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Capítulo XXV

Don Pedro rey de Castilla hasta su muerte. -Obispos de Segovia don Belasco de Portugal, don Pedro Gómez Gudiel, don fray Gonzalo, don Juan Lucero, don Martín de Cande. -Gil Belázquez ilustre segoviano. -Fundación del convento de la Merced.

     I. A don Alonso sucedió don Pedro su hijo legítimo, en quince años y siete meses de su edad, de ánimo duro y crédito fácil, robustas fuerzas y pasiones impetuosas, causa de que reinase desconfiado siempre de sus vasallos, y ellos mal seguros de su poder: así todo su reinado fue guerras, sangre y muertes. En nuestro obispado sucedió don Basco, que el catálogo de los obispos sobrenombra de Portugal; no sabemos si por su linaje o por su patria. El año siguiente mil y trecientos y cincuenta y uno se celebraron Cortes en Valladolid con dos principales motivos: el primero era el casamiento del nuevo rey. Para esto se despacharon a Francia a don Juan de Roelas obispo de Burgos y Alvar García de Albornoz a pedir a doña Blanca de Borbón, de la sangre real de aquel reino. El segundo motivo era deshacer las behetrías; nombrándose así unos pueblos que tenían privilegios de elegir señores, a quién, cuándo y cómo quisiesen; y porque entre ellos era ley proverbial: Quien bien me hiciere será mi dueño, tomaron el nombre de Benefatoria derivado en Benfetria, y últimamente en Behetría. Así se colige de la ley de partida, y se aprueba en las historias de Castilla. Si bien Mariana dice haberse derivado de Heteria nombre griego, que en romance significa Compañía. En estas Cortes confirmó el rey en veinte y seis de octubre los privilegios de nuestra ciudad, y en diez y ocho de noviembre los del Cabildo. En ambas confirmaciones confirma Don Basco Obispo de Segovia.

     II. Desabrimientos y rigores del nuevo rey tenían el reino desasosegado. Don Enrique, hijo mayor de los que habían quedado de doña Leonor de Guzmán, conde de Trastámara, y ya casado con doña Juana Manuel, hija de don Juan Manuel; sentido de la fiera muerte que se había dado a su madre, y receloso de la sanguinolenta condición del rey, se fortificaba en Gijón levantando las Asturias. Acudió el rey a remediarlo; y visitando en Sahagún a doña Isabel de Meneses, mujer de don Juan Alfonso de Alburquerque, que habiendo criado al rey, al presente lo gobernaba todo, se enlazó en los amores de doña María de Padilla, doncella de aquella casa, que con belleza y sagacidad señoreó aquel ánimo, aun hasta después de difunta. El conde don Enrique huyó por entonces a Portugal, y el rey volvió a Andalucía donde dio muerte a muchos.

     En veinte y uno de abril de mil y trecientos y cincuenta y tres años nuestro obispo don Basco, deán y Cabildo autorizaron los traslados de muchos privilegios de nuestra ciudad que hoy permanecen en su archivo; siendo ésta la noticia última que hasta ahora hemos hallado del obispo don Basco de Portugal. Sucedió en nuestro obispado don Pedro Gómez Gudiel; así le nombra la corónica de este rey en muchas ocasiones; otros, don Pedro Barroso Gudiel. Su patria fue Toledo. Sus padres (según buenas averiguaciones) Fernando Díaz Gudiel y doña Urraca Barroso, nobles toledanos.

     Volvían de Francia los embajadores con doña Blanca de Borbón, acompañada del vizconde de Narbona. Salió a recibirlos y acompañarlos don Fadrique, maestre de Santiago, cormano del rey. Llegaron a Valladolid, donde en tres de junio de este año se celebraron las bodas con poco aparato y menos gusto del novio, que atropellando autoridad y respetos, al tercero día se partió a Montalbán, donde doña María de Padilla estaba, arrastrado de su pasión, no de la malicia que algunos maquinaron contra la opinión de la reina doña Blanca, como si en sola esta ocasión hubiera mostrado el rey inconstancia, constante solo en ser inconstante.

     III. Esta acción llenó los reinos de alboroto, las historias de escándalo y los siglos de lástima: y verdaderamente fue el origen de las desdichas de este rey. El cual teniendo su corte en Cuéllar, en veinte y nueve de julio de este año despachó su real ejecutoria, para que los pueblos que nuestros obispos y Cabildo poseían aquén del puerto, Toruegano, Vegahanzones, Cavallar, Fuente-Pelayo, Riaza, Lagunillas, Navares, Mojados, Luguiellas, Baguilafuente y Sotos Alvos, no pagasen el tributo de acémilas y fonsadera. De allí vino el rey a nuestra ciudad, donde asistió a las bodas de doña Juana de Lara y don Tello, su cormano, hijo último de doña Leonor de Guzmán. Y ofendido de que su aborrecida mujer tuviese compañía de su madre y tía, en Medina del Campo, ordenó a Tello González Palomeque y a Juan Manso, que la trajesen a la fortaleza de Arévalo con demostraciones de presa. Si bien para dismentir la prisión mandó a nuestro obispo don Pedro Gudiel fuese a asistirla. Conoció el prelado la cautela, y con entereza de obispo y lealtad de español se determinó a advertirle: No admitiese escándalos ni provocase las armas francesas a la venganza de ofensa tan injuriosa. Enfadado el rey respondió, ejecutase y no advirtiese: con que receloso de que no se encargase a persona de menos buena intención, ejecutó el orden, asistiendo a la triste reina en tantas desdichas. Dispuso el cielo esta ausencia de nuestro obispo, porque el rey no le llamase la cuaresma del año siguiente mil y trecientos y cincuenta y cuatro, para que con los obispos de Ávila y Salamanca cooperase en sus desatinos, declarando como ellos declararon por inválido el legítimo matrimonio de doña Blanca de Borbón, casándole con doña Juana de Castro, noble y engañada viuda, a quien dejó a la siguiente mañana, añadiendo culpa a culpas y escándalo a escándalos.

     IV. Asistía nuestro obispo a la reina en Arévalo, donde llegó con orden del rey, para llevarla presa al alcázar de Toledo, don Juan Fernández de Inestrosa, tío de doña María de Padilla, aumentando el ministro sentimientos al rigor: sí bien los historiadores hablan bien del proceder de este caballero. Entrando en Toledo aconsejó nuestro prelado a la reina, y (según las corónicas) también lo aconsejaron otros caballeros, compadecidos de tanta injusticia, que entrando a orar en la iglesia mayor, se amparase de la santidad y veneración del templo. Así lo hizo la inocente reina, sintiendo Inestrosa no poder ejecutar el orden de su rey; el cual fue a avisar del suceso a Segura, donde estaba contra el maestre don Fadrique. Acudía toda la ciudad a ver la reina retraída, y con más continuación las señoras nobles, a quien la reina con lágrimas y demostraciones de sus desdichas, y doña Leonor de Saldaña, dueña suya, con razones, persuadieron tanto, que la ciudad se puso en armas por su defensa. Conjetura es corriente que nuestro obispo, como natural y de lo más noble de Toledo y persona de tan alta dignidad y estado, tuviese mucha parte en acción tan noble. ¿Y a quién no lastimara una señora tan ilustre, sobrina del rey de Francia; tan niña, que aún no había cumplido diez y nueve años, tan hermosa, que excedía a doña María de Padilla, su combleza, y sobre todo esto, reina de Castilla, viéndola tan apartada del favor de tales parientes, tan injustamente aborrecida de su marido, y tan justamente recelosa de una muerte cruel, como en fin la sucedió?

     V. Tantos desafueros y rigores del rey traían los ánimos de los vasallos tan desconfiados y mal seguros de todo, que su misma madre se confederó el año siguiente mil y trecientos y cincuenta y cinco con los hijos de doña Leonor de Guzmán y con otros ricos hombres, disponiendo las cosas de modo, que después de muchos rompimientos obligaron al rey a que se pusiese en sus manos en Toro, donde estuvo con asomos de preso; si bien respetado como rey, libre sólo para cazar. Las instancias principales del reino eran, que apartada doña María de Padilla de su comunicación y del reino, viviese como rey cristiano con su legítima mujer, ilustre reina doña Blanca y no provocase las armas de Francia contra Castilla. Que templase el rigor con que había acabado las vidas más ilustres de sus reinos. La indómita naturaleza del rey, nada atento a la justicia, por quien los reyes reinan, juzgaba a desautoridad que los vasallos osasen proponerle corrección. Fingiendo salir a cazar un día con pocos que le acompañaban, se vino a nuestra ciudad; acaso por más segura, pues no fue por más cercana. En sabiendo su llegada, nuestros ciudadanos acudieron a besarle la mano y saber qué les ordenaba en tanto aprieto. Estimó el rey la lealtad, cuando su proceder le hacía recelar de todos: y ordenándoles que estuviesen cuidadosos y prevenidos para que si los confederados, o alguno de ellos quisiese pasar los puertos cercanos a nuestra ciudad hacia Castilla la Nueva, se lo estorbasen mientras juntaba ejército; pasó a Toledo, donde haciendo pesquisas y justicias de los alborotos pasados, y sacando a ahorcar a un viejo de ochenta años, platero de oficio, un hijo suyo de dieciocho, cuyo nombre ocultó la inadvertencia de nuestros escritores, con valiente piedad se postró al rey suplicándole con lágrimas, se apiadase de tanta vejez y no permitiese que aquellas canas pendiesen en la horca: pues la mucha edad aseguraba la enmienda. Y que si la culpa de haberse dejado llevar de un ímpetu popular no hallaba misericordia en la clemencia del ánimo real, le permitiese morir por su viejo padre, pagándole la vida que de él había recibido. Feroz el rey, admitió el trueco, haciendo ahorcar al hijo mancebo, acaso por quitar más vida. Y parece que no podía haber sido malo padre que mereció tan buen hijo. Advierta esta dureza quien busca abonos a las crueldades de este príncipe: pues Dionisio, gentil y tirano de Sicilia, viendo a Damón ofrecerse a la muerte por Pitias, su amigo, perdonó al condenado y pidió a los dos le admitiesen por tercer amigo en amistad tan fina.

     VI. Hallándose el rey el siguiente año mil y trecientos y cincuenta y seis en San Lúcar de Barrameda a ver la pesquería de los atunes, Mosén Francés Perellós, almirante de Aragón, que por orden de su rey pasaba con diez galeras a las costas septentrionales de Francia, tomó dos naves placentinas cargadas de aceite, casi a vista del mismo rey. El cual mandó avisarle las libertasen, pero respondiendo que eran enemigos de su rey, partió con ellas. Esto, y haber el rey de Aragón amparado a don Pedro Muñiz de Godoy, fugitivo de Castilla, movió al castellano a despacharle por embajador a Gil Belázquez, hijo de nuestra ciudad y alcalde de la casa y corte del rey, persona de las calidades que el caso requería. El cual llegando a Barcelona, donde el aragonés estaba, después de los ordinarios oficios de embajador, admitido a su presencia habló en esta sustancia. Señor, la Majestad de mi rey deseoso del aumento de la verdadera religión cristiana que estas dos coronas profesan y de la conservación de parentesco y amistad en que hoy están: permanece en la paz, aun contra el consejo de sus vasallos. Hoy se halla quejoso de vuestra alteza, en dos faltas de correspondencia. La primera, que habiendo huido a estos reinos don Pedro Muñiz de Godoy, con públicos deservicios (por no decir ofensas) a mi rey, vuestra alteza no sólo le admitió: mas le proveyó en la Encomienda de Alcañiz. en ofensa de la corona de Castilla: pues es provisión que toca a su maestre de Calatrava. A esta demostración se siguió que pasando el almirante de vuestra alteza con su armada por las costas de Castilla, tomó dos vasos placentines, casi a vista de mi rey, que se hallaba en el puerto de San Lúcar, donde los placentines estaban de paz, cargando de aceite. Y avisado del quebrantamiento de la paz y desacato a la persona real, rompió por todo, llevándose la presa. El fugitivo, señor, es bien sea amparado contra la pasión de príncipe soberano; no contra la justicia: Que mal tendrán los reyes segura su corona, amparando los ofensores de la ajena. Pues que podrán juzgar quien no sólo le ve amparado, más premiado; sino rompimiento de guerra. Esto sinificaban las muestras; pero los vasallos de ambas coronas esperamos que vuestra alteza las desmentirá, remitiendo al rey de Castilla, su primo y mi señor, el vasallo delincuente y fugitivo; y castigará a almirante rebelde a las órdenes de su rey. Pues nunca reyes tan prudentes quieren perder las vidas de sus vasallos en guerras injustas por desaciertos de ministros. A esta proposición respondió el aragonés con razones poco eficaces. Y nuestro segoviano, atento al intento de su rey, le intimó la guerra, que continuaron ambos reyes los siguientes años, con notable daño de la cristiandad de España.

     VII. Desde que nuestro obispo don Pedro Gudiel acompañó a la reina doña Blanca en las prisiones de Arévalo y Toledo, como dejamos escrito, se perdió su noticia. Sucedióle en la silla don fray Gonzalo, religioso de San Francisco: así lo dice el catálogo de nuestros obispos. Y de sus acciones sólo hallamos que confirmó en un privilegio rodado, que refiere Argote de Molina, el cual despachó el rey don Pedro en Sevilla en catorce de abril de mil y trecientos y cincuenta y ocho años, dando por él a Ibros, lugar del término de Baeza, a Dia Sánchez de Quesada. Tan poco cuidado, y noticia debemos a nuestros antecesores de las acciones de sus prelados.

     Sucedióle don Juan Lucero, obispo que al presente era de Salamanca. Asistió al rey don Alonso en la conquista de las Algeciras, y después en compañía del obispo de Ávila, con demasiado temor del rey o amor de sí mismo, le casó con doña Juana de Castro, como escribimos año mil y trecientos y cincuenta y cuatro. La guerra ardía entre Castilla y Aragón, a cuyo rey servía don Enrique, conde de Trastámara y otros muchos señores de Castilla, ofendidos y recelosos de las crueldades de su rey; que en veinte y nueve de mayo de este año hizo dar muerte en el alcázar de Sevilla a don Fadrique, maestre de Santiago, su cormano. Mucho se habló y poco se supo entonces de la causa de esta muerte, ya se sabe más en favor del rey don Pedro; aunque impelido el sentimiento de la crueldad natural estragó con el modo injusto la justa causa que tuvo para dar muerte al maestre. Y pasando el rey a Vizcaya, mató en Bilbao a don Juan, infante de Aragón. En veinte y cuatro de agosto parió en Epila, pueblo de Aragón, doña Juana Manuel, mujer del conde don Enrique, un hijo que fue nombrado don Juan y después reinó en Castilla. Su padre, en venganza de la muerte de su hermano don Fadrique, entró asolando las campañas de Soria y Almazán. Don Fernando, infante de Aragón, las de Murcia, y el rey don Pedro con una armada de diez y ocho galeras molestó las costas de Aragón y Valencia y derrotado de una tempestad volvió a Murcia, y de allí a Soria a resistir al hermano y enemigo. Todo era sangre y muertes. El año siguiente (mil y trecientos y sesenta) hizo quitar la vida a la reina de Aragón, su tía, y a doña Juana y doña Isabel de Lara, señoras de Vizcaya, y a muchos ricos hombres de Castilla.

     En ocho de diciembre de este año, Gerardo Gutiérrez canónigo de nuestra iglesia, y muy devoto de la pura Concepción de la Virgen nuestra Señora, Madre de Dios, fundó un solemne aniversario de esta festividad, como consta del instrumento de la fundación que permanece original en el archivo Catedral.

     VIII. El siguiente año mil y trecientos y sesenta y uno, don Enrique y don Tello, su hermano, con ejército aragonés, entraron en la Rioja, donde mataron muchos judíos en ofensa del rey don Pedro, que los favorecía más de lo que convenía a rey cristiano. En Medina Sidonia fue muerta en la prisión donde estaba la inocente reina doña Blanca con veneno, y en todas las partes corría sangre noble; porque la conciencia mal segura del rey le desaseguraba de los vasallos más confidentes; y su fiera inclinación nunca le aconsejó el perdón, sino venganza y muertes.

     Por julio murió en Sevilla doña María de Padilla, dichosa entre tantas desdichadas, en los amores del rey: y no pareciendo conformes en la inclinación, porque siempre y con todos procedió templada y afable: alguna interior conformidad, que nombran simpatía, conservó sus ánimos en tan constante amor. Fue sepultada en el convento de Usillos, que ella para eso había fundado con ánimo religioso. Y perseverando el rey en su afición, aun después de difunta, la declaró y probó ser su mujer legítima, y legítimos sus hijos: decretando que a ella la intitulasen reina y, a ellos infantes; haciendo luego jurar por heredero a don Alonso, hijo de ambos, que murió en breve.

     El rey de Granada, nombrado el Bermejo por su color, receloso de sus vasallos, con seguro del rey don Pedro el año mil y trecientos y sesenta y dos se puso en sus manos en Sevilla, en cuyo alcázar le recibió con muestras y rostro apacible; y a pocos días le hizo quitar la vida con otros treinta y siete caballeros de los suyos ignominiosamente en el mismo puesto donde se justiciaban los malhechores; faltando a todas obligaciones divinas y humanas, sin reparar en el nombre aborrecible que tales acciones habían de causarle en las naciones y siglos siguientes; único freno de la absoluta potestad de los reyes.

     Último día de este año, nuestro obispo, con Juan Gutiérrez, deán y su Cabildo confirmó la fundación de la fiesta de la Concepción purísima de nuestra Señora, que el canónigo Gerardo había hecho, como escribimos año mil y trecientos y sesenta, y así consta del instrumento de esta confirmación que original permanece en el archivo Catedral. Siendo esta la última noticia que hasta ahora hemos hallado de nuestro obispo don Juan Lucero. Dicen que yace sepultado en el claustro de la iglesia catedral antigua de Salamanca en la capilla de Santa Bárbara, donde se ve su sepulcro, aunque sin inscripción ni epitafio, pero con escudo de sus armas.

     IX. Sucedió en la silla don Martín de Cande, que otros nombran don Nuño, porque en la antigua lengua castellana era lo mismo Nuño que Martín. Nada hemos podido descubrir hasta ahora de su estado, padres ni patria, como de otros prelados de estos tiempos, y no ha faltado cuidado para inquirirlo, pero faltó en los antiguos para continuarlo.

     Receloso, y con razón, el rey don Pedro de que Francia, ofendida de las injurias y muerte de la reina doña Blanca, saldría a la venganza, se confederó con los reyes de Inglaterra y Navarra, y la primavera del año siguiente mil y trecientos y sesenta y tres entró ganando muchos pueblos de Aragón cuyo rey, acompañado de los dos hermanos don Enrique y don Tello, con muchos franceses, salió a resistirle. Tratáronse concordias entre los reyes con muerte de los vasallos don Enrique, conde de Trastámara y don Fernando, infante de Aragón; murió éste en Castellón, y su muerte fue aviso para don Enrique, que llamado a vistas con los reyes de Aragón y Navarra, no quiso confiarse de otro que de Juan Ramírez de Arellano, de quien sabía no faltaría a su palabra por instancia alguna que los reyes le hiciesen, como sucedió, pues instado de los reyes con grandes promesas a que permitiese la prisión de don Enrique, respondió. No quería aumentos con mengua de su honor, en cuya comparación las riquezas del mundo eran escoria vil. Don Enrique se había fiado de su palabra, más que de los reyes, y su corona era su honra: y en todo trance con hacienda, vida y honor había de asegurar a un príncipe que a él le había antepuesto a reyes; valor digno de eterna memoria, y más en tiempos tan estragados. Pero ¿quién dudará que por estos medios encaminaba al cielo el castigo de don Pedro, la paz de Castilla y corona de don Enrique? El cual con sus gentes y las de Aragón, y muchas que de Francia había conducido, que vagaban por aquel reino, concluidas sus guerras con Inglaterra habían venido a servirle con orden y gusto de su rey Carlos quinto, para vengar las injurias de doña Blanca, debajo de la conduta de Beltrán Claquin, valeroso francés.

     X. Este aparato dio tanto cuidado a don Pedro, que habiendo partido con su gente a Burgos a resistir a los enemigos, no osó esperarlos, juzgando que sus mismos soldados pelearían mal, por quien aborrecían, retirándose a Sevilla a poner en cobro sus hijos y tesoros. Gozoso Enrique, ya intitulado y coronado rey, entró en Burgos por abril de mil y trecientos y sesenta y seis años. Allí las más ciudades del reino acudieron a darle la obediencia. Pasó a Toledo que hizo lo mismo. Con tan general ejemplo se movió nuestra Ciudad enviando a Toledo sus procuradores que besasen la mano y diesen obediencia al nuevo rey, que estimando la demostración ordenó que sus hijos fuesen traídos a la seguridad de nuestra ciudad y alcázar, donde murió el infante don Pedro. Dicen algunos que de una ventana muy alta se cayó de los brazos al ama que le tenía, la cual arrebatada de dolor se arrojó tras él. Cierto es que nuestra ciudad celebró sus funerales con aparato y sentimiento conveniente, y el Cabildo dio sepultura al difunto en medio (entonces) de su coro, en que puso túmulo de piedra con su bulto y reja de hierro en cuyo friso se lee hasta hoy el siguiente epitafio: Aquí yace el Infante Don Pedro, fijo del Señor Rey Don Enrique Segundo, Era M.CCCC.IIII año 1366. De Toledo partió Enrique a Sevilla, de donde ya don Pedro había salido con sus hijos y tesoros, y por Portugal, Galicia y costas de Vizcaya llegó a Bayona de Francia, donde (según Polidoro Virgilio), murió en esta ocasión doña Beatriz su hija mayor. Aquí, confederado con Inglaterra, previno ejército con que volver a Castilla, acompañado de Eduardo, príncipe de Gales.

     XI. Sabiendo Enrique estas prevenciones, convocó Cortes en Burgos, haciendo en ellas jurar por sucesor de los reinos al príncipe don Juan, su hijo mayor. Envió el Cabildo a Fernán García, su canónigo, arcediano de Sepúlveda y capellán del rey, a darle cuenta de lo que se había hecho en los funerales y sepultura del infante. Estimolo mucho, ordenando que se fundasen cuatro capellanías, situando ocho mil maravedís, con algunas preeminencias contenidas en un privilegio rodado que original permanece en el archivo Catedral, y después del principio ordinario dice:

     Mandamos ocho mil maravedís de la moneda usual, que fazen diez dineros el maravedi de la moneda blanca. Porque rueguen á Dios por las animas del dicho Rey mio padre; é de nuestra madre que Dios perdone, é del dicho Don Pedro mi fijo, é por la nuestra vida, é salud, é de la Reyna Doña Ioana mi muger, é de los infantes Don Ioan é Doña Leonor, é Doña Ioana mios fijos, é suyos de la dicha Reina mi muger. E Porque pongan en la dicha iglesia los dichos Dean, é Cabildo quatro capellanias perpetuas, é dos lamparas á la dicha sepultura del dicho Don Pedro, que ardan de dia é de noche é las oras. E otro si es nuestra merced que la dicha Iglesia aya dos porteros que guarden la dicha sepultura, é sirvan la dicha Iglesia perpetuamente: é que los pongan los dichos Dean, é Cabildo, aquellos que entendieren que son mas pertenecientes para el oficio de la dicha porteria. E tenemos por bien que estos dichos dos porteros que ayan cunplidamente para siempre, en quanto ovieren los oficios de la portería, el privilegio, libertad, y franqueza, que án los nuestros porteros de la nuestra casa, que á Nós sirven continuadamente, é que sean quitos de servicios, é de Martiniegas, é de Martadgas, é de velas, é de muros, é de gracias, é de acémilas, é de huestes, é fonsado, é fonsadera, é de pedido, é de todos los otros pechos, é pedidos, é tributos á que son tenudos los pecheros de la Ciudad de Segovia, etc. Dado en las cortes de la mui noble Ciudad de Burgos, cabeza de Castiella, é nuestra cámara, en el año segundo que Nós el sobredicho Rey regnamos, veinte y seis de Enero, Era de mil é cuatro cientos é cinco años.

Rueda. Signo del Rey don Enrique

                D. Sancho hermano del Rey, conf.
D. Alvar García de Albornoz, Mayordomo del Rey, conf.
El infante D. Ioan, fijo del mui, é mui noble, é bien aventurado Rey Don Enrique primero heredero en Castilla, é en León, conf.
D. Mahomat Rey de Granada, vasallo del Rey, conf.
D. Tello Conde de Vizcaya, Alférez mayor del Rey, é su hermano, conf.
D. Sancho hermano del Rey, Conde de Alburquerque, conf.
D. Alfonso Enríquez, fijo del Rey, conf.
D. Gómez Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas

Canciller mayor del Rey,

conf.
El Arzobispo de Santiago, conf.
D. Gutierre Obispo de Pal. conf.
D. Domingo Obispo de Burg. conf.
D. Roberto Obispo de Calahorra, conf.
D. Bernal Obispo de Cuenca, conf.
D. Ioan Obispo de Sigüença, conf.
D. Lorencio Obispo de Osma, conf.
D. Martín Obispo de Segovia, conf.
D. Alfonso Obispo de Ávila, conf.
D. Nicolás Obispo de Plasencia, conf.
D. Andrés Obispo de Córdoba, conf.
D. Alfonso Obispo de Iaen, conf.
D. Gonzalo Obispo de Cádiz, é de Algecira, conf.
D. Nicolás Obispo de Cartagena, conf.
D. Gonzalo Mexia Maestre de Santiago, conf.
D. Pedro Muñiz Maestre de Calatrava, conf.
D. Frei Gomez Perez de Porres, Prior de S. Ioan, Adelantado Mayor de Galicia, conf.
D. Alfonso Marques de Villena, Conde de Denia, conf.
D. Felipe de Castro, conf.
Mosen Beltran, Duque de Trastámara, Conde de Longavilla,

vasallo del Rey,

conf.
Mosen Hugo Conde de Carrión, vasallo del Rey, conf.
D. Pedro de Luna, señor de Caracena, é de Maderuelo, vasallo del Rey, conf.
D. Ioan Ramírez de Arellano señor de los Cameros, vasallo del Rey, conf.
D. Pedro Buil señor de Huepte, vasallo del Rey, conf.
D. Ioan Rodríguez de Villal, conf.
D. Ioan Alfonso de Haro, Gómez González de Castañeda Alguacil mayor de Sevilla, conf.
D. Ruy González de Cisneros, conf.
D. Gonzalo González su hermano, conf.
D. Ioan Alfonso García, conf.
D. Pedro Manrique Adelantado mayor de Castiella, conf.
Ioan Sánchez de Ávila Adelantado mayor en el reino de Murcia, conf.
Suero Pérez de Quiñones Merino mayor de tierra de León, é de las Asturias, conf.
Ioan Núñez de Villasán justicia mayor de casa del Rey, conf.
D. Egidio Bocanegra Almirante mayor de la mar, conf.
D. Diego López Pacheco Merino mayor de Castiella, conf.
Diego González de Toledo, Notario mayor de Toledo, e Alcalde, conf.
Ferrand Álvarez de Toledo, Notario mayor de tierra de León, conf.
D. Ioan García Manrique, Arcediano de Calatrava, Notario mayor de los privilegios rodados, lo mandó fazer por mandado del Rey en el segundo año que el sobredicho Rey D. Enrique regnó, conf.
D. Frei Alfonso Arzobispo de Sevilla, conf.
D. Ioan Obispo de Badajoz, conf.
D. Frei Pedro Obispo de León, conf.
D. Sancho Obispo de Oviedo conf.
D. Ferrando Obispo de Astorga, conf.
D. Alfonso Obispo de Salamanca, conf.
D. Alfonso Obispo de Zamora conf.
D. Alfonso Obispo de Ciudad Rodrigo, conf.
D. Frei Diego Obispo de Coria, conf.
D.::::: Obispo de Orense, conf.
D. Alfonso, Obispo de Mondoñedo, conf.
D. Ioan Obispo de Tui, conf.
D.::::: Obispo de Lugo, conf.
D. Ferrando de Castro, conf.
D. Ioan Alfonso de Guzmán, conf.
D. Ioan Ponce de León, conf.
D. Alfonso Pérez de Guzm. conf.
D. Lope Díaz de Baeza, conf.
D. Ioan Alfonso de Baeza, Fernand Sánchez de Tovar guarda mayor del Rey, conf.

Yo Diego Ferrández Escrivano del dicho señor lo fiz escrivir.

     XII. Conserva hoy nuestro Cabildo estas cuatro capellanías y dos porteros, nombrados comunmente Maceros: porque con mazas de plata sobredoradas acompañan siempre al Cabildo. Pruébase en este instrumento, que original permanece en el archivo, que el rey tuvo más hijos legítimos de los que refieren los historiadores: los muchos prelados y señores que seguían su corte y los títulos y estados que gozaban: y también, que en veinte y seis de enero de mil y trecientos y sesenta y siete era ya segundo año de su reino, o coronación.

     Nuestro obispo don Martín, celoso de su jurisdicción, porque los abades premonstenses de Santa María de los Huertos (perpetuos entonces y comendatarios y casi desagregados de su principal casa de Premoste) usurpaban algunas prerrogativas de la dignidad obispal y se le oponían demasiado, obligó (sería por tela de juicio) a fray García, presente abad, a que en público y por escrito, hiciese el siguiente reconocimiento de obediencia, que original permanece en el archivo Catedral.

     Ego Frater Garsias Abbas Monasterij Sanctae Mariae de Hortis: quod quidem Monasterium est situm prope muros Civitatis Segoviensis, subiectionem, et reverentiam, et obedientiam á sanctis Patribus constitutam, secundum regulan Sancti Augustini, sedi Apostolicae, et Ecclesiae Cathedrali Segoviensi, et tibi domine Martine Episcope dictae Civitatis Segoviensis, tuisque succesoribus canonice substituendis perpetuo me exhibiturum promito. In cujus rei testimonium has patentes literas sigillo meo sigillavi: easque manu propria roboravi in testimoniun veritatis. Datae, et actae Segoviae decima die mensis Martij anno á Nativitae Dñi millesimo tercentesimo, sexagesimo septimo. Frater Garsias Abbas.

    XIII. El rey don Pedro y Eduardo, príncipe de Gales, entraban por Castilla con ejército pujante. Salió a la resistencia don Enrique, y dándose la batalla sangrienta, como de hermanos en fin, que peleaban por la corona, punto a Náxara en tres de abril. Enrique vencido y desbaratado por el poco valor o fidelidad de don Tello su hermano, que huyó aun antes de acometer, se pasó por Aragón a Francia a renovar sus fuerzas. El vencedor don Pedro ejecutó en los vencidos su natural fiereza, olvidando cuántos desasosiegos y trabajos le había causado.

     Entre tantas armas y ruido, miraba el cielo piadoso a nuestra ciudad. Elvira Martínez, señora ilustre segoviana, que habiendo estado casada en Guadalajara con Fernán Rodríguez Pecha, camarero mayor del rey don Alonso, estaba viuda desde el año mil y trecientos y cuarenta y cinco en vida recogida. Convenida en la parte de hacienda con sus hijos don Pedro Fernández Pecha, primer fundador de la religión Gerónima en España, y don Alonso Fernández Pecha, obispo de Jaén, nacido en nuestra ciudad, a quien en el repartimiento se habían adjudicado sus casas en la parroquia de San Andrés de nuestra ciudad, se las compró, haciendo luego donación de ellas con muchas tierras, casas y viñas, que poseía en las aldeas de Abades y Martín Miguel, a la religión de nuestra Señora de la Merced, que fundada por don Jaime, rey de Aragón, cuyo primer religioso fue San Pedro Nolasco, fue confirmada por Gregorio nono en diez y siete de enero del año 1230. Con esta hacienda quería Elvira Martínez que se fundase un convento de esta religión en sus casas. Vino a la fundación fray Gil de Trujillo, comendador del convento de Guadalajara con otros religiosos. Propuso la fundación a nuestro obispo don Martín, que remitió el negocio a su provisor don Fernán García, arcediano de Sepúlveda. El cual, viernes diez y siete de diciembre de este año, dio posesión de casas y fundación a fray Gil. Nuestra Elvira Martínez, continuando su religioso principio, en once de agosto del año siguiente mil y trecientos y sesenta y ocho dio a su nuevo convento muchas casas, tierras, viñas, dehesas, prados y molinos que tenía en las aldeas de Madrona y Bernúy de Riomilanos, con cargo de sola una misa cada día, religioso modo de ofrecer dones a Dios y a sus ministros. Esta es la última noticia que hasta ahora hemos hallado de nuestro obispo don Martín de Cande: sucedió en la silla don Juan Sierra, tan docto, que mereció ser llamado dotor de dolores.

     XIV. Esto pasaba en nuestra ciudad en tiempos y días bien revoltosos, porque constante la nobleza en la obediencia que había jurado a don Enrique permanecía por él contra la victoria y rigores de don Pedro, conservando el Alcázar: el vulgo variaba cada día y cada hora, ocasión de hartos alborotos. Esta perseverancia de nuestra ciudad supo don Enrique en Francia, de donde con presteza y buen ejército, y sobre todo con el amor de los vasallos, volvió a Castilla; cuyos pueblos le recibían alegres y deseosos de su apreciable gobierno. Nuestra ciudad le sirvió con mucha gente y provisión, que recibió en Butrago, donde en veinte y dos de marzo de este año (tan presto volvió a Castilla, aunque en las historias no se averigua) concedió a nuestros ciudadanos, por lo bien que le habían servido que no pagasen portazgo, pasaje, barcaje, peaje, ronda, ni castillería. Palabras son del privilegio que autorizado se guarda en los archivos de Ciudad y Tierra.

     Rendida León y otras ciudades, puso cerco a Toledo; que se puso en defensa por temor de que si se entregaba, mataría don Pedro muchas personas principales que en rehenes de aquella ciudad había llevado a Sevilla, de donde se resolvió en venir a Toledo contra Enrique. El cual conociendo que reinaba en los ánimos toledanos, aunque el temor de don Pedro tiranizaba los cuerpos, dejando allí (con gran consejo) una apariencia de cerco, partió con lo escogido del ejército contra el hermano con tanta presteza y secreto que sin ser sentido, con tres mil caballos llegó una noche a Montiel, donde don Pedro alojaba; y a la siguiente luz cargó sobre él con tanto ímpetu, que desbaratado y vencido se retiró al castillo, de donde por trato quiso salirse una noche. Y en el alojamiento de mosén Beltrán se juntaron los hermanos enemigos, donde peleando a brazos mató don Enrique a don Pedro a puñaladas en veintitrés de marzo de mil y trecientos y sesenta y nueve años: su edad treinta y cuatro años, seis meses y veinte y tres días: su reino diez y nueve años menos tres días. Fue su muerte vida del reino, asombro del mundo y desengaño a los reyes, que mal advertidos fundan la corona en el temor de los súbditos; siendo el amor su perpetua seguridad. Ostentó religión en los infortunios. Tenemos una moneda suya de plata del mismo peso y tamaño que un real sencillo moderno, octava parte de una onza: en la una haz una P (letra primera de su nombre) y una corona encima; y en la circunferencia (en dos círculos) Dominus mihi adiutor, et ego despiciam inimicos meos.

     En la otra el escudo cuartelado de dos castillos y leones, y en la circunferencia, Petrus Rex Castello, et Legion. La justificación de algunas muertes que mandó hacer, como la del maestre don Fadrique, estragó con la tiranía del modo; pues debe el príncipe castigar con la ley, no con el imperio, como hizo don Pedro: el cual nunca reparó en faltar a su palabra: con facilidad hizo guerra a los cristianos, valiéndose de los moros. Quiso y favoreció tanto a los judíos, que le nombraron su patrón y amparo. Fue sepultado de presente en Santiago de Alcocer, y después trasladado a Santo Domingo el Real de Madrid.

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