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ArribaAbajoLa Imprenta en Paraguay

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Antecedentes que se conocen del establecimiento de la Imprenta en las Misiones del Paraguay. Los jesuitas hacen fundir tipos y fabricar una prensa en aquellos lugares. Testimonios que manifiestan la habilidad de los Indios para imitar las letras de molde y los grabados. Tipos de estaño y tipos de madera. Algunos datos de los antiguos pueblos de Misiones. Relación del historiador Gay. La imprenta es transladada varias veces. Dificultades para explicarse la causa de haber cesado las Impresiones. Fin que tuvo la primera imprenta que existió en las Provincias del Río de la Plata.


Muchos años han pasado sin tenerse noticia alguna de la fecha exacta en que los jesuitas introdujeron el arte de imprimir en las misiones que tenían fundadas en el Paraguay. Es constante, sin embargo, que habiendo el padre José Serrano traducido al guaraní los libros intitulados De la diferencia entre lo temporal y eterno, del famoso Eusebio de Nieremberg y el Flos Sanctorum, de Ribadeneira por los años de 1693, el provincial de la Compañía padre Tirso González manifestó el deseo de que se publicasen ambas traducciones. Al finalizar el siglo XVII, a mediados de diciembre del año de 1699, insistiendo en aquel propósito, González escribía al Procurador general de la Orden en España para que solicitase licencia del Consejo de Indias a fin de imprimir aquellos libros, y que, luego de obtenida, la remitiese sin tardanza al Provincial del Paraguay.

Se ve, pues, que el General pensaba en que los caracteres que habían de servir para la impresión se trajesen de Europa; mas, una vez conseguido el beneplácito de González, sus súbditos del Paraguay hicieron servir para aquel propósito a los indios que tenían en sus misiones, cosa que parecerá en verdad extraña, pero cuya verdad no admite duda.

Consta de documentos auténticos la extraordinaria habilidad que siempre habían desplegado los indígenas del Paraguay en sus imitaciones de los grabados y caracteres de imprenta. «Los indios que escriben, cuenta un autor de aquella época, llegan con su pluma a imitar tanto la mejor letra, que copian un misal impreso en Antuerpia con tal perfección que es necesaria mucha advertencia para distinguir cual de los dos escribió la   —206→   mano del indio. Y con este acierto copian una sacra de las que sirven para la misa, estampada en Roma, con varias imágenes de la Pasión, y santos: toda la dibuja su pluma, como si fuera de molde. Así, en parte, suplen los misioneros la falta que hay de imprenta alguna en toda aquella provincia.»255

No debemos, pues, sorprendernos, después de esto, que el padre Serrano escribiese al General de su Orden al principiar el año de 1703, que se había logrado ya su deseo de que se imprimiesen en las Doctrinas las traducciones en guaraní de que hemos hablado, «sin gastos, así de la ejecución, como en los caracteres propios de esta lengua y peregrinos en la Europa, pues así la imprenta, como las muchas láminas para su realce han sido obra del dedo de Dios, tanto más admirable cuanto los instrumentos son unos pobres indios nuevos en la fe y sin la dirección de los maestros de Europa.»

De lo que queda expuesto, resulta así con evidencia que habiendo llegado al Paraguay la autorización del General de los Jesuitas, probablemente a mediados de 1700, en dos años y medio, a más tardar, los indios habían vaciado los caracteres de imprenta y tenían ya grabadas las láminas que debían ilustrar las traducciones al guaraní de las obras que se trataba de publicar. Quedaban de esa manera listos los primeros elementos para aquella empresa realmente magna si se considera la época y el lugar en que se ejecutaba, pero restaba aún utilizar esos mismos elementos y proceder a la impresión, y eso no debía tampoco tardar. En efecto, en 1706 salía a luz, con el pie de imprenta de «Impreso en las Doctrinas» el celebrado libro de Nieremberg De la diferencia entre lo temporal y eterno, con tal profusión de grabados alegóricos que hasta ahora no ha sido superado por edición alguna de las muchísimas que ha tenido.

Poseemos un testimonio de aquella época que, no sólo da fe de ese hecho realmente singular, sino también de otras circunstancias que lo complementan y que han quizás parecido una exageración cuando no se han podido examinar de cerca los hechos que lo motivaban.

A fines de 1711 pisaba las riberas del Plata en viaje a la China el Padre Labbé, y en carta que desde Concepción de Chile escribía a un hermano suyo que se hallaba en Francia, le decía, refiriéndose a los indígenas del Paraguay:

No tienen estos indios genio inventivo; pero remedan todas las obras que ven con admirable destreza. He visto pinturas hermosas de sus manos, libros impresos con grande corrección, otros escritos con mucha delicadeza, órganos y todo género de instrumentos músicos, que son allí muy comunes. Hacen relojes de faltriquera, forman planos, graban mapas de geografía, y, en fin, son excelentes en todas las obras artificiales, con tal que tengan delante de sí una muestra o modelo. Sus iglesias son hermosas y adornadas de lo más perfecto, que labran sus manos industriosas256.

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El padre Antonio Sepp, en una carta sin fecha que escribía a su colega Gulliermo Stinglhaim hablaba sobre esto mismo en términos no menos explícitos: «No se puede concebir hasta dónde llega la industria de los indios para las obras de mano. Les basta ver una obra de Europa para hacer otra semejante, imitándola con tanta perfección que no es fácil saber cuál de las dos ha sido hecha en el Paraguay. Tengo entre mis neófitos uno llamado Paica que hace todo género de instrumentos músicos y los toca con admirable destreza. Él mismo graba sobre el bronce, habiéndolo pulido, esferas astronómicas, órganos de nueva invención, y otras muchas obras de esta naturaleza.»257

Dan amplio testimonio de lo que decían ambos jesuitas los grabados en cobre que acompañan a la obra de Nieremberg traducida por Serrano; pero respecto de los tipos empleados se ha sostenido por algunos que eran abiertos en madera y no en metal, basándose en el solo examen de las muestras tipográficas que nos han quedado de aquellos talleres. Es frecuente encontrar emitida esa opinión en libros bibliográficos; pero entre los autores que la han apoyado merece citarse a Demersay, que conoció bien el Paraguay, y a Valle Cabral, el más distinguido bibliógrafo de la lengua guaraní258. Si hubiéramos de admitir como pertenecientes a esta época las dos planchas xilográficas que se describen bajo el número 8 de esta bibliografía259 -como parece probable- no podría admitirse duda alguna de que los talleres de los jesuitas se valían para algunas impresiones, no propiamente de los tipos de madera, tallados uno a uno, como sería propio suponer, sino de trozos de la misma materia en que estereotipaban las páginas que acaso estaban destinadas a sufrir una larga tirada; pero eso no significa de modo alguno que pueda afirmarse que los libros salidos de la imprenta de las Misiones que conocemos fuesen impresos con caracteres de madera. Creemos que lo más que en este orden puede admitirse es que las capitales o letras de gran tamaño eran las únicas talladas en madera, como quizás puede deducirse del estudio de las portadas de sus libros. Luego veremos que el resto de la composición era impresa con tipos de estaño.

Examinando las portadas de esos libros, llama la atención el pie de imprenta que llevan: en unos, Santa María la Mayor, en otros, el pueblo de   —208→   San Francisco Xavier, en otros, Nuestra Señora de Loreto, en otros, por último, la indicación general de «Impreso en las Misiones». ¿Cómo explicar esta circunstancia? Conviene, desde luego, que nos demos cuenta de la ubicación de los diferentes pueblos que componían las Misiones.

La Misión de Nuestra Señora de Loreto fue fundada primeramente, en 1610, en la provincia del Guayrá y trasladada en 1632 al sitio en que después existió, en la margen oriental del Paraná, en 27º 17' de latitud, y llegó a contar con una población de tres mil doscientos setenta y seis habitantes.

Santa María la Mayor fue fundada en 1626 sobre el río Iguazú, que desemboca en la ribera oriental del mismo Paraná, y mudada en 1633, a causa de las invasiones brasileras, a la provincia del Uruguay, en 27º y 52' de latitud. Alcanzó a contar con dos mil sesenta habitantes. La de San Francisco Xavier fue establecida en 1629 sobre el arroyo Tabituí, que desagua en el Uruguay, en 27º y 47', y alcanzó a tener mil novecientos cuarenta y seis almas260.

De entre esos pueblos, los que se hallaban entre sí más inmediatos eran Santa María la Mayor y San Francisco Javier, que no distaban uno de otro sino cinco leguas, al paso que Loreto se encontraba a treinta y una leguas de la una y a treinta y seis del otro261

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Un moderno historiador brasilero consigna en los términos siguientes los datos que ha podido recoger acerca de esas antiguas misiones y del estado en que se hallaban sus ruinas hace pocos años:

«Tres leguas más o menos, al sur de San Ignacio Mirí, a poca distancia del Río Paraná, se encuentran actualmente las ruinas del que fue en lo antiguo el floreciente pueblo de Loreto, que fundara en 1555 Ñuño de Chaves, en las márgenes del Río Parana-Pané, en la provincia de Guayrá. Los indios sus primeros pobladores habían sido distribuidos al principio en encomiendas a los españoles de aquellos parajes. En 1614 este fuerte fue restaurado por los jesuitas. En 1631, los habitantes de Loreto, temerosos de los portugueses de San Pablo y de los tupis, emigraron cerca de San Ignacio Mirí, y en 1686, Loreto se estableció definitivamente en el lugar en que hoy vemos sus ruinas. Loreto estaba edificado sobre una hermosa planicie y nada tenía de notable».

«Santa María la Mayor, como San Francisco Javier y Concepción formaban un grupo cerca del Río Uruguay, del cual este río distaba una legua y donde había un puente y un paso por el cual sus habitantes se comunicaban   —209→   con el pueblo de San Nicolás, edificado a tres leguas del mismo río en su banda oriental».

«En 1633, la colonia de Santa María la Mayor, que estaba en un principio establecida en otra parte, de miedo a los portugueses, vínose a fundar en las vecindades de Mártires, y posteriormente en el lugar que hoy ocupa. Santa María la Mayor está situada en una altura en cuyas faldas serpentean unos brazos del arroyo Santa María, que a poca distancia va a desaguar en el Uruguay. La iglesia del pueblo era más pequeña que las de otros, pero su frontispicio, que aun hoy se conserva casi todo en pie, parece haber sido trabajado con más esmero. De él se ven aún hoy unas enormes columnas de piedra, bien torneadas, y aún la adornan sus estatuas de santos colocados en cornisa en la pared del frente. Los ladrillos del suelo eran polígonos de ocho caras. Como el de los Apóstoles, el terreno de Santa María es un bosque de naranjos. A poca distancia hay un cerro alto desde cuya cumbre se divisa un magnífico panorama. Santa María la Mayor tenía grandes estancias sobre las orillas del Paraná hasta el límite de San Miguel, que separaba las misiones jesuíticas del territorio español. A poca distancia al norte de Santa María principian los bosques vírgenes».

«San Francisco Javier, lugar que distaba únicamente tres leguas hacia el este de Santa María la Mayor, está separado de aquel pueblo por los arroyos Itacaruaré, Taquará, Porteira, Moyolo y Molino, muy correntosos y que en el tiempo de las grandes lluvias hacen el camino intransitable. San Francisco Javier fue fundado por los jesuitas en 1629, y sobre el arroyo Itaby, un tanto al norte de su posición actual».

«El pueblo de San Javier está situado en una elevación, que dista un cuarto de legua del Uruguay, y su puerto en el mismo río dista más de media legua, y a él se va por un declive del terreno medio arenoso... Pocas posiciones hemos visto más agradables y más pintorescas. El sitio de S. Xavier es actualmente un denso bosque donde se encuentran muchos naranjales. Del antiguo pueblo, que era uno de los mejor edificados, apenas existen unos trozos de pared, columnatas de piedra, casi todas trizadas y un lavatorio de piedra en la sacristía.»262



Conocida ya la ubicación de los pueblos en que se imprimieron los libros publicados por los jesuitas en el Paraguay, ¿cómo explicar que lo hayan sido en Loreto, en Santa María, en San Francisco Xavier? ¿Hubo talleres tipográficos en cada uno de esos pueblos, o la misma imprenta fue sucesivamente trasladada de una parte a otra? Si los años de impresión fuesen los mismos, podría, desde luego, asegurarse que había más de un taller funcionando en distintos sitios a la vez; pero la diversidad de años y la similitud de tipos indican que era uno solo el que funcionaba sucesivamente en cada una de las misiones. Pero ¿a qué obedecían esas diversas traslaciones? ¿No habría sido infinitamente más fácil trasladar los operarios, o que el autor lo hubiese hecho, si era necesaria su presencia, y no que se mudase el taller entero? Causas poderosas que no es fácil explicarse hoy, pero que deben haber existido, median sin duda para ello.

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Las producciones de la imprenta de las Misiones abarcan los años transcurridos entre los de 1705 a 1727. No se conoce libro alguno impreso con posterioridad a esa última fecha. ¿Por qué cesó tan repentinamente aquella imprenta? Misterio es este que tampoco es fácil de explicar. Acaso las autoridades reales se mezclaran en el asunto por no haberse fundado quizás el establecimiento, como parece, ajustándose a las leyes; o fue, acaso, por haberse publicado con sus tipos la Carta de Antequera y Castro, condenado poco después al suplicio por el Virrey de Lima. El hecho es de que esa imprenta allí nació y allí acabó.

La cesación del taller jesuítico de Córdoba del Tucumán se explica por la expulsión de la Orden que lo fundara; mas, la creada en el Paraguay no salió jamás de allí. Desde la fecha en que vio la luz pública en San Francisco Javier la Carta de Antequera hasta que se cumplió la real cédula de Carlos III, se cuentan cuarenta años cabales, y durante ese largo período no se ve aparecer libro alguno editado por el taller de las Misiones, pero la imprenta estaba todavía en aquel pueblo. Años más tarde, en 1784, el Virrey Marqués de Loreto quiso averiguar qué paradero había tenido al fin la imprenta jesuítica, y he aquí lo que resultó, según los términos de la siguiente carta de oficio dirigida por don Francisco Piera a don Juan Ángel de Lazcano:

«Muy señor mío: -A la de V. de 28 de Noviembre último sobre el encargue que hace a V. Su Excelencia de que solicite en el pueblo de Santa María la Mayor, u otros, si existe o no algunos caracteres, muebles o utensilios de la imprenta que aquí hubo en tiempo de los expatriados, digo: que habiéndome informado del teniente gobernador don Gonzalo de Doblas, me dice que en el tiempo que permaneció en dicho pueblo de Santa María tuvo ocasión de examinar con todo cuidado y prolijidad cuanto allí hay, y que, efectivamente hubo imprenta en aquel pueblo, de la que sólo existen los fragmentos de la prensa que era de madera, muy mal construida y al presente toda hecha pedazos, y que en el almacén habría una corta porción de caracteres de estaño, que ocuparían como medio celemín263, y que como cosa de ningún valor ni provecho los iban gastando en remendar fuentes y platos de estaño. Con esta noticia, he dado orden para que, si aún existen algunos de estos caracteres, me los remitan, de lo que avisaré a Vd. para que lo comunique a S. E. -Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Desta de Candelaria y Enero 16 de 1784. Besa V. ms. de Vmd. su atento y seguro servidor.- Francisco Piera.»264





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ArribaAbajoLa Imprenta en La Habana

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Muy en desacuerdo han andado hasta ahora los bibliógrafos respecto a la introducción de la Imprenta en la Isla de Cuba. Leclerc, que por su manejo de libros americanos y sus condiciones de minucioso y prolijo ha llegado a constituir en ciertos casos autoridad, dijo en su primer Catálogo que el libro de don Antonio Parra, impreso en 1787, era el más antiguo que se conocía de La Habana, si bien advirtió que la Imprenta debía hallarse establecida allí desde antes de esa fecha, pero que sin duda no pudo producir sino hojas volantes u órdenes de los gobernadores.

Años más tarde, cuando dio cabida en su Bibliotheca Americana a una Pastoral del obispo Hechavarría, publicada en 1770, indicó que hasta entonces esa Pastoral era el libro más antiguo que conocía salido de las prensas cubanas.

Como se ve, la fecha era relativamente muy moderna. Por el contrario, otro autor, mucho antes que el bibliógrafo francés, sostenía que la introducción de la Imprenta había tenido lugar en Santiago de Cuba nada menos que en 1698265.

El bibliógrafo americano más notable de nuestro tiempo (ya se comprenderá que nos referimos a Mr. H. Harrisse) que conocía esa aserción de Valiente, creía que no había salido a luz libro alguno cubano en el siglo XVII266.

Bachiller y Morales, cuya opinión debe formar autoridad en la materia, no afirma ni niega la aseveración de Valiente267.

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Nosotros hemos podido ser más explícitos al respecto en vista de un documento que encontramos en el Archivo de Indias, del cual consta que el obispo de aquella ciudad don Joaquín Oses Alzúa en 1792 llevó a ella una imprenta, porque antes no la había268.

Mientras tanto, ¿qué fue lo que motivó la aseveración de Valiente? Porque es claro que algún antecedente debió tener para hacerla. ¿Hay acaso una errata en la fecha, habiéndose puesto 1698 por 1798? No, por cierto, porque este último año corresponda a la verdad del hecho, sino porque así se armoniza mucho mejor con ella, ya que nada tiene de extraño que Valiente hubiese visto algún impreso santiagueño de 1798. ¿O acaso lo que dice de Santiago de Cuba debe aplicarse a la Habana?... Creemos, en efecto, que esta suposición no anda lejos de la verdad.

Beristain y Sousa, el conocido bibliógrafo mexicano, que en sus investigaciones abarcó también a los escritores cubanos, cita un impreso de La Habana que lleva fecha de 1707. Como se ve, esto nos acerca bastante a lo indicado por Valiente.

Bachiller y Morales, tratando el punto que dilucidamos, ha dado a conocer un impreso habanero de 1720269; pero en otro lugar de su obra había expresado ya que «tradicionalmente se decía por otros que en el año de 1700 ya se conocía (la Imprenta) en la Isla de Cuba.»270 Esto, como se ve, nos acerca aún más a la aserción de Valiente, la cual, lo repetimos, debió estar fundada en algún antecedente que no expresó, y que todavía no logramos descubrir.

Pero si hoy en día no es posible determinar la fecha de que se trata, no cabe duda de que el primer impresor. que hubo en La Habana fue un francés llamado Carlos Habré. «Sin necesidad de saber el nombre de la patria de Habré, dice con razón Bachiller, era fácil conocer por sus obras su origen forastero; puede asegurarse que hasta los tipos eran extranjeros: no había ñ entre ellos y usaba de un ù acentuada para expresar ese signo que desconoce la lengua francesa... A ese signo ya indudable, se agrega la profusión de acentos circunflejos y el abuso de las mayúsculas»271.

La presencia de ese francés en Cuba en aquellos años se explica quizás por el cambio de dinastía en la Península, que repercutió de una manera perfectamente acentuada no sólo en Las Antillas sino aún en las colonias españolas más remotas de América.

Nada se sabe de la vida de ese primer tipógrafo, y si exceptuamos el folletito que descubrió Bachiller y el libro cuyo facsímil damos más adelante272,   —215→   tampoco se conocen otros trabajos suyos. Es lástima que Beristain no indique el pie de imprenta que acaso tenía la Disertación, de González del Alamo publicada en 1707. Si fuera el de Habré, como es probable, podríamos afirmar que el período en que funcionó en La Habana fue, por lo menos, de veinte años: 1707-1727.

Claro está que deben ser muchas las piezas cortas que quizás salieron de su oficina y que no han llegado hasta nosotros; y que, como con el trabajo de todas ellas aún no era probable que tuviese los medios de vivir, ha debido tener otra ocupación para procurárselos.

Es casi seguro que Habré ejerció su arte sin que precedieran para ello las licencias oficiales, y por tanto, puede creerse que en vista de lo útil que era, se le toleró, simplemente. No así su sucesor, Francisco José de Paula, que en 3 de Junio de 1735 se presentó al cabildo en solicitud de licencia para establecer una imprenta, la cual quería se le concediese previo conocimiento del gobernador D. Francisco Güemes y Horcasitas, más tarde virrey de México, quien se la otorgó sin vacilación -circunstancia digna de ponderarse- al siguiente día, 4 de junio de dicho año.

Uno de los motivos que a todas luces diera lugar al establecimiento de una imprenta formal en La Habana en aquellos años, fue la erección de la Universidad que en el inmediato anterior de 1734 acababa de verificarse. Según los datos que hasta hay tenemos, Paula se estrenó, en efecto, con la impresión de una tesis universitaria en 1736.

Respecto de Paula sabemos que en 1741 había obtenido el nombramiento de tipógrafo del Tribunal de Cruzada, y Bachiller afirma que vendió, sin decirnos cuándo, su establecimiento a D. Manuel Azpeitía, quien, a su vez lo traspasó a D. Esteban José Boloña. Es lástima que el bibliógrafo cubano no nos hubiera dado los detalles de semejantes negociaciones, que tan útiles habrían sido para el conocimiento de la vida de los primeros tipógrafos cubanos.

El tercer impresor de La Habana fue Blas de los Olivos, que aparece por primera vez en 1757. Hallábase en funciones hacía siete años, cuando el Conde de Ricla, capitán general de la Isla, le llamó para que se encargase de dar a luz una Gaceta y un Mercurio mensual y la Guía de forasteros con el respectivo Almanaque que debía publicarse todos los años. Olivos presentó entonces un proyecto en el que expresaba las condiciones bajo las cuales se haría cargo de esas impresiones, el cual hemos copiado íntegro entre los documentos.

El Conde aceptó las condiciones, pero sin atreverse a poner en ejecución el proyecto, hubo de transmitir los antecedentes al Consejo de Indias, acompañándolos de una nota que lleva fecha 25 de Abril de 1764, en la que expresaba: «No habiendo copia de imprenta en esta plaza, ni en toda la Isla, se carece muchas veces aún de los libros más precisos para la educación   —216→   cristiana y enseñanza de primeras letras. Con este motivo y el de civilizar más a estos vasallos, he tenido el pensamiento de facilitar aquella importante impresión, añadiendo a ésta la de gacetas, mercurios y demás papeles y noticias interesantes.»

En 1.º de Agosto de ese año, en el Consejo se pidió informe al fiscal, quien fue de opinión que ante todo se le pidiese a don Francisco Manuel de Mena, que tenía a su cargo la impresión de las gacetas en Madrid. En el Consejo se dijo entonces que «debía hacerse presente a S. M. que podía tener muchos inconvenientes el que se conceda licencia para abrir imprentas en La Habana y imprimir en ellas las Guías de forasteros, etc..., así por la decadencia del ramo del papel, que se remite de estos reinos, como porque se innovaría el consumo de la crecida cantidad de esos papeles que se remitían a Indias, por cuyas consideraciones no se ha permitido en México la impresión de la Gaceta»; concluyendo por que se negase el permiso, como se hizo, dictándose al efecto una real cédula que lleva fecha 20 de Enero de 1777, por la cual mandó el monarca que «ni ahora ni más adelante hubiese en la Isla otra imprenta que la de la Capitanía General.» Por fortuna, como hubo de reconocerlo más tarde otro gobernador, el ilustre D. Luis de las Casas, esa cédula no se puso en práctica.273

El proyecto del Conde de Riela había, pues, fracasado por los motivos, si pueden llamarse tales, que acaban de leerse, y Olivos, que por un momento pudo soñar con el adelanto de su fortuna y del arte que ejercitaba, hubo de seguir vegetando hasta 1777, año en que su nombre desaparece de las portadas de los libros impresos en La Habana274.

En la fecha en que Olivos y su protector gestionaban ante la Corte para establecer gacetas y nuevas publicaciones en La Habana, existía otra imprenta establecida: la llamada del «Cómputo eclesiástico», cuya primera producción firmada que conocemos es de 1762, y con cuya denominación se mantuvo durante diez años. Es probable que estuviese destinada, en vista de su título, a la impresión de los añalejos de la Catedral y de las Órdenes religiosas, y, al parecer, fue la misma que desde 1776 en adelante hasta finalizar el siglo XVIII cambió su nombre por el más adecuado de «Imprenta de la Curia Episcopal y Colegio Seminario de San Carlos»275.

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En 1780, o a más tardar en 1781, comienza a funcionar la «Imprenta de la Capitanía General», que sigue con esa denominación durante todo el resto del período que comprende nuestro estudio. En los años de 1808 a 1810 solía alternar su nombre con el de «Imprenta del Gobierno»276.

El establecimiento gozó del privilegio de editar la Gaceta, que empezó a salir a luz en 1782, cuya publicación tuvo en un principio a su cargo D. Diego de la Barrera, a quien sucedió D. Francisco Seguí, que se había enlazado con la familia de Olivos. Sabemos que en 1792 Seguí contaba ya 61 años de edad y que trabajaba aún, pero auxiliado por su hijo D. Manuel Cayetano.

La reputación de que gozaba hasta entonces el establecimiento de haber sido el mejor de La Habana, vino a disputársela desde 1787 uno nuevo, cuyo propietario era D. Esteban José Boloña, quien, seis años más tarde, obtuvo el título de impresor de la Real Marina, y en 1792 el de familiar de la Inquisición. En 1806 dirigía también la «Imprenta Episcopal» o de la «Curia Eclesiástica», como se la llamó generalmente277.

De lo expuesto, resulta, pues, que al finalizar el siglo XVIII se hallaban   —218→   a la vez en ejercicio en La Habana, según parece, cuatro imprentas, o tres, por lo menos.

Por más que parezca extraordinario, en fines de 1791, fundó otra Pedro de Palma,278 natural y vecino de aquella ciudad, que había servido en el ejército en calidad de soldado y sargento segundo durante más de veinte años. Declarada su invalidez, quiso establecer también imprenta, y al intento, después de haber comprado los útiles necesarios, solicitó permiso del gobernador para abrirla, permiso que le fue negado en vista de la real cédula de 1777 que queda recordada. Por fortuna para él, el inteligente y progresista gobernador Las Casas apoyó su pretensión ante la Corte, y en Mayo de 1791 obtuvo la autorización que solicitaba279.

En vista de ella, es indudable que Palma ha debido comenzar sus trabajos muy poco después; pero bien sea porque ellos no han llegado hasta nosotros, o porque fueron meramente comerciales, resulta que no conocemos ninguno anterior a 1797. Palma siguió ejerciendo su oficio durante el tiempo a que alcanza nuestro estudio, y hacia los años de 1810 se hizo también librero.

Ya que hemos consignado los datos que poseemos acerca de los impresores cubanos, es del caso que transcribamos lo que Bachiller y Morales decía respecto de las condiciones y elementos con que contaban sus talleres.

«Era corto el número de empleados de las imprentas y menores las ganancias que alcanzaban, siendo esto ocasión a que se trabasen frecuentes riñas y quejas entre editores e impresores. La única ocupación de las imprentas era la de dar a la estampa las novenas de santos de más clientela, algunas malas láminas y ninguna cosa de más trascendencia. El Almanaque impreso en México y arreglado para aquel país, venía de él y surtía a nuestros abuelos con la indicación de afecciones astronómicas que no podían dejar de ser equivocadas...»

«D. Diego de la Barrera, en 30 de Noviembre de 1793, manifestó a la Real Sociedad Económica que habiendo dispuesto varias reales órdenes la publicación del Calendario manual y Guía de forasteros, de que se remitían 156 ejemplares a la Real Hacienda, que abonaba por ellos 156 pesos, debía atenderse no sólo a este ramo sino al de imprenta, del que había una necesidad imperiosa...»

«... Un solo oficial podía destinarse a la Guía, según dicho señor, y esto le movió a pedir a la Sociedad que fijara su atención en el estado de la imprenta».

«El impresor ha servido bien en esta parte, decía, tanto en la Guía como en el Periódico, y debe correspondérsele con no arrancarle dichas obras de su oficina; pero no por eso debe perder de vista la Sociedad de tener una imprenta con buen maestro, y luego que se recojan los pobres,   —219→   tratar de aplicar algunos muchachos para aprendices, con lo que se fomentarán estas oficinas, que, a mi ver, no están en la perfección que deben, con cuyo beneficio se llenarían los pueblos del interior de la Isla.

«El estado de las imprentas no había mejorado, aunque ya daban a luz algunas memorias e impresos. D. Esteban Boloña, familiar de la Santa Inquisición y su impresor, pues en informe que cometió al Dr. D. Agustín Caballero la Sociedad Económica para que promoviese el establecimiento de una imprenta, expresaba el ilustrado socio lo siguiente: "Ni aquí se trabajan letras, ni es fácil hallar un compositor. Es preciso traerlos de fuera".- D. Francisco Seguí hizo, entonces, su propuesta para la mejora que se pretendía, y ya terminado el año de 1799, informaban con sus puntas de donaire los Sres. Veranes y Viana, que, después de un detenido examen, habían tenido por resultado que de las dos imprentas, en la una "encontraron prensas sin manos, y en la otra, éstas sin aquéllas"».

«En tal estado, fuele preciso a la Sociedad Económica, siempre alentada por el celo de su presidente, pedir auxilios a la Junta del Real Consulado, y reunidos los esfuerzos de ambas corporaciones, se publicó el siguiente anuncio en el Papel Periódico de 17 de Abril de 1800:

»La Real Sociedad Patriótica de esta ciudad, dispuesta siempre a promover y cultivar las artes útiles, ha tomado sobre sí el mejorar hasta el mayor grado de perfección que se pueda las dos imprentas que tiene esta ciudad pertenecientes a D. Francisco Seguí y D. Esteban Boloña. Entre otras providencias dirigidas a surtir ambas de buena letra y utensilios necesarios, ha determinado también se vayan formando en ellas buenos oficiales, a cuyo efecto anuncia al público que desde luego admitirá dos jóvenes, uno para cada imprenta, a quienes auxiliará por parte del Real Consulado y Sociedad con diez pesos mensuales, y por los citados impresores con vestido y manutención. Para ser admitidos han de concurrir en ellos las circunstancias de saber leer y escribir con propiedad, la ortografía castellana, y si fuere posible, algo de latinidad, que su edad no pase de 14 años, y el tiempo del aprendizaje de tres; en el concepto de que por una diputación de la Sociedad se examinarán oportunamente para conocer su adelantamiento, y con vista de él, premiarlos según su mérito, de modo que aún el término del aprendizaje cesará si llegasen a estar expertos antes de los tres años designados».

«Los jóvenes que aspiren a entrar en esta honrosa profesión, se presentarán en todo el presente mes a la Sociedad por medio de su secretario D. Antonio de Viana».

«Efectivamente, se colocaron los aprendices de imprenta en las ya citadas, y luego, se reunieron en sólo la de Seguí, por razones que no son de este lugar. Si se hubiera observado el acuerdo de la Real Sociedad, no habría sido posible encontrar candidatos con los requisitos necesarios. La comisión nombrada para el examen de los cinco que se presentaron lo manifestó y así consta de informe suscrito por don Pablo Boloix en 4 de Junio de 1800. Eligiéronse los dos menos atrasados, con la advertencia siguiente: -"Y respecto de que no tienen todas las calidades que se propuso la Sociedad sobre lo que extendió su ofrecimiento, parece a la Diputación que los dos jóvenes indicados pueden admitirse bajo la condición de que serán examinados cada seis meses a fin de graduar los progresos que hicieren, sirviéndoles esto de estímulo para que vayan perfeccionándose sobre los principios que tienen adquiridos, y no reconociéndose en ellos aplicación, se les despida".

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»Concluido el aprendizaje de los primeros alumnos, lo participó la Sociedad a la Junta del Real Consulado, que en oficio de 12 de Julio de 1805, suscrito por el Conde la Casa de Bayona y don Manuel Zavaleta, accedió a la continuación de su auxilio, expresando la Junta que "no dudó un momento en resolver por su parte se prosiguiera el auxilio prestado para el progreso de las imprentas, pues son indudables las ventajas que se han conseguido, y todavía más necesario llevarlas adelante a fin de mejorar un arte tan esencial a la pública y general instrucción de los vecinos. Por tanto, si el Cuerpo Patriótico y su digno Director confirman con su voto el del Consulado, esperamos que V. S. I. dispondrá que sin dilación se abra a los aspirantes el concurso que V. S. I. se sirvió indicar en su precitado oficio a que contestamos".

»El espíritu de especulación comenzaba a fermentar en nuestra atrasada Isla, y el fomento recibido por el Capitán General y la Sociedad empezaba a sentir sus buenos efectos. Ya se pretendía la redacción del Periódico, ya se ponían en movimiento las artes de la intriga para obtener la plaza en las diferentes formas que recibió la redacción. La publicación de otros periódicos semanales la Aurora y el Regañón, en el último año del siglo XVIII, habían traído el estímulo de la competencia, y el país era mejor servido por el escritor periodista. Estos motivos habían de producir la mejora y el progreso de la imprenta».

«Un hijo de don Francisco Seguí era el único operario o cajista del Papel periódico en 1802, y esto ocasionaba atrasos en el servicio, que reclamó don Manuel Zequeira, nuestro aventajado poeta, redactor entonces del Papel; iguales quejas por falta de operarios que no podían cumplir con los tres periódicos semanales de a medio pliego español, daba el señor don Tomás Romay, encargado de la publicación del elogio del ilustre Las Casas. Abrió la competencia La Aurora o Correo político económico, y la lid casi personal que se trabó contra el periódico de la Sociedad y sustentada por los otros dos, contribuyó a la mejora del ramo. La Sociedad calificó de hostil la conducta de la prensa contra su papel».

«Cuando examinamos los gastos de la imprenta, redacción y repartición de los periódicos de La Habana hoy, nos parece imposible que a principios de este siglo fuesen tan distintos, demostrándose que con haberse centuplicado cada uno de los operarios y agentes antiguos, todos ganan más: triunfo constante de las verdades de la Economía política. Para noticia y comparación diremos que el total producto del Papel periódico y sus gastos en un mes a principios de este siglo, para repartir menos de 400 ejemplares, parece una ilusión comparado con el de hoy»280.

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«En cuanto a las condiciones materiales de la parte económica, la tarifa de anuncios fue hasta 1805 la más disparatada: "medio real cada anuncio, sin distinción de persona", decía una tablilla colgada en la imprenta. En 1805 se estableció otra fundada en bases más racionales, sin serlo tanto que se refiriesen al trabajo de los operarios; según ella, se exigía un real por anuncio de venta de esclavo, y ocho por venta de fincas rústicas o urbanas, y establecía una escala arbitraria en esta forma».

«Lo que prueba más que cuanto escribamos la poca importancia de los trabajos de imprenta, es la propuesta que hizo don Mariano Aljovín en 1794 de repartir el periódico, cuidar la biblioteca, cobrar las suscripciones, que eran dos, la de los que sólo recibían el periódico los domingos, y los que recibían todo el periódico, llevar la cuenta mensual, ponerla en manos del Contador, etc., todo por 88 pesos al mes. Al repartidor se le abonó en lo sucesivo un cuartillo de real por suscriptor».

«En cuanto a la librería, existía un corto número de libros en la de don Francisco Seguí, y desde 1793 se propuso establecer, por indicación de los señores don Agustín de Ibarra y don Antonio Robredo, un gabinete de lectura, abriendo una suscripción de seis reales mensuales al efecto; los socios nada pagaban, pues se proponían construir los estantes de los fondos del periódico».

«El progresivo aumento de las imprentas y de las publicaciones de diverso género que hacía necesaria la época que atravesaba la presente generación, hizo que la Real Sociedad, a moción de don Tomás Agustín Cervantes, pasase a la imprenta de Arazoza y Soler la impresión de su Diario y de la Guía de forasteros, y concediera el título de impresores de la Real Sociedad a los dueños de dicha oficina en 22 de Mayo de 1812: la traslación fue en 1811».

«Tales fueron los primeros pasos de la imprenta en la Isla de Cuba, y tal la influencia del Excmo. señor don Luis de las Casas y de la Sociedad Económica en este importante elemento de la ilustración...»



Acerca de la historia del grabado en Cuba en la época que estudiamos, bien poco es lo que se sabe, sin duda porque son muy escasos también los materiales que pueden procurarse. No era posible, en efecto, que un grabador encontrase en La Habana campo para un trabajo que le permitiese ganar su vida. Cerca de allí estaba México y con eso se está dicho que cualquier artista mediano que surgiese en la Isla debía emigrar a la capital del opulento virreinato.

El primer ensayo que conocemos es la lámina o viñeta en madera que figura en el libro de Menéndez Márquez, impreso en 1727, cuyo facsímil damos en la página 9281. Es probable que el grabador fuese el mismo impresor Habré.

Muy superior bajo todos conceptos, como que importa una verdadera composición, y está además, abierta en cobre, es la lámina que acompaña a la Relación y diario de la prisión, del obispo Morel de Santa Cruz, impresa en 1762. Su autor se firma Bélez, pero ignoramos su nombre de pila.

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Como obra de más aliento, si bien puramente mecánica, debemos recordar los grabados que acompañan al libro de Parra282, que no están firmados, pero que de la dedicatoria consta que fueron ejecutados por el hijo del autor283.

Los grabados que se ven en las únicas piezas religiosas que conocemos son de procedencia mexicana.

No debemos terminar sin decir siquiera dos palabras acerca de los escritores que nos han precedido en el estudio de la bibliografía cubana.

El primero de todos ellos, en el orden cronológico, es, sin duda, el dominico Fr. José Fonseca, natural que fue de La Habana maestro en teología de la Provincia de Santa Cruz de la Isla Española que a mediados del siglo XVIII, según parece, escribió una Noticia de los escritores de la isla de Cuba, manuscrito de que disfrutó el bibliógrafo mexicano Eguiara, pero que ya Beristain de Sousa no pudo hallar en 1817.

Este último autor ha consignado también en su Biblioteca hispanoamericana septentrional algunos datos de escritores cubanos de cierto interés.

En ella, desde luego, se encuentra mencionado, aunque desgraciadamente sin los detalles bibliográficos necesarios, el primer impreso de La Habana de que se tenga noticia, y algún otro de época relativamente remota, también hoy desconocido.

Ch. Leclerc merece, asimismo, ser recordado, por cuanto en su Catálogo de la librería de Maisonneuve consignó las descripciones de algunos libros de La Habana que en su tiempo eran apenas conocidos de nombre.

Pero el más notable de todos los bibliógrafos es, sin disputa, don Antonio Bachiller y Morales que en sus Apuntes citados catalogó muchos de los impresos que se enumeran en el cuerpo de nuestra obra.

Dentro del plan de ese libro la bibliografía ocupaba un lugar relativamente secundario y por eso no es de extrañar que las descripciones de libros y folletos cubanos aparezcan diminutas y en ocasiones del todo deficientes.   —223→   El desarrollo mismo del texto es un tanto desordenado, pero las noticias que nos da de los autores son de incuestionable valía, y tiene, además, el mérito, que por cierto no es poco en este género de estudios, de haber abierto el campo a investigaciones posteriores acabadas y completas.

Ahí va ahora lo nuestro, lleno de vacíos, sin duda, con algunos errores quizás. Confiamos, sin embargo, en que en parte hemos adelantado el catálogo de los impresos cubanos hasta ahora conocidos, y que, por lo menos, podrá servir de base a un trabajo más prolijo para los que dispongan de la voluntad y de los medios de llevarlo a cabo. Tal es lo único a que aspiramos con la publicación de las siguientes páginas284.

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ArribaAbajoDocumentos

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I.- Condiciones propuestas por Blas de los Olivos para establecer una imprenta

Yo, el infrascrito, impresor de esta ciudad, dando al Excmo. señor Conde de Ricla, Capitán General de la isla de Cuba, las más rendidas gracias por la elección que hace de mí para ilustrar la ciudad con la imprenta para el público de una Gaceta y de un Mercurio mensual, Guía de Forasteros anual, y de todos los demás papeles interesantes que se proporcionen, hago presente a S. E. las condiciones precisas al efecto:

1º El Rey percibirá la cuarta parte del producto de los papeles que por privilegio se me concedieren imprimir.

2º Se me remitirán desde España, en derechura y por duplicado, en cada embarcación que venga, dos ejemplares de las Gacetas, Mercurios y demás papeles que, por interesantes, puedan franquear utilidad.

3º Igualmente se enviará la letra y otros pertrechos que por ahora necesite para entablar la obra (de que daré relación) y el papel que se juzgue necesario al abasto.

4º Para que se verifique la parte del contingente del Rey, este papel se me entregará marcado en el modo que S. E. disponga, y yo deberé satisfacer el prorrateo del consumo, o manifestar el papel que me sobre.

5º Estas compras se harán en España, adelantándose el importe allá, donde no tengo proporción de remitirlo, y aquí lo satisfaré, como el del transporte, en el modo que S. E. establezca.

6º Para que el producto sea mayor, se me concederá privilegio exclusivo para toda la isla de imprimir el Catecismo del padre Ripalda, Catón Cristiano, Almanaques y Cartillas (de que comúnmente se carece) y se extenderá el privilegio a las Gacetas, Mercurios, Guías de Forasteros y otros papeles que desde España, o por la Secretaría del Capitán General se me franqueen.

7º Para constituir más respetable el privilegio y crecido el producto, S. E. será servido de pedir el título para mí de impresor del Rey, nuestro señor, honrándome, ínterin, con el de su persona y Capitán General.

8º Consiguiente a este título, será de mi cargo la impresión de los autos de buen gobierno y todos los papeles que pertenezcan al real servicio, cuyo   —228→   costo será menor para Su Majestad que para el público, y de que me refiero a la voluntad de S. E., pero tendrá el Rey el mismo contingente expresado de los papeles de estos que se vendan al público.

9º Después de haber llegado el correo de Cuba, se me subministrarán por la Secretaría de S. E. los materiales de la isla y fuera de ella, para formar la Gaceta con la brevedad posible, para que las noticias que hubiere no se esparzan antes, y será de mi obligación presentar al examen de la misma Secretaría las especies que yo hubiese adquirido de por mí.

10º En los días correspondientes a recibir noticias de la Secretaría de S. E., acudiré con amanuense hábil a extraerlas de los materiales que se me franqueen.

11º Será de mi cuidado tener correspondencia en la isla y fuera de ella (cuando lo permita la paz) para aumentar los asuntos curiosos.

12º Si con el tiempo se proporcionan motivos para que las Gacetas (ahora dos en cada mes) sean cada semana, podré concurrir a su impresión sin nuevas condiciones.

13º Los precios serán: cada medio pliego de Gaceta, a real, aumentando y disminuyendo los pliegos a proporción de los asuntos; el de los Mercurios y Guía de Forasteros, a seis reales, sin encuadernar, y encuadernados a proporción, como también los demás papeles enunciados.

14º Espero y solicito la protección de S. E. para cuanto pueda fomentar la empresa, mayormente en sus principios.- Blas de los Olivos. (Hay una rúbrica).


(Archivo de Indias, 80-4-23).                





II.- Expediente seguido por Pedro de Palma para establecer una imprenta

Don Josef de Ezpeleta y Galdeano, caballero del Orden de San Juan, brigadier de los reales ejércitos, coronel del regimiento de infantería de Navarra, presidente del Tribunal de Apelaciones de la Provincia de la Luisiana, subdelegado de la Superintendencia General de correos, postas y estafetas, juez protector de la renta de tabacos y de la Real Compañía, gobernador de la ciudad de San Cristóbal de la Habana, capitán general de la isla de Cuba y de las provincias de la Luisiana y dos Floridas. Por cuanto Pedro de Palma, sargento segundo del regimiento de voluntarios de infantería de esta plaza, por quebrado ha obtenido licencia para retirarse del servicio de las armas, después de haberse mantenido en él por espacio de más de veinte años; por tanto, usando de la facultad que Su Majestad me tiene concedida, vengo en declarar que debe gozar el fuero militar en los mismos términos que los que actualmente están alistados en el referido regimiento; y para que así conste y se anote donde corresponda, doy el presente, en la Habana, a trece días del mes de Marzo de mil setecientos ochenta y nueve.- Ezpeleta.- Francisco Loysel.

Es copia de su original, que para el efecto existe en esta Contaduría General del Ejército de mi cargo, de que certifico, como su contador principal interino por Su Majestad, y se saca para entregar al interesado, consecuente a decreto de este día del señor Intendente General en instancia que al fin reproduzco.

Habana, diez de Diciembre de mil setecientos noventa. Jorge Monzón. (Hay una rúbrica).

  —229→  

Muy poderoso señor: Pedro de Palma, natural y vecino de la ciudad de la Habana, con su más profundo respeto y veneración, a los reales pies de Vuestra Majestad, hace presente: que, habiendo servido desde su infancia en la carrera de las armas y regimiento de voluntarios de infantería de aquella plaza, le fue necesario retirarse (después de haber estado más de veinte años con plaza de soldado y de segundo sargento) a causa de haberse lisiado en el mismo servicio, como persuade el documento que acompaña. Con este motivo, hallándose con las obligaciones de mujer y tres hijos tiernos y de sustentar a su padre, de más de setenta años de edad, proyectó el honesto arbitrio de proporcionar una imprenta, para librar en sus producciones (aunque cortas) el sustento diario de su familia; y habiendo ocurrido al señor Gobernador y Capitán General de dicha plaza a solicitar permiso para abrir la referida imprenta y trabajar en ella (según le proporcionasen sus facultades y escasa suerte) se le negó, con el justo motivo de haber real orden de Vuestra Majestad, despachada en el año de setenta y cinco o setenta y seis, para que en la Habana no hubiese más que una imprenta. Y como el suplicante en ella ha hecho su costo (sobrepujando a sus cortas facultades) y no puede aplicarse a otros trabajos por la enfermedad habitual que padece, se halla en el punto crítico o de venderla a menos precio (si por casualidad hay quien la compre) para devolver ciertas cantidades que personas de confianza le subministraron, o dejarla perdida, hallándose en un bochorno, sin poder pagar a sus acreedores, quedándose a un mismo tiempo abandonado con su pobre padre y familia, cuyo sustento pende sólo de su subsistencia. Y mediante a que todo esto ha dimanado de la ignorancia de dicha real disposición y que la soberana voluntad de Vuestra Majestad se encamina al fomento y prosperidad de todos sus vasallos y a que progresen y se aumenten las artes, suplica rendidamente a la innata piedad de Vuestra Majestad se digne conceder su real permiso para poder abrir y trabajar la dicha imprenta, y para tener el consuelo el suplicante de poder amparar con ella a su anciano padre y miserable familia: que, es gracia y merced que espera y pide a la grandeza de V. M.

Habana, veinte y dos de Diciembre de 1790. Señor. A los reales pies de Vuestra Majestad. Pedro de Palma. (Rubricado).

Excmo. señor. Dirijo a V. E. el adjunto recurso de Pedro de Palma, sargento segundo retirado del regimiento de voluntarios de infantería de esta plaza, solicitando permiso para establecer una imprenta.

La real cédula de 20 de enero de 1777, comunicada a este gobierno, prohíbe que haya más de una, pero no se ha puesto en práctica, y ha habido en todos tiempos varias imprentas. Ninguna obra de algún volumen se imprime en ellas, porque no soportan el grande costo que aquí tienen, y sólo sí, novenas, oraciones, esquelas de convite y otras semejantes; no hallo inconveniente en la gracia que solicita el interesado, y sí utilidad en que no sea única la imprenta de la Capitanía General, para que la competencia de otras haga que mutuamente se contengan en los precios moderados que conviene.

Dios guarde a V. E. muchos años. Habana, 18 de Febrero de 1791. Excmo. señor. Luis de las Casas. (Rubricado). Excmo. señor don Antonio Porlier.

Habana, 18 de febrero de 1791. El gobernador Casas dirige una instancia de Pedro de Palma, vecino de aquella ciudad, en solicitud de establecer en ella una imprenta.

Justifica el interesado que habiendo servido a Vuestra Majestad en la clase de soldado hasta la de sargento segundo y retirádose por inhábil, proyectó el honesto arbitrio de establecer imprenta para mantener a su padre,   —230→   mujer y tres hijos, y después de haberse empeñado para acopiar los utensilios y enseres necesarios, se le avisó que no podía abrir la imprenta porque la real cédula expedida al gobernador en 20 de enero de 1777 prohíbe que haya más de una en la Habana, lo que le ha puesto en el conflicto de no poder subsistir, imposibilitado de dedicarse a otro trabajo, ni satisfacer a sus acreedores.

El gobernador informa que aunque es cierta la prohibición, no se ha puesto en práctica, pues siempre ha habido varias imprentas; que en ellas ninguna obra se imprime de algún volumen por los grandes gastos, excepto novenas, esquelas de convites y otras menudencias; y que sería útil conceder a Palma la licencia que solicita, para que, no siendo única la de la Capitanía General, exigiesen los impresores precios más moderados.

Nota: No se encuentra en el archivo la real cédula de 20 de Noviembre de 1777, y verosímilmente la expediría el Consejo a instancias de algún interesado, privilegiándolo con la exclusiva para animarle a la empresa. Si entonces pudo ser útil el privilegio, en el día es un monopolio intolerable: lo primero, porque la población de la Habana, aumentada hasta setenta mil almas, su Capitanía General, Intendencia, crecido comercio, etc., necesitan más que una imprenta; y lo segundo por el abuso que hace el dueño de la única que existe, ya en la exorbitación de los precios de que informa el gobernador, y ya en los malos materiales que emplea, pues los impresos que la Mesa ha visto de aquella ciudad son de muy malos caracteres, muy cansados y de peor papel, lo que se evitaría con la concurrencia, pues los privilegios deben cesar cuando se abusa de ellos o perjudican gravemente al público y al fomento de las artes.

A 6 de Mayo de 1791. Su Majestad concede su real permiso para el establecimiento de esta nueva imprenta en la Habana, y quiere su Majestad que el gobernador cele con el mayor cuidado que no se imprima libro ni papel alguno sin su expresa licencia y sin que a ella preceda el reconocimiento, censura y aprobación de personas inteligentes, sabias en las materias de que traten y instruidas en las máximas del gobierno político americano. Fecho en 20.

Aranjuez. 20 de Mayo de 1791. Al gobernador y capitán general de la Habana. Se le noticia, para que la pase a Pedro Palma, que se le ha concedido a éste el permiso para establecer una imprenta, y se le previene cele de que no se imprima papel alguno sin su expresa licencia, reconocimiento y aprobación de hombres sabios.

Atendiendo el Rey al mérito y demás razones representadas por Pedro Palma, sargento retirado del regimiento de voluntarios de esa plaza, y al informe con que V. E. acompaña la instancia de este interesado en carta de 18 de febrero último, número 30, ha venido en conceder su real permiso para la nueva imprenta que desea establecer en esa ciudad, sin embargo de la prohibición y derecho exclusivo concedido a la antigua por real cédula de 20 de enero de 1777, y quiere su Majestad que V. E. y sus sucesores celen con el mayor cuidado que no se imprima libro ni papel alguno sin su expresa licencia y sin que a ella preceda el reconocimiento, censura y aprobación por personas inteligentes y sabias en la materia de que traten e instruidas en las máximas del gobierno político americano.

Lo que participo a V. E. de real orden, para su cumplimiento y noticia de Palma en la parte que le toca. Dios, etc. Aranjuez y Mayo 20 de 1791. Señor Gobernador y Capitán General de la Habana.


(Archivo de Indias, 81-3-12).                








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ArribaAbajoLa Imprenta en Oaxaca

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La introducción de la Imprenta en Oaxaca se debió a una mujer, doña Francisca Flores. Tuvo lugar este hecho en una fecha tan remota como la del año 1720 y cuando en toda la América Española no había más talleres tipográficos que los de México, Puebla y Lima.

Por muy extraño que esto nos parezca, no lo es menos que de esa Imprenta no se conozca sino una sola producción. ¿A qué se debió semejante fenómeno? ¿Resultó la impresión mucho más cara que en Puebla o México? ¿No hubo material para sostener el taller? ¿Faltó el tipógrafo que allí lo tuvo a cargo? Ninguna de estas dudas ha podido resolverse hasta ahora.

Creímos nosotros que la causa de la cesación tan repentina de la Imprenta se debiera a la muerte de su introductora, pensando que pudiera haber ocurrido por aquellos mismos días, y al intento registramos los Libros de Defunciones de las parroquias de Oaxaca, en los cuales, en efecto, hallamos la partida, correspondiente a doña Francisca Reyes Flores, indudablemente la misma persona que firmaba el pie de imprenta del Sermón, del padre Santander, de la cual consta que falleció en Oaxaca el 2 de enero de 1725285.

En vista de esto, pudimos convencernos que esa no debió ser la causa de haberse cerrado la Imprenta, como que el fallecimiento ocurrió cuatro años casi cabales después de salir a luz la primera muestra de la prensa de Oaxaca. En cambio, descubrimos que doña Francisca Reyes Flores era viuda del maestre de campo general don Luis Ramírez de Aguilar y que dejó por heredero universal al Convento de Santa Catalina de Sena de   —234→   aquella ciudad: nuevo antecedente para creer, por si hubiera lugar a duda, de que la testadora era la misma persona cuyo nombre aparece al pie del primer impreso oaxaqueño286.

El doctor don Nicolás León287 refiere que alguna vez le aseguraron dos eclesiásticos de Oaxaca que existía allí la tradición de que en la casa de los Filipenses hubo una imprenta en el siglo XVIII. Pero esta tradición no ha sido hasta ahora comprobada con producción alguna salida de aquel taller, si es que lo hubo. Luego veremos el origen de esa leyenda tipográfica.

Los escritores mexicanos nos dicen que no existió ya imprenta en Oaxaca hasta el año de 1812, fecha en que la introdujo allí el general don José María Morelos. El hecho, en cuanto a la fecha, nos parece problemático, pues, tanto por Beristain288 como por nosotros, según se verá más adelante, se citan impresos oaxaqueños de 1811. Cierto es que, al menos de los tres que hasta ahora hemos visto, dos no llevan pie de imprenta y sólo la data de Oaxaca, y el tercero, nombre de impresor, pero no la fecha. ¿Serían, en realidad, productos de las prensas de Puebla? Creemos que no, y para ello nos fundamos en que las Pastorales del obispo Bergosa y Jordán de 1811 están impresas exactamente con los mismos caracteres que se ven en los escritos dados a luz por los jefes insurgentes un año después. ¿Habría sido llevada allí por aquel prelado, cuyas aficiones literarias son bien conocidas y cuyo ardiente celo por la causa de Fernando VII le aconsejó como necesaria aquella arma terrible contra los revolucionarios? Además, el impresor Idiaquez siempre tuvo su taller en Oaxaca, y jamás en Puebla.

El hecho es que, tanto los escritos de Bergosa como los emanados de los generales patriotas, no sólo acusan una misma procedencia en los tipos, sino también la misma falta de elementos tipográficos y la misma mano inexperta del obrero.

Lo singular a este respecto es, que al paso que El Ilustrador Americano, de 1812, por ejemplo, aparece impreso con tipos perfectamente formados, a todas luces de procedencia europea, El Correo Americano del Sur, por el contrario, acusa una impresión primitiva en sus caracteres y condiciones tipográficas289.

Que los patriotas, antes del mes de marzo de 1812, «en medio de las turbulencias de la guerra más activa», como ellos decían, habían fundido letras, es un hecho innegable290. Estaban, en realidad, muy mal formadas, según ellos mismos lo reconocían, de modo que cuando comenzaron a dar   —235→   a luz El Ilustrador Americano se felicitaban de «la letra clara y hermosa» que podían presentar a sus lectores.

Para explicarnos, pues, el retroceso que se nota en las impresiones oaxaqueñas de 1813, tenemos que llegar a la conclusión de que ese taller que podía exhibir «letra clara y hermosa» desapareció con las contingencias de la guerra; y que, así, hubieron de procurar fundir de nuevo caracteres de imprenta.

Es lo que, en efecto, resulta de carta escrita en Oaxaca, en 23 de Noviembre de 1813, por el clérigo don José María Idiaquez a don Carlos María Bustamante, en la que le comunica que estaba entonces amoldando letras de imprenta291.

El presbítero Idiaquez fue, pues, quien fundió los tipos con que aparecen impresas las producciones tipográficas de Oaxaca hasta el límite que alcanza nuestro trabajo y el mismo, que tenía a su cargo la imprenta, sin duda desde 1811. Era bachiller en teología y pertenecía a la Orden de los Filipenses. Y de aquí, sin duda, el origen de la tradición que le refirieron en Oaxaca a nuestro amigo el doctor León.



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ArribaAbajoLa Imprenta en Bogotá

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Los historiadores colombianos andan en desacuerdo acerca de la fecha en que se introdujo la imprenta en el antiguo virreinato de Nueva Granada. Algunos señalan el año de 1738;292 pero el hecho es que nadie ha visto hasta ahora impreso alguno anterior a 1739.

El primero que diera algunos detalles sobre tan interesante tópico, fue don José María Vergara, quien al respecto dice lo siguiente:

«La introducción de la imprenta se debe a los jesuitas».



«Esta Orden, que había abierto y sostenido un colegio en Santa Fe, y que a mediados del siglo XVIII, en que fue expulsada, tenía varios en distintos puntos del reino, trajo a las selvas de la colonia tipos y libros, formando ricas bibliotecas. La introducción de la imprenta entre nosotros había sido colocada por nuestros historiadores en 1789: el mismo Plaza, tan laborioso investigador, no tenía conocimiento de otro impreso más antiguo que el de la inscripción conmemorativa de la erección del templo de las Capuchinas, en 1783: después se descubrió una providencia del visitador Piñeres, impresa en Bogotá, en 1770: la publicación de la Vida de la Madre   —240→   Castillo, reveló que la imprenta existía en Santa Fe en 1746, y últimamente descubrimos una hoja que tiene al pie la siguiente dirección:

»En Santa Fe de Bogotá, en la imprenta de la Compañía de Jesús. Año 1740».

«Así, pues, podemos fijar la época de la introducción de la imprenta en la Nueva Granada, en 1738, por lo menos. Adelantándonos un poco de nuestra narración, por la analogía de la materia, pondremos aquí lo que escribía el 28 de Noviembre de 1746 el padre Diego de Moya, jesuita, a una monja tunjana, después de la muerte de la notable escritora, madre Francisca Castillo:

»Pues hay imprenta bastante para este efecto (el de imprimir el sermón pronunciado en las exequias de la madre Castillo) en nuestro Colegio máximo de Santa Fe... Si esta empresa le agrada, escriba al padre Provincial... para que, hechas las diligencias de examen y aprobación, se ponga el sermón a la prensa; lo cual hará el hermano Francisco de la Peña, que es impresor de oficio; y aunque ahora está de labrador en el campo, podrá venir a imprimirlo, supliéndole otro en el ministerio de su hacienda, que es el Espinar, por un par de meses a lo más largo... que como se han estampado catecismos y novenas, podrá esta obra semejantemente imprimirse en cuartillas, pues hay moldes y letras suficientes para eso... Etc., etc.

»Tal fue la historia de la introducción de la imprenta en nuestro atrasado país»293.



«La imprentilla que habían introducido los jesuitas, agrega el mismo autor, había producido novenas y patentes de cofradías, oraciones y jaculatorias»294.



Esto era, en efecto, lo que aseveraba el P. Moya en 1746, y también Catecismos, añadiremos nosotros, conforme a las palabras de aquel jesuita que quedan recordadas. Desgraciadamente, con excepción de un opúsculo y de una hoja volante, ningún trabajo tipográfico se ha descubierto hasta   —241→   ahora salido de aquel taller. Nada se sabe tampoco acerca del hermano Francisco Peña, que era «impresor de oficio» y que fue indudablemente el tipógrafo que compuso e imprimió aquellos primeros productos de esa imprenta. Que debieron ser contadísimos, bien se descubre cuando el P. Moya decía en 1746 que el tipógrafo Peña había cambiado entonces el componedor por el arado295.

No sabemos qué suerte correría la imprenta de los jesuitas después de su expulsión, pero, según parece, nadie pensó en utilizarla, bien fuera por deficiente o porque su existencia pasó desapercibida296.

El caso es que en carta que el virrey D. Manuel Antonio Flores escribía al ministro D. José de Gálvez desde Santafé, con fecha 5 de enero de 1777, es decir, cuando aún no iban transcurridos diez años desde la expulsión de los hijos de San Ignacio, aseguraba que allí no había imprenta alguna297.

Y esto fue cabalmente lo que aquel ilustrado funcionario se propuso entonces remediar, a instigaciones, según parece, del fiscal de aquella Audiencia D. Francisco Antonio Moreno y Escandón298.

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Decía, pues, Flores al ministro que para contribuir al fomento de la juventud en ese reino y para facilitar a los literatos el que pudiesen lograr el fruto de sus tareas por medio de la imprenta, había dispuesto se trasladase desde Cartagena de Indias, donde se hallaba establecido, «un impresor ejercitado, con alguna letra».

En nuestra Imprenta en Cartagena hemos contado ya que ese impresor se llamaba don Antonio Espinosa de los Monteros, y cuáles eran probablemente su patria y su procedencia.

Para lograr el transporte de Espinosa fue necesario, expresaba el virrey, buscarle algún dinero por medio de una subscripción, la cual hasta el 15 de Mayo de 1778 había producido 943 pesos299.

Luego, pues, de llegar Espinosa a la capital, que fue a fines de 1776, se vio que la letra con que contaba su taller era tan escasa y se hallaba tan gastada que con algún trabajo sólo podía servir para dar a luz papeles sueltos, pero de ninguna manera para estampar obras de cierto aliento. De ahí derivaba, precisamente, la instancia del virrey para que se aceptase la idea del fiscal Moreno de que se le enviase de la Península alguna imprenta, aunque no fuese completa, de las que habían pertenecido a la extinguida Compañía de Jesús.

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Pobre, pobrísimo como era el taller de Espinosa de los Monteros, pudo regocijarse el Virrey de su feliz determinación con sólo el hecho, según decía, de haberse conseguido que se hubiese formado e impreso un Almanaque... «y a él se ha añadido, como prueba, que el regente se ha valido del mismo medio para tirar los ejemplares de su edicto de visita».

El ensayo era evidentemente feliz, pero había pasado más de un año desde que el Virrey iniciara sus gestiones ante la Corte, y aún no le llegaba respuesta alguna. Flores repitió entonces su demanda300, pues «vivía persuadido a que Su Majestad, movido del influjo de vuestra excelencia, le decía al ministro, y hecho cargo de los fines a que se dirigían mis anhelos, hubiese providenciado a beneficio de la ilustración de sus vasallos de este reino el envío de alguna porción de letra de la que en ésos tenía o tendría la extinguida Religión de la Compañía...».

Veamos ahora qué era lo que había pasado al respecto en España.

Por decreto de 10 de Mayo de 1777 se dijo: «pregúntese si ha quedado alguna de las imprentas de jesuitas».

No había aún respondido el gobernador del Consejo a la pregunta, cuando se recibió la carta del Virrey de 15 de Mayo. Repitiose aquella orden en 19 de Octubre de 78, «y dígase al Virrey que se le enviará la letra e instrumentos que ha pedido para la imprenta establecida ya en aquella capital».

Contestando don Manuel Ventura de Figueroa a lo que se deseaba saber, en 19 de Febrero de 1779, expuso que le había sido indispensable reconocer los autos de extrañamiento y ocupación, «con otros que pudieran suministrar las luces necesarias, y de vueltas de todo ello aparece no haber existente imprenta alguna», decía.

A pesar de esto, resolvió el Rey que se estableciese imprenta en Santafé, y que de la Península se remitiese lo que fuese preciso para el objeto, en lo que se gastaron quince mil reales de vellón301.

La letra iba en 24 cajones, que se remitieron a Cartagena, de cuenta de la Real Hacienda, y que debían embarcarse en Cádiz en la primera ocasión302.

No sabríamos decir a punto fijo cuándo llegó esa imprenta a Bogotá, pero por las impresiones de esa ciudad que conocemos, es fácil caer en la cuenta de que sólo ha debido comenzar a funcionar a mediados de 1782, con la designación de «Imprenta Real», bajo la cual siguió hasta el año de 1811.

Don Antonio Espinosa de los Monteros, a cuyo cargo estuvo desde un principio, fue honrado con el título de «impresor real», según parece, en 1785, último año en que se registra también su nombre al pie de los impresos bogotanos que conocemos, sin que eso signifique que hubiese muerto,   —244→   ya que sólo en 1804 se le ve reemplazado por don Bruno Espinosa, que era quizás su hijo.

Este quedó regentando la Imprenta Real por lo menos hasta 1809, siendo substituido en 1811 por don Francisco Javier García de Miranda.

La Imprenta Real cambió de nombre y se llamó del Estado en 1813, año en que aparece regentada por don José María Ríos; y desde 1817 «Imprenta del Gobierno». En 1821 la tenía a su cargo otro Espinosa, cuyo nombre no se da, pero que probablemente sería el mismo don Bruno Espinosa, nieto del primer impresor, que figura en los libros bogotanos de 1843 que hemos visto303.

A pesar de que la Imprenta resultaba muy barata al Gobierno de Santafé, el hecho es que sus trabajos salían carísimos, más que todo, según puede creerse, por causa del papel. En prueba de ese aserto paradojal vamos a citar un antecedente decisivo. Cuando el virrey Ezpeleta redactó el reglamento de milicias, hubo de remitir el manuscrito a España para que allí se imprimiese, y se le enviasen después 50 ejemplares, «pues la impresión en esta capital, declaraba, sería muy costosa»304.

Esta circunstancia fue, al menos en parte, la que decidió a don Antonio Nariño a pedir otra imprenta a Europa en ese mismo año de 1793, la cual debe haberle llegado poco después, ya que sabemos que en 1794 salió de su prensa el famoso folleto Los derechos del hombre y del ciudadano.

Esa publicación ocasionó, como hemos de verlo más adelante, la prisión y destierro del propietario, y la del tipógrafo que la tenía a su cargo, don Diego Espinosa de los Monteros, hijo probablemente de don Antonio, que fue condenado a servir en las fábricas de Cartagena por tres años, en destierro perpetuo de Santafé, y en inhabilitación para el ejercicio de su arte305.

No es difícil sospechar que el taller debió clausurarse en el acto por orden del Gobierno. Llamose después «Imprenta Patriótica», con cuyo título aparece por primera vez en 1798, y que conservó hasta 1810, -fecha en que entra a figurar como de propiedad de don Nicolás Calvo y Quijano-, y sigue con él durante el año inmediato siguiente de 1811306.

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Tal es lo que hemos podido descubrir acerca de las imprentas bogotanas y de sus tipógrafos durante el período cuya noticia bibliográfica nos hemos propuesto trazar307.

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ArribaAbajoDocumentos

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Número 256.- El Virrey de Santa Fe hace presente la urgente necesidad que en aquella ciudad hay de una Imprenta

Ilustrísimo señor.- Muy señor mío: -Para contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino, quise facilitar a los literatos pudiesen manifestar el fruto de sus tareas por medio de una imprenta, de que han carecido, y para esto he hecho se traslade a esta ciudad un impresor que estaba en Cartagena, ejercitado, con alguna letra: ésta, además de estar muy gastada, es muy defectuosa, y con algún trabajo sólo podrá servir, por ahora, para papeles sueltos, y, así, no he conseguido el fin primario ni el que estoy en verificar, para el mejor gobierno de este reino, fijando reglas para cada una de sus provincias, tanto para la dirección de sus ayuntamientos, como para el manejo y recaudación de las rentas de tabaco, aguardiente, alcabalas y demás que hasta aquí han estado sujetas a la práctica, estilo y a los abusos introducidos. Para esto, como para que circulen con más perfección y prontitud las reales determinaciones que su naturaleza lo pida, como las gubernativas, es evidente la necesidad de que se provea a esta capital de imprenta, y por lo mismo juzgo adaptable el pensamiento y medio que me ha propuesto el fiscal de esta Audiencia por la adjunta carta que paso a manos de Vuestra Señoría Ilustrísima con el fin de que, si fuere del agrado de Vuestra Señoría Ilustrísima, mande remitir lo que juzgue necesario.

Dios guarde a Vuestra Señoría Ilustrísima muchos años, como deseo. Santa Fe, 15 de Enero de 1777.- Ilustrísimo Señor, besa la mano de Vuestra Señoría Ilustrísima su más atento seguro servidor.- Manuel Antonio Flores.

Ilustrísimo señor don Josef de Gálvez.

Excelentísimo señor: -Después del más prolijo trabajo se ha logrado beneficiar al público de esta capital proveyéndole de una biblioteca, donde podrán satisfacerse los literatos que por falta de buenos libros no pocas veces privan al común de los sazonados frutos de sus tareas; pero todavía resta, para llenar los deseos de los amantes de las letras, que se facilite una imprenta y algunos instrumentos que son indispensables para perfeccionar las   —250→   observaciones, demostrar las verdades y enriquecer al público con sus producciones.

El celo de vuestra excelencia ha dispuesto se traslade de Cartagena a esta capital un impresor que allí existe, con la poca letra que tiene, pero ésta, fuera de ser muy escasa, es igualmente gastada y defectuosa, que limitadamente puede sufragar para papeles sueltos.

Aunque se creyó que en Quito pudieran permanecer algunos instrumentos de los muchos que se condujeron para la expedición relativa a observar la figura de la tierra, se respondió a vuestra excelencia cuando los solicité, que ningunos existían, y en estas circunstancias, por satisfacer a las obligaciones de fiscal, a la de director real de los estudios y a los impulsos de mi anhelo por el fomento de la educación literaria en este reino, no omito proponer a vuestra excelencia que, como asunto tan importante al real servicio y tan glorioso a la nación, se sirva informar a Su Majestad, por medio del Ilustrísimo señor don Josef de Gálvez, esta necesidad, pidiéndole se digne remediarla en alivio de sus fieles vasallos, disponiendo que de las diferentes imprentas que en aquellos reinos tenía la Religión extinguida, se digne destinar alguna, aunque no sea del todo completa, para que, trasladada a esta capital, sirva en ella al común de todo el reino, no sólo de incentivo a los doctos, sino también de facilitar las órdenes circulares de gobierno y asientos públicos, que deben ser trascendentales a todas las provincias y a los demás frecuentes destinos de piedad y políticos a que en todo el orbe civilizado contribuye el útil uso de la imprenta; y que, en igual conformidad, de los multiplicados instrumentos que Su Majestad tiene en Cádiz, donde, por su abundancia, ninguna falta harían los que puedan destinarse, para que, conforme al método de las nuevas enseñanzas, se instruya la juventud de este reino, se remitan los que parezcan más oportunos al intento, de que resultarán notorias ventajas en los progresos literarios, a que, como verdadero padre, propende el Rey, nuestro señor, y el amor del presente feliz Gobierno a las letras.

Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Santa Fe, 4 de Enero de 1777.- Excelentísimo señor, besa la mano de vuestra excelencia su atento y rendido servidor.- Francisco Antonio Moreno.

Excelentísimo señor don Manuel de Flores.

Es copia del original que por principal se remitió.- Flores.- (Hay una rúbrica).


(Archivo de Indias, 116-7-11).                





Número 756.- Excelentísimo señor.- Muy señor mío: -En 15 de enero del año antecedente, y con el número 269, noticié a vuestra excelencia que para contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino, había hecho se trasladara a esta capital un impresor que estaba en Cartagena

Para lograrlo fue necesario auxiliarle en el transporte y habilitación de viaje, tomando el arbitrio de solicitarle algún dinero por medio de un donativo voluntario a que contribuyeron con las cantidades que explica, las personas que constan en la adjunta lista, que denota asimismo su inversión. Y aunque tal vez se echarán menos en ella los ministros de esta Real Audiencia y Tribunal de Cuentas, de los que algunos produjeron, invitados, generosas ofertas, de cuyo cumplimiento se retrajeron después; no sé a qué atribuir su falta de concurrencia, cuando esperaba que, como principalmente interesados por varios respetos privados y comunes fueran los   —251→   primeros que, a imitación del Regente y del Fiscal del crimen, excitaran los ánimos de otros con sus ejemplos.

El que ha producido de utilidad pública mi pensamiento, se está experimentando con sólo el hecho de haber ya conseguido que se haya firmado e impreso un Almanaque, con que no sólo en esta capital, sino en la mayor parte de los lugares de este reino, puedan todos saber los días que son de fiesta, con obligación sola de misa, o de no poder trabajar, las vigilias y abstinencias, los días en que viven y las demás noticias que son consiguientes308 y de que antes carecían, con falta de habilidad y aún de cumplimiento de muchas obligaciones que exige la religión y la cristiana disciplina.

Y a él se ha añadido, como prueba, que el Regente se ha valido del mismo medio para tirar los ejemplares de su edicto de visita, que habrían sido más trabajosos y menos claros y perceptibles del común de las gentes, siendo manuscritos, a más de ser innegable que no sólo facilita la expedición de las providencias de semejante clase, sino que proporciona, en la publicación de las producciones útiles, la emulación al trabajo y al aplicado estudio.

No he merecido hasta ahora contestación a la citada carta, y, como consiguiente a lo que me propuso el fiscal del crimen don Francisco Moreno, como director de estudios, en representación que original incluí en aquélla, vivía persuadido a que Su Majestad, movido del influjo de vuestra excelencia y hecho cargo de los fines a que se dirigían mis anhelos, hubiese providenciado a beneficio de la ilustración de los vasallos de este reino el envío de alguna porción de letra de la que en ésos tenía o tendría la Religión extinguida de la Compañía; mas, habiendo llegado el caso de que haga falta, porque la que tiene el impresor es muy poca y demasiado gastada, me hallo precisado a recordar a vuestra excelencia este asunto, que acaso los vastos, preferentes cuidados que le rodean, habrán impedido a vuestra excelencia tener presente, no dudando que si vuestra excelencia lo apoya, será efectivo, y que sucederá lo mismo con los instrumentos pedidos de Cádiz para la Biblioteca Pública que insinuó el fiscal en la que original incluí en mi citada carta número 256.

Dios guarde a vuestra excelencia muchos años, como deseo. Santa Fe, 15 de Mayo de 1778. Excelentísimo Señor, besa la mano de vuestra excelencia su más atento y seguro servidor.- Manuel Antonio Flores.- (Con su rúbrica).

Excelentísimo señor don Josef de Gálvez.


(Archivo de Indias, 117-6-5).                








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ArribaAbajoLa Imprenta en Ambato

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No se sabe hasta ahora a punto fijo cuándo se introdujo la imprenta en Ambato. De lo que no puede dudarse es de que los jesuitas la tenían establecida allí en 1755, y aún con alguna anterioridad, ya que se citan producciones de aquel taller, de 1754.

«La impresión de los catálogos latinos relativos al estado de la Provincia quitense de la Compañía de Jesús, era privada y tan sólo para el uso de los Colegios que tenían los jesuitas. La imprenta misma que los padres establecieron en Ambato, era doméstica, y estaba destinada, por lo general, a la impresión de libros y cuadernos pequeños, de esos que los mismos religiosos habían menester: no era, pues, una imprenta pública, fundada para dar a luz en ella toda clase de escritos, sino una imprenta privada»309.



El regente, y quizás el único tipógrafo de aquella imprenta, sábese que fue el hermano coadjutor Adán Schwartz, alemán, nacido en 1730310.

El último impreso salido del taller de los jesuitas de Ambato que se conoce, es de 1759, pues si bien existe alguno de 1762 que está datado en aquella ciudad, hay motivos para creer, según se verá más adelante, que se trata, en ese caso, de una impresión apócrifa.

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¿Hasta cuándo, pues, estuvo en funciones aquel taller? El señor González Suárez, nuestro amigo muy apreciado, cree que siguió allí hasta después de 1760311. Y a esta creencia parece que concurriese el dato que apunta Anrique de haber hallado en el inventario que se hizo al tiempo del extrañamiento, la nota de que entre los bienes de los expulsos de aquella ciudad se cuenta «una pequeña imprenta y sus enseres»312.

Mientras tanto, como lo reconoce el señor González Suárez, un año después, esto es, en 1760, «los jesuitas tenían establecida en Quito una nueva imprenta, cuyo tipógrafo era el mismo Adán Schwartz que dirigía la imprenta de Ambato»313. Y luego, al cotejar la parte material de la primera producción de la prensa de Quito (1760) con las anteriores de Ambato, considera que «es idéntica a la de esta última», y aún añade que «el impresor era también el mismo hermano Adán Schwartz».314

Estas circunstancias todas concordantes en cuanto a la fecha y a las condiciones tipográficas y al impresor mismo, nos inducen, creemos que con fundamento, a pensar que el taller de Ambato, al menos en su parte principal y utilizable, ha debido ser trasladado por los jesuitas desde allí a Quito en 1760. Si no existiera la partida del inventario a que alude Anrique, sostendríamos, desde luego y sin vacilación, la afirmativa. ¿Era natural, era posible, mejor dicho, que los jesuitas sostuvieran, dadas las escasísimas ocasiones en que podía ocurrirse a la imprenta en aquellos años y en aquellos sitios, dos talleres tan cercanos uno de otro? ¿Los impresos mismos salidos de Ambato no están manifestando a las claras que lo más importante que aquella prensa produjo fueron obras llevadas de Quito? ¿No era, pues, lógico, conveniente y aún necesario trasladar la prensa y el único tipógrafo que la manejaba a la capital del país, centro literario donde la propia Orden tenía un Colegio de importancia y donde sus miembros eran catedráticos universitarios? Habiendo ya imprenta en Quito en 1760, ¿para qué iba a servir en adelante la de Ambato? ¿Quién habría podido tener ésta a su cargo, cuando sabemos que el tipógrafo que la manejaba había sido llevado a la capital?

Así, pues, todo induce a creer que la imprenta de Ambato fue trasladada en 1760 a Quito, y que allí quedaron, cuando más, algunos materiales de poca importancia, que dieron después margen a la anotación del inventario a que se refiere Anrique.



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ArribaAbajoLa Imprenta en Quito

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Un vecino de Quito, llamado Alejandro Coronado, presentó al Consejo de Indias, por medio de apoderado, en 1741, una solicitud para establecer imprenta en aquella ciudad, donde hasta entonces no la había, sin embargo de tener, según expresaba, «muchos sujetos de letras y de sublime ingenio». El suplicante, que sin duda sospechaba que pudieran ponérsele obstáculos en América para fundar el taller que proyectaba, pretendía, en realidad, que se le extendiese por el Consejo un certificado en que se declarase que podía hacerlo sin inconveniente, en vista de no estar prohibido por las leyes el establecimiento de imprentas.

Conforme a los acostumbrado, se dio vista de la solicitud al fiscal, quien, al paso que recordó que acababa de denegarse a los jesuitas permiso para plantificar imprenta en uno o dos colegios del virreinato de Santafé, por causas que no le tocaba a él indagar, opinó por que se diese a Coronado la certificación que pedía, por supuesto, precediendo, cuando llegase el caso de publicar algo, las licencias y aprobaciones prescritas por las leyes.

El Consejo no estimó bastante el parecer de su fiscal, y quiso oír, antes de otorgar el certificado y permiso que se solicitaba, la opinión de un hombre muy conocedor de los asuntos de América y que se hallaba entonces en Madrid, después de haber desempeñado durante varios años el gobierno de la provincia para la cual se destinaba la imprenta. Ese hombre era don Dionisio de Alcedo.

Pintó éste con caracteres los más verídicos la situación en que se hallaba Quito, capital de una vastísima provincia, con motivo de carecer de una imprenta; dijo que la Universidad y Colegio de los jesuitas, poblados de estudiantes y catedráticos distinguidos, después de leer los cursos de facultades mayores, perdían en seguida su trabajo por falta de imprenta;   —260→   que las órdenes circulares del Gobierno se repartían tarde y a mucho costo; que los litigantes, allí donde había Audiencia, carecían, por eso, de los medios de presentar impresos los informes de sus letrados; y que, aún en los actos ordinarios de la vida social, los particulares se veían obligados a repartir de mano sus esquelas y convites, a costa de mucho trabajo y gasto; para cuyo remedio, en ciertos casos, como para el reparto de las cédulas de comunión, se ocurría a un molde de madera, y las novenas y libros de devoción se enviaban a Lima para ser impresas allí a crecido precio por causa del transporte, y con la pérdida de tiempo consiguiente.

«Todo lo cual, concluía Alcedo, tengo visto, reconocido y experimentado; y con este conocimiento, siento que el dicho Alejandro Coronado hace un utilísimo servicio a toda la provincia de Quito en el beneficio de querer llevar la imprenta, y que por él, no sólo es digno de la licencia que pide, sino de que se le den gracias y todo el fomento que pidiere y necesitare para la facilidad y comodidad del transporte».



Unos cuantos días después el Consejo concedía a Coronado la licencia que solicitaba y ordenaba extenderle el correspondiente despacho.

Asaltó entonces a Coronado la duda del fin que pudieran tener sus diligencias y gastos en caso de que falleciese, y al intento de quedar a salvo de las contingencias del porvenir, pidió la declaración de que el permiso que le había sido otorgado se entendiese, que debía comprender también a sus herederos; y, después de oído el fiscal, resolvió el Consejo que sólo en caso de que Coronado muriese antes de establecer su proyectada imprenta, pudiese hacerlo alguno de sus hijos.

Tal es la historia de ese primer intento para fundar una imprenta en Quito. Por circunstancias que desconocemos, Coronado no pudo al fin realizar su proyecto, y hubieron de transcurrir todavía cerca de veinte años antes de que fuera una realidad.

En efecto, los jesuitas, que habían montado un pequeño taller tipográfico en Ambato, resolvieron, a fines de 1759 o principios del año siguiente, trasladarlo a la capital, conduciendo allí, junto con los útiles, al hermano coadjutor Adán Schwartz, joven alemán que hasta entonces lo había dirigido315.

Así, en los comienzos de 1760, probablemente en el mes de abril, salió a luz el primer impreso quiteño.

Tuvieron los jesuitas su taller en el Colegio de San Luis y allí quedó al tiempo de su expulsión en 1767, para pasar a ser, en virtud del decreto de extrañamiento, como todos los demás bienes de la Orden, de propiedad del Rey.

En ese mismo año aún pudo utilizarse el taller, pero en los inmediatos siguientes estuvo, al parecer, clausurado, porque el hecho es que hasta   —261→   1773 no se conoce impreso alguno salido de la prensa quiteña. Inventariado, sin duda, como los demás bienes de las temporalidades, no dio señales de vida sino en el año que indicamos, en el que, según es de presumirlo, fue vendido o entregado bajo condiciones que no conocemos, a Raimundo de Salazar y Ramos316.

Nada se sabe acerca de la persona de ese nuevo impresor, a no ser que continuó en su ejercicio hasta mayo de 1792. Desde esos días desaparece su nombre, y junto con él toda muestra del arte tipográfico quiteño. Es necesario llegar a 1798, para ver figurar, en un solo caso, el de José Mauricio de los Reyes. El misterio más completo rodea aún la historia tipográfica de Quito durante ese período, y sólo en el año de 1818 salen a la luz pública unas cuantas muestras del arte de imprimir en la capital del Ecuador publicadas acaso con los restos de los materiales que a mediados del siglo XVIII habían llevado los jesuitas a su Colegio de Ambato317.

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ArribaAbajoDocumentos

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Señor.- Alejandro Coronado, vecino de la ciudad de Quito, con la mayor veneración, expone a Vuestra Majestad cómo cuasi en todas las provincias de las Indias hay imprenta y sólo en Quito no la hay, sin embargo de tener muchos sujetos de letras y de sublime ingenio. Y por esta razón quiere el suplicante establecer en dicha provincia una para que no se le pueda poner obstáculo ni embarazo alguno para ello, mediante no haber ley prohibitiva de llevar y planificar imprentas; por tanto, a Vuestra Majestad suplica le digne darle una certificación de no ser prohibido por Vuestra Majestad el establecimiento de imprentas, en cuya virtud puede ejecutarlo el suplicante: merced que espera de la benigna justificación de Vuestra Majestad.- Don Josef Real.-(En virtud de poder).

Consejo, 18 de agosto de 1741.- Pase al señor fiscal con el antecedente o antecedentes. (Rubricado).

El fiscal, en vista de este memorial de Alejandro Coronado, vecino de la ciudad de Quito, en que expone que habiendo en casi todas las provincias de Indias imprentas para libros, sólo no la hay en dicha ciudad, sin embargo de tener muchos sujetos literatos y de sublime ingenio; y pide que para que no se le ponga embarazo en la que quiere establecer, se le mande dar una certificación de no estar prohibido el establecimiento de imprentas, en cuya virtud pueda ejecutarlo. Visto también el antecedente que se ha puesto, en que por acuerdo de 16 de febrero de este año, se denegó al padre Diego Terreros, de la Compañía de Jesús y procurador de la Provincia del Nuevo Reino de Granada, la licencia que pidió para establecer en uno o dos Colegios de aquella Provincia imprenta de libros, dice: que no se encuentra ley prohibitiva de semejante facultad, antes bien, por las del título 24, Libro I de la Recopilación de Indias, y especialmente por la última, se supone la concedida para el establecimiento de dichas imprentas, en cuya atención, y en la de que para la denegación de la que se solicitó por dicho padre Terreros pudieron influir otros especiales motivos que son reservados a la superior comprehensión del Consejo, le parece que se podrá dar a esta parte la certificación que pide o el despacho que corresponda inserto en ella, con la precisa calidad de que, en caso de   —266→   establecer imprenta, se haya de arreglar a lo dispuesto por leyes y cédulas, precediendo las licencias y aprobaciones necesarias antes de imprimir o reimprimir cualquiera libro, y entregando en la Audiencia, según dispone dicha ley última, título 24, libro I, veinte de cada género para remitirlos al Consejo, quien sobre todo resolverá.- Madrid y agosto 30 de 1741.- (Hay una rúbrica).

Consejo, 2 de septiembre de 1741.- Pídase informe a don Dionisio de Alcedo.- (Rubricado).

Muy señor mío: -En cumplimiento de lo acordado por el Consejo que informe sobre la licencia que pide Alejandro Coronado para poder llevar imprenta a la provincia de Quito, debo decir a Vuestra Señoría que, además de no haber constitución que lo prohíba, resultan muy útiles efectos a las provincias donde se conduce, como lo tengo experimentado en las que se han llevado en diferentes tiempos a aquellos reinos: las dos a El Cuzco, una a Santiago de Chile, otra a Charcas, dos a Santa Fe y tres a Lima, la última el año de 1711 por el doctor don Josef Meléndez, prebendado de aquella santa Iglesia Metropolitana, con la circunstancia de haber conducido las matrices de bronce para renovar los moldes de plomo; y que, siendo Quito capital de una provincia que comprehende nueve corregimientos en su jurisdicción, distante 404 leguas de la Ciudad de los Reyes y 388 de la de Santa Fe, con asiento de Audiencia, cabeza de gobierno y obispado, de los seis principales que componen el vasto repartimiento de la América Meridional, con una Universidad dependiente de la Religión de Santo Domingo, y un Colegio mayor, sujeto a la enseñanza de los padres de la Compañía de Jesús, con copioso número de estudiantes y sujetos aprovechados en las facultades de Filosofía y Teología y Jurisprudencia, de los cuales ha habido y hay muchos en las Iglesias y en los tribunales, y que todos los 94 curatos del obispado, que pertenecen a los clérigos, están servidos de sujetos patrimoniales, sin las 103 doctrinas que pertenecen a los regulares; se ha mantenido hasta ahora aquella ciudad y sus partidos adyacentes sin la conveniencia de imprenta, por omisión y desidia notable de los muchos que han venido de aquella provincia a estos reinos, aún con el loable ejemplo de las otras, siguiéndose de aquí la pérdida de muchos cursos de las facultades mayores leídos con aplausos de sus catedráticos y maestros, perdidos y olvidados por la falta de imprenta, que fueran de utilísimo aprovechamiento a los estudiantes y de mucho alivio a los sucesores en las cátedras. Que también hace notable falta al expediente de las órdenes circulares que se comunican a los demás partidos por gobierno o providencia extraordinaria, porque con la necesidad de trasumptarlos de pluma se hacen más dilatados, con pérdida del tiempo y costosa impensa y compensación de los amanuenses; y que lo mismo padecen los particulares litigantes en la Audiencia y demás tribunales cuando necesitan repartir informes de derecho en sus causas a los ministros que han de juzgarlas con la precisión de ceñirlos, costear oficiales de pluma, y tal vez perder tiempo entre las relaciones de los procesos y las determinaciones, para acabarlos y instruir el ánimo y concepto de los jueces: y, finalmente, que por la misma falta padece el público en la armonía civil de la urbanidad y la comunicación el defecto de que para los convites y concurrencias de las fiestas del culto, entierros y funerarias, avisa por papeles manuscritos, a costa de mucho trabajo y gasto; sobre todo, el que hasta las cédulas de comunión que se reparten al tiempo de cumplir con el precepto anual de la Iglesia, se suplen de humo o de un molde de palo, por defecto de letra y dificultad de escribir tantas como es el número de los comulgantes, como   —267→   lo reconocerá Vuestra Señoría por los ejemplares que le pongo al margen, y que cuando son obras que permiten otros plazos, como devocionarios, libros de novenas y otras semejantes, que acuden los dueños a Lima, sale a mucha costa la impresión y el transporte.

Todo lo cual tengo visto, reconocido y experimentado; y con este conocimiento, siento que el dicho Alejandro Coronado hace un utilísimo servicio a toda la provincia de Quito en el beneficio de querer llevar la imprenta, y que por él, no sólo es digno de la licencia que pide, sino de que se le den gracias y todo el fomento que pidiere y necesitare para la facilidad y comodidad del transporte.

Que es cuanto en la materia puedo hacer presente a Vuestra Señoría para que se sirva hacerlo al Consejo, y mi rendimiento y resignada obediencia a sus órdenes y a las de Vuestra Señoría, cuya vida pido a Nuestro Señor guarde muchos años.

Madrid y septiembre 6 de 1741.- Besa la mano de Vuestra Señoría su mayor servidor.- Dionisio de Alcedo y Herrera.- (Hay una rúbrica).- Señor don Miguel de Villanueva.

Consejo, 11 de septiembre de 1741.- Concédase la licencia que pide y désele el despacho correspondiente, como dice el señor fiscal.- (Rubricada).

Alejandro Coronado, vecino de la ciudad de San Francisco de Quito, reino del Perú, a los reales pies de Vuestra Majestad, dice: se ha servido concederle licencia para poder conducir a la dicha ciudad y provincia una imprenta y ponerla en ella, y respecto de que es muy costosa su condución y tiene mucha contingencia, así para su extravío y pérdida, como porque el suplicante, en el dilatado camino que tiene que hacer, puede padecer la falta de su vida, y para en parte remediar los contratiempos, suplica a Vuestra Majestad se sirva mandar que la licencia concedida para el fin expresado a favor del suplicante, sea y se entienda también para con sus herederos y subcesores, en que recibirá merced.- (Sin fecha ni firma).

Consejo, 18 de septiembre de 1741.- Véalo el señor fiscal.- (Rubricado).

El fiscal ha visto este memorial de Alejandro Coronado, en que pide que la licencia que le está concedida para poner imprenta en la ciudad de Quito, sea y se entienda para con sus herederos y subcesores en el caso de que por enfermedad, naufragio u otro accidente pierda la vida antes de llegar a dicha provincia de Quito. Vistos también los antecedentes de esta instancia, de que está hecho cargo en su respuesta de 30 de agosto próximo, en cuya vista y del informe que se pidió a don Dionisio de Alcedo, acordó el Consejo, en 11 del corriente, conceder a esta parte la licencia que refiere, dice: que no encuentra inconveniente, antes sí, le parece muy conforme a derecho la declaración que ahora pide, bien que deberá ser y entenderse sin que sirva de impedimento a otro cualquiera para establecer semejantes imprentas, como cosa que no está prohibida por las leyes, según tiene expuesto en su citada respuesta: el Consejo resolverá.

Madrid y septiembre veinte y seis de mil setecientos cuarenta y uno.- (Hay una rúbrica).

Consejo, 28 de Septiembre de 1741.-Esta parte use de la licencia que el Consejo le ha concedido, y sólo en caso de no verificarse en él este permiso, por morirse antes, pueda plantificar la imprenta uno de sus hijos o herederos.- (Rubricado).- Fecho.


(Archivo de Indias, 77-3-5).                


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Señor:-En los galeones que salieron de España el año de seiscientos ochenta y cuatro, vino embarcado el padre Samuel Frits, de la Compañía de Jesús, natural de Bohemia, para las misiones de la provincia de Quito, y sus superiores le enviaron a las que tiene su Religión en el Río Grande del Marañón o de las Amazonas, quien al presente se halla en esta ciudad, y me ha informado que desde aquel paraje, buscando remedio para una enfermedad que padecía, hizo viaje en una canoa hasta llegar a una población y puerto que tienen portugueses en la boca de este río, que sale al Mar del Norte, llamado el Gran Pará, jurisdicción de aquel reino, donde refiere le trataron con caridad, y que al tiempo de venirse le dio su gobernador actual, Antonio de Albuquerque Coello de Carvallo, la carta que original acompaño a ésta, para el Presidente de la Audiencia de Quito, por la cual mandará Vuestra Majestad reconocer el buen trato que les debió y las órdenes que dio su Rey, extrañando que su antecesor no le dejase volver a la asistencia de su misión luego que convaleció; y para que Vuestra Majestad tenga noticia de las distancias que hay desde el paraje donde ejercitaba este padre sus misiones hasta dicho puerto, remito los papeles originales que al tiempo de este despacho de pliegos que se hace para que vaya en los navíos de Buenos Aires me ha entregado, y un mapa que ha delineado por las observaciones que hizo en su viaje del curso casi de todo el río y de sus márgenes. Y aunque está muy satisfecho de lo bien delineado de él, porque da a entender ha visto todo lo dibujado, le he insinuado no ser tan fácil registrase las distancias que de una y otra parte del río describe, poniendo con tanta especialidad los nombres de las naciones de indios. Y aunque ha procurado satisfacer mi duda, confieso que no lo ha conseguido, y quedo inclinado a que más es satisfacción propia que realidad la mayor parte de lo pintado en el mapa y escrito en el memorial que me ha dado; pero, no obstante, lo pongo todo en las reales manos de Vuestra Majestad para que se vea en el Consejo y en la real consideración de Vuestra Majestad que por lo retirado y desierto de aquellas tierras, inhabitables de castellanos y portugueses, y ser los de esta última nación muy pocos los que se introducen al rescate de indios infieles, no deben dar gran recelo en aquellos parajes tan remotos, ni de que en ellos se experimenten los inconvenientes que ha habido por Buenos Aires con la disputa de las demarcaciones de la línea imaginaria; demás de que, teniéndose a la mira lo que pudiese ocurrir en este caso, puede Vuestra Majestad y el Consejo quedar sin ningún cuidado, pues se aplicará, en cualquier acontecimiento, la providencia más necesaria, siendo la principal y aún la única, la de asistir y fomentar este religioso para la continuación de su instituto en la conversión de infieles, por ser los parajes tan poco apetecibles e inhabitables, que no ha podido dejar otro sujeto en su lugar, y hasta que él vuelva, no se podrá proseguir en tan loable ministerio.

Dios guarde la católica real persona de Vuestra Majestad, como la cristiandad ha menester.- Lima, catorce de septiembre de mil seiscientos noventa y dos.- El conde de la Monclova.- (Hay una rúbrica).

Excelentísimo señor: -Samuel Frits, sacerdote profesor de la Compañía de Jesús, misionero del río Marañón o Amazonas, dice:

Que el descubrimiento deste gran río de Amazonas, hecho el año de mil seiscientos y treinta y nueve por orden de la Majestad Católica de Felipe IV, que está en gloria, por la comisión dada al padre Cristóbal de Acuña, de la Compañía nuestra, de tal suerte se embarazó, que, pasado ya más de cincuenta años, no se ha hecho operación ninguna, o para ganar y asegurar   —269→   las posesiones deste gran río, o para conquistar las naciones que habitan sus tierras y reducirlas a nuestra santa fe.

Yo, por el derecho que adquirió de tantos años la Compañía de Jesús en la conquista de los gentiles deste río de Amazonas, fui enviado el año de mil seiscientos ochenta y seis, por orden de mis superiores a la provincia de Omaguas a doctrinar y reducirlos a la fe católica. Treinta y ocho aldeas son, entre pequeñas y mayores, situadas en islas de Amazonas, las cuales todas, con otras muchas aldeas de diferentes naciones, recibieron, con grande consuelo mío, el Evangelio de Jesucristo sin alzamiento ni contradicción alguna.

Pero como las conquistas espirituales están vinculadas con las posesiones temporales, por no haber hasta ahora, de parte de la Corona de España, asegurado las posesiones temporales de este río de Amazonas, me hallo agora en la conquista espiritual, por lo que pretenden deste río, totalmente atajado de los portugueses del Gran Pará, en lo cual, por no hacer cosa fuera de mi instituto, no me entrometo; sólo represento a vuestra excelencia lo que pasó conmigo sobre este punto, y es lo que sigue:

El año de mil seiscientos ochenta y nueve, estando yo misionando en el pueblo de Nuestra Señora de las Nieves, de los yurimavas, adonde Dios me visitó con gravísimos achaques, supe de unos indios ibanomas, que habían venido de abajo a verme y pedirme bajase también a su aldea, cómo ya habían subido los portugueses más arriba del Río Negro; viéndome yo destituido de todo auxilio humano, y, por mis achaques, imposibilitado de ir río arriba, cuando para encontrar con el primer padre era menester más de dos meses y la creciente grande había llevado todos los víveres, me llevó el cacique río abajo a encontrar con los portugueses en busca de algún remedio; me despachó el cabo de la tropa en su canoa a la ciudad de Pará, ya tan destituido de fuerzas, que aún no podía tenerme en pie, porque, fuera de otras enfermedades, la hidropesía me iba ocupando todo el cuerpo.

Causó esta mi bajada por todo el Sertán abajo, tanto alboroto, que se persuadían verían, no hombre deste, sino cosa del otro mundo, y entre los portugueses mucha novedad y cuestiones: las primeras salutaciones eran sobre las tierras de mi misión.

Pocos días después de mi llegada, hizo el gobernador Arcturo Sa de Meneses una junta, y con el oidor general Miguel Rosa, obligó al Padre Superior de las misiones, en el nombre del rey de Portugal, no me dejase volver hasta que viniese la respuesta de su Rey, porque decían que las tierras de mi misión tocaban a la conquista portuguesa, y en dicha forma informó al rey de Portugal. Yo, desde el principio de mi llegada, reclamé a este punto, que mi misión, adonde hasta ahora estuve misionando, fuera de toda controversia, estaba comprehendida en los límites de Castilla; pero dicho gobernador no dio otra respuesta al Padre Superior que decirle: «no hemos de creer al castellano». Atajado ya entonces en el camino para mi misión, quíseme embarcar para Lisboa, apelando a entrambas Majestades a dar cuenta de mí, para que en semejantes casos quedase en su inmunidad y libertad el Evangelio de Cristo; pero todas mis diligencias se malograron, y así, estuve detenido en Pará diez y ocho meses, sin haber podido ni volverme para mi misión ni embarcarme para Portugal.

En lo que se fundan los portugueses del Pará, es una cédula que llevó la tropa portuguesa de la Audiencia de Quito el año de mil seiscientos treinta y nueve, en la que se les concedió a los portugueses pudiesen tomar   —270→   posesión para la Corona de Portugal de una aldea adonde había encontrado unas orejeras de oro, y por esto la llaman Aldea de Oro, situada entonces sobre el río de Amazonas, en la banda del sur, en tierras altas, algo más arriba del río Cuchivara, y dicen que tomaron posesión, dejando allí por padrón un tronco grande.

Ese, pues, padrón, hace ahora todo el pleito; y como ya no hay ninguno que se acuerde del sitio adonde habían puesto dicho padrón, están en eso, que había sido más arriba de la provincia de Omaguas, y por eso hicieron el informe de haber yo misionado en tierras de su conquista. Sobre ese su fundamento, no queriendo ellos admitir demostración ninguna, escribí de Pará al Embajador ordinario de Castilla a la Corte de Lisboa y al padre Procurador General de Madrid, (no tuve noticias si llegaron a sus manos mis cartas) mostrando y disculpándome aún en eso, que la misión de Omaguas y adonde hasta ahora estuve misionando, estaba muy arriba de aquel padrón o lindero, y aunque le hubiera propasado, no hubiera hecho cosa en perjuicio de su conquista, por no haber sido aquella posesión confirmada por Su Majestad Felipe IV, porque tomaron dicha posesión el año de seiscientos treinta y nueve, cuando bajaron de Quito, y antes que llegase eso a las noticias del rey Felipe IV, ya a los principios del año de seiscientos cuarenta se habían apartado de la Corona de Castilla, y así, la tal posesión quedaba, sin controversia, inválida y nula.

Esto es lo que pasó conmigo en Gran Pará. Al cabo de diez y ocho meses vino la respuesta de Lisboa sobre el informe del dicho Gobernador, en la cual explicó el rey de Portugal su sentimiento sobre la acción del Gobernador de haberme allí detenido, de suerte que dice en su carta dada al nuevo gobernador Antonio de Alburquerque: «supuesto que vuestro antecesor no hubiera acabado, bastara sólo esa acción a quitarle el gobierno, por la buena correspondencia que tenemos con Su Majestad Católica, siendo dicho padre (hablando de mí) su vasallo, y más, siendo padre de la Compañía de Jesús». Por lo cual, mandó a este Gobernador me repusiese luego, con gastos de su hacienda, hasta Quito. Yo, por no alborotar todo el Sertón, me quise volver solo, pero el Gobernador, para cumplir el mandado del Rey, me dio un cabo con siete soldados y un cirujano, y porque todo lo hallamos después muy alborotado por haber venido portugueses conmigo, las más aldeas dejadas, la gente toda huida, no admití que me acompañase más que hasta los Yurimavas.

Y aunque habían avisado a su Rey, con informes, sobre las tierras de mi misión, con todo, en esa mesma carta no determinó nada en particular el Rey: sólo dijo al Gobernador me avisase, como aconsejándome, no entrase a misionar en tierra de otra conquista, sin avisar primero a los reyes. De lo cual, antes de salir de Pará, di satisfacción al Gobernador, diciéndole que ya sobre ese punto había escrito a entrambas cortes, y que, sin perjuicio ninguno de la conquista portuguesa, proseguiría misionando donde hasta ahora había misionado, mientras no se señalasen los límites.

Con esa respuesta del rey de Portugal, tan benigna, salí de Pará, muy contento, a ocho de julio del año pasado, y llegué a la aldea de Nuestra Señora de las Nieves, de los yurimavas, a trece de octubre, juzgando estaba ya bastantemente asegurado de poder proseguir misionando sin pleito, cuando al tiempo de apartarse de mí el cabo con la tropa (no obstante el reparo del mesmo Rey en la suerte que mandó me aviase el Gobernador) protestó el cabo, según su regimiento que le había dado el Gobernador delante de mí, en el nombre del rey de Portugal, que aquellas tierras y la   —271→   provincia de Omagua, adonde estaba yo misionando, eran de la Corona de Portugal, y me avisó me retirase desas tierras.

Mas, habiéndose ya apartado de mí cuatro leguas río abajo, hizo el cabo un desmonte sobre el río Yurva, en tierra firme de la banda del sur, dejando allí por señal un árbol grande, y diciendo a los indios que estas eran tierras de los portugueses, que habían de venir a poblarse en aquel paraje.

Y esta es, señor excelentísimo, la causa porque me vi obligado a ponerme a los pies de vuestra excelencia y presentarle este memorial, suplicando en él a vuestra excelencia, con el rendimiento debido, se sirva de promover el pronto remedio despachando el informe al Rey, nuestro señor, para que, según hicieron sobre el caso de Buenos Aires, el año de seicientos ochenta y uno, con amigable composición se determine y señale también en este reino de Amazonas la línea de demarcación, antes que se experimenten, por parte de los portugueses de Pará, mayores inconvenientes, y quizá sin remedio.

Para cuyo conocimiento mejor y noticia universal deste gran río Marañón o Amazonas, hice esta mapa geográfica de la mayor parte de su carrera, que es por donde le navegué, con no poco trabajo y sudor; y aunque hasta ahora han salido tantas, sin perjuicio de nadie digo que ninguna dellas ha sido con la acuración debida, porque o no vieron este gran río, o las sacaron de autores que con sus escritos las dejaron confusas.

Yo, con este descubrimiento de todo ese río de Amazonas, que hice y saqué a luz, no me precio como de acciones de mi empeño, cuando se han visto en esta mesma empresa de la industria humana, o malogrados o estorbados, de suerte que ninguno ha podido conseguir sus intentos, sino lo publico como obra encaminada totalmente de la Providencia Divina, que aún para usar de mí como de instrumento, primero me quiso postrar con achaques mortales.

A mí me bastará, sobre mis desvelos en esa obra y fatigas de mis prolijas peregrinaciones, si con eso se abrieron los ojos a poner el remedio que deseo a los estorbos y a fomentar las misiones ya comenzadas, de que necesito, en ese campo abierto, y de tantas naciones, tan dilatadas, para reducirlas al rebaño de Jesucristo.


(Archivo de Indias, 70-3-22).