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ArribaAbajoII.- Los impresores

Falta de noticias de la vida y carrera tipográfica de Esteban Martín. Fecha probable en que pasara a México. Algunos libros de que se tiene noticia impresos antes de 1539, que acaso fueron obra suya. Primer libro impreso en México. Datos que sobre este particular se encuentran en Dávila Padilla, fray Alonso Fernández y otros autores. Quién fue fray Alonso de Estrada o de la Magdalena, traductor de la Escala espiritual. Objeciones que pueden presentarse para suponer que Esteban Martín fuese el impresor de ese libro. Diversas ediciones que tuvo en Europa (nota). Otros datos relativos a Martín. Imprenta de Juan Cromberger. Noticias hasta ahora desconocidas de los famosos impresores de Sevilla, Jácome y Juan Cromberger. Sus relaciones mercantiles en México. Contrato, celebrado por Juan Cromberger con Juan Pablos para establecer un taller tipográfico en aquella ciudad. Algunos datos relativos a este último. La Breve y más compendiosa Doctrina Christiana impresa allí en fines de 1539. Privilegios concedidos a Cromberger y Pablos como impresores. Producciones salidas del establecimiento de aquél. Pasa a poder de Pablos. Sus tareas como impresor. Solicita y obtiene privilegio para ser el único impresor que hubiese en México. Su testamento. Su familia. Casa en que vivió. Antonio de Espinosa. Viaje que hace a España. Regresa a México trayendo la derogación del privilegio concedido a Juan Pablos. Innovación que introduce en la tipografía mexicana. Sus principales trabajos. Antonio Álvarez y otros. Pedro Ochart. Sus relaciones con la familia de Pablos. Es procesado por el Santo Oficio. Últimos años de su vida. Pedro Balli. Su actuación en España. Último trabajo suyo. Memorial del licenciado Juan Bautista Balli. Antonio Ricardo. Su origen italiano. Llega a México en principios del año de 1570. En 1577 se establece con taller propio en el Colegio de San Pedro y San Pablo de los Jesuitas de aquella ciudad. Hasta mediados de 1579 imprime no menos de diez libros. En 1578 se asocia con el impresor francés Pedro Ochart. Resuelve transladarse a Lima. Diligencias que intenta para realizar su viaje. Parte de México para Acapulco en principios de Marzo de 1580. Permanece meses enteros en el puerto del Realejo. Obtiene, por fin, licencia del gobernador de Nicaragua para proseguir su viaje al Perú. Llega a Lima y se encuentra con que allí no se podía estampar libro alguno en virtud de expresa prohibición real. Gestiones que inicia por intervención de un dependiente suyo a fin de que se derogase esa prohibición. El Cabildo Secular y el Claustro de la Universidad escriben a Felipe II en solicitud de que se funde una Imprenta en Lima. La Real Audiencia, mientras tanto, concede autorización a Ricardo para que abra su taller. Causales de esta determinación. Restricciones con que se le otorga. Hallábase empeñado en la impresión de la Doctrina Christiana cuando llega a Lima la real pragmática sobre reforma del Calendario. En virtud de auto de los Oidores, procede Ricardo a imprimirla. Es hasta ahora el primer papel conocido impreso en la América del Sur. Su descripción. Otros trabajos de Ricardo. Precaria situación de fortuna en que se halla en Mayo de 1596. Último libro impreso por Ricardo en Lima. En 19 de Abril de 1605 es enterrado en la iglesia de S. Domingo. Viuda de Pedro Ocharte. Melchor Ocharte. Enrico Martín. Dudas acerca de su nacionalidad. Sus trabajos en las obras del desagüe de México. Sus tareas tipográficas y el Repertorio de   —74→   los tiempos. Cesa de imprimir en 1611. -Luis Ocharte Figueroa. Ayuda que le prestaron los indígenas en el taller montado en el Colegio de Santiago Tlatilolco. Corta duración de sus tareas. Diego López Dávalos. Notables obras que produce. Cornelio Adriano César. Su proceso ante el Santo Oficio. Trabaja con López Dávalos y con otros impresores mexicanos. Su nombre aparece por última vez en 1633. Jerónimo Balli. Viuda y herederos de Pedro Balli. Juan Ruiz. Era tenido en México como astrólogo. Imprime durante más de cuarenta años. Juan Blanco de Alcázar. El Sitio de México, de Cisneros, impreso por él con notables grabados de un artista extranjero. Es probable que fuese el introductor de la Imprenta en Puebla de los Angeles. Diego Garrido, mercader de libros. Se hace impresión. Por su fallecimiento continúa su viuda a cargo del taller Pedro Gutiérrez. Martín de Pastrana. Diego Gutiérrez. Francisco Salvago. Pedro de Charte. Bernardo Calderón. Pedro de Quiñones. Viuda de Bernardo Calderón. Es nombrada impresora del Santo Oficio. Francisco Robledo desempeña primeramente ese cargo. Se translada a Puebla e imprime allí algunas de las obras de don Juan de Palafox y Mendoza. Antonio Calderón Benavides. Se ordena de presbítero. Es nombrado comisario del Santo Oficio. Hipólito de Rivera. Agustín de Santisteban. Francisco Rodríguez Lupercio. Bartolomé de Gama. Miguel de Ribera, su viuda y herederos. Herederos de Juan Ruiz. Juan de Ribera. Viuda de Francisco Rodríguez Lupercio. María de Benavides, viuda de Juan de Ribera. Juan José Guillena Carrascoso. Diego Fernández de León. Comienza a imprimir en Puebla. Privilegio que obtiene. Se traslada a la Casa Profesa de México con parte de su material. Vende su taller de Puebla. Abre uno nuevo en México. Su Místico examen. Después de su muerte, pasa el taller a poder de los herederos de Guillena Carrascoso. Herederos de la viuda de Francisco Rodríguez Lupercio. Miguel de Ribera Calderón. Francisco de Ribera Calderón. Viuda de Miguel de Ribera Calderón. Herederos de María de Ribera. Herederos de Guillena Carrascoso. Miguel de Ortega y Bonilla. Herederos de la viuda de Miguel de Ribera Calderón. Juan Francisco de Ortega y Bonilla. José Bernardo de Hogal. Pasa de España a México como oficial de la Tesorería del Ejército. Hace viaje a la corte en busca de licencia para fundar imprenta. Novedades que introduce en el arte tipográfico. Noticias de algunos de sus empleados. Títulos y privilegio que obtiene. Fallece en 1741. Viuda de Francisco de Ribera Calderón. María de Ribera Calderón y Benavides. Imprime la Gazeta de México. Francisco Javier Sánchez Pizero. Viuda de José Bernardo de Hogal. José Ambrosio de Lima. Herederos de la viuda de Bernardo Calderón. Pedro de Alarcón. Imprenta del Colegio de San Ildefonso. Nicolás Pablo de Torres. Imprenta de la Biblioteca Mexicana, fundada por don Juan José de Eguiara y Eguren. Herederos de María de Ribera. Herederos de la viuda de Hogal. Cristóbal y Felipe de Zúñiga y Ontiveros. Felipe de Zúñiga y Ontiveros. Su Guía de forasteros y el Calendario manual. José de Jáuregui adquiere la Imprenta de la Biblioteca Mexicana. Hace fabricar tipos. José Antonio de Hogal. Abandona sus tareas de impresor para hacerse cargo de fabricar los billetes de lotería. Pleito que sigue con Francisco Rangel. Herederos de José de Jáuregui. Gerardo Flores Coronado. José Fernández Jáuregui. José Francisco Dimas Rangel. Herederos de Felipe de Zúñiga y Ontiveros. Mariano José de Zúñiga y Ontiveros. María Fernández de Jáuregui. Juan Bautista de Arizpe. Manuel Antonio Valdés. Alejandro Valdés. Las Imprentillas. Imprenta de López Cancelada, que no llegó a entrar en funciones. Datos acerca de este sujeto. Sociedad que forma con Cano en Madrid. José María de Benavente. Manuel Sala. Joaquín y Bernardo Miramón. José María de Betancourt.

ESTEBAN MARTÍN

Muy poco sabemos de su vida y carrera de impresor. Del memorial del chantre y procurador de la Ciudad de México, base de la presente disquisición, resulta que, a más de «maestro imprimidor», era de los eximios en el arte tipográfico, capaz de imprimir libros de iglesia, de letra grande y pequeña, y aún de canto, y que sabía también «iluminar y hacer otras muchas cosas que convenían a la población y aumento de aquella tierra».

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¿Cuándo pasó a México? Por lo que se desprende acerca de la fecha del memorial en que se habla de su intento de ir a aquella ciudad, puede creerse que ha debido ser entre los años de 1533-1534146.

¿Cuáles fueron sus trabajos tipográficos? En el memorial aludido se habla de que sus propósitos eran dedicarse a la impresión de libros de iglesia y a la de obras pequeñas para instrucción de los indios. Ninguna de éstas, si es que cumplió sus propósitos, ha llegado hasta nosotros, pero es evidente que serían también las primeras que se le encargasen, dada la necesidad que de ellas había por entonces en México. Quizás en este número pueden contarse la Doctrina de fray Toribio de Motolinía, que se sabe se imprimió147, aunque sin advertirse dónde ni cuándo -y esto mismo es un antecedente para atribuirla a Martín-; el Catecismo mexicano, que Beristain parece asignar a fray Juan de Ribas y que da como impreso en 1537148, y algún otro de esta índole, como cartillas y silabarios; y uno respecto del cual debemos insistir algo más, pues que, al decir de los autores que le citan, fue el primero que se imprimió en el Nuevo Mundo.

Cabe la primacía de la noticia a Dávila Padilla, quien al tratar de fray Juan de Estrada, escribe: «Estando en casa de novicios hizo una cosa, que por la primera que se hizo en esta tierra, bastaba para darle memoria, cuando el autor no la tuviera, como la tiene ganada, por haber sido quien fué. El primer libro que en este Nuevo Mundo se escribió y la primera cosa en que se ejercitó la imprenta en esta tierra fué obra suya. Dábaseles a los novicios un libro de S. Juan Clímaco, y como no los hubiese en romance, mandáronle que le tradujese del latín. Hízolo así con presteza y elegancia, por ser muy buen latino y romancista, y fue su libro el primero que se imprimió por Juan Pablos, primer impresor que á esta tierra vino»149.

Dejando aparte el que Juan Pablos fuese el primer impresor que pasó a México y que de su prensa saliera el libro de que nos ocupamos, puntos que, por lo que ya sabemos y se verá todavía cuando de la persona de aquél tratemos, no son exactos, queda en pie la noticia del autor y de la obra que se diera a luz. La fecha de la impresión la conocemos, según hemos dicho, por fray Alonso Fernández, cuando al respecto se expresa así: «Este padre [Juan de Estrada] imprimió la traducción que hizo de San Juan Clímaco, muy provechosa para gente que trata de devoción y espíritu. Este fué el primer libro que se imprimió en México y fué año de mil quinientos y treinta y cinco»150.

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González Dávila repite que Pablos fué el impresor de la obra; respecto a la fecha que le asigna, puede deducirse de sus palabras que la impresión se hizo en 1532, año en que equivocadamente pone la llegada del virrey Mendoza a México, y da el título del libro, cambiando el nombre del autor, en estos términos: Escala espiritual para llegar al cielo, traducida del latín al castellano por el venerable P. fr. Juan de la Magdalena, religioso dominico151.

Sería de todo punto redundante que siguiéramos colacionando lo que otros autores antiguos han dicho al respecto, porque no han hecho sino copiarse sucesivamente; y así, bastarán a nuestro propósito los tres testimonios fundamentales que quedan transcritos. Se nos olvidaba referir, sin embargo, que, según don Diego Panes Avellán, la Escala espiritual formaba un tomo en 8º152 .

Después de lo que sabemos, la noticia de ese primer libro no puede parecer sospechosa, tanto más cuanto la fecha que le asigna Fernández, el año de 1535, marcha en un todo de acuerdo con lo que hemos podido rastrear respecto al establecimiento de la primera imprenta en México. Adviértase desde luego que la diversidad de apellidos asignada al autor de la Escala   —77→   es puramente nominal, pues unos lo dan por el que llevaba en el siglo, Estrada, como queda dicho, y otros por el que tomó en su religión: fray Juan de la Magdalena y fray Juan de Estrada son, pues, una misma persona153. Era hijo del tesorero Alonso de Estrada154, bien conocido en la historia de la Nueva España por haber gobernado el país antes de la llegada de la primera Audiencia, y tomó el hábito en 1535.

Según lo aseverado por Dávila Padilla, fue en esa época, cuando era novicio, que hizo y se imprimió su traducción de la Escala espiritual: circunstancia, pues, que concuerda perfectamente con la fecha que Fernández asigna al libro, que es la misma de la llegada del virrey Mendoza, y así se explicaría la uniformidad con que los autores sostienen que la Imprenta fué introducida en el virreinato por aquel magnate.

Quedan por contemplar antes de dar por firme este aserto nuestro, algunas objeciones que contra él pueden presentarse. Suponiendo que Martín hubiese llegado a México en 1534, ¿quedaría materialmente tiempo hasta fin del año 1535 para terminar la impresión? Creemos que sí. Baste para ello considerar la pobreza probable del taller de Martín, que necesitaría sólo de unos días para montarlo, y lo poco abultado del libro, que no podía demandar mucho tiempo para imprimirlo en letras de molde. Esto sin contar con que, días más o días menos, no componen mundo para el caso. Argumentamos bajo el supuesto de que se concluyera en el año indicado por Fernández, pero, aún siendo posterior, no le quitaría por eso su carácter de haber sido el primer libro impreso en el Nuevo Mundo. Tenemos, además, un antecedente para comprobar la rapidez con que se pudo dar a luz, y es lo que pasó en un caso semejante con Juan Pablos, que salió de Sevilla a mediados de Junio de 1539 y antes de concluir ese año daba ya a luz la Breve y más compendiosa doctrina, y eso que su taller debía ser mucho más difícil de organizar que el que creemos tuvo Martín.

No puede, por todo esto, formularse argumento plausible por lo tocante a dificultades emanadas de la imprenta. Más difícil resulta conciliar el hecho de que el libro saliera a luz en el mismo año en que se dice tuvo su noviciado el traductor; si bien tampoco se divisa dificultad insuperable para ello, pues pudo perfectamente terminar su traducción en los doce meses que aquél duraba, y aún si se quiere, irla entregando a los moldes a medida que avanzaba en ella.

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«Algunos han querido negar la traducción mexicana de la Escala, advierte todavía García Icazbalceta, fundándose en que fray Luis de Granada, que tradujo hacia 1562 el mismo libro, habla solamente de dos traducciones anteriores a la suya, sin mencionar la de Estrada, de lo cual se deduce que no la conoció o que no existe. Lo primero se juzga inverosímil en atención a ser los autores coetáneos y de la misma Orden, y por eso se adopta el otro extremo. Preferimos creer con Pellicer155 que la traducción de Estrada se ocultó a fray Luis. Se hizo exclusivamente para los novicios del convento de Santo Domingo; no fue un trabajo literario sino un servicio exigido por los superiores, y no saldría mucho del recinto del noviciado, La edición, atendido su objeto, sería de pocos ejemplares y no se pondría en venta. Reúne todos los caracteres de una edición privada, que no se esparció por la ciudad, ni menos pasó el océano. No debe admirarnos que veinte y cinco años después ignorase fray Luis esa traducción encerrada en un convento, a dos mil leguas de distancia.

«Es cierto que de la Escala espiritual no se ha encontrado todavía ejemplar alguno; pero tampoco es razón ésta para negar que existiera. Otras ediciones menos antiguas se hallan en igual caso, sin que por eso se pongan en duda. Destinada exclusivamente a los novicios de Santo Domingo, y puestos en manos destructoras de estudiantes jóvenes los pocos ejemplares de ella, padecerían notable deterioro en poco tiempo, y al fin quedarían destruidos, fuera de que también obran contra ellos las causas generales que han acabado con tantos libros de la época. Para negar la existencia de la Escala hay que atropellar el testimonio de Dávila Padilla: dura cosa por cierto. Nació aquí en 1562; tomó el hábito en 1579 y perteneció a la misma Orden que fray Juan de Estrada, a cuyos parientes inmediatos conoció y trató mucho. Para escribir su Historia se valió de los archivos de la Orden y de lo que escribieron frailes más antiguos que alcanzaron a fray Juan.

«Era Dávila Padilla persona grave y de tales méritos, que en 1599 fue elevado a la silla arzobispal de Santo Domingo, donde murió en 1604. ¿Qué interés sería bastante para que una persona de tal carácter faltara conscientemente a la verdad, y dijera, a no ser cierto, que aquel libro fuera el primero impreso en México? Debe, por lo mismo, darse entero crédito a su testimonio: con menos suelen admitirse hechos históricos»156.

Se ha dicho también que la traducción que se atribuye a Estrada no habría tenido razón de ser cuando existía una anterior hecha en Toledo en 1504, que no debía ser entonces difícil de adquirir en México, tanto más cuanto que no apareció en volumen por separado sino incluida en «un lujoso en folio de cien hojas», según la frase de un literato célebre157.

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El antecedente es exacto, pero la consecuencia es falsa. ¿Quién nos asegura, desde luego, que fuera conocida allí? Y aún suponiendo que lo fuese,   —[80]→   ¿habría en aquella ciudad el número suficiente de ejemplares, treinta años después de publicado el libro, para ponerlo en manos de novicios, que eran   —[81] →   muchos? ¿No sabemos ya que el obispo Zumárraga había cuidado de informar al monarca que en aquellos años eran pocas las obras que llegaban a México?

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Mientras algún hecho nuevo no venga a probar lo contrario, que parece difícil llegue a presentarse, puede sostenerse, pues, que la Escala espiritual fue el primer libro impreso en el Nuevo Mundo158.   —[83]→   muchos? ¿No sabemos ya que el obispo Zumárraga había cuidado de informar al monarca que en aquellos años eran pocas las obras que llegaban a México?

Mientras algún hecho nuevo no venga a probar lo contrario, que parece difícil llegue a presentarse, puede sostenerse, pues, que la Escala espiritual fue el primer libro impreso en el Nuevo Mundo159.

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Respecto a otros datos relativos a Esteban Martín queda dicho ya que Beristain da como fecha de la impresión del Catecismo mexicano el año 1537, que, caso de ser exacta la noticia, y no hay razón para negarla, sería, al parecer, obra suya; y sabemos también por la carta citada de Zumárraga de 6 de mayo de 1538 que en ese entonces la imprenta no trabajaba por falta de papel; y, finalmente, que en Septiembre de 1539 era recibido por vecino de México.

Tal es la última noticia positiva que acerca de su vida se tenga. Todo está indicando que el negocio de la imprenta no le resultara provechoso y que con la llegada de la que montó Juan Pablos tuviera que cerrar la suya por falta de trabajo. Es de creer que se dedicara entonces al ejercicio de «algunas de las muchas cosas que sabía hacer concernientes a la población y aumento de aquella tierra», como decían el chantre y procurador de la ciudad de México en el memorial que presentaron al monarca para que se le concediese alguna granjería en Nueva España160.

CASA DE JUAN CROMBERGER

(1539-1547)

Pero es tiempo ya de que salgamos de este dédalo de dificultades, entre cuyas tinieblas hemos debido marchar siguiendo los destellos de uno que otro rayo de luz que se nos ha presentado de trecho en trecho, para penetrar a un campo, si bien más explorado, no por eso menos erizado hasta ahora de vacíos y lagunas, que los nuevos documentos descubiertos van a permitirnos dejar bastante bien deslindado, según creemos.

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Allá mediado el año 1500161 se estableció en Sevilla un impresor alemán162 llamado Jácome163 Cromberger164. Después de haberse dedicado durante un cuarto de siglo en Sevilla al ejercicio de su arte con extraordinario brillo y de haber extendido el giro de su imprenta hasta establecer una sucursal en Lisboa y Evora, en 1525 se propuso ir en persona, o por lo menos, «enviar a tratar é contratar en las Indias», seguramente con vista de las noticias que llegaban a Sevilla de las riquezas que Hernán Cortés hallara en el imperio de Moctezuma; pero, como a los extranjeros estaba prohibido pasar y comerciar en el Nuevo Mundo, hubo de solicitar para ello la correspondiente autorización del monarca, que obtuvo llanamente, según consta del tenor de una real cédula fecha 25 de julio de aquel año165.

En vista de esta autorización, y aún es de creer que desde poco antes166,   —[85]→   Cromberger inició sus operaciones mercantiles con México, adonde tuvo de factor o representante suyo a un Diego de Mendieta.

Los negocios de Cromberger en México adquirieron luego un desarrollo considerable; pero, en conclusión, con tan mala suerte de su parte, que habiendo muerto allí su factor Mendieta, las sumas que éste le administraba cayeron íntegras en manos de Hernán Pérez de Ávila, tenedor de bienes de difuntos en Nueva España, a quien hubo de demandar ante el Consejo de Indias, y por haber muerto también aquél, a su padre Ruy García, para que le devolviese el dinero que le pertenecía cobrado por Mendieta167.

Y tan serio percance no paró sólo en esto, porque también se perdió al fin el expediente del litigio y Cromberger hubo de entablar laboriosas gestiones a fin de tratar de hacerlo parecer. La cuantía de las sumas que cobraba y otros incidentes aparecen consignados en la real cédula de 29 de noviembre de 1531168.

Pero hubo, además, otro miembro de la familia de Cromberger, que, a la vez que Jácome, mantenía por ese entonces negocios de comercio en Nueva España. Llamábase Lázaro, y si bien el apellido corriente con que se firmaba y que está demostrando la ciudad de donde traía su origen, era Norimberger, por su enlace con la hija de Jácome, a todas luces su paisano, tomó por apellido el de éste y pasó a llamarse Lázaro Cromberger.169 A intento de traficar en las Indias, solicitó y obtuvo la autorización del monarca, quien se la concedió en los mismos días en que Jácome Cromberger andaba tras de igual licencia170.

Lázaro Cromberger, o Norimberger, hizo en efecto uso de esta autorización y antecedentes seguros manifiestan que bien pronto dio a los negocios que mantenía en las Indias gran desarrollo171.

Hemos debido entrar en estos pormenores, tanto porque se refieren a tan famoso impresor, como por la relación inmediata que tenían Jácome y Lázaro con Juan Cromberger, el verdadero fundador de la tipografía mexicana, y porque ellos servirán para demostrarnos cómo fue que éste se resolvió a establecer una sucursal de su casa sevillana en el virreinato.

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Era Juan Cromberger hijo172 de Jácome, con quien estuvo asociado en el establecimiento tipográfico de Sevilla durante los años de 1525-1527, en que se separaron. Jácome continuó solo en sus tareas tipográficas durante el año siguiente173, como lo hizo por su parte su hijo Juan, y murió, según es de creer, hacia los años de 1535174.

Juan Cromberger, que estaba, sin duda, al corriente de los negocios que mantenían en México su cuñado y su padre, y que éste había establecido, según queda dicho, una sucursal de su establecimiento tipográfico de Sevilla en Portugal, a ejemplo suyo se resolvió a hacer por su parte otro tanto en México. Mediaron todavía para ello las instancias175 que le harían el virrey Mendoza y el obispo Zumárraga, quienes, probablemente le ofrecerían concesiones especiales para el caso, como ser, quizás, el ofrecimiento de algunos privilegios y mercedes, que más tarde en efecto le fueron otorgados por ellos. A ese propósito, en 12 de junio de 1539, celebró con Juan Pablos un contrato de tanta trascendencia para la historia tipográfica del Nuevo Mundo que debe leerse íntegro176.

Las cláusulas se suceden en ese contrato unas tras otras, a cual más apretadas respecto de Juan Pablos. Difícilmente un prestamista avezado hubiera podido consignarlas en condiciones menos duras tratándose de un deudor en aprietos. Pablos serviría como cajista y administrador, pero Cromberger se reservaba el derecho de poner a su lado una persona que lo vigilara. Ni él, ni su mujer, que debía tener a cargo el régimen doméstico de la casa, gozarían de sueldo alguno, ni dispondrían de un céntimo de las utilidades que se fuesen obteniendo, sino en la parte absolutamente necesaria para mantener la vida.

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Debía hacer tirar tres mil pliegos diarios y constituirse responsable, en términos severísimos, de cualquier falta que ocurriera en la composición de los originales y en la corrección de las pruebas. Tendría que buscar la gente que se necesitase para dar movimiento al negocio, y desde luego no contaría más que con el prensista y un negro para que le ayudasen. No podía asociarse con persona alguna para cualquiera negociación que se le ofreciese, y cuantas mercedes obtuviese todas debían ingresar al acervo común. Estaría obligado todavía a servirle de agente para la venta de las mercaderías y libros que enviase, sin sacar comisión para sí. Pablos, en cambio, no ponía caudal de ninguna especie, y sus gastos de viaje, los de su mujer y demás empleados, y el flete de la imprenta eran de cargo de Cromberger. La duración de la compañía debía ser de diez años, a contar desde el día del otorgamiento de la escritura, y al cabo de ellos, se liquidaría debiendo descontarse primeramente todo lo que se hubiese invertido en la imprenta, sueldos, fletes y alquiler de casa, y del resto, deducido el gasto de su persona y el de la de su mujer, una quinta parte sería para Pablos y las otras cuatro quintas para Cromberger. La imprenta se tasaría conforme al menoscabo en que se hallase al término del contrato, y la liquidación se haría en España, a donde debía regresar Pablos.

Por otras cláusulas se le ordenaba a éste que en caso de deteriorarse algunas suertes de letras de imprenta, las fundiese primero antes de venderlas, a fin de evitar, como se comprende, que aunque fuesen de desecho, alguien pudiera aprovecharse de ellas e iniciar competencia al taller. Para proceder a la impresión de los libros que se le encargasen debía solicitar la licencia del Obispo de México y las acostumbradas, según las pragmáticas, y en todos ellos estampar que se imprimían en casa de Juan Cromberger177.

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Por el contrato adicional, extendido178 el mismo día 12 de junio de 1539, se estimó en 100 mil maravedís el valor de la imprenta, tinta y papel; en 70 mil el costo de cierto vino y matalotaje; en 100 ducados el precio del negro esclavo, y en 50 el monto del pasaje de éste, el de Pablos, de su mujer y el del prensista, formando un total de 165 mil maravedís179.

Con el prensista, que se llamaba Gil Barbero, Cromberger celebró también un contrato por escritura pública, otorgado el mismo día de los anteriores, según el cual debía prestar sus servicios en México, bajo las condiciones acostumbradas en España, por tiempo de tres años, debiendo ganar de sueldo dos y medio ducados al mes durante el viaje, pago de su pasaje, comida y bebida, y cinco y medio desde su llegada a México. Se le dieron, además, doce ducados adelantados180.

Arregladas las cosas de esta manera, Pablos, su mujer y empleados, deben haberse hecho a la vela para México muy pocos días después181.

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Este sería el lugar en que debiéramos consignar algunos antecedentes del socio de Cromberger encargado de la sucursal de su imprenta en México, pero, desgraciadamente, sólo sabemos de su persona que era italiano182, natural de la ciudad de Brescia en Lombardía183; y que al tiempo de su partida para España estaba casado con Jerónima Gutiérrez184, probablemente andaluza. Ignoramos si hubiera ejercido el arte tipográfico en su patria185 y desde cuándo se hallaba en España.

Todo induce a creer que al tiempo de la celebración del contrato con Cromberger estuviese empleado en la imprenta de éste186. Hechos posteriores revelan que debió haber frecuentado las aulas universitarias en su patria, o en alguna otra ciudad italiana, y que conocía y hasta escribía con elegancia el latín187.

Habiendo partido de Sevilla a mediados de junio de 1539, antes de concluir ese año sacaba a luz en México la Breve y más compendiosa doctrina   —[90]→   cristiana en lengua mexicana y castellana188. En ella no se nombra, pues, de acuerdo con lo pactado, debía poner en todos los libros que imprimiese que lo habían sido en casa de Juan Cromberger: costumbre que observó religiosamente mientras duró la vigencia de aquel contrato.

En la portada o encabezamiento de este libro se registra una frase hacia la cual debemos llamar la atención: «Con licencia y privilegio». Que el libro se declare haberse impreso con licencia no tiene nada de particular, desde que ese era el trámite obligado conforme a las pragmáticas que del caso trataban, y aún la del Obispo estaba especialmente contemplada como indispensable en el contrato entre Cromberger y Juan Pablos para cuantas obras se llevasen a imprimir al taller; pero, y la palabra privilegio ¿a qué alude en ese caso? ¿Se trataba de uno especialmente concedido para aquella obra o de alguno más general otorgado para la imprenta de Cromberger? Es éste un punto que se presta a dudas y que debemos estudiar desde luego.

En los libros de anotaciones y extractos que hacía el famoso erudito, bibliógrafo y relator del Consejo de Indias, Antonio de León Pinelo, que se conservan en la Real Academia de la Historia, hállase una apuntación, de la cual tomamos las siguientes palabras: «La primera imprenta que hubo en México fue de Juan Combeger (sic) que tuvo merced de ella y su mujer y hijos por diez años, conque de cada pliego que imprimiese llevase un cuartillo de plata...»189. Resulta de esta noticia, de cuya veracidad no es posible dudar, que ese privilegio fue concedido a Juan Cromberger para sí, su mujer e hijos; luego, decimos, es anterior a la muerte de aquél, acaecida, según lo que se sabe, en 1540, esto es, de ese mismo año o del precedente en que estableció la imprenta, que no hay margen para más.

En la real cédula de 6 de junio de 1542, se lee también que... «visto por los obispos de aquella tierra (México) el gran beneficio que de imprimir   —[91]→   los dichos libros (Doctrinas cristianas) se siguía... acordaron é concertaron con él (Cromberger)... que tuviese imprenta é se le diesen de cada pliego impreso un cuartillo de plata, que cada cartilla valiese á medio real, y que para ello, siendo Nos servido, proveyésemos que ninguno otro pasase libros ni cartillas ni otra cosa impresa, é que ninguno otro pudiese imprimir en la Nueva España cosa alguna, sino él, ó quien su poder hobiere»190.

¿Era ésta la misma real cédula de donde tomó León Pinelo la noticia acerca del privilegio de Juan Cromberger? ¿O acaso vio el título original? Nos parece más probable lo primero. En todo caso aparece que el privilegio fue otorgado a Juan Cromberger, y sólo queda por saber la fecha en que se le concedió y si fue en España o en México. Respecto a la fecha, tenemos que llegar a la misma conclusión que se desprende del apuntamiento de León Pinelo, esto es, que fue en vida de aquél, y, por lo tanto, de 1539 o de 1540 a más tardar. De la frase de la real cédula que acaba de leerse «visto por los obispos de aquella tierra el grand beneficio que de impremir los dichos libros se siguía...» puede entenderse, ya fuera que realmente se hubiese visto así en la práctica -interpretación que estaría más conforme con el «visto»-, o bien estando persuadidos de ello, lo declarasen así aun antes de haber entrado en funciones la imprenta. Parece también deducirse de la misma frase que comentamos, que la concesión del privilegio hubiese sido hecha en México, desde que se habla en ella de «los obispos» y del Virrey, y, en tal caso, debió de otorgársele a Cromberger, quizás por intermedio de Juan Pablos luego que éste llegó allí, y así se explicaría la anotación del privilegio que se encuentra en el título de la Doctrina breve y más compendiosa de 1539. Concurre a esta suposición, no sólo el hecho mismo de aparecer estampado en la forma dicha, sino también el de que en el contrato de Cromberger con Pablos se contempla especialmente el caso cuando éste dice que «cualquier merced que me sea fecha... que todo venga a montón...».

Por lo demás, la práctica seguida en América, que llegó a ser la regla cuando se trató de establecer la imprenta en algunas de las antiguas ciudades, fue de conceder privilegios exclusivos para ellas a los fundadores191.

Creemos, pues, que el privilegio data del año de 1539; y sabemos que fue extendido a favor de Cromberger y de su mujer e hijos por los obispos de Nueva España y visto y aprobado por el Virrey y Real Audiencia; y aún podemos añadir que no sólo tuvo el carácter de un simple privilegio gracioso, sino que revistió todas las formalidades de un contrato bilateral; «acordaron y concertaron con él» los obispos, reza la cédula.

Ese es, pues, el documento príncipe en la materia; ignoramos la fecha en que a punto fijo fue otorgado, pero conocemos las condiciones en él pactadas entre Cromberger y los obispos y autorizadas en forma solemne después de su aprobación por la Real Audiencia.

Concediose, así, a Cromberger, el que pudiese él solo llevar a México cartillas y otros cualesquiera impresos, y libros de todas facultades y doctrinas,   —[92]→   pudiendo venderlos con ciento por ciento de ganancia; y que él solo también tuviese imprenta en México, a condición de que cada pliego impreso importase un cuartillo de plata y cada cartilla medio real192. No se sabe cuánta debía ser la duración del privilegio193, pero el hecho es que bien poco tiempo lo pudo disfrutar Juan Cromberger por sí, pues falleció, según lo que hasta ahora se cree, a mediados de setiembre de 1540194.

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JUAN PABLOS

(1539-1560)

Muerto Cromberger cuando, seguramente, el privilegio que había obtenido para él y su viuda e hijo se hallaba aún en vigor, éstos, ya sea para estar ciertos de que seguía rigiendo con ellos, o para obtener una confirmación todavía más alta que la que hasta entonces lo garantizaba, o ya para que se les prorrogase aún por mayor tiempo, es lo cierto que ocurrieron al monarca haciéndole memoria de los antecedentes en que estaba fundado, los términos que abrazaba, y, por último, solicitando se les ampliara, extendiéndolo hasta por veinte años. Carlos V, y en su nombre el Gobernador entonces de la monarquía, el Cardenal de Sevilla, conforme al texto de la cédula que citamos, tuvo a bien confirmar el privilegio, pero limitándolo a diez años, los cuales debían expirar el 6 de junio de 1552195.

Cuando aún no iban transcurridos tres años de su vigencia, los concesionarios se descuidaron de proveer de libros al Virreinato, probablemente a causa de los embarazos consiguientes a la marcha de la sucesión de Cromberger y a los varios negocios a que tenían que atender, y lo cierto fue que, con tal motivo, la Real Audiencia de México se vio en el caso de enviar al monarca, con fecha 17 de marzo de 1545, el siguiente oficio:

«A suplicación de los obispos desta tierra é religiosos, V. M. hizo merced á Joán Conberger que por ciertos años él solamente ó quien su poder hobiese, proveyese los libros que fuesen necesarios para esta Nueva España. El Joán Conberger es fallescido días ha en esos reinos é sus herederos no han proveido ni proveen los libros necesarios, de que se rescibe dapno y hay falta, é por la dicha merced nadie los trae. Suplicamos a V. M. mande a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla hagan las diligencias necesarias con los dichos herederos para que cumplan lo asentado, ó se les revoque la merced para que todos tengan facilidad de los traer»196.

La providencia que se puso a esta carta fue «que se requiera, y si no, que todos los puedan pasar».

Veamos ahora cómo se expedía Juan Pablos en sus tareas de impresor.

No podríamos asegurar dónde estableció el taller luego de llegar a México, pero por carta del obispo Zumárraga sabemos que a mediados de abril de 1540 se hallaba en la casa llamada de las Campanas, «que agora es de la Imprenta», según decía entonces197. Dado el corto tiempo que hacía hasta esa   —[94]→   fecha a que Pablos había llegado, no es de creer que en un principio la hubiese radicado en otro sitio para trasladarla enseguida a la Casa de las Campanas, de propiedad del obispo, mucho más, si se considera el interés que Zumárraga manifestara siempre por el establecimiento y el deseo de tenerlo cerca de sí, pues que tanto había de ocuparle198.

Dedicado quizás a trabajos de impresión de cartillas en tiradas numerosas o a otros que no han llegado a la posteridad -ya que podemos estar seguros que ocupación no había de faltarle desde el primer momento-, es lo cierto que hasta el 12 de diciembre de 1540, en que concluyó el Manual de Adultos, nada suyo se conoce de esos días. ¡Y cosa más extraña todavía!, ¡de 1541 sólo el opúsculo de la Relación del terremoto de Guatemala del escribano Rodríguez, y nada de los años 1542 y 1543!

Es de sospechar, por esto, que con la noticia de la muerte de Cromberger, que debe haber llegado allí no muchos meses después de ocurrida, pongamos en 1541, se viera en dificultades respecto de la conducta que pudiera observar, muerto el socio capitalista de la empresa, o que recibiera instrucciones de los herederos para suspender todo trabajo.

Es probable, asimismo, que esta suspensión fuera causada por la falta de papel, que ya en ocasión anterior, como dijimos al hablar de Martín, citando las palabras de Zumárraga, había producido una paralización semejante, y que había de repetirse hasta en los comienzos del siglo XVIII, según también lo indicábamos al dirigirnos al lector. Ese hecho, por lo demás, no fue peculiar a México, ni mucho menos, como que por su situación geográfica estaba relativamente cercano a la Península, sino que se produjo con harto mayor motivo respecto de las restantes colonias hispano-americanas que estaban más apartadas del único centro de que podían proveerse. A este respecto creemos que ningún caso supera al que ocurrió en Chile al insigne D. Alonso de Ercilla, que para escribir sus versos de la Araucana tuvo muchas veces que hacerlo «en cuero, por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños, como refiere en el prólogo de aquélla, que apenas cabían seis versos»: ¡que en tales pañales nació envuelta la obra maestra de la epopeya castellana!

Si las palabras del anónimo que figura entre los preliminares del Arte del P. Olmos, que ya conocemos199, se aplican a la muerte de Cromberger, es de creer que el trabajo estuvo paralizado en la imprenta durante los años 1542-1543 y gran parte del de 1541. Sábese sí que el 17 de febrero de 1542 fue recibido por vecino de la ciudad: «Tomaría entonces, indica García Icazbalceta, la resolución de arraigarse, porque la noticia de la muerte de su principal le sugirió la idea de quedarse con la imprenta»200. «El 8 de mayo del año siguiente, añade el mismo autor, se le concedió por el barrio de San Pablo un solar para que edificase su casa»201.

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Después de aquel interregno en que nada se le ve producir, Pablos reasume nuevamente sus labores con ardor en 1544, año en que da al público, en 15 de junio, la Doctrina cristiana de fray Juan de Zumárraga, y luego las dos ediciones del Modo de hacer las procesiones de Rickel, estampadas «en casa» de Cromberger, y acaba la Doctrina de fray Pedro de Córdoba y el Tripartito de Gerson, en cuyos colofones declara que han sido impresos en casa de Juan Cromberger, «que santa gloria haya».

De nuevo, en 1545, la prensa permanece silenciosa, y sólo a fines de 1546 termina la Doctrina christiana más cierta y verdadera, sin nombrar en el pie de imprenta ni a sí, ni a Cromberger, como acontece con la Regla christiana, acabada de imprimir a últimos de enero del siguiente año. Llega el de 1548, y a 17 de enero concluye la impresión de la Doctrina hecha por los dominicos, en cuyo colofón pudo estampar lo que debía haber sido por entonces el anhelo de su vida: «Fué impresa en esta muy noble ciudad de México en casa de Juan Pablos...»; que repite a 28 de marzo de ese mismo año en las Ordenanzas del virrey don Antonio de Mendoza.

Esto está indicándonos, pues, que la imprenta que llevara a México en condiciones tan onerosas para él, pasaba a ser de su propiedad, hecho que, por lo que hemos visto, ha debido irse preparando desde fines de 1546 para realizarse al cabo en los últimos meses de 1547. Con tal motivo necesitamos ver modo de esclarecer lo que en el entretanto ocurría a los herederos de Cromberger en sus negocios de México. Resulta que dedicados a la explotación de ciertas minas de plata en la provincia de Zultepeque, que habían adquirido de unos alemanes, las tenían, a mediados de 1542, a cargo de Rodrigo de Morales, con «haciendas y esclavos», y que éste solicitó y obtuvo del Virrey en 7 de junio de aquel año, que se les concediera allí una estancia y caballería de tierras202, y en el mismo día alcanzó otro mandamiento,   —[96]→   por el que se concedían también a sus representantes dos sitios de ingenios para moler y fundir metales, «en el río é términos de Tascaltitan»203.

Sea que la mujer e hijos de Cromberger dieran preferencia a ese negocio, sea que tuvieran dificultades para atender a la vez que a éstos al del envío de libros a la Nueva España204

y a la vigilancia de la imprenta que corría   —[97]→   a cargo de Pablos, y como hubieran ya liquidado, según parece, en 1546, la que mantuvieron en Sevilla205 trataron de deshacerse de la mexicana, a cuyo intento las gestiones para ello deben haberse iniciado en aquel mismo año, y así parece desprenderse del hecho de que Juan Pablos no pusiera pie de imprenta alguno a los libros que imprimió en esa fecha, como dando a entender que la propiedad estaba por entonces en suspenso. Como se ve, tenemos que discurrir valiéndonos de hipótesis, pues nos falta conocer el documento capital de la materia, esto es, el contrato en virtud del cual se liquidó la compañía celebrada entre Cromberger y Pablos en 12 de junio de 1539, y al cual, según sus cláusulas, le quedaban aún de vigencia cerca de dos años. Sábese sí que no terminaron con ello los negocios de los herederos de Cromberger en Nueva España, pues consta que uno de sus hijos llamado Tomás, fue «despachado» desde Sevilla en marzo de 1559, «para vender y beneficiar allí sus mercaderías»206.

Dueño ya de la imprenta, fue la primera diligencia de Juan Pablos procurar para sí, en la parte relativa a impresiones, el privilegio de que estaba investido su antiguo socio, y a ese intento ocurrió y obtuvo del Virrey, en 14 de julio de 1548, que se le concediese por seis años, a condición de que le fuese confirmada por el monarca, en el término de dos, como en efecto se verificó207, «para que él y no otra persona ninguna pudiese imprimir libros y tener imprenta en esa tierra»208.

Amparado por esta concesión real, Pablos siguió sus tareas en México. En 9 de febrero de 1549, concluyó un tratadito teológico de San Buenaventura, y nada más suyo de ese año se conoce; en 12 del dicho mes del siguiente año, la Doctrina de los dominicos, y en 17 de abril la tercera edición del mismo libro; y de nuevo se produce una interrupción en sus labores, que no es posible atinar a qué obedecería, durante los años de 1551-1552, ni por qué en el siguiente de 1553 sólo imprimiera la pequeña Doctrina de fray Pedro de Gante. En cambio, en 1554 sale con los Diálogos de Cervantes de Salazar, la Recognitio summularum (terminada el 3 de los idus de Julio)   —[98]→   y la Dialectica resolutio (nonas de Octubre) de fray Alonso de la Veracruz, en que emplea un frontis que no hacía aún cinco años había usado en Londres en el Prayer book de Eduardo VI el impresor inglés Edward Whitchurch, y en cuyas dos obras, abandonando su carácter de simple tipógrafo, se dirige al público en sendas epístolas latinas.

A mediados de ese año expiraba el privilegio que le había confirmado el monarca y hubo de entablar de nuevo gestiones ante el virrey Mendoza para que se le renovase «a nombre de Su Majestad», consiguiendo que le fuese ampliado a cuatro años más, y luego de don Luis de Velasco, a otros cuatro209.

El año de 1555, en 4 de mayo, termina la composición del Vocabulario de fray Alonso de Molina, y en 12 de febrero de 1556 las Constituciones del   —[99]→   Arzobispado, en cuyo colofón declaró que habían sido «imprimidas por Juan Pablos, lombardo, primer impresor en esta grande, insigne y muy leal ciudad de México», declaración que no había de volver a repetirla y cuya veracidad dejamos antes contradicha.

El 29 de mayo concluye el Sumario compendioso de Diez Freile, en los idus de Julio, el Ordinarium Ordinis Heremitarum (que no firma) y en las nonas de Agosto las Regula de la misma Orden, en las cuales inserta un aviso datado «ex nostra calchographica officina».

En 1557, la Physica del P. Veracruz y unas Reglas para rezar el oficio divino; en 1558, el Arte de Gilberti, y el Tesoro espiritual del mismo autor, datados en 8 y 20 de octubre, respectivamente; en 1559, a 15 de junio, da remate a su trabajo más voluminoso y cuya composición en idioma tarasco revela un gran esfuerzo de su parte, el Diálogo de la doctrina christiana de Gilberti; en 7 de Septiembre, otra obra de este padre, el Vocabulario en lengua de Michoacán, libros ambos cuyas portadas en forma de frontis son hermosísimas.

Antes de expirar el año, sufre el contraste de que aparezca en México un competidor suyo en el arte tipográfico, Antonio de Espinosa, que llegaba de España, adonde había ido en solicitud de que se derogase por el monarca el privilegio de que disfrutaba hacía más de veinte años para ser único impresor en el país, y que lograra, haciendo valer el hecho de que los precios que Pablos exigía por sus trabajos eran exorbitantes210.

Por fin, el 1º de las kalendas de agosto de 1560, salía de su taller el Manuale sacramentorum, su obra más notable como ejecución tipográfica y que había de ser también la última que trabajara. Nada hacía presumir por entonces que semejante cosa ocurriera. Precisamente el 11 de enero de ese año otorgaba en México un poder al procurador Alonso de Alcohola, en el que se llama impresor, vecino de México, para que le cobrase «de todas é cualesquier personas» las sumas que le estaban debiendo211, y en 18 de marzo, otro a favor de dos «naiperos» de Sevilla a fin de que le contratasen allí hasta «dos oficiales tiradores» para que fuesen a trabajar a su imprenta en México212.

Vivía por ese entonces en las casas que había edificado en el solar que le concediera el Cabildo en Mayo de 1543, en la calle que iba del Rastro hacia la calzada de San Pablo, gran parte de cuyo importe se viera obligado a imponer a censo213, y se sentiría ya enfermo en las vísperas de concluir la   —[100]→   impresión del Manuale Sacramentorum, porque en 7 de julio de ese mismo año extendía su testamento ante el escribano Antonio Alonso, de quien se había valido de ordinario para sus negocios. Nombró en él por tutores y curadores de sus hijos al tesorero real don Fernando de Portugal, al doctor Pero López, y a su mujer Jerónima Gutiérrez, que debía ser también tenedora de sus bienes y de la imprenta, «é de lo á ella tocante, para que lo tenga é administre por sí é por los dichos nuestros hijos», decía en él.

Ningún otro libro más después de aquél salió con su nombre, como decíamos, y debe haber muerto antes del 21 de agosto de 1561, fecha en que su mujer extendía a nombre suyo y de sus hijos un poder para que se cobrase lo que se debía a la sucesión214.

La suerte que corriera alguno de sus hijos y las vicisitudes por que pasó la imprenta que Juan Pablos había dirigido durante veinte y dos años y que hacen inmortal su nombre serán materia de otros párrafos posteriores.

ANTONIO DE ESPINOSA

(1559-1575)

Antonio de Espinosa era natural de Jaén e hijo de Miguel de Espinosa y de Sabina Gutiérrez215. En los libros de pasajeros a Indias que se conservan en el Archivo de Sevilla, no existe, o al menos, no logramos encontrar después de cuidadosa rebusca, cuándo pasara a México. Sabemos sí, que estaba en esa ciudad, a más tardar en principios de 1558, avecindado «con su mujer y casa» y que su oficio era el de impresor216.

  —[101]→  

Que entonces no tenía imprenta propia aparece de manifiesto no sólo de que no se conozca libro alguno suyo anterior a esa fecha -circunstancia que no pasaría de ser mera presunción, es cierto-, sino de que, hallándose vigente el privilegio exclusivo para ella concedido por el virrey Mendoza a Juan Pablos y confirmado por el monarca, «para que él y no otra persona alguna pudiese imprimir libros y tener imprenta en esa tierra», se hallaba por ello en la imposibilidad de abrirla. Quedaría, entonces, por averiguar, si siendo su profesión la de impresor, no la ejercía absolutamente y se buscaba la vida por otros medios, o bien que trabajase en el propio taller de Pablos.

Lo cierto es que habiendo observado que los precios que Pablos pedía por sus trabajos eran exorbitantes y le permitían realizar de ese modo un negocio pingüe, quiso por su parte tener imprenta propia, cosa que no le era posible por el momento, hallándose, como se hallaba, aún vigente el privilegio de Pablos, dimanado en último término del monarca mismo y reiterado después, no sólo por Mendoza sino por el virrey Velasco. Había, pues, ante todo, que tratar de echar por tierra aquel privilegio. A ese intento, Espinosa se procuró la cooperación de Antonio Álvarez, Sebastián Gutiérrez y Juan Rodríguez, de oficio también impresores y vecinos de México, y con el poder o al menos la autorización de éstos217 se trasladó a España a gestionar por sí mismo la derogación del privilegio de Pablos. Resulta, asimismo, evidente de lo que luego veremos, que ese viaje obedecía también al propósito de llevar a México al resto de su familia que le quedaba en su ciudad natal; y que, al emprenderlo, tenía fundadas esperanzas de alcanzar lo que pretendía por las relaciones de parentesco y de amistad que cultivaba o tenía con personas altamente colocadas en la corte218.

Púsose, pues, en camino para España, a más tardar, como decíamos, a principios de 1558, y presentó allí su memorial al Consejo de Indias, que en el fondo implicaba un beneficio para el país en el cual estaba avecindado, y en 7 de septiembre de aquel año lograba que el monarca expidiese a favor suyo y de sus representados la siguiente real cédula:

EL REY.- Presidente e oidores de la nra. audiencia real de la nueva españa [sabed] que por parte de antonio despinosa y de antonio albarez y sebastian gutierrez y juan rodriguez ynpresores de libros, vecinos de esa ciudad de mexico, me ha sido hecha relación que don antonio de mendoça nro. visorey que fue desa dicha nueva españa dió licencia a juan pablos ytaliano para que el y no otra persona ninguna pudiese ynprimir libros y tener enplenta de esa tierra por tiempo de seis años, con que nos le confirmasemos la dicha licencia dentro de los dos años primeros, los cuales por nos le fue   —[102]→   confirmada, y que despues el dicho don antonio le prorrogo la dicha licencia por otros quatro años mas, y que antes que se le cumpliese esta prorrogación, vos el visorey don luis de velasco le prorrogaste la dicha licencia por otros quatro años mas, como constaba por las cédulas de la dicha licencia y prorrogaciones della, de que ante nos en el nro. consejo de las yndias por su parte fueron presentadas, y que las dichas prorrogaciones an sido sin nra. aprobación y consentimiento, y en gran daño y perjuicio desa tierra, porque a cabsa de tener el dicho juan pablos la dicha emplenta y no podella tener otro ninguno no haze la obra tan perfeta como convenia, teniendo entendido que aunque no tenga la perficion que conviene no se le ha de ir a la mano, es cabsa que no abaxe el precio de los volúmenes que ynprime, y me fue suplicado vos mandase que no permitiesedes ni diesedes lugar que les fuese puesto estanco ni ynpedimento alguno por parte del dicho juan pablos ni por otra persona alguna en el vso y ejercicio de sus oficios de ynpresores, sino que el arte de la emprenta se usase y exerciese libremente en esa tierra como se vsa en estos reynos, o como la mi merced fuese: lo qual visto por los del nro. consejo de las yndias, fue acordado que deuiamos mandar dar esta mi cedula en la dicha razón, é yo tóvelo por bien; por lo cual vos mando que no consintais ni deis lugar que por parte del dicho joan pablos ni por otra persona alguna se ponga estanco en esa tierra a los dichos antonio despinosa y antonio albarez y sebastian gutierrez y juan rodriguez en el vso y exercicio de sus oficios de ynpresores, sino que libremente los vsen y exerçan segun y como se acostumbra en estos reynos. Fecho en valladolid a siete de setiembre de mill e qui.os e cinquenta y ocho años.- LA PRINCESA.- Por mandado de su mag.d su al.ª en su nombre.- FRAN.CO DE LEDESMA219.

Su propósito desde ese momento estaba plenamente logrado. Con los dineros que llevara de México o que pudiera proporcionarse en España, ya fuese realizando sus propiedades o las de su familia o a título de préstamos, adquirió el material necesario para fundar su taller en la capital del virreinato, actuaciones en que gastó cinco meses, hasta que, previas las diligencias necesarias al efecto, obtuvo licencia para regresarse a su vecindad, en 22 de marzo de 1559220, llevando en su compañía a dos hermanos y dos hermanas.

A más tardar en julio de ese año estaba de vuelta en México, donde, como era natural, fue su primera diligencia presentar en la Real Audiencia, como lo hizo en 3 de agosto, la cédula de que era portador, que derogaba el privilegio de Juan Pablos y permitía la libre apertura de imprentas para quienes quisiesen establecerlas allí221.

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Espinosa fue según era de esperarlo, el primero que se aprovechó de semejante autorización, y con tal presteza debió montar su taller que antes de terminar aquel año salía de su prensa la Gramática de fray Maturino Gilberti.

Junto con aquella real cédula de carácter general, Espinosa había logrado para sí una especial recomendación para el virrey, a fin de que éste «le tuviera por muy encomendado, le ayudase y favoreciese en cuanto se le ofreciera, y, por fin, le señalase cargos y oficios en que pudiera servir conforme a la calidad de su persona»222, y con fecha del propio día, todavía otra dirigida al mismo personaje a intento de que le proporcionase «tierras para labrar y solares para hacer casas»223

; recomendaciones que, si bien por el momento, según parece, no dieron resultado positivo a Espinosa, hubo de lograrlas más tarde, no habiendo podido tener lugar entonces, ya fuese por falta de proporción para ello o de voluntad de aquel magnate.

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El primer ensayo tipográfico de Espinosa que se presentase al público con su nombre había resultado feliz, tanto que, al decir de García Icazbalceta, su ejecución material «aventajaba en mucho a las ediciones de Pablos». La segunda muestra de su pericia en el arte la dio al imprimir en el año siguiente de 1560 el Túmulo imperial, con el gran escudo grabado que aparece en la portada de ese libro y el de la vista del catafalco, cuya ejecución no puede caber duda se hizo en México. Pero adonde se extremó, allanando dificultades verdaderas del arte, esmerándose en la impresión y prodigando todo el lujo de que era capaz su taller, fue en la publicación del Misale romanum, que terminó de imprimir en Septiembre de 1561. Nada mejor podemos hacer nosotros al juzgar la ejecución tipográfica de obra tan notable que reproducir el juicio que le merecía a García Icazbalceta: «La impresión puede llamarse hermosa, dice; el registro casi siempre es exacto; la tinta roja, excelente al principio, pero a poco más de medio libro desmerece ya de un modo notable. ¿No sería que en obra tan larga se le acabó al impresor la provisión de esta tinta y se vio precisado a fabricarla él mismo como pudo?».

«Parece increíble, añade, que obra de tal consideración y costo se ejecutara en nuestras imprentas, a poco más de mediado el siglo XVI, y yo mismo dudaría del hecho, a no haber tenido el libro delante».

Terminaba Espinosa, decíamos, su magnum opus en septiembre de 1561, y ya hasta el 26 de Enero de 1565, en que da fin a la del Confesionario breve de fray Alonso de Molina no se vuelve a ver obra alguna suya. ¿A qué obedece semejante anomalía? ¿Faltole quizás trabajo? Es un hecho curioso, en efecto, que durante los años de 1562-1565 no se conozca ningún libro, con excepción del Cedulario de Puga, que vio la luz pública a fines de 1563, que no se conozca, decimos, libro alguno salido de las prensas mexicanas, al menos que lleve fecha. ¿Hubo escasez de papel en aquel tiempo? ¿Se produjo algún hecho de tal gravedad en la historia del país que hiciera enmudecer las prensas? No sabríamos atinar con la causa general que dió ocasión al fenómeno que indicamos, pero sí creemos poderla señalar por lo tocante a Espinosa, y esa no sería otra que la de haber realizado un segundo viaje a España.

En el Archivo de Indias encontramos dos antecedentes, que no dejarían duda al respecto si fueran más precisos de lo que son, que nos inducen a sostener aquella opinión. Es el primero una anotación de los libros de Pasajeros a Indias, fechada en 1563, en que se concede licencia a Antonio de Espinosa, «criado del Marqués del Valle», para regresara Nueva España; y el otro la real cédula que va a leerse:

EL REY. Nuestros Oficiales que residís en la cibdad de Sevilla en la Casa de la Contratación de las Indias. Antonio de Espinosa me ha hecho relación que al tiempo que el Marqués del Valle pasó a la Nueva España le dejó en esa ciudad para que le llevase a la dicha Nueva España cierta recámara que había dejado en los estados de Flandes al tiempo que vino dellos, y que ahora había venido la dicha recámara a esa ciudad y se quería embarcar con ella para se la llevar a la dicha Nueva España, y me suplicó le mandase dar licencia para ello, ó como la mi merced fuese; por ende, yo vos   —[105]→   que dejéis y consintáis pasar a dicha Nueva España al dicho Antonio de Espinosa, presentando primeramente ante vosotros, información hecha en su tierra, ante la justicia della y con aprobación de la mesma justicia, de cómo no es casado ni de los prohibidos a pasar aquellas partes, y de las señas de su persona: lo cual ansí haced é cumplid sin que en ello le pongáis impedimento alguno. -Fecha en Madrid, a diez y ocho de Enero de mill y quinientos y sesenta é tres años. -YO EL REY. -Refrendada de Eraso, señalada de los dichos224.

Como se ve, en ambos documentos se trata de un Antonio de Espinosa, sus fechas calzan perfectamente con el tiempo en que no se ve aparecer trabajo alguno de nuestro impresor en México, pero una identidad de nombres y apellidos es muy corriente en aquellos años -y buen testimonio dan de ello lo que sabemos ocurre con los de Juan Pablos- y faltan, por otra parte, la información que, conforme a esa real cédula, debió rendir Espinosa, y en la licencia, la indicación del lugar de su nacimiento o procedencia.

En pro de la afirmativa, podemos todavía tener presente aquellas palabras de la real cédula de 21 de noviembre de 1558 en que a nuestro impresor se le llama «deudo de criados y servidores nuestros» y las circunstancias de las influencias que antes había interpuesto en la Corte: hechos ambos que parecen encontrar aquí su comprobación, llevándonos a la conclusión que el valedor de Espinosa era el Marqués del Valle, como habíamos insinuado antes.

Para cercioranos aún más de si el Antonio de Espinosa que debía llevar a Nueva España la recámara del Marqués, a quien éste se la había confiado en Sevilla al tiempo de su partida, pudo o no encontrarse en esa ciudad en aquel entonces, es necesario, pues, que averigüemos la fecha en que el hecho se verificó, que si tuvo lugar en el lapso de tiempo en que el impresor no aparece ejerciendo su arte en la capital del virreinato, nuestras dudas se disiparían y podríamos llegar así a la conclusión de su segundo viaje a España y del consiguiente silencio de su prensa en México.

En todo caso, sea o no el Antonio de Espinosa encargado de transportar a Nueva España la recámara del Marqués del Valle, el impresor que llevaba aquel nombre se hallaba en México en fines de aquel año 1563, pues de creer es que implica su presencia allí la merced de caballería y media de tierra que el virrey don Luis de Velasco le hizo, en 7 de diciembre de dicho año, en términos del pueblo de Coatepec «cerca de la venta de Chalco». Y la fecha misma está indicando, en nuestro concepto, que en ese segundo viaje, Espinosa debió de llevar nueva cédula de recomendación para el Virrey, en vista de no haber resultado hasta entonces eficaces las dos que le presentó en 1559 luego de hallarse de regreso de su primer viaje. Probablemente de esa época o muy poco después data la propiedad del solar que se le concediera225

para edificar su casa en la capital, pues en el Confesionario mayor de Molina, que acabó de imprimir el 15 de mayo de 1565, da   —[106]→   las señas de su casa, que estaba situada, dice, «junto a la iglesia de San Agustín»226.

Desde el año inmediato siguiente de 1566, Espinosa introdujo en la tipografía mexicana la práctica, antes no acostumbrada, de poner en los libros que imprimía un escudo de armas, habiendo sido el primero en que lo estrenara el tratado De Sacramentis de fray Bartolomé de Ledesma. Y de aquí quizás podríamos deducir otro antecedente para creer que Espinosa hizo el segundo viaje a España de que hablábamos, de donde trajera el molde de su escudo, para emplearlo en adelante en sus trabajos, siguiendo la costumbre corriente entonces entre los impresores de la Península.

Ese escudo es de la forma siguiente:

La leyenda, como se ve, estaba fuera del grabado y probablemente debe haberse resuelto a adoptarla después de hecho. No es invención suya: se   —[107]→   halla en la segunda Epístola de San Pablo a los corintios227, capítulo XII, versículo noveno.

Continuando con los trabajos de Espinosa, diremos que en 1568 concluyó la impresión de la Tabula privilegiorum y en 4 de junio la de la Bula de Pío V; que de 1569 nada suyo se conoce, probablemente porque después de ese año daría principio a su trabajo del gran Vocabulario de fray Alonso de Molina, cuya impresión estaba autorizada ya en octubre de ese año y que le ocupó quizás todo el de 1571, fecha que lleva, tanto en la portada como en el colofón. Nada suyo se conoce de los años de 1572 y 1574; del año de 1573, sólo el Tratado de Agurto, terminado el 22 de abril; el de 1575, en cambio, fue de bastante labor, habiendo terminado durante él, en 18 de mayo, el tomo II del Doctrinalis Fidei de Medina Plaza, en el cual debió gastar parte del año precedente; los Sermones de Fray Juan de la Anunciación y el Tesoro espiritual de Gilberti.

Espinosa, sin duda por su vecindad al convento de San Agustín, se llevó la clientela de los miembros de esa Orden.

Como su nombre desaparece de las portadas de los libros mexicanos a contar desde aquel año, es de suponer que debe haber fallecido entonces.

Su hija María se casó con Diego López Dávalos, quien volvió a poner en movimiento la imprenta que había sido de Espinosa al cabo de muchos años después (1601).

El nombre de Antonio de Espinosa es particularmente recomendable en la historia de la Imprenta en México, porque fue el único español que ejerciera allí el arte tipográfico durante el siglo XVI. Los demás fundadores de talleres eran, según hemos de verlo, italianos como Pablos y Ricardo, o franceses, como Ochart, sin contar, por supuesto, con los hijos o descendientes de este último, que fueron mexicanos.

ANTONIO ÁLVAREZ Y OTROS

(1563)

Antonio Álvarez consta que se hallaba avecindado en México por lo menos desde fines de 1557 o principios del año inmediato siguiente y que entonces era ya impresor de libros. Terminantemente lo aseguraba en sus días al Rey Antonio de Espinosa en el memorial que presentó ante el Consejo de Indias en solicitud de que se derogase el privilegio que para ser el   —[108]→   único que tuviera imprenta en México estaba concedido a Juan Pablos, que se encuentra contenido en la real cédula de 7 de septiembre de 1558. ¿Cuándo había llegado a la Nueva España? ¿Qué hacía en México? Que no ejercía su arte está de manifiesto, pues ni Pablos se lo hubiera consentido, ni dejó Espinosa de declararlo así al monarca. Cabe entonces suponer, o que se ocupaba de otra cosa, o que trabajaba en el taller de Pablos. Respecto a su pasada a Nueva España, hay un antecedente digno de tomarse en cuenta, que alejaría toda duda al respecto si no mediara la dificultad de identificar su persona con la de que vamos a hablar. Hubo, en efecto, en Sevilla un impresor llamado Antón o Antonio Álvarez, que ejerció allí su arte, al menos en cuanto hasta ahora se conoce, durante los años de 1544 a 1548, y cuya huella se pierde a contar desde esa última fecha228. ¿Era este Antonio Álvarez el mismo que se hallaba en México? No es posible asegurarlo, pero las presunciones que existen para sostener la afirmativa creemos que no carecen de alguna fuerza.

El hecho es que en 1563 trabajaba en México, habiendo en ese año salido de su prensa una Doctrina cristiana que en su pie de imprenta decía «en casa de Antonio Álvarez».

Bien fuese por el tamaño especial de algún libro que imprimió en esa fecha, quizás la misma Doctrina que acabamos de mencionar, o que su material tipográfico fuese muy escaso, es lo cierto que al arrendarle la viuda de Juan Pablos a Pedro Ochart la imprenta de la sucesión de aquél, en el inventario de sus útiles habla de una rama que le tenía prestada a Antonio Álvarez y le encarga que la cobre de su poder229. Ese contrato tiene fecha de febrero de 1563 y coincide perfectamente, como se ve, con la que lleva la Doctrina salida de su prensa.

Y es todo lo que sabemos de Antonio Álvarez. Menos aún se conoce de Juan Rodríguez y de Sebastián Gutiérrez, que son los otros dos impresores avecindados en México en 1557-1558 de que Antonio de Espinosa hablaba al Rey en su memorial. El apellido de este último, si no es ya una mera coincidencia, pudiera hacernos sospechar que era cuñado, o por lo menos deudo, de la mujer de Juan Pablos, que se llamaba Jerónima Gutiérrez, como sabemos.

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PEDRO OCHARTE

(1563-1592)

Pedro Ochart, que tal era su verdadero apellido, y que en México españolizó añadiéndole una e al fin, dejándolo en Ocharte230, y Charte231 otras veces, era de origen francés como bien claro lo indica su nombre, y nacido en Rouen232. Pasó a México en calidad de comerciante y se hallaba allí ya avecindado en principios de 1558233.

Probablemente por su calidad de extranjero o por el giro de sus negocios, entró en relaciones con Juan Pablos, extranjero y comerciante como él, y después que aquél falleció, estrechó la amistad con la familia hasta el punto de que la viuda del impresor le llamó para que le sirviese de testigo en el poder que en 1561 otorgó a Francisco de Escobar, que ya el lector conoce. Poco después se unía en matrimonio con una de las hijas de Pablas, la que se llamaba María de Figueroa234.

Habiendo ingresado de este modo a la familia de Pablos, poco después procedió a celebrar con la viuda de éste, en su carácter de tal y como tutora y curadora de sus hijos, evidentemente todos menores de edad entonces, un contrato de arrendamiento de la imprenta, que lleva fecha de 1º de febrero de 1563, y que debía empezar a regir desde 1º de septiembre de 1562, o sea, con algunos meses de antelación a la en que fue otorgado235.

Es probable, pues, en vista de esta circunstancia, bastante significativa, por cierto, que   —[110]→   Ochart hubiese estado desde entonces a cargo de la imprenta, ocupándose en trabajos menudos de que no nos ha quedado muestra. El hecho es que en 23 de noviembre de 1563 se ve aparecer el Cedulario de Puga como impreso «en casa de Pedro Ochart». Y tal es el único libro que sale del taller mientras estuvo vigente el contrato de arrendamiento, el cual, conforme a sus cláusulas, debía cesar el 19 de septiembre de 1564.

No se limitó a sólo ese el negocio entre yerno y suegra. Cerca de un año después de haber arrendado la imprenta, Ochart compró las casas que habían sido de Pablos. Sin duda con el propósito de allegar fondos con ese objeto, en 15 de mayo de 1563 procedía a vender a Juan de Buenaventura, en 290 pesos de oro de minas, «una negra con su hija mulatilla»236, y en 7 del dicho mes, titulándose siempre mercader, como principal deudor, y en unión de Francisco Colete, relojero, evidentemente paisano suyo, y Bartolomé de Torres, librero, se obligó a pagar a Juan y Sebastián de Buenaventura, 1.050 pesos de oro común, de a ocho reales de plata, los cuales son, reza el respectivo documento, «del resto de 2.471 pesos del principal y corridos del censo que impuso Juan Pablos, impresor, suegro de mí el dicho Pedro Ocharte, sobre ciertas casas que tenía en esta ciudad, en la calle que va del Rastro para la calzada de San Pablo, según escritura otorgada por Pablos y su mujer ante Cristóbal Rodríguez Delgado en 29 de enero de 1558; é yo, el dicho Pedro Ocharte, como uno de los herederos del dicho Juan Pablos, y por comprar las dichas casas lo redimo»237.

Antes de pasar adelante con la enunciación de los trabajos tipográficos de Ochart, conviene hacer notar que en el pie de imprenta de aquel libro no se intitula impresor, sino que se limita a decir que fue impreso en su casa; circunstancia que demuestra, en nuestro concepto, que aquel no era su oficio, de acuerdo en esto con lo que sabemos acerca de la profesión que tuvo antes de emprender, por circunstancias meramente accidentales, como había sido su matrimonio con la hija de Pablos, el negocio de imprenta238

, y tal fueron, invariablemente, las portadas o colofones que siempre se ven en los libros salidos «de su casa» hasta 1567, en que se empieza a poner el calificativo de tipógrafo.

Expirado el plazo del arrendamiento de la imprenta ¿se renovó la escritura? ¿O medió en seguida algún contrato de venta entre la viuda y herederos de Juan Pablos? En los protocolos que logramos consultar en México no   —[111]→   pudimos encontrar nada al respecto, si bien tenemos por indudable que algún arreglo, bien fuese en forma de renovación del arrendamiento o en calidad de venta, que es lo más probable, mediara entre las partes, mucho más si se considera que ya en ese entonces Ochart había pasado a ser dueño de la casa de la morada de la familia. El hecho es que sólo en 15 de marzo de 1565 vuelve a salir otra obra del taller, la Doctrina cristiana breve de fray Domingo de la Anunciación con el indicado pie de imprenta de «en casa de Pedro Ocharte».

Nada aparece del taller de éste durante el año 1564, pero en el siguiente crece su labor, y en 18 de marzo saca a luz la Doctrina zapoteca de fray Pedro de Feria, el 15 de abril las Acta Capituli Bononiæ; el 20 del mismo mes las Horæ Virginis Mariæ; el 22 de noviembre, la Doctrina misteca de Fernández y algún opúsculo más; en 24 de Enero del año siguiente, otra Doctrina misteca de Fernández; el 10 de Octubre una de sus obras más notables y la primera muestra verdadera de pericia suya o de sus auxiliares, el Manuale Sacramentorum, cuya primera edición había hecho Juan Pablos y que seguramente le sirvió de modelo; y el 26 de dicho mes, finalmente, el Sumario de indulgencias.

Nada produce, sin que pueda sospecharse la causa, en el curso del año 1568, y en el de 1570, a 12 de septiembre, concluye como único trabajo, las Opera medicinalia de Bravo; a 30 de junio de 1571, la Doctrina guasteca de Cruz, con un despliegue de grabados que alcanza hasta 140.

A contar desde ese día, la imprenta permanece silenciosa nada menos que durante siete años.

Fenómeno parecido hemos observado ya, aunque no en tan vasta escala, en la carrera de otros impresores, sin que hayamos atinado con la causa a que se debiera. En este caso, afortunadamente, podemos explicarla. ¡Ochart había sido procesado por la Inquisición y permanecido en sus cárceles un año por lo menos, durante el cual hubo en un momento dado de sufrir hasta el tormento! Reunía, por lo demás, en su persona cuantas circunstancias pudieran concurrir para que llegase a ser reo del Santo Oficio, debemos aquí decirlo, pese a quien pese: era extranjero y sospechoso en la fe, por lo tanto; hombre de caudal, de los más apetecidos por el Fisco de la Santa Inquisición; y, por fin, tenía un rival en su profesión. Líbrenos Dios de pensar mal de Antonio de Espinosa, su colega entonces, pero el día en que llegara a parecer el proceso Ochart, no sería extraño que halláramos entre los denunciantes o que depusieran contra él, el nombre suyo o de alguno de sus dependientes y amigos.239

De los antecedentes que nos han quedado del proceso de Ochart sólo aparece, en cuanto a la fecha en que ingresara en las cárceles del Santo Oficio, que aquél se hallaba pendiente en mayo de 1572. Puede completarse el dato con el hecho que apuntábamos al hablar de sus trabajos, esto es, que   —[112]→   cesa en ellos en el último día de Junio del año anterior. Debemos, pues, fijar su prisión entre esas dos fechas extremas: Julio de 1571 a Mayo de 1572. En esta última, el inquisidor don Pedro Moya de Contreras escribía al Consejo diciéndole que de las testificaciones recibidas hasta entonces resultaban reos al pie de cuatrocientas personas, y que, visto eso, «las que parecieron de más fundamento y que dan ocasión y algún rastro para averiguar más verdad, han sido estas de que a V. A. se da cuenta».

Esos reos eran ciento veinte y siete, muchos casados dos veces, y, en suma, sólo quedaban presos dieciocho, «los más remitidos por los Ordinarios, y los que no lo son, los más son extranjeros de tierras sospechosas, de cuyo castigo, cuando se averiguasen sus culpas, decía Moya de Contreras, quedaría el pueblo muy edificado»240.

Entre los primeros, citaremos aquí, por la circunstancia del nombre y apellido que llevaba, a un fray Juan de la Madalena, aunque nada tenía que ver con el fray Juan de la Madalena o Estrada, que tradujo la Escala espiritual, agustino, que se llamaba también fray Juan García; y entre los que quedaban presos, a Ochart, cuya causa en extracto -único fragmento que ha llegado hasta nosotros-, es al pie de la letra la siguiente:

«Pedro Charte, impresor, natural de la Villa de Roán en Normandía de Francia, vecino de México, hombre de alguna posibilidad, porque habiendo una persona alabado mucho un libro, que decía que solamente se había de rezar á Dios y no á otro sancto alguno, y que le era de gran consolación leer aquellas cosas, el dicho Pedro Charte lo aprobó en su casa y dijo que era buen libro, y que lo había de pedir para leerlo. Tiene un testigo de vista y está su causa recibida á prueba, y él ha confesado en parte su delito, diciendo que aquel libro no le pareció mal ni bien, ni que tuviese inconveniente»241.

Es lástima que no se indique el nombre de ese testigo que iba a ver a Ochart a su casa para denunciarle en seguida después de tenderle el lazo, ni que aparezca qué libro era aquél. En todo caso, es constante que Ochart ni siquiera lo había divisado por las tapas, como vulgarmente se dice, y que por esto tuvo perfecta razón al declarar en el tribunal que no le había parecido bien ni mal.

No pararon las cosas ahí. Hallándose Ochart preso, fue denunciado nuevamente de haber dicho que «sólo á Dios habíamos de acudir en nuestras necesidades, y él confesó, se añade en la relación de su causa, haberlo así dicho simplemente, negando la intención, sobre lo cual se le dió tormento y lo venció; y así fué absuelto, por parecer en su modo de confesar, hombre de buena conciencia y poca malicia»242. Pasaba esto en marzo de 1573243.

Tal fue, sin duda, la causa inicial de que Ochart paralizara el trabajo en su imprenta, paralización que duró siete años.

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En 1578 aparece de nuevo, en unión con Antonio Ricardo, imprimiendo el Vocabulario zapoteco de fray Juan de Córdoba, sin que podamos dar la menor noticia de los términos en que ambos impresores se asociaron. En todo caso, esa compañía debió de durar muy poco, porque ya en el mismo año se nos presenta Ochart imprimiendo solo la Doctrina cristiana de fray Alonso de Molina244.

Desde ahí en adelante comienzan a ofrecerse nuevamente períodos de años enteros en que la prensa de Ochart no produce nada; así, en los años de 1579, 1581, 1585, 1586, 1588 y 1590 nada suyo, al menos, se conoce. En cambio, en el de 1584 saca a luz el Psalterium245 y en 1589 el Antiphonarium, obras maestras, no sólo suyas, sino de la tipografía colonial mexicana entera.

De los postreros años de su vida, sólo hemos podido descubrir que en 22 de febrero de 1584, por una escritura pública, en la que se le llama simplemente «vecino de México», afianzó en dos mil pesos a Hernando de Medina para que ejerciera el puesto de depositario general246. El último trabajo suyo que se conoce es el Tratado de medicina de Farfán, cuyos preliminares llevan fecha de abril y mayo de 1592. Consta de la portada de un libro de 1594 que ya entonces era muerto247.

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PEDRO BALLI

(1574-1600)

Pedro Balli, Bailli o Vailly, como en realidad debía escribirse su apellido, habiéndose españolizado en aquella forma, fue natural de Salamanca, hijo de Juan o Juan Bautista Vailly y de Catalina Rodríguez, su mujer. «Se despachó á la provincia de la Nueva España por soltero y por cédula de Su Majestad, en 15 de julio de 1569»248. En 9 de marzo de ese año había obtenido otras dos reales cédulas dándole licencia para poder llevar un arma de cada género y algunos objetos libres de almojarifazgo hasta por valor de 300 pesos. Es probable que entre esos objetos se contasen algunos libros y útiles de imprenta. Al tiempo de solicitar su pasaje declaró que su profesión era la de librero249.

Hablando al Rey más tarde un hijo de Vailly, le decía que sus abuelos habían sido vecinos y naturales de Salamanca, «y los unos y los otros fueron cristianos viejos, sin raza ni mácula de judíos, moros ni nuevamente convertidos, y por lo referido sirvió en el Santo Oficio de la Inquisición desta ciudad (México) muchos años el dicho Pedro Balli, padre del dicho licenciado Valli, de intérprete de la lengua francesa»250.

Es posible, sin duda, que Salamanca fuese la patria de Juan Bautista Vailly, y con más razón de su hijo Pedro, pero, tanto su apellido como esta última circunstancia alegada por el Licenciado Bailli, están indicando claramente que era francés por lo menos el origen de la familia251.

Por lo que queda dicho es de creer que Balli llegase a la Nueva España en fines de ese año 1569, a más tardar, y que se estableciese allí primeramente como librero. Lo cierto es que como impresor se ve aparecer por primera vez su nombre en el Arte y diccionario de Lagunas, en 1574, sin que podamos precisar el mes, pues no está datado el colofón, ensayo poco feliz en cuanto a su ejecución tipográfica. A este cambio de profesión y a la fecha en que inició sus trabajos de impresor hace alusión el propio Balli   —[115]→   en la dedicatoria que puso al arzobispo Moya de Contreras de la reimpresión de la Institución y modo de rezar, etc., que hizo en 1576, cuando le dice en ella que entonces «hacía poco que comencé á usar este arte de imprimir en estos reinos»252: frase un tanto ambigua, como se ve, y que nos deja en la duda de si ese arte lo hubiera ejercitado anteriormente en otra parte: duda que para nosotros no tendría razón de ser si poseyéramos el título de la portada de aquel libro impreso en Salamanca, en el cual, como decíamos, se ve figurar su nombre.

Sea como quiera, el hecho es que Balli, al hacerse impresor, no abandonó su profesión de librero, pues con este título figura en varias de las portadas de las obras impresas por él. Quedaría por averiguar, a propósito de su nueva profesión, cómo hubo la imprenta con que empezó a trabajar. No puede creerse que la llevara consigo de España, desde que habiendo pasado a México, como sabemos, en 1569, no la habría tenido ociosa durante cuatro años. ¿La hizo, entonces, conducir de España, o la adquirió en México? Nosotros somos de esta última opinión, y aún nos inclinamos a creer que la debió comprar a Pedro Ochart o a la sucesión de Juan Pablos, si es que todavía ésta tenía parte en ella, cosa que no está averiguada. Para pensar así nos fundamos en que, como se ha visto, el taller de Ochart estuvo de para desde 1571 hasta 1578; y en segundo lugar, que precisamente en ese último año cuando Ochart comenzó a trabajar de nuevo, esa vez asociado de Ricardo, Balli emplea en la portada del Confesionario mayor de fray Alonso de Molina el frontis elegantísimo que Juan Pablos había puesto al Vocabulario de Gilberti en 1559. Además, luego veremos que alguna relación tuvo más tarde con la viuda de Ochart, y este es otro indicio de lo que indicamos.

Iniciados sus trabajos, Balli los prosigue sin interrupción desde 1574 hasta 1579 inclusive, produciendo en ese lapso de tiempo algunos de los libros que han llegado a ser de los más raros de la tipografía mexicana, como ser, la Institución que dejamos mencionada, la Doctrina otomí de Vargas, ambos del mismo año 1576, y el Confesionario breve de Molina de 1577.

El 8 de agosto de 1578 terminaba la impresión del Arte Zapoteco de fray Juan de Córdoba, y en 1579 dedicaba al Arzobispo la reimpresión que hacía del Ceremonial de Oscariz, en la cual hace alarde de cierta erudición clásica y se muestra sumamente reconocido a los favores que había recibido del prelado.

Y de nuevo se nos presenta aquí el problema que hemos planteado tratándose especialmente de Ochart: a contar desde aquella última fecha nada se ve salir de la prensa de Balli hasta 1584, año en que da a luz sólo un Sumario de indulgencias, y vuelve a permanecer inactiva hasta 1593, esto es, por un período de nueve años. La falta de documentos de que adolecemos, no permite resolver de una manera categórica la explicación del fenómeno, pero no podemos menos de hacer notar que, como se recordará,   —[116]→   el taller de Ochart había estado también sin producir nada durante algunos de esos años. Y todavía otra coincidencia más: que Balli continúa en sus tareas en 1593, esto es, al año inmediato siguiente en que Ochart cesa definitivamente de imprimir. Además de estas circunstancias, que indican, no creemos que por efecto de pura casualidad, una relación muy inmediata entre ambos talleres, se nos ofrece todavía el curioso antecedente de que habiendo comenzado la viuda de Ochart a imprimir en 1594 la Gramática del P. Álvarez, viene a terminarse el libro «Ex Officina Petri Balli, 1595».

Considerados, pues, todos estos factores, nos parece muy probable que han debido mediar negociaciones sucesivas entre los propietarios de ambos talleres y que en definitiva Balli adquirió gran parte del que había sido fundado por Juan Pablos y pasado sucesivamente a Ochart y a su viuda, la hija de aquél. Como otro antecedente no ajeno a lo que sostenemos, debemos añadir que, ya desde 1593, Balli sigue trabajando sin interrupción; que en 1596 comienza a confiársele la impresión de algunos trabajos universitarios; y, por fin, que a título de hallarse sirviendo al Santo Oficio, éste le encargó en 1600 la impresión de la Relación historiada de las exequias de Felipe II, que fue también el último libro que imprimiera.

Balli se casó en México con Catalina del Valle. Su viuda le sobrevivió poco tiempo y de su matrimonio hubo a tres hijas, que se hallaban solteras cuando falleció, y a Juan Bautista Balli, cuyo es el memorial que insertamos entre los Documentos253.

En ese memorial, dirigido por Balli al Rey en solicitud de una plaza de oidor en alguna de las Audiencias de Nueva España, se contrae casi exclusivamente a hablar de su persona y carrera literaria. Carece de fecha, pero por las alusiones que encierra, parece que debe ser de 1612. Se hallaba entonces con cinco hijos y a cargo de tres hermanas doncellas. No encontramos en el Archivo de Indias que se tomase siquiera en consideración la solicitud de aquel benemérito hijo de nuestro impresor.

ANTONIO RICARDO

(1577-1579)

Era Antonio Ricardo254, italiano, natural de Turín255. Llegó a México, según es de creer, a principios de 1570256.

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¿Ricardo pasó con imprenta propia, o fue a Nueva España simplemente para ocuparse en alguna de las que allí por entonces existían? Si hubiese llevado imprenta, es extraño que no se conozca trabajo alguno en que figure su nombre antes de principio de 1577257, de modo que es muy probable que su viaje a México obedeciese a algún llamado de los impresores allí establecidos, Antonio de Espinosa o Pedro Ochart -con más probabilidad este último- que, a todas luces, era del mediodía de Francia y que por sus relaciones en el norte de Italia se puso quizás al habla con Ricardo. Robustece esta hipótesis el hecho que luego veremos de que, andando el tiempo, ambos se asociaron.

Sospechamos, sin embargo, que alguno de la familia de Ricardo se hallaba establecido como impresor en España en 1576, pues en La Primera Parte de las Patrañas de Juan Timoneda, impresa en Alcalá por Sebastián Martínez, 1576, 8º, gótico, lleva entre los preliminares el privilegio dado en 8 de octubre de 1576, para «Alonso Ricardo, impresor»258.

La hipótesis que expresamos es muy verosímil, como se ve, y aun no sería de extrañar que en la impresión del privilegio se hubiese deslizado alguna errata, estampándose Alonso por Antonio, muy fácil de producirse por la manera de escribir en abreviatura ambos nombres con una A y una o, tan corriente entonces.

Nuestras investigaciones para descubrir algún libro estampado en la Península por ese impresor Ricardo han sido estériles. ¿Era, pues, ése el mismo que unos cuantos meses más tarde de la fecha que lleva el privilegio de nuestra referencia aparece imprimiendo en México? Si así fuese, tendríamos que por causas que no conocemos, haciendo caso omiso de las reales cédulas dadas en su recomendación en 1569, no se marchó por esos días a México sino que se quedó en la Península.

Sea o no cierta esta suposición nuestra, o que después de haber estado en México regresase a Europa para volver con imprenta, el hecho es que a principios de 1577, como decíamos, le hallamos con taller propio en el Colegio de San Pedro y San Pablo de los jesuitas259.

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De esta última circunstancia y de la de haber impreso algún libro de estudio para la Compañía, García Icazbalceta infería que «Ricardo acaso fué llamado por los jesuítas». No estamos conformes con la opinión del ilustre bibliógrafo. Con excepción de algunos de los libros propiamente de estudio impresos por Ricardo para los hijos de Loyola, de los cuales sólo se conocen cuatro hasta ahora260, en ellos se lee en la portada: «In Collegio Sanctorum Petri et Pauli», pero siempre «Apud Antonium Ricardum», o sea, en casa de Antonio Ricardo.

En el último de esos libros declaró, además, que hacía la impresión «rogatum», rogado por el rector de dicho Colegio.

El hecho es que allí estuvo en funciones hasta mediados de 1579, y que en ese lapso de tiempo de dos a tres años -principios de 1577 a mediados de 1579- imprimió no menos de diez libros, el más notable de los cuales fue sin duda como obra tipográfica el Sermonario de Fr. Juan de la Anunciación, que salió a luz el 30 de septiembre de 1577261. El 17 de Febrero del mismo año había concluido la impresión de otra obra notable, el tomo I del Doctrinalis fidei de Fr. Juan de Medina.

Pero para que no quede duda de que Ricardo tenía taller propio, aunque funcionaba en la casa de la Compañía, basta leer el colofón de la Suma y recopilación de cirugía de Alonso López, libro que terminó de imprimir el 26 de mayo de 1578, que no vio García Icazbalceta, en el cual se estampa textualmente: «en casa de Antonio Ricardo, a la Compañía de Jesús»; y aún en otra obra salida de sus talleres se limita a expresar la calle en que aquél se hallaba situado: «Via Apostolorum Petri et Pauli»262.

Mas, prescindiendo de estos antecedentes, que sólo prueban que nuestro tipógrafo tenía su taller en el colegio dicho, acaso para comodidad de los mismos jesuitas y en virtud de algún convenio cuyo texto no conocemos y en el que probablemente sus trabajos de impresión irían a cuenta de los cánones de arrendamiento, la circunstancia de que Ricardo hubiese salido para México en 1569, o sea dos años antes de que la Compañía de Jesús se estableciese allí263, está probando de manera que no deja lugar a duda que Ricardo no pudo ser llamado por los jesuitas. Cuando éstos fundaron   —[119]→   su Colegio de San Pedro y San Pablo, el tipógrafo piamontés hacía probablemente tres años a que se hallaba en la capital del virreinato.

En 1578, Ricardo se asoció allí con otro impresor, el francés Pedro Ochart. Tal es lo que resulta de la portada del Vocabulario en lengua zapoteca de Fr. Juan de Córdoba, publicado en aquel año, en la cual se expresa que fue «impreso por Pedro Charte y Antonio Ricardo». No podríamos decir en qué condiciones estuvieron ambos asociados, pero es claro que la compañía duró muy poco, desde que en el año inmediato siguiente ambos impresores aparecen trabajando cada uno de su cuenta.

Es indudable, asimismo, que en la liquidación de la compañía -si es que fue netamente ocasional- algunos de los materiales de Ochart pasaron a poder de Ricardo. Basta para convencerse de ello fijarse en que la hermosa viñeta con la figura de Cristo que empleó Ricardo en la Doctrina Cristiana de 1584264, es la misma que se ve al frente de otro libro de la idéntica índole impreso por Ochart en México en el año en que estuvieron asociados.

No parece, pues, que fuera falta de trabajo lo que decidió a Ricardo a salir de México, cuando sabemos, como acabamos de verlo, que en el espacio de menos de tres años había impreso diez libros por lo menos: uno cada tres meses. ¿Cuál pudo ser entonces la causa que le determinó a trasladarse a Lima?

A nuestro entender, la idea que se formó de que allí le iba a ir aún mejor. En efecto, sabía que la capital del Perú abundaba de riquezas y de hombres doctos; que tenía una Universidad poblada de estudiantes que en ella iban a cursar hasta de los lugares más apartados del virreinato; que el gobierno de éste se consideraba como un ascenso del de México; y, a la vez, que carecía de una imprenta. El prospecto de las ganancias que un hombre de su oficio pudiera en Lima realizar era realmente tentador. Sabía, también, que en México había por aquel entonces no sólo un taller tipográfico sino varios, y si hasta ese momento no debía sentirse descontento, el porvenir que allí le esperaba no podía halagarle.

Quizás en su resolución de trasladarse al Perú influyó la buena coyuntura que se le presentaba del viaje que de México iba a emprender a su diócesis el inquisidor D. Alonso Fernández de Bonilla, nombrado obispo de la Plata, y que partía acompañado del séquito correspondiente a su alto cargo.

Deseoso de aprovechar esa favorable ocasión, gestionó activamente cerca del prelado a fin de que le alcanzase la respectiva licencia del Virrey para él, su mujer (mexicana, al parecer, pues se había casado allí)265 y dos compañeros suyos, Pedro Pareja y Gaspar de Almazán; y si bien Fernández de Bonilla apoyó su pretensión cerca del Virrey, sólo le fue posible   —[120]→   obtenerla para Pareja, por razón de «ser Ricardo extranjero de los reinos de Su Majestad»266.

La situación se hizo entonces verdaderamente crítica para el pobre italiano; pero el dado estaba ya tirado y no era posible retroceder. Uno de los que presenciaron la escena que se produjo cuando Ricardo supo la negativa terminante del Virrey de boca del Obispo, refiere que le dijo: «que con su favor pasaría la vuelta de los demás, dando alguna cosa á los oficiales de los navíos, é por otra vía, como mejor pudiese, y que pedía por amor de Dios que con la recua que hubiese de enviar la ropa al puerto de Acapulco le llevasen algunas cosas suyas, y que se quería ir delante con los demás»267.

Y así lo hizo en efecto, habiendo partido de México para Acapulco en principios de Marzo de 1580268, en la esperanza de alcanzar el navío en que se iba a embarcar, también para el Perú, el doctor Cárcamo y Arteaga. Desgraciadamente, él y sus dependientes Pareja y Almazán, llegaron tarde, de modo que allí los encontraron Fernández de Bonilla y sus allegados cuando a su turno arribaron al puerto.

Sea con voluntad del prelado o sin ella, el caso fue que Ricardo y los suyos «se metieron» en el navío San José y arribaron por fin al Realejo, aunque «mudaron diversos navíos», al decir de uno de los testigos de la información de que venimos aprovechándonos.

Muchos días, muchas semanas, meses enteros debieron permanecer en el Realejo269 en espera de un barco que los condujese al Perú, y de la licencia que aún sólo Pareja había conseguido -que de nuevo hubo de renovar en León, la capital de Nicaragua- y que Ricardo obtuvo al fin del gobernador Diego de Artieda Chirinos el 16 de Octubre de 1580, fundándola en   —[121]→   consideraciones de carácter elevado y que le honran, si bien no faltaron quienes emitieran la sospecha de que al pobre Ricardo le había costado su dinero270. Dos días después, esto es, el 18 de octubre, se hacía por fin a la vela en el navío Santa Lucía, llevando registrados y cargados los moldes y aparejos necesarios para su oficio de impresor de libros.

Los percances de Ricardo no terminaron allí. Llegado a Lima, y cuando tenía montado su taller unos cuantos meses más tarde, se encontró con que en la capital del Perú no se podía estampar libro alguno, en virtud de expresa prohibición real»271.

Pero como Ricardo estaba ya bien escarmentado de los sinsabores que su calidad de extranjero le iba ocasionando en América, cuando quiso instar para que se derogase esa prohibición, en agosto de 1581, ya no ocurrió él al soberano, sino que se valió de su dependiente Pedro Pareja, que era evidentemente español, para que a su nombre se tramitase el negocio272.

Pareja, o mejor dicho Ricardo, comenzó por buscar apoyo en las corporaciones limeñas más directamente interesadas en que hubiese imprenta en la capital del virreinato, o mejor dicho, para que se permitiese entrar en funciones a la que él había llevado allí a costa de tantos sacrificios; y en efecto logró que intercediesen en favor de su idea, que para él significaba el pan de cada día, el Cabildo Secular y el Claustro de la Universidad, que hacía poco se había fundado. Y la cosa no era para proceder de otro modo, cuando sabía que quien debía otorgarle el permiso era nada   —[122]→   menos que el suspicaz y receloso Felipe II. Y ambas corporaciones, con pocos días de diferencia, escribieron al monarca, no sin cierta timidez, en apoyo de la solicitud de Pareja, que hacía valer en su memorial «cómo la experiencia había acreditado cuán necesario era que en aquellas partes hubiese imprentas para poder dar á luz cartillas y libros de devoción».

El Cabildo decía, por su parte, que la imprenta era entonces necesaria en Lima «por haber Universidad, personas que se daban á las letras e inclinarse ya los naturales á la vida política» y por lo que tocaba al ennoblecimiento de esos sus reinos.

Los doctores la reclamaban, a su vez, a fin de que se pudieran imprimir libros para los principiantes, cartillas para los niños, y para los actos y conclusiones que de ordinario se celebraban en las aulas universitarias.

Una y otra corporación no hacían caudal de las restricciones con que la licencia se concediese: les bastaba con que se derogase, en los términos y con las limitaciones que se tuviese a bien, la prohibición que les tenía con las manos atadas para componer una página en letras de molde.

Pareja, o Ricardo, lo repetimos, quería que, además de la licencia, se le concediese privilegio por algún tiempo y cierto número de indios como ayuda de costa.

Felipe II, después de imponerse del memorial y de las cartas de que hacemos mérito, con fecha 22 de agosto de 1584 dirigió al Virrey y Audiencia una real cédula para que le enviasen relación de la necesidad que hubiera de una imprenta, si convendría dar a Pareja la licencia que solicitaba, con qué condiciones «y si en ello había inconveniente, y por qué causa».

¡Y cosa curiosa! Cabalmente diez días antes que el monarca firmase esta orden, ¡la Real Audiencia de Lima autorizaba a Ricardo para que diese allí a luz la Doctrina cristiana y catecismo para instrucción de los indios!

¿Cómo se había verificado este hecho tan singular?

Es lo que vamos a ver.

Hacía justamente un año desde que Ricardo se hallaba en Lima con sus tipos listos para funcionar, cuando se dio comienzo al concilio provincial convocado y presidido por el arzobispo Mogrobejo. En la primera sesión, que tuvo lugar el 15 de agosto de 1582, se nombraron personas versadas en las lenguas del país que se encargasen de redactar un catecismo y otros libros de doctrina para los indios, necesidad que se venía haciendo sentir desde tiempo atrás y que había preocupado, no sólo a los eclesiásticos sino también a los virreyes y al propio monarca.

El siguiente párrafo de una carta de don Francisco de Toledo a Felipe II, hasta ahora inédita, da razón de los temperamentos que ya en 1572 se habían ideado a fin de que no se careciese por más tiempo de unos libros de tanta importancia para la conversión de los indígenas:

«En cuanto á los cathecismos, será muy conveniente el haber uno para todo lo de este reino, como V. M. dice que enviará, y que en el concilio se junten las mejores y más propias lenguas que se puedan hallar para volverle en la lengua vulgar y general de estos naturales, porque no volviéndose   —[123]→   en su lengua, aprovéchales poco, y es interpretado por ruines lenguas de cada clérigo o fraile, donde hay y puede haber muchos errores, y porque no los haya, parece que en el Concilio se examine mucho el frasis y naturaleza de vocablos con que se ponen, que aunque las lenguas de este reino varían y son algo diferentes, las de las provincias no se pueden poner sino en la general, que es la que más abraza todas las otras y la que los Ingas mandaban saber á todas las provincias que iban tiranizando, y parecería muy conveniente que, vuelto el dicho catecismo que V. M. mandase, en la lengua vulgar, con la examinación susodicha hecha en el concilio, se enviase á imprimir á esos reinos, ó á la Nueva España, como allá se ha hecho, y se trajese cantidad de estos catecismos impresos con esta autoridad y examen del Concilio, porque correrá menos peligro de pervertille ó mudar algunas palabras, sembrando errores, andando impreso y bien corregido, que no de mano, y también por el recatamiento que V. M. tiene de que no haya acá impresiones, se saneaba con imprimirse allá y no haber acá la dicha impresión»273.

Ya se ve, pues, que el Concilio, al ordenar el arreglo del Catecismo, no hacía sino ajustarse a los deseos mismos del monarca, quien, por lo que hasta ahora sabemos, no envió al fin el que había ofrecido al virrey Toledo.

Así, la situación no había cambiado cuando se verificó la primera reunión del concilio. En la segunda, que tuvo lugar un año más tarde, se aprobaron los catecismos que presentaron las personas diputadas al intento, pero se reconoció, a la vez, que, caso de no darse a la imprenta, iban a ser de muy poco fruto. Reconocióse también que no era posible verificar la impresión en la Península, donde no había peritos en las lenguas indígenas, y que no era posible tampoco que a ese bolo efecto hicieran viaje los que existían en el Perú. Y esto fue lo que desde luego se manifestó por los padres del concilio a la Real Audiencia, que gobernaba entonces por falta de virrey, y lo que ésta, a su turno, significó al monarca274. Asimismo, los jesuitas, a quienes había cabido parte principal en la redacción de aquellos libros, se apresuraron a su turno a representarlo a Felipe II por medio del procurador que mantenían en Madrid.

Ante la evidencia de los hechos expuestos, el monarca no pudo desentenderse por más tiempo de dar la autorización que se pedía para que la impresión se hiciese en Lima, y por real cédula de 7 de agosto de 1584, ganada por el jesuita Andrés López, y dirigida al Conde del Villar, le ordenó que «luego diese orden cómo, habiéndose hecho en los dichos Catecismos y Doctrinas el examen que convenga, se impriman en esa tierra»275.

Por su parte, la Real Audiencia vacilaba todavía en otorgar esa licencia en 2 de mayo de 1583, fecha que lleva la carta suya escrita al Rey a que hemos hecho referencia; pero tanto se dilataba la resolución de la Corte   —[124]→   y tanto urgía la necesidad de la impresión de esos libros para la conversión de los indios, que, por fin, en 13 de Febrero de 1584 dictaba el auto «en que daban y dieron licencia para que en esa ciudad, en la casa y lugar que esta Audiencia señalase, o en la que nombrasen las personas a quienes se comete, y no en otra parte alguna, so las penas que abajo irán declaradas, Antonio Ricardo, piamontés, impresor, que de presente está en esta ciudad, y no otro alguno, pueda imprimir é imprima el dicho Catecismo original», etc.

Dispuso, asimismo, que el taller se estableciese en el aposento del Colegio de la Compañía de Jesús, que el rector de él, padre Juan de Atienza, designase276, y que éste o el padre José de Acosta, junto con dos de los que se hallaron a la traducción en lenguas indígenas y uno de los secretarios del Tribunal, asistieran a la impresión.

Cualesquiera que fuesen las limitaciones de esa licencia, Ricardo, después de aguardarla durante tres años, podía por fin comenzar a mover su prensa. La batalla contra los recelos y cavilosidades del monarca y sus delegados estaba ganada y ¡la América del Sur contaba desde ese día con una imprenta!

Hallábase Ricardo empeñado en la impresión de la Doctrina christiana y catecismo para instrucción de los indios y debía de tenerla ya bastante adelantada, si no próxima a concluirse, como que es de suponer que no tardaría en poner manos a la obra desde que había sido autorizado para ejecutarla por el auto de 13 de febrero de 1584 a que acabamos de referirnos, pero sin duda no la terminaba aún en 12 de agosto de dicho año, fecha que lleva la provisión real que se encuentra entre los preliminares del libro, cuando se recibió en Lima, por la vía de Tierrafirme, en 19 de abril, una real pragmática, datada en Aranjuez, a 14 de mayo del año anterior, que venía, en realidad, a ser repetición de otra dada en Lisboa en 29 de septiembre de 1582 y publicada en Madrid en 3 de octubre de ese mismo año277.

  —[125]→  

Como el texto de esa pragmática es conocido de los americanistas278 sería ocioso que la reprodujéramos aquí, debiendo limitarnos, por consiguiente, a dar una breve noticia de sus disposiciones.

Se mandaba por ella que en todos los dominios de España debía cumplirse lo acordado respecto de la reforma del Calendario por el papa Gregorio XIII, que ordenaba se quitasen diez días al mes de Octubre de 1582, contando quince el día cinco, «como se hizo», y disponiendo que en la misma forma se aplicase el cómputo para el año 1583, considerando, sin duda, que la reforma no había podido ser realizada en todas sus partes en el precedente.

«Y porque, añadía la real pragmática, en algunas de las partes de las dichas nuestras Indias, por estar tan distantes, no podrán tener noticia de lo susodicho que Su Santidad ha ordenado y en esta ley se contiene para poder hacer la disminución de diez días en el mes de Octubre deste presente año, ordeno y mando que se hagan el año siguiente de ochenta y cuatro, ó en el primero que de lo susodicho [se] tuviere noticia y esta ley en los dichos reinos fuere publicada, según que Su Santidad lo provee y ordena: lo cual mandamos guardeis y cumplais y executeis...; y porque lo susodicho venga á noticia de todos y ninguno pueda pretender ignorancia, mandamos que esta nuestra carta sea pregonada públicamente en las ciudades donde residen nuestra Audiencias y Chancillerías Reales de las dichas nuestras Indias, y se repartan las copias impresas dellas por las demás partes, de manera que en todas se entienda y sepa lo que Su Santidad ha ordenado y es nuestra voluntad se guarde...»

Con vista de esta orden, se pregonó en la plaza pública de Lima la real pragmática, en 26 de Junio de 1584, esto es, dos meses y siete días después de haber sido recibida, y como sin duda los ejemplares impresos279 que llegaron no fueran bastantes, en 14 de Julio los oidores, «estando en acuerdo de gobierno,... mandaron que la pragmática... se imprima, para que las copias della se envien á todas las partes de este reino, para que en ellas se cumpla»...; y «que la dicha pragmática real se imprima en esta ciudad,   —[126]→   en letra de molde, por el impresor que en ella hay, poniendo por cabeza la dicha real cédula por donde se manda imprimir, para el dicho efecto que Su Majestad manda, y que el señor licenciado Ramírez de Cartagena, oidor... á quien se le cometió, tome cargo de la hacer imprimir...».

Apenas necesitamos advertir que el impresor que había por ese entonces en la ciudad no era otro que Antonio Ricardo, quien tuvo, en virtud de esta orden, que suspender la impresión de la Doctrina christiana para ocuparse de la tarea que nuevamente se le encargaba280.

En el colofón, como se ha visto, no se señala el día en que la impresión de la pragmática se acabó; pero como de seguro Ricardo empezaría el trabajo inmediatamente después de habérsele notificado el auto de los oidores de 14 de julio y, dada la corta extensión de aquél, es muy probable que la impresión quedara terminada en unos cuantos días y, por consiguiente, en los últimos de ese mes de julio. En todo caso, de nota en letra manuscrita de la época, que se registra al pie de la cuarta página del ejemplar que hemos descrito, se advierte que la real pragmática fue pregonada en Quito el 17 de Agosto de 1584, o sea, cinco días después de la fecha que lleva la provisión que se insertó entre los preliminares de la Doctrina christiana de aquel año, primer libro impreso en la América del Sur.

Si descontamos el tiempo que ha debido transcurrir para que la real pragmática impresa llegase a aquella ciudad, tendremos, pues, como indicábamos, que ha debido salir de los moldes en fines de julio, o a más tardar a principios de agosto de ese año, y, por lo tanto, un mes o poco menos antes de que viese la luz pública la Doctrina christiana.

De aquí también por qué, hasta hoy, según decíamos, la Pragmática sobre los diez días del año puede reclamar para sí el honor de haber sido, si no el primer libro, al menos el primer folleto impreso en la América del Sur281.

  —[127]→  

Autorizado para ejercer su arte en Lima, Ricardo, después de dar remate en 1585 a las impresiones de los textos de doctrina cristiana aprobados por el concilio, puso mano en el año inmediato siguiente al Arte y vocabulario quechuas, haciéndolo preceder de un proemio o dedicatoria dirigida al virrey Conde del Villar, expresándole que «con mucha solicitud y costa suya» había impreso aquellas obras y le dedicaba entonces la última, sin la cual «estaban como mancas y poco inteligibles» las primeras, para que se animasen otros á aprovecharse de ellas, y por su parte «á intentar otras cosas de mayor provecho á la república».

La suerte no le fue propicia, sin embargo, a pesar de los elevados propósitos que manifestara en aquella ocasión, tanto, que en Mayo de 1596 le encontramos con sus bienes «secuestrados» y retraído en el Convento de San Francisco para escapar a las persecuciones de sus acreedores282.

El último libro impreso por Ricardo en Lima es el Sermón de fray Pedro Gutiérrez Flores, cuyos preliminares están datados en Marzo de 1605. El 19 de Abril, Ricardo era enterrado en la Iglesia de Santo Domingo283.

  —[130]→  

VIUDA DE PEDRO OCHARTE

(1594)

Muerto Pedro Ochart, según todas probabilidades, en 1592, su taller permaneció cerrado durante todo el año siguiente, pero a fines de 1594, su viuda, que ya sabemos que se llamaba María de Figueroa y era hija de Juan Pablos, comienza a imprimir el libro De Institutione Grammatica del padre jesuita Manuel Álvarez y lo deja inconcluso, para ser terminado por Pedro Balli.

No es difícil de sospechar, después de esto, que la viuda de Ochart tropezara con serias dificultades para manejar la imprenta, y que, en vista de ellas, renunciara a seguir el oficio, vendiendo, además, por lo menos, parte del taller a Balli.

Tal es la única actuación que cupo a María de Figueroa en la historia de la tipografía mexicana del siglo XVI.

  —[131]→  

MELCHOR OCHARTE

(1599-1601)

Melchor Ocharte, no hay por qué dudarlo, era hijo de Pedro Ocharte y de María de Figueroa. Con la parte de la imprenta que, según nuestras deducciones, se había reservado su madre y que era evidentemente muy limitada, se estableció en el convento franciscano de Tlatelulco, situado en uno de los arrabales de México, para dedicarse allí a la impresión de las obras que le encargasen los miembros de aquella Orden, habiendo principiado a trabajar, por lo menos desde marzo de 1599, para dar fin en abril del mismo año a la impresión del Confesionario de fray Juan Bautista. En el siguiente terminó la Primera Parte de las Advertencias a los confesores de indios y aún empezó la Segunda, que vino a concluir en 1601 Luis Ocharte Figueroa.

¿A qué se debió semejante anomalía? No podríamos afirmarlo de una manera terminante, pero de las expresiones de fray Juan Bautista que se encuentran en aquel libro, se deduce que se sentía sumamente descontento de la falta «de aparejo» -son sus palabras- con que tropezaba para la impresión de la obra. Entre líneas, se deja comprender, sin embargo, que el disgusto del buen fraile procedía de que no estaba satisfecho de la competencia del impresor, y si hemos de juzgar del aspecto del libro y de las erratas numerosísimas y descuidos de toda especie con que salió, según en su descripción se advierte, razón sobrada le asistía.

Como la imprenta estaba montada en el convento y la impresión de la obra de Bautista iba ya en el tomo II, los padres tomaron, según parece, el temperamento de que se hiciese cargo de continuar el trabajo, Luis Ocharte, quien con muy buen acuerdo y para que no quedara duda de su filiación, agregó a su primer apellido el de Figueroa, que era el de su madre.

Posiblemente el descontento de Bautista con su impresor motivó en gran manera el que no se publicara la Tercera Parte de que debían constar sus Advertencias.

Salvo esos libros de Bautista y unas cuantas tesis universitarias, entre las cuales debemos contar algunas que llevan el pie de imprenta del Colegio de Santa Cruz284 -que bien pueden ser también obra de su hermano Luis-, sólo se cita por Beristain como obra de Melchor Ocharte, que dice se imprimió en México, en 1601, un libro del canónigo de Tucumán Bernardo de Vega, que nadie ha visto hasta ahora285.

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HENRICO MARTÍNEZ

(1599-1611)

Henrico Martínez se inicia en la carrera de impresor con el Compendio de las excelencias de la Bula de Cruzada de fray Elías de San Juan Baptista, en 1599, fecha en que tenía ya el título de intérprete del Santo Oficio. En el año siguiente se dedica con especialidad a la impresión de tesis universitarias. En 1602 imprime las Dudas acerca de las ceremonias de la misa, y poco a poco emprende obras de más aliento, casi todas de estudios científicos, y ya en 1604 inicia la publicación de sus propias producciones con su Discurso sobre la conjunción de Júpiter y Saturno, del cual no se conoce hoy ejemplar alguno, hasta dar a luz «en la Emprenta del mesmo autor», en 1606, su notable Reportorio de los tiempos, en el que, a imitación de otras obras europeas similares, incluyó en el texto una hoja con figuras movibles para las horas del día y de la noche.

Durante los años 1609-1610, probablemente por causa de las enfermedades que le aquejaban ya en 1606 y de sus ocupaciones «diferentes», sobre todo las que atañían al desagüe de las lagunas de México, no tuvo tiempo de dedicarse a las tareas de tipógrafo y cesa definitivamente en ellas a principios de 1611, con la publicación del Vocabulario de Arenas.

Martínez empleó en algunas de sus impresiones el escudo que se ve en esta página.

Este escudo no fue original suyo: lo usó primero en Sevilla, aunque con distinta leyenda, Martín Montesdoca, que trabajó allí durante los años 1553-1570: y desde 1578 a 15,39, Guillermo Drouy en Madrid. Cuando lo vemos poco después de esa última fecha aparecer en México, y cuando se sabe que Drouy y Martín eran franceses, es de sospechar, con visos de mucha probabilidad, que aquél le vendió su imprenta al segundo. Todo parece indicarlo así. La leyenda del escudo es la misma, y que puede leerse, en vista de la forma que reviste una de las letras: VIGÍLATE; o bien: ET ALIGA.

  —[133]→  

Henrico Martínez fue, en nuestro concepto, el más notable de los impresores mexicanos del período que estudiamos, considerado, no tanto como tipógrafo, cuanto como hombre de ciencia. Es indudable que bajo este punto de vista se estimaba fuera de su centro en una ciudad donde sus habitantes en ese entonces, según lo declaraba, no sin cierto dejo de amargura, vivían sólo preocupados de ganar dinero.

Según algunos, nació holandés o alemán286; otros le hacen natural de Ayamonte, en Andalucía287, y no falta quien crea que era mexicano, y que se educara en España288; pero era, indudablemente, de origen francés289, habiendo españolizado en esa forma su nombre, que debió ser Henri Martin.

Pero la actuación de Martín como impresor resulta completamente secundaria al lado de la que le corresponde como ingeniero. No es del caso referir aquí los antecedentes que originaron la idea de abrir un desagüe al valle en que está situado México. Bástenos con saber que hasta ahora no está bien esclarecido si el proyecto para realizar esa obra fue del jesuita Juan Sánchez o de Martín. Algunos creen que aquél dio la idea y que éste fue «el maestro de obras» encargado de ejecutarlas en el terreno290.

Principiaron los trabajos para abrir el socavón que había de dar salida a las aguas el 28 de noviembre de 1607, ocupándose en ellos cerca de quinientos mil peones, y ya el 13 de mayo de 1609 se pudo ver salir el agua de los lagos por el canal de Nochistongo al valle de Tula. Tenía el túnel 6,600 metros de longitud, por algo más de 3 y 4 de ancho y alto, respectivamente. Más tarde, Martín tuvo necesidad de hacer revestir la galería subterránea con refuerzos de mampostería. El P. Sánchez, a causa de dificultades que surgieron entre él y nuestro impresor durante el curso de los trabajos, cesó desde entonces de tener ingerencia alguna en ellos»291.

Como nadie volviera a preocuparse de la obra, Martín y el mismo Cabildo de México manifestaron la conveniencia de repararla, sin más resultado que el que se verificase una visita de inspección, y sólo en 1626 se decidió reforzar los bordes de la galería conforme al proyecto presentado por Adrián Boot, que no llegó a ejecutarse, pues en el año inmediato siguiente, a causa de haberse inundado la ciudad por la rotura del dique del río de Cuautitlán y en virtud de nuevas gestiones del Ayuntamiento, fue éste autorizado para arbitrar las medidas que creyera convenientes, nombrando en consecuencia una comisión compuesta del mismo Boot y de Martín y de otros dos técnicos, que informó en el sentido de que debía   —[134]→   adoptarse el temperamento radical de verificar el desagüe por un canal a tajo abierto.

«Hasta 1629 no se decidió el de Cerralvo a continuar los trabajos en el desagüe directo: en cuatro meses se logró limpiar el túnel hecho por Enrico Martín, pero repentinamente la boca de ese túnel quedó cerrada, las aguas del río de Cuautitlán refluyeron sobre la laguna de Zumpango, desbordose el lago, y de uno en otro vaso la creciente pasó hasta amenazar a la ciudad con un peligro inevitable. Algunos historiadores atribuyen a desgracia la obstrucción del túnel, y así lo indicó Enrico Martín, diciendo que unas lajas desprendidas de la bóveda cerraron el paso a las aguas; pero más general y probable es la versión de que Enrico Martín deliberadamente causó aquel perjuicio. Refiérese que cansado el ingeniero de la constante y larga lucha que había tenido necesidad de sostener, unas veces con los virreyes, otras con los oidores, otras con el cabildo y casi siempre con envidiosos e ignorantes rivales, llegó a exacerbarse en su disgusto cuando supo que era voz general y aceptada que el túnel abierto por él no representaba ninguna utilidad y era un trabajo inútil, representando grandes sumas de dinero innecesariamente gastadas. Entonces, para probar que su obra era la llave de las aguas y la salvación de México, en un momento de exaltación mandó cerrar la boca del túnel y las consecuencias fueron tan seguras como terribles.

«En el momento en que el virrey comprendió lo que había pasado y la proximidad del peligro, mandó aprehender y procesar a Enrico Martín, nombrando por juez especial de su causa a don Fernando Carrillo; excusose el cosmógrafo con no haber tenido culpa en que se obstruyese la boca del socavón, porque la falta de dinero no le había permitido reparar la bóveda, y una parte de ella, desprendiéndose, había presentado el obstáculo a la salida de las aguas. Protegió el Ayuntamiento a Enrico Martín; el juez Carrillo no pudo o no quiso encontrarle culpable, y se le mandó poner en libertad pocos días después de su prisión, previniéndole que inmediatamente se encargase de la obra, proponiendo los gastos y trabajos necesarios para remediar el mal; pero que si por su edad y enfermedades no podía ocurrir personalmente a los trabajos, nombrase persona hábil que le sustituyese.

«Pero era por desgracia para México demasiado tarde; el 21 de Septiembre de 1629 se proveyó la libertad de Enrico Martín, y el 22, al amanecer, las aguas habían invadido la ciudad, alcanzando en algunas calles la inundación una altura de dos metros».

La ejecución del desagüe a tajo abierto, después de multitud de incidencias que no es del caso referir, fue decretada al fin por el virrey Marqués de Cadereita en 1637.

«Ya en esta época no existía Enrico Martín. El 2 de enero de 1631 había sido nombrado juez superintendente del desagüe el oidor don Juan Villabona Zubiaurre, señalándole un sueldo de doscientos pesos mensuales, que el oidor renunció. El nuevo superintendente visitó las obras y presentó un informe contra ellas y contra Enrico Martín tan duro como injusto. El ingeniero representó al Virrey defendiéndose de las acusaciones de Villabona; pero con tal desdén se trató entonces al viejo y achacoso cosmógrafo, tan agria fue la reprimenda del Rey, que no pudiendo soportar tanta ingratitud, después de tan acertados planos como había presentado y tan rudos trabajos como había tenido que ejecutar, la muerte le sobrevino a poco tiempo».

  — [135]→  

Como muestra de los conocimientos de Enrico Martín nos ha quedado su Reportorio de los tiempos y historia natural de Nueva España, que hemos descrito bajo el número 228 y cuya portada damos aquí en facsímil.

Contienen, sin duda, errores algunos de sus cálculos, pero como observaba don Carlos de Sigüenza y Góngora, «fue sin culpa de Enrico Martínez, porque habiendo entonces sólo ocho años que se habían hallado los anteojos de larga vista, es cierto que no los habría en México»292.

«Escribió también Enrico Martínez las siguientes obras: Agricultura de la Nueva España sobre la cría de ganados, labores, huertas, jardines, etc., acomodada a su clima y temperamento. De fisionomía de rostros, en que se enseña cómo se podrá por medio de ella y de los actos que hacen los niños a ciertos tiempos, rastrear sus complexiones e inclinaciones para elegirles conforme a ellas el oficio y estado. De estos dos tratados habla el mismo autor en el prólogo de su Reportorio. Discurso sobre la magna conjunción de los planetas Júpiter y Saturno, acaecida en 24 de diciembre de 1603, en el 9 g. de Sagitario. Impreso en México, 1604. en 49 treinta y dos Mapas de la Costa Sur, de la Nueva España, de sus puertos, ensenadas, cabos, etc. Se hallan en el Archivo General de Indias entre los papeles del viaje de Sebastián Vizcaíno»293.

Para más datos de su vida y obras véase lo que decimos en las páginas 31-32 del tomo II de esta obra294.

A lo expresado allí agregaremos que en el Archivo de Indias encontramos la noticia de haber sido autor de un «Mapa de la comarca de México y obra del desagüe».

En 1637, a ser exacta la noticia de Beristain, Adrián Bot, otro paisano suyo, dio a luz en la misma México, un Informe sobre el desagüe de México y obras de Enrico Martín.

«Enrico Martín era un hombre de gran actividad, de inquebrantable con ancia y de vastos conocimientos; había sido nombrado por el Rey cosmógrafo real, era intérprete de la Inquisición, impresor de libros, astrólogo, frenólogo y matemático hidráulico;295 pero, fuera de todo esto, la   —[137]→   obra colosal del desagüe del Valle de México hubiera bastado para inmortalizarle. La ruin envidia de sus contemporáneos y la ingratitud de los gobernantes eclipsó durante dos siglos y medio la gloria y la fama de este hombre, y sólo hace siete años se pensó en levantarle un monumento que mostrara la gratitud de los mexicanos, recordando los grandes servicios que le debió la capital del Virreinato y de la República»296.

  —[138]→  

LUIS OCHARTE FIGUEROA

(1600-1601)

Al hablar de Melchor Ocharte, hemos dicho ya que eran sin duda hermanos, y Luis, con toda seguridad, hijo de Pedro Ochart y de María de Figueroa. Queda también indicada la actuación que le cupo en la impresión de la Segunda Parte de las Advertencias para los confesores del P. Bautista y las circunstancias que mediaron, según lo que creemos, para que continuara en el convento del Tlatelulco a cargo del taller que había principiado a regentar su hermano, siendo lo más probable que entrara a reemplazarle antes de expirar el año de 1600, cesando de hecho en sus funciones en 1601, una vez que dio término a la impresión de aquel libro.

Decíamos también que el pie de imprenta del Colegio de Santa Cruz corresponde al del convento de Tlatelulco, y con tal motivo es llegado el caso, no de historiar la fundación de aquel colegio -tarea que sería ajena al propósito de estas páginas297- sino de hacer mención de algunos de los indios que en él ejercieron el arte tipográfico, en escala modesta, pero con eficacia incuestionable, como que ellos estaban en situación de comprender el idioma mexicano, que era el propio, incomparablemente mejor que los españoles, llegando por esta causa a ser factores importantísimos en la tarea de dar a los moldes las obras de los religiosos escritas en aquella lengua.

No faltaron espíritus timoratos que desde un principio levantaron la voz protestando de la enseñanza que allí se dispensaba a los indios, sobre todo en cuanto se refería a la del latín. Como muestra, léase lo que Jerónimo López decía en carta al Emperador, fecha 20 de octubre de 1541, a saber, que el haber enseñado a leer y escribir a los indios «había sido muy dañoso como el diablo», «y no menos peligroso el que a una gente tan nueva e tosca en las cosas de nuestra fe, se le comenzaran a aclarar y predicar los artículos de la fe e otras cosas hondas, para ponerles dudas y levantar herejías, como se han platicado algunas...»298.

Encargáronse los franciscanos de salir en defensa de los indios, y uno de los más ilustres de entre ellos, el P. Mendieta, expresaba, en respuesta a aquellos ataques:

«Las razones que daban los contrarios a este estudio eran, la primera, que el saber latín los indios de ningún provecho era para la república, y   —[139]→   esto la experiencia ha mostrado ser falsísimo, porque con estos colegiales latinos aprendieron su lengua perfectamente por arte los que bien la supieron, y con su ayuda de ellos tradujeron en la misma lengua las Doctrinas y tratados que han sido menester para enseñamiento de todos los indios, y los impresores con su ayuda los han impreso, que de otra manera no pudieran»299.

Fray Bernardino de Sahagún300 se expresaba en términos análogos, y el mismo fray Juan Bautista301 reconocía en frases entusiastas la ayuda que aportaron los indios en la redacción de su Vocabulario eclesiástico para los predicadores, que uno de ellos hizo la mayor parte de la versión al mexicano del libro de la Vanidad del mundo del P. Estella, la del Flos Sanctorum y la de la Exposición de los preceptos del Decálogo. El P. Alonso de Molina tuvo auxiliares en ellos para la composición de su Vocabulario mexicano-castellano, y el P. Gaona para sus Coloquios de la paz y tranquilidad cristiana. Entre ellos, merecen especial mención Fernando Ribas302, el primero entre los intérpretes, y Agustín de la Fuente303 y Diego Adrián304 como cajistas. García Icazbalceta añade que los tipógrafos indios no sólo trabajaron en la imprenta del Convento de Tlatelulco, sino también en otras de la ciudad305.

DIEGO LÓPEZ DÁVALOS

(1601-1615)

Diego López Dávalos se menciona como impresor establecido ya en México en 1601; y es casi seguro que así debió de ser, porque ya a mediados del siguiente año daba fin a la Vida de fray Sebastián de Aparicio de fray Juan de Torquemada. Tenía entonces su taller en el Colegio Real de Santiago Tlatilulco, y como cajista al holandés Cornelio Adriano César, cuya presencia en ese lugar explicaremos al hablar de la persona de éste. No sabríamos decir si continuó radicado allí, si bien ya en 1604 se le ve figurar, con la particularidad muy digna de notarse por cierto, de que en   —[140]→   ese año, no sólo imprimía, sino que también fue editor del Libro de la miseria y brevedad de la vida, de fray Juan Bautista.

No hay antecedente preciso y categórico que nos permita afirmar cómo hubo su imprenta, pero el grabado que puso en la portada de su obra capital, el Liber quatuor passiones Christi, de Navarro (reproducida en la página 114)306 y que había empleado ya Antonio de Espinoza, el escudo acostumbrado por éste y usado también por López Dávalos; y por tales indicaciones y la comparación de los tipos empleados por ambos, se puede casi afirmar que el taller lo adquirió de los herederos de aquél.

Ese libro es realmente una obra maestra tipográfica por el papel empleado en ella, música notada y sus páginas a dos tintas, admirablemente retiradas, siendo también la última mexicana y única del siglo XVII en que se empleasen los caracteres góticos. Ella sola basta para acreditar a López Dávalos como un gran impresor.

Al libro de Bautista editado por López Dávalos debemos añadir el Sermonario en lengua mexicana del mismo autor; la Vida de San Nicolás de fray Francisco de Medina, en 1605, y los Coloquios espirituales de González de Eslava, que vieron la luz en 1610.

Su última obra fue el Camino del Cielo de fray Martín de León, que salió a la circulación poco después de agosto de 1611. No es posible determinar la fecha exacta de su muerte, pues si bien se cita un impreso (número 263) que se dice lleva en la portada el nombre de su viuda, hay motivos sobrados para creer que tal noticia es errónea307, pero sí puede afirmarse que ese pie de imprenta se lee ya en un libro publicado en 1613, el Confesionario en Lengua Timuquana de fray Francisco Pareja. No es, pues, aventurado conjeturar que López Dávalos ha debido fallecer entre los últimos meses de 1611 y los primeros de 1613.

Su viuda, que no hemos podido descubrir cómo se llamaba, llevó a la imprenta para que corriese con ella a Cornelio Adriano César, quien permaneció a su frente hasta principios de 1615, en que se cerró, acabada la publicación de los Quatro libros de la Naturaleza de fray Francisco Ximénez.

Sospechamos que después de haberla tenido cerrada algún tiempo, y sin duda por la dificultad de administrarla, la viuda de López Dávalos la vendería a Diego Garrido, pues, sin duda alguna, ciertas relaciones mercantiles existían ya entre ambos desde 1615, fecha en que el libro de Ximénez a que aludimos, impreso por la viuda de López Dávalos, se vendía en la tienda de aquél.

Por la identidad de sus dos apellidos tenemos por probable que fray Leonardo López Dávalos, que se ve figurar más adelante en esta bibliografía, pudo ser hijo de nuestro impresor, hecho que veremos comprobado en otro caso similar análogo.

  —[141]→  

CORNELIO ADRIANO CÉSAR

(1602-1633)

La historia de los primeros años de César en México, su patria, y accidentes que allí le ocurrieron, constan del siguiente extracto de la causa que le siguió el Tribunal del Santo Oficio y que motivó su salida en el auto de fe allí celebrado el 25 de marzo de 1601:

«Cornelio Adrián Cessar, impresor de libros, de edad de veintiséis años, natural de la ciudad de Harlem en Holanda en los estados de Flandes: fue preso y testificado del propio delito y guarda de la dicha secta de Lutero. Tuvo siete testigos, contra los cuales se procedió en este Santo Oficio por herejes, los cuatro contestaron en decir que le habían oído alabarse de que había andado en compañía de los herejes en las guerras contra los católicos; los demás son singulares, que deponen de presunciones y sospechas contra él. Confesó, después de recibida la causa a prueba, haber sido luterano, y aunque tuvo algunas variaciones desde el tiempo de su creencia, últimamente asentó en que la había guardado desde edad de ocho años hasta después de preso, sabiendo que era contraria a la evangélica de gracia de Jesucristo, Nuestro Señor. Satisfizo bien a todo lo contra él testificado. Fue condenado a auto, vela, hábito y cárcel por tres años, y que los dos primeros esté en el convento de Santiago Tlatelulco recluso, para que sea instruido en las cosas de nuestra santa fe católica y religión cristiana, y el otro año en la cárcel perpetua; confiscación de bienes y que no salga de la Nueva España sin licencia del Santo Oficio»308.

Parece que en conformidad a la sentencia inquisitorial, César fue puesto en el Colegio Real de los franciscanos de Tlatilulco para aprovechar sus servicios como impresor en el taller que allí tenía montado Diego López Dávalos, y el hecho es que en 15 de julio de 1602 suscribe como cajista la Vida de fray Sebastián de Aparicio de Torquemada, que debe haber comenzado a componer, probablemente, el año anterior, es decir, luego de haber salido en el auto en 25 de marzo, tanto por la extensión de la obra, que debió demandar para su composición un lapso de tiempo considerable, como porque algunos de los preliminares de la misma son de aquella fecha.

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No tenemos noticia de otro trabajo ejecutado por César en la imprenta de López Dávalos, de tal modo que es posible que, una vez expirados los tres años de su condena, se separase de aquél, y el hecho es que sólo en principios de 1609 se le vuelve a ver figurar como impresor, trabajando con Jerónimo Balli, y en 1611 con la viuda de Pedro Balli, a cuyo lado continuó durante los años de 1612 y 1613, y en 1614, siempre en la misma casa, de propiedad entonces de los herederos de Pedro Balli, para pasar en ese último año al taller de la viuda de López Dávalos, a quien acompañó hasta principios de 1615, fecha en que aquél se cerró, pasando probablemente a poder de Diego Garrido, en cuya compañía se le ve trabajar hasta 1620. Desde entonces piérdese su huella, hasta que en 1633 por única y última vez aparece su nombre como impresor de Bernardo Calderón. Por ese entonces debía andar bordeando los sesenta años, circunstancia que nos induce a creer que debe haber muerto poco después del 30 de octubre de aquel año, fecha que lleva el impreso a que aludimos.

JERÓNIMO BALLI

(1608-1610)

Jerónimo Balli aparece en los anales tipográficos de México por primera vez en 1608, y con oficina propia, al pie de una tesis universitaria de corta extensión. Pero al año siguiente sale de su imprenta la Ortografía castellana de Mateo Alemán, impresa por Cornelio Adriano César.

Es casi seguro que Jerónimo Balli fuese hijo de Pedro Balli, y hermano, por consiguiente, del licenciado Juan Bautista Balli, pues si bien éste en el expediente de que dejamos hecha referencia más atrás, habla solamente de su madre viuda y tres hermanas doncellas, lo hizo, al parecer, para interesar al Rey en que les concediese alguna merced, callando la existencia de sus hermanos, que por uno de tal podemos considerar a Jerónimo309.

Trabajó sólo hasta principios de 1610, siempre con César. Por causa que ignoramos, al año siguiente pasó su establecimiento a poder de la viuda de Pedro Balli, esto es, si nuestras suposiciones no fallan, a poder de su madre.

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VIUDA Y HEREDEROS DE PEDRO BALLI

(1611-1614)

La viuda de Pedro Balli, se llamaba, como hemos dicho más atrás, Catalina del Valle, quien en 1611 se hizo cargo del taller tipográfico que había sido de su marido y que de 1608 a 1610 tuviera su hijo Jerónimo Balli. A su lado continuó como cajista Cornelio Adriano César hasta 1614310, siendo de notarse que en los dos últimos años y en los contadísimos impresos salidos de su tipografía, ésta se titulaba de los «Herederos de Pedro Balli», lo que indicaría que Catalina del Valle murió en 1613, en cuyos derechos sucederían sus hijos.

JUAN RUIZ

(1613-1675)

A ser exacta la noticia del libro a que se refiere nuestro número 263 -que tenemos por destituida de fundamento-, Juan Ruiz ha debido empezar su carrera de impresor en 1612, como cajista de la oficina de López Dávalos. A las razones que dimos para sostener aquella tesis, conviene agregar ahora que esa afirmación se aviene muy mal con el hecho de que al año siguiente, esto es, en 1613, Juan Ruiz aparezca con imprenta propia.

Su nombre desaparece, sin embargo, durante los años de 1618-1621, para volver a presentarse en 1622 al pie de la portada grabada del Concilium Mexici de 1589 y dos años más tarde en otro libro, con portada también grabada, la Crónica de Grijalva.

Piérdese nuevamente durante otros tres años, de 1632 a 1635. Síguense todavía en su carrera de impresor ciertas lagunas, algunas hasta de dos   —[144]→   años (1665-1666), a causa, probablemente, de que se ocupase de la impresión de piezas cortas, novenas, tesis, carteles y sobre todo Cartillas, que no han llegado hasta nosotros, pues existe un documento que prueba que en el año 1669, fecha de la cual no se conoce obra alguna suya, trabajaba en su taller junto con sus oficiales Baltasar de Mendoza y Feliciano Ruiz, este último hijo suyo quizás311.

Adviértase todavía que al hablar de Garrido haremos presente que en 1622 Ruiz se opuso, aunque sin resultado, a que se le concediese privilegio para la impresión de esas Cartillas, alegando que en su casa se imprimían también chicas y grandes en lenguas castellana, latina y mexicana.

Ruiz gozó de la confianza del Santo Oficio, cuyo impresor era por los años de 1667312.

Su último trabajo de aliento fue la Geográfica descripción de Burgoa, que imprimió en 1674. «Lunes 17 de junio de 1675, dice el licenciado Robles en su Diario, murió Juan Ruiz, impresor y astrólogo, a las siete de la mañana.»

Es curioso y digno de notarse que en el espacio de más de sesenta años que abarcan sus tareas tipográficas, en ninguna de ellas cuidase de expresar dónde se hallaba situada su casa.

Este calificativo de astrólogo que Robles aplica a Juan Ruiz se explica por el Discurso sobre la significación de dos impresiones meteorológicas impreso en 1653, que revelan que poseía una ilustración muy superior, no sólo a la de sus colegas, sino también a la de sus compatriotas en general.

Ese calificativo nos hace sospechar también que es probable que Ruiz publicase los calendarios de su época, quizás a contar de aquel mismo año. No se tiene, en efecto, en cuanto sepamos, noticia de otros que de los dos que dio a luz Ruiz Lozano en 1651 y 1652, año en que éste se marchó a Lima. La coyuntura para su publicación parecía, pues, muy favorable, faltando el que los hacía; y si a esto se agregan los conocimientos del impresor en materia astronómica y que con el título de astrólogo que le aplica Robles se designaba en América durante el siglo XVII a los que redactaban los almanaques, que era de regla contuviesen lo que se llamaba «juicio del año», esto es, las predicciones relativas al tiempo y los anuncios de los eclipses, son antecedentes que pueden autorizar nuestra suposición.

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DIEGO GARRIDO Y SU VIUDA

(1617-1627)

Diego Garrido se ve aparecer por primera vez en 1615, como mercader, con tienda «á la esquina de la calle de Tacuba», sin que se diga propiamente librero, ni menos impresor. Su casa se anunció como lugar de venta para las Advertencias á la Gramática, impresas en aquel año en casa de Juan Ruiz. Los Quatro libros de la naturaleza de fray Francisco Ximénez publicados en aquella misma fecha se vendían también en su tienda.

En los comienzos de 1620 resulta ya con imprenta, probablemente la que había sido de López Dávalos, que dirigía Pedro Gutiérrez, regente o cajista, que sin duda no era único en el establecimiento, como que Cornelio Adriano César figura firmando la Doctrina christiana del Padre Coronel, que, en rigor, puede considerarse como parte de sus Discursos predicables313 a que tendremos todavía que aludir.

En un interesante documento existente en el Archivo de Indias, que lleva la fecha de aquellos días, Garrido se titula librero e impresor. Aludimos a la licencia que obtuvo en ese doble carácter del Virrey Marqués de Guadalcázar, en 17 de febrero de 1621, «para poder imprimir las Cartillas que tenía enmendadas y añadidas en lengua latina, castellana y mexicana»: muestras tipográficas y lingüísticas que habrían resultado de gran interés hoy día, pero de las cuales no se ha salvado ejemplar alguno. Confirmado que le fue ese privilegio por el virrey don Diego Carrillo de Mendoza, salió a contradecirlo Juan Ruiz, alegando que en su casa se imprimían asimismo «Cartillas chicas y grandes en dichas lenguas» (también perdidas para la posteridad), y que no se debía conceder a Garrido, por no haber sido autor de ellas. Garrido ofreció entonces servir graciosamente en su oficio en las cosas que se ofreciesen de Gobierno, reiterándosele la licencia por diez años, en 9 de septiembre de 1622314.

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Garrido empezó a llamarse mercader de libros en ese año 1621, como acaba de verse, siempre con su tienda en la calle de Tacuba y con su imprenta dirigida por Gutiérrez. En 1622 desaparece el nombre de éste de las portadas de los libros impresos en la casa y continuaron saliendo los pocos cuya impresión se le encomendó simplemente como de la Imprenta de Diego Garrido. El último que conocemos que lleva la portada en esa forma, salió en principios de 1625, año en que Garrido debió fallecer, continuando su viuda (cuyo nombre no aparece) a cargo del taller hasta fines de 1628315, en que de nuevo se ve figurar en él a Pedro Gutiérrez como cajista o regente. Es posible que ya en esos días se hubiese desprendido la viuda de Garrido de su tienda de libros, pues los últimos que conocemos impresos en su casa se vendían en la librería de Francisco Clarín, en la calle de San Francisco, o en la de la calle de la Azequia, habiendo pasado el establecimiento, según es lo más probable, a poder de Diego Gutiérrez.

JUAN BLANCO DE ALCÁZAR

(1620-1626)

Juan Blanco de Alcázar, que de ordinario se firmaba simplemente Juan de Alcázar, era, sin duda, hombre de alguna ilustración, como que cuando se inició en la capital en su carrera de impresor, a principios de 1617, estaba graduado de bachiller por la Universidad. A esa circunstancia se debe quizás el que se le confiara la impresión de obras tan importantes como el Manual de fray Martín de León, y el Sitio de México de Diego Cisneros, cuya portada y el retrato del autor, grabados por Estradamus, que damos en facsímil en las páginas 78-79 de nuestro tomo II316, le constituyen una de las obras tipográficas mexicanas más notables del siglo XVII. Esto sin referirnos a varios otros impresos de importancia, alguno de ellos en latín, como la Monastica theologia de fray Antonio del Pozo, que salió de su taller en 1618. Por de contado que los estudiantes ocurrieron también a él para que en 1623 les imprimiese la Floresta latina.

Blanco de Alcázar tenía su imprenta en la calle de Santo Domingo, pared de por medio con el edificio de la Inquisición.

Usó muchas veces en sus libros poner el día en que los acababa, volviendo al estilo clásico de los primeros impresores mexicanos, que así lo acostumbraron, siguiendo la práctica de los grandes tipógrafos peninsulares.

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A pesar de sus tareas tipográficas, Blanco de Alcázar no descuidó de proseguir sus estudios, de tal modo que cuando en 1624 salió a luz la Primera parte del Sermonario de fray Juan de Mijangos, su obra más notable como extensión, pudo firmarse «El licenciado Juan de Alcázar», si bien en otro folleto impreso por él en el año siguiente volvió a usar su antiguo título de bachiller.

El último trabajo tipográfico que Blanco de Alcázar ejecutó en México está datado en 25 de diciembre de 1627. Su nombre desaparece desde entonces de la tipografía mexicana, después de haberse ejercitado en ella con brillo nada común durante diez años; y ¡cosa singular! en 1646 se le ve aparecer de nuevo como impresor en Puebla de los Ángeles, para dar a luz de tarde en tarde cuatro obras de poco alcance, hasta mediados de 1650, en que firmó la última317.

Como se ve, existe en la carrera tipográfica de Blanco de Alcázar algo de anormal que no admite fácil explicación. Favorecido por la confianza de los autores de más prestigio, puede creerse que no le faltaba trabajo en la capital. Cesa en su labor y va a continuarla después de un largo interregno a provincia, para arrastrar una vida lánguida, sin brillo y sin resultados pecuniarios. ¿Qué motivó aquella cesación de sus tareas en México? No es fácil adivinarlo. Y acaso más tarde cuando quiso reasumirlas se encontró con competidores acreditados que le alejaron de la capital.

El que termine sus funciones de impresor en aquella ciudad en 1627; el que se vea aparecer su nombre en la portada de un opúsculo salido a luz en Puebla en abril de 1646318, y el que Robledo imprima, o por lo menos firme sus trabajos sólo en 1643, dejan así lugar a suponer que bien pudo ser obra suya el Arco Triunfal del P. Salgado, y, por lo tanto, el introductor de la tipografía en la Puebla de los Ángeles.

PEDRO GUTIÉRREZ

(1620-1621)

Pedro Gutiérrez empieza a figurar como cajista o regente del taller de Diego Garrido al tiempo que éste lo abrió a principios de 1620. Fue él, por consiguiente, quien compuso los Discursos predicables de fray Juan Coronel y otras obras de menor importancia salidas de aquella imprenta. La última que lleva su nombre en la portada es el Sermón de fray Jerónimo Rubión, dado a luz en los últimos meses de 1621.

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MARTÍN DE PASTRANA

(1623)

Nos inclinamos a creer que Pastrana debió pertenecer a la familia de los impresores sevillanos Gómez Pastrana, alguno de los cuales ejerció la tipografía en Lima. Con más probabilidad aún, que fueron deudos cercanos del impresor mexicano, Roque y José de Pastrana, que en el año recordado de 1623, como estudiantes de retórica contribuían con sus composiciones para la Floresta latina descrita bajo el número 350 de nuestro tomo II319.

DIEGO GUTIÉRREZ

(1628-1643)

Diego Gutiérrez era, probablemente, hijo de Pedro Gutiérrez, tipógrafo que ejerció su arte en la capital en los años de 1620-1621, y empieza a figurar en 1628 como cajista o regente del taller en que había servido su padre y que era entonces de propiedad de la viuda de Diego Garrido, quien, según parece, se lo vendió a su regente en 1632, en cuya fecha la tesis de fray Juan de Ayrolo (descrita bajo el número 427) resulta impresa «ex officina Didaci Gutierrez». A ese trabajo tipográfico de reducidísimas proporciones debemos agregar el Manual Mexicano de Lorra Baquio que Gutiérrez imprimió en 1634.

En esa fecha desaparece el nombre de Gutiérrez de las portadas de los libros mexicanos, para vérsele figurar de nuevo, en 1643, otra vez, y también la última, como cajista, y trabajando junto con Pedro de Quiñones, en la imprenta de la Viuda de Bernardo Calderón320. En aquel año se trasladó a Puebla, donde imprimió, en cuanto conocemos, un solo folleto, al menos que lleve su nombre: el Sermón de la Asunción del obispo don Bartolomé de Benavides.

Es posible que allí se deshiciese de su taller, traspasándolo quizás a Manuel de los Olivos.

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FRANCISCO SALVAGO

(1629-1638)

Francisco Salvago comienza a figurar en la tipografía mexicana en 1629 y quizás en 1627321 con imprenta propia, que abrió en un principio en la calle de la Azequia, y que en 1631 había transladado ya a la de Santo Domingo, en cuya fecha se intitulaba también mercader de libros. Al año siguiente cambió nuevamente de local, pasándose a la calle de San Francisco. En 1634 había llevado a su taller a Pedro de Quiñones, quien, según parece, corría con los trabajos tipográficos, mientras él se dedicaba a atender su tienda de libros. Desde mediado ese mismo año 1634 aparece decorado con el título de «impresor del Secreto del Santo Oficio» y a más con el de «ministro» del mismo Tribunal.

Cesó de imprimir en México por septiembre de 1638.

Sus trabajos principales fueron el Confesionario de Alva (n. 444); la Relación del sitio en que está fundado México de Cepeda y Carrillo (n. 484) y las Reglas para jueces de fray Jerónimo Moreno (n. 490).

Tenemos por probable que descendiente suyo fuese el clérigo don Antonio Salvago, autor de unas Oraciones piadosas, impresas en 1689 (n. 1456).

PEDRO DE CHARTE

(1630)

Se conoce un solo papel impreso por Pedro Charte y es la Relación breve, etc., de fray Jerónimo Moreno, que consta de dos hojas en folio y salió a la luz en 1630. No puede caber duda desde luego de que Charte debió ser de la misma familia, quizás hijo, de Pedro Ocharte, que españolizando aún más su apellido francés de Ochart, lo cambió por el de Charte.

Toda suposición puede parecer aventurada tratándose de un hecho bibliográfico tan extraño, ya que no se divisa continuidad alguna entre los trabajos tipográficos de Pedro Ocharte, el último de los cuales corresponde a 1592, y éste de 1630. Ni es posible precisar si Charte hubiese sido mero cajista de alguno de los establecimientos tipográficos que en ese año existían en la capital del virreinato, (como sucedió más adelante con Bartolomé de Gama en un caso análogo) ya que expresamente se afirma en el colofón que esa Relación fue impresa «en casa de Pedro de Charte».

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BERNARDO CALDERÓN

(1631-1641)

Bernardo Calderón, fundador de una familia de impresores, la más prolífica del siglo XVII, inició sus tareas en México a principios de 1631. Fue también librero desde un principio y abrió su tienda y oficina en la calle de San Agustín. En 1633 tenía como oficial a Cornelio Adriano César. Sus trabajos no fueron muchos en los primeros años, pero a contar desde 1639 aumentaron considerablemente, hasta su fallecimiento, ocurrido, según parece, en el año siguiente, y en todo caso antes del 17 de febrero de 1641.

Era natural de Alcalá de Henares322.

PEDRO DE QUIÑONES

(1631-1669)

Pedro de Quiñones comienza a figurar como cajista e impresor en el taller de Bernardo Calderón en fines de agosto de 1631. Dos años más tarde, le hallamos en la oficina de Francisco Salvago, en la cual continúa por lo menos hasta 1636. A mediados del año siguiente le vemos establecido con imprenta propia enfrente de la Casa Profesa323, para continuar con ella hasta 1640, pues ya en febrero de 1641 había pasado a ser cajista e impresor de la Viuda de Calderón, a quien acompañó por lo menos hasta 1669. ¿Comprole, acaso, aquélla su pequeño taller? Es lo más probable. Tenemos igualmente por cierto que en ese mismo año 1669 dejó de trabajar en la imprenta de la Viuda de Calderón, en vista de que cuando se hizo a los impresores las notificaciones a que hemos aludido en otra parte, sólo figuraban en el taller, la Viuda y su hijo Antonio Calderón.

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VIUDA DE BERNARDO CALDERÓN

(1641-1684)

La viuda de Bernardo Calderón llamábase doña Paula de Benavides y era sin duda mujer inteligente y activa, pues no sólo pudo conservar el taller fundado por su marido, sino que lo supo acreditar y obtener para él el favor de los Virreyes.

De su matrimonio con Calderón habían nacido Antonio, el primogénito, en 1630, y Gabriel, Diego, Bernardo, María y Micaela.

Su nombre, mejor dicho, su calificativo de viuda, se ve figurar por primera vez al pie de una hoja datada el 17 de febrero de 1641 (n. 540) y de ella resulta que había llevado a la imprenta como cajista a Pedro de Quiñones, que hasta hacía poco había tenido taller propio, a quien tal vez se lo compraría para agregarlo al que había sido de Calderón.

No sabemos merced a qué circunstancias, pero a las cuales no debió de ser ajena la de vérsele viuda y con hijos, obtuvo sucesivamente de los virreyes, Duque de Escalona, Conde de Salvatierra y del obispo gobernador don Juan de Palafox, el que se le concediese privilegio para la impresión de las cartillas, privilegio que el Conde de Alba de Aliste le renovó en 6 de julio de 1652, haciéndolo extensivo a México y Puebla324.

Con esto sólo tenía, como se comprende, bastante trabajo para su imprenta, pero, fuera de eso, salieron de su taller obras de no escaso volumen.

A Pedro Quiñones parece que lo tuvo empleado hasta fines del año de 1644, pero desde mediados del anterior, llevó también al taller a Diego Gutiérrez, y en 1645, por hallarse ya con aptitudes para el oficio, lo dirigía y servía de único impresor su hijo Antonio Calderón, que merece párrafo aparte. Consta que aún permanecía en él, solo, en 1669, siendo ya presbítero desde hacía más de diez años325.

En aquella misma fecha editó de su cuenta el Panegírico á la paciencia de don Luis de Sandoval Zapata; y, en 1681, el Breviloquio de fray Tomás de Velasco.

Es digno de notarse que en 1666 se llame su imprenta del Secreto del Santo Oficio, título que acaso le fue dado después de la muerte de Robledo, que había sido hasta 1647 el impresor titulado de la Inquisición326. Poco   —[152]→   más tarde lo fue también al menos en el hecho, de los oficios de Santos que se imprimían en la capital.

La Viuda de Bernardo Calderón falleció en 1684, después de principios de agosto327, cuando hacía pocos días a que el Virrey Conde de Paredes le había renovado por diez años el privilegio para que ella y sus herederos pudiesen imprimir las Cartillas y Doctrinas.

Muerta doña Paula de Benavides, su hijo don Diego Calderón Benavides ocurrió al Rey en solicitud de que ese privilegio se le reiterase hasta por veinte años, habiendo obtenido la siguiente real cédula:

El Rey.-Conde de Galve, pariente, gentil-hombre de mi cámara, mi Virrey, Gobernador y Capitán General de las provincias de la Nueva España y presidente de mi Audiencia Real de México, ó á la persona ó personas á cuyo cargo fuere su gobierno. En nombre de el bachiller don Diego Calderón Benavides, capellán del hospital de Nuestra Señora de la Concepción de esa ciudad, se me ha representado que á doña Paula de Benavides, su madre, impresora de libros, la concedió licencia y privilegio el Virrey Conde de Paredes, en veinticuatro de Julio de mill y seiscientos y ochenta y cuatro, para imprimir Cartillas y Dotrinas, ella y sus herederos, por diez años, que empezasen á correr desde veinte y siete de Enero de seiscientos y ochenta y cinco, y venderlos en toda esa gobernación, como hasta allí lo había hecho, y consta por el testimonio que se ha presentado; suplicándome que por haber fallecido su madre, quedado muchos herederos y padecido quiebras en la hacienda con la falta y carestía de granos y mantenimientos, fuese servido de conceder á los hijos y herederos de la dicha doña Paula de Benavides licencia y privilegio para poder imprimir Cartillas y Dotrinas y venderlas en esa ciudad y en toda esa gobernación por tiempo de veinte años, con las calidades y condiciones que se lo concedió el Conde de Paredes: en cuya vista he venido en recomendaros esta pretensión para que, en atención á los motivos expresados de quiebras y pérdidas de hacienda que han padecido, hagáis á estas partes la gracia correspondiente á ello, para que por este medio logren algún consuelo y alivio, que yo lo tengo así por bien. Fecha en Madrid, á veinte de Mayo de mill y seiscientos noventa y cuatro años.-Yo EL REY.-Por mandado del Rey, nuestro señor.-Don Juan de la Rea.-(Señalada con cuatro rúbricas.)-Archivo de Indias, 61-4-29.