desenvolver la evolución de la idea de Medina respecto al plan de su historia y bibliografía de la imprenta en América y Oceanía. En 1890, el plan de la obra estaba concebido. Sin embargo, no se hacía muchas ilusiones de poder ejecutarlo, y es por ello que cuando en 1891 publicó la bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile, para nada se refirió a él. Pero el inventario de la imprenta santiaguina lo precedió una introducción histórica.

La historia de la imprenta y el inventario bibliográfico, parece se le impusieron como un conjunto, sin hacer ni separación ni distingo de uno y otro asunto.

Un orden lógico presidió el criterio de Medina a partir de 1891.

En 1892, en la bibliografía de la imprenta en el virreinato del Río de la Plata, amplía el título de la obra: la llama historia y bibliografía. En 1896, en la mente de Medina había madurado el título genérico y singular que convenía a estudios de esta naturaleza, tal como lo establece en el prólogo de la Imprenta en Manila desde sus orígenes hasta 1810, en la que habla de la imprenta en las antiguas colonias españolas de América desde su establecimiento hasta que ellas se independizaron.

Nuevamente, en 1902 usa la frase Historia y bibliografía de la imprenta en el Perú, con lo cual parece que indistintamente cualesquiera designación es válida como título genérico de la tarea que emprendía.

Entonces, hacia ese año de 1902, estaba en plena tarea de producción bibliográfica e histórica de las imprentas. Tenía entre manos la preparación de los siguientes volúmenes: varios de la Biblioteca Hispano-Americana, La Imprenta en Lima, La Imprenta en Guatemala, La Imprenta en la Puebla de los Ángeles y cerca de unas veinte más de las que florecieron   —XXIII→   en diversas ciudades o lugares de la América española, las que se dieron a los moldes entre 1904 y 1905. Al mismo tiempo que preparaba la descripción de los impresos, redactaba la historia del establecimiento y desarrollo del arte de imprimir.

El título de historia de la imprenta como el de bibliografía, quedó atrás, y sólo alcanzó señorío el simple y sencillo de imprenta. Prácticamente, Medina dio remate a sus inmensas bibliografías de las imprentas en las ciudades de la América Española y Oceanía en 1912, con la publicación del tomo VIII y último de La Imprenta en México. Los estudios que siguieron fueron de adiciones y de ampliaciones, y ellos son de los años 1916, 1917, 1923 y 1930, con un carácter esporádico. Desde 1912, pudo mirar retrospectivamente el conjunto macizo de su bibliografía e historia de la imprenta en los dos continentes dominados por España, y al apreciar la solidez de su empresa, que lo convertía en el primer bibliógrafo de la cristiandad, llamarla con el nombre con que la individualizó ante Winship: Historias y bibliografías de las imprentas en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía.

A la verdad, tal título evoca el de algunas antiguas publicaciones españolas, como por ejemplo, la editada en 1864 por Pacheco Cárdenas y Torres de Mendoza, denominada Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas de América y de Oceanía, o bien, la de la otra Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de ultramar, repertorio que forma parte de la segunda serie o continuación de la que anteriormente se nombró.

II.- El plan de este libro. Notas bibliográficas

Por orden cronológico del establecimiento de las imprentas, se han agrupado en esta obra todos los estudios de Medina sobre la historia de ella, desde su introducción en algunas de las ciudades de los dominios españoles en América y Oceanía, hasta que éstos se emanciparon, con excepción de Filipinas, en 1810. Con el propósito de vertebrar la obra y darle unidad en el plan, se han incluido otros trabajos del historiador, encontrándose en este caso el intitulado Las Leyes generales de la imprenta en la monarquía española, que es mucho más amplio de lo que su nombre indica, porque es, en realidad, la historia del impreso desde antes de la impresión hasta que entra a cumplir su destino una vez salido de los moldes. Este capítulo, de acuerdo con el método del historiador, está escrito al respaldo de la documentación, es decir, de las disposiciones legales, las cuales Medina transcribe íntegramente en el curso de la narrativa. Como introducción para la obra, nos ha parecido la mejor y más completa con que el libro podía abrirse. El capítulo a que nos referimos ha sido tomado de la Biblioteca Hispano Americana (1493-1810). Tomo VI. Santiago de Chile. Impreso   —XXIV→   y grabado en casa del Autor. MCMII, que forma un volumen en folio de CXXX + 585 + 3 págs., dos láminas, un facsímil y dos retratos.

El que mencionamos es el penúltimo volumen de la obra y de él se han utilizado las páginas que corren desde la IX a la XLVII. De este mismo volumen, para destinarlo como capítulo final de este libro, se ha aprovechado el intitulado Las obras de bibliografía hispano americana, donde ocupa, en ese tomo, las páginas CXI-CXXX.

Estimamos que la inserción de estos capítulos en un libro como el que entregamos a los estudiosos, lo complementa y pone en sus manos una parte rarísima de esta obra, ya que la Biblioteca Hispano Americana es casi inaccesible, pues de los siete volúmenes que la componen hízose una edición de 250 ejemplares, habiendo aparecido el primero en 1898 y el último en 1907.

Los otros estudios que integran los dos tomos, han sido tomados de las obras de Medina, cuya descripción breve damos más adelante, advirtiendo que al hacer el asiento bibliográfico seguimos el orden cronológico de la fecha de la introducción de la imprenta en la ciudad respectiva, que es el mismo orden que se ha guardado en la compaginación de la obra. En la colación, el número de la izquierda es el correlativo que corresponde a la descripción y el que sigue, al año de la impresión de la obra.

En el curso inagotable de la investigación histórica erudita, algunos de los estudios de Medina sobre la historia de la imprenta han sido complementados, pero en ningún caso superados. Para ponerlos al día en este aspecto, hasta el momento en que ve la luz pública este libro, solicitamos del erudito bibliotecario de la Biblioteca del Congreso Nacional de Santiago de Chile, José Zamudio, las adiciones bibliográficas correspondientes, no sólo a las historias de las imprentas, sino que también las referentes a las bibliografías de ellas. El trabajo de Zamudio, en este doble carácter, metódicamente ejecutado, pone a disposición del estudioso un repertorio de información de primer orden para apreciar la renovación de los estudios históricos sobre las imprentas y las bibliografías de Medina. El lector encontrará este notable complemento en las páginas que siguen. Por último, en la compaginación de esta obra, hemos contado con la ayuda de nuestro discípulo Sergio Villalobos, Profesor Auxiliar de nuestra Cátedra de Historia de Chile en el Instituto Pedagógico de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile.

MÉXICO. 1539

1.- 1912.

-LA IMPRENTA EN MÉXICO (1539-1821). POR... TOMO I. SANTIAGO DE CHILE. IMPRESO EN CASA DEL AUTOR. MCMXII.

Folio. -CCXVX + 3 + 468 págs. -Retratos, facsímiles de firmas, portadas, viñetas y hojas sueltas intercaladas en el texto. -Portada a dos tintas. -Al reverso de la antepor.: Tirada de 250 ejemplares. -La obra se compone de ocho tomos. -El II, apareció   —XXV→   en 1907; el III, en 1908; el IV, en 1909; el V, en 1910; el VI, en 1911; el VII, en 1911; el VIII, en 1911. -Todos impresos en el mismo lugar.

Del tomo I se han reproducido en este libro los capítulos siguientes:

I. El estudio de la primitiva tipografía americana;

II. Los impresores;

III. Los grabadores;

IV. Los libreros;

V. Los bibliógrafos;

VI. Leyes y privilegios;

VII. Documentos y

VIII. Proceso de Pedro Ocharte.

Parte de la introducción referente a la historia del establecimiento de la imprenta en América, es decir, en la ciudad de México, fue publicada por Medina en 1910, con el siguiente título:

2.- 1910.

INTRODUCCIÓN DE LA IMPRENTA EN AMÉRICA.

En: Anales de la Universidad de Chile. -Tomo CXXVI. -AÑO 68. Mayo y junio de 1910. Santiago de Chile. Imprenta Cervantes, Delicias 1167.-Págs. 801-896.

Aprovechando la composición tipográfica de esta revista, hízose una edición especial de 50 ejemplares numerados y sólo para la circulación privada, con el siguiente título:

3.- 1910.

INTRODUCCIÓN DE LA IMPRENTA EN AMÉRICA. CARTA QUE AL SEÑOR DON JOSÉ GESTOSO Y PÉREZ DIRIGE J. T. MEDINA. SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA CERVANTES. BANDERA 50. 1910.

4.º 104 págs. -A la vuelta de la anteport.: Tirada de cincuenta ejemplares numerados y sólo para la circulación privada.

El ejemplar que tenemos a la vista es el 38. -Port. a dos tintas. -Págs. V-VIII: Al señor don José Gestoso y Pérez. Es la carta de Medina. Se encuentra fechada en La Cartuja, 15 de marzo de 1910. Dice en una parte:... «aquí me tiene Ud. con la pluma en la mano concluyendo de redactar el prólogo que ha de llevar el tomo I de La Imprenta en México, del cual he sacado para enviárselas a Ud. las páginas que en él consagró a contar como se verificó, a mi entender, la introducción del arte tipográfico en el Nuevo Mundo» -Págs. 9-84: Texto: Introducción de la imprenta en América. -Págs. 85-104: Documentos. -Se incluyen XV. -En algunos se reproducen facsímiles de firmas. -Debe advertirse que la carta sólo contiene una parte del estudio que se encuentra en el tomo I de La Imprenta en México. Medina llega en la carta solamente hasta Juan Pablos, o sea, hasta este impresor, desenvolviendo el asunto en forma completa en el tomo I de La Imprenta.

El impreso anteriormente descrito tuvo su origen en el siguiente:

  —XXVI→  

4.- 1908.

DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE LA PRIMITIVA TIPOGRAFÍA MEXICANA. CARTA DIRIGIDA AL SEÑOR DON JOSÉ TORIBIO MEDINA POR JOSÉ GESTOSO Y PÉREZ. MCMVIII. OFICINA TIPOGRÁFICA DE LA ANDALUCÍA MODERNA. SAUCEDA, 11.

4.º 16 págs. -Anteport.: vlta. en bl. -Págs. 4-5: Señor don José Toribio Medina. -Es la carta de Gestoso y Pérez. Dice en una parte: «Con mucho gusto he visto publicado el tomo II de su eruditísima obra La Imprenta en México. [Había aparecido en 1907], y al recorrer sus páginas me ha asaltado el intento de dar a Ud. noticia de tres curiosos papeles, cuya importancia no se ocultará a ningún aficionado, puesto que pueden considerarse como el fundamento histórico de la tipografía mexicana, honra que corresponde por entero a mi ciudad querida, a Sevilla...» «Los documentos, cuyas copias con tanto gusto le ofrezco, podrían hallar cabida, tal vez, en el tomo I de su obra». -Los documentos corren desde la página 5 a 14. -Pág. 15 en bl. -En la 16, al final de esta última, el Colofón, que dice que el folleto se concluyó de imprimir el 22 de febrero de 19081.

Por último, en los Anales de la Universidad de Chile, en el tomo CXXVII, correspondiente al segundo semestre de 1910, Memorias Científicas y Literarias, en el artículo El Congreso de los Americanistas en Buenos Aires, mayo de 1910. (Datos recopilados por la Delegación Chilena), págs. 633-735, se encuentra un resumen de Medina sobre la Introducción de la imprenta en América (págs. 715-716), basado en lo que el autor tenía escrito en la Carta a Gestoso y Pérez y en el prólogo a la Imprenta en México, tomo I.

No se ha incluido este resumen en este libro, porque nada agrega al estudio definitivo de Medina en el tomo I de la obra ya citada.

LIMA. 1584.

5.- 1901.

LA IMPRENTA EN LIMA (1584-1824) POR... Tomo I SANTIAGO DE CHILE. IMPRESO Y GRABADO EN CASA DEL AUTOR. MCMIV.

Folio. XCVIII + 2 + 487 + 1 págs. -Retrato de Pedro Oña. -Port. a dos tintas. -Cuarenta y seis facsímiles. -Portadas intercaladas en el texto. -Dedicado a la señora Genoveva Mathieu de Thorndike. -Al reverso de la anteport.: Edición de 300 ejemplares. -La obra se compone de 4 tomos y ellos aparecieron en el orden siguiente: II, 1904; III, 1905; IV, 1905. -Todos impresos en el mismo lugar.

Del tomo I se han reproducido en este libro los capítulos siguientes:

I. Impresores limeños;

II. Grabadores y libreros;

III. Consideraciones generales; y

IV. Documentos.

  —XXVII→  

A manera de Apéndices, I y II, para completar el estudio de la historia de la imprenta en Lima, se han incorporado dos trabajos muy posteriores de Medina. Uno de estos es el siguiente:

6.- 1916.

LA PRIMERA MUESTRA TIPOGRÁFICA SALIDA DE LAS PRENSAS DE LA AMÉRICA DEL SUR. REIMPRESIÓN FOTOLITOGRÁFICA, CON UN BREVE PRÓLOGO DE... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. MCMXVI.

Folio. -Texto: 4 págs. -2 para la reproducción de da Pragmática sobre los diez días del año, que es el impreso de que se trata y se reproduce, correspondiente al año de 1584. -Total: 6 folios, con los dos para la edición fotolitográfica. -A la vuelta de la última pág., un escudo. -Ante port., vlta.: Tirada de 72 ejemplares. -Port. a dos tintas. -Se reproduce el texto del estudio de Medina.

El otro trabajo es el que a continuación se anota:

7.- 1916.

UN INCUNABLE LIMEÑO HASTA AHORA NO DESCRITO. REIMPRESO A PLANA Y RENGLÓN, CON UN PRÓLOGO DE... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. MCMXVI.

Folio. -VII págs. para el prólogo y 14 para el texto, o sea, el incunable. -Anteport., a la vlta.: Tirada de 72 ejemplares. -Vlta. de la pág. 7: escudo. -Port., a dos tintas. -El incunable que se describe y reproduce es la Relación de Aquines en el Mar del Sur y su captura, de 1594.-

Se inserta el texto de este estudio2.

MANILA. 1593.

8.- 1896.

LA IMPRENTA EN MANILA DESDE SUS ORÍGENES HASTA 1810. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRESO Y GRABADO EN CASA DEL AUTOR. MDCCCDCVI.

4.º -XCVI + 1 + 280 págs. -Doce láminas. -Dedicado a W. E. Retana. -Port., a dos tintas. -Al reverso de la anteport. -Tirada de 300 ejemplares.

De este libro se han extraído los siguientes capítulos:

I. Falta de noticias acerca de la introducción de la imprenta en Filipinas;

II. El estudio de la imprenta en Filipinas;

III. La imprenta de los dominicos;

IV. La imprenta de los franciscanos;

V. La imprenta de la Compañía de Jesús;

  —XXVIII→  

VI. La imprenta del Seminario Eclesiástico;

VII. La imprenta de los Agustinos;

VIII. Los grabadores filipinos;

IX. Consideraciones generales sobre los impresos y libros filipinos;

X. Las bibliotecas de libros filipinos;

XI. Los bibliógrafos de Filipinas; y

XII. Documentos.3

Además, para integrar el estudio de la historia de la imprenta en Oceanía, como en el caso de la de Lima, se han añadido dos apéndices. El primero está formado con el siguiente folleto de Medina:

9.- 1895.

-EL PRIMER PERIÓDICO PUBLICADO EN FILIPINAS Y SUS ORÍGENES. POR... MADRID. IMPRENTA DE LA VIUDA DE M. MINUESA DE LOS RÍOS. CALLE DE MIGUEL SERVET, NÚM. 13. 1895.

16.º -31 + 1 págs. -Dedicado a W. E. Retana. -Se publicó primeramente en la Política de España en Filipinas. Revista quincenal, editada por Retana en Madrid, tomo V,   —XXIX→   1895; y en la obra de este mismo autor intitulada El periodismo filipino. Noticias para su historia. Apuntes bibliográficos. Indicaciones biográficas. Notas críticas. Semblanzas. Anécdotas. 1811-1894. Madrid. -Encuéntrase en las páginas 533-559 de este libro.

Se reproduce la introducción histórica y bibliográfica.

El segundo apéndice lo constituye este otro folleto de Medina:

10.- 1894.

NOTA BIBLIOGRÁFICA SOBRE UN LIBRO IMPRESO EN MACAO EN 1590. POR... SEVILLA. IMPRENTA DE E. RASCO, BUSTOS TAVERA Nº 1. MDCCCXCIV.

4.º 15 + 1 págs. -Facsímil. -Se refiere al libro De Missiones Legaturorum japonensium. 1590. -Al reverso de la ante port.: Tirada de 100 ejemplares en papel de hilo. -Edición absolutamente agotada.

Se reproduce el texto del estudio de Medina.

PUEBLA DE LOS ÁNGELES. 1640.

11.- 1908.

LA IMPRENTA EN PUEBLA DE LOS ÁNGELES. (1640-1821). POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA CERVANTES. MCMVIII.

4.º XLVIII + 1 + 2 + 823 + 1 págs. -Dos facsímiles. -Veinte facsímiles intercalados en el texto. -Port. a dos tintas.

Toda la Introducción histórica ha sido incorporada en este libro. Ella trata los siguientes asuntos:

I. Discusiones acerca de la introducción de la imprenta en la Puebla de los Ángeles;

II. Los impresores;

III. Los libreros;

IV. Otros impresores; y

V. Los bibliógrafos.

Se publicó este libro primeramente en los Anales de la Universidad de Chile, tomos CXX, 1907; CXXI, 1907; CXXII, 1908 y CXXIII, 1908, en las Memorias Científicas y Literarias.

GUATEMALA. 1660.

12.- 1910.

LA IMPRENTA EN GUATEMALA. (1660-1821). POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRESO Y GRABADO EN CASA DEL AUTOR. MCMX.

Folio. LXXXV + 3 + 696 + 2 págs. -Dieciséis facsímiles. -Veinte retratos. -Autógrafos. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: Tirada de 200 ejemplares.

Toda la Introducción ha sido aprovechada. Ella se contrae a estudiar los siguientes puntos:

I. Antecedentes de la introducción se la imprenta en Guatemala;

II. Circunstancias a que se debió su introducción;

III. Los impresores;

IV. La imprenta de San Francisco;

V. Los grabadores; y

VI. Bibliógrafos que se han ocupado de Guatemala.

  —XXX→  

PARAGUAY. 1705.

13.- 1892.

LA IMPRENTA EN EL PARAGUAY.

Esta parte ha sido extraída de la obra monumental de Medina que pasamos a describir, y cuya referencia será válida, con la designación de Historia y Bibliografía, para las de las imprentas en Córdoba del Tucumán, en Buenos Aires y en Montevideo, que más adelante tendremos que citar:

14.- 1892.

HISTORIA Y BIBLIOGRAFÍA DE LA IMPRENTA EN EL ANTIGUO VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA. POR... MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LAS REALES ACADEMIAS DE LA LENGUA Y DE LA HISTORIA. LA PLATA. TALLER DE PUBLICACIONES DEL MUSEO. BERNARDO QUARITCH. Londres. Félix Lajouane. BUENOS AIRES. ERNEST LEROUX. PARIS. MDCCCXCII.

Folio. XVI + XIV + 36 + XIII + 12 + XVIII + 452 + XII + 15 + XVIII págs. -Cincuenta y seis láminas fuera de texto. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: -«La tirada de esta obra ha sido como sigue: 4 ejemplares en papel Japón, numerados en la máquina desde 1 a 4. 25 ejemplares en papel vitela, numerados también en la máquina de 5 a 29. 500 ejemplares en papel fuerte, asimismo numerados desde 30 a 529». La imprenta en el Paraguay, en las páginas IX-XIV, y está dedicada a Manuel Ricardo Trelles4.

Las materias tratadas en este capítulo son las que se pasan a indicar:

I. Establecimiento de la imprenta en las Misiones del Paraguay;

II. Los jesuitas hacen fundir tipos y fabricar una prensa en esos lugares;

III. Habilidad de los indios para estos trabajos;

IV. Traslación de la imprenta;

V. Causa de haber cesado las impresiones; y

VI. Fin de la primera imprenta que existió en las Provincias, del Río de la Plata.

LA HABANA. 1707.

15.- 1904.

LA IMPRENTA EN LA HABANA (1707-1810). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º XXXII + 199 + 3 págs. -Dos facsímiles. -Port. a dos tintas. -Dedicado a J. M. de Valdenebro y Cisneros. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 200 ejemplares.

Toda la introducción ha sido incorporada, lo mismo que los Documentos. La parte histórica o introducción, se contrae a las siguientes materias:

  —XXXI→  

I. Desacuerdo de los bibliógrafos acerca de la introducción de la imprenta en esta ciudad;

II. Opinión de Medina;

III. Los impresores;

IV. Los grabadores; y

V. La bibliografía cubana.

Hay una segunda edición de 1952, hecha en La Habana con ocasión del centenario de Medina en ese año.

OAXACA. 1720.

16.- 1904.

LA IMPRENTA EN OAXACA. (1720-1820). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 29 + 3 págs. -La introducción con numeración romana: V-X, y sigue con arábiga la del texto que se inicia en la 11. -Una lámina. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 200 ejemplares.

La introducción se ha incorporado en la obra y su contenido es el que sigue:

I. Una mujer, Francisca Flores, introdujo la imprenta en Oaxaca;

II. El primer impreso oaxaqueño;

III. La imprenta de 1811; y

IV. El presbítero José María Idiáquez.

BOGOTÁ. 1739.

17.- 1904.

LA IMPRENTA EN BOGOTÁ. (1739-1821). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 101 + 3 págs. -La introducción con numeración romana: págs. XIX - XXIII, y sigue con arábiga el texto, que se inicia en la pág. 25. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport. -Tirada de 200 ejemplares. -La anteport. tiene el título como sigue: La imprenta en Santa Fe.

La introducción y los documentos se han incorporado a la obra. La primera se ocupa de:

I. Disconformidad de opiniones acerca de la introducción de la imprenta en Bogotá;

II. La imprenta de los jesuitas;

III. El impresor Antonio Espinoza de los Monteros; y

IV. La Imprenta Real.

En 1952, se hizo en Bogotá una segunda edición.

AMBATO. 1754.

18.- 1904.

LA IMPRENTA EN AMBATO.

Esta parte ha sido extraída de la obra de Medina que pasamos a describir y cuya referencia será válida, con la designación Primeras producciones de la imprenta, para las que deban citarse más adelante:

  —XXXII→  

19.- 1904.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS REFERENTES A LAS PRIMERAS PRODUCCIONES DE LA IMPRENTA EN ALGUNAS CIUDADES DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA. (AMBATO, ANGOSTURA, CURAZAO, GUAYAQUIL, MARACAIBO, NUEVA ORLEANS, NUEVA VALENCIA, PANAMÁ, POPAYÁN, PUERTO ESPAÑA, PUERTO RICO, QUERÉTARO, SANTA MARTA, SANTIAGO DE CUBA, SANTO DOMINGO, TUNJA Y OTROS LUGARES). (1754-1823). POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 116 págs. -La introducción con numeración romana: págs V - VI y sigue con arábiga el texto, que se inicia en la pág. 13. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport. -Tirada de 200 ejemplares.

Se ha incorporado la parte relativa a Ambato, págs. IX - XII, que comprende:

I. La introducción de la imprenta por los jesuitas;

II. Nueva imprenta de los jesuitas; y

III. Traslado de la imprenta a Quito.

QUITO. 1760.

20.- 1904.

LA IMPRENTA EN QUITO (1760-1818). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 86 + 2 págs. -La introducción con numeración romana: págs. XIII - XXVI y sigue con arábiga el texto, que se inicia en la pág. 28. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 200 ejemplares.

La introducción y los documentos se han incorporado en este libro. El asunto de la introducción versa:

I. Alejandro Coronado, vecino de Quito, intenta establecer una imprenta;

II. La imprenta de los jesuitas; y

III. El primer impreso quiteño.

CÓRDOBA DEL TUCUMÁN. 1766.

21.- 1892.

LA IMPRENTA EN CÓRDOBA.

En: Historia y Bibliografía.

Dedicada a Ángel Justiniano Carranza. -Pág. XIV.

Las materias de este capítulo, que se insertan íntegramente en la obra, son las que siguen:

I. Los estudios universitarios en Córdoba del Tucumán;

II. Las imprentas de los jesuitas en Paraguay, y Ambato;

III. Encargan a España una imprenta;

IV. Licencia para fundar una imprenta;

V. La imprenta: su fin prematuro;

VI. Gestiones para fundar otra imprenta en Córdoba;

VII. Establecimiento definitivo de la imprenta; y

VIII. Autores que se han ocupado de la materia.

IX. Documentos.

  —XXXIII→  

SANTIAGO DE CHILE. 1780. [1776].

22.- 1891.

BIBLIOGRAFÍA DE LA IMPRENTA EN SANTIAGO DE CHILE DESDE SUS ORÍGENES HASTA FEBRERO DE 1817. POR... MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LAS REALES ACADEMIAS DE LA LENGUA Y DE LA HISTORIA. SANTIAGO DE CHILE. IMPRESO EN CASA DEL AUTOR. 1.891.

Fol. XLI + 1 + 179 + 2 págs. -Un retrato de Camilo Henríquez. -Una lámina.- Doce facsímiles. -Port. a dos tintas. -Dedicado a José Manuel Frontaura, Nicolás Anrique y Aníbal Echeverría y Reyes. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 300 ejemplares.

Toda la introducción, que corre desde la pág. XIII hasta la XLI, ha sido incorporada. Los asuntos que se estudian en ella son los siguientes:

I. Introducción de la imprenta en algunas de las ciudades americanas;

II. Los escritores chilenos y la impresión de sus obras;

III. Gestiones del Cabildo de Santiago para adquirir una imprenta y resolución del monarca;

IV. La necesidad de una imprenta;

V. Los primeros ensayos del arte de imprimir en Chile;

VI. Biografía de José Camilo Gallardo, primer impresor;

VII. Suerte que han corrido los impresos de Gallardo;

VIII. La Junta Gubernativa encarga una imprenta a Buenos Aires;

IX. Mateo Arnaldo Hoevel pide una imprenta a Estados Unidos;

X. Camilo Henríquez, redactor de la Aurora de Chile;

XI. El gobierno y el taller tipográfico;

XII. Biografía de Hoevel;

XIII. Datos biográficos de los primeros tipógrafos; y

XIV. Conclusión.

BUENOS AIRES. 1780.

23.- 1392.

LA IMPRENTA EN BUENOS AIRES.

En: Historia y bibliografía.

Pág. XLIII. -Dedicada a Bartolomé Mitre.

Todo el capítulo se incluye en la obra, y los asuntos estudiados son los que a continuación se indican:

I. Fundación de la Casa de Niños Expósitos en Buenos Aires; se le agrega al establimiento de la imprenta de los jesuitas de Córdoba;

II. La Imprenta en Buenos Aires: inventario de ésta;

III. José Silva de Aguiar y Sánchez Sotoca;

IV. Arrendamiento de la imprenta;

V. Régimen interno del establecimiento;

VI. La imprenta de Expósitos;

VII. Las impresiones y las encuadernaciones;

VIII. El grabado en Buenos Aires;

IX. Suerte de la imprenta de Expósitos;

X. Introducción de la imprenta en Salta;

XI. Creación de la imprenta del Estado;

XII. Noticias de la introducción de la imprenta en otras ciudades;

VIII. Biografías de Juan María Gutiérrez y Antonio Zinny; y

XIV. Documentos.

  —XXXIV→  

Como Apéndice se ha insertado el siguiente estudio de Medina, muy posterior al año 1892:

24.- 1923.

ALGO SOBRE LOS ORÍGENES DE LA IMPRENTA EN BUENOS AIRES.

Fue publicado en la Revista Chilena, fundada por Enrique Matta Vial y dirigida por nosotros. -Se encuentra en el tomo XVI, números LXIII Y LXIV. Santiago de Chile, 1923, págs. 304-308. -Dedicado a Diego Luis Molinari. -Se reprodujo en el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, año 11, septiembre-octubre de 1923, números 13-14, págs. 139 143. -Con el título The origine of the Printing Press in Buenos Aires, fue reproducido en la edición inglesa de la revista norteamericana Inter America, volumen VII, Nº 3, febrero de 1924.

GUADALAJARA DE MÉXICO. 1793.

25.- 1904.

LA IMPRENTA EN GUADALAJARA DE MÉXICO. (1739-1821). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 104 págs. -La introducción en numeración romana: págs. V - XIV, y sigue arábiga para el texto, el que comienza en la pág. 16. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 200 ejemplares.

Toda la introducción ha sido incorporada en la obra. Las materias son las que se indican:

I. Disquisiciones sobre la introducción de la imprenta en Guadalajara.

II. Manuel Antonio Valdés y la primera imprenta; y

III. Los impresores: José Fruto Romero; los herederos y su viuda continúan con la imprenta.

VERACRUZ. 1794.

26.- 1904.

LA IMPRENTA EN VERACRUZ. (1794-1821). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 34 + 2 págs. -Un facsímil. -La introducción en numeración romana, págs. V-VII, y sigue arábiga para el texto, el que comienza en la pág. 9 hasta la 34. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport. -Tirada de 200 ejemplares.

La introducción ha sido incorporada en la obra. Ella trata:

I. Falta de antecedentes positivos para determinar con precisión cuando se introdujo la imprenta en Veracruz;

II. El primer impresor veracruzano: Manuel López Bueno; y

III. Otras imprentas.

SANTIAGO DE CUBA. 1796.

27.- 1904.

LA IMPRENTA EN SANTIAGO DE CUBA.

En: Primeras producciones de la imprenta.

Págs. 82-89.

  —XXXV→  

Toda esta parte ha sido aprovechada en la obra. Las puntos que desarrolla Medina son:

I. José Villar establece en la parte oriental un papel periódico;

II. Los autores cubanos y la introducción de la imprenta en Santiago;

III. La imprenta se estableció antes de 1792; y

IV. La imprenta del Colegio Seminario: el impresor Matías Alqueza.

MONTEVIDEO. 1807.

28.- 1892.

-LA IMPRENTA EN MONTEVIDEO.

En: Historia y bibliografía.

Págs. VII-XII.

Toda la introducción se ha vaciado en el libro. Comprende los puntos que se indican:

I. Los ingleses establecen una imprenta al ocupar la ciudad en 1807;

II. Es vendida a la Casa de Expósitos de Buenos Aires;

III. Carlota Joaquina de Borbón resuelve enviar una imprenta a Montevideo; y

IV. Escasas noticias que se tienen del personal de este establecimiento tipográfico.

PUERTO RICO. 1808.

29.- 1904.

-LA IMPRENTA EN PUERTO RICO.

En: Primeras producciones de la imprenta.

Págs. 63-64.

La cortísima noticia que proporciona Medina se ha incorporado en la obra.

CARACAS. 1808.

30.- 1904.

-LA IMPRENTA EN CARACAS. (1808-1821). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 29 + 3. -La introducción en numeración romana, págs. V-IX, y sigue la del texto en arábiga, la que comienza en la pág. 11. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 200 ejemplares.

La introducción se ha reproducido en la obra y ella versa:

I. Falta de antecedentes en el Archivo de Indias acerca de la introducción de la imprenta en Caracas;

II. Lo que dicen los escritores venezolanos;

III. Gallagher y Lamb, ingleses, fueron los primeros impresores;

IV. Juan Bailío y Compañía; Juan Gutiérrez Diez, impresor del gobierno; y

V. Talleres tipográficos de Bailío y Gutiérrez en Nueva Valencia. Una segunda edición se hizo en Caracas en 1952.

CARTAGENA. DE LAS INDIAS. 1809.

31.- 1904.

LA IMPRENTA EN CARTAGENA DE LAS INDIAS. (1809-1820). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 70 + 2 págs. -La introducción en numeración romana: págs. V y XVIII. -Documentos,   —XXXVI→   págs. XIX-XLIX, y sigue la del texto en arábiga, la que comienza en la pág. 51. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 200 ejemplares.

La introducción y los documentos se han incorporado a la obra. La primera se refiere a los asuntos siguientes:

I. Antonio Espinoza de los Monteros, primer impresor de Cartagena de Indias;

II. La imprenta del Real Consulado;

III. El tipógrafo Diego Espinoza de lo, Monteros;

IV. La imprenta del Gobierno por Manuel González y Pujol; y

V. Datos biográficos sobre algunos impresores.

MÉRIDA DE YUCATÁN. 1813.

32.- 1904.

-LA IMPRENTA EN MÉRIDA DE YUCATÁN (1813-1821). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 32 págs. -La introducción en numeración romana: págs. V-XII, y sigue la del texto en arábiga, que comienza en la pág. 13. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: -Tirada de 200 ejemplares.

La introducción se reproduce en la obra. Ella versa sobre estos tópicos:

I. Introducción de la imprenta a principios de 1813;

II. José Fernández Hidalgo, primer impresor;

III. La imprenta del Gobierno de 1814; la de Andrés Martín Marín de 1815; la de Domingo Cantón, antes de 1820; y

IV. Posible sucesión de los nombres de las imprentas, la que era una sola.

Hay una segunda edición yucateca de 1952.

SANTA MARTA. 1816.

33. -1904.

LA IMPRENTA EN SANTA MARTA.

En: Primeras producciones de la imprenta.

Págs. 77-79.

La breve noticia de Medina se reproduce en la obra.

Propiamente, la historia de la imprenta en América y en Oceanía se encuentra escrita por Medina en las obras anotadas. Pero su autor, al mismo tiempo que hacía esa historia, tenía fundamentalmente un propósito bibliográfico. En varias ocasiones, no le fue dado ni posible narrar el establecimiento del arte de imprimir en varias ciudades o lugares de las posesiones ultramarinas españolas, y sólo se limitó a colacionar el primer impreso. Naturalmente, las indicaciones que al respecto consignó, de un orden estrictamente bibliográfico, no caben en esta obra destinada a la historia de la imprenta.

A fin de establecer cuáles fueron los lugares o ciudades, cuya historia de la imprenta Medina no escribió, y que por ello no se han incluido en esta obra, las vamos a señalar aquí. En efecto, las ciudades o lugares sin historia de la imprenta, pero de las cuales Medina sólo anotó, como decimos, la primera producción, están referidas en su estudio intitulado: Notas bibliográficas   —XXXVII→   referentes a las primeras producciones de la imprenta en algunas ciudades de la América Española, (1754-1823), que ya ha sido descrito. Esas ciudades son las siguientes: Angostura, Curazao, Guayaquil, Maracaibo, Nueva Orleans, Nueva Valencia, Panamá, Popayán, Puerto España, Querétaro, Santo Domingo, Tunja, Isla Liceaga, Puerto Cabello, Apatzingán, Sultepec, Acapulco, Maturin y Tlalpuxahua. Total 19 ciudades o lugares. En algunas de ellas y en determinados puntos, la imprenta fue un elemento puramente ocasional, de paso, como que venía a veces con los ejércitos realistas o independientes, o bien, acompañaba al gobierno para editar los documentos oficiales en el sitio circunstancial en que se encontraba.

Lo propio podemos decir de la imprenta en algunos pueblos del Perú, durante las campañas de la independencia, capítulo con el cual se cierra esta obra. Medina recogió de esas ciudades o lugares, las indicaciones bibliográficas de las primeras producciones y las describió sin hacer la historia de la imprenta, porque fue eminentemente transitoria. Esas producciones, con las indicaciones de los sitios en que fueron impresas, se encuentran en el estudio intitulado:

34.- 1904.

LA IMPRENTA EN AREQUIPA, EL CUZCO, TRUJILLO Y OTROS PUEBLOS DEL PERÚ, DURANTE LAS CAMPAÑAS DE LA INDEPENDENCIA (1820-1825). NOTAS BIBLIOGRÁFICAS. POR... SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA ELZEVIRIANA. 1904.

4.º 71 + 1 págs. -La introducción en numeración romana: págs. V-VII y en arábiga la del texto, que comienza en la pág. 11. -Port. a dos tintas. -Al reverso de la anteport.: Tirada de 200 ejemplares.

Sólo la introducción se ha incorporado en la obra.

Las ciudades o lugares del Perú en que la imprenta dio a luz sus producciones, son las siguientes: Arequipa, El Cuzco, Trujillo, Pasco, Huaura, Huacho, Arica, Viacha, Ica, Reyes, Chuquibamba, Huamanga, Ayacucho, Chuquisaca, Desaguadero, Jauja, Huancayo y Oruro. Total: 18 ciudades o lugares. Casi todos estos impresos, con excepción de los de Arequipa, El Cuzco y Trujillo, fueron editados por las imprentas de los ejércitos patriotas y realistas, como Medina cuida de establecerlo.

III.- Cronología de la imprenta en las ciudades y lugares de América y Oceanía

Con el propósito de presentar objetivamente el desarrollo del arte de imprimir en las ciudades y lugares de los dominios españoles en América y Oceanía, de que Medina se ocupó, hemos confeccionado el cuadro que sigue, de acuerdo con las fechas establecidas por el mismo bibliógrafo:

  —XXXVIII→  
  • SIGLO XVI
  • 1.- 1539. México.
  • 2.- 1584. Lima.
  • 3.- 1590. Macao.
  • 4.- 1593. Manila.
  • SIGLO XVII
  • 5.- 1640. Puebla de los Ángeles.
  • 6.- 1660. Guatemala.
  • SIGLO XVIII
  • 7.- 1705. Paraguay.
  • 8.- 1707. La Habana. Impreso circunstancial.
  • 9.- 1720. Oaxaca.
  • 10.- 1739. Santa Fé de Bogotá.
  • 11.- 1754. Ambato.
  • 12.- 1760. Quito.
  • 13.- 1764. Nueva Valencia. Impreso circunstancial.
  • 14.- 1766. Córdoba del Tucumán.
  • 15.- 1769. Nueva Orleans.
  • 16.- 1780. Buenos Aires.
  • 17.- 1780. Santiago de Chile. Debe entenderse 1776.
  • 18.- 1786. Puerto España. Impreso circunstancial.
  • 19.- 1793. Guadalajara.
  • 20.- 1794. Veracruz.
  • 21.- 1796. Santiago de Cuba.
  • SIGLO XIX
  • 22.- 1807. Montevideo.
  • 23.- 1808. Caracas.
  • 24.- 1808. Puerto Rico.
  • 25.- 1809. Cartagena de Indias.
  • 26.- 1810. Guayaquil. Impreso circunstancial.
  • 27.- 1812. Isla Liceaga. Impreso circunstancial.
  • 28.- 1812. Sultepec. Impreso circunstancial.
  • 29.- 1813. Acapulco. Impreso circunstancial.
  • 30.- 1813. Maturin. Impreso circunstancial.
  • 31.- 1813. Mérida de Yucatán.
  • 32.- 1813. Tlalpuxahua. Impreso circunstancial.
  • 33- 1814. Apatzingan. Impreso circunstancial.
  • 34.- 1814. Curazao. Impreso circunstancial.
  • 35.- 1814. Tunja. Impreso circunstancial.
  • 36.- 1816. Santa Marta. Impreso circunstancial.
  • 37.- 1816. Popayan. Impreso circunstancial.
  • 38.- 1819. Angostura. Impreso circunstancial.
  • 39.- 1820. Ancón. Impreso circunstancial.
  • 40.- 1820. Pisco. Impreso circunstancial.
  • 41.- 1820. Supe. Impreso circunstancial.
  • 42.- 1821. Arequipa. Impreso circunstancial.
  • 43.- 1821. Jauja. Impreso circunstancial.
  • 44.- 1821. Huacho. Impreso circunstancial.
  • 45.- 1821. Huancayo. Impreso circunstancial.
  • 46.- 1821. Huamanga. Impreso circunstancial.
  • —XXXIX→
  • 47.- 1821. Huaura. Impreso circunstancial.
  • 48.- 1821. Santo Domingo. Impreso circunstancial.
  • 49.- 1821. Querétaro. Impreso circunstancial.
  • 50.- 1821. Retes. Impreso circunstancial.
  • 51.- 1822. Arica. Impreso circunstancial.
  • 52.- 1822. El Cuzco. Impreso circunstancial.
  • 51.- 1822. Maracaibo. Impreso circunstancial.
  • 54.- 1822. Ica. Impreso circunstancial.
  • 55.- 1822. Panamá. Impreso circunstancial.
  • 56.- 1822. Puerto Cabello. Impreso circunstancial.
  • 57.- 1823. Trujillo. Impreso circunstancial.
  • 58.- 1823. Viacha. Impreso circunstancial.
  • 59.- 1824. Ayacucho. Impreso circunstancial.
  • 60.- 1824. Callao. Impreso circunstancial.
  • 61.- 1824. Chuquibamba. Impreso circunstancial.
  • 62.- 1824. Pasco. Impreso circunstancial.
  • 63.- 1824. Chuquisaca. Impreso circunstancial.
  • 64.- 1824. Desaguadero. Impreso circunstancial.
  • 65.- 1825. Oruro. Impreso circunstancial.
  • 66.- 1825. Reyes. Impreso circunstancial.

IV.- La formación del bibliógrafo

La crítica, por una parte, y la curiosidad fascinada, por otra, han formulado, con razón, algunas interrogaciones acerca del origen de los estudios bibliográficos de Medina. Ellas han surgido ante el considerable y avasallador volumen que asume su obra en los 52 años en que se produjo - (1878-1930)- en la cual la erudición fue portentosa y el método descriptivo empleado para los impresos, simplemente perfecto.

¿Cuándo comenzó Medina a interesarse por la bibliografía y los estudios bibliográficos?

¿Qué estímulos lo volcaron hacia ellos?

¿Cómo germinó en su inteligencia la idea de inventariar la producción de la imprenta en las ciudades de los antiguos dominios españoles?

Antes de dar respuesta a las preguntas formuladas, en la medida de los antecedentes de que disponemos, convendrá dejar establecido que el bibliógrafo describió 69.682 títulos de impresos5, cifra que debe redondearse   —XL→   a la de 70.000, si se considera que algunos libros y folletos citados con especial prolijidad, no fueron asentados bibliográficamente ni en algunos estudios históricos o literarios, ni en las bibliografías especiales o generales que dio a luz. Por tan maravillosa hazaña en el campo de la erudición de los libros, acaso burla burlando, un experto en la bibliografía chilena, le llamó, como ya lo recordamos, el primer bibliógrafo de la cristiandad.

Cuando en 1904, Luis Montt singularizó así a Medina con esa frase, aún no había concluido la empresa gigantesca que habíase echado sobre sus hombros, y ella habría de resultar exactísima y sin ampulosidad antes   —XLI→   de mucho. Entonces pareció envolver una ironía. A la verdad, ya el nombre del erudito encontrábase ligado a la vernácula tradición bibliográfica hispana, mejor dicho, se identificaba con la escuela que había producido. Pero Medina dejó muy atrás a sus predecesores en cuanto a método. De ellos, el inglés Garnett escribió:

El gran mérito de los bibliógrafos españoles y portugueses ha perdido en parte su reconocimiento, por el carácter excepcional de sus temas. Han hecho poco por la bibliografía general o por la historia literaria de otras naciones; pero siguiendo el precepto alemán «han barrido delante de sus puertas» de la manera más completa. Nicolás Antonio y Barbosa y Machado han dado ejemplos magníficos de lo que se puede llamar biobibliografía, donde no sólo los productos literarios, sino también la vida del autor, son los temas de investigación. Hay pocos libros de tal clase que se pueda recurrir a ellos con la perspectiva de encontrar justamente lo que necesitamos. Las dimensiones de la literatura moderna impiden tener la esperanza de ver esa clase de libros otra vez. La bibliografía y la biografía deben en adelante andar separadas, o a lo más, como en nuestro Diccionario de la Biografía Nacional, la una se reduce a un mero apéndice de la otra. Trabajos como los de Nicolás Antonio o Barbosa y Machado, pertenecen a las grandezas de la antigüedad; sin embargo, gran número de bibliógrafos modernos españoles y portugueses han demostrado igual esmero en campos más restringidos. Sería muy difícil alabar demasiado los trabajos de un Méndez, de un Salvá o un García Icazbalceta, quienes, como sus predecesores, pudieron dar la impresión de haber agotado sus temas. A estos se puede agregar ahora al señor José Toribio Medina, que ha tomado un continente entero como su provincia6.



El Conservador del Museo Británico escribía las palabras anteriores en 1893, impresionado con el libro de Medina, Historia y Bibliografía de la Imprenta en el Antiguo Virreinato del Río de la Plata, que era en realidad, como una de las grandezas de la antigüedad.

Grandezas de la antigüedad serían después la Biblioteca Hispano-Americana y la Biblioteca Hispano-Chilena, La imprenta en Lima, La imprenta en México, etc., calcadas en la amplitud del plan de información bibliográfica y biográfica de los clásicos eruditos recordados por Garnett, y mejorados por Medina, en lo tocante a la técnica descriptiva de los impresos y a la crítica bibliográfica e histórica. Pero sea de esto lo que fuere, en tratándose de los bibliógrafos españoles, portugueses y americanos -españoles americanos, para precisar-, considerados como los antecesores del chileno,   —XLII→   por muy larga que sea la lista que ocupan en la bibliografía general o especial, es justo recordarlos, sobre todo, cuando se enfocan en relación con Medina desde el ángulo de los estudios de aquéllos en erudición, técnica bibliográfica y amplitud en el plan de trabajo a que Garnett se refería. El asunto hasta ahora, en el sentido de la evaluación de métodos, no sabemos haya merecido la atención de nadie. Al sugerirlo, avanzamos la conveniencia de realizar alguna vez un ensayo de comparación de métodos, de sistemas y de técnicas, de los antecesores de Medina, con los que él impuso en sus bibliografías. Ello sería provechosísimo, si bien fatalmente un estudio semejante está obligado a desplazarse hacia el campo de las técnicas de las bibliografías alemanas que el erudito nos parece hizo suyas.

En cierto modo, pero sin penetrarlo cabalmente en el aspecto que incidentalmente tocamos, hay un excelente estudio de crítica bibliográfica muy bien concebido, realizado por el erudito José Zamudio. Lo hicimos publicar nosotros en el número 327-328, correspondiente a los meses de septiembre-octubre de 1952, del tomo CVII, de la revista Atenea, de Concepción, número que nos tocó en suerte dirigir por estar dedicado a Medina con ocasión del centenario de su nacimiento en aquel año. Intitúlase el serio trabajo de Zamudio, Medina y la bibliografía. El último párrafo de este valioso ensayo está consagrado a la técnica bibliográfica de Medina en sí misma (págs. 509-513). En la revista Atenea, el artículo de Zamudio ocupa las págs. 420-514. Se hizo una separata con el mismo título por la Editorial Nascimento, Santiago, 1952, Chile, en un vol. 102 págs. en 8º. -La Sociedad de Bibliófilos Chilenos hizo otra edición de 650 ejemplares venales y 102, numerados de 0 a 101 en papel holandés, como reza el colofón, conservando el título primitivo del estudio, en un volumen en 49 de 102 + una pág. para el colofón. El ejemplar nuestro tiene el número 85.

Por una singular coincidencia, la bibliografía clásica española se inicia en el siglo XVII con una obra también clásica para la americana, Antonio de León Pinelo publicó en 1629 el Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental, la más antigua fuente orgánica de información de las cosas del mundo colombino, y por cuyo precioso libro, de inexcusable estudio, Pinelo es el padre de la bibliografía americana. En este siglo XVII, se une a aquel nombre, el de Nicolás Antonio. Sus bibliografías son de 1672 y 1696. En el siglo XVIII, se destaca Andrés González Barcia, que complementa el Epítome de Pinelo, en 1737. Síguele el portugués Alfonso Lasor a Varea, pseudónimo de Rafael Savonarola, que publica su gran bibliografía de escritores de aquel país en 1713. Otro lusitano, Diego Barbosa y Machado, da a luz las suyas en 1741 y 1759. Las bibliografías generales tienden a desaparecer, pero las especiales siguen manteniendo el plan bibliográfico y biográfico que les dio tanto renombre a los primeros. Los más destacados de estos bibliógrafos son, según el orden de sus publicaciones, fray José Rodríguez, en 1747; en ese mismo año, Vicente Ximeno; en 1755, Juan José de Eguiara y Eguren, mexicano; en 1760, Vicente García de la Huerta; en 1778, Juan Antonio Pelicer y Saforcada; en 1781, José Rodríguez de Castro;   —XLIII→   en 1789, José Álvarez de Baena; Raimundo Diosdado Caballero en 1793; y en 1796, fray Francisco Méndez, con el cual concluye el siglo XVIII.

El XIX se inicia con Juan Sempere y Guarinos, en 1801; continúa en 1805, con José Rezabal y Ugarte, tan vinculado en Chile; en 1816, José Mariano Beristain de Souza, mexicano; Vicente Salvá, en 1826; José Pastor Fuster, en 1827; en 1836, Félix Torres de Amat; en 1842, Antonio Hernández Morejón; en 1851, Martín Fernández de Navarrete; en 1858, Tomás Muñoz y Romero; en 1859, Pascual de Gayangos; en 1860, Cayetano de la Barrera y el colombiano Exequiel Uricoechea; en 1863, Bartolomé Gallardo, ano en que se publican sus apuntaciones, las que son muy anteriores, y que complementan Zarco del Valle y Rayón. De 1865 es Vicente Barrantes; de 1866, el argentino Juan María Gutiérrez. Eugenio Maffei y Ramón Rua y Figueroa aparecen en 1871; Marcelino Menéndez y Pelayo en 1876; y en 1886, Juan de Dios de la Raya y Delgado. En este año también es cuando el mexicano Joaquín García Icazbalceta, espejo de bibliógrafos, da a luz su obra monumental. Dos años después, en 1888, Medina unirá su nombre a la lista de los más esclarecidos bibliógrafos hispano-lusitanos y latino-americanos, al iniciar sus bibliografías cíclicas. Las destacan el método rigurosamente científico y de un modo especial la naturaleza americanista de los temas. Con su obra bibliográfica devolvió a la lengua española el dominio de la bibliografía general americana.

Hasta el siglo XVIII, con González Barcia, su imperio había sido incontrastable. Pero, en la primera mitad del siglo XIX, Francia, primero, e Inglaterra, después, desplazaron de España la bibliografía americana hacia esos países. En la segunda mitad de ese siglo, los norteamericanos conquistaron el cetro. Cayó, con justa razón, en las manos de Henry Harrisse, francés, nacido en 1826 y nacionalizado ciudadano de la Unión. De 1866 es su Bibliotheca Americana Vetustissima, con la que estableció la bibliografía crítica americana. Medina heredará el cetro al dar a luz la Biblioteca Hispano Americana (1493-1810), en VII grandes volúmenes, publicados en el curso de lo nueve años comprendidos entre 1898 y 1907. Harrisse, fallecido en 1910, alcanzó a conocer a su sucesor y comprobar la superación del chileno. En la Vetustissima, y en las Additions, Harrisse describió, en total 490 impresos, correspondientes al período comprendido entre 1493 a 1551, o sea, en el transcurso de 58 años. Medina, había ido más lejos. En los 317 años corridos desde 1493 hasta 1810, elevó la suma en su Biblioteca Hispano Americana a 7.758 títulos de impresos.

¿De cuándo datan, pues, los primeros contactos de Medina con la bibliografía? El punto de partida fue, sin duda, la Historia de la Literatura Colonial de Chile, publicada en Santiago de Chile en 1878, cuando el autor tenía 26 años de edad. La historia de este libro debe tenerse presente, porque es determinante en la evolución de las inclinaciones intelectuales de Medina y gradúa el desarrollo de sus aptitudes. La carrera literaria del futuro historiador y bibliógrafo se inició el 25 de agosto de 1873, a los 20 años, con un estudio de crítica literaria acerca de la novela María del colombiano Jorge   —XLIV→   Isaacs7. Los escritos que siguen tienen otras tendencias. Se encaminan a las ciencias naturales, en el campo de la zoología, y dentro de ella a los entomológicos8. El folklore, en cuanto a lo que la tradición, el mito y la leyenda ha recogido de la vida de los insectos y de otros animales, sirvió a Medina para su divulgación científica. Entre los 15 y los 17 años, la curiosidad de la inteligencia y el espíritu de observación del adolescente, habíanse vaciado hacia la contemplación de la vida de esos seres. Un impulso natural lo llevaba a conocer las diversas manifestaciones de tales existencias. Paciencia requería esta actitud, con la cual anunciábase al investigador. En el fundo del abuelo, en Colchagua, encontró la manera de dar expansión al secreto impulso que lo conducía, todavía sin plan ni método, sin base científica, a reunir las especies entomológicas que llegaban a sus manos. La primera recolección de insectos la efectuó en 1868, según su propia declaración, y correspondía al área del fundo de su abuelo, Chomedagüe, en Santa Cruz. En 1869, hizo la segunda. Las áreas de las pesquisas fueron los alrededores de Santiago.

En 1868, era alumno del Instituto Nacional y habíase matriculado para seguir los cursos de Filosofía, 2º año, con Ramón Briseño; Literatura, 2º año, con Diego Barros Arana; Latín, con Baldomero Pizarro; Historia Natural, con Rodulpho Amando Philippi; y Fundamentos de la Fe, con el presbítero Juan Escobar Palma.

Las condiciones excepcionales que adornaban al doctor Philippi -dicen Stuardo y Olave- lograron despertar en el joven Medina una afición poco común por los estudios de las ciencias naturales, y muy particularmente por los estudios entomológicos. En las páginas de los Elementos de Historia Natural -[de que era autor Philippi]- aprendió Medina los rudimentos de la maravillosa organización de los insectos, las nociones de la nomenclatura y de la sistemática, y durante las excursiones conoció los diversos estados   —XLV→   porque pasan los insectos durante su desarrollo, así como las múltiples manifestaciones de la vida y costumbres de aquellos seres. Es así como su colección de insectos... ha debido iniciarse siendo aún alumno del Instituto y debió acrecentarla a partir del año siguiente de regresar de las aulas institutanas. Sus estudios de leyes, iniciados el año 1869, que culminaron con su título de abogado el 26 de marzo de 1873, en nada menoscabaron su afición por el estudio de los insectos, y así, hay constancia de que incrementó esa colección con material recogido en 1869, en los alrededores de Santiago, y, en los años de 1870 a 1873 visitó las provincias de Valparaíso, Santiago, Colchagua, Curicó y Maule. La obra del joven entomólogo no sólo se limitaba a aumentar su colección. Con la ayuda de su maestro, el doctor Philippi, y con la colaboración de don Edwin C. Reed, a la época ayudante del Museo de Historia Natural, y el de otros entomólogos, como don Filiberto Germain y don Fernando Paulsen, juntaba literatura y se adiestraba en la difícil tarea de ordenar y determinar los insectos recogidos, convirtiéndose tempranamente en hábil conocedor de la sistemática. Pero no sólo juntaba y ordenaba insectos. También le preocupaban las costumbres de estos animalitos, tan insignificantes en su apariencia, pero de honda repercusión a veces en la vida y en la economía de los pueblos9.



Con estos datos queremos demostrar dos hechos que destacan con perfecta claridad la formación intelectual de Medina en su primera época y sobre los cuales construirá todo el gran edificio de su obra literaria y científica. La vocación por las letras, que nació en Medina de un modo irresistible y como una herencia acaso de las aficiones de su padre, -que fue un poeta- se canalizó en la crítica. En el fondo, como se ha dicho, ella no es otra cosa que la observación profunda de las modalidades imaginativas y creadoras del estilo literario, en sus formas internas y externas, a través del sentimiento estético. Barros Arana -téngase presente- había sido su profesor de literatura. La devoción por las ciencias naturales, que en el joven estudiante encontraron predilección por la entomología, manifiestan las futuras aptitudes del investigador. Philippi había sido su profesor de Historia Natural10. Tanto Barros Arana como Philippi eran mentalidades   —XLVI→   positivas, imbuidas en las concepciones experimentales y analíticas. El primero, ardiente discípulo de los métodos científicos comtianos, despreció siempre las abstracciones de la filosofía y de la metafísica y fue enemigo de las teorizaciones; el segundo, basó en las comprobaciones de las experiencias, en las observaciones directas, los hechos del mundo de la naturaleza. La influencia de estos dos maestros sobre la inteligencia de Medina, también analítica, razonadora y positiva, fue muy poderosa y decisiva y determinó, sin duda, la orientación de su vida intelectual. La investigación de los hechos; la crítica de ellos: he ahí el que sería su ideal. Los estudios de derecho debían darle, por último, la fuerza del razonamiento deductivo.

En 1874, casi al año de haber iniciado Medina su vida de escritor, lo encontramos preocupado de las letras y de las ciencias. No hay todavía una definición. El crítico literario traduce del poeta norteamericano H. W. Longfellow, Evangelina, el cuento de la Acadia. La versión de Medina, adaptada a la prosa, para salvar las dificultades del verso, guarda una discreta mesura y una ponderada reserva, con cuyos expedientes evitó caer en el sentimentalismo a que podía conducir una interpretación libre de la leyenda11. Con esta traducción el escritor, por otra parte, se iniciaba en las letras de acuerdo con la recomendación de Andrés Bello, la que constituía tradición en nuestra historia literaria: el caraqueño quiso siempre que los jóvenes se ensayaran en la versión de los buenos modelos literarios como un excelente ejercicio para adquirir el dominio del idioma y alcanzar la soltura del estilo.

Al mismo tiempo que emprendía Medina estas empresas literarias, en circunstancias que sus verdaderas aptitudes aún no se descubrían, las preocupaciones científicas juegan un papel importante en este período de orientación intelectual. Buscaba para los estudios entomológicos una manera práctica de hacerlos efectivos, difundiéndolos, y para ello propuso, con muy buenos y sólidos fundamentos, los Motivos para la fundación de una Sociedad Entomológica Chilena12. Era el mes de abril de 1874.

Las lecturas literarias y científicas lo absorvían por esta época. Pero también efectuaba otras. Las de las ciencias naturales le abrieron el camino de las históricas. ¿Qué habían dicho los primitivos historiadores de Chile acerca de su fauna originaria? ¿Qué especies habían descrito? El   —XLVII→   entomólogo quiso conocer estos relatos. Datan de 1872 las lecturas de los cronistas coloniales. En la Colección de Historiadores y Documentos relativos a la Historia Nacional, iniciada en 1861 por Juan Pablo Urzúa, habíanse publicado hasta 1874 las Cartas de Pedro de Valdivia, el primer libro de Actas del Cabildo de Santiago (1541-1557), la Historia de Chile (1536-1575) de Alonso Góngora y Marmolejo; la Historia de Chile (1492-1717), de Pedro de Córdova y Figueroa; el Cautiverio Feliz (1629), de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán; la Historia Militar, Civil y Sagrada de Chile (1536-1639), del jesuita Miguel de Olivares; las Guerras de Chile (1625), de Luis Tribaldos de Toledo; los Hechos de Don García Hurtado de Mendoza (1558-1561), por Cristóbal Suárez de Figueroa; los Hechos de don Alonso de Sotomayor (1583-1592), por Francisco Caro de Torres; las Guerras de Chile, de Santiago de Tesillo; la Crónica del Reino de Chile (1536-1560), por Pedro Mariño de Lobera, refundida a nuevo estilo por el jesuIta Bartolomé de Escobar, y, finalmente, la Historia de la Compañía de Jesús en Chile (1539-1736), del jesuita Miguel de Olivares. Hasta 1874 los que se han indicado eran los cronistas publicados en los VII volúmenes a que entonces alcanzaba la Colección de Historiadores de Chile. Medina los había adquirido con los honorarios que percibió por unas clases privadas de latín y ciencias naturales explicadas a 14 jóvenes distinguidos de la sociedad, en las que se ocupó desde 1872 hasta ese año, 1874, en compañía de su amigo y condiscípulo Luis Manzor que, a su vez, enseñaba física y química. El primer libro de historia de América que leyó a los 20 años, fue el de Arturo Helps, The Spanish conquest in América and its relation to the history of slavery and to the government of colonies, publicado en Nueva York, en 4 volúmenes, en 1856 y 186813.

V.- Andanzas documentales y bibliográficas

En las páginas de los cronistas primitivos, que abren el relato con la descripción física del territorio, el naturalista que había en Medina encontró cuanto su curiosidad buscaba. La lectura de esas páginas lo adentró además en el conocimiento de la historia colonial. Pero entonces no se había decidido por su estudio y sólo era acaso uno de los pocos jóvenes familiarizados con la literatura vernácula del coloniaje, leída como un naturalista y no con el criterio del historiador, como Crescente Errázuriz y Luis Montt lo habían hecho. Por eso, cuando se propone escribir la Historia de la literatura Colonial de Chile, no es un estímulo personal el que lo mueve a ello, ni es una decisión íntima la que le obliga a tomar la pluma sobre un asunto que hubiera largo tiempo madurado. La iniciativa que lo condujo a interesarse por el tema había surgido de la Universidad de Chile. Véase cómo. En la sesión del Consejo Universitario del 16 de noviembre de 1874, el Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades Diego Barros Arana,   —XLVIII→   expresó que la corporación de su cargo había señalado como tema de certamen para el año de 1875, el de un bosquejo histórico de la literatura chilena durante la época del coloniaje, y que solicitaba el acuerdo del Consejo para dar a la publicidad las bases del certamen a que deberían someterse los concursantes. Con las lecturas ya avanzadas de los cronistas coloniales, Medina decidió oponerse al concurso. Sabemos que el 9 de diciembre de ese año, antes de cumplirse un mes de la aprobación de las bases del certamen por el Consejo Universitario, Medina había dejado de mano su bufete de abogado para dedicarse a reunir materiales para la historia que se proponía escribir. A uno de sus condiscípulos, al encargarle una gestión de su oficina, le escribe:

El tiempo se me ha pasado en las rebuscas para mi gran tratado de la Historia literaria de Chile, que me absorve completamente.



A medida que reunía los materiales, en su ánimo fueron presentándose las dificultades de la investigación acerca de la historia de la literatura colonial, siendo muchas las que debía resolver. Desde Chile no era posible encararlas, según creía. Entonces la buena fortuna vino en su ayuda. El 23 de marzo de 1875, era nombrado Secretario de la Legación de Chile en el Perú. Con el viaje a Lima, creyó ver despejadas más de algunas de las incógnitas de la historia literaria del coloniaje. En lo tocante a viejas ediciones y documentos aclaratorios, concibió muchas esperanzas. También había cifrado algunas ilusiones en ese viaje para los trabajos de historia natural. Los 22 años, con todas sus vehemencias, le dibujaban un cuadro lisonjero. A su abuela, recluida en el fundo de Chomedagüe, en Santa Cruz, de quien no alcanzó a despedirse, le escribía el 26 de marzo:

Llevo un gran plan de trabajo y siento como una desesperación al no encontrarme ya en Lima, que ha sido en mis estudios algo así como la aspiración religiosa que sienten los árabes por visitar la ciudad santa de La Meca. Por esta razón, no alcanzaré a verla para darle el beso y abrazo de despedida, que desde luego le llevan esta carta. Ud. sabrá de mis esfuerzos y de mis triunfos por los libros que publique, como resultados de mis estudios. Cuidaré de enviárselos.



El 25 de abril de 1875 se encontraba en Lima. En carta a su padre, de fecha 5 de mayo, le relata el plan de vida que se había impuesto:

He modificado mis hábitos, -le dice- pues me acuesto como los viejos y me levanto muy temprano para leer y después trajinar y recorrer todo lo que me interesa, de tal modo que cuando llega la noche apenas resisto pasearme por los portales de la Plaza de Armas, porque estoy rendido con los trabajos de la tarde. Tengo ahora muy poco trabajo en la oficina y dispongo de tiempo para dedicarme   —XLIX→   a mis estudios científicos y literarios. En lo único en que emplearé el dinero de los sueldos, será en adquirir antigüedades y libros raros que aquí hay en gran abundancia y baratos, y que más tarde tendré oportunidad de entregar a los establecimientos de mi país.



Comenzó entonces la peregrinación científica y literaria. Para la primera, encontró obstáculos que no le fue dado superar. Así lo dice en una carta:

Me he visto obligado a no poder continuar en esta ciudad -[de Lima]- mis estudios preferidos de ciencias naturales, por lo cual, para no desperdiciar el tiempo al que a éstos les tenía concedidos, lo empleo en recorrer archivos y bibliotecas para ver la manera de encontrar algo útil para la historia de Chile y sobre los primeros habitantes.



Pero las investigaciones literarias ineludiblemente debieron desplazarse hacia las bibliográficas, y el campo lo encontró abierto. Ricardo Palma fue el guía. El padre de Medina lo había conocido en Valparaíso en 1861, cuando el limeño se encontraba desterrado, y en la Sociedad de Amigos de la Ilustración, que editaba la Revista del Pacífico, lo trató con alguna intimidad14. En mayo dejaba constancia en una de sus cartas:

En este tiempo me he ocupado con don Ricardo Palma, el amigo de Ud., en recorrer librerías, bibliotecas conventuales y revisar mapas y documentos, en busca de algo que pueda servir para el estudio de nuestra historia; pero, por desgracia, el descuido en que yace todo impide encontrar algo que valga la pena. Sin embargo, objetos de la ya antigua civilización de los incas, extraídos de arruinados sepulcros, es muy fácil adquirir y ya me he puesto al habla con Philippi y don Diego [Barros Arana], a fin de que la Universidad aproveche esta oportunidad de servirla. He conocido al Rector de esta Universidad, al Bibliotecario General de Lima, y creo posible hacer con ellos algunos tratos que beneficien a nuestro país en cuanto a objetos prehistóricos y libros viejos, mediante un procedimiento de canje.



Sin embargo, no se hizo mayores ilusiones acerca de este intercambio, y aun de las posibilidades de consultar en las bibliotecas conventuales limeñas libros raros.

No estará demás... que sepan nuestros aficionados a la antigua literatura americana y que sueñan con las riquezas que creen   —L→   encierran las bibliotecas conventuales de la ciudad de los Reyes, que hoy, a excepción de San Francisco, donde existen algunos libros teológicos, y de los Descalzos, donde no se permite a nadie la entrada, en todos los demás sólo se conservan noticias de pasadas grandezas.



De la Biblioteca Nacional de Lima, expresó:

Ahora, en cuanto a la Biblioteca Pública, no se puede estudiar en ella por la falta de catálogo, y según parece, cuanto bueno encerraba va desapareciendo, o por incuria o por poca honradez de sus visitantes. Muchas veces nos ha sucedido encontrar obras a las cuales se había arrancado la página que se quiso consultar.



Tal opinión fue formulada en la Historia de la Literatura Colonial de Chile, (t. II cap. II, p. 93, n. 85), en 1878, después de haber concurrido a esa Biblioteca durante su permanencia en Lima, desde abril de 1875, hasta mayo de 1876.

Pero, así y todo, el centro de las investigaciones históricas y literarias, documentales y bibliográficas, fue para Medina la Biblioteca Nacional de Lima, después de esos fracasos. A ella llegó con su amigo Ricardo Palma. La impresión fue molesta, desagradable y penosa, por el descuido en que la encontró. Sin embargo, no duró mucho este primer golpe de vista. Al observar las cosas con más cuidado, ella desapareció, para convertirse en admiración por la riqueza de ese emporio bibliográfico. En el mundo de los libros impresos en la vieja ciudad virreinal, en el de los relativos a América que allí habíanse acumulado silenciosamente, en el de los documentos del archivo, donde tantos y tantos concernían a Chile, encontró la deleitación que buscaba. El 14 de junio de 1375 anota en una de sus cartas:

A medida que voy conociendo con detención bien particularizada esta famosa Biblioteca, más me convenzo de su extraordinaria riqueza. Mucho más rica que la nuestra en la importancia de los libros coloniales que conserva, no puede uno menos que lamentar que estos tesoros se encuentren tan mal cuidados y conservados. El gobierno no se ha preocupado seriamente en dotarla de empleados que sean capaces de hacer un buen catálogo. Hace falta un don Ramón Briseño. Lo que me ha llamado la atención en este personal es el desprecio que sienten por los libros americanos y peruanos.



En otros sitios encontró más facilidades. Consultó con detenimiento el Archivo de la Universidad Mayor de San Marcos y el Archivo Nacional, de cuyos documentos extrajo los más curiosos datos sobre personajes chilenos que, por una u otra razón, descollaron en el virreinato.

  —LI→  

Al frente de la Biblioteca Nacional encontrábase el canonista Francisco de Paula González Vigil, quien la venía sirviendo desde 1836, y al cual Medina conoció ese año de 1875, en que ocurrió su muerte. El coronel Manuel Odriozola, que entró a sucederle, era un erudito peruanista, compilador de dos valiosas colecciones documentales, con quien el escritor chileno anudó excelentes relaciones, lo mismo que con el historiador y biógrafo, el coronel Manuel Mendiburu, autor del clásico Diccionario Histórico y Biográfico del Perú, que tuvo además, para con Medina, muestras sinceras de amistad y de confianza literaria. Con la ayuda e indicaciones de estos hombres y con las de sus aptitudes, que comenzaban a desarrollarse y a desplegarse en un medio apropiado para sus aficiones históricas y bibliográficas, Medina entró de lleno en el camino de la investigación. En la biblioteca -«donde puede decirse que soy como el dueño»- tal como lo apuntó en una de sus cartas; en el Archivo de la Universidad de San Marcos, en el de la Real Audiencia y en el de la Corte Suprema, acopió documentos, entre estos, el Informe del Fiscal de la Real Audiencia de Chile sobre el estado de los estudios en 1775; el Plan del estado de Chile, anónimo, escrito en 1761; la Relación de la situación de Chile hasta 1717, y un volumen de Reales Cédulas, relativas a Chile correspondiente al período de la guerra de Arauco.

De una manera u otra, estos hallazgos documentales vinieron a servir a Medina para la historia de la literatura colonial, de la que en tierra limeña varios de sus capítulos había redactado. Algunos de ellos vieron la luz en El Correo del Perú, revista literaria que congregaba las mejores plumas del país, y que distinguió al novel escritor chileno con sus colaboraciones.

Los cinco artículos que publicó en esa revista fueron después capítulos del libro. En El Correo del Perú aparecieron: Fray Miguel de Aguirre, -(25 de julio, 8 y 15 de agosto de 1875)- el autor de la Población de Valdivia15; Fernando Álvarez de Toledo, -(22 de agosto y 15, 12, 19 y 26 de septiembre de 1875)- el poeta a quien suponíase autor del Purén Indómito16; Los araucanos y la astrología -(26 de diciembre de 1875)- 17; y, por último, los artículos sobre Ercilla juzgado por La Araucana, -(2, 9, 16, 23 y 30 de enero y 6, 13 y 20 de febrero de 1876) -que el autor dividió en dos partes: I: El amor y II Rasgos morales y pintura   —LII→   de pasiones y vicios, estudios con los cuales comenzó Medina a manifestar sus predilecciones por el cantor de las glorias de Arauco18.

Al finalizar el año de 1875, Medina editaba en Lima un documento importante para nuestra historia política y literaria colonial. De manos de su amigo el erudito Manuel Mendiburu, había recibido el manuscrito de las Memorias del Reino de Chile y de don Francisco de Meneses escritas por el P. fray de Juan de Jesús María, religioso de la observancia de Nº P. San Francisco. Fueron publicadas por la Imprenta Liberal de El Correo del Perú, en un volumen en 8º, con un total de 124 páginas, incluyendo la Introducción histórica y crítica de Medina, que está fechada en 17 de diciembre de ese año. Era un aporte de valor a la historia que escribía y con él entregó a la discusión, ya que el historiador no lo resolvió, el enigma de la paternidad de esta obra, escrita con verdadero talento literario y con una fuerte y violenta animadversión contra el gobernador Meneses, el célebre Barrabás del siglo XVII19.

¿Compensaban estas actividades literarias, de investigación histórica y no muy amplias en el dominio bibliográfico, «el gran plan de trabajo», de esfuerzos y de triunfos, de que Medina había hablado a su abuela al partir para Lima, en su carta de 26 de marzo de 1875? El esfuerzo que había desplegado era, sin duda, considerable y los resultados estaban a la vista. A su haber, contábanse cinco eruditos artículos de historia y crítica literaria, a la vez; la publicación de un libro de memorias de notable mérito literario sobre un gobernador del siglo XVII, que Luis Montt calificó como «la mejor obra literaria de la colonia»; la recolección de libros antiguos y de algunos documentos inéditos que se relacionaban con la instrucción y la administración coloniales del siglo XVIII y, finalmente, excavaciones arqueológicas y estudios etnográficos sobre las culturas prehistóricas peruanas, cuyos objetos fueron enviados a Philippi para que incrementaran las   —LIII→   colecciones del Museo de Historia Natural. Pero ¿había progresado en la redacción de la historia de la literatura colonial, en una proporción parecida a la que atestiguaban estos afanes? La correspondencia de Medina nos lo va a decir. El 5 de enero de 1876, le escribía a su padre:

En los diarios que me envió últimamente, he tenido el placer de ver que la Facultad de Filosofía mantiene como tema para el certamen, el de la Historia de la Literatura Chilena del Coloniaje. Yo me había esperado que mi competidor don Luis Montt hubiera podido concluir su trabajo en el feriado pasado, y me he felicitado grandemente de que esto no ocurriera, lo cual me proporciona la tranquilidad y el tiempo para concluir la primera parte de mi libro. Tendré con precisión que dar una vuelta por allá para ver los papeles de [monseñor José Ignacio Víctor] Eyzaguirre, cuya biblioteca me es de todo punto indispensable consultar. Es probable, pues, que el año de 1876 me sea propicio.



Sin vehemencia, calmadamente, Medina había ido acumulando materiales para esa obra. Al mes y diez días de la estada en Lima trabajaba ya en ella. El 19 de junio de 1875, escribe:

dentro de algún tiempo más seré presentado a una academia literaria donde me estrenaré con una lectura sobre Pedro de Oña y sus obras, que estimo oportuna para las circunstancias, siendo que fué el primer versificador chileno y que estudió, además, en esta Universidad de San Marcos: así justificaré mi elección que vendrá bien, teniendo lugar en el Perú.



Nada lo urgía. Por eso, al volver sobre Oña, el 11 de agosto apunta en la correspondencia:

No he leído mi trabajo sobre el poeta chileno, porque además de no tenerlo del todo concluido aún por la falta de datos que aquí había esperado obtener, como por otras cosas que se me han interpuesto, ningún compromiso tengo contraído y bien puedo esperar estar en vena para resolverme.



En octubre, refiérese al estudio sobre Ercilla:

la copia de Ercilla sigue bien, pero por el momento, llevado de unas premiosas ocupaciones, no puedo dedicarme a revisarla para darla a la estampa. Con afecto paternal o sin él, no rehuiré, llegado el caso, lo que reconozco como mío. En todo caso, no faltará algún galardón, aunque humilde, que dar en premio de tan heroico esfuerzo.

Prensa para dar a la estampa los artículos que escribía, que eran capítulos anticipados de la Historia, no le faltaba. Ricardo Palma, como hemos   —LIV→   visto, fue su introductor en los círculos literarios. El 31 de julio le decía su padre:

En El Correo del Perú he principiado a publicar algunos estudios biográficos-literarios de escritores chilenos del coloniaje a insistencia de Ricardo Palma, quien se ha servido hacer de mí una pequeña recomendación.



En febrero de 1876, el libro estaba prácticamente concluido. Anota en su correspondencia el día 19:

Esta y otra será la última vez que El Correo del Perú registre algo sobre Ercilla. En quince días más y quizá en todo lo restante del mes, habrá quedado concluido en cuanto es dable con los materiales que existen y en su mayor parte poseo, mi primer volumen de literatura chilena. No deja ya de darme cierto agrado paternal cuando a veces añado a los pliegos escritos algún acápite más. Como Ud. comprende, fundo en esta obra grandes expectativas y quizá hasta un viaje a Europa. Me dirá Ud. que esto es participar algo de las ilusiones de la buena lechera cuando el premio no lo tenía aún; pero dejemos esta dificultad aparte y proyectemos un poco. Ud. sabe que el trabajo que la Universidad premia se obliga a imprimirlo. Si este accidente llega para el mío, espero obtener que se me dé en dinero lo que valga dicha impresión, en lo que sería apoyado por el Consejo, y podría aún solicitar una comisión para sacar documentos históricos de Sevilla, etc., todo, por cierto, con retención de mi empleo. Ande yo con suerte, parodiaré a cierta copla muy conocida, y ríase la gente.



Por primera vez, el futuro historiador descubre el propósito de ir a España a estudiar en los archivos los documentos relativos a Chile.

Desde la ciudad virreinal, envió Medina el manuscrito de su libro a la Facultad de Filosofía y Humanidades con el pseudónimo de Robinson Crusoe. El Decano, el 15 de septiembre de 1876, lo elevó a conocimiento del Consejo Universitario y éste resolvió se pidiera informe a dos miembros de la Facultad. Fueron designados por el Decano para cumplir esta comisión, Benjamín Vicuña Mackenna, quien evacuó el suyo, altamente favorable, el 19 de octubre de 1876, y Gregorio Víctor Amunátegui, que después de nueve meses, el 23 de julio de 1878, dio cumplimiento a su cometido, pronunciándose en el sentido de que la Facultad haría un acto de

justicia discerniendo el premio a la persona que se ha ocultado bajo el pseudónimo de Robinson Crusoe20.



  —LV→  

En este tiempo ya Medina había abandonado la ciudad de Lima y partido para otros países, como lo había vislumbrado, pero no con una comisión de gobierno, sino gracias a la invitación de un noble amigo. La aceptación de ese convite habíalo obligado a hacer dejación de su empleo en forma violenta. El 20 de mayo de 1876, desde Lima le escribía a su padre:

Lo más inesperado del mundo me ocurre hoy; pasado mañana estaré en camino de Filadelfia... Hace dos horas que he resuelto este viaje y son las dos y media de la tarde y día sábado. Calcule Ud. cuántos serán mis apuros. Apenas tengo tiempo de decirle que marcho contento.



Entre tanto, el 31 de agosto de 1877, el Consejo Universitario acordaba otorgar el premio a Medina, por su obra intitulada Estudios sobre la literatura chilena del coloniaje (1541-1810). Primera parte: Poesía.

Encontrábase Medina en París cuando tuvo conocimiento de su triunfo y del informe de Vicuña Mackenna. El padre se lo había comunicado, y el 11 de diciembre de 1876, Medina decíale:

... sin duda que he tenido porqué lisonjearme con el informe de Vicuña Mackenna sobre mi trabajo, como también de que no lo vea a Ud. tan peleado como la literatura. Al fin, ella proporciona ratos agradable y puros y no es esto lo que menos puede desecharse en el camino de la vida. Hasta aquí no se conoce ejemplar (como la política cuenta a millones) de arrepentidos de las veladas literarias. Convengo en que los que carecemos de fortuna no debemos hacer de ella su exclusiva ocupación, al menos en Chile. Agradezco pues sus parabienes; aunque séame permitido manifestarle que no he recibido yo mismo la claque, por más que reconozca y aprecie en todo lo que vale el noble móvil que la ha inspirado. Una vez pues, por todas y con cualquier motivo que sea, si no quiere apesadumbrarme, opóngase directa e indirectamente a toda manifestación pública de amigos demasiado precipitados. Robinson amaba su isla solitaria y jamás se vió más turbado, según refiere su verídica historia, que cuando llegó a percibir en la arena la huella de un pié humano; y mucho peor creo hubiera sido si la planta que la formó hubiera sido santiaguina21.



¿Cómo el autor desenvolvió en el libro las investigaciones bibliográficas, en cuyo campo por primera vez se adentraba? No es necesario detenerse demasiado en lo referente a la bibliografía nacional. La dominó de una manera amplísima, como si se moviera en heredad propia. Toda la literatura histórica chilena del siglo XIX, hasta el momento en que escribió, 1877, fue un libro abierto para Medina. Nada lo ignoró: libros, folletos, artículos de revista y de prensa, fueron consultados y aprovechados. El autor citó esas fuentes con rigor bibliográfico. Estas referencias y acopios de informaciones,   —LVI→   deslizadas sin ánimo de aparentar una erudición árida y que, por el contrario, son siempre oportunas, cuidó hacerlas para dar mayor autoridad al libro.

En el cuadro general que precede a la Historia, con el modesto título de Introducción, en 132 páginas, presentó las características de la literatura colonial en una síntesis que es un modelo. Encontramos allí todos los elementos de juicio para conocer y apreciar los fundamentos en que Medina apoyó el libro. El manuscrito sometido a la consideración del jurado universitario fue después enriquecido con numerosas adiciones bibliográficas conseguidas durante el viaje a Europa. Con ellas ilustró la vida de los escritores, las ediciones de libros y las influencias ejercidas por los autores en cada época. Esbozados los temas en la introducción, fueron en seguida ampliados en los capítulos especiales que dedicó a cada uno de ellos. La primera parte de la Historia puso al día la investigación documental y bibliográfica en lo tocante a los poetas y sus obras con lo que la erudición había acumulado hasta el momento en que el libro entró en prensa en 1878. Algunos de los poetas del coloniaje representaban en la literatura española nombres que daban a los géneros de ella, como en el caso de la épica, sus más altos exponentes. Tal era el caso de Ercilla. Sin considerar el juicio que La Araucana le mereció y sin tomar en cuenta la interpretación que hizo del poeta, el crítico ahogó al erudito que no avanzó un punto más de cuanto de Ercilla conocíase. Medina lo reconoció algunos años más tarde. En 1918, escribía:

En ese mismo año -1878- también nosotros publicamos en el tomo I de nuestra Historia de la Literatura Colonial de Chile, un estudio crítico de La Araucana escrito con los arranques propios de la juventud admiradora de nuestro poema nacional y de su autor, pero cuando aún no conocíamos muchos de sus detalles, ni la vida de éste, ni la historia completa de su obra, que permiten hoy apreciarla desde puntos de vista interesantes, desvaneciendo errores consagrados a fuerza de repetirlos, con una exactitud en el desarrollo de su germinación y mejor conocimiento de las influencias literarias sufridas por el poeta y de los sucesos todos de su vida22.



  —LVII→  

En el caso de Pedro de Oña, tan estudiado en Chile por los ensayistas y críticos anteriores a Medina, Juan María Gutiérrez, Gregorio Víctor Amunátegui, Domingo Arteaga Alemparte y Adolfo Valderrama, el historiador contribuyó con aportaciones curiosas. Los datos que descubrió en 1876 en el archivo de la Universidad de San Marcos de Lima, permitiéronle esclarecer hechos de la existencia del poeta que completaban la biografía, a veces tan violentamente interrumpida. Pero cayó en errores. Algo más debe cargársele a la cuenta de la investigación documental: en cuanto al manejo de libros, los puso a contribución para rastrear otras producciones poéticas de Oña. Las páginas de biografía que le dedicó, señalaron en 1878 el punto más avanzado a que había llegado el conocimiento de la vida y de la obra del autor del Arauco Domado23. Vale esta afirmación para el resto de todos los poetas que estudió Medina. El juicio literario que les mereció podrá estimarse o no; pero los materiales en que se apoyó, los que él mismo de propia iniciativa allegó, dieron a la Historia una solidez que todavía, corridos ochenta años de su publicación, conserva íntegramente. No hay, por ejemplo, otra fuente donde estudiar la poesía satírica y mística, las poesías de circunstancias, y la escrita en lengua latina, como también la popular. El libro de Adolfo Valderrama, Bosquejo histórico de la poesía chilena, de 1866, quedó muy atrás con el de Medina como arsenal valioso de datos. Sin embargo, una excursión tan vasta como la suya por el ámbito de los poetas, ha tenido en el tiempo rectificaciones importantes, a veces capitales, con el desarrollo inagotable de la investigación. Pero esta crítica para ser justa en la evaluación de la Historia, tiene que situarse en el momento en que Medina escribió. En ese instante su obra agotaba el asunto y lo escrito por él señalaba el estado de los conocimientos acerca de la poesía y de los poetas de la colonia. Para apreciar lo que Medina conocía del tema, antes de adicionar el libro con los resultados de sus búsquedas en Europa, necesitaríamos tener a la vista el texto del manuscrito presentado al certamen universitario. Muy bien puede establecerse que fue entonces cuando entró en contacto con los grandes bibliógrafos clásicos españoles, aunque sin dominarlos todavía. Nicolás Antonio, Lasor y Varea, Pinelo y Barcia, fueron constantemente los autores en que se apoyó y con los cuales resolvió las   —LVIII→   investigaciones bibliográficas. Así se desprende de las citas que de ellos hizo. En el manuscrito primitivo, en el escrito en Lima, ¿se contenían estas referencias?

La segunda y tercera parte de la Historia, bosquejada por Medina en la ciudad de los Reyes, fueron preparadas en el curso de sus viajes por los Estados Unidos y Europa. El 13 de junio de 1876, en una carta, especie de diario, anota que su compañero de andanzas

me ha llevado a petición mía a las dos mejores bibliotecas de Nueva York, donde he pasado cerciorándome de lo que poseen y del método que observan.



Un año antes de 1876, habíase iniciado en los Estados Unidos, con un gran despliegue de propaganda en todo el país, un intenso movimiento en favor del desarrollo de las bibliotecas. Las de carácter privado se quería fuesen públicas, es decir, que sin estar bajo el control oficial, sirvieran a un gran público que las necesitaba. En 1875, a fin de coordinar las aspiraciones de un importante sector de la opinión, habíase fundado la primera Asociación de Bibliotecarios, y el gobierno publicado también la primera memoria sobre las bibliotecas públicas. La visita a la Biblioteca de Nueva York, un año después de 1875, que ha sido considerado como de la iniciación del progreso bibliotecario de aquel país, interesó vivamente a Medina en un doble aspecto: el bibliográfico y el del alcance y significado de una campana que tan de cerca hablaba a sus aficiones. En su libreta de apuntes, simples notas sueltas, consignó unas escuetas informaciones que por su exactitud y relación con la visita a ese centro, tan rico en libros americanos, son bien curiosas. Anotó que en 1820 existían en los Estados Unidos 10 bibliotecas que podían considerarse públicas; que en 1845, alcanzaban a 247; y que en 1875 éstas habían subido a 2039, las cuales registraban un movimiento total de 11.488.000 volúmenes. Encontrándose en Francia, precisamente en París, en abril de 1877, la libreta dice, sin comentario alguno:

Los diarios hablan que el año pasado [1876], la circulación de libros en las bibliotecas de Estados Unidos fue de 8.800.000 volúmenes... En Chile... ¿Cuál sería el movimiento de libros en nuestra Biblioteca Nacional?24



La Biblioteca Pública de Nueva York -,pública en cuanto al servicio, pero sin dependencia estatal- se hallaba formada por las donaciones de tres filántropos: John Jacob Astor, Samuel Tilden y James Lenox, y entre sus colecciones contábanse preciosos libros españoles relativos a América, los que pudo Medina revisar muy rápidamente. La otra Biblioteca que   —LIX→   visitó, todavía privada, fue la de John Carter Brown, cuyo fondo bibliográfico en lo concerniente también a América era riquísimo25. Ya en Londres, se dio cuenta de cuán necesario le habría sido detenerse en Boston para dar con un libro que habíase convertido en un verdadero mito de la bibliografía y que tan de cerca le interesaba para su Historia. En efecto, desde la ciudad del Támesis, el 21 de agosto de 1876, le decía a su padre:

... algo de lo principal que deseaba hallar no lo encontré, quedándome aún el sentimiento de que lo dejaba a mi espalda en Boston.



Ese «algo de lo principal» era la edición rarísima del Compendio historial del descubrimiento y conquista de Chile, de Melchor Jufré del Aguila, publicado en Lima en 1630. Creyó encontrarlo en el Museo Británico, pero allí fue informado por el erudito Pascual de Gayangos de que el ejemplar, que había sido de su propiedad, lo había vendido al librero Henry Stevens y éste, a su vez, a John Carter Brown, encontrándose el Compendio en Rhode Island.

En Londres hallábase desde el 7 de agosto. En el vapor había estudiado cuidadosamente el plano de la ciudad a fin de conocer los lugares y objetos que tenía interés en visitar. Se comprende a dónde principalmente dirigiose la preocupación del viajero. En Liverpool, donde permaneció cuatro horas, abandonó a sus amigos de viaje y fuese directamente a la capital londinense. Al día siguiente de su llegada, había dado los pasos necesarios para visitar el Museo Británico.

Un lord del Parlamento, a quien seré presentado mañana, -escribe- me otorgará el permiso que necesito para estudiar en la Biblioteca lo que me interesa. De lo que halle dependerá mi estada aquí, pero de todos modos me parece que correrá parejas con lo que queda de este mes.



Era el mes de agosto. Entre el 7 y el 21, necesidades de dinero lo habían llevado al Banco Oriental. En el camino, desde el Langham Hotel, donde se hospedó, cercano del Hyde Park, a un paso de Oxford Street, la arteria principal, pasó por la catedral, de San Pablo y la visitó.

Mirada la iglesia desde frente -dice- no llama tanto la atención como vista de costado o de lado, por cuanto las torres que tiene son de mal gusto y proporcionalmente muy bajas. Pero de lejos o de cerca, la cúpula famosa que tiene es sólo inferior... a la de San Pedro de Roma. De camino también vi la Bolsa, un antiguo edificio de piedra, cuyos patios estaban llenos de gente sentada descansando, o de avisos repetidos hasta el cansancio. Más parece una casa de mercachifles o una sacristía de convento, que otra cosa.   —LX→   Enfrente de la Bolsa, está el Banco de Londres, que también entré a visitar.



Después llegó al punto más precioso de la excursión. De ella dijo:

De vuelta me pasé al Museo Británico, donde está la biblioteca con sus 800.000 volúmenes y su salón de lectura admirablemente dispuesto, al cual en el tiempo que lo he visitado, le he cobrado un verdadero afecto por la comodidad con que uno se halla allí donde tiene de todo, por la exquisita amabilidad y atención de los empleados y, más que todo, por las inmensas riqueza bibliográficas que encierra. He pasado en él ochenta horas y pico y sin duda que las contaré entre mis más queridas, más puras, más provechosas y de recuerdos más duraderos. Con esto ya sabrá Ud. porqué conozco todavía tan poco de Londres.26



En el Museo le correspondió trabajar en la misma mesa que ocupaba un compatriota suyo, el antiguo funcionario público, Gaspar del Río, abogado. Se ocupaba en acopiar antecedentes para ilustrar los derechos de Chile en la cuestión de límites con la Argentina, llevado de un noble entusiasmo patriótico27. También entró en relaciones, -que desde el primer momento fueron cordialísimas-, con el erudito español Pascual de Gayangos, uno de los traductores y competentísimos anotadores de la Historia de la Literatura Española, del norteamericano Jorge Ticknor. Por este tiempo, Gayangos se ocupaba en formar en el Museo el catálogo de los manuscritos españoles. Los consejos e indicaciones del erudito fueron para Medina de grandísima utilidad. Pero no era allí donde debía aprovecharlos para su Historia, sino en algunas bibliotecas españolas. Fue Gayangos quien le informó de la existencia en el Museo de la edición príncipe de la   —LXI→   primera parte de La Araucana de Ercilla. Gayangos había visto otro ejemplar también en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, por lo cual Medina omitió consultarla, seguro de realizar su estudio con más tranquilidad en la patria del autor del poema. Cuando quiso hacerlo, el valioso ejemplar había desaparecido. Una carta de Gayangos escrita desde Londres a Medina, de 2 de agosto de 1876, muestra la sorpresa del erudito ante la pérdida del ejemplar en la Biblioteca del Rey. Le escribe:

Lastimosamente me ha molestado y confundido la ingrata noticia de Ud. ¿De modo que no ha encontrado Ud. la edición príncipe de la primera parte del poema de Ercilla en la Biblioteca Real? De no decirlo Ud. no lo creería y un resto de confianza me hace pensar que por ahí debe encontrarse, porque yo la he tenido en mis manos y no hace tan largos años. Es cosa que alarma la noticia de Ud.



La permanencia en el Museo Británico, aunque breve, dio oportunidad a Medina para esclarecer algunas cuestiones bibliográficas de la Historia, especialmente de la segunda y tercera parte, y ampliar las noticias biográficas de ciertos autores con los documentos que había encontrado en sus investigaciones. En el trato casi diario con el bondadoso Gayangos, considerado como la más alta autoridad en lo referente a los estudios de erudición de la historia de la literatura española, Medina tuvo un consultor seguro y un consejero eficasísimo. Además, en el Museo todo le fue grato. El empleado con quien debió entenderse, hablaba correctamente el español. Aunque Medina poseía el inglés, esta circunstancia le facilitó grandemente las consultas. En medio de la más apacible tranquilidad en aquella Arca de Noé, -tal nombre le dio al Museo- fundado en 1753 con las colecciones de Sir Sloane, como cuida de consignar, Medina tomó notas bibliográficas de libros e impresos raros, de otros que, sin serlo, le merecían dudas y de obras y documentos manuscritos. Consultó un memorial de los servicios de Diego Flores de León; la primera edición, hecha en Londres en 1816, en 4 vols., de La Venida del Mesías en gloria y majestad, del jesuita Manuel Lacunza; el manuscrito del Viaje al Estrecho de Magallanes de Juan Ladrillero; la obra de Miguel Lastarria, también manuscrita, en dos volúmenes, intitulada Reorganización y Plan de seguridad exterior de las muy interesantes colonias orientales del Río Paraguay o de la Plata, escrita en 1804; el ejemplar rarísimo del Rituale seu Manuale Peruanum... de fray Luis Jerónimo de Oré, impreso en Nápoles en 1607; la Relación de los acaecimientos de la Armada de don Simón de Alcazaba, por parte del Mar del Sur, el cual iba de Gobernador a Provincia de León, manuscrito de Alonso de Veedor; la solicitud del hijo del cronista de Indias Luis Tribaldos de Toledo, de este mismo nombre, dirigida al Rey para sucederle en el cargo; la representación del Marqués de Mancera al Rey en favor de fray Miguel de Aguirre, el autor de la Población de Valdivia; el Parecer en defensa del Ilustrísimo Señor D. fray Bernardino de Cárdenas, manuscrito de 1648, escrito   —LXII→   por fray Jacinto Jorquera; El quinto y sexto punto de la Relación y desengaño de la Guerra de Chile, del Maestre de Campo Alonso González de Nájera; y, por último, la Representación sobre el estado de la provincia y Archipiélago de Chiloé, de fray Pedro González de Agüeros, que hallábase manuscrito. En los volúmenes Papeles Varios de Indias, y en los de Servicios, Medina encontró abundante material de informaciones sobre los más variados asuntos de la historia americana.

La residencia en Londres fue de un mes. Se dirigió a París, donde Medina no quiso detenerse, porque en su itinerario esta ciudad sería la última de la gira. París fue sólo el punto que debía conducirle a España. El 6 de septiembre ya estaba en Madrid. Viajero urgido por el tiempo, ardorosamente preocupado de sus estudios y de conocer los países que contemplaba su plan de viaje, Madrid le desesperó:

... me tenía fastidiado por su sistema de hacer perder el tiempo, por más que uno quería aprovecharlo. Día hubo en que materialmente nada pude hacer,



escribe desde Sevilla el 18 de septiembre de 1876.

En los días que se le presentaron propicios para el trabajo, concurrió a la Biblioteca Nacional de Madrid y allí, entre otras cosas, siempre relacionadas con las informaciones bibliográficas y documentales, pudo confrontar su copia del manuscrito del Parecer, de fray Jacinto Jorquera, tomada en el Museo Británico, con el conservado en la librería madrileña. Un día salió de Burgos a las cinco de la mañana para Valladolid, a donde llegó a las 10 y media. Expedicionó a caballo al castillo de Simancas,

donde están los archivos del Reino y pasé entre papeles cuatro horas muy entretenido.



En la Biblioteca de la Universidad de Valladolid encontró un ejemplar rarísimo de una obra del padre Luis de Valdivia, Arte y gramática general que corre en todo el Reyno de Chile con un vocabulario y confesionario. Era la segunda edición de 1684 hecha en Sevilla. En Simancas halló la hoja de los servicios militares de Pedro Usauro Martínez de Bernabé y la de Vicente Carvallo y Goyeneche. Sus relaciones de amistad le facilitaban estas búsquedas.

cuento... con don Cayetano Rosell, literato, jefe de la Biblioteca Nacional, para el cual traje de Valladolid una carta de recomendación, y tengo también cartas para el Secretario de la Academia de la Historia, y para un señor Lara, casado con una chilena. Sé que en Sevilla me encontraré con mi antiguo colega Carlos Morla Vicuña... Con el sistema que aquí tienen de una serie de fórmulas para todo y con aquello de que nada se puede hacer ni visitar sino entre las 10 de la mañana y 3 ó 4 de la tarde... [se]   —LXIII→   calculará lo poco que se puede avanzar. Hoy, por ejemplo, quisimos pasar a visitar el Palacio Real llevando una excelente recomendación, y el Intendente estaba en el campo. Pregunté si podía visitar la Biblioteca y se me dijo que era la primera vez que se oía tal pretensión...



El 7 de septiembre se encontraba en Madrid:

Volví, -dice- por la puerta de San Vicente a almorzar, y últimamente me he llevado en la Academia de la Historia... tuve oportunidad de registrar la Biblioteca del Rey, que es muy buena, datando de tiempo atrás.



En la Biblioteca del Palacio Real, riquísimo conjunto de libros y documentos americanos, consultó el voluminoso manuscrito de la obra de Manuel Amat y Junient intitulado Historia geográphica e Hidrográphica, con derrotero general correlativo al plan de el Reyno de Chile28. Examinó la Descripción y cosas notables del Reyno de Chile para cuando se trate en el año de 1655 del notable levantamiento que los indios hicieron en él, manuscrito del cual hizo un extracto. Tomó una cuidadosa nota bibliográfica de la primera edición hecha en Lima en 1596 por Antonio Ricardo de Turín, de la Primera parte del Arauco Domado compuesto por el Licenciado Pedro de Oña, Natural de los Infantes de Engol en Chile. En la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, para los efectos de una comparación de plan y método de dos libros, estudió la edición madrileña en folio de la obra de Alfonso Rodríguez Ovalle, Nuevo Gazofilacio Real del Perú, con la de Gaspar Escalona y Agüero, oidor de Chile, que lleva por título Gazophilacium Regium Peruvicum, dada a luz en Madrid en 1675, siendo la de Rodríguez Ovalle posterior en un siglo. Compulsó el manuscrito de Pedro Usauro Martínez de Bernabé que allí se guarda con el título de Relación histórica del puerto, presidio y plaza y ciudad de Valdivia, con el que en Chile generalmente se conoce con el nombre de la Verdad en campaña, y de este mismo autor leyó el Prólogo sobre las noticias de los Césares, que no era otra cosa que una versión idéntica de otro manuscrito, cuyo título exacto es el de Reflexiones críticas político-históricas sobre los nominados Césares.

Por importantes que fuesen estas investigaciones para completar el cuadro de la producción intelectual del coloniaje para su Historia, en general ya casi terminada, y a la cual le faltaban sólo los complementos bibliográficos   —LXIV→   a los que dio un gran desarrollo, que ya acusan el nacimiento del bibliógrafo, Medina tenía sus ojos puestos en Sevilla, en el Archivo de Indias. Dirá el 19 de septiembre de 1876 en una de sus cartas:

El gran atractivo de Sevilla, que me detendría medio año si fuese posible, es el Archivo de Indias. Allí está Chile representado y en el estudio de su historia me ocupo actualmente. De veras que siento no haber venido preparado para una residencia más larga, pero estoy dispuesto a pasar aquí unos 15 días más y si es necesario, de viaje para Lisboa, volveré otra vez a quedarme el tiempo suficiente para imponerme medianamente de lo que necesito. Comprendo que no he de volver más y sentiría infinito partir sin posesionarme de lo que más interesa a nuestro país en este ramo. El gasto es insignificante... y los resultados pueden ser grandes.



Era como una fascinación para Medina el Archivo de Indias. En 1872 había plagado de anotaciones, muy reveladoras, un ejemplar de la Miscelánea, de Vicuña Mackenna, donde se encontraba el artículo del historiador intitulado La Historia de Chile en el Archivo de Indias. En él había señalado rumbos para nuevas investigaciones, derroteros posibles que condujeran a encontrar materiales de información en otras secciones del Archivo, indicaciones acerca del empleo de métodos mejor combinados a fin de explorar con éxito la documentación, y formulado también, finalmente, interrogaciones sobre la existencia de manuscritos de orden oficial, como informes, memorias y relaciones, que se consideraban perdidos. En realidad, sus anotaciones constituyen todo un plan de trabajo sistemático. Pero su ejecución necesitaba un largo tiempo de permanencia no sólo en Sevilla sino en Simancas y en otros archivos y bibliotecas de España. Requería también, ya más que la buena voluntad de un individuo, el apoyo del Estado. Seguramente, cuando se encontró Medina en el centro mismo de su fascinante preocupación, no pensó que volvería a Sevilla dotado de los medios necesarios para llevar a cabo algún día, la gran tarea.

Se encontraba en Cádiz cuando el 2 de octubre le decía a su padre:

Tranquilo continué en Sevilla mis trabajos... habiendo debido ausentarme mucho antes de que pudiera registrar siquiera la mitad de los documentos relativos a Chile. Esta gran cantidad, agregada al dilatado tiempo que su estudio me debía exigir, me obligaron a ausentarme, no sin cierto sentimiento de mi parte, pues... es doloroso dejar atrás, para no volver más, todo aquello que interesa; pero, al fin, algo he hecho...



La cosecha en el breve tiempo de la permanencia en Sevilla, en el Archivo de Indias, había sido abundante. En la Historia cuidó de señalar sólo algunos de los frutos obtenidos. Halló la Oración pronunciada en Santiago   —LXV→   de Chile en 3 de abril de 1778. en la Universidad de San Felipe, por el catedrático y jurista, fundador de la Academia de Leyes, Doctor Ambrosio Zerdan y Pontero, que ilustraba la condición de estos estudios en aquel tiempo. En el volumen con el título Peticiones y Memoriales, descubrió los antecedentes biográficos de no pocos servidores coloniales acerca de los cuales las noticias eran confusas.

La suerte puso en sus manos el informe del Padre Diego de Rosales en favor del oidor Alonso Solórzano y Velasco y el Memorial de Pedro Cortés Monroy, el Hércules chileno, sobre sus servicios en las guerras de Arauco durante casi un medio siglo.

No eran todos estos los documentos que había conseguido en copia, o que simplemente el mismo Medina había abreviado o extractado. En su ligero equipaje, formaban bártulos de alguna consideración y por eso el 18 de octubre de 1876, le dice a su padre:

Antes de salir de Niza, que será en pocas horas más, necesito ocuparme de remitir a don Luis [Puyó Medina] a París, los documentos que he adquirido en España relativos a Chile, a fin de no cargarme de equipaje.



En ese equipaje iba también una buena partida de libros sobre Chile y América, los cuales serían el cimiento serio de la Biblioteca Americana que comenzaba a formar desde 1872. Alejado de España, encontrándose en París, le escribió a su padre el 25 de diciembre de 1877, algunas reflexiones sobre el porvenir de su vida. Allí expresa íntimamente sus aspiraciones. Tenía entonces 25 años. Es un documento de importancia para conocer la formación del erudito, del historiador y del bibliógrafo en esta etapa de su vida. Le dice en carta de esa fecha:

... me siento como aliviado de un peso, y, lo que es más, divisando desarrollarse para más tarde una fuente no interrumpida de verdaderos goces, algo como lo que deben sentir los que después de los trabajos de la siembra en verano, aguardan venir el invierno tranquilamente, creyéndose al abrigo de la miseria y del frío. ¿Y cómo me preguntará Ud.? Voy a decírselo sencillamente. Había algo que yo abrigaba en mi interior casi como un secreto, de lo cual yo mismo quizá no me daba cuenta, pero que era, sin duda, una aspiración de mi espíritu: el estudio de los archivos españoles, en lo tocante a nuestra patria. Comprendía que tenía delante de mí una tarea que exigía fuerza, una voluntad perseverante, y esto hasta ahora no dejaba de arredrarme un poco. Con ello veía, y lo conozco perfectamente, que debía renunciar, no sólo a la más remota idea de lo que se llama vulgarmente provecho, sino también a dejar abandonada la profesión por todo el tiempo que demandare el registro y aceptar todas las consecuencias de una separación más o menos prolongada. Pero los consejos de Ud. han venido a alumbrarme   —LXVI→   con luz bienhechora y su aprobación (que no me atrevía a solicitar), a librarme de toda inquietud. ¡Así sea!

Mi tarea debe limitarse al estudio de los expedientes extractándolos, algo así como lo que llaman la relación de una causa, o una bien detallada sentencia, y a hacer copiar aquellos documentos que por su importancia no admitan supresión alguna. De este modo tendré, al fin, como en un vasto cuadro, fácil de consultarse, todos los materiales que me sean precisos para el trabajo posterior de la redacción. Esto último se puede hacer con la lentitud deseable, a medida del tiempo que la profesión deja libre; y he aquí cómo mis días ocupados en un entretenimiento de todo mi agrado, lo consideraré, al menos así lo pienso firmemente, no a merced de aburrimientos y desagrados. Por otra parte, lo que Ud. me ofrece, corresponde con demasía a lo que puedo gastar en la reclusión que con trazas sabré darme, y será sin duda, parte de la felicidad a que puedo aspirar. Así, pues, cuatro meses en París serán mis vacaciones anticipadas y mi escuela del gran mundo; lo que venga después, son granos que se han de consumir poco a poco en la tristeza de nuestros inviernos.



La carta es de diciembre de 1877, como se ha visto, y está escrita en París, punto final de su viaje. Había visitado Liverpool, Londres, Madrid, Sevilla, Burgos, Valladolid, Cádiz, Toledo, Córdoba, Málaga, Valencia, Barcelona, Gerona, Perpignan, Marsella, Tolón, Niza, Ventimilla, Génova, Pavía, Milán, Florencia, Turín, Roma, Bolonia, Venecia, Munich, Viena, Praga, Leipzig, Berlín, Hannover, Amsterdam, La Haya, Rotterdam, Amberes, Bruselas y París. Aquí se encontraba ahora. El viajero con infatigable voluntad, con curiosidad siempre entusiasta, con espíritu observador, inquieto y penetrante, había estudiado instituciones, ambientes sociales, medido los progresos de los pueblos, comparado los caracteres de ellos, y apreciado lo que para su patria era adaptable de naciones en que la fe en el progreso constituía una religión. El desarrollo de la cultura intelectual, los estímulos públicos y privados para difundirla, los instrumentos que se encargaban de ponerla al servicio de las clases sociales, cautivaron el espíritu de Medina, y, naturalmente, las bibliotecas, los museos, los archivos, detuvieron su atención. En esa curiosidad había una doble finalidad: la que directamente importaba para sus estudios y la que se imponía a su anhelo de una posibilidad de realización en Chile.

He aquí, recogidas de sus cartas, lo que esas bibliotecas le dieron para sus investigaciones y lo que dijo de algunas de ellas. De las italianas expresó:

En la Biblioteca Nacional [de Roma], así como en la de Milán, nada encontré de lo que busco, pero no así en Turín, donde di con una de las obras que más falta me hacía consultar para mi trabajo, ejemplar que fué del Rey de Italia.



  —LXVII→  

La anotación es del 29 de octubre de 1876. Lo que había descubierto en la Biblioteca Pública de Turín, era la primera edición del Chilidugú del padre Bernardo Havestadt, impresa en el monasterio de Westfalia, Munich, en un volumen en 8º, en el año 177729. El bibliógrafo en potencia había hecho un hallazgo. Antes había estado en la Biblioteca Minerva, visitada por Vicuña Mackenna en 1871, donde dice que se entretuvo. Era mantenida por los padres dominicos de un modo que los honraba, dice. La biblioteca del Colegio Romano la encontró algo inferior. Desde Viena, en carta del 16 de noviembre de 1876, cuenta brevemente su impresión de la Biblioteca Pública de Munich. Anota:

tiene 800.000 volúmenes y ocupa un enorme edificio; por desgracia, no he hallado nada de lo que me falta.



De la Biblioteca Imperial de Viena guardó desagradable impresión. Desde Berlín, el 27 de noviembre de 1876, apunta:

baste decirle que en cuanto a la Biblioteca, por ejemplo, no es permitido consultar el catálogo, exactamente como en las recelosas regiones del Vaticano.



Habla ahora de Leipzig, y dice:

... ciudad de 100.000 habitantes, centro de la librería alemana... ¡Nada más curioso saber que hay en ella 200 librerías y 40 imprentas! Yo me llevé dos días registrando lo que pudiera hallar de interesante para nosotros.



El 11 de diciembre de 1876 encontrábase en París. En la rue Racine 4, en un hotel cómodo y grato se instaló. Quedó a un paso del Colegio de Francia, de la Sorbona, del Panteón, del Luxemburgo, de la Biblioteca y de Santa Genoveva. Comenzó a frecuentar la Biblioteca Nacional y no se sintió bien en su ambiente. Se manifestaba desconfianza para con los lectores e investigadores. Armando Donoso ha recordado que allí en la sección de manuscritos hizo:

el providencial descubrimiento de la continuación del Parnaso Antártico. La traducción latina de Ovidio, intentada por aquel Ministro del Santo Oficio de la Inquisición don Diego de Mexia, libro en verdad extraordinario, pasto de eruditos, pero curioso y castizo30.



  —LXVIII→  

En la Historia de la Literatura Colonial, Medina (t. I cap. VI p. 126, número 4) apuntó:

La segunda parte del Parnaso Antártico de divinos poemas, dirigida al excelentísimo Príncipe de Esquilache, virrey y capitán general del Perú por el Rei nuestro Señor, por Diego Mexía de Fernangil, ministro del Santo Oficio de la Inquisición en la vista y corrección de los libros, y natural de Sevilla, existe manuscrita en la Biblioteca Nacional de París.



No dijo ser el autor del descubrimiento, ni lo aseveró después.

Los días en la ciudad parisina volaron para Medina. Algunos fueron muy gratos y los últimos vieron derrumbarse sus proyectos. Hasta allí le llegó la noticia de su triunfo rotundo en el certamen de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, al obtener el premio de la Historia de la Literatura, cuyo primer tomo comprendía la poesía.

El padre habíale comunicado el gratísimo suceso en una carta del 24 de octubre de 1876.

El día de tu cumpleaños31, tuve la satisfacción de saber que la Universidad premiaría tu libro sobre la literatura del coloniaje, y antes de ayer, El Independiente publicó el informe de Vicuña Mackenna, como lo verás por el diario que con esta fecha te remito, -le comunicaba. El éxito de tu trabajo ha sido, pues, completo. Aprobación y aplausos de parte de la Universidad y buen escudo contra los zoilos santiaguinos. Con tan seductor aliento, grato nos será esperar que la segunda parte de la obra aventaje, si es posible, a la primera. El mayor ejercicio de la pluma, los nuevos datos recogidos, el enriquecimiento de tu inteligencia, te servirán de poderoso auxiliar. Aunque en Chile las letras no dan para el pan cotidiano, de algo servirán en la carrera pública o de abogado a que tienes que consagrarte. Por ello mis cordiales parabienes.



Conocemos la respuesta de Medina a estas congratulaciones de su padre. La sabemos severa, digna y altiva. Entusiasmado el padre con el triunfo del hijo, le propuso editar en algún país de Europa el volumen premiado, y en la misma carta le ofreció una ayuda económica para ello y aún lo entusiasmó con una permanencia de más tiempo en esos mundos.

Daría algunos pesos -le insinuaba- para que la Universidad te suministrara los fondos para hacer en Bélgica la impresión.



  —LXIX→  

Pero esta idea ni siquiera halagó a Medina ante la responsabilidad científica que sentía por su obra, y sólo hubo de sentirse complacido con la promesa de quedarse más tiempo en Europa.

En cuanto a la impresión del libro en Europa, -respondíale al padre- es inútil pensar en ello, por cuanto una cuarta parte de los materiales que aún necesito están mezclados en la librería de Eyzaguirre, que en aquel entonces, por más que hice, no pude consultar. Todo lo que con esto se pueda hacer, se habrá perdido (lo que no es poco) y solamente se conseguirá la mayor circulación del libro. La aprobación universitaria, como la llegada de Cruz (desde Lima), con mis libros, me dejan, pues, muy tranquilo.



Por respetables y entusiastas que fueran las opiniones de su padre acerca de su libro, Medina debió comprender que ellas tenían en el fondo un propósito de buscarle nombradía. Ello, a su juicio, era de mal tono. Pero en esos días de París ¡qué de profundas satisfacciones no debió producirle la lectura del informe de Vicuña Mackenna sobre el mérito de su Historia de la poesía colonial! En ese informe el historiador había escrito el 19 de octubre de 1876:

...nos complacemos en reconocer que el escritor chileno ha tratado la exposición y desarrollo, el argumento y el mérito intrínseco y literario de cada uno de los poemas, con un talento indisputable y con un estudio y madurez igual a la manifestación fácil y brillante de su ingenio. No excusa ningún detalle, porque no se ha evitado la fatiga de ninguna investigación. Razona con abundancia, porque ha estudiado sin pereza. Retrata y comprueba hechos dudosos o poco esclarecidos, afirma y rectifica nombres y fechas, da dictámenes sobre accesorios o juzga a fondo sobre los caracteres y las situaciones, porque el autor, para escribir sobre la poesía del coloniaje, ha emprendido con laudable sagacidad (no imitada por todos y en especial por la gente novel y presuntuosa de nuestra milicia literaria) que para escribir sobre los versos de épocas remotas, es preciso, a fin de acertar, escudriñar a fondo su historia, su sociabilidad, sus corrientes dominantes y hasta la crónica y la vida íntima, así de los cantores como de sus héroes, supuestos o verdaderos. El autor que analizamos ha tenido, a nuestro juicio, un mérito más que debemos tomar en cuenta. Ha sido consultivo y humilde, gran dote de toda inteligencia que comienza a remontar el vuelo; porque en todos los pasajes de su texto y de sus notas se descubre que ha andado siempre infatigable y presuroso a caza de noticias... Junto con esto, el mérito del crítico se enaltece con la justa y franca alabanza y clara gratitud que muestra a los que le han guiado con cariño en esta primera y áspera peregrinación de   —LXX→   la vida, los cuales han sido, por lo que se colige, los señores Barros Arana y Amunátegui, no sólo maestros, sino amigos generosos de la juventud que hoy se forma en los colegios o al pie de las mecánicas de nuestras ingratas prensas literarias32.



Estas palabras de Vicuña Mackenna importaban lisa y llanamente la consagración de Medina como historiador. Ningún escritor chilenode su generación había recibido un espaldarazo más sincero, más entusiasta, al entrar en la carrera de las letras. Si en su espíritu el joven historiador sintió una íntima satisfacción, también un amargo desconsuelo vino a acongojarle. El padre se negó a la prolongación del viaje en forma abrupta e inesperada. Hijo amante y respetuoso, sus deseos fueron cumplidos sin réplica.

porque bastaba la consideración de que mi presencia le procurase a Ud. y a mamá contento, -le dijo- para que no pensase en otra cosa. En fin, venga su última palabra que acaso sea una inspiración, ¡y me abandono a la... fatalidad!



Nunca llegó esa última palabra. El 8 de febrero de 1877, Medina arreglaba sus bártulos, compuestos de libros y documentos, y se preparaba para dejar París y retornar a la patria. En una de sus últimas cartas decía:

Ayer me han entregado mis manuscritos empastados y a la fecha me ocupo de encajonarlos en unión de los libros y demás cachivaches para mandarlos en un buque de vela tan pronto como pueda33.



Había concluido la primera jornada de estudio.

VI.- Los primeros estudios bibliográficos

A mediados del mes de julio de 1877, -con precisión, el día 14- Medina se encontraba en Santiago. Prácticamente, la redacción de la segunda y tercera parte de la Historia, en la cual se estudiaban los autores en prosa   —LXXI→   que habían escrito sobre la historia general, particular y eclesiástica de Chile; los teólogos, los tratadistas de la lengua araucana, los místicos, los oradores, los biógrafos, los juristas, los novelistas y costumbristas, los geógrafos, los viajeros y científicos, estaba terminada. Para darle remate definitivo a la gran empresa, le fue preciso verificar algunos textos manuscritos, comprobar no pocos datos y revisar algunos documentos. Casi todo el resto del año lo empleó en estas investigaciones. Eran ellas esencialmente bibliográficas.

Sin reservas, Barros Arana, al igual que Vicuña Mackenna, le franquearon las colecciones de sus documentos y le ayudaron con sus consejos. En la Biblioteca Nacional con especialidad estudió el manuscrito de fray Juan Barrenechea y Alvis intitulado Restauración de la Imperial y conversion de almas infieles; las Décimas joco serias y lúdrico formales de Manuel Fernández de Ortelano, como también el escrito de este mismo autor Ensalada poética joco-seria, en que se refiere el nacimiento, crianza y principales hechos del célebre D. Plácido Arteta...; compulsó La Tucapelina. Décadas heroicas sobre la restauración de su misión y estreno de su Iglesia, de 1786, poema de Pancho Millaleubu; revisó el tratado anónimo de 1689, Materiæ Theologicæ, el del Padre Domingo Navasques, Tractatus Theologicus Scholasticus de virtute fidei divinæ, de 1692, ambos manuscritos. Allí mismo debió emplear varias horas en informarse de otros libros de este mismo carácter teológico, que no alcanzaron a imprimirse, uno de Manuel Ovalle, Universam philosophiam..., de 1707 y otros dos de Juan Xavier Puga, Disputationes in octo libro Physicorum Aristotelis, y Disputationes in animasticam, de 1710. Detuvo la atención en los infolios manuscritos de Guaugerico del Río, Prælectiones prolusoriæ ad trienalem integrum cursu, vulgo epitome dialecticæ; de fray Juan de Sorosabal, Disputationes in octo Aristotelis libros physicorum y cinco Tractatus, uno de lógica, de un jesuita anónimo; otro de física, sin autor, y, finalmente, otro en el que estudiábase la actividad humana. Siquiera encontró alguna dilectación, después de informarse de estos indigestos mamotretos, en la lectura menos tediosa del Cronicón sacro-imperial de Chile, desde el descubrimiento y adquisición de esta gran belicosa provincia por los Reyes Católicos..., escrito en 1805 por fray Francisco Javier Ramírez.

A diferencia de lo que ocurrió en Lima, las bibliotecas conventuales santiaguinas abrieron a Medina sin reticencia y con generosidad sus puertas. En la del convento de la Merced, tomó nota de los textos manuscritos de fray Gaspar de la Barrera, Cursus universæ philosophiæ, dialecticam complectens, disputationibus ac quæstionibus illustratus, 1706; de fray Ildefonso Covarrubias, Philosophia; del volumen anónimo Philosophia Angelici doctoris dive Thomæ Aquinati y del Tractatus theologicus de Gratia justificante. En la Biblioteca de la Recoleta Dominicana, consultó dos códices: uno del Padre Juan del Árbol, Controversiæ scholasticæ de Merito theologico, y otro, Controversiæ scholasticæ de Gratica actuales, sive auxiliis divinæ gratiæ..., auctore saptientissimo patre Joanne del Arbol, primario   —LXXII→   theologicæ magister, anno Dom. MDCCLX. Dio con un tratado de lógica de autor anónimo de la Compañía de Jesús, con otro de teología, y uno más sobre Aristóteles34.

El 30 de abril de 1878, Medina se dirigía al Consejo de la Universidad de Chile en demanda de un permiso para poder consultar los manuscritos y libros de la biblioteca que Monseñor José Ignacio Víctor Eyzaguirre había legado en su testamento a la Nacional, y que aún no era entregada al servicio público. En su librería, Eyzaguirre había logrado reunir un riquísimo y considerable número de papeles históricos y también de obras manuscritas de escritores civiles y religiosos. En la Historia Eclesiástica, Política y Literaria de Chile, Eyzaguirre había trazado, con errores apreciables, en 1850, el cuadro del desarrollo intelectual de la colonia, habiendo sido el primer historiador de nuestra literatura. Medina sabía perfectamente que la biblioteca de Eyzaguirre era una fuente en la cual resolvería algunos de los asuntos oscuros de su obra. Estimaba, como ya lo había dicho, que una cuarta parte de los materiales que necesitaba se encontraban en la biblioteca del historiador eclesiástico, a la que antes de su viaje no le había sido posible tener acceso. Premiada la primera parte de la obra por la Universidad, y sabiendo la corporación que trabajaba en ella para completarla, el permiso fue resuelto al punto favorablemente. Concluidas las investigaciones en esa biblioteca, que fueron también las últimas, en junio de 1878, ponía en manos de la Facultad de Filosofía y Humanidades el manuscrito de más de mil páginas de la Historia. Los informantes del trabajo fueron los mismos que examinaron la primera parte: Vicuña Mackenna y Gregorio Víctor Amunátegui. El 8 de agosto de 1878 suscribían el dictamen y lo entregaban al Decano.

No es ya un misterio para nadie -decían- ni para la Facultad ni para el público el nombre del autor de este trabajo, bajo diversos conceptos notable, desde que el presente libro constituye la segunda y tercera parte de una obra dilatada, cuya primera sección tuvimos el honor de estudiar y de recomendar como de sobra acreedora al premio ofrecido por la Universidad, hace de esto pocos meses. El joven escritor chileno que había ocultado su nombre bajo el pseudónimo de Robinson Crusoe, don José Toribio Medina, ha hecho, al emprender esta obra, de gran aliento por el vasto campo en que debía ejercitarse su investigación y por la variedad de materias destinadas a caer bajo el dominio de su crítica y de su pluma, ha   —LXXIII→   hecho, decíamos, a la literatura de su país un servicio de no pequeña valía; y el solo mérito de conducir a feliz término tan laboriosa tarea le haría merecedor del escaso premio de quinientos pesos ofrecidos, aparte de las indisputables calidades de fondo y de forma que adornan y realzan su trabajo.



En otra parte escribían:

El autor de la Historia de la Literatura Colonial de Chile ha correspondido a la verdad, cumplidamente al lleno de una necesidad desde largo tiempo experimentada por las gentes ilustradas del país, compendiando en una forma, que no por concisa y rápida deja de ser completa, todo el movimiento intelectual de nuestro oscuro pasado. Ni la juventud poseía ningún guía adecuado para conducirla en sus exploraciones, ni los hombres estudiosos podían disfrutar de las ventajas de una condensación inteligente del desenvolvimiento de las letras, la crónica, la poesía, las cátedras, la historia, la historia literaria, en una palabra, de la era colonial bajo sus múltiples fases. Esa empresa es la que ha acometido el autor del libro que analizamos, y es ése el laudable y oportuno servicio que ha hecho a las letras nacionales.



Reconocían los autores del informe, que la segunda y tercera parte del libro de Medina carecía de la riqueza de tela y colorido que presentaba la primera, en la cual el estudio de los poemas épicos de la conquista, con Ercilla a la cabeza, junto con otras obras de imaginación, daban a la historia literaria del siglo XVI, un ostentoso movimiento. En las partes que ahora examinaban, el campo era más estéril y más ingrata la faena, como consecuencia de los temas sometidos a la consideración del autor. Sin embargo, era evidente la discresión con que Medina había sabido sortear los escollos para dar al libro un indudable lucimiento. A fuerza de constancia en la requisa de papeles viejos, o de ediciones de libros antiguos olvidados, o bien desaparecidos, el autor sabía mantener la curiosidad. La crítica bibliográfica en el informe comenzaba aquí. Pero era suspendida a fin de explicar el método de exposición adoptado por Medina, el cual encontraban

bastante recomendable, porque era llano, natural y lógico.



De las observaciones hechas al desarrollo de los temas, algunas es conveniente señalar. De Pedro de Valdivia, que como Hernán Cortés fue el historiador de sus hazañas, los informantes hubieran querido noticias más prolijas. Reconocen que esas noticias dedícanse en especial al secretario del conquistador, seguramente el autor de las cartas, según lo creían, Juan de Cárdenas, «hombre agudo y travieso» como le llaman, de quien Medina sospecha vagamente, pero con sagacidad..., fuera el mismo Jerónimo de Vivar, cuya obra apunta Molina en su curioso pero incompleto catálogo... En cuanto   —LXXIV→   al antiguo cronista Alonso de Góngora y Marmolejo, «rudo y generoso soldado como le llaman», estiman que Medina no le hace en todas las ocasiones la justicia debida. Encuentran que la investigación del escritor acerca del obispo y teólogo Jerónimo de Oré «es a fondo y sumamente interesante». Los capítulos consagrados a los escritores del siglo XVII, Luis Tribaldos de Toledo, Alonso de Ovalle y Jerónimo de Quiroga, son señalados como llenos de «preciosos datos inéditos que ven la luz pública por primera vez».

Especial referencia les merecían los estudios biográficos y críticos acerca de Santiago de Tesillo y fray Juan de Jesús María. Llamaban la atención hacia la manera cómo Medina había desarrollado el tema de las costumbres araucanas «a propósito de las relaciones de González de Nájera y de Bascuñán (Capítulo X y capítulo XII)»,

que trata de la Lengua Araucana, y que no vacilamos en calificar -decían- como el mejor ensayo que sobre el tema haya visto hasta hoy la luz pública.



Tales eran los juicios más salientes del informe de Vicuña Mackenna y de Amunátegui, cuya redacción acusa la pluma del primero35. Un particular interés, por ser novedoso aun en nuestros días, y por relacionarse directamente con el asunto que nos ocupa, tienen en este informe las observaciones bibliográficas que se hicieron a la obra de Medina y que, a nuestro juicio fueron escritas por Vicuña Mackenna, peritísimo en achaques bibliográficos. La forma del relato es tan interesante que estamos obligados a transcribirlo:

...por el mismo número de libros de memorias, de relaciones, de textos, de simples controversias eclesiásticas, y aun de meros fragmentos de ensayos perdidos o mutilados que ha desenterrado el autor de este libro que tenemos a la vista, y que se refieren exclusivamente a los prosistas de la era colonial, ha alcanzado aquél, a nuestro juicio, un timbre literario aún más sobresaliente que el que le reconocíamos al dar antes cuenta de su estudio sobre la poesía de la conquista. Bastaría para formar el juicio imparcial de la Facultad, el hecho que, mientras el ilustrado historiador Molina logró reunir como fuentes de nuestra crónica de la colonia, y en una simple lista, los nombres de cincuenta y un autores de referencia a la historia y otros ramos del lento desenvolvimiento del Reino de Chile, el erudito compilador del libro que hoy solicita el premio de la Universidad, nos da a conocer, más o menos a fondo, ciento ochenta de escritores antiguos, mucho de ellos completamente desconocidos, obreros de la tarea común de la inteligencia y la civilización.

  —LXXV→  

Cierto es que el joven autor ha tenido la suerte, rara en nosotros de escudriñar las bibliotecas públicas y conventuales de algunas ciudades de Sudamérica, como Lima y Santiago, y no menos laudable ha sido el propósito con que ha visitado los archivos de Londres, de París, y (a lo que nos parece) el de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia y la Biblioteca de los Reyes en Madrid. Pero no le llevó su afán o no quiso su buena estrella conducirle, con suficiente holgura, hasta las bóvedas del venerable Archivo de Indias, en Sevilla, donde existen sepultados en polvo secular muchas memorias de nuestros antepasados, además de las que sirvieron al historiador Gay para formar los dos tomos de documentos que representan la parte más interesante de su Historia.

Ha trabajado el señor Medina un laborioso y completo Índice alfabético, por orden de autores, que es como una condensación gráfica de toda su obra, y en la cual anota con minuciosa exactitud todas las obras y ediciones de los escritores que han tratado sobre cosas de Chile. Es éste un apéndice sumamente útil del libro sobre que informamos, y constituye un verdadero resumen de erudición bibliográfica. Así, por ejemplo, cita el autor todas y cada una de las ediciones que ha tenido la celebrada obra mística de nuestro compatriota Lacunza, las dos de Londres de 1816 y 1826, la de Granada de 1823, y las de París y México en 1825. En el cuerpo del libro reproduce también los juicios y contradicciones que aquel ensayo singular ha provocado, omitiendo, sin embargo, el que el fraile mallorquino Bester publicó en dos volúmenes (Madrid, 1824) con el título de observaciones36. No da cuenta tampoco el compilador en su catálogo del magnífico ejemplar de la Venida del Mesías que existe en Chile en tres volúmenes, trabajado a pluma, así como el retrato del autor, por el clérigo artista Varela; cuyo precioso libro fue exhibido como un trabajo nacional de verdadero primor en la Exposición de 1873. Cítase en este mismo apéndice el manuscrito descriptivo de Osorno del capitán de Ingenieros Mackenna, que existe en la Biblioteca Nacional. Pero no ha podido hacer igual referencia el autor al mucho más extenso e interesante diario del descubrimiento de aquella ciudad, llevado por el famoso coronel don Tomás de Figueroa, y que se conserva en poder de uno de sus nietos37. En cuanto a las referencias allí apuntadas,   —LXXVI→   a las cartas y memoriales de los Presidentes de Chile al Rey o al Consejo de Indias, y de cuyas piezas el recopilador sólo menciona una media docena, son naturalmente muy incompletas. Bastaría decir que de ese género de comunicaciones existen en Santiago sesenta gruesos volúmenes en un archivo privado38, y no menos de diez o quince en la Biblioteca del Seminario, a cuyo naciente establecimiento legolos el último ilustrísimo Arzobispo de Santiago, o más propiamente, su ilustrado albacea39.

Respecto de lo que corre impreso con relación a Chile, en cualquier país o idioma, sin exceptuar el alemán y el holandés, parécenos que el autor ha agotado del todo la materia. Únicamente hemos echado de menos un folleto rarísimo de 16 páginas que un librero de París vendía en 1870, como ejemplar único por el precio de doscientos francos. Consistía este casi microscópico opúsculo en la relación del atrevido viaje que en 1643 hizo de Chiloé al Callao el Padre jesuita Domingo de Lázaro, llevando la noticia de haber desembarcado la expedición de Brouwer en aquel archipiélago. El viajero jesuita al llegar a Lima dio a la estampa la relación de ese viaje en un pliego doblado en ocho hojas, cuya referencia apuntamos por mera curiosidad y complemento40.

Sin alargarnos mucho -continuaba el autor de La Quintrala- podríamos recordar a este respecto, y a título de una mera reminiscencia, la Relación de la Guerra de Chile por el Doctor Salcedo de Cuerva, Fiscal del Consejo de Indias, así como las cartas y noticias   —LXXVII→   de don José Mena, don Martín Carvallo y el insulso y charlador fray Gregorio Soto Aguilar sobre las ruinas de Chile, y especialmente la última destinada al rico asiento argentino de San Pedro Nolasco. El Presidente don Ambrosio O'Higgins envió también al Rey un tratado bastante voluminoso sobre la Agronomía de Chile, escrito en 1788 por el factor del Estanco don Marcos Alonso Gamero.

No carece de mérito esta obra relativa a la industria de un reino que estaba privado de ella por completo; y en este mismo sentido parécenos que el autor debiera haber tributado alguna justicia al eminente patriota don Manuel de Salas, por su famoso Informe del Consulado de Chile (1796), que corre impreso en El Mercurio de Valparaíso de 1843; no menos que al laborioso chileno don Judas Tadeo Reyes, Secretario de cuatro capitanes generales y autor de algunos trabajos políticos o de hacienda pública, entre los cuales figura impreso uno no despreciable sobre las maderas y bosques de Chile.

Da el autor también alguna cuenta de la Relación del Obispado de Santiago que existe en nuestra Biblioteca Nacional; pero no parece haber tropezado con la que se titula Relación del Obispado de Santiago de Chile y sus nuevas fundaciones, que escribió en 1744 el Tesorero Madariaga, y que en un regular volumen existe en el Archivo de la Curia de Santiago.

No hacemos, por estas naturales y casi inevitables omisiones cargo alguno al infatigable investigador del libro de que damos cuenta, porque en ello habría tanta justicia como reprocharle que no hiciese recuerdo de obras nacionales de cuya existencia sólo se tiene alguna noticia privada y casual, cual es, por ejemplo, la de la Historia de Chile que escribiera a mediados del siglo pasado el primer Rector de la Universidad de San Felipe, don Tomás de Azúa41. Tomamos nota de estos escasos vacíos para hacer notar la profusión verdaderamente extraordinaria de las investigaciones y hallazgos de un escritor que, en los comienzos de su juventud y sin holgada fortuna, hase voluntariamente echado a cuestas una tarea tan ímproba como la que ha llevado a cabo, saliendo de su empeño más que medianamente airoso.

Hasta aquí el informe de Vicuña Mackenna, que a la vez llevaba la firma de Gregorio Víctor Amunátegui. Échase de ver por la lectura de las partes del informe que se ha copiado, que su autor -historiador, bibliófilo y bibliógrafo- al hacer las interesantes acotaciones con que pretendía completar el inventario de los libros y autores cuya vida y escritos Medina   —LXXVIII→   había examinado en su obra, y en quien reconoció sin titubeos las condiciones y aptitudes de historiador, de crítico y de erudito, no se percatara de que se encontraba frente a un bibliógrafo en formación, nacido, precisamente, en la rebusca de viejos libros, estudiados y presentados de una manera que por primera vez se hacía en Chile, es decir, con una técnica descriptiva que ni el venerable Ramón Briseño, ni Barros Arana, usaron en sus escarceos bibliográficos. El Índice de Medina, en realidad, empleaba, en algunas ocasiones, cuando el libro le pareció por su rareza u otra singularidad ser señalado con notoria distinción, un sistema de precisión, de localización, de exactitud, que debió llamar la atención de los entendidos en el arte de la bibliografía. Los grandes clásicos españoles de ella, los del siglo XVII y XVIII, no habían usado el método de Medina, que sólo vino a generalizarse en la Península a comienzos del siglo XIX, cuando los bibliógrafos ingleses, los franceses y particularmente los alemanes, comenzaron a usarlo, siendo parte principalísima a divulgarlo e imponerlo, ya muy entrado el siglo, Henry Harrisse en su Biblioteca Americana Vetustíssima. Las descripciones de algunos libros hechas por Medina en el Índice de la Historia, en ésta su primera obra histórica de aliento, señalaban, pues, a un bibliógrafo dueño de una nueva técnica, que si no alcanzaba la perfección y en su método de exactitud podían advertirse vacilaciones, constituía, de todas maneras, un avance de consideración científico, por una parte, y técnico, por otra en las individualizaciones de los libros y en las determinaciones de sus facturas externas.

Pero antes de seguir con este tema, detengámonos aquí un instante para indicar otra de las características de este Índice, que no era simplemente tal, y que en la bibliografía nacional asume, en la historia y desarrollo de ella, un rango perfectamente definido como fuente bibliográfica desde su aparición en 1878, hasta que el mismo Medina publica entre 1897 y 1899 la Biblioteca Hispano Chilena en tres volúmenes. En razón del plan que se propuso el autor, de no tratar ninguno de los libros impresos en el país, descritos ya en la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile (1891),

y sí sólo las piezas dadas a la prensa en Europa o América, por chilenos o por españoles que desempeñaron en Chile algún papel, sea que se refieran o no a nuestra nación,



dejaba un vacío apreciable en lo relativo a las obras manuscritas de los escritores chilenos, yacentes en las bibliotecas públicas o privadas, nacionales o extranjeras. El Índice de Medina en esta parte aún está en pie. Es todavía guía de información. Si se toma en cuenta que este inventario fue la primera producción técnicamente bibliográfica de Medina, cuando sólo tenía 25 años de edad, sin mayor experiencia en la bibliografía y en circunstancias que todavía en los archivos y bibliotecas había mucho que cosechar, sorprenderá el decir y afirmar que en el Índice reunió lo fundamental. Más que eso, consignó todo lo édito e inédito. Las agregaciones que se le han podido hacer no han invalidado el conjunto, y más bien lo han completado,   —LXXIX→   sin aportar nada a lo esencial y sustantivo de lo que Medina en él colacionó.

Hay que ser justo, sin embargo, en la distribución de los merecimientos que a cada cual corresponden en el desarrollo de nuestra bibliografía. Los más remotos orígenes de ella, como la relativa a todos los dominios españoles americanos, encuéntrase vertida en el Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental Náutica y Geográfica, de Antonio León Pinelo, publicada en Madrid en 162942. El fundador de la bibliografía americana acopió allí 21 nombres de autores y 14 títulos de impresos referentes a la historia de Chile, en general, e inscribió varios otros ítems para los autores que habían escrito sobre el Reyno o sobre las cosas del Reyno, sin tener carácter de obras históricas. En 1696, Nicolás Antonio en la Biblioteca Hispano Nova, consignó a su vez referencias a escritos relativos al país y, como en el caso de Pinelo, citó en particular a los escritores de que tuvo conocimiento sin mayor esfuerzo. Mucho más tarde, corridos ciento ocho años de la publicación de León Pinelo, el americanista español Andrés González de Barcia adicionaba, mejor dicho rehacía de base a superficie en 1737-1738, la obra del Cronista de Indias. En esta segunda edición publicada en Madrid en tres gruesos volúmenes, a la cual ni siquiera González Barcia dio su nombre, limitándose a decir con suma modestia que el Epítome era «añadido y enmendado nuevamente», agrupó sobre Historias del Reyno de Chile en particular, 63 títulos, con los cuales sobrepasaba a Pinelo en 49, si bien esta cuenta llevaba sobre la anterior la distancia de poco más de un siglo, y en una proporción que no sabríamos estimar, deben haber también aumentado los ítems que consagró en particular a los autores de otros temas relacionados con la Capitanía General del Reyno43. Cabe decir que los cronistas del coloniaje cuidaron, por su parte, aunque sin rigor bibliográfico, citar, como elemento de fundamentación de sus asertos, las autoridades en que se apoyaban,   —LXXX→   siendo de alguna importancia a este respecto los posteriores a 1739, porque completan las informaciones de González Barcia. El que más crédito merece de esos cronistas, por cuanto esbozó una bibliografía de las cosas chilenas, naturalmente no exenta de errores, pero que representa el anillo que une la cadena con González Barcia, es el jesuita Abate Juan Ignacio Molina. Autor del celebrado libro Compendio de la Historia Civil del Reyno de Chile, publicado en 1795 en Madrid, y traducido del italiano al español por Nicolás de la Cruz y Bahamonde, incluyó al final un Catálogo de los escritores de las cosas de Chile, en el que anotó 66 títulos de obras de autores que se habían ocupado del país. De éstas, 44 eran manuscritas44. Con el abate Molina, en realidad, por su condición de chileno, nació la bibliografía nacional, y si como continuadores suyos cronológicamente pueden nombrarse a los hermanos Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, autores de un deficiente Catálogo de los libros impresos en Chile desde que se introdujo la imprenta45, propiamente la bibliografía nacional, como estudio sistemático encuentra en Ramón Briceño su primer compaginador.

Un acuerdo del Consejo de la Universidad de Chile de 17 de diciembre de 1859, le confió la tarea de la formación de un catálogo de todas las publicaciones chilenas hechas por la imprenta desde su introducción definitiva en el país, en 1812. El fruto de las laboriosas investigaciones de Briseño, entonces Conservador, es decir Director de la Biblioteca Nacional, fue la obra intitulada Estadística Bibliográfica de la Literatura Chilena, aparecida en dos volúmenes, el primero en 1862 y el segundo en 1879. No es éste por cierto el lugar ni el momento para hacer una crítica del libro de este autor, cuyos defectos hemos señalado nosotros mismos en otros escritos . Pero, al traer aquí a cuento la bibliografía capital de Briseño, lo hacemos para indicar que Medina tuvo en el autor de la Estadística un precursor que en algo, y no en poco, le allanó el camino para confeccionar el Índice del tomo III de su Historia.

Efectivamente, en el tomo I de la Estadística, Briseño dedicó la segunda parte, Obras sobre Chile, a un Catálogo de las obras y documentos que, más o menos, directa o indirectamente, tratan de Chile, sea que se hayan publicado en el extranjero o permanezcan manuscritas (págs. 481-522). A la inversa de Medina que en su Índice sólo se preocupó de los escritores coloniales, como era natural, Briseño no distinguió épocas y los agrupó a todos en un conjunto. Para los efectos de este estudio, nosotros hemos hecho la discriminación. Anotó Briseño 524 obras y documentos, en total, que indirecta o directamente tratan de Chile, publicadas en el extranjero,   —LXXXI→   o que permanecían inéditas. De esta cifra, 145 títulos corresponden a Chile durante el período colonial. Las obras de autores chilenos editadas fuera del país llegan a 14. Los manuscritos de obras de la más diversa índole, existentes en Chile como en el extranjero, en bibliotecas y archivos públicos o particulares, sumaban 115. Añadió en seguida Briseño otro Catálogo de los Escritores chilenos, cuyas obras, o han sido publicadas en el extranjero o permanecen inéditas (págs. 523-533) y los autores a que se refiere son en total, contados uno a uno, 40. En el tomo II de la Estadística, dado a luz en 1879, la parte quinta fue consagrada a compaginar una Bibliografía Chilena en el extranjero, desde 1860 hasta 1876 inclusive, cuya sección primera, Obras publicadas en el extranjero, (págs. 443-449), sólo registra en este período una obra, la Relación de la inundación que hizo el río Mapocho de la ciudad de Santiago de Chile, en el Monasterio de Carmelitas... el día 16 de julio de 1783, versos octosílabos escritos por una monja chilena, hija del Corregidor Zañartu, publicada en Lima en 1784, y reimpresa por la imprenta del Ferrocarril en 1862 y por la de la República en 1877. La sección segunda fue dedicada a las Obras sobre Chile, publicadas en el extranjero o inéditas (págs. 446-449), y en ellas colacionó 33 títulos de impresos sobre Chile del período colonial. De estos 14 corresponden a asuntos específicos del país, redactados por chilenos o individuos que residieron en él. Los manuscritos de obras de autores chilenos o extranjeros relativos a Chile, suman 8. Por último, la sección tercera, forma una Lista alfabética de algunas obras extranjeras publicadas desde 1717 hasta 1817, y que, sin ocuparse exprofeso de Chile, tratan de él más o menos, principalmente en cuanto a su geografía. Son aquí 24 los títulos de autores e impresos que Briseño colaciona.

El esfuerzo de Briseño fue considerable. Los errores de todo orden, las confusiones de títulos, la poca precisión de ellos, la indeterminación de autores, en fin, todo lo que quiera decirse en contra de estos ensayos de una bibliografía sobre Chile en el extranjero, no cuentan si se pueden tomar en consideración en vista del tema, por primera vez estudiado. El era como el hilo de Ariadna para conducir las futuras investigaciones. Medina fue quien lo aprovechó para guiarse en el laberinto. En el Índice citó 191 autores con un total de 336 títulos de obras, que deben entenderse en algo más, habida consideración de las diversas ediciones de algunas de ellas. El número de manuscritos que colacionó, de los que no vieron la luz, llega en su registro a 146. El Índice de Medina tiene sobre Briseño el mérito de la exactitud de los títulos, la seguridad en la designación de los nombres de los escritores, pero como en el autor de la Estadística, no tiene tampoco seguridad en la determinación del lugar en que se encuentran los textos manuscritos y dónde existen o fueron consultadas las ediciones raras o curiosas que expertizaron los bibliógrafos. En Medina se observa en los asientos bibliográficos que en su mente el plan de precisión o de exactitud no le fue ajeno, porque a veces lo sigue al indicar dónde vio el ejemplar descrito. Al margen derecho, en tipo chico, señaló su existencia. Sin embargo, no siempre lo hizo.

  —LXXXII→  

Estas observaciones de plan y de método al Índice de Medina, de las cuales intencionalmente hacemos caudal, no son valederas para sus nuevos estudios bibliográficos. Si se cotejan los métodos de cualquiera de sus bibliografías, por ejemplo, la primera que publicó, la de la Imprenta en Santiago de Chile, con la del Índice, inmediatamente se advierten los defectos de aquel como aparato bibliográfico. Lo más notable es que ya en el Índice se encuentran establecidos esos métodos y el autor quizá por qué razón, de cuando en vez, los abandona. ¿Lo apremiaba la impresión de la obra? Se ve claro que en 1878 ya la técnica bibliográfica la había aprehendido y sus cánones entonces para su método eran los siguientes: exactitud en las descripciones de las portadas de los libros; reproducción, en cuanto fuera posible, de los accidentes tipográficos; fidelidad en la descripción de las formas internas del libro, junto con las externas, con la indicación del tamaño, número de pliegos, de las signaturas, páginas que lo componen, división del texto; señalización, a veces, del lugar o sitio donde se encuentra el impreso; indicación de los bibliógrafos que lo han citado; y, por último, datos sobre el autor. En el Índice, en determinadas ocasiones, se emplean estas reglas y luego arbitrariamente son dejadas de mano, como ya lo hemos dicho. Aún así, con estas deficiencias, las descripciones de los impresos hechas por Medina son infinitamente superiores a las de Briseño. Lo repetimos, no obstante lo aseverado: la forma que empleó a veces el autor de la Historia, constituía una novedad entre nosotros. Con todos los rigores del arte bibliográfico, como por esa época Medina lo entendía, en el Índice describió 52 obras46.

  —LXXXIII→  

He aquí un ejemplo tomado al azar, de la descripción de una de ellas, la de fray Miguel de Aguirre:

Población/ de Baldivia. / Mo- / tivos y medios para / aqvella fundación. Defen- / sas del Reyno del Perv, para resistir / las inuasiones enemigas en mar y / tierra. / Pazes pedidas por los in- / dios rebeldes de Chile, acetadas y capitu- / ladas por el Gobernador: y estado que tienen hasta nueue de abril del año de 1647... Lima, 1647, 4º.

Al fin de la obra se encuentra un Nvevo / aviso que / sobrevino de Chile / después de escrita esta Relación, del / castigo se ã ydo continuando en / los rebeldes, y otros sucessos / desde 9. de Abril hasta / 11. de mayo / de 1647.



Luego veremos cómo perfeccionó la técnica cuando de lleno más tarde describió impresos en bibliografías propiamente tales. A la verdad, aquí se trata de un catálogo, de un índice, sin mayores pretensiones, donde se encuentra en ciernes la obra del futuro bibliógrafo.

Hemos llegado al punto principal de nuestro estudio. ¿Cómo el historiador se hizo bibliógrafo, al propio tiempo? A nuestro juicio, la escuela erudita de Barros Arana influyó en la formación de Medina, si escuela debe llamarse o entenderse la que en el siglo XIX fue para algunos de los historiadores americanos un sistema de trabajo el decantamiento de las fuentes, cuyo estudio los convirtió en bibliógrafos. Tal fue el caso de Mitre en Argentina, Paz Soldan en el Perú, Varhagen en Brasil, Alamán en México, Lamas en Uruguay, y a la cabeza de todos ellos, Prescott y Bancroft en los Estados Unidos.

En las páginas de la Historia, la erudición bibliográfica de Medina toma cuerpo y volumen a partir del tomo II. El primero, redactado en Lima, contiene a este respecto cuanto podía exigirse para una historia literaria. Las obras capitales de la bibliografía hispana y americana de León Pinelo, Nicolás Antonio, Lasor a Varea, Diosdado Caballero, González de Barcia, Ticknor, Fernández de Navarrete y otros eruditos fueron consultados con frecuencia. Pero el autor no entra en disquisiciones muy especiales, como era de esperarse, en lo relativo a las ediciones de La Araucana, de Ercilla y al Compendio Historial de Melchor Jufré del Águila. No cabe duda que no pocas notas bibliográficas fueron añadidas al manuscrito del primer tomo después de las pesquisas del viaje por Europa. Completó informaciones que entonces, ni en Chile, ni en el Perú, ni en los Estados Unidos, pudo obtener. Decimos esto, apoyándonos en una carta de Medina a Carlos Morla Vicuña, escrita en Santiago, en la que le solicita informes sobre Santisteban y Osorio y le pide, además, la verificación de unos datos acerca de Juan de Mendoza y Monteagudo que había extraviado; todo esto en circunstancias en que el original del tomo I de la Historia iba a entrar en prensa. Como ya lo había reconocido Vicuña Mackenna en su dictamen acerca del tomo II de la obra, las materias comprendidas en él eran muchísimo   —LXXXIV→   más variadas. Los géneros literarios en prosa diversificábanse, y los escritores alcanzaban una cifra más alta que la de los poetas. El campo de aquéllos era más vasto y presentábase especialmente apropiado para las investigaciones de la erudición bibliográfica. A medida que iba penetrando en ellas, la vocación del historiador se desdoblaba con igual vigoroso ritmo, con una fuerza superior, para dar vida al bibliógrafo. Sin considerar el Índice, en el que ya éste se encuentra perfilado, las notas de la Historia en el tomo II revelan, para un joven de su edad, una sapiencia en libros y documentos excepcionales que recuerda y trae a la memoria en forma inconsciente el caso de Meriéndez y Pelayo. En los años en que Medina viajaba por Europa en plan de visitar bibliotecas y archivos, el polígrafo santanderino recién terminaba el suyo que había tenido un idéntico propósito.

Puede decirse con la mayor seguridad de juicio que al publicar Medina la Historia agotó en 1878 todo cuanto hacía parte de la confusa bibliografía literaria del coloniaje; que renovó en buena proporción los conocimientos, con datos descubiertos por el historiador; que dejó resueltos no pocos de los asuntos oscuros que esa historia presentaba; que añadió y enriqueció la literatura con los nombres de nuevos escritores; que su libro fue, desde que apareció, la fuente más valiosa y el tratado magistral para el estudio de la historia literaria del período colonial; y que desmalezó los problemas bibliográficos que surgían de esta historia, dejándolos en su mayor parte resueltos. Pero convertido su libro y el autor en autoridades, por el peso de ella, como siempre acontece, consagró errores. Durante largos años debían prevalecer los que autorizó. Recuérdense aquellos que se referían a Pedro de Oña; las atribuciones del Purén Indómito a Álvarez de Toledo y las Guerras de Chile a Mendoza y Monteagudo y otros muchos menos considerables. Sin embargo, no pocos de ellos fueron rectificados en nuevas obras, en diversos estudios, y la vida de algunos de los autores, que trazara en su Historia, revisadas e investigadas nuevamente. El proceso de estas rectificaciones y ampliaciones bibliográficas fue hecho en el curso de muy largos años después de la publicación del libro. Lo inició en 1888 y sólo fue concluido con el término de su existencia, en 1930. Todavía después de sus días, obras póstumas suyas continúan sirviendo al esclarecimiento de la historia literaria que abordó con una seriedad ejemplar47.

  —LXXXV→  

VII.- La iniciación de los estudios acerca de la historia y bibliografía de la imprenta

El punto de partida de los estudios bibliográficos de Medina es incuestionablemente el Índice con que enriqueció la Historia. Las notas de este género con que además la ilustró, escritas como hemos dicho, sin alardear un gran aparato de erudición, demuestran un formidable dominio y conocimiento   —LXXXVI→   de las fuentes europeas y americanas en que era posible seguir todo lo relativo a los autores y libros que incidían con el movimiento intelectual de la colonia. Pero ni el manejo de esas fuentes, en la consulta de sus escritos, ni la lectura de su correspondencia de esta época (1875-1878), permiten vislumbrar el propósito de enderezar la investigación bibliográfica hacia la historia cultural de América. Lo chileno es lo único que le preocupa.   —LXXXVII→   Sin embargo, hay que entender bien lo que para un historiador del siglo XIX significaba la expresión chilena. Ésta aparecía implícita en el concepto americano. Seguía con verdadero fervor la idea de unidad de la historia americana, y la de Chile era una parte de aquélla. Los tres grandes historiadores clásicos de ese siglo, Amunátegui, Barros Arana y Vicuña Mackenna,   —LXXXVIII→   así entendieron el cultivo de la historia. Preocupación dominante fue su conocimiento, y le consagraron desvelos y estudios de valor. Tanto Barros Arana como Vicuña Mackenna formaron bibliotecas americanas particulares, y la de los Amunátegui se caracterizó por el carácter contemporáneo   —LXXXIX→   de los autores y libros que reunieron. Lo mismo hicieron Manuel Carvallo y Ramón Briseño. Inspirado en esta idea, que llegó a ser la dominante en la generalidad de los bibliófilos de los diversos países americanos, en Chile, el argentino Gregorio Beeche constituyó una librería de primer orden. La de Mitre, en Buenos Aires, fue famosa; la de Andrés Lamas en Montevideo también, y distinciones especiales alcanzaron las de Gregorio Paz Soldán en Lima, del coronel Pineda en Bogotá, la de Ballivián en Sucre, la de García Icazbalceta en México y así algunas otras48.

Medina no fue ajeno, como discípulo de Barros Arana y de Vicuña Mackenna, a esta idea americanista de la historia, y desde muy joven comenzó a coleccionar libros relativos al continente. En esta época ya había acopiado una buena cantidad para la sección América en General, para la de Bibliografía y para la de Viajes. Pero todos estos elencos no eran otra cosa que la parte de introducción, por así decirlo, a la Biblioteca Chilena a que por entonces Medina se dedicaba con gran ahínco49. El primer viaje a los Estados Unidos y a Europa fue fecundo para la formación de su biblioteca. Pero, volvemos a insistir, el historiador no se sentía aún inclinado a estudiar las cosas de América. De la correspondencia que hemos dado a conocer, surge nítida la decisión de ocuparse únicamente de las de Chile, de su historia, geografía, bibliografía, numismática, etc. Era exactamente el mismo ideal que Vicuña Mackenna había concebido desde su más lejana juventud, y el que Barros Arana, con una voluntad inquebrantable, debía realizar después de una preparación de casi un medio siglo. Medina también se había propuesto escribir una Historia de la dominación española en Chile, la que fue postergándose insensiblemente por las investigaciones preliminares que debió emprender. En el segundo viaje a España acumuló para ese libro una masa tal de documentos que con ella formó la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile desde el viaje de Magallanes hasta la batalla de Maipo (1518-1818), publicada en 30 volúmenes en el espacio de 14 años, desde 1888 hasta 1902. Todo el ciclo del descubrimiento y conquista   —XC→   quedó en esos documentos presentados a la faz de nuevos y curiosos antecedentes. Sin dar a luz, de esa Colección quedaron cerca de 200 volúmenes que llenaban el período de la dominación más allá de la batalla de Maipo, que afianzó la independencia de Chile, y que alcanzan hasta 1826, año de la incorporación de la última posesión española, la isla de Chiloé, al imperio de la República. Medina también pensó escribir esa historia y para ella imprimió la documentación que nunca publicó. Detúvolo también en la empresa de la Historia de Chile, la edición de los cronistas coloniales, que acometió paralelamente a la de la Colección de Documentos Inéditos, al proseguir desde el tomo XII en ese año de 1888 hasta 1923, la Colección de Historiadores de Chile y Documentos para la Historia Nacional, de los que dio a las prensas 34 volúmenes. En el espacio de 40 años de una labor incesante para esclarecer el tema de sus afanes, la Historia de la Dominación española en Chile quedó rezagada y sólo fue un proyecto irrealizable. En 1907, sin embargo, según su biógrafo y bibliógrafo Víctor M. Chiappa, estaba terminado el tomo preliminar de la obra. En el segundo, narraba las expediciones marítimas ocurridas desde el viaje de Almagro, y la documentación para los otros dos volúmenes se encontraba copiada. Ese mismo año, le expresó a Chiappa cuando presintió que la Historia de la dominación española se le escapaba de las manos:

Fue el ideal de mi vida -le dijo- y acopiando datos para ella me extravié en las bibliografías y ya me siento viejo ¡la vida se me va!50.



En 1910, fue algo más explícito al escribir en el prólogo a las Cosas de la Colonia, en el tomo II:

En años ya remotos, cuando abrigábamos como el más caro de nuestros proyectos escribir una Historia de Chile, fuimos tomando apuntes de los hechos que encontrábamos en los documentos que compulsábamos que, llegado el caso, pudieran servir para completar el cuadro general que nos proponíamos trazar... A aquel propósito obedeció la publicación que emprendimos de nuestra Colección de Documentos Inéditos, interrumpida por causas que no interesan al público, cuando dejamos apenas terminado el período de la conquista. Desviada la corriente de nuestros estudios a un campo cuya extensión no nos fue dado calcular al iniciarla, la Bibliografía Hispano americana, que aún estamos lejos de ver terminada, se han   —XCI→   pasado los años y hoy (1910) ha llegado para nosotros el caso de confesar con la pena que se deja comprender después de tanto esfuerzo gastado -esfuerzo de trabajo y de dinero- que nuestros proyectos de otro tiempo no pueden realizarse...51.



A partir de 1878, en que Medina dio a las prensas la Historia de la Literatura Colonial de Chile, tres fueron, entre libros y folletos, las obras que publicó: en 1879, El Capitán de fragata Arturo Prat. Estudio sobre su vida, por Ramón Guerrero Vergara, antiguo Teniente de Marina; y José Toribio Medina, Abogado; en 1882, Los Aborígenes de Chile; y en 1884, el Índice de los Documentos existentes en el Archivo del Ministerio de lo Interior. En este último año partió a Europa como Secretario de la Legación de Chile en España, con el encargo oficial de realizar investigaciones sobre la historia de Chile en los archivos y bibliotecas peninsulares, y en los de aquellos países que creyera conveniente. Allí permaneció desde 1884 hasta 1886. Toda la tarea de investigación histórica se contrajo principalmente a Chile. Pero hizo un descubrimiento de importancia esencial para la historia americana: los papeles de los tribunales del Santo Oficio de la Inquisición en los dominios en que fue establecida. Los primeros frutos de ese segundo viaje, fecundísimos para la historia de América y de Chile por la documentación con que la suerte favoreció a Medina, fueron entregados al público casi inmediatamente de su regreso a Santiago, a mediados de 1886. Al año siguiente, 1887, publicaba en 2 gruesos volúmenes la Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Lima (1569-1820), con que debía abrir la serie en que narró en 10 tomos y un folleto la vida de la institución52.

Con el tema de este libro inició Medina los estudios de historia de América. Pero ellos no conducían a los de la bibliografía hispano americana. ¿Cómo entonces se desplazó hacia éstos? ¿El Índice de la Historia de la Literatura Colonial y la Historia de la Inquisición de Lima, lo pusieron en el camino de la bibliografía? ¿Acaso el Índice pudo hacerle concebir la Biblioteca Hispano-Chilena, frente a las dificultades que encontró para conocer los impresos de los autores que habían escrito sobre Chile? La Historia de la Inquisición en Lima, ¿le sugirió el proyecto de la bibliografía de las imprentas en las diversas ciudades que la poseyeron en América y Oceanía? Y el Índice y la Inquisición, a su vez, ¿no le hablaron de la necesidad de una Biblioteca Hispano Americana? Son éstas simples hipótesis. Se las puede aducir por la concatenación que los temas ofrecen. Es indudable que durante el segundo viaje a España comenzó a interesarse en la historia y bibliografía de la imprenta, y que aun acopió materiales para ellas.

  —XCII→  

...el examen de los documentos del Archivo de Indias que desde antes habíamos hecho para el estudio de la historia de Chile [en el segundo viaje de 1884 a 1886]... nos reveló la existencia de papeles tan curiosos como interesantes respecto de autores y libros americanos,



decía en 1912 al explicar la trayectoria de los estudios sobre la historia de las imprentas que ya entonces, en esos años, había concebido el proyecto.

Sin embargo, fue otro el estímulo que determinó a Medina a variar el rumbo de las investigaciones de la historia chilena a la americana y a las bibliográficas. Fue la influencia de una mujer. Medina contrajo matrimonio el 26 de diciembre de 1886, casi inmediatamente después de su regreso de España. La joven llamábase Mercedes Ibáñez Rondizzoni, y era hija del estadista Adolfo Ibáñez, que había sido Ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Errázuriz Zañartu, y de la señora doña Josefina Rondizzoni, que descendía de un General de origen italiano que había actuado con brillo en las campañas de la independencia. La educación de la joven había sido cuidadosamente atendida. Sin ser bella, encontrábase agraciada de una gran simpatía verdaderamente subyugante. Poseía un temperamento fino y agudísimo. Una inteligencia brillante, profunda en la comprensión de las cosas y de las ideas, la imponía inmediatamente. Sin hacerse sentir, con una naturalidad encantadora, dominaba en cualquier ambiente, porque era dueña de una ilustración muy superior a la de la mayoría de las jóvenes de su tiempo. Los viajes, las lecturas y el conocimiento de los idiomas, le había dado una variada cultura. Pues bien, fue la joven Mercedes la que abrió al erudito el horizonte de otros proyectos, y quien lo empujó a desarrollar el plan de los trabajos americanistas ideados en otro tiempo. Su influencia fue decisiva. Los estímulos de esa mujer para cambiar la dirección del historiador de las cosas de Chile por las de América y precipitarlo en dominios más amplios, partieron en Mercedes de la conciencia de la capacidad de Medina. La Historia de la Inquisición de Lima claramente se lo demostró. A su juicio, en la historia nacional quedaba poco por hacer. A la fecha de su matrimonio, el historiador Barros Arana había publicado siete volúmenes de la Historia General de Chile que narraban el período colonial hasta su término. Allí se encontraba la crónica minuciosa, exacta y completísima de ese pasado. Volver a tratar esa época, como era la aspiración de Medina, significaba agregar a su nombre bien poca cosa. Además la Historia de Barros Arana habíase impuesto por su indiscutible mérito y era muy difícil superarla. Al lado de su mérito científico, la cubría el prestigio inmenso de la fama de su autor, gloria ya de las letras chilenas y americanas. Pero Mercedes, si respetaba a Barros Arana, en el fondo no le guardaba simpatías. Los detalles que la distanciaban del maestro venían desde muy atrás, y en su ánimo obraban los recuerdos e impresiones, -injustos-, sobre la conducta diplomática de Barros Arana en la cuestión de límites con la Argentina, en la   —XCIII→   que su padre había tenido una actuación destacadísima. La gestión de Barros Arana la había oído condenar en su hogar con violencia; pero reconocía que, si el diplomático había fracasado, el historiador había escrito para su patria un monumento con la Historia General, el que se perpetuaría en el tiempo, en todos los tiempos. Mujer de vistas amplias, se empinaba por sobre la gloria de Barros Arana, a la que llamaba fama de campanario de aldea, como decía textualmente al aludir al localismo de la historia del eminente escrito. Un libro más, varios tomos más, sobre la misma materia ¿qué iban a añadir al nombre literario y científico de su marido? ¿Rectificar la Historia? Eso era poco, y no acusaba grandeza de alma, aunque jamás -entiéndase bien- Medina abrigó tal propósito. Barros Arana había sido su maestro; lo había apoyado en sus estudios históricos y prestádole su consejo, sus libros y papeles para sus trabajos. Para la joven esposa, su marido debía buscar un escenario más vasto en las mismas disciplinas históricas, orientaciones nuevas en la historia de América, en la bibliografía que se encontraba virgen. Con timidez, Medina había esbozado esta orientación ante ella y advertido las inmensas dificultades que casi lo hacían imposible. El libro de Harrisse le señalaba la ruta, ruta que era un sueño para él.

Necesitaba dinero para los viajes por América y Europa. La joven lo violentó en ladecisión; lo impulsó a ponerlo en práctica de inmediato, y se dedicó sin descanso a convencerlo, y le ofreció aceptar los sacrificios que fueran necesarios. «Quería sacarlo del campanario de la aldea lugareña para llevarlo a tocar las campanas de las catedrales de las ciudades de América»53.

El primer paso fue dado ese mismo año de 1887. En España, en Madrid, durante el segundo viaje (1884-1886) había contraído muy buena amistad con dos eruditos especialmente consagrados a la bibliografía, José María de Valdenebro y Cisneros y José Gestoso y Pérez. Muchos años más tarde, Medina le consagró al primero en 1904 La Imprenta en La Habana (1707-1810).

Yo no podía olvidar -decíale en la dedicatoria- que Ud., al par que excelente amigo mío, había sido el amable y obsequioso Bibliotecario de la Provincial y Universitaria de Sevilla y el más constante colaborador que había tenido en la Península, siempre pronto para darse la molestia de hacer la papeleta de un libro que Ud. sospechaba que yo no hubiera visto.



A Gestoso y Pérez, en 1910, en retribución de una carta en que le transcribía, en 1908, los documentos para la historia de la primitiva tipografía mexicana, le dedicó el magnífico estudio Introducción de la Imprenta   —XCIV→   en América. Lo hizo preceder de una epístola en la que le agradecía los valiosos papeles con que le había obsequiado, recordándole los buenos servicios que le debía. El filipinólogo Wesceslao E. Retana fue otro de los amigos de ese viaje durante su permanencia en Sevilla, con quien anudó relaciones muy cordiales y estrechas. El intercambio de libros y documentos con que ambos satisfacían sus investigaciones, hizo más duradera todavía esa amistad. La correspondencia de Medina con estos tres eruditos, bibliógrafos consumados, nos permite seguirlo en sus actividades. Disponemos de muy pocas cartas de Medina, casi todas en borradores, a esos tres bibliógrafos, pero tenemos casi todas las de ellos. Son ordinariamente las respuestas a las cartas de Medina,

por algunos de los buenos amigos con que allí cuento.



En mayo de 1887, Valdenebro y Cisneros lo felicitaba por la idea de acometer el estudio de la bibliografía de la imprenta en Lima, y le enviaba la descripción de 10 impresos que Medina le había solicitado y que se encontraban en la Biblioteca Nacional de Madrid. La correspondencia que sigue versa sobre catálogos de librerías anticuarias inglesas, francesas y españolas que Medina le pedía con urgencia, y que Valdenebro satisfacía con generosidad. No le era posible hacer lo mismo con los catálogos de algunas bibliotecas públicas españolas que se encontraban agotados o que nunca se habían publicado. A veces Medina se decepcionaba por las dificultades que encontraba para localizar los impresos, y Valdenebro lo animaba. Decíale el 26 de julio de 1886:

En bibliografía lo mejor es esperar que salte la liebre, pues de otro modo no se puede operar. Vea la liebre en Lima por los años que me indica. En cambio, ahí va copia de la aprobación del libro de Peralta.



El mismo sentido tiene la correspondencia de José Gestoso Pérez. Las conversaciones epistolares se refieren a libros americanos escritos en España. Algunos se encontraban en su poder, pero le faltaban datos biográficos acerca de los autores. Gestoso Pérez se los ofrecía con largueza y se los remitía con entusiasmo; pídele que lo ocupe sin reservas, porque desea contribuir a sus estudios, convencido como está de la importancia y necesidad de ellos. Una de estas cartas contiene la descripción de la edición de Valladolid de 1556 del Libro XX. De la segunda parte de la general historia de las Indias. Escripta por el Capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés... Que trata del estrecho de Magallanes. En Valladolid. Por Francisco Fernández de Córdoba... Año MDLVII. Folio. Letra gótica a dos cols.

Esta descripción tenía para Medina grandísima importancia. En esos días compaginaba para enviarlo a su propia imprenta, la de Ercilla, el volumen   —XCV→   I de la Colección de Documentos Inéditos, que vería la luz al año siguiente, o sea, en 1888. El prólogo, en que recordaba sus viajes de 1884-1886 por las bibliotecas y archivos españoles y americanos, en una narración muy viva, estaba escrito definitivamente. Sin embargo, al redactar las Observaciones relativas a los documentos publicados en ese tomo, en las que explicaba el origen de las piezas que reproducía, en notas de una sorprendente erudición bibliográfica, diose cuenta de que no era posible sostener que la relación de Fernández de Oviedo debía considerarse perdida. La citaban Antonio León Pinelo y Nicolás Antonio como impresa en un volumen en folio en 1552. Medina sostenía que si esa edición no se conocía, la de Valladolid de 1556, que es la que se ha copiado, hablaba claramente de la existencia de la relación. Con el propósito de dilucidar la duda, Medina le pidió a Gestoso y Pérez le buscara y describiera la edición de 1556, petición en la que fue atendido por su amigo con gran solicitud. Le escribía:

La certeza de Ud. de que la relación de Fernández de Oviedo sobre el Estrecho está contenida en la edición de 1556, es una verdad. El ojo de Ud. no ha fallado y al bibliógrafo de tan excelente perspicacia, le incluyo copia detallada de la edición que me encargó54.



La correspondencia acerca de particulares como éstos eran frecuentes. Se podría decir que Valdenebro, Gestoso y Pérez y Retana, fueron sus agentes en España para las consultas bibliográficas. Las respuestas a las cartas de Medina revelan en sus autores una erudición extraordinaria y una buena voluntad inagotable para servir al escritor chileno, que en 1888, como ya dijimos, publicó el tomo I de la Colección de Documentos Inéditos, en el cual -vale la pena anotarlo- empleó por segunda vez la técnica científica bibliográfica en la descripción de los impresos, en condiciones superiores a las del Índice de la Historia de la Literatura Colonial de Chile. Ello lo hizo al colacionar las ediciones de las cartas de Maximiliano Transilvano, las que enriqueció e ilustró con apostillas de un gran valor. Como quiera que fuere, las Observaciones a los documentos publicados por Medina en la Colección, forzosamente pusiéronlo en contacto con la bibliografía americana al especificar el origen de éstos cuando habían visto la luz como impresos o habían sido publicados en ciertas fuentes.

El erudito ya había entrado de lleno en el mundo de la erudición americana. El 12 de mayo de 1888, -según reza el colofón- salía de su imprenta   —XCVI→   particular -Typis Authoris dice al pie de ella-, un pequeño volumen en 16º de 486 páginas, incluyendo las con numeración romana y la del colofón, con el siguiente título: Bibliotheca Americana, Catálogo Breve de mi Colección de Libros relativos a la América Latina. Con un Ensayo de una Bibliografía de Chile durante el período colonial. J. T. Medina, Santiago de Chile. Typis Authoris. MDCCCLXXXVIII. Esa fue la primera obra de carácter propiamente bibliográfico americano que acometió Medina. Ya hemos dicho en otra parte que una publicación como ésta no era ninguna novedad en el ámbito de la erudición chilena. En la brevísima introducción que escribió para establecer el alcance del libro, dijo Medina:

Con la publicación del presente catálogo sólo persigo el propósito de guardar memoria de los libros relativos a las antiguas colonias hispanoamericanas que con paciente labor de no pocos años he logrado acopiar. Tal es la razón por qué no se encuentran anotadas respecto de muchas obras aquellas indicaciones que es corriente de ordinario estampar. Después de ordenadas mis notas, hallé, sin embargo, que las que pertenecen a mi país, constituían un caudal bastante considerable para que abandonando mi propio propósito, pensase en completar la parte chilena con aquellos títulos de que en el curso de mis investigaciones en diversas bibliotecas y archivos, tanto del Antiguo como del Nuevo Mundo, había conservado apuntes. No abrigo, -añadía más adelante-, la persuación de presentar una obra completa; pero réstame al menos la satisfacción de haber concurrido en la medida de mis fuerzas a abrir el camino a los bibliófilos que con la necesaria diligencia y alguna suerte quieran dar cima a un estudio tan curioso como interesante para nosotros.



Concluía:

A fin de no confundir la anotación de los títulos a que me refiero con los que figuran en mi biblioteca, han quedado aquéllos sin numeración.



Por el inventario de este catálogo podemos establecer que la biblioteca americana de Medina componíase en 1888, según los asientos bibliográficos, de 2.928 títulos de impresos, a los cuales deben agregarse 437 que formaban los coloniales sobre Chile y que se colacionaban sin numeración. En total 3.365 títulos. Algunas observaciones deben hacerse a la Bibliotheca Americana, tan llena de preciosos libros. El autor no la dividió en las secciones tradicionales con que los bibliógrafos americanistas lo hacían y aún lo acostumbran: Bibliografía, Lenguas aborígenes, Viajes, América en General y un apartado para cada país. Medina dio a su Bibliotheca una ordenación alfabética de autores y de títulos de impresos cuando éstos eran anónimos.   —XCVII→   Al pie de cada asiento bibliográfico encuéntrase el número de orden correlativo del autor o del impreso. Para la apreciación del contenido de la librería, la falta de las secciones que se han señalado dificulta su conocimiento integral. Estas observaciones de forma en la ejecución del trabajo bibliográfico, quedan considerablemente disminuidas ante los méritos de fondo del libro. Medina empleó, por tercera vez, casi con perfección, la técnica bibliográfica crítica. Los títulos de los libros se encuentran vertidos con aquel lujo de exactitud que será más tarde en sus bibliografías un modelo de representación. Cada asiento, sin embargo, no presenta esta asombrosa prodigalidad en la descripción; el autor empleó el sistema sólo para aquellos impresos que consideró raros, curiosos, dignos de destacarse por alguna circunstancia. En los detalles de las explicaciones de la estructura externa de los libros, es decir, en lo concerniente a su compaginación, tamaño, etc., hay, sin duda, ausencia de información, aún en la colación de aquellos impresos que Medina describe especialmente. La regla invariable que siguió fue la de indicar el lugar de la impresión, el año y el tamaño o formato. Para establecer este último se conformó con las medidas españolas de la bibliografía clásica, y que eran en folio, en 4º, en 8º, en 12º, en 16º y en 32º, tomándose en cuenta para determinarlas el pliego de papel sellado, según sus dobleces. No pocas veces échase de menos en las descripciones mayores antecedentes.

Un mérito innegable de la obra radica en las notas biográficas con que Medina se refirió a los autores; también en las bibliográficas, hizo la historia de ciertos impresos. Son, a la vez, valiosas las indicaciones que agregó acerca de la rareza de los impresos. Puede decirse que en la Biblioteca Americana, Medina cristalizó ya todas sus aptitudes de bibliógrafo y señaló sus métodos y sistemas.

Para Chile, la Bibliotheca Americana resultaba especialmente interesante, porque Medina hablaba de haberle incorporado «un ensayo de bibliografía de Chile durante el período colonial». Sin embargo, tal ensayo no tiene en las páginas de la obra una individualidad propia: los libros y autores tocantes a nuestro país, -como lo hemos escrito en otra ocasión- se difunden o diluyen en la agrupación alfabética. Es preciso estar familiarizado con la bibliografía colonial chilena para encontrar lo que se desea, o bien hacer un estudio de los autores y títulos citados a fin de establecer cuáles fueron las aportaciones del bibliógrafo. Es mucho más sistemático, a este respecto, considerado bibliográficamente, el Índice de libros y autores que insertó en el tomo III de la Historia de la Literatura Colonial. En la Bibliotheca, dispersó esa unidad. Una comparación de los asientos bibliográficos de la Bibliotheca con los del Índice permite establecer cuánto hizo avanzar Medina la bibliografía colonial chilena, porque describió impresos publicados fuera del país, por chilenos y extranjeros, algunos de los cuales eran completamente desconocidos. Debe mencionarse como una novedad en la Bibliotheca la bibliografía del poema ercillano, que en el Índice era pobrísima.

  —XCVIII→  

En esta colacionó 34 ediciones, desde la primera de Madrid, de 1569, por Pierre Cosin, hasta la de 1884, de esa misma ciudad impresa por Gaspar A. Medina. Recuérdese que el bibliógrafo chileno fue el primero que describió, de acuerdo con el ejemplar conservado en el Museo Británico, la primera edición de La Araucana, y que en 1917, en el tomo I de las Ilustraciones del poema, en la Edición del Centenario, describió en forma magistral todas las que se había impreso hasta ese año.

¿No tenía otros merecimientos la Bibliotheca Americana? Por más que hayamos dicho que un libro de esta especie no constituía novedad en el ámbito de la erudición chilena, frente a publicaciones idénticas, tales como las de Vicuña Mackenna con el Catálogo de su propia biblioteca, el de la de Gregorio Beeche, y el de la librería de Briseño, en los cuales la bibliografía americana general tuvo representación, la Bibliotheca Americana de Medina presentaba una característica que no se encontraba en los catálogos que hemos recordado y que era la menos frecuente en los de las bibliotecas particulares publicados en los países del continente. Generalmente, la mayor riqueza bibliográfica residía en los impresos de la época de la independencia y de la república; los coloniales eran contadísimos, y no habían merecido mayor atención.

Los catálogos ingleses, norteamericanos y franceses, y necesariamente los españoles, comenzaban a preocuparse de estas publicaciones. La Bibliotheca de Medina hacía una notable excepción a esta regla. El número de impresos reunidos, pertenecientes a los diversos dominios españoles del continente, resultaba, en verdad, sorprendente. Dejando de mano los libros que corresponden a la bibliografía general americana, a las lenguas aborígenes, a los viajes y también a América en general, las producciones de los cuatro virreinatos, México, Nueva Granada, Perú y Buenos Aires; de las Capitanías Generales de La Habana, Venezuela, Guatemala y Chile, y de las Presidencias de Quito y Alto Perú, formaban en el conjunto de la biblioteca particular de Medina una respetable cantidad de impresos coloniales que difícilmente podían encontrarse en otras privadas americanas. La riqueza de la biblioteca de Medina en este respecto, podía considerarse única en Chile en 1889. El bibliófilo no había acopiado sólo esos impresos: había añadido algunos filipinos de escritores, funcionarios y militares que de las posesiones españolas de Oceanía habían pasado a América y viceversa. Además, reunió los libros referentes a cada uno de los dominios cualquiera que fuera la nacionalidad de los autores. El plan a que había obedecido la formación de su biblioteca, Medina lo explayó algunos años más tarde. En 1908, terminaba la confección de un proyecto de Catálogo de su biblioteca comenzada según sus propias palabras en 1872. En la Introducción escribió lo que va a leerse:

La Biblioteca Medina ha sido colectada en el espacio de treinta y cinco años.

  —XCIX→  

El objeto a que ha obedecido su formación ha sido, principalmente, el de reunir las producciones tipográficas de la América Latina, desde que en ella se estableció el arte de la Imprenta hasta que terminó la dominación española. El período que abarca la parte relativa a Cuba, alcanza solo hasta 1810 y es vario en las demás naciones del continente. Llega hasta esa fecha en la Argentina, en Chile hasta 1817, en México y Guatemala hasta 1821, en el Perú hasta 1824, et sic de coeteris.

Para formarla, he debido emprender varios viajes a Europa y América.

El Catálogo se ha ordenado sistemáticamente conforme el siguiente plan:

I. Bibliografía de América (Obras generales y especiales).

II. América en General. (Viajes, crónicas de las órdenes religiosas, libros que tratan de la América española impresos en Europa, etc.)

III. Libros impresos en las diferentes ciudades de la América Latina hasta que terminó la dominación española (México, Puebla de los Ángeles, Guatemala, Buenos Aires, Quito, Cartagena, La Habana, Oaxaca, Veracruz, Guadalajara, Santiago de Chile, Córdoba del Tucumán, etc.)

IV. Libros impresos en esas ciudades a contar desde aquellas fechas hasta nuestros días, o relativos a las diferentes naciones hispano-americanas publicados en cualquier parte del mundo.

V. Mapas, planos y vistas relativos a Chile.



La Biblioteca Medina es particularmente rica en impresos coloniales mexicanos y en los chilenos y argentinos de toda especie. El número de los primeros, entre ellos no pocos incunables, excede de cuatro mil. El número total de volúmenes, incluyendo, por supuesto los folletos, será, aproximadamente, de doce mil. Su valor es el de cincuenta mil dollars, oro americano, suma bastante inferior a la que arroja su tasación, al precio corriente de librería de las obras que alguna vez han salido a venta, pues la inmensa mayoría de los títulos del Catálogo no ha sido jamás ofrecidos, y hay otros que son únicos.

En su clase, podemos, así, asegurar That it is the best in the world55!

  —C→  

Chiappa ha observado con agudeza que con la Bibliotheca Americana Medina

abre la serie del espléndido inventario bibliográfico de las tipografías de las posesiones españolas desde los orígenes de la imprenta hasta el año 1824,...56



Por lo menos, en la fisonomía de la biblioteca particular de Medina estaba el plan de la vasta empresa futura. Comenzado a desarrollarse en 1887, mediante el impulso de su esposa, fue posiblemente concebido como una ampliación de los estudios bibliográficos que le impuso la Historia de la Literatura Colonial, en 1878, entonces sin ninguna esperanza de realizarlo. En medio de los afanes que lo envuelven en 1889 las publicaciones sobre historia de Chile, de las que da a luz las Cosas de la Colonia, los tomos III, IV y VI de la Colección de Documentos Inéditos, el uno destinado a las expediciones de Jofré de Loayza, Alcazaba, Mendoza y Camargo, y los otros dos a Almagro y sus compañeros; junto con los tomos XIV, XV y XVI de la Colección de Historiadores de Chile, en los que edita la Historia Geográfica, Natural y Civil del Reyno de Chile, por el jesuita Felipe Gómez de Vidaurre y el Desengaño y reparo de la guerra de Chile, por Alonso González de Nájera, y todavía el Ensayo de una Mapoteca Chilena, o sea, de una colección de los títulos de los mapas, planos y vistas relativos a Chile, con una introducción histórica acerca de la geografía y cartografía del país; en medio pues, de las preocupaciones consiguientes a la redacción de los prólogos e impresión de estos libros, Medina tomó directamente el rumbo hacia la bibliografía de las imprentas en las ciudades de los antiguos dominios españoles de América. Desde el año 1387, habíase consagrado de lleno a explorar el campo bibliográfico de la imprenta en Lima y del Virreinato del Río de la Plata, que comprendía las imprentas en las Misiones del Paraguay, en Córdoba del Tucumán, en Buenos Aires y en Montevideo. Además, trabajaba en la imprenta en Santiago de Chile. Ahora, en 1839, podía ver los resultados de las investigaciones, las que eran necesariamente incompletas trabajando desde Chile. Para suplir las deficiencias adoptó el sistema de dar a conocer el resultado de sus pesquisas y se decidió a publicar con el título de epítomes lo que hasta ese momento desconocía de la bibliografía de las imprentas en Lima y en el Virreinato de Buenos Aires. En un mismo día de 1890, en su imprenta particular, -el 21 de octubre, día de su cumpleaños y al enterar 38 de edad- daba a luz dos libritos. Uno de ellos se intitulaba La Imprenta en Lima. Epítome. 1584-1810. Santiago de Chile. Impreso en Casa del Autor. MDCCCXC, volumen en 16º, de 120 págs.; y el otro, La Imprenta de América. Virreinato del Río de la Plata. Epítome. 1705-1810. Santiago de Chile. Impreso en Casa del Autor. MDCCCXC, también en 16º, de 54 páginas.   —CI→   Por revelaciones íntimas, sabemos que Medina obsequió a su esposa el primer ejemplar de cada uno de los epítomes, el mismo día de su cumpleaños, el de Lima, edición de 100 ejemplares numerados, con la indicación para el destinatario, y el del Virreinato del Río de la Plata, de 50 y a la vez con la señal para el destinatario, ambos en buen papel57. Tal obsequio hecho por Medina a su esposa, era la demostración concluyente de que el erudito había seguido su inspiración al buscar en los estudios históricos y bibliográficos americanos un mundo nuevo para su fama.

En la introducción del Epítome de la Imprenta en Lima, dedicada A los Bibliógrafos, Medina escribió:

De mi libro sobre la Imprenta en América tengo ya lista para publicarla la parte correspondiente a Lima58, que por la importancia de las obras que produjo y, sobre todo, por su número ocupa sin disputa el primer lugar en la bibliografía de la América del Sur. Sin embargo, antes de decidirme a darla a la prensa, deseoso de salvar las omisiones inevitables en las obras de este género, me ha parecido conveniente imprimir primeramente un epítome en que de una manera tan compendiada como fuese posible, -sin sacrificar la cabal inteligencia de los títulos-, pudiese comunicar a los bibliógrafos el resultado de mis notas, de mi desiderata y mis dudas, y sin exponer de esta manera a darse un trabajo inútil a los que con buena voluntad me han ofrecido su cooperación.



Sabemos que la cooperación que buscaba no la encontró en la medida que deseaba y que para completar sus papeletas bibliográficas acerca de la imprenta limeña le fue necesario emprender un nuevo viaje a Europa, el tercero (1891-1894), y un cuarto (1902-1904) con destino especial a la ciudad de los virreyes, donde completó las investigaciones, Si el Epítome no rindió todas las esperanzas que en él había cifrado, y la publicación de la Imprenta en Lima le ha restado toda su importancia, convirtiéndolo59 sólo en una verdadera curiosidad bibliográfica, él asume una importancia decisiva desde otro punto de vista. En él se encuentran expuestos por primera vez los cánones, las normas, los principios, los métodos y los sistemas de la técnica bibliográfica que deseaba para sus obras. Al solicitar las descripciones de los impresos que requería, Medina advirtió cómo que éstas le fueran dadas a conocer.

  —CII→  

Al dirigirme a los bibliógrafos -dijo- bien sé que, en rigor, no necesito entrar en estas y otras explicaciones que están demás para personas que poseen los conocimientos del caso; pero como cada autor debe obedecer a un plan, me parece oportuno que manifieste aquí el mío, para dar a la obra la unidad conveniente.



Como ejemplo de descripción objetiva, tal como la quería para La Imprenta en Lima, copió la de un libro cualquiera, que en este caso resultó ser «una obra famosa en los anales de la literatura peruana, el poema sobre la fundación de Lima de don Pedro Peralta Barnuevo». En las páginas 9-11, Medina, frente a la portada de ese texto aplicó con lujo de detalles todas las reglas de su sistema, las que con una rigidez e inflexibilidad admirables aplicó a todas sus bibliografías, cuando de visu describió los impresos del siglo XVI hasta el XVIII.

Como se ve -concluía en seguida de presentar el ejemplo- he copiado la portada con todos sus adornos y errores tipográficos; he colacionado con el detalle preciso los preliminares del texto, y por fin, he transcrito, entre otros que no es del caso reproducir, en este lugar, el pasaje que he creído más notable con referencia al autor. En un trabajo bibliográfico encuentran también natural cabida los datos biográficos de los autores y con más razón de los impresores...



El Epítome de la Imprenta en el Virreinato del Río de la Plata, consagrado al mismo objeto que el de Lima, alcanzó otra suerte y otro destino, porque diversas y otras fueron las circunstancias para su autor. Un vivo interés despertó entre los eruditos bonaerenses. Medina recibió las más variadas informaciones de cuanto deseaba, y aun creyó que podría publicar en Santiago la obra. A Adolfo Carranza le expresó este propósito el 12 de diciembre del año 1890, al decirle que estimaba concluido el libro. Pero no contaba con el giro que los sucesos políticos del país habrían de tomar al año siguiente. De todas maneras, el tiempo había de faltarle. En su imprenta, los tórculos sudaban con la impresión de los dos volúmenes de la Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Chile, y un pequeño Catálogo de las obras de Derecho, Literatura e Historia de la Biblioteca de don José Toribio Medina, que se disponía a ofrecer a la venta. Estaban prontos a entrar también a la imprenta, los originales de la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile desde sus orígenes hasta febrero de 1817. El 28 de diciembre de 1891 vio la luz, en plena vorágine revolucionaria, el primer libro de la vasta serie de las bibliografías de las imprentas en las ciudades y lugares de los dominios españoles de la América y de Oceanía. Sin embargo, el momento le fue absolutamente hostil para la difusión de tan importantísima obra, cuya edición había sido de 300 ejemplares, impresos en rico papel de hilo, Comentando la aparición del libro,   —CIII→   Medina, 39 años después, en 1930, decía en el mes de junio, seis meses antes de su fallecimiento:

Nació en mal momento La Imprenta en Santiago. Eran los días en que la revolución de 1891 acababa de terminar y en que los partidarios del régimen que se había echado por tierra se veían hostilizados y perseguidos [Medina era uno de ellos]. No era posible en tales condiciones que mereciera siquiera una crítica, ya que por tal no podríamos llamar el articulejo que un escritor anónimo (que creemos no era ni siquiera chileno) redactó para el periodiquillo La Escoba60.



No necesitamos hacer ni la crítica ni el elogio de esta obra de Medina que consagró su fama de bibliógrafo. Excede a los límites de este estudio pronunciarse sobre tal particular, cuando este estudio no ha tenido otro propósito que desenvolver la génesis del bibliógrafo. Pero, ¿cómo no señalar de paso lo que este libro significó? Por lo que hace al plan, al carácter de la investigación, a la descripción técnica de los impresos científicamente perfeccionada con un método original, presentaba procedimientos enteramente nuevos para los chilenos y para el resto de los americanos. Hasta entonces nada se había publicado en este género igual a la bibliografía de Medina61. El mexicano Joaquín García Icazbalceta podía sólo oponérsele con la Bibliografía mexicana del siglo XVI.

El destierro voluntario que se impuso Medina después del triunfo de la revolución de 1891, lo llevó a Buenos Aires a proseguir los estudios de la bibliografía de las imprentas rioplatenses. Allí permaneció desde marzo hasta septiembre de 1892, y su paso por aquella ciudad quedó señalado con la publicación de una obra suya monumental, la Historia y Bibliografía de la Imprenta en el Antiguo Virreinato del Río de la Plata, otro modelo de bibliografía y de erudición prodigiosa, publicada a todo lujo, con rango imperial, por el Museo del Río de la Plata, en una edición de un poco más de 500 ejemplares y con la cual el bibliógrafo convirtiose en maestro. El designio del erudito, cumplida la tarea de dar a luz esta obra, era alcanzar a España para continuar allí y en otras bibliotecas europeas y archivos, las investigaciones, ya no sólo sobre las imprentas en América y Oceanía, sino la bibliografía hispanoamericana. En octubre de 1892, desembarcaba en Cádiz para trasladarse casi inmediatamente a Sevilla. Sumido en el Archivo de Indias, sin darse un momento de reposo, dio a su espíritu la firmeza que necesitaba para sobreponerse a las dificultades que había de vencer a fin   —CIV→   de desarrollar los trabajos americanistas planificados. Cuatro años consagró a estas labores. Todo obstáculo fue barrido. En verdad, era ya entonces «el primer bibliógrafo de la cristiandad».

Para señorear la cima, sin competencia, no pocas amarguras debió experimentar. Medina lo dijo:

¡Cuántas veces hemos tenido ocasión de arrepentirnos de haber abrazado un campo cuya extensión no calculamos en el primer momento y que se ha llevado sin sentir los mejores años de nuestra vida, privándonos de realizar obras cuya ejecución acariciábamos desde la juventud y que habían de redundar en el conocimiento de nuestra patria, para trabajar de manera abrumadora en una sin brillo, y poco duradera quizás! Y todavía para encontrarnos con que se formulaba en nuestra contra, por el hecho de ser extranjeros para el país a que dedicábamos nuestras vigilias y nuestra escasa fortuna, la sospecha de que no seríamos imparciales62 .



Pero en 1912, al concluir Medina el ciclo de sus bibliografías, ¡quién podía siquiera dudar del valor de una de las empresas más audaces, heroicas y sabias que en la bibliografía americana había acometido su genio!

Guillermo Feliú Cruz.



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