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Capítulo XLI

Rey don Felipe segundo. -Fundación del convento de San Agustín. -Falta de pan en Segovia y en Castilla. -Traslación de los oficios al templo nuevo Catredal. -Fiestas solemnes de esta traslación. -Muerte del emperador Carlos quinto.

     I. Carlos quinto, que en Flandes estaba cargado de dolores y cuidados, difunta ya su madre y asentadas treguas con Francia por cinco años, consiguió la mayor vitoria renunciando en veinte y seis de otubre de este año el estado de Milán y reino de Nápoles; y en diez y seis de enero del año siguiente, mil y quinientos y cincuenta y seis, los reinos de España en su hijo don Felipe. Y el siguiente día renunció el imperio en su hermano don Fernando; coronando sus muchas vitorias con el glorioso fin de tal desprecio.

     Llegó a nuestra ciudad orden de que, como en las demás, se levantasen estandartes por don Felipe, rey de España; y viernes primero día de mayo, fiesta de San Felipe y Santiago, por la tarde, salieron de las casas de consistorio los regidores a caballo en forma de ciudad, y delante los ministros de audiencia y casa de Moneda con trompetas y atabales; al fin iba Gonzalo de Tordesillas, regidor más antiguo, con el estandarte real, en medio de don Gaspar Osorio, corregidor, y don Pedro de Zúñiga, sobrino del obispo, y después quinto conde de Miranda. Subieron a un cadahalso, que en medio de la plaza estaba adornado, donde cuatro reyes de armas aclamaron en voz alta: Castilla por el rey don Felipe segundo de este nombre, que Dios guarde. Y el regidor enarboló el estandarte. De allí fueron al alcázar, cuya puerta estaba cerrada, y sobre ella, entre las almenas que entonces había don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, hijo mayor del conde de Chinchón que en ausencia de su padre ejercía oficio de alcaide. Al cual Tordesillas preguntó en alta voz por quién estaba la fortaleza, y respondiendo que por la cesárea majestad del emperador Carlos quinto, rey de Castilla; le requirió con dos cédulas, una del emperador y otra del rey para que en adelante la tuviese por el rey don Felipe segundo. Prometiólo protestando que en viniendo su padre haría el pleito homenaje. Paseó el acompañamiento la ciudad, repitiendo la aclamación en diversas partes, con que se acabó el acto.

     II. Fray Alonso de Madrid, provincial de la orden de San Agustín, deseoso de fundar convento en nuestra ciudad, había comprado al condestable don Pedro Fernández de Velasco, las casas que había heredado, con la villa de Pedraza, de los de Herrera, señores de aquella villa, situadas en la calle nombrada entonces de la Revilla y hoy de San Agustín. Contradecían la fundación los dominicos alegando que el sitio se incluía dentro de sus casas, o territorio privilegiado para que dentro de él no se fundase otro convento. El abad de los Huertos, que era su juez conservador, fulminaba censuras rigurosas, favoreciendo su causa el obispo. El provincial era animoso y diligente, obtuvo breve del pontífice para la fundación; y por su orden miércoles veinte y dos de junio de este año llegaron a nuestra ciudad fray Antonio de León, nombrado ya prior del futuro convento; fray Antonio de Sosa predicador, fray Antonio de Pedrosa procurador, fray Cristóbal Fernández sacristán y otros tres religiosos, que hallando estorbo se hospedaron en la casa de un Samaniego, arquitecto que había dispuesto la compra de las casas. Avisaron luego al provincial, que estaba en Cuéllar, el impedimento; y que aún no hallaban escribano ni notario ante quien tomar la posesión. Y con suma diligencia, sábado, fiesta de Santiago, amaneció con un notario en su posada; de donde juntos partieron a tomar la posesión a punto, que habiendo el alguacil del obispo guardado toda la noche el sitio con muchas guardas para impedir la posesión, viendo que amanecía, se habían ido a reparar de las malas noches y enviar guardas nuevas. Llegaron los religiosos, y puesta campana y altar, celebró el prior misa del Apóstol; asistiéndoles algunos caballeros, de quien se habían amparado, principalmente don Juan de Heredia, don Gonzalo de Cáceres y Pedro de León. En breve volvieron el alguacil y guardas, y hubo alguna escarapela; causándose entre unos y otros algunos pleitos. Trató la ciudad de componer las desavenencias; y juzgando conveniente hacer buena acogida a los que deseaban vivir en su compañía y amparo, nombró el consistorio dos regidores comisarios, don Francisco de Avendaño y don Juan de Contreras, que fueron a suplicar a la princesa doña Juana, gobernadora de Castilla, favoreciese a los nuevos huéspedes. Remitió su alteza la causa a la Chancillería, donde era oidor Juan Tomás, ciudadano nuestro, que bien informado, apadrinó el negocio de modo que se continuó la fundación, con tanto favor de nuestros ciudadanos, que confiesa el prior fray Antonio de León en una relación que escribió de este suceso y fundación, la cual original permanece, y hemos visto en el archivo del convento, no haber visto entre muchos pueblos de Europa alguno de tanta religión y caridad.

     III. Carlos quinto dejando en Alemania a su hermano don Fernando, ya emperador; y en Flandes a su hijo don Felipe, ya rey, desembarcó en Laredo a veinte y ocho de setiembre, acompañado de sus dos hermanas viudas, María reina de Hungría, y Leonor, reina de Francia. Pasaron a Valladolid donde estaba la Corte; y las reinas se quedaron con el príncipe don Carlos y la princesa doña Juana. Carlos, solo, partió al convento de San Jerónimo de Yuste, de religiosos jerónimos en la Vera de Plasencia, donde se recogió a morir.

     Este invierno fue tan húmedo y lluvioso que ahogó los frutos y cosecha del año siguiente mil y quinientos y cincuenta y siete, causando general hambre en toda España. Nuestra ciudad, populosa, y que con la fábrica de paños ocupa mucha gente pobre y desvalida, padecía gran aprieto. El prelado, atento a su encargo y su nobleza, aunque empeñado y que en este mismo tiempo acudía con reconocido agradecimiento a servir y regalar a Carlos quinto en su retiramiento, como refiere Sigüenza en su historia de San Jerónimo, mandó que en su casa se diese cada día a cuantos llegasen una comida; y el día que menos llegaban pasaban de mil. Informado de las personas honradas y recogidas, ordenó que por medio de criados prudentes fuesen socorridas en sus casas. Llamó los curas y mayordomos de las iglesias de su obispado, y ajustando cuentas mandó que cesando fábricas y gastos posibles de escusar, se comprase trigo, y cocido en pan, se repartiese en cada pueblo a los pobres, dueños en tanta necesidad de la hacienda común y aun de las particulares; y a los mayordomos de sus partidos en el obispado mandó acudiesen con mucha cantidad de su trigo a los curas; y avisasen cómo se distribuía.

     A tanto ejemplo del pastor, Ciudad y Cabildo dieron tres mil ducados; que empleados en trigo, y cocido en pan, reparó mucho la ciudad. Sucedió en todo el reino a tanta hambre gran mortandad, efecto natural del poco mantenimiento y malo. En nuestra ciudad y obispado, como fue la causa menos, también lo fue el efecto; gracias al cielo que tantos favores da juntos en un buen gobernador. Esta fatiga general de España olvidaron nuestros historiadores divertidos a la renunciación y retiro del emperador y ausencia del rey; como si las historias no debiesen enderezarse al gobierno y sucesos del pueblo. Cuanto hemos escrito particular de nuestra ciudad sacamos de memorias y noticias de aquel tiempo que alaban (y con razón) la caridad y magnificencia del prelado. Al cual el rey, estando en Flandes, presentó al arzobispado de Santiago, vaco por muerte del cardenal don Fray Juan de Toledo.

     IV. El fervor de nuestros ciudadanos tenía la fábrica de la iglesia muy adelante: la fachada y coronación acabada; el cuerpo del templo con sus cinco naves proseguido y cubierto hasta el crucero; el coro y sillas asentadas y acabada su gran torre, capítulo y claustro, que (como dijimos) fue mudado del templo antiguo, y asentado en el nuevo, piedra por piedra; acción que merece memoria. Tanto hicieron nuestros antecesores en treinta y tres años. Débese mucho a la buena memoria del canónigo Juan Rodríguez, fabriquero, y gran solicitador todo aquel tiempo. Deseaba mucho el obispo don Gaspar de Zúñiga, antes que se fuese, trasladar el Santísimo Sacramento y oficios del templo viejo y angosto de Santa Clara a este nuevo, para (desembarazado el antiguo) derribarle y comenzar el crucero y capilla mayor que hasta hoy se fabrican. Su deseo y diligencias dispusieron la traslación; y jueves cuatro de agosto de mil y quinientos y cincuenta y ocho años, con aparato de atabales, trompetas y ministriles se pregonaron las fiestas de esta traslación para quince del mismo mes, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, tutelar de nuestra iglesia, y toda su octava. Luego se publicó un gran jubileo concedido por el pontífice romano, a instancia de nuestro obispo, Cabildo y Ciudad, a cuantos en el nuevo templo ofreciesen a Dios oraciones por la paz y aumentos de la cristiandad y limosnas para su fábrica. El aparato de fiestas fue grande y el concurso de gente casi de toda España; el Cabildo llamó cantores y ministriles de muchas iglesias, la Ciudad trompetas y todos instrumentos músicos de casi toda Castilla.

     V. Domingo catorce de agosto el prelado celebró vísperas de pontifical con mucha solemnidad y concurso en el templo de Santa Clara. Acabáronse al anochecer; y en tañendo a la oración, fue tanto el concurso de campanas, luminarias y fuegos, que parecía hundirse la ciudad. La torre de la iglesia mayor, y las demás, que son muchas y muy altas, coronadas de luces: bordes, boceles, acroteras y claraboyas todo era llamas. En los dos antepechos altos de la gran puente segoviana ardían dos mil luminarias (tantas concertó y pagó la Ciudad) de diversos colores, que suspendían la vista con la igualdad y muchedumbre. Todo el ventanaje de nuestra ciudad cuajado de luces. Y como por la altura de su sitio está descubierta a las llanuras de Castilla la Vieja, de muchos de sus pueblos se divisaban las luces que sin duda pasaban de veinte mil. Tanto que pastores de nuestros ganaderos segovianos que apacentaban sus rebaños en las montañas de León, distantes cuarenta leguas, refirieron después, que divisando las luces, como ignoraban las causas y sabían que era hacia Segovia, por el conocimiento que tenían de la tierra, entendieron que la ciudad se abrasaba. Las plazas y calles estaban llenas de hachones y hogueras; y en la plaza Mayor muchas invenciones de sierpes y otros animales de fuego. En ella se corrieron aquella noche toros encohetados. Toda la noche estuvieron ambos templos antiguo y moderno abiertos, y llenos de luces y gente.

     VI. El siguiente día, lunes, fiesta de la Asunción, amaneció nuestra ciudad llena de regocijo, invenciones, danzas, fiestas y colgaduras, y concurso admirable de gente; habiendo ordenado la Ciudad que cada aldea de la jurisdición de esta parte de la sierra trajese a esta fiesta una danza, de que hubo más de cuarenta. A las siete de la mañana salió del templo de Santa Clara la procesión, a que daban principio atabales y gran número de trompetas y clarines: seguían las cofradías con pendones y crucifijos grandes y vistosos; y número grande de blandones de cera blanca; seguían las invenciones de las parroquias, que eran muchas, con premios señalados a las mejores; después las religiones, y consiguiente la clerecía con sus cruces parroquiales en medio de la clerecía. Después de las cruces llevaban cuatro sacerdotes unas andas aderezadas con riqueza y primor: en éstas iban dos cofres de plata, uno de las reliquias de San Frutos y sus hermanos; otro de las demás reliquias de la iglesia. Seguían otras andas con la imagen de Nuestra Señora, que por ser grande, y de plata (ofrenda del rey don Enrique cuarto) pesa tanto, que la llevaban doce clérigos. Seguía el Cabildo con gran número de cantores y ministriles, y sus dos maceros; luego en unas preciosas andas, que llevaban capellanes del número, el Santísimo Sacramento debajo de un rico palio que llevaban veinte y cuatro regidores y caballeros, mezclados. Seguía el obispo de pontifical, con todo su acompañamiento: luego los regidores con gran número de caballeros naturales y forasteros, y el corregidor entre los dos regidores más antiguos.

     VII. Paró todo este concurso en la misma plaza Mayor; donde había muchos tablados distintos para eclesiásticos y seglares; y, en medio, uno grande muy adornado para las andas y representaciones que hicieron las parroquias con premios que el obispo propuso, a las mejores. Entre diez y once partió la procesión por el convento de Santo Domingo al de San Agustín y puerta de San Juan al Azoguejo, y por la puerta de San Martín y calle Real volvió a la plaza, no habiendo salido de ella las andas del Santísimo Sacramento, distancia grande.

     Estaban las calles vistosamente aderezadas de toldos, colgaduras, altares, invenciones y danzas; y sobre todo llenas del mayor concurso de gente que vio Castilla. Entró la procesión por las puertas del Perdón en el nuevo templo, que parecía hundirse de alegría y música; y cierto nuestros ciudadanos, viendo en tan poco tiempo tan grandiosa obra de sus manos, elevaban los ánimos a Dios, autor de tanto bien. Celebró el obispo la misa, y acabada llevó a su mesa más de ochenta personas eclesiásticas y seglares que regaló espléndidamente.

     VIII. A la tarde, celebradas solemnes vísperas, en un teatro que estaba entre los coros, el maestro Valle, preceptor de gramática, y sus repetidores hicieron a sus estudiantes recitar muchos versos latinos y castellanos en loa de la fiesta, y prelado, que había propuesto grandes premios a los mejores. Luego, la compañía de Lope de Rueda, famoso comediante de aquella edad, representó una gustosa comedia, y acabada, anduvo la procesión por el claustro, que estaba vistosamente adornado. Encerró el obispo el Santísimo Sacramento a tiempo que tocaban a la oración, y comenzaron las campanas, luminarias y fuegos como la noche antes.

     Martes se celebró solemne misa y predicó el prelado, exhortando vivamente con las gracias de lo hecho a proseguir lo restante. Acabada la misa, salieron obispos y Cabildo con cruz, caperos, preste y diáconos a recibir una ofrenda supernumeraria de toda la ciudad, en que venían más de mil personas con velas y escudos; y al fin un regidor con quinientos escudos en una fuente de plata; y un diputado de linaje con ciento y cincuenta en un cirio blanco. Acabada la ofrenda, convidó el obispo a todo el Cabildo, del mayor al menor. A la tarde se corrieron toros con un vistoso juego de cañas de ocho cuadrillas, a seis por cuadrilla, y costosas libreas; fiesta lucida y alegre.

     Miércoles, celebrada la misa, fue el obispo a San Martín, donde esperaba toda la clerecía, que salieron con sobrepellices, velas y escudos; y el obispo con cincuenta escudos en un cirio, que delante de él llevaba su mayordomo a ofrecer a la iglesia. A la tarde hubo toros y juego de cañas con capa y gorra.

     Domingo veinte y uno de agosto, dicha tercia, el obispo y todo el Cabildo, hasta criados y mozos de coro, fueron a San Martín; donde comenzando la letanía, salió la Cruz y mozos de coro, cada uno con su vela y un real de a cuatro: y ministriles y capellanes a escudo; y cada prebendado y dignidad dos escudos; al fin dos con dos cirios y en cada uno ciento y cincuenta escudos, y en medio un capellán del obispo con cien escudos en otro cirio. Desde la plaza se adelantaron preste y diáconos a recibir la ofrenda. Lunes siguiente, los testamentarios del obispo don Antonio Ramírez de Raro ofrecieron docientos escudos, que en su testamento dejó mandados para la fábrica.

     IX. Jueves veinte y cinco de agosto, la clerecía con las cruces, Cabildo y obispo, y Ciudad con gran concurso de gente, fueron en procesión funeral a las ruinas del templo antiguo junto al alcázar; donde en un gran túmulo que cubría un paño de terciopelo negro estaba una caja con los huesos del infante don Pedro, cubierta con un repostero de brocado negro con las armas reales. Al lado derecho (algo atrás), otra caja con los huesos de muchos obispos que se habían sacado de los sepulcros sin distinción ni memoria de sus epitafios; descuido culpable y dañoso. Al otro lado, los huesos de María del Salto, en la misma caja en que se habían hallado en lo alto y hueco de una pared con un cendal verde encima una gran argolla de hierro con esta inscripción en la piedra, sepultura muy preeminente. Llegada la procesión se cantó un solemne responso, y cuatro capellanes tomaron en hombros la caja o ataúd de María del Salto; otros cuatro la de los prelados con muchas hachas a los lados; luego cuatro regidores la caja del infante, y doce caballeros doce hachas con sus dos maceros delante. Con que la procesión volvió a la iglesia, y celebrado el oficio funeral con mucha solemnidad y luces, los huesos del infante fueron sepultados en el claustro en la capilla de Santa Catalina, caja o fundamento de la torre donde permanece el túmulo con la reja, en cuyo friso está la inscripción siguiente: Aquí yaze el Infante Don Pedro, fijo del señor rey Don Enrique Segundo, era M.CCCC.IIII. año 1366. Allí sus capellanes celebran sus misas, y sufragios aniversarios: en la misma capilla fueron sepultados los huesos de los obispos. Los de María del Salto fueron puestos en lo alto de una pared del mismo claustro, donde en una luneta se ve hoy pintado el milagro, y debajo esta inscripción no cincelada, sino escrita: Aquí está sepultada la devota Mari Saltos, con quien Dios obró este milagro en la Fuencisla. Fizo su vida en la otra Iglesia: acabó sus dias como Católica Christiana año de M.CC.XXXVII, trasladóse en esta año de M.D.L.VIII. Con esto se dio fin a esta solemne traslación tan digna de memoria.

     En veinte y nueve de setiembre, fiesta del arcángel San Miguel de este mismo año, se trasladó el Santísimo Sacramento a la capilla mayor de su nuevo templo parroquial, que aquellos parroquianos habían fabricado en breve tiempo con mucho ánimo y caridad; y cierto merece loable memoria que una ciudad hiciese a un mismo tiempo cosas tan grandes.

     X. Nuestro obispo don Gaspar de Zúñiga partió luego con sentimiento general de nuestra ciudad y obispado a su arzobispado de Santiago, que gobernó hasta el año 1570 en que fue promovido a Sevilla, y creado presbítero cardenal con título de Santa Bárbara, por Pío quinto en 17 de mayo del mismo año; murió en dos de febrero de 1571. Yace en Sevilla.

     Miércoles veinte y uno de setiembre, fiesta de San Mateo apóstol de este año de cincuenta y ocho, falleció en el convento de Yuste Carlos quinto, emperador, religioso y triunfante aun de sí mismo en edad de cincuenta y ocho años y siete meses menos cuatro días: fue sepultado entonces en aquel convento, y después trasladado por su hijo al real de San Laurencio jueves seis de otubre. Don Diego de Sandoval, corregidor de nuestra ciudad, presentó en su consistorio la carta siguiente de la princesa doña Juana, gobernadora de estos reinos. El sobre escrito decía:

Por el Rey.

     Al Concejo, Iusticia, Regidores, Cavalleros, Escuderos, Oficiales, y hombres vuenos de la mui noble Ciudad de Segovia.

     Concejo, Iusticia, é Regidores, Cavalleros, Escuderos, Oficiales, é hombres buenos de la mui noble Ciudad de Segovia. El día de San Mateo passado entre las dos, y las tres de la mañana plugo á Dios llevar al Emperador mi señor para si: de que tenemos la pena que es razon de tan gran pérdida: aunque no es pequeño consuelo para mi aver acabado como tan Católico y Christianissimo Principe, como su Magestad lo fue. Lo qual os émos querido hazer saber, como á tan fieles, y leales vassallos, porque sé el sentimiento que dello tendreis: y para encargaros hagais en essa Ciudad las honras, y otras demostraciones de luto, que en semejante caso se acostumbra, y deve hazer: que en ello nos hareis muy mucho placer, y servicio. De Valladolid á tres de Otubre de mil y quinientos y cinquenta y ocho años. La Princesa. Por mandado de su Magestad su Alteza en su nombre. Iuan Vazquez.

     La ciudad nombró luego a Gonzalo de Tordesillas, Gonzalo de Tapia, don Francisco Arévalo de Zuazo, Andrés de Ximena, regidores, que con el corregidor dispusieron todo lo necesario para la pompa funeral, avisando al deán y Cabildo, y su provisor en sede vacante. Pregonóse luto general. Levantóse un suntuoso túmulo en la iglesia mayor; y dispuesto lo demás de la pompa con mucho aparato se celebraron los funerales domingo y lunes siete de noviembre, con la grandeza que en otras ocasiones por no repetirlo en tantas.

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