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Año 1521

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- XIV -

Simancas contra Valladolid.

     No se descuidaban Juan de Padilla ni el obispo de Zamora, ni los otros capitanes de la Comunidad, en hacer la guerra con las diligencias y fuerzas posibles. Acordaron entre sí que Juan de Padilla con dos mil y quinientos hombres que había traído de Toledo y de Madrid, se pusiese a vista de Cigales, lugar del conde de Benavente, dos leguas de Valladolid, y que si el lugar no los recibiese de bueno a bueno, que los entrasen por fuerza de armas. En Cigales los recibieron de paz y aposentaron en sus casas. Mas los soldados hicieron una gran fealdad y bajeza, que a la media noche dieron alarma y se pusieron todos a punto con las armas, y maniataron sus huéspedes, que llanamente los habían alojado y a todos los demás, y les quitaron las armas, que ni una espada les dejaron, y los metieron en la iglesia y la velaban y guardaban, diciendo que hacían aquello por tener seguro aquel lugar, que era de un enemigo.

     Y a tres de enero de este año salió el obispo de Valladolid con algunas compañías de soldados a media noche, derecho a Palencia. su nuevo, obispado, que estuvo poco tiempo. Luego dijo que se quería volver a Valladolid, y por otra parte echó corredores que fuesen hacia Monzón, que es un lugar allí cerca. Y una mañana, antes del alba, dio sobre la fortaleza de Fuentes de Valdepero, que es a una legua de Palencia, donde estaba por alcalde Andrés de Ribera, yerno del dotor Tello, y el mismo dotor y su hija con la gente que habían menester para su defensa. Y llegado la combatió fuertemente dos horas largas, y los de dentro se defendían muy bien, y las mujeres ayudaban valerosamente.

     Usó el obispo de una bondad, con ser tan malo, pues que no consintió que las tirasen, porque si no, todas murieran. Pero como vio el alcalde que les querían poner fuego y que no podían mucho tiempo defenderse, salieron a requerir al obispo que no los combatiese y que los dejase, pues no estaban en perjuicio de la república. El obispo les requirió de parte del rey y de las Comunidades que pues habían hecho pleito homenaje a los de la Junta, que se diesen a su prisión para los presentar en ella, que sobre ello y sobre todo se proveería lo que fuese bueno para todos; y que se desviasen a fuera; si no, que no sería en su mano evitar su mal. Y así, se volvieron a entrar y se les volvió a dar otro combate recísimo, en que murieron de ambas partes ocho hombres.

     Vinieron muchos de las behetrías en favor del obispo; y viendo el alcalde y el dotor Tello que no se podrían defender, se rindieron a partido de seguridad de las vidas.

     El obispo los tomó por sus prisioneros, pero no pudo o no quiso evitar el saco que su gente dio en la hacienda.

     El obispo les pidió el quinto, que como a capitán se le debía. Diéronselo, que fue mucho y muy rico; y lo menos que un soldado llevó valía cuarenta ducados.

     El obispo quedó muy glorioso con esta presa, y envió luego a Valladolid, que le enviasen más gente para tomar las otras fortalezas que estaban alrededor de Fuentes y Palencia, por tener seguros y por suyos aquellos pasos y fuerzas. Y envió a Valladolid preso al dotor Tello y a su yerno con su mujer, con treinta de a caballo en guarda.



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- XV -

Simancas contra Valladolid. -La soberbia que había en la gente común, y daños que bárbaramente hacían. -Los daños que se siguen de no obedecer al rey.

     Ponían en orden las armas los capitanes de la Comunidad para ir sobre Simancas, de quien Valladolid recibía continos daños, queriendo en abriendo el tiempo satisfacerse de ellos, ya que al presente estorbaba la furia del mes de enero.

     Y asimismo esperaban la gente que habían de enviar Toro, Zamora, Salamanca, Ávila, que se apercibían echando todo su poder; que todos estaban con tanto brío y orgullo, tratando y deseando la guerra, como si en ello les fuera la salvación.

     Que cierto no debía de ser en su mano sino algún mal signo, que en once meses que duraron estas tierras domésticas o civiles, reinaba en España y henchía los corazones de los hombres de este infernal furor. Porque si bien miraran, aun los de muy limitado juicio, ¿qué fin podrían tener estas ciudades, no negando a su rey ni pudiendo prevalecer contra él, dándoles ya más de lo que querían en porfiar con tanta demasía, con tantos daños de sí mismos y ofensas de Nuestro Señor sino no se entender? ¡Y que un obispo vicario de Cristo fuese capitán de gente tan facinorosa! Valía la desvergüenza, el atrevimiento; el vil y bajo atropellaba al noble y bueno; y el que era algo no osaba hablar, y si hablaba y no a gusto de ellos, le encarcelaban, confiscaban los bienes y daban por traidor.

     Con tanta rotura de conciencias y con tanta confusión vivieron nuestros castellanos en tiempo de nuestros abuelos, desde el año de diez y nueve hasta el de veinte y dos, que trajo Dios al Emperador a estos reinos. Y tomados en sus manos v conocidos por él, los levantó a la majestad y grandeza en que han estado y están. Porque vean los pueblos los bienes que se sacan de obedecer a sus reyes, que cuando sean grandes los agravios que les hagan, mayores los recibirán si se levantan contra ellos.

     Que esta historia de las Comunidades, si bien parece afrentosa para esta nación por haber faltado en la fe que siempre guardó a sus reyes y señores, es por extremo provechosa para que el señor sepa gobernar al súbdito y no apretar más de lo justo, y el súbdito obedecer, pues de lo contrario se saca lo que aquí se ha visto y verá.

     Y no es todo lo que pasó, sino lo que yo he podido saber con verdad y sin pasión.

     Volviendo, pues, a estos cuentos, digo que la gente de guerra que estaba en Simancas, como el lugar es fuerte se tenían por seguros y corrían la tierra hasta llegar a las puertas de Valladolid; y no sólo llevaban las haciendas, mas los afrentaban de palabra llamándolos perros, infieles, y que se volviesen cristianos.

     Queriéndose vengar los de Valladolid, volviéronse contra el almirante y caballeros. Y a once días del mes de enero de este año, con acuerdo de los de la Junta, pregonaron debajo de grandes penas que ningún vecino fuese osado de ir a las ferias de Villalón, Rioseco ni Astorga.

     Quisieron sacarse los ojos por quebrar uno al almirante, al conde de Benavente y al marqués de Astorga, cuyos son estos lugares.



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- XVI -

Toma de Empudia. -Favorecen las behetrías la Comunidad. -Crédito del obispo en la Comunidad.

     Habíase apoderado por mandado del condestable y tomado con poca resistencia la villa de Ampudia o Fuent-Empudia don Francés de Beamonte, en odio del conde de Salvatierra, que andaba muy desatinado en las montañas de Álava. Y por ninguna vía le había podido reducir el condestable.

     Quisieron los comuneros recobrarla y ganar más la voluntad del de Salvatierra; y una noche de este mes de enero, Juan de Padilla y el obispo tocaron reciamente alarma en Valladolid, y pregonaron que de cada casa saliese uno armado y fuese con Juan de Padilla hasta Cabezón para ir a Empudia, porque ha, bían visto salir de Tordesillas y de Simancas cinco banderas de los caballeros pa¡a tomar a Empudia, que era del conde de Salvatierra, que estaba levantado, de quien nos quedan buenos cuentos que decir.

     Y los caballeros, para mejor hacer su hecho, echaron delante diez corredores de a caballo que descubriesen la tierra, y corrieron hasta Valladolid.

     Y la villa salió tras ellos con mucha gente hasta meterlos en Simancas. Con esto tuvieron lugar de ir seguros el camino de Empudia, sin que Valladolid los pudiese estorbar por haberse divertido con los de Simancas.

     Salió Juan de Padilla con mucha gente y con un tiro grueso que llamaban San Francisco y tres o cuatro pasavolantes. Y en Cabezón y en Cigales despidió la gente de Valladolid, aunque se quedaron con él dos cuadrillas; y llegó a Empudia muy en orden, donde halló que los caballeros habían tomado la fortaleza y villa.

     Y como la gente de Juan de Padilla llevaba gana de pelear, arremetieron luego combatiendo fuertemente al lugar y rompieron un pedazo de los muros de la villa vieja y de la nueva, y dieron luego sobre la fortaleza, donde se habían hecho fuertes los caballeros. Pero como vieron que ellos eran pocos y los enemigos muchos, y que peleaban con coraje, desampararon la fortaleza, dejando en ella al alcalde con sesenta de a caballo. Y por un postigo falso dieron consigo en la torre de Mormojón, que es un lugar una legua de Empudia; y como Juan de Padilla supo que se habían ido, echó tras ellos; y cuando llegó, ya los caballeros se habían apoderado de la villa y hecho fuertes en el castillo que está en la punta de un alto cerro, a la caída de los montes de Torozos a la parte de Campos.

     Como todos iban con tanto ánimo y gana de coger a los caballeros, dieron tan reciamente en la villa, quemándole las puertas, que ya la entraban, cuando salió toda la gente del lugar puestos en procesión, los clérigos revestidos con las cruces en las manos, y las mujeres y niños descalzos, con lágrimas y humildad, suplicando a Juan de Padilla que no fuesen saqueados; pero los de Valladolid dijeron a voces: «No, no, sino que sean saqueados.» Juan de Padilla se volvió a ellos, y les dijo: «Mirad, señores, que nuestra intención no es de saquear y robar a ninguno, en especial a éstos que no tienen culpa.» Y tanto les dijo, y con razones tan amorosas, que hicieron lo que él quería, y pidió al pueblo que le diesen mil ducados para contentar aquellos soldados, y que jurasen de seguir la Comunidad, lo cual hicieron de miedo los del lugar, y el campo se alojó en él, mandando Juan de Padilla que pagasen todo lo que comiesen, salvo la cebada y posadas, que les quisieron dar de gracia.

     Luego pusieron cerco a la fortaleza, apretándola por todas partes, y Juan de Padilla volvió con la mitad de la gente, y se puso sobre la fortaleza de Empudia. Los cuales y los de Mormojón se dieran de buena gana, si Juan de Padilla los recibiera con seguro de las vidas; mas no quiso, antes hizo juramento que si no se rendían llanamente que los había de ahorcar a todos. Combatieron la fortaleza.

     Aquí dice fray Antonio de Guevara que el obispo de Zamora, animando los soldados en un asalto, les decía: «Así, hijos, subid, pelead y morid, y mi alma aosada vaya con las vuestras, pues morís en tan justa empresa y demanda tan santa.»

     Viendo Juan de Padilla que los de dentro se defendían bien, y que le mataban la gente, aceptó el partido con que se quiso dar; que fue dar la fortaleza con todo lo que estaba dentro, y que saliesen con armas y caballos, y seguro de las vidas.

     Y así salieron hasta ciento y sesenta caballos, y quedó la fortaleza por la Comunidad.

     No quiso Juan de Padilla hacer mucho daño en la fortaleza, porque el conde de Salvatierra le escribió que la tomase con el menos daño que pudiese. Tenía Juan de Padilla más de cinco mil hombres, y muy buena artillería. Murieron de ambas partes cuarenta, y fueron heridos cincuenta.

     Quedaron muy contentos los de la Comunidad con la toma de Empudia. Cada día crecía el campo con los muchos que de las behetrías venían en su favor.

     De Empudia partió el obispo de Zamora, y andaba por las behetrías haciendo el mal que podía a los caballeros. Fue a Monzón, Magaz, y tomó las fortalezas. Saqueó a Mazariegos y otros lugares, de manera que le temían como al fuego. En Valladolid le deseaban porque los defendiese de los que estaban en Simancas.



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- XVII -

Solicitaba el obispo a los de Burgos.

     El obispo de Zamora inquietaba a los de Burgos con cartas y promesas yotras diligencias extraordinarias. El condestable procuraba sustentar la ciudad, y aun ganar a Valladolid. Quiso usar de las mesmas artes que el obispo usaba. Sabía que muchos de los inquietos de Burgos se carteaban con los de Valladolid, y usó de un ardid si bien fue entendido.

     Escribió en nombre de Burgos a Valladolid diciendo y aconsejando que se allanasen y diesen a los caballeros, y que se maravillaban mucho de que una tan noble villa perseverase en tan mal estado y propósito que si querían ser de su parte, que Burgos les ayudaría y favorecería en todo lo que pudiesen; donde no, que les harían el daño posible, y los pregonarían por traidores.

     Los de Valladolid entendieron luego que esta carta venía sobre falso, y que no era de Burgos, sino del condestable; y respondieron según este pensamiento, que la carta que habían recibido creían que no era de la Comunidad de Burgos, sino del condestable, que fuera el que la había notado, porque ellos entendían que la ciudad estaba del buen propósito que ellos tenían por tan justo y santo. Que se acordasen cómo ellos fueron los primeros que movieron estas cosas; que mataron cruelmente al aposentador Jofre y derribaron la fortaleza de Sus Altezas, que rompieron y quemaron las escrituras de la corona real, todo por mantener tan buen propósito, y por ser libres y libertar a todo el reino. Que sin mirar a esto se habían vuelto contra Dios y sus privilegios, haciendo tributarios estos reinos. Que por sólo su levantamiento había habido tantas muertes de hombres, fuerzas de mujeres, lugares saqueados, robos y otros infinitos males como a todos eran notorios. Que ya ninguno era seguro en ninguna parte, todo esto por su causa y culpa, y por su mal acuerdo y consejo. Que mirasen bien en ello, y cómo era pasado el plazo en que el condestable les prometió de traer todas las mercedes de los capítulos confirmadas de Su Majestad, y no había cumplido con ellos; que sólo esto les bastaba para conocer el mal camino que seguían. Y que pues decían que eran cabeza del reino, que como tal cabeza sustentasen el reino y se volviesen a su propósito, y no quisiesen ser contra su patria. Que tuviesen noticia que el Cid Ruy Díaz en su tiempo, por no atribular el reino, se despidió del rey su señor don Alonso y se salió de Castilla diciendo que antes quería ser desterrado que consentir echar tributo en el reino, por no ser causa de tantos males. Y después, volviendo a Castilla, no pidió otra merced al rey sino que no atributase su tierra; y el rey se lo prometió, y que si lo hiciese, que sus reinos se pudiesen levantar contra él.

     Estas y otras razones escribieron los de Valladolid, y procuraron que la carta con una copia de la que habían recibido fuesen a Burgos, de manera que se leyesen a todos; lo cual causó tanta alteración, que se quísieron poner en echar de Burgos al condestable.

     Mas viendo el condestable que ya no había otro remedio, determinó de haberse con ellos usando de rigor y mano poderosa, y allanar aquel pueblo, y quitarle la fortaleza. Y poniendo en efeto esta determinación, salió un día armado. y púsose en la plaza que está delante de su casa con todos sus criados y gente de guerra que tenía. Y acudieron luego los caballeros que allí estaban, que eran don Juan de la Cerda, duque de Medinaceli; don Luis de la Cerda, marqués de Cogolludo, su hijo; don Alonso de Arellano, conde de Aguilar; don Antonio de Velasco, conde de Nieva, con dos hijos suyos; don Hernando de Bobadilla, conde de Chinchón; don Bernardino de Cárdenas, marqués de Elche, hijo primogénito del duque de Maqueda, yerno del condestable; don Juan de Tovar, marqués de Berlanga, su hijo; don Juan de Rojas, señor de Poza, y otros muchos caballeros, deudos y criados de estos señores.

     Y estando así todos con el propósito dicho, el pueblo se había juntado y puesto en armas con pensamiento de pelear con ellos, y estuvo tan cerca de hacerse que se tiraron de una parte a otra algunas saetas, y de una fue herido don Alonso de Arellano, conde de Aguilar, en el pescuezo, habiendo dado primero la saeta en una alabarda que traía en la mano, que le valió para no ser muerto, y se dispararon escopetas.

     Pero reconociendo los procuradores del común la ventaja que el condestable tenía y enviándolos a requerir y mandar que estuviesen quedos y se viniesen pacíficamente a juntar con él y obedecer sus mandamientos como a virrey y gobernador, no se atrevieron a romper; antes faltándoles el ánimo dejaron las armas y vinieron a obediencia, y pacíficos, a acompañar al condestable, el cual envió luego a requerir al alcalde del castillo que se le entregase, con protestación, si no lo hacía, de le combatir y hacer justicia de él y de los que con él estaban.

     Y aunque de una y otra parte hubo algunas demandas y respuestas, al cabo el mismo día se entregó; y el condestable puso alcalde por el rey.

     Y desta manera, no osando resistir, se pacificó y allanó la ciudad de Burgos, y se puso corregidor, y el gobierno en la forma que antes, y no hubo más alborotos ni desobediencias en ella.



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- XVIII -

Trata el condestable de pacificar las Merindades.

     Después de este alboroto envió el condestable a don Juan Manrique, hijo primogénito del duque de Nájara, contra los de las merindades, que las tenían alzadas, y por la poca edad que tenía enviaron con él a Martín Ruiz de Avendaño, y Gómez de Butrón, caballeros muy principales de aquella tierra y Vizcaya, los cuales llegados allá dieron cierto asiento y manera de paz entre las Merindades, y el condestable, la cual duró poco, porque Gonzalo de Barahona y el abad de Rueda y García de Arce lo quebrantaron, y el conde de Salvatierra don Pedro de Áyala, que andaba muy poderoso por aquellas montañas y tan ciego en esta pasión, que se acabó así miserablemente, como se dirá, y deshizo una de las honradas y antiguas casas de Castilla y de las montañas.



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- XIX -

Lo que pasó en las montañas de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava y Vitoria. -Juan de Álava. -Lealtad de Vitoria. -San Sebastián, leal.

     Por el mes de agosto deste año, cuando ya las Comunidades habían venido en todo rompimiento en la provincia de Álava y ciudad de Vitoria, no estaba tan clara y recibida esta opinión, si bien algunos se atrevían a hablar mal, particularmente de los del Consejo. Llegó a este tiempo a la dicha provincia y ciudad de Vitoria una carta de Burgos, en que, como cabeza de Castilla, pedían que fuesen dos personas de aquella provincia a juntarse con ellos en Burgos. A este mismo tiempo llegaron otras cartas de la provincia de Guipúzcoa y condado de Vizcaya, pidiendo que se viniesen todos. Lo mismo pedía la ciudad de Nájara y villa de Haro, y que los ayudasen contra el condestable de Castilla y duque de Nájara, que decían los tenían tiranizados.

     A todos respondieron en Vitoria graciosamente, exceto a la ciudad de Burgos, a la cual no quisieron responder porque se hacían superiores y cabeza, presumiendo la ciudad de Vitoria que ellos, y su provincia de Álava, eran por sí, sin tener a Burgos por cabeza.

     Enviaron a Juan de Álava, que a la sazón era merino mayor de Vitoria, a los embajadores; el cual de palabra les dijo la preeminencia de aquella tierra. y que la unión que pedían no se podía hacer, porque en aquella provincia habían sabido que la ciudad de Burgos no estaba en servicio de Su Majestad. Que ellos no querían ser participantes en sus excesos, de lo cual no fueron contentos los de Burgos.

     Y en este tiempo ya algunas villas de la provincia de Guipúzcoa se alteraban con opiniones y sentimientos varios; y porque la villa de San Sebastián no quiso estar en este parecer, algunas otras villas fueron sobre ella con mano armada, y le talaron los manzanares; que no tienen mejores viñas, y hicieron otros daños.

     Las cuales dichas villas se carteaban, enviando por mensajero a Pedro Ochoa de Santa María, vecino de la villa de Mondragón; y queriendo la ciudad de Vitoria, engañada, confederarse con las villas alteradas, Diego Martínez de Álava, diputado general de Álava, de la provincia de Álava, con otros de su linaje procuraban apartarlos de tan mal propósito, y tan en deservicio de su rey, por el cual el dicho Diego Martínez se vio bien apretado.



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- XX -

El conde de Salvatierra, capitán de los comuneros de las montañas. -Diego Martínez de Álava prende un juez de la Junta.

     En este tiempo andaba desacordado don Pedro de Ayala, conde de Salvatierra, con la condesa su mujer, por muchos agravios y mala vida que por la recia condición del conde la condesa padecía. Y sobre esta razón, tenía mandado el rey que la dicha condesa madama Marguerita con sus hijos estuviesen en Victoria, dándoles el conde alimentos conforme a su calidad; y mandó a Diego Martínez de Álava, diputado de aquella provincia, que hiciese cumplir lo sobredicho. El cual, queriéndole ejecutar por vía del Consejo, el conde se quiso valer de la Comunidad, que en este caso no le favoreció, aunque los de la Junta de Tordesillas habían enviado a la provincia y ciudad de Vitoria un juez ejecutor, que se llamaba Antonio Gómez de Ayala, que después fue lusticiado por comunero en Valladolid. El cual traía provisiones para los que ante él se quisiesen presentar y pedir justicia; y venía dirigido al conde de Salvatierra para que le diese favor. Y él le dio cincuenta hombres, con los cuales entró en Victoria.

     Visto esto por el diputado Diego Martínez de Álava y Pedro Martínez su hermano, y los otros de su linaje, que sabían que traía contra ellos provisiones particulares de la Junta de Tordesillas, donde el diputado y sus parientes habían sido publicados por traidores, parecióles ser servicio del rey y seguridad suya prender al juez de la Junta; Y así, los hijos de los sobredichos don Fernando de Álava, alcalde de Bernedo, y Juan de Álava, su primo, con veinte hombres y otros criados y amigos, entraron en la posada donde el juez estaba y le tomaron en la cama a él y a sus criados, les pusieron grillos y los llevaron a la fortaleza de Bernedo, donde don Fernando de Álava era alcalde, y les tomaron las provisiones de la Junta, en que nombraban y daban el cargo de gobernador y capitán general a don Pedro de Álava, conde de Salvatierra, desde Burgos hasta Fuenterrabía.

     Quedó este juez con su escribano a buen recaudo en aquella fortaleza, y los caballeros que los llevaron volvieron a Vitoria, donde hallaron el pueblo alterado y sintiendo mal de la prisión que se había hecho destos hombres. Lo mismo sentían los procuradores de las hermandades de Álava que estaban en Vitoria, como lo hacen cada año por San Martín de noviembre.

     Causaba esta turbación el ser los principales procuradores de las hermandades vasallos del conde, de los valles Ayala. Cuartango, San Millán y Salvatierra, haberse hecho la prisión en deservicio del conde.

     Y según se sintió de ellos, no les pesaba de cine el conde se arrojase a cualquier mala determinación y ofensa de su rey, por quedar ellos en la corona real, como después fue.



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- XXI -

Notifica el condestable a los de Vitoria la provisión de su gobierno.

     En esta ocasión llegó una carta del condestable, notificando a los de Vitoria, y provincia de Álava, la provisión que Su Majestad había hecho en él, encomendándole el gobierno de estos reinos y mandando le obedeciesen como a virrey y gobernador de ellos. Mas los alaveses, por estar algunos aficionados al conde de Salvatierra, dijeron que ellos traían cierto trato con los de la provincia de Guipúzcoa muy en servicio del rey, que en concluyéndolo obedecerían como eran obligados. Y así obedecieron solamente al diputado Diego Martínez de Álava y sus parientes; y en la carta que escribieron al condestable no lo quisieron poner título de gobernador.

     Sobre lo cual hubieron palabras con Juan de Álava, y le mandaron salir de la Junta, y les dijo que saliesen ellos como traidores a su rey. Por lo cual le prendieron.

     Y a esta sazón llegó un clérigo a la Junta de parte del conde de Salvatierra; y como lo supo el diputado Diego Martínez, salió disimuladamente fuera y echó mano del clérigo y púsole en la cárcel, y tomóle los despachos que traía para algunos particulares y frailes, pidiéndoles que induciesen al pueblo para que no obedeciesen a los gobernadores.

     Y sobre esto hubo grande alboroto, y carteles que se derramaron por el pueblo.

     Y Pero Martínez y Pedro de Álava y todos los caballeros sus parientes andaban con mucho valor en servicio de su rey, haciendo protestos y requerimientos para que obedeciesen, y llamando traidores y desleales a los que no lo hacían. Y de todo esto enviaron testimonios al condestable y él los envió al Consejo real, que residía en Castrojeriz; y como los de Vitoria vieron que su fidelidad se ponía en sospecha, determinaron obedecer y enviaron sus despachos y obediencia al condestable, suplicándole perdonase los excesos pasados y que mandase quemar el proceso que Diego Martínez de Álava había hecho contra ellos, como se hizo, y quedó la ciudad de Vitoria en servicio del rey con la buena diligencia del diputado Diego Martínez de Álava y los caballeros de este apellido, aunque bien cargados de enemigos.

     Todo esto pasó en el año de 1520 y en el principio del de 1521.

     Viendo el condestable que por ninguna vía podía allanar al conde de Salvatierra, procuró hacerle el mal posible. Quitóle la villa de Empudia, metiendo en ella la gente que, como dije, echó fuera Juan de Padilla, y otros lugares.

     Y el conde de Salvatierra juntó mucha gente de guerra de sus vasallos y de las merindades de Castilla Vieja; y llegando con este tropel de gente hasta el monasterio de San Salvador de Oña, con pensamientos de pasar a Empudia y cobrarla, supo cómo el obispo de Zamora la había tomado. Con esto se volvió para su tierra, amenazando a Vitoria que la había de abrasar, si no quitaban la obediencia al condestable y si no le entregaban al diputado Diego Martínez y a su hermano.

     La ciudad tuvo miedo y le enviaron sus embajadores con grandes sumisiones, y el conde se desenojó algo, con que estuvieron en paz todo el mes de enero de este año de 1521.



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- XXII -

Consejo real en Briviesca.

     Estaba en Briviesca ya por este tiempo parte del Consejo real, y sabiendo lo que don Pedro Suárez de Velasco, señor de Cuzcurrita, deán que fue de Burgos, había hecho en servicio del rey en aquella ciudad y el valor que tenía, le enviaron a llamar. Y don Pedro, por no ser sentido, que corriera peligro, salió de Burgos con otros caballeros y criados, que serían hasta veinte de a caballo, todos bien armados, y cubiertas las armas con vestidos verdes con perros y pájaros, como que iban a caza, llegaron a Briviesca.

     Y el Consejo mandó al don Pedro Suárez que pasase a las siete merindades de Castilla Vieja, que andaban en annas, con siete banderas, de cada merindad la suya. Excusábase don Pedro diciendo que no era de su hábito seguir las armas, porque le traía de clérigo, a causa del deanato. Los del Consejo le respondieron que aunque fuera clérigo, cuanto más no teniendo más que el hábito, había de trocarle por el arnés, y que aquello convenía al servicio de Dios y del rey. Don Pedro lo hubo de hacer, y como era hijo del condestable y tan valeroso y amado de todos, se le juntó mucha y muy buena gente.

     Llegó una legua de Medina de Pomar, que estaba cerca de los comuneros: los cuales, sabiendo la venida de don Pedro Suárez, se levantaron muy en orden para pelear con él. Don Pedro Suárez se resolvió, aunque era inferior en el número de gente, de acometerlos, y pasó una puente de madera tan de tropel que hubieran de perderse. Los comuneros, como los vieron venir con tanta determinación, hubieron miedo y volvieron las espaldas derramándose sin orden por unos montes. Fueronlos siguiendo para ver si se volvían a juntar, mas no lo hicieron.

     Escribió la duquesa de Frías, doña María de Tovar, a don Pedro Suárez, diciéndole que apretase y castigase en aquellos traidores los desacatos que habían hecho en la casa y estado de su padre el condestable. De esta manera allanó don Pedro Suárez esta tierra sin perder un hombre; y aunque es verdad que se encomendó esta empresa al conde de Salinas, no la hizo sino don Pedro Suárez de Velasco, el de Cuzcurrita, como queda dicho.



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- XXIII -

Quiere el condestable sacar la artillería de Fuenterrabía.

     Por el mes de marzo de este año, aparejándose ya el condestable para la jornada que después hizo a Villalar, viendo que era necesaria artillería que les faltaba porque los comuneros habían tomado la que estaba en Medina del Campo, ordenó de sacar la que los Reyes Católicos habían puesto en Fuenterrabia. Encomendó esto a don Sancho de Velasco, el cual sacó la munición por tierra y la artillería por mar, para Bilbao, para que todo viniese a Vitoria y de allí se guiase a Burgos.

     Súpose esto en la Junta de Tordesillas y despacharon luego avisando al conde de Salvatierra que hiciese gente y tomase la artillería. El conde se dio tan buena maña, que en breve tiempo juntó de todas aquellas montañas, de sus vasallos y amigos, más de diez mil hombres. Y un caballero que se llamaba Gonzalo de Barahona, capitán del dicho conde, fue a las merindades, y de la gente que don Pedro Suárez de Velasco había derramado y deshecho, juntó tanta, que llegó el conde a tener un ejército de más de trece mil hombres, cosa que nunca se vio en aquella tierra en tan breve tiempo.

     Tomó la munición que venía por tierra. Supo cómo la artillería, que eran siete piezas gruesas, había venido a Bilbao, y que venían con ella mil y sietecientos hombres, muchos de ellos caballeros y hidalgos principales de Vizcaya; y el alcalde Leguizama y el corregidor de Vitoria, y que partían de Bilbao para el valle de Arratia para venir a Vitoria.

     Y así, a 3 de marzo, caminó el conde con todo su ejército, y aun dicen que noche y día, anduvieron nueve leguas, y lunes, a 4 de marzo, amaneció en Arratia sobre el artillería. Don Sancho de Velasco y su gente, como se vieron perdidos, quitaron las piezas de los carretones y tomaron los aparejos y mulas y desamparáronla; y el conde se apoderó de ella, y por no tener aparejos para llevarla, la hizo pedazos con los mazos de las herrerías.

     Hecho esto, quiso el conde volverse con su gente la vía de tierra de Zuya para el valle de Ayala. Entendióse que había tenido algún aviso de amigos que tenía en Vitoria, para que fuese sobre ella; y así, el miércoles de esta semana mandó que marchase el campo para allá, con mucho gusto del capitán Gonzalo de Barahona y otros capitanes. Y anduvo la voz muy pública de que iban a saquear a Vitoria; y con esto se le juntaron otros muchos, de suerte que por lo menos eran los trece mil hombres, aunque gente mal armada y sin disciplina. Asentaron su real en el campo de Arriaga, que es un cuarto de legua de Vitoria.



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- XXIV -

Piden al conde que moleste a Vitoria.

     El abad de Santa Pía y fray Diego de Arna, fraile dominico, por ser personas a quien el conde tenía voluntad, fueron a su real a suplicarle que no entrase en la ciudad. Vinieron en tratos y conciertos. Pidió que no obedeciesen al condestable. Que le entregasen al diputado Diego Martínez de Álava y a don Fernando, su hijo; y a Pedro Martínez de Álava, y a Juan de Álava, su hijo; y a Pedro de Álava, y a Antonio de Álava, su hermano. Pareció a los ciudadanos que no estando los dichos en el lugar, se aplacaría algo el conde, y rogáronles que se saliesen; y ellos lo hicieron protestando, y se fueron con sus mujeres y casas a Treviño, villa del duque de Nájara, donde esperaron a don Manrique, su hijo, que venía con la gente de Navarra.

     Estando la ciudad en esta turbación, algunos que había en ella amigos de don Álvaro de Mendoza, señor de la casa de Mendoza, que llaman de Arriba, que era amigo del conde y no de otros, a quien él no quería bien, suplicále que no hiciese mal a aquella ciudad. El conde estaba recio, diciendo que no habían cumplido con él lo capitulado. Diose por medio que entrase por la ciudad con sus banderas tendidas, y que entrasen por la puerta de Arriaga y saliesen por la de Santa Clara.

     Estando en esto llegó el licenciado Aguirre, que era del Consejo, a la puerta, diciendo que no habían de abrir al conde y que eran unos traidores si tal hacían. Los que allí estaban le respondieron ásperamente, y quisieron poner las manos en él, si no fuera por Lope de Suazo y otros, que le sacaron fuera de la ciudad. Y él se fue a Treviño con los otros de Álava, y el conde no entró en la ciudad pero entró su capitán Gonzalo de Barahona.

     Y el conde se fue al valle de Cuartango, a un lugar que se llama Ondagoya.

     Los de la Junta enviaron las gracias al conde por el favor que les había hecho en tomar la artillería que el condestable quería para ir sobre Palencia, y luego juntarse con los demás caballeros.



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- XXV -

Recia condición del conde de Salvatierra

     Era el conde de Salvatierra hombre de terrible condición, muy altivo. Sucedió que cuando los de la Junta le enviaron a pedir que tomase el artillería y hiciese guerra al condestable, que estaba combatiendo a Briviesca, y sin responder al despacho que había recibido de la Junta, se alzó de allí.

     Los mensajeros pensaron que no lo quería hacer y quejábanse que les había ofrecido mucha amistad y favor, y que agora que lo habían menester faltaba a la Comunidad. Súpolo el conde y escribió a la Junta y a Valladolid quejándose mucho que tuviesen tales sospechas de él; que él no venía de vendedores ni de traidores, sino de leales caballeros de los reyes godos de España de rodilla en rodilla. Y sintió tanto el conde lo que de él se había murmurado, que le reventó la sangre de pura cólera por las narices y por la boca, y le dio una enfermedad que le puso en peligro de la vida.

     Envió a pedir a la Junta y a Valladolid que le mirasen por la villa de Empudia, no se la destruyesen, aunque él bien sabía que el rey se la había de quitar.



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- XXVI -

Piden favor los de Vitoria, encasillados en Treviño. - Caballeros leales de Vitoria.

     Los caballeros de Vitoria que se habían recogido a la villa de Treviño. enviaron al condestable y duque de Nájara pidiendo socorro. El condestable les envió cuatrocientos soldados y cien caballos. Y a la subida de la Puebla de Arganzón esa mesma noche que llegaron. amanecieron en Andagoya, donde el conde estaba, y el diputado Diego Martínez iba con ellos. Pero no pudo ser tan secreto que el conde no lo sintiese, y escapóse a uña de caballo.

     Entraron el lugar y saqueáronle la casa y se la quemaron, y así volvió la gente a la Puebla.

     Otro día siguiente llegó a Treviño don Manrique de Lara, hijo mayor del duque de Nájara, con dos mil soldados y cuarenta caballos; y él y los que estaban allí recogidos, acordaron de ir a Vitoria por castigar algunos y dar favor a la voz del rey. Los de Vitoria, temiendo que la gente por ser mucha les haría daño, enviaron a Treviño, donde don Manrique estaba, y el licenciado Aguirre, y el diputado Diego Martínez de Álava, y los de su linaje.

     Los mensajeros eran el canónigo Martín Díaz de Esquivel y Alvaro Díaz de Esquivel, su hermano. Y todos concertaron y pidieron a don Manrique que no fuese a Vitoria; pero no se pudo acabar con don Manrique y su gente. Y así, la gente del condestable y la que traía don Manrique entraron en la ciudad, y el diputado y sus parientes.

     Otro día, viernes, acordó don Manrique de ir a la villa de Salvatierra, que era del conde, y la tomó por el rey. Y dio el castillo y la villa en guarda al diputado Diego Martínez de Álava con doscientos hornbres. Con los cuales el diputado partió de la villa de Salvatierra y fue al lugar de Gauna, donde el conde tenía una casa fuerte, y la quemó, y volvió para la villa de Salvatierra. Y don Manrique volvió el domingo siguiente a Vitoria.

     Viendo el conde cómo le habían tomado la villa de Salvatierra, y que no le sucedía bien, fuese para el valle de Cuartango y comenzó a hacer gente, y juntó de sus vasallos y de otros, cuatro mil y ocho cientos hombres. Sabido por Hurtado Diez de Mendoza, vino a dar aviso a don Manrique, que estaba en Vitoria. Sabido esto por don Manrique, partió de Vitoria con su gente, y fuese para Zuya, y de allí para Cuartango. Y el conde no esperó; antes él y los suyos se subieron a las montañas; y así, la gente de don Manrique saqueó él valle y quemaron la torre de Andagoya, y ansimismo quemaron las torres de Morillas.

     De allí, don Manrique se fue el camino de las Merindades que estaban rebeldes, para irse desde allí a Burgos y juntar con el condestable, para dar la batalla de Villalar que se dio.

     Y en las merindades ningún mal hizo don Manrique más de quemar las casas de Gonzalo Barahona.

     Y concertáronse con don Manrique las cuatro Merindades y sus capitanes. Las tres Merindades, donde andaba Gonzalo Barahona juntamente con un capitán Brizuela, hicieron mucho daño en las casas de los capitanes que se habían concertado con el condestable.

     Gonzalo Barahona mató en el lugar de Valepuesta al bachiller Salazar y quemóle la casa; y de allí se fue al valle de Ayala, donde el conde de Salvatierra estaba. Y estuvieron allí hasta el mes de abril primero siguiente, haciendo gente para venir sobre Vitoria y Salvatierra.

     Sabido esto en la ciudad, comenzáronse a percibir, y hicieron alarde y hallaron que había seiscientos hombres de pelea, sin otros doscientos soldados, y había cuarenta piezas de artillería de hierro. Y enviaron por munición a la costa de la mar a Martín de Isunza.

     Asimismo envió el condestable doscientos cincuenta peones de las sus villas de Haro y la Puebla y San Vicente, y envió la compañía de jinetes de Gonzalo de Valenzuela, y otra del conde de Altamira, y envió poderes el condestable de capitanes generales de aquellas tierras y montañas a Martín Ruiz de Avendaño y de Gamboa, y a Gómez González de Butrón y de Múgica. Y luego visto el poder, Martín Ruiz de Avendaño vino a Vitoria, y con la gente de la ciudad y con la que había venido, estaban deseosos de pelear con el conde.

     El diputado Diego Martínez de Álava se fue a la villa de Salvatierra para defenderla del conde, y llegado a ella, quiso enviar a su hijo don Fernando a la villa de Bernedo, y castillo de ella que tenía en Tenencia. Los de la villa no lo consintieron, antes le prendieron; por lo cual hubo gran ruido en la villa, y tuvo el diputado necesidad de se recoger a la fortaleza, que, como en la villa había muchos de los vasallos que deseaban que el conde hubiese a la villa. diéronle aviso cómo el diputado Diego Martínez de Álava y sus hijos eran presos, y que agora era tiempo de venir sobre la villa.

     Sabido esto por el conde, partió de Cuartargo y llegó a un lugar suyo que se llama Gauna con tres mil hombres, y Gonzalo Barahona, su capitán; con él pasaron una legua de la ciudad por un lugar que se llama Durana, sin hacer daño a nadie. La gente de a caballo que estaba en la ciudad salieron a ellos y prendieron algunos.

     El conde iba su camino para Salvatierra, Gonzalo Barahona quedó detrás. El conde llegó a la villa otro día después de media noche a la puerta de San Juan; y su gente gritó diciendo: «Ayala, Avala.» Y la gente de Diego Martínez de Álava, que tenía la guarda, se pusieron en defensa y tiraron algunos tiros con que mataron y hirieron algunos del conde.

     Como él estaba junto a la puerta, tiraron con una esquina de piedra por las espaldas a las ancas del caballo, que lo lastimó. Y con esto se retiró afuera, ya que amanecía, y a la hora señalada llegó Gonzalo Barahona con el resto de la gente, y todos juntos se fueron a un lugar que se llama Vicuña, donde supieron que el diputado Diego Martínez de Álava tenía allí cerca. en Esparna, un heredamiento de cinco casas, el cual quemaron.

     Y supo el conde cómo la villa y el diputado estaban en paz y conformes y aparejados para la defensa; y como él no tenía artillería ni hallaba qué comer, porque la gente se había subido a las montañas, y aquella misma noche se le fueron algunos de los que consigo traía, determinó retirarse de aquel propósito con que iba. Pero a la vuelta que el conde venía, salieron de Vitoria la gente de caballo y algunos peones, y llegaron a un lugar que se llama Alegría, y prendieron algunos del conde, y vueltos a la ciudad acordaron que era bien pelear con el conde. Y así, salieron la gente de a pie y de caballo muy bien ordenada y fueron al lugar que llaman Betonis, por tomar la delantera al conde con su gente, que estaba en Arcaya.

     Y enviaron al capitán Ochoa de Asúa para que tomase la puente de Durana, porque no pasase el conde. Pero ya su gente estaba cerca de ella, y la gente de caballo los hería y apretaba. En esto la gente de pie de Vitoria llegaba cerca de la puente, y la del conde pasaba por ella. Y pasada la puente, el conde pasó con su gente con semblante de querer pelear, y los de la ciudad comenzaron a jugar de la escopetería en ellos y hicieron algún estrago. Como esto vio el conde, se retrajo con un paje que llevaba a caballo, y su gente comenzó a huir. Gonzalo Barahona esperó muy esforzadamente, dando voces a su gente para que esperasen.

     En esto llegó el capitán Valenzuela y peleó con él y prendióle, y le trajeron preso con otros seiscientos prisioneros, con mucho despojo de armas y banderas que hoy están puestas en la iglesia de Santa María.

     Y Martín Ruiz de Avendaño, que allí se halló, puso preso a Gonzalo Barahona en la casa de Pedro de Álava, de donde fue sacado por justicia y le degollaron en la plaza. Y luego se hizo saber esta vitoria al condestable, que caminaba para Villalar, donde pocos días después se dio la batalla, en la cual fueron vencidas y deshechas las Comunidades.



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- XXVII -

Lo que concedió el Emperador a Burgos por petición del condestable. -No se contentó Burgos, y quiere echar fuera al condestable.

     De los trabajos que el condestable padeció con Burgos y con el conde de Salvatierra se podían escribir largas historias, y por no dejar tantas cosas represadas, será bien decir agora algo.

     Dicho queda cómo el condestable con su mucha prudencia y valor allanó a Burgos, y de comunero lo hizo leal, reduciéndole al servicio de su rey. Y cómo había llevado allí al presidente del Consejo y consejeros, y las mercedes que de su parte había ofrecido a la ciudad que el Emperador haría; obligóse el condestable a que dentro de cierto término traería confirmados del Emperador los capítulos que asentó en la ciudad; donde no, que él se saldría de ella.

     Pues como el correo no viniese al tiempo asentado, la ciudad comenzó a alterarse, y se le dieron algunos días más de término al conde, dentro de los cuales vino el despacho.

     El Emperador les concedía tres cosas: la primera, que les perdonaba todo lo pasado; la segunda, que les hacía merced del servicio, que ni Burgos ni toda la tierra de su partido lo pagase; la tercera, que les daba un mercado franco un día de cada semana.

     Parece esto ser ansí por la carta del Emperador que arriba referí, en que le daba gracias por lo bien que había trabajado en allanar esta ciudad (negocio tan importante). Pero como la ciudad pedía otras muchas cosas, no se contentaron con esto. Juntóse luego la Comunidad, y requirieron al condestable y a algunos del Consejo que saliesen luego de Burgos. Mas el condestable estaba ya tan bien acompañado en la ciudad, que no hizo caso del Común. Pero dioles buenas razones y esperanzas de que él volvería a suplicarlo al Emperador, y Su Majestad lo concedería.

     Con esto se quietaron, aunque no muy satisfechos, los del Común.



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- XXVIII -

El contento que mostró el Emperador del allanamiento de Burgos y buen gobierno del condestable. -El enojo del Emperador por los desacatos hechos contra el Consejo real y casa de la reina, su madre. -Esto es lo que digo de un decreto que vino para que saliesen de Valladolid la chancillería y la universidad, que lo sintió el lugar notablemente- -Alaba la provincia del Andalucía por la quietud y obediencia que tenían. -Que no se haga gente en ella por no alterarla. -Cuán bien se servía el marqués de Mondéjar. -Escribe el Emperador cartas amorosas a los caballeros de Castilla.

     Avisaban con postas los gobernadores al Emperador de todo lo que en Castilla pasaba en estos movimientos que le tenían puesto en cuidado. Y respóndeles que recibió el despacho que llevó don Luis de la Cueva, y, los que después llegaron con las postas, hasta las cartas que el cardenal le había escrito de 30 de enero, y el condestable a 2 de hebrero; y cómo la ciudad de Burgos entregó las varas de Justicia y la fortaleza, y que estaba ya en su obediencia y servicio; que de ello había recebido gran placer. Que aunque siempre estaba con cuidado y pena de ver lo que por acá se padecía, pero lo de Burgos, por ser cosa que tanto importa, le daba congoja. Y da muchas gracias a Dios porque así lo guía y endereza todo. Y que cuanto mejores nuevas le enviasen, tanto mayor priesa se daría a venir en estos reinos. Que si bien los negocios que allá tenía eran de gran importancia, teniendo lo de acá por principal, lo dejaría todo por venir para el tiempo que había prometido, pues era este el principal remedio. Que se detenían los despachos, porque cuando estaban acordados unos, llegaba otra posta, y con negocios de tal calidad que se habían de ordenar otros. Que había proveído a 1 de enero que el cardenal fuese a Burgos y el almirante estuviese en Tordesillas, entre tanto que todos tres se juntasen, por los inconvenientes que hay de estar la gobernación divisa, como porque para lo de Burgos, que era cosa que tanto importaba, era muy necesario. Y que así, le parecía que por todas las vías y modos que pudiesen, trabajasen de se juntar en la parte que mejor fuese. Que si el condestable viese que podía salir de Burgos, pues ya la fortaleza y justicia se habían entregado, le rogaba mucho que. dejando en la ciudad el recado conveniente para que en ella no hubiese alguna alteración, y la fortaleza muy bien proveída, de manera que todo quedase seguro, se partiese, luego y se juntasen todos tres, de suerte que la gobernación se remediase. Y atajarían los males y fuerzas que hacía la gente común en la comarca de Campos, y que si al condestable le pareciese, llevase consigo el Consejo y corte; y si no, que quedase en Burgos y se hiciese todo como le pareciese. Que él, que estaba presente, vería lo que más convenía. Pero que si hubiese de salir de Burgos por poco tiempo, el Consejo no se moviese. Que el Consejo de la guerra guardase a Tordesillas y otros lugares, y hiciesen lo que les pareciese, pero que reprimiesen mucho las demasías y atrevimientos de la gente común. Que se ponga guarnición en la fortaleza de Magaz. Que en lo que tocaba a dineros, se valiesen por acá, que allí había harta necesidad de ellos. Que lo que tocaba a don Pedro Girón, que cuando él pidiese algo él vería lo que se le debía responder. Y que él tenía bien proveído lo que convenía cuanto al cbispo de Zamora y no se ha de hacer con él alguna contratación.

     De don Pedro Laso y del conde de Salvatierra (que debían también de rogar por ellos) responde el Emperador enojado que en lo del poder perdonar a todos y usar de clemencia [está conforme], pero esto ha de ser reservando el derecho a las partes y excetando las personas que principalmente habían sido causa de ello, y los procuradores y los que fueron en detener al cardenal y en quitar del servicio de la reina y de la infanta, su hermana, al marqués y marquesa de Denia, y en los atrevimientos y delitos que en Tordesillas se cometieron. Pero que si de su parte fuere suplicado, les mandaría dai el perdón, conforme a lo susodicho. Que a la gente de las guardas que vino de los Gelves que sirvió a la Comunidad, él los perdonaba. Y que las paguen los sueldos atrasados, aunque su delito fue muy grave. Encárgales el socorro de la fortaleza de Segovia; que se derribe luego la que en Tordesillas llamaban fortaleza.

     Dice otro capítulo: «Ha sido muy bien la notificación que se ha hecho a la Chancillería y al estudio que residen en Valladolid de las provisiones que mandé dar. Y pues que les señalastes que fuese la Chancillería a Arévalo y el Estudio a Madrigal, bien me parece. Y el clérigo que las llevó lo hizo tan bien, que no pudo ser mejor; e yo he sido de él muy servido y tengo voluntad de le hacer merced. Y así vos encargo que le proveáis de la primera canongía que vacare en la iglesia de Granada. Y porque dicen que hay agora una vaca, si así es, dádgela y certificadle de mi voluntad para le hacer otras mercedes.»

     Este capítulo toca a lo que digo en la historia que se notificó a la Chancillería de Valladolid que saliese de aquí, y el pueblo se alteró tanto.

     Manda que a don Juan de Figueroa, que fue causa de los alborotos de Sevilla y del atrevimiento de quitar las varas al teniente de asistente y de tomar el alcázar, que le tomen y le prendan y pongan en la cárcel pública, y procedan contra él acusándole el fiscal. Dice que envió a Garci Álvarez Osorio, comendador del Cañaveral, a la Andalucía y reino de Granada, escribiendo con él a todas las ciudades y grandes, dándoles las gracias por su quietud y perseverancia en su servicio y rogándoles lo lleven adelante. Y dice al condestable oque al enviar por gente a aquellas provincias no lo tiene por acertado, porque están pacíficas y sería darles ocasión a movimientos, y están muy apartados de Castilla; y atravesando tanta tierra podrían resultar algunos inconvenientes. Dice que el marqués de Mondéjar, capitán general en el reino de Granada, que lo hace tan bien que ha tenido y tiene el reino en mucha paz, justicia, sosiego y obediencia y toda la costa muy guardada. Y en lo que se ofreció en lo de Baza y Huesca y Adelantamiento de Cazorla, que todo lo ha hecho y hace muy bien y como a su servicio cumple. Había escrito quc aunque se le había pedido favor para apaciguar algunos alborotos, no se había puesto en ello por no tener poder; que los gobernadores miren lo que conviene hacerse en esto.

     Esta es la sustancia de la larga carta que para confirmación y declaración de algunas cosas que digo en la historia ha sido muy importante. Despachóse en Wormes a 21 de febrero 1521.

     Escribió asimismo el Emperador a los caballeros y regimiento de la ciudad de Burgos que con lealtad le habían servido, dándoles las gracias. Escribió al deán don Pedro Suárez de Velasco, señor de Cuzcurrita, y a Antonio de Melgosa, regidor de esta ciudad, diciendo que el condestable le había escrito lo bien que en esta ocasión le habían servido y servían, señaladamente en este último suceso que acaeció en la ciudad, que fue como de su fidelidad y lealtad se esperaba; y les encarga que, cumpliendo con lo que debían a su servicio como buenos y a las cosas que de su parte el condestable les mandase, lo pusiesen por obra como dellos se esperaba.

     De esta manera escribió el Emperador a todos los caballeros de España con palabras may amorosas y agradecidas, como he visto, para ganar con ellas sus corazones y afirmarlos en su servicio, conforme a lo que en el Consejo de Estado en Flandes se acordó; y fueron de tanto efeto estas cartas, que bastaron a matar el gran fuego que se había encendido y encender las voluntades de muchos buenos para aventurar sus vidas y haciendas en servicio de su rey.



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- XXIX -

Doña María Pacheco sustentaba la Comunidad de Toledo. -Orgaz se alzó, alentada de Toledo.- Don Antonio de Zúñiga, capitán general, contra los alterados de Toledo.

     En el reino de Toledo comenzaron este año con los mismos escándalos y alborotos que en las otras partes de Castilla aquí referidas. Y demás de los desafueros y excesos que dentro en la ciudad temerariamente se hacían por los que gobernaban la Comunidad, en los otros lugares cerca de la ciudad se hacían otras tales insolencias.

     En Toledo cuentan de doña María Pacheco, mujer deJuan de Padilla, hija del conde de Tendilla, que era de tan terrible y atrevido corazón, que ella sustentaba la Comunidad de aquel pueblo; y si hemos de creer lo que dice fray Antonio de Guevara en una carta que la escribe, es que se decía de ella que entró en el sagrario de Toledo a tomar la plata que allí había para pagar la gente de guerra, y que fue de rodillas, levantadas las manos, cubierta de luto, hiriendo los pechos, llorando y sollozando y delante de ella dos hachas ardiendo. Que esta señora se deslumbró terriblemente creyendo con los embustes de una mora hechicera que hallaba por sus conjuros y malos juicios que su marido había de ser rey o cerca de ello.

     Harto le dice el fraile en esta epístola. «No la afrentemos más, pues ella y su marido pagaron su pecado; él con muerte y ella con harta desventura y destierro en que acabó la vida huida del reino y pobre, siendo de los mejores de España.»

     Hase de perder por fuerza la mujer que se pone en más que su natural alcanza, que es, dejando la rueca, tomar las armas.

     Alzóse la villa de Orgaz con el favor de Toledo contra el conde. Lo mismo hizo Ocaña, que es del maestrazgo de Santiago, y se puso a voz de Comunidad. Y desde allá hacían demasiados agravios y fuerzas al Corral de Almaguer y a otros lugares. Y de esta manera pasaban otros muchos males y desórdenes; para remedio de los cuales, los gobernadores del reino hicieron capitán general del de Toledo a don Antonio de Zúñiga, prior de San Juan, y estando en Consuegra comenzó a juntar gente y salió con ella en campaña para remediar los daños que se hacían y reducir aquellos lugares.

     Sucedióle en esta impresa lo que adelante se dirá. Que ya nos llaman la Junta y los caballeros donde andaba viva la discordia.



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- XXX -

Viene un clérigo a Valladolid con provisiones del Emperador para sacar la chancillería y universidad, y esta diligencia del clérigo estimó mucho el Emperador, y así lo escribió al condestable, como quedó visto en su carta. -Alborótase reciamente el común de Valladolid.

     Apasionóse tanto Valladolid en seguir ysustentar las Comunidades mirando mal los favores que el Emperador le hizo, y su Consejo y el almirante y el conde de Benavente que, como naturales, deseaban y procuraban todo su bien, que el amor se volvió en odio y los favores en disfavor.

     En estos días llegó a Valladolid un clérigo con dos o tres provisiones del Emperador y reina para el presidente y oidores de la Chancillería que aquí reside, en que se les mandaba, y asimismo al colegio y universidad, que luego saliesen de aquí.

     Sintiólo todo el pueblo por extremo, viendo que, le quitaban tres piezas, las mejores que tiene. Decían que las provisiones eran falsas, fingidas y compuestas por los gobernadores, que deseaban a la villa todo el mal del mundo. Quisieron prender al clérigo que las trajo, y él se favoreció metiéndose en las casas de la Chancillería. Y la villa toda se alborotó y pusieron en armas, y fueron a la Audiencia a pedir el clérigo al presidente. El cual lo hube de entregar, por no poder resistir a tanta multitud, y pusiéronlo en la cárcel pública.

     Dejado en ella, volvieron al presidente para que les diese las provisiones, y el presidente dijo que en comunicándolas conlos oidores.

     Dijo el pueblo que si luego no se las daba, que le pegarían fuego a las casas de la Audiencia.

     Como vio esto el presidente, se las entregó; y dadas, entraron por el sello y diérenlo de su mano a quien ellos quisieron.

     Las provisiones decían cómo el rey mandaba al presidente y oidores y coleegiales que dentro de tres días saliesende Valladolid y se fuesen donde los gobernadores mandasen, so pena de privación de los oficios. Y que luego se fuesen a la villa de Arévalo, donde estarían todo el tiempo que fuese su voluntad, por cuanto estaba la villa de Valladolid en su deservicio y era con los traidores a la corona real no embargante cualesquier leyes del reino. Lo cual acabo de referir como lo escribió el Emperador al condestable en Wormes a 21 de febrero.



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- XXXI -

Los caballeros piden treguas para entretener la Comunidad y rehacerse. -Desafían los caballeros a la Comunidad a guerra a juego y a sangre.

     Enviaron los caballeros a Valladolid pidiendo treguas por diez días. Los más fueron de parecer que no se les diesen, porque los caballeros no las habían de gluardar, ni las querían más de para rehacerse de gente y armas, que no tenían las que habían menester.

     Y al fin se les respondió que cada una de las partes depositasen cinco mil marcos de plata en personas fieles y seguras, para que el que quebrase las treguas los perdiese. Los caballeros no quisieron, y otro día enviaron un trompeta con una carta en que desafiaban a los procuradores que se decían del reino y a las Cornunidades y a Valladolid a fuego y a sangre, requiriéndoles que dejasen las armas y deshiciesen los ejércitos y se conformasen con los gobernadores de Su Majestad, y obedeciesen sus mandamientos como debían; donde no, que los habrían por traidores y que les harían todo el mal y daño que pudiesen.

     Valladolid les respondió que se apartasen de aquel mal propósito, desafiándolos también a fuego y a sangre. Y a los que estaban en Simancas enviaron a decir que saliesen luego de allí hombres y mujeres, amenazándolos de muerte. De suerte que así los de Valladolid como los de la Junta mostraban tanto orgullo, ánimo y determinación, que más parecían hombres desesperados que de razón y juicio.

     Y el almirante de Castilla, doliéndose de este lugar por el amor que le tenía, tentó de escribirle otra carta en nombre suyo y del cardenal gobernador, diciendo a todos en ella:

Carta del almirante a Valladolid.

     «Muy nobles señores: Porque al cargo que por Dios Nuestro Señor ha sido encomendado a la cesárea e católicas majestades de la reina e rey su hijo, nuestros señores, de la gobernación e administración de sus reinos. Sus Majestades desean satisfacer conmucha voluntad de la paz y sosiego de estos reinos, así por lo que toca al servicio de su divina Majestad y suyo como por el acrecentamiento y sosiego de estos reinos, que a ellos e a todos sus súbditos y naturales de ellos toca tener. Como quiera que por conseguir éste, en efeto ya de parte de Sus Majestades y nuestra, en su nombre, habéis sido muchas veces requeridos, que recudáis al servicio de Sus Altezas y a la obediencia y fidelidad que les debéis, e sois obligados a les tener e guardar con intención e firme propósito, que siempre han tenido y tienen Sus Majestades de merced, y desagraviar estos dichos sus reinos; e señaladamente a esta dicha villa de Valladolid de los agravios que pretender haber recebido de ellos o de los reyes sus progenitores, o de los del su Consejo e otros ministros oficiales suyos, e de proveer en las otras cosas de esíos dichos reinos, lo que al bien de ellos convenga, pidiéndoseles con el acatamiento y obediencia e reverencia que sois obligados y se debe a sus personas y dignidad real. Y fasta agora no habéis querido venir en ello, que Sus Altezas son de vosotros maravillados. Y no embargante lo susodicho y las alteraciones y cosas pasadas de estos dichos reinos, Sus Majestades, por el mucho amor que (como es razón) les tienen, desean usar e haber en todas las cosas de ellos con toda clemencia y piedad, excusando el rigor que en tal caso se podía tener, conforme al derecho y leyes de estos reinos. Por lo cual, o por más los convencer, e por última justificación y cumplimiento que ante Dios y el mundo, de parte de Sus Majestades hacemos, habemos acordado de escrebiros la presente. Por la cual vos requirimos que sin poner excusa ni dilación luego os reduzgáis a la obediencia y servicio de Sus Altezas, conforme a la mejor lealtad e fidelidad de esta villa, a los cuales debéis o sois obligados de tener e guardar como a vuestros reyes y señores naturales, e depongáis las armas e quitéis toda manera de armas, escándalos y alteraciones, e derraméis cualesquier gentes de pie e de a caballo que tengáis; e no tengáis ni recibáis en esa dicha villa a ningunas personas que hayan estado e estén en deservicio de Sus Majestades; e no les déis favor, ni ayuda, ni gente, ni artillería en manera alguna, como a estorbadores de la paz y sosiego de estos reinos. E haciéndolo así, e pidiéndolo a Sus Altezas conforme he dicho, el remedio de los dichos agravios e todas las otras cosas que son o fueren en beneficio de estos dichos sus reinos, lo remediarán e proveerán en todo lo que honesto e justo fuere, de manera que todos tengáis razón de quedar en sosiego y desagraviados. Con protestación que se vos hace que no haciendo lo susodicho, Sus Majestades proveerán en el castigo de ellos mandándoos hacer guerra, como contra delincuentes e desleales e desobedientes a su servicio e mandamientos; por manera que a vosotros os dé castigo, y a otros ejemplo de cometer semejantes delitos e desobediencia al nuestro servicio. Vuestras muy nobles personas conserve en su gracia e servicio. De Tordesillas, 23 de enero de 1521 años. Vuestro amigo,

EL CARDENAL DE TORTOSA.

EL ALMIRANTE.»

     Los de la Junta y Valladolid vieron la carta, y sin hacer mucho caso de ella ni espantarse de las amenazas, respondieron:

Responden Valladolid y la Junta a la carta de los caballeros.

     «Muy magníficos señores: Por la mucha obligación que tenemos al servicio de la reina e rey nuestros señores, y al bien común de estos reinos, nos parece que es razón de avisaros de nuestra intención, que es desear la paz y sosiego, y procurarla con todas nuestras fuerzas. La cual ha muchos días que la habría, con gran beneficio de la república, si por vuestra parte no se hubiese estorbado. Y como quiera que para conseguir este efeto ya de parte de la reina nuestra señora, y nuestra en su nombre, habéis sido muchas veces requiridos que os reduzgáis al servicio de Su Alteza y a la obediencia y fidelidad que le debáis y sois obligados a le tener y guardar; y señaladamente que dejéis en su libertad a la real persona de Su Alteza y de la ilustrísima infanta, que contra su voluntad tenéis oprimida, teniendo tan poco cuidado de su vida y salud, siendo señora soberana y proprietaria de estos reinos y cometiendo ansí en esa villa de Tordesillas, como en otras partes, muchos excesos; de los cuales habéis de dar estrecha cuenta. Y hasta agora no habéis querido venir en ello. De lo cual nos maravillamos y no embargante lo susodicho y las alteraciones y cosas pasadas, que por vuestra causa en estos reinos se han seguido, por el deseo que tenemos de vellos en aquella paz y quietud, que tuvieron en el tiempo de los Reyes Católicos, de gloriosa memoria, y por vos más convencer y por última justificación y cumplimiento que ante Dios y el mundo, de parte Sus Altezas hacemos, habemos acordado de escribiros la presente. Por la cual os requirimos que sin poner excusa ni dilación alguna, luego vengáis al servicio de Sus Altezas, dejando la persona de la reina nuestra señora y de la ilustrísima infanta en la libertad que a su estado real pertenece, conforme a la antigua lealtad y fidelidad de vuestros pasados y a la que debéis y sois obligados a tener y guardar a vuestros reyes e señores naturales; y depongáis las armas y quitéis toda manera de escándalos y alteraciones y derraméis cualquier gente de pie e de a caballo que tengáis, y no acojáis ni recibáis en vuestras tierras y villas algunas personas que hayan estado y estén en deservicio de Sus Altezas y contra el bien común de estos sus reinos, ni les deis favor ni ayuda, ni gente, ni artillería en manera alguna como a turbadores de la paz y sosiego de estos reinos y como a perpetradores de grandes delitos, como son los que en esa villa se han cometido en deservicio y desacato de la persona real. Con protestación que si ansí no lo hiciéredes, la reina y rey nuestros señores y el reino en su nombre os mandarán hacer guerra, como contra delincuentes desleales e desobedientes a su servicio y mandamientos. Por manera que a vosotros sea castigo y a otros ejemplo de cometer semejantes delitos y desobediencias. Nuestro señor, etc.»



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- XXXII -

[Nuevas cartas en igual sentido.]

     Después de estas cartas los caballeros escribieron a Valladolid otra carta, que yo no la he podido haber, mas hube la que respondió Valladolid a los mismos caballeros.

     Y por lo que al principio dice, parece que los caballeros no escribieron a este lugar con la cortesía que él quisiera; y por eso dicen que la carta no era dirigida a la villa por causa del sobrescrito.

     La carta es bien notable. Y procuraban harto justificar su causa y cargar a los caballeros la culpa. y mostrar la lealtad del Común en lo que es servir al rey y procurar el bien del reino, sin los intereses que los caballeros siempre procuraron por sus servicios, en diminución del patrimonio real.

     Esto dicen así:

Carta de Valladolid a los caballeros.

     «Una carta de vuestra señoría traída por un trompeta, no dirigida a esta villa por causa del sobrescrito. recibimos. En que, con efeto si a ello se dirige, nos dice dos cosas: La una que nos reduzcamos al servicio de las cesáreas y católicas majestades de la reina e rey nuestros señores, e no demos a los contrarios favor ni ayuda. La segunda, que si esto no hacemos, vuestras señorías nos mandarán hacer guerra; según que más largamente la dicha carta lo dice. Y porque vuestras señorías sepan la voluntad de esta noble y real villa, a entrambas a dos cosas responderemos lo más breve que ser pueda.

     «Cuanto a lo primero, responde esta villa, todos los vecinos e moradores de ella han estado y están y estarán como antiguamente sus antepasados lo estuvieron, en servicio, lealtad y fidelidad a Sus Majestades. E por este servicio e lealtad, que a Su Majestad deben, están determinados de poner las vidas e haciendas, pues esto de sus progenitores heredaron. E por lo que el reino hace e procura, sabemos de cierto ser lo que al servicio de Sus Majestades toca, y nos determinamos de seguir esta parte, e no la de los caballeros. Y ansí mismo nos consta ser en su deservicio lo que por vuestras señorías hacen. Si quitado todo odio y aflicción de las partes, quisieren mirarlo bien, verán por las razones siguientes: Claro consta que la fidelidad e lealtad que al rey se debe consiste en obediencia de la persona real, e pagan ose lo que le debe de lo temporal, e poniendo las vidas cuando menester fue se. E estas dos cosas siempre el reino las tuvo e guardó; y los grandes lo contra dijeron. ¿Quién prendió al rey don Juan II sino los grandes? ¿Quién le soltó y hizo reinar sino las comunidades?; especialmente la nuestra, cuando en Portillo le tuvieron preso. Véase la historia, que ela ro lo dice. Sucedió al rey don Juan el rey don Enrique, su hijo, al cual los grandes depusieron de rey, alzando otro rey en Ávila. Las comunidades, especialmente la nuestra de Valladolid, le volvieron su ceptro y silla real, echando a los traidores de ella. Bien saben vuestras señorías que al rey de Portugal los grandes le metieron en Castilla, porque los reyes de gloriosa memoria, don Hernando y doña Isabel, padres y abuelos de Sus Majestades, no reinasen; las comunidades le vencieron y echaron de Castilla, e hicieron pacíficamente reinar sus naturales reyes. E no hallarán vuestras señorías que jamás en España ha habido desobediencia sino en los caballeros, ni obediencia ni lealtades sino de las comunidades, y especial de la nuestra. Y si vuestras señorías quieren ver en lo que toca a la Hacienda, verán claro que los pueblos son los que al rey le enriquecen, e los grandes son los que le han empobrecido y a todo el reino. Vasallos, alcabalas y otras rentas reales, que eran del rey e los pueblos las pagan, ¿quién las ha quitado a Sus Majestades sino los grandes? Vean vuestras señorías cuán pocos pueblos quedan ya al rey. Que de aquí a Santiago que son cien leguas, no tiene el rey sino tres lugares. Los grandes poniéndolo en necesidades y no le sirviendo sino por sus proprios intereses, le han quitado la mayor parte de los reinos. De donde viene que Sus Majestades no tienen de lo temporal lo que se les debe, y son constreñidos a hacer y poner nuevos tributos e imposiciones en los reinos, e los gobernadores, para que Sus Majestades sean según conviene sustentados. Lo cual los pueblos e reinos contradicen, no para quitar rentas a Sus Majestades, mas para se las aumentar e reducir al señorío e mando que les conviene. E verán Vuestras Señorías que en lo presente por experiencia, que los grandes que agora han juntado gente en este simulado servicio, que dicen que hacen a Sus Majestades, les contarán tanto de esta discordia, que casi no baste pagarles con el resto de su reino. Que verán que los pueblos, sirviendo lealmente e procurando el aumento de su estado e corona real, se contentarán con que Sus Majestades conozcan que no quisieron proprios intereses, sino sólo el común bien de su rey y reina. Pues vean Vuestras Señorías cuál de estas dos partes se debe llamar leal, e que quieran e procuren con verdad lo que a su rey conviene; e verán que el reino es el que quiere que el rey sea rico y señor e que ningún grande ni pequeño se le ose levantar. E lo que de César sea, de César, como lo dice el Redemptor, e no de los grandes, que, como decimos, defienden sus proprios intereses y quieren aumentar sus estados con diminución del reino. Quite Su Majestad de sí los de mal consejo; o ya al reino, o ya los clamores de los pueblos, que en todo e por todo será servido y obedecido. No prendan los mensajeros del reino. Que si justicia o razón no demandan, no la querrán. E pues Vuestras Señorías nos amonestan que estemos en servicio, lealtad e fidelidad de Sus Majestades, decimos que así lo hacemos e haremos e por ello pondremos nuestras personas e vidas todas las veces que menester sean.

     »Cuanto a lo segundo que dicen Vuestras Señorías que nos mandarán Sus Majestades hacer guerra, bien podrá ser que Vuestras Señorías, con los otros grandes del reino, no queriendo conocer nuestro leal servicio, nos hagáis guerra contra voluntad y mandado de Sus Majestades y en deservicio de Dios, y turbación de estos reinos. E si ansí fuere, sabemos que de parte de Vuestras Señorías la guerra será injusta, y de la nuestra justa, pues es por la libertad de nuestro rey y patria. Y teniéndolo por averiguado, no sólo pensamos de nos defender de vuestro ejército, mas de le ofender, y vencer, y reducir por fuerza de armas todo el estado de los grandes a servicio y lealtad de Sus Majestades. E a los capitanes de él e las personas que el reino tiene puestas en servicio de Sus Majestades favorecemos y daremos todo favor e ayuda, e no a los contrarios. E pues nuestro deseo e voluntad es tan justa y tan en servicio de Sus Majestades, a Vuestras Señorías suplicamos e requerimos de parte de Dios y de Sus Majestades y de la nuestra, como parte del reino, que depuesta la gente de armas, Vuestras Señorías se junten con el reino. E quitéis los grandes inconvenientes y deservicios de Dios y de Sus Majestades e la destrución del reino que de la guerra se sigue. E Vuestras Señorías den orden como el rey nuestro señor sepa la justa petición del reino, y la provea libremente como su servicio sea. Porque somos ciertos que los procuradores del reino serán en pedir lo que sea justo, e se apartarán de lo que ansí no fuere. Y juntos Vuestras Señorías con ellos, el reino será servido de lo que en concordia fuere acordado en desagravio del reino. E si esto Vuestras Señorías hicieren, allende del servicio de Sus Majestades, esta villa la recibirá por señalada merced, y quedará en obligación de lo siempre servir. E no lo haciendo así, e procediendo con mal propósito y deservicio de Sus Majestades, decimos que como contra desleales servidores de Sus Majestades daremos nuestro favor y ayuda al ejército de Sus Majestades por que todos seáis reducidos a su servicio y obediencia. Nuestro Señor las ilustres personas de Vuestras Señorías guarde. De Valladolid, 30 de enero 1521 años.»



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- XXXIII -

Salen de Valladolid a recibir la gente de Segovia, Ávila y otras partes. -Llegan los de Valladolid a Medina del Campo.

     Otro día después de escrita esta carta, que fue jueves último de enero, mandó la Junta en Valladolid que saliese con Juan de Padilla de cada casa uno a recebir a Juan Bravo, que venía por capitán de la gente de guerra que traía de Segovia, y asimismo a los de Salamanca y Ávila, que venían con mucha gente por la vía de Medina del Campo, porque no osaban pasar la puente de Duero, sin tener favor de Valladolid, a causa de los que estaban apoderados de Simancas. Que por ser señores de este lugar, y el paso haber de ser por la puente, podían fácilmente hacer mucho daño.

     Salieron de Valladolid mil y quinientos hombres, y ciento y cincuenta de a caballo, sin la gente de Madrid y otras partes; y llegando a la puente de Duero, los capitanes hicieron entender a su gente que allí cerca venían los amigos que iban a recebir. Y ansí los fueron llevando y entreteniendo poco a poco hasta Medina del Campo, donde llegaron a la una de la noche, y fueron bien recibidos.

     Y aquella noche llegó la gente de Salamanca, que eran cuatrocientos infantes y cien lanzas, y otro día los de Ávila, que fueron quinientos infantes y cien lanzas, razonablemente aderezados. Juan Bravo y la gente de Segovia se vinieron por otra parte a Valladolid.

     Y dentro de cuatro días partieron todos los que estaban en Medina para Valladolid, que eran al pie de seis mil hombres de a pie y a caballo y treinta carretas de munición, y otros muchos aparejos de artillería.

     Pasaron la puente de Duero, con algún recelo de los de Simancas, y llegaron a Valladolid. Y luego los de la Junta enviaron a llamar al obispo de Zamora, que andaba por las behetrías y lugares de los señores abrasando la tierra.

     El obispo vino, y tuvieron grandes consultas sobre lo que debían hacer; y Valladolid daba voces que fuesen sobre Simancas, por los daños que de allí recibían cada hora.



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- XXXIV -

En qué manera don Pedro Lasso se apartó de la Comunidad.

     He dicho sumariamente cómo don Pedro Lasso se cansó de la Comunidad y redujo al servicio de su príncipe. Diré algo más, y luego las dificultades que para concluir esto hubo y los tratos que pasaron.

     Vino en estos días a Valladolid fray García de Loaysa, natural de Talavera, general de los Dominicos, que después fue obispo de Osma y confesor del Emperador. Era conocido y amigo de don Pedro Lasso, con el cual habló un día en confesión, descubriéndole los deseos que tenía de apartarse de aquel mal camino, y que ya había dado parte de su buen propósito, por medio de Alonso Ortiz, jurado de Toledo, al condestable y almirante, y había venido fray García desde Burgos a Valladolid a sólo deshacer en cuanto pudiese la Junta y Comunidad.

     Con esto holgó de oír lo que don Pedro le dijo, y hablaron largo.

     Y eran tantos los ojos y recelos que había, que porque don Pedro fue dos veces a hablar al general hubo sospechas en los de la Junta, y le dijeron que no curasen de tener tanta familiaridad con el fraile, y así se hubieron de comunicar por medio de Alonso Ortiz, que más libremente, sin ser tan mirado, entraba y salía en San Pablo.

     Don Pedro Lasso se resolvió en que él totalmente se apartaría de la Junta, con que los gobernadores se obligasen a traer confirmados del Emperador ciertos capítulos tocantes al bien del reino, para los cuales los procuradores se habían juntado, y otros particulares; que la ciudad de Toledo le mandó que procurase cuando vinieron a juntarse en Ávila, que con esto podría dar cuenta de sí a todo el reino, y cumplía con su reputación, pues le otorgaban todo, o lo más, sobre que se habían juntado; y de esta manera él haría cómo la Junta se deshiciese, o sacaría la mayor y más principal parte de los procuradores que en la junta estaban y aun parte de la gente de guerra, y ordenó los capítulos conforme a la intención de su ciudad, y asimismo otros algunos de cosas que en particular a él tocaban.

     Ortiz los llevó al general, y él llamó al obispo de Laodicea, fraile de aquella Orden, gran predicador, a quien se descubrió este trato con juramento que hizo. Los dos perlados y Ortiz concertaron que el obispo fuese con estos capítulos a Tordesillas, para comunicarlos con los gobernadores, para ver si los concederían, y qué seguridad daban otorgada por el Emperador.

     Con esto el obispo pidió licencia a la villa, con achaque de ir a predicar a la infanta doña Catalina, reina que fue de Portugal; y alcanzada, fue a Tordesillas y comunicó los capítulos con los gobernadores, y enviaron a llamar a Ortiz para también tratarlos con él.

     Y el obispo escribió al general usando de una cifra y maña: que los nombres, para entenderse sin peligro de ser descubiertos, fuesen de frailes particulares, dando un nombre al cardenal, otro al almirante, y así a cada uno. A Ortiz pusieron fray Jorge.

     Recibida su carta víspera de los Reyes, partió aquella noche, y el día antes habían tomado la carta las guardas a la puerta de la villa, y aunque se leyó en la Junta, no sospecharon cosa alguna, por ser la carta del obispo y para el general, y nombrarse todos en ella frailes. El Ortiz salió aquella tarde en una mula, como que iba de rúa, paseándose, y entre las huertas que están fuera del pueblo tenía un caballo, y cuando anocheció, que ya la gente se recogía, tomó el caballo, dejando la mula a sus criados, mandándoles que se volviesen a la villa, y que entrasen por puerta diferente de la que habían salido, y que a ninguno que por él preguntase dijesen que era ido fuera, que él iba a Medina y volvería luego.

     Todos estos ardides y disfraces eran menester, según los tiempos eran turbados. De esta manera llegó Ortiz a Tordesillas aquella noche en poco más de dos horas de noche, apeándose en casa de Villasola, maestresala del almirante, y luego fue a hablar al almirante y decirle a lo que venía, que era para concluir el trato y capítulos que el obispo de Laodicea había traído sobre la reducción de don Pedro Lasso.

     Cuatro días se detuvo Ortiz en Tordesillas, esperando que el almirante consultase los capítulos con el cardenal y se determinasen en ellos. De día estaba recogido en su posada, y de noche salía a negociar, que en ninguna parte faltaban traidores; que no hay guerra más peligrosa que la que se hace entre parientes y gente de una nación y lengua.

     Despachado Ortiz, la resolución llevó de memoria, que no se atrevió a llevarla por escrito. Caminó toda la noche atravesando caminos, desviándose de Simancas hacia la parte de Medina del Campo, porque si algún comunero le topase entendiese que venía de Medina y que iba para Valladolid. De esta manera llegó cuando amanecía a la puerta del Campo, y las guardas, por ser conocido, le dejaron entrar libremente. Apeáse en casa de un amigo, y no en su propria posada, y después de comer fuese a la posada de don Pedro Lasso, y comunicó con él lo que había tratado en Tordesillas y la resolución que traía, y porque en todo no se concertaban fue necesario que el general enviase un fraile a Tordesillas escribiendo con la cifra que solían al obispo de Laodicea; y demás de esto, convino que Ortiz volviese allá, como lo hizo con la disimulación y manera que la vez pasada, y con lo que despachó se volvió a Valladolid.



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- XXXV -

[Conciertos que mediaron entre don Pedro Lasso y el almirante.]

     Los capítulos que el almirante ofrecía y se obliga a cumplir, y los que don Pedro pedía, eran muchos. De ellos fueron que don Pedro Lasso se obligaba a sacar de la Junta del reino los procuradores de Segovia, Ávila, Madrid, Murcia y algunos de los de Toledo, y sacar parte de la gente de pie y caballo, y entregar parte de la artillería o la más que pudiese, con que los gobernadores se obligasen a traer de Su Majestad concedidos los capítulos generales que el reino pedía, que eran:

     Que no se diese a extranjero oficio ni beneficio.

     Que la moneda no se sacase del reino.

     Que no fuesen pesquisidores a los lugares del reino donde el rey tenía puesta su justicia, sino que los jueces de los tales lugares conociesen de primera instancia de cualquier caso o casos civiles y criminales que en su jurisdición acaeciesen, porque en esto se excusaban muchas estorsiones.

     Que la cruzada no se predicase sino en lugar más principal del obispado o arzobispado, y que después de predicada se repartiesen las bulas que quisiesen por los curas de las parroquias por cuento, y que los días de domingos y fiestas notificasen a sus feligreses la bula, para que la tomasen los que la quisiesen de su voluntad, y ninguno fuese forzado a tomarla.

     Que se hiciese lo mismo en todos los lugares de la diócesis, dando a los curas y beneficiados de los tales lugares la cantidad de bulas que a los arciprestes pareciese que se debían dar, y ellos en sus iglesias las predicasen, etc..

     Y no hiciesen a los labradores dejar sus labores con penas que les imponían si no viniesen a los sermones de los echa cuervos, y si un día los tomaban, hacíanles venir otro día a la iglesia, de manera que el labrador perdía más en no estar en su trabajo que montaba lo que perdían por la bula.

     Que hiciesen residencias los del Consejo Real, y los que fuesen hallados culpados fuesen repelidos o penados, y los que quedasen con los oficios se concertarían de esta manera.

     Pedía asimismo los demás capítulos generales que se enviaron al Emperador, que por todos fueron ciento y diez y ocho, de los cuales sólo cinco se dejaron de conceder, y todos ellos se mandaron luego guardar, por ser leyes del reino no guardadas.



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- XXXVI -

[Tienen lugar estos conciertos.]

     Con esto partió Ortiz de Tordesillas para Valladolid como solía, y comunicó de memoria con don Pedro lo que se concedía y en lo que se reparaba, y de la manera que se obligaban el almirante y cardenal. Don Pedro quedó poco contento, viendo que le pedían más cosas de las que podía hacer, y así quedó indeterminado.

     A este tiempo llegó a Valladolid fray Francisco de los Ángeles o Quiñones, de la Orden de San Francisco, varón señalado, que después fue obispo de Coria y cardenal. Estuvo primero en Burgos con el condestable, y trajo cartas de Flandes, y los capítulos que Burgos pidió. De ahí vino a Valladolid, donde se comunicó con don Pedro Lasso, y por quitar sospechas si los viesen juntos a menudo, don Pedro concertó que en su nombre le hablaría Ortiz, con quien podía seguramente descubrir su pecho. Ortiz dijo a fray Francisco los caminos que había tratado con el almirante, y que su venida de Toledo a Valladolid no había sido sino para probar si sería alguna parte en remediar los desconciertos que había. Con esto acordó fray Francisco de ir a Tordesillas a verse con el cardenal y almirante.

     Y estando allí, enviaron a llamar a Ortiz, el cual fue martes en la noche, día de Carnestolendas del año de 1521. Y se apeó en el monasterio de Santa Clara, donde posaba fray Francisco. Y porque era más de media noche no hubo lugar de hablar al almirante.

     Y otro día vino el almirante a misa al mismo monasterio, y subió al aposento donde Ortiz estaba abscondido, y toda aquella mañana hasta hora de comer trataron la conclusión de los capítulos; y a la tarde tornaron a lo mismo. Y quiso Dios que se concluyese a voluntad de todos, presente fray Francisco de los Ángeles.

     Y se sacaron dos traslados: el uno envió firmado de su nombre, y con su sello y del cardenal, como gobernadores, obligándose a cumplir lo contenido en ellos, y traerlos confirmados de Su Majestad, cumpliendo don Pedro Lasso lo que había prometido.

     No se atrevía Ortiz a traer esta escritura a Valladolid. temiéndose de las guardas. Y así concertaron que fray Francisco de los Ángeles la llevase al Abrojo, que tampoco se atrevió a venir con ella a Valladolid. y que Ortiz criviase desde Valladolid persona de confianza por la escritura al Abrojo, monasterio de frailes descalzos, una legua de Valladolid. Ortiz volvió aquella noche cubierto de hielo a Valladolid, y las guardas le dejaron entrar sin tocarle, con decir que venía de Medina del Campo.

     Dijo a don Pedro Lasso lo que quedaba hecho, y que fray Francisco de los Ángeles estaría aquella tarde con la escritura de concordia en el Abrojo.

     Y fue así que aquella tarde se atrevió a llegar hasta el Abrojo, con veinte lanzas que le dio el conde de Ofiate, que estaba en Simancas. Don Pedro y Ortiz no sabían cómo enviar con seguridad por esta escritura, y determinaron que un fray Pedro de San Hipólito, del monasterio de Prado, cine está fuera de Valladolid, con quien don Pedro se confesaba, fuese al Abrejo por la escritura. Él se ofreció, y fue al Abrojo, y fray Francisco de los Ángeles le dio la escritura, y volviendo con ella, ya cerca de Valladolid, a la puesta del sol, toparon con él unos soldados que venían de correr el campo, y como vieron al fraile por el camino, entendieron que venía de Simancas, y pensando que era espía, o por quitarle la mula, echaron mano dél, diciendo que era traidor, y que venía de Simancas para dar aviso de lo que pasaba a los caballeros. De esta manera le metieron en la villa llamándole traidor, y que le habían de desnudar y ver si traía cartas para algunos particulares.

     Y metiéronle en un mesón de la puerta del Campo, y le hicieron apear de la mula para desnudarle. Quiso Dios librar de este peligro a don Pedro Lasso y a los demás que con él andaban, porque al tiempo que fray Pedro se apeaba de la mula, estaban allí unos frailes franciscos, y fray Pedro se llegó a ellos y con buena disimulación y ánimo, sacó de la manga los papeles y metiólos en la manga de uno de aquellos frailes, que se decía fray Francisco Tenorio, pidiéndole que por amor de Dios no los mostrase a nadie, sino que los quemase; de tal manera se cegaron más de quinientos hombres que se juntaron para desnudar al fraile (como lo hicieron) que no vieron dar el pliego al fray Francisco.

     Desnudaron a fray Pedro, y como no le hallaron papel alguno, lleváronle ante un regidor de la villa, que se llamaba Pedro de Tovar, que era capitán de Valladolid, el cual le conocía, y le mandó soltar. De esta manera escaparon de la muerte los que en aquella escritura venían nombrados.



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- XXXVII -

[Don Pedro Lasso propone la paz a los comuneros.]

     Los frailes de San Francisco leyeron los capítulos y después los quemaron; y quemados los dijeron a algunos, y luego se publicaron por todo el pueblo, hasta que se supo en la Junta.

     Don Pedro Lasso lo dijo a Ortiz, y Ortiz le respondió que no hiciese caso de ello, que mostrase ánimo y dijese que aquello hacían los caballeros por sembrar discordia en los de la Junta, y querían comenzar por él, y otro día harían lo mismo con otros.

     Y fue ansí, que los de la Junta lo dijeron a don Pedro Lasso, y él supo tan bien responderles, negando el cargo que le hacían, que con su mansa respuesta se disimuló. Visto que no se podía probar enteramente, y que no había más autoridad que decirlo aquel fraile, después de esto volvió Ortiz a hablar al fraile Jerónimo para que tornase a Tordesillas y contase al almirante lo que había pasado, y le diese otros capítulos como los que se habían perdido, y que fuese de noche, pues tenía su monasterio en el campo camino de Tordesillas, y que traídos a su monasterio, él enviara por ellos. El fraile partió una noche y llegó a Tordesillas, y contó al almirante lo que había pasado; de lo cual quedó espantado, dando gracias a Dios por tanta ventura.

     Y diéronle luego otros capítulos como los primeros, con los cuales volvió a su monasterio de noche; y un criado de Ortiz fue por ellos y los metió en Valladolid seguramente.

     Comenzó don Pedro Lasso a tratar con algunos caballeros y procuradores de la Junta de la paz, y de reducirlos al bien y tranquilidad del reino, pues fue el fin con que se levantaron y juntaron. Unos lo tomaban bien, otros al contrario: de todo esto se dio aviso al general de los dominicos que estaba ya en Tordesillas, y se tuvo forma como los grandes del reino enviasen una carta a la Junta general y a la de Valladolid, en que decían que pues los unos y los otros querían el bien del reino, y por no se entender en lo que cada uno particular pretendía, se mataban unos a otros sin causa, siendo de una misma naturaleza, y las voluntades enderezadas a un fin; que para conferir lo que pretendían, nombrasen de los caballeros de su Junta dos procuradores, y ellos nombrarían otros dos, uno caballero y otro letrado. Y que los de la Junta se itiesen al monasterio de Santo Tomás. que está fuera de, Tordesillas, y los nom brados por los caballeros vernían al mo nasterio de Prado. cerca de Valladolid, y que los grandes del reino hablarían con los qne fuesen nombrados de la Junta en Tordesillas, y los de la Junta con los que ellos nombrasen en Prado, y que de esta manera se podrían concordar las cosas, que a todos estuviesen bien, y cesarían las guerras y daños tan perjudiciales a todos.

     Los de la Junta, como estaban algunos de buen propósito, visto que don Pedro Lasso siendo de los más principales de todos era de aquel parecer, acordaron en ello, y nombráronle a él y al bachiller Alonso de Guadalajara, procurador de Segovia, para que fuesen en nombre de todos a Tordesillas, y luego avisaron a los caballeros de Tordesillas para que ellos nombrasen y viniesen sus nombrados a Prado, como estaba entre ellos convenido; y los unos a los otros dieron seguro para poder ir sin peligro ni recelo.

     Esto se determinó viernes 10 de marzo de 1521.

     El seguro que los gobernadores enviaron, llegó a Valladolid el sábado en la noche, y los que no gustaban de esta concordia juntáronse con Juan de Padilla que también estaba fuera de ella, y tuvieron prevenidas las guardas para que no dejasen entrar a alguno que viniese de Tordesillas, sino que le tomasen las cartas y le prendiesen. Como llegó el mensajero con el seguro, quisiéronle prender, y él tuvo tan buena maña que se escapó y volvió a Tordesillas. Esto no lo supieron todos, sino aquellos solos que no gustaban de la paz, y tuviéronlo encubierto, y los de la Junta estaban maravillados cómo no venía el seguro que enviaron a pedir para los nombrados.



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- XXXVIII -

[Juan de Padilla procura oponerse a la paz.]

     Estando, pues, las cosas en estos términos, acordaron los capitanes de las ciudades, el obispo de Zamora y Juan de Padilla, de sacar la gente de guerra en campaña, para estorbar la ida de las caballeros a Tordesillas; y que no se tratase de concierto alguno, y procurar destruir algunos lugares e haciendas de los caballeros que estaban en Tordesillas.

     Con esta determinación salieron de Valladolid estos capitanes, el obispo de Zamora, Juan de Padilla, capitán de la gente de Toledo; Juan Zapata, capitán de la gente de Madrid; Juan Bravo, capitán de la gente de Segovia, y nombraron por capitán de la gente de Ávila a Francisco Maldonado, capitán que asimesmo era de la gente de Salamanca.

     Pidieron que se hiciese un capitán general sobre todos, y dicen que con eautela y por hacer odioso en el común a don Pedro Lasso, los caballeros y capitanes que he nombrado dijeron que don Pedro Lasso podría hacer aquel oficio, y que Juan de Padilla, que nunca fue su amigo, dio en esta traza.

     La Junta nombró a don Pedro Lasso, y él pidió tiempo para mirar si lo acetaría. Y los que tenían mala voluntad a don Pedro Lasso comenzaron a publicar que le habían hecho general y que no convenía, porque era ya sospechoso, y traía tratos con los gobernadores para venderlos; que el que convenía era Juan de Padilla. De tal manera se divulgó esto, que el pueblo todo se comenzó a alterar contra don Pedro; llegando a términos que don Pedro y los que con él estaban se vieron en peligro y se apercibieron, entendiendo que los combatirían en sus casas. Y dicen que salieron los muchachos de las escuelas, llevados por sus maestros, dando voces por las calles y diciendo: «Juan de Padilla», y que don Pedro Lasso no había de ser capitán. El obispo de Zamora le envió a decir que se ausentase o escondiese por librarse de aquel peligro, y todo con maña para le prender y castigar, que ya las sospechas eran grandes, y por ellas estaba grandemente aborrecido; y fue ésta una tarde terrible y peligrosa para don Pedro y los suyos. Él mostró harto ánimo, y respondió al recado del obispo que él no tenía hecho por qué huir; que no saldría de su casa; que si algo le quisiesen, que allí le hallarían. Pusiéronse de por medio algunos, y hicieron desarmar la gente y que se quietasen.

     Y los procuradores de la Junta nombraron por general a don Pedro Lasso, pero él no quiso aceptar.

De esta manera lo cuenta Ortiz, el que aquí he nombrado, y que lo vio y temió de perderse este día.

     Otro de Valladolid que con buena diligencia escribió estas alteraciones estando también en Valladolid, lo cuenta de otra suerte; que esta dificultad tiene la historia, que apenas en un hecho se conforman los que lo ven en referirlo como pasó.



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- XXXIX -

Elígese capitán de la Junta por falta de don Pedro Girón, y lo que pasó entre Juan de Padilla y don Pedro Lasso.

     Estando los de la Junta en consulta sobre la manera que se había de tener en la guerra, que ya querían hacerla con todas sus fuerzas, algunos dijeron que era bien hacer capitán general. Que si bien Juan de Padilla había hecho el oficio después que faltó don Pedro Girón, no había sido nombrado por la junta, ni juntos los ejércitos de las ciudades como lo estaban agora. Unos querían que fuese don Pedro Lasso de la Vega; otros pedían a Juan de Padilla, y por él estaba la mayor parte de la Junta y todo el común.

     Viendo Juan de Padilla que pedían capitán general, quería que se diese a don Pedro Lasso, y él fue el primero que le dio su voto, rogando y suplicando muy de veras a todos que votasen por él, diciendo que él quería servir al común con dos mil hombres que trajo de Toledo y con su persona hasta la muerte.

     No estaba muy bien el común con don Pedro Lasso, porque no le veían tan desmandado como quisieran; y aun porque había intentado de reducirlos al servicio del rey. Y murmuraban de él que había sido causa de que los caballeros ganasen a Tordesillas siendo en el trato con don Pedro Girón.

     Pues como sintiesen en el pueblo que trataban de remover a Juan de Padilla, se alteraron en tanta manera que a voces pidieron que les diesen por su general a Juan de Padilla, y que otro no lo había de ser.

     Y fueron derechos a la posada de don Pedro Lasso para poner en él las manos, pensando que él trataba de esto. Pero el obispo y Juan de Padilla salieron tras ellos, y en la plaza mayor toparon con la gente del pueblo. Y como vieron a Juan de Padilla, a grandes voces y grita le tomaron en medio diciendo: «¡Viva Juan de Padilla, viva el obispo! ¡Viva Juan de Padilla, que quita el pecho de Castilla!» De esta manera lo traía por la plaza aquella gran multitud; y en espacio de media hora se juntaron más de dos mil hombres, con las voces en el cielo, que parecía que estaban fuera de juicio.

     Que si bien Juan de Padilla los quería hablar, nunca pudo, ni le oían; sino gritando que había de ser su general y no otro.

     Como vieron esto Juan de Padilla y el obispo, metiéronse en una casa de Rodrigo de Portillo, mayordomo de la villa, y asomáse a la ventana, y de allí habló al pueblo desta manera:

     «Señores: Ya sabéis cómo yo vine por capitán de la ciudad de Toledo en favor de las Comunidades del reino, para vos servir. E como sabéis que la ciudad de Toledo es igual a Valladolid, e amiga de las otras ciudades del reino, acordaron de me enviar a vos ayudar, y yo con la misma voluntad lo he hecho. Que hasta la muerte, e mientras la vida me durare, no dejaré de vos servir. Y así vos tengo en merced la voluntad que me tenéis. Pero los señores de la Junta acordaron de elegir capitán para esta jornada. Creed que es por bien que sea elegido, e así lo tened, y el primero que lo votó fui yo, porque éste es el más sano camino. Cuanto más que aquellos señores saben bien lo que hacen.»

     No hubo Juan de Padilla acabado de decir esto, cuando todos dieron grandes voces diciendo: «A Juan de Padilla queremos y al obispo.»

     Estuvieron porfiando más de una grande hora, Juan de Padilla rogándoles que tuviesen por bien que fuese don Pedro Lasso, que por eso él no dejaría de gastar su hacienda y la de su padre, y padecer hasta morir en aquel santo propósito, en servicio de la Comunidad. Pero no bastó razón, sino que él, y no otro., había de ser su capitán. Y porque el pueblo se apaciguase, que se iba juntando todo, mandaron a dos diputados de la villa que fuesen a los de la Junta y dijesen lo que pasaba; y así cesó y se fueron todos a sus casas.

     Mas Valladolid porfió tanto, que Juan de Padilla quedó por capitán general.

     Desde este día comenzó don Pedro Lasso a apartarse de la Comunidad, y muchos amigos suyos hicieron lo mismo, viendo cuán ciego y sin razón andaba el común, y lo que sus personas perdían siguiendo gente tan desordenada, llena de pasión y los más de bajo nacimiento y suerte.

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