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Año de 1522

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- XXV -

Vuelven a las armas franceses e imperiales. -El rey Francisco fue capitán valeroso, y presto lo posible, y digno de gran nombre. -Poderoso campo del francés y venecianos. -Próspero Colona previénese fortificando a Milán. -Va Antonio de Leyva a Pavía con dos mil españoles. -Pónese Lautrech sobre Milán. -Mata una bala a Marco Antonio Colona, hermano de Próspero. -Los milaneses ayudaban de gana, por no verse en poder del francés. -Lobón, valiente español. -Viene Francisco Esforcia con seis mil alemanes. -Dan los franceses sobre Novara. -Entra Esforcia en Milán; recíbenle con gozo por señor. -El francés quiere ponerse sobre Pavía. -Entran los españoles esforzadamente en Pavia. -Sale Próspero Colona de Milán para echar a Lautrech de Pavía. -Parque de Pavía. -Álzase Lautrech de Pavia. -Los suizos franceses se quejan por la paga.

     En el año de 1522, luego que llegó el tiempo en que suele tratarse la guerra,acudió a ella el Emperador con diligencia y cuidado, principalmente a dos cosas. La primera, a la guerra con el rey de Francia, y la segunda, a su venida a España de que tenía mucho deseo, el cual se acrecentó más con la nueva elección de Adriano, su maestro, en el Sumo Pontificado, porque deseaba el Emperador verle antes que de España se partiese, si bien esto no pudo ser.

     Y pasados los meses de hebrero y marzo, cuando la furia del invierno (que fue riguroso) había cesado, comenzaron de nuevo a encenderse y arder las armas, señaladamente en Italia, en la parte de Lombardía. Donde el Emperador, por sustentar lo ganado, y el rey de Francia por cobrar lo que había perdido, pusieron su principal cuidado y poder, haciéndose la guerra con grandes ejércitos, por España y Flandes, solamente por fronteras y guarniciones.

     Con la muerte del Papa León quedó el Emperador solo en la guerra de Italia. Adriano aún no había tenido tiempo ni manera para poderse poner en estos cuidados graves y penosos.

     Sabiendo la gran diligencia que el rey de Francia ponía para volver por sí, y que el gran maestre y otros grandes de aquel reino bajaban con la gente que por el rey habían hecho en los cantones de suizos, y que Mr. de Lautrech aparelaha toda la gente y municiones que podía en Cremona, solicitando los venecianos para que, llegados los suizos, él con la otra gente estuviese a punto, el Emperador mandó que con gran diligencia y brevedad se enviasen a Próspero Colona cuatro mil alemanes, por los cuales vino Gerónimo Adorno. Mandó, asimismo, que Francisco Esforcia (a quien ya había dado la investidura del ducado de Milán) bajase también con gente de Alemaña a juntarse con los demás, para tomar la posesión de aquel estado. Pero no se pudo esto hacer con tanta presteza que el ejército francés no estuviese más poderoso y pujantemente saliese primero en campaña; porque el rey de Francia, que siempre fue diligentísimo capitán, mandó levantar diez y ocho mil infantes esguizaros, y se los envió a Lautrech, que le llegaron estando en Cremona.Y los venecianos, como amigos suyas, habían ya enviado buen número de gente.

     A todos salió a recibir Lautrech, y se juntó con ellos, y se hizo un campo poderoso, en que afirman había veinte mil esguizaros, cinco mil gascones y otros tantos italianos, mil hombres de armas, que agora llaman corazas, y casi mil caballos ligeros.

     Hicieron más otra diligencia, deseando prevenir a Adorno, que marchaba con los cuatro mil alemanes, y atajarle el paso. Pero engañóse el francés, porque como los grisones (lo que no se pensaba) impidiesen el paso a los alemanes por el valle Vulturena, y ellos por ser pocos, que no pasaban de cuatro mil, no tomaron el paso por fuerza, mudado consejo pasaron a tierras de los bérgamos, por la cumbre de la montaña de Camonica, y marcharon tanto, que llegaron antes al campo glareduano que el gobernador de Bérgamo pudiese sacar un soldado para les impedir el paso, como se lo mandaba hacer Andrea Griti, provisor del ejército veneciano.

     En este tiempo, Próspero Colona, como buen capitán, sabiendo el poder con que su enemigo venía, no se descuidaba, así en llamar y juntar gente de guerra como en fortificar a Milán, donde pensaba esperar a Lautrech hasta tanto que el duque de Milán y marqués de Mantua viniesen. Mandó venir toda la gente que estaba repartida en los alojamientos. Puso toda la de a caballo entre el río Ada y el río Tesim. Envió nuevas guarniciones y presidios a las ciudades principales, donde le pareció que el enemigo podía acudir. Mandó ir dos mil soldados a Novara, cuyo castillo estaba todavía por el francés, y por capitán de ellos a Filipo Torniello, natural de Novara, mancebo de mucho valor, y aficionado a la guerra. Envió a Alejandría al vizconde de Néstor con mil y quinientos soldados. En Pavía, por ser plaza tan importante y tan vecina de Milán, puso a Antonio de Leyva con dos mil españoles y italianos, y dos mil alemanes que habían invernado en Plasencia con el marqués de Mantua, temiendo que Lautrech no fuese con la gente de Cremona a ocupar aPlasencia si estuviera sin guarnición (en lo cual ya no había peligro, pues Lautrech iba la vuelta de Milán). Lo restante del ejército, que eran cuatro mil españoles, nueve mil alemanes y dos mil italianos y mil y quinientos caballos entre hombres de armas y ligeros, metió consigo en la ciudad de Milán, que tenía bien fortificada con bestiones y trincheas, de tal manera que no solamente se pudiese defender, pero estorbar que no pudiesen meter socorro en el castillo, que estaba por el rey de Francia.

     Así se repartió por cuarteles su gente, y habiéndose puesto en esta forma, despachó a Jerónimo Adorno para que fuese a dar priesa al duque Francisco Esforcia, que estaba en Trento levantando seis mil soldados alemanes, para que con presteza los mandase venir por la parte de Verona y Mantua, pues por allí no les podían impedir el paso los venecianos, por haber ya juntado su campo con el de Lautrech en el término de Milán; y juntos con los suizos se acercaban a la ciudad.

     Monsieur de Lautrech, caminando con la furia que los franceses suelen -y comenzar la guerra-, vino a ponerse sobre Milán con todo su ejército, confiando que lo había de tomar con la brevedad que lo había perdido. Mandó a toda su gente, así de a pie corno de a caballo, estuviesen en armas, con intento de combatir la ciudad. Pero como supo que no solamente los soldados, pero todo el pueblo, donde él esperaba algún levantamiento, estaban en armas, de tan buena gana que viejos y muchachos, y hasta las mujeres, no se Podían detener en las casas, conociendo que la empresa era dificultosa, detuvo su gente en el real.

     Y después, por grandes acometimientos y demostraciones que los franceses hicieron, no bastaron a poner flaqueza en los españoles y los demás que con ellos estaban. Antes salían de sus estancias y trataban cada día con ellos tales escaramuzas, que con ser los franceses señores del castillo y estar en el campo tantos y tan escogidos caballeros y soldados, los pocos españoles encerrados en Milán les daban tales manos, que los hacían estar a raya, así a los del castillo como a los del campo.

     Un día sucedió una desgracia que causó notable pena en ambos generales, porque andándose paseando Marco AntonioColona, hermano de Próspero Colona, con Camilo Tribulcio, le mató un tiro de artillería que dispararon de la trinchea. Sintiólo mucho Lautrech, aunque era hermano de su enemigo, porque perdió el campo francés, que seguía, una de las mejores cabezas que en él venían, y el rey de Francia un gran servidor, y de quien hacía toda confianza.

     También lo sintió mucho Próspero Colona, que si bien su hermano era de la opinión contraria, era, al fin, sangre propria de hermano, que hierve sin que haya fuego.

     Esperaba Lautrech que los soldados que dentro de Milán estaban, que por no les haber pagado se habían de amotinar, porque les enviaba las pagas algo tarde don Juan Manuel, a cuyo cargo estaba acudircon las rentas de Nápoles. Y todo lo que había enviado en tres meses que duraba la guerra después de la muerte del Papa, no bastaba para pagar los soldados de España. Lo restante se pagaba de los tributos que daban los milaneses. Y como de la guerra del año pasado, Lautrech, que dentro de Milán había estado, supiese la dificultad que había en esto, no podía creer que después de tantos daños como los ciudadanos habían recibido, tan grande ejército se sustentase a sola costa dellos; mas la buena diligencia y traza de Jerónimo Morón bastó para que no se sintiese, y que hubiese dinero sin mucha pesadumbre de la ciudad. Porque unos de grado, otros por excusar mayores daños y pérdida, cuales los hubiera entrando los franceses la ciudad, de bonísima gana daban lo que tenían. Y así, con esperanza de la vitoria y de la restitución del duque Esforcia, que ya se decía que venía, lo sufrían todos de gana.

     Un hecho que merece memoria hizo aquí un español llamado Lobón, de tantas fuer. zas que ninguno en luchas ni otras prue. bas le igualaba. Corría más que un ligero caballo. Deseaba el marqués de Pescara haber a las manos algún francés para saber los intentos de Lautrech. Ofrecióse este soldado a traerle uno, y tomando consigo cuatro arcabuceros sus camaradas, se fueron una noche al real del enemigo, y encontrando con una centinela, embistió con ella Lobón, y echándole enel suelo, le ató de pies y manos y se lo echó al hombro, y volviése con él para la ciudad como si llevara una oveja. Del cual francés se informaron los imperiales, y quedaron más firmes en resistir a Lautrech, siendo con esto ciertos del socorro que les venía.

     Viendo esto Lautrech, nunca se atrevió a dar la batalla ni combate, si bien tuvo algunas veces puesta su gente en orden para ello.

     Gastando, pues, en esto algunos días en balde, tuvo tiempo el duque Esforcia para llegar, tomando en el camino, con seis mil alemanes que traía, el castillo de Croaria. Pasó sin impedimento alguno el campo de Verona. Y pasando por el término de Mantua, junto a Casal Mayor, atravesó el Po en muchas barcas que para aquello hizo buscar. Desde allí llegó a Plasencia; juntóse con el marqués de Mantua, y trecientos de a caballo que a sueldo del Papa estaban allí. Yendo, pues, así por la otra parte del Po, entró en Pavía.

     Sintiendo esto mucho Lautrech, tres días antes que viniese movió su campo a Casan, que está cinco millas de Milán, camino de Pavía, con intención de que el duque Esforcia, con la gente que traía, no se juntase con el ejército imperial, o si le pareciese ir sobre Pavía, donde estaba Antonio de Leyva.

     Supo que su hermano Tomás Fusio venía de Francia por Génova, con muffla infantería. Para juntarse con él envió a Federico Bozulo con cuatrocientos caballos y siete mil infantes suizos y italianos, de la otra parte del río Tesin. Los cuales, tomando sin mucho trabajo a Vegeven, partieron para Novara; la cual, como no se diese a ningún partido, diéronle batería y derribaron gran parte de la muralla.

     Los de dentro por parte del duque Esforcia estaban con grande ánimo, y con daño de los franceses los rebatieron y echaron de los muros dos veces. Mas a la tercera arremetida dieron lugar y entraron en la ciudad, donde prendieron a Tornelio, su gobernador, con dos capitanes de soldados, caballeros nobles de Milán. Saquearon la ciudad, prendieron los soldados y ciudadanos, y hicieron todo el mal posible.

     Sintióse esto mucho en Milán, tanto que el pueblo no dejó de murmurar públicamente contra Próspero Colona y contra su duque Esforcia, porque no habían acudido con socorro, pues tenían tanta gente, y porque habían dejado saquear una ciudad tan fuerte. Pero Próspero Colona, no haciendo caso de lo que el vulgo decía, sólo procuraba juntar la gente que con él estaba con la del duque, que estaba en Pavía, para poder salir en campaña contra el enemigo, que glorioso y lozano con la toma de Novara, se aparejaba a lo recibir y dar la batalla si menester fuese.

     Vista la buena ocasión que había por los que se habían apartado del campo francés para la conquista de Novara, avisó al duque Esforcia secretamente que luego se viniese para Milán, y él salió a la medianoche con el marqués de Pescara, y con la mayor parte de su gente, con demostración que iba a dar en los franceses. Soltando algunos soldados españoles, les dio un rebato y arma con que, embarazados en aquello, pudo el duque y toda su gente pasar sin ser impedido, ni casi sentido.

     Próspero lo recibió con la suya y lo metió en la ciudad, donde con grande alegría de todo el pueblo fue recibido por señor. Y Próspero acrecentó a su campo seis mil alemanes y trecientos hombres de armas, y el marqués de Mantua quedó en Pavía con la gente que pareció bastante para su defensa, lo cual sintió harto Lautrech. Mas apenas había llegado a Milán, cuando Frederico Bozulo y Tomás Fusio se juntaron con Lautrech, después de tomada Novara.

     Sabiendo, pues, que había quedado poca gente en Pavía con el marqués de Mantua, el cual, si bien se lo rogaron mucho, no quiso venir a Milán, por no apartarse de Plasencia y de las tierras de la Iglesia, Lautrech determinó que, pues no podía tomar a Milán, a causa del socorro que le era venido y de su buena fortificación, era bien tentar a Pavía.

     Sabido por Próspero y por los otros capitanes que los franceses movían para Pavía, con toda diligencia envió tres compañías de españoles y soldadosde Córcega, encargando a loscapitanes que caminasen a toda furia y procurasen entrar en Pavía antes que Lautrech les cogieseel camino. Los cuales lo hicieron contan buena diligencia, que nosolamente se apresuraron para llegar antes que Lautrech, pero atravesando por medio del campo de los franceses matando muchos, hicieron camino por fuerza de armas y entraron en Pavía, y dieron tanto ánimo al marqués de Mantua, que ya ni temía a los suizos ni a la artillería de Lautrech. El cual, viendo la valentía que los españoles, siendo tan poeos, habían hecho, determinó, antes que más socorro viniese, de plantar la artille,ría y combatir la ciudad. Hízose con tanta furia, que brevemente derribó hasta treinta pasos de la muralla. Los de dentro luego lo repararon con baluartes y trincheas, y rebatieron a los franceses, matando y hiriendo muchos de ellos.

     Y parece que de todas maneras ayudaba Dios la causa del Emperador, porque llovió tanto en aquellos días, que ni las barcas podían andar por el Tesin para traer bastimentos al campo francés -tanta era la creciente y ímpetu del río-, ni los labradores, que con codicia de la ganancia venían a vender al real provisión, podían andar por los caminos; y con esto el campo de los franceses padecía necesidad. Por esta causa, o por el socorro que entró en Pavía, no los osó acometer.

     Y como Próspero Colona supo el cerco de Pavía, temiendo que el francés lo llevaría adelante, si bien era mucho menos en número que Lautrech, determinó de salir de Milán y ir a hacerle levantar de allí, y siendo necesario darle batalla. Quedando, pues, el duque en Milán con el recado y orden que importaba, un lunes siete días del mes de abril salió, con todo su campo, y fuese a alojar a una villa llamada Binascho, diez millas de Milán, que es la mitad del camino entre Milán y Pavía, donde se detuvo algunos días por las muchas aguas que llovía, aunque no holgan. do, sino con continuas escaramuzas, entre los dos campos. Y una fue tan reñida, que murieron muchos franceses y perdieron algunas banderas.

     Luego que el tiempo serenó, Próspero Colona pasó su alojamiento a un monasterio de cartujos, y asentó el real en el parque o bosque que los duques de Milán habían hecho para cazas domésticas, que tiene en torno veinte mil pasos, con intención de dar la batalla al francés, si no la rehusase. Pero mientras los caballos ligeros de la una parte y de la otra escaramuzaron un rato, Lautrech se pasó con el ejército a Landriano, que está entre Pavia y Lodi,y de allí fue Monza, ciudad donde está la corona de los Césares, en lo cual, si bien a verdad no huía, pero a eso lo juzgaron Próspero y los otros capitanes, porque oían decir cada día que los suizos no querían seguir más la guerra por las pocas esperanzas que tenían de la paga.

     Y también decían que Lautrech había salido a recibir el dinero que le traían de Francia para hacer la paga, y que con estas esperanzas entretenía su gente. Túvose esto por cierto, y para salteársela el vizconde Anchises, por orden de Jerónimo Morón, fue con quinientos soldados y algunos caballos ligeros, y se puso cerca de Busto, no lejos de Arona, donde decían que era ya llegada la moneda, y puso tanto temor a los que habían ido, que por muchos días no osaron partirse de allí. Sucedió desto, que los suizos, que días había que estaban descontentos por falta de paga, luego que llegaron a Monza pidiero,n licencia para se volver a su tierra o que se diese la batalla. Y si bien Lautrech tuvo por cosa recia lo uno y lo otro, porque temió siempre el fin incierto y dudoso de la batalla y lo mucho que en ella se aventuraba, y también que si le faltaban los suizos quedaba deshecho su campo, y era imposible poder parar en Italia, consultándolo con sus capitanes fueron todos de parecer que se diese la batalla.

     También se temió Próspero Colona, mirándolo todo como prudente, que Lautrech había tomado aquel camino para dar sobre Milán antes que pudiesen ir a pelear con él. Y así, luego que hubo proveído a Pavia, dio la vuelta a priesa la vía de Milán, y llegó a ponerse con su campo en unas caserías llamadas Bilucas, que estaban una legua de la ciudad, y allí se alojó, las espaldas hacia Milán y el rostro al camino, descubriendo los enemigos en unos prados llanos, donde había cierta acequia, por do venta agua que. regaba unas huertos que allí estaban, la cual sirvió en parte de fortificación del campo.

     Escogió Próspero bien este lugar, por ser seguro y fuerte para pelear más a su provecho, si se hubiese de dar la batalla, y para apartar, al enemigo de la ciudad, porque procuró siempre que los franceses no volviesen a ella.



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- XXVI -

Batalla nombrada de Bicoca, 7 de abril de 522. -Soberbio razonamiento de Lautrech. -Lo poco que Lautrech conocía al marqués de Pescara. -Próspero se asegura de la vitoria. -Acomete Lautrech a los imperiales. -Matanza grande que los españoles hacen en los enemigos. -Topóse el duque de Milán con franceses. -Ardid de Lautrech; entiéndeselo Próspero. -Santillana, un valiente soldado.

     Visto por Lautrech que Próspero Colona le había tomado el paso de Milán, y que le convenía pelear o gastar el tiempo en balde y deshacerse su campo por la determinación de los suizos, resuelto de todo punto en probar ventura, habló a sus soldados así:

     «Mucho me huelgo, fortísimos caballeros, que, lo que en toda esta guerra tanto he deseado, se ofreciese ocasión para emplear vuestro esfuerzo. La alegría que veo en vuestros semblantes me asegura de la vitoría que espero, por el deseo con que os veo de venir a las manos con los enemigos; no he quérido suspender esta batalla por veros con tanto ánimo, y que habéis de pelear con los mismos que dentro de Milán tuvistes dos meses encerrados. Que apenas en todo este tiempo se os han dejado ver, y no me espanto, porque poca ganancia podían esperar de vosotros los españoles ni napolitanos, a los cuales, como todo el mundo sabe, siempre habéis vencido. ¿Qué podrán tres mil españoles con vosotros, que en esfuerzo y número sois más y mejores? Pues a los alemanes no tenéis que temer, porque éstos son de los montañeses de Trento, gente rústica y que nunca trató de guerra. La demás gente es milanesa, a los cuales conocemos, y ha muchos años que mandamos, que más vienen para hacer cuerpo de ejército que para usar de las armas. De Próspero Colona, su capitán, ¿qué hay que decir de un hombre viejo y cansado, sino que tratará más de salvarse que de pelear, acordándose que no ha muchos años que fue cautivo del rey Cristianísimo? La cobardía de Ávalos, capitán de los caballos, no sé si es mayor que la de Próspero, y que hace más caso de su salud que de su honra; y así, no tenéis que dudar de la vitoria».

     Tan soberbia y arrogantemente habló Lautrech a los suyos; que dicen es pasión de los franceses soberbia furiosa, y así les sucede todo mal: que la altivez ciega.

     Oída, pues, en Milán la venida de los enemigos y la determinación de ambas partes, vino Jerónimo Morón al campo imperial y díjole Próspero: «Confiad que yo os doy la vitoria en las manos, si los enemigos me acometen en este lugar».

     Y mandóle volver luego a Milán, y que le enviase ciertos millares de gente de infantería de la que había en la ciudad; lo cual hizo Morón y el pueblo, y el duque Francisco Esforcia, porque todos tenían grandísima gana de pelear.

     Salieron de la ciudad hasta seis mil infantes y cuatrocientos caballos con el mismo duque. Todo el resto quedó repartido por las trincheas para guarda de la ciudad.

     Habiéndose, pues, venido Lautrech a alojar a la ciudad de Monza, bien cerca de la Bichoca, un día en saliendo el sol, que fue a 27 de abril, dada la orden a sus capitanes cómo y por dónde habían de acometer, movió con sus escuadrones y batallas bien armadas, y en orden extendidas por el campo, que lo cubrían todo, y con grande estruendo de atambores y trompetas, confiándose de la vitoria, acometieron al campo imperial.

     El cual, con más esfuerzo y no con menos orden, estaba puesto en el sitio que tenía, deseando y esperando su venida.

     La orden de Lautrech había sido que en tanto que los escuadrones de suizos cerraban con los españoles y alemanes, parte de su gente de armas con los venecianos diesen por un costado y través del campo. Y qué la gente de armas francesa, con los gascones, fuesen a dar en la retaguardia y espaldas, que sufría esta división la grandeza de su ejército, con el cual ardid le parecía que tenía cierta la vitoria.

     Pero Próspero Colona, como sabio y valeroso capitán, entendiendo por dónde le podría venir el daño, tenía prevenidos estos peligros a la defensa del través y lado dicho, sospechando que por allí podía ser acometido, mandó estar tres banderas españolas de infantería y trecientas lanzas. En la retaguardia de su campo había mandado poner al excelente capitán Antonio de Leyva y al conde colosano, don Juan de Cardona, con cuatrocientas lanzas y alguna arcabucería española. Había también dado aviso al duque de Milán que llegase a tiempo la gente,que de Milán dije había salido. Puestos ya cerca a distancia competente, llegó el escuadrón mayor de los suizos a se confrontar con el de los españoles; los españoles, dejándolos llegar, sin ellos moverse, súbitamente dispararon su artillería y arcabucería, con tanta furia y presteza que en espacio de sesenta pasos mataron dos mil suizos antes que llegasen. Fue el daño tan grande, y espantólos tanto, que no osando llegar a golpe de pica con ellos, torcieron el camino, y pasando el pequeño foso que estaba en la delantera del campo, arremetieron al escuadrón de alemanes que estaba cercano al de españoles. Y los alemanes los esperaron con su acostumbrado ánimo, y los unos y los otros comenzaron a pelear valerosamente. Pero ayudándoles por el un costado parte de los españoles arcabuceros, que se desmandaron de su escuadrón, los suizos fueron rompidos de los alemanes, y de ellos volvieron huyendo a se recoger en los otros escuadrones de esguízaros, en los cuales pusieron tanta turbación, que venidos a afrontarse con los escuadrones alemanes, en poco espacio hicieron lo que los primeros.

     En tanto que esto pasaba, no holgaba un punto monsieur de Lautrech, procurando que conforme a la orden que había dado, fuese por la gente de armas y venecianos combatido el campo imperial por los traveses y espaldas. Lo cual así se hizo, pero con la misma suerte y suceso que tuvieron los suizos. Porque fueron repelidos con grande daño suyo, y siendo muertos y heridos muchos por los ya dichos, que a la defensa de él estaban puestos.

     Llegando también el duque de Milán a tiempo con seis mil hombres que sacó de la ciudad, topóse en el camino con Tomás Fusio que porla mano izquierda venía con trecientos de a caballo, todos escogidos de lo mejor del ejército, y con un escuadrón de infantería, que iban a dar en una puente, por donde se entraba al campo imperial, hubieron de venir a las manos, y le hizo el duque volver atrás.

     Por la mano derecha venía otro escuadrón de caballos franceses, mudada la cruz blanca, de que ellos usaban, en colorada, pretendiendo Lautrech que los suizos entrasen el real a las vueltas con los españoles. Pero como Próspero supo el engaño, como astuto capitán, mandó luego que todos los suyos se pusiesen hierbas o espigas, que había hartas por el campo, en las cabezas, para ser conocidos. Descubierto, pues, el ardid y evitado el peligro tan grande, quedó la vitoria por los españoles y milaneses. Y los franceses volvieron vencidos, dejando muertos en el campo tres mil suizos con diez y siete capitanes dellos, y otros muchos, que por todos dicen llegaron a diez mil.

     Y del campo imperial murieron muy pocos, y solo un capitán, que fue don Juan de Cardona, conde de Colosa en Sicilia, que murió de una saeta que le dio en el rostro, al tiempo que alzó la vista del almete para ver más claro lo que se debía, hacer.

     Señalóse notablemente en esta nombrada batalla la nación española, y entre ellos el alférez Santillana, que era de la compañía del capitán Ribera, y en esta batalla era sargento del capitán Guinea. Mandó el marqués de Pescara a este Santillana que fuese a reconocer un escuadrón de gente que de una parte a otra pasaba. Y en el camino, a vista de los ejércitos, cercado de mucha gente de a caballo, arrimándose a un árbol, peleó tan valientemente, que le derribaron con nueve heridas en tierra y jamás le pudieron rendir, ni le pudieron socorrer, por estar los escuadrones en orden para dar la batalla, que luego se dio, porque estaba algo lejos del fuerte. Este soldado se señaló en lo de Pavia, y fue el primero que en Italia ganó ventaja, o sueldo aventajado. Fue muy estimado entre todos los soldados, y era, común proverbio: Un capitán, Juan de Urbina, y un alférez, Santillana. Era de nación hidalgo montañés.

     Los franceses, no del todo desbaratados, retiraron el artillería, y lo quedel fardaje había llevado consigo a la ciudad de Monza, donde reposó Lautrech sola una noche, y a salir del sol partió de allí para Trezo (que es un lugar en la ribera del Adda), donde hizo una puente para pasar, y despidió a los suizos, que se querían volver a sus casas, y con ellos se fueron Renato Sabaudiano, Saliacio, S. Severico y muchos otros franceses principales.

     Lautrech, fatigado con tantos trabajos, determinó de fortalecer a Lodi, para que con la guarnición de aquella ciudad pudiese más fácilmente defender a Cremona y las tierras que estaban de aquella parte del río Adda, antes que los enemigos, ufanos con la vitoria, llegasen allí.

     Próspero Colona, alegre con la vitoria, si bien cansado del trabajo de aquel día, reposó allí aquella noche y hizo una posta luego, avisando al Emperador de la vitoria que Dios le había dado. Halló la nueva al Emperador en Flandes, ya de camino para venir a España, cuando había asimismo enviado por virrey de Nápoles a Carlos de Lanoy, su caballerizo mayor, por haber muerto don Ramón de Cardona, que desde el tiempo del Rey Católico lo había sido.



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- XXVII -

Ganan los españoles a Lodi. -Ganan los españoles a Piciquiton. -Vuélvese Lautrech a Francia. -Cremona se da a los imperiales.

     Antes que Próspero se levantase de donde estaba, se le amotinaron los alemanes, que le pedían por la vitoria seis pagas de gracia. Y no solamente no le obedecían a él, ni a Adorno (que los había traído de Alemaña), cuando les decían que no se les debían, pues no habían del todo vencido al enemigo, que a su salvo se habían. retraído con el artillería y con el bagaje; aun amotinaban más la otra gente, tanto que tomaron la artillería y amenazaron a los capitanes, y aún que pornían las manos en el Próspero, si no se les daba lo que pedían.

     Húboseles de prometer por parte del duque de darles lo que pedíandentro de treinta días, como se hizo y fue necesario, porque no se les fuese la vitoria de las manos.

     Ordenado todo lo que convenía para ir a ejecutar la vitoria, supo lo que Lautrech había hecho de su gente, que había enviado ciertas compañías de infantería y caballos a ocupar y apoderarse de la ciudad de Lodi, que es en la ribera del mismo río Adda, hacia la parte de Milán, y que él con todo el resto de su campo se iba a meter en Cremona, donde el año pasado se había guarecido, pareciéndole que con tener a Lodi, y con el favor de venecianos, podría defender a Cremona y algunas otras tierras que tenía en su comarca, y esperar el socorro de su rey.

     Sabido esto por Próspero, encargó al marqués de Pescara que con la infantería española y con algunos caballos caminase apriesa y trabajase de entrar en Lodi antes que los franceses, o, hallándolos dentro, combatir y tomar la ciudad. Y si bien el marqués hizo la diligencia posible en el caminar, cuando llegó a Lodi ya estaban dentro los franceses. Pero él, como tan gran capitán, antes que más pudiesen ordenarse y aparejarse en ella para resistirle, arrimó su gente a los muros y co. menzó a darles combate.

     Y con tanto ánimo y determinación combatieron los españoles, que los franceses desampararon los muros y bestiones, y los españoles, matando y hiriendo, entraron en la ciudad.

     Y los franceses salieron de ella huyendo, y pasando el río fueron a Cremona (ciudad muy fuerte de venecianos, ocho millas de allí), quedando muchas de ellos muertos y presos en Lodi.

     Cobrada así esta ciudad por el marqués de Pescara, y viniendo luego allí Próspero Colona, fue acordado por él y por los demás capitanes, de ir a cercar a Cremona, y coger en ella a Lautrech, donde sabían que era llegado. Y haciéndolo así, Próspero pasó el río Adda con su campo, y comenzando a caminar despachó al marqués de Pescara, que con algunas compañías de españoles fuese a combatir una muy fuerte villa y castillo llamado Piciquiton, que es en la ribera del mesmo río, a la parte de Cremona, y cercana a ella, que estaba por Francia.

     El marqués caminó luego para allá, donde siendo llegado se puso en torno de la villa con toda su gente, con gran demostración, y envió un trompeta a requerir a los que estaban en su defensa, y a los vecinos de ella, que luego se entregasen. Los cuales, viendo la determinación de los españoles, y sabido lo que en Lodi había pasado, acordaron de rendirse, pidiendo las vidas y hacienda, que el marqués les otorgó, teniendo consideración a la fortaleza grande de aquella plaza y a no perder tiempo.

     Ganada la fuerza de Piciquiton, el marqués puso alcaide y guarnición conveniente, y luego caminó a juntarse con Próspero, que caminaba para Cremona. Pero monsieur de Lautrech no los esperó en ella, antes sabiendo el suceso de Lodi y el camino e intento que Próspero traía, dejando en su lugar en el ejército a monsieur de Fusio, su hermano, no queriendo ser cercado, se salió de ella con sus criados y la gente que para su guarda hubo menester, y por tierra de venecianos y suizos pasó en Francia.

     Ido Lautrech llegó Próspero con su campo sobre Cremona, y envió un trompeta a Tomás Fusio, pidiéndole la ciudad, con apercibimiento que no lo haciendo, le combatiría y entraría la ciudad matando y prendiendo los que en ella estaban. Viendo Fusio el poder y determinación de Próspero, y no teniendo esperanzas de socorro, y entendiendo que no se podía defender, por no perder la gente que allí tenía, trató de entregarse.

     Y después de diversas pláticas se concertó que el ejército francés estaría en Cremona cuarenta días; y que si en este tiempo no les viniese socorro bastante para pasar el río Po y ganar una villa del estado de Milán, en que hubiese guarnición y defensa, que dejándolo ir a él y a toda su gente libres con su artillería, armas y ropa, entregaría la ciudad, y que asimismo haría entregar todos los castillos y tierras que por Francia estuviesen en Lombardía, salvo los de Milán, Cremona y Novara, y que en el entretanto hubiese paz y tregua entre ambos ejércitos.

     Y para lo así cumplir dio tales personas en prendas y seguro, que Próspero se dio por contento. El cual quiso otorgar esto, entendiendo que dentro del término Tomás Fusio no podría ser socorrido, y que era acabar de echar de Lombardía a los franceses.



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- XXVIII -

Va el campo imperial sobre Génova, y éntranla a 30 de mayo. -El conde Pedro Navarro viene con franceses a socorrer a Génova. -Entran los españoles en Génova. -Capela, criado del secretario Morón, escribe diferentemente esta jornada, como aficionado poco a españoles. -Engaños del Jovio. -El castillo de Milán se ganó al francés a 22 de noviembre. -Modestia y poca codicia de Carlos V.

     Asentadas, pues, así las treguas y dejando allí quien recibiese la ciudad cumplido el término, con parecer del marqués de Pescara y Antonio de Leyva y los otros capitanes que con él estaban, acordó, sin esperar un día más, ir sobre la ciudad de Génova, en la cual gobernaba Octaviano Fregoso, hombre excelente en prudencia y experiencia, y amado de los ginoveses por sus virtudes, que si bien era hombre de poca persona, era grande en el valor y singular prudencia.

     Este genovés tenía la parte de Francia. Próspero llevó consigo a Antonio y a jerónimo Adorno, hermanos, a quienes tocaba el gobierno de las cosas de Génova, para que por industria de ellos hubiese bastimentos, carros, bueyes, ofíciales y todo lo necesario para la guerra y para el ejército. Estos eran del bando contrario, de los cuales andaba la ciudad banderizada, y los Fregosos andaban en servicio del Emperador contra franceses.

     Caminando, pues, a buenas jornadas, el campo imperial llegó a asentarse sobre Génova. Comenzaron luego a poner en orden las cosas necesariaspara combatirla.

     Estaba la ciudad muy apercibida por la industria y buena diligencia de Octavio Fregoso y del arzobispo de Salerno, Federico, su hermano, que dentro estaba. Demás de los naturales tenía dos mil soldados de guarnición. Avisó luego al rey deFrancia que viniese a socorrerlos si no quería perder aquella ciudad.

     Próspero envió un trompeta, requiriendo a los Fregosos que la entregasen, pues la tenían tiranizada los franceses, y quedejasen libres a los Adornos, naturales de ella. a quien tocaba el gobierno, con apercibimiento que no lo haciendo haría contra la ciudad y contra ellos, como contra enemigos del Emperador, y usaría del derecho que la guerra permite.

     Octavio Fregoso, confiado en la gente que tenía y en el socorro que esperaba de Francia por mar, se quiso defender. El rey de Francia, como aquél que tenía grande ansia por las cosas de Italia, después que perdió la batalla de Bicoca había mandado hacer en tierra de Gascuña y de Narbona catorce mil soldados y quinientos caballos, a los cuales se había dado orden de ir a Italia con Roberto Scoto, su capitán. Y porque le pareció que esta gente no podía llegar a socorrer a Génova, envió luego con dos galeras a Pedro Navarro, que había días andaba en su servicio. Con este socorro llegó el conde a muy buen tiempo, y los Fregosos se animaron mucho, y entretenían con tratos fingidos al marqués de Pescara, que estaba más cerca de la ciudad con la infantería española. Y cada día entraban otros nuevos socorros a la ciudad.

     Esperaban que el campo imperial no se podría sustentar mucho por falta de hastimentos, que la hay en la comarca de Génova, que es de montañas estériles y malas. Pero el marqués,, que se las entendía, de tal manera daba oídos a las pláticas y tratos de paz que no perdía punto de lo que debía hacer. Y arrimando la artillería cerca de los muros, hiza dar la batería.

     La cual, hecha a los 29 ó 30 de mayo, la infantería española arremetió a la muralla con tanta determinación y ímpetu, que si bien los que la guardaban hicieron todo su deber, por los pequeños portillos que la artillería había hecho, les entraron por fuerza, y los hicieron desamparar las estancias, y la ciudad fue entrada por la parte que solía estar la torre de la Lanterna.

     Galeazo Capela, que escribió la historia de las guerras de Milán, escribe algo diferente esta jornada que los españoles hicieron en Génova. Dice que el marqués de Pescara había tomado esta jornada a su cuenta, y que estando en el real tratando con Benedicto Vivaldo de algún medio y concierto, los españoles habían arribado aquel día una torre que estaba junto a la puerta con la artillería, y que sin saberlo el marqués, arremetieron de tropel y tomaron aquella torre, y hicieron entrada por el muro, y que luego acudieron todos los del ejército y con grande grita levantaron las banderas y entraron por donde habían entrado los primeros. Y el marqués de Pescara, dejada la consulta, acudió de los primeros, y viendo que su gente iba desmandada, mandó que se detuviesen y envió luego aviso de la vitoria a Próspero Colona para que acudiese con la gente de a caballo que estaban a la otra parte de la ciudad, que se llamaba Beszano. Y desta manera, con muy buen orden entró el marqués por la ciudad, hiriendo y matando, sin que hubiese quien osase defender ni aun a sí mismo.

     Y el arzobispo de Salerno, con el capitán que guardaba la casa de la gobernación, acompañado de muchos soldados y ciudadanos, se embarcó y tomó la vía de Marsella. Otaviano, su hermano, que estaba enfermo en la cama, mandó cerrar las puertas de su casa, y envió uno de los suyos para que dijese desde una ventana cómo él se entregaría en manos del marqués de Pescara. También fue allí preso el desdichado conde Pedro Navarro, cuyas malas venturas cargaban sobre él de golpe, que si bien se libró desta prisión, volvió a ella pocos años después en el desdichado cerco de Nápoles, donde se perdió Lautrech, como veremos.

     En tal tribulación se vio la nobilísima república de Génova por los bandos que en ella había, que de ella salieron los que avisaron al marqués de Pescara, y aun dicen que disimulados les señalaban las casas ricas que habían de saquear, echando o tirando a las ventanas unas pelotas.

     La ciudad se saqueó, y porque el saco fue mayor de lo que el ejército pudo lle. var, mandó Próspero que ningún ciudadano fuese cautivo.

     Y luego el día siguiente, porque en la ciudad no se hiciese más daño, sacó el ejército fuera; que mucho tiempo se pudiera sustentar con las riquezas que en la ciudad se hallaron.

     Jovio cuenta (como suele) pasionadamente esta historia contra los españoles. Dice que Juan de Urbina se ascondió cuando se daba la batería, como si no supiera bien Italia quién era este valiente soldado. Él no se quitó del lado del marqués, y cuando se entró la ciudad iba el marqués delante, y Urbina tan cerca, que no había cuatro hombres entre los dos. Dice más este apasionado autor: que los españoles hirieron con un arcabuz a un obispo, que fue al de Nevio (aunque él no le nombra), en Córcega, y era natural de Génova, llamado Agustín Justiniano. Mas este obispo que él dice, no trata de tal cosa en los Anales que él mismo recopiló de la señoría de Génova, donde cuenta esta toma y saco largamente; antes dice que de cuatro veces que se ha tomado esta ciudad, en esta padeció menos daño, y fue en la crue menos peligro corrieron las cosas de la república y particulares, y donde (que así dice) fue guardada la honra de las mujeres.

     También dice Jovio que los españoles fueron a robar la iglesia de San Lorenzo y a tomar aquel rico plato de la esmeralda. Y es cierto que no fue sino una banda de tudescos con su coronel Jorge de Frondeperge: los cuales intentaron este saco, y no hubo efeto porque se rescató la presa antes con mil escudos que les dieron. Y los mismos genoveses la ayudaron a saquear, que entraron en la ciudad gritando a grandes voces: « ¡Adornos y España!», y se pusieron máscaras por no ser conocidos: que donde hay división, no hay ley ni razón ni sangre; que todo lo abrasa la pasión.

     Andaban estas dos familias de Fregosos y Adornos grandemente encontradas. Los unos se valían de Francia, y los otros del Imperio y agora de España: y el mal era para la triste república de Génova que lo lastaba.

     Siendo, pues, ganada en la manera dicha la ciudad de Génova, tan importante a Italia, pudiéndose quedar con ella el Emperador, no quiso sino dejarla en su libertad, restituyendo el gobierno y tenencia de ella a los Adornos, que la solían tener, con la guardia y presidio que ellos quisieron poner.

     Hecho esto, Próspero Colona partió con el campo la vía del Piamonte y marque-sado de Saluzo y condado de Aste, porque tuvo aviso que el rey de Francia pasaba con poderoso ejército los Alpes. Movió con todo el ejército para la ciudad de Aste, queriendo toparse allí con él si quisiese turbar las cosas de Lombardía y los pactos hechos en Cremona. El francés, después que llegó a Villanueva, lugar que está en el término de Aste, sabida la presa de Génova detúvose allí hasta que por mandado del rey, cuyo parecer envió a consultar, se volvió con el nuevo ejército a Francia. De manera que Tomás Fusio, que había quedado en Cremona, perdió toda esperanza de socorro.

     Pasados los cuarenta días envió un proprio a Próspero para entregarle los castillos y cautivos, y él con los franceses que allí le quedaban y con el artillería, como estaba concertado, partió para Francia con fe y guías de Próspero.

     Y de esta manera quedó el rey de Francia despojado de todo lo que tenía en Lombardía, salvos los castillos de Milán, Nevara y Cremona y las villetas llamadas Damasco. Sobre las cuales dentro de pocos días fue el marqués de Pescara, y con ciertas banderas de infantería española compelió por fuerza de armas a rendirse, y se entregaron al duque de Milán, como todo lo demás de aquel estado, sin tomar el Emperador para sí ni una sola villa ni castillo: si bien pudiera, pues lo había conquistado con tanta costa y trabajo: contentándose can la gloria de la vitoria.

     Lo cual es de considerar, para que se entienda la poca ambición y ninguna tiranía que nunca en él hubo, ni codicia de más que conservar su reputación y estados y amparar con ellos a la Iglesia, destruyendo sus enemigos, que en muchas cartas originales que he visto de este príncipe y otras instrucciones que dio a sus embajadores, de las cuales en su proprio lugar y tiempo haré relación, no hallo otra cosa sino un celo grande de la religión cristiana, una humildad y obediencia notable al Pontífice, amando la paz entre los cristianos y las armas contra enemigos de la fe, lo cual todo, sin pasión ni afición, en el discurso desta historia se verá.

     Acabada, pues, esta jornada, por serla costa tan grande del ejército, Próspero Colona despidió parte de la gente alemana, y la española con los demás de su campo alojó en los lugares que le pareció, cesando la guerra por este año.



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- XXIX -

Tratan los imperiales de sacar dinero para los gastos de la guerra. -Pretenden los imperiales concordarse con venecianos.

     Carlos Lanoy, virrey de Nápoles, y don Juan Manuel, embajador del Emperador en Roma, consultaron entre sí para dar orden de dónde sacarían dinero; y aprovecháronse de la ocasión de la autoridad y crédito que ya el Emperador tenía en Italia, que por haber echado los franceses de ella con tan próspera fortuna y en tan breve tiempo, muchos le temían.

     Determinaron de pedir ciento y cuarenta mil ducados a la señoría de Florencia, al duque de Milán, a Luca, Sena y Génova, a cada uno según por buen repartimiento podía caber, para pagar la gente española por algunos meses que era necesario estar en Lombardía. No porque bastasen a impedir la entrada del rey de Francia en Italia, si otra vez, como algunos decían, la quisiese hacer; pero porque era más fácil volver a llamar los alemanes y hacer de nuevo la gente de Italia si menester fuese.

     Había otra dificultad, y era que el Emperador estaba con tanta falta de dinero, que no podía hacer guerra al rey de Francia, ni por la parte de Flandes, ni bien por la de España, ni tampoco el de Ingalaterra; sólo podía aprovechar algo en la guerra que aquel estío hacía por la parte de Normandía, y Picardía.

     Y por tanto, el Emperador, aconsejado de Próspero Colona, que siempre deseó y procuró la paz de Italia y el acrecentamiento y firmeza del imperio romano, envió a Venecia a Jerónimo Adorno, varón prudente y experimentado, para que en la mejor manera que pudiese, guardando el honor del Emperador, concertase a él y a los venecianos.

     Alargóse algo este trato, porque murió el Adorno, pero en fin de nueve meses se concluyó por Merino Carachuelo, protonotario apostólico, con estas condiciones: que así los unos como los otros fuesen obligados, siempre que fuese menester para común defensa de Italia, socorrer con seis mil soldado-, v mil docientos caballos, entre hombres je armas y ligeros.

     De este concierto holgaron tanto los milaneses que muchos decían que ya no había que temer que el rey de Francia volviese, pues los venecianos se habían desviado de él. No pensaban ya sino cómo podrían quitar de sí la vejación del ejército de los españoles, que, acabados va los tributos de los príncipes de Italia, sólo cargaba sobre ellos. Especialmente, que en cierto motín en el término de Aste habían saqueado tanto como enemigos a Vegeven, que fue forzado para los apaciguar darles el duque Esforcia cien mil ducados, porque no se estorbase la confederación y paz que con venecianos se había asentado, sin la cual las cosas de Milán no tenían firmeza.



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- XXX -

Pérdida de Rodas.

     Si bien no es propria desta obra la pérdida de Rodas, isla donde los cabaficros que agora están en Malta solían estar, y de ella hay particular historia, diré brevemente cómo fue, y cómo entre todos los príncipes cristianos sólo el Emperador, con estar tan ocupado en tantas guerras, envió a socorrerla, si bien el socorro llegó tarde y cuando la isla estaba sin remedio.

     Quedó Solimán, Gran Turco, tan ufano con la victoria de Belgrado contra el rey Luis de Hungría, que lo escribió a todos sus amigos, y tan orgulloso que pensaba igualar y aun aventajarse a todos sus antecesores, y en acrecentamiento de estados: y a la verdad era Belgrado la llave y defensa de aquellas partes contra él.

     Y ansí triunfó de él en Constantinopla, como del Cairo, aunque murieron veinte mil hombres de guerra a manos de húngaros.Así que propuso de ganar a Rodas y aderezóse para la empresa, publicando que se armaba contra el Sofi. Las causas que le movieron a conquistar aquella isla fueron ser los comendadores de San Juan tan enemigos de turcos que les hacían continuamente guerra, por estar en tan buen sitio que impidían la navegación de Caramania y de Suria de Egipto y otras provincias, tomando las mercaderías y riquezas que traían a Constantinopla, de Baruti, de Alejandría y otros mercados; por las quejas y lágrimas de Metilin, Samo y otras islas y tierras que destruían. Porque nunca en muchos años habían perdido galera ninguna vez que combatiesen con turcos; que lo tenía él por afrenta, por no tener Papa ni haber quien les ayudase, pues era muerto León X, que urdía de hacerle guerra, dando cruzada por medio y calor de Zem, hijo de Zem, su tío, y porque no ternían socorro de franceses ni españoles, que se hacían guerra los unos a los otros por Italia, Flandes y Navarra.

     Por todas estas causas determinó de emprender aquella guerra.

     Quien de sus capitanes más lo incitó fue Cartagoli su cuñado, grande hombre de mar, porque le tenían los de Rodas un hermano esclavo. Pirro basá, que tenía mucha autoridad y experiencia, le desaconsejaba aquella ida con ejemplos, diciendo que su padre Selim no la osó acometer, habiendo armado contra ellos cinco años antes; y que Mizir Paleologo, basá de Mahomet su bisabuelo, no la pudo ganar el afío de 1481, siendo gran maestre Pedro de Ambuson.

Solimano aprobó el consejo de Pirro, diciendo que su padre no fue sobre Rodas por otras guerras, y que su bisabuelo privó a Basá Amicit porque no le ganó con docientos navíos.

     Y con tanto mandó a cada uno lo que había de hacer, y en poco tiempo juntó docientos, mil combatientes y cuatrocientos navíos; de los cuales eran ciento y veinte galeras, sesenta fustas, cuarenta naos grandes. Las demás eran menores, y de cosaríos y mercaderes, que iban por codicia y ganancia.

     Fue, pues, Solimán a Cabo Orio con toda su armada; de allí envió delanteveinte galeras con Cartagoli, que se lo había suplicado, a Rodas. Pensaba sacar fuera las galeras de la orden a pelear, y peleando tomarlas o deshacerlas, cosa que fuera gran negocio.

     Llegó a Rodas, pero no peleó. En fin, llegó después toda la flota a Frisco, cuatro leguas de la ciudad de Rodas, día de San Juan, por les hacer triste la fiesta de su abogado, habiendo ido las galeras delante; y en la primera de todas, el sanjaco de Galipoli como almirante de la mar, cuyo oficio es gobernar siempre la armada turquesca.

     Felipe Viliers, que poco antes fue elegido por gran maestre de la religi6n, había fortalecido la ciudad cuanto posible le fue, y cercado el puerto con una gruesísima cadena, echando naos llenas de tierra al fondo, para que las galeras turcas ni entrasen, ni llegasen a batirla cerca. Basteció el lugar de armas, municiones y comida, en lo que tuvo dineros. Metió la gente que pudo, y que podía pelear, mandando a los demás que se guardasen. Los que tenían armas para pelear, y rondaban, eran cinco mil rodiotes, y seiscientos caballeros con la cruz blanca, sin sus criados.

     Envió con tiempo, fuera de todo esto, por socorro a todos los reyes cristianos, y al Padre Santo, a quien más tocaba sostener y socorrer aquella caballería cristiana. El Papa Adriano VI tenía tres mil españoles que poder enviar a Rodas, que los había llevado de guerra. Mas por no tener dineros, como él decía, lo dejó, y porque don Luis de Cardona, duque de Sesa, que a la sazón era embajador en Roma, y otros capitanes y grandes señores, le dijeron ser mejores aquellos soldados españoles para Lombardía contra franceses que para Rodas, pues tenía quien la defendiese y estaba fuerte.

     Venecianos no ayudaron, aunque tenían cincuenta galeras en Candía, por tener paz entonces con el Gran Turco.

     De Francia no le fue socorro alguno.

     De España fue el prior de San Juan, don Diego de Toledo, con otros caballeros de su orden. Pero ni ellos pudieron pasar de Sevilla por el invierno, ni ciertas naos, cine iban de aquella isla y de Nápoles a costa del Emperador.

     Y como los que vinieron a demandar ayuda no la hallaron en quien pensaban, vendieron la renta que la orden tenía en el monte de San Jorge, de Génova, y enviaron dos naos; mas tampoco llegaron allá, porque la una se hundió cerca del Mónaco y la otra se abrió no lejos de Cerdeña; de suerte que no hubo quien socorriese a Rodas.

     Llegaron, pues, las galeras y otros navíos de remo junto a Rodas, lombardeando y cañoneándose. Mas retrujéronse una legua por el daño que recibían, quedando muerto Mahomet Carra, gran cosario.

     Desembarcaron los turcos allí y volvieron las galeras a cabo Orio por el ejército. El cual llegó por la parte que más flaca le pareció sobre la miserable ciudad, haciendo un fortísimo real.

     Hizo Solimán dos grandísimos montones de tierra para señorear la ciudad y su cerca, donde puso el artillería. Hizo asimismo mantas y reparos, y tiró tanto que cayó la cerca. Combatióla quince veces o más en seis meses que duró el cerco.

     Solimán, avisándole Pirro Basá de lo que pasaba en el cerco, vino a Rodas dos meses después que su ejército, y escribió al gran maestre que se diese, saliendo todos libremente o quedando en su religión, pero con algún vasallaje. Hacíalo por desconfiar de ganar la ciudad por fuerza, defendiéndose tan bien los de dentro que se acobardaban los suyos, y porque tenía falta de pan tanta multitud de hombres, y había pestilencia en el real, muriendo ya muchos gastadores de flujo y paperas. Mas como no les respondieron, y como le proveyó de comida Tarach Basá, desde Suria, y Carerbey, que a la sazón era gobernador del Cairo, apretó el cerco y combates, cuanto por el provecho, tanto por su honor y reputación, hasta que ya sin aguardar otro humano remedio, hecho lo que debían a buenos caballeros, se le rindieron a partido.

     Felipe Viliers, habiéndose defendido más de lo que se puede decir y creer, e dio con voluntad de todos, con que se fuesen los que quisiesen, sacando toda su ropa, excepto la artillería, y con que no entrase dentro el Gran Turco hasta que todos los del hábito hubiesen salido. Esto fue la vigilia de Navidad, año de 1522.

     Dicen que si algún socorro le dieran, por poco que fuera, que no se perdiera; porque ya el Gran Turco estaba para levantar el real, cuando vio las cuarenta velas que Cararbey envió con bastimento, pensando ser de cristianos; y porque estuvo muy triste y enojado por defenderse tan bien, y se cree, pues hubo día que mataron mil, muriendo infinitísimos turcos.

     Y al cabo murieron casi todos los cinco mil isleños, y quinientos comendadores.

     También los turcos pelearon mucho. Y que peleasen bien vese, pues que, como, digo, hubo día que mataron mil de los cercados.

     Quedaron el maestre y cien comendadores, de seiscientos que eran.

     Dicen que un judío y un comendador la vendieron (no es de creer), y que por esto se ganó. Dicen también que les faltó la comida, a causa que Fabricio Carreto, gran maestre, había dejado el tesoro muy gastado.

     Entró Solimán en Rodas día de Navidad, contra su juramento, y no hizo señal de alegría, diciendo que no sabía si era de reír o llorar una victoria que le costaba ochenta mil soldados y veinticinco mil o más gastadores, sin infinitos dineros. Entró (a lo que dicen) tan presto, por haber a Hacem, un su pariente muy cercano. Y así, mandó que ningún hombre ni navío se partiese hasta parecer, y prometió diez ducados por vida cada día al que se lo diese; y lo halló y lo mató con dos hijos, porque dijo que era cristiano y cristiano quería morir.

     Era este Hacem hijo de Zem y nieto, de Bayaceto, bisabuelo de Solimán.

     No estuvo mucho en Rodas el Gran Turco por la mortandad que vino. Fue a Seyo, donde despidió la flota, y la que le quedó dio el través en el mar de San Jorge.

     Llegado que fue a Constantinopla, triunfó.



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- XXXI -

Describe la isla de Malta.

     El gran maestre Felipe Viliers de Lasladan, francés, partió de Rodas con cien caballeros de San Juan, cual cada uno puede pensar, por haberse perdido en su tiempo Rodas, habiéndola tenido los de su orden más de doscientos años con grandísima fama, honra, riqueza y santidad. Navegó hasta Civita Vieja con dificultad, por ser invierno. Estuvo en Roma con el Papa Adriano, tratando dónde asentarían la orden. Y como murió Adriano, vino el maestre a España con cuarenta caballeros, a encomendarse al Emperador, que estaba en Toledo. El cual le dio allí, el año de 1524 o de 1525, a Malta y al Gozo y a Trípol de Berbería, quiriendo, como buen Emperador cristiano, restaurar aquella noble caballería de San Juan.

     Y así tomaron asiento en Malta el gran maestre y sus caballeros, como lo tuvieron en Rodas, con las condiciones y privilegios que antes. Hubieron una fortaleza harto fuerte donde solía ser antiguamente.

     Tiene Malta cuatro leguas por lo más ancho y seis en largo, casi veinte de rodeo. Y no siendo mayor, tiene veinte mil vecinos. Está como treinta leguas de Sicilia por cabo Pasaro, que le cae al norte, y setenta de Tripol de Berbería hacia el sur, y mira el Gozo al poniente. Es la isla, según parece, más desviada de Tierra Firme que hay en todo el mar Mediterráneo. Mas por estar allí y tener buenos puertos, fue, siempre de mucha importancia para los negocios de mar; y agora tanto más que nunca, por tenerla los caballeros de San Juan, cuyo instituto es que han de pelear por mar a la contina con infieles y cosarios, que para eso se la dio el Emperador, cuya era.

     Hubo en Malta antiguamente mucha religión y navegación. Y así se hallan algunas medallas que tienen a Juno por la una parte y por la otra un remo, con unas letras griegas debajo, que declaran ser de Malta. A causa de aquellas dos cosas fue muy rica. Y con las riquezas y comunicación de muchas y diversas gentes vivían con tanto vicio, que era demasía y tacha. Agora viven mezquinamente.

     Las mujeres no son feas; los hombres, morenos y celosos; que hacen ir a sus mujeres tapados los rostros, costumbre que les quedó de los moros y sarracines. Es saludable tierra: no nieva ni hiela; abundosa de frutos, de comino y de algodón, que es bocico. Hay gentil miel de tomillo y violetas: de donde piensan que se dijo Melita.

     Graciano, en el Decreto, llama esta isla Meliveta, nombrando el Concilio melivetano, que se celebró en ella, con docientos catorce obispos, en tiempo del Papa Inocencio, año de 400 o poco más, contra Pelayo, hereje. Pero debe ser error de los que lo escriben.

     Algunos libros tienen Metilena por Melita en los Actos de los Apóstoles (por culpa de los impresores), hablando de San Pablo cuando le mordió allí una víbora. El itinerario de Antonino la nombra Maltacia, de donde se quedó Malta.



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- XXXII -

Enrico, rey de Ingalaterra, delensor de la fe, y después, enemigo. -Notable congregación de frailes franciscos en Burgos.

     Por lo que me han de ocupar las herejías de Lutero y los desatinos de Enrico VIII, rey de Ingalaterra, que cuando había de dar en ser santo, por estar en el último tercio de su vida, dio en mil flaquezas, vencido del apetito sensual o bestial de la carne por los amores de una mujer muy desigual de la que un rey merecía. Por donde el demonio tuvo entrada para sembrar las herejías en aquel cristianísimo reino: representando este rey la misma persona de Salomón, que comenzó a reinar siendo mozo con sabiduría y celo del cielo, y en la vejez idolatró por el amor ciego de las mujeres.

     Digo, pues, que este año de 1522, el rey Enrico de Ingalaterra escribió un libro y lo sacó en público contra los desatinos de Lutero, con lo cual el Pontífice y senado de los cardenales le dieron en un acto público y solemne el título de defensor de la fe, que después perdió como necio.

     Este año de 1522, domingo de la Trinidad, se celebró en Burgos el capítulo general de los padres de San Francisco, donde se juntaron mil y ochocientos religiosos de toda la cristiandad, y eligieron por generalísimo a fray Francisco de Quiñones, natural de León, que después fue cardenal de Santa Cruz.

     Y don Antonio Manrique, duque de Nájara, y doña Juana de Cardona su mujer, sustentaron magníficamente esta santa congregación. Que verdaderamente se muestra serlo y estar muy a cuenta de Aquel que jamás desampara al justo ni le deja morir de hambre, pues tantos y de partes tan remotas se juntan de ordinario, como siempre vemos, con la pobreza y desnudez evangélica, por la cual les da Dios ciento por uno. Lo cual no se ve en las demás religiones, pues ricos y cargados de bienes temporales y bien cuidadosos en conservarlos y aumentarlos, son sin comparación más pobres y viven con mayores trabajos para sustentarse que los padres de San Francisco.



FIN DEL TOMO PRIMERO

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