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GERARDO FLORES CORONADO

(1786-1791)

Al hablar de don José Antonio de Hogal tuvimos ocasión de decir que Gerardo Flores Coronado estuvo empleado en la administración de correos de México desde 1774 y que fue procesado por falsedad en el ejercicio de su cargo. Su profesión, propiamente, era la de abridor de láminas, pero deseando establecer también imprenta, recurrió en demanda de la respectiva licencia, la cual estuvo sujeta a igual tramitación que la que se dio a la de D. José Francisco Dimas Rangel, de que luego hablaremos. En el hecho anduvo más afortunado que aquél en sus gestiones, pues, después de haber abierto algunos abecedarios, logró del director de Correos, a cuyas órdenes servía, que le concediese la impresión de las facturas que se necesitaban, y después de unos cuantos informes de pura fórmula, el Virrey, en 1º de octubre de 1783, le despachó licencia para abrir imprenta, la que estuvo situada en la calle de las Escalerillas. De esa imprenta sólo nos han quedado tres muestras: la primera del año 1786494; la segunda de 1788495 y la tercera de 1791.

Hemos dado cuenta también de sus gestiones para obtener la impresión de los billetes de lotería hechas en ese último año y de cómo fue preferida la propuesta de Hogal. Y nada más sabemos de la carrera tipográfica de tan curioso impresor mexicano.

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JOSÉ FRANCISCO DIMAS RANGEL

(1787-1789)

En el último cuarto del siglo XVIII vivieron en México el clérigo don Francisco Mariano Rangel y Alcaraz y el doctor don Pedro Rangel Alcaraz, cuyos nombres hemos tenido ocasión de apuntar en esta Bibliografía.

Don José Francisco Dimas Rangel, que posiblemente sería deudo de los dos personajes de su apellido que dejamos indicados, era natural de México, según afirma Beristain.

En 1784 se presentó al Virrey, exponiendo que con su industria había logrado hacer porción de letras de imprenta, con el fin de atender a la subsistencia de su «infeliz familia». Ponderaba las ventajas de su trabajo, y concluía por suplicar que, conforme a lo establecido por las leyes, se le otorgase licencia para «poner una oficina de imprenta». Dada vista de la solicitud al fiscal, opinó que debía pedirse informe al director de la Academia de San Carlos, que lo era entonces el famoso grabador don Jerónimo Antonio Gil. Agregose al expediente otro sobre igual solicitud presentada por don Gerardo Flores Coronado, y aún se habló de un tercero, promovido por don Juan Martínez de Soria.

En esta conformidad, dijo Gil, evacuando su informe: «He visto los moldes, punzones y matrices que ha fabricado don Francisco Rangel, y digo que para no haber tenido enseñanza ni dirección alguna en el arte tan útil y necesario en esta imperial ciudad y todo el reino, me parece le otorgue V. A. lo que pide dicho Rangel. Le ha bastado el haber visto tres o cuatro veces que ha venido á mi oficina á ver las máquinas y utensilios de que se compone este arte de fundir y lo ha imitado muy bien y lo irá mejorando con la práctica».

Vuelto el expediente al Fiscal, pidió entonces que por su parte informasen los impresores don José de Hogal y don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, como peritos, manifestando si hallaban algún inconveniente en dicha pretensión, «extendiéndose á expresar el pié y arreglo en que está el Arte de la Prensa».

Largos e interesantes en extremo fueron los informes de estos impresores, y por lo tocante a Rangel, al mismo tiempo que aprobaban su persona y elogiaban su talento, temían que no llegase a lograr mantener una verdadera imprenta y que, así, más bien se perjudicase el público y ellos los primeros.

D. José Antonio de Hogal, el impresor de Palacio, como sabemos, con ese motivo calificó a Rangel de «sujeto de tan notoria habilidad, que nadie puede negar, decía, la aplicación con que se ha dedicado á dar á el público   —208→   obras de su mano, tan perfectamente ejecutadas, que han merecido el aplauso de todos los inteligentes, en su ejercicio de relojero, y en otros de igual prolijidad y delicadeza, ha manifestado su instrucción y rara habilidad. El motivo que tuvo para dedicarse á la fundición de caracteres de imprenta, fué sólo el haber visto los caracteres que yo hice para el uso de la Real Lotería, con cuyo estímulo comenzó á trabajar, y lo ha conseguido con tanta perfección, que he visto en su casa abundante número de punzones y matrices hechos de su mano para todas castas de letras; de modo que, dándole á su mérito el lugar que merece, será utilísimo para el público y para los impresores el que este sujeto se numere por uno de ellos, por lo que puede contribuir por su aplicación y habilidad notoria á el adelantamiento de este nobilísimo arte».

Con su vista, el Fiscal fue de opinión que se concediese a Rangel licencia para establecer la imprenta, con expresa calidad que, dentro del término que se le señalase, trajese imprenta de España, o, lo que tanto importa, saliéndose por la tangente, que perdiese su trabajo y cesase en su laudable empeño. Y a renglón seguido añadía: «y porque la fábrica de estos punzones ha sido siempre en España, y en esta parte puede sentir perjuicio su comercio», que se diese cuenta al Rey para que resolviese «si se había de permitir en estos reinos la fundición de punzones y letras de imprentas, o se ha de traer precisamente de España».

De acuerdo con lo dictaminado por el Fiscal, el Virrey dio cuenta al Monarca, en 27 de mayo de 1785, exponiendo los hechos que dejamos recordados y concluyendo por hacer la consulta, así en cuanto a la aprobación de la gracia concedida a Rangel, «como en cuanto á si en tal caso es necesario que traiga de España la letra y todos los demás utensilios para la imprenta».

Tramitado el negocio en el Consejo de Indias, «ha resuelto S. M., decía la real orden del caso, de 23 de Septiembre de 1786, que, así los referidos, como cualesquiera otros impresores de ese reino, hagan conducir de éstos las letras y demás utensilios que necesiten para sus imprentas»496.

Por fortuna para Rangel, en México acababa de resolverse otra cosa, pues, en 10 de mayo, de ese mismo año, obtuvo la licencia que pretendía497 y con efecto empieza a figurar como impresor en los primeros meses de 1787, hasta cuya fecha estuvo probablemente ocupado en fundir los caracteres que habían de servirle para su imprenta, la cual estableció en su misma oficina de relojería498, ubicada en el Puente de Palacio; pero permaneció en funciones sólo hasta 1789, fecha en que tenía su taller en el Portal   —209→   de Mercaderes499, y trabajó tan poco que no se conocen sino seis obras tipográficas de su mano500, contando entre ellas un opúsculo suyo501, impresas todas con caracteres fabricados por él.

Sea por falta de clientela o ya porque sus ocupaciones de relojero y fundidor502 le resultasen más lucrativas, el hecho es que cesa en sus tareas de impresor en 1789, como decíamos, afirmación que hacemos en vista de que, fuera de no conocerse ningún trabajo tipográfico suyo posterior, en ese mismo año aparece por la Imprenta de los Herederos de Jáuregui su Discurso físico sobre la formación de las auroras boreales503, cosa que no es probable aconteciera si hubiese conservado hasta ese entonces su propio taller.

En 1791, dio a luz su Impugnación del sistema de la formación de las auroras boreales de don Antonio León y Gama.

Aún vivía en mayo de 1814, y se ocupaba con todo éxito en el grabado y fundición de letras de imprenta504.

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JOSÉ FERNÁNDEZ JÁUREGUI

(1791-1800)

Ya queda dicho que D. José Fernández Jáuregui era, probablemente, según se desprende de su segundo apellido, sobrino del licenciado don José de Jáuregui, y en 1791505 entró a figurar como propietario de la imprenta que había estado bajo el nombre de los Herederos de éste desde su muerte, ocurrida en 1778; si bien, como queda también indicado, ese último pie de imprenta se conservó en las portadas de los trabajos tipográficos salidos del taller hasta dos años más tarde. Entre los herederos de Jáuregui se contaba con seguridad Fernández, pero ignoramos en qué condiciones pasó a obtener la propiedad del establecimiento fundado por su tío. El hecho es que por ese entonces tenía ya el título de bachiller, que debía ser en teología, puesto que era clérigo.

La imprenta continuó ubicada en la calle de San Bernardo hasta 1793, año en que fue trasladada a la esquina que forman las de Santo Domingo y Tacuba506.

Fernández de Jáuregui falleció a fines del año 1800507.

HEREDEROS DE FELIPE DE ZÚÑIGA

(1793-1795)

Muerto don Felipe de Zúñiga y Ontiveros en la segunda mitad del año de 1793, según queda dicho, continuó su imprenta bajo el nombre de sus herederos, sin interrupción alguna, según parece, cosa que se explica muy bien cuando sabemos que su hijo don Mariano de Zúñiga tenía a su cargo desde tiempo atrás casi todo el trabajo y manejo del taller; pero sin duda no sería este el único heredero cuando, sin contar el hecho mismo de que el establecimiento no entrase a figurar desde luego con su nombre, existe un impreso de 1794, cuyo autor era el impresor don Mariano, en que expresamente   —211→   se declara que salió de la oficina de los herederos de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros508.

Continuó la imprenta bajo esa firma hasta el mes de abril o mayo de 1795, en que pasó a ser de propiedad de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros509, y permaneció radicada en la calle del Espíritu Santo.

MARIANO JOSÉ DE ZÚÑIGA Y ONTIVEROS

(1795-1825)

Don Mariano José de Zúñiga y Ontiveros entró a suceder a su padre don Felipe de Zúñiga y Ontiveros en la propiedad de la imprenta, como le sucedió también en la redacción de la Guía de forasteros y del Calendario, cuyo privilegio pasó a ser suyo junto con la propiedad del taller tipográfico, y de que años más adelante se aprovechó haciéndolo extensivo a los que se necesitaban para la Puebla de los Angeles.

Para la dirección de éste estaba ya instruido en el arte desde tiempo atrás, y para la redacción de aquellos opúsculos y del Pronóstico de temporales le abonaban las enseñanzas de su padre y el título de «agrimensor titulado por S. M.» con que se hallaba decorado no sabemos desde cuándo, pero ciertamente en 1795.

Su labor tipográfica fue considerable, habiendo tenido a su cargo la impresión del Diario de México desde mediados de 1809 hasta su conclusión en 1812, y de su taller salieron, además, una multitud de opúsculos ascéticos y políticos y muchas, si no casi todas, las tesis de los graduandos en la Universidad. En los últimos años (1820) su imprenta era la del Superior Gobierno510.

Consta que en 1820 la administraba N. Paredes511.

Su actuación como impresor pasa de los límites de la presente bibliografía. Conocemos trabajos publicados en su taller en 1823, y por su testamentaria en 1826. Creemos por esto que su muerte ocurriría en 1825512.

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MARÍA FERNÁNDEZ DE JÁUREGUI

(1800-1815)

Por fallecimiento de don José Fernández de Jáuregui en fines de 1800, la imprenta que fue suya pasó a poder de doña María Fernández de Jáuregui513, porque si bien hasta 1803 las portadas de los trabajos en ella impresos llevan de ordinario simplemente la nota de haber salido de la Oficina de la calle de Santo Domingo, existe uno de 1801 en que aparece ya con su nombre514. Esta suscripción así en general desaparece ya definitivamente, como advertimos, en 1803, y la imprenta se llama desde entonces de propiedad de doña María Fernández de Jáuregui515.

¿Qué parentesco tenía ésta con don José Fernández de Jáuregui? No nos es posible afirmar si sería o no hermana, como parece indicarlo la identidad de sus apellidos, pero no resultaría por ello aventurado creer que en efecto lo fuese y que, a título de tal, entrara doña María en posesión de la imprenta516.

La señora Fernández de Jáuregui se manifestó como una mujer de trabajo y emprendedora. Sin contar con los numerosos opúsculos, y aún impresos de cierta extensión, que salieron de su taller, debemos recordar aquí que siguió también a cargo de los oficios de santos, de los cuales era titular su imprenta517, e imprimió el Diario de México durante los años de 1805-1806, y los dos primeros tomos de 1812-1813 del mismo Diario en su segunda época. Tenía también anexa a él una tienda de librería518.

El taller permaneció siempre ubicado en su antiguo local de la calle de Santo Domingo hasta el fallecimiento de su última propietaria, ocurrido en fines de 1815519. Continuó todavía abierto durante más de un año, con la simple designación de «Imprenta de la calle de Santo Domingo», hasta que a mediados de 1817 lo adquirió don Alejandro Valdés, que se trasladó al local que ocupaba con el material tipográfico que hasta entonces había tenido en la calle de Zuleta.

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JUAN BAUTISTA DE ARIZPE

(1807-1814) (1817-1821)

Son bastante precisos los datos de que disponemos para determinar la fecha en que don Juan Bautista de Arizpe inicia y concluye sus trabajos tipográficos. Así, sabemos que comenzó a imprimir el Diario de México el 1º de mayo de 1807520, establecido en la primera calle de la Monterilla, y que por «contrato especial» el taller pasó a figurar a nombre de don José María Benavente en los primeros días de enero de 1814521.

Arizpe había sucedido a doña María Fernández de Jáuregui en la impresión del Diario y la tuvo a su cargo hasta concluir el primer semestre de 1809, y en enero del siguiente año emprendió la de la Gazeta del Gobierno, que conservó hasta que traspasó la Imprenta, alcanzando a dar a luz cinco tomos de aquella publicación.

Esto por lo que toca al primer período en que Arizpe tuvo imprenta.

Expirado el contrato especial que había celebrado con Benavente, que no sabemos si fuera de arrendamiento o compraventa, ya por haberse enterado el plazo, o ya porque el comprador no cumpliese con lo pactado, es lo cierto que el taller volvió de nuevo a su poder en el mes de febrero de 1817522, esto es, al cabo de tres años y unos cuantos días. El taller estuvo esta segunda vez en su mismo antiguo local de la primera calle de la Monterilla y continuó en funciones durante todo el período que abarca la presente bibliografía.

Tenemos por las mejores de sus obras tipográficas el Pasatiempo militar de Bayón (n. 10610) y la Destreza del sable de Frías (n. 10252).

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MANUEL ANTONIO VALDÉS

(1808-1814)

Manuel Antonio Valdés y Munguía523 nació en México524 el 17 de julio de 1742525. En 1764, esto es, cuando contaba veintidós años, le hallamos como impresor del Real y Más Antiguo Colegio de San Ildefonso526, establecimiento que, como sabemos, cesó de funcionar en 1767 con motivo de la expulsión de la Compañía de Jesús, cuyo era.

¿Continuó Valdés ejerciendo su arte en alguno de los otros talleres tipográficos que por aquel entonces había en México, o se dedicó a tareas diversas?

Desde luego, es difícil de creer que en aquellos tiempos hubiera podido cambiar de la noche a la mañana la profesión que había abrazado, y, en efecto, existen antecedentes que prueban que el joven impresor de los jesuitas siguió ejerciendo el arte de imprimir en un establecimiento tipográfico de los que por ese entonces tenían abiertas sus puertas en México. Y ese establecimiento no debió ser otro que el de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, si consideramos que en cuantos libros figura el nombre de Valdés, ya como impresor o editor, según lo vamos a ver, todos aparecen impresos en aquel taller. Así, por ejemplo, El llanto de México, publicado en 1775, lleva entre sus preliminares la licencia del Ordinario a Valdés para que pueda imprimir el libro, que salió de casa de Zúñiga. Otro tanto sucede con la Suma moral de Ferrer, impresa también en casa de Zúñiga, en 1778, con la particularidad de que en ese documento se le concede privilegio para que «ningún otro impresor lo pudiese ejecutar». En el Bosquejo del heroísmo de Bucareli, que es de 1779, se intitula él mismo «impresor de esta Corte», y el libro sale igualmente de casa de Zúñiga. Y como en estos casos, en varios otros en los cuales se notan la doble circunstancia del carácter de impresor de Valdés y de que los libros en que figura su nombre aparecen todos publicados en aquel taller527. Puede aun   —215→   afirmarse que después del fallecimiento de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, Valdés seguía acompañando al hijo de éste, don Mariano José, y que con él debió permanecer hasta que, allá por el mes de octubre de 1808, se estableció con imprenta propia en la calle de Zuleta, según podrá verse en la portada de la Oración de Díaz Calbillo.

Ignoramos, naturalmente, las condiciones en que Valdés trabajara en casa de Zúñiga y Ontiveros, padre e hijo, y si las obras que editó fueron o no, en todo o en parte, de su propia cuenta o en compañía con sus patrones o socios.

Hay un hecho curioso, sin embargo, que demuestra que, si estaba en aquella casa, debió ser en condiciones ventajosas para él. Nos referimos a que Valdés encargó a Madrid una imprenta en 1792, precisamente en los días que precedieron a la muerte de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, pero no para sí, ni para México, sino para que con ella se estableciese en Guadalajara, donde aún no se conocía el arte tipográfico, un hijo suyo llamado don Mariano Valdés Tellez Girón528.

Posiblemente Valdés habría continuado en los mismos términos que hasta entonces, si a fines de 1807 su hijo radicado en Guadalajara no hubiese caído tan gravemente enfermo, que se vio en el caso de hacerlo llevar con su familia a la capital, y poco después, según parece, la imprenta que había comprado para él, circunstancias que le pusieron en el caso de abrirla allí de su propia cuenta. Tal sería el origen de su salida de casa de Zúñiga y de la fundación del taller, que desde octubre de 1808, como decíamos, comenzó a figurar con su nombre529.

Pocos fueron los trabajos que realizó con él, pues no pasaron tal vez de cinco durante el año de 1809530, habiendo continuado en funciones hasta que falleció el 8 de abril de 1814531.

Debe advertirse que el Consejo de Regencia, por real orden de 30 de noviembre de 1810 concedió a Valdés los honores de impresor de cámara532 que cuidó siempre, como era natural, desde que ese título le llegó a México, en principios de 1811, de estampar en las portadas de las obras   —216→   que salieron de su taller, y que en su tiempo gozó de la reputación de haber sido «uno de los mejores y más exactos impresores que tuvo México», al decir de Beristain533.

Pero la persona de Valdés merece llamar la atención, no sólo como impresor, sino también como literato. Beristain le calificaba de «bien instruido en las bellas letras» y en comprobación de su aserto cita no menos de doce obras suyas. Vale la pena de que hagamos mención por lo menos de algunas de ellas.

Iniciose en la palestra literaria cuando contaba apenas veintidós años y se hallaba de impresor en el Colegio de San Ildefonso, con el Romance heroico que escribió «por modo de consuelo» a la ciudad de Guanajuato con motivo de la muerte del padre jesuita Ignacio Rafael Coromina, que, en realidad, es bastante malo534.

En 1767 publica, también en verso, las Glorias, prerrogativas y excelencias del nombre de San José535, cuyo asunto, según cuida de decirlo en el prólogo, lo tomó del Año Josefino, asimismo detestable.

Algo más aventajado como poeta se muestra en su Canción a la vista de un desengaño, que imprimió en 1768 y que alcanzó por lo menos una segunda edición, pues hay más soltura en el verso y verdad en la expresión de los sentimientos, si bien, es justo reconocerlo, que había tomado como modelos para el asunto las producciones similares de otros ingenios mexicanos, especialmente la del jesuita P. Matías de Bocanegra, que fue quien inició ese género literario en Nueva España

Obra suya parecen ser también los Santos deseos de una buena muerte, publicada sin su nombre en 1783, pero que los aprobantes dan a entender haber sido compuesta por él -que sería su primer ensayo en prosa-, y que alguno de aquéllos califica de «preciosa».

Cuatro años más tarde escribe sus Apuntes de algunas de las gloriosas acciones del virrey D. Bernardo de Gálvez; en 1791 su Elogio de Carlos IV, volviendo a pulsar con él la lira poética, y por última vez, en 1808, los dos sonetos contra Napoleón, tema que estaba de moda entonces536.

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El mérito y la labor de Valdés no están ni deben buscarse, en concepto nuestro, en sus opúsculos, sino en la redacción y publicación de las Gazetas de México, que inició en principios de 1784. En el lugar correspondiente se verá la intervención que cupo a nuestro impresor en esa tarea magna para aquellos tiempos y cómo, en 1810, a pesar de sus protestas, el virrey Lizana, calificándole, en nota a la corte, de anciano impresor, destituido de los conocimientos necesarios para la dirección de la Gazeta, se la quita para dársela al Licenciado Noriega: medida que, en el fondo, obedecía más que a eso, a que Valdés se había asociado para la redacción de aquella hoja a don Juan López Cancelada, caído entonces en desgracia ante el concepto palaciego537.

Nos resta todavía que decir para terminar este bosquejo de la persona de Valdés, que, no contento con abarcar las tareas de impresor, las de diarista y autor de obras en prosa y verso, en 1793 se hizo empresario de coches, con las condiciones y privilegios establecidos en el bando de 6 de agosto de aquel año538.

ALEJANDRO VALDÉS

(1810) (1815-1831)

Alejandro Valdés, que es fácil de presumir era hijo de don Manuel Antonio, empieza a imprimir en oficina propia, establecida en la calle de Santo Domingo, en 1810, no podemos decir hacia qué época del año, porque las dos únicas obras suyas que se conocen de esa fecha carecen de preliminares539.

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Por causas que no sabríamos explicar, ninguna producción de esa imprenta se nos vuelve a presentar antes de 1815, fecha en la cual probablemente entró en posesión de la que había sido de su padre (fallecido el año anterior) como bien lo indican, además de su calidad de heredero, la circunstancia de que estuviera ubicada en el mismo local que aquélla. Allí permaneció hasta junio o julio de 1817540, en que aparece situada en la esquina de la calle de Tacuba y Santo Domingo, o sea en el mismo sitio que ocupaba la de doña María Fernández de Jáuregui. Esta ubicación, el hecho de que por entonces hacía ya cerca de año y medio a que había fallecido su antigua propietaria541 y el que gozase del privilegio para imprimir los libros de rezo542 vinculado a ésta, nos hace suponer, y aún podríamos decir afirmar, que Valdés la había adquirido.

En ella se había comenzado a imprimir en 1816 la Biblioteca Hispano-Americana Septentrional de Beristain y a Valdés le tocó en suerte concluirla en 1821, siendo ésta también su obra tipográfica más notable.

Don Alejandro Valdés estuvo muy distante de poseer la ilustración y literatura de su padre. Como obra suya sólo encontramos la dedicatoria que en 1808 hizo a la Virgen de Guadalupe de la Oración de Díaz Caldillo543, y la Prensa libre, papel destinado a vindicarse de ciertos ataques que se le habían hecho en El conductor eléctrico por cierto negocio de la imprenta y que hizo repartir gratis544.

En 1820 formaba parte del Ayuntamiento Constitucional de la capital.

En 1823 añadió a su imprenta el título de «imperial», que se derivaba probablemente de algún nombramiento de don Agustín Iturbide, y figuró con el nombre de su propietario hasta 1831. En 1832 estaba a cargo de José María Gallegos, y en 1834 aparece a nombre de la testamentaria de Valdés.

JOSÉ MARÍA DE BENAVENTE

(1814-1817) (1820-1821)

En los primeros días de 1814, don José María de Benavente, en virtud de «contrato especial» celebrado con don Juan Bautista de Arizpe, empezó a figurar en calidad de dueño de la imprenta que éste tenía, si bien es lo más probable que no fuera sino simple arrendatario, o, a lo más, su socio.   —219→   Cualquiera que fuera ese contrato, es lo cierto que Benavides continuó los trabajos que estaban confiados al taller de Arizpe, como ser, la Gazeta del Gobierno de México545 y el Diario546, durante todo el tiempo de la vigencia del contrato, que expiró en febrero de 1817. Además de esas obras periódicas y del Redactor Mexicano, de esa misma índole, Benavente puso su nombre en las portadas de otras treinta y tantas -casi todas de corta extensión- la más notable de las cuales parece ser, por su esmero tipográfico, el Sermón de N. S. del Pueblito de Bringas, de 1814, y por su extensión, el Tratado de economía política, de Say, de esa misma fecha.

Tres años más tarde, esto es, en 1820, Benavente volvió a abrir imprenta, asociado a dos o más personas cuyos nombres no conocemos. Esta imprenta de J. M. Benavente y Socios, como se llamó, estuvo situada en la calle de las Escalerillas547 y trabajó por lo menos hasta el año de 1821 inclusive, siempre en obras de corto aliento.

JOSÉ MARÍA DE BETANCOURT

(1820-1821)

En ese mismo año de 1820 y quizás a causa de la multitud de papeles políticos a que por aquellos días dio origen en México la libertad de imprenta, se fundaron tres nuevos talleres tipográficos: los de don José María de Betancourt, Manuel Salas y Joaquín y Bernardo de Miramón.

El de don José María Betancourt estuvo situado en la calle segunda de la Monterilla, en la casa que llevaba entonces el número 7548, pero al año siguiente se trasladó a la calle de San José el Real, número 2549. De ese taller salieron hasta la fecha en que termina nuestra bibliografía, apenas 17 opúsculos, el más abultado de los cuales no pasa de 16 páginas.

MANUEL SALAS

(1820)

Manuel Sala o Salas, que de ambas manera aparece escrito su apellido en los dos únicos trabajos suyos que conocemos550, empezó también en 1820, como advertimos, y tuvo su taller en la casa número 3 de la calle de San Francisco. Su nombre sólo figura en 1820.

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JOAQUÍN Y BERNARDO DE MIRAMÓN

(1820-1821)

En igual caso que Salas y Betancourt se hallan Joaquín y Bernardo de Miramón, que eran hermanos, según es de presumir, y ambos militares, cuya última circunstancia cuidaron siempre de declarar en los poquísimos impresos que de su casa salieron. Tuvieron su oficina en la calle de Jesús, número 6. El trabajo de más aliento que allí se imprimió fue la Miscelánea Militar Mejicana, periódico que había empezado a publicarse en casa de Arizpe. Ignoramos si continuaron sus trabajos después de 1821.

LAS IMPRENTILLAS

Además de las Imprentas cuya nómina venimos haciendo, hubo en México en los fines del siglo XVIII las que se llamaban «imprentillas», talleres de pobrísimos elementos tipográficos, pero de los cuales salían una que otra hoja suelta y aún diminutos opúsculos. Don José Antonio de Hogal ha dado a este respecto detalles muy curiosos acerca de los trabajos a que se dedicaban esas imprentillas, que de ordinario no contaban con más de una o dos cajas de letras, de los perjuicios que irrogaban a los talleres tipográficos propiamente tales y del peligro que ofrecía su existencia, abriendo ancho campo a las falsificaciones de billetes de lotería, recibos del Montepío, conocimientos de embarque, etc. En el número de éstas pueden, en realidad, contarse las que tuvieron Ambrosio de Lima y Nicolás Pablo de Torres, de que queda hecha mención.

Pero este mal que el impresor del Gobierno denunciaba ya en 1785, parece que lejos de habérsele puesto atajo por entonces, fue creciendo paulatinamente, hasta el extremo de que el virrey don Pedro Garibay dictó e hizo promulgar en 27 de abril de 1809 el siguiente bando destinado a matarlas una vez por todas:

«Con el fin de precaver varios inconvenientes, de que puede ser origen el uso de las imprentillas de mano ó portátiles, he resuelto que todos los individuos de esta capital que las tuvieren para usarlas ó venderlas, las entreguen dentro del término preciso y perentorio de tres días, contados desde la publicación de esta providencia, al juez del Real Tribunal de la Acordada don Antonio Columna, á quien he comisionado para que las reciba; pero ninguna persona haga ni venda en adelante dichas imprentillas, y que los impresores no vendan ni presten á nadie letras algunas, bajo la multa de veinte y cinco pesos, y, en su defecto, de tres días de cárcel á cualquiera que no cumpliere ó quebrantare los tres artículos antecedentes.

Y para que llegue a noticia de todos, y nadie alegue ignorancia, mando se publique por bando en esta capital, fijándose los correspondientes ejemplares en los parajes acostumbrados. Dado en México, a veinte y siete de Abril de mil ochocientos nueve. - Pedro Garibay551



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¿Consiguiose con esto el objeto que se perseguía? No podríamos decirlo, porque carecemos de antecedentes respecto a los resultados inmediatos que produjera la promulgación de ese bando.

Ninguna producción de esas imprentillas ha llegado a nuestras manos, ni su conocimiento ofrecería tampoco interés alguno para la bibliografía, dada la índole de los trabajos a que se dedicaban esas imprentillas.

IMPRENTA DE CANO Y LÓPEZ

Antes de dar remate a la nómina de las Imprentas que hubo en México durante el período que abraza esta bibliografía, tenemos que dar cuenta de una que, aunque si bien no llegó a entrar en funciones, las circunstancias que mediaron para autorizar su fundación y el papel que don Juan López Cancelada, uno de sus dueños, desempeñó en Nueva España, exigen que digamos algo acerca de ella.

Don Juan López Cancelada fue natural del Bierzo552 en la provincia de León en España, y había pasado a México en 1780. No sabemos cuáles serían sus ocupaciones durante los primeros años de su residencia allí, pero ya fueran de comercio o de índole parecida, es lo cierto que por los años de 1805 se hallaba en falencia y tenía disipado el caudal de su mujer, con quien litigaba entonces. En esas circunstancias se asoció con don Manuel Antonio Valdés para dirigir la publicación de la Gazeta, que estaba ya tan en decadencia, que en lugar de dar dos números por semana, solía aparecer uno cada tres, y reducida a ser «un almacén ó asiento de noticias en que se hacía el primer oficio de corredor para saber el que quería comprar ó vender, acomodarse á servir, ó quien estaba para ello, lo que se había perdido ó lo que se había hallado», etc.: estado que no se avenía con el adelanto y población con que contaba la capital del virreinato y que vino a motivar la fundación del Diario.

Valdés alegaba por su parte que cuando se estableció la Gazeta por autorización del virrey Gálvez, en 1784, se le prohibió incluir en ella noticias de Madrid, para no perjudicar a la renta de correos, pero que por causa de la guerra, el Conde de Revillagigedo le mandó insertarlas y que otra vez se le prohibió, y así sucesivamente, según las circunstancias.

El hecho fue que en 10 de septiembre de 1805 se concedió licencia para publicar el Diario a don Carlos María Bustamante, que lo tuvo a su cargo hasta el 15 de septiembre de 1806, fecha en que lo traspasó a don Nicolás Calera, agente de negocios titulado del Gobierno; nombrándose revisor a don Jacobo de Villaurrutia, de cuya comisión fue exonerado por el virrey Iturrigaray en 10 de julio del año siguiente, confiándosela a don Antonio Piñeiro, tesorero de la Real Caja.

López Cancelada, mientras tanto, comenzó sus ataques al Diario el mismo día en que salía su primer número, habiéndose, a la vez, captado de tal manera la voluntad de Iturrigaray, que se les veía juntos a todas   —222→   horas y en todas partes; por cuya circunstancia, según se dijo, no sólo no favorecía la publicación del Diario, sino que parecía empeñado en perseguirlo hasta matarlo, como lo había conseguido con el Diario mercantil de Veracruz.

Siguiendo en sus ataques al Diario, en 3 de noviembre de 1808, López Cancelada denunció a Villaurrutia, que consideraba como su redactor, de revolucionario y solicitó que, en consecuencia, se suprimiese aquella hoja.

El Fiscal, a quien se pidió informe, dijo que no había motivo para la prohibición y cesación del Diario, pero que convenía que se advirtiese al editor y revisor para que no se insertase en él lo que correspondía a la Gazeta, esto es, las noticias políticas. En consecuencia, se relevó al revisor y se encomendó ese cargo a uno de los oidores D. Ciriaco González Carvajal. Se dijo en ese entonces que todo era maniobra de López, ya intentada en ocasión anterior, por sus intereses particulares.

Villaurrutia sostenía que no era la fidelidad decantada por López la que guiaba a éste, sino que una codicia sin límite era el agente de su inicuo y criminalísimo proceder. En esta conformidad, pedía que el escrito se quemase por mano del verdugo.

Después de haber mediado discordia en la Audiencia, se acordó sacar 500 pesos de multa a López, o que sufriese dos meses de cárcel, auto que se le intimó el 4 de febrero de 1809; trató López de excusarse diciendo que su ánimo no había sido acusar a Villaurrutia, y en trámites se pasó hasta el 24 de julio, en que se confirmó el primer acuerdo, y pocos días después Villaurrutia pidió el expediente, que dejó dormir hasta 22 de enero de 1810, en que presentó una larga exposición sobre su conducta en los sucesos políticos del país y acerca de los manejos de López Cancelada.

En este estado quedó el proceso por mucho tiempo, hasta que a solicitud de Villaurrutia fue mandado en copia para presentarlo en España contra López Cancelada, que había sido enviado allí bajo partida de registro por las causas que vamos a ver.

Con motivo de haberse negado López Cancelada a insertar en la Gazeta la lista de donativos, según lo había ordenado el virrey don Francisco Javier Lizana, se produjo entre ambos un disgusto, que creció de parte de López Cancelada cuando se autorizó al licenciado don Francisco Noriega para que publicase la Gazeta del Gobierno de México. Reclamó desde luego de semejante autorización don Manuel Antonio Valdés, y López Cancelada principió con tales vociferaciones contra el Virrey cuando se le notificó que cesase en la dirección de la Gazeta, que la Junta de Seguridad dispuso que fuese desterrado del país y enviado a España, habiendo en efecto salido de México el 31 de enero de 1810.

Llegado a Cádiz fue puesto en libertad y luego inició sus gestiones para vindicarse de la condena que se le imponía. Hablando de sus trabajos de editor, exponía entonces al Rey:

  —223→  

Noches enteras sufrí en medio de mis enfermedades la humedad de la pieza de las prensas de imprenta porque saliese al amanecer del otro día una gaceta que destruyese los malos rumores que corrían. Tan satisfechos estaban vuestros ministros de mi eficacia y celo, como lo verá V. M. por el hecho siguiente:

Trató el Licenciado Castillejos (hoy residente en ésta) de comprarme la Gazeta en ocho mil duros. Estaba haciéndose la escritura cuando me llama don Ciriaco González de Carvajal, decano de la Real Audiencia, y me previene que de ninguna manera puedo dejar de ser editor, en virtud de las circunstancias en que nos hallábamos y de otros motivos que reservadamente me comunicó sobre el comprador (cuyos recelos suyos salieron después comprobados). En vano le argüí con mi quebrantada salud. Fue menester ceder á sus patrióticas reflexiones y seguí hasta que vuestro Arzobispo, siendo virrey, me despojó sin más motivo que su antojo, ó mejor decir, aconsejado del partido mismo cuyas máximas habían detenido tantas veces las oportunas gacetas que van indicadas.



En comprobante de sus servicios a la causa de Fernando, López Cancelada acompañaba a este memorial tres grabados en cobre, que eran el retrato del Rey, el de Palafox, defensor de Zaragoza, y una estampa satírica contra Napoleón.

Y por ello López Cancelada obtuvo por real orden de 1º de julio de 1810 que se derogase el privilegio concedido a Noriega, diciéndole al Virrey que oyese, sin embargo a éste y diese cuenta de todo al Consejo, como lo hizo en carta de 5 de septiembre, avisando haberse dado cumplimiento a aquella real orden.

En vista de esto, sin duda, en octubre de 1810, López se había asociado con D. Benito Cano, impresor de Madrid, solicitando se le permitiese traer de Londres, a cuyo efecto haría su socio viaje a esa ciudad, una imprenta para establecerla en México con el título de real, con privilegio para imprimir los libros de rezo. Cano tenía entonces 60 años y en el Consejo no se creyó por eso que fuese a propósito para la empresa, ni que los servicios de López mereciesen tal recompensa.

A la vez, don Francisco Noriega, que había obtenido autorización del Arzobispo-Virrey para publicar la Gazeta del Gobierno, solicitaba privilegio para ser tal editor; y Valdés, por su parte, se quejó a la Corte del despojo que había sufrido de la Gazeta, diciendo se la habían traspasado a Noriega, quien la comenzó a publicar el 2 de enero de 1810, bajo aquel título.

Después de esto, por real orden de 30 de octubre de 1810, en vista de que se había notado que de los libros de rezo impresos en el Escorial por los jerónimos no habían sido bastantes los remitidos, a causa de la guerra con Inglaterra, el Consejo de Regencia autorizó la sociedad de Cano y López Cancelada y que la imprenta fuese real y que imprimiese los libros de rezo mientras el Escorial no podía usar de su privilegio; y «para que el arte de imprimir, decía ese documento, se extienda y perfeccione en aquellos dominios, ha resuelto S. A. que de los huérfanos más adelantados   —224→   que existan en la escuela patriótica unida al hospicio», hiciesen escoger seis jóvenes para enseñarles, mientras durase el privilegio.

El triunfo de López Cancelada, como se ve, había sido completo. Las autoridades de México, sin embargo, no se manifestaron satisfechas con semejante resolución. El Virrey Venegas, en efecto, al paso que en carta de 20 de febrero de 1811 ofrecía guardar lo resuelto, el Arzobispo, en otra reservada del mismo día, manifestaba que creería faltar a su deber si no significase que López Cancelada «es sujeto perjudicial a este país por la libertad excesiva con que se explica en sus producciones y conversaciones, por cuyo motivo la Real Junta de Seguridad y Buen Orden le mandó salir de aquí en el año próximo pasado, y el Santo Tribunal de la Fe tildó y mandó borrar por edicto público varias cláusulas de sus impresos».

En vista de lo resuelto por el Consejo, Noriega resolvió trasladarse a España para sostener el privilegio que le había sido otorgado y se le halla en efecto en Cádiz en julio de 1811, gestionando el que se le conservase en él.

Mientras tanto, respecto de Valdés se había resuelto en real orden de 24 de agosto de dicho año que manteniéndose en vigor la autorización concedida a López Cancelada, se limitase por su parte a disfrutar de la concesión que se le hizo en 1784 «de imprimir una gaceta particular». López, a todo esto, no salía de España, detenido allí, según decía, «por el interés de la nación», y por agosto de 1813 pretendía que se le permitiese nombrar sustituto en la redacción de la Gazeta, y aún consiguió en este orden que el Consejo anunciase al Virrey, en 9 de diciembre de aquel año, que no le obligaba a valerse de persona determinada para la publicación de noticias y documentos de oficio, pero que tampoco prohibía a López que, con arreglo a las leyes establecidas, continuase publicando la Gazeta que antes tenía.

Triunfó al fin la opinión del Virrey, que apoyaba siempre a Noriega, dictándose a favor de éste una resolución en que se le confirmaba el nombramiento para ser el único que tuviese a su cargo en México la redacción de la Gazeta553.

Como se ve, pues, nunca llegó el caso de que la imprenta de Cano y López funcionase en México.



  —225→  

ArribaAbajoIII.- Los grabadores

Escasas noticias que se encuentran acerca de los grabados mexicanos. Caracteres generales que ofrecen los grabados que figuran en libros del siglo XVI: todos son en madera y ninguno está firmado. Procedencia extranjera de algunos de ellos. Los fabricantes de naipes en México. Provisión dictada por el virrey don Luis de Velasco. Insignias para suplir la falta de bulas que mandó abrir el arzobispo don Pedro Moya de Contreras. Empleo de las planchas de plomo. El grabado en cobre fue introducido por artistas extranjeros, y entre ellos, Samuel Estradamus. Grabadores del siglo XVII: C. Rosillo, Antonio Ysarti, Miguel Guerrero, Francisco de Torres Villegas. Antonio de Castro y los grabadores del siglo XVIII: Mota, Francisco Silverio, Santillán, Pedro Rodríguez, Joaquín Sotomayor, Baltasar Troncoso, Balbás, Ponce, Francisco Amador, Antonio Onofre Moreno. Artistas de la segunda mitad del siglo XVIII: José Benito Ortuño, Salcedo, Francisco Rodríguez, José Morales, Francisco Javier Márquez, fray Francisco Jiménez, Sotomayor, Andrade, Manuel de Villavicencio, José Nájera. José Mariano Navarro, y su lámina de la Virgen de Guadalupe. Ignacio García de las Prietas, Parra, Mera, Diego Troncoso, Viveros, Velázquez, Francisco Agüera, José Montes de Oca, Luis Montes de Oca, José Simón de Larrea, D. José Joaquín Fabregat, Águila, Antonio Moreno, J. A. Cevallos. Láminas procedentes de algunas Imprentas. Grabadores del siglo XIX: Manuel López López, Manuel Araoz, D. Pedro Rodríguez, Tresguerras, Montes de Oca y Torreblanca. Datos biográficos de los tres artistas más notables que como grabadores hubo en México: Francisco Gordillo, Tomás Suria y D. Jerónimo Antonio Gil.

Historiadas ya en cuanto ha estado a nuestro alcance las Imprentas que hubo en México durante el período colonial, tócanos ahora seguir con lo que se refiere a los grabadores, tarea en la cual habremos de echar de menos antecedentes de importancia, pero casi imposible de obtener. Valga, pues, en nuestro abono la sinceridad de esta declaración y el saber que son, como no podían menos de serlo, escasísimos los materiales con que hemos contado para la compilación de las noticias biográficas y trabajos de los abridores de láminas, como se les llamaba entonces, que contribuyeron a ilustrar el arte de la tipografía mexicana.

Basta abrir algunos de los libros impresos en México en el siglo XVI para ver que muchos de ellos, desde la portada hasta sus últimas páginas, están adornados de grabados. Un examen más atento manifiesta luego que todos ellos han sido ejecutados en madera y que ninguno está firmado.   —226→   Tratándose de algunos frontis, de estampas de santos, de escudos de Órdenes religiosas o de letras capitales de adorno, empleadas en extraordinaria variedad de abecedarios, no es difícil de persuadirse de que los impresores que las emplearon las importaron de la Península. En un caso dado, nos referimos al frontis de la Dialectica Resolutio del P. Veracruz, se ha podido establecer que ese molde había sido usado antes que en México, en Londres, y que su procedencia era, por lo tanto, inglesa.

Pero hay otros de esos grabados de ocasión, diremos así, y que han debido ejecutarse para responder a las exigencias de un texto netamente mexicano, y cuyo origen nacional resulta, por eso, evidente; y si bien, como advertimos, ninguno de esos grabados lleva firma del artista que los abriera, poseemos algunos antecedentes que manifiestan que desde mediados de siglo XVI, a más tardar, los había en México que trabajaban en obras similares y que debieron ser los mismos abridores de las láminas con que aparecen exornados esos libros. Tales fueron los fabricantes de naipes, para cuya ejecución se necesitaba de moldes grabados.

Es sabido que los conquistadores eran grandes aficionados al juego. Bastaría, para persuadirse de ello, recordar el caso bien conocido de Mancio Sierra, que jugó y perdió en una noche el sol de oro que le había tocado en el rescate de Atahualpa. Los documentos coloniales de los primeros tiempos están llenos de datos al respecto, que llevan a la convicción de que el juego había llegado a ser una verdadera plaga en las primitivas ciudades hispano-americanas. El hecho no se había ocultado a la Corte española, que por ello se vio en el caso de ordenar por real cédula de 12 de febrero de 1538 que no se permitiese llevar naipes a las Indias554.

Ya se comprenderá que si esta orden se cumplió, como parece, los colonos, que no se resignaban a privarse de su pasión favorita, se vieron en el caso de fabricar esos naipes en las Indias. Respecto de México, vamos a dar a conocer un documento que manifiesta que en efecto se fabricaban allí por españoles y naturales (los indígenas) y eso, no sólo en la capital, sino fuera de ella. Es una provisión del virrey don Luis de Velasco, que a la letra dice así:

Yo Don Luis de Velasco. Por cuanto yo soy informado que, estando, como está, proveído y mandado por S. M. que no se pasen ni traigan naipes de los reinos de Castilla á estas partes para excusar la grand desorden que ha habido en el juego y excusar otros inconvenientes, algunas personas, ansí españoles como naturales se han entremetido á hacer y se han hecho en esta ciudad y fuera della naipes y han vendido secretamente, debiendo ser hechos en España; y porque al servicio de S. M. conviene que por ninguna vía se pueda hacer ni hagan naipes en esta tierra, no relevando á las personas que los han hecho en las penas que han incurrido por haber ido contra lo que por S. M. está proveído cerca deste cas: ordeno y mando que públicamente se pregone en esta ciudad de México y fuera della, ningunas personas, de cualquier calidad que sean, no sean   —227→   osados, por sí ni por interpósita persona, direte ni indirete, hacer ni hagan naipes algunos, ni tener ni tengan moldes ni otros instrumentos algunos para los hacer, so pena de doscientos pesos, digo azotes, y desterrados perpetuamente de todo esta Nueva España: en la cual pena desde agora doy por condenado al que lo contrario hiciere; y mando á los alcaldes ordinarios desta ciudad de México y á todos los corregidores y otras justicias de las ciudades, villas é lugares desta Nueva España que de la execución y cumplimiento de lo contenido en este mandamiento tengan especial cuidado. Fecha en México á treinta é uno de Otubre, digo Noviembre, de mill é quinientos é cincuenta é tres años. -DON LUIS DE VELASCO. -Por mandado de Su Señoría. - Antonio de Turcios555.



Poseemos también la carta del arzobispo don Pedro Moya de Contreras, fecha 24 de enero de 1575, en que habla de las insignias que dice hice imprimir para suplir la falta de las bulas de la tasa de dos reales y de cuatro, se van expidiendo tan bien como las bullas, porque como los indios no saben leer, gustan más de la pintura que de la escriptura, y así, espero en Dios, que aunque se ha perdido algún tiempo por no haber querido el Virrey que se imprimiesen desde que yo lo propuse, han de ser del mismo efecto que las bullas556.

Nueva prueba de que por ese entonces había en México quienes supiesen grabar; pero queda siempre en pie el saber quiénes eran esos grabadores. Que entre ellos se contaban algunos indios no admite duda, tanto por lo que consta de la provisión del virrey Enríquez, como porque sabemos también que en los últimos años de aquel siglo el franciscano fray Juan Bautista se había ya empeñado en hacer grabar por ellos las láminas que necesitaba para uno de sus libros, que, desgraciadamente, no llegaron a ver la luz pública.

Es probable también que se comenzase a usar desde muy a los principios, en lugar de la madera, de planchas de plomo. Las de cobre, que tan poco se empleaban por ese entonces en España, fueron introducidas por artistas extranjeros, el primero de los cuales fue, por lo que sabemos, Samuel Estradamus, «antuerpiensis», natural de Amberes, que trabajó en México por lo menos durante los años de 1606-1622 y de cuya pericia nada vulgar nos han quedado algunas muestras557.

Los grabadores en cobre del siglo XVII, cuyos nombres podemos recordar, son: C. Rosillo, autor del retrato del P. Castaño, que se halla en la Breve noticia del P. Escalante, publicada en 1679; Antonio Ysarti, que se le ve aparecer en 1682558 y cuya nacionalidad desconocemos; Miguel Guerrero, de la Compañía de Jesús, probablemente un simple hermano, que   —228→   graba la anteportada de la Historia del P. Florencia, y en 1694 la lámina de la Virgen de Tzapopan y la Cruz de Tepique para otra obra de aquel padre; Francisco de Torres, autor del grabado de Cristo que se halla en la Renovación de Velasco, de 1688, y de algún otro; y Villegas, cuyo nombre de pila no aparece, autor de la lámina de la Virgen de Aranzazu del Paranympho celeste de Luzuriaga, de 1686.

En los fines del siglo XVII y hasta casi la mitad del siguiente (1691-1732) se ve figurar a Antonio de Castro, que trabajó en madera y en cobre, y cuya obra más notable y a la vez de más aliento de cuantas hasta entonces hubieran salido de los talleres mexicanos, son las láminas que adornan El sol eclypsado de Agustín de Mora, o sea, la relación de las honras de Carlos 11, dadas a luz en 1701.

En 1712 aparece Mota, sin otra firma, que ilustra con una lámina en folio la Defensa de Lorenz de Rada.

Otro grabador bastante fecundo y contemporáneo de Castro, fue Francisco Silverio, que inicia sus trabajos en 1721 y los continúa durante un cuarto de siglo. Fue autor de retratos, entre los cuales merece notarse, por lo historiado, el de don Juan de Palafox y Mendoza; láminas de imágenes sagradas y santos, la del túmulo de don Juan Antonio de Urrutia, en 1744, y la del «Yconismo hidrotérreo o Mapa hidrográfico de la América Septentrional», de que fue autor Villaseñor y Sánchez y que Silverio grabó en cuatro hojas que miden por junto 48 ½ por 56 centímetros. Silverio trabajó, según parece, hasta 1761, por lo menos, si bien grabados suyos se ven figurar en libros de principios del siglo XIX. Tenía su taller en la calle de las Escalerillas, siendo muchas las láminas de imágenes que salieron de allí, algunas con su nombre y no pocas en tamaño de a folio.

Hasta mediados del siglo XVIII podemos anotar también los nombres de Santillán (1728); Pedro Rodríguez (1732); Joaquín Sotomayor (1731-1738), autor de un plano de Zacatecas, de los retratos de fray Antonio de los Ángeles y fray Antonio Margil de Jesús y de algunas estampas religiosas; Baltasar Troncoso y Sotomayor, que comienza a trabajar en 1743 y graba escudos de armas, la imagen de la Virgen de Guadalupe, la alegoría de Galicia para el libro del padre Seguin559; Balbás, autor de la anteportada muy curiosa del Teatro Americano de Villaseñor (1746), y de un retrato de Sor Antonia de la Madre de Dios (1747); Ponce, que graba este último año la lámina de Sor María de Jesús de Agreda predicando a los chichimecos; Francisco Amador, autor de las láminas alegóricas que se hallan en El Iris de Campos, o sea la descripción de los festejos de la jura de Fernando VI (impreso en 1748), y que comenzó sus trabajos en 1734; Antonio Onofre Moreno, que graba en ese mismo año el plano que se halla en el Extracto de Cuevas Aguirre y que trabaja por   —229→   lo menos hasta 1774, dejándonos también el catafalco de Felipe V; el retrato de la monja Gallegos, que figura en un libro con fecha de 1752; las 12 estampas de la Práctica de los ejercicios del P. Izquierdo de 1756, el retrato del arzobispo Cuevas Dávalos, que es del año siguiente; y más dignas de notarse que todas las anteriores, las muchas que figuran en las Lágrymas de la paz, libro destinado a perpetuar la relación de las honras de Fernando VI, publicado en 1760.

La segunda mitad del siglo XVIII es, naturalmente, más abundante de grabados, tanto que, sin dejar de continuar apareciendo todavía las toscas láminas en madera, empiezan éstas a ser reemplazadas desde 1759, más o menos, por otras en cobre. A ese período corresponden los siguientes artífices:

José Benito Orduña, Orduño u Ortuño, que nos ha dejado la estampa de N. S. de Guadalupe (1751) y el retrato de Sor Ana de San Ignacio (1758) y algunas de cuyas estampas de santos se empleaban todavía en 1800.

Salcedo, autor de la estampa de N. S. de Valvanera y un escudo de armas reales, ambos de 1753, y a quien se ve figurar hasta 1758.

Francisco Rodríguez, que lo es de una lámina alegórica que figura en un libro de ese mismo año y que trabaja hasta 1759.

José Morales, que empieza en 1753 y graba la gran lámina del catafalco para El llanto de la Fama o exequias de la reina doña María Amalia de Sajonia, en 1761, y en ese mismo año el retrato del P. Galluzi. Parece que se trasladó en seguida a Puebla de los Ángeles, en los impresos de cuya ciudad se encuentra algún trabajo suyo en 1763.

Francisco Javier Márquez, que se inicia al mismo tiempo que Morales con una estampa de la Virgen de Guadalupe.

Fray Francisco Jiménez, dominico, autor del retrato de don Manuel Rubio y Salinas y del de fray Francisco Pallás y de dos escudos de armas (1755-1756).

Sotomayor, representado por una estampa de la Virgen de la Soledad (1756).

Andrade, que trabaja de 1757 a 1768 e ilustra con dos láminas la Nueva Jerusalén del P. Escobar y graba algunos escudos de armas. Se encuentra todavía algún grabado suyo en 1795.

Manuel de Villavicencio, cuyos primeros trabajos datan de 1762; graba cuatro años más tarde la gran lámina del catafalco para la Relación del funeral entierro de Rubio y Salinas; en el siguiente (1767) las diez y seis alegorías de las Reales exequias de doña Isabel Farnesio; la de la Fe, de la portada de los Concilios provinciales (1769) y la de la Historia de Nueva España; un retrato del P. Alfaro, de 1776, y otro del virrey Bucareli (1779); estampas de santos, escudos de armas, el catafalco de don José de Borda (1779); pero su obra capital, al menos por su extensión, es su Relox Christiano, que es una colección de láminas, todas de su invención, con su respectivo texto, que dio a luz en 1770. Trabajó hasta   —230→   1795, o por lo menos en esa fecha se empleó una lámina suya en un libro mexicano560.

José de Nájera, que figura con una lámina de San Andrés Avelino (1767).

José Mariano Navarro empieza en 1769 como un artista ya formado, y el arzobispo Lorenzana se vale de él en el año siguiente para encomendarle el grabado del mapa de Nueva España, con que ilustra la Historia de la misma.

Algunas de sus láminas de santos figuran aún en 1808. En una de ellas nos advierte que vivía en la calle de Manrique, y que «abría y encuadernaba» allí. ¡A tales medios se veían precisados a ocurrir aquellos artistas dignos de mejor suerte para poder pasar la vida! Su obra capital es quizás la estampa de la Virgen de Guadalupe, cuyo facsímil damos aquí, de tamaño del original, porque ella, a la vez que muestra del trabajo del artífice, representa la imagen a cuyo alrededor gira toda la historia religiosa de México561.

Espejo establecido en la calle del Espíritu Santo en 1775562.

Ignacio García de las Prietas tenía su taller en la calle de la Profesa y firma sus trabajos indistintamente con sus dos apellidos. Suya es una estampa de San Felipe Neri, de 1775, un escudo de armas del conde de Revillagigedo y una estampa de un fraile dominico que figura en un libro de 1795; pero su obra capital es un retrato de D. Juan de Palafox y Mendoza, dentro de un óvalo, con muchos atributos y una larga leyenda al pie. No lleva fecha, pero de ésta se colige que debe ser poco posterior a 1787563. Su nombre se registra hasta 1802.

Pavía, que abrió algunas estampas de santos entre los años de 1780-1793.

Mera, de quien se conoce una sola muestra de su arte, de 1782.

Diego Troncoso, autor del mapa de las Californias que acompaña a la Relación de la vida de fray Junípero Serra del P. Palau (1787) y que probablemente grabó también el retrato del P. Serra, que figura en ese libro.

Viveros, de quien sólo poseemos dos láminas de santos y que trabajó durante los años de 1787-1795, y la que aparece en un opúsculo de 1819, pero que debe ser anterior a esa fecha.

Velásquez, autor de la gran plancha del catafalco para las honras de Carlos III, grabado en 1789, de quien no conocemos otra cosa.

  —232→  

Francisco Aguera Bustamante, que inicia sus tareas en 1784, grabando las dos alegorías o jeroglíficos de Quirós564, y trabaja hasta 1805, en cuyo año graba, con gran finura de buril, un frontis y nueve láminas para ilustrar la Novena de la Virgen de Loreto, del P. Croiset. Él fue también quien abrió las láminas para la Descripción de las dos piedras de León y Gama y el retrato del P. Santa María para las Reflexiones del P. San Cirilo, ambas de 1792.

José Montes de Oca, que se inicia con una estampa de la Virgen de Guadalupe, en 1791, autor del retrato del oidor don Baltasar Ladrón de Guevara y que acompaña al Sermón de sus honras predicado por Guridi y Alcozer en 1804; y el de D. Cosme de Mier y Trespalacios, también oidor, que es de 1806; y la lámina del catafalco erigido en la Puebla en las honras de los que murieron en defensa de Buenos Aires (1808).

Pero su obra principal es, en nuestro concepto, bajo el punto de vista artístico, la estampa de la Virgen de Dolores, que anda en tirada por separado565. Trabajó hasta 1811, por lo menos, y tuvo su taller en la calle del Bautisterio de Santa Catalina Mártir.

Luis Montes de Oca, que bien puede ser el padre del anterior y de quien sólo conocemos una lámina suelta, sin fecha566.

José Simón de Larrea, o Rea simplemente, que comienza grabando, en 1793, el retrato de la monja Sor María Ignacia Azlor, después de haberse radicado el año anterior en Guadalajara, a cuya ciudad le había llevado don Mariano Valdés cuando fue a establecer allí la Imprenta, de donde, sin duda, por falta de trabajo, hubo de regresar a México. Además de aquel retrato, debemos contar entre sus principales obras la vista y plano de la ciudad de Zacatecas, de Bernardo Portugal567, y los del templo de Nuestra Señora de Guadalupe de Querétaro (1803); el catafalco para las honras de fray Antonio de San Miguel (1805); los retratos firmados por él que figuran en la Vida de Desalines, editada por López Cancelada (1806) y la vista del túmulo erigido en las honras de D. Marcos Moriana y Zafrilla, en 1810, y la lámina para la Exaltación de Velasco, edición de 1820, que es también la última obra salida de sus manos que conocemos.

José Joaquín Fabregat, que era director particular del grabado en láminas de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, en cuyo carácter había pasado a México en 1788, sólo figura en esta bibliografía con el frontis y los dos planos del Calendario de Zúñiga, y Ontiveros para 1793568.

  —233→  

Águila, de quien sólo se conoce el escudo de armas de un Virrey, usado en un libro de Beristain de 1797, y que bien puede no ser grabador mexicano.

Antonio Moreno, que figura en ese mismo año y con una estampa religiosa y en 1815 con otra, que acaso sería deudo de Antonio Onofre, de quien hablamos más atrás.

J. A. Cevallos, autor de una lámina satírica publicada en un folleto de 1799.

Cúmplenos advertir que durante la segunda mitad del siglo XVIII y a contar desde 1757, más o menos, comenzaron a circular en la capital del virreinato muchas láminas que no llevaban más suscripción que la de la Imprenta de donde salían, habiendo iniciado esta práctica la de la Biblioteca Mexicana, que fue seguida en esto por la de la calle de San Bernardo, la de la Palma, calle de Tacuba, calle de las Escalerillas, donde trabajaba Francisco Silverio. La de la calle de San Bernardo, especialmente, produjo gran cantidad de esas láminas anónimas, de ordinario bastante grandes, en folio corriente o apaisadas, pero siempre sumamente toscas. Entre las de aquel tamaño citaremos una serie de los Apóstoles, y entre las del segundo, otra de las Estaciones de la Pasión569.

Debemos hacer notar también que existen muchas otras láminas, igualmente toscas y en folio mayor, de ordinario copias de las imágenes de mayor devoción en el virreinato, que no llevan firma ni suscripción alguna, y si hemos de atenernos al número que algunas llevan al pie (hemos visto hasta el 925) la serie a que pertenecían ha debido ser abundantísima.

Algunos de los últimos grabadores que hemos nombrado alcanzan a figurar, según se ha visto, en los primeros años del siglo XIX, y corresponden netamente a éste los siguientes, fuera de alguno sin importancia, como Cánepa, que firma el escudo de armas del virrey Iturrigaray y cuya procedencia mexicana resulta dudosa.

Manuel López López, cuyo primer trabajo que conocemos data de 1804, autor de las cuatro láminas en cobre que se hallan en la Vida de Desalines, impresa en 1806. Buena idea de sus estudios, trabajos y proyectos se encuentra en el siguiente aviso que publicó en el Diario de México:

D. Manuel López López, pensionado que fué de la Real Academia de San Carlos y también por esta N. C., ha abierto una imprenta nueva de estampas, en la calle de las Escalerillas, frente de la capilla de las Animas: graba láminas finas á el agua fuerte, en hueco, medallas, sellos,   —234→   tarjetas, y cuanto toca a su profesión; también tiene una colección de láminas de diversos santos: estampa con finas tintas españolas a fuego: actualmente está dedicado al gran plano de México, cuyo estampado se le ha encomendado por esta N. C. Los que quisieren ocuparle ocurran a la misma imprenta570.



En 1814 graba una lámina para «El Pensador Mexicano» y en 1820 la vista de la sala enlutada para las honras celebradas en México por el alma de doña Isabel de Braganza.

Manuel Araoz, que se nos presenta en 1809 como un artista muy superior a López, ilustra ese año con trece láminas la Destreza del sable de Frías, y graba una apoteosis de Fernando VII, que un escritor compatriota suyo ha hecho popular en nuestros días571.

De don Pedro Rodríguez, que era profesor de grabado en láminas en la Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos de 1810, no figuran en esta Bibliografía otros trabajos suyos que el cenotafio de Lizana (1813) y el de Isabel de Braganza, de 1820. Fue también autor de un escudo de armas que trabajó en 1814.

Mendoza, que aparece representado con una lámina sin fecha en un librito de devoción de 1816.

Tresguerras, que figura con una lámina, en 1818.

Zapata, grabador del Cristo de Chalma, en 1820.

José María Montes de Oca, perteneciente a la tercera generación de una familia de artistas, que se presenta al público en 1814 con su lámina de la imagen de N. S. del Pueblito; ilustra en 1816 los tres tomos de El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi, y en 1820 el Calendario de Zúñiga con un plano de México y mapa de sus cercanías.

José Mariano Torreblanca graba en 1817 el frontis y las cuarenta láminas para las Fábulas de «El Pensador»; en 1818 las seis láminas de La Quixotita y su prima del mismo (Fernández de Lizardi); un escudo de armas; los retratos de Fernando VII y de María Isabel para el Calendario   —235→   de Zúñiga; y varias otras cosas, hasta 1821, como ser un trofeo de armas, la alegoría de la Constitución para El conductor eléctrico, etc.

De propósito hemos dejado para este lugar dar noticia de tres grabadores en láminas, que lo fueron a la vez en hueco, y cuya celebridad -que es grande y merecida la de uno de ellos- se deriva de los trabajos que ejecutaron en este orden, algunos de ellos sumamente notables, cuyos nombres se registran también en esta bibliografía, y respecto de quienes, por tal título, debemos consignar los datos que hemos logrado reunir. Nos referimos a D. Jerónimo Antonio Gil, a Tomás Suria y a Francisco Gordillo.

Francisco Gordillo aparece representado como grabador en lámina con su «Aparición de Nuestra Señora del Brezo», hecha en 1806, destinada a adornar La más noble Montañesa, de Fr. Plácido Flores, impresa en 1807, y la lámina para el libro del P. Curruchaga, en 1816, que no pasan de ser trabajos vulgares. Su nombre no tendría, pues, notoriedad la que menor, si no fuera que hasta 1817, por lo menos, fecha última en que se le ve figurar como grabador de medallas en la que grabó al matrimonio de Fernando VII y María Isabel, acuñó varias, de diseños y ejecución bastante aceptables.

Tomás Suria había nacido en España por el mes de abril de 1761, y pasó a México como discípulo de Gil. Estuvo de pensionado en la oficina de la talla de la Casa de Moneda desde 24 de diciembre de 1778. En febrero de 1791 partió para Acapulco a fin de acompañar a Malaspina en su viaje de circunnavegación, y en mayo se embarcó allí en busca del paso al Mar del Norte, habiendo regresado a México en noviembre de ese mismo año para continuar en sus funciones, en las que permaneció hasta el 25 de noviembre de 1806; en que fue ascendido a contador ordinario de pagos de tercera clase.

Como grabador de láminas nos ha dejado una de la Virgen, incluída en la Carta apologética de Alcozer publicada en 1790; otra de N. S. de Guadalupe para el Manifiesto apologético de Bartolache, de ese mismo año, y posteriormente algunos escudos de armas.

Sus trabajos en hueco son mucho más notables, habiendo grabado no pocas medallas, y algunas de tamaño, dibujo y composición no superadas por los artistas peninsulares de su tiempo572. En 1813 contaba cincuenta y un años y ocho meses de edad.

Don Jerónimo Antonio Gil nació en Zamora, en España, el 2 de noviembre de 1731. Fue uno de los primeros alumnos que hubo en la Academia de San Fernando en Madrid, la que le pensionó por sus trabajos y aplicación, y a la que ingresó como académico de mérito, en 1760, después de haber obtenido un primer premio de pintura.

Nombrado director de la escuela de grabado en México el 26 de enero de 1778, llevó en su compañía como su discípulo a Tomás Suria, según acabamos de decir, y se hizo cargo de su puesto el 24 de diciembre de   —236→   aquel año573. Diez años más tarde el virrey Flores le nombró fiel administrador interino de aquella Casa de Moneda574.

Allí formó la colección de punzones y matrices de letras para la Biblioteca Real, ascendiendo a 6.600 los primeros y a 8.000 las segundas; grabó varios sellos; las láminas de las obras de Palafox; las de las Reinas Católicas, del P. Flórez; las tres medallas de San Fernando, publicadas por la Academia de San Fernando en la distribución de premios el año 1760; las de la Conquista de Chile, un buen retrato de Carlos III y varias estampas de devoción; pero sobre todos sus trabajos sobresalen las medallas, en que se advierte un gusto y una corrección notables575.

Además de las numerosas medallas de jura que grabó en México y cuyos troqueles, que ascendían a 101, regaló al Estado en 1793576, Gil fue también autor de otra que había hecho acuñar en España en 1776 y de 30 láminas grabadas en gran folio, con cuatro hojas de texto, con el título de Las proporciones del cuerpo humano, que se publicaron en Madrid en 1780.

Gil falleció en México el 18 de abril de 1798577.

Como abridor de láminas en México, Gil nos ha dejado el retrato del conde de Gálvez y el del hijo de éste, que van al frente de la Recopilación de Beleña (1787), y el del Marqués de Sonora, en las Elucidationes del mismo autor, también de ese año, que son dignos del buril de tan eximio artista. De su peculio costeó en 1788, un sermón de fray Francisco de San Cirilo578.



  —237→  

ArribaAbajoIV.- Los libreros

Durante el siglo XVI, los impresores eran también, de ordinario, libreros. Bartolomé de Torres y Juan Fajardo. Pedro Arias, Diego de Ribera y Pedro González ejercen el comercio de libros durante el siglo XVII. Don Francisco Sedano y don Francisco Ríos, libreros notables del siglo XVIII. José Sánchez y D. Rafael de Azcárate, comerciantes de libros en principios del siglo XIX.

Auxiliar eficaz del tipógrafo y del grabador es el librero, que sirve de intermediario entre aquéllos y el público. Sería curioso el estudio que se hiciese -harto difícil por cierto, por su misma falta de notoriedad, que tan pocas huellas deja para lo futuro, especialmente si se trata de aquellos tiempos de las colonias hispano-americanas-, para averiguar los nombres, aunque más no fuese, de los que en México ejercieron el comercio de libros durante la colonia. A título siquiera de apuntamiento vamos a consignar aquí aquellos de que hemos conservado recuerdo, que son bien pocos, en verdad.

Como queda indicado ya, durante el siglo XVI y aún harto después, muchos de los impresores mexicanos eran también mercaderes de libros, de tal modo que nosotros, al menos, sólo hemos podido anotar el nombre de sólo dos libreros que no ejercieran a la vez el arte tipográfico. Llamábanse Bartolomé de Torres, a quien tuvimos ya ocasión de nombrar, que tenía abierta su tienda en 1563, y Juan Fajardo, de quien consta que en 1574 hizo un viaje a España a comprar libros, y que volvió con no pocos de ellos a México tres años más tarde579.

A principios del siglo XVII hallamos a Pedro Arias, que tenía su tienda frente de la puerta del Perdón de la iglesia mayor de la capital580.

En 1624 se nos presenta Diego de Ribera, en cuya casa se vendía el   —238→   Sermonario de fray Juan de Mijangos, y pocos años después, pero probablemente con tienda abierta al mismo tiempo que aquél, Francisco Clarín, que estaba establecido en la calle de San Francisco581. Contemporáneo de los dos precedentes fue también Pedro González, que no era propiamente librero; pero en cuyo almacén, situado en la calle de Santo Domingo, se expendían libros582.

Sin duda el librero más notable que hubo en México durante el siglo XVIII fue don Francisco Sedano, natural de aquella ciudad, y a quien Beristain -que le conoció y trató de cerca y que vino a heredar todas sus obras que quedaron manuscritas- califica de ingenio naturalmente claro y crítico, muy instruido en la historia profana y sagrada y extraordinariamente devoto de la imagen de María Santísima de Guadalupe. Beristain enumera, en efecto, hasta doce obras suyas, entre las cuales merece mención especial su Colección cronológica de noticias desde el año 1746, arsenal copioso e interesante de la crónica de la Nueva España desde aquella fecha hasta el año de 1800, que se publicó en 1880, con un prólogo de García Icazbalceta y con notas y apéndices de don Vicente P. Andrade. Sedano había nacido en 1742 y falleció a la edad de setenta años, en 1812.

Síguele en importancia, también por sus tendencias literarias, D. Francisco Ríos, mexicano, de quien nos dice don José Mariano Beristain que era «muy instruido en las lenguas de Europa» y que habiendo traducido del italiano El Anteojo Aristotélico, y estando para imprimirlo, llegó a México una traducción del mismo libro que le privó de dar a luz la que tenía hecha. Obra suya serían también, al decir de nuestro bibliógrafo, varios opúsculos del padre jesuita italiano Pinamonti, traducidos por él, que en México alcanzaron no pocas ediciones y algunas en la Puebla de los Ángeles583.

Por el Diario de México tenemos noticias de los libreros José Sánchez584, y D. Rafael de Azcárate, cuya tienda estaba situada en la calle de Tacuba, y que con motivo de la muerte de su propietario se ofreció en venta en abril de 1808585.



  —239→  

ArribaAbajoV.- Los bibliógrafos

Advertencia sobre lo dicho por el autor en otra de sus obras acerca de los bibliógrafos americanos. Las Crónicas de las Órdenes Religiosas contienen las primeras noticias bibliográficas sobre libros mexicanos. Don Diego Bermúdez de Castro y su Catálogo de escritores angelopolitanos. Don Juan José de Eguiara y Eguren. Su nacimiento y familia. Datos relativos a sus estudios, tomados de su Relación de méritos. Su carrera eclesiástica. Informe que sobre sus méritos envía al Rey la Audiencia de México. Su renuncia del obispado de Yucatán. Ojeada sobre las obras que publicó fuera de su Bibliotheca Mexicana. Cómo nació en él la idea de emprender ésta. El deán de Alicante don Manuel Martí. La aprobación al Florido ramo de la poetisa Ana María González. Encarga a España una imprenta para publicar su libro. Juicio crítico que merece éste a García Icazbalceta. Dedicatoria que le hacen los alumnos de la Academia Eguiarense, fundada por él. Otras obras de Eguiara. Noticia y extracto de aprobaciones suyas a diversos libros (nota). Su muerte. Honras que se le hicieron. Párrafos del Sermón fúnebre del P. Vallarta que se refieren a la vida de Eguiara (nota). Patria y nacimiento de Beristain. Disquisición sobre su segundo apellido (nota). Sus primeros estudios. Tertulia literaria en casa de Beristain. Pasa a México a graduarse de bachiller en filosofía. Su viaje a España. Sus estudios en Valencia. Se traslada a Valladolid. Es nombrado catedrático. Su estreno literario. Predica en el Real Sitio de San Ildefonso. Funda el Diario Pinciano. Después de varias oposiciones a canongías, obtiene la lectoral de Victoria. Predica en Madrid un sermón en las honras de Carlos III. Presenta a los Reyes una oración impresa para felicitarlos por su exaltación al trono. Por sus excesivos elogios a D. Manuel Godoy es procesado por la Inquisición. Se traslada a Puebla como secretario del obispo Biempica. Es derrotado en la provisión de una canongía y se embarca para España. Naufraga en el canal de Bahama. Es condecorado con la cruz de Carlos III y provisto canónigo de México. Su frecuente predicación. Es elegido secretario del Cabildo Eclesiástico de México. Honras que hace celebrar en Puebla por su antiguo protector. Cargos honrosos que desempeña en México. Interés que manifiesta por el desarrollo de la instrucción pública y el cultivo de las bellas letras. Sus primeros esfuerzos a favor de la metrópoli. Asciende al arcedianato. Sus Diálogos patrióticos. Controversia con el doctor Cos y con Velasco. Es nombrado visitador de Querétaro. Otros trabajos de Beristain en pro de la causa realista. Sufre un ataque de parálisis. Recelos que despierta en la Inquisición. Su intervención en la causa de Morelos. Deseos que manifiesta de marcharse a España. Comienza la publicación de su Biblioteca. Muerte de Beristain. Su obra bibliográfica. Segunda edición de su obra. Las Adiciones del Dr. Osores. Datos biográficos de éste. Publicación de las notas de Ramírez puestas a la obra de Beristain. La bibliografía mexicana en el extranjero: TernauxCompans y Harrise. La Bibliografía mexicana del siglo XVI, de García Icazbalceta. Su biografía por D. Cesáreo Fernández Duro. Don Vicente Andrade y su obra bibliográfica. La Bibliografía Mexicana del Siglo XVIII, del Doctor León. Zarco del Valle y Sancho Rayón. Don José Gestoso y Pérez. La bibliografía mexicana en la América del Sur. Los bibliógrafos norteamericanos Bartlett y Winship.

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Con esto llegamos ya a tratar de los bibliógrafos que se han ocupado del estudio de los libros impresos en México, de algunos de los cuales tuvimos ocasión de hablar con cierta extensión en el prólogo de nuestra Biblioteca hispano-americana, refiriéndonos especialmente a Pinelo, el verdadero creador de la bibliografía americana, a su continuador don Andrés González de Barcia y al insigne don Nicolás Antonio. En ese nuestro libro hallará el lector una revista crítica y ordenada de cuanto sobre esa materia en general se ha publicado hasta el día, y sería redundante que repitiéramos aquí aquellos apuntamientos.

Hoy, pues, nos limitaremos a estudiar los que más directamente se han ocupado del antiguo virreinato de Nueva España.

Sin duda que las primeras noticias de libros impresos en México se encuentran en las Crónicas de las Órdenes religiosas; pero desde Dávila Padilla, que publicó la suya en los últimos años del siglo XVI, hasta fray Agustín de Vetancurt, que escribía cien años después, y cuya obra, de entre todas ellas, es la que se distingue por alguna más abundancia en los detalles de los libros y escritores que cita, ninguno de esos autores nos ha dejado propiamente una bibliografía, ni cosa que se le parezca.

Las noticias de esos autores son exclusivas, por lo demás, a los miembros de la Orden a que pertenecían.

Hecha esta advertencia, volvamos ahora la vista a México.

Por los mismos días en que los padres San Antonio y Portillo y Aguilar publicaban sus bibliografías en Europa, don Diego Antonio Bermúdez de Castro, a quien, sin duda, corresponde la prioridad en el orden de los bibliógrafos que escribieron en Nueva España, trabajaba en su Catálogo de los escritores angelopolitanos, de que Eguiara se aprovechó para su Biblioteca Mexicana, y después de él Beristain, quien declara que, si como llegó a sus manos ese manuscrito en 1815, hubiese podido consultarlo diez años antes, le hubiese ahorrado mucho trabajo.

Fue Bermúdez de Castro natural de la Puebla de los Ángeles; estudió las humanidades con los jesuitas y sirvió de escribano real y notario de la Curia Eclesiástica de aquel obispado. En 1731 dio luz allí, hallándose en lozana juventud, la Parentación funeral de su tío el arzobispo de Manila don Carlos Bermúdez González de Castro586.

Con un talento y aplicación nada vulgares, al decir de Beristain, se dedicó al estudio de las letras humanas y al conocimiento e ilustración de la historia de su patria, y murió dejando listos para la prensa el Teatro Angelopolitano o Historia de la Ciudad de la Puebla de los Ángeles, la Noticia histórica del Oratorio de San Felipe Neri, de la misma ciudad, y el Catálogo587.

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Cualquiera que fuese el desarrollo dado por Bermúdez de Castro a sus anotaciones bio-bibliográficas, que no conocemos, pero que seguramente sería muy limitado, el hecho era que su obra, concretada a una parte pequeñísima de la producción literaria del virreinato, estaba así distante de abrazar propiamente la bibliografía mexicana en general; tarea que estaba reservada a iniciarla por lo menos y a abrir con ella el campo a futuras y más completas investigaciones, a don Juan José de Eguiara y Eguren. Se hace necesario antes de que veamos cómo nació en él la idea de semejante empresa, que presentemos su persona al lector para que pueda juzgarse por el conocimiento de sus estudios y de su carrera literaria si estaba o no en condiciones de realizarla con acierto.

Había sido bautizado en la parroquia del Sagrario de la ciudad de México, el día 16 de febrero de 1696588. La calidad de su familia y la posición que en España ocuparon sus padres y algunos de sus antepasados, se verá en algunos de los documentos que luego insertaremos. Baste a este respecto que anticipemos que nuestro Eguiara fue inscrito en el libro de los caballeros de la Villa de Vergara en Guipúzcoa y que sus ascendientes alcanzaron diferentes privilegios y hábitos en las Órdenes de Santiago y Alcántara589.

Añadiremos que Eguiara, además de noble, nació rico590.

Son tales y tan numerosos los diversos incidentes de su actuación como estudiante primero y luego como catedrático y opositor a cátedras y prebendas que constan de la relación de sus méritos, que no sería posible   —242→   extractarlos sin menoscabo de los títulos que Eguiara exhibía en los últimos años de su vida de pretendiente, y cuando pasaba ya de los cincuenta años, que nos creemos obligados a transcribirlos por entero, según resulta de sus propias apuntaciones.

Después de la gramática y retórica, estudió filosofía en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de la Compañía de Jesús de esta ciudad, cursando al mismo tiempo las cátedras de esta Real Universidad, en la cual defendió un acto de toda lógica, y después otro de todo el curso de artes, con el cual recibió el grado de bachiller, habiendo sido aprobado para todas facultades, y confirmándole el tercero lugar que su maestro le dio en dicho Colegio Máximo, en el cual sustentó otro acto de toda la filosofía.

Después de haber cursado los cuatro años de teología que previenen los Estatutos, y hecho doce lecciones de a media hora, puntos y término de veinte y cuatro, y las réplicas acostumbradas.

Tiene treinta y un años de doctor en sagrada teología por dicha Universidad, para el cual grado hizo todos los actos y pasó por todos los exámenes que en ella se acostumbran, y fue aprobado por todos los doctores de la Facultad, nemine discrepante.

Tiene veinticuatro años de catedrático en dicha Universidad: los dos, menos tres meses, en la temporal de filosofía, que se le adjudicó con todos los votos, nemine discrepante; y los veinte y dos y más, en las de propiedad de vísperas y prima de teología, habiéndosele adjudicado aquélla por la mayor parte, y ésta por toda la Real Junta, nullo sufragio dempto; por lo cual, y haber cumplido exactamente con todas las obligaciones y actos de tal catedrático, está ya jubilado en la prima por decreto de S. E., habiendo precedido informe de la Escuela y parecer del señor Fiscal. Y aunque ha más de dos años, que por haber pasado los veinte necesario para la jubilación, pudiera haber dejado la lectura, la ha continuado y aún prosigue leyendo su cátedra.

Adviértase para inteligencia de lo que precede, que Eguiara decía esto en marzo de 1747.

Asistió veinte y cuatro años, y los veinte y uno presidió sus conferencias escolásticas y morales, dos días cada semana, y además ejercicios literarios, a la Academia de Teólogos de dicha Universidad, llamada de San Felipe Neri, por haberse instituido en la Casa de la Congregación del Oratorio. En dicha Academia leyó veinte lecciones, cada una de media hora, con asignación de puntos en el Maestro de las Sentencias. Hizo diez y siete oraciones panegíricas, un certamen poético y un vejamen; presidió un acto de Sagrada Escritura y otro de todo el día, de ocho materias, las cuatro escolásticas y las cuatro morales.

Así de los cursantes que ha tenido en las referidas cátedras, como de los académicos de la Academia dicha, han salido muchos predicadores y confesores; muchos curas, que lo son en diferentes iglesias, muchos doctores y maestros en filosofía y teología, muchos catedráticos para esta Universidad y fuera de ella, examinadores sinodales, calificadores del Santo Oficio, prebendados de esta Santa Iglesia y de otras; canónigos magistrales, que actualmente lo son, y ha muchos años obtuvieron en sus Iglesias. Y aunque no alega por propios los méritos ajenos, no es ajeno de su mérito el trabajo extraordinario que ha tenido en las lecturas de sus cátedras   —243→   y en la presidencia de dicha Academia, sin ningún honorario en ésta, cuya utilidad se va continuando por la aplicación de sus individuos y ha durado desde que el informante empezó a frecuentarla, más de treinta y ocho años.

Tiene veinte y dos de examinador sinodal de este Arzobispado; veinte y nueve de predicador; veinte y dos de confesor y nueve de calificador del Santo Oficio. En todos los cuales ministerios ha trabajado con satisfacción de los superiores.

Diez y seis años ha que cada quince días predica las pláticas que se acostumbran todos los domingos en San Felipe Neri, a los congregantes eclesiásticos y seculares que concurren al oratorio llamado Pequeño; y veinte y un años continuados ha predicado a las Señoras Capuchinas en Jueves Santo la Institución del Santísimo Sacramento.

En esta Santa Iglesia Catedral lo ha hecho muchas veces, y en sus primeras funciones, como lo es la de N. P. S. Pedro, y el año de 1723, el día de San Antonio de Padua, con uno de término, como fue público. En la Real Universidad en los días de sus patronos San Pablo y Santa Catarina, en el de la Purísima Concepción y en la canonización de San Juan de la Cruz, que celebró en el convento de San José de Carmelitas Descalzas. En la Real Capilla repetidas veces. En muchas iglesias en sus fiestas titulares, y en las ermitas y barrios muchas cuaresmas; de suerte, que los sermones y pláticas que ha predicado, pasan de setecientos.

Antes de ser catedrático sustituyó en ocho ocasiones las de retórica, Sagrada Escritura y prima de teología.

Ha replicado frecuentísimamente en actos públicos en la Universidad, religiones y colegios; y ha sido examinador de artes las veces que le han tocado por turno, según el de sus cátedras.

Hizo el inicio con que se abren los estudios en seis días de término.

Ha leído (por lo que toca a la Universidad) diez y siete lecciones, las cinco de hora y media, en oposición a la de vísperas de dicha Facultad, cinco a las de filosofía; una a la de retórica (en cuya oposición obtuvo dos sufragios de los seis que a ella ocurren); una para el grado de bachiller y otra para el de licenciado en teología, todas con la asignación de puntos y término que se acostumbra.

Ha presidido más de cien funciones de teología, en esta forma:

Cincuenta y un actillos del Maestro de las Sentencias.

Veinte y cinco a varios cursantes para los grados de bachilleres.

Dos actos de cuodlibetos.

Catorce actos menores con las réplicas acostumbradas, de la Universidad y sagradas Religiones, y cinco de ellos de a doce materias cada uno.

Doce actos mayores, de todo el día, cada uno de a veinte y cuatro materias; las diez y ocho de teología escolástica, para la mañana, y las seis de ambos derechos para sobre tarde; variando en éstas muchos títulos, y en aquéllas muchas conclusiones, y en unas y otras más de dos problemas, acomodándose al estudio y genio de los actuantes...

Ha veinte y siete años que es opositor a canongías de esta Santa Iglesia, para las cuales ha hecho cuatro lecciones, cada una de hora, con termino de veinte y cuatro, las dos de Sagrada Escritura, y las otras dos de teología escolástica; y ha predicado cuatro sermones, también de hora, con término de cuarenta y ocho; la primera oposición el año de 1720, la segunda el de 1725, la tercera el de 1729 y la cuarta en el presente.

En la votación de la segunda, que fue la magistral, y ha veinte y dos años, fue consultado a Su Majestad en tercero lugar; y tuvo votos para el segundo; y en la votación de la tercera, que fue la lectoral, y ha diez y ocho   —244→   años, fue consultado en primer lugar, con igual número de votos que el señor Dr. D. Fernando Ortiz, que la obtuvo591.

Para hacer valer estos méritos en forma que no dejara lugar a dudas, Eguiara hizo autorizar su relación por los funcionarios llamados a dar fe en los actos a que hacía referencia; y aún no contento con esto, levantó un verdadero expediente592 en solicitud de que la Real Audiencia de México informase de ellos al monarca, como en efecto lo obtuvo, según consta del documento que sigue, cuyo conocimiento no podemos omitir:

Señor. -Hallándose opositor el doctor don Juan José de Eguiara y Eguren, presbítero, á la canongía lectoral vacante en la Santa Iglesia Metropolitana de esta ciudad, acudió a este Acuerdo pretendiendo informe á V. M. en conformidad de la ley, y habiéndose hecho con citación del Fiscal de esta Real Audiencia averiguación de su calidad, literatura y mérito, así por los papeles de su hidalguía y certificaciones de sus méritos que presentó, como de la información que se le recibió, y la que de oficio se hizo, ha constatado, demás de ser público en esta ciudad, que es natural de ella, hijo legítimo de don Nicolás de Eguiara y Eguren y de doña María de Elorriaga y Eguren, personas notoriamente nobles y descendientes de los primeros pobladores de las villas de Vergara y Eíbar en la Provincia de Guipuzcoa, á quienes por sus servicios honró V. M. con varias mercedes; y que don Nicolás fué alcalde en la villa de Anzuola y cónsul en el Tribunal del Consulado de este reino, en que hizo otros á V. M.: cuya nobleza ha acompañado el doctor su hijo, con tan grande aplicación á las letras, que, después de haber cursado la gramática, retórica y filosofía, en que fué graduado de bachiller con aprobación para todas las facultades, cursó la de teología, cumpliendo con las lecciones y demás actos á que fué obligado, hasta recibir el grado de doctor en ellas; fué examinador en los exámenes de licenciados, y frecuentemente ha argüido en actos de filosofía y teología de la Real Universidad y sagradas Religiones; fué ocho veces substituto de cátedras de retórica, Escritura y sagrada teología, y las regenteó dos veces por enfermedad de sus propietarios; hizo el inicio general, con término de seis días, por accidente de el doctor que lo había de hacer el año de mil setecientos diez y seis; ha mantenido más de veinte años una Academia, que, habiendo empezado en el Oratorio de San Felipe Neri, se continúa en la Universidad con pública utilidad de la escuela, sin dejarlo por la ocupación de las cátedras; en ellas ha presidido diez y siete años continuos; hizo veinte lecciones con actos de cuarenta y ocho horas, y otras en términos de veinte y cuatro; diez oraciones panegíricas y otros actos; se ha opuesto catorce veces á las cátedras de retórica, artes, prima de filosofía, vísperas y prima de teología; dos años leyó en propiedad la de vísperas de filosofía y lee ha cinco la de vísperas de teología; ha presidido ochenta y cinco actos de teología; es confesor general y predicador, con licencia que se le concedió luego que se ordenó de diácono, y ha predicado muchos sermones, algunos en la iglesia mayor en fiestas de tabla, en presencia del Virrey y   —245→   de esta Real Audiencia, en la capital real de ella y en muchas iglesias de esta ciudad, y en la Real Universidad los del mayor empeño de ella; y por nombramiento del Arzobispo fue examinador sinodal; dos veces se ha opuesto á la canongía lectoral y una á la magistral, en que fué consultado en tercero lugar: fué en la misma Universidad diputado de Hacienda y consiliario; y en todo ha cumplido con su obligación y en todas sus operaciones ha sido muy puntual, como consta del testimonio adjunto con que informa á V. M. este Acuerdo, por considerarle por estos méritos digno de que en la provisión de la canongía lectoral ú otra de la Santa Iglesia de esta corte le tenga presente V. M., cuya católica real persona guarde Nuestro Señor los muchos años que la cristiandad necesita. -Real Acuerdo de México y Noviembre diez y seis de mil setecientos veinte y nueve. -El Marqués de Casafuerte. -El Marqués de Villa Hermosa de Alfaro. -Juan de Durán Rebolledo. -Licenciado José Francisco de Aguirre. -Pedro Malo de Villavicencio. -Licenciado José Fernández Veitía Linage.- (Cada uno con su rúbrica.)593

Conviene ahora que precisemos un tanto los hechos y fechas principales de la carrera literaria de Eguiara hasta el punto de su vida a que hemos llegado.

Comenzaremos por decir, según cuida de advertirlo quien lo conoció de cerca, que en sus primeros años ya era «la admiración en las aulas de la Universidad y de las Sagradas Religiones, siendo siempre el más pronto y el que jamás se negaba á las innumerables réplicas que se le encomendaban»594.

Beristain y el doctor Osores refieren también -cosa que Eguiara no expresa- que había sido colegial real de oposición en el Más Antiguo Seminario de San Ildefonso, a principios del siglo XVIII595.

En 1716 se graduó de doctor en teología, en cuya Facultad tuvo por maestro a don Bartolomé Felipe de Itta y Parra596.

En 1723 fue nombrado catedrático de filosofía.

En 1724 era ya examinador sinodal del Arzobispado.

En 22 de noviembre de ese mismo año, cuando aún no enteraba dos en su cátedra de filosofía, pasó a desempeñar en propiedad la de vísperas de teología597.

En 1727 era diputado de hacienda de la Real Universidad.

En 1737 aparece ya decorado con el cargo de calificador del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.

El 15 de marzo de 1738 se le adjudicó con todos los votos la cátedra de   —246→   prima de teología, en concurso de treinta opositores, de la que tomó posesión tres días después598.

Y para concluir con los puestos que tuvo, añadiremos que en 1748 pasó a ser capellán de las Monjas Capuchinas, según parece en los mismos días en que acababa de jubilarse en la cátedra de teología599.

En 1749 era teólogo de cámara y consultor ordinario del arzobispo Rubio y Salinas600; y al año siguiente ascendió al rectorado de la Universidad601, de cuya capilla se intitula visitador en principios de 1757 y juez conservador de la Provincia de los Agustinos de Nueva España602; y, finalmente, en 1758, cancelario de la misma Universidad, y en 1759, Ordinario por el Arzobispo, teólogo y consultor de cámara.

En su carrera eclesiástica dentro del coro de la Catedral, diremos que después de haber sido canónigo magistral, en 1762, poco antes de morir, era tesorero electo y entonces maestrescuela en ejercicio. Desempeñaba el primero de esos cargos en 1752, cuando fue electo obispo de Yucatán, alto honor que renunció en los términos que va a verse:

«Señor. -Con el más profundo respeto y gratitud, correspondiente á la alta dignación de V. M., he recibido su real cédula de veinte y ocho de octubre de el año próximo pasado de mil setecientos cincuenta y uno, por la que se sirve mandar me encargue del gobierno de la Catedral de Mérida y Obispado de Yucatán, honor sobre la expectación de mi ningún mérito, y merced por que rindo á V. M. las más reverentes gracias. Y considerando que la confianza que V. M. hace de mi pequeñez, elevándola á tan sagrada dignidad, me precisa á procurar el desempeño de mi obligación estrechando más la de mi conciencia; ésta me estimula á representar humildemente á V. M. el estado de mi quebrantada salud y debilidad de fuerzas corporales, necesarias del todo para el desempeño del Oficio Pastoral, mayormente en los obispados de esta América, que todos son muy vastos, y sus visitas se extienden á largas distancias, para cuyos viajes y caminos me hallo imposibilitado; pues, aunque puedo trabajar, y trabajo sobre la mesa de mi estudio, en el púlpito de esta Catedral de México, ejercitando mi ministerio, y en el confesonario; esta especie de ocupaciones intelectuales, á que estoy acostumbrado por casi cincuenta años, se acomoda á la cortedad del vigor que me permiten los accidentes que padezco, habituales y ocasionados de las mismas tareas; pero consultando mi experiencia para otro género de trabajo, me confieso inepto, y ofendería á Dios y á V. M. encargándome del oficio á que conozco no puedo dar satisfacción correspondiente.

»La clemencia de V. M. se dignará tener á bien esta ingenua y humildísima representación de mi inutilidad para servir cualquier obispado; siendo al mismo tiempo los más vivos deseos de mi gratitud sacrificar cuanto soy como el más obligado y reconocido vasallo al servicio de V. M., de que espero dar muy breve público testimonio, empezando á sacar á luz la obra de la Bibliotheca Mexicana, en que he puesto algunos años de estudio,   —247→   para hacer más patente al mundo la gloria de V. M. y sus soberanos progenitores, que tanto han promovido la de Dios, como en otras partes en esta América, fomentando y honrando sujetos por virtud y letras muy ilustres. Espero de la real benignidad de V. M. acepte mi reverente súplica, descargándome del honroso peso de la sublime dignidad á que me ha destinado y disponiendo de mi persona cuanto sea de su real servicio.

»Nuestro Señor guarde la C. R. P. de V. M. como la cristiandad ha menester. -México y Julio 6 de 1752. -Doctor Juan José de Eguiara603.

El Rey o sus consejeros consideraron aceptables las causales alegadas por Eguiara para declinar aquella honra, y su renuncia le fue aceptada en 24 de febrero del año siguiente604.

Hablaba Eguiara en ella de cuán empeñado se hallaba por entonces en la redacción de su Biblioteca, tarea que ya había aludido en su relación de méritos. «Ha tres años, decía entonces, en 1747, que trabaja todo el tiempo que le dejan libre las otras ocupaciones en preparar la Biblioteca Mexicana, para la cual tiene juntos como dos mil escritores de los que han florecido en nuestra América Septentrional; y aunque la obra aún no está concluida, el mérito que alega es el estudio y trabajo no vulgar que le está costando y que es público, no sólo en esta ciudad, cuyas librerías va registrando, sino también en todo el reino, por el comercio literario que le ha sido preciso entablar con hombres doctos, de los muchos que florecen en él, para conseguir las noticias que demanda tan vasta empresa.»

Pero antes de entrar de lleno en el estudio de aquel su libro con el cual se mostraba tan encariñado, se hace necesario que demos una ojeada a las demás obras de nuestro autor que llevaba publicadas, como que esa fue también casi la última que diera a luz.

El primer trabajo publicado por Eguiara es de 1724 y fue escrito en desempeño del «asunto moral» que debía tratar en su oposición a la canongía magistral y le dio un título que hoy nos parece rebuscado, pero que era de los corrientes en una época en que llegaron a producirse los más disparatados que es posible imaginar: La nada contrapuesta en las balanzas de Dios a el aparente cargado peso de los hombres. Y sin duda que algún mérito debió de reconocérsele cuando tres años después de impreso en México salió una segunda edición en Madrid, con dedicatoria a San Ignacio de Loyola y aprobación de dos jesuitas de cierta distinción que allí residían605. ¡Desde tan a los principios de su carrera había manifestado Eguiara su afición a la Compañía de Jesús, que continuó durante toda su vida y que sin duda hubo de servirle mucho en México, donde por aquellos años comenzaba a manifestarse todopoderosa!

Con un motivo análogo dio a luz en el año siguiente (1725) su Relectio sobre el Libro Tercero del Maestro de las Sentencias, que dedicó a la Santísima Trinidad.

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Meses antes había merecido el insigne honor de que don Cayetano Cabrera y Quintero cantase en versos latinos en su Sapientiae sidus su ascenso a la cátedra de teología en la Universidad, con la aprobación de un miembro de la Compañía de Jesús y de otro del Oratorio de San Felipe Neri, las dos órdenes religiosas que se llevaron toda su devoción. Hablando de esta última, observaba Beristain que desde sus más tiernos años Eguiara la había frecuentado, y que «era ya doctor y catedrático cuando se le veía todavía ayudar las misas en aquella iglesia». «No fué congregante, añade, pero se gloriaba de ser hijo de San Felipe y discípulo de sus hijos, aún siendo ya obispo electo.»

En 1729, con ocasión de la canonización de San Juan de la Cruz, que tanta resonancia tuvo en México, Eguiara declamó el 14 de febrero, último del solemne novenario con que la celebró el Convento de religiosas carmelitas, un panegírico que intituló La sabiduría canonizada y que asistió a oír la Real Universidad, en la cual era por entonces catedrático de vísperas de teología, según hemos dicho. Uno de los aprobantes de esa pieza refería que «los doctores, predicadores y sacerdotes habían celebrado al doctor Eguiara desde que empezó á abrir en la cátedra el libro de Cicerón, el de Aristóteles, el del Maestro de las Sentencias y el de la Sagrada Biblia, para leer de oposición á las cátedras y canongías, y los libros de los Derechos para reconocer los textos de las leyes y cánones, para responder presidiendo actos. Para celebrarlo, todos, en lugar de las cítaras y vasos de oro, han usado de sus voces consonantes al crédito de su aplicación, exhalando todas el buen olor de su fama, quedando unos con el gozo de tener plumas para que resuenen sus cítaras con aprobaciones y elogios, y los otros con los buenos deseos de tomarlas en las diestras para firmar sus aplausos».

Pasmo de los predicadores, le llama el otro aprobante, pues, como todos saben, afirmaba, y nadie en toda la Nueva España lo ignora, tiene muy merecido el título y renombre de teólogo, no sólo por lo que sabe, pues mereció, aún en la corta edad de veinte y ocho años, ser catedrático de vísperas de teología en la Real Universidad de esta Corte, sino también porque en su teología tiene, como tan versado, especial gracia para exponerla y suma claridad y modo para explicarla.

El 8 de agosto de ese mismo año procedía a leer ante el Cabildo Eclesiástico una disertación que intituló Internecio Primogenitorum AEgypti, trabajada en el espacio de veinte y cuatro horas, sobre el tema que le había tocado en suerte para el certamen sobre la canongía magistral, que mereció la más calurosa aprobación de un jesuita celebrado por su saber, el P. Clemente Sumpsín, cuyo concurso era solicitado con frecuencia para esa clase de trabajos; y todavía en dicho año, a 13 del mes de octubre, también en oposición a la canongía lectoral de la Metropolitana, predicaba por espacio de una hora un Panegírico de San Esteban, que había trabajado con término de cuarenta y ocho606.

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«Todo el numeroso concurso que le atendió, declara uno de sus oyentes, le tributó los más merecidos aplausos a su artificio, ya en las profundas autoridades en que fundó su argumento, ya en los delicados y nunca oídos discursos con que subió de punto su buen concepto. ¿Y qué diremos de la retórica exornación con que adornó el panegírico? Ya en la hermosa variedad de sus tropos, ya en el concierto admirable de sus períodos, y ya en la vistosa colocación de sus sentencias...»607.

Quien lea estas alabanzas tributadas a las piezas oratorias de Eguiara, de seguro se imaginará que son obras maestras dignas de estudiarse; pero es necesario confesar que hoy nos parecen de un gusto intolerable, cargadas de una erudición tan extemporánea como inútil, vulgar en sus figuras, de lectura insoportable, en una palabra. Pero no es posible dudar de que llenaban el gusto de sus contemporáneos y que éstos eran sinceros en los aplausos que le prodigaban a su autor.

Buena idea del pésimo gusto con que esas piezas oratorias estaban redactadas, es posible formarse con sólo leer el título de la que Eguiara declamó el 29 de septiembre de 1730 en la iglesia del monasterio de Religiosas de la Encarnación: El Santo más semejante y más desemejante á Dios, bajo cuyos epítetos aludía a San Miguel Arcángel. Ésta, que se consideró «una de las más pulidas obras que en la oficina de su peregrino ingenio trabajó el doctor Eguiara», fue sacada a luz pública por el doctor don Juan José de la Mota, dedicándola a don José de Azlor Virto de Vera, gentilhombre de Cámara del Rey y mariscal de campo de sus reales ejércitos.

«Maestro de insignes doctores», le llama juzgando esa obra el doctor Luyando y Bermeo, informándonos que «después de haber pasmado á nuestra Minerva, después de haber satisfecho en la cátedra con sus sólidas respuestas las réplicas más agudas; después de haberse conciliado las admiraciones del claustro, baja á preguntar (yo lo he visto) á los mesmos que veneran sus sentencias por oráculo, si acaso es la solución que dió a los argumentos: escrúpulo que siempre le pulsa, y por eso expone todas sus obras antes de salir á el público á la corrección ajena y a los borrones de sus mesmos discípulos»608.

No le va en zaga al anterior el título de El ladrón más diestro de el espíritu religioso, que puso a otro sermón predicado en la Congregación del Oratorio el día de su titular en la fiesta de Pentecostés del año de 1733, que sacó a luz la misma Congregación.

Entre los preliminares encierra una larguísima aprobación del padre jesuita Nicolás Zamudio, en la cual descuellan las palabras que dedica a la Academia fundada por Eguiara. «La celebre, conocida Academia de Sagrada   —250→   Teología de nuestro aclamado doctor, propia disposición y traza ingeniosa de las entendidas manos de su difusa sabiduría; taller en que se reforman y medran con bien acreditadas usuras muchos de los mexicanos ingenios; campo fecundo en que se cultivan y se adelantan con ventajosas creces las letras divinas y humanas, es el Padrón eterno de los elogios y la Pirámide triunfal que le tienen muy merecida en la dilatada esfera de ambos Orbes á su fama y á su inmortal recuerdo sus gloriosos afanes y literarios desvelos á la causa pública de la América.»

Y con esto llegamos ya a la obra más voluminosa de Eguiara, en la que podremos ver cuáles eran los vuelos de su pluma, dejado el campo de la oratoria absurda por su culteranismo, para ocuparla en un tema más al alcance de todos, cual es la Vida del padre don Pedro de Arellano y Sosa, primer prepósito que había sido de la Congregación del Oratorio, y Eguiara, como era de esperarlo, dedicó su trabajo a la misma Congregación, lamentándose de que su «humilde y obscura pluma» no le permitiese poner en el realce que se merecía la figura de su héroe, confesión que luego aparece contradicha por la opinión de uno de los que calificaron a quien la manejaba de «elegantísimo historiador»; «elocuentísimo escritor, vestido de decoro y de gala», le llama otro; «el decoro en la majestad de las voces, puro y terso castellano, sin mendigarla á la latinidad ó á otras lenguas sus dialectos; legítimo de el estilo histórico, sin extravío á locuciones poéticas, que impropia y desgraciadamente se suelen ingerir en la oración suelta; palabras más significativas que rumbosas, de nervio y no de relumbrón, sin afectación de decadencias, ni aire de asonancias métricas; vestido también de gala, cual conviene á la gravedad de la obra; legítimas y serias figuras de retórica, con todos los arreos de la arte; sus frases son naturalmente elocuentes, sin aquel artificioso colorido que hace femenil la elocuencia con los afeites de la hermosura, á el mismo paso que la deja desarmada. ¡Rara felicidad de tan grande ingenio!»609.

Alternó luego en su producción literaria una muestra de su oratoria en el Monstruo de la santidad, que imprimió en 1741, con su Praelectio theologica, dicha en otra oposición a la canongía magistral, el 16 de diciembre de 1746, que dio a luz la Academia de que era fundador, y sus sapientísimas Selectae dissertationes, de cuyos tres tomos de que constaba imprimió en ese mismo año el primero, habiendo quedado los demás inéditos, pero aprobados y con las licencias para darse a las prensas.

Al año siguiente, y siempre con motivo de oposición a la canongía magistral, predicó por espacio de una hora, con asignación de puntos y término de cuarenta y ocho su Panegírico de María Santísima. Viene luego un interregno de siete años, al cabo de los cuales, habiendo alcanzado ya la canongía que por tan largo tiempo había solicitado, y obtenido también su presentación al obispado de Yucatán, predica en presencia del arzobispo Rubio y Salinas su Panegírico fúnebre en las honras de una de las monjas capuchinas, a quienes servía de capellán. Pero este rasgo de su elocuencia   —251→   era puramente accidental y al cual no podía naturalmente negarse: su ocupación diaria había sido durante ese tiempo, y a contar desde 1742, la redacción de su Bibliotheca Mexicana.

Es bien sabido cómo germinó en él la idea de acometer aquella obra. Hablando de las que había producido hasta entonces, decía Beristain que «su literatura fué vastísima; teólogo completo y consumado, canonista y letrado sólido y piadoso; filósofo cristiano é ilustrado, matemático sobrio y exacto, histórico é historiador sensato y crítico modesto y acérrimo; pero el amor á su patria y el honor de los americanos, especialmente de los de Nueva España, le arrebataron el corazón y la pluma contra la ligereza é inconsideración, más que calumnia, del célebre deán de Alicante don Manuel Martí, que en su Carta 16 del Libro VII de sus Epístolas latinas, impresas en Madrid en 1735, no sólo negó los literatos en nuestra América, las academias y las librerías, sino aún los estudiantes, para vindicar el honor nuestro y aún el de la madre España, que quedaba muy descubierta si con tanto abandono hubiese mirado sus Provincias de Ultramar, comenzó el señor Eguiara la obra de su Bibliotheca, que apellidó Mexicana por respeto á la metrópoli de este Nuevo Mundo y de lo que no se dieron por contentas las Provincias que no pertenecen al virreinato de México».

Hemos tenido ya ocasión, cuando hablamos de su Relación de méritos, de leer las palabras que Eguiara dedicaba en ella a referir el trabajo de la Bibliotheca en que se hallaba empeñado. Esa pieza es de 1747, como se recordará. Al año siguiente, y con motivo de haberse solicitado su aprobación para el Florido ramo que la poetisa mexicana doña Ana María González de Zúñiga tributaba a la Virgen de Guadalupe, decía Eguiara: «admirando yo las bellas flores de esta poesía, me parece con mucha razón, que tan florido ramo, siendo índice del ingeniosísimo árbol que lo produce, es también argumento de la fecundidad del terreno donde nace, quiero decir de nuestra patria México. Ya muchos experimentados y verídicos escritores la han aplaudido por la benignísima clemencia de su temperamento, capaz de que disfrutemos en nuestro país un perpetuo verano, como que tire muchos gajes de la edad de oro, no solamente por el que late en sus venas, acompañado de otras preciosidades, sino también por la abundancia de sus frutos, perpetuidad de sus flores, suavidad de sus vientos y otras calidades nobilísimas, que prueban no ser del todo increíble la opinión de los que juzgaron que el Paraíso tuvo su situación en la América y que la Tórrida Zona es aquella espada de fuego que puso Dios en mano del Querubín Custodio de aquel delicioso huerto, pues tantas huellas han quedado en nuestras regiones de aquellas primitivas y envidiables felicidades. Por lo que aplican á nuestro México, cabeza de este vastísimo imperio, lo que tratando   —252→   de la del romano, escribió Tertuliano: «Re vera Orbis cultissimum hujus imperij rus est, consitum et amoenum super Alcinoi pomerium, et Midae rosetum.» Y aunque también otros muchos, no menos ingenuos que sabios hombres, la han celebrado por la fecundidad, prontitud y madurez de sus ingenios y de sus letras, motivo porque estará de más mi elogio; sin embargo, viniéndoseme a la mano ocasión tan oportuna, como me ministra este Florido ramo, sería omisión culpable no dar un apunte, ni hacer una memoria de la fecundidad abundantísima con que la Providencia soberana quiso enriquecer a nuestra patria, dándola ingenios amenísimos y floridísimas producciones.

No quiero ahora hablar ni una palabra de la fecundidad americana en todo género de estudios, ciencias y facultades, así porque este argumento es tan copioso, que no bastan a desempeñarlo abultados tomos de la Bibliotheca Mexicana, que traigo entre manos, y espero en Dios le he de dar la última, para poner a buena luz los escritores que han florecido en esta América, como también por considerarlo no muy del caso presente y prevenir que alguno me acordase el latino adagio «ad myrtum canis», cuando a vista de este florido ramo de nuestra ingeniosísima poetisa, me fuese yo emboscando en otros Campos Elíseos y Hesperios huertos, que han rendido y rinden frutos de oro de las demás facultades. Conteniéndome pues únicamente en la poética, que me hace presente el Florido ramo de doña Ana, no puede contenerse mi memoria ni mi pluma, para dejar de escribir lo que más ha de ciento y cuarenta años imprimió el Iltmo. Sr. D. Bernardo de Balbuena, obispo de Puerto Rico, en la dedicatoria de aquel gallardo poema intitulado Grandeza Mexicana: «quiero cantar, escribe, una grandeza digna de ser admirada, que ha habido justa literaria en esta ciudad de México, donde han entrado trescientos aventureros todos en la facultad poética, ingenios delicadísimos, y que pudieran competir con los más floridos del mundo». Expresiones que deben tenerse por sentencias tan arregladas como producidas de un gran juicio, que sobre no pronunciar apasionado por su patria, pues era natural de Valdepeñas, en el Arzobispado de Toledo; en la poesía (por no decir nada de las mayores ciencias que profesó y ahora no vienen al caso) fue tan insigne como lo dicen sus obras impresas, que refiere en la Bibliotheca Hispana el erudísimo crítico y aún no bastantemente celebrado D. Nicolás Antonio, sentenciando que la musa de D. Bernardo de Balbuena, no solamente cuenta entre las primeras de España, sino que en muchas circunstancias las excede a todas y singularmente las aventaja.

Ni es de menor peso el elogio que le debimos al eminentísimo cardenal padre Álvaro de Cienfuegos (por dejar otros que aquí no caben) cuando escribiendo de las fuentes de sabiduría que alegó en la Universidad Mexicana el padre doctor Pedro Sánchez, dice: «Bebiendo con tanta sed aquellos bien despejados entendimientos, que pudieron después regar los de muchos, y desde entonces se vieron florecer las ciencias, las buenas letras y aún las musas en aquella cabeza de la Nueva España, con emulación y asombro de la Antigua, pues nuevamente en una mujer verdaderamente sabia sobre discreta, acababa de obscurecer en mucha copia de luz la memoria de las que celebraron la Grecia y la Italia.» Así escriben y así hablan hombres de este tamaño, dignándose ser clarines de oro, por los cuales respire la fama de la literatura mexicana. Pudiera dar otros muchos testimonios; pero, obligado de la brevedad que pide esta   —254→   censura, sólo añado al Iltmo. carmelita, sapientísimo Sr. y P. Mtro. Aranaz, que escribió, viendo y admirando algunas flores americanas: «Yo tenía por problema si las Indias son más ricas por sus metales que por sus ingenios? Pero... me inclino a que son más preciosas por lo vivo de los discursos que por lo pálido del metal más rico.» Y si un solo racimo fue bastante prueba de la fecundidad de la Tierra de Promisión, manantial de leche y miel; este solo Florido ramo de doña Ana es buen indicio de la ingeniosa y poética abundancia de nuestra patria. Pues éste y otros que ha publicado y publicará, ponen a la vista la fuerza de su ingenio, que sabe brotar tan bellas flores sin oír maestros, sin revolver bibliotecas, ni frecuentar academias, por ser estos empleos ajenos de su sexo; no porque en nuestra América falten academias, carezcamos de bibliotecas, dejemos de tener maestros (como soñó y escribió mal despierto D. Manuel Martí, y había dicho el citado D. Nicolás Antonio nueve años antes de imprimir su Bibliotheca Hispana nova, fecha que sólo puede librarlo de contradecirse a sí mismo, pues en esta obra refiere y alaba muchísimos escritores y maestros americanos) que por bondad de Dios tenemos tanto de todo, que apenas pude apuntar una u otra flor en la larga dedicatoria latina que no ha mucho imprimí en obsequio de nuestra Real Universidad de México, y no espero numerarlas todas en los tomos de la Bibliotheca Mexicana.

Como se ve, apenas si Eguiara nombra en los párrafos suyos que acabamos de copiar al deán Martí, porque no era, en realidad, la ocasión de hacerlo; pero llegado el caso de expresar la manera cómo había procedido en su Bibliotheca, dedica las primeras páginas del largo prólogo o «anteloquía» de que la hizo preceder a explicar la ocasión que a ella diera lugar, transcribiendo a este propósito los acápites de la carta que Martí había dirigido al joven don Antonio Carrillo disuadiéndole de su propósito de ir a México, para aconsejarle que tomara el camino de Roma, que, juzgándolos benévolamente, calificaba como erróneos e hijos de la temeridad, de imprudencia e ignorancia de las cosas mexicanas que revelaban. Tal fue, dice, lo que se propuso demostrar con luz más clara que la del mediodía después de haber leído y vuelto a leer la carta de Martí, vindicando a su patria «gentemque nostram» de tan atroz como inmerecida injuria610.

Para poner en práctica su pensamiento, Eguiara comenzó por encargar   —255→   a Madrid una imprenta propia, destinada especialmente a que con ella se diera a luz la Bibliotheca, según en más de una ocasión se avisó en las portadas de otros libros salidos antes de aquella obra, en la cual expresamente se advirtió también así; imprenta que le llegó en 1744, pero que no entró en funciones hasta nueve años más tarde, cuando ya los materiales para su trabajo bibliográfico estaban en mucha parte reunidos611.

A este intento dedicó cuantas horas le dejaban libres sus demás tareas y ocupaciones, registró todas las librerías que había en la ciudad y entabló, como decía, «comercio literario» con los hombres doctos del país entero, solicitando su concurso para la obra, y especialmente con sus discípulos, que eran muchos y algunos de ellos colocados por entonces en situaciones prominentes, logrando de este modo tener reunidos ya en 1747 datos acerca de dos mil escritores de la América Septentrional. Entre esos colaboradores y auxiliares de Eguiara merece mención especial don Andrés de Arce y Miranda, que escribió para él unas Noticias de los Escritores de la Nueva España612.

Siete años más tarde de la época en que Eguiara anunciaba el estado de su trabajo bibliográfico, se resolvió por fin dar a luz el primer tomo de su Bibliotheca Mexicana.

He aquí cómo la juzga el más notable de los bibliógrafos modernos de México:

La obra está escrita en latín, conforme al uso de la época y al objeto que se proponía el autor. El tomo impreso comprende las letras A, B, C, de los nombres de los escritores. No creyó Eguiara que la Bibliotheca sola bastaba, y le puso al frente una especie de prólogo, dividido en 20 párrafos o capítulos, que él llama Anteloquía, en que da razón de la obra, refuta al deán Martí y a otros que escribieron cosas semejantes, y bosqueja el cuadro de la cultura mexicana, tomándola desde los tiempos antiguos. Beristain cree que los Anteloquios sin la Biblioteca, acaso habrían merecido en Europa más concepto al autor. Distantes estamos de adoptar esa opinión. Los Anteloquios no carecen, en verdad, de mérito, y demuestran vasta erudición en quien los escribió: contienen datos importantes, y pueden consultarse con fruto; pero cansa e infunde desconfianza el tono exagerado de panegírico que reina en ellos, a veces con algún menoscabo de los fueros de la verdad. Este defecto de los Anteloquios se extiende a la Biblioteca. Si debemos agradecer a Martí que con su extemporáneo disparo despertara a nuestros literatos, no podemos menos de sentir que la composición de la primera Bibliotheca Mexicana surgiera de la exaltación del sentimiento patriótico. El virulento ataque produce siempre destemplada réplica; la Verdad se vela, la imparcialidad huye, y queda la pasión para guiar la pluma. ¿Y cuál escrito dictado por la pasión ha alcanzado jamás su objeto? Eguiara no pudo contenerse,   —256→   y en vez de una exposición razonada y sobria, nos dió una defensa apasionada. No le culpamos por haber escrito con extensión las vidas de los escritores, ni por haber admitido muchos cuyas obras son de poca monta, ni porque su trabajo es incompleto: de estos cargos se defendió ya él mismo anticipadamente en sus Anteloquios; pero querríamos más crítica y menos elogios, porque cuando éstos se tributan indistintamente, llegan a perder todo su valor.

El idioma en que la Biblioteca está escrita la inutiliza hoy para muchos. Estar colocados los escritores por los nombres de bautismo, mucho menos conocidos que los apellidos, dificulta las consultas; pero es probable que si la obra hubiera llegado a término, ese defecto se atenuara por medio de Tablas, como se hizo en la Biblioteca de D. Nicolás Antonio, que siguió igual sistema. Lo que no alcanza remedio es la deplorable determinación de traducir al latín todos los títulos de las obras, con lo cual se desfiguraron por completo. ¿Quién que no esté algo versado en nuestra literatura, ha de conocer, por ejemplo, la Grandeza Mexicana bajo el disfraz de Magnalia Mexicea Baccalauri Bernardi de Balbuena? Lejos estaba, por cierto, Eguiara de la bibliografía moderna, que no sufre el menor cambio en los títulos, y aún se empeña en representarlos con su propia fisonomía por medio de copias en facsímil.

A cambio de estos defectos, ofrece la Biblioteca de Eguiara una ventaja inestimable, cual es la de señalar con puntualidad en cada artículo las fuentes de sus noticias. Así puede el lector ampliar sus conocimientos del sujeto, cerciorarse por sí propio de la exactitud del extracto, y aprovechar lo que el bibliotecario no juzgó conducente a su propósito. En suma, la Biblioteca de Eguiara es un libro útil, que corre todavía con bastante estimación, y es lástima que no esté concluida, o a lo menos impresa hasta donde la llevó su autor613.

Eguiara alcanzó a ordenar sus apuntes siguiendo el orden alfabético de autores por sus nombres de pila, que se había propuesto, a imitación del que usó D. Nicolás Antonio en su Biblioteca Hispana, hasta llegar a la J., que dejó incompleta. Probablemente si hubiera alcanzado a terminar la obra le habría puesto, siguiendo también al gran bibliógrafo español, por lo menos un índice alfabético por apellidos y quien sabe si algunos más. Los borradores de esta parte de su trabajo se conservaban en tiempo de Beristain en la librería pública de la Metropolitana de México y hoy se hallan en poder del señor Agreda y Sánchez.

En días que precedieron muy de cerca a la publicación de la primera parte de su trabajo, Eguiara logró también la satisfacción de que los alumnos de la Academia que había fundado en la Congregación de San Felipe Neri y que en su principio se había llamado «Eguiarana» del nombre de su fundador, bajo la presidencia de don Manuel García de Arellano, le dedicasen, imprimiéndolos en los talleres de que había salido la Bibliotheca, los Elogia selecta que habían trabajado hasta entonces sus alumnos614.

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Cuando sabemos que Eguiara había llegado por ese entonces a la edad de cincuenta y nueve años y que su tiempo disponible lo consagraba a la redacción de su grande obra bibliográfica, no puede menos de despertar cierto asombro el que todavía le alcanzasen las fuerzas para predicar su Panegírico de la Virgen de Guadalupe, que pronunció en la Catedral el 10 de noviembre de 1756 y que se publicó por su imprenta en el siguiente año, y que todavía en 1760 concurriera a solemnizar las exequias de la reina doña María Bárbara de Portugal, con su panegírico La mujer fuerte dichosamente hallada y desgraciadamente perdida con la muerte.

En años anteriores y bajo el anónimo había publicado también el Método de la comunión espiritual, un Día de Animas, un Septenario de San José, Ocho prerrogativas del mismo patriarca y las Constituciones del Colegio de las Niñas Cantabricas.615.

Entre las obras de Eguiara que no llegaron a imprimirse, debemos contar, además de los dos tomos de las Selectae dissertationes, que eran en folio, muchas oraciones panegíricas, morales y ascéticas, que reunidas a las publicadas, formaban veinte y ocho volúmenes en 4º, los que, al decir de Rodríguez Arizpe, «prae oculis cum peroraremus habuimus»616.

Puede añadirse todavía que desde el momento en que Eguiara dió a luz su primer trabajo, se le buscó para que amparase con su nombre en forma de parecer o aprobación -para emplear los términos usados entonces,-, muchas obras destinadas a la imprenta, y que en esa tarea -que le debió demandar no poco tiempo, cuando se sabe la erudición que de rigor era necesario desplegar en tales piezas- se le vió empeñado con   —258→   una buena voluntad que le acarreó sin duda el reconocimiento de muchos, y que perduró casi hasta las vísperas de su muerte. Como decía con razón, refiriéndose a ellas Rodríguez Arizpe, si todas se compaginasen, llenarían más de un volumen617.

La labor había sido grande sin duda, pero la salud de Eguiara, que comenzara a resentirse desde que apenas llegaba a los cincuenta años, con achaques habituales y ocasionados, como decía al Rey cuando renunció. el obispado, de las mismas tareas a que se dedicaba, y de que no había   —260→   querido abstenerse, fue de día a día de mal en peor, y su naturaleza, más bien endeble que fuerte, se doblegó por fin a la muerte el 29 de enero de 1763.

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Creemos no equivocarnos al decir que uno de sus mayores dolores debió de ser en esa hora no haber podido dar remate a la obra que con tanto patriotismo como entusiasmo había emprendido veinte y cuatro años antes.

Poco más de seis meses después de la muerte de Eguiara, el 12 de Agosto, la Real Universidad celebraba unas solemnes exequias en su honor, en las que predicó la oración fúnebre latina el filipense doctor don Pedro José Rodríguez de Arizpe y la castellana el jesuita doctor José Mariano de Vallarta, que luego se imprimieron en un volumen en el que colaboraron todas las Ordenes religiosas, con excepción de la de los dominicos, y que publicó, dedicándolo a la Congregación del Oratorio, el   —262→   rector de la misma Universidad, doctor don Agustín de Quintela, siendo de advertir que salió a luz con los mismos tipos de imprenta que Eguiara había encargado para publicar su Bibliotheca.618.

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La resonancia que tuvo la publicación del primer tomo de la Bibliotheca Mexicana fue enorme. Sin contar con los aplausos y agradecimientos   —264→   de los autores que estaban vivos entonces y que vieron sus nombres incluídos en ella, de que nos han quedado buenas muestras en las obras del padre Villegas y de Arce y Miranda, cuyas entusiastas dedicatorias ya conocemos, se consideró en general un verdadero triunfo de la América, que se veía con ella vindicada de los ataques formulados en su contra por el Deán de Alicante. Escritores posteriores de los más ilustres aprovecharon cuanta oportunidad se les presentó para elogiarla, llamando sobre ella la atención. El grande arzobispo don Francisco Antonio Lorenzana, en la publicación que hizo en 1769 de los Concilios provinciales de México, al bosquejar la biografía de Eguiara, creyendo pintar de un solo   —265→   rasgo su figura literaria, dice: «fué autor de la Bibliotheca Mexicana»619. Uno de los jesuitas más notables entre los expulsados de México en 1767, el P. Francisco Javier Clavijero, citaba en Italia entre los nombres que podían honrar aún a los «más renombrados académicos de la docta Europa» al doctor Eguiara por haber sido autor de aquella obra620.

Sin embargo, prescindiendo de que hubiese quedado casi en sus principios y que por esa causa faltasen en ella los nombres de muchos escritores dignos de recuerdo, andando los años, la producción intelectual de la América Septentrional había ido aumentando en proporción bastante apreciable y no faltó quien acometiese, al finalizar el siglo XVIII, continuar, mejorándola y acrecentándola a la vez, la obra del canónigo magistral de la Catedral de México, y tal iniciativa cupo a otro miembro del Cabildo de ésta: don José Mariano Beristain de Sousa. Luego veremos cómo y cuándo nació en él esta idea.

Don José Mariano Beristain y Souza621 nació en la ciudad de la Puebla de los Ángeles el 22 de mayo de 1756, habiendo sido sus padres don Juan Antonio de Beristain y Souza y doña Lorenza María Ana Romero.622

En su Relación de méritos de 1782, impresa en España, afirmó que tenía probada y bien completamente «su hidalguía y nobleza», lo que supone que al efecto levantó allí alguna información judicial, en la cual constaría también el parentesco que decía le ligaba a San Francisco Solano y al cardenal Jiménez de Cisneros.

A la edad de diez años empezó el estudio de la gramática latina, y por haber obtenido una beca de gracia ingresó sucesivamente a los colegios de San Pedro y San Juan de su ciudad natal, para cursar la retórica y la filosofía y por algunos meses la teología. Durante ese tiempo celebró su primer examen público -al que convidó por carteles impresos-,   —266→   y de sus maestros mereció siempre las mayores muestras de aprobación, tanto que, como lo recordaba nada menos que en un memorial a la Corte, siempre que pasaba a otra clase, le honraban con el primer lugar.

Entre ellos se contaron don José Dimas Cervantes y don José Pérez Calama, que era entonces teólogo de cámara del obispo don Francisco Fabián y Fuero y fue después obispo también de Quito, a quien declaraba haber debido «su suerte» «por el singular amor que le profesó en sus tiernos años»623.

Beristain se manifestaba así desde niño inclinado al estudio, dando tempranos indicios de su amor al trabajo y a las letras.

Su casa, por lo demás, era en aquellos años un centro literario a que concurrían los hombres más distinguidos de Puebla. En las postrimerías de su vida recordaba Beristain con particular complacencia aquellas reuniones que se celebraban presididas por su madre, y en que se departía amigablemente o se gastaba el tiempo en la lectura de poesías y en otros entretenimientos literarios. Aún conservaba en aquel entonces, y reprodujo después en su Biblioteca, unas décimas que el jesuita Iturriaga había escrito, según decía, en cierto certamen celebrado «en una academia privada o tertulia de personas de ingenio que concurrían a la casa de la señora doña Lorenza María Romero, mi madre, y eran, a lo que me acuerdo, nuestro autor, el doctor Quintero, que murió prebendado, el maestro Saldaña, dominico, el doctor Palafox, médico, don Nicolás Toledo y don José Dimas Cervantes, colegial de San Pablo; siendo la mía la única casa en que se vieron amigablemente unidos jesuitas, dominicos y colegiales palafoxianos»624.

Con el fin de graduarse de bachiller en filosofía, hizo viaje a la capital del virreinato, en cuya Real y Pontificia Universidad recibió aquel grado el 30 de julio de 1772, esto es, a la edad de diez y seis años.

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Era en ese entonces obispo de Puebla don Francisco Fabián y Fuero, que en aquellos días preparaba su viaje a la Península, promovido al arzobispado de Valencia. Bien fuese por empeño de la familia de Beristain o porque el prelado se interesase por el joven estudiante, el hecho es que partió en su acompañamiento y que con él hizo su entrada en aquella ciudad el 21 de noviembre de 1773625.

Al ingresar a la familia episcopal, ya se está dicho que Beristain debió optar desde ese momento por la carrera eclesiástica. Allí en Valencia prosiguió, pues, sus cursos de teología y Sagrada Escritura, y aún entró a estudiar la lengua griega, en cuyos rudimentos le inició nada menos que el mismo arzobispo Fabián y Fuero y que llegó a poseerla bastante bien para traducir en su original las oraciones fúnebres de San Gregorio Nisseno, si hemos de dar fe a lo que al respecto dice en una de sus relaciones de méritos626, y cuando todavía no hacía un año ha que había ingresado en aquella Universidad, pudo ya defender en su teatro un acto de las cuarenta cuestiones primeras de la Tercera Parte de la Suma de Santo Tomás; acto literario que hubo de repetir con general aplauso en los dos cursos inmediatos siguientes y que para memoria hizo imprimir como testimonio del singular lucimiento del actuante y de la satisfacción de cuantos le oyeron.

Sustituyendo unas veces la cátedra de filosofía, arguyendo otras en actos de la misma facultad o en la de teología, el 2 de julio de 1776 fue recibido de doctor en la citada Universidad; y desde el año siguiente hasta el 1781, hizo en varias ocasiones oposición a las cátedras de filosofía, teología moral e historia eclesiástica, sin que lograse quedarse con ninguna de ellas.

No hemos podido descubrir cuándo Beristain se ordenó de sacerdote, ni los motivos que tuviera para separarse del lado de su protector. Es lo cierto que en noviembre de 1782, estaba ya ordenado de diácono por el Arzobispo de Valencia627.

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En ese mismo año consta que había hecho viaje a Madrid628, donde estuvo probablemente de paso, porque en 17 de marzo de 1783 se incorporaba en la Universidad de Valladolid con el grado de bachiller en teología629, y que el Rey, en 3 de octubre del mismo año, le nombró para la cátedra de instituciones teológicas.

Puede decirse que desde esos días comienza la carrera literaria de Beristain. Su estreno tuvo lugar con la reimpresión que hizo, poco antes de salir de Valencia, de la primera parte de las Odas del jesuita don José Montengón630, trabajo que dedicó a la Real Sociedad Vascongada, en agradecimiento sin duda del título de socio que le acababa de expedir.

A la vez que desempeñaba su cátedra, se aplicaba con particularidad al estudio de la geografía, sobre cuya ciencia disertaba en junta pública de una academia vallisoletana, y aún la explicaba durante un año entero a sus colegas; y así, entre las ocupaciones inherentes a su calidad de socio de aquella y otras academias que por ese entonces existían en Valladolid y muy especialmente una de cirugía, que formó y mantenía a sus expensas, y las tareas del profesorado, pasó seis años en esa ciudad.

Sin embargo, él mismo nos refiere que en 1784 volvió a Madrid, donde trató al célebre historiógrafo D. Juan Bautista Muñoz y consultó la colección de manuscritos que éste había reunido para el estudio de la historia de América631.

En septiembre de 1785, no sabemos si por hallarse allí de paso o por causa de viaje hecho exprofeso, le hallamos que en una iglesia del Real Sitio de San Ildefonso predica el sermón de honras del Infante Don Luis, que hizo imprimir en Segovia y que más tarde reimprimió en Puebla.

Consta también que habiendo solicitado permiso para registrar la sección de manuscritos de la Biblioteca del Escorial, estuvo estudiando allí durante algún tiempo.

Estos estudios de Beristain nos revelan que obedecían a un plan que se había trazado ya y que comenzaba a poner en obra, y ese plan no era   —269→   otro que el de escribir la que llamó más tarde Biblioteca hispano-americana septentrional; idea cuyo desarrollo en su mente, hasta verla en parte realizada, estudiaremos más adelante.

En los últimos días del año 1786, presenta al Conde de Florida Blanca el prospecto del Diario Pinciano, y previa la aprobación de tan encumbrado personaje, abraza de lleno las tareas de periodista, y desde principios de 1787 hasta fines del siguiente publica en Valladolid sesenta y nueve números de aquel periódico.

Pero las aspiraciones de nuestro eclesiástico de Puebla eran en realidad otras: quería a toda costa ingresar en el coro de alguna de las catedrales españolas, a cuyo intento, ya en 1777 sabemos que hizo oposición a la canonjía magistral de Orihuela; en 1782 a una de Valladolid; tres años después a otra de Segovia; y, por fin, en 1788, a la lectoral de la Colegiata de Victoria, que obtuvo al fin y de la cual tomó posesión en agosto del mismo año.

Con este motivo hubo, pues, de renunciar a su cátedra de Valladolid632 y de poner término a la publicación del periódico que dirigía. Pero como esa canonjía no satisfacía aún sus aspiraciones, iban transcurridos apenas seis meses desde que había empezado a servirla cuando de nuevo le vemos oponerse a la lectoral de Toledo.

De paso para esa ciudad y hallándose en Madrid el 2 de enero de 1789, predicó en las honras que a Carlos III hizo la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe que entonces existía en la Corte, para lo cual sin duda le valió su calidad de mexicano. Consta también que meses más tarde presentó en Aranjuez a Carlos IV una oración impresa que había compuesto para felicitarle por su exaltación al trono.

Vemos, pues, que el eclesiástico mexicano desde muy temprano había tratado de acercarse a palacio, y tanto había de ser su empeño cortesano, que un buen día el Tribunal de la Inquisición le sorprendió abusando de los textos sagrados para elogiar sin tasa al omnipotente ministro de Carlos IV, don Manuel Godoy, y por ende, le formó un proceso, que no hemos logrado descubrir, pero de cuya existencia no puede abrigarse duda alguna633.

Ufano con la visita de Aranjuez, pero sin haber obtenido la canonjía de Toledo, hubo de regresar Beristain a su silla del coro de Victoria. En aquella ciudad conoció probablemente al canónigo don Salvador Biempica y Sotomayor, que después de haber servido en Nueva España, fue muy poco después presentado para la mitra de Puebla de los Ángeles, en cuya catedral se hallaba vacante por esos días la canonjía lectoral.

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El recién nombrado obispo se acordó entonces de Beristain, le ofreció   —271→   que le acompañase como secretario y aún le prometió, según parece, hacer todo lo posible por que se le diese la canonjía vacante.

Ante la expectativa de regresar a su ciudad natal bajo tan favorables auspicios, Beristain aceptó el ofrecimiento de aquel prelado, y sin renunciar a la silla de Victoria, se embarcó con dirección a la Habana, donde tuvo lugar la consagración de Biempica, en cuya compañía hacía su entrada en Puebla el 27 de agosto de 1790.

En su nuevo puesto, Beristain autorizó cuatro pastorales del prelado, que es de presumir fuesen obra suya634, y cuando llegó el caso de la oposición a la canonjía que esperaba, presentó en 2 de agosto de 1791 un extenso memorial impreso de sus servicios. Sin embargo, contra lo que era de esperar, el secretario del obispo salió derrotado en la oposición, circunstancia que le produjo tan viva decepción, que al día siguiente de la votación se marchó a Veracruz para regresar a España. La suerte le fue también esta vez adversa. En el canal de Bahama naufragó el buque en que iba, estuvo por esa causa de nuevo de paso en La Habana635, y sólo después de innumerables trabajos y cerca de un año de viaje, logró arribar a la Coruña, donde poco después predicó una oración eucarística en memoria de su naufragio, la que en 1792 se imprimió en Madrid.

Hubo, pues, de permanecer en Victoria hasta 1794, fecha en que fue transladado a una canonjía de la Catedral de México, a poco de ser condecorado con la cruz de la Orden de Carlos III636.

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Luego de su llegada a la capital del Virreinato637, Beristain se hizo notar por sus dotes de predicador sagrado, estrenándose con el elogio de los militares españoles fallecidos en la guerra del Rosellón, que en seguida entregaba a las prensas y que reimprimió en las postrimerías de su vida junto con las oraciones de la misma especie pronunciadas en algunas ocasiones semejantes638.

En 1797 predicaba y daba a luz un Sermón de gracias en la colocación de la estatua ecuestre de Carlos IV, en cuya portada hacía manifestación de los muchísimos títulos con que entonces estaba ya decorado, con una dedicatoria al virrey don Miguel Lagrúa, en la que decía que prefería gustoso «el concepto de amante y reconocido a mi rey, al ilustre y decoroso de orador».

Sin contar con los sermones dogmáticos y morales que también dio a la estampa y de que hablamos en otro lugar, en los periódicos mexicanos de aquel tiempo se encuentran noticias de muchos otros pronunciados por Beristain639. Pronto hablaremos de los de carácter político, que son los que hoy nos pueden interesar más.

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Pero antes merece llamar nuestra atención entre sus discursos el que pronunció en la Iglesia de Santo Domingo el 18 de Diciembre de 1801. Él mismo nos ha referido las circunstancias que le indujeron a tomar la palabra en aquella ocasión. Menciona en su Biblioteca el Homo atritus de fray Antonio de San Fermín y dice:

«Esta obra, la más completa que se ha escrito sobre la célebre e importante materia del dolor necesario para la justificación en el sacramento de la penitencia, fué atacada por los inicialistas de México en un acto público escolástico, que se tuvo en la iglesia de los padres dominicos, hallándose ausente el autor en la visita de su provincia. Acaso este ruidoso suceso habría tenido funestas consecuencias en la opinión y tímidas conciencias del vulgo, donde ya se fomentaba la duda de si los confesores carmelitas eran ó no directores seguros de las almas, si yo, canónigo entonces de la metropolitana y secretario del gobierno de la mitra sedevacante, no me hubiese determinado á presentarme en la palestra el día segundo del insinuado acto escolástico, á defender al Homo Attritus y á su autor, y á impugnar, no tanto la opinión de los inicialistas, cuanto el extraordinario, público y, á mi parecer, escandaloso aparato que se había elegido para desacreditar á un religioso docto, grave, virtuoso y constituído en dignidad, y hacer sospechosa una doctrina antigua, común y autorizada por la Iglesia y sus teólogos.»

El P. San Fermín publicó luego después la defensa de su libro, que hubo de dedicar a Beristain, haciéndolo en los términos siguientes:

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«Esta populosa ciudad, que abunda de excelentes oradores, coloca á Ud. entre los más sobresalientes; siempre oye con gusto los sermones que Ud. predica, y en prueba de esto le encarga los de más empeño; pero, no obstante, la defensa del día 18 de Diciembre de 1801, fué más celebrada y aplaudida; por ningún sermón ha recibido Ud. tantos parabienes ni tantas galas. Algo de esto sucedió también al príncipe de la elocuencia latina. Las Oraciones de Cicerón eran las delicias, y aún el encanto de los romanos; pero nunca admiraron tanto la fuerza y elevación de su ingenio, como cuando defendió á un ciudadano ausente, á Quinto Ligario, que se hallaba en Africa. El discurso que entonces pronunció fué tan elegante, tan valiente y tan vigoroso, que hizo temblar y mudar de color al hombre más intrépido y valeroso que entonces se conocía, esto es, á Julio César. Pues así también la defensa que Ud. hizo en la iglesia de Santo Domingo, conmovió de tal suerte el ánimo de un doctor, que se califica á sí mismo de hombre impávido ó sin miedo, que tuvo necesidad de tomar allí un vaso de vino aguado para confortarse y fortalecerse; cosa, por cierto, muy rara y que acaso no habrá sucedido otra vez en iguales circunstancias.

»Pero aunque Ud. y Cicerón defendieron á dos ausentes y sus defensas tuvieron efectos semejantes, hay entre ellas la diferencia muy notable, de que Cicerón abogó por un amigo suyo; pero Ud. abogó por mí, que entonces no era su amigo, y ni aún siquiera su conocido. Por esta razón, la defensa de Ud. fué más noble, más desinteresada, más generosa, y para mí más apreciable, no sólo por haber sido yo el defendido sino también porque ella me hace creer que en lo porvenir tendré en Ud., siempre que lo necesite, un defensor poderoso; porque si antes que me conociese me defendió con tanto acierto, ¿con cuanto más empeño me defenderá cuando ya me conoce y honra con su amistad? Vivo en la firme persuasión de que con tan buen Mecenas estarán siempre seguros mi honor, mi reputación y cualquiera otra cosa que me pertenezca, de suerte que puedo decir con Horacio (lib 2, Oda 17):


Mecenas mearum
Grande decus, columenque rerum.

»Reciba Ud., pues, con su acostumbrada bondad, este escrito que le ofrezco y dedico en testimonio de mi reconocimiento y gratitud, que durarán en mí lo que la vida.»

Por fallecimiento del arzobispo Núñez de Haro, el 29 de mayo de 1800 se reunió el Cabildo Eclesiástico para declarar la vacante de aquel prelado y hacer entre sus miembros las elecciones para diferentes cargos, habiendo sido designado Beristain para la secretaría640.

Poco después acaecía en España la muerte de su primer protector el arzobispo de Valencia, Fabián y Fuero, a cuya pérdida se manifestó sensible su antiguo familiar. «Para prueba de mi reconocimiento, refiere el propio Beristain, le dispuse y consagré solemnes honras y sufragios en la iglesia del Espíritu Santo de la Puebla de los Angeles, en los días 22 y 23 de Noviembre del mismo año, en que pronunció una Oración latina el licenciado D. Gaspar Mejía, vicario general del obispado y canónigo penitenciario   —275→   hoy de aquella catedral, y predicó el Sermón castellano el licenciado D. Francisco Rodríguez Bello, colegial y catedrático de concilios en el Seminario Palafoxiano, cura hoy de Chilapa. Celebró los oficios eclesiásticos el doctor D. José Franco y Gregorio, deán de la misma Iglesia; y el convite y duelo lo hizo el expresado Colegio Seminario, delicias del héroe difunto, por sí y á nombre mío y de mis confamiliares existentes en esta América, que fueron los doctores D. Juan Campos, deán de México; D. Juan Tapia, deán de Michoacán; D. José de Solís, deán de Oaxaca; D. Juan España y D. Joaquín Meave, prebendados de la Puebla; D. Juan Erroz, cura de Nativitas de Tlaxcala, y el capitán de dragones D. José Basarte, los cuales partieron conmigo la satisfacción de costear los gastos en obsequio de nuestro digno y venerable amo. En la pira, tumba ó cenotafio que se erigió para estas funciones, se escribieron los Epitafios y Elogios, en que acabó de desahogarse mi gratitud»641.

A sus funciones del coro hubo de agregar desde 1802 las de superintendente del Hospital General de San Antonio de la capital, que tuvo hasta 1811; las de prepósito de la Congregación de Eclesiásticos Oblatos desde que fue erigida; el rectorado del Colegio Hospital de Sacerdotes, y el de visitador del Real y Más antiguo de San Ildefonso; el de abad de la Congregación de San Pedro, para cuyo cargo fue elegido por unanimidad en octubre de 1806642; las de censor del teatro de comedias; juez de colegios; teniente de vicario general y subdelegado castrense de ejército; y si a esto se añade que por causa de la fama de hombre ilustrado de que disfrutaba, muchos autores iban a pedirle su parecer para insertarlo al frente de sus obras, se comprenderá que nuestro canónigo pasaba la mitad de su tiempo verdaderamente atareado. Esto, sin contar con sus estudios bibliográficos, que debían absorberle por lo menos otro tanto.

En medio de tan múltiples tareas, Beristain dedicaba con preferencia su atención a todo lo que atañía al cultivo de la instrucción pública y de las letras, y así, vemos que en 1799, «habiéndose encargado de la visita de las escuelas de primeras letras de México, juntó limosnas, y en consorcio de otros tres ciudadanos benéritos de la patria, vistió más de tres mil niños pobres»643; que transportado de entusiasmo en la repartición de premios a los niños del Hospicio, cuya dirección suprema corría a su cargo, el 21 de julio de 1807 improvisa allí unos versos en celebración del suceso644, así como algún tiempo antes en otra ceremonia análoga del Real Seminario de Minería, a que asistía solícito el Barón de Humboldt, «en la última tarde después del lucido examen de mineralogía, dijo desde su asiento una elocuentísima arenga, recomendando el mérito de las funciones, el empeño del Real Tribunal en procurar los medios para proporcionar ventajas y adelantamientos, prometiéndoselos mayores en los años sucesivos. Se congratuló con los alumnos y sus maestros, y para estimularlos á la aplicación,   —276→   les presentó un modelo en el señor Barón de Humboldt, de cuya ilustre persona hizo un corto diseño, ponderando la instrucción, virtudes y prendas tan recomendables que constituyen el mérito de un héroe literario, digno de elogios superiores y de ponerse á la vista de unos jóvenes que, dirigidos por los sentimientos del honor, deben alentarse para no desmayar en sus tareas»645.

Es bien sabido, igualmente, que con motivo de la erección de la estatua ecuestre de Carlos IV, en cuya primera inauguración en 1797 había predicado un sermón de gracias, Beristain abrió un certamen público, que costeó con sus dineros y que luego dio también a la prensa, encabezando las composiciones premiadas con unas estrofas reales de su cosecha, en que dedicaba el libro al virrey D. José de Iturrigaray.

Su intimidad con este personaje -ya se sabe que Beristain frecuentaba los palacios- le valió, con todo, a la postre, un disgusto.

No es del caso referir aquí cómo por virtud de un motín popular dirigido en realidad por los afectos al Gobierno de la Metrópoli, entre los cuales se contaban el Arzobispo, la Real Audiencia y el comisionado de la Junta de Sevilla, Iturrigaray fue depuesto del mando del virreinato en la noche del 15 de septiembre de 1808. Conviene, sin embargo, que sepamos que entre las primeras medidas del nuevo gobierno se contó el arresto de Beristain, que se había hecho sospechoso por sus estrechas relaciones con aquel funcionario646. ¡Quién hubiera dicho entonces que el canónigo mexicano iba a ser muy luego el más acérrimo defensor del régimen realista!

Pero aquella vida tranquila y bien empleada y hasta entonces respetada por todos iba a trocarse repentinamente con ocasión de los sucesos políticos que se desarrollaban en la Península y que bien pronto encontraron eco hasta en las más apartadas colonias de España, y la persona de Beristain entraba a ser discutida, insultada a veces, y al fin duramente censurada por la posteridad.

Corría, en efecto, el año de 1809, y apenas llegaba a México la noticia del establecimiento de la Junta Central, cuando se ve a Beristain subir al púlpito y pronunciar un discurso político-moral, en que, desde luego, a su nombre y en el de los Eclesiásticos Oblatos, y del mismo Arzobispo, ya que no podía ofrendar armas materiales, ofrecía las de la oración y todas las espirituales que su investidura sacerdotal le habían de proporcionar, «para mantener, decía, en estos tan fieles como remotos vasallos, el amor, la lealtad, la obediencia y la gratitud á su metrópoli», concluyendo su peroración con estas palabras: «maldito sea de Dios y de sus ángeles, y merezca nuestras imprecaciones más terribles, cualquiera que se atreva á alucinarnos con sistemas nuevos y locas esperanzas de mejor fortuna en ellos»: extremos ambos que eran como el resumen de su programa en los acontecimientos que, al parecer, sospechaba ya habían de desenvolverse en el virreinato   —277→   y al cual hubo de ajustarse con singular tenacidad hasta el último día de su vida647.

Beristain fue también el orador elegido para celebrar desde el púlpito, en dos ocasiones, la instalación de la Soberana Junta de Gobierno de España y sus Indias, acomodando los textos sagrados a los sucesos que entonces se verificaban en la Península, y gastando en sus palabras tal calor que, según referían sus oyentes, no podía describirse en el papel.

Sabedor de los sucesos políticos que se desarrollaban por ese entonces en la Europa y de la suerte que corrían los monarcas españoles y el Pontífice Pío VII, Beristain llegó a lisonjearse con que estaba para cumplirse lo que el jesuita Francisco Javier Carranza había predicado en un sermón más de medio siglo antes, cual era la transmigración de la Iglesia a Guadalupe, título que su autor dio a aquella pieza oratoria. No se crea que exageramos. Es él mismo quien lo cuenta. «Por entonces, dice, en efecto, fué aplaudida por unos la ingeniosidad del orador y por otros criticada su exotiquez. Mas, cuando escribo á vista de la persecución que hace al Pontífice Romano el tirano Napoleón Bonaparte, y á los Reyes Católicos, protectores de la Iglesia de Roma, y contemplo que México puede ser el más seguro asilo al Papa y á los monarcas españoles, contra la voracidad de aquel monstruo, me parece que no está muy lejos de verificarse la profecía del P. Carranza... Así pensaba yo el año pasado de 1809, pero ¡oh dolor! una insurrección inesperada en este feliz reino, sin otro principio, motivo, plan, fin, ni objeto que el trastorno y desorden general ¿cómo ha de hacer ya digna de tan augustos y soberanos huéspedes á la Nueva España? Americanos aturdidos é infieles á la Iglesia y á la España, vuestras madres, confundíos por sólo este motivo, pues ya no elegirán vuestro suelo para su refugio, ni la Cabeza de la Iglesia, ni los Reyes Españoles»648.

Por esos mismos días llegó el momento de que las ciudades del virreinato procediesen a la elección del diputado que debía representarlas en las cortes españolas, y de nuevo Beristain toma la pluma para dirigirse a los regidores, pintándoles las circunstancias que podían adornar al hombre que llevase sus votos.

Comienza el canónigo mexicano, disfrazado bajo el seudónimo de Filopatro, que le recordaba sus primeros ensayos literarios, aunque en apariencia bien se deja comprender quién era, por decir que jamás desde la conquista había vestido el reino luto más triste que por el cautiverio de Fernando VII; que la imaginación se confundía al querer enumerar las gracias, favores y beneficios que España tenía hechos a la América desde su descubrimiento, y que era preferible, por todo esto, sepultarse entre ruinas antes que admitir ni reconocer otra dominación que la de los sucesores de Fernando e Isabel, de Carlos y Felipe y Fernando de Borbón.

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Y después de este entusiasta preámbulo, Beristain entra a enumerar las cualidades que debían adornar al representante que México enviaría a las cortes, entre las cuales descollase el amor a la patria, entendido por el de la nación toda de que formaba parte el virreinato, y, por fin, concluye con que de ninguna manera podía pensarse en su persona, si por alguna casualidad llegase a descubrirse el nombre del autor del discurso649.

Beristain era ya por aquel tiempo el canónigo más antiguo del coro, y al fin, después de diez y seis años, lograba en 1810 ascender al arcedianato. En esos días daba a luz la primera parte de los Diálogos patrióticos, destinados a tener cierta resonancia en América y aún en la Península, como que fueron luego reimpresos en Lima, en Guatemala y en Cádiz, y que, en realidad, bajo su título encerraban una violenta condenación de los principios revolucionarios y las críticas más duras a los cabecillas Allende e Hidalgo, «y de la cuadrilla infame de defensores de los americanos», a la vez que recordaba por menudo la atención que éstos habían merecido al Gobierno español para todo género de empleos, y las fundaciones y beneficios sembrados en América por los gobernantes peninsulares650.

«Salgan religiosos escogidos de todos los conventos, concluía en último resultado, para acabar de extinguir la revolución -que daba ya por abortada,- y con las armas de sus primeros fundadores en este reino, que son la palabra y la pobreza, humildad y celo evangélico, busquen á los indios, háblenles, explíquenles las tramoyas y embustes del cura Hidalgo, háganles presentes las patentes providencias del Gobierno español, y redúzcanles otra vez á sus pueblos, al seno de sus familias, á sus honestas labores».

Y como lo pensaba lo hizo en cuanto por su parte le tocaba. Léase en efecto, la nota que como abad de la Congregación de Eclesiásticos de San Pedro dirigía al Virrey Venegas con fecha de 5 de octubre de 1810:

«Excmo. Señor. -La ilustre, antigua y venerable Congregación eclesiástica de Ntro. Padre el Sr. San Pedro, que se compone de la mayor parte de los sacerdotes naturales de esta capital y arzobispado, se juntó de orden mía la mañana de hoy en su colegio apostólico é iglesia de la Santa Trinidad, y penetrada vivamente de las desagradables ocurrencias de algunos pueblos de la tierra-dentro, donde parece se ha encendido el infernal   —279→   fuego de la discordia bajo los pretextos más inicuos y sacrílegos, que hacen más horribles y abominables á sus autores y satélites; singularmente adolorida de haber oído entre los de aquéllos el nombre de un ministro indigno del altar, é inflamada santamente del celo más puro por la conservación de la paz, de que los sacerdotes son depositarios y dispensadores por Jesucristo; acordó, unánime y regocijadamente, dedicarse con el mayor empeño en los confesionarios, en los púlpitos y en las conversaciones públicas y privadas, á inspirar y mantener en el pueblo fiel de esta capital el horror á la diabólica empresa y proyectos de aquellos delincuentes faccionarios, la fidelidad con que debe respetar y obedecer á las legítimas autoridades que nos rigen en nombre de nuestro augusto rey Fernando VII, y la confianza y tranquilidad con que debe vivir descansando en los brazos del justo, acertado y dulce gobierno de V. E., y en la firme esperanza de merecer y lograr, por una conducta honrada y pacífica, la felicidad temporal y la eterna.

»Asimismo acordó la Congregación dar parte á V. E. de estos sus religiosos y patrióticos sentimientos, tanto para la satisfacción de V. E., cuanto para que, haciéndose públicos del modo que V. E. lo estime conveniente, los buenos cuenten con los saludables auxilios y consejos de la Congregación, y los malos (si por desgracia hubiese alguno en esta capital) entiendan que sólo encontrarán apoyo en sus paisanos y conciudadanos sacerdotes los que caminen por la senda de la paz, de la subordinación y de la hombría de bien»651.

Sería inútil que continuáramos analizando los demás trabajos de Beristain publicados hasta el año de 1816, porque todos ellos rebosan de los mismos sentimientos de adhesión a la causa realista, y, por ende, en contra de la que los mexicanos sostenían con las armas en la mano para procurar la independencia de su patria. De entre esos trabajos merece, sin embargo, mención aparte el periódico que publicó en unión de otros literatos con el título de El Amigo de la Patria, en el año de 1812, el que, aparte de sostener las ideas realistas, estaba especialmente enderezado a refrenar la libertad de imprenta, habiendo sido Beristain nombrado al efecto por el Virrey presidente de la Junta de Censura establecida en la capital; y otro papel periódico que llamó El verdadero ilustrador americano, destinado a combatir al que con el mismo título publicó en Sultepec el doctor don José María Cos, uno de los cabecillas revolucionarios; y las pastorales circuladas por el Cabildo Eclesiástico en sede vacante -del cual era secretario, según dijimos- y que fueron obra suya.

En la dirigida a los curas, que lleva fecha 28 de marzo de 1811, se afanaba por inculcarles que bajo ningún concepto pudiera llegar a decirse que el clero mexicano había influido en la insurrección, y al paso que a Hidalgo le calificaba de pérfido, ignorante y entregado a Satanás652; y en otra, publicada seis meses más tarde, destinada a toda la grey y en contra de los eclesiásticos que seguían la revolución, exclamaba: «¿No os estremecéis al considerar las calles de México regadas de sangre de mil víctimas inocentes sacrificadas al furor de unos rebeldes? Saqueadas las casas sin distinción alguna, los feroces insurgentes apoderados del mando, las iglesias cerradas,   —280→   suspendidos los divinos oficios, y gimiendo el fiel vecindario de esta capital bajo el yugo cruel y bárbaras disposiciones de unos hombres sin religión, sin literatura, sin providencia y sin más auxilios que los que les franquearían sus violencias y sus robos?» «Estad entendidos, concluía, de que Nos, conformándonos, tanto con la doctrina como con el ejemplo de nuestro amable Redentor, estamos dispuestos á usar de toda mansedumbre y dulzura con los eclesiásticos que delinquiesen en pecados y defectos, ó de corta malicia, ó de mera fragilidad humana; pero, resueltos al mismo tiempo, á coger el látigo y arrojar del templo á cuantos conviertan el santuario en cueva de ladrones y escondrijo de crímenes, y traten de destruir la casa y seno de David y el tabernáculo de Jerusalén al abrigo de los muros mismos de la Santa Sión»653.

No considerando bastante lo que trataba de inculcar a los curas, en 10 de septiembre de ese año se dirigía a los fieles del arzobispado por una Carta pastoral, suscrita, asimismo, por todo el Cabildo Eclesiástico, en la que les decía:

«Un año llevamos ya de inquietud y desorden, llorando á cada paso que el Luzbel de la rebelión del hermoso cielo de la Nueva España haya arrastrado, no sólo ángeles de la última gerarquía, cual podíamos llamar á los sencillos é incautos indios, sino á querubines y serafines del orden primero, cuales consideramos ser, siguiendo la alegoría, á los sacerdotes seculares y regulares. No han bastado las exhortaciones pastorales, no las excomuniones eclesiásticas, no otras mil providencias, amenazas, penas, instrucciones. Apenas se ha cortado una cabeza á esta hidra, cuando han brotado del cuello otras muchas. Descubrióse una conspiración en el próximo mes de Mayo, en que con el más acerbo dolor vimos complicados uno ú otro eclesiástico; y cuando creíamos que la manifestación de sus proyectos, el temor de los castigos que les amenazaban, y más bien la lentitud, y, al parecer, benignidad con que el Gobierno político procedía, retardando el castigo, haría á los demás más observantes y respetuosos, ó, á lo menos, más cautos y contenidos; acabamos de ver, y ya con indignación santa, otro nuevo diabólico é infernal proyecto de traición al rey y á la dulce, digna y pacífica patria, apoyado y apadrinado también por ministros del santuario, que sin duda alguna han precipitado en la miseria y en el último suplicio por su ejemplo, respeto y dignidad á muchos infelices seglares. ¿Pues qué? ¿dejaremos impunes tan honrroso crimen? ¿Nos confiaremos ya en los castigos suaves y en las paternales amonestaciones? ¿Y la sangre de nuestros hijos en Jesucristo, y la pérdida total de la república, y la destrucción del santuario y el destierro de la religión de este hermoso país, que se seguirá infaliblemente á la indulgencia, lenidad é impunidad, caerán sobre nuestras cabezas, por cuatro días que el Espíritu Santo nos ha confiado tan altos y preciosos intereses? Nó, no lo imagineis».

Tres semanas más tarde subía Beristain al púlpito del convento de San Francisco para pronunciar su Declamación cristiana en una función de desagravios a la Virgen de Guadalupe, que hizo luego imprimir dedicándola   —281→   al virrey Venegas. «Yo quiero permitir, dijo en ella, que al principio de esta revolución pudiese haber algún sensato y religioso, que, ó por la bondad de su pecho, ó por la fuerza de la opinión no conociese las funestas consecuencias, ni el abismo de males, ni la injusticia misma del plan, y que creyese oportuna, justa ó necesaria una tan gran novedad; pero ya en el día y á vista del giro que ha tomado este torrente impetuoso, ó no tiene seso ó no tiene religión cristiana, cualquiera que dude por un momento que el Cielo, la justicia, la razón, la conveniencia y el propio interés están abominando ese proyecto sacrílego, inicuo, desatinado y azastroso».

Mientras Beristain habló valiéndose de la investidura del cargo eclesiástico que le había tocado servir, sus palabras, al menos en apariencia, no encontraron contradictores; pero otra cosa fue cuando manejando la pluma de periodista tronaba contra las teorías propaladas en los papeles insurgentes. Así, el doctor Cos, a quien combatía en el Verdadero ilustrador americano, no se quedó callado, y tomando nota de las palabras violentas estampadas por Beristain en los números quinto y sexto de su periódico, le replicó, primero, tratando en abstracto las cuestiones políticas que los dividían y resumiendo con calor, energía y verdad los hechos en que se fundaban, y luego, personalizando ya el debate, exclamaba: «¿No es vergüenza... que un vil criollo en México esté empeñándose en persuadir con despropósitos... que en ningún tiempo han estado oprimidos los americanos, sino que siempre han gozado y gozan actualmente del más sublime grado de libertad? Es menester tener un alma muy baja, muy amoldada á la mansedumbre, demasiado dispuesta á arrastrar las cadenas, ó insensible á los grillos y al yugo fatal, para negar que están sufriendo los americanos todos los horrores del ínfimo grado de la esclavitud. Pero nada de esto es extraño en el señor Beristain, cuyo carácter es bien conocido y se manifiesta sobre manera en el mismo modo de impugnarme»654.

Pero esto era nada comparado con lo que Velasco escribía a Beristain desde las columnas del mismo Ilustrador americano.

«Amigo mío: Hasta que Ud. con sus truhanerías me obliga á dejar la espada y tomar la pluma para salir á desfacer injurias ajenas, y comienzo dando las gracias á ese mentecato visir Venegas por haber en Ud. elegido una panegirista tan digno de él, y á Ud. por haber dado nuevo lustre á su opinión bien asentada, con tomar sobre sus anchos hombros empresa tan correspondiente á aquel espíritu de verdad y honradez que siempre han caracterizado sus operaciones.

»Esto era lo que únicamente faltaba á Ud., constituirse apologista de los gachupines ¡gran talento! hacerse aborrecible de los americanos y no creído de los europeos. Ud. que encendió la mecha de la discordia en el gabinete de Iturrigaray; Ud. que se lisonjeaba de representar en aquella junta el papel de secretario; Ud. que perseguido por los gapuchines en los   —282→   días de escándalo, sufrió el arresto ó prisión ¿erigirse ahora encomiador de ellos y elogiar unos hombres que no piensan sino en reducir á nuestra patria al último estado de confusión y abatimiento, marcando nuestras frentes con el negro sello de la ignominia y de la esclavitud?

»Pero ya se ve: ¿cuándo Ud., desde que nació, ha hablado una sola palabra de verdad, ni manifestado el más mínimo sentimiento de honradez? ¿Qué otra cosa patentiza la vida de Ud. que una cadena continuada de adulaciones, de bajezas y de supercherías? ¿A qué iniquidad ha perdonado Ud., para llegar al grado en que indignamente se ve elevado? Aún subsistía en Madrid fresca la memoria de los arbitrios viles y miserables de que usó Ud. para ganar el favor del malvado Godoy, ¿y será sufrible oir en su sucia boca las palabras de San Pablo para impugnarnos y hacer del místico llorando nuestros extravíos y pidiendo al cielo sus misericordias para nuestra enmienda? ¡Impío y sacrílego! ¿Hasta cuándo abusas del Código Santo? Ud. usurpó las palabras sagradas para encomiar á Godoy, y después desde los púlpitos le pinta con los colores más negros y abominables. Napoleón, representado ayer como el angel tutelar de la Francia y de la humanidad, después se asegura ser el hijo primogénito del diablo; estas son las producciones de Ud., estampadas con el mayor descaro é impresas en esos sermones, ó más bien fárragos indecentes, faltos de elocuencia y de propiedad y en los que ha prostituído la cátedra santa, procurando en ellos labrarse una carrera con que, satisfecho y contento, sólo debía Ud. pensar en llorar sus iniquidades.

»Si Ud. fuese un hombre infeliz y desgraciado, á quien su obscura suerte le obligara á adular á ese Venegas, vaya, paciencia: prostitución sería; pero prostitución sufrible y tolerable; mas, ¿quién vera sin asco que Ud., sólo á impulso de su genio maligno, escriba contra una causa propia, justa y santísima, y de cuyas razones se halla Ud. íntimamente convencido? Sí, convencido y convencidísimo hasta la evidencia. ¿Podrá Ud. olvidarse de la conversación que tuvimos en casa del chocho maestre-escuela Gamboa sobre estos asuntos, en la que se atrevió Ud. á decirnos que era innegable la justificación de los insurgentes, pero que no éramos aún dignos de la independencia y de la libertad? Expresiones remarcables y que, pronunciadas delante de los Gamboas y de otros, no dejan duda de que Ud. nivela las almas nobles de la mayor parte de los americanos con la negra y atezada que le tocó, y de que Ud. es un vil adulador, ó más claro, más perverso que Pilatos, quien, á lo menos, se lavó las manos y obró á impulsos de un pueblo enfurecido.

»¡Qué fácil me sería refutar ese indecente papel, que con la mayor osadía se atreve Ud. á titular 'verdadero ilustrador de México'! Su estilo, su substancia, su materia, su todo es tal, que si no conociera á fondo á Ud., creería que su objeto era ridiculizar más y más las quiméricas solicitudes de Venegas y sus satélites, de aquietar y sujetar á una nación agitada y conmovida que ha gritado: libertad ó muerte, y que ya se ha saboreado con la dulce venganza contra sus abominables opresores; pero no espere Ud. de mí eso; mi dictamen ha sido que con los gachupines y con los indignos americanos como Ud., no hay mejor disputa que á balazos, pues usar de razones y discursos, es contravenir al precepto de Jesucristo, que nos veda arrojar margaritas á animales inmundos; y dejando por ahora en su lugar cuantas materias inserta en su papelucho, sólo querría que se empeñase en comprobar aquello de que pelotones de miles de insurgentes se desbaratan por un puñado de valiente gachupines. ¡Qué satisfacción tendría de que Ud., repleto de todos sus profundos conocimientos matemáticos, saliese al   —283→   frente de mil gachupines, y yo con igual número de pobres americanos trabásemos lid, para que, escarmentado ó desengañado alguno de los dos, no volviésemos á molestarnos!

»Pero ya se ve, ¿hablar de honor y de valor con Beristain? cuando Ud. no ha conocido otro Dios que el egoismo, ni otra deidad que adular al vencedor! Yo, al continuar estas páginas, me recuerdo de los deberes que me impone el pudor, la honradez y la educación: reflexiono sobre la infinita distancia que hay entre un ciudadano libre que tiene la gloria de haberse incorporado en la gran familia que ha redimir á la patria, y otro prostituído, ingrato y desnaturalizado; y á pesar de que Ud. no merece sino el odio, el anatema y la execración de todo buen americano, yo, consecuente á mis principios, le advierto que ésta no es de aquellas guindas que se ha de tragar la tarasca, y si se la traga, tarde ó temprano morirá del empacho; pues, entre los muchos errores de que adolece su cerebro, es el mayor persuadirse de que cuando llegue el momento del triunfo ha de embaucarnos con cuatro coplas, una ú otra inscripción y talvez algún sermoncillo; estas son las esperanzas que Ud. tiene; pero ¡ah! pluguiese al cielo que llegara este momento: más expresiones suplicatorias se emplearían en defensa de aquel mismo que pocos minutos antes hubiese dirigido sus tiros contra mi existencia, y yo en el fondo de mi corazón encontraría motivos, aunque frívolos, que reclamasen mi consideración; pero mis labios clamarían venganza contra un hombre infame, que nacido en nuestro suelo, parte y testigo del vil tratamiento que aquí y en la Península experimentamos de nuestros opresores, ha constituídose antagonista cruel y despiadado de nuestras operaciones.

»Sacrificar nuestras comodidades y nuestros intereses, nuestras relaciones y hasta nuestras vidas por amasar con nuestra propia sangre los cimientos sobre que ha de elevarse el edificio de nuestra libertad, ¡y levantarse dentro de nosotros mismos un hombre que atice el fuego de la desunión y de la discordia! Si esa ignorancia que atribuye Ud. á cuantos hemos oído los clamores de la patria afligida y consternada no le permite decidirse, porque su egoísmo y cobardía no le dejan sino abrazar lo seguro y cierto, calle Ud. y una sus sentimientos á los de los buenos americanos, que con el silencio dan á entender que por lo menos lloran y sienten los males que padecemos, y las tiranías de un gobierno inicuo y sanguinario.

»Ud. llora nuestra ignorancia y no quiere que leamos á Tácito, historiador sabio y circunspecto, filósofo consumado, y quizás el político que mas ha anatomizado el corazón humano; Ud. deplora nuestras discordias y al mismo tiempo las fomenta con expresiones insultantes; Ud. ve el bajel de la patria engolfado ya sin poder echar áncoras en la playa, en medio de una deshecha tempestad, y á los gritos y clamores de los que con heroicidad se fatigan en libertarlo, responde Ud., en puerto seguro, con injurias y sarcasmos, mofando su valor y su resolución»655.

Y como si esta tremenda filípica no le bastase todavía al contradictor del canónigo mexicano, tres días más tarde, a vueltas de discutir los motivos que justificaban, a su juicio, el grito de independencia, le amenaza con sacar a luz su vida pública y privada, ofreciendo ponerle en términos de que, «ó se confunda, ó todo el mundo se convenza de que su alma estaba

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1. Fray Bernardino de Sahagún. 2. Fray Juan de la Anunciación. 3. Doctor Vasco de Puga. 4. Fr. Agustín Farfán. 5. El licenciado Cárdenas. 6. Doctor Juan Díaz de Arce. 7. Fr. Diego Basalenque. 8. El Doctor Diego Cisneros. 9. El Doctor Cervantes de Salazar. 10. Fr. Juan de Mixangos.

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reñida con el pudor, con la vergüenza y con cuanto hace apreciable á los hombres»656.

Se ve, pues, que el canónigo mexicano había quedado muy mal parado en esta controversia política; pero, lejos de cejar en su empeño, continuó esforzándose desde la cátedra sagrada y con su pluma en combatir la revolución por cuantos medios estaban en su mano. Era, por lo tanto, natural que a este respecto disfrutase por completo de la confianza del Virrey y de la del Arzobispo, según en la primera oportunidad tuvieron ambos ocasión de manifestarlo.

Hallábase este último en posesión de los datos suficientes para pensar que en la ciudad de Querétaro la mayor parte del clero secular y regular era decididamente afecta al sistema revolucionario, por lo cual creyó que era llegado el caso de practicar una visita de las parroquias con el fin de remover sin pérdida de tiempo a los que se hallasen culpados. Persuadido de la conveniencia de esta idea, el prelado la propuso al Virrey, ofreciéndose a ejecutarla en persona, o en su defecto, por conducto de Beristain, que por entonces desempeñaba las funciones de ordinario eclesiástico657, a quien daría para el caso las más amplias facultades, «pues, no hallo, decía, á otro eclesiástico tan proporcionado por su condecoración, instrucción, actividad y fidelidad constante á toda prueba en todo el tiempo de la actual revolución»658. El Virrey, como era de esperarlo, aceptó sin vacilar la idea, considerando que Beristain era un eclesiástico «condecorado, instruído, activo y de conocida y constante fidelidad»659, y al efecto de que pudiera encontrar facilidades en el desempeño de su comisión, escribió al corregidor de Querétaro recomendándole con toda eficacia la persona del visitador, quien, por su parte, se puso luego en marcha. Bien pronto escribía desde allí a Calleja noticiándole las pesquisas que tenía hechas, de las cuales resultaba que los principales culpables eran algunos seglares y cuatro eclesiásticos, que ya estaban presos; pero, más que todos ellos, la mujer del propio corregidor, «agente efectivo, descarado, audaz é incorregible, que no pierde ocasión ni momento de inspirar el odio al Rey, á España, á la causa y determinaciones y providencias justas del gobierno legítimo de este reino... una verdadera Ana Bolena, que ha tenido valor para intentar seducirme á mí mismo, exclamaba horrorizado, aunque ingeniosa y cautelosamente»660.

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Luego se dirigió también el visitador por medio de una circular al clero de aquella ciudad, recomendándole que influyese para que en las próximas elecciones del Ayuntamiento recayesen los sufragios en personas adeptas al sistema realista, y en virtud de especial encargo del Virrey661 convocó a su casa a los curas para que cooperasen al buen éxito de la elección; pero sus insinuaciones produjeron tan poco efecto, que de los veinte y cinco elegidos, con excepción de tres, todos resultaron americanos662.

El fracaso de la visita, en la cual Beristain gastó ocho meses663, no podía ser, como se ve, más completo y estrepitoso.

Pero no por esto disminuyó en un ápice la confianza que el Virrey y el Arzobispo tenían depositada en Beristain. Lejos de eso, se extendió aún a otros particulares.

Así, puede afirmarse que cuanta obra de alguna importancia se publicaba enderezada contra los revolucionarios, luego era pasada por ellos en informe al canónigo mexicano, habiéndose hecho de regla que llevase a su frente alguna calurosa aprobación suya. Así, le vemos que en junio de 1811 la presta muy decidida al Convite á los católicos americanos664 de D. Nicolás del Puerto; por esos mismos días al Discurso contra el fanatismo y la impostura de los rebeldes de Nueva España, de D. Fermín de Reygadas; reimprime de orden superior, con un prólogo suyo, la Proclama de la madre España á sus hijos los americanos, dada a luz en La Habana; en agosto de 1812 a la Impugnación de algunos errores políticos que fomentan la insurrección de Nueva España, obra del doctor don Florencio Pérez Comoto, y más adelante al canto del Conde de Colombini, intitulado Invectiva fraternal cristiana á los rebeldes de Nueva España, que llamaba entonces «fieros enemigos que nos combaten y combaten al Cielo, al Rey y á la paz pública. El Conde de Colombini, concluía, les canta la verdad, y si les amarga, también les puede ser saludable, y, si no lo fuese, porque la escupan, la ira y la indignación de Dios se consumará en ellos»665.

  —287→  

Cuando llegó a México la noticia de la restauración de Fernando VII al trono, se verificaron allí, como en las restantes ciudades del virreinato, funciones religiosas en acción de gracias al Todopoderoso por tan fausto acontecimiento. No podía, en tal caso, faltar el concurso de Beristain, y el 13 de Noviembre de 1814, en la fiesta que celebraron en la iglesia de San Francisco, el Real Consulado y el Regimiento de su comercio, subió al púlpito   —288→   para congratularse en los términos más ardorosos de un acontecimiento que prometía ser el principio de una nueva era de felicidad para la monarquía.

  —289→  

Lo que Beristain creía que iba a ocurrir a los insurgentes fue precisamente lo mismo que éstos se imaginaron respecto de él. Hallábase en el púlpito de la Catedral tronando contra la revolución el Domingo de Ramos de 1815666, acababa de pintar en su discurso los días en que México desbordaba de alborozo cuando juraba por su rey a Fernando VII. «¿Os acordáis? decía. ¡Ah! sí, yo lo recuerdo, con la misma copia de lágrimas que derramé   —290→   entonces al presenciarlo. Mas, ¡con cuánta diferencia! Entonces fueron lágrimas de gozo y de ternura; hoy son lágrimas amargas de dolor. ¿Pues, cómo y por qué se cambiaron tan monstruosamente los sentimientos de los americanos? ¿Cómo pudo convertirse aquel aplauso en execración? ¿Crucifixe eum? ¿Nuestro amor a Fernando en el odio más sacrílego? ¿Crucifixe eum? ¿Los víctores y vivas, en blasfemias y maldiciones? ¿Crucifixe? ¿Los obsequios, en rapiña de su real erario? Tolle, tolle.» Hasta ahí había llegado cuando se le vio de repente enmudecer y caer en seguida desplomado667. Beristain había empezado a sentir decadente su salud a mediados de 1812, fecha en que tuvo que abandonar la ciudad y salir al campo para restablecer sus fuerzas668; y aquel día, el mal cuyos primeros síntomas notara tres años antes, hizo por fin explosión, dejándole paralizado todo el cuerpo, con excepción de la cabeza y del brazo derecho.

Era por ese entonces deán, cargo para el que había sido provisto en agosto de 1813. Y aún pocos días antes del ataque que le postraba en su lecho, el Virrey le investía en la capilla de palacio, en presencia de un distinguido concurso, de las insignias de la Orden de Isabel la Católica, con que el Rey acababa de condecorarle669.

Parece, sin embargo, que a pesar de disfrutar de tan elevado puesto, que podía satisfacer en parte sus aspiraciones, al verse de esa manera postrado, y temeroso acaso de que la revolución, que tanto había combatido,   —291→   triunfase, sólo pensó en abandonar el país y ausentarse a España. Así se lo pedía, en efecto, con instancia al virrey Venegas en nota puesta en un ejemplar del sermón que no había alcanzado a terminar de decir desde el púlpito el día en que le sobrevino el accidente. «No he podido morir en la campaña militar, le expresaba entristecido; pero tengo la dicha de haberme visto en el último peligro de la vida por atacar religiosa y eclesiásticamente á los insurgentes de mi patria. ¡Saque V. E. de ella, si es posible, á Beristain!»

¡Cosa singular! ¡Este hombre que desde el primer momento y sin ambage alguno abandonaba resueltamente la causa de la independencia de su patria para sacrificarlo todo en aras del amor a la metrópoli, iba al fin de sus días a despertar los recelos del Tribunal del Santo Oficio! El hecho parecería increíble si no pudiéramos comprobarlo con documentos auténticos e irredargüibles. Punto tan interesante para la bibliografía y la historia de aquellos tiempos en México, exigen algún desarrollo.

La primera intentona del proceso hecho a Beristain por la Inquisición databa de 1795.

He aquí la carta del Tribunal de que tomamos la noticia:

«M. P. S.-Habiendo causa pendiente en este Tribunal contra D. José Mariano Beristain, canónigo de esta Metropolitana Iglesia, hemos resuelto por algunas noticias extrajudiciales de su conducta en el tiempo que vivió en esa Península, suplicar á V. A. que mande recorrer los registros de los Tribunales de Corte, Valladolid y Valencia, y remitirnos testimonio de lo que contra él resulte. Nuestro Señor guarde á V. A. muchos años.-Inquisición de México, 15 de Enero de 1796.-D. D. Juan de Mier y Villar.-D. D. Antonio Bergosa y Jordán.-D. D. Bernardo de Prado y Ovejero. -A los SS. del Consejo de la Suprema y General Inquisición.»

Esta carta no tuvo contestación, pero posteriormente, en 1810, el Consejo dispuso que se recorriesen los registros de Valladolid y Madrid, de cuya diligencia resultó una nota de 1786, de que tenía sumaria «por adquirir, retener y leer» la obra el Portero de los Cartujos.

Pero esto era nada comparado con lo que iba a ocurrir por los años a que hemos llegado en el relato de la vida de Beristain.

Con fecha 24 de Mayo de 1815, el virrey Calleja pasó al Tribunal un oficio remitiendo ejemplares del bando que había mando publicar sobre papeles de los rebeldes y especialmente del Decreto constitucional del Congreso Mexicano, para que, «hecho V. S. cargo, expresaba el Virrey, del peligro que amenaza á nuestra santa religión, tome V. S. por su parte las medidas eficaces y ejecutivas que juzgue conveniente para evitar tan graves males, haciendo uso de todo el rigor de las armas de la Iglesia, si le pareciese á V. S., como me parece á mí, que es llegado el caso de verificarlo».

Mientras tanto, el Cabildo Eclesiástico había procedido por su parte, arrogándose funciones que sin duda no le competían, a dictar, dos días después de aquella presentación del Virrey, el siguiente edicto, seguramente obra de Beristain de Sousa, que queremos transcribir como contribución al estudio de aquella faz de la revolución:

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«Sabed: que el desenfrenado libertinaje de nuestros desleales y traidores hermanos los ha precipitado ya en el abismo á que ordinariamente conduce la corrupción de costumbres. No contentos con los innumerables males y desgracias que por su rebelión han acarreado á este, antes feliz y bienaventurado reino, se esfuerzan en desterrar de él la divina religión de nuestros padres con las perversas doctrinas que han vertido en sus detestables folletos y su escandaloso menosprecio de Jesucristo y su Iglesia.

»Entre los artículos de la ridícula Constitución que estos fanáticos se han atrevido á formar para la erección de su imaginaria república, uno es el tolerantismo, herejía la más perniciosa de todas, porque á todas las comprehende, condenado expresamente por Jesucristo en el Evangelio de San Mateo, por San Juan en su segunda carta, y por San Pablo en las que escribió á los romanos y á Tito.

»Ellos, arrogándose una autoridad que no tienen, han reformado en su sacrílego Calendario el culto que la Iglesia tributa diariamente á sus santos, recordando su memoria y proponiendo en ellos á los fieles los ejemplares á que deben conformar su conducta.

»Naciendo de sí mismos, sin legítima misión, y desobediencia á sus Iltmos. Srs. Obispos, han establecido ministros en las parroquias, que careciendo de jurisdicción, inválidamente administran el sacramento de la penitencia y asisten á los matrimonios, quedando sin absolución los penitentes y en un verdadero concubinato los que celebran ante ellos un contrato que sólo puede autorizar el propio y verdadero párroco.

»Sin temor de las muchas censuras en que han incurrido y con menosprecio de las leyes de la Iglesia, permanecen en aquéllas, sin cesar en los enormes delitos por que se les han impuesto, ni solicitar su absolución, lo que, según derecho, basta para hacerlos sospechosos de herejías, inhabilitados, por lo mismo, de poder recibir ni administrar los sacramentos, ni ejercer ninguna función eclesiástica, como separados del cuerpo de la Iglesia, insolentemente se introducen en ella, burlándose de las nuevas penas en que incurren por tan escandaloso atentado.

»No lo es menos el atrevimiento sacrílego con que sin respeto ni consideración á las personas, bienes y lugares sagrados, atropellan su inmunidad, separando á los primeros de sus destinos, aprisionándolos y haciéndolos comparecer ante sí, usurpando los segundos, y sirviéndose para actos criminales y profanos de los terceros.

»Tales son los hechos y doctrinas de estos monstruos enemigos de Dios y del Rey, dirigidos á la total ruina de la religión y el Estado, sobre todo lo que nos reservamos hablar con la correspondiente extensión, bastándonos por ahora indicarlas para prevenir á los incautos. Por tanto, y para arrancar de raíz la zizaña que el hombre enemigo ha sobresembrado en el campo del Señor, hemos acordado expedir el presente edicto, por el cual prohibimos bajo pena de excomunión mayor, ipso facto incurrenda, los folletos la Constitución, Decretos y Proclamas hechos en el pueblo de Apatzingán, relativos á la erección de la nueva república mexicana, y el Calendario formado para el presente año por los traidores de aquel mismo Congreso, de que habla el bando publicado por el Superior Gobierno en 24 del corriente; y mandamos que cualquiera persona de esta capital y arzobispado á cuyas manos hayan llegado ó puedan llegar todos ó algunos de los indicados papeles impresos ó manuscritos ú otros semejantes, los exhiba inmediatamente en nuestra Secretaría de Gobierno, bajo la citada pena de excomunión, la que extendemos también á los que, teniendo noticia de dichos papeles, no nos avisen ó descubran las personas que los tengan: encargamos   —293→   estrechamente las conciencias de todos los que no quieran ser reos de alta traición y cómplices de la desolación de la Iglesia y de la patria, para que nos den noticia, ó al Superior Gobierno ó al Santo Tribunal de la Inquisición, de cualquiera racional y fundada sospecha que tengan en tan grave y delicada materia, en que se interesan la religión, el Estado, la felicidad de estos pueblos, y el honor, vida y bienes de los fieles americanos.

»Y por cuanto estamos ya en el caso de clamar sin intermisión contra estos enemigos de Dios y del Rey, sin temor de que se nos impute lo que Abner á David, llamando á sus fieles avisos unos vanos clamores que inquietaban al Rey y al reino, respondiéndole David de la otra parte de la montaña á aquel flojo é infiel vasallo ser hijo de muerte los que no guardaban al Rey ungido de Dios; mandamos á todos los curas, confesores y predicadores, tanto seculares como regulares, combatan en todos sentidos á estos rebeldes, de modo que se oiga por todas partes uniformemente el clamor de la verdad y las máximas eternas del Evangelio, en concepto de que, á los que, olvidados de su estado y de sí mismos, se condujeren en lo sucesivo con la fría y criminal indiferencia con que algunos lo han hecho hasta aquí, ó en los actos públicos usaren otro lenguaje, se les removerá inmediatamente de los beneficios ó destinos que obtengan, se les suspenderá el ejercicio de su ministerio, procediéndose á formarles la correspondiente causa, como sospechosos, no sólo en materia de fidelidad, sino también de creencia.

»Y, al efecto, mandamos que este nuevo edicto se imprima y circule por todas las parroquias é iglesias de esta diócesis, se lea en los púlpitos, se explique por los párrocos y predicadores, y se fije á las puertas de los templos. Dado en la sala capitular de la Santa Iglesia Metropolitana de México, firmado de Nos, sellado con el de esta misma Iglesia, refrendado por uno de los señores secretarios de Gobierno, á 26 de Mayo de 1815. -Dr. José Mariano Beristain.-Dr. José Angel Gazano.-Dr. Ciro Ponciano de Villaurrutia.-Dr. Pedro González.-De acuerdo del Iltmo. y Venerable señor Deán y Cabildo Sedevacante.-Francisco Ignacio Gómez de Pedroso, prebendado, secretario»670.

Luego que el Tribunal recibió los papeles de que dimos cuenta, mandó calificarlos a toda prisa, y despachados los largos informes de los examinadores, acordó publicar edicto de prohibición671, como se ejecutó el domingo 9 de julio de aquel año.

«Tenemos la satisfacción, escribían al Consejo con este motivo los inquisidores, de que ha sido bien recibido de todas las personas sensatas y aún el Virrey hizo la distinción de publicarlo en la Gazeta, con esta desusada nota:

«De orden superior se pone el siguiente edicto».

«Puede llamar la atención, añadían, la introducción que en él se hace, pero nos pareció conveniente, después de la restauración del Tribunal y de lo mucho que padeció en el tiempo de su suspensión, principalmente por tantas insolentes plumas, asentar y recordar los fundamentos de su jurisdicción en una materia que es en el día en este reino de la mayor importancia,   —294→   siendo ciertísimo que el Santo Oficio impone más que todos los tribunales, y lo hemos visto con el mayor consuelo cuando después de la publicación de dicho edicto han sido repetidas las denuncias de papeles. Así quisimos lo entendiese también la Real Sala del Crimen, que con motivo de cierto incidente sabíamos que, no solamente formaba diligencia, sino que sus individuos hablaban con la mayor libertad en tertulias y conversaciones.672»

El sentimiento contra el Virrey era aún más grave, si cabe, de parte de la Inquisición. Calleja había publicado, como hemos visto, en 24 mayo de ese año, un bando en que, junto con condenar al fuego aquellos papeles revolucionarios673, mandaba denunciarlos ante él o sus delegados en provincias. La Inquisición creyó, pues, que se arrogaba de esa manera facultades de la exclusiva competencia del Santo Oficio y que desde luego había faltado por su persona, como católico, en no denunciarlos al Tribunal. Además, ¿de qué podrían servir las censuras que éste impusiese en el edicto a los que no los denunciasen, si el Virrey había llegado al extremo de conminar con pena de la vida a los que así no lo hicieren?

«Estas consecuencias, expresaba con este motivo el Fiscal, son demasiado obvias y claras para que antes de publicar tal edicto no las haya hecho ya el público. Un público cuya opinión está demasiado extraviada; un público en revolución; un público alarmado contra el Gobierno y contra todas las potestades; un público dirigido en mucha parte por eclesiásticos corrompidos, abogados perdidos y otros que componen en la actualidad el vulgo literario, incapaz de un acierto, pero muy dispuestos á encontrar manchas en el sol, á interpretarlo todo á mala parte y á sacar, á beneficio de astucias y sofismas, consecuencias erradas pero favorables á las máximas fundamentales de su rebelión, aún de los principios más honestos. No hay cosa más frecuente que ver así tergiversadas las noticias de las gacetas y papeles públicos, despreciados y convertidos en ofensivos los más santos, más religiosos y benéficos decretos del Rey; menospreciados los edictos y cartas pastorales, hechos una irrisión los sermones y discursos que atacan á los rebeldes y burlados ignominiosamente los bandos más acertados del Gobierno... ¡Cuánto es de temer que el que acaba de publicarse preste materia no sólo á los sarcasmos de los inobedientes y revoltosos, sino á que se fomenten éstos con las justas reflexiones que apenas ha podido alumbrarse!».

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Materia sobrada había, sin duda, para que el Santo Oficio tronase contra el Virrey, pero como el dios de la fábula, que exclamaba:

Quos ego... sed motos praestat componere fluctus,



Flores hubo de contentarse con repetir que «si no le hubiera guiado la prudente mira de no empeñar un lance con el Virrey, que pudiera redundar en desdoro de un tribunal recientemente establecido y tan sangrientamente desacreditado por sus enemigos; si no hubiera sido esto, si el reino estuviera en paz, y si el Tribunal se hallara en su antiguo pie, el Promotor Fiscal habría arreglado su pedimento a las decisiones pontificias, a las leyes reales, a las del Santo Oficio en sus repetidos edictos, y principalmente a la real cédula que va inserta en este testimonio, y el Tribunal habría adoptado las providencias más serias.

«Pero V. A. con sus superiores luces y alta autoridad no podrá ver con indiferencia el desprecio con que el Virrey está tratando al Tribunal, ya en el punto de bienes, habiéndose portado muy mal en la ejecución del injusto decreto de suspensión, en el cobro de los bienes del Tribunal en dicho tiempo y en la restitución, que tanto cuanto la hizo sonar en un bando que publicó, tanto así padeció defecto en la ejecución; ya en haber intentado con instancia que los ministros de este Santo Oficio, y en especial el alcaide de cárceles secretas, hiciesen servicio de patriotas, lo que se le resistió hasta darse por vencido; ya en no haber remitido más que un ejemplar del bando como á cualquier alcalde de barrio; ya en no haber enviado a este Tribunal desde antes, ó a lo menos el día que envió el bando, los papeles sediciosos ó copia de ellos, como lo han hecho todos sus antecesores; ya en aquellas palabras de su oficio en que se introduce, no como quiera á exhortarnos, sino á darnos dictamen en orden al cumplimiento de nuestra obligación, y ya en la conducta que ha observado relativa á esta misma revisión de papeles.

»En efecto habiéndosele pedido éstos el día 27, no los envió hasta el 12 del corriente originales, en lo que se vee que no consistía la detención en sacar copias, y más cuando en el mismo oficio nos previene que, sacadas éstas en el Tribunal, se le devuelvan a la mayor brevedad los originales. Y si bien en el intermedio pudimos conseguir que de la misma Secretaría se nos prestase extrajudicialmente tres dichos papeles para adelantar en su calificación, fue muy corto este alivio, porque a poco tiempo se nos volvieron a quitar y tuvimos que darlos en virtud de la confianza.

»Hemos hecho estos apuntamientos para que se perciba mejor el tamaño del exceso cometido en la publicación de un bando en que se introduce el Virrey a unas calificaciones, condenaciones y proscripciones propias y privativas de este Tribunal. Lo más sensible es que nuestros calificadores han dicho ya que en el citado bando hay muchos equívocos y errores, pues los papeles no merecen la censura que de ellos se hace: de manera que, lejos de surtir algún buen efecto la prohibición en estos términos, es preciso que extravíe más la opinión, cuando no puede negarse que entre los insurgentes que han leído y acaso retienen dichos papeles, hay, por desgracia, muchos eclesiásticos y no eclesiásticos instruídos.

»Por eso no nos parece muy extraviada la combinación que hemos hecho. Sabemos en lo extrajudicial que quien verdaderamente extendió el   —296→   bando es el capitán don Ramón Roca, que es el de todas las confianzas del Virrey. Este hombre, en la injusta suspensión del Tribunal, se manifestó uno de sus mayores enemigos, un corifeo de liberales, un libertino tan imprudente que, habiéndosele formado causa, están ya para pasar a calificación sus dichos y hechos. ¿Qué instrumento más a propósito para atropellar el Tribunal, para desacreditar a la religión con falsas y erróneas calificaciones y para dar armas á sus enemigos con que fomentar su rebelión, su persecución al altar y al trono y las herejías que brotan por todas partes? V. A. sabe muy bien que ésta ha sido una astucia muy antigua entre los enemigos de la religión. Este Tribunal se vee comprometido á condenar dichos papeles, principalmente después de haber llamado con indebida anticipación la atención del público el Virrey y el Cabildo Eclesiástico, pero como no recibimos los papeles hasta 2 del corriente y son voluminosos, apenas ha habido tiempo para sacar copia de ellos para los calificadores, en circunstancias que está llamando nuestra atención el despacho del correo. Para el siguiente remitiremos á V. A. testimonio de todo, no menos que del edicto, y mientras tanto esperamos determine sobre este gravísimo punto lo que sea de su superior agrado.

»Dios guarde á V. A. muchos años. -Inquisición de México, 9 de Junio de 1816. -M. P. S. -Manuel de Flores»674.

Sin embargo, para no dejar pasar las cosas sin alguna advertencia más o menos suave y tardía, el Tribunal llamaba la atención al Consejo a las calificaciones del Decreto constitucional y Almanaque de los rebeldes, que encerraban en el edicto «el fundamento principal de nuestra queja contra este Virrey y Cabildo Sedevacante, por haber prohibido uno y otro papel con notas teológicas y (que es lo principal) falsas»675.

Con efecto. Dos días más tarde de haber circulado el bando del Virrey, como decíamos, fijábase por las esquinas de las calles de México el edicto impreso del Cabildo Eclesiástico, en el que, después de calificar algunas de las proposiciones contenidas en los papeles revolucionarios de que tratamos, mandaba entregarlos y denunciarlo bajo pena de excomunión mayor ipso facto incurrenda, apercibiendo a los confesores con separarlos de sus curatos y beneficios en caso de que no predicasen contra los rebeldes o de cualquier modo los amparasen.

Quejose, pues, el Fiscal de las atribuciones que los prebendados se arrogaban, invadiendo la privativa jurisdicción del Santo Oficio en la prohibición de papeles heréticos o que contuviesen cualquiera ofensa a la religión; concluyendo por pedir que sólo en atención a las especiales circunstancias por que atravesaba el país, el Tribunal se limitase a pasar oficio al Cabildo para que en lo sucesivo se abstuviese de semejantes procedimientos.

Dando sus quejas al Consejo por esta conducta de los prebendados, Flores le dirigía la carta siguiente, que da razón del autor del edicto de los capitulares y de las censuras falsas que les imputaba haber dado a los impresos revolucionarios.

  —297→  

«M. P. S.- Si la conducta observada por el Virrey de este reino en la publicación del bando de 24 de Mayo último, creemos ha de parecer reprehensible a V. A., juzgamos más delincuente la de un cuerpo eclesiástico tan respetable como es el Cabildo Sedevacante de esta Santa Iglesia.

»El testimonio que acompañamos del expediente formado en razón del edicto que dicho Cabildo publicó en 28 del mismo, instruirá a V. A. del fundamento con que se quejó el promotor fiscal de haber dicho Cabildo atropellado la privativa jurisdicción de este Santo Oficio, y aunque las providencias que promovió son las propias en la materia, pareció mejor á este Tribunal dar cuenta con testimonio á V. A., atendidas las circunstancias que dictaron igual determinación en el negocio sobre el bando del Virrey, con que también se da cuenta á ese Superior Tribunal.

»Además, V. A. veerá en el edicto, que entre los artículos de la Constitución uno es el tolerantismo, y nuestros calificadores aseguran que no hay tal cosa, y lo mismo de otras proposiciones del edicto: las inconsecuencias gravísimas que de esto se siguen las ponderamos ya en la consulta con que remitimos el otro expediente.

»Si el haber sido autor del bando el capitán Roca nos dió margen a muy fundadas conjeturas, no sabemos qué decir constándonos que el autor del edicto es el deán de esta Santa Iglesia don José Mariano Beristain, contra quien hay causa en este Santo Oficio por el criminal abuso que hizo de ciertos textos sagrados en unos versos con que elogió á don Manuel Godoy y escandalizó a esta capital. Creemos también que en ese archivo hay antecedentes contra este sujeto, y recientemente tenemos a la vista la aprobación que dió para que se reimprimiera uno de los papeles más perversos que salieron en el tiempo de la injusta suspensión del Tribunal, titulado Albardas del pueblo, lleno de sarcasmos contra la religión, obispos, clero secular y regular; y, en una palabra, contra todo lo más sagrado. El deán Beristain puso en él su aprobación, y la puso en estos términos: "Excelente: debe imprimirse.- Beristain." Esto es lo que ocurre en razón de un negocio de tanta importancia, lo que elevamos á la consideración de V. A. para que determine lo que fuere de su superior agrado.

»Dios guarde a V. A. muchos años. -Inquisición de México, Junio 9 de 1815. -M. P. S. -Manuel de Flores.- A los señores del Consejo de S. M. de la Suprema, Santa y General Inquisición».

Hemos dicho que las quejas del Tribunal comprendían también a la Real Audiencia. Veamos ahora en qué se fundaban.

Fue el caso que el Domingo de Ramos de 1815, Beristain, predicando su sermón en el templo metropolitano contra el cura Hidalgo y sus secuaces, sufrió el ataque apoplético que hemos contado ya.

Dio esto margen «a los malignos» para esparcir en los mismos días de semana santa un pasquín en que se ensalzaba a Hidalgo como al primer héroe de la nación y se burlaban del deán y de su sermón, atribuyendo su enfermedad a castigo del cielo.

Nada pudo averiguarse acerca del autor del pasquín en los primeros días, pero el 14 de junio fue denunciado a la Inquisición, y, en su consecuencia, comenzó ésta a instruir las primeras diligencias contra el cura de San José don Diego Álvarez.

Entre las personas llamadas a declarar figuraba don José Méndez, quien   —298→   se negó aun a prestar juramento, diciendo que él no declaraba sobre pasquines, porque eso no competía a la Inquisición, ni que siquiera volvería a comparecer ante su delegado, porque ya había dado su testimonio en la causa que se seguía ante el juez real al licenciado don José María Espino, a quien se suponía autor del pasquín.

Nombró entonces el Tribunal un nuevo delegado, con encargo especial de hacer declarar a Méndez y de tomarle preso en caso que a ello se resistiese. Buscósele, en efecto, con instancia en casa del licenciado don Benito Guerra (en la cual paraba) y quien, a juicio del Tribunal, era el verdadero autor del pasquín; pero allí lo negaron.

En este estado, el presidente de la Sala del Crimen fue a ver al inquisidor para noticiarle que estaba procediendo contra Espino y que Méndez había ido a quejarse del delegado del Tribunal, diciendo que le habían ofrecido mil pesos y el indulto del Santo Oficio si denunciaba al autor, y que, así, le dijese lo cierto que hubiese sobre el particular. Contestole Flores que nada sabía de aquello.

Tres días después recibía el Tribunal un oficio del presidente de la Sala en que se le hacía la misma pregunta, y a todo esto el juez real había llevado a la cárcel a Méndez y a otros testigos: «formando así, expresaba Flores al Consejo, una sumaria contra el Santo Oficio, y jactándose en las tertulias de que se la había de pagar al Tribunal, que quien le metía en averiguar el autor del pasquín, con otras muchas cosas de este género. Y como veíamos ya casi reducida a efecto la amenaza en el ultraje que se preparaba al Santo Oficio en las personas de sus comisionados, no dudamos un momento que se intentaba algún golpe escandaloso.

«Reunimos también la consideración de que la Sala (según supimos entonces) tiene un empeño decidido en sacar reo á Espino, sobre lo que están trabajando desde Marzo, sin adelantar cosa alguna, y por eso se inquietó con el temor de que el Tribunal pudiera descubrir, no sólo el verdadero autor del pasquín, sino a los perturbadores de la tranquilidad pública, como felizmente había sucedido. También conjeturó el Tribunal que en la Sala, ó entre los alcaldes ó entre los subalternos podrían tener protectores los verdaderos delincuentes. Lo cierto es que Méndez es un insurgente indultado, que sirvió de teniente al cabecilla Morelos, y que el licenciado Guerra (que lo proteje, llevando ambos íntima amistad, comiendo y viviendo juntos) estuvo preso también por autor de papeles sediciosos y de correspondencia con los insurgentes; y hemos sabido que se libertó por la astucia de haber cogido los autos y desfigurado la letra de dichos papeles...».

«Deseamos, concluía el Tribunal, que V. A. tenga estas noticias, lo primero, por si la Sala hace algún ocurso al Rey, tergiversando los hechos, lo que no será muy exraño, supuesta la conducta que ha tenido con nosotros, sin temor de ser desmentida; lo segundo, para que, si a V. A. le parece, tome algunas providencias dirigidas á precaver que la Sala ú otro algún tribunal se mezcle en asuntos del Santo Oficio, ni intente atropellar sus fueros del modo que ahora lo ha hecho; y lo tercero, para que nos diga si nuestro modo de proceder merece su superior aprobación, en   —299→   el concepto de que, si creemos un deber del Santo Oficio auxiliar la causa del Rey y de la patria contra los rebeldes, vemos también el mayor peligro en exponernos a competencia, ya por estar tan encargado á este Tribunal por esa Superioridad las evite, y ya porque en el día serían ruinosísimas sus escandalosas consecuencias»676.

De esta manera tenemos, pues, que si por entonces el Virrey, el Cabildo Eclesiástico y la Audiencia triunfaban del Santo Oficio, todo era debido al deseo de no armar alguno de los escándalos anteriormente tan comunes de que pudieran aprovecharse los revolucionarios.

Pero no dejó de insistir en lo que atañía a Beristain, a cuyo efecto dirigió al Consejo de Inquisición el siguiente oficio:

«M. P. S.- En carta de 15 de Enero de 1796, suplicó este Tribunal á V. A. mandase recorrer los registros de los tribunales de corte de Valladolid y Valencia en cabeza del doctor don José Mariano Beristain, canónigo entonces de esta Santa Iglesia, y en el día su deán, por correr noticias de que en ellos tuvo negocio pendiente.

»Parece que no hubo contestación de esta carta, sino que se ha extraviado en el tiempo de la suspensión injusta, aunque no lo creemos verosímil, y militando ahora circunstancias más estrechas, juzgamos de nuestra obligación renovar la instancia.

»En efecto: la causa que entonces se formó á Beristain lo presenta abusando de los textos sagrados y aún de la cátedra del Espíritu Santo para elogiar a don Manuel Godoy; pero en los diezinueve años que han corrido se han ofrecido nuevas causas. Todos, ó los más de los papeles perversos que han salido en este tiempo aciago tienen alguna marca suya, y de contado su aprobación como censor que se ha hecho nombrar de la imprenta, llegando su ligereza á términos de haber aprobado la reimpresión de uno de los más infames papeles que han venido en el periódico Aurora de la Habana, titulado Albardas del pueblo, con esta nota: "Excelente: debe imprimirse: Beristain." Y si a todo se junta poseer un mal libro titulado: El Hombre de Hierro, según se nos acaba de denunciar, conocerá V. A. que este eclesiástico debe llamar la atención del Santo Oficio, mucho más agregándose la íntima amistad que lleva con el capitán don Ramón Roca, que no tardará mucho en venir á cárceles, por proposiciones. En medio de todo, Beristain ha sabido alucinar al Gobierno, porque escribe y predica contra los insurgentes. Por otra parte, padece insulto, de que aún no se ha restablecido: ¿qué ha de hacer el tribunal?

»Suplica, por tanto, á V. A., se sirva ordenarle la conducta que debe observar en este delicado compromiso al tiempo de remitirle los citados registros, si su justificación lo tiene á bien.

»Dios guarde á V. A. muchos años. Inquisición de México, Julio 29 de 1815. -M. P. S. -Manuel Flores»677.

Esto era tanto más de extrañar, cuanto que apenas cuatro meses después de escrito ese oficio, el 13 de noviembre de 1815, Beristain era   —300→   nombrado678 para formar parte de la junta canónica que debía conocer de la degradación del infortunado Morelos, comisión que Beristain aceptó sin trepidar679 y en virtud de la cual estampó su firma en la respectiva sentencia, si bien a renglón seguido, en unión del arzobispo y de otros personajes del clero, intercedía cerca del Virrey para que aquel eclesiástico fuese perdonado680. El hecho es que, según parece, en el Consejo de la Inquisición no se dio curso a la consulta del tribunal mexicano.

Confinado, pues, a su casa, Beristain se dedicó desde entonces, en cuanto las fuerzas se lo permitían, a sus tareas bibliográficas. Reunió en un cuerpo siete diferentes sermones, que en años atrás había predicado en las honras hechas a los militares españoles, y los sacó a luz en un tomo que intituló La felicidad de las armas de España vinculada en la piedad de sus reyes, generales y soldados, y en seguida concluyó de ordenar sus apuntes para la Biblioteca Hispano-americana septentrional, cuyo prólogo se publicaba por fin en octubre de 1816681.

Pero en realidad sus aspiraciones eran trasladarse a España, donde creía que le sería más fácil proceder a la impresión de su obra. Estaba esperanzado también en que la navegación y el cambio de clima podrían producir alguna reacción favorable en su salud. Animado de estos propósitos, dirigió al Virrey la siguiente solicitud:

«Excmo. Señor. - El doctor don José Mariano Beristain de Sousa, deán de la Metropolitana de México, Caballero de la Real y Distinguida Orden española de Carlos III, y Comendador de la Real Americana de Isabel la Católica, con el mayor respeto hace á V. E. presente: que ha veinte años que emprendió, y al cabo de ellos ha logrado concluir la Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, obra que compondrá dos tomos en folio, en que formándose por el método de la Hispana de don Nicolás Antonio el catálogo de los literatos que, ó nacidos, ó educados, ó florecientes en la América Septentrional Española, han dado á luz algún escrito, ó lo han dejado preparado para las prensas, se presenta al público, no solamente la historia literaria, sino la eclesiástica y política destos dominios de España, y con documentos irrefragables se manifiesta el justo, noble, y generoso sistema de gobierno que desde la conquista ha observado en la América su Madre España, y se convencen de calumniosas las críticas de los extranjeros, y de injustas las razones en que modernamente quieren apoyar la rebelión y fundar su independencia los ingratos vivoreznos de esta parte del mundo.

»Para publicar esta obra en América no tiene el exponente caudal bastante, por la suma carestía del papel en estos países, y excesivos gastos de la impresión. Por esto acude á V. E., suplicándole se digne alcanzarle de la piedad del Rey la licencia necesaria para pasar por dos años á   —301→   España á presentar a S. M. dicha obra, y a imprimirla, si fuese de su real agrado, en la ciudad de Valencia, donde el expresado tiene ya tratada la impresión y aún comprado algún papel.

»Y aunque este motivo solo parece justo y suficiente para merecer dicha gracia, todavía añade el suplicante otros dos á la consideración de V. E. El uno es la necesidad de ajustar y cerrar varias cuentas que no han podido liquidarse á tanta distancia y tiene pendientes el exponente de resultas de veinte y dos años que vivió en España, y de la precipitación con que se embarcó en mil setecientos noventa y cuatro. Y el otro, acaso más urgente y poderoso, el estado deplorable de salud á que le ha reducido el insulto que le acometió el Domingo de Ramos, diez y nueve de Marzo del año próximo pasado, estando en el acto de declamar en el púlpito desta Metropolitana contra los infames revoltosos deste reino: pues ha ya diez meses cumplidos y aún se halla baldado del lado izquierdo, á pesar de los innumerables remedios que se le han aplicado; conviniendo los facultativos en que la navegación, la mudanza de clima, y los salutíferos eficaces baños de España, le restituirán la salud que ha perdido.

»Esta es, Sr. Excmo., la súplica que por medio de V. E. hace al Rey, nuestro señor, su más fiel y amante vasallo y capellán. -Josef Mariano Beristain de Souza. (Hay una rúbrica). -México 31 de Enero de 1816»682.

Como era de esperarlo, el Virrey acogió con el mayor agrado la solicitud del deán, y en su abono escribía al Ministro Universal de Indias la carta siguiente:

«Excelentísimo Señor. - El Deán de esta Santa Iglesia Metropolitana, doctor don José Mariano de Beristain, me ha dirigido la adjunta representación, que acompaño en copia bajo el número primero, en que me suplica que recomiende al Rey, nuestro señor, sus servicios y circunstancias, incluyéndome con este fin una relación impresa de sus méritos que igualmente es adjunto con el número dos.

»Ciertamente tengo una satisfacción en ocuparme de este benemérito americano, y puedo asegurar á Vuesencia que cuanto digo en su favor, es lo que merece su ilustración, su amor al Rey y á la patria, su celo infatigable por el bien público, su constante adhesión al Gobierno legítimo y su absoluta decisión contra los rebeldes de este reino desde el instante mismo en que se llegaron a sospechar las turbulencias y alteraciones de los primeros revoltosos.

»Entre los pocos eclesiásticos que han sostenido en estas provincias la justa causa, merece el deán Beristain el primer lugar, y ninguno ha atacado más de frente la rebelión y sus secuaces, habiéndose por esto atraído el odio implacable de cuantos pública y secretamente seguían al partido de la división.

»Los púlpitos y las imprentas no han descansado en todo este tiempo con sus patrióticas y cristianas producciones, y en sus palabras, en sus acciones y en todos los actos de su vida pública y privada, ha respirado siempre la verdad y el patriotismo, portándose sin la menor disimulación en estas materias, y con aquella franqueza y energía que sólo usan los que se hallan perfectamente penetrados y convencidos de la rectitud de sus   —302→   ideas y opiniones.

»Con una instrucción sólida y profunda, una esquisita y vasta erudición y experiencia nada vulgar, ha sabido sostener con decoro y victoria la causa de los buenos, confundir á sus antagonistas, y aún atraer á la razón á no pocos extraviados, ó confirmar en ella á algunos vacilantes.

»Su carácter ingenuo y sociable y su conducta moderada, le han atraído el amor de todos los europeos y buenos americanos, pudiendo asegurarse que si los malos no le quieren, á lo menos le temen y reconocen la superioridad de sus talentos.

»El Gobierno de estos dominios lo ha encontrado siempre dispuesto á auxiliarlo en cuanto ha podido, y es bien notorio el ardor con que sostuvo triunfalmente en el Cabildo Eclesiástico la providencia de mi inmediato antecesor, don Francisco Venegas, publicada por bando de veinte y cinco de Junio de 1812, para el castigo de los eclesiásticos disidentes, contra la representación que se llamó del clero mexicano, en que varios individuos de esta clase reclamaron aquella medida como contraria á la inmunidad de la Iglesia.

»Es constante el celo y fruto con que desempeñó en el año pasado la visita que le encargué en la ciudad de Querétaro, restituyendo en dicha población la paz y unión, que principiaba á alterarse, con un manejo verdaderamente apostólico, con que consiguió calmar los espíritus, avenir los ánimos, componer las desavenencias, reunir a algunos europeos y americanos discordes, y alejar, en fin, la división que amenazaba a aquella ciudad.

»Todos estos servicios los considero muy dignos de la benéfica atención de nuestro justo soberano y creería que faltaba a mi más sagrada obligación, si dejase de hacerlos presentes a Vuesencia para que, sirviéndose manifestarlos al Rey, nuestro señor, cuya mayor complacencia es conocer á sus fieles y beneméritos vasallos, haga Su Majestad el uso que le dicten sus reales y piadosas intenciones de las noticias que comunico á Vuesencia acerca de las circunstancias y prendas de este digno eclesiástico. Dios guarde á Vuesencia muchos años. México, 6 de Abril de 1815.

»Excelentísimo Señor. - Félix Calleja. (Hay una rúbrica.)»683.

No encontramos en los archivos españoles la respuesta que esta representación mereciera al ministro, pero cualquiera que ella fuese, habría llegado tarde a manos de Beristain...

Buena idea de sus esfuerzos por el adelanto de los estudios literarios y de que en más de una ocasión tenía dado muestras, se halla en el certamen poético que promovió a mediados de 1816, enfermo y postrado como se hallaba, ofreciendo seis premios en dinero de su peculio, para celebrar la restauración de la Compañía de Jesús y la entrada de algunos de sus miembros en México, y que tuvo el más completo éxito, según se dijo684.

A fines de ese año (19 de diciembre de 1816) tuvo también la satisfacción de que se repartiera a los suscriptores que había logrado reunir, el cuaderno primero de su magna obra, resumen de la labor de toda su   —303→   vida y el más vasto caudal de noticias bio-bibliográficas acopiadas por hombre alguno en ese tiempo en América; pero cuatro meses después, cuando apenas llevaba impresas685 184 páginas del primer tomo, expiraba el 23 de marzo de 1817, a las dos tres cuartos de la noche, casi a los dos años cabales de enfermedad. «Enterrósele en la catedral, cuenta un reputado historiador, con la pompa debida á su dignidad.»686 La causa realista perdía en él uno de sus más decididos campeones, pero los buenos mexicanos no pudieron menos de celebrar la desaparición de un hombre que no había sabido comprender los verdaderos intereses de su patria.

Influenciado por su primera educación y por los recuerdos de su juventud pasada en España; ofuscado por los favores que allí recibiera; dominado por su espíritu palaciego; acusado por sus paisanos del más bajo servilismo; esgrimiendo armas contra su patria en los días en que se jugaba su independencia; la persona de don José Mariano Beristain no puede inspirarnos interés alguno: no hablemos, pues, del hombre sino del bibliógrafo.

El mismo ha referido cómo nació en su mente y cómo continuó luego en la idea de escribir su Biblioteca Hispano-americana septentrional, que redime su nombre del olvido y le coloca entre los literatos e investigadores más notables que haya producido la América.

«En Valencia, nos dice, á donde, por singular dicha mía, me trasplantó de tierna edad el gran prelado español, el Excmo. Sr. D. Francisco Fabián y Fuero, cuando de la mitra de la Puebla de los Angeles, mi patria, pasó promovido á aquel arzobispado, leí por la vez primera la Biblioteca Mexicana que dió á luz en México, el año de 1756, el Iltmo. Eguiara, maestreescuela de esta metropolitana y obispo electo de Yucatán. Mas, como era un tomo solo, comprensivo únicamente de las tres primeras letras del abecedario de los nombres de los escritores mexicanos, quedé inquieto y deseoso de haber a las manos los siguientes, que creía yo también publicados. Y cuando el sabio don Gregorio Mayans (á quien por fortuna alcancé vivo y a quien merecí lecciones de literatura y de buen gusto)   —304→   me desengañó de que la obra de Eguiara ni se había continuado ni menos concluído; no sólo fue grande mi pesar, sino que concebí desde entonces deseos de continuarla y concluirla. Pero ni las precisas atenciones y estudio de mi carrera eclesiástica, me daba lugar á esta dedicación, ni jamás me persuadí á que una obra de esta naturaleza podía desempeñarse, ni aún medianamente, á dos mil leguas de la América.

»Es verdad que regresé á ésta el año 1790; pero es igualmente cierto que el siguiente del 91 me volví á España, y que mis apuntamientos y manuscritos, que entonces formaban mi corto caudal literario, se perdieron, ya en la Coruña ó carrera de Buenos Aires, y ya en el naufragio que padecí en los bancos de Bahama. En fin, yo no volví á pensar en biblioteca, ni en escritores de América hasta el año de 1794, en que por la piedad del Rey me ví sentado en una canongía de la metropolitana de México. Desde entonces mi primer cuidado fué solicitar los manuscritos que Eguiara pudiera haber dejado para continuar su Biblioteca; y al cabo de algún tiempo, sólo pude hallar en la librería de la Iglesia de México cuatro cuadernos en borrador, que avanzaban hasta la letra J, de los nombres de los escritores, pero ésta tan incompleta, que no llegaba á los Josephos, y aún entre los Joannes faltaban muchos, como, por ejemplo, Joannes Palafox, Joannes Parra, Joannes Salcedo, Joannes Villa, etc. Sin embargo, me pareció un hallazgo precioso, de que no volví á lograr semejante hasta fines del año de 1815, en que, concluída ya mi Biblioteca, se encontraron varios manuscritos, copias de los cuatro cuadernos expresados, y varias cartas y documentos originales, pertenecientes al mismo objeto, entre los papeles de la testamentaria del Dr. Uribe, penitenciario de México, que su albacea el Iltmo. Sr. Marqués de Castañiza, obispo electo de la Nueva Vizcaya, tuvo la bondad de poner en mis manos. Confieso que si años antes hubiesen parecido algunos de ellos, me habrían ahorrado mucho trabajo, pues tuve que buscar en las fuentes muchas de las noticias que aquí se hallaban ya recogidas, especialmente por lo que toca á Guatemala, Caracas, la Habana y Zacatecas; pero me fué muy agradable encontrar los Catálogos que el Iltmo. Eguiara cita con frecuencia en su tomo impreso y en sus manuscritos, el uno de los Escritores Angelopolitanos de Bermúdez de Castro, y el otro de los Franciscanos de Guatemala del P. Arochena.

»Desesperanzado, pues, el año de 96, de hallar manuscrita la continuación de la Bibliotheca Mexicana impresa, resolví emprender la formación de esta mía bajo otro plan y método que la de Eguiara; y registré para ello todas las historias de la América, todas las crónicas generales de las órdenes religiosas y las particulares de las provincias de la Nueva España y distritos de los arzobispados y sufragáneos de Santo Domingo, México y Guatemala, porque mis fuerzas no me permitían extenderme á la América Meridional: ví todas las bibliotecas impresas y manuscritas de dichas órdenes y las seculares de D. Nicolás Antonio, Antonio León Pinelo, Matamoros y otros. Visité y examiné por mí mismo las librerías todas de México, que pasan de diez y seis, y las de S. Angel, S. Joaquín, Tezcuco, Tacuba, Churubuzco, S. Agustín de las Cuevas, Tepozotlán y Querétaro, encargando igual diligencia á algunos amigos de la ciudad de la Puebla, Valladolid y Guadalajara, que, á la verdad, no tomaron con empeño mi encargo, y que me han perjudicado más con su indolencia, que con haberse excusado desde el principio. Además, adquirí noticias auténticas de lo que podían encerrar los archivos, aunque éstos no se me franquearon, como era de esperar, por afectados misterios y escrupulosidades   —305→   impertinentes, cuando es constante que en algunos de ellos ha habido tanto descuido que lo más precioso que contenían está ya en poder de los extranjeros.

»Con tales auxilios y sirviéndome de pauta en lo sustancial la Biblioteca Hispana de D. Nicolás Antonio, comencé á escribir esta Hispano-Americana. No quise, empero, escribirla en latín, porque creí que no era ya tiempo de hacer tal agravio á la lengua castellana, y porque estaba persuadido á que debía escribirse en lengua vulgar una obra cuya lectura podía interesar á muchas personas más de las que saben ó deben saber la lengua latina. A más que es una imprudencia privar á mil españoles de leer en castellano la noticia de sus literatos, porque la puedan leer en latín media docena de extranjeros; los cuales, si la obra lo merece, saben buscarla y leerla aunque esté escrita en idioma de los chichimecas.

»Tampoco me acomodó el método de poner los escritores por alfabeto de los nombres, y preferí colocar los míos según el orden alfabético de los apellidos, mucho más cómodo para los que por lo común buscan en los diccionarios los apellidos y no los nombres de los sujetos. Y es cosa clara que entre los eruditos se saben los apellidos de los escritores, como Escaligero, Erasmo, Noris, Belarmino, Milton, Fenelon, Bossuet, así como Vives, Torquemada, Mariana, Cervantes, Lope de Vega, etc., y ciertamente que no son todos los que saben ó se acuerdan de pronto de los nombres de éstos.

»Advertí también que el estilo de Eguiara es hinchado y su método muy difuso y que se detiene en largos pormenores de las virtudes privadas de muchos, que al cabo no escribieron sino un Curso de artes ó unos sermones: que es regular (dice Eguiara con frecuencia) se conserven en manos de sus discípulos y compañeros de hábito. Y me dispuse apartarme lo posible de este defecto, proponiéndome por sistema no hacer mención de semejantes manuscritos, sino rara vez y cuando, ó su número fuese muy considerable, estuviesen en idioma de los indios, ó constase de su paradero, ó hubiese el autor publicado ó escrito otros opúsculos más interesantes.

»Es verdad que me aprovecho de los mil artículos que Eguiara dejó impresos y MS., pero lo es igualmente que al traducirlos al castellano, los he descargado y limitado y corregido; y que á esos un mil he añadido más de dos terceras partes. Por lo que, sin defraudar su verdadero mérito al respetable autor del tomo impreso de la Bibliotheca Mexicana, á quien me confieso deudor del pensamiento, me atrevo á aspirar al nombre de autor de una obra nueva.

»Ni era sola esta gloria vana la que me impelía á emprender un trabajo que ha inmortalizado la memoria de tantos literatos de todas las naciones y de todos los siglos, juntamente con la de los que han procurado resucitar y conservar sus nombres, sus patrias, sus empleos, sus virtudes y sus escritos. Pues aunque es verdad que nada podía ser más lisonjero para un estudioso, criado en las academias y entre los libros, que el dejar su nombre, aunque fuese de letra minúscula, en la lista de los Jerónimos, Focios, Senenses, Anastasios, Nicolaos Antonios y otros bibliotecarios; con todo eso, no era la mía sino la ajena gloria la que yo buscaba: la gloria de mi madre España y la de su hija, mi patria, la América Española.»

Entra luego a referir varias consideraciones que le indujeron a continuar en su obra, y añade:

«Así discurría yo, trabajando gustoso en mi biblioteca, en días felices en que mis paisanos tranquilos, y acaso vanagloriosos de vivir muy lejos   —306→   de la borrasca general que amenazaba á la Europa por la revolución francesa, no pensaban sino en disfrutar de la paz, libertad y bienes que les proporcionaba y conservaba, aún á costa de su sangre, la metrópoli, su madre. Los motivos comunes que han estimulado á otros bibliotecarios á esta especie de trabajo, eran únicamente los que me estimulaban á no soltar la pluma; y ya me prometía dar mi obra al público, cuando el infierno, que había exhalado en la Nueva España los vapores de la filosofía del siglo, encapotó este hermoso cielo con las negras nubes de la traición y de la perfidia...

»Estuve por colgar la pluma para siempre, así como algún tiempo la tuve que apartar de la Biblioteca, por emplearla en escribir algunos papeles que me parecieron oportunos para apagar ó templar el incendio de la insurrección, desengañando con ellos á los pueblos é ilustrándolos sobre los puntos que causaban la efervescencia de los ánimos.»

No sigamos en este punto las declamaciones a que se lanza contra la falta de fundamento de la revolución, y volvamos, como él dice en este punto, a nuestra Biblioteca, «en la cual no se hallan, ciertamente, obras voluminosas, como la de los Bolandos, Labees, etc., para cuya edición era necesario en la América todo el producto de una de sus minas. Tal era la carestía del papel y de la imprenta, única causa de la escasez de libros y producciones literarias.

«El remedio contra la carestía del papel y de la imprenta, era, al parecer, fácil, y algunos lo han intentado y lo han puesto en práctica. Mas, no todos con feliz suceso. Enviar el manuscrito á Europa. Pero muchos han perdido en el mar su trabajo, y otros, después de enviar también á Europa el dinero para los gastos, no han recibido ni contestación. Y pensar que un literato haya de exponer á tanto riesgo el fruto de sus vigilias, es quimera.

»Pero si lo expuesto no ha permitido á los americanos pintar gigantes en grandes lienzos, han dibujado perfectamente en pequeño algunos miembros, para que por la uña bien expresada del león, pueda inferirse la grandeza y ferocidad de aquel animal, rey de las selvas. A más de que habría sido, no sólo impertinente, sino vituperable en los primeros literatos de estas provincias ponerse á escribir de antigüedades romanas, de colecciones de concilios, de matemáticas y de otras semejantes materias, cuando se trataba principalmente de fundar la religión. Escribieron sí, y mucho, de doctrina cristiana, de teología moral; y publicaron artes y vocabularios de todas las lenguas exóticas que aprendieron primero con sumo estudio y trabajo, y no se olvidaron de escribir las historias y antigüedades de los indios. Ni deben buscarse en nuestros primeros escritores muchas obras de lujo literario, sino las de primera necesidad y utilidad...

»Tales, pero no solos, fueron los objetos del estudio de nuestros escritores americanos. Y fueron los que debieron ser. Porque ¿qué otros más propios, más útiles, más oportunos ni necesarios que la inteligencia de las lenguas incultas, que era preciso aprender para catequizar, y forzoso cultivar para hacerlas cristianas y sabias? la instrucción de los indios en la doctrina de la fe y de la moral evangélica? la educación de la nueva juventud española? y la erudición de éstos y de los indios en las letras   —307→   humanas, en la filosofía, en la teología, en la jurisprudencia, en la medicina, en la historia? ¿Qué ocupación más digna de un literato que la de dar al mundo antiguo las noticias geográficas, físicas y políticas de los nuevos países conquistados? Ni ¿qué conocimiento más apreciable podían haber franqueado á la república literaria que los de las historias de estos pueblos, de sus reyes, ritos y costumbres? y de los progresos de la cristiandad y de las letras?...

»Pero basta; y concluyo protestando que no me lisonjeo de haber llenado toda mi idea. Este género de escritos debe ser obra de una sociedad ó de muchas manos, para que se acerque á su perfección. Yo me atreví á emprender solo la formación de esta Biblioteca; pero siempre con la confianza de que otras plumas, a quienes animen los mismos motivos que a mí, concluirán la obra, enmendando mis descuidos.»

Así terminaba Beristain, en marzo de 1819, el prólogo de su obra, digno, bajo muchos conceptos, de leerse por entero, y que hacía preceder de la dedicatoria a Fernando VII, escrita con verdadero calor, llena de conceptos elevados y de la más rendida sumisión.

«Estos, señor, le dice, eran mis sentimientos el año de 809, cuando no habían corrompido aún esta atmósfera los pestilentes vapores y miasmas diabólicos que hoy tienen trastornada la fidelidad de una gran parte de sus habitantes; pero me fue preciso abatir las alas, suspender el viaje y convertir mi pluma á otros objetos, no menos propios de V. M., ni menos agradables á su grandeza y soberanía...

»Pero viendo, señor, que no cede el frenesí á tantos y tan eficaces remedios de los médicos sabios de este cuerpo político, ni á las exhortaciones de los prelados eclesiásticos, ni á los discursos ni reflexiones de mil sabios y fieles vasallos que todavía tiene V. M. en estos dominios... me he resuelto á continuar mi primer viaje á los piés de V. M. con esta obra, en la cual no tanto se ensalzan las glorias de la América Septentrional española cuanto las del suavísimo y generosísimo gobierno español por la ilustración y prosperidad que ha dado á estas remotas provincias...

»Por último, señor, yo quiero cerrar mis ojos y entrar en el sepulcro con la gloria de haber puesto el nombre de V. M. en la portada de este monumento, en que he trabajado veinte años, para recordar con él á la posteridad los brillantes y sazonados frutos que España ha cultivado en las bárbaras provincias que la Providencia Divina descubrió y concedió al celo católico de la gran Isabel, digna abuela de V. M., y cómo han correspondido sus gloriosos nietos á cuanto el cielo se prometió de su religión y piedad, y los hombres de sus virtudes políticas.»

Beristain había logrado, en verdad, realizar un trabajo de que justamente podía sentirse orgulloso, pero la muerte le sorprendió, como decíamos, cuando su impresión estaba lejos de terminarse.

Dejamos en este punto la palabra a García Icazbalceta:

«Afortunadamente, el manuscrito estaba completo, y un sobrino del autor, llamado D. José Rafael Enríquez Trespalacios Beristain, continuó la impresión hasta el fin del alfabeto, mas no con toda su voluntad, sino   —308→   porque la obra se publicaba por cuadernos y los suscritores exigieron que no quedase trunca. Si esa circunstancia nos produjo el gran bien de que la impresión se acabara el año de 1821, no fué sino á costa de dos menoscabos sensibles. El uno, que el editor dejara sin imprimir los Anónimos y los Indices, que por no ser parte de la serie alfabética, podían omitirse sin que se echara de ver. El otro, que se redujera la tirada de los dos tomos siguientes al número de ejemplares estrictamente necesario para satisfacer á los suscritores, de lo que ha venido á resultar tal escasez de juegos completos de la obra, que ni aún proponiéndose adquirirlos á toda costa se hallan, si no es aguardando á veces años enteros...

»Beristain aprovechó, como era natural, los trabajos de Eguiara, y él mismo confiesa que nunca habría entrado en la empresa, si aquél no le hubiera abierto la puerta y mostrádole el derrotero. Pero añadió tanto, que en sus manos los mil escritores de su predecesor se convirtieron en cerca de cuatro mil. Contemplamos aquí... cuántos trabajos, cuántas vigilias costaría á nuestro benemérito deán el descubrir, comparar y poner en orden los infinitos datos encerrados en esos millares de bibliografías: qué perseverancia hubo menester para buscar y examinar tantas obras; qué suma de conocimientos para formar juicio de muchas. Y todo sin otro incentivo que el amor de la patria, y el deseo de disipar errores. Conservemos, pues..., con veneración la memoria del que dió vida á tantos escritores, gloria á su patria, y ejemplo á todos dignos de imitación.

»Mas, no es esto incompatible con la tarea ingrata de señalar los defectos que se descubren en su obra. Esa tarea será fructuosa si no nos dejamos conducir por espíritu de detracción, y no manchará la fama de quien tan clara la merece. Las obras de elocuencia ó de poesía pueden salir de las meditaciones de un grande ingenio tan perfectas, que permanezcan siempre intactas como modelos inimitables. Pero los trabajos de investigación, biográficos, históricos ó bibliográficos, están condenados, por su propia naturaleza, á ser sustituidos con otros mejores y á esa suerte inevitable tienen que resignarse quienes los emprenden. El tiempo, que oculta y descubre todo, nos ofrece cada día nuevos documentos; y las continuas investigaciones de los estudiosos van poniendo en claro los puntos llenos antes de obscuridad. Más de sesenta años hace que la Biblioteca de Beristain está concluída, y en tan largo período, ¡cuánto no ha salido á luz para disipar dudas, llenar vacíos y destruir aserciones que parecían fundadas! ¿Culpa fué de Beristain no haber conocido todo? ¿Valdrá menos su libro porque haya en él yerros inseparables de lo humano, ó porque ahora sepamos algo más que entonces? Y qué, ¿no ignoraríamos también hoy algo y mucho, á no habérnoslo él conservado? El que quiera conocer el mérito de la obra de Beristain, póngase á corregirla.

»El defecto principal de que adolece es la libertad que el autor se tomó de alterar, compendiar y reconstruir los títulos de las obras, hasta haber quedado algunos inconocibles; nada más fácil así que confundir obras y autores, ó duplicarlos. Eguiara, tradujo, es verdad, todos los títulos al latín; pero á lo menos el lector sabe ya que no conoce el verdadero nombre de las obras, y á falta de otra mejor, toma aquella mala moneda por lo que pueda valer; mientras que en Beristain cree tener lo que en realidad no tiene. En el primer caso está mal servido; pero en el segundo engañado. Tal vez procedió así Beristain en muchos casos por la desmesurada largueza y estrambótica redacción de títulos de una gran parte de los sermones y opúsculos que registró: tales á veces que no dan idea del contenido; mas, no reflexionó que esos títulos extravagantes forman parte de   —309→   la historia literaria, y pudo haberlos conservado, añadiéndoles una declaración de lo que quisieron significar.

»Critica Beristain al Dr. Eguiara porque "su estilo es hinchado y su método muy difuso y se detiene en largos pormenores de las virtudes privadas de muchos que al cabo no escribieron sino un Curso de Artes ó unos Sermones". La censura es justa hasta cierto punto; pero aunque Beristain "se dispuso á apartarse en lo posible de ese defecto", no siempre lo consiguió, como es fácil de conocer recorriendo la Biblioteca Hispanoamericana.

»Fué por lo común desgraciado Beristain en la elección de los pasajes que copió en su Biblioteca, y son, generalmente, elogio de los autores. Insertar fragmentos de prosa ó verso es casi una señal de aprobación; mas, no contento con eso, aprobó expresamente Beristain algunos que lo merecen bien poco, dando así no muy alta idea de su gusto literario. En el estilo no faltaría tampoco qué corregir, con sólo desechar las metáforas violentas y aún ridículas de que solía usar, como aquella del artículo del Dr. Torres, en que por no expresar sencillamente que el doctor renunció varios obispados, dijo que huyó la cabeza á diferentes mitras con que le amenazaron desde Madrid los apreciadores de su mérito.

»Sirve, con todo, de grande atenuación á los defectos de la Biblioteca la circunstancia de ser una obra póstuma. No se olvide que al autor sólo le alcanzó la vida para revisar unos cuantos pliegos de la edición. Todo aquel que haya impreso algo sabe que la última mano se queda para las pruebas, y este beneficio faltó al libro de Beristain. De seguro que él no habría dejado fecha en blanco, ni erratas de imprenta, ni artículos truncos ó duplicados; menos habría permitido omitir un complemento tan importante como los Anónimos y los Indices687

En atenuación todavía de los procedimientos bibliográficos de Beristain, debemos añadir que el propósito principal a que obedecía en su libro era el consignar las biografías de los escritores: de ahí que diera lugar a las citas de los manuscritos, que desglosara de obras generales los títulos que correspondían en ellas a los biografiados, a que los citara a veces con las fechas en que se produjeron y no en las que salieron a luz, o que omitiera de entre los libros impresos en México todos aquellos que pertenecían a la bibliografía peninsular, y que añadiese, en cambio, los publicados en Europa, si eran obras de mexicanos. Su labor, ajustada a este programa, la prosiguió hasta en sus últimos días de vida y cuando ya estaba en prensa su Biblioteca.

No se crea, sin embargo, que la parte biográfica, que era la de su preferencia, lo repetimos, revele un gran trabajo de investigación, pues en la mayoría de los casos se limitó a copiar de las portadas de los libros impresos los títulos, cargos u oficios de que estaban adornados los autores688.

  —310→  

Después de varias tentativas -de que hablaremos al describir su Biblioteca- que se hicieron para reimprimirla, los estudiosos sólo han logrado este beneficio merced a los cuidados del presbítero don Fortino Hipólito Vera, que la llevó a cabo en 1883, en una deslastrada imprenta de Amecameca.

Amoldándolos al tamaño en que esta reimpresión salió, nosotros publicamos en 1897 los Anónimos que Beristain había dejado inéditos y las   —311→   Adiciones que para completar la obra había reunido el doctor don Féliz Osores, añadiendo a esto una noticia biográfica de Beristain y de sus trabajos literarios, que el lector puede consultar como complemento indispensable del presente estudio.

Osores hizo preceder sus Adiciones de una advertencia en que encarece la necesidad de clasificar las obras de la Biblioteca por materias, que, a su juicio, era lo primordial, sobre lo cual dice que le hizo varias reflexiones a Beristain cuando estuvo en Querétaro en 1814, que había aceptado y aún ofrecido ponerlas en práctica; añadió una lista de impresores mexicanos, harto incompleta y defectuosa; y hasta 128 títulos o párrafos por lo tocante a Adiciones, caudal bastante pobre, como se ve. Al tratar de su persona, quejose de que su predecesor no hubiese dado la lista de sus trabajos manuscritos. Beristain, mientras tanto, le había dedicado en su obra el siguiente artículo:

  —312→  

«Osores y Sotomayor (D. Félix). -Natural de Tulancingo en el arzobispado de México, colegial de San Ildefonso de esta capital, y doctor de su Universidad literaria y cura de Santa Ana de la ciudad de Querétaro, á quien siempre dedicaría agradecido una memoria por el interés y empeño con que leyó los MS. de esta Biblioteca en Querétaro, el año 14, franqueándome varias noticias y advertencias para la perfección de la obra. Pero á más de esto merece en ella un artículo por haber escrito lo siguiente:...»689.

  —313→  

Son estas obras cuatro manuscritos de alegaciones jurídicas y estatutos o constituciones de cofradías. No llegó á su noticias o no tuvo tiempo de incluirlo en la Biblioteca el Sermón por el feliz regreso de Fernando VII al trono de sus mayores, que salió a luz en 1815.

A los datos que Beristain consigna de su continuador, añadiremos los que éste mismo puso de su persona en su Noticia de algunos alumnos o colegiales del Seminario más antiguo de San Pedro y San Ildefonso de México, que es sin duda su trabajo más notable, y en el cual, es justo reconocerlo, salvo datos especialmente ligados con el ingreso y carrera que hicieron en aquel establecimiento de educación los individuos de que se ocupa, las noticias bio-bibliográficas las tomó casi en su totalidad de Beristain. Dice, pues:

«El doctor Osores nació en el pueblo de Tulancingo, curato del arzobispado de México; hizo sus estudios en el más Antiguo Colegio de San Ildefonso, de dicha ciudad, vistiendo la beca de seminarista por más de doce años. Allí lo distinguieron con las substituciones de cátedras de latinidad, filosofía y teología; con las presidencias de academias de las dos últimas facultades; con el rectorado de Academias de Humanidades o Bellas Letras; con proponerlo, previa oposición, para catedrático de filosofía, que no sirvió por habérsele nombrado entonces cura de Tecicapán. En la Universidad Literaria recibió los grados menores de filosofía, teología y cánones y los mayores de licenciado y doctor en teología. El Colegio Carolino de San Ignacio, de Puebla, lo eligió catedrático de cánones, que no aceptó. La Real Audiencia lo aprobó de abogado y el ilustre Colegio de Letrados lo incorporó entre sus individuos y lo hizo su vice-rector en Querétaro. Sirvió interinamente los curatos de Zinguilucán y mineral del Doctor y en propiedad los de Tecicapán, despues el de Santa Ana, de la ciudad de Querétaro, y últimamente el de Santa Cruz y Soledad, en México, primero en interinato y después en propiedad.

»Todavía cura de Santa Ana, fue postulado para uno de los obispados vacantes en toda la República, el año 1829, por el Iltmo. Cabildo Eclesiástico Metropolitano, en quinto lugar de los nueve propuestos, y por el Cabildo Sede Vacante de Durango, en cuarto lugar; y en esta virtud, electo por el Supremo Gobierno Federal para la mitra de la expresada diócesis de Durango, según se le avisó por el mismo señor Ministro de Relaciones que entonces despachaba aquella Secretaría; pero por lo que se ignora, o por no ser originario de Durango, se varió esta elección, que formalizada, tampoco hubiera sido fácil la aceptación del interesado.

»Desde dicho año fué provisor y vicario general del arzobispado, reuniendo también el cargo de juez de testamentos, capellanías y obras pías desde 1833, y continuaba con uno y otro en 1835; el de 1832, fué provisto en la prebenda segunda de racionero en la referida Catedral de México.

»Querétaro lo nombró su diputado á las cortes de España, en 1814 y en 1820; para las de México, en 1822 y 23; y la provincia de México, ya constituída en Estado soberano, lo eligió su diputado en el primer Congreso Constitucional; y por fin, Querétaro quiso volvérselo á llevar, nombrándolo miembro de su legislatura, que no pudo servir por estar ya encargado del despacho de la Canongía Doctoral de dicha Metropolitana.

  —314→  

»Fué visitador del Colegio de las Carmelitas en Querétaro, y en México del expresado su Colegio de San Ildefonso, nombrado por el Supremo Gobierno de la República.

»Ha escrito algunos opúsculos, de los que corren impresos, unos en periódicos y otros por separado»690.

Desde el punto de vista histórico, merece notarse entre las obras suyas que apunta, una traducción con las notas del primer libro de la Storia del jesuita Clavigero, que trabajó en 1809691.

Las noticias auto-biográficas del doctor Osores las completaremos diciendo que «Querétaro lo eligió su diputado á las Cortes de España en 1814 y 1820, y para el Congreso Mexicano en 1822 y 1823, donde presentó varias iniciativas; también la provincia de México lo eligió su diputado al primer Congreso Constituyente, del que fué vicepresidente. Había servido ya los curatos de Zinguilucán, Mineral del Doctor, Tezicapán y Santa Ana de Querétaro, y hacia 1829, pasó al de Santa Cruz y Soledad de México. Propuesto el mismo año para la mitra de Durango, no llegó á obtenerla, tal vez porque no había nacido allá; en cambio, tomó posesión de los altos puestos de provisor y vicario general del Arzobispado de México, y recibió aquí los nombramientos de prebendado en 1832, de canónigo doctoral en 1842, de arcediano en 1846 y de deán en 1849. Murió en esta capital el año de 1851, siendo de avanzada edad»692.

Estimulado, según dice, por la publicación que en Chile se había hecho de los Anónimos de Beristain y de las Adiciones de Osores a la Biblioteca hispano-americana Septentrional, el doctor don Nicolás León reunió las notas o apostillas marginales que don José Fernando Ramírez había ido poniendo a ella y las publicó en 1898 en un volumen en 8º, precedidas de un prólogo bio-bibliográfico de don Luis González Obregón693.

Ramírez, nacido en la villa del Parral, el 5 de mayo de 1804, y fallecido en Bonn en 4 de marzo de 1871, fue un distinguidísimo abogado, escritor, político y bibliófilo, cuya biblioteca, de primer orden en materia de antiguos impresos mexicanos, según es bien sabido, se vendió en remate público en Londres en 1880. Títulos sobrados abonan, indudablemente, a Ramírez para haber comentado y completado la obra de su paisano, pero la forma en que emprendió su trabajo, que fue propiamente ocasional y sin propósito decidido de realizarlo en forma amplia, ha hecho   —315→   que el resultado nos parezca simplemente mediocre, siendo acaso los más notables de los artículos que comprende los referentes a libros que no fueron impresos en México, o a manuscritos, cuya descripción no cabe en el campo netamente bibliográfico. Contiene rara vez datos aprovechables respecto de algunos libros impresos, en ocasiones extractos de su contenido, y en otras completa las noticias biográficas de sus autores.

Sin hacer caudal de algunos trabajos bibliográficos especiales, de alcance más o menos limitado, que siguieron a los de Osores y Ramírez694, y que vieron la luz pública antes de 1886, entre los cuales merece especial mención el Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México, de D. Francisco Pimentel, publicado en 1862-65, y los Apuntes para un catálogo de escritores en lenguas indígenas de América, de García Icazbalceta, de que hizo su autor en su imprenta particular una tirada de sólo 60 ejemplares, llegamos a su Bibliografía Mexicana del Siglo XVI.

No es nuestro ánimo hacer una crítica detenida de esta obra magistral por su fondo y hermosísima por sus condiciones tipográficas, como no la debemos hacer tampoco de las que han publicado Andrade y León. Somos, al fin, del oficio, y no queremos ni por un momento pasar, ni por aplaudidores sin reserva, ni por críticos descontentadizos y mal humorados. Esa tarea incumbe a los que sin estar alejados de la órbita de los estudios bibliográficos -ya que de otro modo no podrían tampoco juzgarlos- no cultiven el mismo campo. Bástenos, pues, decir que las investigaciones más notables que en ella se contienen, atañen a los libros publicados por el obispo Zumárraga, personaje que logró conquistarse por entero las simpatías más ardientes de nuestro bibliógrafo, pero cuyo juicio al respecto algo se habría modificado, nos parece, alejando un tanto el fiel de la balanza del lado del encomio ilimitado, si hubiese conocido los documentos que hoy se hallan publicados. En ese orden son, asimismo, notables las páginas que dedica a la bibliografía y trabajos de fray Bernardino de Sahagún. En cambio, resultan un tanto ajenas del libro las tres largas disquisiciones que en él se consagran, cualquiera que sea su mérito, que es, sin duda grande, a la industria de la seda, a los médicos y al Santo Oficio de la Inquisición. Se extraña igualmente la falta de   —316→   un índice de personas, que hace bastante difícil la consulta de la obra en casos determinados695.

D. Joaquín García Icazbalceta nació en México el 21 de agosto de 1825 y fueron sus padres el comerciante riojano D. Eusebio García, y doña Ana Icazbalceta, mexicana. Antes de seguir con la biografía de nuestro bibliógrafo preferimos que hable por nosotros uno de los americanistas españoles más notables del último siglo, ciertos de que no podríamos decir nada que pudiera compararse a las galas del estilo y al artístico corte con que la presentó al público en las páginas de La ilustración española y americana, don Cesáreo Fernández Duro, que es a quien nos referimos:

«Se le conocía, dice, en los círculos literarios españoles desde mediados del siglo corriente, como se conoce á los que de cualquier modo descuellan en los campos de la especulativa y de la erudición: por sus obras. Notando, al mismo tiempo que la penetración del pensamiento, el primor de la exposición y la imparcialidad del juicio, con la serie biográfica de los descubridores y de los misioneros de Nueva España, se incluyó en el Diccionario Universal de Historia y Geografía, editado en México por Andrade, con la traducción adicional de la Historia de la Conquista del Perú, de W. Prescott, y con la Historia original de la Imprenta en México, á la vista, se le había inscrito, sin más averiguar, entre los investigadores acuciosos y entre los historiógrafos de buena ley, cuyo criterio se somete espontáneamente á los fueros de la verdad y de la justicia...

»Llegó, pues, á ser notorio á los que siguen el movimiento intelectual, haber venido al mundo García Icazbalceta en el teatro de las glorias de Hernán Cortés, en la ciudad alzada sobre las ruinas de la Tenochtitlán índica, durante la crisis y revuelta de emancipación de la corona en que el extremeño insigne la prendió.

»Las perturbaciones por tal causa anormal acaecidas, ocasionaron que muchacho, benjamín en decenas de Garcías, residiera algún tiempo don Joaquín en tierra española, no precisamente en la riojana, cuna de su padre, sino en la que hermosea el caserío de Cádiz, cuyo recuerdo nunca se borró de su memoria.

»De vuelta en México, estaba destinado al escritorio mercantil, donde la inteligencia de sus antecesores ganó respetable crédito y situación desahogada independiente: escritorio al que efectivamente asistió hasta el último día de la vida, preciso en las horas, activo en el despacho, por más que en la consulta del libro mayor sintiera nacer inclinación irresistible, no abonada por la educación ni por los hábitos, hacia las letras, que ordinariamente suelen andar en divorcio con las de cambio; empero como sobresaliera entre los rasgos de su carácter el afán del trabajo de imaginación, sin permitirse ó desear otro solaz expansivo que los de la sociedad íntima de familia, siendo de los que, al decir común, fabrican tiempo, por saber excepcionalmente aprovecharlo, la gestión comercial y agrícola de la casa no le estorbó la reconcentración del espíritu á ratos en que buscaba para él distintas vías, instado por la vocación.

»"Nunca he estudiado, en parte alguna, ni aún he pisado una escuela primaria", dijo, al demandarle afectuosamente datos para la biografía   —317→   citada; "nada aproveché tampoco con los maestros que me proporcionaron mis buenos padres".

»¿En qué sentido debía recibirse la declaración, extensiva á no exceder sus propósitos al conocimiento de algún idioma y al de la historia patria, procurados por sí mismo en los momentos libres de ocupaciones?

»En el de la indicación evidente de otro de los rasgos característicos, porque alcanzaba el vagar desinteresado de García Icazbalceta al sostenimiento de correspondencia amistosa muy nutrida, y eliminando lo que pudiera parecer equívoco, resplandece en las cartas con mayor intensidad que en los escritos destinados al examen público, la modestia delicada que por rareza deja de acompañar á la sabiduría. Y es de observar, por cierto, como que salta á la vista, la materialidad de la escritura del que no pisó escuela de primeras letras, y las trazaba firmes, con la igualdad y la belleza de las muestras caligráficas en los días de la senectud casi septuagenaria.

»Maestros suyos fueron los libros del siglo de oro de nuestra literatura, elegidos y juntos en la biblioteca que empezó á formar en los primeros tiempos con instintivo acierto; hoy, gracias al gusto depurado, depósito inapreciable de obras maestras, de rarezas envidiadas, de códices autógrafos y manuscritos originales o en copia, obtenidos á costa de multiplicadas diligencias, referentes en gran parte á la historia hispano-americana, esto es, á la historia del primer virreinato en las Indias Occidentales.

»Cuarenta años tardó en acopiar los materiales para la Bibliografía Mexicana del siglo XVI, no satisfaciéndose á no tener en la mano ejemplares únicos o de contadísima existencia, y menos sin descubrir noticias ignoradas de autores, impresores y mecenas; y si no los cuarenta años enteros, dejó de pasar muchos antes de creer sazonado el fruto de la meditación, y dispuestos los medios con que procurarle forma tangible, haciéndose tipógrafo, adquiriendo reducida imprenta que instaló en su casa, llegando á ser, en una pieza, colector, cajista, corrector: tanto mortificaba á su gusto exquisito el atraso del arte de imprimir por entonces; tanto le causaba horror la vista de ciertos libros modernos no admitidos ni por gracia en su biblioteca.

»El señor Agüeros ha señalado con predilección la época en que los afanes de Icazbalceta se lograron, y la marcha ordenada de los trabajos posteriores, acompañando á la noticia curiosas particularidades de lugar y momento, á más del juicio, de que he de valerme compendiosamente, á reserva de insertar los que el autor apuntó de sí mismo en cartas confidenciales.

»Empecemos por el tipógrafo. Habiendo encontrado una carta de Hernán Cortes, desconocida, hizo de propia mano (en 1855) edición de sesenta ejemplares, que no tardó en recoger y destruir, descontento de la obra. Pensó que aquella joya de su colección de autógrafos requería tipos y papel expresamente fabricados para ella, imitando en cuanto posible fuese á los buenos materiales de la época, y obtenidos á gusto, repitió la composición y la tirada, haciendo un juguete de bibliófilo que tuvo alta estimación, si bien mayor la alcanzó el segundo alarde, de sesenta ejemplares también, Apuntes para un catálogo de escritores en lenguas indígenas de América por eclipsar el mérito literario al artístico, haciendo descripción de más de un centenar de escritores peregrinos.

»Separadamente publicó la epístola de Hernán Cortés en la Colección de documentos para la historia de México, sin que de ella desdijeran por importancia y novedad los que la acompañaban, piezas todas fundamentales   —318→   comentadas en la introducción, aquilatadas en la crítica, siendo de considerar, dice el autor, que de los papeles sólo tres consiguió en México, los demás hizo buscar en el extranjero. «Muchos de ellos, añade, tengo originales, y no es fácil que alguno se figure el trabajo que me ha costado la reunión, copia, confrontación, anotación é impresión de tantas piezas, ejecutado por mí solo, sin ayuda siquiera de un escribiente: aún la parte mayor de la composición es obra de mis manos».

»Parece haberme tocado en suerte (decía en otro tomo) ser editor de los escritos de fray Jerónimo de Mendieta. Había yo recibido aviso de que existía un manuscrito de la obra capital, su Historia eclesiástica indiana, de que tanto se había hablado y que ningún moderno había visto, por lo cual se consideraba perdida. Aquellos terribles tiempos (1862) en que nuestra tierra ardía de un extremo á otro, y yo sufría el incomportable peso de gravísimos pesares domésticos, no eran nada á propósito para pensar en tareas literarias. Sin embargo, era tal la importancia de la obra, que pedía un esfuerzo para salvarla de una pérdida acaso definitiva; y gracias á la benévola y activa intervención de mi inolvidable amigo Andrade, que por indicación mía adquirió á su costa en Madrid el manuscrito y le puso liberalmente en mis manos, pude dar (en 1870) la edición príncipe».

«Dióla, en efecto, precedida de Noticias del autor y de su obra, y acompañada de comparación con la Monarquía indiana de fray Juan de Torquemada, probando que este último se aprovechó del trabajo obscurecido del primero.

»En los días de profundo dolor á que el rebuscador hace alusión arriba, cambiado el curso de las ideas, escribió un devocionario titulado El Alma en el templo, de gran aceptación, juzgando por las ediciones que con provecho de los pobres se han sucedido, pues al alivio de necesidades dedicó los productos696; después, ampliando por medicación al espíritu atribulado mayor trabajo del usual, multiplicó los escritos y las publicaciones, dando contingente valioso á las Memorias de la Academia Mexicana, al Boletín de la Sociedad Geográfica, á los periódicos literarios, sin perjuicio de seguir exhumando del panteón del olvido, por empeño preferente, trabajos ajenos engarzados en el de su erudición, que les presta realce, conocedor cual era, como nadie, de la historia y de la literatura colonial.

«Dejó para el final de la carrera las obras de mayor aliento: una, que apareció en 1881, rezando la portada: Don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México. Estudio biográfico y bibliográfico es, en realidad, historia magistral de la primera época de la dominación, en que se dibujaban las competencias, las rivalidades, el modo de ser de la sociedad que allí iba formando asiento, destruyendo con crítica irrebatible las falsedades inventadas, andando el tiempo, por la malignidad, con la idea de envenenar memorias y de manchar reputaciones. Dos puntos encierran superior interés sobre el que tienen todos los tratados: el relativo á la cuestión ardua de repartimientos y encomiendas, y el de la supuesta destrucción inquisitorial de códices y pinturas representativas de la cultura de los indios. El juicio que mereció el estudio fue unánime en Europa; en la capital americana en que se realizó túvolo un crítico por «precioso ornamento de la literatura castellana; tributo de extrema gratitud á los insignes fundadores de la sociedad en México; de los que le dieron fe, civilización y ventura».

»En concepto distinto se recibió con pláceme mayor, si cabe, la Bibliografía   —319→   mexicana del siglo XVI; la labor paciente de tantos años; el jugo de la vida; un monumento. El Sr. Menéndez y Pelayo estima que, «en su línea, es obra de las más perfectas y excelentes que posee nación alguna», habiendo consignado la opinión sin propósito de emitir juicio sobre las de García Icazbalceta, al formar la Antología de poetas hispanoamericanos697; pero era natural que enalteciendo á los que lo merecen, recordara al traductor de los Diálogos latinos de Francisco Cervantes Salazar, teniendo delante «uno de los trabajos más interesantes y amenos del sabio y profundo historiógrafo mexicano»; que citara los Coloquios y poesías sagradas del P. Fernán González Eslava, así como la disertación acerca de aquel género de espectáculos populares, y no hiciera caso omiso del prólogo á la reimpresión de El Peregrino Indiano, ni de los fragmentos de la composición debida á Francisco de Terrazas, Nuevo Mundo y Conquista, descubiertos juntamente con decires de otros poetas del siglo XVI, por el que nuestro académico competente califica de «gran maestro de toda la erudición mejicana».

«No es mucho que á un admirador cercano698 ocurriera decir en conjunto de los libros de Icazbalceta: «¡Cuánto merecen celebrarse las bellezas de todo género que los adornan! Cada escrito es un venero riquísimo é inagotable de noticias curiosas, de datos interesantes, de oportunos conceptos; en cada una de sus frases, ¡cuánto hay qua aplaudir y celebrar! ¡Qué claridad, qué método, qué sobriedad de inútiles adornos! La dicción es selecta y verdaderamente clásica, tersa y limpia, sin ahuecamiento; el estilo es natural y fácil, sencillo y elegante, sembrado de todos los primores del idioma castellano, y en sus palabras se revela el consumado hablista, el literato entendido, el conocedor profundo de los secretos del lenguaje. Y luego, ¡qué vasta erudición tan bien empleada y tan oportunamente traída; qué asiento en los juicios; qué concienzudo criterio; qué sagacidad y discreción; qué galanura y gallardía en el decir! Las obras de nuestro autor deleitan y admiran al mismo tiempo á cuantos recorren sus páginas. Todos los escritos revelan el conocimiento excepcional de la historia y de la literatura, y pasman, verdaderamente, la facilidad, exactitud y madurez con que diserta sobre cualquier punto relativo á ambas materias. Tiempos, autores y libros; episodios, incidentes y contradicciones; fechas, fundaciones y personajes, todo le es familiar, todo lo sabe y conoce como si tratara de cosas de nuestros días, o mejor, tal vez, que tratándose de sucesos contemporáneos».

»Estas opiniones no eran, ni mucho menos, las sustentadas en las cartas del autor. Al saber que la Academia de la Historia, de que era antiguo correspondiente, le había elegido miembro honorario en significación del aprecio de su biografía de Zumárraga, escribía: «Estoy asombrado de ver el favor con que ha sido acogido mi estudio: no me lo esperaba ciertamente, pues no se me ocultan los defectos; así es que sólo veo en ello un efecto de la bondad é indulgencia propia de los hombres de saber, que conocen por experiencia la dificultad de tales trabajos... El hallazgo de nuevos documentos, como lo dije en el prólogo, inutilizará pronto mi libro; pero me doy por muy contento, porque mi principal objeto fue llamar   —320→   la atención hacia el asunto y provocar otros trabajos. Aquí hay gran escasez de documentos antiguos, y siempre creí que no podría tener todos los necesarios...

»Pronto comenzaré (volente Deo) la impresión de una «Bibliografía Mexicana» ó Catálogo y noticia de las ediciones mexicanas del siglo XVI que he visto (unas ciento), con descripciones de los libros, biografías, disertaciones, etc., y de fotolitografías de portadas ó páginas notables. Tengo el sentimiento de que, habiendo pedido á ésa, tiempo ha y varias veces, á personas que pudieran bien dármelas, noticias de sumo interés para mí, no me han contestado. Es sensible trabajar sabiendo que existen documentos necesarios y tener que pasarse sin ellos, exponiéndose á perder el tiempo en conjeturas y disertaciones para caer en errores que con tres líneas de un documento pudieran excusarse... Trabajo en ello para acabar lo que ya empecé, y me entristece pensar que después de tanto trabajo resultara una cosa imperfectísima. Si logro verle el fin, allí fue también el mío. En Agosto próximo (de 1885) cumpliré los sesenta, que es buen pico, y no hay que pensar ya en escribir, sino en preparar el viaje grande...».

«Mas, habiendo cumplido esa edad, é ainda, sin darse cuenta de la contradicción, dichosamente, volvía á decir con la mayor naturalidad:

»Para no perder el tiempo, he impreso un volumen de Cartas de Religiosos, que será el primero de una «Nueva Colección de Documentos» que me propongo publicar en tomos pequeños para que, si me coge la última hora, lo ya publicado sirva y sólo quede incompleto un volumen. Tengo materiales como para diez; pero no espero llegar á ellos.

»Allá va el tomito de Documentos con un «tomazo» de indigesta Bibliografía. Se acabó. No es propósito al aire el de colgar la péñola, sino resolución meditada. Ha llegado ya la hora de retirarme, y si me obstinara en traspasar los límites señalados por la naturaleza y la razón, merecería una buena silba, de que hasta ahora he escapado por milagro. En todo caso, aunque me empeñara en seguir escribiendo, no podría. Ni el espíritu ni el cuerpo me ayudan. Hablando sinceramente, no creo haber hecho nada que valga la pena. Si me metí á escritor, fue en parte por darme gusto, y en parte por ver que aquí nadie quería trabajar en ese terreno. Escribí el triste Zumárraga porque no hubo quien quisiera aprovechar los materiales que anduve ofreciendo; y la Bibliografía, que es una compilación laboriosa, y nada más, por no perder las estampas. La benevolencia de los buenos amigos es lo que me ha sostenido; pero nunca debió aspirar á ser escritor quien carece por completo de estudios literarios. Los «aficionados» son una plaga en todas materias. Me he convencido, además, aunque tarde, de que para escribir algo de historia de América es preciso estar en España, donde hay tesoros inagotables, del todo desconocidos para nosotros. Aquí no podemos hacer sino «papasales» sin sustancia. Bastante papel he ensuciado ya. Si algo publico todavía para entretener algunas horas sobrantes (que lo dudo), será ajeno que en todo caso valdrá más que lo mío».

«Publicar cosas ajenas por el Sr. Icazbalceta equivalía (aquí tenemos alguien que en el particular mucho se le parece), equivalía, digo, al aderezo del plato proverbial en que por la salsa se perdonan los caracoles. Y de este modo siguió dando á luz varias, «por no estar ocioso», según la explicación; venciendo los impulsos contrarios que ya sentía, con decir: «Deseo prestar algún servicio á mi país, trayéndoles aunque sea una mínima parte de las riquezas que hay fuera, ya que no puedo ni tengo vida para más».

  —321→  

«En los últimos años señala cada una de las cartas la lucha perturbadora de su espíritu: «Hace tiempo que sin causa aparente he caído en un abatimiento moral de que no puedo salir y que no me permite escribir nada... No mejoro de ánimo; tengo frecuentes recaídas; trabajo sólo para terminar lo empezado. Por fortuna (á Dios mil gracias) tengo salud perfecta, y en mi vida he padecido enfermedad que me haya obligado á guardar cama».

«Las nieblas del alma sentía espesar con las heridas en el efecto entrañable de la familia, al perder una tras otra las personas que la constituían. «No me quedan fuerzas para nada -dejaba escribir á la pluma en una de las ocasiones dolorosas-. Han pasado ya tres meses, y apenas comienzo á levantarme, pero no me recobro. Ha sido para mí un golpe verdaderamente cruel, que me ha hecho abandonar toda ocupación. Pero es preciso ir volviendo á las realidades de la vida: hablemos un poco de esas queridas letras, que son el refugio (después de la religión) en las adversidades...».

«Durante los meses de Enero y Febrero, pasados en el campo en compañía de hijos y nietos, cobraba alientos. Nunca abría con más gusto que allí la caja mensual enviada por el librero de Madrid D. Gabriel Sánchez y los paquetes de copias, compulsas y notas de los amigos. Poseía en el Estado de Morelos una hacienda nombrada Santa Clara, que así pintaba complacido: «Bajo un cielo azul obscuro, limpio hasta de la más pequeña nube, en un extenso valle terminado por lejanos cerros, entre los cuales se levanta el colosal Popocatepetl con sus nieves eternas, la bellísima perspectiva, el sol radiante, el cielo incomparable, el clima del paraíso, los cañaverales, los plátanos, las palmas me hacen más triste las quejas contra esos detestables climas (de Londres y París), enemigos mentales que amargan y borran los goces y las grandezas de esas famosas ciudades. Yo no puedo vivir sin sol: un día nublado me abate; el frío me entristece, y con no ser el de México intenso, me echa de allí á refugiarme en estas tierras, que llaman calientes y no lo son. Esta hacienda, á unos 1200 metros sobre el mar, es el último límite de la caña dulce, y se da muy bien. Raro es que el termómetro llegue á 300 centígrados en el peso de la tarde, en los meses de calor... El «dulce jugo» alimenta á mi familia hace más de siglo y medio, por lo cual hay que verle con respeto y atención... es mi modus vivendi... y el que da para calaveradas literarias como la de la Bibliografía del siglo XVI».

Llegaron también a fatigarle las excursiones hiberniegas, aunque reconociera el beneficioso sacudimiento anual que le producía. «No me gusta ya moverme de mi casa...» declaraba; mas, sin tardar mucho, a vuelta de protestas repetidas de haber abandonado de una vez el estudio, de no sentirse con aptitud para nada, de haber cobrado aversión al papel, incurriendo en alguna de sus contradicciones adorables, enviaba un tomo nuevo de Documentos, algún opúsculo inesperado, ó meditación de tanto precio como el plan para escribir la Historia de México, que nuestra Academia de Historia publicó, por modelo, en su Boletín699, sin que él lo supiera.

«Engañándose, sin convencer a los demás, expresaba: «Mato ahora el tiempo en ordenar materiales para un «Vocabulario hispano-mexicano»: es trabajo que puede llamarse mecánico, y como primer ensayo resultará imperfectísimo; pero por algo se ha de empezar. México carece de una obra de esta clase, que ya tienen casi todas las naciones hermanas. He   —322→   empezado a imprimir las letras A-D, unos mil quinientos artículos que están concluídos. Casi todos llevan una ó más autoridades, y cuando es posible, me refiero a los vocabularios americanos de la especie; es decir, cuando encuentro en ellos palabras nuestras, porque la existencia de ellas, simultáneamente, en lugares tan apartados, induce á creer que vienen de un tronco común. Si puedo, seguiré con las demás letras, que lo dudo. Pocas esperanzas tengo de llegar al fin del alfabeto».

«Esta vez acertó, por desdicha; pero cuatro horas antes de morir, el 26 de Noviembre [de 1895], recibió pruebas de la imprenta, alcanzando á la letra F».

Anota en seguida el Sr. Fernández Duro algunos párrafos de cartas que le había dirigido García Icazbalceta, diciendo con ellas a la vista que «solía juzgar á los demás con más benevolencia que á sí mismo; siempre veía algo que elogiar en el trabajo de otros; siempre hallaba términos de consideración para los otros». Y concluye así:

«Pienso que estas pocas líneas de autobiografía reservada dicen, en elogio de D. Joaquín García Icazbalceta, mucho más que los concepto rebuscados con que la admiración y el cariño pretendieran repetir lo notorio; que alejado de la política sin ejercer cargo alguno de gobierno ni de administración pública, se deslizó su existencia tranquila, exenta de ambiciones, dichosa, distribuyendo los afectos del alma, en lo terrenal, entre la familia, la naturaleza y la literatura, con reserva de la liberalidad para los necesitados, y del agrado y de la tolerancia para todos.

»Sus compatriotas le honraron en vida con las distinciones que más podían satisfacerle: fue muchos años secretario perpetuo, y director después de la Academia, por elección unánime: el Gobierno español acordó justísimamente á sus méritos la gran cruz de la orden americana de Isabel la Católica»700.

Volvamos ahora la vista hacia la Europa.

Alguna referencia aunque más no sea, merece la Bibliothéque américaine de Ternaux-Compans, en la que a veces suelen encontrarse algunas noticias de libros impresos en México antes de 1700.

Y con esto llegamos al verdadero fundador de la bibliografía moderna americana, nos referimos, ya se habrá adivinado, a Mr. Heriry Harrisse, y a su obra Bibliotheca Americana Vetustissima, cuyo primer volumen se imprimió en 1861 con tal lujo tipográfico, por las muestras de fragmentos de los libros descritos que contiene y por sus demás condiciones externas, que implicaba un no imaginado adelanto en ese orden. Bien es cierto que las apariencias de la obra apenas si correspondían a la labor minuciosa, a la prolijidad de las descripciones, a lo profundo de la investigación, a la ciencia que en cada una de sus páginas derrama a manos llenas su autor.

Harrisse, a quien tanto debe la bibliografía y la historia de los primeros descubrimientos en América, falleció en París el 13 de mayo de 1910701.

  —323→  

De algunas páginas de la obra del señor Harrisse, las relativas a los libros impresos en América desde 1540 a 1600, se hizo una tirada por separado en número de sólo 125 ejemplares. Los bibliógrafos españoles Zarco del Valle y Sancho Rayón, a quienes hemos tenido ya oportunidad de citar, tradujeron libremente esas páginas y añadiéndoles notas, descripciones y observaciones de su cosecha, las dieron a luz en Madrid en 1872 en un hermoso volumen de 59 páginas y tres hojas de facsímiles, que por su corta tirada se ha hecho hoy sumamente raro.

Atención especial ha merecido a los bibliógrafos el estudio de las lenguas americanas. No hablaremos aquí del libro del abate don Lorenzo Hervás, impreso en los albores del siglo XIX; ni del Mithridates de Adelung; ni del Index Alphabeticus de Juan Severino Vater; ni de la Monograph de Squier; ni de los Apuntes de García Icazbalceta, ni de otras muchas obras que contienen listas más o menos extensas de escritores en lenguas indígenas de América, para concretarnos al libro de Hermann E. Ludewig, cuya biografía nos ha dado en sus grandes rasgos el señor Harrisse: se intitula The literature of american aboriginal languages, London, 1868, 8º, adicionado y corregido, según reza la portada, por el profesor Wm. W. Turner, que forma un compendio valioso sobre el tema de que se trata, con referencias a los autores que se han ocupado por incidencias de la materia, sin que, por de contado, carezca de errores y omisiones.

El interés del libro en la parte relativa a la bibliografía española ha desaparecido, sin embargo, casi en absoluto con la publicación del trabajo del Conde de la Viñaza702, que no carece también de omisiones, pero que supera enormemente al de su predecesor en los detalles y en el número de obras catalogadas. «En ella hemos coleccionado, dice su autor, cuantas gramáticas, vocabularios y listas de palabras y frases, catecismos de la doctrina cristiana y manuales para administrar los Santos Sacramentos, sermonarios, libros piadosos y todo linaje de trabajos, así impresos como manuscritos, que dicen relación a los idiomas indígenas de América, y han sido compuestos por los castellanos, portugueses y ciudadanos de la América latina, desde el siglo XVI hasta nuestros días».

Bajo apariencias más modestas que las bibliografías, pero en ocasiones de resultados más prácticos, por cuanto se trata de títulos cuya existencia no se afirma por meras referencias, son los catálogos de obras americanas, de bibliotecas o corporaciones y aún de simples libreros.

Así, por ejemplo, nadie podrá negar la importancia que para la bibliografía americana tiene el Catálogo de la Biblioteca de Salvá, escrito por don Pedro Salvá y Mallén y publicado en Valencia, en dos gruesos volúmenes en 4º, el año de 1872, con facsímiles, retratos, escudos de impresores, etc., en el cual, sin contar los numerosos títulos de obras que por algún motivo interesan al americanista, hay una sección entera consagrada a libros de las Indias, descritos con verdadero lujo de detalles,   —324→   con referencias a sus diversas ediciones y con espíritu crítico acertado703.

El catálogo de The Huth Library, London, 1880, 5 vols. en 4º mayor, impreso con todo lujo, ofrece también algunos títulos dignos de la consideración del bibliógrafo americano.

De Estados Unidos, donde existen por lo menos cuatro grandes bibliotecas exclusivamente americanas704 de propiedad particular, conocemos el Catalogue of books relating to North and South American of John Carter Brown, con notas de John Russel Bartlett, publicado en 1866, que a juicio de persona competente, «no puede dejar de producir la admiración de los estudiosos y la envidia de los coleccionistas europeos».

Últimamente se ha dado también a luz el Catálogo de la Biblioteca-Museo de Ultramar, Madrid, 1900, 4º mayor, que contiene la transcripción fiel de muchas portadas de libros americanos, pero en el cual faltan, cosa digna de lamentarse, las demás indicaciones bibliográficas, aún las más primordiales.

Entre los catálogos de libreros merecen recordarse los de Obadiah Rich, y sobre todos su Bibliotheca Americana Nova, London, 1835-1840, 2 vols. 8º, que enumera libros relativos a América impresos desde el año 1700 a 1844, en varios idiomas; la Bibliothéque Américaine rédigée par Paul Trömel, impresa en Leipzig, 1861, 8º, que es la descripción detallada de obras relativas al Nuevo Mundo dadas a luz hasta el año de 1700; la Bibliotheca Americana de Henry Stevens, que su autor, llamó Historical Nuggets, publicada en Londres en 1861, 8º menor, y en la que la mayoría de las obras aparece descrita con abundantes pormenores.

Pero de todos esos catálogos para la venta de libros americanos el mejor sin duda por el número de obras que comprende, por la minuciosidad de los detalles y por los datos biográficos de autores que en él se hallan, es el redactado por Ch. Leclerc, París, 1878, 8º mayor.

Diez años después de haber salido a luz pública la obra de García Icazbalceta, don Vicente P. Andrade comenzó a insertar en la revista de la Sociedad Científica «Antonio Alzate» las primeras papeletas de su Ensayo bibliográfico mexicano del siglo XVII, que hubo de dar, en 1899, en edición por separado, costeada por el erario nacional. En el prólogo cuida de advertirnos su autor que si había resuelto emprender el trabajo, era a las instancias que don Agustín Fischer, su amigo, le hiciera en vísperas de su muerte, legándole los apuntes y noticias que al efecto había reunido, que, por lo que se ve, no eran en realidad muchos. Sobre esta base, las investigaciones propias y lo que acerca de impresos de esa época habían dicho Eguiara y Beristain, logró el señor Andrade catalogar en su trabajo 1180 títulos de impresos mexicanos del período que se propuso estudiar,   —325→   añadiéndole al final un índice de autores, un epítome de la Imprenta en Puebla, durante ese mismo tiempo; adornando también el texto con algunos facsímiles, poniendo de su cosecha algunas noticias biográficas e insertando in integrum lo relativo a las exequias del arzobispo don fray García Gera.

Está de más ponderar la utilidad de la obra realizada por Andrade y el servicio que con ella prestó a las letras mexicanas, que desde ese día tuvieron ya inventariada la producción intelectual de México hasta 1700.

Fueron los padres de don Vicente P. Andrade don Manuel Andrade y doña Eleonora Pau, y nació en México el 23 de febrero de 1844. Después de haber cursado humanidades en el instituto de Dalcourt, hizo sus estudios mayores en los seminarios eclesiásticos de León y Pátzcuaro. Ingresó a la Congregación de la Misión en 8 de noviembre de 1863; fue catedrático en el Seminario de Jalapa, y en 1867 pasó a Europa, habiéndose ordenado de presbítero en París el 18 de diciembre del año siguiente. De regreso en su país, misionó en los estados de Veracruz, México y Morelos, para ingresar en seguida al Seminario de Zacatecas. Ha sido cura de San Antonio de las Huertas, de donde pasó con igual cargo, en 1883, a la parroquia de San Miguel Arcángel, de ahí a la del Sagrario de la Metropolitana, en 1885, para ascender, finalmente, a canónigo de la Colegiata de Guadalupe, puesto que hoy sirve con la merecida reputación a que se ha hecho acreedor por su bellísimo carácter y los muchísimos trabajos históricos con que desde su juventud ha venido enriqueciendo las letras de su patria.

Autor no menos fecundo que Andrade, es el doctor D. Nicolás León, como bien lo prueba la auto-bibliografía que ha publicado hace poco. Nacido en la villa de Quiroga del estado de Michoacán, el 6 de diciembre de 1859, aprendió las primeras letras en su pueblo natal. Sus estudios preparatorios y la filosofía los cursó en Pátzcuaro durante los años de 1871 a 1875, y la medicina en Morelia, de 1876 a 1882, habiendo obtenido su título de doctor en esa facultad el 10 de octubre del año siguiente, después de haber sido preparador de anatomía y practicante de obstetricia. Fue ahí catedrático interino de botánica, y de la misma asignatura, lengua latina y patología interna en el Colegio de San Nicolás de Michoacán; diputado varias veces al Congreso del Estado, inspector general de beneficencia e instrucción pública y director del Museo Michoacano. En Oaxaca fue catedrático de ciencias naturales en la Escuela Nacional de Profesores y médico en jefe de la Casa de Maternidad, y en México de la Escuela Nacional de Agricultura y de antropología y etnología en el Museo Nacional.

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El mérito principal de su Bibliografía Mexicana del siglo XVIII -cuya publicación iniciada en 1890 en los Anales del Museo Michoacano, se renovó en forma de obra por separado en 1902, está aún pendiente, pues, según el plan de su autor, páginas posteriores estarán destinadas a la parte biográfica, histórica y crítica- hoy por hoy se deriva, sobre todo, de las piezas que ha insertado en los seis tomos que ha sacado a luz, algunas de las cuales son verdaderos libros de por sí y de grandísimo interés para el conocimiento de la historia, de la lingüística mexicana y de la crónica de aquel siglo. El doctor León se halla hoy en la plenitud de su vida y tenemos que esperar mucho aún de su laboriosidad en los múltiples campos que cultiva.

Al paso que en México adquiría tal desarrollo la bibliografía nacional, debido especialmente, a contar desde 1899, a la fundación del Instituto Bibliográfico, de que ha sido factor eficientísimo el doctor León; Zarco del Valle y Sancho Rayón traducían, añadiéndolas considerablemente, las noticias allegadas por Harrisse en su Bibliotheca Americana Vetustissima sobre los incunables americanos, según lo recordamos ya; Salvá con la publicación de su Catálogo; Gallardo y sus continuadores con la Biblioteca de libros raros y curiosos; el Catálogo de la Biblioteca del Ministerio de Ultramar, obras todas en las cuales se encuentran anotados y descritos libros mexicanos; y especialmente don Marcos Jiménez de la Espada ventilaba en las columnas de La España Moderna algunos de los puntos más controvertidos relativos a la introducción de la Imprenta en la capital de la Nueva España.

Fuera del orden bibliográfico propiamente tal, pero de un alcance decisivo para el conocimiento de la introducción de la Imprenta a firme en el antiguo virreinato de México ha sido la publicación de don José Gestoso y Pérez, justamente apreciado por sus obras relativas al arte sevillano, hizo últimamente de los contratos celebrados en 1539 por Juan Cromberger con Juan Pablos para la fundación del establecimiento tipográfico que había de llevarse a México, que ha venido a resolver una vez por todas las dudas que hasta hoy habían podido abrigarse sobre la fecha en que tan memorable hecho tuvo lugar y las relaciones que mediaron entre aquellos célebres tipógrafos.

En el resto de la América, don Juan María Gutiérrez, don Bartolomé Mitre y don Vicente G. Quesada en la Argentina, trataban de allegar el contingente que podían proporcionarles los antecedentes de que disponían para estudiar lo relativo a la introducción de la Imprenta en América705; en Chile, don Miguel Luis Amunátegui discutía en una erudita disertación lo relativo a los orígenes de la Imprenta en el Nuevo Mundo,   —327→   dedicándole, como era natural, parte preferente a la mexicana706; para preparar la obra que ahora se acabará de imprimir, dimos a luz en Sevilla, en 1898, el Epítome, destinado a servirnos de guía para nuestras papeletas definitivas, extractando para ello en orden alfabético de autores las noticias de Beristain, y posteriormente, aquí en Santiago, el resultado de nuestros estudios sobre la Imprenta en Oaxaca, Veracruz, Mérida, Guadalajara, Puebla de los Angeles y las publicaciones de los insurgentes.

En Estados Unidos, finalmente, el mismo Harrisse, como apéndice a la reimpresión neo-yorquina de un libro rarísimo, anotaba con gran escrupulosidad algunos mexicanos anteriores al año 1600; John Russell Bartlett, que en el Catalogue of books de la Biblioteca Browniana, impreso con un lujo tipográfico extraordinario, después de describir la Doctrina cristiana del padre Córdoba, dedicó las páginas 129-135 del primer tomo a enunciar los incunables mexicanos de que tenía noticia; y George Parker Winship, en sus Early mexican printers, en 1899, y luego en sus The earliest mexican imprints resumía con acendrado criterio cuanto hasta entonces se sabía sobre libros e impresos mexicanos de los primeros tiempos del ejercicio del arte tipográfico en México: la primera de cuyas disquisiciones motivó en Inglaterra de parte del doctor Ricardo Carnett algunas observaciones de interés relativas al libro que pudiera considerarse como el primero salido de las prensas mexicanas707.

Tal es, en resumen, el contingente aportado hasta ahora en los diferentes países para el estudio de la Imprenta en México, sin duda la más digna de llamar la atención por la vasta producción que encierra y por haber sido la primera que funcionó en el Nuevo Mundo.