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No debe extrañarse esta delegación, si se tiene en cuenta que en aquellos países son indispensables en ciertos casos, particularmente teniéndose que formar una causa criminal de esta naturaleza a un español en un pueblo de indios, como sería éste, cuyo alcalde ordinario se consideraría incapaz de llevarla a cabo. Lo único que admira es la disposición e inteligencia de esta extraordinaria mujer para representar con tanta propiedad tantos y tan diferentes papeles en el mundo.

 

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Don Fray Domingo de Valderrama, de la Orden de Santo Domingo, natural de Quito, fue célebre predicador y catedrático de la Universidad de Lima, obispo de La Paz en 1606, y promovido a arzobispo de Santo Domingo en 1620.

 

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Don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montes Claros, decimoquinto virrey del Perú, pasó del virreinato de Nueva España al Perú el año 1607. Fue el que estableció el Tribunal del Consulado del comercio en Lima, libertó a los indios del servicio personal y mandó construir sobre el Rímac el gran puente de piedra que comunica la ciudad con el arrabal de San Lázaro. Duró su acertado gobierno hasta el año de 1615, en que le entregó a su sucesor, el príncipe de Esquilache.

 

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Así dice el manuscrito; pero estando la ciudad de Lima dos leguas distante del puerto, mal pudo decir doña Catalina que la escuadra holandesa batía aquella capital. Lo más cierto será que el original diría batiendo el Callao de Lima, puerto de mar principal y ciudad fuerte, rica y poblada de treinta mil habitantes, que estaba situada en la orilla del mar, el cual, habiéndose retirado muchas horas antes del terremoto de 1746, volviendo repentinamente, se lo tragó con todos sus habitantes sin que escapase casi ninguno. La ola que hizo este terrible estrago era tan grande y venía con tanta fuerza, que antes de llegar a la ciudad chocó con la isla de San lorenzo, que es bastante alta y de una extensión de dos leguas, y la dividió en dos partes hacia el tercio del lado de tierra, en donde quedó y se conserva desde entonces un canalizo, por el cual pueden pasar hoy buques grandes.

A una legua de Lima, en el camino del Callao, se hallaba frente a una capilla una cruz, que se llama de la Legua en conmemoración de haber arrojado el golpe de mar hasta allí navíos de ochocientas toneladas que se hallaban fondeados en el puerto del Callao. Sobre parte de las ruinas de la antigua ciudad de este nombre, que se conoce todavía perfectamente, está hoy situada la fortaleza del Callao, que es un pentágono irregular que defiende aquel magnífico puerto.

 

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Habiéndose dado este combate naval en tiempo que gobernaba el marqués de Montes Claros, por el orden que van narrados hasta aquí diferentes sucesos, era preciso que hubiese tenido lugar hacia fin de su gobierno, esto es, en 1615. Y en efecto, en la Historia general de viajes del abate Prévost, nueva edición de La Haya, del año 1757, bajo la dirección de I. Vander Schley, discípulo distinguido del célebre Picart el Romano, tomo XV, se halla un extracto del viaje de Jorge Spilberg, en 1614, a las Molucas, por el estrecho de Magallanes, que dice así: «Después de haber entrado dichosamente en el mar del Sur, Spilberg se hizo en él terrible por mucho tiempo a los españoles. Allí batió una flota real comandada por don Rodrigo de Mendoza, y no habiendo cesado de esparcir el espanto por todas las costas de Chile y del Perú, no se apartó de ellas hasta el 26 de diciembre, para trasladarse a las Molucas por las islas Marianas y Filipinas. De allí se hizo a la vela para la isla de Java, de donde habiendo partido el 14 de diciembre de 1616, entró en el Tejel el primero de julio de 1617.» El redactor añade una nota sobre el referido combate, cuyo tenor es el siguiente: «Este combate, que se dio en 18 de julio de 1615, fue muy vivo. La flota real, compuesta de ocho bajeles y montada por tres a cuatro mil hombres de equipaje, fue muy maltratada y perdió tres navíos y más de la mitad de la tropa.» Nuestros navíos, según la Monja Alférez, eran cinco, de los que, habiendo ido a pique la almiranta, volvieron cuatro al puerto del Callao, y, por consiguiente, el autor de esta nota exageró nuestra pérdida con objeto de ensalzar más la gloria del almirante holandés Spilberg.

En comprobación de este suceso, hallamos que el historiador de las islas Filipinas fray Joaquín Martínez de Zúñiga, un tomo en 4º, impreso en Sampaloc en el año 1803 por fray Pedro Argüelles de la Concepción, religioso franciscano, capítulo XIV, folio 221, hace mención de una flota holandesa recién venida por el estrecho de Magallanes, compuesta de cuatro navíos y dos pataches, que en 1616 se presentó a la boca de Mariveles. No se puede dudar, por la coincidencia del tiempo, que esta escuadra fuese la misma de Spilberg que se batió frente al Callao de Lima con la de don Rodrigo de Mendoza, y también una de las varias de aquella nación de que habla el Padre Mariana en su Anuario de la Historia de España, en el año 1617, cuando asegura que años atrás fueron varios bajeles holandeses a la India por el estrecho de Magallanes, e hicieron daños en el mar del Sur y corrieron las costas del Perú y de la Nueva España, sin parar hasta las Filipinas y las islas Molucas.

 

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Parece extraño que al enumerar sus servicios al rey Felipe IV omitiese el haberse hallado en este combate naval, y más extraño todavía que no haga mención aquí de haberse hallado también en el mismo combate su hermano Francisco, máxime cuando en apoyo de sus méritos interpone en el memorial que presentó a aquel monarca el año de 1625 los servicios del capitán Miguel de Erauso, su padre; del alférez Miguel de Erauso, de Francisco de Erauso, que sirvió en la Armada de Luna con don Rodrigo de Mendoza, y Domingo de Erauso, que se fue con la Armada que salió para el Brasil, y volviendo de allá fue uno de los que perecieron en la almiranta de las cuatro villas, que se quemó, que todos tres, añade, fueron hermanos suyos.

 

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Sin duda quiere decir doña Catalina que el tal Cid venía armado con peto, cota, malla o cosa semejante, por lo que no le pudo introducir la punta de la espada en el cuerpo.

 

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Como esta declaración la hizo en confesión, no llegó a divulgarse ni a causar la admiración que causó después en Guamanga, cuando reveló este secreto, tan bien guardado por tantos años, al obispo de aquella diócesis.

 

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El manuscrito dice Apizerria, pero puede entenderse Apurimac. Llámase así un río caudaloso del Perú que viene a unirse con el Marañón y atraviesa el camino real que va desde el Cuzco a Lima, el cual tiene un puente colgado de cuerdas de ochenta varas de largo y tres de ancho, que toma su nombre, por donde pasan las personas y caballerías cargadas. Es tal vez el que ha servido de modelo para los puentes suspendidos que vemos construir actualmente en Europa, a diferencia que éstos son de hierro y aquél de sogas de bejuco. Otro igual, aunque no tan grande, hay en Andahuailas, y otro en Cañete, a veinte leguas de Lima, en la costa del Sur. El inca Garcilaso de la Vega hace en su Historia la descripción del primero de dichos puentes.

 

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Llámase así por su famoso mineral de este metal, único en toda aquella América, el cual se ha explotado durante alguno años por cuenta del Gobierno, sin que sus productos hayan respondido a las lisonjeras esperanzas que en diferentes épocas se habían concebido, dando lugar a causas ruidosas contra los manipulantes, que más de una vez han abusado de la confianza pública depositada en ellos.