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- XV -

División en Valladolid y poca confianza entre sí mismos. -El almirante escribe a Valladolid. Quedan confusos los de Valladolid con la carta del almirante.

     Había en Valladolid dos parcialidades: unos querían que el Consejo volviese a residir en él como de antes estaba; otros, que no entrase, porque era ir contra la Junta y volverse atrás de lo que habían hecho, y que lo que la Junta hacía era muy bueno y santo y lo debían sustentar.

     Con esta división estaba Valladolid muy alterada, y aun en peligro. Y de aquí adelante se veló con mayor cuidado, y el infante, su capitán, andaba la ronda con, gente armada. Y todos deseaban que viniese el almirante, que aún estaba fuera del reino, del cual esperaban que había de remediar gran parte destos males, porque era muy noble caballero, nada apasionado ni parcial. El cual escribió una carta a Valladolid diciendo cómo él no quisiera meterse en estos embarazos; mas que su venida sería muy presto; que su intención era muy buena para todos, que de todo lo hecho le pesaba, y que se maravillaba del levantamiento destos reinos. Que si a Su Majestad escribieran dos o tres veces, que lo remediara, otorgara todo lo que pedían. Que en el rondar y gastar sus haciendas, y perdimiento de sus tratos y de los labradores y comunes, le pesaba, porque no servían sino de gastarse y consumirse. Que en todo el mundo corría gran fama de la gran nobleza y lealtad destos reinos, y que agora tenían todos que decir de sus levantamientos y liviandades, y que hacía saber que el Gran Turco había venido con gran poder sobre Rodas, y por mar y por tierra hacía muchos daños a la Cristiandad; y que con estas ocasiones no sería mucho, que pasase en estos reinos, viéndolos con tanta parcialidad y desconcierto. Que, por tanto, rogaba a todos se quietasen y creyesen que a Su Alteza pesaba de todo, y que así hacía a él; pero que venido, procuraría el bien destos reinos.

     Leyóse esta carta en la Junta de la villa de Valladolid, y quedaron harto confusos esperando el remedio del cielo.

     Y a 22 de octubre deste año escribió el almirante, estando en Cervera, otra carta a Valladolid, casi de la misma sustancia, en que decía:

Carta del almirante a Valladolid.

     «Magníficos señores: Ya por otra carta mía habéis conocido mi voluntad, aunque no sea nueva cosa para vosotros saber que en las cosas que os tocasen me hallaríades tan vecino desa villa como el que más de asiento está en ella, y cómo, por cierto, yo tengo a mala dicha no haberme hallado en esa villa, ansí en la pasada del rey nuestro señor, como en todo lo que ha sucedido. Que aunque yo no tenga más de un voto como cualquiera de vosotros, diérale al propósito de vuestra necesidad, y creo que no os pareciera tan errado como a mí me parece el camino por donde os guían vuestros adalides. E yo, señores, no `digo que en las cosas pasadas ni esa villa ni el reino hayan dejado de tener causas para movimientos: que por cierto el no saber la costumbre de nuestra gobernación hizo errar a aquellos que no miraron lo que se perdía en dejaros quejosos del tratamiento. Mas en ésta de paso debiera considerar que la menor era del rey nuestro señor, pues su edad le mandaba tener Consejo, y él, como virtuoso, lo recibía, aunque su edad suele repugnarle. Fue nuestra dicha que esto que en otros de poca edad es reputado a virtud, en Su Majestad haya sido daño, pues culpa ajena hizo tener por tal la suya. Acordándoos, señores, de esto, luego viérades el camino que debiérades tomar; mas como no buscaron derecho camino, en el claro hallaron oscuridad. Considerando lo que hecho fuera muy justo y necesario, que trabajárades de juntar todo el reino en una voz de grandes y pequeños, y sin escándalos, sin muertes, sin quemas. sin otros males, tratáramos y viéramos lo que convenía al reino para curar estas enfermedades; en qué parte estaban lisiados los privilegios, los usos, las costumbres, y viéramos lo que convenía al reino Que otras cosas eran fechas que requiriesen reparo y estuviesen suplicadas, enviallas al rey y suplicalle por el remedio una e dos e tres veces. Y cuando Su Alteza, lo cual yo no creo, no quisiese remediarlo, ¿quién estorbara ese camino que, tan abierto le tenía en todo tiempo como agora? Más que sin hacer esta diligencia, sin buscar estos remedios con paz, os aconsejasen que tomásedes las armas: ¿Qué consejo fue éste? ¿Fue sano? ¿Fue provechoso? ¿Fue honesto? Yo deseo de buscar esta cuestión con los que la sostienen para ver qué salida dan en ella que a nadie satisfaga, si tiene el camino tan santo como yo en el bien general de esa villa. Y asimismo, señores,, debían considerar la indisposición de la reina nuestra señora, su poca salud, y que en tales necesidades los vasallos son obligados a sostener sus, reinos, ampararlos y defenderlos y no dejarlos padecer. Y, pues, hablemos agora verdad, ¿hállase la paz en las armas, o déjanlas los hombres para tenerla? Comúnmente, en los pueblos con sólo este efeto son quitadas, y a vosotros hicieron que las tornásedes con color de libertad. ¿A qué llaman ellos libertad? A que no la tengan vuestros pensamientos de estar un momento solo. ¡Qué falsedad tan grande fue haceros errar, porque el temor de la culpa os hiciese perseverar en el error! ¿Qué necesidad hubo para que en pueblo tan leal sucediese tan mal caso como fue prender a los del Consejo? ¿Qué necesidad hubo de aquello? Yo no hallo otra ninguna sino dejaros meter en el agua hasta los ojos, creyendo que para asegurar a lo que yo creo que será cabo de total destruición.

     »Digo, señores, que no os hagan creer que con el nombre de la reina nuestra señora podéis gobernaros y quitar el reino al hijo. Esta es falsa proposición, que no queriendo o no pudiendo gobernar no hay ley en el reino que diga que las Comunidades tengan el cargo de suplir esta necesidad. Pues no habiendo ley, no puede sostenerse sin culpa. Sin armas, ¿conviene al labrador, al mercader, al menestral este fuego, esta revuelta; qué, suelen los pequeños crecer con las disensiones o enriquecer con la paz? Dejemos la vida de la reina nuestra señora, que es mortal como la de todos. Después de sus días, ¿a quién vienen los reinos derechamente? La lealtad de España no permitirá que otro fuese rey; porque vuestros hijos, nietos, sucesores, ¿qué tales quedarían?, ¿qué sosiego tendrían si quisiésedes sostener culpa tan irremisible y dañada?

     »Dejemos esto. ¿Cómo no os acordáis que con sangre de las personas, muertes de hijos, padres, de deudos, con las haciendas proprias España está tan acrecentada, tan estimada de italianos, de moros, de turcos y de otras naciones? Pues ¿será verdad que os haga ser ocasión que aquello que con tanto loor vuestro fue conquistado, con tanta deshonra sea perdido y enajenado y destruido;, para que satisfaciéndoos deseéis y trabajéis a tornarlo a cobrar?

     »Acuérdeseos, señores, que en vuestra mano está la paz y la guerra. Si queréis creer en aquellos que desean vuestro sosiego, y no a los que sus culpas e intereses proprios hacen errar, en vuestra mano está, así pobres o ricos, si remediados o destruídos. Que si queréis, por mano de vuestro rey alcanzaréis lo que os conviene; que él sentirá vuestros males, pues sois miembros de su persona, y no querrá vuestra destruición, porque es suya. Será benigno en el perdonar, y liberal en el gratificar. Comenzad presto a seguir parecer que con tanto amor se da, y creed que en este gobierno que soy nombrado, ningún respeto tengo sino al bien general de todos, y el particular de esa villa, a quien yo deseo sosiego como para mí. Y no entendería por la vida en esto que el rey manda, sin seguridad de lo que a todos conviene, que no sabría engañaros ni lo pensaría sin tener pensado qué queréis o qué os conviene. Y hacedme saber si habréis placer que yo vaya a oír de vosotros; irme he por esa villa si ha de ser para que conozcáis el amor que os tengo.

     »Quiero acordaros que si la cosa dura, que las imposiciones crecerán, y faltando esto, que la necesidad os pondrá en divisiones. Que el labrador que no sembrare, y el oficial que no labrare, ha de buscar de qué viva. De aquí nacerá robar y matar por los caminos, y no tener seguridad en los lugares; sobre haber sido el más pacífico reino del mundo, será agora el más perdido, destruido y deshonrado que hay en todas las naciones.

     »Pues si la necesidad trae al rey con armas, querría saber si os venciese qué tales quedárais, y lo mismo si le vencéis. Bien aconseja el que os hace emprender cosa que ni perdiéndola ni ganándola siempre sea con deshonra e pérdida de todo el reino.

     »Pues yo os aseguro que no os metieron en la danza para guiarla siempre, que si mercedes o perdones hay particulares, vosotros veréis y conoceréis que tan guardados son los juramentos. Por cierto, como oración debía cada uno tener esta carta, que aunque no sean limitadas las palabras, ella os dice más verdad que los falsos profetas que predicaban lo contrario.

     »Ansimismo sabréis, señores, que tantas tierras de infieles ha ganado España, de cuyo crecimiento Dios siempre la ha prosperado.

     »De Sicilia me ha venido nueva muy cierta de 25 del pasado, que el Turco ha sabido las cosas de España, que por esta causa salía poderoso contra todos, y llevando aquello no habrá en Italia cosa segura. Bien es que lo sepáis, y que España, que era freno para moros y cristianos en el mundo y sostenía y los sostuvo todos en paz, perdiéndose ella, destruya todas las otras cosas.

     »Ningún reino en el mundo ni provincia, sin tener justicia puede ser gobernado; si os la hacen quitar, ¿por qué señal lo recibís? ¿Creéis que por poner en ello mejores regidores o meter el juego a barato que tenéis ganado a puntos? Yo, señores, os pido por merced que os aprovechéis del tiempo que tenéis, para lo que a todos conviene, y no se pierda corno el pasado. Que yo tengo confianza en Nuestro Señor, que si queréis creerme, que todas las cosas irán tan bien que nunca se halle camino, porque os lo den con justa causa ni sin ella, para pensar sino servir a Dios y a los reyes nuestros señores, en darles a conocer que en las cosas que han pasado no ha habido culpa, pues ha procedido de puro amor y deseo de volverle a estos reinos. Guarde Dios, etc..

     »De Cervera, 20 de otubre.»

     Vista e oída por Valladolid esta carta, maravillábanse de las palabras y manera de consejos que en ella venían. Porque algunos, pareciéndoles que la Junta era mala, quisieran la deshacer, otros ponerla en las nubes, como único remedio del reino, y que todos se conformaran con ella; y no sabían qué decir de las razones del almirante, ni a qué atribuir sus consejos. Veían los daños del reino y las insolencias que pasaban, que nunca se acabarían de decir. Los caballeros deseaban sumamente allanar a Valladolid por ser tan insigne lugar, y les parecía que teniéndolo de su parte sería fácil allanar los demás. Y para esto usaban y procuraban las formas y maneras posibles, enviando sus embajadores y teniendo inteligencias con los que en ella eran bien intencionados y deseaban el servicio del rey. Rondábase la villa más que de antes, haciendo rondas secretas, poniendo muchas guardas a las puertas de la villa, porque el bando de los alterados, que era el más poderoso, temía algún trato doble.



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- XVI -

Don Pedro Bazán, por Valladolid va por embajador a la Junta y al cardenal. -Los que llevaron este memorial de Valladolid al cardenal. - Fe de la presentación de la carta y capítulos de Valladolid.

     En estos mismos días que escribió el almirante a Valladolid, escribió Burgos y la Junta, a 22 de otubre. Juntábase todo el pueblo a oír las cartas. Considere cada uno qué humores habría, qué palabras, qué bandos, qué pasiones se engendrarían, cuál, finalmente, sería la confusión de un lugar tan grande y noble, silla de los reyes de España, y los juicios que habría en las malas cabezas de la gente común. Acudían al cardenal gobernador y a los de la Junta, haciendo a dos manos, por no se entender, y volvió a enviar a los unos y a los otros por sus embajadores a don Pedro Bazán, señor de Valduerna, vecino desta villa (que por eso le llamaron el de Valladolid), y al dotor Espinosa, y al bachiller Pulgar, y a Diego de Zamora, con los capítulos que aquí diré, pareciéndole a Valladolid convenientes para el remedio del reino.

     Y el cardenal y los del Consejo los recibieron y despacharon muy bien y con mucha blandura, y los de la Junta hicieron lo mismo, porque los deseaban ver en su gavilla; y escribieron una carta al común de Valladolid casi mostrando algunos celos y quejándose de su tibieza. Todo ello, como se despachó lo pongo aquí, por ser los originales desta historia, que deseo escribir con mucha verdad, aunque sea algo pesado.

Memorial de los capítulos que dio Valladolid en el Consejo real, y en la Junta de Tordesillas.

     «Reverendísimo e ilustrísimo señor: Lo que la muy noble y muy leal villa de Valladolid nos mandó que a vuestra reverendísima señoría hablásemos por parte del consejo, capitán y diputados de la justicia della, es lo que habemos dicho. Y porque vuestra señoría reverendísima nos mande responder, lo ponemos particularmente por capítulos en este memorial. Lo primero, respuesta muy clara de la carta en que esto se pide. Y porque vuestra señoría reverendísima sea plenísimamente informado, cuán firmes están todos aquellos caballeros en el propósito que estaban, nos mandaron decir: Que demás de aquello, están determinados de estorbar con su gente que tienen hecha y con toda la otra que pudiesen juntar, que la Junta de Tordesillas no se ocupe ni entremeta en cosa alguna y fuera de lo que toca a que aquestos reinos sean desagraviados. Ni tampoco se estorbe por alguna manera que los agravios que estos reinos han recibido sean reparados, que desto tiene fecho juramento e pleito homenaje en forma. Y que de la misma manera traemos mandado que lo hagamos saber a la Junta. Lo otro, para que vuestra señoría reverendísima asimesmo vea, que en esto quieren persistir manifiestamente como lo deben y son obligados a hacer, y porque cese toda causa de duda y porque se dé fin a tantos trabajos y males, y no haya estorbo en la prosecución de tanto bien como sería poner estos reinos en concierta y desagraviarlos de los agravios que verdaderamente tienen recibidos, y porque ansimismo descubiertamente parezcan las intenciones, y se vea por quién quedó, y no haya tanta confusión y escuridad en cosas tan pesadas e importantes, que vuestra señoría tenga por bien que sin más rigor, ni trabajos, ni escándalos, ni alborotos, ni heridas, ni muertes, ni costas, ni daños, esto se debe ajustar brevemente por personas de todas partes, que confieran y platiquen juntamente sobre eso, sin se entremeter en cosa alguna extraña de los agravios que estos reinos tienen recibidos; y que en aquéllos declaren lo que Sus Majestades son obligados a hacer de justicia y no otra cosa, y que suplican a Sus Majestades que sean servidos de lo conceder y dar sobre ello las provisiones necesarias, para que perpetuamente sean guardadas, según que las dichas personas ordenaren. Lo otro, que las personas que para esto se deben nombrar sean de esta manera. Que la villa de Valladolid elija dos del Consejo real, y la Junta de Tordesillas nombre otros dos de los letrados de leyes, canónigos que allí han residido. Y Valladolid nombre otros dos, que son los dotores Espinosa y Pero López, certificando a vuestra reverendísima señoría que ninguno de ellos ha entendido en capítulo alguno de los que se han de hablar y comunicar. Y que con estos seis letrados entienda vuestra señoría reverendísima, a fin que con más efeto puedan perseverar y suplicar a Su Cesárea Majestad que acepte y otorgue todo lo que en esto fuere concluido y suplicado. Y que aquello que por todos en concordia, o por la mayor parte de ellos, en caso de discordia, fuere determinado en lo que toca a remediar los agravios que los reinos han recibido y en dar orden que no se pueda hacer adelante éstos ni otros semejantes, que aquéllos supliquen a Sus Majestades y ellos ordenen las suplicaciones y provisiones que Sus Majestades sobre ello justamente deben conocer, y que todos sean obligados a firmar aquello en que la mayor parte se acordare. Lo otro, porque esto se haga según Dios, y verdad, y justicia, y sin que pueda haber siniestra sucesión, que luego sin dilación vuestra señoría reverendísima y los otros letrados se junten en el monasterio de Valdescopezo, o en otro lugar apartado, cerca de la corte, y en presencia de las personas que vuestra reverendísima señoría y la Junta quisieren que vayan a ser presentes; porque la Comunidad destos reinos quede muy satisfecha, se celebre misa, y en manos del sacerdote y sobre la ara consagrada, se miren los capítulos siguientes:

     »l. Lo uno, que en este caso mirarán con estudio y diligencia y con toda virtud y limpieza, y sin ningún respeto el servicio de Dios y de Sus Majestades y el bien de la cosa pública y destos reinos en cuanto a los agravios que han recibido, para que aquéllos sean reparados; y en quitar que adelante no se hagan, ni puedan hacer éstos ni otros semejantes, sin se entremeter en cosa alguna fuera de esto. Lo otro, que guardarán secreto, no solamente en todo lo que allí pasare, hasta dar fin a ello, mas ansimismo en todo lo que se concluyere y acordaren y ordenaren, y que no revelarán cosa alguna de ello hasta que por Sus Majestades sea visto y concedido e firmado y librado, y después publicado, porque cese toda materia de murmurar y hablar de las gentes que no saben ni entienden ni tienen las intenciones rectas a la paz y sosiego. Lo otro, que el despacho se haga doblado y se ponga en dos envoltorios bien atados y sellados; y que el uno se entregue a vuestra señoría para que le envíe a Su Majestad; el otro quede en poder de la dicha villa de Valladolid, para que después de venido el despacho se concierte el que viniere de Flandes con el que acá quedare, y venido, se publique y pregone e imprima y se dé a procuradores de las ciudades autorizado y a las otras personas particulares que a su costa lo pidieren.

     »2. Lo segundo, que vuestra señoría reverendísima y letrados puedan tomar dos escribientes para que escriban lo que ellos ordenaren, y hagan el mismo juramento de guardar el secreto.

     »3. Lo tercero, que porque esto se haga justa e igualmente, se entreguen a vuestra señoría reverendísima y letrados los capítulos que las ciudades han enviado a la Junta, y también los que en ella se han fecho; y sacado en limpio. los vean y pasen todos. Y que se vea todo lo demás concerniente como dicho es, y los dichos agravios qué estos reinos han recibido, para que no se hagan adelante éstos ni otros semejantes. Y que de todos ellos tomen los que les parecieren justos, y los junten con los otros en la mejor orden y concierto que les parecieren. Y de todos ellos se haga la dicha suplicación e provisión que Su Majestad hubiere de firmar, y esto y todo lo demás que fuere necesario, para que el despacho se ponga en el dicho envoltorio.

     »4. Lo otro, que Su Majestad otorgue plenísima remisión a todas las ciudades, villas e lugares destos sus reinos, y a los caballeros, comendadores, perlados y personas religiosas y todas las otras de cualquier condición o estado y calidad que sean, ansí en cuanto a las culpas y delitos, crímines y excesos, como en cuanto a los bienes y tomas, ocupaciones y gastos, y otras cosas necesarias para la seguridad de toda España, que vuestra señoría reverendísima y letrados la ordenen tan larga y tan cumplida y bastante y con tantas cláusulas derogatorias e no obstancias, cuantas fueren necesarias para entera seguridad. Y que ansimismo Su Majestad tenga por bien de lo conceder, y se haga la suplicación que para ello fuere necesaria.

     »5. Lo quinto, que los dichos letrados se junten dentro de... días, y después que ansí fueren juntos hagan los despachos dentro de otros días. Y que vuestra señoría tenga por bien de lo enviar a Su Majestad y traer despacho dentro de días.

     »«6. Lo sexto, que en todo lo demás concerniente a la estada y acompañamiento de la reina nuestra señora y a la gobernación y gobernadores destos sus reinos e al Consejo y personas de él y al uso de la ejecución y rentas y patrimonio real, y en todo lo demás, quedando fuera lo que se cumpliere en los dichos capítulos, que contra ellos no se provea ni pueda proveer cosa alguna. Que en todo lo demás, Su Majestad provea como rey y señor natural lo que fuere en su servicio, y no se entremetan en ello a lo impedir la Junta ni las ciudades como hasta aquí lo han hecho.

     »7. Lo otro, que para que la dicha villa y todas los otras ciudades e villas y lugares de los reinos cumplirán esto, darán su poder a vuestra señoría reverendísima y a los señores almirante y condestable, y conde de Benavente, y sus capitanes y los caballeros les hagan pleito homenaje de ir donde quiera que les mandaren a los cumplir y ejecutar, y se hagan todas otras obligaciones y seguridades, y que todo ello se otorgue así por la Junta y procuradores como por todas las otras universidades o personas singulares, según y como por vuestra señoría reverendísima y letrados fuere ordenado.

     »8. Lo otro, que porque luego cese el bullicio y tan gran tempestad de males, que luego vuestra señoría reverendísima tenga por bien que esto se haga y apacigüe por esta ordenanza o por otra igual o mejor. Todas las gentes de armas que están ayuntadas de unas a otras partes se derramen y despidan, y que no se puedan tornar a llamar y juntar, y que en el entre tanto, todas las cosas estén en el punto, y estado y lugar en que el día del otorgamiento estuvieren, ansí en lo de Medina del Campo como en lo de Coca y Alaejos, y en lo de Gutierre Quijada, hasta que Su Majestad provea en todo ello lo que fuere su servicio. Y que vuestra señoría reverendísima y los otros gobernadores, y el Consejo, sean plenísimamente obedecidos, con tanto que esto no se entienda ni extienda a deshacer la Junta de Tordesillas ni a remover cosas de ella. Sino todo esté como agora está, junto y en la misma villa, sin que se quite ni ponga persona, ni se haga otra alteración ni mudanza; con tanto que asimismo los procuradores y Junta no se entremetan ni puedan entremeterse en cosa de justicia ni de hacienda, desde el dicho día en adelante. Y que ansimismo luego se entregue el sello y los libros y todo lo demás, y que los dichos procuradores estén y esperen allí hasta tanto que los dichos capítulos vengan concedidos, y las dichas provisiones libradas como vuestra señoría reverendísima y letrados lo ordenaren. Y que después que fueren venidos, sean apregonados en la ciudad e villa e lugar donde vuestra señoría e los otros gobernadores y Consejo se hallaren, y que dentro de tercero día después de dado el dicho pregón, todos los dichos procuradores y personas de la dicha Junta se salgan de la dicha villa de Tordesillas y la dejen libre y no vengan más a ella por manera de Junta.

     »9. Lo otro, que vuestra señoría reverendísima y los dichos señores almirante Y condestable y conde de Benavente, e grandes, ansimismo, destos reinos, e la dicha Junta e procuradores de ella. que trabajen y procuren con toda instancia y diligencia, que todo lo contenido en esta escritura se cumpla e despache ansí con los juramentos y fees, y pleito homenajes y obligaciones que a vuestra señoría reverendísima y a los dichos letrados pareció que, respectivamente, él debe hacer y otorgar, según la calidad del negocio y de las personas.

     »10. Lo otro, que Valladolid suplica a vuestra señoría reverendísima lo mande ansí conceder; y que si fuere necesario, que esto se envíe al condestable, y sea luego, y se nos dé muy clara y determinada respuesta, porque siendo tal con ella vamos a la dicha Junta de Tordesillas y requiramos a los procuradores que en ella están, que ansimismo lo otorguen, pues para este fin se juntaron. E si lo otorgaren, Dios y bien; si no, que Valladolid habrá cumplido con lo que debe, y es obligado ansí a Sus Majestades como al bien de la cosa pública destos reinos. Y todavía suplica a vuestra señoría reverendísima que los dos de Consejo y los dos letrados que la dicha villa tiene nombrados, se junten y hagan lo mismo que habían de hacer los siete, y que la dicha villa con sus gentes seguirán lo que ansí fuere fecho y determinado. Y protestaron que los males e daños que por ansí no lo otorgar a la dicha Junta sucedieren, sea a culpa y a cargo de los que en ella están, y lo estorbarán con todo su poder para que no excedan éstos. Y si vuestra señoría reverendísima esto no tuviere por bien, considere otra cosa igual o mejor, para que cesen los males y escándalos, si la dicha Junta viniere en ello. De manera que quede por vuestra señoría reverendísima y a cargo de su conciencia, y que todavía hablando con humilde reverencia y acatamiento, los de la villa seguirán la dicha Junta, para fin y efeto que estos reinos sean desagraviados, y que no se exceda en esto, guardando todavía el servicio de Sus Majestades, y su preeminencia real. Y que cosa que sobre esto suceda, no le sea, ni pueda ser imputada. Y suplica a vuestra señoría reverendísima que la respuesta sea breve, y tal que a la dicha villa aparte de toda ocasión ***, y cual conviene a la salud de reinos *** gastados y afligidos como éstos están, y cual se debe esperar de su santa persona. Don Pedro de Bazán. -El dotor Espinosa. El bachiller Pulgar. -Diego de Zamora.»

     En la villa de Medina de Rioseco, miércoles 30 de octubre de mil y quinientos y veinte años, don Pedro de Bazán y el dotor Espinosa, y bachiller Pulgar, y Diego de Zamora, en nombre de la muy noble y leal villa de Valladolid me dieron dos cartas que el Consejo y capitanes y diputados de la dicha, villa me escribieron, las cuales eran de creencia; y por virtud de ellas me mostraron y presentaron ansimesmo otros capítulos, estando presentes Fernando de Vega, comendador mayor de Castilla, y el licenciado Luis Zapata, del Consejo de Sus Majestades, y me requirieron de parte de Dios, y me suplicaron en nombre de Sus Majestades, como gobernador de estos sus reinos, yo tuviese por bien de responder muy clara y abiertamente a las dichas cartas y capítulos que por virtud de la dicha creencia me presentaron, pues que así conviene a servicio de Dios y de Sus Majestades y al bien de la cosa pública destos reinos. Y porque constase lo susodicho, ansimismo me suplicaron lo firmase de mi nombre, porque a la dicha muy noble villa de Valladolid conste, y de cómo ellos habían hecho y cumplido todo aquello que les fúé cometido y mandado. -El cardenal de Tortosa.»



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- XVII -

Carta del cardenal a Valladolid. -Responde a la que de la villa recibió.

     Recibió el cardenal Adriano este largo memorial en Rioseco, y si bien en él no había el debido respeto, viendo prudentemente el tiempo que corría, quiso responder a él desta manera:

     «Muy nobles señores. Recibí vuestra carta, que me trajeron el señor don Pedro de Bazán, y el doctor Espinosa, y el bachiller Pulgar y Diego de Zamora, llevadores de ésta, y oí lo que me hablaron de vuestra parte, y vi los capítulos de los negocios que enviastes y el celo que por servicio de Dios y de la reina y rey nuestros señores, y paz y sosiego destos reinos tenéis. Y el fin de ellos es, cual de tan insigne y noble villa, como se espera y conforme a la fidelidad y afición que siempre habéis tenido y tenéis al servicio y estado de Sus Majestades. Lo cual yo, en su nombre, os lo agradezco mucho, y en el mío, os lo tengo en mucha honra y gracia y complacencia. Y cierto ansí y por las causas que vosotros, señores, decís, y por conformarme con vuestra buena intención que es buscar concordia en las cosas que tocan a estos reinos, y manera que si algunos 'agravios han recirxido, cesen aquéllos, y de estorbar qué los de la Junta de Tordesillas no se entreffietan en otra cosa como por cumplir con mi hábito y condición y por el mucho amor que tengo al bien destos reinos, deseo toda paz y sosiego tan enteramente como si en ello me fuese la vida, y aun la pondría por ella cuanto fuese menester, de muy buena voluntad. Y cuanto a lo que deseáis saber: el fin para que hacemos juntar tanta gente de guerra, digo que fue y es por dos causas. La una, para estorbar que no saquen de Tordesillas a la reina nuestra señora contra su voluntad, como fui infor. mado que lo querían hacer. Y porque caso que digan los de la Junta que no la quieren sacar ni sacarán, no nos confiamos de aquello. La segunda causa es para poder impedir que los de la dicha Junta no ocupen más las preeminencias reales como, hasta aquí lo han hecho, salvo que solamente entiendan en lo que decís de los dichos agravios. Y dando vosotros orden como esto se provea, lo remediéis, haciendo que la gente que tiene la dicha Junta se derrame. Porque veais que es con efeto y verdad la voluntad que tengo a la pacificación destos reinos y a excusar los escándalos dellos, despediré la gente que he hecho juntar aquí y proveeré. que no venga la otra que está llamada. Y porque asimismo veáis la confianza que hacernos.de esa villa y la honra y autoridad que le queremos dar, decimos que habremos por bien que ellos hagan eleción de los dos del Consejo real, que por los dichos capítulos se piden, entre otras personas, para entender en el remedio de las dichas cosas. Y yo, pues he placer de salir al camino de todo el bien de estos reinos, ruégovos que juzguéis y aceptéis mi voluntad por cual ella es, a la cual conoceréis en las obras conforme a las palabras, y mejor, si mejor se puede decir, como lo sabréis por experiencia, placiendo a Dios Nuestro Señor. Y todavía os acordad, y tened especial cuidado de proveer en las cosas de Tordesillas, como S. A. sea muy acatada y servida y no se haga sino según su voluntad, poniendo e¡a los caballeros y personas que os parecerán, porque según quien es esa villa y la confianza que della tenemos, con su cuidado nos descuidarnos de todo esto. Nuestro Señor os conserve en su santo servicio.

     »De Rioseco a 4 de noviembre de 520.

     »Vuestro amigo.

»EL CARDENAL DE TORTOSA.»



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- XVIII -

La provisión que se envió de Rioseco a Valladolid.

     Demás de la respuesta que el cardenal dio a los despachos que Pedro de Bazán y sus compañeros le dieron, respondió el Consejo en la manera siguiente:

     «Consejo, justicia, capitán, regidores, caballeros, diputados, escribanos, oficiales, hombres buenos de la honrada Comunidad de la muy noble y leal villa de Valladolid: don Pedro de Bazán, el dotor Francisco de Espinosa y el bachiller Pulgar y Diego de Zamora, vecinos de esa villa, y en nombre de ella, parecieron ante el muy reverendísimo, cardenal de Tortosa, gobernador de estos reinos nuestros, y de vuestra parte le dieron dos cartas. La una de las cuales era de creencia, y por virtud defla le presentaron trece capítulos firmados de sus nombres, los cuales van señalados de Pedro de Zuazola, nuestro secretario, y la presentación va firmada del nombre del dicho muy reverendo cardenal. La cual dicha presentación hicieron a 30 de otubre de este presente año. Al cual en nuestro nombre suplicaron, que por hacer bien y merced a esa villa y a todas las otras ciudades, villas y lugares de estos nuestros reinos que con ella se quisiesen juntar para servicio de Dios Nuestro Señor, y para que con toda paz y sosiego, sin escándalo ni alboroto, estos nuestros reinos fuesen desagraviados, y se diese orden para que adelante los dichos agravios ni otros semejantes no se los hiciesen, y que no se excediese desto en cosa algupa, ni tampoco en lo susodicho hubiese falta, y que nos pluguiese los mandar otorgar y firmar acatando el buen celo y propósito por que la dicha villa se movía a nos lo suplicar. Lo cual visto, y considerado cuánta razón es de responder a tan justa petición como nos fue fecha de parte de esa dicha villa, e por hacer bien e merced a ella y a todos estos nuestros reinos tuvímoslo por bien; e por la presente decimos que nuestra merced y voluntad es que se cumpla y guarde lo contenido en los dichos capítulos, que como dicho es, por parte de esa dicha villa, ante el muy reverendo cardenal fueron presentados en todo e por todo como en ellos y en cada uno de ellos se contiene, cada uno en su tiempo y lugar. Y mucho vos encargamos que, pues hahemos concedido vuestra suplicación en lo susodicho por relevar a vosotros y a todas las ciudades y otras villas y lugares destos reinos, de trabajo, gastos y males, que con mucha solicitud y cuidado entendáis en la paz y sosiego y tranquilidad con aquella lealtad antigua que siempre esa villa ha tenido a los reyes progenitores, y como villa insigne y noble y principal como siempre ha sido en estos nuestros reinos.

     De Medina de Rioseco, a 3 de noviembre de mil y quinientos veinte años.»



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- XIX -

Responde la Junta a Valladolid.

     Ya que se ha visto lo que el cardenal y Consejo respondieron a la embajada de Valladolid: los de la Junta recibieron los mismos capítulos y sustancia de la carta referida, y dijeron:

     «Muy magníficos señores. Vimos la carta de vuestras mercedes, y tenemos en mucha merced a vuestras mercedes el sostener de la gente para ayudarnos a desagraviar estos reinos. Pues esto es el fin para que todos nos juntamos, y en el trabajo que en esto se ha pasado, Dios es testigo de ello. Y porque nuestras obras han sido tan claras, que creemos que en todo el reino son notorias, nos maravillamos de vuestras mercedes pedimos que os respondamos claramente. Todo cuanto hasta aquí se ha hecho, y lo que de aquí adelante se hiciere, ha sido y es para el remedio de estos reinos. Y después de los primeros levantamientos que en algunas de las ciudades se hicieron, la primera cosa en que se entendió fue en desagraviar la ciudad de Segovia, y quitarle el sitio y cerco que sobre ella estaba. Lo segundo, poner a la reina nuestra señora en su lihertad, para poder entender en su salud, e para efeto dello quitar de su servicio las personas que tanto bien impedían. Y como todos estos agravios y daños que por estos reinos han venido, han sido por causa de los que han tenido cargo del gobierno y han entendido en el real Consejo, nos pareció con acuerdo de vuestras mercedes y conforme a las leyes destos reinos, que debían ser suspendidos y embargados. La gobernación del señor cardenal por muchas ciudades de este reino fue contradicha en las Cortes de La Coruña y fue ocasión la gobernación de persona extranjera, para que los pueblos se alterasen. Pasadas todas estas cosas y entendiendo en la salud de la reina nuestra señora con muy grande diligencia, como leales vasallos suyos, supimos que por mandamiento del señor cardenal se juntaba gente de guerra y escribimos a su señoría reverendísima que nos maravillábamos mucho de la santidad de su persona, permitir que se hiciese tal cosa. ni se escribiese a ninguna ciudad, que nosotros no queríamos hacer cosa que fuese en deservicio de la reina nuestra señora. Y de nuestra voluntad vuestras mercedes son testigos, pues al tiempo que esto se decía sobre la salud de la reina nuestra señora enviastes vuestros mensajeros que hesaron las manos a S. A. y supieron la verdad. La respuesta que el señor cardenal nos dio, fue que la cura de S. A. no estaba reservada para nosotros pues, mu,chas veces se había probado, y no había aprovechado nada, dando a entender que era trabajo demasiado. Como si a Nuestro Señor le faltase poder para hacer merced a estos reinos con la salud y vida de la reina nuestra señora. Y que en el juntar de las gentes, le pesaría de los escándalos que nos hubiésemos, que no eran a su cargo. Vista su respuesta y que el fin era apoderarse de la reina nuestra señora y empedir tan gran bien como se ha comenzado a hacer y curar de su salud; y que demás de esto era para deshacer esta Junta y procurar de sojuzgar los pueblos, acordaron de juntar las gentes de las ciudades de la comarca y como a cosa principal en que teníamos confianza, enviamos a pedir a vuestras mercedes que nos enviasedes vuestra gente. Y mucho nos maravillarnos de no ser la primera que vino a socorxernos en las necesidades en que a la sazón estábamos; pareciónos que vuestras mercedes tomaban más término en enviárnosla de que era menester para el desagravio y remedio destos reinos. Y esto nos parece que basta para la primera carta.

     »Para la segunda, que es de creencia, por virtud de la cual el señor don Pedro de Bazán y los otros honrados hombres nos dieron ciertos capítulos que a vuestras mercedes les parecía que convenían para dar orden en las cosas del reino. Cosas son de grande importancia, sobre que conviene mucho mirar. Para poder responder a vuestras mercedes acordamos de enviar a cada ciudad un traslado para que vistos y comunicados con todos los estados de cada ciudad, se dé a vuestras mercedes la respuesta que de allá viniere. Y así quisiéramos, si no se ha hecho, que vuestras mercedes hubieran comunicado con todos los estados de esa muy noble villa lo que agora nos envían, porque todo es cosa nueva y muy diferente de lo que hasta aquí. Y entre tanto, los capítulos que a vuestras mercedes se enviaron, irán al rey nuestro señor, porque los mensajeros están despachados, y los más de ellos son los que de allá nos enviastes. Juntamente van los particulares que vuestras mercedes mandaron últimamente que se pusiesen. Nuestro Señor vuestras muy magníficas personas y estado prospere. De Tordesillas, a 6 días de noviembre de 1520 años. Por mandado de los señores procuradores de Cortes y Junta real del reino que asisten en Tordesillas, leales vasallos de SS. MM.

»Juan de Murueña. Antonio Rodríguez.»



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- XX -

Recibe Valladolid la respuesta, y alborótanse las cuadrillas de la villa por los capítulos que don Pedro Bazán y los demás habían llevado sin consulta del común.

     Volvieron con este despacho don Pedro Bazán, y el dotor Espinosa, y el bachiller Pulgar, y Diego de Zamora. Presentaron la provisión y capítulos y cartas que traían en la junta de la villa, ante el infante de Granada, caballeros y diputados. Y visto por ellos, fue acordado de llamar las cuadrillas y que se les diese un traslado de todo.

     Y en 8 de otubre se llamaron en los lugares acostumbrados donde solían juntarse. En una cuadrilla de San Julián, el bachiller Pulgar, diputado desta cuadrilla, juntamente con García de Dueñas, dijo cómo él, juntamente con los otros sobredichos, habían ido a hablar con el cardenal y los del Consejo real que estaban en Rioseco, y de allí habían ido a Tordesillas a los de la Junta, y les dieron las cartas de creencia que llevaban y los capítulos sobredichos; y juró que no los habían visto él ni don Pedro hasta que estuvieron en Rioseco. Y así los leyó juntarnente con las cartas y provisiones; y visto y oído por los de la cuadrilla quejábanse a voces de los capítulos porque no se los manifestaron antes que saliesen de la villa, y quejábanse de los diputados agradeciéndoles muy poco lo que habían negociado, diciendo que habían excedido, y que ni la villa ni el común se lo había mandado. Y luego los quitaron de diputados y pusieron otros en su lugar, porque ya no se tenían por seguros de cosa que hiciesen. Y lo mismo hicieron en todas las otras cuadrillas, y nombraron otros diputados. En ésta nombraron al dotor S. Pedro, Mudarra y a Gerónimo Francés, boticario.

     Otro día se fue de la villa don Pedro Bazán para los caballeros a Rioseco, agraviado porque le habían quitado el oficio y tratado mal de palabra; y el dotor Espinosa no entró más en cuadrilla, y en su lugar nombró la villa al licenciado Bernardino, y al licenciado Juan de Villena el mozo. Quitaron ansimismo el oficio de capitán general al infante de Granada. Quisieron hacer su capitán general a Sancho Bravo de Lagunas, que al presente estaba en esta villa. Pidiéronle encarecidamente se doliese de aquesta villa; y que pues Juan Bravo se había encargado del oficio de capitán de Segovia, debía él hacer lo mismo por Valladolid.

     Sancho Bravo, como caballero cuerdo, les dijo que se quietasen y que mirasen mucho por el servicio del rey, y no faltasen a la lealtad que le debían. Que lo que habían comenzado era un negocio muy grave, y que se podrían perder en él y destruir el reino.

     No oyó bien el común estas razones, y algunos comenzaron a hablar mal de Sancho Bravo, y amenazarle. Como él vio esto, volvió a decirles que si les importaba algo su persona para el servicio de la villa, que allí estaba con ella y con su hacienda y con la vida, y que otro día se podrían juntar para darle el oficio de su capitán. Que mirasen bien si les convenía, que él los serviría en él. Con esto los despidió contentos. Y aquella noche se ausentó de Valladolid Sancho Bravo, y tomó la posta, y fuese a Flandes, donde el Emperador le recibió muy bien y agradeció su lealtad, y se sirvió de él en negocios muy graves, como en esta historia adelante se verá.



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- XXI -

Lo que hizo Alonso de Vera en Valladolid.

     Domingo 11 de otubre, se subió en el púlpito de Santa María, que es la iglesia mayor de Valladolid, un Alonso de Vera, y leyó dos cartas a gran parte del pueblo, una en que los de la Junta pedían que Valladolid los ayudase como había prometido, y que cumpliese sus mandamientos; la otra carta era de don Pedro Girón, en que se les ofrecía mucho y pedía que pues siempre había sido tan propio desta villa y deseado su bien, que le recibiesen en ella. Que él era capitán general de la Junta, y deseaba el bien del reino y servicio del rey; y no quería nada sino con la amistad y amor de Valladolid.

     Y el lugar se holgó infinito con las cartas, y dijo que harían lo que en ellas se mandaba, y que don Pedro entrase. Y otro día lunes entró, saliéndole todos los de la villa a recebir con mucho aplauso.

     Como la guerra era entre parientes, amigos y naturales, tantas diligencias se hacían para ganar lugares y voluntades; con cartas como con armas.

     El conde de Benavente y el almirante de Castilla son como naturales y vecinos de Valladolid; y así, tienen en esta ciudad de tiempos muy antiguos sus casas, tan principales como las vemos. La ciudad precia y estima tales ciudadanos, y se honra con ellos como es razón; mostrando estos señores el amor que a Valladolid como. a propria patria tienen. Viéndola tan metida en semejantes ruidos, o por ganarla por bien, o por quererla bien y desear su conservación, ambos la escribieron, el conde a 12 de noviembre, y el almirante luego que llegó, que fue en estos días. La carta del conde era tal:

Escribe el conde de Benavente, a Valladolid.

     »Muy magníficos señores, muy noble Comunidad. Como yo tenga determinado, por las muchas razones que para ello hay, de no hacer de mi persona y casa cosa alguna sin hacerlo saber, señores, digo que cuando el otro día partí de Villalón, escrebí a vuestras mercedes y a esos señores y honrada Comunidad, cómo yo venía aquí con la gente de Villalón y de Mayorga. Y la causa era porque el señor cardenal me hizo saber cómo querían sacar a la reina nuestra señora de Tordesillas contra su voluntad, y que los señores de la Junta de Tordesillas querían venir a esta villa en perjuicio de la persona del señor cardenal y de los señores del consejo, e visto por ellos que esta villa es del señor almirante, y que yo soy tanto su servidor y amigo, determiné de estar aquí para lo que digo, hasta que el señor almirante viniese; y ansí lo he hecho, porque me parece que para lo que aquí digo tenía obligación. Mañana martes o miércoles, me dicen cómo viene el señor almirante, por donde yo quedo libre de la causa porque aquí he estado. Agora hago saber a vuestras mercedes y a esos señores y noble Comunidad cómo yo me vuelvo a Villalón. Y de allí pienso ir a Benavente, que tengo aquí hombres de armas y ciento cincuenta jinetes, y doscientos cincuenta escopeteros e mil piqueros, y mi persona para todo lo que a esta muy noble villa tocare. Y para que si vuestras mercedes y esos señores y muy honrada Comunidad mandáis algo, que sepáis mi voluntad. La cual será siempre desear mucho bien a esa villa general y particular. Y holgaré que en todo lo que os tocase, híciésedes cuenta de mí como vecino y persona que tanta obligación tiene a esta villa, por las razones que otras veces he escrito a vuestras mercedes, y a esos señores y honrada Comunidad. También habréis sabido el juntamiento de gente que se hace en Tordesillas e aquí. Lo cual siento en el alma, por el gran daño que veo cada día crecer en estos reinos por nuestros pecados. Y que pues todos queremos el bien general del reino, como naturales de él, a quien tanto somos obligados, debríamos lo remediar. Lo cual plegue a Dios por su piedad ataje, y ponga en los corazones tal voluntad, que estos reinos no se pierdan con muertes y escándalos, sino que con mucha paz y concordia se remedien los agravios pasados y se dé forma en los por venir. Que desta manera Dios será servido, y de lo contrario daremos mala cuenta. Nuestro Señor vuestra muy magnífica persona y casa guarde. De Medina de Rioseco, a 12 de noviembre de 1520 años.»



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- XXII -

Trata el almirante de reducir a Valladolid. -Manda Valladolid que se haga más gente de guerra.

     Venido el almirante, deseaba hacer en Valladolid lo que el condestable en Burgos, que era dulcemente y con buenas razones metérseles en casa. Escribióles casi en la misma forma que el conde de Benavente les había escrito. Pidió que le dejasen entrar en el pueblo, que prometía,de mirar por ellos, en común y en particular, y emplear en la defensa su persona y estado, y que si no le querían dejar entrar, que enviasen tres de la villa, los que más quisiesen, o que fuesen dos o tres leguas de allí a se carear con él. Mas Valladolid no admitió estos partidos, ni aun verse con el almirante, diciendo que sonaría mal, y que dirían que como Burgos se había concertado con el condestable por andar en tratos con él, que Valladalid haría lo mismo. Con esto respondió la villa al almirante no más de que por entonces no acordaba en cosa de lo que su señoría pedía.

     Y a la carta del conde de Benavente respondieron brevemente agradeciendo la villa la merced que les hacía, que tales las esperó siempre de él. Y que pues su señoría ofrecía su persona y gente, le suplicaban les enviase luego la gente para enviarla a Tordesillas en servicio de la junta, como de tal vecino se esperaba, para que hiciesen lo que por ellos les fuese mandado, y con tal condición que la gente trajese la bandera y armas de Valladolid.

     Estas cartas veía y despachaba en nombre de Valladolid el prior de la iglesia mayor, que fue un gran comunero.

     Despachadas las cartas a los dos grandes, mandó la villa que se hiciese más gente para enviar a la Junta, porque faltaban muchos de los mil hombres que se habían hecho; y mandaron repartir a cada cuadrilla cien ducados, que fueron mil y cuatrocientos ducados en catorce cuadrillas que en la villa había; y luego se dio el dinero y se cumplió el número de los mil hombres.

     Y de todo dieron parte a la Comunidad llamándolos por pregones, con pena de que si no viniesen, serían acusados por sospechosos a la Junta.

     Y así, vinieron todos, y juraron en los Evangelios y sobre la cruz en forma, que so pena de perjuros, infames y fementidos, y de caer en caso de menos valer, serían en favor, ayuda y servicio, en todo lo que los de la Junta hiciesen, que fuese en servicio de Dios y del rey y de la reina y de la Junta de Tordesillas y de la Comunidad de la villa de Valladolid; y que no dirían, ni harían directe ni indirecte, cosa en contrario de ellos, ni sus hijos, ni criados, ni paniaguados, antes que donde quiera que oyesen decir al contrario, que lo vendrían a decir a los de la junta de la iglesia mayor de la villa de Valladolid, para que fuesen castigados.

     Y así hecho el juramento en forma, todos a una voz dijeron: «Sí juramos.»



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- XXIII -

Mal avenidos en Segovia.

     Ya he dicho cómo dentro de la misma ciudad de Segovia había bandos, de tal manera que parecían guerras civiles. El conde de Chinchón defendía los alcázares. En la ciudad había casas fuertes, donde se fortificaban algunos. En los arrabales hicieron otra fortificación. En la iglesia mayor estaban fortificados otros, que tenían la parte del rey.

     Faltaba gente en el alcázar, y el conde de Chinchón había ido a pedir socorro al condestable, que estaba en Burgos. El condestable envió diez escopeteros valientes y determinados, para que se metiesen como pudiesen en los alcázares. Llegaron a Pedraza a 23 de noviembre viernes de mañana, y tomaron como cuatro arrobas de pólvora, y estuvieron secretos hasta la tarde. Venida la noche salieron con una guía que los llevó fuera de camino hasta el Parral, donde los dejó la guía.

     Quitóseles allí la luna que habían traído y entraron sin que nadie los sintiese hasta llegar a la fortaleza; y no fueron vistos ni sentidos, porque aquel día los de Segovia habían combatido la iglesia, y quedaron maltratados y cansados. Otro día supieron los de la ciudad la entrada de la gente, y hubo dello un gran escándalo, y quedaron muy marchitos; porque pensaban que eran más de los que fueron, y demás desto se temían que en la ciudad había quien los vendía.

     Hubo el jueves y viernes que digo dos grandes combates, que los de la ciudad dieron a las que estaban por el rey en la iglesia, tanto que hicieron una entrada por do cabían cincuenta hombres, hacia la capilla de San Frutos; y los de la iglesia mataron dos hombres y hirieron cinco. El viernes tornaron a combatir, prometiendo mucho dinero a los que entrasen. Dieron un recio, apretón y entraron dentro una bandera. Los de dentro tomaron la bandera y mataron al que la llevaba. Luego entraron catorce hombres, y los de dentro los dejaron entrar bien adentro y dieron sobre ellos y mataron cinco y hirieron los otros nueve malamente. Y con esto cesó el combate. Por manera que vivían en Segovia tan llenos de enemigos dentro de sus muro, como fuera.

     Como los ánimos iban ya en todo rompimiento, y aparejaban las armas las ciudades alteradas, los de la Junta enviaron a Valladolid, donde se había de formar su ejército y estaba don Pedro Girón, a quien todos miraban como a su cabeza, y que había de ser capitán general, la instrución siguiente, que los capitanes y gente de guerra habían de guardar:

Instrución de los de la Junta para la gente de guerra.

     «Los senores procuradores del reino, estando en la villa de Tordesillas, a 18 días del mes de noviembre de 1520 años, dijeron que por cuanto estando ellos allí por mandado de la reina nuestra señora, entendiendo en el reparo e remedio de sus reinos, y en la paz, sosiego de ellos, y en desagraviar los pueblos de los grandes agravios que en el mal consejo de Sus Altezas habían hecho, y el cardenal de Tortosa con los del mal consejo de la guerra y justicia, que estaban suspendidos por el reino en la villa de Medina de Rioseco. Y el condestable con otros de los sobredichos, y con el arzobispo de Granada, presidente del Consejo, en la villa de Briviesca y en la ciudad de Burgos habían hecho e juntado grandes gentes e ejércitos, y convocado a muchos pueblos y grandes fortalezas para venir a la villa de Tordesillas, a hacer todo el mal y daño que pudiesen a los dichos procuradores del reino, y a deshacer la Junta, de donde se esperaba el remedio de él, y apoderarse de la reina nuestra señora, para gobernarse estos reinos en perjuicio y daño de ellos, y contra la provisión de sus leyes, para los tornar a la servidumbre en que los tenían, e tornar las imposiciones y nuevos tributos que habían visto. E porque a ellos era forzoso resistir a esta fuerza poderosamente, pues de otra manera no podían resistir que estos reinos no fuesen puestos en la servidumbre, lo hicieron saber a sus ciudades Las cuales e, sus provincias han enviado sus gentes e ejércitos para entender en ello. Y porque esta es para el verdadero servicio de la reina e rey su hijo nuestro señor, e bien de estos reinos, y hacer ellos lo que eran obligados al servicio de sus reyes e señores naturales, conforme a sus leyes, que por dar orden en lo que habían de hacer cort los dichos ejércitos, ordenamos lo siguiente:

     »Primeramente, que vayan con los dichos ejércitos don Pedro Girón, capitán general de Sus Altezas, y don Pedro Lisa de la Vega y Diego de Guzmán, e don Fernando de Ulloa, e Alonso de Sarabia y don Gonzalo de Guzmán.

     »Ítem, que en los dichos ejércitos vayan así la gente de guarda de Sus Altezas e infantería que el reino tiene fecha, e la gente de los ejércitos de las ciudades con la artillería real, y se ponga en campo la vía e camino de la villa de Medina de Rioseco, donde está el cardenal con algunos de los del mal Consejo.

     »Ítem, antes que llegue a la dicha villa envíen un rey de armas trompeta a requerir al señor almirante de Castilla e a los vecinos de la villa echen de allí, e no tengan allí acogidos los enemigos e destruidores del reino e la gente de guerra que allí está, con protestación que si ansí lo hicieren, la dicha villa e tierra no recibirá daño porque esta es su intención e voluntad. E no lo haciendo, todo el dafio que se les siguiere sea a su culpa y cargo.

     »Ítem, que si no los quisieren echar e estuvieren en la villa, procuren en las mejores maneras que pudieren entrar en la dicha villa, e los haber.

     »Ítem, salidos en cualquier lugar que estuvieren, ir a ellos y procurar haberlos.

     »Ítem, que a todos los que pudiesen haber, ansí de los del mal Consejo y justicia, como los oficiales de la hacienda, los prendan e traigan a la santa Junta, y los pongan en lugar donde por la santa Junta les fuere mandado.

     »Ítem, que en lo tocante a la persona del señor cardenal, trátenle como a príncipe de la Iglesia, e no consientan tocar en él. Pero impedirle su mala gobernación, que no pudiendo él ser gobernador (pues no lo puede ser), ha gobernado con acuerdo de los destruidores del reino.

     »Ítem, que lo que toca al condestable y los que están con él en Burgos. que se haga lo mismo.

     »Ítem, procurar que la ciudad de Palencia, y Carrión, y todas las ciudades e villas del reino de la corona real, se. unan e hagan hermandad con la santa junta, e las otras ciudades que están en el santo propósito de desagraviar estos reinos, porque éste es el verdadero servicio de la reina e rey, nuestros señores. Pero que por agora no se entremetan en los lugares de señoríos, si no fuere del condestable y del conde de Alba de Lista, que están declarados por enemigos del reino.

     »Ítem, que lleven grande e particular cuidado de proveer e remediar que haya mucha justicia en el campo; e que no se haga fuerza a alguna mujer, ni otra fuerza ni robo a alguna persona particular, e que esto sea gravemente castigado.

     »Ítem, que cuando otra cosa sucediere, e sea de calidad e de negocios particulares, no se entremetan en ello. E que cuando se les ofreciere algo, fuera de lo aquí contenido, en servicio de Sus Altezas e bien del reino, lo hagan saber a la santa Junta para que se vea e provea sobre ello. E si de otra manera lo hicieren, protestan que no sea a cargo del reino ni de sus procuradores.

     Lo cual todo encomendaron a los susodichos en nombre de todo el reino. E les dieron poder cumplido por la vía e forma que pudieron, e por virtud de los poderes que de sus ciudades tienen, para que lo hiciesen e cumpliesen como en esta instrución se contiene.»

     Cuando en la Junta se ordenó y despachó esta instrución, ya estaban resueltos en proceder con las armas, cansados de las plumas y lenguas, o no satisfechos de lo que con ellas se habían ofendido. El rompimiento que en esto hubo diré en el libro siguiente.



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- XXIV -

Quiere el almirante poner en razón a los de la Junta.

     Deseaba el almirante componer tantos desconciertos y alteraciones de estos reinos, antes que llegasen a mayor rompimiento y perdición. Procuró para esto verse con los de la Junta en Tordesillas; y estando en Torrelobatón les envió a pedir que le diesen lugar y seguro para ir a Tordesillas. Respondieron los de la Junta que ellos sabían cómo su señoría venía a los hablar sobre el caso de las Comunidades del reino; que le suplicaban que hasta que echase de Medina y su tierra a los caballeros con la gente de guerra que tenían, y a los del Consejo, pues que estaban en deservicio de Su Majestad y del bien público del reino, que no curase de ponerse en trabajo viniendo donde ellos estaban.

     Pero que después de echados de su tierra, ellos se holgarían de servirle con el acatamiento debido a su persona.

     Replicó el almirante que le placía y que él echaría de su tierra la gente que en ella estaba armada, y asimismo a los del Consejo, salvo al cardenal y condestable de Castilla, que eran gobernadores y partes principales destos reinos.

     Los de la Junta no fueron contentos de esto, sino que había de echarlos todos fuera; sobre lo cual enviaron dos heraldes y un escribano a le requerir con grandes protestos que no diese lugar a los males y daños de que la junta y armas de los caballeros habían de ser causa.

     Demás de esto enviaron los de la Junta otros correos o trompetas que requiriesen al condestable y conde de Alba que no hiciesen ayuntamientos de gente, poique eran en perjuicio de la corona real y en daño del reino.

     El condestable recibió bien a los que fueron con esta embajada y los mandó dar de comer, y después los envió al conde de Alba con doce de a caballo.

     El conde echó mano del principal que hizo el requirimiento, y lo mandó poner en prisión; y después se dijo que le habían dado garrote, no se dando otra respuesta a los de la Junta.

     De lo cual ellos quedaron muy agraviados y hablaron mal; otros, bien, diciendo que el conde había hecho como buen caballero; que a los traidores no se ha de guardar ley ni palabra.

     Era camarero de la reina doña Juana el desdichado que fue con este recaudo y murió por él, según dijo, que los de la Comunidad se lo habían dado.

     Queriendo vengarse de este agravio los de la Junta, mandaron pregonar al condestable y al conde de Alba, en muchas ciudades y lugares de Castilla por traidores enemigos capitales del reino; y que hacían ayuntamiento de gentes contra la corona real, y en daño del reino; y que habían hecho sello nuevo de Su Alteza contra las leyes del reino, con que sellaban provisiones contra vasallos de Su Majestad y contra todo derecho; y que favorecían los del mal Consejo, y habían preso al camarero de Su Alteza, todo en gran desacato y daño de Su Majestad y de los estados del reino y república de él; y que los de la Junta, entendiendo en lo que era servicio de Dios y del reino, hallaban que debían darlos por enemigos capitales a los dichos caballeros, y que sus rentas y juros fuesen perdidos.. y les fuesen confiscados y tomados, incorporándolos en la corona real.



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Libro octavo

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- I -

Don Pedro Girón, capitán general. -Agráviase Juan de Padilla porque no le hicieron general, y vuélvese a Toledo. -La gente que trajo a la Junta el obisbo de Zamora. -La gente que acudía al campo de la Junta.

     Con crecimientos mortales andaban ya las pasiones en Castilla, cansadas las plumas y las lenguas. Aparejaban las armas y municiones de guerra, que cuando la postema se encona, su cura es con el hierro ardiendo en fuego.

     Los caballeros cabezas y defensores de las Comunidades, engolfados en un mar de pasiones, por saber cuán mal se hablaba de ellos y el nombre que les daban, que por extremo ofendía su presunción, ya tenían en nada perder las patrias, las haciendas, hijos y mujeres con las mismas vidas. Y así deseaban arriscarlo todo en la ventura de las armas, que si la tuvieran y salieran con la suya en sola una batalla, sin duda alguna se trocaran las suertes y quedaran con nombre glorioso de amparadores y defensores de su patria. Que los juicios humanos más determinan los hechos por los fines que por principios ni medios; y si bien fue causa de comunidad que de ordinario tiene pocas fuerzas, ésta tuvo tantas y tanto peligro, que si tantico gobierno hubiera en las cabezas y algunos capitanes experimentados en armas, con grandísima dificultad reinara Carlos en España.

     Erraron los caballeros, erró el común en levantarse contra los ministros de sus reyes; pero no les neguemos, y es fuerza que digamos que fueron valerosos. Que si se hicieron insolencias, desatinos y hechos fuera de razón, ¿qué maravilla, en comunidades de gente suelta y libre? Pues los caballeros dependían de ellos más que las Comunidades de los nobles que las ayudaban; y vemos un ejército de soldados disciplinados, sujetos y obedientes a sus capitanes, lo que hace y cuál deja la tierra donde llega; pues maravillarnos y dar por traidores absolutamente a los que en esto fueron, yo no lo haría. Que el hijo se levanta contra su proprio padre, y si bien miramos a los siglos pasados de nuestra España, ¿qué veremos en ellos sino comunidades de infantes, de grandes, de caballeros que se atrevieron contra sus proprios reyes? Y no por eso quedaron tan manchados como algunos quieren que lo estén los que en las alteraciones destos años fueron.

     No justifico la causa destas Comunidades. Descargo en cuanto puedo a mi nación y nobleza de ella.

     Y volviendo a proseguir estos hechos, digo que todos hacían ya las diligencias posibles para ganar y asegurar su partido, así los caballeros que hacían las partes del rey o tenían su voz, y las Comunidades y capitanes de ellas. Viose en el libro antes de éste las ordenanzas e instrucción que los de la Junta que llamaban santa enviaron a Valladolid, donde estaban don Pedro Girón y otros capitanes y cabezas de la Comunidad. Llegado va el tiempo, si bien riguroso y contrario para seguir la guerra, por ser muy entrado el invierno, se apercibieron todos, y en nombre de la Junta escribieron de nuevo a las ciuda. des y villas que eran de su voz, que enviasen la más gente de guerra que pudiesen, como lo hicieron.

     Concluyóse también el trato que con don Pedro Girón había, y fue elegido por capitán general de la Junta, con patente le la reina y del reino, pareciéndoles que por ser caballero tan principal y deudo de tantos grandes de Castilla, ganaba su parte gran reputación. Y de don Pedro juzgaron todos que lo había acetado y seguido esta opinión, teniendo fin a que con las alteraciones y revueltas hallaría camino para poder haber el ducado de Medina Sidonia, que como queda dicho pretendía pertenecerle.

     De esta eleción pesó mucho a Juan de Padilla, que hasta allí había hecho el oficio de capitán general y tenía presunción de serlo. Y por su causa no fueron en ella, ni quisieron votar por don Pedro, los procuradores de Toledo ni Madrid. Y el Juan de Padilla, como supo lo que pasaba, antes que don Pedro Girón viniese a tomar el bastón, fingiendo no sé qué causa, partió para Toledo por la posta. Y la gente que tenía, viendo ido su capitán, no quiso quedar allí,antes comenzó otro día a tomar el mismo camino. Pero, no obstante esto, don Pedro Girón acetó el cargo y vino a Tordesillas con ochenta lanzas suyas, y comenzó a dar gran priesa cómo el ejército se juntase, ayudado de la industria y diligencia del obispo de Zamora, que trajo al servicio de la Junta casi quinientos hombres de annas de la gente de guarda del reino, que los demás fueron al llamamiento del condestable.

     Y demás de esto, trajo otras setenta lanzas suyas y casi mil infantes; y los cuatrocientos de ellos eran clérigos de su obispado, sin la gente de Zamora que venía a su disposición y voluntad. Porque con favor de la Junta él había echado al conde de Alba de Zamora y héchose duefio de ella. Y cada día venían gentes de las ciudades, de a pie y de a caballo, muy bien armados, y con ehos algunos caballeros y capitanes principales, como de Salamanca, que vino don Pedro Maldonado con casi mil infantes. Y otras ciudades nombraron por sus capitanes a los mismos procuradores que tenían en la Junta.

     Y así fue capitán de León Gonzalo de Guzmán, hijo de Ramiro Núñez; y de Toro don Hernando de Ulloa, que eran procuradores. Y desta manera otros de otras partes.

     Y con esto se iban haciendo cada día más poderosos los de la Junta, ya resueltos en acabar este negocio por fuerza de armas. Hablaban mal y amenazaban peor, particularmente la gente común, llamando a los grandes y caballeros traidores y enemigos del reino, y que los habían de destruir y quitarles los estados, que no les hizo ningún provecho.

     Pero ¿quién enfrenará una multitud? Y se atrevieron a decir, que sería bien que la reina casase con el duque de Calabria, don Hernando de Aragón, hijo de Frederico, último rey de Nápoles, que desde el tiempo del rey Católico estaba detenido en Játiva, lugar del reino de Valencia. Entiendo que en esto se les levantó a los de la Junta lo que nunca hicieron ni pensaron. Es verdad que como la pasión era ya tan grande, era tanta la rotura que en los pregones que daban no nombraban al Emperador, habiéndole jurado por su rey, sino solamente nombraban la reina y al reino; de manera que el odio y enemistad iba creciendo y de cada parte se hacían grandes diligencias. Y ya no restaba a los de la Junta más de salir en campaña como lo tenían determinado.



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- II -

El almirante entra en Medina. -Los grandes y caballeros que en servicio del rey estaban en Medina. -Procura el almirante poner en razón a los de la Junta. -Sale don Pedro Girón con su gente contra Rioseco, número de diez y siete mil infantes. -Avisan los capitanes de la Junta a Valladolid del estado en que está el ejército en Villabrágima. -Cómo se llamaba la Junta, y llamaban los caballeros.

     Estando, pues, las cosas en estos términos, por el mes de noviembre el almirante entró en Medina de Rioseco. Y saliéronle a recebir los grandes y caballeros que allí estaban con el cardenal, puestos en orden y con aderezos de guerra. Los caballeros eran don Alonso Pimentel, conde de Benavente; don Alonso Osorio, marqués de Astorga; don Pedro Osorio, su hijo mayor; don Diego de Toledo, prior de San Juan, hijo del duque de Alba; don Bernardo de Sandoval y Rojas, marqués de Denia; don Diego Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Lista; don Francisco de Quiñones, conde de Luna; don Enrique de Guzmán, conde de Rivadavia, hermano del almirante; don Hernando de Silva, conde de Cifuentes; alférez mayor del rey; don Álvaro Moscoso, conde de Altamira; don Fadrique Enríquez de Almansa, señor de Alcañiza; don Diego de Rojas, señor de Santiago de la Puebla; don Pedro Bazán, vizconde de la Valduerna; don Juan de Ulloa, señor de la Mota; Hernando de Vega, comendador mayor de Castilla; don Juan Manrique, hijo mayor del marqués de Aguilar; Sancho de Tovar, señor de la Tierra de la Reina, y su hijo mayor don Hernando de Tovar, que por servicios que aquí hizo, le hizo nombrar el Emperador capitán de la guarda de la reina doña Juana; y otros muchos grandes y señalados caballeros, que con mucha voluntad vinieron a servir a su rey.

     El almirante holgó mucho con tantos y tales caballeros, y en ver la gente de guerra que allí estaba. Mas sus pensamientos no eran llevar esta causa por sangre, sino por medios dulces y suaves, hallándose camino para ellos. Y así lo trató con estos caballeros, y desde Cigales, donde estuvo pensando entrar en Valladolid y pacificar esta villa, escribió a los de la Junta, pidiéndoles que quería verse con ellos, y se ofreció de ir él en persona a Tordesillas.

     No tuvo efeto, y concertaron que se viesen algunos de ambas partes en Torrelobatón, donde vinieron tres o cuatro procuradores. Y el almirante estuvo allí con ellos en demandas y respuestas cinco o seis días, sin concluir cosa; con que quedaron las voluntades en todo rompimiento.

     Tenía determinado el almirante de no acetar la gobernación hasta haber probado todas las vías posibles para que se diese algún asiento y concordia: y en vistas y embajadas que con los de la Junta tuvo, gastó mucho tiempo y razones, así con cartas como con palabras que él tenía agudas y discretas; dándoles a entender el yerro grande que hacían y la injusta causa que defendían y la peor forma que llevaban en ella, y ofreciéndoles razonables y favorables partidos, porque dejasen las armas y viniesen a la obediencia de su rey.

     Quiso el almirante ir a Tordesillas, pareciéndole que viéndose con todos los pondría en razón, y acabaría con ellos lo que no podía con pocos. No le dieron lugar, diciendo los de la Junta, que hasta tanto que él echase de Rioseco y su tierra los caballeros con la gente de guerra, y a los del Consejo, pues estaban en deservicio de Su Majestad y del bien público del reino, que no curase de ponerse en trabajo viniendo donde ellos estaban. Pero que después de echados de su tierra, ellos se holgarían de servirle con el acatamiento debido a su persona.

     El almirante respondió que él echaría de su tierra la gente que en ella estaba armada y los caballeros con ellos; y asimismo a los del Consejo, salvo al cardenal y condestable, que eran gobernadores y partes principales de estos reinos. Los de la Junta no fueron contentos de esto, sino que había de echarlos a todos; y que el condestable renunciase y dejase el ejercicio de virrey y gobernador, que había comenzado. Sobre lo cual enviaron dos heraldos con un escribano para requirir al almirante con grandes protestos que no diese lugar a los males y daños que de la Junta y armas de los caballeros habían de resultar. Demás de esto, enviaron otros dos trompetas al condestable y conde de Alba, requiriéndoles que no hiciesen ayuntamiento de gentes, pues eran en perjuicio de la corona real y en daño del reino. El condestable recibió bien a los que fueron y les mandó dar de comer y después los envió al conde de Alba con doce de a caballo que los guardasen. El conde mandó prender al principal que hizo el requirimiento y lo pusieron en prisión; y después se dijo que le habían dado garrote sin enviar otro despacho a los de la Junta. De esto quedaron ellos muy agraviado, y hablaron mal; otros, bien, diciendo que el conde había hecho como buen caballero, que a los traidores ni se debe fe, ley ni palabra. Era camarero de la reina doña Juana, puesto por ellos, el desdichado que fue con esta embajada, que le costó la vida.

     Queriendo vengarse de este agravio, y por el odio mortal que los de la Junta tenían, mandaron pregonar en muchas ciudades y lugares principales del reino, que tuviesen por traidores, enemigos de la patria, al condestable, conde de Alba v a los demás caballeros que estaban con ellos. Que hacían ayuntamientos de gentes contra lo corona real, en daño y acabamiento del reino. Que habían hecho sello nuevo de Su Alteza contra las leyes del reino, con el cual sellaban provisiones contra vasallos de Su Majestad y contra todo derecho. Que favorecían a los del mal Consejo y habían preso al camarero de Su Alteza, todo en gran desacato y daño de Su Majestad y de los estados del reino y repúblicas de él. Que por estas causas se les debían confiscar y tomar sus rentas y juros, y los aplicaban y incorporaban en la corona real.

     Y arriscando el resto de su potencia, don Pedro Girón y el Obispo de Zamora sacaron sus gentes en orden, que eran muchas y muy bien armadas, que llegaban a diez y siete mil infantes con buen número de caballos, y mucha artillería de Medina del Campo, que ya la habían traído de sobre Alaejos, por lo cual el almirante, desesperado de la paz, les hizo un gran requirimiento y protesto, y vinose a Rioseco con propósito de aceptar la gobernación, pues no habían querido admitir los partidos de paz que les hacía.

     Salieron don Pedro Girón, general de la Junta, y el obispo de Zamora con su clerecía y gente armada, a 22 o 23 de noviembre, y alojáronse con la gente y aparatos de guerra que traían en Villabrágima, Tordehumos, Villagarcía y otros lugares en contorno de Rioseco. Porque su intención era apretar a los caballeros y echarlos de Ríioseco.

     Y si los de la Comunidad fueran hombres este día, poder tenían para ello, mas faltan fuerzas y consejo donde hay algo de tiranía. A 24 de noviembre se alojaron donde digo, y escribieron a Valladolid dándole cuenta, como a tan su favorecedora, de la jornada, y del requirimiento que antes de echarse sobre Rioseco querían hacer a los caballeros. La carta decía:

Carta de los capitanes de la Junta a Valladolid.

     «Parécerne cosa muy necesaria hacer saber a vuestras mercedes el estado en que las cosas están. Los ejércitos del reino son llegados a este lugar de Villabrágima, en el cual está la artillería y toda la más gente de infantería. En Tordehumos quedó esta noche el señor duque don Pedro Girón con algunas gentes de las guardas que no cupo aquí con la de Salamanca. La gente de los contrarios ha estado hoy en el campo todo el día, e por eso se ha dado priesa a recoger toda la más gente de armas en este lugar, e en Tordehumos, porque no era toda acabada de llegar a Villagarcía. Dícese que esperan la gente del condestable mañana y el domingo. Cualquier cosa que sucediere les haremos saber a vuestras mercedes. Mañana sábado, Dios queriendo, tenemos determinación, conforme al mandamiento que traemos de la santa Junta, de enviar con un rey de armas a hacer requerimiento al señor almirante e a la villa que echen de allí a los robadores y destruidores del reino con protestación que no lo haciendo será forzoso de procurar por todas las vías que pudiéremos, de los prender e impedir la gobernación del señor cardenal e por ser contra las leyes destos reinos. Del señor don Pedro Girón supimos del alarde que vuestras mercedes hicieron para mayor favor, que no fue pequeña merced ni esfuerzo para nosotros saber que tenemos tal socorro. Suplicamos a vuestras mercedes que manden tener su gente a punto, porque hecho el requerimiento, si la respuesta no fuere la que debe, avisaremos a vuestras mercedes de ello, para que nos envíen la gente que les pareciere, quedando la villa con el recado que conviene. E aunque por las mercedes que de vuestras mercedes todo el reino ha recibido no había necesidad de pedirles ésta; mas con la mucha confianza que tenemos de vuestras mercedes atrevémonos a esto. Porque sabemos que en las cosas del bien común no hay para vuestra merced ningún trabajo, pues lo que se hace es para la libertad de todos, e a cada uno particular y generalmente toca. Nuestro Señor las muy magníficas personas de vuestras mercedes guarde e prospere. De Villabrágima, a 24 de noviembre. A servicio de vuestras mercedes. -Don Pedro Laso. -Alonso Sarabia. -Don Fernando de Ulloa. -Diego de Guzmán.»



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- III -

Requieren los capitanes de la Junta que los caballeros salgan de Rioseco y deshagan la gente. -Llega el obispo a dar vista a Rioseco. -Salen los caballeros a él. -A 27 de noviembre desafía el campo de la Comunidad a los caballeros que estaban en Rioseco. -Los de la Comunidad presentan la batalla a los de Rioseco. -Orden que llevaba el campo de la Comunidad. -Desafío. -No acetan los caballeros la batalla.

     Fingiendo, pues, los del ejército de la Junta justificaciones, que a la verdad eran graves delitos, enviaron sus heraldos, o reyes de armas, al almirante y a los caballeros que en Rioseco estaban, pidiendo y requiriendo que saliesen de la villa y tierra los que allí estaban, y que la villa se conformase con las Comunidades en favor del rey; los cuales reyes de armas no fueron bien recibidos, mas antes el conde de Benavente, y el conde de Alba de Lista los mandaron prender y quitar las armas al rodopelo, tratándolos muy mal.

     Y como supieron esto los de la Junta, movieron luego con su campo. Adelantóse el obispo de Zamora con hasta cinco mil hombres, camino de Rioseco, con determinación de hacer todo el mal que pudiese a los caballeros; y al tiempo que llegó cerca de Villabrágima, docientas lanzas que allí estaban, aposentadas del marqués de Astorga, dieron a huir para Rioseco. Y algunos, con la priesa y miedo, dejaron los caballos y armas y el lugar desocupado. Y el obispo se aposentó en él diciendo: «¡Viva el rey y la Comunidad! ¡Muera el mal Consejo!» Las docientas lanzas llegaron a Medina, y como los caballeros lo supieron, todo el ejército se armó, y salieron al campo bien puestos en orden, y con voluntad de romper con el obispo. Pero el obispo túvolos en nada, si bien eran muchos, y gente de honra, porque sabía que don Pedro Girón venía en la retaguardia tan cerca, y con tanto aviso, que cada hora tenían avisos los unos de los otros para se ayudar siendo necesario. Y así se hicieron rostro los dos campos, con voluntad cada uno de esperar ocasión para romper contra el otro.

     Estuvieron un día entero sin moverse, puestas en orden las batallas, yéndose cada hora reforzando por la gente que a los unos y a los otros venía de socorro. Y sabían los de la Comunidad que Juan de Padilla venía ya con cuatro mil infantes y doscientas lanzas del reino de Toledo y de Salamanca y de Ávila, como adelante se dirá.

     El campo de los caballeros se aposentó en Tordehumos, y el de la junta en Villabrágima (que son dos lugares bien cerca el uno del otro, y de Medina de Rioseco). En Tordesillas quedaron para guarda de la villa y de la Junta los cuatrocientos clérigos que el obispo de Zamora había traído, sacándolos de sus iglesias para ejercitarlos en tan santa empresa. Y por reverencia de sus órdenes no quisieron que marchasen con la chusma de la soldadesca. Quedaron más otras dos compañías de soldados y alguna gente de a caballo, y por capitán de todos Hernando de Porras, vecino y procurador de Zamora, con Suero del Águila y Gómez de Ávila y otros caballeros.

     Tres días arreo estuvo don Pedro Girón con su campo a vista de Rioseco ofreciendo la batalla. Mas los caballeros lea. les no la acetaron porque eran muy inferiores, que no tenían más de trecientos hombres de armas y trecientos caballos ligeros y cuatrocientos y cincuenta jinetes y tres mil y quinientos infantes de sueldo, gente buena y de mejores esperanzas que la del común. Mas por asegurar la vitoria quisieron esperar al conde de Haro, su capitán general, que decían venía; y también se esperaba otro camino de ganar la vitoria sin sangre, por ciertos tratos y inteligencias que el almirante traía con don Pedro Girón y con otros caballeros de la Comunidad.

     Entre los cuales comenzaba a haber divisiones y poca amistad y envidias, que son las que destruyen lo más fuerte del mundo; y descompuestas estas cabezas, era fácil desbaratar aquel vulgo de sastres, zapateros, pellejeros, zurradores y otros tales. Pero los de la Comunidad, viéndose superiores, molestábanlos con rebatos y escaramuzas de día y de noche, sin dejarlos reposar los pocos días que allí estuvieron.

     Y entendiendo que esperaban los caballeros al conde de Haro, determinaron antes que viniese hacer todo su poder por sacarlos a la batalla, o a lo menos ganar reputación con hacer una gran demostración de ella. Y para esto un día hicieron alarde general en Tordehumos, y otro día siguiente, viernes, último día de noviembre, sacáronla toda al campo. Y puesta en orden con la artillería delante, caminaron para Medina; y en esta forma Sanabria, procurador de Valladolid, con treinta jinetes iba por corredor, descubriendo el campo. La gente de armas iba de vanguardia, y por capitán de ella don Pedro Laso de la Vega, y de los jinetes don Pedro Maldonado y Francisco Maldonado, capitanes de Salamanca. En el escuadrón de infantería de la vanguardia iba por capitán el obispo de Zamora, y con él don Juan de Mendoza, capitán de Valladolid, hijo del cardenal don Pedro González de Mendoza, y Gonzalo de Guzmán, capitán de León, y don Hernando de Ulloa, capitán de Toro, y otros.

     En la batalla iba el capitán general don Pedro Girón entrando y saliendo; y con él otros capitanes de la gente de ella, y don Juan de Figueroa, hermano del duque de Arcos, que aquel día llegó al ejército, habiendo salido de la prisión donde dije que estaba en Sevilla sobre su fe, con cierto alzamiento de ella que los de la Junta le enviaron en nombre de la reina, y otros capitanes. Y de la artillería y de la retaguardia se dio el cargo a otros capitanes.

     Y con este buen orden caminaron con terrible estruendo de trompetas y atambores; llegaron a tiro de culebrina a Rioseco, y haciendo allí alto, mandaron que sus corredores se acercasen de manera que pudiesen decir al almirante y al conde de Benavente, y a los otros grandes y caballeros, que en Medina estaban, cómo allí ido el ejército de la reina su señora, por su mandado, a ejecutar en ellos las penas en que habían incurrido por gobernar el reino sin su voluntad y mandamiento, por estar así en su deservicio y desacato asonados, y puestos en armas. Y para este fin les presentaban la batalla y los esperaban en aquel campo.

     Habiendo dicho esto, se estuvieron así parados en el campo hasta casi el sol puesto; pero de parte de los caballeros de Medina, si bien estuvieron puestos en armas y sobre aviso, no se hizo muestra ninguna de batalla ni escaramuza; sino perseverando en el consejo que tenían acordado, los dejaron estar perdiendo tiempo y una muy buena ocasión, que por perderla se pierden las jornadas.

     Y pareciéndole a don Pedro Girón que era hora, volvió con su gente, en la manera y con el orden que vino, a su alojamiento; y al tiempo que partían del puesto que habían tomado, dispararon parte de su artillería, y algunas balas llegaron cerca de los muros de la villa, aunque no hicieron daño. Habíase despachado en Medina de Rioseco a 29 noviembre de este año la conduta o provisión de capitán general del reino, y señaladamente para esta empresa a don Pedro de Velasco, conde de Haro, hijo del condestable don Íñigo, firmada del cardenal solamente y rubricada de Pedro de Zuazola, secretario de Sus Majestades.

     Y poco después que los de la Junta o Comunidad habiendo estado desafiando a los caballeros y diciendo oprobrios a las cercas de Rioseco, llegó por la otra banda di la villa el conde de Haro con su gente; que teniendo aviso de la venida de don Pedro Girón, marchaba a toda furia con deseo de llegar a tiempo para lo que se ofreciese, si bien tenía aviso que no había propósito de pelear.

     Al cual todos salieron a recebir en orden de guerra; y él traía consigo trecientos hombres de armas y cuatrocientos caballos ligeros, y dos mil y quinientos infantes de sueldo, toda gente escogida, y doce o trece piezas de artillería de campaña.

     Y la misma noche entraron en Rioseco don Francisco de Zúñiga y Avellaneda, conde de Miranda, y don Beltrán de la Cueva, hijo mayor del duque de Alburquerque, y don Luis de la Cueva su hermano, y don Bernardo de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, y su hijo don Luis de Sandoval. Y también vino don Francisco de Quiñones, conde de Luna, con la gente que pudieron traer de sus criados y vasallos.

     Y con este socorro el campo de los grandes se hizo de más de dos mil y ciento de a caballo, entre caballos ligeros y hombres de armas, y seis mil infantes de sueldo, sin otra buena copia de gente de a pie de sus vasallos. De manera que ya se tenían por más poderosos que los enemigos, porque si bien no lo eran en el número éranlo en la virtud, y la causa que defendían más justificada, que ésta es la que asegura las conciencias y los corazones de carne hace de acero.

     Del poder y diligencias de los caballeros para hacerse poderosos, tenían avisos los de la Junta y se sabían en el reino, y a todos ponía en cuidado, que no hay república tan poderosa que con la división no caiga.



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- IV -

Palabras soberbias que el obispo dijo al presidente de la chancillería de Valladolid. -Sale el obispo armado a correr al campo.

     Viendo los de la Junta lo que las fuerzas de los caballeros crecían, procuraron prevenir y ganar todos los lugares, y avisaron los confederados que tuviesen gente de guerra, si bien estaban con las ventajas que dije. En Valladolid, en estos mismos días, teniendo aviso de la Junta, por su orden se mandó con pregón público que todos los vecinos de sesenta años abajo y de diez y ocho arriba estuviesen a punto de guerra, para que cuando hubiese mandato del ejército les enviasen la más gente que pudiesen.

     Estaban dentro en Valladolid el presidente y chancillería, que con ellos, ni con el lugar, ni con la Junta, tuvo este senado debate ni encuentro alguno, antes estaban muy bien quistos alcaldes y oidores. Y como vieron cuán de rota iban ya las cosas y la alteración grande que en el pueblo había, el mismo presidente y dos oidores y dos alcaldes, movidos con buen celo fueron a gran priesa a Rioseco, a tratar con el almirante y caballeros que se diese algún buen corte de paz y concierto porque este reino no se perdiese. Llegaron a Medina a 24 de noviembre, día de Santa Catalina. En Rioseco hallaron buena acogida y voluntad de venir en cualquier partido, siendo razonable. La dificultad estaba en los de la Junta, y en ninguno más que en el obispo de Zamora; que cuando el diablo

entra en un cuerpo sagrado no hay demonio que en el mal se le iguale.

     Fueron el presidente y oidores de Valladolid a Villabrágima, donde estaba el obispo alojado con sus cinco mil hombres, y allí le rogó el presidente con grandísimo encarecimiento, lágrimas y humildad, que mirase el camino tan errado que llevaban, y se apartase de él y no diese lugar ni fuese causa de tantos daños y muertes y escándalos como se esperaban. que mejor sería tomar algún medio de paz y concordia, con que Dios fuese servido y aqueste reino se conservase. Porque si bien las Comunidades saliesen con cuanto querían, venciendo a los caballeros y apretando al rey para que les concediese más libertades de las que pedían, que al fin habían de vivir con él y cuando viese la suya les había de echar el yugo y la carga como quisiese. Que las fuerzas y motines de las Comunidades, fuera de la obediencia de sus príncipes, no eran firmes, ciertas ni seguras. Que los caballeros y capitanes que agora les ayudaban, cuando perseverasen y venciesen, se habían de hacer señores de ellos como los demás. Ni tampoco los caballeros defensores de las Comunidades andaban cuerdos, tomándose contra todos los grandes del reino, en tanto deservicio de su rey. Que sería gran cordura recibir lo que se les ofrecía, y quedar en paz y amor con sus príncipes, y no esperar los sucesos varios de las armas.

     El obispo respondió: «Señor presidente, pues que en el punto y estado en que estamos nos hemos movido e venido, yo sé bien lo que nos cumple, e por ende no me retraeré, antes quiero ir adelante a destruir los malos e alteradores del reino.»

     Y como el presidente vio que no salía el obispo a lo que le pedía, ni aun lo quería oír, le requirió de parte de Sus Altezas por virtud del sello real que llevaba, se estuviese allí quedo y no saliese ni partiese de allí hasta tanto que él fuese a hablar con los caballeros que estaban en Rioseco para les rogar lo mismo. Pero tampoco a esto el obispo de Zamora le dio respuesta ninguna, ni hizo más caso de él que de un criado suyo (tanta era la perfección deste perlado, sucesor de los apóstoles indigno y malo).

     Y así se partieron el presidente y los oidores a Medina, donde con el mal despacho de los de la Junta no se pudo hacer cosa buena, y el obispo quedó tan compungido y con tales propósitos de las lágrimas del presidente, que no era bien ido cuando se armó su señoría, que el arnés y morrión eran el pontifical que él más preciaba, y su gente con él; y sacó el artillería, que puso en la retaguardia, y salieron a toparse con cierta gente, que tuvieron lengua que salían de Medina hasta trescientos caballos, y mucha infantería, que iban hacia Villabrágima.

     Y en el camino se les dio aviso que se detuviesen, porque el obispo les tenía tomado el paso; y así hubieron de dar la vuelta para Rioseco, porque si siguieran el camino no les fuera bien. El obispo los esperó el día todo, que fue martes 27 de noviembre.

     En esta coyuntura llegaron al ejército de la Comunidad tres mil hombres de guerra, que envió León. Y asimismo llegó la gente de Valladolid que dije, y otros muchos. Y sobre todo se esperaba a Juan de Padilla con la gente de Toledo y Madrid.



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- V -

Dan por traidores los del Consejo a los de la Junta. -Desafían los de la Comunidad a los caballeros que estaban en Medina. -Gente de guerra que tenía Valladolid.

     Los del Consejo procedían contra los de la Junta y contra todas las ciudades levantadas, y hicieron un cadalso en el campo, adonde los pronunciaron y dieron por traidores y rebeldes a la corona real. Y así estaban todos tan enconados, que ya no se peleaba tanto por el reino cuanto por la reputación y pasiones particulares que de estos movimientos habían nacido, y otras que, como he dicho, de tiempos antiguos había en los lugares. El obispo juraba que con sola su gente había de estar en campo hasta morir o vencer. Los caballeros tenían su tesón. Y así, aunque el presidente de la chancillería insistía en la paz, no había remedio.

     Salían a escaramuzar muchas veces. Y porque de las escaramuzas no viniesen a las veras, se pusieron treguas por dos días, que fueron lunes y martes de la última semana de este mes de noviembre. Y antes que saliese la tregua pocas horas, algunos caballeros de la parte del almirante salieron a pelear con la gente del obispo, hiriéronse mal los unos a los otros. Pero unos ballesteros del obispo rompieron con los de los caballeros y los siguieron a lanzadas hasta Rioseco, y así se volvieron al campo con dos tiros ligeros que traían.

     Al almirante pesó mucho porque los suyos habían quebrado las treguas, y por eso no quiso que los saliesen a ayudar, antes envió a decir al obispo que le pesaba de ello, y que él no lo había sabido.

     Como don Pedro Girón y el obispo vieron que los caballeros de Medina no querían salir a la batalla, les enviaron un trompeta diciendo que acabasen de querer echar aquella porfía a un cabo dando la batalla, porque venía el invierno y no serviría de estarse así más de perderse los unos y los otros. Donde no, que juraban de ir a sus lugares y saquearlos y abrasarlos. Pero el almirante no acababa de resolverse, por lo que sentía que el negocio viniese a tanto rompimiento.

     En Valladolid, demás de la gente que enviaron, hicieron alarde esta semana de la que quedaba, y hallaron siete mil hombres de guerra entre ballesteros y piqueros y escopeteros. Y aún sin éstos hallaron que le quedaban a la villa con qué se guardar, y enviaron a decir los de la Junta, que presto irían más en su socorro, y que cuando fuese menester irían en persona todos con el perdón general, porque tenían por sí que era justa y santa la causa que defendían, tanta era la obstinación del común.



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- VI -

La condesa de Módica procura componer estas pendencias. -De estas vistas resultó lo que don Pedro Girón hizo en daño de la Comunidad. -Háblala el conde con astucia y cautela, por dar gusto al obispo y deslumbrarle de lo que en particular trataron con don Pedro Girón. -Los caballeros de Castillo la Vieja defendieron la causa del rey.

     La condesa de Módica, mujer del almirante, era muy cristiana, y sentía en el alma estos alborotos, y verlos en tan miserable estado donde tantos inocentes padecían; deseó componerlos, y habló al almirante, su marido, y al conde de Benavente, suplicándoles con encarecimiento no diesen lugar a tantos males como de esta guerra se siguían. Y valió tanto la condesa, que hizo que en Villabrágima se juntasen el almirante, el conde de Benavente, don Pedro Girón (que se llamaba duque de Medina), el obispo de Zamora y la misma condesa. Todos cinco se vieron una noche, y ordenaron unos capítulos en favor de la Junta.

     Y el conde de Benavente dijo al almirante: «Primo señor, porque vos queréis tener en vuestra villa a cuatro o cinco licenciados, no queráis poner nuestros estados en disputa e dar lugar a tantas muertes e robos como se esperan, pues nunca Dios quiera que yo sea en ello sino favorecer a la Junta y sus Comunidades, pues todo lo que piden es bueno y justo; por tal lo loo y lo apruebo, y desde agora lo confirmo, y ansí lo firmo.» La condesa dijo lo mismo. El almirante dijo al conde: «Pues que vos, primo, lo firmáis, yo lo refirmo.»

     Y así cenaron todos juntos con mucho contento.

     Y acabada la cena se fueron a Medina; y luego mandaron en Medina que se alzase por la reina y rey su hijo y por la Comunidad.

     Fue todo esto hecho con cautela y arte, porque el ejército de la Comunidad se alzase de Medina, que si allí durara pusiera en aprieto a los caballeros, por ser mucho mayor el poder de la Comunidad y ir creciendo cada día, y el de los caballeros apenas fuera más de lo que era, porque todos los titulados que eran del reino de Toledo, Andalucía y Extremadura, se estuvieron a la mira quedos sin mostrarse ni en favor del rey ni por la Comunidad.

     Demás de esta treta que hicieron a los de la Junta, parece el deseo que en Medina había de verse libres del cerco, por lo que dice fray Antonio de Guevara en sus epístolas, de cómo le enviaron los caballeros a Villabrágima, y los partidos aventajados que les ofreció de parte del Emperador, porque se allanasen y deshiciesen el ejército, que por estar impreso no refiero aquí. Y de las palabras que él dice que habló con don Pedro Girón, se ve claramente que fueron vendidos y engañados en levantar el campo y dar lugar para que los caballeros pudiesen salir de las cercas de Medina de Rioseco, y ir a Tordesillas y desbaratar la Junta y hacerse señores de la villa, y tener en su poder la reina, con que la Comunidad desmayó y perdió todo su crédito. Lo cual sin duda no fuera así si don Pedro Girón se estuviera quedo sobre Rioseco y hiciera su oficio como debía, ya que se cargó de él; mas quísolo Dios ordenar de esta manera para bien de estos reinos.

     Que cierto si la Comunidad prevaleciera, ellos se perdían de mil maneras, y perdieran el mayor rey que hasta entonces había tenido España, como en el discurso y corriente de esta historia se verá, que no tardaremos. Fue sin duda que el demonio adivinaba que había de ser tal, y tan enemigo de sus secuaces, que por eso sembraba tanta cizaña en todos los reinos de este príncipe, tentando si se los podría quitar, o disminuir sus fuerzas, que tanto bien hicieron a la cristiandad.

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