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Año 1524

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- XXIII -

Las competencias y guerra de Lombardía entre imperiales y franceses. -Encamisada famosa que el de Pescara dió al francés a trece de enero.

     Desde que el almirante de Francia entró en Lombardía el año pasado de 1523 hasta el fin de él, que fueron cuatro meses, en la común estimación, sostenido se habían los franceses en su reputación, dando a entender estar más poderoso su campo que el imperial, por haber, como se ha visto, ocupado las ciudades de Alejandría y Lodi, y sustentado las fortalezas de Cremona, y haber estado sobre Milán más de dos meses, si bien en las escaramuzas y correrías no habían llevado lo mejor. Pero en este año de 1524, dentro de pocos días, se quitó esta duda y comenzó a declinar la fuerza de su parte, y declarar la fortuna sus favores por estos medios.

     Salió, como dije, el campo imperial de Nápoles con todos los capitanes nombrados, y el duque Esforcia quedó en Milán para la guarda y defensa, con alguna copia de gente. Queriendo, pues, poner temor al enemigo, hubieron su acuerdo el virrey, el marqués de Pescara, que era su lugarteniente y general de la infantería, y don Alonso de Avalos, su sobrino, marqués del Vasto, Hernando de Alarcón y otros; determinaron de darle una mala noche, y fué así:

     Que monsieur de Vandoney y monsieur de Bayarte estaban con tres mil infantes y quinientas lanzas alojados en un lugar llamado Rabeca, cerca de la acequia que sale del río Tesin, una legua de donde estaba el almirante, y a cuatro de Milán. Por lo cual, publicando el marqués de Pescara que quería hacer alarde y reseña de su gente, la mandó salir al campo fuera de Milán en amaneciendo, y después entrar en la ciudad. Y a la primera vigilia de la noche sacó el marqués (que fué el autor de este hecho) tres mil españoles escogidos, a los cuales mandó poner sobre las armas camisas, porque se conociesen entre los enemigos de noche. Envió por otra parte a Juanín de Médicis, sobrino del Papa, que fué uno de los animosos y atrevidos capitanes de su tiempo, con alguna infantería y caballos ligeros, que fuesen a dar y tener en arma al almirante, que estaba en Biagrasa.

     Dos horas antes que amaneciese salieron de Milán. Llevaba la vanguardia el marqués del Vasto. En retaguardia venían el virrey y los otros capitanes, para que si Bayardo o el almirante quisiesen favorecer a los suyos, acudiesen en ayuda del marqués.

     Llegó la infantería española y alemana, aunque fueron sentidos; mas acometieron con tanta determinación y denuedo, y el marqués delante, con una espada y rodela, que no bastó resistencia, ni la que hizo el capitán Egidio de Cortoña con una bandera de corzos que animosamente se pusieron a la puerta. Pero en tanto que se enfrenaban los caballos y la gente se vestía, con la confusión y grita de tan gran sobresalto, su real fué entrado, matando y hiriendo sin piedad. Lo cual se hizo con tanta presteza, que monsieur de Bayarte y los otros capitanes no tuvieron lugar de hacer ni proveer nada. Antes, desnudos y mal vestidos, salieron huyendo con parte de la gente que pudo escapar, y los demás fueron muertos o presos, y todos robados y despojados; en que se hubo gran saco de ropas y alguna plata, y gran número de caballos y acémilas y muchas banderas y estandartes. No se vió en aquellos tiempos tanta gente de armas desbaratada con tanto daño en tan breve tiempo, que fué sólo un rebato de dos horas.

     De la gente que huía prendió muchos Juanín de Médicis.

     Con esta hermosa presa y sin ningún daño volvieron los imperiales muy contentos a Milán; y los enemigos no osaron salir de su suerte.

     Sintió mucho el almirante este daño, así por lo que perdió de gente y armas, como por la estimación y el buen suceso de este hecho; y tan buen principio, de año, no solamente puso temor a los enemigos, pero esfuerzo y alegría a los amigos. De manera que dentro de pocos días en los cuales se ofrecieron algunas escaramuzas, estando ya juntos los ejércitos de venecianos y alemanes que se esperaban; porque el agosto pasado se habían confederado los venecianos con el Emperador, siendo el embajador Alfonso Sánchez, caballero aragonés, levantaron seis mil infantes y quinientos caballos de todas sillas, conforme a lo capitulado, y con ello se juntaron con el campo imperial.

     Salieron de todo punto de la ciudad y a los 5 ó 6 de hebrero, con toda la gente de pie y de caballo, muy galana y pláticamente aderezada, en que había ochocientos hombres de armas y mil caballos ligeros y cinco mil infantes españoles, ocho mil alemanes, dos mil italianos, que serían por todos diez y ocho mil infantes, seiscientas lanzas gruesas y quinientos caballos ligeros, sin el ejército de venecianos.



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- XXIV -

Llega el duque de Borbón al campo imperial cuando salía de Milán, y muy solo, aún de criados. -Toman los españoles a Sartirana. -Enciérrase el francés en Novara. -Lo que dice de españoles el francés.

     Este mismo día que el campo salió de Milán, acertó a venir a él el duque de Borbón por orden que el Emperador le había enviado con monsieur de Viurre. La cual le alcanzó en Génova quiriéndose partir para España. Y le dió título de su lugarteniente, lo cual él acetó con contento y fué recibido del virrey y de todos aquellos capitanes alegremente.

     Dijo que el ejército imperial era tal, que aun el rey de Francia no estaba seguro en París; con que levantó los ánimos de todos.

     Salieron a alojarse en Binasco, diez millas de Milán, y el más cercano a Biagrasa, a do los enemigos estaban cuatro o cinco millas de él.

     Y desde a dos días llegó el duque de Urbino, Francisco María de Monte-Flor con el ejército de los venecianos a otro lugar llamado Mota, que es dos millas más atrás.

     Los franceses no hicieron muestra alguna de querer batalla, estándose en Biagrasa, que es tierra bien fuerte. Pero como los campos estaban tan vecinos, había cada día grandes escaramuzas y pasaron cosas señaladas en ellas, que las dejo por no cargar con menudencias la historia.

     El virrey y los capitanes que con él estaban pretendían echar de su alojamiento a los franceses. Y para esto echaron puentes al río Tesin y que pasasen caballos ligeros a les romper el camino por dónde les venían las vituallas a los enemigos.

     Visto que no bastaban para ponerlos totalmente en necesidad, todos los capitanes fueron de parecer que dejando bien proveído a Milán, pasasen el Tesin con todo el ejército. Hiciéronlo así, a 2 de marzo, sin algún impedimento del campo francés. Y fueronse a aposentar a un lugar llamado Gavalo, casi en medio de Garlasco y Vegeven, que estaban por los franceses. Y porque del dicho lugar de Garlasco les podían hacer daño y impedirles las vituallas, acordaron de lo combatir, aunque los franceses lo tenían bien fortificado.

     Y encargándose del combate el duque de Urbino, general de los venecianos, con su gente, con parecer de los demás capitanes, por los enemistar más con los franceses, fueron sobre él y batiéronle con gran determinación.

     Era el lugar fuerte de muros y fosos de agua.

     Derribaron parte del muro y dieron el asalto. Pero los de dentro se defendieron valientemente, de manera que los venecianos se retiraron.

     Súpolo el marqués de Pescara, que estaba cerca con el campo, y envió de presto hasta quinientos españoles sin bandera, por no afrentar a los venecianos, sino como gente desmandada. Los cuales fueron y tomaron la vanguardia al tiempo de arremeter, y si bien con muertes y heridas de algunos, entraron el lugar por fuerza de armas y lo saquearon, matando más de trecientos hombres, costando a los venecianos otros docientos, muy buenos soldos y algunos nobles.

     Viéndose el almirante inferior en la fortuna y gente, temiendo perder otros lugares, perdida la esperanza de Milán, pasó con su gente el Tesin y viniéronse a poner en Vegeven.

     Y estando así cerca los unos de los otros, había cada día escaramuzas; en las cuales los franceses recibían tanto daño, que las rehusaban cuanto podían, procurando entretener y alargar la guerra hasta que les viniese el socorro que esperaban.

     Entendiendo esto el virrey de Nápoles, por los compeler a salir de su fuerte y desviarlos del río Tesin, acordó de mudar su alojamiento y pasó a San Jorge. Envió a Juan de Urbina con dos mil españoles y cuatro cañones sobre un lugar fuerte llamado Sartirana, cerca del Po. El cual los franceses tenían con seiscientos soldados de guarnición y algunos caballos y hombres de armas. Porque de allí les aseguraban el camino para las vituallas que les venían del marquesado de Monferrat y del Piamonte.

     Y Juan de Urbina llegó a Sartirana, que estaba a siete millas del campo, y comenzándola a combatir con la artillería, le dieron luego el asalto, y arrimándole las escalas, la combatieron con tanta fuerza y ánimo, que si bien de dentro hicieron su deber, les entraron por fuerza, matando y prendiendo muchos de ellos, siendo el primero que a escala vista se puso sobre el muro Juan de Vargas, natural de Medellín, alférez de Juan de Urbina, asentando en lo alto la bandera.

     De la misma manera tomaron luego el castillo, donde los de Mase se habían retirado.

     Y fueron presos el conde Hugo Pepulo, bolonés, y Juan de Virago, milanés, que eran los principales capitanes. Pasó esto en 26 de marzo.

     Y el almirante de Francia, que había tenido aviso cómo combatían a Sartirana, viendo lo que le importaba, partió a priesa con su campo, pensando llegar a poderlos socorrer. Pero paró en Matura, porque supo allí que era ya tomada, muerta y presa la gente que dentro estaba.

     Y queriendo satisfacerse de esta pérdida, teniendo aviso que de Pavía venían vituallas al campo imperial, envió el postrer día de marzo cien hombres de armas y docientos caballos ligeros, y otra banda de arqueros, a se las tomar y romper el camino. Los cuales lo hicieron a su salvo, sin hallar a la ida quien se lo estorbase.

     Pero a la vuelta toparon con ciertas compañías de caballos de campo imperial, que pelearon con ellos y los rompieron, y trajeron presos más de docientos de caballo. Entre los cuales hubo tres lugartenientes de gente de armas, y muchos gentiles hombres franceses.

     Pasado esto, y viendo el almirante que su campo estaba menoscabado por la gente que había perdido, acordó meterse en la ciudad de Novara hasta que viniesen los suizos y otras gentes que esperaba. Hízolo así; y el virrey envió dos mil caballos ligeros, que le fuesen dando en la retaguardia. Quemáronle algunos carros cargados de barcas y pedazos de puentes y le tomaron muchos caballos.

     Metido de esta manera en Novara el campo francés, los imperiales acordaron de se poner en Camarin (que es un lugar fuerte entre Novara y Nodara, ciudad del duque de Sahoya), porque el francés no intentase apoderarse también de ellas. Y ansimismo tuvieron manera para que no les pudiesen meter guarnición dentro. Con que fué acabar de quitar y cerrar a los franceses el camino, para que del Piamonte no les viniesen vituallas.

     Sucedió también que Juanín de Médicis, que de la otra parte del Tesin había quedado con tres mil infantes y algunos caballos ligeros a sueldo del duque de Milán, después de haber hecho retirar ciertas compañías de grisones que habían bajado a molestar las tierras de venecianos, por orden del rey de Francia, pensando con esto divertir y apartar el campo de los venecianos de la compañía del imperial, fué sobre Biagrasa y la tomó por combate, si bien recio y sangriento, matando y prendiendo los que habían quedado para su defensa. De manera que el almirante de Francia se sintió tan apretado, que no pensaba ya sino cómo volvería a la patria amada sin ser rompido y deshecho. Para lo cual tenía puesta toda su esperanza en el socorro de los suizos, que sabía estaban cerca. Con los cuales venía monsieur de Harlon, porque sin ellos no se atrevía a caminar.

     Y los imperiales ponían gran diligencia en estorbar que los suizos no se juntasen con él, por lo acabar de romper y deshacer. Y para este efeto, siendo ya los 27 de abril, mudaron el campo de Camarin y fuéronse a alojar en Brandra, que era casi en medio de Novara, do los franceses estaban, y el lugar por donde los esguízaros habían de pasar el río que se dice Cieza, que también lo llaman Gatinara.

     El almirante, temiendo ser atajado, partió el mismo día de Novara con su ejército. Fuése a alojar a Romania, que es una milla sobre el paso del dicho río, certificado que ya los esguízaros venían cerca de Gatinara, que es de la otra parte de él.

     De esta retirada culpan algunos al virrey de Nápoles, porque estorbó que no fuesen seguidos los franceses, afirmando que los pudieron alcanzar y romper, siendo el duque de Borbón de parecer, y otros capitanes, que se hiciese.

     Perdida esta suerte, el almirante tuvo aviso que los esguízaros estaban ya en Gatinara, de la otra parte del río. Pasó lo más apriesa que pudo, y juntóse con ellos. Lo cual no pudo hacer tan presto que no llegasen algunas compañías de infantería y caballos ligeros del campo imperial, que con el aviso de su pasada venían en su alcance, a tiempo que les pusieron tanto temor que muchos de su retaguardia se ahogaron por pasar a priesa.

     Y pasando el vado tras ellos fueron escaramuzando con los franceses gran trecho con tanta furia, que mataron muchos de ellos y les tomaron la artillería y algunos estandartes.

     Y fué este día herido el almirante, que iba en la retaguardia, de un arcabuzazo en el brazo izquierdo.

     Apretó el marqués de Pescara fuertemente a los enemigos en este paso del río aunque con poca gente de a pie y a caballo. Venía con él el conde de Potencia, señor calabrés del reino de Nápoles, que era capitán de gente de armas. Y entrando de tropel en el río tras los franceses, en medio del río llegaron los dos, marqués y conde, a ciertas piezas de artillería, que a los franceses allí tomaron.

     Sobre las cuales hubo después grandes diferencias entre estos dos caballeros, porque cada cual pretendía ser el primero que había llegado a las piezas. Y sobre esta demanda el conde envió después carteles de desafío al marqués. Los cuales no se ejecutaron, porque el conde no era de la calidad del marqués. Y tomó por él la demanda don Felipe Cerbellón, caballero catalán y capitán de infantería, y muy valeroso. Y esperó en Mantua al conde para pelear con él. Y por esto no fué a la jornada de Marsella, que diré adelante, y no tuvo efeto este desafío por mandado de Su Majestad.

     Así que con harto daño y turbación caminaron los franceses cuatro o cinco millas, hasta un lugar llamado Arobasen, adonde se alojaron, siguiéndolos todavía algunos caballos y caballeros. Alojáronse aquella noche los imperiales en Romania, de donde los franceses habían partido.

     El virrey, con acuerdo de los demás capitanes, determinó pasar el río en seguimiento del francés, por no los dejar reparar ni rehacer. Y luego que amaneció, que fué postrero de abril, se hizo así. Y comenzó a marchar el campo, si bien los franceses partieron poco después de media noche de su alojamiento, caminando a gran priesa y en muy buen orden. Todavía antes de mediodía los caballos ligeros y arcabucería española, con la cual iba el marqués de Pescara y Hernando de Alarcón, alcanzaron su retaguardia a la entrada de un monte, y trabaron con ella una tal escaramuza que mataron y hirieron muchos de ellos, y les tomaron tres o cuatro piezas de artillería.

     Y queriendo monsieur de Bayarte con alguna gente de armas volverla a cobrar, fué herido de un arcabuzazo que le dió un español, y cayó del caballo con el dolor de la herida, y fué preso y allí debajo de un árbol desarmado para curarlo. El cual decía palabras que quebraban el corazón, y que si bien como hombre sentía la muerte, se consolaba en ver que moría en servicio de su rey y a manos de la mejor nación del mundo. Cosa que el preciaba mucho.

     Ordenó algunas cosas tocantes a su alma, y allí expiró; y el de Pescara lloró su muerte, y mandó dar libremente el cuerpo a sus criados, para que lo llevasen a Francia.

     Y los franceses prosiguieron su camino cerrados y en orden, sin osar hacer rostro a los imperiales.

     Lo cual visto por el virrey, que era imposible ser alcanzados, según era la furia con que caminaban, y que ya iban fuera del estado de Milán, acordó que el campo no pasase adelante. Con todo, alguna gente desmandada los siguió. Entre los cuales el capitán Luis Pizaño, que a la sazón era sargento de la compañía del capitán Rivera, y fué un valeroso soldado, y junto con esto muy cristiano, y que jamás le vieron tomar el nombre de Dios en la boca si no era para loarle y encomendarse a El, y en los peligros fué el primero, con pocos arcabuceros porfió tanto en seguir los franceses, que pasó de veinte millas, que son casi siete leguas, peleando con la retaguardia y sacándoles los carruajes de entre sus escuadrones, hasta que entrados en los Alpes por la aspereza de la tierra, no los pudo más seguir, y se volvió al campo.

     Los franceses con la priesa dicha, pasaron los montes por el Vallesasa, y los suizos apartándose de ellos, caminaron por el val de Agusta, volviéndose a sus casas.

     Y el virrey de Nápoles envió en seguimiento de los unos y de los otros a Hernando de Alarcón con buena parte de infantería española y de caballos ligeros. Los cuales se dieron tan buena maña, que siguiéndolos tres o cuatro días en diversos pasos y alcances, mató y prendió muchos, y ganó diez o doce piezas de artillería y mucho fardaje. Con lo cual todo a los seis o siete de mayo volvió al campo imperial vitorioso y alegre.

     Tal fin tuvo la jornada tan temida del rey de Francia en Lombardía y tal salida hizo su gran almirante y ejército. Con más priesa que vino volvió, y con los pensamientos diferentes que no eran de más que salvarse y verse en la dulce Francia.

     No pesó mucho a Mr. de Lautrech de esta rota del almirante, el cual estaba corrido de las belas que de él había hecho el almirante cuando volvió roto de Lombardía con pérdida de la batalla de la Bicoca; donde mofando el almirante había dicho que nadie sabía pelear contra españoles, como él; que les había tomalo a Fuenterrabía. Y como él agora sin aventurarse a batalla, volvía tan deshecho habiendo perdido toda la artillería, y lo mejor de su campo, gente y bagaje, no tenía cara para parecer entre gentes.

     Y preguntándole cómo le había ido con los españoles de Italia, decía: «Yo no sé qué diga sino que cinco mil españoles son cinco mil hombres de armas y cinco mil caballos ligeros, y cinco mil infantes, y cinco mil gastadores y cinco mil diablos.»

     Luego los capitanes imperiales tuvieran consejo y acordaron que el duque de Urbino, con la gente veneciana, antes de irse a sus casas como ya lo pedían, fuese a tomar la ciudad de Lodi, que Frederico de Brezolo tenía por el rey de Francia con dos mil soldados y que el marqués de Pescara con la infantería española fuese a cobrar la ciudad de Alejandría, que también tenían los franceses ocupada desde la entrada del almirante. En la cual estaba Mr. de Ambonis con casi tres mil infantes y algunos caballos.

     Y el virrey y el duque de Borbón se fueron acercando a Milán, y no entraron en ella porque había pestilencia. Y despidiendo y pagando algunos alemanes, alojaron el resto del campo en diversos lugares. De do después caminaron para la jornada de Marsella, como se contará.

Y el duque de Urbino partió luego a su empresa de Lodi. Y el marqués de Pescara a lo de Alejandría, donde estaba fortificado Mr. de Aveni con cuatro mil franceses. Y ambos las acabaron en pocos días y con poca dificultad. Porque los capitanes ya dichos que las tenían, sabiendo que el almirante era ido y su campo deshecho, desesperados del socorro, entregaron las ciudades, con que los dejasen salir con su gente, ropa y armas y entrar seguros en Francia.

     De esta manera quedó por entonces llano el estado de Milán, y en poder de su duque Francisco Esforcia.



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- XXV -

Fin del cerco de Fuenterrabía y cómo la cobró el condestable. -Perdón que el Emperador concedió a los navarros. -Mercedes que el Emperador hizo al mareschal don Pedro de Peralta Don Pedro de Toledo, joven valeroso, tomó la posesión. -El mareschal de Navarra sirve lealmente a la casa de Castilla. -Siente el rey Francisco la pérdida de Fuenterrabía. -Castiga al capitán.

     Ya que hemos por agora acabado con las cosas de Lombardía, será biendecir el suceso que tuvo el cerco que los españoles tenían sobre Fuenterrabía, procurando sacarla de poder de franceses.

     En el tiempo que pasaron los sucesos dichos en Lombardía, había apretado valerosamente el condestable a Fuenterrabía y tenido algunas suertes buenas; y en el principio del año el Emperador envió gente de socorro, para que el condestable procediese con más eficacia; pero como el invierno fué muy recio con fríos y nieves, padecieron los españoles intolerables trabajos, de tal manera, que enfermaron muchos, perseverando los vivos con tanta constancia y firmeza, que en los contrarios causó admiración y temor.

     Fueron muy recias las baterías y grandes invenciones de fuego, con que el condestable batía el lugar, y tantos temores pusieron a los cercados con los fuegos, que dentro les echaban cada día, y con minas que hicieron, que comenzaron a desmayar y dar oídos a tratos de paz, y entregar la tierra.

     Tuvo el condestable pláticas secretas con el mareschal de Navarra, don Pedro, marqués de Cortes, que era deudo suyo, que estaba dentro en la villa con seiscientos navarros de los de su opinión. Y dióse tan buena maña, que el mareschal se inclinó a dar orden como la villa se entregase y él quedase en servicio del Emperador, como de aquí adelante fué; y el Emperador le hizo presidente de Ordenes y del Consejo de Estado.

     Finalmente, juntándose esto con el temor y poca esperanza que los franceses tenían de ser socorridos, ya no se les veía el orgullo que hasta allí habían tenido.

     Y de todo punto los allanó un gran descuido que su capitán Frange tuvo, no fortaleciendo una parte de la villa por donde se les podía hacer mucho daño. Y los españoles, si bien con trabajo, sin pensarlo los cercados, ni caer en su imaginación, plantaron allí su artillería.

     Y causóles tanto temor, que, perdido el ánimo, luego se allanaron y hicieron partido que entregarían a Fuenterrabía, con que los dejasen ir libres con sus armas y ropa, tendidas las banderas y tocando las cajas.

     Enviaron estas condiciones el mareschal de Navarra y Mr. de Frange, y el capitán Estillac. A las cuales respondió el condestable:

     A la primera, en que pedían tiempo para avisar a su rey: Que se contentasen con el que habían tenido, para hacer saber como aquel ejército tenía cercada aquella villa, y que por esto no se le podía dar día ni hora. Cuanto al segundo capítulo, en que decían que sus personas y vidas y miembros y bienes fuesen salvos, y pudiesen ir donde bien les pareciese, los franceses a Francia y los navarros a Navarra, y les fuesen vueltos sus bienes si los tuviesen: El condestable fué contento de otorgarlo como pedían. A lo tercero, que tocaba al perdón que los navarros pedían de todos los casos que habían cometido en deservicio del Emperador y de sus predecesores, y lugar-tenientes, fué contento el condestable concederlo. Lo cuarto, en lo que pedían que pudiesen llevar sus banderas desplegadas, tocando los atambores, respondió el condestable que a él y a los grandes y caballeros españoles que allí estaban, se les daría muy poco, pero que él sabía que no se podría acabar con los alemanes en ninguna manera, y que así, por quitar inconvenientes convenía que no tratasen de ello. Lo quinto que pedían era que el condestable les hiciese llevar a Bayona su artillería y municiones. A lo cual se respondió que no se había de hablar en esto ni tampoco en los bastimentos; pero que era contento que el día que saliesen, sacasen consigo los bastimentos que pudiesen llevar. Lo sexto, pedían que pudiesen llevar todas las personas y otros bienes de caballos y mulas y acémilas y barcos y galcones. A lo cual respondió el condestable que le habían de entregar los presos y que no habían de llevar las bestias que habían tomado después que la villa estaba cercada. Pero que llevasen las barcas y galcones, y que él aseguraba todo lo susodicho, y pornía en salvo toda la gente de la villa hasta dentro en Bayona o en San Juan, o donde ellos más quisiesen.

     Pidió el condestable dos cosas: la primera, que le entregasen la villa con la fortaleza dentro de seis horas, y que dentro de dos le respondiesen con toda determinación. La segunda, que Frange y Estillac diesen seguridad como caballeros, que llegados a Bayona le enviarían los vecinos de Fuenterrabía que estaban presos en Francia, pues aquéllos fueron llevados por seguridad de la villa.

     Tenía el Emperador dada una carta y provisión real, estando en Vitoria a 26 de enero de este año, a ruego y petición del condestable, por la cual perdonaba a todos los navarros que estaban dentro en Fuenterrabía, con que dentro de veinticuatro horas después de comenzada a batir se saliesen de la villa y pasasen a la parte y servicio del Emperador. En virtud de esta carta, el condestable perdonó a muchos, aunque algunos se exceptaron. Y con don Pedro de Peralta capituló, demás de lo dicho, que quedase con el oficio de mareschal de Navarra, y se le diesen dos hábitos de Santiago, uno para él, otro para un pariente. Que se le volviesen los lugares y rentas de ellos, que tenía en Navarra y Castilla, con los honores y preeminencias, como las tenían el condestable de Navarra y marqués de Falces, y otras muchas particularidades y mercedes que el Emperador le ofreció. Y así se hicieron a otros caballeros navarros, si bien se exceptaron más de cien personas principales del perdón general.

     Otorgáronse los capítulos con el mareschal a 19 de marzo 1524. Lo cual se hizo así y se entregó la villa en el fin de setiembre deste año 1524.

     Y entró a tomar la posesión de ella por el Emperador, don Fernando de Toledo, nieto y sucesor del duque de Alba. El cual, siendo muy mozo, que aún no tenía veinte años, por servir a su rey, sin licencia de su abuelo se había venido al campo y peleado como valiente caballero.

     Salieron los franceses con el seguro dicho, guiándolos hasta meterlos en Francia, salvo el mareschal de Navarra, al cual el condestable hizo una fingida fuerza, para dar color a su determinación, mandándole de parte del Emperador que como vasallo suyo se quedase en España. Y así se quedó con algunos criados y amigos suyos.

     Y el Emperador le restituyó su hacienda en Navarra y le hizo merced de cierto juro. Y fué el mareschal muy leal servidor de la casa real de Castilla.

     Pues desta manera se cobró Fuenterrabía y se hizo en toda España gran demostración de alegría, porque tenían estos reinos por afrenta y ignominia que franceses tuviesen un palmo de tierra en ellos.

     El capitán Frange volvió con su gente en Francia, y sintió tanto el rey Francisco la pérdida de Fuenterrabía, que luego lo mandó prender y afrentar en medio de la plaza de Lyon. Y en acto público le rayeron las armas de su escudo, insignia de sus pasados, privándole de que no pudiese jamás tenerlas ni usar dellas alguno de sus sucesores, y que no pudiese ceñir espada, y quedase por plebeyo. Tal era el bravo corazón del rey Francisco, queriendo con semejante castigo dar ejemplo de valor a sus caballeros y capitanes, para que cuando les faltase el esfuerzo y valor natural, el temor de la afrenta los animase a ser valientes.



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- XXVI -

El Emperador en Burgos. -Embajador del Sofí al Emperador. -Conquistas de Indias y contratación. -Estrecho de Magallanes. -Quedan con Portugal las Malucas. -Echados los franceses de Italia, imperiales y venecianos van sobre Lodi.

     Mediado el mes de marzo, salió el Emperador con toda la corte de la ciudad de Vitoria, y vino a Burgos; que era el tiempo en que pasaba en Lombardía lo que dejo contado.

     Llegó a la corte del Emperador en Burgos un embajador del Sofí Rayz Mofioli, enemigo y competidor del Gran Turco, y poderoso rey de Asia, señor de Persia y de otras muchas provincias, pidiendo y queriendo su amistad. Al cual el Emperador trató y respondió amigable y graciosamente.

     Viniéronle también cartas y relaciones de las navegaciones y conquistas de las Indias, así de las tierras y provincias de la Nueva España como de Tierra Firme, y Nicaragua y otras partes della. Que en aquellos días se habían conquistado, trayendo los naturales al conocimiento del verdadero Dios, como lo escriben Gonzalo Hernández de Oviedo y otros dotos y curiosos coronistas. A los cuales remito al que por extenso los quisiere saber.

     Tratóse también en esta sazón el negocio de la conquista y navegación de la especiería y islas del Maluco, que Hernando Magallanes y Joan Sebastián, por mandado del Emperador, habían descubierto, navegando al poniente por el estrecho que para ello descubrió Magallanes. Porque el rey de Portugal, con mala información de algunos de sus vasallos, pretendía pertenecerle y caer en su repartimiento, siendo clara y ciertamente de la casa de Castilla.

     Y el Emperador, por satisfacer al rey de Portugal, para mayor justificación suya vino en que en la ciudad de Badajoz por el mes de abril y mayo estuvieron por la parte de Castilla por jueces de posesión, el licenciado Acuña, del Consejo Supremo y el dotor Barrientos, del de Ordenes, y el dotor Pedro Manuel, de la chancillería de Valladolid, y por jueces de propriedad, don Fernando Colón, dotor Sancho de Salaya y Pedro Ruiz de Villegas, natural de Burgos, y otros grandes cosmógrafos y marineros. Y por Portugal vinieron, para juntarse con éstos, otros hombres graves y dotos.

     Estuvieron en Elvas o Yelves, ciudad de aquel reino, y todos se juntaron para determinar esta causa en la puente del río Caya, que parte los términos entre los dos reinos. Y si bien los castellanos dieron sus razones, haciendo las demostraciones que pudieron, mostrando su justicia, los portugueses no las admitieron ni quisieron conocer ni confesar. Y así se deshizo esta junta sin resolución alguna.

     Y el Emperador mandó adrezar cierta armada, que en La Coruña se hacía para esta navegación, y temiéndose algún rompimiento. Pero conociendo estos reinos que todos eran unos, y sus príncipes y caballeros deudos muy cercanos, prudentemente se reportaron. Y de ahí a pocos días hizo el rey de Portugal cierto empréstido de dineros al Emperador (en manera de empeño), y así quedó con aquellas islas y tierras. Con esto baste saber que estas dos gentes, castellanos y portugueses, partieron este año el mundo entre sí. Que no sé si lo creyeran Alejandro Magno ni los romanos, que quisieron ser señores de él.

     Y estando asimismo en Burgos el Emperador, hizo merced al conde de Nasau que era entonces tenido por el más acepto y privado suyo, que casase con doña María de Mendoza, marquesa de Cenete, señora de grandes tierras.

     Y estando las cosas en estos términos, le vino nueva al Emperador, primero del mes de junio, de cómo el almirante de Francia había sido lanzado de Lombardía de la manera que se ha dicho. Y queriendo los imperiales despedir el ejército, el provisor de Venecia dijo que, pues la Señoría había muy bien cumplido con el César, habiendo estado firmes hasta echar los franceses de Italia, les rogaba y pedía que no deshiciesen el ejército hasta cobrar la ciudad de Lodi, que todavía estaba por los franceses. Hubiéronlo de hacer así los imperiales, y en el ínterin el marqués de Pescara don Hernando de Avalos con los españoles que tenía, trató de recobrar a Alejandría, porque Vitelio Romano, con favor de los Adornos, lo había procurado y no pudo salir con ella.





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- XXVII -

Alejandría de la Palla se restituye al duque de Milán, saliendo de ella los franceses. -Concierta el Emperador en Valladolid que su hermana doña Catalina case con el rey don Juan de Portugal.

     Como el duque de Borbón vió lanzado de Italia al rey de Francia su enemigo, procuró con el Emperador y rey de Ingalaterra que con poderoso ejército se le hiciese guerra dentro de Francia, particularmente en la Provenza, quitándole a Marsella, que Borbón decía ser suya. Sobre esto escribieron el Emperador y rey inglés a los capitanes de Italia, que era ésta su voluntad.

     Y así, por mandado del Emperador, se le dieron al duque de Borbón diez y seis mil infantes, cinco mil españoles, ocho mil alemanes y pocos italianos; y porque la gente de armas quedó en el Mondovi, en el estado de Saboya, con el virrey y con Antonio de Leyva, y Alarcón, para acudir en la ocasión que se ofreciese; y mil caballos y catorce piezas de artillería y docientos mil ducados, que el Emperador había pagado en España a mercaderes de Génova.

     Y también Ricardo Paceo, embajador de Ingalaterra, prometió en nombre de su rey gran suma de dinero para aquesta guerra.

     Abrasaba la peste a Milán y toda Lombardía, que en sola la ciudad murieron más de cincuenta mil personas.

     Tomóse la ciudad de Lodi. Y Busio, que tenía en guarda Alejandría o desconfiado de poderla defender del marqués de Pescara, o teniendo por cosa superflua sustentar aquella ciudad, habiéndose perdido tantas en Lombardía, determinó de la restituir, con condición que le dejasen salir con sus armas y hacienda para se ir en Francia. Y así salieron los soldados de este Busio con los de Lodi, que también entonces se iban, y serían cinco mil. De los cuales se aprovechó más el rey de Francia en la guerra de Marsella, que si guardaran no sólo a Lodi y Alejandría, pero aún a todo el estado de Milán. Porque éstos defendieron a Marsella del ejército imperial, como adelante se dirá, hasta que el rey de Francia rehizo la gente de caballo, que había perdido en la larga guerra, y trajo nuevos soldados suizos y alemanes. Fuéle de tanta importancia al rey de Francia esta nueva gente, que no solamente osó desde a cuatro meses salir en campaña contra la gente del Emperador, pero aún los hizo retirar de la opunación de Marsella. Y él mismo pasó con ella en Italia (que no debiera).

     Mandó el Emperador que los alemanes que habían servido en la restauración de Fuenterrabía pasasen al condado de Ruisellón y fronteras de Salsas y Perpiñán. Y desde a pocos días partió de Burgos y vino a Valladolid, donde se acabó de asentar que la infanta doña Catalina, su hermana menor, casase con el rey don Juan de Portugal, tercero deste nombre. En la cual hubo muchos hijos, y todos los vio muertos, y los siete ya jurados por príncipes herederos (caso de fortuna tan lastimoso como notable).





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- XXVIII -

Jornada contra Marsella, que hicieron el marqués de Pescara y duque de Borbón. -Prisión del príncipe de Orange. -Sitio fuerte de Marsella. -Ganan los imperiales a Tolón, puerto de mar cerca de Marsella, al levante. -Monsieur de Viurre fué el que lo ganó. -Desafío de dos soldados valientes, un italiano y un español, Luis Pizaño. -Notable esfuerzo de un español. -Escaramuza en que se señala el de Pescara.

     Pide particular capítulo la jornada que Carlos de Borbón hizo en la Provenza contra la ciudad de Marsella, con acuerdo y parecer del Emperador, y rey de Ingalaterra. La cual pasó desta manera.

     Pensaba Carlos, duque de Borbón, que entrando él en Francia con mano poderosa, luego habría en ella alteraciones que le abriesen camino para satisfacer a su pasión. Deseó hacer esta jornada. Y habido consejo entre los capitanes imperiales, el marqués de Pescara, Carlos de Lanoy y otros, acordaron que el duque de Borbón y el marqués de Pescara, con cinco mil españoles y siete mil alemanes y cinco mil italianos y quinientos hombres de armas, y otros tantos caballos ligeros, entrasen. Yendo por general de la infantería el marqués del Vasto don Alonso de Avalos, y por general de todo el campo el marqués de Pescara, y el abad de Nájara proveedor y comisario general. Y que el virrey de Nápoles, con el resto de la gente de armas e infantería, quedase en Aste y Piamonte, para la defensa de Italia, y con él Antonio de Leyva y Hernando de Alarcón y Juan de Urbina, capitanes excelentes y famosos. A los cuales el duque de Milán ofreció socorro de diez mil hombres, si se ofreciese alguna nueva ocasión en que fuesen necesarios.

     Acordado esto así, el duque de Borbón y marqués de Pescara partieron con su campo y fueron a pasar los Alpes por el val de Ginebra, enviando primero la artillería gruesa a Saona, para que la llevase por mar don Hugo de Moncada, que estaba allí con las galeras de Nápoles y la otra armada del Emperador.

     Llegaron, pues, a Niza, y el ejército, que llegó primero que el artillería, se aposentó una legua pequeña delante de Niza en un lugar llamado San Lorenzo, junto a un río mediano que allí cerca entra en la mar, donde estuvieron algunos días proveyéndolos de vituallas la ciudad de Niza y Villafranca, con toda la comarca, que es tierra fértil.

     Un día en la tarde vieron venir por la mar una fragata, a toda furia huyendo, tras la cual venían cuatro o cinco galeras de Andrea Doria, capitán a la sazón de la mar por el rey de Francia. Las cuales le venían dando la más apresurada caza que podían, de suerte que antes que la fragata pudiese tomar tierra, donde mucha gente había llegado por ser cerca del alojamiento imperial, para la socorrer, fué presa de los enemigos. Los imperiales, que no sabían qué cosa fuese, estaban con pena. La cual se les dobló cuando supieron que el que en la fragata venía era el príncipe de Orange, que de España venía con las provisiones de lo que el Emperador mandaba que se hiciese. Hubo fama que también traía algunos conciertos de señores franceses, caballeros deudos y amigos del duque de Borbón, que pretendían favorecelle. Pero díjose que de esto nada supieron en Francia, porque el príncipe, al tiempo que ya conoció no poder dejar de ser preso, atando todas las escrituras que traía en una pelota de artillería, las lanzó en la mar. De suerte que de su prisión se siguió no venir en efeto los conciertos, que dicen que traía.

     El fué llevado a la corte del rey de Francia, y detenido por muchos días.

     De ahí a pocos llegaron allí más galeras, las cuales en su llegada tuvieron una gran escaramuza con las de Andrea Doria. Pero al fin tomaron puerto con pérdida de una galera. Y recogida allí toda la gente y artillería, partieron los imperiales por sus moderadas jornadas, siguiendo el camino de Marsella.

     Y en el camino ninguna resistencia hallaron, porque el rey de Francia, por ser las tierras llanas y flacas, no quiso poner en ellas gente alguna, poniendo la fuerza en Marsella con Felipe Brion y Rencio de Cherri, caballero romano de la casa Ursina. Yendo a un lugar llamado Cánovas, y de allí a Draguinán y a Grasa, y por otros muchos lugares y ciudades no grandes, que por evitar prolijidad no nombro.

     Finalmente, a 19 de agosto llegó el ejército imperial a poner cerco a Marsella. La cual estaba tan proveída de gente y vituallas, que de nada tenía falta. Estaba tan fortificada de muros y bestiones, caballeros y casas matas, y todo tan llene, de artillería, que bien se podían tener por seguros los que dentro estaban, aunque todo el poder del mundo viniera sobre ellos. Y no es manera de encarecer, porque esta ciudad está puesta encima de una breña, en que una calle que a la mar hace fenece. Cerca la más parte de ella (que no es grande) el mar. A la boca del puerto, que es bueno, tiene dos peñas altas de la una parte de la calle y de la otra (llamadas las Pomas de Marsella), y en cada una su castillo y torre fuerte con mucha artillería. De suerte que por la mar nadie la puede dañar. Cuanto más que, a la sazón, teniendo de su parte a Andrea Doria, no tenían que guardar por la mar, que eran señores de ella. Por lo de la tierra, estando dentro el señor Renzo de Cherri, Ursino y gran servidor de la corona de Francia, aunque de nación romano, con cinco mil soldados viejos italianos y gascones y buena gente de a caballo, y el reino todo puesto en armas, y el rey en Aviñón, no podía dejar de estar tal cual he dicho. Lo cual sería fácil de creer a los que saben que este caballero tuvo particular gracia y saber para fortificar el pueblo que él quería, como lo hizo a Crema, ciudad pequeña de venecianos. Que estando cercado en ella, la dejó una de las más fuertes plazas, o la más inexpugnable de toda Italia. Pues como hubiese tenido tiempo para ello y esperase el cerco, lo mismo hizo en Marsella.

     Llegado allí el ejército imperial, el marqués de Pescara luego envió gente para tomar y guardar a Tolón, que es un puerto cerca de Marsella. Porque para sus galeras, y desembarcar la artillería, y estar seguras, les era muy importante. Al combatir una torre fuerte que tenía, mataron y hirieron algunos soldados de los imperiales, si bien pocos. Pero al fin lo tomaron y guardaron todo el tiempo que sobre Marsella estuvieron.

     Y hecho, luego el de Pescara, con la industria del Martín Nengo, comendador de San Juan y prior de Barleta, capitán de la artillería imperial (y singular ingeniero en pertrechos y minas para la guerra) comenzaron a sacar trincheas de cerca de una ermita de San Lázaro, que fuera de la ciudad en lo alto de un cerrillo estaba. Lo más de aquella comarca son valles, si bien pequeños, y collados. Lo cual hacía mucho a su defensa, por el artillería que por todas las torres tenían, que jamás cesaban de tirar donde pudiesen hacer daño, especialmente en las escaramuzas. Que cuando los soldados más se cegaban tras los enemigos y se descubrían en algún llano, luego acudía la artillería de las torres y caballeros, y era tanta que les hacía mucho daño.

     Andando en la obra de las trincheas, pasaron hermosas escaramuzas, y algunas peligrosas, dado que siempre los imperiales llevaron lo mejor, haciendo volver a los enemigos mal de su grado a su fuerte, y muchas veces las manos en la cabeza.

     Un día, estando el marqués de Pescara y el del Vasto junto a las trincheas, que era muy cerca del muro de la ciudad, salió de dentro un soldado, al parecer hombre para emprender cualquier hazaña animosa. Venía en calzas y en jubón, y su cuera bien cortada y pulido; su espada ceñida y una buena pica de fresno en las manos. Sólo traía un gorjal de malla y un morrión en la cabeza. En saliendo de la ciudad por un postigo, que en aquella parte junto a una torre estaba, hizo señal de seguridad y pidió en lengua italiana (de cuya nación él era) que saliese algún buen soldado a la escaramuza con él, porque deseaba probar su persona con un español.

     Pensando que la seguridad sería cierta, Luis Pizaño, sargento, como dije, del capitán Ribera, que a la sazón allí se halló, tomada licencia del de Pescara, y una pica en la mano, con su espada ceñida, sin ningunas otras armas se fué para el enemigo.

     Y comenzada su singular batalla, no tardó mucho en conocerse la ventaja del imperial. Lo cual viéndolo los enemigos, tiraron un arcabuzazo del torreón y dieron al valiente Pizaño, por una parte de la boca en la quijada baja, y derribándole todas las muelas de aquella parte, fué a salir la pelota junto a lo bajo de la oreja (cosa digna de ser oída y tenida en mucho), que con tan grave y peligrosa herida ningún semblante hizo de sentimiento más de escupir sus muelas y lanzar mucha sangre de la boca.

     Y con esto dió tanta priesa en su enemigo, que a poco rato le dejó por muerto en tierra. Y yendo a otro que había salido a socorrerle, le hizo dejar la pica e ir huyendo a acogerse a la ciudad.

     Y ansí vino a se curar, trayendo las armas de los enemigos.

     Aquel día luego se trabó una muy hermosa escaramuza, donde el marqués de Pescara hizo maravillas con sola su espada y rodela, y una celadilla de infante, que otras armas no las tenía, sino unas calzas de grana y un jubón de raso carmesí, que eran los vestidos que él más usaba, y con que, en tanto que estaba en la guerra, a la contina dormía, aunque estuviese en la cama. De esta manera traía un sayo de terciopelo negro sin mangas, de suerte que andaba tan señalado como una bandera, haciendo maravillas en la escaramuza.

     Andaba con él el del Vasto, el cual peleó valerosamente, y salió herido de una pequeña herida en una pierna. La escaramuza fué la mejor que en todo el tiempo del cerco hubo. Y al fin se despartió con harta pérdida de los franceses y alguna muestra de heridos y muertos (si bien pocos).

     De esta suerte hubo otras escaramuzas cada día, porque dentro había muy buenos soldados y deseosos de ganar honra. Para lo cual ninguna pereza en los de fuera hallaban.

     En este medio las trincheas se acabaron, y hechos algunos bestiones se procuró asentar la batería a la parte de la marina de la mano derecha del campo imperial, lugar harto fuerte, así de muro como de los torreones y defensas que allí había. Pero no se pudo batir por otra parte, porque una fortísima casamata muy artillada guardaba la parte izquierda de la otra marina. Allí se asentó la batería, puesta la artillería imperial en cestones de fajina, que la noche antes, con grande estruendo de atambores y trompetas (por que no se sintiesen los azadones) se hincheron de tierra.

     En la batería estaban ocho cañones dobles y dos buenas culebrinas, sin otros hasta ocho o nueve medios cañones y sacres, que para quitar las defensas tenían. Para todo había buena munición de pólvora y pelotas y buenos artilleros. Lo cual todo se apercibió y aderezó aquella noche con la diligencia posible, con pensar con el estruendo de los atambores y trompetas, los enemigos no sabrían a qué parte se les asentaba la batería. Lo cual no fué ansí, como adelante, por aparejos que tenían, pareció.





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- XXIX -

Búrlanse los cercados de los cercadores. -Aconseja un preso que no den el asalto. -Aviso que dió de cómo iba el rey contra Milán. -Él abad de Nájara requiere que vuelvan a favorecer a Milán. -Retirada de Marsella, muy notable, a 29 de setiembre, habiendo estado sobre ella cuarenta días. -Llamóse ésta «la bella retirada». -Quema el marqués unos tudescos tomados del vino dentro en la bodega. -Casamiento de la infanta doña Catalina con el rey de Portugal.

     Asentada la batería en la manera que he dicho y venida la mañana, la artillería comenzó a batir con toda furia (si bien con mucho concierto) y con la continuación comenzó a atormentar el muro y derribarlo, aunque no tanto que no quedase muy dificultosa la entrada. Porque de la parte de dentro estaba terraplenado más de un estado del muro, a cuya causa la artillería batía algún tanto. Pero no podía allanar ni bajar mucho la entrada.

     Nada de esto bastaba a quitar el ánimo a los soldados, ni la esperanza de se ver presto dentro de la ciudad. Con toda diligencia duró la batería hasta más de las tres de la tarde, que no se entendía en otra cosa que en apercebirse los soldados para dar el asalto. El marqués de Pescara andaba siempre entre ellos; con los unos comía y con los otros bebía, y con todos holgaba mostrarse de tal manera llano y apacible, que bastara su semblante a poner esfuerzo a gente que no le tuviera. Y lo mismo hacía el del Vasto y el duque de Borbón, que con grandes ofertas procuraba animar los soldados. De los cuales algunos se confesaban con muchos sacerdotes que allí andaban, capellanes de señores y de las compañías. Otros entendían en jugar lo que dentro pensaban de ganar. De esta suerte esperaban cuándo les tocaban al arma para arremeter a la batería.

     A esta sazón uno de los de dentro, como gente sin temor, subió al muro junto a la batería a poner en él un paño sangriento, que ellos llaman logata. La cual señal se pone por befa y en desprecio de los de fuera. Estándole poniendo, como el muro estaba atormentado, tiraron la artillería, de suerte que el muro donde el hombre estaba vino a tierra, y con el ímpetu con que caía lanzó al hombre tan lejos de sí, aunque ninguna piedra le hizo mal, sino que aturdido fué a caer en un gran herbazal de un vallecico que allí había, sin lesión alguna. Esto no creo yo por cierto que fué por sus méritos de aquél, sino en la ventura del Emperador y del marqués que allí estaba.

     Como este hombre cayó, luego fueron dos soldados a le traer, si vivo fuese. Y traído, le pusieron ante el de Pescara, el cual se apartó con los otros capitanes, y con amenazas le pidieron que dijese lo que dentro de la ciudad había y se trataba. El voluntariamente, con que le asegurasen la vida, dijo que diría la verdad. Y lo primero fué decir que por los ojos que en la cara tenía no pensasen dar la batalla o asalto a la ciudad, si no se querían perder todos. Y preguntada la razón, dijo: «Yo la diré, y si se supiere lo contrario, cortadme la cabeza. Es así: que a la parte de la batería está una plaza buena, y entrando por el muro a tres o cuatro pasos está una trinchea larga y honda, que tiene en el largo de la batería más de un palmo de pólvora. Está cubierta con tablas delgadas cubiertas de poca tierra y algunas mechas encendidas puestas por arte, que en pisando se hundan y den fuego a la pólvora, que bastará a quemar muchos de vosotros, porque la trinchea es ancha y toda la plaza está sembrada de abrojos de hierro muy espesos y agudos que enclavarán a cuantos entraren. A las bocas de calles que a la plaza salen está toda la artillería de la ciudad a punto, y en aquellas casas, toda la arcabucería, que es mucha. De manera que a la batería no hay defensa alguna, pero no saldrá hombre que en la plaza entrare; y esta defensa tiene hecha Renzo, nuestro capitán.»

     Los capitanes que aquello oían sin algún temor, mostrando tenerlo todo en nada, insistían en la entrada. El hombre, que parecía haber sido enviado de mano de Dios, les dijo:

     -Mirad, señores, lo que hacéis, porque en ninguna manera os cumple eso. Porque dado que tomásedes la ciudad (lo que no tengo por posible), vosotros no la podéis sustentar, pues la mar está por Andrea Doria, y la tierra es toda de vuestros enemigos, y dentro no tendréis que comer para tres días. Y por la gracia que de la vida me habéis hecho, os quiero avisar de una cosa que por ventura por estar en tierra de vuestros enemigos donde no os dirán verdad, no la sabéis. Sabed que el rey de Francia, no haciendo caso de vosotros, os deja aquí como gente perdida, y él, con poderoso ejército, camina la vía de Milán, con pensar, hallando desapercebido aquel estado, hacerse presto señor de él y de toda Italia. Y con este intento su vanguardia va muy delante. Y esto, sabed que es cierto; por tanto, mirad lo que hacéis.

     Oído esto por los señores, tuvieron luego su consejo. Y el abad de Nájara, comisario y proveedor general, hizo una gran protestación al de Pescara, como a capitán general, que en ninguna manera se intentase combatir la ciudad, pues Dios, por su misericordia, les había enviado aviso tan necesario para no perderse.

     Así se sobreseyó el combate, sin publicarse nada de esto.

     Al prisionero trataron bien, teniéndolo a buen recaudo, porque no diese aviso a los de dentro de lo que pasaba.

     Aquella noche, tomada resolución, se dió cargo a Juan de Urbina (que en todo fué señalado) que con alguna gente toda española enterrase las piezas gruesas de artillería en lugares de menos sospecha, porque no se podían llevar, que fueron tres o cuatro cañones gruesos; que los demás, con los caballos que había, se llevaron a Tolón, y embarcándolos en las galeras los volvieron a Génova, de donde los habían sacado. Las piezas pequeñas de campo llevaron los soldados hasta Niza de Villafranca, donde por no poderlas fácilmente pasar los montes, las quebraron, y en pedazos en acémilas las pasaron en Italia.

     Puesta en cobro la artillería gruesa y municiones que pudieron, y lo demás enterrándolo por las viñas, a 29 de setiembre, día de San Miguel, por la mañana, tocaron los atambores a partir, sin haberse sabido nada entre los soldados (cosa que causó grande admiración al ejército). Pero como los capitanes no hayan de dar cuenta a los soldados de lo que quieren hacer, no curaron sino seguir su camino por donde habían venido, hasta llegar a Niza, que no hubo cosa digna de memoria, sino que caminaban con toda furia los imperiales teniendo ya lengua cómo el rey de Francia iba por la otra parte de los Alpes a salir a Turín.

     Y por eso tomaron el camino por la ribera de Génova, y su caminar era de día y de noche, porque al tiempo que llegaba la retaguardia con el carruaje al alojamiento, que era a la tarde, y a las veces noche, a aquella hora partía la vanguardia, que había reposado desde la mañana. Y cuando ellos llegaban a alojar, partían los de la retaguardia de donde habían quedado. De suerte que casi siempre caminaban los unos o los otros, porque el carruaje no se perdiese, el cual por maravilla se descargaba.

     Esta retirada fué una de las mayores hazañas que jamás se ha visto, porque fué sin perder hombre en tan largo camino, si no fueron unos tudescos, que no pudiéndolos el marqués sacar de una bodega de vino, y viéndose en peligro, porque aquella tarde se habían descubierto a la retaguardia cantidad de gente de enemigos a caballo, y el villanaje andaba todo alborotado, pareciéndoles que venían huyendo les procuraban todo daño. A esta causa el marqués, porque los enemigos o villanaje no se encarnizasen en matar aquellos pocos tudescos, que en aquella bodega estaban embriagados, y por amedrentar los demás, él los mandó poner fuego que se quemasen dentro de la bodega, y los que habían de dar honra a los enemigos, murieron a sus manos. Otra gente ninguna se perdió.

     Y en veinte y cinco días que desde Marsella a Milán caminaron, sólo uno reposó el campo en un lugar llamado Veintemilla.

     De allí vinieron por caminos fragosos de la ribera de Génova hasta San Remón, con trabajo y falta de vituallas, porque en los más de los lugares no se las querían dar. Ellos, por no detenerse, castigaban algunos, y disimulaban con otros, porque lo demás fuera para nunca llegar donde tanto importaba.

     De San Remón se les partió Juan de Urbina para Nápoles a cosas que a su honra tocaban. Por lo cual no se halló en la guerra siguiente, ni se hará más mención de él por agora.

     Desde allí partió el ejército con toda su priesa, aunque venían tan destrozados y descalzos los soldados, que cuando en el camino o alojamiento se mataba alguna vaca, más priesa había sobre el cuero para abarcas, que sobre la carne para comer (si bien había gran necesidad). Y con esto, algunos comenzaron a mofar de Borbón, diciéndole que si eran aquéllos los zapatos de brocado que a la ida, viendo casi a todos con zapatos de terciopelo, les había prometido; lo cual algunas veces sentía tanto el duque de Borbón, que no pudiendo refrenar las lágrimas, con ellas mostraba lo que aquellas palabras le dolían. Y así, les pidió el de Pescara que no le dijese nadie cosa que le pesase.

     Con Borbón venía una compañía de franceses, que a él se vinieron de Francia a la ida de Marsella. De la cual era capitán monsieur de Pelvis, que después fué de la cámara de Su Majestad. Venía también monsieur de la Mota, caballero anciano, el cual decían ser muy deudo del mismo Borbón.

     Pues de la manera que tengo dicho caminaron hasta entrar en Lombardía por un lugar llamado Aiguas, donde hay unos buenos baños naturales. Y de allí, sin controversia alguna, pasando el Po, llegaron a Pavía, donde hallaron fuera al virrey y a Alarcón con la gente de armas, y dentro a Antonio de Leyva con su compañía de gente de armas. El cual recogió allí los tudescos que el campo imperial traía, que serían pocos más de tres mil, y hasta ochocientos españoles infantes, de los cuales hizo capitán a Pedrarias, natural de Medina del Campo, que era alférez del capitán Corcuera, valiente soldado.

     Y con esta gente se quedó Antonio de Leyva en Pavía. Los demás todos caminaron para Milán.

     Y desde Niza enviaron los imperiales un bergantín avisando al Emperador, que estaba en Valladolid, del suceso. Y el Emperador, sabiendo la determinación del francés y entrada poderosa en Lombardía, envió a mandar que se levantase gente en Alemaña y que bajasen en Italia, donde era claro que la guerra había de ser reñida y muy peligrosa.

     En el verano deste año, estando el Emperador en Valladolid enfermó de unas cuartanas; los médicos le sacaron de este lugar y llevaron a Madrid, por ser tierra más sana y propria para convalecer de este mal. Aquí en Madrid tuvo la Pascua de Navidad deste año de 1524, y antes, a 6 de deciembre, escribió a fray Diego López de Toledo (hermano de Antonio Alvarez de Toledo, señor de Cedillo), comendador de Herrera, que ya sabía el casamiento de la serenísima y muy excelente infanta doña Catalina su hermana, con el serenísimo y muy excelente rey de Portugal, y que porque su serenidad fuese acompañada y servida como era razón, había rogado y mandado al duque de Béjar que fuese con ella hasta ponella en Portugal. Y así escribía a él para que se juntase con el duque en la parte y según el duque la escribiría, etc.

     He dicho esto para que conste en qué año esta princesa entró dichosamente en el reino de Portugal, para dar el fruto copioso y real que deste casamiento sacó la cristiandad.

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