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461

Oficio de don Francisco Antonio Moreno al virrey de Santa Fe don Manuel Antonio Flores, 4 de enero de 1777. Carta de éste al ministro don José de Gálvez, 15 de aquel mes. (N. del A.)

 

462

Tanto Flores como Moreno se limitan en sus citados oficios de 1777, datados en Santa Fe, como queda dicho, a expresar que se dio orden «al impresor que estaba en Cartagena de que se trasladase a esta ciudad», sin nombrarlo. (N. del A.)

 

463

Véase descrito en nuestras Notas Bibliográficas463.1. (N. del A.)

 

463.1

(La imprenta en Cartagena de las Indias. Santiago, 1904.) (N. del E.)

 

464

Véanse los números 4362 y 4883 y siguientes de nuestra Biblioteca hispanoamericana. (N. del A.)

 

465

El Consulado de Cartagena, hablando de esta primera Imprenta que funcionó allí, decía en carta al Ministro de Estado, fecha 24 de abril de 1806, que insertamos entre los documentos, que no pudo subsistir el establecimiento, por ser en aquella época el comercio de la ciudad «mucho menor que entonces y a la más extracción que la del oro». La verdad es la que dejamos apuntada. (N. del A.)

 

466

Véase el número 5717 de nuestra Biblioteca hispano-americana. (N. del A.)

 

467

Oficio del Consulado al Rey, fecha 30 de agosto de 1800. «Que ha seis años se trajo dicha imprenta», volvía a repetir en otro de 34 de abril de 1806. (N. del A.)

 

468

Oficio citado. (N. del A.)

 

469

Véase nuestra Imprenta en Bogotá. (N. del A.)

 

470

En un artículo publicado con las iniciales de S. C. en el tomo V de la Gaceta de Guatemala, número correspondiente al 19 de octubre de 1801, «Sobre establecer una imprenta en Mérida de Yucatán», cuenta el autor cierta conversación que tuvo con un clérigo preguntón, que quiso le informase de lo que era más digno de atención en esa ciudad. «Le fui, dice el articulista, satisfaciendo a muchas de sus preguntas, que como yo pintaba las cosas de Guatemala con los mejores colores, oía con bastante gusto, hasta que cayó la conversación en la Gaceta. Esta noticia con sus incidentes excitó mucho su curiosidad, que necesitaba poco, y después que discurrimos mutuamente sobre las utilidades públicas que resultaban a una ciudad de este género de papeles, me dijo dando un suspiro: ¡ay amigo! Yo soy de la ciudad de Mérida en la provincia de Yucatán, amo mucho mi patria, y quisiera con todo mi corazón que allí hubiera una imprenta, que es vergüenza que hasta ahora no la haya; y creo, continuó, que si se concediera al impresor un privilegio de imprimir cartillas, catones, catecismos y cuadernillos directorios para el oficio divino, con prohibición de que entraran en Mérida de esta clase de libros, cualquiera de los pudientes, que no faltan allí, se animaría a poner una imprenta. Entonces le alumbré yo la especie de que podía manifestar su idea al magistrado de aquella ciudad, y me dijo que le tendrían por novelero y le romperían la cabeza con un maldito adagio, que los más de los viejos observan allí mejor que los mandamientos, que dice: las cosas de Yucatán dejarlas como se están; sobre lo cual me hizo un discurso, que aunque largo, me pareció fundado, en que por incidencia hizo un gran elogio de la actividad y celo con que el actual señor capitán general promueve las ventajas de aquella provincia, en cuyo gobierno dijo que creía mudarían de aspecto las cosas de Yucatán, que tanto tiempo se han estado como se están. Le consolé diciéndole que podía dirigir su papel anónimo al editor de Guatemala, por cuyo medio llegaría a Mérida. Son pocos, me dijo, los curiosos de aquella ciudad, sin embargo de que hay algunos hombres de gusto, entre los cuales conozco un par de eclesiásticos que, entre otros, pueden dar lustre a su patria, y no dudo que si ven este pensamiento lo han de llevar adelante por este camino, o por otro, visto a mejor luz; que conseguido el fin, sean los que fuesen los medios, poco me importa la gloria de ser quien lo promueva. Me pareció que hablaba con sinceridad; pero consultando mi corazón, dudé mucho de ella en esta última parte». (N. del A.)