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Capítulo XII

Ilderedo obispo de Segovia. -Reyes de León y condes de Castilla. -Segovia cabeza de Extremadura. -España libre del Imperio.

     I. Sentido Abderramén, rey de Córdoba, de la pérdida de Madrid, juntó gentes de África y España, y año novecientos y treinta y cuatro con ejército innumerable acometió los reinos de Castilla y León, atemorizados con señales y prodigios del cielo y elementos. Salió a la defensa don Ramiro con poca gente y mucho valor, y en seis de agosto junto a Simancas trabaron la batalla en cuyo mayor conflicto aparecieron Santiago y San Millán peleando por los cristianos, que con tal favor cargaron sobre los enemigos matando tantos, que los prelados de Toledo y Tuy, dicen ochenta mil. Sobre si nuestro conde Fernán González con sus vasallos se halló en esta gran batalla o no, varían los escritores. El mismo conde en el voto de San Millán dice que no se halló en ella pero que huyendo el enemigo dio sobre él matando entre otros a su mayor Alfaqui y tomando entre muchos despojos el libro de su Alcorán; y en agradecimiento de esta victoria y favor, hizo el célebre voto de San Millán, ordenando que todos los pueblos de sus estados tributasen a su convento fundado en los montes de Oca, de los frutos de sus cosechas, bueyes, carneros, trigo, vino, lienzo, miel, cera, queso, o lo que rendían sus campañas. Este instrumento es el más importante y antiguo que gozamos para conocer los nombres de los pueblos que entonces conservaban población cristiana en Castilla y Vizcaya, pues todos se nombran en él. En nuestro obispado nombra a nuestra ciudad, a Sacramenia, Petraza, y Septempublica; y es la más antigua noticia que gozamos hasta ahora de Sagrameña y Pedraza, con estos nombres, y buena comprobación sobre las referidas, de que estaban pobladas de cristianos, contra lo que en nuestros tiempos se ha escritos inadvertidamente de que nuestra ciudad y su comarca estaba desierta por estos años. Siendo cierto que tenía obispos, aunque ignoramos sus nombres y continuación, por lo poco que entonces se escribía, pues consta del mismo voto que en los pueblos de Castilla, fuera de los ministros necesarios de la religión, no había más gente que soldados y labradores para defensa y sustento; gobierno con que se alcanzó la libertad de tal cautiverio. Si bien sabemos que por los años novecientos y cuarenta era obispo de nuestra ciudad Ilderedo, que, como tal, por estos años hizo donación a don Gonzalo, obispo de León, de una heredad sobre el río Aratoi. Cuya memoria y aniversarios permanecen hoy en aquella santa iglesia y sus archivos; y los refieren fray Atanasio de Lobera en su Historia de León y fray Alonso Vázquez en la de Zamora y de San Ildefonso.

     II. Murió el rey don Ramiro en León a cinco de enero del año novecientos y cincuenta, y fue sepultado en San Salvador. Este año, según refieren Morales y Argote de Molina, Gonzalo Fernández, hijo del conde Fernán González, pobló la villa de Riaza en este obispado, distante de nuestra ciudad doce leguas al norte. En el reino de León sucedió don Ordoño tercero, hijo de don Ramiro; al cual don Sancho su hermano inquietó con las fuerzas de Castilla y Navarra, sosegando las alteraciones la prudencia y valor de Ordoño, que previniendo guerra a los moros murió en Zamora año novecientos y cincuenta y cinco, según la opinión común hasta hoy, aunque fray Prudencio de Sandoval pretende averiguar por donaciones y privilegios de este rey, que vivió hasta diciembre de novecientos y cincuenta y nueve. Tan confusas están las noticias de aquel tiempo. Sucedió don Sancho primero, nombrado el gordo por serlo tanto que para curarse fue a Córdoba, celebrada entonces por sus filósofos y médicos árabes. En tanto leoneses y asturianos alzaron rey a Ordoño, nombrado el malo por sus costumbres. Ayudó esta acción nuestro conde, casando al pretenso rey con su hija doña Urraca, repudiada por Ordoño tercero. Restituido don Sancho a sanidad en Córdoba, pidió al rey le favoreciese en la restauración del reino como de la salud; y con gran ejército partió a León, de donde huyó Ordoño a Asturias y de allí a Castilla, donde el suegro le quitó la mujer, y desterrado murió entre moros.

     III. Convocó don Sancho Cortes a León, llamando a ellas al conde Fernán González, que mal seguro de lo pasado partió receloso. El leonés viéndose sano de la gordura, seguía mucho el campo y caza: y aficionado a un valiente caballo y a un azor que entre otros llevaba el conde, no habiendo querido recibirlos de gracia, se convinieron en precio y condición, que no pagándose el día aplazado se doblase cada día. Con que en breve creció a cantidad imposible de pagar. El conde amenazaba pagarse de su mano y con su espada; con que se convinieron en que Castilla quedase libre de la sujeción de León, y el leonés de la deuda. Este es el celebrado caso del caballo y el azor, que las corónicas dan por origen de la libertad de Castilla, y si otro hubo se ignora hasta hoy, siendo cierto que fue por este tiempo. Los reyes de León y Navarra procuraban destruir al castellano, que llamado a Navarra con nombre de bodas con la infanta doña Sancha, fue puesto en prisión. La infanta condolida de verle preso con engaño de su esposo, le dio libertad y mano: con que partiendo a Castilla encontraron el ejército castellano juramentado de no volver a la patria sin su señor, que acometido después del navarro le venció y prendió; mas la ilustre doña Sancha preciándose de tan buena hija como esposa, granjeó de su marido la libertad de su padre.

     IV. Don Sancho, inducido, según escriben, de su madre doña Teresa, hermana del rey de Navarra, llamando a Cortes al conde le prendió en León. La condesa con valeroso amor, fingiendo voto de visitar el templo de Santiago llegó a León, y recibida del rey su primo como era justo alcanzó permisión de ver en la prisión al conde su marido, que vestido de sus ropas fingiéndose la condesa salió de la prisión a un monte donde le esperaban gente y caballos, con que llegó a Castilla. La condesa avisó al rey como quedaba fiadora de su marido, ejecutase en ella el rigor pues eran una mesma vida. Mal pensado fuera no alabar tanto valor: así el leonés premiando la hazaña la remitió a su marido con debido aparato. Rebeláronse los gallegos y sosególos don Sancho, que murió con veneno que le dio el conde don Gonzalo, cabeza de los rebeldes año, según dicen, novecientos y sesenta y siete. Sucedió su hijo don Ramiro tercero, de cinco años; gobernando el reino su madre y tía por orden sin duda del difunto, aunque con gran mengua de la corona, que en tiempo tan revuelto necesitaba de gobierno varonil. El conde Fernán González murió en Burgos año novecientos y setenta en el mes de junio con muestras de santo y hazañas del capitán más valeroso en todas fortunas que gozaron las edades del mundo. Fue sepultado en el convento de San Pedro de Arlanza, fundación suya; sucediendo en el condado de Castilla don García Fernández, su hijo en sangre y valor, y mucho más en las adversidades de fortuna, pues habiendo paces entre los moros y reyes de León, toda la guerra cargaba sobre él y sus castellanos, esforzándola el conde don Vela de Náxara, que rebelde, vencido y fugitivo de su padre, incitaba a los cordobeses a la destruición de Castilla, donde entraron furiosos. Salió a la defensa el conde don García con el rey de Navarra, que vino en su ayuda, y vencidos los moros volvieron a Córdoba, donde juntó el poder de África y España, volvieron a Castilla, ganaron a Gormaz, Santisteban, Atienza y nuestra Sepúlveda año, según Morales y otros, novecientos y ochenta y cuatro.

     V. Ninguna noticia hay de que los moros llegasen a nuestra ciudad, que sin duda se conservaba en poder de cristianos. Los moros soberbios con estas vitorias faltaron, como siempre, a la paz asentada con León, conquistando a Simancas, Zamora y gran parte de Portugal y Galicia, sin bastar a defenderlo don Ramiro, que murió en León, según la opinión más recibida, año novecientos y ochenta y cinco por mayo, sucediendo don Bermudo nombrado gotoso, primo de su antecesor. Los tres reyes cristianos, leonés, navarro y castellano, tenían crueles discordias y guerras. Aprovechándose de ellas, Alhagib Mahomat, valiente caudillo de los moros, destruyó a León, de donde su rey había huido o Oviedo. Y avisado con tanta pérdida, procuró concordar con el rey de Navarra y conde de Castilla. Y acometidos del moro vencedor con ciento y setenta mil combatientes, le vencieron y ahuyentaron en la celebrada batalla de Calatañazor año novecientos y noventa y ocho; efecto grande de la concordia y no menor espanto de los moros, que con pérdida tal enfrenaron los perpetuos acometimientos. El siguiente año murió don Bermudo en Villanueva del Vierzo; y le sucedió su hijo don Alonso quinto, niño de cinco años, que en poder de Melendo González, conde de Galicia, y su mujer doña Mayor se criaba, causa de casarse después con doña Elvira, su hija.

     VI. En Castilla año de mil y tres se levantó una discordia entre nuestro conde don García y su hijo don Sancho de edad ya varonil; la ocasión se ignora. La discordia supieron los moros, y acometienlo a Castilla asolaron a Ávila, que comenzaba a repararse. Así lo escriben don Rodrigo y don Lucas a quien siguen nuestros escritores; mas la historia citada del conde Fernán González dice que la que se comenzaba a reparar era Sepúlveda, muchas veces destruida por los moros y también en esta ocasión. Parece esto más conforme a buena topografía historial; pues convienen todos en que de esta misma jornada destruyeron a San Esteban de Gormaz y a Clunia; pueblos más continuados con Sepúlveda que Ávila, distante muchas leguas de ásperas sierras y caminos, y que tenían en medio a nuestra ciudad y otros pueblos de población cristiana, como dejamos bien probado, según lo que permite la confusión de aquellos tiempos. Continuando la discordia entre el conde don García y su hijo, volvieron los moros a acometer año de mil y cinco. Salió a la resistencia el conde don García con sobrado valor y pocas fuerzas, por ser los enemigos tantos, que oprimido de la muchedumbre quedó vencido, preso y tan mal herido que murió en breves días. Algún golpe de esta guerra alcanzó a nuestra comarca, pues muchos siglos después, deshaciendo un pilar de la iglesia de Párraces, se halló en medio una caja de hierro con reliquias y un pergamínico que sólo contenía: necessitas fecit hoc anno millesimo sexto. Brevedad culpable, pues como se escribieron, y conservaron estas pocas letras, pudiera escribirse y conservarse noticia bastante del suceso.

     VII. Sucedió en el señorío de Castilla don Sancho, que solicitado de Zulema, moro africano, fue a ayudarle contra Hissen, rey de Córdoba, y Mahomad Almahad, su capitán. Venció Zulema por la ayuda de don Sancho y los suyos; levantándose de aquí tanta discordia entre los moros de España, que divididos perecieron. Volvió don Sancho con sus castellanos victorioso y rico, y sobre todo instruido en la milicia de sus enemigos, ventaja grande. Pretendió Zulema segunda vez su ayuda. Súpolo Hissen, y porque no ayudase a su enemigo, restituyó los pueblos perdidos en las refriegas pasadas al conde; al cual por estos días año de mil y trece nació un hijo que nombró García, en memoria de su abuelo. Y aprovechando las discordias enemigas, entró con castellanos y leoneses por el reino de Toledo, talando las campañas hasta dar vista a Córdoba. Los pueblos amedrentados compraron la paz con dádivas y tributos, con que el conde volvió victorioso y temido. Reparó nuestra villa de Sepúlveda, dándola el celebrado fuero que hoy conserva, y las villas de Peñafiel, Maderuelo, Montejo, como escriben la general historia y otros, siendo esta la más antigua noticia que hasta hoy se halla de Peñafiel y Maderuelo con estos nombres; que a Montejo le dejamos señalado por límite del obispado. Entre tantos buenos sucesos sobrevino al conde uno muy adverso, que mal aficionada su madre doña Oña de un rey o capitán moro, trataba en secreto casarse matando con veneno al conde su hijo, que avisado la forzó a tomar el mismo veneno que contra él conficionaba, con que murió al instante. Hizo sepultarla en un suntuoso monasterio que al presente edificaba con título de San Salvador, nombrándole de Oña en memoria de su madre.

     VIII. Don Alonso rey de León, ya cuidadoso del gobierno, reparó la ciudad de León celebrando en ella año mil y veinte, día primero de agosto, concilio y Cortes, que aún en aquel tiempo todo era uno, asistiendo prelados y ricos hombres como en los toledanos. Tenemos este concilio manuscrito en pergamino y letra muy antigua, del cual se comprueba que se celebró año y día referido, como escribe don Lucas de Tuy y nuestros modernos, muy conforme a la cronología historial, y edad del rey don Alonso, y no año mil y doce como le ponen Baronio y Binio. Deseoso Alfonso de ensanchar su reino, entrando por Portugal puso cerco a Viseo, donde fue muerto de un saetazo año mil y veinte y ocho, no habiendo muerto otro alguno de nuestros reyes en guerra contra moros. Fue traido a sepultar a León, sucediendo su hijo don Bermudo tercero, que casó con doña Teresa, como diremos, hija de nuestro conde don Sancho, que este mismo año murió y fue sepultado en su monasterio de San Salvador de Oña. Dejó tres hijas y un hijo: la mayor doña Nuña que otros nombran Elvira, mujer de don Sancho, rey de Navarra; la segunda doña Teresa, mujer de don Bermudo tercero de León; la tercera doña Tigrida, abadesa de San Salvador de Oña, que entonces era de monjas; el último fue don García, que como varón heredó el condado de catorce años, y tratado de casar con doña Sancha hermana de Bermudo, trocándose los hermanos, fue a León donde alevosamente fue muerto por don Rodrigo Vela y sus hermanos, hijos de don Vela de Naxara, año mil y veinte y nueve.

     IX. Sucedió en el condado de Castilla doña Nuña, su hermana mayor, casada como dijimos con don Sancho de Navarra, que en virtud de este decreto tomó posesión de Castilla, y con presteza vengó la muerte de su cuñado quitando la vida a cuantos concurrieron en su alevosa muerte, y dando guerra a Bermudo; conquistó muchos lugares entre los ríos Pisuerga y Cea del reino de León. Para sosegar esta guerra se efectuó casamiento de la infanta doña Sancha con don Fernando hijo segundo de don Sancho, dándole lo conquistado en el reino de León y la provincia que entonces se nombraba Extremadura, de dos palabras latinas Extrema Dorij; esto es, Extremos de Duero. Cuyos términos eran por la banda septentrional el mismo río Duero, desde su nacimiento junto a Agreda, hasta donde una legua más abajo de Tordesillas entra en él un pequeño río nombrado Hebán, donde hoy dividen términos León y Castilla, en cuyo reino se incorporó después nuestra Extremadura: siendo este riachuelo su término occidental, hasta que entra en el otro nombrado Regamón junto a Horcajo de las Torres, pueblo del obispado de Ávila, y por Flores de Ávila y Peñaranda de Bracamonte van los términos a un pueblo nombrado Hecha García, y de allí suben a Bonilla de la Sierra, cuyas cumbres volviendo al oriente por la Palomera, Guadarrama, Fuenfría, Somosierra, vuelven al mismo nacimiento de Duero habiendo hecho un triángulo de ciento y veinte y nueve leguas, poco más o menos, de rodeo, en que se incluía la provincia de la primitiva Extremadura, cuya cabeza y metrópoli era Segovia, como Burgos de Castilla; y así la pinta sobre su famosa Puente aunque imaginamos que esta cabeza y pintura tiene más antiguo principio como apuntamos tratando de la piedra de Pompeyo. Este nombre Extremadura significó sólo la nuestra, hasta que los reyes de León conquistaron otra Extremadura, que a diferencia de la nuestra nombraban Extremadura de León: que comenzando en Salamanca (cabeza de aquella Extremadura) pasaba a Ciudad Rodrigo, Coria, Cáceres, Trujillo, Mérida y Badajoz: y así desde el año mil y docientos y treinta que se unieron los reinos de Castilla y León, se nombran en sus historias dos Extremaduras.

     X. Murió don Sancho de Navarra año de mil y treinta y cinco, heredando Fernando enteramente a Castilla. De lo cual mal contento Bermudo, le rompió guerra. Convocó el castellano a García, su hermano mayor, rey de Navarra, que con ejército y persona vino ayudarle, y juntos en batalla mataron al leonés en Támara, como dicen su epitafio y don Lucas año de mil y treinta y siete por junio; y en veinte y tres de setiembre fue ungido rey de León, Asturias y Galicia, como marido de doña Sancha, heredera de estas coronas, por la muerte de su hermano Bermudo. Era Fernando príncipe excelente y con impulsos de aumentar la religión y la corona, publicó guerra a toda morisma: ganándoles el año siguiente mil y treinta y ocho, muchos pueblos en Portugal, y entre ellos a Viseo donde su suegro fue muerto y él justició al ballestero que le tiró el saetazo, y después restauró a San Esteban de Gormaz y otros pueblos. Y pasando los puertos, taló las campañas de Talamanca, Uceda, Guadalajara y Alcalá, obligando a Ali Maimon, rey de Toledo, a rendirle tributo; y religioso como valiente dispuso se celebrase concilio en Coyanca, hoy nombrada Valencia de Don Juan, año de mil y cincuenta; al cual concurrieron ocho obispos, (según un original que tenemos de este concilio de más de quinientos años), aunque Binio pone nueve, añadiendo a Gómez obispo de Viseo, que nombra Visocense.

     XI. De la gloria de tales acciones resultó a Fernando la invidia de su hermano don García de Navarra, que cauteloso intentó prender al castellano, trocándose la suerte, pues el navarro estuvo preso en Cea. Si bien suelto de la prisión rompieron guerra; y año mil y cincuenta y cinco, entre Ages y Atapuerca, pueblos a tres leguas de Burgos, primero día de setiembre, se dieron batalla en que fue muerto don García por mano, según dicen, de Sancho Fortunez su vasallo, a quien el rey había ofendido con su adúltera mujer. Con estas victorias y aumentos llegó Fernando a ser llamado emperador. De cuya fama sentido Enrique segundo, emperador de Alemania se quejó al papa Víctor segundo, también alemán, que este mismo año celebraba concilio en Florencia, donde pontífice y emperador asistían pidiendo no sólo que dejase de intitularse emperador, sino que también diese obediencia al Imperio. Intimóse la demanda al castellano, a quien muchos de sus principales vasallos aconsejaban que obedeciese al mandato y al tiempo, revuelto con tantos enemigos vecinos sin irritar los extraños y tan poderosos. Mas Rodrigo Díaz de Vivar, a quien después llamaron Cid Campeador, mancebo entonces de veinte y nueve años, contradijo con valor; y encargándose de la empresa con diez mil caballos y copia de peones marchó a Tolosa de Francia: resolución formidable a los alemanes, que enviaron comisarios que en tela de juicio determinaron en favor de España, siempre libre y restaurada con su propia sangre.

     XII. No excusamos aquí la prolijidad de advertir que refiriendo todos nuestros escritores este caso en esta conformidad, y confirmándole la libertad perpetua de nuestra España, César Baronio en sus Anales, y Severino Binio siguiéndole en su Colectánea de Concilios, escriben que la queja del emperador se dio en el concilio de Turs, y que el rey don Fernando se sujetó obedeciendo y que así lo escribe Mariana por autoridad de los antiguos. No sabemos qué excusa tengan escritores tan graves de cargar este engaño al doctísimo Mariana que en su historia latina dice: ab Imperio Germanico eximitur Hispania: y en la española. España quedó libre del imperio de Alemania: siendo el autor que con más claridad y juicio, como siempre, escribió este caso. Era Fernando tan religioso como esforzado. Cuando no destruía enemigos reparaba templos, procurando reliquias de santos para ilustrarlos. De Sevilla hizo traer año de mil y sesenta y tres el cuerpo del gran dotor de España San Isidoro, que colocó en el templo de San Juan Bautista de León, y después de Ávila (por estar hierma) los de San Vicente, y Santa Sabina, y Cristeta. En principio del año siguiente mil y sesenta y cuatro puso cerco a Coimbra, que duró siete meses; no siete años, como algunos han escrito,entrándola por julio del mismo año. El siguiente de sesenta y cinco se rebelaron los moros de Medina Celi, Toledo y Valencia. Rehusaba Fernando por su vejez salir en campaña. Incitábale la reina Doña Sancha a defender la fe y castigar los rebeldes: y porque con las guerras y fábricas estaba pobre, vendió la reina su recámara y joyas, con que salió el rey y los moros quedaron castigados y sujetos. Trabajado de esta y las demás empresas, y avisado por revelación de su gran patrón San Isidoro murió en veinte y siete de diciembre de este año mil y sesenta y cinco, y fue sepultado en el templo de San Isidoro, donde había trasladado los cuerpos de su padre y antecesores.

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