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Capítulo XLIV

Recibimiento que Segovia hizo a la reina doña Ana de Austria. -Y celebración de sus bodas con el rey don Felipe segundo.

     I. Cuidadoso el rey de la guerra de Granada partió a Córdoba, donde celebró Cortes de Castilla y León, y estuvo la semana Santa de mil y quinientos y setenta años. De allí pasó a Sevilla, que le recibió con suntuosa grandeza. Volvió de allí a Castilla, habiendo enviado al arzobispo de Sevilla, ya cardenal, y a don Francisco de Zúñiga y Sotomayor, duque de Béjar, a recibir y acompañar a la princesa doña Ana de Austria, hija del emperador Maximiliano segundo y la emperatriz doña María, hermana de nuestro rey, para cuya mujer venía la princesa, que desembarcó en el puerto de Santander martes tres de otubre. Publicado el matrimonio, muchas ciudades de Castilla y la nuestra entre las primeras, suplicaron al rey las favoreciese con celebrar en ellas sus bodas. A todas respondió igualmente, que agradecía la muestra de amor; pero que no había tomado resolución en el caso, que en tomándola avisaría. Algunos días después se envió a nuestra ciudad una cédula real diciendo que su majestad de la reina pasaría por aquí: que se hiciese el recibimiento que en semejantes casos se acostumbra, sin dar muestra de que aquí se hubiesen de celebrar las bodas; antes se supo que eran de un mismo tenor esta cédula y las que se despacharon a Burgos y Valladolid, donde la reina pasó desde Santander.

     Nuestra ciudad confirmó el caso discurriendo que pues las bodas no se celebraban en Burgos ni Valladolid, sólo estaban Segovia y Madrid; y en tal caso importaba prevenirse. Aunque estaba empeñada (en pleitos que había seguido sobre pueblos de su jurisdición; y en la gente que había enviado a la guerra de Granada y otros gastos) en más de cien mil ducados, buscó dinero; llamó artífices, pintores, escultores, ingenieros de dentro y fuera; trazó y concertó arcos, figuras e invenciones de fuego y agua; juntó sus estados y oficios. Los caballeros concertaron lucidos juegos de cañas; los ministros de la casa de Moneda y ambas audiencias, vistosas escuadras de a caballo, y los menestrales de infantería. Ordenóse que las aldeas de la jurisdición, que (como ha referido nuestra historia) eran muchas y grandes, enviasen compañías de infantería y muchas danzas de mancebos y mozas bien adornadas.

     II. Cometióse a diversos comisarios allanasen caminos y calles, derribándose en el Azoguejo tres o cuatro casas que estrechaban, torcían y afeaban la calle y placeta. Allanóse con mucha gente y gasto una gran plaza delante del alcázar; demoliendo grandes paredones que duraban en pie de la antigua iglesia, igualando profundas bóvedas; con que se dio anchura y vista al alcázar. Para que el palio pudiese pasar, porque se hacía muy ancho y majestuoso, se derribaron los dos arcos; uno al entrar de la calongía que nombramos Vieja, correspondiente al que hoy permanece; y otro arrimado a las casas obispales y entrada de la plaza del Alcázar, que eran las tres puertas de lo que nombraban claustro de la Calongía antigua. Murió en estos días Juan Zapata de Villafuerte, presente corregidor; y pidió la ciudad con instancia sucesor. Proveyó su majestad a don Diego de Sandoval, caballero de la calidad y partes que pedía la ocasión, y que diez años antes había sido otra vez corregidor nuestro. Todo era fábricas, prevenciones y cuidado, y el mayor no tener certidumbre si las bodas se celebrarían aquí. Hasta que mediado de otubre llegó a la casa del bosque de Valsaín la princesa doña Juana, que venía a prevenir el aposento y aderezo de los alcázares; con que se declaró que las bodas se celebrarían en nuestra ciudad, que sintió mucho el aprieto del tiempo, porque se publicó que serían a doce de noviembre. Al principio de noviembre entró la princesa en nuestra ciudad recibida de mucha gente de a caballo y toda la infantería vistosamente aderezada con diferentes aderezos todos, que sacaron después al recibimiento de la reina. Y aquella noche salieron ochenta caballeros con hachas blancas y buenos caballos que alegraron mucho la ciudad y cortesanos, que ya concurrían en gran número.

     III. Muchas fueron las prevenciones que en tan pocos días se hicieron por el corregidor y comisarios, así de fiestas como de provisión, estando las plazas y carnicerías llenas de pan, carnes, frutas, y todo género de caza y pesca, para tanto concurso de gente, cual nunca le había visto España. Sábado once de noviembre llegó la reina a Valverde, aldea de nuestra ciudad, distante legua y media al poniente. Allí fue recibida con danzas y fiestas aldeanas; y habiendo hecho oración en el templo, en la casa de su hospedaje, conforme a la costumbre de estos aldeanos, que el día de la boda los convidados bailan delante del tálamo, y hacen ofrenda a la novia, que dicen Espigar; los aldeanos y mozas de Valverde, espigando a su majestad, como a novia, con diferentes bailes y coplas la ofrecieron diversas alhajas, lino, sábanas, almohadas, tohallas, sartenes, cazos y otras cosas de que mostró agrado, mandando que todo se llevase a un hospital. El siguiente día domingo, antes de salir el sol, se llenó nuestra ciudad de regocijo y fiesta, con todo género de instrumentos marciales y escuadras de a caballo y a pie lucidamente aderezadas, que cada plaza y calle parecía un jardín en lo vistoso de libreas y plumas varias. La princesa doña Juana, acompañada de los príncipes de Hungría Rodulfo y Ernesto y otros señores, fue a visitar a la reina a Valverde; donde fue su primera vista. Y volviendo la princesa al alcázar, llegaron a Valverde dos caballeros por orden de nuestra ciudad a guiar a su majestad, que en una litera partió a Hontoria, llevando siempre a la mano izquierda a nuestra ciudad. Diversas veces asomó a verla por su vistosa disposición sobre la eminencia de un peñasco y en forma de una galera, por proa la punta del peñasco sobre que está el alcázar, en cuyo profundo pie se juntan los ríos Eresma y Clamores; por árbol mayor la torre de su templo Catredal, la más alta y vistosa que hay en España: y otras muchas de templos y palacios que la adornan: por popa, la vuelta que hace desde la puerta de San Martín a la de San Juan; teniendo como a jorro, por esta parte oriental el arrabal mayor, con muchas parroquias y conventos y más de tres mil casas, sobre que se muestra la celebrada puente.

     IV. Llegó pues la reina, acompañada de Alberto, y Vincislao sus hermanos menores, que la acompañaban desde Alemania, y del cardenal de Sevilla y duque de Béjar y otros señores, a un toldo que estaba prevenido en el campo oriental de nuestra ciudad. Y antes que dejase la litera llegaron catorce banderas de infantería, ejército formado, con general, y oficiales mayores y menores, y todos instrumentos. La avanguardia de cinco banderas: la primera de plateros, cereros, joyeros y bordadores; la segunda de sastres, calceteros, roperos, jubeteros y aprensadores; la tercera carpinteros, albañiles, mamposteros, escultores, ensambladores, canteros, herreros, cerrajeros, arcabuceros, espaderos, guarnicioneros, freneros, silleros, jaeceros, pavonadores, aserradores, cabestreros, latoneros, torneros y cedaceros; la cuarta de los pelaires y pergamineros; la quinta, zapateros, curtidores, pellejeros, zurradores, corambreros, boteros, carniceros, taberneros, herradores, arrieros y olleros. El cuerpo de la batalla de siete banderas. La primera de tejedores, así de paños como de estameñas y lienzos; la segunda de la gente de Villacastín, la tercera de Robledo de Chavela; la cuarta del Espinar; la quinta del sesmo de Casarrubios y valle de Lozoya; la sexta de los cardadores; la séptima de los apartadores, con los barberos. La retaguardia de dos banderas: una de los tintoreros, y otra de los tundidores y zurcidores. En dando muestra, pasó toda la infantería adelante para desocupar el campo.

     V. Llegó la gente de a caballo. En primer lugar los monederos, cuyos oficiales menores iban delante de morado, con ferreruelos tudescos forrados de tafetán blanco: y los oficiales mayores con calzas, sayos, y gorras de terciopelo morado y negro, y ropas largas con mangas en punta, que nombran gramallas, de terciopelo morado, forradas en raso blanco.

     En segundo lugar, los tratantes en lana y fabricadores de paños, que impropiamente nombra el vulgo Mercaderes; verdaderos padres de familias, que dentro de sus casas y fuera, sustentan gran número de gentes; muchos de ellos a docientas y muchos a trecientas personas; fabricando por manos ajenas tanta diversidad de finísimos paños; empleo comparable con la agricultura, y muy importante en cualquier ciudad y reino.

     En tercero lugar, procuradores de ambas audiencias, de terciopelo negro con cadenas de oro, y aderezos de cinta, espadas y dagas doradas.

     En cuarto lugar, escribanos con calzas de terciopelo y jubones de raso blanco, y cueras de ámbar, capas castellanas de terciopelo negro; bien adornados de plumas y joyas; lució el estremo de los colores blanco y negro; materiales de su oficio.

     En quinto lugar médicos y cirujanos con sayos y ropas largas de terciopelo y raso negro.

     En sexto lugar caballeros y abogados mezclados; porque habiendo contendido sobre el puesto se arbitró así; los abogados con sayos y calzas de terciopelo negro, y ropas largas de lo mismo forradas en felpa; y los caballeros con diversas galas y mucho lucimiento.

     En último lugar los regidores representando la ciudad; delante dos porteros con sayos, calzas, y ropas gramallas de grana, guarnecidas con fajas de terciopelo carmesí, gorras del mismo terciopelo, cotas de armas, y mazas de plata dorada al hombro: luego el escribano de ayuntamiento (entonces no había más de uno) y el mayordomo de la ciudad: seguían los dos procuradores del común (gran nombre; mas hoy poca potestad): últimamente los regidores: y al fin entre los dos más antiguos el corregidor don Diego de Sandoval, que llevaba entonces a su mano derecha el banco de don Fernán García, y a la izquierda el banco de don Día Sanz, como aquí van escritos los que entonces eran regidores: y cada año alternan el banco.

Banco de don Fernan Garcia Banco de don Dia Sanz
1     Don Diego de Bobadilla, Alferez mayor. 1     Pedro de Mampaso.
2     Gonzalo Gómez de Tapia. 2     Antonio del Sello.
3     Antonio de la Hoz. 3     Antonio del Rio Aguilar.
4     Arévalo de Zuazo. 4     Don Juan de Contreras.
5     Francisco Arias de Herrera. 5     El dotor Messia de Tovar.
6     Pedro Temporal. 6     Licenciado Pedro de la Hoz de Tapia.
7     Hernando Arias de Contreras. 7     Agustin de Avila Monroy.
8     Diego de Herrera Peñalosa. 8     Andres de Ximena.
9     Gonzalo del Rio Machuca. 9     Gonzalo de Guevara.
10   Diego de Portas. 10   Diego Moreno.
11   Baltasar de Artiaga. 11   Antonio de Miramontes.
12   Gaspar de Cuellar Aguilar. 12   Antonio de Zamora.
13   Antonio de Tordesillas. 13   Francisco Messia de Tovar.
14   Antonio de Tapia Mercado. 14   Licenciado Mercado de Peñalosa.
15   Juan Alonso de Aguilar. 15   Gaspar de Belicia.
16   Pedro de Aguiniga. 16   Don Juan de Heredia Peralta.
17   Sancho Garcia del Espinar. 17   Gaspar de Cuellar.


     VI. De los cuales se hallaron presentes treinta, llevaban ropas gramallas de terciopelo carmesí forrados en tela de oro, gorras de terciopelo negro bien adornadas, jubones de raso blanco, calzas de terciopelo blanco con muchas bordaduras, aderezos de cinta dorados en hermosos caballos con guarniciones y estribos dorados. Apeáronse y besaron la mano a la reina, que de la litera se había entrado en el toldo o tienda.

     Llegó luego el Cabildo con los notarios de la audiencia eclesiástica, delante pertiguero y maceros; al fin el obispo don Diego de Covarrubias, que dio el parabién a su majestad de su llegada, feliz para estos reinos; y con su Cabildo volvió a recibirla en la iglesia. A este toldo dicen que llegó el rey disimulado con otros tres o cuatro de a caballo, y vio a la reina. La cual subió en un hacanea blanco con sillón de plata dorada, gualdrapa de terciopelo negro bordada de oro, vestida de brocado encarnado, capotillo bohemio de terciopelo carmesí, bordado de oro; y sobre la cabeza un sombrero alto con plumas, talle bien dispuesto, rostro hermoso, blanco y majestuoso, en edad de veinte y un años. Las escuadras que esparcidas por aquel campo representaban un gallardo ejército, hermoseándole la diversidad de colores, y alegrándole la sonoridad y diferencia de instrumentos marciales, se redujeron al camino; y en orden marcharon hacia la ciudad delante de la reina. El día, demás de ser tan corto, fue lluvioso; con que la fiesta lució menos. Antes de entrar en la ciudad, sobre mano izquierda, se mostraron tres grandes y bien obradas figuras. Sobre un pedestal de seis pies en alto se mostró nuestra ciudad en figura de matrona majestuosa, con cetro y corona en ambas manos, ofreciéndolos a la reina, en una octava rima escrita en el pedestal (escusaremos los versos españoles, que aunque eruditos y adelantados, embarazaban la narración). A veinte pasos de cada lado se veían don Fernán García y don Día Sanz, armados sobre valientes caballos, en habitud fogosa, gruesas lanzas en las manos, quitadas las celadas, que con pomposos penachos se mostraban sobre los pedestales. En el de don Día Sanz declaraban unos versos la conquista que hicieron de Madrid: y otra en el de don Fernán García, como dejaron su hacienda y estados a su patria que hoy goza parte de ello.

     VII. Después de esto, se mostraba en lo más ancho de la calle del Mercado un arco de noventa y seis pies de alto, noventa y tres de ancho, y diez y seis de grueso, sin el vuelo de las molduras en pedestal y cornijamentos, que era de cuatro pies y medio: máquina grande y vistosa: su fábrica y orden era corintio, con dos haces; repartido en dos cuerpos principales: el primero de la planta a la cornija, de cuarenta y nueve pies de alto; y el segundo de la cornija al último perfil de la coronación. El cuerpo inferior de este arco se repartía en tres puertas arqueadas: la de en medio tenía de claro veinte pies, y alto en proporción: las puertas colaterales a once pies de claro. Los espacios de la puerta principal a las colaterales, que eran diez y seis pies, ocupaba un pedestal de diez pies de alto, y sobre él cuatro columnas de jaspe de a treinta y un pies de alto, sobre que resaltaban arquitrabes, friso y cornijas con hermosas molduras. Desde las puertas menores a dos pilastrones en que remataba lo ancho de este cuerpo inferior había nueve pies. El cuerpo superior de este arco se levantaba sobre la cornija del cuerpo inferior con un corredor de balaustres verdes, doradas las molduras; menguando el grueso de a diez pies, y el ancho a treinta, con dos términos a los lados y dos pilastrones entre los cuales quedaron tres nichos de doce pies de alto, y cinco de ancho. En medio del frontispicio había una basa de tres pies en alto, y sobre ella un espejo o círculo redondo de diez pies de diámetro, en que estaban talladas y doradas las armas reales a la haz oriental de donde venía la reina. En cada haz de este arco, que se ha descrito por mayor, se mostraban dos escudos con las armas de la ciudad que abrazaban cada dos figuras de bulto. Y en el friso de la haz oriental se escribió esta grave dedicación:

     Serenissimae Annae Magni Philippi II. Hispaniarum Regis vxori amantissimae Propier faelicem in hanc vrbem adventum Senatus Populusque Segoviensis erexit. Y sobre el cornijamento en una tarjeta esta inscripción:

     Agnosce Faelicissima Regina ex inumerabilibus paucas maiorum imagines omni virtutum genere ornatas, quae tibi ob obculos proponuntur: vt domesticis excitata exemplis, quorum succedis in Regna, eorum quoque egregias, admirandasque virtutes imiteris.

     VIII. Conforme a este propósito se eligieron siete personajes; tres de Austria para los nichos del cuerpo superior, y cuatro de Castilla para los del cuerpo inferior de la haz oriental del arco.

     En el nicho medio del cuerpo superior estaba el emperador Carlos quinto Máximo, abuelo materno y tío grande (esto es hermano de su abuelo paterno) de la reina; y en una tarjeta escrita con letras de oro la escelencia de su valor en una sestina de pie quebrado; baja composición para tan alto sujeto.

     En nicho de la mano derecha ocupaba el emperador don Fernando primero, abuelo paterno, y también tío grande de la reina, que lo más de su niñez vivió en Segovia; al cual, considerando su valor y la resistencia grande que hizo al turco, se aplicó en una tarjeta aquel consejo del gran poeta, canto doce de la Eneida: Disce puer virtutem ex me, verumque laborem. -Fortunam ex alijs.

     En el nicho izquierdo se mostraba el emperador Maximiliano segundo, padre de la reina; al cual, insinuando que su majestad cesárea y la católica de Filipo segundo eran columnas de la cristiandad, se acomodó el emistichio del mismo poeta y canto, aunque mal imitada la prosodia.

Christianoe spes altera gentis

     En uno de los nichos principales del cuerpo inferior de este arco se veía el rey don Fernando el Santo, que unió a Castilla y León y restauró a Jaén, Córdoba y Sevilla. Todo lo refería una quinta castellana, más concisa que aguda.

     El otro de los nichos principales mostraba a don Fernando el Católico, que con la gran reina doña Isabel sosegó a Castilla, unió a Aragón, conquistó a Granada, Nápoles y Navarra, y descubrió el nuevo mundo occidental: todo lo cual refería otra quinta como la pasada.

     Otro nicho ocupaba el rey don Alonso Noble, tan justamente celebrado por la milagrosa vitoria de las Navas de Tolosa, que refería una sestina de pie quebrado.

     En el nicho restante se mostraba el rey don Alonso, conquistador de las Aljeciras, que en la gran batalla del Salado con treinta y nueve mil combatientes acometió a cuatrocientos y setenta mil moros, y mató docientos mil; y después murió en Gibraltar en edad de treinta y ocho años. Todo lo declaraban dos liras en una tarjeta.

     A estos siete emperadores y reyes acompañaban en decentes lugares siete virtudes en ellos preeminentes. En el remate del arco estaba la Fe, gran figura de bulto con ropaje azul bordado de estrellas; el rostro elevado al cielo; las manos trabadas una con otra, y a los pies un escudo, y en él un espejo, y en una tarjeta una copla redondilla que declaraba el propósito. A los lados de la Fe se mostraban recostadas la Caridad con ropaje carmesí, y un escudo en que estaba pintado un pelícano rompiendo el pecho al sustento de los hijos; jerolífico ya común de esta virtud: el fundamento averigüen los eruditos: la letra era un terceto octosilábico, diciendo: Ser la mayor caridad dar la vida propia por la agena. Al otro lado la Esperanza con ropaje verde bordado de oro, y en el escudo un mundo, del cual volaba un águila a lo alto; declarándose el propósito de despreciar lo temporal por lo eterno en otro tercero.

     En el cuerpo inferior del arco se veía la Prudencia en un carro tirado de serpientes; mostrábase pensativa, puesta en la mejilla la mano, afecto de discursivos, previniendo lo futuro con memoria de lo pasado y disposición de lo presente, como lo declaraba una redondilla. Al mismo lado la Justicia sobre un león enfrenado; las riendas en la mano izquierda, y en la derecha una espada desnuda, y declarado el propósito en una quintilla. Al otro lado la Templanza con un freno y un compás en las manos, en un carro tirado de dos elefantes, animal muy templado; declarado todo en una redondilla. Luego la Fortaleza; y al izquierdo de sus lados el mundo que parecía despreciar; y al derecho un león por cuya boca tenía metido el brazo; jerolífico estraño y declarado en una lira. Esto es por mayor cuanto el arco contenía en la haz oriental que miraba al camino por donde la reina entró.

     IX. En el hueco y grueso de la puerta principal se pintaron las dos famosas batallas de las Navas y el Salado. Y en la haz occidental que miraba a la ciudad se pusieron siete matronas, tres emperatrices y cuatro reinas de Castilla. En el nicho medio del cuerpo superior la honestísima emperatriz doña Isabel de Portugal, mujer de Carlos quinto, con este título:

Elisabeth Caroli V

     Al lado derecho la emperatriz doña Ana, mujer del emperador Fernando primero, abuelos paternos de la reina y el título:

Anna Ferdinandi I

     Al lado izquierdo la emperatriz doña María, mujer de Maximiliano segundo, y madre de la reina, con este título: Maria Maximiliani II. Todas tres emperatrices con coronas imperiales y ropajes diversos, animaban a la reina a su imitación con una octava rima en una tarjeta sobre los resaltes de la cornija, y en el friso este exástico latino.

                                 Si te laurigeri delectauere triunphi,
   Detinuitque oculos Martia turba tuos;
Respice faemineas admiratura cohortes,
   Et quarum certat gloria summa viris:
Hinc disces, magni ad Talamos ascita Phillippi,
   Quo ingenio vxorem Principis esse decet.


     Traducir versos es perder tiempo y trabajo; pues no es traducible la energía poética; éstos son buenos y el pensamiento mejor, pues mueve más la semejanza del sexo y estado.

     Bajando al cuerpo inferior del arco se mostraba en un nicho la gran reina de Castilla doña Berenguela, ilustrísimo esplendor de nuestra ciudad, patria suya, hija de don Alonso Noble; mujer de don Alonso de León, y madre de don Fernando el Santo; y más gloriosa en sus obras que en su prosapia. Algo de esto refería una quinta.

     En otro nicho se veía la reina doña María Fernández de Meneses, cuyo gran valor se mostró, como dijimos, reinando con su marido don Sancho Bravo; peleando por su hijo don Fernando Emplazado, y padeciendo con su nieto don Alonso Conquistador. Sus escelencias refería una lira. En otro nicho se mostraba la reina doña Catalina de Alencastro, mujer de don Enrique tercero y madre de don Juan segundo, fundadora del santuario y villa de Santa María de Nieva, como daba a entender una redondilla. En el último nicho se mostraba la gran Reina Católica doña Isabel, lustre de Castilla y admiración del mundo en prudencia, consejo y valor, como daba a entender una lira; buena si fuera la de Orfeo o Anfión.

     Acompañaban a estas cuatro reinas en lugares decentes cuatro virtudes. La Castidad, que mostraba en una mano un manojo de ruda y otro de cicuta; y en otra un panal de miel con abejas, jerolífico de esta virtud que declaraba una cuarteta: la Piedad con tres o cuatro criaturas en brazos y regazo; pintura vulgar de esta virtud que declaraba una quinta: la Mansedumbre con un cordero a los pies; símbolo de esta virtud declarado en una redondilla: la Clemencia virtud real, se mostraba envainando una espada; pintura y pensamiento no muy agudo, declarado en una quinta.

     X. Por este arco pasó el recibimiento y majestad de la reina a las calles del Mercado y Santa Olalla adornadas de tapicerías y telas, a la placeta de San Francisco, en cuya salida estaba un arco triunfal de orden dórico de ochenta pies de alto y sesenta de ancho, y diez y seis de grueso en macizo, sin el vuelo de pedestales y columnas que eran cinco pies. Tenía este arco sola una haz y puerta. El cuerpo inferior tenía de alto del suelo a la cornija treinta y seis pies; seis en los pedestales sobre que sentaban cuatro columnas estriadas; las estrías de oro, y los perfiles estofados de azul, de veinte y cuatro pies de alto y seis pies de architrabe, friso y cornija. La puerta tenía de ancho veinte y cuatro pies que es la anchura de la boca de la calle donde se plantó el arco; restaban a cada lado diez y ocho pies que remataban las columnas, una al canto, y otra al borde de la puerta en cada lado: estos intercolunios ocupaban un nicho, y encima un cuadro. En uno de estos nichos se mostraban dos bizarros personajes armados de punta en blanco, grandes penachos en las celadas y caladas las viseras, las manos izquierdas en las guarniciones de las espadas, y en las derechas sendas lanzas, de cuyas puntas pendían los escudos cubiertos de velos negros: y a cada lado su nombre: Don Fernan García Don Dia Sanz. En el nicho del otro lado se mostraba de bulto una gallarda figura de mujer, cuyo título decía Curiosidad: tenía a los pies libros, monedas, esferas, compases, y otros instrumentos: preguntaba a los capitanes en dos liras castellanas, y un tetrástico latino; por qué cubrían sus escudos, y ocultaban sus hazañas

                               Heroes quae vestra olin fortissima bello
   dextra confecit, claraque facta domi,
Cur non ostentant manifesta in luce patentes
   insignes clipei ¿cur super vmbra tegit?


     Respondían ellos en otras dos liras, y un tristico latino, que su cuidado había sido obrar hazañas dignas de nombre y ejemplo; y la imitación y fama estaba por cuenta de los sucesores; respuesta y aviso prudente.

                               Quod non scribendi nobis; sed magna gerends
   cura fuit: Veniet tempus cum gratior aetas,
Scilicet é tenebris in notas proferat auras.


     En uno de los cuadros que estaban sobre estos nichos se mostraban de pincel muchos personajes, los rostros regocijados, y las manos levantadas en la habitud que Pierio Valeriano pinta el aplauso declarando aquí el que nuestro pueblo hacía a la venida de su majestad, como lo decía una quinta.

     En el otro cuadro se veía también de pincel nuestra ciudad en figura de una mujer que mostrando alegría echaba una piedra blanca en una urna, contando (según la costumbre antigua) este día por muy feliz, como declaraba una redondilla, y el verso de Persio:

Hunc Regina diem numero meliori lapillo

     XI. El cuerpo superior de este arco tenía el mismo ancho de sesenta pies, dividido en tres miembros: el medio, que ocupaba lo que la puerta en el cuerpo inferior, tenía un corredor de balaustes azules doradas las molduras, y un poco adentro un pedestal de diez pies de largo, seis de ancho y cinco de alto; y sobre él tres figuras de bultos mayores que el natural, Hércules, Hispán y Trajano; sobre éstos una gran bola o esfera, y delante nuestra Puente o acueducto bien formada. Sobre la bola había una peana, y sobre ella se mostraba de bulto una grande y hermosa figura de Minerva, a quien la antigüedad gentil fingió inventora de las artes y ciencias, que con bizarría remataba el arco. Teniendo esta parte media del cuerpo superior desde el pedestal al remate o perfil alto de la Minerva cuarenta y cuatro pies de alto. Los tres príncipes mostraban competir sobre cuál había fabricado la Puente. Hércules en una octava alegaba, que habiendo él fundado la ciudad, y no pudiendo ésta sustentarse en tanta altura sin agua, era evidente ser la Puente fábrica suya. Hispán en otra octava decía, que él como primer rey de España, sólo tuvo poder y tiempo para fábrica tan grande, y así se la atribuían a él los más de los escritores. Trajano en otra oponía a Hércules y a Hispán la pobreza de su reino, y rudeza su edad; alegando en su favor la grandeza romana, y semejanza de la fábrica. En tanta competencia y confusión, Minerva, como autora de artes y ciencias, determinaba en los versos de una lira ser suya fábrica tan aventajada. Los miembros o compartimientos de los lados eran de catorce pies de alto y diez de ancho, cada uno entre dos términos o acroteras, sobre que estaban otros tantos escudos de armas reales. Los compartimientos ocupaban dos cuadros de pincel; en el uno la Fama cuajada de alas, tocando una trompeta, y a los pies escrita una lira que declaraba quién era: y en una octava, traducido el epigrama primero de Marcial de las siete maravillas, aplicando la rima o epifonema a la escelencia superior de nuestra Puente. En el otro compartimiento se veía la ninfa Eco, entre unas cuevas peñascosas, y a los pies una lira que declaraba quién era. A la boca de la trompa de la Fama se leían seis versos españoles endecasílabos, cuyos finales revocaba Eco, y decía una obra tal, no tiene igual. En el grueso de este arco estaba pintado en dos lienzos cómo la Reina Católica doña Isabel fue coronada y aclamada reina en nuestra ciudad, dándose principio a tan gran monarquía; y cómo aquí vinieron todos los grandes de Castilla a besar su real mano.

     XII. En este arco, dedicado todo a sucesos de nuestra ciudad, esperaba el palio, era de finísimo brocado, y caídas de lo mismo con gran flocadura de oro. Entró su majestad debajo de él; y llevábanle el corregidor y regidores con varas doradas; fueron por la calle de San Francisco al Azoguejo, donde sobre el lado derecho se mostraron los eminentes y vistosos arcos de la Puente, y en la placeta sobre gruesos pilares bien labrados, un gran estanque en cuadro de cincuenta y cuatro pies de largo y veinte y seis de ancho, y seis de hondo, lleno de agua, y en los bordes y antepechos muchachos, leones, sierpes y otras figuras vertiendo agua en el estanque. Cerca de él, sobre cuatro columnas bien labradas se fabricó un cuadro, en cuyo medio, sobre una pila, Venus con Cupido, su hijo, al lado, recostados ambos, echaban agua; ella por los pechos y él por la parte genital. A los lados un elefante y un rinoceronte, que por trompa y nariz rociaban hasta los tejados de las casas circunvecinas; siendo las invenciones de agua de lo mejor que hubo, por el primor de los fontaneros y altura de la Puente, de donde el agua se encañaba. De aquí sobre mano izquierda subió el recibimiento a la puerta de San Martín que se había renovado, y por la calle Real y Cintería a la plaza Mayor, donde se mostró al entrar de la calle de Almuzara un grande y suntuoso arco de orden jónico, alto de cien pies sin la coronación, ancho de setenta, grueso de diez y seis. Tenía dos cuerpos inferior y superior; dos haces y tres puertas, la de enmedio en arco, y las colaterales cuadradas. El cuerpo inferior tenía de alto desde la planta a la cornija cuarenta y siete pies y medio, once los pedestales, treinta las columnas con basas y capiteles, tumbado el friso conforme a su orden jónico, y seis y medio de architrabe, friso y cornija. En el friso se leía esta inscripción.

     Serenissimae Annae Magni Philippi II. Hispaniarum Regis vxori amantissimae, propter faelix, faustumque matrimonium. Respublica Segoviensis dicauit.

     XIII. La primera haz de este arco se dedicó toda a estas bodas. Así en un cuadro de entre las columnas se mostraba pintado el rey en una silla debajo de dosel, que despachaba a los conciertos de estas bodas un embajador, que de rodillas recibía la carta; y puesta la mano sobre el muslo del rey, mostraba hacer el juramento y ceremonia que Elizer Damasceno cuando Abrahan le despachó por mujer para su hijo Isaac, como declaraba la letra del Génesis; Ad terram et cognationem meam proficiscaris: et inde accipias uxorem mihi. Prosiguiendo este mismo intento en el otro cuadro se mostraba en un óvalo la reina en medio cuerpo rodeado de coronas, con este medio verso de Virgilio: Series longissima Regum. Lo demás del cuadro (fuera del óvalo) estaba sin corona alguna esperando las futuras con este pedazo de verso: Votis suscribent fata secundis: empresa que Paulo Jovio hizo para el cardenal Alejandro Farnesio como el mismo Jovio dice en sus empresas militares. En una de las enjuntas, o salmer del arco se mostraba Juno, a quien la gentilidad hizo diosa de las bodas; y en la frontera Genio, dios de la generación: y al lado de cada uno su palma, macho y hembra, natural jerolífico del matrimonio, pues apartados no fructifican, como afirman los naturales, y aquí lo declaraba y aplicaba un buen soneto. Sobre la clave del arco pendía de la cornija un gran escudo de las armas reales. Sobre la cornija de este cuerpo inferior, por ambas haces, se mostraba un corredor de balaustes azules y dorados; y a trechos pirámides y bolas doradas; y a cada haz un sol y una luna. Entre estos dos corredores se levantaba el cuerpo superior de este arco sobre un pedestal de seis pies, unos pilastrones de veinte y dos; sobre ellos la cornija en que asentaba la coronación. En medio de este cuerpo sobre la puerta principal del inferior, en un gran nicho o encasamento se mostraba la reina, gallarda figura de bulto, con ropaje y corona real; y señalando con la mano derecha esta figura que tenía en el pecho.

     Entre las puntas de esta Pentalpha se lee en griego YGEIA, que en castellano significa saludable, epíteto de Minerva: y en la circunferencia EVPPRATTEIN, que significa bien obrar: símbolo o empresa de Antioco Soter, o Salvador, rey de Siria: dando a entender a nuestra ciudad, que a un lado estaba pintada en un cuadro, que con su venida traía la salud y prosperidad de estos reinos; como se significaba en dos cuadros de pincel que también señalaba con la mano izquierda; en el uno se mostraban dos palomas de pecho y alas plateadas, y lomo dorado, que siendo animales sin hiel significan bien la felicidad de ambas vidas, temporal y eterna con el verso 14 del Salmo 67; Pennae columbae de argentatae: et posteriora dorsi eius inpalore auri: pensamiento profundo, aunque mal declarado aquí en una redondilla. En el cuadro junto a éste se pintó una oveja con dos corderos, jerolífico de fecundidad, y por letra el verso 14 del Salmo 143. Oves eorum fetosae, con un terceto castellano. En el otro cuadro grande se veía nuestra ciudad que respondía a tantas promesas de buenos sucesos con la bendición que dieron a Rebeca sus parientes cuando partía a casarse con Isaac, Crescas in mille millia: et possideat semen tuum portas inimicorum tuorum. Esto es, Crezcas en millones: y posea tu generación las puertas de tus enemigos. Esta haz remataba una gran bola, y sobre ella una cruz dorada, y a los lados otros remates bien obrados que los artífices pusieron en lugar de algunas figuras comenzadas, y no acabadas por la cortedad de tiempo.

      XIV. La haz occidental de este arco que miraba a la Almuzara, tenía sólo cuatro grandes compartimientos; dos en el cuerpo superior; en uno se veía de pincel el emperador Carlos quinto Máximo, armado y alzada la visera con una gruesa lanza en la mano sobre un caballo de veloz pintura, siguiendo al Gran Turco Solimán, que en otro caballo, rendida la cola entre las piernas, mostraba huir. Veíase en medio el gran río Danubio, roto el puente por el Turco, porque el césar no le siguiese en la empresa de Viena, como escribimos año 1532. En el otro compartimiento se veía una gran nave con este título Petri, que mostraba ser la nave de la Iglesia, en la cual se veía el rey fondando una áncora, mostrando que era único defensor de la cristiandad, purificando a España, socorriendo a Francia, allanando a Flandes, sosegando a Italia, ayudando a Inglaterra y defendiendo a Malta, como insinuaba este dístico.

                               Concuciunt venti navim, tamen anchora firmat.
   Anchora iacta manu magne Philippe tua.


     Los compartimientos del cuerpo inferior estaban en los intercolunios; en uno se veía el emperador que, dando de mano a un mundo cetro y corona, metía el pie en un convento declarando la mayor de sus vitorias, cuando despreciadas tantas coronas, se entró en el convento de Yuste; ilustróse esta hazaña con aquella empresa de la vitoria constante que usaba Darío, y pinta Pierio de tres gavilanes combatiendo entre sí, y entre sus alas el mote griego NIKITIKOTATOS. Esto es, victoriosissimo. Todo lo cual se pretendió declarar en un terceto castellano y dos sonetos. En el otro compartimiento se veía el rey sentado en tribunal debajo de dosel; y en la mano derecha una desnuda espada en que se revolvía una culebra; imitación del caduceo de Mercurio; significando que con prudente justicia gobernaba sus reinos como declaraba este dístico.

                               Praecipuae Regis quae sunt, his artibus, orbem
   Sustineo: ut monstrant ensis, et hic coluber.


     Y en dos liras castellanas se declaraba cuán acertada había sido la renunciación de Carlos en tan prudente sucesor. En los gruesos de las puertas de este arco se pintaron de blanco y negro en dos lienzos la batalla de Túnez, y la empresa del Plus ultra: y en otros dos la toma de San Quintín y la defensa de Malta. Esto es por mayor cuanto este arco contenía.

     XV. Por él pasó el recibimiento a la Almuzara; donde la reina se apeó para hacer oración en el templo Catredal; a cuyas puertas esperaban Cabildo y obispo con cruz, cantores y ministriles que, cantando Te Deum laudamus, la acompañaron a la capilla mayor, donde hecha oración salieron del sagrario nueve muchachos, mozos de coro, en hábito de pastores bien adornados y danzando cantaron un villancico; y luego uno en cinco liras dio el parabién a la reina, que cantando los pastorcillos segundo villancico, volvió al acanea y palio; y guiando el recibimiento por las calles de la Merced y Calongía, a la entrada de la gran plaza del Alcázar se mostró otro arco triunfal donde antes (como dijimos) estaban el arco y puerta que cerraban la Calongía, y deshaciéndose para esta ocasión, se cortó una inscripción y piedra cuya mitad hoy permanece y entera decía: ALCINO TITVLO ORONICO AN. XVIII. AEMILIA LAVINA MATER FILIO. F. C. El arco llenaba todo el espacio. La puerta tenía diez y ocho pies de ancho y el doble de alto. Toda la fábrica tenía dos haces: su arquitectura de orden compuesto. Dedicóse todo a la reina. En ambas haces sobre pedestales bien labrados cargaban columnas de jaspe bien semejado, estriadas, con basas y capiteles bien obrados, con arquitrabe, friso y cornija. Encargóse este arco a persona que le adornó con buena erudición, poniendo en el friso de la haz oriental que recibía a la reina esta dedicación.

     Divae Annae, Inperatoris. Cesaris Maximiliani Filiae: Inperatoris Caes. Ferdinandi Nepti: Philippi Hispaniarum Regis, Flandriae Principis Pronepti: Inperat. Caes. Maximiliani Abnepti: ex Hispania Natali solo in patria Regna avectae, nunc reduci, Philippo Matrimonio iungendae.

     S. P. Q. Segoviensis Numini, Maiestatique eius devotissimi, animo libentissimo D. D.

     Y en el friso occidental la bendición que a Rebeca dieron sus parientes, cuando partía a las bodas de Isaac, y se puso arriba encontrándose en los pensamientos las dos personas que se encargaron del adorno de los arcos sin saber uno de otro; suceso muy ordinario. Escribióse en este arco en las dos lenguas hebrea y griega, que escusaremos por falta de caracteres; y pondrémosla en castellano como hemos hecho en lo demás de esta historia: hermana nuestra eres; crezcas en millones: y possea tu generación las puertas de sus enemigos.

     XVI. Sobre la puerta y cuerpo inferior del arco corría un corredor de balaustes plateados y molduras doradas; y a las cuatro esquinas cuatro figuras de mujeres de a veinte pies, sentadas con decencia y gravedad. Una era Pomona, diosa, según la gentilidad, de huertos y frutas, y por eso amada de Vertumno: tenía en una mano levantada una corona de flores, y en el regazo un canastillo de frutas diferentes; y en una tarjeta este tetrástico.

                               Quod videas pomis calathos hoc tempore plenos,
   Et texta in manibus florea serta meis;
Desini mirari, rerum natura novata est,
   Hesperijs coelum contulit Anna novum.


     Pensamiento gallardo y bien dispuesto. La segunda era Flora, diosa de los jardines y flores, de que tenía una vistosa corona; y en el regazo un canastillo de ellas y en la tarjeta estos versos.

                                 Quod prius argenti squalerent omnia coelo,
   Et iam perpetuo gramine vernet ager;
Quod prius exutos ornent iam lilia colles,
   Hoc debent oculis Anna benigna tuis.


     En la otra esquina estaba Ceres, diosa de los sembrados y mieses, como mostraba en su mano derecha una hoz segadera, y en la izquierda un manojo de espigas, y en la tarjeta estos versos.

                               Hactenus arva meis iussis parere solebant;
   Nec deerat templis victima sacra meis;
At postquam Dominam te iam conspexit Hiberus,
   Tu sola es cunctis frugibus alma Ceres.


   Estos tres epigramas frisan en el concepto. En la cuarta esquina se mostraba nuestra España con el traje que siempre, armada de la cintura arriba, embrazada una rodela, y en la misma mano izquierda un manojo de saetas, y en la derecha otro de espigas, insignias de su braveza y fertilidad, y en la tarjeta estos versos.

                               Monstra alit AEgyptus, saevas Hircania Tigres:
   Et nitidum dives india mittit ebur.
Sed tua diva ferox, feraxque Hispania fruges,
   Protulit et strenuos semper ad arma viros.


     Estos cuatro elegantes epigramas latinos estaban traducidos en cuatro octavas vulgares, que también dejamos de poner como los demás versos castellanos, por no trocar oro a cobre.

     XVII. Entre estas cuatro figuras se levantaba un encasamento o bóveda sobre cuatro figuras del dios, nombrado Termino, que servían de columnas; sobre ella, en lo alto de su convexo, asentaba una basa, sobre la cual se mostraba el globo del mundo, y encima un gran escudo con las armas de la reina en ambas haces, con su coronel ordeado de estrellas, semejando la corona de Ariadna, que los poetas fingieron había sido colocada entre las estrellas, como declaraba un soneto escrito en la haz oriental de la basa. Los términos que servían de columnas a la bóveda tenían sus motes, en uno de los orientales el hemistiquio, Nec Iovi cedo, mote que tantos movimientos causó a Erasmo. En el otro término fronterizo se perficionaba el exámetro, sic tu nec cede Iunoni. El uno de los términos occidentales tenía escrito, Vos lo sois, y el otro respondía, de la belleza. Los remates de una parte y otra del arco hacían dos pirámides con globos en las puntas; sobre la una se mostraba un fenis en las llamas en que muere y renace; y en el globo escrito, Ave Fenix: con que decía lo que era y saludaba a la reina, ilustrándolo con un terceto castellano en una tarjeta. Sobre el globo de la pirámide correspondiente se mostraba un águila, torcido el rostro, significando que aunque de fuerte vista contra los rayos del sol, la cegaban los de la reina como declaraba un terceto castellano. En los pedestales o basas de las columnas se veían de pincel figuras de la vitoria con alas, como entre los cristianos pintamos los espíritus celestiales; aunque los atenienses, como refiere Pausanias, no la ponían alas porque no huyese. Todas estas figuras tenían motes latinos, italianos y españoles. En los lados del grueso de este arco que, como dijimos, era de diez y ocho pies, se pintaron dos emblemas: uno era sol y luna en conjunción, o más verdaderamente eclipsi, y debajo el alcázar en que se celebró el matrimonio; cuya definición es conjunción de varón y hembra, y por mote, Nunquam splendui magis, y declarado en una octava; aunque el pensamiento quedó bien confuso y mal aplicado: el segundo emblema era un olmo y una parra abrazados, símbolo común del matrimonio; y por mote este exámetro.

Non melius virides iunguntur vitibus vlmi

     Declarado y aplicado el pensamiento en una octava.

     Quisiéramos que nuestra ciudad hubiera estampado, como han hecho otras, los diseños de estos arcos, que fueron sobre manera suntuosos: y habiendo gastado en esta ocasión nuestra república más de docientos mil ducados, sin lo mucho que gastaron los particulares, poco importaran docientos ducados, que costaran estas estampas; y sirvieran mucho a la duración, y a la declaración, ayudada del objeto presente de la vista: porque la escritura, no puede declararse bastante en materia de arquitectura, conocida de pocos, y de vocablos y nombres estraordinarios; sin el conocimiento de los cuales no puede comprenderse el ser de las cosas.

     XVIII. Paró todo el recibimiento en la gran plaza del Alcázar, que disparando toda su artillería hizo una gran salva. Apeóse la reina junto a la puente levadiza; donde salió a recibirla la serenísima princesa de Portugal, y asidas las manos entraron. Era ya casi noche; y ocupada la ciudad en acomodar tanto huésped, sólo atendió a poner grandes luminarias. Algunos coronistas y entre ellos el muy doto Juan de Mariana en el Sumario, Luis de Cabrera en la Historia y don Lorenzo Vander Hamen en su Epítome, dicen que las bodas se celebraron este día, domingo doce de noviembre, pero el suceso pasó como escribimos, por relación que aquel mismo año escribió por orden de nuestra ciudad el licenciado Jorge Báez, jurisconsulto, testigo de vista y autoridad, viviendo aún hoy muchos de los que fueron en aquellas fiestas y lo afirman así. Lunes por la tarde, mandó el rey a don Luis Manrique, su limosnero mayor, que de su parte dijese a nuestro obispo cómo gustaba celebrar su matrimonio por mano y asistencia del cardenal arzobispo de Sevilla, y por estar en su obispado y parroquia le avisaba para que lo tuviese por bien, advertida muestra de religión de este prudente príncipe, a quien el prelado respondió estimando el favor como era justo, avisando luego que en parroquias y conventos se multiplicasen rogativas por el buen suceso, como se hizo con general devoción, bien admitida del cielo, pues de este matrimonio dio a España al príncipe don Felipe tercero, nombrado el Bueno por sus obras.

     XIX. Martes catorce de noviembre, a las nueve de la mañana salió el rey de su retrete, acompañado de sus cuatro sobrinos, Rodulfo, Ernesto, Alberto y Vincislao, y de muchos grandes títulos y señores, y pasó a la sala de los reyes, donde en un estrado alto, debajo de un majestuoso dosel, esperaba la reina acompañada de la princesa, su tía, y los cardenales de Sevilla y Sigüenza. Saludóla el rey con la gorra en la mano, y gran reverencia, recibido con otra mayor. Llegaron los grandes y títulos a besar las manos a la reina. Acabada esta cortesía celebraron el matrimonio, asistiendo por párroco el cardenal arzobispo de Sevilla, el cual besada la mano a la reina y dado el parabién, partió a la capilla a revestirse para la misa y velaciones. Llegaron los prelados, grandes y señores siguientes a besar la mano y dar el parabién a la reina.

     El cardenal de Sigüenza don Diego de Espinosa; el arzobispo de Rosano, nuncio apostólico; el arzobispo de Casseli (o Cashel) en Irlanda; nuestro obispo don Diego de Covarrubias; don Íñigo Fernandez de Belasco, condestable de Castilla; don Luis Enriquez de Cabrera, almirante; su hijo don Luis, conde de Melgar; don Íñigo López de Mendoza, duque del Infantado; don Francisco López Pacheco de Cabrera, marqués, duque de Escalona; don Juan de la Cerda, duque de Medinaceli; don Gómez de Figueroa, duque de Feria; su hijo don Lorencio, marqués de Villalba; don Pedro Girón, duque de Osuna; don Manrique de Lara, duque de Nájara; el príncipe Ruy Gómez de Silva, duque de Pastrana; don Antonio de Toledo, prior de León; don Fernando de Toledo, prior de Castilla; don Luis Manrique, marqués de Aguilar y cazador mayor; don Francisco de Sandoval, marqués de Denia; don Fernán Ruiz de Castro, marqués de Sarriá, mayordomo mayor de la princesa doña Juana; don Pedro de Zúñiga y Avellaneda, conde de Miranda; don Íñigo López de Mendoza, marqués de Mondéjar; don Diego López de Guzmán, conde de Alba de Aliste; Vespesiano Gonzaga, príncipe de Sabioneda, general de los italianos en mar y en tierra; don Pedro Fernández de Cabrera, conde de Chinchón; don Enrique de Guzmán, conde de Olivares; don Lorencio de Mendoza, conde de Coruña; don Pedro de Castro, conde de Andrade; don Francisco de los Cobos, conde de Riola; don Antonio de Zúñiga, marqués de Ayamonte; don Jerónimo de Benavides, marqués de Fromesta; don Rodrigo Ponce de León, marqués de Zahara; don Juan de Sahavedra, conde de Castelar; don Francisco de Rojas, marqués de Poza; don Luis Sarmiento, conde de Salinas; don Francisco de Rojas, conde de Lerma; don Francisco de Zúñiga, conde de Benalcázar; don Fernando de Silva, conde de Cifuentes; don Pedro López de Ayala, conde de Fuensalida; don Juan de Mendoza, conde de Orgaz; don Gabriel de la Cueva y Velasco, conde de Siruela; y otros títulos y señores italianos, flamencos y alemanes. Tanto fue el concurso de estas bodas y fiestas.

     XX. Habiendo todos besado la mano a su Majestad, salieron los reyes con todo este acompañamiento por las salas de las Piñas y del Pabellón a los patios, vistosamente aderezados, y por la puerta principal entraron en la capilla real, donde el cardenal celebró misa, y veló los novios, siendo padrinos el príncipe Rodulfo, y la princesa doña Juana. Después de comer hubo sarao, y en tanto que danzó la reina, el rey, todos estuvieron en pie. A la noche hubo luminarias y una vistosa máscara de más de ochenta caballeros con hachas de cera blanca, que después de haber corrido en la plaza del Alcázar, alegraron la ciudad. Jueves salieron los reyes con las personas reales y acompañamiento, a nuestra iglesia mayor a misa, que celebró el cardenal de Sigüenza y diáconos, el arcediano y maestrescuela de Segovia, oficiando los músicos de la iglesia, y de la capilla real. Salieron tan tarde, que los reyes no pudieron volver a las fiestas de plaza. La ciudad había prevenido muchos y buenos toros; mas el motu propio del pontífice, recién promulgado, estorbó se corriesen. Concurrió infinita gente al juego de cañas. Aquí sucedió un desmán: estaba a un lado de la plaza formado un gran castillo con mucha artillería y cantidad infinita de cohetes; comenzaron los ingenieros a jugar la artillería y volar cohetes sin sentir se aprendieron todos instantáneamente; arrojáronse los ingenieros a la plaza, y un mozo, arriesgando la vida, echó unas capas en unos barriles de pólvora, con que remedió una gran desdicha; pero el estruendo fue tal que atronó la comarca. Pasado este nublado de fuego, entró el juego de cañas con gran número de atabales y trompetas delante, vistosamente adornados. Luego, de dos en dos, cuarenta y ocho caballeros; las cuadrillas eran doce de a cuatro, libreas costosas y lucidas, marlotas de damasco y capellares de terciopelo de diversos colores, y todas bordadas de oro; mangas recamadas, y bonetes cuajados de joyas y plumas, lucimiento que admiró a los cortesanos. Había la ciudad traído de Portugal y Valencia preciosas conservas y confituras, para dar en esta fiesta a los reyes, damas y señores. Llevóse todo a la casa del bosque, para donde los reyes partieron domingo diez y nueve de noviembre, y de allí a Madrid, que los recibió con grandeza.

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