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Año 1523

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- X -

Procura el Emperador la paz con venecianos. -Liga entre el Papa, Emperador, venecianos y duque Esforcia, y condiciones que hubo en ella.

     Quedaron con tal asiento los hechos de Carlos V hasta el fin del año de mil y quinientos y veinte y dos. Y en el de mil y quinientos y veinte y tres, en su principio fué el socorro que los franceses hicieron a Fuenterrabía, como queda dicho: Que el rey de Francia estimaba en mucho tener dentro en España aquella fuerza, y la deseaba conservar por su reputación; y por eso puso en ella sus fuerzas; y el Emperador en concluir la paz y amistad con los venecianos, que al principio deste año procuró efetuar apretadamente, pidiendo que entre él y su hermano don Hernando, el Papa y venecianos, se hiciese una perpetua liga contra quien perturbase la paz de Italia.

     Dificultábase la conclusión de esta liga porque entre los venecianos tenía el rey de Francia aficionados, que deseaban paz perpetua con Francia. Pero después de muchas juntas y consejos, valió tanto la autoridad de Jorge Cornelio Patricio, que estaba inclinado a la parte imperial, que dejado el rey de Francia, se ligó Venecia con Carlos Emperador, y con su hermano, el archiduque, y con Francisco Esforcia, duque de Milán, asentando una larga y firme y amigable paz, con estas condiciones: que la paz sea perpetua. Que la señoría de Venecia dé en favor del duque Francisco Esforcia y defensa de su estado, seiscientos hombres de armas, y otros tantos caballos ligeros, y seis mil infantes, y lo mismo para defensa del reino de Nápoles, si en él hubiese guerra hecha por algún príncipe cristiano. Esto se dijo así, por la paz que Venecia tenía con el Turco. Que el Emperador, para las cosas de Italia y defensa de Venecia, dé otra tanta gente; que al archiduque don Fernando den los venecianos por la pretensión de Wormaes, docientos mil ducados.

     Y como de ahí a poco el rey de Francia, habiendo levantado un grande ejército, tratase de recobrar el reino de Nápoles, Sicilia y Milán, entendiéndolo los príncipes y señorías de Italia entraron en esta concordia; y lo mismo hizo el Papa Adriano, y en nombre del Emperador, Carlos de Lanoy, virrey de Nápoles, y Enrico, rey de Ingalaterra; don Fernando, infante de Castilla, archiduque de Austria; Francisco Esforcia, duque de Milán, el cardenal Julio de Médicis, venecianos, florentines, los de Sena, Luca e Génova. Los cuales lo firmaron a 3 de agosto, quedando el rey, de Francia excluído, sin hacer memoria de él, si bien era tal su valor, que tuvo ánimo para defenderse de todos.

     Ordenóse más en la dicha liga que durase un año después de la muerte de cada uno de los que entraban en ella, guardándola con el difunto y sus cosas como si viviera. Que si otro quisiese juntarse con ellos, daban un año de término, que tuviese la puerta abierta para ello, queriéndolo admitir el Pontífice, el Emperador, el rey de Ingalaterra y el archiduque don Fernando. Que las controversias que entre los ligados hubiese se determinasen por justicia y no por armas.

     Después se añadieron otras condiciones. Que se hiciese un buen ejército contra el rey de Francia, para el cual el Pontífice diese docientos hombres de armas, el Emperador ochocientos, los florentines docientos, el duque Esforcia docientos y otros tantos caballos ligeros. Que el Pontífice, el Emperador y el duque Esforcia diesen la artillería necesaria y munición. Que para la infantería diese el Pontífice cada mes veinte mil ducados y otros tantos Francisco Esforcia, duque de Milán, otros tantos los florentines cada un mes, el Emperador treinta mil; Génova, Luca y Sena, diez mil. Que el Emperador y el Pontífice nombren capitán general de este ejército. Este fué Carlos de Lanoy, de nación flamenco, virrey de Nápoles.

     Luego entró en la liga Frederico Gonzaga, marqués de Mantua, al cual el Pontífice y florentines hicieron general de su gente.



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- XI -

Viene el duque de Calabria a la corte en Valladolid.

     Si bien andaban estos tratos y ligas con tanto calor y todas en daño del rey de Francia, pasaron seis o siete meses que no se hizo guerra con ejércitos formados sino por fronterías y guarniciones, aparejándose ambas partes para meter el resto, como lo hicieron.

     En este tiempo sucedieron otras cosas, aunque no tan graves, que no se deben dejar en olvido, pero decirlas he con brevedad por venir a lo más importante. Una es la venida a la corte, estando el Emperador en Valladolid, de don Hernando de Aragón, duque de Calabria, hijo de Frederico, último rey de Nápoles, que como he dicho en lo pasado estaba desde el tiempo del Rey Católico detenido en Játiva. Y el Emperador lo recibió haciéndole mucha honra, como a deudo tan cercano y de la calidad que era. Mandóle poner casa y darle situados y renta bastante para ella. Dióle el oficio de virrey de Valencia, casándole con la reina Germana.





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- XII -

Lo mucho que merecía Próspero Colona. -Viene el marqués de Pescara a Valladolid. -Lo que el Emperador honraba los príncipes y capitanes. -Grandes y caballeros que este año se juntaron en la corte imperial, en Valladolid. -Entra la reina Leonor en Castilla.

     Hizo el Emperador general en Italia a Próspero Colona, por la calidad de su persona y sangre tan ilustre y clara, por las hazañas que por largos años tenía hechas en la guerra, por las canas venerables y larga experiencia que adornaban su ilustrísima persona y la hacían digna de él junto con la fidelidad y amor con que servía a la casa de España, como lo han hecho hasta hoy día todos sus descendientes.

     El marqués de Pescara, por ser tal su valor cual dice su fama muy merecida, tenía tales pensamientos, que si bien los años no eran muchos, le parecía que en los que había servido tenía hecho por donde no debía dar ventaja a nadie ni entender que hubiese en el mundo quien más mereciese. Agravióse grandemente, sabiendo que Vicencio Coscia, maestre de campo de Próspero, había traído patente del Emperador para que Próspero fuese su general. Y pareciéndole que el Emperador, por ser tan mozo y no haber tratado por su persona las cosas de Italia, no tenía entera noticia de sus hechos y señalados servicios, antes se temía el marqués que algunos enemigos le tuviesen desacreditado, determinó pasar en España y ver la cara de su príncipe.

     Consultó este pensamiento con sus capitanes y alféreces, y encargóles que en su ausencia obedeciesen a Prospero. Embarcóse en Génova, vino a Tarragona y de allí a Castilla, derecho a Valladolid. Y quiso entrar de noche, porque supo que toda la corte le quería hacer un gran recibimiento, que excusó, por temerse, como acuerdo, de la envidia. Mas no quedó caballero en la corte que la noche que el marqués entró no fuese a visitarle a su posada.

     Y otro día fué a besar la mano al Emperador, que le recibió con rostro muy alegre y le mandó sentar cerca de sí en una silla igual o rasa, lo que a muy pocos había concedido: y el marqués le dió cuenta de las cosas de Italia, y dijo su sentimiento que tenía de que no se le hubiese hecho la merced que a Próspero. Al cual el Emperador satisfizo con muy buenas razones y le prometió hacer merced como su persona merecía, con que el marqués quedó por entonces satisfecho.

     Vino asimismo con él don Juan Manuel, embajador que era en Roma, y quedó en este cargo don Luis de Córdoba, duque de Sesa, hijo primogénito del conde de Cabra. El cual, por ser casado con hija del Gran Capitán, era duque de Sesa en el reino de Nápoles. Entró en Valladolid el conde de Cabra, padre del duque, juntamente con don Alonso Manrique, obispo de Córdoba, al cual dió el Emperador el arzobispado de Sevilla, que estaba vaco por muerte de don Diego de Deza. Venían de Badajoz, donde el Emperador los había enviado para traer y acompañar a la reina doña Leonor, su hermana, que como está dicho, había enviudado en el fin del año de mil y quinientos y veinte y uno, por muerte del rey don Manuel de Portugal. Y aun se pensó y dijo, que su hijo el rey don Juan III, que le sucedió, tuvo pensamiento de ganar dispensación para casar con su madrastra. Mas fué juicio del pueblo, que raras veces es cierto.

     El Emperador fue a Medina del Campo a recebir a su hermana, por el mes de junio deste año.



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- XIII -

Embajadores que de Polonia y otras partes vinieron a la corte del Emperador. -Pide el Emperador gente a las ciudades para ir contra Fuenterrabía.

     Vinieron a la corte en el principio de este año embajadores del rey Sigismundo el primero de Polonia, y otros del gran maestre de Prusia de los Teutónicos, que andaban muy encontrados. Y el gran maestre daba las razones que tenía en justificación de su causa.

     Pidieron estos príncipes la gracia y amistad del Emperador, y que él con el Pontífice, a quien también enviaron, se pusiesen de por medio y los concertasen.

     El Emperador recibió muy bien esta embajada, por ser de príncipes cristianos y de tierras tan remotas. Y hubo bien que mirar en Valladolid en el traje de los embajadores, a los cuales mandó el Emperador regalar magníficamente y los despachó con mucha gracia, escribiendo al gran maestre una carta en lengua latina con amigables razones.

     Deseaba el Emperador sacar al rey de Francia la villa de Fuenterrabía, sintiéndose Castilla afrentada de que el francés durase tanto en su tierra. Para esto se comenzó a hacer llamamiento de gentes, y el Emperador pidió que las ciudades acudiesen como debían, pues la guerra era tan justa y dentro en casa. Vi la carta que a 23 de enero, año de 1523, escribió el Emperador a Antonio de Melgosa, vecino y regidor de Burgos, agradeciéndole la buena voluntad que había mostrado, según había escrito Pero González de Mendoza, corregidor de esta ciudad, para que se hiciesen en ella los mil hombres que Burgos había de dar para servir en la empresa de Fuenterrabía, y que se pusiese diligencia cómo la gente saliese luego, conforme a lo que el corregidor ordenase.



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- XIV -

Amenazan las armas francesas a Italia. -Liga defensiva entre el Emperador, Papa y venecianos. -Tratan que el inglés eche las armas en Francia. -Don Antonio de Zúñiga, prior de San Juan, virrey de Barcelona. -Encuentro en Bilbao entre españoles y flamencos.

     Entrado ya el verano de este año de 1523, sonaban tanto las armas que decían que aparejaba el rey de Francia para bajar en Italia con ánimo de cobrar a Milán y conquistar a Nápoles, que el Emperador se hubo de ocupar en juntar y poner en orden las suyas, para rebatir un enemigo que en sólo esto ponía todo su poder, y que había años desde que echaron sus gentes de Lombardía que no entendía en otra cosa sino en haber dineros, cargando a su reino nuevos pechos y empréstitos para proveer todo lo que era necesario en un ejército poderosísimo que pensaba hacer. Había hecho sus ligas con esguízaros, de los cuales se pensaba valer.

     Quisiera el Papa Adriano componer estos príncipes y atajar los grandes males que la guerra entre ellos había de causar; mas no fué poderoso, porque el rey de Francia ya no era señor de sí; tanta era la pasión que en él reinaba. Con esta resolución del rey de Francia se apretó la concordia y liga tratada por parte del Emperador con el Papa y venecianos, según queda referida, con título y nombre de liga defensiva. Porque no se hacía para más que defender a Italia de cualquier enemigo que quisiese entrar en ella.

     Mandó el Emperador bajar seis mil alemanes, y que se juntasen con el ejército de Italia, con más los españoles que el Papa había llevado de España, sin otras diligencias y prevenciones que Próspero Colona hacía en Italia para acrecentar su campo. Demás de esto se trató con el rey de Ingalaterra que enviase sus gentes para que se juntasen con los del Emperador en Flandes. Y que por aquella parte acometiesen a Francia. Hízose así a su tiempo, aunque con poco efeto, y lo mismo se había de hacer por la parte de Borgoña. Pero esto si bien se dijo y público, no tuvo efeto después por inconvenientes que hubo.

     Y proveyeron también para las fronteras de España lo que convenía, porque si el enemigo acudiese a ellas hallase resistencia. Dióse el cargo de capitán general y virrey de Cataluña a don Antonio de Zúñiga, prior de San Juan, que en los movimientos de Toledo se había mostrado tal cual queda dicho.

     Y habiendo mandado que parte de la infantería española que estaba en San Sebastián se enviase allá, haciendo su camino para Valladolid, donde estaba el Emperador, levantaron entre sí españoles y flamencos un ruido tan escandaloso que pusieron el lugar en punto de perderse. Y fue que parte de los soldados españoles vinieron a las manos con algunos flamencos que estaban en la corte, criados de algunos caballeros cortesanos; y encendióse tanto la cólera, que murieron ocho o diez flamencos y comenzaron a apellidar: «¡Viva el rey y mueran borrachos!»

     Y llegó a término que todos los extranjeros pensaron ser muertos, y se encerraron en sus casas. Y los cortesanos españoles armados acudieron a palacio, discurriendo todavía los soldados por las calles hasta que pasada aquella furia, fueron apaciguados por los caballeros castellanos, que se pusieron de por medio.

     Y otro día, después de este ruido, con mucha disimulación mandó el Emperador que saliesen- aquellos soldados y prosiguiesen su camino, en el cual prendieron algunos de los más culpados y se hizo justicia de ellos.



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- XV -

Suena el aparato de guerra que hace el francés. Cortes generales en Palencia. -Sirve Castilla al Emperador con 400.000 ducados. -Que puedan todos traer espadas. -Apréstase el Emperador para ir contra Francia. -Poderoso ejército del francés.

     Cada día venían nuevas a la corte del gran aparato de guerra que hacía el rey de Francia, y que era para pasar el mismo rey en persona en Italia. Y con esto el Emperador aparejaba otro tal, y aun con pensamiento de entrar con él en persona por Francia por la parte de Navarra, a fin de quitarle que no pudiese pasar a Lombardía, y conquistarle algunas tierras, para que con esto hubiese lugar de tomar a Fuenterrabía, que era cosa que él mucho deseaba.

     Pues para esto mandó convocar Cortes generales de Castilla y sus reinos, para dar cuenta y comunicar su propósito, y para otras cosas que tocaban al buen gobierno del reino, y pedir para los grandes gastos de la guerra. Tuviéronse estas Cortes en Palencia.

Principio del mes de julio se hizo la proposición dellas, en la cual el Emperador dijo al reino lo que pasaba en la guerra que con Francia se tenía, y cuán sin razón el rey la había comenzado; trayéndoles a la memoria lo poco que estos reinos le habían rendido, por las alteraciones pasadas, y lo que había gastado en ellos, y las grandes necesidades y gastos que tenía y esperaba tener, les pidió le otorgasen el servicio, como estos reinos lo tenían de antigua costumbre.

     Visto y entendido por los procuradores, de buena voluntad vinieron en hacerlo, y le sirvieron con cuatrocientos mil ducados pagados en tres años. Después de lo cual le suplicaron y pidieron algunas cosas en nombre del reino y de sus ciudades, y él les otorgó todas, aquellas que parecieron justas y que estaban bien a la república.

     Y se hicieron y ordenaron algunas leyes, entre las cuales fuer una que todos los naturales del reino que no fuesen siervos pudiesen traer espadas libremente, entendido que el no traer armas no quitaba el cometerse delitos, antes parecía que daba ocasión a ellos, porque muchos hombres pacíficos eran muertos y heridos por no tener con qué se defender, que los herían y mataban los bulliciosos y atrevidos. Quitóse también el uso de las máscaras, por los inconvenientes que de él se seguían; y se hizo ley que por pendencia de palabras, si no fuesen muy injuriosas, no querellando la parte, no pudiese proceder el juez de oficio. Y así se ordenaron otras cosas bien consideradas.

     Pasadas las Cortes, luego el Emperador dió priesa en que la gente de guerra se juntase para la entrada que quería hacer en Francia. Para lo cual mandó llamar todos los grandes y caballeros del reino.

     Y desde a pocos días, partió de Valladolid, camino de Navarra, teniendo cada día aviso de cómo el rey de Francia se acercaba a Italia con grandísimo campo; y fué tanto el poder que juntó de caballos y infantería y toda la artillería y municiones que para tan gran impresa eran necesarias, que dejaba despojado y solo su reino.

     Y como supo que el Emperador en persona quería entrar por él, halló que era gran inconveniente pasar su persona real en Italia, y que podría por ganar lo ajeno perder lo muy proprio. Estando en esta consideración, cuando ya su ejército pasaba los Alpes de la provincia de León, donde se había juntado, sucedió en Francia una cosa notable, que le detuvo, y se resolvió en estarse quedo y enviar en su lugar con aquel gran campo a Guillelmo Gonfier, gran almirante de Francia, cuya reputación era grande por haber ganado a Fuenterrabía. Fué, pues, el caso:

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- XVI -

Carlos, duque de Borbón, gran condestable de Francia. -Causa por que se pasó al Emperador. Pundonores de la guerra que se estiman más que la vida. -Admirable espera del rey Francisco.

     El duque Carlos, que comúnmente llamaremos Borbón, ha de ser tan nombrado en esta historia, que porque en ella se proceda con entera y clara noticia de todo, conviene decir quién fué y por qué causas siendo tan gran príncipe, y de la misma sangre real de Francia, negó su rey, desamparó su naturaleza, dejó sus estados y se pasó a servir a un rey que no era suyo, si bien cercano pariente, y a tierra extraña.

     Llamóse su padre Gilberto Montpensier, que murió en Puzol, siendo general, en una batalla que hubo con los aragoneses. Heredó de su padre el condado de Montpensier. Fué en su juventud uno de los más agraciados y hermosos de Francia. Deseó casar con él madama Luisa de Saboya, madre del rey Francisco, viuda y de algunos días. Ella, con el favor que le hacía y buena voluntad, alcanzó del rey Francisco su hijo que le hiciese gran condestable de Francia, que es la mayor dignidad del reino, prometiéndole cosas mayores si casase con ella.

     Carlos no quiso acetar este casamiento. Casó con Susana, duquesa de Borbón, hija heredera del duque Pedro (o, según otros, Gilberto VII, duque de Borbón, que Roberto, hijo de San Luis, fué el primero) y hija de hermana del rey Carlos de Francia. Y por esta señora tan ilustre vino Carlos a ser duque de Borbón.

     Fué grande el odio que madama Luisa concibió contra el duque Carlos, y se le mostró enemiga en todo cuanto ella pudo. Y con el favor de su hijo el rey le hacía muy malos oficios; de suerte que el rey, que en mil cosas le había hecho merced, como condestable, virrey de Milán y otros favores, le dió de mano, de tal manera, que no le admitía en su Consejo ni daba cuenta de las cosas graves, como solía.

     Y lo que mucho sentía el duque Carlos fijé la estimación particular y favor que el rey hacía al almirante Guillén Goaunfier, que en su lugar entró en la privanza. También estaba el duque de Borbón agraviado de que el día que el rey Francisco había de combatir en Picardía la ciudad de Valencianes contra la gente flamenca, que era del Emperador, con esperanza muy cierta de la vitoria, fué dado el cargo de la vanguardia, que se debía al condestable, a monsieur de Alanson, pariente del rey Francisco, casado con hermana del mismo rey. Sintióse tanto de esto el duque Borbón, que siendo ya puesta en orden la batalla, y a vista del enemigo, no solamente no pasó con su gente el río Escalda por la puente que el rey había pasado antes, mas buscando dilaciones maliciosamente, hizo detener en su ribera al capitán Ludovico, senescal de Normandía, que pasaba con una banda de caballos, porque él había alzado ocho mil infantes, y una gran banda de caballos borgoñones vasallos suyos. Y junto con esto que hizo, dijo palabras muy pesadas contra el rey y contra el senescal. Y como éstas (si bien pesadas) hay malsines que las cogen en el aire, el rey las supo luego, con que se acrecentó su enojo.

     Murió la duquesa Susana, que fué la total destruición del duque, porque no dejó hijos. Volvió madama Luisa, madre del rey, con el amor viejo a tratar del casamiento. Tampoco quiso el duque casar con ella, porque ya era vieja y estéril. Luisa, viéndose segunda vez desechada (que es la rabia mayor de una mujer), llegó a su punto la ira y enemistad, que, según dicen, la tierra no la tiene que se le compare. Y como no hallase por dónde vengarse, que el duque era de la misma sangre real, rico, emparentado y poderoso en el reino, púsole demanda al estado de Borbón, diciendo que era suyo. Porque madama Luisa era hermana del duque Gilberto, y que su sobrina Susana no había dejado heredero, ni había otro más cercano que ella. Pidióle madama Luisa el ducado de Borbón y de Alvernia, de Chatelerau, condado de Claramonte, condado de Floreste, ciudad de Molines y otros estados y tierras. De suerte que siendo Borbón el mayor señor de Francia, no le dejaba una almena.

     Pedía la Luisa esto por ser hija de Margarita de Borbón, mujer de Filipo, duque de Saboya. La cual Margarita fué hermana de Pedro, duque de Borbón, viniendo el Carlos por línea derecha de varón, por ser hijo de Filiberto, señor de Montpensier, que venía del tronco varonil de los que he dicho. Y no habiendo cosa más sabida en Francia que por la ley que ellos llaman Sálica, y por el otro derecho que los mismos franceses dicen Apasnagio, que trae origen desde Faramundo, su primer rey, no puede heredar mujer estado francés, salvo algunos que por costumbre o privilegio no se comprenden en esta ley.

     Y no le satisfacían las ofertas que le hacía el rey, como dice Jovio, de que si la madre salía con el pleito, le daría de comer, que más vale un castillo propio que ciento de gracia.

     Seguíase el pleito en el Parlamento de París, y viendo el duque de Borbón el poco favor y mucha desgracia que en el rey tenía, y lo poco que podía esperar en los jueces pleiteando con la madre del rey, y que le habían de quitar el estado, por más promesas que el rey le hacía, con que se quietase, no bastaron para que no diese en una gran desesperación.

     De sus disgustos tuvo aviso el rey de Ingalaterra, y también el Emperador. Y dicen que hubo estos tratos. Que en pasando el rey Francisco los Alpes, el duque de Borbón con todos los suyos se alzase con Francia, que los dos príncipes luego le favorecían, que si ello no se descubriera, sin duda tuviera efeto.

     Andaban en estos tratos, o traían los despachos de ellos, Adriano de Croy, de nación flamenco, que en hábito de mercader pasó por Borgoña en Alemaña a verse con Borbón. Y le ofrecieron de parte del Emperador que le daría por mujer a su hermana doña Leonor, reina viuda de Portugal. También había venido a tratar lo mismo por el rey de un embajador llamado Rosello.

     Descubrió estos tratos, yendo el rey Francisco bien descuidado de ellos, un hombre que se decía Argutio, que era de los conjurados, por el mes de julio, cuando el rey Francisco andaba muy metido en la guerra contra tantos enemigos; supo lo que contra él se urdía. El pecho y valor del rey Francisco era de extremada suerte, profundidad y espera, que no se alteraba como quiera. Con un extraño reposo quiso ver y hablar al duque Borbón y fué para esto a Molino, que era un castillo de Borbón en el río Alier; y allí le dijo todo lo que de él sabía y le habían dicho, diciendo que no lo creía, por ser cosa tan repugnante y indigna de quien él era, que en las obras que pensaba hacerle lo vería, y que en una jornada tan importante como aquella le quería llevar consigo y tenerle a su lado, y en todos sus consejos, como a tal deudo y amigo. Que si de él imaginara alguna parte de lo que le habían dicho, allí luego le cortara la cabeza.

     Borbón, con la mala conciencia de su trato, se turbó harto. Esforzóse lo que pudo, hizo ademanes y humillaciones en reconocimiento de la merced que el rey le hacía, y dijo que por no se sentir bueno no podía partir luego, mas que lo haría otro día. Con esto, poco satisfechó de él, se fué el rey, que el corazón generoso no puede dejar de sentir la traición y engaño. Luego que el rey partió, mandó el duque a sus criados que aparejasen para caminar, haciendo demostración de que el camino era en seguimiento del rey. Metióse a vista de todos en una litera, fingiéndose cuartanario. Siguió el camino para León, donde el rey estaba. Mas a la primera noche tomó otro hábito bien disfrazado, que dicen fué de leñador real, acompañándole un solo amigo de quien se fió, llamado Pomperano o Pomperancio, cuyo criado iba hecho y disimulado. Y los demás parientes y criados sabidores, y que le quisieron acompañar en la fuga, iban por otros caminos diferentes.

     Sin descansar días ni noches llegaron a Chamberio de Saboya. De ahí quisieron ir a Génova por Susa, y supieron que el conde de San Pablo con gente de a caballo los seguía. Dejando por esto el camino de Sena, volvieron al Ródano; y pasándolo otra vez ocho millas encima de León, llegaron a visitar cerca de San Pablo al cardenal de Becueme, hechura del Emperador. Aquí se descubrió Borbón.

     Otro día, acompañado de algunos caballeros, fueron a Bisanzon; de ahí a Lira, ciudad de Ferrara, donde los caballeros que con el duque habían salido de Francia le esperaban. De allí entraron por Alemaña, y siete semanas después que salieron de Francia entraron en Trento. De allí fueron a Mantua, donde Borbón fué muy bien recibido y hospedado del duque, y le dió criados y dineros; porque demás de otras obligaciones, eran estos dos duques muy deudos. Que madama Clara, madre del duque de Borbón, fué hija de Frederico Gonzaga, marqués de Mantua.

     Salió de Mantua Borbón y fué a Cremona, de ahí a Plasencia, donde estaba el virrey Carlos de Lanoy; y se juntó con los capitanes imperiales y con los demás confederados. Y todo el tiempo que vivió fué un cruel enemigo de su patria y nación. Los principales sabidores deste hecho fueron Huraldo, obispo de Borgoña,y Pitavio, señor de la tierra de San Valerio, el cual era capitán de una banda de caballos nobles de la guarda del rey, y Hemaro Prico, capitán antiguo de caballos.

     Tenía el duque de Borbón cosas dignas de quien él era, porque además de la sangre real era valeroso soldado, muy largo en dar y gastar lo que tenía: un rostro con gravedad apacible, muy buena gracia en hablar y ganar voluntades. Sólo tenía un ánimo demasiadamente ambicioso de reinar, y la cólera le cegaba grandemente, que fueron dos cosas que le despeñaron.

     Aféanle muchos esta fuga, porque no les lastimaron las injurias, que fueron grandes y sin remedio. Y pudo Borbón buscarle y pedirle al Emperador, como a suprema cabeza del orbe cristiano, y como a su deudo, que lo era mucho, porque Felipe, duque de Borgoña, que se llamó el Bueno, hijo del duque Juan, casó a su hermana Inés con Carlos de Borbón, hijo de Juan, duque de Borbón, de quien venía este Carlos. Y el segundo parentesco que tenía con el Emperador era que el hijo de este Felipe Bueno, que se llamó Carlos, casó con Isabela, hija de su tía Inés, y de aquel Carlos, duque de Borbón, que dije, que por esta cuenta era su prima hermana. Del cual matrimonio quedó sola madama [María], duquesa de Borgoña, abuela del Emperador Carlos V.



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- XVII -

Diligencias y temores del rey de Francia por la fuga de Borbón. -Quieren matar a traición al duque Esforcia. -Numeroso ejército francés pasa los Alpes. -Va el Emperador a Pamplona con propósito de entrar poderosamente en Francia.

    Como el rey de Francia supo la fuga del duque de Borbón, despachó en su seguimiento postas por todo el reino, para que lo prendiesen; mas fué en balde, por la buena diligencia que el duque puso en salir de Francia y salvarse. Prendieron muchos de quienes hubo sospechas que habían sido con él. Confiscó el rey todos los bienes, villas y castillos del duque.

     Todo lo sobredicho embarazó al rey, y quitó la ida con su ejército a Italia, mas envió a su almirante. Pues como llegase la nueva a Próspero Colona, general del campo imperial, de la venida poderosa del campo francés en Italia, envió luego a los venecianos para que enviasen su gente, y él comenzó de nuevo a convocar y llamar más, para le salir al encuentro.

     El Emperador y rey de Ingalaterra habían dado dineros para que en Alemaña se levantasen doce mil infantes y que los bajasen a Borgoña y se entregasen al duque de Borbón, para que entrase con ellos en Francia, llevando por sus compañeros a los condes Quillelmo y Feliz de Furstembergio. Mas como Borbón hubiese ya pasado en Italia, cuando los alemanes vinieron, y el rey Francisco enviado contra ellos a monsieur Guillelmo Monserio, que tuvo la fuerza de Fuenterrabía, fácilmente les resistieron la entrada y se deshizo esta gente, viéndose sin general ni dineros y muchos de ellos se pasaron a servir al rey de Francia.

     Y con ellos juntó Gouserio un grueso ejército y pasó contra Nápoles; mas halló tal resistencia en Próspero Colona y los demás capitanes imperiales, que perdiendo muchos de los suyos sin hacer cosa notable, volvió con poca honra a Francia.

     No faltaban aficionados en Milán al rey de Francia, y alguno por servirle quiso matar al duque Francisco Esforcia de esta manera.

     Viniendo el duque de un lugar llamado Moncado (donde se había retirado algunos días por la calor) para Milán, a dar orden con Próspero Colona en lo dicho, un cierto vizconde llamado Bonivasio, que venía en su compañía, como lo tenía pensado, y, según dicen, tratado con otros, determinó de lo matar. Y llegando a una parte do se juntaban cuatro caminos, acometió lo que tenía determinado, arremetiendo contra el duque por las espaldas (que iba en una mula, y bien descuidado de semejante traición); dióle con una daga una herida en un hombro, y no dándole otra, así porque el duque se dejó caer muy presto de la mula, como porque él pensó que aquélla bastaba para le quitar la vida, escapó huyendo de los del duque, que luego llegaron en su socorro. Y el duque ansí herido se volvió a curar al lugar de do había salido.

Fué su buena ventura que la herida no tuvo peligro, y se curó en pocos días; pero fué grande el alboroto que la nueva puso en Milán y en todo el estado; unos diciendo que era muerto y otros temiendo que tal hecho tenía gran fundamento.

     Prendieron en Milán a muchos que se sospechaba dellos, de los cuales algunos, siendo atormentados, confesaron que había sido trato, en que tenían concertado que siendo muerto el duque, matasen a Jerónimo Morón, su privado, y levantar el pueblo por Francia y prender si pudiesen a Próspero Colona o echarlo de la ciudad. Otros negaron siempre haber habido semejante trato, sino que el vizconde quiso matar al duque por particular enojo que con él tenía, porque le había quitado un gobierno o capitanía.

     Sonó por toda Italia (como suelen creer las cosas) que el duque era muerto, y dió osadía para que un caballero milanés, que tenía la parte del rey de Francia, juntando en el Piamonte y marquesado de Monferrat alguna gente suelta y de su opinión, se metiese con ella en una tierra llamada Valencia del Poo, que es del estado de Milán, cerca de Alejandría, apoderándose asimismo de la fortaleza de ella, con nombre y apellido de Francia. Pero este atrevimiento fué luego castigado, porque hallándose en Aste, cerca de allí, Antonio de Leyva, que era venido por orden de Próspero con alguna infantería española y caballos ligeros para asegurar aquella comarca, luego como lo supo, sospechando que el negocio era de más consideración, fué a gran priesa con su gente a Alejandría, y dejando allí parte della en guarda de la ciudad, fué luego con la demás sobre Valencia. Y cercando por todas partes la tierra, sin dar lugar a que se fortificasen los que dentro estaban, la acometió a escala vista, y entró por fuerza de armas y prendió a Galeazo Virago, con muerte de muchos de los que con él estaban, si bien se defendieron cuanto fué posible.

     En tanto que estas cosas pasaban en Lombardía, el almirante de Francia, con su ejército de treinta mil infantes esguízaros y suizos, y mil hombres de armas y dos mil caballos ligeros, y dos mil ballesteros de a caballo, acabó de pasar los Alpes, y comenzaba a entrar por el Piamonte, prosiguiendo su camino para Lombardía con más furia y determinación que nunca. Lo cual fué en principio del mes de setiembre, que el Emperador había llegado a Logroño, raya de Navarra, con el propósito que dije.

     Llegó a Pamplona, pensando entrar poderosamente en Francia; pero por falta de dinero y salud, que morían de peste, dió vuelta para Castilla, despidiendo la mayor parte de la gente, encomendando aquella guerra al condestable de Castilla, en la cual sucedió lo que adelante diré.



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- XVIII -

Flamencos y ingleses revuelven con las armas contra Francia. -Daños y correrías que los ingleses hacían en las fronteras de Francia. -Miedo grande en París del ejército inglés y flamenco. Rehusan los franceses la batalla.

     En el verano deste año, los ingleses, juntos con los flamencos, volvieron a las armas contra Francia, y entraron por ella más de treinta mil infantes con seis mil caballos, que causaron harto miedo a los de París. Hicieron daños y demasías crueles, sin sacar dellas ningún fruto.

     El rey de Francia envió contra los ingleses y flamencos, que estaban en Picardía, a Francisco Albis Tramulio, con quinientos hombres de armas y diez mil infantes. Y puso en su lugar en Borgoña al conde de Guisa. Juntó Tramulio aquellos soldados con otros viejos que él tenía, y con todo no se atrevió a poner el negocio en ventura de batalla, porque se decía que el campo del inglés tenía más de treinta mil combatientes, y no se embarazaban en sitiar lugares, ni presidios, sino procuraban sacar al francés a batalla. Pero como él la rehusase, los ingleses gastaban el tiempo abrasando con correrías, robos y incendios toda la Picardía. Tramulio se encerró en San Quintín y puso buena guarnición en Monsticluo, Terouana y Dortlan.

     Era general de los flamencos el conde de Bura, excelente soldado y de larga experiencia, y muy dado a las armas. De los ingleses era el duque Nortfolcio, que sabía poco de guerra. Caminaron estos capitanes metiéndose por Francia. Tomaron a Somona, quemaron a Braya, Roya y Mondiderio, once millas de París. Y fué tan grande el miedo que los de París hubieron, que con toda priesa se pusieron en armas y fortificaron la ciudad, y otros trataban de huir de ella.

     Tramulio envió al capitán don Martino para que se metiese en Noyon, Montimerío, Humerio y Perona; y al vizconde de Turín envió a San Remigio y a San Andrés, y a Regudo puso en San Quintín, y al conde de Guisa puso en Briena, encargándoles la guarda de estos lugares; y él quedó en Corbeya.

     Pasaron entre estas gentes algunas escaramuzas. Los ingleses y flamencos quisieran que fuera batalla, mas los franceses, por sus consideraciones, la rehusaron siempre. Cerca de Corbeya, en un encuentro de gente de a caballo, fué vencido Pondormio y huyó a Ambiano, dejando en poder de los cesarianos un hermano y nieto; en el campo, muertos, setenta, y presos, treinta. De esta manera ardía la guerra por la parte de Flandes y Picardía entre imperiales, ingleses y franceses.



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- XIX -

Trata un traidor de vender y poner en peligro a los imperiales en Hesdin.

     Antonio Crecquio, señor de Pondormio, conde de Vendoma, general en Picardía, sacó las compañías y gente de los presidios, con que juntó un buen ejército, y fué en socorro de Terouana, que la tenían muy apretada. Cercó una fuerza que los flamencos habían hecho en Santo Audemaro, que se llamaba Fosa-Nova; tomóla y saqueóla. Robó todo el ganado que halló en el campo. Salieron en su seguimiento los soldados que estaban en los presidios de San Audemaro, Bethunia, Lillosio, que serían mil y docientos españoles y valones, y hasta trecientos caballos flamencos. Y pelearon con él entre Ayra y San Audemaro porfiada y sangrientamente, que de ambas partes murieron muchos. Cobraron los españoles parte de la presa y apartólos la noche de la batalla, en la cual ninguna de las partes quedó aventajada.

     Sucedió otro día que un soldado francés que en una refriega de Bethunia prometió al señor de Fienna, gobernador en Flandes, que le entregaría a Hesdin con la fortaleza si le dejasen ir libre a aparejar lo que era necesario para darles la entrada. Diéronle crédito y soltáronle, y fué a Hesdin. Díjole a Pondormio a lo que venía, y que se les podía armar como aquellos soldados fuesen presos.

     Concertaron entre sí que disimulada la traición hiciese demostración de que aparejaba para meter los soldados cesarianos. Volvió el traidor a ellos con gran fingimiento de su maldad, y monsieur de Fienna, creyendo que el traidor trataba verdad, tomó muchos nobles y tres mil soldados, y llevando al que los vendía por guía, caminaron de noche para Hesdin. Parte de ellos fueron por la parte donde estaba la artillería y muchos escopeteros prevenidos, y de la otra parte, la gente de a caballo, para acometerlos por las espaldas. Y demás de esto tenían en el pueblo muchos fuegos artificiales, para quemar los que de la artillería y arcabucería y caballería escapasen.

     Era el peligro grande y casi temeridad fiarse de un enemigo.

     Volvió Dios la suerte mala y lazos que con traición los franceses armaban sobre sus cabezas, porque con la codicia de matar a los imperiales aplicaron mal el fuego y encendióse contra ellos, quemando el primero al capitán Pondormio y a su pariente, monsieur de Canaple, con muchos caballeros y soldados principales franceses y otros oficiales de la guerra. De los cesarianos murieron ciento; los demás volvieron, escapando milagrosamente de tan evidente peligro. El que tal traición urdió, con algunos compañeros, viendo el mal recaudo huyó, y los que le habían acompañado fueron presos.



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- XX -

Entrégase el castillo de Milán, que hasta agora estaba por franceses, y vuelven los franceses sobre Milán. -Renuévase la guerra en Lombardía. Púsose por alcaide del castillo Juan Jacobo de Galara, caballero milanés. -Poderosa entrada en Lombardía, de Guillermo Gonfier, almirante de Francia, con ejército de más de cincuenta mil combatientes de pie y caballo y mucha artillería y municiones. -Cien soldados españoles embarazan el paso al ejército poderoso del francés. -El capitán español, por su gran valentía, pelea contra el orden de la guerra. -Engaño notable del Jovio. -Próspero se retira en Milán, Antonio de Leyva en Pavía, para esperar al francés. -Encamisada que Juan de Urbina dió al ejército francés. -Detiénese el almirante de Francia; repárase Próspero y Milán entretanto. -Frederico Buzollo. -Toma el francés a Lodi. -Sitian franceses a Cremona. -Juan de Urbina saltea a los enemigos.

     En este año de mil y quinientos y veinte y tres se entregó el castillo de Milán, día de Santiago, a 25 de julio, que tenían los franceses, al duque de Milán, porque después que perdieron la batalla de Bicoca murieron muchos de enfermedades y mal regimiento de los que estaban en el castillo. Los demás, cansados de esperar el socorro que con gran poder se aparejaba, y desesperados de él, no pudiéndose más sustentar, hubieron de entregarse con seguro de las vidas y libertad de poderse ir con lo que tenían. Y así, cuando llegó al almirante Guillelmo Gonfier Gafferio (llamado por sobrenombre Boniveto), fué, tarde y el castillo estaba entregado.

     Y casi al mismo tiempo, Próspero Colona, que estaba en Milán, supo que los franceses entraban por el Piamonte y el gran poder que traían, que pasaban de treinta mil combatientes; y así, viendo que el socorro que los venecianos habían de hacer tardaba más de lo que habían prometido, y lo mismo el de las ciudades de la Liga, y que el poder del enemigo excedía con gran parte al suyo, determinó de recoger su gente y entretener la guerra haciendo la resistencia posible y no poner el hecho en aventura de batalla. Para lo cual ordenó salir en campaña y esperar al enemigo en la ribera del río Tesin (que es un río que sale del lago Mayor y pasando por Pavía va a dar en el Po), el cual habían de pasar los franceses para venir a Milán. Aquí les quiso estorbar el paso o hacer el daño posible.

     Escribió luego a Antonio de Leyva, que en la comarca de Aste y Alejandría estaba, que recogiendo su gente se viniese a juntar con él y de camino sacase dos mil soldados que estaban en Alejandría y los enviase a Cremona para la defensa de aquella ciudad, por ser más importante. Lo cual hizo Antonio de Leyva con toda diligencia, y se vino a Milán, do el Próspero le esperaba. El cual, luego que Antonio de Leyva llegó, aunque andaba muy enfermo y flaco, salió en una litera con la mayor priesa que pudo, quedando en Milán el duque, y con cuatro mil españoles y otros tantos alemanes y la gente de a caballo que tenía, se puso a la ribera del río Tesin.

     Los franceses se entraron en Alejandría por hallarla desocupada. Y pasando adelante entraron en la villa de Vegeven, y con gran determinación llegaron a pasar el Tesin; y la gente y la furia que traían era tanta y el río estaba tan bajo y tan fácil de pasar por muchas partes por la gran seca que había precedido, que fuera fácil el paso, pero no lo fué tanto, porque se le hizo una notable resistencia.

     Habían de pasar el río Avia, y antes de llegar a él, Próspero Colona puso en guarda de cierto paso al capitán Francisco de Villa Turiel, con solos cien soldados españoles, y fueron tan valientes que día y medio lo defendieron, y cerraron una puente que los franceses habían echado al río. Y al día siguiente envió Próspero a Juanín de Médicis, capitán de caballos excelente, en socorro de los españoles, porque como estaban sin caballos eran menester para que anduviesen entre la infantería. Ayudaron valientemente a los españoles, y se prendieron a algunos franceses en aquella bien reñida escaramuza.

     Y aún hubo en ella, en la resistencia de ciento a cuarenta mil, otra cosa tan notable que, según buen orden de guerra, cuando ya Próspero envió a mandar a Villa Turiel que se retirase, se habían de retirar primero los infantes y a la postre los caballos, que habían de quedar escaramuzando con la vanguardia francesa, que pasaba ya de golpe, mientras los de a pie se ponían en cobro. Pero nunca el capitán español quiso que aquel día hubiese ley de guerra por quedar él estimado sobre todos los de ella. Y así hasta que Juanín de Médicis con toda su caballería y también ciertos infantes que con él habían venido de su nación se hubiesen retirado, él no quiso retirarse. Y los soldado peones (como antiguamente los llamaban en Castilla) fueron los caballos aquel día y los caballos, peones. Que con solas dos piezas de artillería (si bien ofendidos de otras muchas) se ganó el juego este día.

     Aquí dice el Jovio que todo el ejército imperial fué rebatido y retirado a Milán y es falso; porque el Próspero con su campo nunca llegó al río ni más soldados de los que están dichos que lo defendieron. De manera, que sin verse los ejércitos uno a otro, se retiró Próspero a Milán muy en salvo y holgadamente, sin ser rebatido del francés.

     Donde antes de llegar fué Antonio de Leyva de guarnición a Pavía con ocho banderas de españoles y con dos estandartes de hombres de armas y tres de caballos ligeros.

     Y hubo notables escaramuzas harto nombradas en aquel tiempo; aunque quien debía no las escribe. Particularmente una de que salió por caudillo Juan de Urbina con seiscientos españoles una noche, y hicieron grandísimo daño, aunque murieron los capitanes Martín Sánchez Mancho y su compañía de españoles; y murió el capitán, vengándole muy bien sus soldados, y Hernando de Alarcón, que regía el campo por la enfermedad de Próspero Colona.

     Entendiendo Próspero Colona que era imposible resistirlos por la poca gente que tenía contra tan gran multitud, envió primero a Milán la artillería más pesada. Y probándose con el contrario en algunas escaramuzas, donde se recibió y hizo daño, se retiró a Milán y metió en ella, sin recibir daño en la retirada. Con esta nueva se alteró tanto la ciudad como si el enemigo estuviera dentro de ella. Pero en tanto que el almirante recogió los suyos, y esperó a algunos que quedaban atrasados en Milán, se esforzaron y repararon las cavas, fosos y muros, fortificándolas de manera que pudiese resistir a los enemigos, si se pusiesen sobre ella. Y lo mismo mandó hacer en Pavía y Cremona.

     Y envió a avisar al marqués de Mantua que en Lodi estaba con quinientos caballos y otros tantos infantes, como capitán del Papa, por defender y sustentar estas plazas principales y dejar gastar la gran furia e ímpetu que la gente francesa traía, hasta tener junta la gente que de venecianos y de toda Italia venía. Luego que se retiró Próspero, el almirante pasó el río Tesin, con muy buenos pensamientos de recobrar lo que Lautrech había perdido en Lombardía los años pasados, y caminó hasta ponerse en Milán.

     Dos días después que llegó Próspero, que sería a 15 ó 16 de setiembre, tenían ya Próspero Colona y el duque doce mil soldados. Y siempre que era menester se armaba mucha gente del pueblo, con ánimo y voluntad de morir por su defensa. Viendo el almirante que había tardado en llegar con su gente a la ciudad, mudando el parecer del combate, puso su campo entre el camino de Lodi y el de Tesin, a una milla de Milán, con demostración de la tener cercada y perseverar en el cerco, escribiéndolo así a diversas partes de Italia. Envió parte del campo a cobrar a Monza. Y luego mandó a Pedro Bayardo, capitán muy diligente, que partiese con ochenta y cinco soldados y diez tiros gruesos y buena gente de caballo para Lodi. Y llevaron para combatirla diez piezas de artillería, donde, como está dicho, estaba el marqués de Mantua. El cual, siendo avisado por un deudo suyo que en el campo francés andaba, no atreviéndose a defender la ciudad con tan poca gente, salió de ella y se fué a juntar con el duque de Urbino y campo de venecianos, que ya tenían conforme a la Liga.

     Y hallando Bayardo la ciudad de Lodi sin defensa, se entró en ella. Y dejando la guarnición que le pareció, según el orden que del almirante llevaba, pasó el río Ada y se juntó con micer Reucio Cerro Romano, que traía cuatro mil soldados que había hecho a costa del rey en Carpo, y en la señoría de Ferrara. Y juntos los dos fueron sobre la ciudad de Cremona, la cual estaba bien proveída y fortificada, ansí con la gente de Antonio de Leyva como con otras compañías que después se enviaron a Pavía, que eran tres mil y quinientos hombres, y por principal capitán en ella, entre otros señalados, Francisco Salomón.

     Y si bien la gente de los venecianos estaba en Pontivigo, sin hacer caso de ellos, los franceses comenzaron a combatir a Cremona, habiendo primero hecho algunos protestos y requerimientos, que por común o fingida justificación acostumbran a hacer los capitanes.

     Visto que no daban oídos a concierto alguno de los que dentro estaban, mandó plantar su artillería cerca de la muralla y darles batería tres días arreo. Y habiendo derribado un lienzo de ella de más de treinta pasos, mandó que, dada la señal, todos arremetiesen.

     Estando, pues, a punto para lo hacer, cayó tanta agua del cielo cuatro días arreo, que les fué forzado dilatarlo. Entre tanto, los que estaban dentro tuvieron lugar de hacer reparos en aquella parte, y los cercadores padecieron gran falta de vituallas, no podiéndoles venir de Lodi ni de las otras partes del río Ada, por las grandes lluvias y porque el duque de Urbino y el marqués de Mantúa, y el provisor, de Venecia, que se habían acercado, les hacían todo el mal que podían.

     Desesperado Bayardo de poder tomar a Cremona, avisó al almirante, y él le envió a mandar que dejase aquella empresa y se tornase para él con propósito de echarse sobre Milán. Bayardo lo hizo así, y vino a se alojar en Monza, de 1a otra parte de Milán, y mandó a los suizos que tornasen a poner cerco sobre Milán. Los cuales, cuando llegaron a Monza, pusiéronla en gran necesidad, a causa que, tenía sobre sí dos campos: uno de la una parte, y otro, de la otra. Por lo cual con gran dificultad les entraban bastimentos.

     Habían también los franceses quebrado los molinos, que fuera la ciudad estaban, y dentro no había muelas hechas: por lo cual hubo cuatro días tanta falta de harina, que cien mil personas estuvieron una semana entera sin comer pan, manteniéndose con legumbres, hasta que hicieron molinos de mano y tuvieron harina.

     Pusiéronse a la puerta que llaman Tesines, donde estuvieron tres meses.

     Estaban dentro don Fernando de Avalos, marqués de Pescara, y su sobrino don Alonso de Avalos, marqués del Vasto y conde de Aquino; el uno capitán general de la infantería y teniente general de todo el ejército; y el otro, capitán de gente de armas y coronel de infantería; Antonio de Leyva, Hernando de Alarcón, capitanes de gente de armas, y del Consejo; y el abad de Nájara, proveedor general y comisario del ejército imperial; el maestre de campo Juan de Urbina.

     Había cada día escaramuzas entre españoles y franceses, y aunque Próspero estaba ya viejo y gravemente enfermo, no, faltaba de proveer y remediarlo todo, teniendo el ánimo grande, si bien el cuerpo enfermo y flaco. Pero habiendo avisado de su poca salud al Emperador, el cual, por la ausencia del marqués de Pescara, envió a mandar a Hernando de Alarcón, que estaba en Nápoles (que fué un gran varón y capitán muy señalado), que fuese luego a Milán a ayudar a Próspero, entretanto que Carlos de Lanoy, virrey de Nápoles, venía con la gente de socorro, y con las gentes de la Liga. Dióse este despacho al comendador Gómez Juárez de Figueroa. En lo cual puso alguna dilación; y la turbación de la muerte del Papa Adriano, que sobrevino, fué ocasión para que el duque de Ferrara, juntando alguna gente, quisiese apoderarse de la ciudad de Faenza, que el Papa Julio le había quitado, y turbase algo las cosas de Italia, haciéndose con el rey de Francia.

     Dióse Hernando de Alarcón gran priesa en venir a Milán, do llegó primero o segundo de noviembre, y aunque entró en ella con riesgo de su persona, fué a tiempo que era bien menester, porque la enfermedad de Próspero había crecido tanto que ya no estaba para nada. Por lo cual Alarcón fué alegremente recibido de todo el ejército; y reconociendo el asiento que los franceses tenían, con ciertas escaramuzas que con ellos trabó y entendiendo todo lo que pasaba, tomando a su cargo, lo que el Próspero no podía ya ejecutar entre los muros de la ciudad y los bestiones que los españoles guardaban, mandó hacer y levantar un caballero y baluarte tan alto, que señoreaba el campo de los enemigos. Y plantando en él cuatro cañones y dos culebrinas, hacían desde allí grandísimo daño a los franceses. Y demás desto, no los dejaba reposar un punto, con continuos sobresaltos que daba en su real. Entre los cuales salió una noche el maestre de campo Juan de Urbina (a cuyos hechos nunca se dió la honra y loa que merecían) con seiscientos españoles, y dió de súbito sobre un bestión del campo francés, rompiendo los que le guardaban.

     Entró por el campo matando y hiriendo en ellos, y tomándoles cuatro banderas y prendiendo algunas personas, se tornó salir con muy poco daño.

     Y así apretaban ordinariamente a los enemigos con escaramuzas y rebatos. Y lo mismo hacía Antonio de Leyva desde Pavía, donde estaba, atajándoles también y quitándoles los bastimentos que venían a su campo. De manera que la guerra se apretaba harto. Por lo cual el almirante tuvo necesidad de no tener divididas sus gentes, y envió a mandar a Pedro Bayardo, que estaba en Monza, que se viniese al alojamiento que él tenía. Y haciéndolo así quedó, más libre la provisión de Milán, quedando aquella parte desembarazada. De manera que el almirante de Francia desconfiado ya de haber la ciudad por hambre ni combate, tentó haberla por traición.

     Para lo cual procuró tratos secretos con algunos de los soldados italianos que con el Próspero estaban, haciéndoles grandes promesas; y como la codicia es raíz de todos los males, movido de ella un alférez llamado Morgato de Parma, conjurándose con otros tres soldados, concertó dar entrada a los franceses por cierta parte, matando al sargento que la guardaba. Y para mejor poder hacer esto, dió parte dello a un amigo suyo llamado Juan de Ferrara, queriéndolo por compañero en la traición. Este, teniendo más lealtad, descubrió la traición, y fueron presos los conjurados, y confesando su delito a puros tormentos, los pasaron por las picas.

     Señalóse grandemente en este cerco el maestre de campo Juan de Urbina una noche de San Martín que salió de su guardia con solos cincuenta soldados de compañía, y con más ánimo que armas, porque no llevaba sino un peto de munición que solía traer y una alabarda en las manos; dió en un cuartel de las guardas francesas tan reciamente, que matando y hiriendo a muchos de los enemigos, les tomó cinco banderas por su propria mano, que en aquel cuartel estaban de guardia. Y sin perder ni un soldado se retiró, trayendo las banderas en los brazos, que nadie bastó a hacérselas dejar.

     Espantó tanto esto a los franceses, que luego levantaron el cerco, fingiendo que el tiempo lo causaba, y se retiraron a Visagra, tres cuartos de legua de Milán.

     Y el capitán francés, viendo cuán mal le sucedían sus designios y el poco efeto que hacía con su ejército, y que el invierno era ya muy recio, para poder sostener el campo, por ser casi fin de noviembre, y también teniendo nueva que el virrey de Nápoles venía ya con su ejército determinó de alzarse; aunque queriéndolo hacer sin perder reputación, movió primero trato de que se asentase tregua por dos meses. Pero como Hernando de Alarcón entendiese sus pensamientos, puesto que sobre ello, hubo algunas pláticas, no quiso otorgársela. De manera que el almirante se hubo de levantar, al cabo de dos meses que estuvo sobre Milán, sin hacer cosa buena, y se fué a aposentar en Barrasa, que es una buena villa, catorce millas de Milán, donde después estuvo muchos días.

     Y Hernando de Alarcón le fué siguiendo y picando en la retirada, escaramuzando con la retaguardia la mayor parte del camino, con caballos ligeros y hombres de armas. Con esto quedó Milán desembarazada, sin pasar por algunos días cosa notable entre los franceses y imperiales.



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- XXI -

Carlos de Lanoy, virrey de Nápoles, viene a socorrer a Milán. -Clemente VII sucede en la Silla por muerte de Adriano. -Entra Carlos de Lanoy en Milán. -Muere Próspero Colona.

     En tanto, pues, que lo que está dicho pasaba en Milán y Lombardía, el virrey de Nápoles, Carlos de Lanoy, se había dado la priesa posible para socorrer a Próspero con toda la gente española e italiana que pudo recoger.

     Y supo ser elegido por Pontífice el cardenal Julio de Médicis, que era sobrino y legado del Papa León X, y fué legado suyo en el ejército cuando se cobró Milán, como arriba está dicho.

     Fuésele a pedir de parte del Emperador, quisiese confirmar la Liga defensiva que Adriano, su predecesor, había hecho en bien común de Italia. Y el Papa mostró buena voluntad, si bien no tanta que no se le entendiese que con las nuevas honras no hubiese mudado parecer, como es tan ordinario. Dijo que si luego confirmaba la Liga se mostraría muy parcial y no podría ser buen medianero para componer los dos príncipes y pacificar la Cristiandad, que tanto tocaba a su oficio. Con todo, mandó dar para ayuda a la costa de los ejércitos su parte de las décimas del reino de Nápoles.

     Y en tanto que esto se trataba, el virrey Carlos de Lanoy prosiguió su camino, y llegando a Bolonia recibió cartas del duque de Milán y de Hernando de Alarcón (a quien dicen que por sus méritos le llamaron el señor Alarcón, aunque don Antonio de Guevara, que le conoció bien, no le llama sino el señor de Alarcón.).

     Y desde a pocos días que el virrey entró en Milán, murió el excelentísimo capitán Próspero Colona, cuyas virtudes y hazañas merecen perpetua memoria. Dicen que su mal fué de hierbas que le dieron. Llevó su cuerpo a sepultar a la capilla de sus pasados, Marco Antonio Colona, su sobrino.

     Y por abreviar la guerra, concertó el virrey con el embajador de Venecia que el ejército de venecianos, pasado el río Adda, se juntasen con el del Emperador, siquiera hasta que llegasen seis mil alemanes que había mandado hacer. También alcanzó del embajador del Papa que los de caballo que estaban por la Iglesia con el marqués de Mantua, se juntasen asimismo con el ejército imperial, y luego negoció con los florentines, seneses y luqueses, que proveyesen de moneda conforme a lo capitulado. Y por que no se les hiciese grave pagar tanto dinero junto, tomó el mejor medio que pudo, con intento que para pagar el restante que ellos no quisiesen pagar, haría que el duque Esforcia lo pagase.

     Habiendo, pues, pasado los venecianos desta parte del río Adda, y venida la gente alemana, el virrey Lanoy salió con el ejército. Y de la ciudad de Milán salió gran número de naturales, por el amor grande que tenían al duque, para le servir en esta jornada. Mas pareció que convenía que el duque se volviese a Milán, por no poner en tanto peligro su persona.

     El francés, sabiendo que los imperiales sacaban su ejército, y que (lo que nunca pensara) los venecianos se juntaban con ellos, si bien estaba turbado por cierto daño que en Rebecho había recibido su gente en un rebato que les dió el marqués de Pescara, matando y despojando a muchos, para poder sustentar la guerra y reputación de ella procuró de traer seis mil suizos, que con los que él tenía hacían doce mil desta nación.



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- XXII -

Queman dos frailes herejes en Bruselas. -Muere Adriano, de tósico que los enemigos del Emperador, dicen, que le dieron.

     De esta manera pasaron las cosas en Lombardía este año de 1523 en que murió el general Próspero Colona, y entró en el cargo Carlos de Lanoy como virrey de Nápoles, y don Hernando de Avalos, marqués de Pescara, y Hernando de Alarcón, por sus acompañados y principales en la guerra. La cual se comenzó a hacer, como veremos, en el año siguiente.

     En Pamplona, a 6 de noviembre de este año de 1523, estando el Emperador determinado de volverse a Castilla (como dije), hizo capitán general a don Iñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla y duque de Frías.

     Y dice que le da esta conduta y patente, así para recobrar lo que destos reinos se había perdido durante su ausencia, como para procurar de quitar los inconvenientes que había excusado la guerra contra infieles. En que siempre había deseado emplearse todo, en especial contra el Turco, principal enemigo de la Cristiandad.

     Para lo cual, y para otras cosas que cumplían al bien de estos reinos, había mandado hacer un grueso ejército de gente de a caballo, y de infantería de alemanes y españoles, con mucha artillería y municiones, bastimentos y otras cosas. Para cuya gobernación le nombraba por capitán general, y ponía en su lugar, etc.; diciendo las palabras más encarecidas y honradas que se pudieron pensar, muy merecidas y debidas, a quien el condestable era.

     Eran los principales capitanes de este ejército, a quienes el Emperador manda que obedezcan al condestable, como a su persona, el príncipe de Orange, general de la infantería española; Rocandulfo, general de la Alemaña; Terramonda, capitán de la artillería; micer Antonio Vaguerot, capitán de la puente del dicho ejército.

     Mandó el Emperador que el condestable entrase por la provincia de Bearne, con el campo que dije, aunque por ser el corazón del invierno padecieron grandes trabajos en el paso de los montes Pirineos. Y después de pasados y entrados en Francia sin hallar resistencia, se apoderó el condestable de los lugares llanos, y caminando adelante fué sobre una villa cercada (que se decía Melon), la cual tomó con poca dificultad. Y lo mismo hizo de otra (llamada San Pelayo); pasó a sentar su campo sobre Salvatierra, que es tierra fuerte, y cabeza de Bearne. De la cual se había salido don Enrique, señor de ella, rey que se llamaba de Navarra, dejándola proveída de gente y artillería.

     El condestable mandó plantar la artillería, y la batió de tal manera, que los de dentro trataron de rendirse con razonables medios, con que los dejasen ir con sus armas y ropa; y así se hizo.

     Y acabada de tomar Salvatierra, se vino a juntar con el condestable la gente de Aragón, que por los puertos de Jaca había entrado, que eran doce banderas de infantería y caballos. Cuyo capitán era don Carlos de Pomar, gobernador de Aragón.

     Después de haber corrido todo el valle de Aspa y hecho mucho daño en las tierras del rey de Francia, tomado y saqueado la villa de Durdos y combatido con los franceses en la defensa de un paso en los puertos de Aspa, habían muerto muchos dellos.

     Y estando en este término el Emperador, que todavía estaba en Pamplona, siendo avisado que el campo francés se había retirado sobre Milán, que era uno de los respetos porque esta guerra se había comenzado, y considerando el poco efeto que por aquella comarca se podría hacer, por ser tierras llanas y que no se podían sostener; y como el tiempo y la falta de bastimentos, que ambas cosas tenían muy fatigado su ejército, no daban lugar a cercar a Bayona, envió a mandar al condestable que con la mejor orden que pudiese se viniese a poner sobre Fuenterrabía y no se alzase de ella hasta tomarla. Que era el fin principal para que este ejército se había hecho.

     En la cual estaba por principal capitán Mr. de Frange, y con él don Pedro de Navarra, mareschal de Navarra, el cual desde el principio de esta guerra se había pasado al rey de Francia, siguiendo por entonces la opinión de su padre, que poco antes murió en Simancas, do estaba preso. Y aún se dijo que él mismo se había muerto, pero sin verdad.

     Y el condestable, cuyo parecer era el mismo, lo puso luego por obra, y comenzó a caminar en los días últimos de este año con grandes dificultades de nieves y fríos y falta de bastimentos. Y el Emperador, por dar orden y calor a su campo, se vino con la corte de Pamplona a Fuenterrabía. El suceso que hubo diré adelante.

     En este año, en Bruselas, que es una ciudad principal de Brabancia, quemaron dos frailes agustinos, pertinaces herejes luteranos. Y los luteranos los pusieron por sus protomártires, como a Juan Hus y a otros de esta harina, herejes. Porque el diablo también tiene sus mártires, pero no como los de Cristo, a quienes hace mártires, no las penas que padecen, sino la causa, como dice San Agustín.

     Este año, a 18 de setiembre, murió Adriano, Papa VI de este nombre. Ya he dicho cómo era holandés, y que fué deán de Lovaina cuando el Emperador Maximiliano le hizo maestro de Carlos, su nieto, por ser hombre doto y bueno. Vino a España por embajador al Rey Católico sobre la gobernación de Castilla, y a tomar la posesión del reino por don Carlos.

     Fué gobernador de Castilla y obispo de Tortosa. Murmuraron de él, porque no se desenvolvió como sus antecesores, y aun porque afeó a los cardenales sus vicios y pajes, y porque no socorrió a Rodas. No quiso absolver a los que saquearon a Génova, ni pasar el arzobispado de Toledo a don Jorge de Austria, hijo bastardo del Emperador Maximiliano, acordándose que las Comunidades se quejaron que lo fuese Guillén de Croy.

     Dió al Emperador Carlos, como a rey de España, la administración perpetua de los maestrazgos de Castilla, y quitóle el tributo de Nápoles para siempre, y hizo en su favor otras cosas. Dióle más la cuarta de todos los diezmos en estos reinos de Castilla y todos sus señoríos, exceto Nápoles y Alemaña, como parece por el breve que está en Simancas.

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