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Capítulo I

Tubal puebla a España. -Hércules funda a Segovia. -Hispán fabrica la puente.

     I. Después del general diluvio y perpetuo castigo de las gentes con la confusión de las lenguas en la torre de Babel, el patriarca Tubal, hijo quinto de Jafed, por mandado de su santo abuelo Noé, vino con las gentes de su lenguaje caldeo a poblar esta región occidental, que por serlo nombran los hebreos Sepharad; los caldeos, Spamia; los griegos, Hesperia, y los latinos Hispania, de donde hoy se nombra España; de cuya etimología los que más disputan, averiguan menos en tanta distancia de siglos y variedad de generaciones. Dícese que fundó Tubal al lado meridional del río, nombrado hoy Tajo, sobre el gran océano occidental, un pueblo que nombró Setubal, nombre (al parecer) compuesto en honor del santo Seth, su décimo abuelo, hijo de Adán y progenitor de Cristo: y en memoria de su propio nombre, continuando hasta hoy contra la fuerza de los siglos. De allí atravesando la provincia entre norte y oriente, en la ribera del río que se llamó Hibero, hoy Ebro, hizo otras fundaciones, cuya memoria y nombres ha confundido el tiempo. Y enseñados los descendientes pobladores en la religión, temor de Dios y gobierno político, murió en paz, sin saberse hasta hoy dónde ni qué provincia alguna del mundo conserve memoria o señal de su muerte o sepulcro, sin que desacredite esta constante tradición no hallarse los nombres de estos pueblos en escritores antiguos, pues ni lo escribieron todo ni gozamos todo lo que escribieron; y en apoyo nuestro, los árabes nombran hasta hoy a Tubal nuestro patriarca Semtofail.

     II. Sucedieron a este gran patriarca algunos reyes de su sangre, hasta que Grysaór-Geryon, extranjero con industria y valor, tiranizó la provincia, cuyos habitadores, olvidada la verdadera religión y gobierno, vivían como fieras, y como tales los trataba el tirano. Hasta que Osiris, nombrado en el texto sagrado del Génesis Misraim, hijo segundo de Can, y nieto de Noé, primer rey de Egipto que de su nombre entonces se nombraba Misraim, viniendo a España le venció y dio muerte en la batalla campal primera que refieren nuestras memorias, dada en los campos de Tarifa. Volvió Osiris a Egipto, dejando el reino de España a los tres Geryones, hijos del muerto: y tan conformes, que dieron ocasión a la fábula del Geryon con tres cabezas. Los cuales resentidos de la muerte de su padre trataron la de Osiris con Tyfon su hermano, que ambicioso y traidor la ejecutó.

     III. Supo el caso en la Citia (donde reinaba) Oron Libio, su hijo tercero, nombrado en el Génesis Laabim, bisnieto de Noé y sobrino segundo de Tubal. Al cual sus valientes hazañas dieron renombre de Hércules, nombre egipcio y misterioso que después usurparon muchos valientes capitanes de diversas naciones. Pero este gran egipcio es el Hércules, celebrado en las memorias y grandezas de España, y fundador de nuestra Segovia, como presto veremos. El cual sabiendo la muerte de su padre, llegó a Egipto: de donde, muerto su alevoso tío, dejando por virrey a Amasis, vino a España, y dando muerte a los tres hermanos, señoreó la provincia, reduciendo sus bárbaros habitadores a política urbanidad; y fundando muchas ciudades en sitios fuertes. Las principales fueron Cádiz, Sevilla, Toledo, Ávila y nuestra Segovia, cuyo sitio está casi en medio de España, en cuarenta y un grados y medio de elevación al norte, y trece de longitud al oriente, según el meridiano fijo de Tolomeo, aunque en éste hay mucha variedad. A la parte occidental de unas montañas, brazos de los Pirineos de Cantabria, que corriendo de norte a mediodía, fueron nombrados de los romanos montes Garpentanos, por dividir aquellos pueblos de los arevacos y de nuestros castellanos, hoy Sierras de la Fuenfría y Guadarrama, que dividen nuestra Castilla Vieja de la Nueva.

     IV. Una legua pues al poniente de la falda de estas montañas, entre dos profundos valles, se levanta una peña de trescientos pasos de altura y cuatro mil de cerco en su corona; en la forma de galera, la popa al oriente y la proa al poniente. Estos pasos son los comunes que los latinos llaman Gresus. El primero, de tres pies, y los siguientes de dos: cada pie diez y seis dedos; cada dedo cuatro granos de cebada por lo ancho; medidas que usaremos en nuestra historia por más ajustadas a la naturaleza humana. El valle y lado septentrional de esta peña riega el río que los antiguos nombraron Areva y dio nombre a los celebrados pueblos arevacos, como dice Plinio. Hoy su nombre es Eresma, correspondiendo en algo al antiguo: naciendo de dos fuentes en la frente occidental de estas montañas, pasa por nuestra ciudad a la villa de Coca, antigua Cauca. El valle y lado meridional riega un arroyo que nuestros ciudadanos nombran Clamores. Este fortísimo sitio, que la naturaleza formó inexpugnable, escogió Hércules, nuestro fundador, para una ciudad, propugnáculo entonces de lo mejor de España. La cual desde estos principios (según entendemos) se nombró Segovia: acaso del antiquísimo vocablo Briga, que significa junta de gente. Y no obsta que Briga se escriba con B y Segovia con V, según inscripciones romanas, pues el uso que varía la significación de los vocablos pudo variar con más facilidad las letras, como se ve en muchas dicciones.

     V. La noticia de esta fundación se ha continuado en escritores de autoridad y en la tradición constante de nuestros ciudadanos, reforzada con monumentos y fábricas que hasta hoy permanecen. Estas son una gran casa o fortaleza al costado septentrional de la ciudad, que se nombró de Hércules, por fundación suya, hasta los años mil y quinientos y trece del nacimiento de Jesucristo, que entrando a habitarla monjas dominicas (como diremos aquel año) comenzó, a nombrarse Santo Domingo el Real, como hoy se nombra. Donde en una escalera en la pared maestra de una fortísima torre se ve una estatua de Hércules sobre un puerco montés en la figura y habitud que aquí la estampamos. Es de más que medio relieve: y de piedra muy dura, que llamamos cárdena por su color. Está troncada la maza, desbozada la bestia y gastados los perfiles de toda la escultura, señal de su mucha antigüedad en tan dura materia. Cuando faltaran la autoridad de escritores, y la tradición de las edades, bastaba sólo este monumento para asegurar que nuestra Segovia fue fundación de Hércules egipcio. Y entre cuantas ciudades de España se glorían de ser fundadas por este gran príncipe, ninguna nos muestra comprobación tan auténtica, en la cual está relumbrando la mística religión de Egipto, sobre que los griegos inventaron después tanta máquina de fábulas.

     VI. En lo profundo de esta figura discurrirán los mitológicos, pues es cierto que el tercero de los trabajos, o (por mejor decir) vitorias de Hércules, fue la muerte del puerco Erimanteo. Siendo entre los egipcios tan inmundo y aborrecible este animal, que Horo-Apolo, antiquísimo escritor de sus ceremonias y escrituras sagradas, que nombraron jeroglíficos, dijo tratando de este animal: queriendo demostrar un hombre pernicioso y pestilente, pintan un puerco, por ser tal la naturaleza de esta bestia. Y Herodoto, advertido historiador de Egipto, dijo: los egipcios tienen al puerco por animal tan sucio, que si alguno, aun de paso, le toca, al punto va a lavarse al río. Y prosigue refiriendo que entre aquella gente era cosa tan infame criar o guardar puercos, que a los que tal hacían no les era lícito casar sino con los de su mismo empleo, ni entrar en los templos, a cuyas puertas había guardas para que ni ellos ni los animales entrasen, como advirtió nuestro poeta español Silio Italico hablando del templo que en Cádiz se erigió a nuestro Hércules.

     VII. Mucho pudiéramos dilatar este discurso, si la historia permitiera semejantes episodios y erudiciones. Cierto es que la estatua se levantó con gran motivo, cuya distinta noticia esconde el tiempo a nuestra patria, o la guarda para más dichosa pluma que la nuestra. También se tienen por monumentos de este príncipe un toro que hoy permanece en la calle que llamamos Real, imagen acaso de Apis, ídolo principal de Egipto, adorado de aquellas gentes en figura de toro. Y de paso advertimos que cuantos monumentos de éstos se ven en Coca, Ávila, Salamanca y otras partes de estas comarcas, son toros; y en nuestra ciudad se ve este toro y dos puercos, sin el que está a los pies de la estatua estampada; uno que está treinta pasos del toro en la misma calle y otro cuya media parte posterior se ve entre el Hospital de la Misericordia y la iglesia de San Antón.

     VIII. Fabricó asimismo nuestro fundador la fortaleza que hoy llamamos Alcázar, en la punta occidental de la ciudad, en cuyo profundo asiento se juntan los ríos Eresma y Clamores, y a la parte oriental de la ciudad, sobre la puerta nombrada hoy de San Juan, otra fortaleza que ahora es casa principal del linaje de los Cáceres. Habiendo Hércules fundado nuestra ciudad en su primera venida a España (como entendemos) fue por los años de la creación del mundo, dos mil y docientos y cincuenta, y después del diluvio, quinientos y noventa y dos, y antes del nacimiento de Jesucristo redentor del mundo, mil y setecientos y seis, en tiempo en que el patriarca José, con su padre, hermanos y familia, asentaba vivienda en Egipto; habiéndola sustentado en la hambre de los siete años, reinando en ella Osiris Faraón, padre de nuestro Hércules. El cual, determinando pasar a Italia a castigar las tiranías de los hijos de Lestrigón, dejó por rey de España a Hispalo, o Hispano, que algunos escritores modernos hacen diversos, siendo uno.

     IX. Atribuyen a este rey la población y primera cerca de nuestra ciudad, habiéndola dejado Hércules en forma de presidio con las tres fábricas referidas, y consiguientemente le atribuyen la fábrica admirable de la Puente, o Acueducto, que nuestros antiguos segovianos en escrituras y memorias llamaban Puente seca. No ignoramos la diversidad de opiniones que hay sobre quién haya sido autor de tan admirable fábrica, que en grandeza y antigüedad iguala las muy celebradas del orbe, y en duración las excede, pues cuando de aquéllas vive el nombre tan sólo, ésta contra la fuerza de tantos siglos permanece en su ser primero. Algunos autores de buen nombre dicen que Hércules necesariamente hubo de fabricar la Puente si fundó la ciudad, pues sin ella no podía sustentarse; y es verdad que en manuscritos de docientos años de antigüedad, hemos leído que en los huecos o nichos del pilar más alto que llaman del Azoguejo, donde hoy están las imágines de nuestra Señora y San Sebastián, puestas allí año mil y quinientos y veinte (corno entonces diremos), estaban antes estatuas o insignias de Hércules: de donde nació la fama popular de que Hércules hizo la Puente; y cierto es que en aquellos nichos hubo antes estatuas, que si los pasados, cuando las quitaron, pusieran (como debían) memoria de lo que quitaban, sirviera de luz a nuestras tinieblas.

     X. Pero don Rodrigo Ximénez, arzobispo de Toledo, primer historiador en autoridad y tiempo de la España moderna, la historia general de España, compuesta por orden del rey don Alonso, el Tostado sobre Eusebio; don Alonso de Cartagena, deán de nuestra iglesia y obispo de Burgos en su Anacephaleosis o recapitulación de España; mosén Diego de Valera, coronista de la Reina Católica doña Isabel, afirman que Hispán hizo esta fábrica, y parece convenir en ello Florián de Ocampo, lib. I, cap. 17, y García de Loaysa en los concilios toledanos, pág. 92, y pudo Hispán poner estatuas en memoria y honor de Hércules, que (según dicen) era su tío o suegro; y en fin le dejó el reino de España.

     XI. Otros, llevados del aplauso y grandeza romana, quieren que su autor haya sido alguno de sus emperadores, particularmente Trajano, y esta opinión sigue el doctísimo Mariana. Mas cierto que después de haber procurado con toda libertad de afecto y diligencia de averiguación, hallamos que ninguna de las conjeturas es menos cierta que ser fábrica romana. Lo primero, porque es sin orden alguna dórica, jónica, corintia, toscana ni compuesta, a que se reduce toda la arquitectura griega y romana; antes es una obra sin orden conocido; pero tan bien ordenada y ejecutada, que destas y otras semejantes pudieron aprender, y sin duda aprendieron, griegos y romanos. Pues las celebradas pirámides de Egipto antecedieron muchos años a las repúblicas griega y romana; y de sus descripciones se conoce mucha semejanza con la fábrica desta Puente, en trabazón y grandeza de piedras y sillares. Algunas de las cuales (si creemos a Flavio Josefo en sus antigüedades judaicas), fabricaron los reyes de Egipto con trabajo de los hijos de Israel, después que Hispán fabricó nuestra Puente. Lo segundo, porque fábrica tan suntuosa está sin inscripción, ni letra alguna, de que los romanos fueron tan cuidadosos en cuantas fábricas hicieron, y más que todos Trajano, a quien con verdad (aunque con emulación) llamó Constantino Magno yerba parietaria, pues apenas dejó pared de fábrica suya sin inscripción de su nombre. Buen testigo de este cuidado es en España la puente nombrada hoy de Alcántara, sobre el Tajo, con seis arcos y siete inscripciones, y en ella repetido muchas veces el nombre de Trajano; habiéndose fabricado a costa de los provinciales y comenzándose mucho antes de su imperio. Además, que Dion Casio, ensalzador de las obras de Trajano, no hizo memoria de ésta. Y cierto que siendo Trajano compatriota nuestro, como probaremos por los años ciento de Cristo, quisiéramos no contradecir este honor, si la verdad historial lo permitiera. Lo tercero, porque los romanos, por domar los bríos españoles, bajaron nuestra ciudad (como otras muchas) al valle del río Eresma como advertiremos en muchas ocasiones. Y bajando la ciudad, no era necesaria la Puente. Y aunque algunos sospechan que en tres mil hiladas de sillares, que se ven sobre el orden primero debajo de los nichos, había letras en cartelas en unas asas de hierro que hoy se muestran, es mayor comprobación de que no fuesen romanas pues la forma general de sus inscripciones es de letras cinceladas en la misma piedra, sin que en parte alguna se hallen de otra forma. Y las inscripciones que refieren Ambrosio de Morales y Adolfo de Ocon, de que Licinio Larcio hiciese esta fábrica, el mismo Morales y cuantos después han escrito la tienen por fingida, sin hallarse en nuestra ciudad noticia ni rastro de tal inscripción. Y no olvidara Plinio escribir cosa tan grande habiendo estado en España con el mismo Licinio Larcio, de quien fue muy amigo. Lo cuarto, porque se muestra aún más gastada que la estatua de Hércules, siendo de la misma piedra, argumento no flaco de que no es más moderna, y pues ésta por su grandeza no puede estamparse como aquélla, procuraremos describirla.

     XII. Nace en la falda occidental de la montaña (tres leguas de nuestra ciudad) de muchas fuentes, un riachuelo, nombrado por su calidad Riofrío. De éste se escota una hila real de agua; ésta es medida o cantidad de una cuarta en alto y dos de ancho, grueso común del cuerpo de un hombre, que guiada por una acequia o caz descubierto (por negligencia de nuestros ciudadanos) llega a quinientos pasos de la ciudad, donde recibida para desarenarse en una gran arca de piedra, cerrada y cubierta, corre de norte a mediodía, encañada sobre el primer arco de la Puente, que por allí tiene de alto con el canal cinco varas y dos tercias que hacen diez y siete pies (ya dejamos advertida la medida de estos pies), y continuando en un orden setenta y cinco arcos hasta el convento de San Francisco, donde tiene de alto treinta y nueve pies, hace una vuelta o recodo; y enderezándose de oriente a poniente comienzan dos órdenes de arcos que, atravesando el valle poblado de casas y edificios con la placeta que con nombre arábigo se nombra Azoguejo, donde toda la altura de Puente y canal es de treinta y cuatro varas, que son ciento y dos pies, entra la agua por entre las almenas de los muros, altura increible. Y hendiendo la ciudad de oriente a poniente por un canal cubierto, de bóveda, casi capaz por algunas partes de un hombre enhiesto, para guiar los repartimientos a caños públicos, pozos o aljibes de conventos y casas particulares, llega al Alcázar, que (como dijimos) está a la punta occidental de la ciudad.

     XIII. Esta máquina, que consta de ciento cincuenta y nueve arcos, y los más de tanta altura, que sobre tejados de casas y edificios de a cuatro y a cinco suelos, vuela todo el orden segundo de los arcos, y aun mucha parte del primero, con admiración agradable de quien la mira; es toda de sillares de piedra cárdena, sin forja ni ripio alguno, de modo que no sería difícil contar cuántas piedras o sillares tiene máquina tan grande; porque todas hacen cara o muestran frente, con tan buen corte, asiento y trabazón, que no hubo menester forja de cal ni betún, travesando los sillares con mucha maestría. Aunque mirado con advertencia muestran tener plomo por lechada, y sin duda las dovelas de los arcos están barreadas de hierro, como escriben Nicéforo Calixto y la Tripartida que estaba el gran templo de Serapis en Alejandría de Egipto; fábrica del mismo tiempo y acaso de los mismos autores que la nuestra. Y admira el ver tanta igualdad y medida en piedras tan grandes, sin más labor que como las cuadraron a picón. Los pilares que sustentan tanta máquina tienen por las frentes a ocho pies de grueso, y por los lados interiores a once pies: haciendo a trechos las disminuciones necesarias con fajas y cornijamentos, cuyas molduras ha gastado el tiempo, desbozando filetes y boceles; muestra evidente de más antigüedad que los romanos, cuya ostentación cuidadosa no dejara acción tan grande sin mucha seguridad de su nombre.

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