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ArribaAbajoLa Imprenta en México

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ArribaAbajoI.- El estudio de la primitiva tipografía mexicana

Preliminares. Causas que han producido la falta de documentación que se nota en el estudio de la primitiva tipografía mexicana. Método eliminatorio adoptado para esta disquisición. Historia de la Santa Doctrina de fray Juan Ramírez y de su proyectada impresión en los años 1537-1538. En último término se manda que el autor vaya a estudiar en un convento de España y que su libro se remita a México para ser calificado y examinado. Antecedentes que obran para juzgar que Ramírez no fue siquiera autor de aquella obra y de que su texto lo redactaron los franciscanos de México. La Suma de Doctrina Cristiana atribuida al mismo Ramírez. Todo induce a creer que este libro nunca llegó a ver la luz pública. Examen de los documentos que existen para pensar que la Doctrina Cristiana en lengua de indios de Mechoacán mandada imprimir a Sevilla por el obispo don Vasco de Quiroga en 1538 no salió a luz, al menos por entonces. Hechos que fluyen de estos antecedentes. Autores antiguos que se han ocupado de la introducción de la Imprenta en México. Merecen llamar la atención los datos que a este respecto consigna fray Alonso Fernández. Investigaciones de escritores modernos: don Joaquín García Icazbalceta y Mr. Henry Harrisse. Conclusiones a que arriban estos bibliógrafos. Éntrase al examen de los documentos. Gestiones del obispo fray Juan de Zumárraga en España. El punto de partida más importante para la averiguación del hecho de que se trata se encuentra en un memorial del chantre y del procurador de México. Quiénes eran estos personajes y cuándo iniciaron su gestión para el establecimiento de la Imprenta.

Problemas gravísimos ofrece el estudio de los orígenes de la Imprenta en la capital del virreinato de México, algunos de ellos irresolubles hasta ahora, más que todo, por la falta de documentación de que en los países de la América Española adolece la historia de tan importante factor del progreso humano. Pero si esa falta es de lamentar por lo general, asume aún proporciones que suben de punto cuando se trata de Nueva España, donde casi todos los tipógrafos que allí ejercieron su arte durante el siglo XVI fueron extranjeros, cuyo interés estaba, por su misma calidad de tales, en acallar las suspicacias de los altos funcionarios coloniales, y con más razón las de la corte. Sus deseos habrían sido de que se les olvidara, si posible fuera. Esta es, sin duda, una de las causas que motivan la ausencia de documentos relacionados con su vida que se nota en los archivos históricos españoles, y, ¿por qué no decirlo también?, el que no haya habido rebuscadores pacientes que consagrasen su tiempo al examen de los archivos notariales, fuente la más adecuada para el caso, tratándose de hombres y   —46→   hechos que poca o ninguna atingencia tuvieron con la cosa pública. Pero aún los que, impulsados por toda la energía y voluntad de que eran capaces, quisieron echarse a cuestas aquella tarea, han tropezado hasta ahora con obstáculos imposibles de vencer, por no haber tenido acceso a esos archivos, ya por estar totalmente desordenados, ya porque, siendo de particulares, no lograron doblegar las obstinadas negativas de sus dueños.

Sin embargo, merced a lo nuevamente descubierto, creemos que puede avanzarse no poco sobre lo hasta ahora conocido.

El lector benévolo juzgará por sí mismo de lo mucho que falta, y cómo, en circunstancias dadas, que se someterán a su consideración y examen, el documento que se echa de menos vendría a salvar vacilaciones inevitables y alumbrar con sus dictados la senda en que se marcha a tientas. Podríamos decir, con todo, que la historia de la Tipografía Mexicana es como una larga cadena, cuyos extremos tenemos en la mano y de la cual no se conocen todavía, para que sea completa, algunos eslabones intermedios.

La historia de la introducción de la Imprenta en el Nuevo Mundo, por su índole misma, por las disquisiciones e hipótesis a que ha dado lugar, por las aparentes contradicciones que en su desarrollo se presentan, estamos obligados, para que desde el primer momento no pierda su interés, a principiarla por un método eliminatorio, diremos así, que nos permita ir despejando el campo en que se desenvuelve y asentando, a la vez, los hechos que de ese modo logremos establecer.

Se ha alegado ya y discutido que, si la Santa Doctrina de fray Juan Ramírez no se imprimió en México cuando de ello se trató, en las circunstancias que se verán, puede parecer demostración evidente de que no existía por ese entonces taller tipográfico alguno en México. Se hace, pues, indispensable comenzar por la historia de ese libro, que haremos seguir por la de otro, no tan estudiada y conocida, pero de no menos peso para apoyo de la tesis que indicamos: la de la Doctrina en lengua de indios de Michoacán, que el obispo de esa provincia, don Vasco de Quiroga, mandó imprimir a Sevilla.

Hallándose en la corte, que por aquel entonces residía en Valladolid, fray Juan Ramírez le refirió al Emperador, de palabra85, según parece, que había escrito en lengua castellana e india mexicana», un libro que intitulaba Santa Doctrina, que era una exposición de los artículos de la fe católica, suplicándole que para bien de los naturales de Nueva España le mandase imprimir y encuadernar.

El monarca, después de hacer ver el libro por los del Consejo de Indias, aceptando la petición del dominico, por real cédula de 2 de Marzo de 1537, ordenó a los oficiales de la Casa de la Contratación que tan pronto como aquélla recibiesen, mandasen imprimir y encuadernar hasta quinientos ejemplares del libro de Ramírez, por cuenta del real erario.

Y adelantándose a lo que, en cumplimiento de su encargo, debiesen   —47→   ejecutar los oficiales reales, dirigió, en el mismo día, otra real cédula al impresor de Sevilla, Juan Cromberger, para que luego que aquélla le fuese notificada, imprimiese los quinientos ejemplares indicados de la obra, recomendándole especialmente que les dejase los mayores márgenes que fuese posible y los entregase a los Oficiales Reales86.

Siete días más tarde, esto es, el 9 de Marzo, dictábase libramiento para que Diego de la Haya, cambio de la corte, entregase cuatro ducados a Ramírez, que debía partir a Sevilla «y entender» en la publicación de su Santa Doctrina87.

Tan interesado demostraba hallarse el Emperador en la impresión de esa obra, que como se pasase algún tiempo sin recibir noticia de lo que había ordenado a los Oficiales Reales de Sevilla, les hizo dirigir el siguiente oficio:

Señores Oficiales:- Bien sabéis cómo los días pasados el Emperador, nuestro señor, os envió á mandar que hiciésedes imprimir hasta quinientos volúmenes de un libro que fray Joán Ramírez, de la Orden de Santo Domingo, había escripto en lengua castellana é india mexicana, llamado Santa Dotrina, ques exposición sobre los artículos de nuestra santa fee, y que ansí impresos los hiciésedes encuadernar en pergamino y pagásedes de la hacienda de S. Mag.d la impresión y encuadernación, y porque hasta agora no sabemos si se han imprimido ó no, avisarnos héis dello y si no estovieren impresos y encuadernados, enviarnos héis diez dellos, y si no, cuando lo estén88.

Al fin, en 28 de Julio de ese año, los Oficiales escribían a la Emperatriz: - V. M. manda hagamos imprimir un libro en lengua mexicana y castellana que un religioso dominico tiene fecho. Nos concertamos con Joanes Conbreger, imprimidor. Aun no está acabado de traducir en mexicano por el religioso que lo hace imprimir y da prisa á ello. Dexísmosle que se pondrá mano en acabándolo, y añadimos que convendrá lo vean antes otros que entienden de aquella lengua, para evitar errores. Nos han informado que el romance de este libro fué ordenado por frailes franciscos, los cuales, aunque son los mejores lenguas de allá, no se atrevieron a lo traducir89.

Este documento es importantísimo, como se ve, por las revelaciones inesperadas que contiene. En conformidad a las apretadas disposiciones del monarca, los Oficiales Reales tenían ajustadas con Cromberger las condiciones para la impresión de la obra de Ramírez, pero a última hora se habrían encontrado con que éste no presentaba acabada su traducción al mexicano, habiendo, pues, engañado al Emperador al afirmarle que tenía   —48→   escrito el libro. Resulta, asimismo, que la parte castellana la habían ordenado los franciscanos de México, lo que implicaba otra mentira de Ramírez; concluyendo aquellos funcionarios por manifestar al monarca que antes de dar a luz la obra -de quien quiera que fuese, podemos añadir nosotros, después de lo que acaba de verse-, sería conveniente que la parte mexicana la revisasen otros peritos en esa lengua, tanto más cuanto que, según sus informes, los mismos franciscanos, que pasaban por ser los mejores intérpretes en ella, no se habían atrevido a traducirla90.

La respuesta que este informe mereció al monarca no se hizo esperar. Seis días más tarde de la fecha en que fue escrito, y es por eso de suponer que inmediatamente después de haberlo recibido, les envió el siguiente oficio:

Bien me ha parecido lo que decís que se os mandó que hiciésedes imprimir un libro que fray Joán Ramírez, de la Orden de Santo Domingo, tiene hecho y que os parece que aunque este religioso es buena lengua, sería razón ser corregido por otras personas, porque después de ser impreso y haber gastado de nuestra hacienda lo que costará la impresión, salido el libro, donde de todos ha de ser juzgado, no es bien que se hallen en él ningunos yerros, y así os mando que luego os informéis si en esa cibdad hay alguna persona de confianza que sepa y entienda bien la lengua mexicana, y si la hallardes, mostrarle héis el dicho libro, y si hobiere alguna dubda, avisarnos héis dello para que lo mandemos enmendar, é si no hallardes tal persona, hacerle héis imprimir después quel dicho fray Juan Ramírez le tenga acabado de traducir, porque está acordado que antes que se publique, en México el Virrey le haga corregir y enmendar, aunque esté imprimido.- Valladolid, 3 de Agosto de 153791.

Se ve, pues, que, junto con aprobar la idea de los Oficiales de procurar que la traducción al mexicano de la Doctrina no saliese con errores, quería el monarca que sin falta se imprimiese, aunque no se hallase persona que pudiese revisarla, habiéndose tomado por temperamento que en último término salvase la dificultad, el que antes de darse el libro a la circulación en México, el Virrey lo hiciese corregir y enmendar, «aunque esté imprimido», son sus palabras.

Tan persuadido estaba el Consejo mismo de que la impresión se haría sin tardanza, que impartió orden a los Oficiales Reales de que le enviasen diez ejemplares92, quienes el 13 del mes de Agosto indicado, acatando las órdenes del Soberano, le escribían en contestación a ellas: «Se hará lo que V. M. manda en el libro que Fr. Juan Ramírez, fraile dominico, tiene hecho»93.

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Pero pasaban los días y Ramírez no entregaba su traducción a la imprenta. Por fin, dijo que la tenía acabada, pero que antes de darla a luz se hallaba con el pensamiento de llevar la obra a México, y una vez examinada allí, regresar a la Península para imprimirla. De esta última resolución del dominico, fundada en consideraciones que debieran ocurrírsele antes de hablarle del asunto al Emperador, da fe el siguiente oficio:

C. C. M. -El padre fray Domingo de Santa María, que la presente lleva,

va á hacer relación á V. M. de lo que acá él y el padre fray Juan Ramírez han acordado que se debe hacer sobre la impresión del libro llamado Santa Doctrina, que es expusición sobre los artículos de nuestra santa fee católica, que V. M. nos envió á mandar se imprimiese, y es que por ser la obra tan alta es menester que se examine por muchos intérpretes, porque diz que la tiene toda acabada y el dicho fray Juan Ramírez se prefiere de ir a México, á donde podrá ser bien examinada, y llevar el libro y traerlo él mesmo de allá á imprimir, por ser la primera obra, para que quede como al servicio de Dios y de V. M. conviene; y porque esta no es para más, no alargamos. Nuestro Señor la Cesárea Católica persona de V. M. guarde y con acrecentamiento de mayores reinos y señoríos prospere. De Sevilla, a 12 de Septiembre de 1537. De V. C. C. M. verdaderos criados y servidores, que sus reales piés y manos besan.- DON PEDRO DE ZÁRATE.- Diego Caballero.- (Siguen sus rúbricas)94.

El monarca aceptó el temperamento que se le proponía y dispuso que los Oficiales Reales entregasen su libro a Ramírez para que se marchase con él a la Nueva España, y, juntamente, una real cédula de recomendación al propósito de su viaje. Esa real cédula no la conocemos, pero su contenido resulta bien claro del siguiente párrafo de carta de los Oficiales Reales al soberano:

C. C. M.- En primero del presente recebimos una carta de V. M. que en diez y nueve del pasado nos mandó escribir lo que por ella V. M. manda que se haga en el libro que aquí nos había enviado a mandar de lengua castellana y mexicana que hiciésemos imprimir, se hará como V. M. lo manda. La cédula que V. M. dice que nos mandó enviar para que entreguemos juntamente con el libro á fray Juan Ramírez para llevar á la Nueva España no la habemos recebido; luego que la hayamos recebido la entregaremos al dicho fray Juan Ramírez, para que se cumpla lo que V. M. nos envía a mandar95.

Entregaron, en efecto, los Oficiales Reales su libro a Ramírez, en conformidad a lo que se les indicaba, pero días después se veían en el caso de dirigir al monarca la carta que va a leerse, de la que consta el fin que tuvo,   —50→   primero, el proyecto de imprimir la Santa Doctrina en Sevilla, y, en seguida, el viaje de Ramírez a México:

Fray Juan Ramírez, de la Orden de Santo Domingo, nos entregó el libro que él compuso, llamado Santa Dotrina, que se ha de traducir en lengua mexicana; porque él dice que pensaba ir a la Nueva España y llevallo para que en ello se hiciera lo que V. M. tenía mandado y proveído, y que agora su prelado ha mandado que se vaya á Castilla á estudiar. Suplicamos á V. M. mande proveer lo que es servido que se haga en ello96.

La respuesta del monarca no se hizo esperar, y en 29 de Enero de 1538 disponía que el libro de Ramírez se remitiese a México para que fuese allí calificado y examinado, y después de eso, se devolviese a Sevilla para imprimirlo97.

Establecido ya de manera que no deja lugar a dudas que la Santa Doctrina de Ramírez no se imprimió y que, en caso que hubiese llegado a ver la luz pública, habría sido en Sevilla y no en México, nos queda todavía a su respecto que considerar otro antecedente, que puede parecer extraño y servirá en todo caso para manifestar hasta qué punto aquel fraile llevara la farsa de que hizo víctima al Emperador. Nos referimos a que Ramírez no fue siquiera el autor del texto castellano de aquel libro que aseguró falsamente a Carlos V tenía traducido al idioma mexicano.

Se recordará que los Oficiales Reales de Sevilla escribían al monarca luego que recibieron orden de imprimir la Santa Doctrina que su texto en romance lo habían «ordenado» en América los franciscanos. Y cuando funcionarios tan altamente colocados como aquéllos lo aseveraban así en nota oficial al Emperador, bien averiguado lo tendrían.

En México, por otra parte, existía la misma opinión. No es del caso averiguar aquí de dónde la tomara Beristain, pero no fue, evidentemente, de la correspondencia de los Oficiales Reales, sino de fuente mexicana, y la estampó en su libro en los términos siguientes: «Escribió fray Juan de Ribas la Doctrina cristiana en lengua mexicana. Esta es la primera que se escribió y que se atribuye por algunos a fray Juan Ramírez, dominico»98.

En ambos mundos corría, pues, idéntica afirmación, que tiene tantos   —51→   más visos de ser exacta, ya por venir de quienes sabemos, ya por la ninguna fe que puede prestarse al que se decía autor de ella en España, y porque, como observa García Icazbalceta, el nombre de Ramírez no aparece para nada entre los que dan los cronistas de las órdenes religiosas, bien minuciosos siempre y aún exagerados en las alabanzas que tributan a los hombres que entre los suyos se habían distinguido en santidad o letras. En realidad, es muy probable que el motivo verdadero de la resistencia de Ramírez para volver a México no obedecía a otra causa que al temor de quedar en descubierto allí donde estaban enterados de la verdad de las cosas, y donde, por consiguiente, no podía hacer válida una superchería como la que acababa de intentar en la corte.

Para ser justos, sin embargo, debemos consignar aquí que si Ramírez no fue el autor de la Santa Doctrina, no hay motivo para negarle la paternidad de la Suma de doctrina cristiana, que era una cartilla redactada en latín, castellano y mexicano, la que, prima facie, tiene a su favor ciertos visos de haberse impreso.

Todo lo que acerca de ella se sabe está encerrado en el siguiente párrafo de carta de los Oficiales Reales de Sevilla al Soberano:

La cartilla que el dicho fray Juan Ramírez ha hecho en latín, castellano é indio mexicano, intitulada Suma de Doctrina Cristiana, que V. M. manda que hagamos igualar el precio por que se ha de vender después de imprimida, porque en esta cibdad hay personas que la imprimirán a su costa, no la habemos recebido, ni la cédula que V. M. manda enviar para el impresor en que se le hace merced que por ocho años la pueda imprimir y vender y no otra persona ninguna; luego que la recibamos se cumplirá lo que V. M. manda, etc.- FRANCISCO TELLO.- Diego Caballero.- (Hay sus rúbricas)99.

Resulta, pues, que en ese entonces Ramírez había encontrado editor para su Cartilla, y que éste, que no se nombra, pero que posiblemente sería el mismo Cromberger, con quien se había ajustado por los Oficiales Reales la impresión de la Santa Doctrina, cuyo autor habría entrado en relaciones con él por tal motivo, y, en fin, porque según luego lo hemos de ver, a él se dirigía el monarca para un trabajo análogo en esos mismos días; sería Cromberger, decimos, a quien se le enviaba real cédula de privilegio para que él y no otro impresor la pudiese imprimir y vender durante ocho años.

Todo quedaba así listo para proceder a la impresión de la Cartilla. ¿Se verificó al fin? No lo creemos. Abonan esta conclusión el hecho de que jamás haya sido mencionada siquiera, como impresa o manuscrita, por ningún cronista dominicano; y en segundo lugar, porque habiendo sido enviado Ramírez por su provincial a estudiar a Castilla, unos cuantos días después de la fecha de la carta de los Oficiales Reales, cuyo párrafo sirve de base a esta digresión, hubo desde luego de salir de Sevilla, donde debía imprimirse el libro; y tampoco habría obtenido licencia de su prelado para hacer una publicación   —52→   tan delicada como aquélla, quien, más que otra cosa, debía comenzar por hacer sus estudios100.

Necesitamos todavía en el orden de las investigaciones en que estamos empeñados, estudiar, como ofrecimos, lo relativo a otro libro mexicano de aquellos años, de índole muy parecida al de fray Juan Ramírez: la Doctrina christiana en lengua de indios de Mechuacán, que el obispo don Vasco de Quiroga mandó imprimir a Sevilla.

Veamos, desde luego, lo que resulta de los documentos de que disponemos.

Con fecha 22 de Septiembre de 1538, Carlos V envió a los Oficiales de la Casa de Contratación una real cédula en la que les decía que ante el Consejo de las Indias había presentado Cromberger una Cartilla escrita en lengua de indios de Mechuacán, cuya impresión se consideraba beneficiosa, y que, en consecuencia, se le había dado licencia para hacerla, en el número de ejemplares que ellos le indicasen, que sin más reserva de diez que se pasarían al Consejo, debían remitir a Nueva España, a fin de que la Audiencia la hiciese examinar y tasase el precio a que podía venderse si resultase aprobada101.

Con idéntica fecha de la anterior, remitía a México el monarca otra real cédula dirigida a la Real Audiencia, avisándole ser su voluntad que,   —53→   una vez que recibiese los ejemplares impresos de la Doctrina, mandase reunir una junta de prelados, eclesiásticos y religiosos de todas las Órdenes para su examen, y que, si fuese en ella aprobada, la hiciese tasar102.

Un mes más tarde, y probablemente a consecuencia de algún reclamo de Cromberger, a quien, por lo que se ha visto, se le obligaba a esperar que se resolviese la tasación que del libro debiera hacerse en México antes de poderlo, vender, con grave y manifiesto perjuicio suyo, se dictó otra real cédula, por la cual se ordenaba a los Oficiales de la Casa de la Contratación que después de haber hecho examinar «por oficiales del arte» lo que hubiera costado la impresión, remitiesen al Consejo su parecer acerca del precio que pudiera ponerse a los ejemplares, para que en él se tasasen, sin cuya diligencia previa no podría venderse uno solo en España, ni remitirse tampoco a México103.

En el mismo día en que el monarca dictaba la real cédula precedente, dirigía a Juan Cromberger otra, en la que le expresa que el libro le había sido remitido por el obispo de Mechuacán, el licenciado don Vasco de Quiroga, para que se lo imprimiese, que a ese propósito Cromberger había solicitado licencia para hacerlo y privilegio para ser él el único que pudiera venderlo por el tiempo de cinco años; y que, en esa conformidad, se había dado orden a los Oficiales Reales para que le indicasen el número de ejemplares de que debiera constar la tirada, la cual íntegra les entregaría para que la remitiesen a la Nueva España, donde se haría junta de prelados para su examen, y tasación posterior en el Consejo de Indias, caso de resultar el libro aprobado en ella, condición sin la cual no podría vender un solo ejemplar en España ni en México104.

Hasta aquí los documentos. ¿Cree el lector ahora, después de lo que ha visto, que la Doctrina llegó a imprimirse? Es evidente que si la hubiera dado a luz Cromberger, habría cumplido con la obligación que se le imponía de presentar en el Consejo los diez ejemplares que se le exigían para efectuar la tasa. Es muy difícil también que, caso de haberse llegado a tasar el libro, no apareciese en el Archivo de Indias el documento del caso, el cual no se encuentra; e improbable igualmente que autor alguno, antiguo o moderno, no hubiera visto la obra. Por aventurado que sea sostener en ocasiones la negativa de un hecho, creemos que en este caso se puede llegar a la conclusión de que la Doctrina enviada a imprimir a Sevilla por don Vasco de Quiroga no llegó a ver la luz pública, al menos por entonces105.

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Pero si ni la Santa Doctrina cuya paternidad se atribuía fray Juan Ramírez, ni la Doctrina en lengua de indios de Mechuacán remitida por Quiroga a Sevilla alcanzaron la suerte de andar en letras de molde, resulta, en cambio, de las disquisiciones que nos hemos visto obligados a consagrarle a su proyectada impresión, dos hechos que nos parecen incuestionables, esto es, que se trató de imprimirlas en Sevilla, y que, siendo así, tal cosa no pudo verificarse sino por cuanto en Nueva España se carecía de los elementos para verificar allí la impresión. Es decisiva a este respecto la circunstancia de que cuando Ramírez tomó el temperamento de proponer al monarca que su libro, antes de componerse se examinase en Nueva España, se le indicó categóricamente que habría de traerlo nuevamente a Sevilla para darlo a los moldes. Como observaba ya, haciéndose cargo de este antecedente el señor Jiménez de la Espada, ¿a qué las idas y venidas del original, de Sevilla a México y de México a Sevilla? Aparece así de manifiesto que si en Nueva España hubiera existido entonces una imprenta, la Santa Doctrina se habría impreso allí, y don Vasco de Quiroga no hubiera tenido por su parte necesidad de enviar el original de la Cartilla a Cromberger para que la imprimiese en Sevilla. Los caracteres tipográficos que hubieran podido necesitarse para la impresión del texto mexicano no podrían ser por sí solos, caso de que se hubiera presentado tal dificultad, un óbice para ello, porque bien pudieran suplirse, y por defectuosos que salieran, siempre era esto preferible a mandar imprimir un libro a España y llevar de allí la tirada entera a México. Sin olvidar, por supuesto, una circunstancia especialísima tratándose de obras de la índole a que venimos refiriéndonos, que ya sabemos cuántos tropiezos ocasionó en España sólo el intento de verificar la impresión, cual era, la de que en México estaban los peritos en la   —55→   lengua del país, sin cuyo concurso resultaba imposible aventurarse a traducir el delicadísimo texto de una doctrina religiosa, que sin gran conocimiento del idioma, era a todas luces ocasionada a cometer errores capitales y de incalculables consecuencias en la versión del dogma a las lenguas de los indios.

Es muy de notar, por otra parte, observa Jiménez de la Espada, que el virrey don Antonio de Mendoza, al dirigirse al Emperador en una extensa carta fecha a 10 de Diciembre de 1537, dándole menudísima cuenta de todas las cosas del virreinato, no diga una palabra de la imprenta, siendo así que él la introdujo, según parece, en aquella tierra; y que el obispo fray Juan de Zumárraga, en carta al secretario Juan de Samano, de 20 de Diciembre de 1537, hable con bastante detenimiento de la Casa de las Campanas, donde el 17 de Abril de 1540 estuvo dicha oficina, y no haga la menor alusión a ella, a pesar de la generosa protección que la dispensó desde sus principios, y del interés con que miraba su prosperidad y adelanto106.

No, decimos, por todo esto: no existía por aquellos años imprenta que trabajase en México. Pero, ¿la había habido antes? Éste es el punto que ahora nos toca estudiar y cuya resolución, si es que con ella acertamos, vendrá a conciliar hechos hasta hoy inexplicables y aparentemente contradictorios.

Para proceder en esta disquisición con algún método y darnos, a la vez, cuenta cabal de la génesis de las noticias relativas a la introducción de la imprenta en México, debemos comenzar por transcribir lo que han dicho los autores que de aquel punto se han ocupado, siguiendo para ello, naturalmente, el orden cronológico. Luego después entraremos en terreno documentado.

La primacía en aquel orden corresponde al dominico fray Juan Dávila Padilla, que en su Historia de la fundación de la Provincia Dominicana, cuya edición príncipe es de Madrid, y de 1599, trae la noticia del primer libro que se imprimió en México, indicando el nombre del autor, el título de la obra y quien fuera el impresor, pero sin decirnos el año en que salió a luz. Luego tendremos oportunidad de transcribir las palabras del dominico, que por el momento basta a nuestro intento el indicar que no señala fecha alguna al libro de su referencia, circunstancia de capital importancia para el caso.

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El capítulo VIII de la Década III de Antonio de Herrera se intitula: «De lo que Hernando Cortés hacía en Nueva España, entretanto que se proveía en Castilla en sus cosas lo referido.»

Bajo ese rubro y la fecha de 1522, después de referir algunos de los hechos ejecutados por aquel conquistador en ese tiempo, trae estas palabras: «y luego se fué encaminando y acrecentando todo, de manera que multiplicó en breve tiempo, porque creció el trato: acudieron oficiales de seda, paño, vidrio; púsose la Estampa107: fabricose moneda, fundose el estudio, con que vino a ennoblecerse aquella ciudad como cualquiera de las más ilustres de Europa.»

Palabras tan autorizadas como las del cronista de Indias en que se contenía el hecho singularísimo de que en una fecha como aquella existía ya la Imprenta en México, cuando es notorio para quien su obra ha estudiado que jamás procede sin beber sus noticias en fuentes que creía fidedignas, merecían, por de contado, algún examen. ¿De dónde tomó, pues, esa noticia, aquel cronista?, nos dijimos.

Pensamos luego que había debido ser de alguna de las cartas de Hernán Cortés que por la fecha a que se aludía y por las materias que comprende, no podía ser otra que la tercera, datada, como es sabido, el 15 de Mayo de 1522. Leímosla con atención y pudimos convencernos de que no estaba en ella el origen de la noticia consignada por Herrera.

Acudimos entonces a López de Gómara, quien en el capítulo de su Hispania victrix intitulado «De la reedificación de México» dice lo que sigue:

México, la mayor ciudad del mundo y la más ennoblecida de las Indias, así en armas como en policía, porque hay dos mil vecinos españoles, que tienen otros tantos caballos en caballerizas, con ricos jaeces y armas, y porque hay mucho trato y oficiales de seda y paño, vidrio, molde y moneda, y estudio, que llevó el Virrey don Antonio de Mendoza108.

El mismo autor en su Conquista de México dice también que Mendoza fue «proveído, pienso, el año de 34, y llevó muchos maestros de oficios primos, como decir, molde y imprenta de libros y letras109».

Después de esto, el más somero cotejo de lo aseverado por Herrera con lo que había dicho López de Gómara vino a manifestarnos que el cronista de Indias había en realidad copiado al de México, trastrocando fechas y nombres y suponiendo así bajo el año 1522 el ennoblecimiento de la capital del imperio que había sido de Moctezuma por la introducción de la Imprenta que López de Gómara colocaba en el gobierno del Virrey Mendoza y bajo el año de 1534.

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Casi coetánea con la aparición de la obra de Herrera fue la de fray Alonso Fernández, dominico también como Dávila Padilla, impresa en 1611, en la cual se repite la noticia dada por éste acerca del primer libro impreso en México, suprimiendo sí el nombre del impresor, pero añadiendo el dato que faltaba en aquél; el de la fecha de la impresión del libro, que señala como del año de 1535.

No hay que hacer mucho caso de ésta, expresa García Icazbalceta, porque fray Alonso participaría de la creencia general de que la Imprenta vino con el primer Virrey, y sabiendo que éste llegó en 1535, puso la edición en el mismo año110.

Aunque sea anticipándonos un tanto en la ilación que llevamos, no podemos seguir adelante sin consignar aquí la observación que las palabras de tan competente escritor en la materia de que nos ocupamos nos sugieren y respecto de la cual nos hallamos con él en completo desacuerdo.

No creemos nosotros que Fernández copiara a Dávila Padilla. Es, desde luego, escritor de primera mano, con investigaciones propias y que a veces le son tan peculiares que sería inútil buscarlas en otra parte, de lo cual pudiéramos presentar algún ejemplo, precisamente en materias bibliográficas111; y si hubiera copiado a Dávila Padilla, ¿cómo se explica, nos preguntamos, que estando estampado por éste el nombre del primer impresor que dice hubo en México, dato interesantísimo, bien se comprende, lo callara, cuando allí estaba a su alcance? Pero no sólo varió la noticia del cronista dominico antecesor suyo en esa parte -cosa que tiene mucha más importancia de lo que a primera vista pudiera creerse, según se verá por lo que más adelante diremos-, sino que añadió de su cosecha el dato de la fecha de la impresión del libro. Que tal hiciera porque raciocinara bajo el supuesto que indica García Icazbalceta, es una conclusión mucho menos fácil de aceptar que la de que estampara el dato porque tuvo a la vista el libro, o se informó de otros que esa era la que llevaba. Fernández era dominico, como hemos dicho, escribía unos sesenta años después de verificado el hecho que historiaba, resulta cuidadoso investigador de libros y ediciones, y nada de extraño puede parecernos que aquella muestra tipográfica, primicia del Nuevo Mundo, hubiese llegado a sus manos por conducto de alguno de los miembros de su Orden, que era la misma a que pertenecía el traductor del libro de que tratamos.

Sigue luego Gil González Dávila, quien en su Teatro eclesiástico de las Indias112, dice: «en el año de mil quinientos treinta y dos el virrey D. Antonio de Mendoza llevó la Imprenta a México»: palabras que implican una contradicción manifiesta, pues desde que sabemos que la llegada de Mendoza a México fue a 15 de Octubre de 1535, o la imprenta no la llevó él, o si la llevó, no ocurrió el hecho en el año de 1532. Los términos en que se   —58→   da la noticia, nos conducen, pues, a la conclusión -en caso de que alguno de sus extremos sea exacto- de que, según ese cronista, la introducción de la imprenta en México fluctúa entre los años de 1532 y 1535.

Fray Baltasar de Medina, al hablar de D. Antonio de Mendoza y de su entrada a México113, se expresa así: «entre los heroicos hechos deste grande príncipe (a cuyo gobierno debe su perfección política esta corte) no fué menor el haber traído la primera imprenta a este Nuevo Mundo...114»

Los bibliógrafos dominicanos Quetif y Echard, copiando de González Dávila el dato acerca de la Santa Doctrina de fray Juan Ramírez, de que había sido escrita en 1537, añadieron de su cosecha, sin otra fuente que aquélla, dos cosas, a cual más graves, como lo observó ya Jiménez de la Espada115: que el libro se imprimió en 1537 y que la impresión se hizo en México. Semejante testimonio no tiene, pues, valor alguno.

El editor de la Gazeta de México declaraba que el primer impresor había pasado a aquella ciudad en 1532116.

En el Diario de México del 6 de Mayo de 1807, se repite la noticia anterior, copiándola de allí, según se ve.

Beristain de Sousa, que no hizo sino seguir lo que al respecto halló en algunos de los autores precedentes, señala la fecha de 1532 al primer libro impreso en México117.

En las Adiciones a la Biblioteca de Beristain del doctor Osores, se declara que el primer impresor llegó a México en 1532, autorizando la noticia en el aserto de D. Diego Panes Avellán, que lo ponía en su Historia118.

Hasta aquí, como se habrá notado, cuantos autores han escrito acerca de la introducción de la imprenta en México, señalan para ella como fecha más antigua el año de 1532, pero ninguno la posterga hasta después de 1535. Ha sido el P. Andrés Cavo, en cuanto sepamos, el primero que le señala el año de 1536; todavía con una particularidad muy curiosa, y es que, al paso que atribuye el hecho al virrey Mendoza, dice que en ese año 1536, «a más de los rudimientos de la Doctrina cristiana y la cartilla», se imprimió el libro que todos tienen como el primero salido de las prensas mexicanas119.

Al mencionar la Doctrina, pone el autor una llamada para invocar el testimonio de González Dávila, lo que nos hace creer que esa fue la fuente en que bebió sus noticias, en realidad sin base alguna en ella, pues bien sabemos que aquel autor no afirmó semejantes cosas.

Tal puede decirse que era lo que existía diseminado en los autores respecto a la introducción de la imprenta en el Nuevo Mundo, cuando se principió,   —59→   hace ya más de medio siglo, la investigación encaminada a aclarar tan importante punto de la historia hispano-americana.

Fue el primero en iniciarla, valiéndose para ello del estudio de las obras de los autores que hemos citado y del examen de los libros mismos, don Joaquín García Icazbalceta, que dedicó al tema unas cuantas páginas120 nutridas de citas y reflexiones, pero sin utilizar todavía los documentos referentes a la materia que, con excepción de un privilegio concedido por el virrey Velasco a Juan Pablos en 1554, no se habían descubierto todavía. Y como dicho autor volvió después a tratar el mismo tema más de propósito y en obra especial, reservaremos para luego dar a conocer su opinión respecto al punto que traemos entre manos.

Siguió sus huellas Mr. Henry Harrisse, que incorporó su disquisición relativa a la introducción de la imprenta en México en su Bibliotheca americana vetustissima121 llegando a la conclusión de que el año en que tuvo lugar aquel hecho ha debido ser el de 1536, por cuanto Dávila Padilla, al hablar de que fray Juan de Estrada tradujo el primer libro que se imprimió en México siendo novicio, y considerando que este noviciado hubiera durado un año; que hubiese emprendido la obra, no con fines literarios, sino meramente por satisfacer una necesidad propincua, y que, como es probable, se imprimiese la traducción inmediatamente después de escrita, «podemos fijar, dice, la fecha de 1536, que concuerda perfectamente con la de la introducción de la imprenta en México. Traída ésta por Mendoza, era menester haberlo alcanzado á la sazón en Veracruz. Si calculamos el tiempo necesario para el viaje á la ciudad de México y para la organización de la imprenta, veremos, pues, que la fecha de 1536 corresponde á la época en que Estrada había terminado su traducción»122.

Con motivo de haberse dado descripción circunstanciada en las Cartas de Indias, publicadas en 1877, de la Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana, impresa en México en 1539, que viene a constituir la noticia auténtica y comprobada de visu del libro mexicano más antiguo que se conozca, D. Marcos Jiménez de la Espada, fundado en la palabra más que se registra en el título de ese libro, trató de probar que debía haber otra Doctrina anterior a la que acababa de descubrirse, dando a entender que correspondería probablemente ese honor a la Santa   —60→   Doctrina de fray Juan Ramírez123, hipótesis que no nos explicamos, siendo que, como resulta de los mismos datos publicados por el articulista, aquella Doctrina andaba aún en trajines para su proyectada impresión en 1538, en los términos de que hemos dado cuenta más atrás124.

Pero desde este punto comienzan a presentarse documentos antes no conocidos, de que ya hizo mención Jiménez de la Espada y que debemos presentar a la consideración del lector en los términos en que los ha utilizado García Icazbalceta.

De lo cual aparece en la real cédula de 6 de Junio de 1542, en la que se dice que Juan Cromberger, a instancias del virrey Mendoza y del obispo don fray Juan de Zumárraga, envió a México «oficiales é imprenta é todo el aparejo necesario para imprimir libros de doctrina christiana125»; y después de lamentarse que no se indique fecha alguna para aquellas gestiones, que supone debieron tener lugar a fines de 1533 o 1534, años en que ambos personajes andaban en la corte, o, en último caso, después que aquéllos llegaron a México, y considerando la dificultad de las comunicaciones, los graves asuntos que al Virrey y al Obispo se ofrecían, «no hay tiempo, concluye nuestro bibliógrafo, para que el negocio se arreglara por cartas y la imprenta estuviera ya trabajando en 1537».

Como se ve, la base de toda esta argumentación estriba, lo repetimos, en las palabras con que comienza la real cédula a que nos hemos referido y no tiene, en realidad, comprobación alguna documental respecto de la fecha del contrato con Cromberger, si bien, en último término, García Icazbalceta se inclina a creer que debió celebrarse en España.

Y entrando ya a un terreno más firme, añade:

La primera noticia cierta y segura de la existencia del establecimiento no remonta más allá del 6 de Mayo de 1538. En esa fecha escribía el señor Zumárraga al Emperador: «Poco se puede adelantar en lo de la imprenta por la carestía del papel, que éste dificulta las muchas obras que acá están aparejadas y otras que habrán de nuevo darse á la estampa, pues que se carece de las más necesarias, y de allí son pocas las que vienen126 .

  —62→  

«Me parece que bien puede atrasarse su venida cuando menos hasta 1537, aunque para ello tropecemos con ciertas dificultades», concluye García Icazbalceta. Y aquí continúa haciéndose cargo de las objeciones que para señalar esa fecha como de la introducción de la Imprenta había formulado ya Jiménez de la Espada, insistiendo en el hecho de que en la carta   —63→   que el virrey Mendoza dirigió al monarca en 10 de Diciembre de aquel año, en la que le habla de una multitud de asuntos, algunos de ellos de bien poca importancia, no diga una palabra de la imprenta, cuya introducción a él se le atribuye; ni que Zumárraga en la que escribió a Juan de Samano, en 20 de Diciembre de dicho año, y trata con detenimiento de la casa llamada de las Campanas, donde consta que se hallaba la imprenta en Abril de 1540, diga tampoco una palabra acerca de ella; y finalmente, que, caso de haber existido la imprenta en México cuando se procuraba dar a luz la Santa Doctrina de Ramírez, no se habría ido en busca de las prensas sevillanas para entregar a ellas los trabajos que era, a todas luces, conveniente imprimir allí.

  —64→  

Sería inútil que diéramos importancia a esta última observación, porque según hemos visto, nunca llegó el caso de que en realidad se confiase ese libro a las prensas, en Sevilla o en México; y aún sin eso, queda como hecho a firme -sin contar por ahora con lo aseverado por Dávila Padilla y por fray Alonso Fernández- el aserto categórico de Zumárraga, de que en principios de Mayo de 1538, «poco se podía adelantar en lo de la imprenta por la carestía del papel».

El silencio de Mendoza se explicaría -aún suponiendo que a él en gran parte se debiera la introducción de la imprenta, cosa que no consta por lo relativo a la de que hablaba Zumárraga-, bien porque a él ninguna atingencia le hubiera cabido en el asunto, o porque de hecho no funcionaba ya, o porque no le daba a la existencia de una pequeña imprenta la importancia necesaria para hablarle de ella al Emperador.

Y en cuanto a que Zumárraga nada le dijera acerca de lo mismo al secretario Samano al ocuparse de la casa de las Campanas, se explica perfectamente, porque cosa alguna nos autoriza a creer que en la fecha de su carta, la imprenta estuviese en la casa de las Campanas, que era lo que a ella daba tema.

Si alguna conclusión pudiera desprenderse del silencio de Zumárraga a ese respecto, es la de que la imprenta a que se refería en Mayo de 1538, antes de esa fecha no estaba ubicada allí.

Continúa García Icazbalceta estudiando la explicación que puede darse a la duda que sugiere el título que lleva la Doctrina de 1539 cuando dice «breve y más compendiosa», formulada por Jiménez de la Espada, para opinar, en vista de él, que hubo imprenta en México con anterioridad a aquella fecha; y trata de armonizar semejante dictado suponiendo que bien pudo hacerse alusión en el más a algunas de las Doctrinas, una más breve que la otra, que el obispo Fuenleal desde la Isla Española enviaba a España, en 1532, para que se publicasen, o a la de fray Pedro de Gante, que se dice salió a luz en Amberes, o a la de fray Toribio Motolinía, que consta se imprimió, sin saberse dónde ni cuándo.

Por último, después de tantas disquisiciones, originadas, como se comprende, de la falta de guías seguros, y basado, por lo mismo, en meras conjeturas, García Icazbalceta tiene que venir a parar, como no podía menos de suceder, en que «el desaliento que el señor Zumárraga sentía en Mayo de 38 al ver lo poco que se adelantaba, no parece natural si se tratara de las labores de un establecimiento recién fundado»; supone el transcurso de un lapso bastante largo «para que el obispo llegara a disgustarse de la detención que padecían las obras preparadas para la prensa».

Pero es tiempo que abandonemos el camino que han seguido los que de la introducción de la Imprenta en México hasta ahora se han ocupado, para ver modo de aclarar tan importante punto, en cuanto se nos alcanza, por los documentos que tras larga investigación, no siempre completa, por desgracia, logramos acopiar.

  —65→  

El obispo don fray Juan de Zumárraga, después de haber ejercido algún tiempo su cargo pastoral en México, por real cédula de 25 de Enero de 1531 recibió orden de que se presentara inmediatamente a la corte, adonde llegó, según se cree, en Noviembre de 1532127. Consta, en todo caso, que en Marzo de 1533 se hallaba en Sevilla128.

Bien comprenderá el lector que no vamos a ocuparnos aquí de la historia de la permanencia del prelado en España, y que nuestro papel se limita a estudiar la participación que le cupo en la introducción de la Imprenta en México. Cuando sabíamos cuánta era la que en ese hecho se le atribuía, debemos declarar que registramos con la escrupulosidad posible los papeles que atañen a su persona y que se guardan en el Archivo de Indias, y, entre otros, varios memoriales suyos, todos sin fecha, casualmente. Resulta de uno de ellos que había pedido ocho mujeres para instrucción de las niñas, algunos preceptores de gramática, y «iten, porque la mayor falta que la Iglesia de México y toda aquella tierra tiene es de muy buena librería á causa de los casos y dudas que cada día allá se ofrecen, suplica á V. S. y mercedes manden declarar de qué parte de los diezmos se compre y se hagan los gastos á ella tocantes»: peticiones que no atañen al tema propuesto, pero que contribuyen a dar idea de los propósitos y tendencias del prelado de México. Al punto que llevamos entre manos sí que toca de lleno el siguiente párrafo de otro memorial suyo:

«Iten, porque parece sería cosa muy útil y conveniente haber allá imprenta y molino de papel, y pues se hallan personas que holgaran de ir conque Su Majestad les haga alguna merced con que puedan sustentar el arte, V. S. y mercedes lo manden proveer.»

Esta indicación del obispo obtuvo la siguiente providencia: «que se le dará pasaje y matalotaje y almojarifazgo y se le prestará allá alguna cantidad de la hacienda de Su Majestad para ayudar a comenzar, y privilegio por tiempo señalado.»

Finalmente, en otro memorial que presentó posteriormente, habla de que tenía listos «oficiales buenos, llanos y abonados, casados, de diversos oficios que allá son necesarios»129.

Por lo que toca al virrey don Antonio de Mendoza, nuestras diligencias para descubrir algo suyo que tuviera atingencia con la imprenta, resultaron infructuosas.

Decía, pues, Zumárraga que se hallaban personas que holgaran de ir a México para establecer allí imprenta y molino de papel, sin nombrarlas, y él mismo, por su parte, se manifestaba dispuesto a favorecerlas. Entre los oficiales que en vísperas de su partida, según parece, aseguraba tener listos   —66→   para que le acompañasen, se limita a enunciarlos en general, sin nombrar entre ellos a alguno que fuese impresor.

Es indudable, por lo tanto, que Zumárraga se puso al habla con alguno de éstos, pero no hay antecedente posterior que nos induzca a creer que llegara a formalizarse un arreglo cualquiera respecto del viaje a México, y a la consiguiente introducción de la imprenta allí.

Ninguno de los memoriales del prelado tiene fecha, como decíamos, pero es indudable que han debido fluctuar entre la de su llegada a España -Noviembre de 1532- y su partida de regreso para México -Junio de 1534-. Si alguna, pues, debemos asignarles a los memoriales que indicamos, debe ser la de 1533.

En idéntico caso se halla, esto es, también sin fecha, el siguiente documento que existe, asimismo, en el Archivo de Indias:

S. C. C. M.- El Chantre y Procurador de la ciudad de México y los Oficiales de V. M. dicen que un maestro imprimidor tiene voluntad de servir á V. M. con su arte y pasar á la Nueva España á emprimir allá libros de iglesia, de letra grande y pequeña y de canto y de otros libros pequeños para instrucción de los indios y provecho de todos: el cual asimismo sabe iluminar y hacer otras muchas cosas que convienen á la población y aumento de aquella tierra; y, por ser los aparejos é herramientas de la impresión tantos é tan pesados para mudallos, y para en la tierra poderse sustentar con el dicho arte, él no lo podrá mudar sin que para ello V. M., atento la gran costa que él en ello podría hacer, le mandase proveer de lo necesario. Suplican á V. M. que, pues á todos hace mercedes y dá de qué vivan en aquella tierra, aunque no son personas que traen el fruto que él podrá traer, visto cuán gran bien dello redundará, y que en aquella tierra no se sirven sino con lo que de acá llevan y muy caro, V. M. nos haga merced de mandar que se le dé al dicho impresor con qué pueda desde aquí llevar la dicha imprenta é aparejos para ella hasta la ciudad de México, o si no fuera servido, se le puede señalar uno de los cinco poblezuelos que están en el agua que le provean de lo que hobiese menester y fueren obligados á dar á otro á quien se suelen dar en corregimiento.

Este memorial no obtuvo providencia alguna, o al menos no la lleva. Fáltanle también las firmas. ¿Quiénes eran, pues, ese chantre y ese procurador? Acaso si llegáramos a saber cómo se llamaban lograríamos atinar con la fecha, más o menos aproximada, en que entablaron la gestión para que el impresor de que hablaban hiciera su viaje a Nueva España.

México comenzó desde muy temprano a enviar procuradores a la corte. ¿Sería el de que tratamos aquel Peña que diputó Chirinos en 1525 ¿O Antonio de Villarroel o Juan de Tapia designados en fines de ese mismo año? O Bernardino Vázquez de Tapia y Antonio de Carvajal, elegidos en Marzo de 1529; o será, acaso, Antonio Serrano de Cardona, a quien la Ciudad de México despachaba a la corte en Julio de 1532? Todo induce a creer que el que buscamos debía ser este último, pero aún podemos prescindir del descubrimiento de su nombre si logramos acertar con el del chantre, más fácil en todo caso de determinar.

Tenemos para ello dos puntos de partida. La persona investida con ese   —67→   título estaría evidentemente desempeñándolo antes de que hubiese imprenta en México, que por lo que hasta ahora sabemos, fue en 1539, o en una fecha, cuando más cercana, anterior al 17 de Septiembre de 1540, en que D. Diego de Loaiza fue recibido en ese carácter en el Cabildo Eclesiástico de México130; pero, como en realidad, para el cargo había sido nombrado otro antes que él, creemos que éste de nuestra referencia debió ser quien presentó el memorial que acaba de leerse, ya que su tenor, como decíamos, no se aviene con un hecho conocido y comprobado del año 1539. Hay, en efecto, una real cédula fecha en Madrid a 6 de Julio de 1533, dirigida al licenciado Cristóbal de Pedraza, «chantre de México é protector [de indios] de Nueva Galicia», que tal debió ser, por consiguiente, quien, asociado del procurador de la Ciudad de México, presentaron la instancia de que se trata. Compruébase todavía nuestra deducción con lo que expresaba el obispo Zumárraga al Emperador en carta que le escribió en 17 de Abril de 1540: Se ha de llevar [el tesorero] los frutos del chantre, é así porné otro en su lugar hasta que V. M. presente (sic) lo mande residir al chantre en esta Iglesia131.

De la real cédula que hemos citado resulta, pues, que Pedraza se hallaba en España a mediados de 1533; siendo todavía de advertir que por ella se le ordenaba que «no pasase á aquellas partes [México] porque por carta del reverendísimo Cardenal de Sigüenza, dice ese documento, somos informados que estáis descomulgado é anatematizado por todos los cánones de Roma; por ende, por parte de Sus Majestades vos mandamos que, si no tenéis absolución de la dicha descomunión, no paséis á aquellas partes»132.

Sea que cumpliera con hacerse absolver o no, es lo cierto que Pedraza fue nombrado obispo de Honduras, en 1534, según el cronista Antonio de Herrera133 o en 1539, al decir del maestro González Dávila134. En todo caso, a mediados de ese último año se hallaba en Guatemala, pues en carta que Francisco de Montejo escribía al monarca en 15 de Agosto, quejándose de los procedimientos de Pedraza, le dice que llegó a Guatemala, «estando al cabo de la pacificación de la tierra».

Resulta de esta manera comprobado que el chantre que firmaba la representación sin fecha a que venimos aludiendo, era el Pedraza que indicamos, que estaba en la corte en 1533 y en Guatemala, a más tardar a principios de 1539, entre cuyas fechas extremas debe fluctuar, por lo tanto, la de aquélla.

  —68→  

El chantre y el procurador y los oficiales reales aseguraban en ella al monarca que había entonces en España, mejor dicho en la corte, y bien pudo ser, por consiguiente, en Valladolid o Toledo, y con más probabilidad en Madrid, donde residía de ordinario, un «maestro imprimidor» que no nombran y para quien pedían se le suministrasen los auxilios necesarios a fin de llevar de ahí a México la imprenta y aparejos para ella, o en último término, alguno de los cinco poblezuelos que «estaban en el agua» para que le proveyesen allá de lo que tuviese necesidad.

Estos antecedentes no serán, sin duda, bastantes para probar que ese maestro imprimidor, que acaso sería alguno de aquellos con quienes el obispo Zumárraga habría palabreado el viaje a México, llegara en efecto a realizarle, ni tampoco, aún en el supuesto de que hiciera la ida con su imprenta, lograra allí ejercer su arte, si no fuera que median otros hechos que nos inclinan decididamente a sostener la afirmativa en todo y por todo.

Sea desde luego el aserto de Dávila Padilla, precisado aún más por fray Alonso Fernández, respecto a la impresión de un libro verificada en México -digamos desde luego la fecha que creemos exacta- en el año de 1535. Cuando sabemos, según pronto hemos de verlo, que Juan Pablos, el impresor, sólo partió de Sevilla en Junio de 1539, tenemos que llegar precisamente a la conclusión de que hubo antes que él otro que ejerció en México el arte tipográfico, suposición que se robustece y adquiere la luz de certidumbre cuando aún se puede indicar el nombre de ese impresor. En los libros del Cabildo de México aparece, en efecto, que en 5 de Septiembre de 1539 fue recibido por vecino de la ciudad ESTEBAN MARTÍN, IMPRIMIDOR135.

No faltarán, de seguro, quienes presenten objeciones a esta deducción nuestra. ¿Cómo es, se dirá, que los autores que citan el primer libro salido de las prensas de México, no hablen de Martín, sino que aseguren que fue impreso por Juan Pablos? ¿Cómo es que éste se llame primer impresor de México en algunos de sus trabajos? ¿Cómo es que las huellas de Martín desaparezcan a tal punto que al tratarse de la impresión de la Santa Doctrina de Ramírez se pensase en ejecutarla en España, si es que por entonces Martín tenía taller abierto en México? Finalmente, ¿no sería Martín simple empleado de la imprenta que Juan Cromberger había establecido allí por esos días?

Pueden, quizás, no parecer del todo concluyentes las respuestas que demos a estas objeciones para sostener nuestra tesis -que otras no se nos ocurren-, pero los hechos en que se apoyan, por más que no sean tan amplios, diremos, como los quisiéramos hallar, son de tal manera graves, precisos y concordantes, para hablar en términos forenses, que resultan superiores a los vacíos de que, hoy por hoy, adolecen los documentos en que la fundamos. Es lo que vamos a ver.

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Que los autores que citan el primer libro impreso en México no lo atribuyan a Esteban Martín sino a Juan Pablos, puede explicarse de dos maneras: bien sea porque al ver los libros de aquella época impresos por Juan Pablos y ninguno de Martín, los asignaran a aquél; o bien, y esto es lo más probable, porque Martín no pusiera su nombre en la portada. García Icazbalceta, que ignoraba la verdadera fecha en que Cromberger estableció una sucursal de su imprenta en México, suponía que si llegaba a descubrirse ese primer libro impreso allí, se vería, ya que aparece con el nombre de Juan Cromberger, ya que es anónimo. Si eso último no puede ser, queda en pie lo del anónimo136.

Antes que García Icazbalceta, un escritor chileno, ocupándose de este mismo punto, había dicho que «un hallazgo semejante quizás no revelaría lo que se desea averiguar»137.

Y semejante suposición ¡cosa curiosa!, encuentra comprobantes en los ensayos tipográficos de casi todas las naciones hispano-americanas. Por lo relativo a la misma México, ya Eguiara advirtió que era hecho corriente que en los libros allí impresos se omitiese la designación de la imprenta o del año, y en ocasiones lo uno y lo otro. En Guatemala se publicaba en 1641 el librito intitulado El puntero apuntado con apuntes breves, veinte años antes de que hubiese allí un establecimiento tipográfico formal138 que carece de nombre de impresor; y en Santiago de Chile sucedía otro tanto con la tesis latina de Gutiérrez que precedió en más de treinta años139 a la imprenta de La Aurora, primera que tuvo y mereció el título de tal. El primer libro impreso en el virreinato del Río de la Plata, las Laudationes quinque de Echenique, que salió a luz en Córdoba del Tucumán, en 1766, carece de nombre de impresor140. Otro tanto sucede en el Paraguay, en Buenos Aires, Quito, Bogotá, Cartagena, etc.

Puede así asegurarse que la regla fue que los primeros impresores de la América Española jamás estamparan sus nombres al frente de los trabajos con que iniciaban la introducción del arte tipográfico en las colonias hispano-americanas, regla que sólo encuentra dos excepciones en cuanto a declarar la calidad de primeros impresores, y eso por dos extranjeros, Juan Pablos en México, que la expresó después de muchos años de estar ya en funciones, y una sola vez; y Antonio Ricardo en Lima, que cuidó de repetir   —70→   en varias de las portadas de sus libros que era el primer impresor de los reinos del Perú141.

Queda así de manifiesto que no tiene nada de anormal que Esteban Martín no firmase las portadas de los libros que imprimiera, y reforzada, por lo mismo, nuestra creencia de que por tal circunstancia fray Alonso Fernández, al citar el de que se trata, no pudo mencionar quién lo hubiera impreso.

Pero, fuera de esto, hay todavía un antecedente que nos induce a pensar que Martín no pusiera su nombre, y es que cuando fray Alonso Fernández cita la Escala espiritual, a la vez que le señala fecha, adelantando en esto, como observábamos antes, las noticias consignadas por Dávila Padilla, omitió el nombre del impresor, cosas ambas que no parecen posibles si hubiera copiado simplemente a su predecesor; y si omitió ese nombre, fue, según es de creerlo, porque el libro no lo llevaba.

Si Martín fue el primer impresor, ¿cómo es que Juan Pablos se arrogó para sí tal título? Cuando de éste nos ocupemos, tendremos ocasión de ver que sólo en 1556, esto es, al cabo de diez y siete años de tareas tipográficas en México, se dio semejante dictado, y eso en no más de una sola vez, como decíamos. ¿No es esto extraño? ¿No podía, en realidad, pasar por tal a los ojos del público si, como sospechamos, Martín no había firmado sus portadas? ¿Quién, por lo demás, le saldría a la mano para contradecirle su afirmación, cuando no tenía interés en ello, o porque el preterido, no sólo no estaba ya en funciones, sino porque entonces hasta hubiera ya quizás fallecido? La objeción es muy débil y no vale la pena de insistir en rebatirla.

Respecto a que ya en 1539 no se conserve rastro tipográfico de Martín -que en 1538 los tenemos bien manifiestos en la carta de Zumárraga de 9 de Mayo- se explica perfectamente, como se explica también de manera muy sencilla, a nuestro entender, que no se pensase en imprimir en México en el año anterior la Santa Doctrina de Ramírez.

Desde luego, su taller debía ser limitadísimo, como que era de un «simple empremidor», que bien poco caudal podía aportar a México, y eso no sólo por su posición modestísima, sino porque expresamente el chantre y procurador de México solicitaban del Emperador que se le diesen los tributos de un poblezuelo, o con preferencia que se le pagase el flete de su imprenta; y, en seguida, porque, como lo sabemos por la carta ya citada de Zumárraga de 6 de Mayo de 1538, por la carestía que entonces había de papel, que era tal, que no permitía dar a la estampa ninguna de las numerosas obras que allí estaban aparejadas para la imprenta. Existía, pues, taller tipográfico entonces, pero faltaban los elementos necesarios para imprimir.

Esto por lo que toca a la Santa Doctrina.

La última de las objeciones de que venimos haciéndonos cargo es la relativa a la posibilidad de que Martín fuese simple empleado de la imprenta   —71→   de Juan Cromberger en Septiembre de 1539142. Juan Pablos, el encargado de fundarla, abrió el taller en México a fines de ese año143 y aún la primera obra que de él se conoce salió a luz en la fecha indicada. Existe, pues, la posibilidad de que Martín sirviese de prensista en el taller, pues que tal era su oficio. La objeción resultaría fuerte, si no mediaran en su contra tres circunstancias:

Primera: si no supiéramos que Pablos había llevado consigo de España, como llevó, un imprimidor, cuyo nombre se conoce;

Segunda: que no podemos admitir que hubiera ido en su compañía, porque no se hace mención alguna de él entre los oficiales de la imprenta que partieron con Pablos de Sevilla en Junio de 1539, y no es absolutamente de creer que se hubiera embarcado de su cuenta en la expectativa de ocuparse con él en México desde que sabía que llevaba un imprimidor;

Tercera: que sería más de extrañar todavía que a raíz de su llegada -si admitimos que haya ido con Pablos y que éste se hallase ya en México el 5 de Septiembre de dicho año- hubiese solicitado ser recibido como vecino. No tenemos datos seguros para decir cuánto tiempo de residencia se exigía en México para ser recibido en calidad de vecino, pues las leyes que regían sobre el particular no sabemos hasta qué punto se aplicaran, si bien algún ejemplo de los que conocemos servirá para sospechar que debía ser, no de unos cuantos días, sino de meses y hasta de muchos años144.

Que Esteban Martín ingresara a la imprenta de Cromberger, es posible y aún probable, tanto porque su oficio era el de imprimidor y no tenía entonces otro taller en qué ejercitarlo, cuanto porque el que llevaba Pablos pudo fallecer luego, o bien porque el trabajo en la imprenta de Pablos fuese tan abundante que para desempeñarlo hubiese tenido necesidad de emplear dos imprimidores; aunque esta última suposición es poco verosímil desde que los libros impresos allí en los primeros años de fundada la imprenta que han llegado hasta nosotros son contadísimos.

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Todo es posible, sin embargo, a este respecto, pero para la tesis que hemos venido sosteniendo nos bastará con saber que hasta los días de nuestra referencia no se cita otro nombre de impresor que se hallase en México, y que debía forzosamente haber uno allí para que en Mayo de 1538 el obispo Zumárraga hubiese podido hablar de una imprenta que estaba entonces sin trabajo por falta de papel145.

Llega el año 1539, y en él arriba a México, decíamos, con abundantes elementos tipográficos el encargado de la sucursal de la imprenta que allí iba a establecer Juan Cromberger. ¿Era posible que alguien pensase desde ese momento en ocupar el deslastrado taller de Esteban Martín?