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Libro decimotercero

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Año 1525

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- I -

Hay pareceres que se entre en Francia. -Contribuyen el Papa y venecianos para el ejército, por verle vitorioso.

     Poco hay que fiar en la fortuna, que aun a los mismos reyes no perdona; y si lo que dice Aristóteles es verdadero, que se muestra favorable donde es menor el entendimiento, pudiera decir el rey de Francia que le ayudaba en nada, porque él sabía mucho. Pero considerando bien los hechos que he referido, de los años 1523-1524 con este de veinte y cinco, se hallará lo poco que en ellos hizo fortuna ni otra suerte contingente, sino el sumo valor, destreza y valentía de los mejores capitanes y soldados que tuvo príncipe del mundo. Que esta sola fué la que podemos llamar buena fortuna del César, en tener tales ministros, que estándose en su casa, echaron de Lombardía a monsieur de Lautrech, valeroso capitán, que por renombre le llamaron el Conquistador de ciudades. Y en un pensamiento se hicieron señores de ella sin dejar un francés en Italia. Y en el año siguiente de 1524, pensando cobrar lo perdido, volvió el gran almirante de Francia con ejército tan poderoso que asombró toda la Italia. Hiciéronle dar la vuelta, dejando la gente y armas que consigo había traído, teniendo por buena suerte haber escapado en salvo su persona. Y en este año de veinte y cinco, añadiendo el rey sus fuerzas con la autoridad grande y digna de imperio, de su real presencia, vino a tomarse con unos descalzos, pobres, hambrientos, inferiores mucho en el número. De los cuales le dejamos roto, deshecho y vencido, y, lo que más es, cautivo.

     Viéndose, pues, los capitanes imperiales con vitoria tan señalada, entraron en acuerdo sobre lo que debían hacer. Fué lo primero mandar que fuese parte del ejército en seguimiento de los que huían, y a recobrar los lugares que por Francia en aquella comarca estaban. Lo cual sucedió tan bien, que dentro de tres o cuatro días no quedó almena ni tierra en todo aquel estado por el rey de Francia. Porque sabida la vitoria, los franceses que estaban en Milán se salieron huyendo, y la desampararon luego, y lo mismo hicieron los de Vegeven y los otros lugares, y todos fueron luego entregados al duque de Milán. Hicieron correo al Emperador, dándole aviso de la vitorta que el cielo le había dado, y pidiéndole su orden y mandato sobre lo que se debía hacer.

     Algunos juzgaron y fueron de parecer que sin más esperar debían luego con la alegría de la vitoria y con el ejército vitorioso caminar contra Francia y entrar por ella, por estar en aquella sazón desamparada de su rey y de toda la mayor nobleza de ella, que se habían perdido en la batalla, y por estar sin defensa de gente, habiendo sido deshecho del todo el ejército que el rey tenía. Pero el virrey de Nápoles, ni el duque de Borbón, ni marqués de Pescara se determinaron a hacerlo, por algunos justos y bien considerados respetos que tuvieron, y también porque una empresa tan grande no se debía acometer sin mandamiento y licencia del Emperador, que era su príncipe.

     Y también porque estaban faltos de dinero para pagar la gente, sin la cual no era posible acometer nueva y tan grave jornada. El ejército, asimesmo, se había menoscabado por los que fueron muertos y heridos en la batalla. Y porque es ordinario en una vitoria y saco grande irse muchos del campo, contentándose con lo que saquearon, a gozar de ello en sus tierras.

     Tenían, demás desto, esperanza que la prisión del rey de Francia podría ser camino para que entre él y el Emperador hubiese paz, la cual sabían que el Emperador deseaba. De manera que por estas y otras consideraciones determinaron esperar el orden que Su Majestad daba, y en el ínterin acordaron de llevar al rey de Francia al castillo de Piciquitón, que era muy fuerte, cercano a Cremona. Y la guarda y cargo de su persona fué dada a Hernando de Alarcón, gobernador de la Calabria y famoso capitán, aquí bien nombrado.

     Y para que el que iba al Emperador con la nueva de la vitoria, que era Rodrigo de Peñalosa, y las otras postas que fuesen menester pasasen libremente por Francia, el rey dió sus mandamientos y cartas y escribió a madama Luisa su madre, a cuyo cargo estaba el gobierno del reino. Y a ruego y suplicación destos capitanes, mandó que diesen libertad a don Hugo de Moncada, que, como dije, fué preso por Andrea Doria.

     Hechas estas diligencias, acordaron los capitanes que, en tanto que venía la respuesta del Emperador, el ejército se fuese a alojar a la comarca de Parma y de Plasencia, ciudades del Papa, por le poner en cuidado y necesidad de que quisiese ayudar y contribuir, como por los conciertos pasados era obligado, para la paga de la gente. También se pidió al embajador de Venecia que persuadiese a los venecianos que diesen en dinero lo que habían de dar en gente para aquella guerra, conforme a lo capitulado. Era entonces tan temido el ejército imperial en Italia, que en pocos días el papa Clemente pagó ciento y veinte mil ducados, y el duque de Ferrara cincuenta mil, por no ser tenidos por enemigos. Y también los venecianos prometieron ochenta mil pesos de oro. Pero como el virrey Carlos de Lanoy, por haber más, se detuvo en cobrarlos, mudaron parecer, porque no tuvieron por seguro fiarse de sólo de Carlos de Lanoy, sin renovar la confederación y tener firma del César.

     También el Papa quiso confirmar la liga y amistad con el Emperador. Y como, en la prosperidad todos se muestran amigos, de la misma manera se enviaron a ofrecer el duque de Ferrara y otras repúblicas y señorías de Italia. Por lo cual, por complacer al Papa, los capitanes imperiales mandaron pasar el campo en el Piamonte, marquesado de Saluzo y condado de Aste, por descargar al Estado de Milán del peso de la guerra y estar más en frontera de Francia.





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- II -

Lo que hicieron los franceses que fueron contra Nápoles. -Llega al Emperador la nueva de la vitoria y prisión del rey. -Entereza grande del Emperador, y modestia notable.

     Sucedió, pues, a los imperiales en todo prósperamente. El duque de Albania, que como está dicho había ido contra el reino de Nápoles, cuando llegó la nueva de la vitoria de Pavía y prisión del rey de Francia, estaba con gente en los confines de Roma poniéndose en orden para hacer su entrada. Contra el cual los caballeros y señores de Nápoles habían hecho su ejército para le resistir. Y el duque de Sesa, que estaba en Roma, y los Coloneses (que siempre fueron muy leales servidores de la casa real de España), habían asimismo juntado gente contra el francés; y, sabida la nueva, todos los favores le faltaron, y aun el consejo y aliento, de manera que procuró luego volverse y escapar la gente. Pero los Coloneses y los que tenían la parte imperial le siguieron y apretaron de tal suerte, que le mataron y prendieron muchos hombres, quitándole toda la artillería y bagaje que llevaba, y él con la gente que pudo se fue a Civita Vieja, donde la armada del rey de Francia y Andrea Doria, su general, le recogieron, y así escapó por mar, sin quedar en Italia bandera levantada contra el Emperador.

     Llegó a Madrid el comendador Rodrigo de Peñalosa con el despacho y nueva del suceso de Pavía. Halló al Emperador, flaco y deshecho a causa de las cuartanas que tenía. Vióse claramente en este príncipe la grandeza de su ánimo, porque con recibir una nueva nunca pensada, como era el vencimiento y prisión de un ejército y rey tan poderoso, no mostró en su gesto ni semblante alteración ni mudanza alguna, ni dijo palabra, ni hizo muestra de placer, sino entráse luego en un oratorio de su aposento, donde se puso de rodillas y estuvo espacio de una hora dando gracias a Nuestro Señor. En el cual tiempo el alcázar real se hinchó de gente, acudiendo todos los grandes y caballeros de su corte con los embajadores que venían a darle el parabién de tan alta nueva, próspera y gloriosa vitoria.

     El Emperador salió a ellos y habló a todos con aquel tiento y gravedad que al recibir del despacho había mostrado, diciendo que diesen a Dios las gracias por todo lo que hacía, en cuya disposición sola estaba la vitoria y castigo de los mortales.

     Y nunca consintió que se hiciesen en su corte fiestas ni muestras de regocijos como se suelen hacer en semejantes ocasiones; y lo mismo mandó guardar en todo su reino.

     Otro día siguiente salió al monasterio de Santa María de Atocha, que es de frailes dominicos, donde oyó misa, y sermón y mandó hacer procesión y letanía dando gracias a Nuestro Señor. Lo cual acabado se volvió a su palacio con el acompañamiento de toda la corte.

     Escribió luego el Emperador a los del reino las nuevas de tan insigne vitoria, diciendo al marqués de Denia:

     Carta del Emperador al marqués de Denia.

     «Marqués primo. Ya sabéis cómo el rey de Francia con muy gran aparato pasó en persona a Italia con fin de tomar y usurpar las tierras de nuestro imperio y el nuestro reino de Nápoles, donde había enviado al duque de Albania con gente a lo conquistar y tenía cercada la ciudad de Pavía. Agora sabed que el día de Sant Matía y día de nuestro nacimiento, que fueron el 24 de hebrero, aunque el dicho rey de Francia por tener su campo en sitio muy fuerte y a su propósito no tenía voluntad de aceptar batalla, fuéle forzado, porque nuestro ejército pasó con no pequeño trabajo a donde estaba y así la dieron. Plugo a Nuestro Señor, que sabe cuán justa es nuestra causa, darnos vitoria. Fué preso el dicho rey de Francia y el príncipe de Bearne, señor de La Brit, y otros caballeros principales, y muertos el almirante de Francia y monsieur de la Tremulla y monsieur de la Palisa y otros muchos; de manera que todos los principales que allí se hallaron fueron muertos y presos. Escriben que de su campo murieron quince mil hombres y del nuestro hasta setecientos. Y por todo he dado y doy muchas gracias a Nuestro Señor, y así se las debemos todos dar, porque espero que esto será causa de una paz universal a la Cristiandad, que es lo que yo siempre he deseado; y acordé de hacéroslo saber, porque sé lo que de ello habéis de holgar.

     De Madrid, a 15 de marzo de mil y quinientos y veinte y cinco años.



YO EL REY.»



     «Por mandado de Su Majestad. -Francisco de los Cobos.»



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- III -

Consulta el Emperador sobre la prisión del rey. Manda el Emperador a los de sus fronteras que no hagan mal en Francia. -Compadece el Emperador de la prisión del rey. -Envíale a visitar.

     Después desto hubo grandes consultas y juntas sobre lo que se debía hacer, hallándose en ellas el Emperador con los grandes que en su corte estaban. Tres pareceres hubo principales.

     El uno, que lo tuviesen perpetuamente preso, si bien con la reverencia debida.

     El segundo, que lo soltasen, con que se obligase y diese seguro de que jamás haría guerra.

     El tercero, que con la brevedad posible y con las mejores condiciones que ser pudiese fuese suelto.

     Del primer parecer no se hizo caso. El segundo fué del obispo de Osma, confesor del Emperador, parte del cual se tomó y parte se dejó. El tercero tuvo el duque de Alba, don Fadrique de Toledo, digno de quien él fué, y aunque no pareció mal al Emperador, no se hizo, antes apretaron muchos diciendo que pues el Emperador tenía su campo hecho, pagado, y vitorioso, y con tanta reputación, debía mandar seguir la vitoria y tomar enmienda y satisfacción de las ofensas que el rey de Francia le había hecho en le mover y hacer guerra tan sin razón mandando que los suyos entrasen poderosamente por Francia y que por las partes de España y Flandes se hiciese lo mesmo. Con lo cual se tenía por cierto habría felices sucesos, visto, como está dicho, que aquellos reinos estaban sin rey y sin amparo y puestos en grandísima turbación y temor, y sin ejército ni gente de guerra. Principalmente teniendo el Emperador por amigos al Papa y venecianos, como luego se habían mostrado, y que no debían perder tal coyuntura.

     Duró muchos días este parecer en los que eran de esta opinión, y el progreso de las cosas mostró bien la razón que tenían, como se verá, si bien es cierto que nadie puede saber cuál fuera el suceso que tuviera tal empresa. Como quiera que sea, el Emperador no dejó de entender esto; pero era de su natural bueno, nada ambicioso y enemigo de hacer guerra a algún cristiano. Y así lo mostró en todos sus hechos; pues cuando más vitorioso y pujante se veía, entonces procuraba la paz. Así, con ánimo generoso, no queriendo usar de la ocasión de la vitoria, deseó la paz y la pidió a su enemigo, rendido y preso, porque veía que este era el bien común de la Cristiandad.

     Y resuelto en esto, envió a mandar que su ejército estuviese alojado y quedo. De manera que con su vitoria puso paz y sosiego, cuando pensaba el mundo que se quería hacer monarca de él, y le había de abrasar con guerras.

     Despachó luego a todas las fronteras de sus reinos con Francia, mandando, so pena de la vida, que ninguno fuese osado de entrar ni perturbar, ni saquear, ni hacer daño a algún lugar del reino de Francia más que si no hubiera tenido guerra con él. También envió orden a los capitanes y ejércitos que estaban en Lombardía, que no pasasen en Francia ni prosiguiesen la guerra, porque ya habían venido a tales términos las cosas, que la guerra que hasta entonces se había hecho entre cristianos, esperaba en Dios se tornaría contra infieles.

     Escribió al rey de Ingalaterra y a las señorías de Génova, Florencia, Venecia y a todos los potentados de Italia sus confederados, tuviesen por bien de no hacer guerra ni molestar las tierras del rey de Francia. Porque siendo su prisionero, sentiría mucho que alguno se atreviese a querer ofender sus gentes. Envió a monsieur de Croy, caballero del Tusón, señor de Benri y del su Consejo de Estado, varón muy cuerdo, para que de su parte visitase al rey de Francia y le consolase. Por manera que usando de la clemencia que usan los buenos príncipes, quiso más compadecerse de su prisión que acordarse de la enemistad que con él había tenido.



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- IV -

Tratan los del Consejo de las condiciones con que se había de dar libertad al rey.

     Luego que el Emperador declaró su intención, comenzaron los de su Consejo a tratar las condiciones que se habían de pedir al rey de Francia, y que monsieur Adrián, que le iba a visitar, llevase tal instrucción que se certificase que en el cumplimiento de ella y la brevedad estaba su libertad y paz universal de la cristiandad. Y asimismo se ordenó que este caballero visitase a madama Luisa, madre del rey Francisco, y le mostrase la instrucción que llevaba, y dijese a la clara que si no entendía cumplirla, no esperase la libertad de su hijo.

     Demás desto, se acordó que pues el rey de Francia era prisionero del Emperador, que ya que por su clemencia le quisiese visitar de palabra, pero que no le escribiese hasta ver si el rey con humildad le escribía, que entonces era justo el responderle, y que pues madama Luisa había escrito al Emperador con el comendador Peñalosa, que el Emperador la respondiese con este caballero.

     La carta que madama Luisa escribió al Emperador luego que supo la prisión de su hijo, fué deste tenor.

   Carta de madama Luisa al Emperador.

     «Monseñor y mi buen hijo. Después de haber entendido por este gentil-hombre la fortuna acaecida al rey mi señor, y hijo, yo he alabado y alabo a Dios porque ha caído en manos del príncipe que yo más quiero. Tengo esperanza que vuestra grandeza no os hará olvidar la propincuidad de sangre y linaje que entre vos y él hay. Lo que en más y por más principal tengo, es el gran bien que podrá universalmente venir a toda la Cristiandad de la unión y amistad que de los dos resultara. Por ésta os suplico, mi buen señor y hijo, que penséis en ello, y que entre tanto mandéis que sea bien tratado, como la honestidad de vos y de él requiere. Asimismo, os suplico permitáis, si vos place, que muchas veces pueda haber nuevas de su salud. En lo cual obligaréis una madre así por vos siempre llamada. La cual otra vez os ruega que agora en afición seáis padre.»

     Respondió el Emperador a la carta de la reina de Francia desta manera.

     Carta del Emperador a madama Luisa.

«Madama. Yo he recibido la carta que me habéis escrito con el comendador Peñalosa, y de él también supe lo que vos hobo dicho acerca de la prisión del rey vuestro hijo. Yo doy muchas gracias a Nuestro Señor por todo lo que a él le ha placido permitir, porque espero en su divina providencia que esto será camino para que en toda la Cristiandad pongamos paz, y contra los infieles volvamos la guerra. Sed cierta, madama, que tal jornada como ésta no sólo no seré en estorbarla, mas aún tomaré el trabajo de encaminarla, y allí emplearé mi hacienda y aventuraré mi persona. Sed también cierta, madama, que si paz universal vuestro hijo y yo hacemos, y tomamos las armas contra los enemigos, todas las cosas pasadas pondré en olvido, como si nunca enemistad entre nosotros hubiese pasado. Yo envío a monsieur Adrián a visitar a vuestro hijo, sobre el infortunio que le ha sucedido, del cual si nos place por el bien universal que de su prisión esperamos, por otra parte nos ha pesado, por el antiguo deudo que con él tenemos. También lleva monsieur Adrián una instrucción asaz bien moderada, y no menos justificada, para que os la muestre a vos y al rey vuestro hijo. Y si deseáis quitaros de trabajo, y sacar a él de cautiverio, ese es el verdadero camino. Debéis, pues, con brevedad, platicar sobre esa nuestra instrucción, y tomar luego resolución de lo que entendéis hacer, y respondernos, porque conforme a vuestra respuesta alargaremos su prisión o abreviaremos su libertad. Entre tanto que esto se platica, he dado cargo al duque de Borbón mi cuñado, y a mi virrey de Nápoles, para que al rey vuestro hijo se le haga buen tratamiento, y que continuamente os hagan saber de su salud Y persona, como vos lo deseáis y por vuestra carta lo pedís. Mucha esperanza tengo de que vos, madama, trabajaréis de llegar todas estas cosas a buen fin, lo cual si así hiciéredes, me echaréis en mucho cargo, y a vuestro hijo haréis gran provecho.»

     Partió por mandado del Emperador monsieur de Croy a visitar al rey Francisco y a su madre madama Luisa, y llevó el despacho y instrucción de lo que había de tratar con el rey, como luego diré.



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- V -

[Escribe el rey al Emperador.]

     Antes que monsieur de Croy llegase a visitar de parte del Emperador al rey de Francia preso, y dar a madama Luisa su madre la carta sobredicha, ya ellos tenían determinado de enviar al arzobispo de Embrun para que residiese en la corte imperial y tratase en ella lo que tocaba a la libertad del rey. Escribió madama Luisa otra carta al Emperador suplicándole humilmente tuviese por bien de enviarle un salvoconduto para este arzobispo, lo cual el Emperador concedió como se pedía.

     Entre tanto que se despachó a León de Sanarrona donde madama Luisa estaba, acordó el rey de Francia de enviar a monsieur de Brion al Emperador con una carta de su propria mano escrita, en que decía:

     Carta del rey de Francia al Emperador.

     «Si más aína me fuera dada libertad por mi primo el virrey, yo no hubiera tardado tanto en hacer con vos lo que era obligado, según el tiempo y lugar en que me hallo. Sed cierto que no tengo otro consuelo en mi infortunio, si no es la esperanza de vuestra bondad, la cual si le pluguiere usar conmigo, vos lo habréis hecho como príncipe generoso, y yo os quedaré para siempre obligado. Muy grande y muy firme esperanza tengo en vuestra bondad, que no querrá forzarme a cosa que a vos no sea honesta mandarme y a mí no sea posible cumplirla. Mucho vos suplico comencéis a determinar en vuestro corazón qué es lo que vos placerá facer de mí. Y en este caso téngome por dicho que lo haréis como se espera en un príncipe tal cual vos sois, es a saber, acompañado de honra y afamado de magnanimidad. Pues si vos pluguiere haber esta piedad de mí, dándovos la seguridad que es razón de darse por la prisión de un rey de Francia, sed cierto y seguro que en lugar de un príncipe inútil, cobraréis un rey por esclavo, porque más provechoso vos será me cobréis por fiel amigo, que no que muera aquí desesperado. Por no vos enojar más con mis razones, hago fin a la letra, recomendándome una y muchas veces en vuestra buena gracia.»



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- VI -

Envía el Emperador a visitar al rey con cierta concordia que le ofrecía.

     Luego que el Emperador supo la prisión del rey de Francia, le envió a visitar (como dije) con monsieur Adrián de Croy, sin haber el Emperador recibido carta ni embajada del rey, y llevó orden para que el duque de Borbón y Carlos de Lanoy, virrey de Nápoles, le pidiesen las cosas siguientes:

     La primera, que entre ambos príncipes se hiciese una paz universal para toda la Cristiandad, y que cada uno preste caución por sus reinos y aliados y se perdonen todas injurias y enojos.

     La segunda, que ambos juntos con sus armas y potencia vayan contra los turcos e infieles, y lleve cada uno de su parte cinco mil caballos y veinte mil infantes, y que pedirán al Papa y a los demás príncipes cristianos se liguen con ellos para tan santa impresa.

     La tercera, que para mayor firmeza case el Delfín de Francia con madama María, hija del rey de Portugal y de la reina doña Leonor, y ambos príncipes, en lugar de dote, renuncien en los dos todo el derecho que pretenden tener el uno a las tierras del otro, y el otro a las del otro.

     La cuarta, que el rey de Francia restituya y entregue el ducado de Borgoña al Emperador, con todas sus tierras, condados y señoríos en la manera que los tenía el duque Carlos cuando murió, y asimismo restituya la ciudad de Terouana, y la villa y fuerza de Hesdin, y lo que tiene ocupado del condado de Artois, que los reyes de Francia habían tomado a los predecesores del Emperador.

     La quinta, que al duque Carlos de Borbón se le restituyan sus estados, y el mueble que le fué tomado, y en especial el condado de Provenza, y todo lo demás que el rey había quitado a sus parientes y amigos de la parte de Borbón. Y que el condado de Provenza sea reino, y se intitule el duque rey, pues por haberse venido a poner en la protección y amparo del Emperador, como su deudo propincuo, no merece por ello ser culpado ni despojado.

     La sexta, que al rey de Ingalaterra restituya todo lo que justamente le pertenece, o se concierte con él.

     La séptima, que a monsieur de San Valier, señor que es de Ponchierri, y a sus hermanos, y a todos los otros caballeros que han seguido la parte del duque de Borbón, les sean restituidos sus bienes y honras, y los procesos hechos contra ellos se den por nulos.

     La octava, que al príncipe de Orange, y a don Hugo de Moncada, y al señor de Bonso, y al señor de Autroy, los suelte y ponga en libertad, y restituya al príncipe de Orange lo que en la guerra de Bretaña le fué tomado.

     La nona, que a madama Margarita, tía del Emperador, y a la reina Germana, y al marqués de Ariscot, y al señor de Sienís, y al conde de Percient, y al conde de Gauri, y al señor de Urens, y al señor de Exinay, y al señor de Luz, y al señor de Monay, y a la princesa de Ximay, les sean restituidos sus bienes en la manera que los poseían antes de la guerra, y de la mesma manera al conde de Nascort, marqués de Cenete.

     La décima, que después de hechas las paces se dé orden entre los príncipes como sus súbditos tengan libremente sus tratos, y comercios por mar y por tierra, y no se consientan cosarios, sino que como hermanos verdaderos anden por do quisieren libremente sus súbditos.

     La undécima, que el rey de Francia, antes que sea puesto en libertad, haga ratificar y aprobar este contrato de paz por todo su reino, y señoríos de él, y en el parlamento de París, y en los parlamentos de Borgoña y de Provenza, y de Bretaña y Tolosa, y que los juren solemnemente.

     La duodécima, que el rey de Francia después que fuere puesto en libertad, dentro en su reino aprobará y confirmará estas obligaciones con toda la solemnidad necesaria. Y asimesmo hará que cuando el Delfín su hijo llegare a edad de catorce años, confirme, admita y tenga por buenas estas capitulaciones hechas en Madrid a veinte y cinco de marzo del año de mil y quinientos y veinte y cinco.



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- VII -

Suelta el rey los prisioneros que tenía. -Viene a Toledo el bastardo de Labrit a tratar de la libertad del rey de Navarra.

     Antes de saber el Emperador la prisión del rey de Francia, tenía convocadas Cortes para Toledo, donde Su Majestad fué, y se juntaron la reina de Portugal doña Leonor, la reina Germana, el duque de Calabria don Fernando de Aragón, muchos grandes y títulos de Castilla y de León, los embajadores de Francia que vinieron a tratar la libertad de su rey, los de Ingalaterra, Portugal, Venecia y de otras repúblicas y potentados de Alemaña y de Italia, del Sofi rey de Persia, y de otros reyes de Africa, muchas personas eclesiásticas, con el nuncio del Papa Clemente VII, don Alonso de Fonseca, arzobispo de Toledo, don Juan Tavera, arzobispo de Santiago, que presidió en las Cortes.

     Determináronse con gran acuerdo muchas y buenas cosas para el buen gobierno destos reinos, especialmente contra blasfemos, vagamundos, gitanos, y que los corrigidores que diesen buena residencia fuesen consultados, para que el rey los honrase, y que se declarase así en sus sentencias. Suplicó el reino al Emperador se serviese de efetuar el casamiento que estaba tratado con doña Isabel, infanta de Portugal, si bien los embajadores de Ingalaterra instaron para que casase con María, su prima hermana, que después fué segunda mujer de don Felipe II. Sirvió el reino al Emperador con docientos cuentos de maravedís.

     Llegó en estos días a Toledo monsieur de Brion, gentilhombre del rey Francisco, y dió al Emperador los recados que dije traía del rey y de madama Luisa, su madre, y no pidió cosa en particular, ni la trató hasta la venida del arzobispo de Embrun.

     Venido, pues, el monsieur de Brion, con él comenzaron a tratar de la libertad de su rey, y ante todas cosas proveyo el Emperador que ellos, y todos los que de allí adelante viniesen de Francia, fuesen muy bien aposentados y tratados, no como criados de su prisionero, sino como embajadores de rey amigo.

     Si bien cada día se hablaba en esto, no se tomaba resolución; hacíase más de industria que por otra causa, porque el Emperador esperaba la vuelta de monsieur de Croy para ver lo que madama regente de Francia respondía a los capítulos que este caballero había llevado y lo que el rey de Francia por su libertad ofrecía.

     Volvió con mucha brevedad, y de madama Luisa a la ida y a la vuelta, oyó muchas y muy dulces razones; y del rey de Francia para el Emperador grandes promesas, diciendo que pues Dios por sus pecados le había querido tan ásperamente castigar, él tenía determinado de ser amigo de toda la Cristiandad y perpetuo esclavo del Emperador.

     Pocos días antes desta batalla de Pavía fueron presos por los franceses el príncipe de Orange y don Hugo de Moncada, y el rey de Francia los mandó luego soltar, por dar gusto al Emperador.

     Entre los grandes señores que fueron presos con el rey, fué uno don Enrique de La Brit, hijo de don Juan de La Brit, rey despojado de Navarra, el cual desde la prisión envió al bastardo de La Brit al Emperador, para que de su parte le rogase tuviese por bien que se tratase de su libertad. Venido el bastardo de La Brit a Toledo, el Emperador le hizo mucha cortesía, y le respondió muy a gusto a la embajada, aunque después no tuvo necesidad don Enrique de dineros ni otras diligencias para su libertad, dejando burlado al marqués de Pescara, cuyo prisionero era.



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- VIII -

Lo que ofrecía el rey de Francia por su libertad.

     Luego que don Hugo de Moncada fué suelto, vino a la corte del Emperador y trájole dos cartas, una del rey de Francia y otra de su madre madama Luisa, en las cuales ambas ofrecían, y juntamente los embajadores el arzobispo de Embrun y monsieur de Brion, y don Hugo de parte del rey.

     1.º Que doña Leonor, hermana del Emperador, viuda del rey de Portugal, que estaba prometida al duque de Borbón, casase con el rey de Francia, y la infanta doña María, hija de la dicha reina doña Leonor, casase con el Delfín de Francia, para seguridad de una paz perpetua.

     2.º Que el ducado de Borgoña, que pedía el Emperador, lo diese en dote a su hermana la reina Leonor, y quedase perpetuamente para el hijo mayor y sus descendientes que en la reina Leonor hubiese el rey de Francia, y que si ella muriese sin hijos, quedase Borgoña al hijo segundo del Emperador, y si el Emperador no tuviese hijos varones, sino hijas, que en tal caso casase el hijo segundo del rey de Francia con hija del Emperador, porque desta manera el Emperador cobraba el ducado de Borgoña.

     3.º Que desde agora para siempre renunciaba el rey de Francia toda la acción y derecho que pretendía tener y tenía al ducado de Milán, para que el Emperador hiciese de él lo que quisiese.

     4.º Que asimismo renunciaba la acción y derecho que pretendía tener sobre la señoría de Génova, no obstante que, la tuvo en su poder.

     5.º Que renunciaba todo el derecho que los reyes de Francia en cualquier manera tuviesen al reino de Nápoles, y renunciaba cualesquier deudas, pensiones, etcétera, que en aquel reino le fuesen debidas.

     6.º Que el rey de Francia quitaba, removía y soltaba la superioridad y dominio que tenía sobre las tierras de Flandes y condado de Artois, y por ser esto cosa grave y de importancia, prometía que haría que todos los Estados de Francia lo consintiesen, aprobasen y confirmasen.

     7.º Que restituirá la villa y fuerza de Hesdin con la fortaleza, y toda la artillería y municiones que en ella hubiese.

     8.º Que hará lo mismo de la ciudad de Tornay, renunciando el derecho en el Emperador y en todos los que sucedieren en los Estados de Flandes, y esto con solemne juramento para nunca lo pretender, ni por justicia ni por armas.

     9.º Que por todas las tierras que están en las riberas de Soma, que el Emperador pretendía que eran del condado de Artois, daría y pagaría por ellas lo que el Emperador quisiese, y madama Luisa la regenta concertase.

     10.º Que cuando el Emperador determinase pasar en Italia a coronarse, pagaría el rey la mitad del ejército que llevase, y que si quisiesen hacer guerra el Emperador, o su hermano el rey don Fernando, prometía el rey de Francia de no sólo pagar la mitad del ejército, mas de hallarse personalmente en ella.

     11.º Que si el Emperador quisiese pasar por mar en Italia, daría toda su armada, galeras, navíos, galeones, y la pondría en el puerto de Barcelona muy a tiempo.

     12.º Que si el Emperador quisiese hacer guerra contra infieles en Africa o en Grecia, pagaría la mitad de la costa, y si el Emperador fuese en la jornada, iría en ella acompañando la persona imperial.

     13.º Que todo lo que el Emperador tenía capitulado con el rey de Ingalaterra, y todo lo que de empréstidos y pensiones era debido al dicho rey, lo pagaría y cumpliría de tal manera, que el Emperador quedase de todo ello libre, y el de Ingalaterra satisfecho.

     14.º Que restituiría al duque de Borbón todos sus estados enteramente, y le mandaría pagar todas sus pensiones, y le daría su hija por mujer con el dote que a semejantes infantas se suele dar. Y que en el ejército que hiciese para servicio del Emperador, no yendo la persona real, pondría en su lugar al duque de Borbón, olvidando los enojos que le hubiese dado y de servicios que le hubiese hecho, por graves que fuesen.

     15.º Que de todo esto daría bastantes prendas y seguridad, y aprobación y obligación del parlamento de París.



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- IX -

Responde el Emperador a lo que el rey ofrecía por su libertad. -Replica el rey. -Cortes en Toledo este año.

     A los cuales medios, conservando su valor y reputación, como enemigo de ambición y sospecha de tiranía, respondió el Emperador que a él no le parecía que debía trocar el derecho y título que al Estado de Borgoña tenía tan justo y cierto por alguna otra cosa, antes le debía ser restituido, y por alguna manera lo daría en dote a su hermana, y que el casamiento que de ella se proponía con el rey, él no otorgaría si no fuese con voluntad del duque de Borbón, a quien la tenía prometida. Y a lo que decía de Italia, que él no quería, ni tenía propósito de alterar las cosas della, ni ponerla en guerra, ni desasosiego, antes su deseo era quietarla y pacificarla siempre. Y en lo to cante al reino de Nápoles, y lo demás que él poseía, que el rey de Francia no tenía algún justo título ni derecho a ello, ni había que renunciar. Que el Emperador se contentaba con que él restituyese el ducado de Borgoña, de la manera que lo había poseído el duque Carlos, su bisabuelo. Que asimismo aceptaba el ofrecimiento que le hacía de la Armada de mar para su pasada en Italia a coronarse.

     El rey de Francia replicó a esto moviendo otros partidos de grandes sumas de dineros y de otras cosas, porque el Emperador se apartase de la pretensión de Borgoña; mas el Emperador siempre estuvo en que se le había de dar lo que era suyo y no se lo dando, no aceptar los demás ofrecimientos, si bien fuesen grandes. Y si él pretendiera la monarquía de Italia (como muchos calumniaban), nunca [mejor] al tiempo tuvo, pues tenía preso un competidor tan poderoso, los demás príncipes atemorizados y dentro en Italia un ejército vitorioso; pero como nunca él tuvo pensamiento de esto, no admitió los ofrecimientos que el rey le hacía; antes a este mismo tiempo dió el título y envestidura de duque de Milán a Francisco Esforcia, con unas honestas y moderadas condiciones y recompensa por los grandes gastos que había hecho en la conquista de Milán y guerras sobre echar dél los franceses.

     Andando, pues, así estas cosas, el Emperador había salido de Madrid y ido a Toledo, donde mandó juntar los procuradores del reino para tener Cortes generales, las cuales luego se comenzaron y se dieron treguas a los franceses por seis meses.



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- X-

Sentíase el rey de la larga prisión; quiere que le traigan a España. -Trae Carlos de Lanoy al rey en España. -Recíbenle solemnemente en Barcelona. -El duque del Infantado le hospedó generosamente en Guadalajara. -Entra en Madrid. Buen tratamiento que se hacía al rey en Madrid.

     Sentía mucho el rey de Francia la prisión, pareciéndole que se alargaba demasiado, y hablando muchas veces con el virrey de Nápoles, Carlos de Lanoy, le oía decir la benignidad y blandura del Emperador y la grandeza de su generoso pecho; con esto le puso un gran deseo de verse con él, con una cierta esperanza que si le veía la cara, con tolerables condiciones le daría libertad, y por esto rogaba a Lanoy que no le llevase a Nápoles, donde había oído decir que le querían llevar, sino a España.

     No estaba Lanoy lejos de este parecer, esperando grandes mercedes y no menos honra, si mediante él se diese fin en las discordias de dos tan poderosos príncipes y tan enemigos entre sí. Por tanto, aconsejó al rey que asegurase el paso para España, de manera que de Francia no hubiese algún peligro.

     Y para esto partió luego Anna, señor de Montmorency, uno de los privados del rey, a madama Luisa, su madre, gobernadora de Francia, y tomada la fe de seguro, partió de Marsella con seis galeras, y halló a Lanoy con el rey en Puerto Delfín, que es veinte millas de Génova al Levante; y como hasta allí en público y en secreto delante de los capitanes del Emperador y de Borbón y del marqués de Pescara hubiese siempre dicho que llevaba al rey a Nápoles, volvió el viaje para España con diez y siete galeras llenas de soldados españoles, sin que lo entendiesen ni aun cayese en la imaginación del duque Borbón ni marqués de Pescara, ni de los otros capitanes principales que en Lombardía estaban.

     Y siguiendo su viaje con próspero viento, llegaron a la costa de España, al puerto de Palamós y Colibre, y de ahí fueron a Barcelona, mediado el mes de junio de este año de 1525; donde al tiempo del desembarcar se le hizo al rey grande salva de artillería y en la ciudad un solemne recibimiento. De aquí se dió aviso al Emperador de su venida, de que fué muy espantado, porque no lo sabía. De Barcelona vino toda la Armada con el rey a desembarcar en Valencia, donde fué solemnemente recibido. De Valencia fueron a Requena, donde esperaba don fray Francisco Ruiz, obispo de Avila, con otra mucha caballería que el Emperador había enviado a darle el parabién de la venida, y que le acompañasen. De Requena vinieron a Guadalajara, donde el duque del Infantado le hizo tan costoso recibimiento y hospedaje que el francés quedó admirado; y solía después decir muchas veces que el Emperador le hacía injuria en llamarle, como a los otros, duque, sino que le había de llamar por excelencia príncipe.

     De Guadalajara pasó a Madrid y aposentáronse en el alcázar, donde estuvo hasta que se le dió la libertad. Vinieron en compañía y guarda del rey Carlos de Lanoy, Hernando de Alarcón y otros capitanes y soldados escogidos y valientes, de los cuales quedaron en su guarda, con Hernando de Alarcón, algunos, y al rey se le hacía buen tratamiento con la cortesía que merecía la persona real de Francisco.

     Permitíasele salir al campo, ir a caza las veces que quería, y en todo se miraba mucho por darle gusto. Súpose y sintióse en Italia la traída del rey en España; los juicios y sentimientos que de ella hubo fueron muchos y pesados; dirélos después de haber dicho lo que el Emperador hizo y pasó en España con el rey detenido en el alcázar de Madrid, pues todo no se puede contar junto, si bien haya pasado a un tiempo.



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- XI -

Lo que hizo el Emperador en Toledo, y embajadores que vinieron. -Gran corte que el Emperador tenía en Toledo.

     La grandeza de los hechos de la guerra no da lugar al que escribe para que por menudo pueda referir los que son de paz y gobierno de la república. Lo cual yo he hecho en este año de veinte y cinco, que por escribir las guerras de Lombardía he dejado de contar algunos sucesos que no fueron. de ella, fiestas, caminos y embajadas y otros acaecimientos; pero agora que la gran vitoria del César ha puesto algún silencio a las armas, dejaré un poco de tratar de ellas y escribiré las de gobierno y paz, si bien por nuestros pecados duró tan poco, que será muy breve el tiempo que gozaremos de esta licencia.

     Al tiempo, pues, que el rey de Francia llegó a Madrid, tenía el Emperador Cortes generales de los reinos de Castilla en la ciudad de Toledo, donde estaban con él la reina de Portugal, viuda; su hermana doña Leonor, la reina Germana, los embajadores de Francia que ya nombré, que eran venidos a tratar la libertad de su rey. Y asimismo, embajadores de los reyes de Ingalaterra, de Portugal, de venecianos, del Sofi y de otros reyes de Africa y repúblicas y un legado del papa Clemente, y estaba asimismo el duque de Calabria y los duques de Alba, Béjar, Nájara, Medinaceli y otros muy grandes señores de Castilla, y el arzobispo de Toledo, don Alonso de Fonseca, y don Juan Tavera, arzobispo de Santiago, presidente que era del Consejo Real, con otros muchos perlados, según dejo dicho. De manera que la corte del Emperador era una de las mayores y más lucidas que ha tenido príncipe de España. Los cuales todos se holgaron mucho con la venida del rey de Francia, por la honra que con su real persona recibía Castilla y por la paz que se esperaba viéndose los dos príncipes.

     Entró en Toledo el virrey de Nápoles, Carlos de Lanoy, en dejando al rey en Madrid, y hízosele un solemne recibimiento, y el Emperador lo recibió con demostración de muy gran placer, y lo honró y trató amorosamente conforme al amor que le tenía, que era grande. Envió luego el Emperador a visitar al rey de Francia con graciosas y amorosas palabras y a le significar la voluntad que tenía de que él quisiese venir en buenos medios de paz y para que le fuese dada libertad, los cuales se continuaron y trataron, como se había comenzado, por sus embajadores. Pero como el Emperador estaba determinado en que ante todas cosas le había de restituir el ducado de Borgoña, y al rey de Francia se le hacía grave y casi imposible, dilatóse más de lo que el rey quisiera. La justicia que el Emperador tenía para pedir a Borgoña era tanta, que ninguno que fuere enterado della podrá decir sino que le sobraba razón. Y porque desta conste y por haber sido la pretensión de este Estado una de las causas principales y la piedra de la ofensión en que estos dos príncipes se toparon, será bien antes de pasar adelante decir el derecho que cada uno de ellos tenía, y así procedía con más segura conciencia en la guerra.



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- XII -

Derecho que tenía el Emperador a Borgoña.

     Fué Borgoña antiguamente reino; comprendía la provincia Lotaringia, que agora es Lorena, cuando sus límites eran mayores, y se extendía desde el río Mosa hasta el Reno, donde se contenían Holanda, Zelanda, Henaut, Asbavia, Elsacia, Güeldres, Cleves, Lieja, Maguncia y la selva de Ardeña, Tréveri y Limburg. Quedó después metida en el reino Borgoña, en tiempo de Enrico, primero de este nombre, rey de Francia. Por sediciones de los mismos pueblos de Borgoña se dividió este reino en ducado y en condado. El ducado quedó en la obediencia de los reyes de Francia, y el condado en la de los emperadores de Alemaña, del cual es cabeza y matriz la gran ciudad de Bisançon, de donde fueron naturales don Ramón y don Enrique que dieron reyes a Castilla y Portugal. Ha sido Bisançon ciudad nombrada y célebre por la gran feria que en ella se hace, a la cual Julio César y otros antiguos llamaron Vensoncio. Pasa, pues, el cuento así.

     En el año de 1326, a 12 de agosto murió en Francia el rey Carlos el Hermoso, hijo del rey Filipo el Hermoso. Y cuando Carlos pasó de esta vida, la reina doña Juana, su mujer, quedó preñada, y como el rey su marido no dejó hijo que le sucediese y después de su muerte la reina doña Juana no pariese sino una hija, fué ocasión que se levantasen grandes sediciones y guerras en Francia. El rey Filipo el Hermoso tuvo tres hijos y tres hijas. Los hijos se llamaron Ludovico Utino, Filipo Longo, y el tercero, Carlos el Hermoso, los cuales fueron por orden reyes pacíficamente; porque Ludovico reinó un año, Filipo cinco, y Carlos siete, sucesivamente; y si bien fueron todos casados, murieron sin hijos. Cosa por cierto harto maravillosa y en la real sucesión muy nueva, ver suceder en un reino tres hermanos y morir sin herederos. Las hijas del rey Filipo se llamaron Margarita o Beatriz, que casó con el rey de Castilla, don Hernando el tercero. La segunda, doña. Isabel, que casó con Eduardo, rey de Ingalaterra. La tercera, doña Catalina, que murió moza. Este Filipo el Hermoso tuvo un hermano que se llamó Carlos Valesio, y por otra parte la reina doña Isabel de Ingalaterra dejó un hijo que se llamó Eduardo, que reinó en Ingalaterra. Estando, pues, desierto el generoso reino de Francia y sin príncipe heredero, por muerte de Filipo el Hermoso y sus tres hijos, luego se opusieron a la pretensión del reino Eduardo, rey de Ingalaterra, diciendo que era suyo el derecho, pues era nieto de Filipo. Lo contrario decía Filipo Valesio, alegando pertenecerle a él por ser sobrino de su hermano de Filipo el Osado. Dividióse Francia en dos parcialidades, siguiendo la una a Eduardo y la otra a Filipo Valesio. Prevaleció Valesio, y quedó con el reino, quedando muy descontento y protestando siempre Eduardo. Por manera que desde aquellos tiempos siempre pretenden los de Ingalaterra que el reino de Francia es suyo.

     Como se vio privado Eduardo, rey de Ingalaterra, del reino de Francia, acordó de poner en armas su justicia, levantó un ejército muy poderoso y acometió y tomó a Calés con otras tierras de Francia.

     Sintió tanta pena y afrenta Valesio de la toma de Calés, que de pura tristeza le vino, una calentura lenta de que murió, año 1352, a 7 de julio, de edad de cincuenta y siete años. Muerto Filipo Valesio sucedió en Francia su hijo, el rey don Juan, el primero de este nombre, el cual luego que murió su padre movió guerra al rey Eduardo por cobrar a Calés y vengar el enojo de su padre y dar a entender al inglés el competidor que tenía. El rey Eduardo, era ya viejo y gotoso, y no podía salir en campaña, y así envió a su hijo, que se decía Ricardo, príncipe heredero; y diéronse una sangrienta batalla cerca de Poitiers, año 1956, a 20 de setiembre, jueves en la tarde, víspera de San Mateo. La batalla fué reñida, porfiada, sangrienta y dudosa la vitoria; mas al fin el rey Juan de Francia fué preso, y un hijo suyo, llamado Filipo el Osado. Hallóse en esta batalla el cardenal de Petragorico, que el papa Inocencio había enviado para dar alguna traza, y componer los dos príncipes. Lo cual no pudo acabar por más que lo trabajó. Murieron en esta batalla, don Guillermo, hermano del rey Juan y duque de Orleáns. Murió el condestable de Francia y el gran senescal, y trece mil infantes, y mil y cuatrocientos caballos, y escapó herido en un brazo el príncipe don Carlos, hijo primogénito del rey Juan, el cual en el tiempo que el padre estuvo preso gobernó el reino de Francia. Preso el rey Juan y su hijo Filipo, lleváronlos a Burdeos, y de allí a Ingalaterra, do estuvieron cuatro años, y el tratamiento que les hicieron fué que en todo este tiempo no salieron de una fortaleza ni aun de un aposento donde dormían y una sala do comían y se entretenían.

     Loan mucho los coronistas en el príncipe don Carlos la prudencia que tenía en gobernar el reino de Francia y la diligencia que puso en sacar a su padre de prisión. Pero como los ingleses pedían mucho y él daba poco, hubo de estar el rey Juan mucho tiempo preso. Al fin, el papa Inocencio y el rey de Escocia concertaron la libertad del rey en esta manera.

     Dieron a Eduardo, rey de Ingalaterra, el señorío perpetuo de Calés y su tierra, y las tierras de Poitiers, la ciudad de Saintes, la ciudad de Limoges, la ciudad de Tarba, la ciudad de Rodes con todas sus tierras. Diéronle más la ciudad de Touars, Agen, Perigueux, Ponthieu y Bigorra; el condado de Angulema y ducado de Guyena, con tres millones de oro en dinero. Pagáronle las dos partes del gasto que en aquella guerra había hecho. Dieron más otra suma de dinero por los prisioneros que con el rey Juan fueron tomados, y restituídos todos los ingleses que en Francia estaban presos, sin pagar rescate por ellos; y dieron para seguridad de todo cuatro castillos muy fuertes, y, doce caballeros los mayores de Francia, y dos hijos del rey Juan en rehenes. Año de 1360, a 3 de otubre, trajeron al rey don Juan a Calés, y allí le pusieron en libertad.



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- XIII-

Señores que hubo en Flandes y Borgoña.

     Pues para inteligencia de lo que pretendo decir, conviene saber que en el condado de Flandes y ducado de Borgoña hubo treinta y un señores, contando desde el primero conde, que se llamó Elderico, hasta el último duque, que fué Carlos Pugnax o el Peleador, y comenzó su señorío de Elderico año 792. Gobernó el condado de Flandes cuarenta años, y tuvo una mujer que se llamaba Flandra, y por ella se llamó aquella tierra Flandes. El duque Carlos murió en la batalla que le dió Renato, duque de Lorena, día de los Reyes, año 1476. El mismo año de la delibración del rey Juan, que fué año de 1360, murió el duque de Borgoña, que se llamaba Filipo, y fué el último duque que por línea de varón hubo en aquel Estado. El rey de Francia, Valesio, padre que fué del rey Juan, preso en Ingalaterra, fué casado con una tía del duque Filipo de Borgoña, que se llamaba Juana, de la cual dicen los coronistas franceses que fué muy dota en la lengua latina y gran música. El rey Filipo Valesio hubo en esta señora reina Juana al rey Juan, que estuvo en Ingalaterra, el cual se llamó Juan porque su madre se llamaba Juana. Muerto el duque de Borgoña Filipo, como no dejó hijo varón legítimo, opúsose al Estado el rey Juan de Francia, diciendo que pues él era primer hijo de hermano de Filipo de Borgoña, hijo de su tía, la reina Juana, que a él y no a otro como a pariente más propincuo que tenía el duque Filipo, pertenecía aquel Estado, y de hecho se apoderó de él. Los borgoñeses protestaron al rey Juan, diciendo que el ducado de Borgoña no pertenecía a él, sino a su hermano Filipo el Osado, porque él era rey de Francia, en el cual reino no se debía ni podía incorporar aquel Estado. Viendo el rey Juan que los borgoñones tenían razón, declaró que él no heredaba a Borgoña como persona particular, esto es, como pariente más propincuo a la casa de Borgoña. Declaró asimismo que en el ducado de Borgoña, no habiendo varón, la mujer legítima podía ser heredera porque así lo heredaba él; es, a saber, por ser hijo de la reina Juana, duquesa que fuera de Borgoña, si al tiempo que murió el duque Filipo, su sobrino, fuera viva. Este rey Juan, después que salió de la prisión, como vino a Francia y no pudo cumplir todo lo que por su rescate prometiera, acordándose de los grandes rehenes que tenía puestos en lugar de su persona, determinó como príncipe verdadero, de tornar a ser prisionero del rey de Ingalaterra, y desta manera puso en libertad a los que por él se habían puesto en prisión. Murió el rey Juan en ella, en la ciudad de Londres, año de mil y trescientos y sesenta y cuatro. Fué traído a enterrar al monasterio de San Benito, junto a París, que se dice Sant Denis; y viéronse en tanto trabajo los franceses por rescatar el cuerpo de su rey muerto, que por poco les costara tanto como si fuera vivo.



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- XIV -

Apelaciones de Flandes a París.

     A la sazón que esto pasaba, era conde de Flandes Ludovico de Marla, el cual tenía una hija que se decía Margarita y era viuda, heredera del condado de Flandes. Muerto el rey Juan, como sucedió en el reino su hijo Carlos el V, luego se fué al Parlamento de París, do juntó el reino y allí se concertó con su hermano Filipo el Osado, en que Filipo renunció el condado de Terouana, que su padre le había por su testamento mandado; y el rey Carlos lo incorporó en la corona real. Y en recompensa del condado de Terouana dió a su hermano Filipo el ducado de Borgoña para que libremente lo poseyese él y sus herederos. Y todo esto se hizo queriéndolo el rey Carlos y consintiéndolo el reino, y aprobándolo los parlamentos. Declarado, pues, Filipo el Osado por duque de Borgoña, casó con la hija de Ludovico, conde de Flandes, que se llamaba Margarita, heredera única del condado, y en el casamiento fué consentidor Carlos, rey de Francia, hermano de Filipo; y casaron con estas condiciones, etc. Filipo el Hermoso, rey de Francia, teniendo guerra con el rey de Ingalaterra, el conde de Flandes favoreció al inglés, y acabada la guerra, el rey de Francia fué contra él y prendiólo con un hijo suyo, y túvolo hasta que murieron en la cárcel. Rebeláronse par esto los flamencos contra el rey de Francia. El cual, como los tornase a sojuzgar, pidióles tres ciudades en rehenes, que fueron Amsola, Adnaco y Orchias. Jamás pudieron los condes de Flandes recobrar estas ciudades; pero concertáronse que los reyes de Francia diesen a los condes de Flandes diez mil ducados cada año; y éstos eran tan mal pagados, que llegaron a deber cien mil.

     Por recuperar los daños pasados y evitar enojos, capitularon estos príncipes que el rey de Francia pagase luego los cien mil ducados y restituyese al conde de Flandes las tres ciudades, con tal condición que las apelaciones fuesen a París. Mas que si el conde de Flandes, Ludovico, puesto que era viejo, tuviese hijo, heredase las tres ciudades; y si no, que Filipo el Osado, pues casaba con Margarita, única heredera de Flandes, heredase las tres ciudades con todo lo que era de su suegro, el conde Ludovico.

     Capitulóse más: que si Filipo el Osado, duque de Borgoña, muriese sin hijos legítimos, que las cosas tornasen a su estado primero, esto es, el ducado de Borgoña y las tres ciudades de Flandes, al rey de Francia, y el rey de Francia pagase los diez mil ducados cada un año a los condes de Flandes. Favoreció tanto la fortuna al duque Filipo, que tuvo tres hijos legítimos: el primero se llamó Juan, que le sucedió, y casó con Margarita, hija del conde o duque de Henaut; el segundo se llamó Antonio, y éste fué duque de Brabante; al tercero llamaron Filipo, y éste fué conde de Lucemburg. De estos tres hijos heredó el ducado de Borgoña y condado de Flandes Juan, que era el mayor. Este duque Juan no tuvo más de un hijo que se llamó Filipo el Piadoso, porque lo fué. Casó Filipo con Leonor, infanta de Portugal, princesa muy hermosa, liberal y afable.

     Tuvo el duque Filipo tres hijos: el primero se llamó Antonio; el otro, lodo; el tercero, Carlos. Los dos primeros murieron mozos, y Carlos heredó el Estado de Flandes y Borgoña. Murió el duque Carlos en una batalla, día de los Reyes, según ya dije; fué casado con madama Isabel, hija, del duque de Borbón, y no tuvieron más que una hija, que se llamó María, la cual casé con el Emperador Maximiliano, archiduque de Austria. Los cuales hubieron dos hijos, a Filipo y a Margarita. Filipo casó con doña Juana, infanta de Castilla, hija de los Reyes Católicos, y de ellos fué hijo el bienaventurado Carlos V, rey de España, Emperador de Alemaña, etc.



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- XV -

Crueldad grande. [Prosigue la misma materia.]

     Muerto el duque Carlos de Borgoña, el rey Luis de Francia onceno de este nombre, envió mucha gente y dinero a Renato, duque de Lorena, para que prosiguiese la vitoria, y en su nombre tomase el ducado de Borgoña. Lo cual hizo Renato; y no contento el rey Luis con esto, él mismo en persona fué a tomar otras tierras del Estado de Flandes y se apoderó por fuerza de Noyón, Perona, Montuel, Ras, con todas las tierras que en contorno destas ciudades estaban. Mostráronse los flamencos y borgoñones valerosos vasallos y leales servidores de la duquesa María, que era muy niña; mas no pudieron más. Y sucedió que tomando los franceses la ciudad de Arrás, ponían los cuchillos a las gargantas de los vecinos y los perdonaban sólo porque dijesen: «¡Viva el rey de Francia!»; y ellos no querían decir sino «¡Viva madama María, duquesa de Borgoña!». Y luego los degollaban, muriendo como leales; y aun como mártires, pues morían por defender la justicia y lanzaban al tirano de la tierra. Después de muchas guerras que pasaron entre franceses, flamencos y borgoñones, finalmente, el rey Luis dijo y declaró que él no tomaba aquellos estados sino como en tutoría, y que madama tuviese la gobernación. El rey de Francia quisiera que los flamencos le entregaran a la duquesa María, y les ofreció ricos dones; mas los flamencos, como leales, la guardaron. Y como no pudo vencer la lealtad de los caballeros, acordó de negociar de secreto con la misma María, que era niña, a ver si por ruego y promesas podría meterla en Francia. Tenía el rey Luis un barbero flamenco que se decía Guillermo, y a éste, como sabía la lengua flamenca y era natural, encomendó que fuese a madama María y la dijese tres cosas: la primera, que él la tenía por hija; la segunda, que él tenía en su nombre el ducado de Borgoña muy bien tratado; la tercera, que él la quería casar con persona real de su casa, y que la engañaban en aconsejarla otra cosa. Fué Guillermo con esto a Flandes, y tuvo tan poca discreción que no supo guardar secreto (parlando como barbero) ni aun buscar tiempo para decir a lo que iba. Y así se descubrió, y corrió harto peligro su vida. Viendo los flamencos las diligencias que el rey hacía por haber en su poder a la duquesa, diéronse prisa a casarla; y así, la casaron, como dije, con Maximiliano, hijo del Emperador Frederico. Viendo el rey Luis casada a María en Alemaña, acordó alzarse con el ducado de Borgoña, porque importaba mucho, a Francia, por confinar con lo mejor de ella. Tal es el derecho absoluto que el rey de Francia tuvo para entrarse en el ducado de Borgoña; y la justicia que el Emperador tenía para pedirle, y la justificación con que hizo guerra por él. He referido esta historia no conforme a las de Austria ni del condado de Flandes ni de Borgoña, sino por las mismas historias francesas, para mayor seguridad de la verdad. Y los autores que con mayor curiosidad y largamente la escriben son: Roberto Gaguino, Guillelmo Rabasten, Burlifer, Pisano, en las vidas de los reyes de Francia: Filipo el Hermoso, Ludovico Hutino, Filipo el Longo, Carlos el Hermoso, Filipo Valesio, Juan I, Carlos VI, Carlos VII, Ludovico XI.



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- XVI-

Asiéntanse treguas entre los reyes para tratar de la concordia. -Piden al Emperador en Cortes que se case en Portugal. -Va el Emperador a Segovia. -Enferma el rey de Francia porque el Emperador no le veía. -Visita el Emperador al rey de Francia. -La plática que pasó entre ellos. -Viene madama Alanson a Castilla. -Viene el legado Salviati. -Viene a Toledo madama de Alanson a tratar la libertad del rey su hermano.

     Volviendo, pues, a nuestros cuentos para poder tratar de la composición destos príncipes, se asentaron treguas entre los reinos de España y Francia por ocho meses, que comenzaron desde el de junio.

     Y el Emperador, siéndole pedido por parte del rey de Francia, dió licencia y seguro para que madama Margarita de Alanson, hermana del rey Francisco, mujer que había sido de monsieur de Alanson, viniese a España a le visitar y tratar de sus negocios, como se dirá. Y el Emperador, continuando las Cortes de sus reinos, hizo en ellas algunas leyes necesarias y provechosas al bien público, como parece en el volumen que de ellas hay, que con mucha curiosidad vi escrito en la librería del monasterio de Fres del Val, que es de los padres jerónimos, y fundación del adelantado Gómez Manrique, una legua de Burgos. Y el reino, atendiendo a los grandes gastos que el Emperador había hecho, le otorgó mayor servicio que hasta allí se le había dado. Y todo el reino le suplicó qué fuese servido de casarse, pues ya su edad lo pedía, para que Nuestro Señor le diese hijos en quien se continuase su sucesión, y encarecidamente le pidieron que casase con doña Isabel, infanta de Portugal, pues aquello era lo que más convenía al reino, por los grandes deudos y vecindad que con la casa de Portugal había, y por las virtudes y perfeciones que de la infanta se decían. Por la cual suplicación el Emperador se inclinó a este casamiento, y desde luego se comenzó a tratar de él, si bien los embajadores de Ingalaterra instaban que casase con la infanta de Ingalaterra, su sobrina, con quien se había platicado, como queda dicho, en las ligas y amistades que con el rey de Ingalaterra el Emperador había hecho.

     Acabadas las Cortes, el Emperador acordó de ir a Segovia, porque los vecinos de aquella ciudad se sentían desfavorecidos y agraviados de que él había pasado junto a ella cuando vino de Valladolid y no la había visitado. Y siendo ya el fin de agosto, partió para allá, y fuéle hecho un solemne recibimiento, y después muy grandes fiestas.

     Detúvose en Segovia pocos días el Emperador, y partió para Buitrago, donde se entretuvo en cazar.

     En estos mismos días enfermó el rey de Francia; dicen que de pura melancolía de verse preso, y que el despacho de su libertad se dilataba. Y estando el Emperador en un lugar que se llama San Agustín, seis leguas de Madrid, le vino una posta con aviso de Hernando de Alarcón, que tenía en guarda la persona del rey, que decía cómo la enfermedad del rey se iba agravando de manera que se tenía poca esperanza de su vida; y que para alivio de su mal no pedía el rey sino que el Emperador le viese.

     Como el Emperador supo esto, con acuerdo de los duques de Calabria y Béjar, Nájara y otros señores que con él venían, se determinó que sería obra cristiana y pía irle a visitar y consolar, y dar buenas esperanzas de su libertad, y así partieron luego por la posta, y llegó aquella misma noche (que fué a 28 de setiembre) a Madrid, y como iba de camino entró a visitar al rey.

     Y siendo el rey avisado de la venida del Emperador, recibió tan gran alivio que mostró mucha mejoría.

     Como el Emperador entró en el aposento donde el rey estaba, le quitó el sombrero y llegó a abrazarle en la cama donde estaba; y el rey se incorporó en la cama y abrazó al Emperador, diciéndole: «Monsieur, veis aquí vuestro esclavo.» Y el Emperador respondió: «No, sino buen hermano y amigo libre.» Y el rey replicó: «No, sino vuestro esclavo.» Y el Emperador tornó a responder: «No, sino libre amigo y buen hermano.»

     Y después de esto pasaron otras muchas palabras: la sustancia de ellas fué decirle el Emperador que no tuviese al presente cuidado sino de su salud, que aquélla era la que deseaba muy mucho, y que estuviese cierto que sus negocios se harían muy bien.

     Y con esto el Emperador se salió, y pasó a otro cuarto del mismo alcázar; y el rey quedó consolado, con que se le sintió notable mejoría.

     Y otro día siguiente, el Emperador lo tornó a visitar, y de nuevo lo esforzó y consoló todo lo posible.

     Este mismo día llegó a Madrid madama Alanson, hermana del rey de Francia, que sabiendo la enfermedad de su hermano, se había dado priesa a caminar, y el Emperador la salió a recibir y la acompañó hasta el aposento de su hermano. El cual se alegró y consoló mucho con ella; habiéndoles el Emperador dicho a ambos dulces y amorosas palabras llenas de buenas esperanzas, los dejó juntos y partió para Toledo, donde llegó el día siguiente, y desde ahí adelante el rey de Francia fué mejorando, de manera que en breve tiempo quedó sano. Y desde a ocho días que el Emperador llegó a Toledo, vino allí el cardenal Salviati, que venía por legado del Papa, al cual el Emperador mandó hacer un gran recibimiento, en que se hallaron los perlados y grandes de la corte, y él por su persona salió fuera de la ciudad, queriendo hacer una gran demostración y cumplimiento con el Papa, porque tenía aviso que no le hacía buena amistad, antes trataba, como luego diremos, hacer ligas contra él. Y siendo así recibido y aposentado el legado, el Emperador por le satisfacer, de lo que dije y desenconar el ánimo del Pontífice, le quiso dar cuenta y comunicar todos los medios y pláticas que con el rey de Francia y sus, embajadores había pasado, y los que luego se ofrecieron con madama de Alanson. La cual, desde a pocos días, quedando el rey su hermano mejor, vino a Toledo, y con ella fray Filipe Villers Lisleadam, maestre de la Orden de San Juan, despojado de la isla de Rodas. El Emperador salió a recibir a Margarita, y la hizo aposentar y honrar mucho. Luego volvieron a tratar medios de paz y de la libertad del rey; y añadió, demás de los capítulos que don Hugo de Moncada había traído, que se daría al Emperador el vizcondado de Auxona, que es en el ducado de Borgoña, o una gran suma de dinero, cuando esto no quisiese, y que el Emperador le quisiese dar su hermana Leonor, con los partidos y ofrecimientos dichos. Y se dijo que el rey de Francia tendría por bien que su hermana, madama de Alanson, casase con Carlos, duque de Borbón. Pidió que en lo que tocaba al derecho de Borgoña, se determinase por justicia ante los doce pares de Francia: que son seis perlados y seis caballeros. Enfadóse el Emperador de esto, y lo que dió por respuesta fué que era contento que se señalasen personas dotas por una y otra parte, para que lo determinasen en justicia; y que el Papa fuese tercero con ellos; pero madama no quiso esto.



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- XVII-

El maestre de Rodas viene a la corte del Emperador. -Dióle la isla de Malta.

     En esta misma sazón, que era principio de otubre, entró en la corte del Emperador el gran maestre de Rodas, Filipe Lisleadam, que había perdido aquella isla, acompañado de muchos caballeros de su Orden. Saliéronle a recibir todos los grandes que en la corte estaban, y el Emperador le recibió muy bien y honró mucho, y trató con él las cosas de aquella religión. Y quiso el Emperador dar a estos caballeros la isla de Malta, donde agora están el convento y nobleza desta religión con su gran maestre.

     También el legado del Papa entre otras cosas trató y pidió al Emperador que enviase a mandar a sus capitanes que fuesen a tomar la ciudad de Rezo, y la villa y castillo de Ruberia, que el duque de Ferrera tenía usurpadas a la Iglesia desde la muerte del papa Adriano, y se las mandase entregar, como se había capitulado cuando se hizo la paz, y los había socorrido con ciento y veinte mil ducados.

     El Emperador respondió lo que otra vez a este artículo había respondido, y que daría modo como aquella demanda se determinase por justicia o amigable composición y concierto, y que procuraría como sin armas pacíficamente el Papa hubiese la posesión de ellas, sin perjuicio de la superioridad del Imperio ni de tercero alguno, porque por armas y fuerza no le parecía se debía hacer; porque el duque de Ferrara era vasallo del Imperio, y no era bien que por su parte se alborotasen las cosas de Italia. No fué muy contento con esta respuesta el legado; que, aunque eclesiástico, quisiera más las armas y ejecución dellas.





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- XVIII -

El rey de Francia quiere huir de la cárcel en traje de un negro.

     Viendo madama de Alanson lo poco que sus ruegos y medios aprovechaban, y que lo que se ofrecía se estimaba en nada, pidió licencia para volverse y ver de camino a su hermano. Diósele, y fué al alcázar de Madrid a visitarle, donde estuvo algunos días dando orden y traza como cautelosamente pudiese sacarle de la prisión, pues ruegos ni ofertas no bastaban.

     El ardid era que un esclavo negro, que metía leña en la cámara donde dormía el rey, para una chiminea, se acostase en la cama del mismo rey, y el rey se vistiese las ropas del negro y tiznase la cara, y así se saliese fuera del alcázar cuando quisiese anochecer, a hora que nadie pudiese echar de ver el tizne fingido.

     En este tiempo estaban en servicio del rey allí en Madrid un caballero francés que se decía monsieur de Larochepot, y un camarero que había de nombre Clemente Chapion; los cuales dos riñeron un día, y dió monsieur de Larochepot un bofetón al camarero, de que quedó muy cargado y lastimado.

     Viendo, pues, el camarero que por estar en reino extraño y por ser el que lo injurió más poderoso, no había lugar para su venganza, fuese de Madrid a Toledo, donde estaba el Emperador, y descubrióle la maraña que el rey de Francia tenía urdida para salirse de la cárcel. Y que estaba determinado de hacerlo pocos días después de ida su hermana.

     Tenía también allí el rey de Francia un criado tesorero francés, y éste supo la jornada del camarero a Toledo, y su enojo, y sospechó que iba a descubrir el secreto. Y con sola esta sospecha se puso en huída y tomó el camino para Francia.

     La causa porque éste huyó fué porque entre solos los cuatro estaba ordenada la fuga del rey, esto es, entre el rey y su hermano y el camarero y tesorero.

     Maravillóse el Emperador de que el rey de Francia quisiese usar de esta treta, y humillarse tan feamente para huir. Y al principio no daba crédito al camarero, porque parecía que hablaba apasionadamente, y lo otro porque no se podía persuadir que un príncipe, como el rey de Francia, quisiese intentar cosa tan fea. Con todo eso, mandó el Emperador escribir a Hernando de Alarcón todo lo que el camarero decía, y esto no para que lo descubriese, sino para que lo mirase y remediase, y estuviese sobre aviso en las guardas del alcázar, y que el esclavo no entrase con la leña de allí adelante.

     Demás de esto, en el salvoconduto que se le dió a madama para tornar en Francia, con mucho aviso se puso que con tal condición se le daba que en España no hiciese ni hubiese hecho alguna cosa que fuese en de servicio del Emperador o daño de la república.



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- XIX-

Desesperada embajada del rey al Emperador. -El rey pide la reina Leonor. -El Emperador la tenía prometida a Borbón. -Ofrécele, porque suelte la palabra, el ducado de Milán.

     Visto por el rey de Francia que su hermana era ida, y que se quedaba preso y desenhilado su negocio, con despecho y aborrecimiento envió al Emperador un criado, que se decía Memoransy, diciendo que él estaba determinado a ser antes su perpetuo prisionero que no darle el ducado de Borgoña con lo demás que en el memorial pedía, y que para esto le señalase luego lugar donde había de estar preso, y los que había de tener, en su servicio.

     El Emperador respondió que era contento de señalarle el lugar de su prisión y darle personas que le sirviesen. Y demás desto, que dijese al rey su amo que a él le pesaba mucho de no querer dar por rescate de su persona lo que era obligado a restituir por justicia.

     Apenas era partido Memoransy con esta respuesta, cuando vino Carlos de Lanoy, el virrey de Nápoles, a decir al Emperador que el rey estaba de otro propósito y de venir en lo bueno, y que para este efeto le habían traído grandes poderes de la reina su madre y del Parlamento de París. Que no restaba sino que Su Majestad señalase personas y enviase sus poderes para que concordasen lo que él pedía con lo que el rey otorgaba.

     Envió el Emperador sus poderes, y con ellos al virrey y a don Hugo de Moncada y al secretario Juan Alemán. Llegados estos tres a Madrid, lo primero que el rey pidió fué que le diesen por mujer a doña Leonor, hermana del Emperador, viuda del rey don Manuel de Portugal. El dote que pidió el rey fué el condado de Malon y el condado de Osera, y que dejándole estos dos condados, él restituiría el ducado de Borgoña; que tenía por cierto que el reino de Francia vernía en esto, por casar él con tan alta princesa, y por el bien de la paz tan deseada; que juraría esto debajo de su fe y palabra real. E que si los de su reino no quisiesen venir en ello, se volvería a España a ser prisionero del Emperador, y daría en rehenes uno de sus hijos y doce caballeros de los más nobles de Francia que el Emperador nombrase.

     No se podía efetuar esto por tener el Emperador dada la palabra al duque de Borbón de que le daría por mujer a su hermana la reina Leonor, y para esto le envió un correo poniéndole delante que no se podía concluir nada con el rey si no se le daba a su hermana por mujer. El duque de Borbón sintió notablemente esto, diciendo que había perdido grandes estados en Francia, no por codicia de otros, sino por desear casar y emparentar con hermana del Emperador, y que al cabo de tantos servicios y peligros en que se había visto por esto, le daban este pago. Recibió el Emperador mucha pena por el sentimiento de Borbón, y estuvo suspenso algunos días, porque deseaba por una parte componerse con el rey de Francia, y por otra no enojar al duque de Borbón, a quien tenía muy buena voluntad. Y entre tanto que se determinaba dar su hermana a Borbón o al rey, envióla a Guadalupe con color de unas novenas que había prometido cuando el Emperador estuvo cuartanario.

     Volvió el Emperador a decir a Borbón que tuviese por bueno el casamiento de su hermana con el rey, y que en recompensa del quitársela le daba el ducado de Milán, y luego le haría el título y daría la investidura. Lo cual Borbón, si bien quisiera más a la reina, lo acetó, y fué luego a palacio, y puesto de rodillas, el Emperador le dió la investidura de su propria mano.

     Esto fué año 1526. Vi en Simancas las escrituras que sobre esto se hicieron, como Borbón y Carlos de Lanoy eran enemigos, dieron el rey y él aviso a la reina doña Leonor de los debetes que había sobre su casamiento, y que viese que le estaba mejor ser reina de Francia que mujer de un fugitivo. Ella escribió luego al Emperador, su hermano, diciendo llanamente que quería casar con el rey de Francia y no con Carlos de Borbón.



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- XX -

Siéntense Borbón y el de Pescara de que Lanoy les trajese al rey de Francia. -Viene Borbón a España. -Sálele a recibir el Emperador.

     La venida del rey de Francia en España en la forma que dije, queriéndose hacer Carlos de Lanoy autor de su prisión, y solo dueño de la gloria y honra que tal presa merecía, indignó por extremo al duque de Borbón y al marqués de Pescara, por haber sido sin que ellos lo supiesen ni entendiesen. Dijeron sobre esto palabras muy pesadas y de gran sentimiento contra Lanoy, y determinaron de venir a España, como después lo hicieron.

     Y el de Pescara escribió al Emperador.

     Procuró el Emperador templar estos enojos con buenas razones, mas no aprovechó, y volvió el duque de Borbón a escribir al Emperador quejas contra Lanoy, diciendo que tenía mucho por que se sentir de él, por la afrenta que la había hecho en llevar el rey de Francia a España, y también por la mala provisión que le dió para la conquista de Marsella, y que daría otras causas por donde hallaría cuán digno de castigo era Carlos de Lanoy.

     A esta sazón se habían puesto treguas por tres meses entre Francia y España, y así, caminaban los correos seguros por Francia. Y fué la ventura que los franceses tomaron unas cartas de Borbón y las enviaron a Lanoy, haciendo esto de propósito, por encender más el fuego de enemistad que entre Borbón y Lanoy había. Mandó el Emperador que fuesen las galeras a Génova por Borbón; el cual vino prósperamente a Barcelona por el mes de diciembre, y de allí, a Valencia; finalmente, a Toledo, donde le salió a recibir el Emperador largo espacio fuera de la ciudad, si bien hubo muchos que dijeron que el Emperador no le hiciese tanta cortesía.

     Los caballeros españoles no se la hicieron, mirándole de mala manera.

     Mandó el Emperador a un caballero que le hospedase en su casa. El caballero dijo que por mandarlo Su Majestad lo haría de buena gana, mas que en saliendo Borbón de ella, la había de derribar hasta los cimientos; porque quedando inficionada por haber posado en ella un traidor, no estragase otros buenos que después viviesen en ella. Hablaba como leal este caballero, mas no lo consideraba bien todo; que un bueno ofendido, a mucho se arroja.



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- XXI -

Mal oficio que Lanoy hizo a Borbón. -Pesadas palabras ante el Emperador entre Lanoy y Borbón. -Desgracia de Borbón por culpa de su agente.

     Antes que Borbón viniese en España, Carlos de Lanoy había dicho al Emperador en Toledo que si tenía voluntad de dar al duque de Borbón su hermana la reina Leonor; y el Emperador le respondió que no sólo tenía voluntad de dársela, mas que aún jamás le había pasado por el pensamiento quitársela.

     Si Lanoy no estuviera tan apasionado, contentárase con esta respuesta y callara; pero la pasión le hizo replicar, diciendo que por qué quería dar a Borbón su hermana, pues no había cumplido con él alguna cosa de las que había capitulado más de haberse venido fugitivo de Francia; a lo cual el Emperador volvió a responder, que Borbón había mejor cumplido con él que no él con Borbón.

     Quedó el Emperador algo enfadado de esta plática, y Lanoy corrido. Un día suplicó Lanoy al Emperador que mandase llamar allí a Borbón, porque delante de Su Majestad le quería hablar y decir las quejas que de él tenía. El Emperador tenía mucho respeto a Borbón, y hasta ver si gustaba, no lo quiso conceder a Lanoy. Borbón dijo que él lo quería así, y aún lo suplicaba. Señaló audiencia el Emperador a los dos, en la cual dijo Lanoy que él se quejaba del duque de Borbón porque había escrito unas cartas en que le ofendía pesadamente, diciendo en ellas que él había hecho mal en traer al rey de Francia a España, y que no le había dado buen recado para la guerra de Marsella, y aún que tenía otras cosas secretas que decir contra él, las cuales él quería callar, y allí delante de Su Majestad se las dijese, y que sí en ellas le hallase culpado, se sujetaba a la pena.

     A esto que Lanoy dijo, respondió Borbón: «Sacra Cesárea Majestad, bien sabe el virrey que todo lo que yo escribí en mis cartas es verdad, y las otras secretas que tengo que decir, si a mi honestidad conviene que se callen, a su honra conviene más que no se digan, porque bien sé que mis cartas fueron con gran malicia tomadas en Francia, y puestas en sus manos. De lo cual se puede bien colegir que si yo soy francés de naturaleza, él lo es de corazón y obras.»

     No poco encendido y turbado respondió a estas palabras Lanoy: «Si lo que en mi corazón está secrestado osase mi lengua sacar aquí en público, sin comparación tendría yo muchas más quejas que decir de vos, que no vos de mí.»

     Visto por el César que descubrían materia para venir en rompimiento y desmandarse delante de Su Majestad, mandó a Lanoy que callase, y como él porfiase en hablar y decir con cólera algunas palabras pesadas contra el duque, díjole el Emperador: «Callad, enhoramala, virrey, que no os está bien decir esas cosas, ni a mí oírlas.»

     Como vió Lanoy enojado al Emperador, dijo que renegaba de la paciencia forzada y maldecía su ventura; y metióse en una cámara, llevando tras sí la puerta con gran golpe.

     De ahí a tres días que pasó esto, mandó el Emperador a Enrique, conde de Nasau, y a monsieur de Laxao, y al secretario Juan Alemán que los hiciesen amigos y se tratasen como caballeros. Lo cual ellos hicieron fácilmente en lo exterior, mas los corazones quedaron en la desigualdad que antes.

     Cuando estos caballeros hubieron estas palabras ante el Emperador, estaban allí el conde de Nasau y monsieur de Laxao y Hernando de Vega y el secretario Juan Alemán. A los cuales mandó el Emperador que callasen lo que allí había pasado.

     Cuando se dió a Carlos de Lanoy el oficio de virrey de Nápoles, era caballerizo mayor del Emperador, y no lo quiso dejar, y puso en su lugar un caballero italiano que se llamaba César de Ferra Mosca, el cual sirvió tan bien, que alcanzó mucha gracia con el Emperador; y Lanoy le aborrecía y mostraba muy mal rostro, y andaba por quitarle el oficio.

     Queriendo Ferra Mosca congraciarse con Lanoy, usó del oficio infame de malsín, y parlóle que Borbón hablaba muy mal de él, sin mirar en la amistad que entre ellos el Emperador había puesto. Mentira era y falsedad; mas Lanoy lo creyó, que esto tiene el mal que halla luego entrada y disposición para echar raíces. Con estas cosas reverdeció la enemistad mortal, y quejóse Lanoy al Emperador, pidiéndole licencia para que, pues Borbón no quería su amistad, se le declarase por su enemigo. El Emperador proveyó que se supiese lo que el duque había dicho y a quién lo había dicho, y quién a Lanoy; y como por la información se hallase que nunca tal el duque de Borbón había dicho, sino que Ferra Mosca lo había levantado, mandó el Emperador desterrarle de la corte, castigo bien merecido, pues con tal mal oficio quería ganar la gracia de su amo.

     Tenía el duque de Borbón antes de venir en España cerca de la persona del Emperador un caballero por su agente, que se decía monsieur de Larsi, al cual, luego que pasó la batalla de Pavía, dijo el Emperador que escribiese al duque de Borbón que en albricias de tan gran vitoria enviase poderes para que en su nombre se desposase con él su hermana la reina Leonor. Y como monsieur de Larsi sabía que el duque había de venir presto en España, dijo al Emperador que no había necesidad de esto, sino esperar a que el duque viniese y se podría hacer el desposorio. Fué desgracia deste príncipe, que hartas tuvo en esta vida, y ellas le acabaron y deshicieron sin merecerlo.



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- XXII -

Enojo del marqués de Pescara. -Cristóbal Cortesía, natural de Carrión, prendió al rey de Navarra. -Escapa de la prisión don Enrique de Labrit.

     No pararon aquí los enojos de los capitanes del Emperador, que nos falta decir el de don Hernando de Avalos, marqués de Pescara, el cual fué así. Don Juan de La Brit, rey despojado de Navarra, murió de pura tristeza dentro de breve tiempo después que el rey don Fernando el Católico le quitó el reino. Dejó dos hijos y tres hijas: el mayor de los hijos se llamó don Enrique de La Brit, caballero valeroso; el cual, cuando se dió la batalla de Pavía, andaba en el campo del rey de Francia y fué preso en ella.

     Y entre la gente de a caballo que tenía el marqués de Pescara andaba Cristóbal Cortesía, natural de Carrión de los Condes. Este y Ruy Gómez pelearon, como dije, con don Enrique y lo vencieron, rindieron y prendieron. Y es costumbre entre la gente de guerra que cuando algún soldado prende en la batalla algún generoso, le ha de dar al capitán, y el capitán se le ha de pagar moderadamente, y así fué en la prisión de don Enrique, que el marqués de Pescara procuró haber al rey y dió mil florines de oro del sol, de contado, a Ruy Gómez de Portillo, y otros tantos a Cristóbal de Cortesía, obligándose de dar a cierto plazo otros tres mil florines a cada uno de los dos; la cual obligación vi hecha en latín, signada de Estéfano Escrono, notario, a 2 de junio. Y porque el marqués no cumplió, Ruy Gómez puso demanda a sus herederos, del proceso de la cual saqué este; y en él está una certificación en lengua francesa en pergamino, firmada del rey Enrique, en el castillo de Pavía, día primero de agosto, año 1525, en que dice cómo Ruy Gómez fué uno de los que le prendieron el día de la batalla que se dió delante de Pavía, y le tomó el estoque.

     Pues como el Emperador supo la prisión de don Enrique, y que era prisionero del marqués de Pescara, escribióle que don Enrique era persona real, pues era hijo de rey y de reina, y legítimo príncipe heredero; por tanto, que se lo entregase juntamente con el rey de Francia, pues los reyes y hijos de reyes no podían ser prisioneros sino de otros reyes. A esto replicó el marqués que don Enrique no era rey ni hijo de rey, pues su padre no había muerto rey, ni tampoco era príncipe heredero, y que así, si Su Majestad se quería servir de él, le mandase dar cien mil florines, porque a Dios ni al mundo parecería bien que un príncipe tan grande como él era, quisiese tomar, a su vasallo lo que con su sangre y aun con sus dineros había comprado.

     Vista esta respuesta por el César, y sabiendo que el marqués llevaba mal que lo quisiesen quitar a don Enrique, no quiso más hablar en ello, por los merecimientos del marqués y porque los de su Consejo le dijeron que en ley y usanza de guerra el marqués tenía justicia.

     Deseaba el César que el príncipe de Orange saliese de la prisión en que estaba en Francia, y concertó con madama Luisa, la regenta, que él daría a don Enrique de La Brit, en trueque del príncipe de Orange, y esto hacía el Emperador con intención de concertarse con el marqués de Pescara. Estaba don Enrique de La Brit preso en la fortaleza de Pavía, y tenía el marqués en su guarda ciertos italianos y españoles. Fué, pues, el caso con que se determinó el pleito entre el Emperador y el marqués, quedando ambos iguales, que cuatro de estos soldados se concertaron con el don Enrique que les diese luego cuatro mil ducados, y después de puesto en Francia, otros cuatro mil, y que ellos le soltarían. Y así fué que una noche se salieron ellos y él por un albañar de la cocina que salía al foso de la barbacana, con harto peligro de ser sentidos y aun despeñados; mas como eran de guarda aquella noche, pudiéronlo hacer y meterse en Francia en salvo.

     Muchas diligencias hizo el marqués por haberlos, mas no pudo; por manera que se quedó sin los ducados que dió a los que le prendieron, y sin el rescate que esperaba. El proceso de esta fuga de don Enrique está en el archivo de Simancas, donde yo lo vi.



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- XXIII-

Lo que se sintió en Italia de la ida del rey en España, y los humores que se remueven entre los príncipes contra el Emperador. -Quieren ganar al de Pescara engañándole con el reino de Nápoles. -Lealtad castellana del marqués de Pescara. -Avisa el marqués al Emperador de la traición que se armaba. -En qué manera se concertaba la conjuración.

     Dió notable pena al Papa y venecianos la traída del rey de Francia en España, pareciéndoles que el Emperador querría tener siempre al rey en prisión y alzarse con la monarquía de Europa. Y ya les era por extremo odiosa y sospechosa la potencia del Emperador, temiendo cada uno de perder lo que tenía; que con tales cargas gozan los príncipes del mundo los señoríos y estados. Apoderada esta sospecha, envidia o temor del corazón del Papa y de todos los príncipes y repúblicas o señorías de Italia, y aun del rey de Ingalaterra, fácilmente se concordaron para oponerse al César y apretarle, con color y voz de que diese libertad al rey de Francia.

     Y madama Luisa de Saboya, madre del rey Francisco y gobernadora de Francia, solicitaba cuanto podía las voluntades del Papa y venecianos y de otros príncipes para que se confederasen y pusiesen miedo en el César.

     Comenzáronse a comunicar y escribir sobre ello, siendo los principales de este trato al Papa y venecianos. Procuraron poner en esta opinión a Francisco Esforcia, duque de Milán, en el cual hallaron fácil entrada, porque estaba muy sentido de que los capitanes del Emperador le pedían una gran suma de dineros para los grandes gastos de la guerra, que en su favor y por defenderlo en su estado, se había hecho; y olvidado de los beneficios que del César había recibido, siguió ingratamente el consejo de su gran privado Jerónimo Morón. Que si bien dotísimo, y cabeza de larga experiencia, se cegó y quiso ser el muñidor (como dicen) de estos tratos, poniendo a su señor donde vino a perder lo que tenía. Parecióle que echando de Italia al Emperador y sus ejércitos, sería el duque su señor, de veras duque de Milán, y no tributario y pensionero. Pero conociendo los que en esto andaban que hacerlo por fuerza de armas era imposible, teniendo el Emperador en Italia tan poderoso ejército y tales y tantos capitanes, acordaron de tentar y haber de su parte al de Pescara.

     Tentáronlo como el demonio a Cristo, ofreciéndole el reino de Nápoles y ser capitán general de la Iglesia y de toda Italia. Encargóse de esto el Jerónimo Morón, por ser sagaz y astuto y muy amigo del marqués. Fué el orden que se le dió que no jugase al descubierto, sino con disimulación y astucia le fuese tentando, representándole el agravio que se le había hecho en llevar al rey de Francia y la menudencia en que el Emperador se ponía con él sobre tantos servicios en no consentir el rescate del príncipe de Bearne. Hízolo así Morón con grandísimo secreto, y procuró persuadirle lo que todos los de la liga deseaban, y que le harían rey de Nápoles, y el Papa le daría luego la envestidura. Que se conquistaría con las fuerzas de todos. Que le harían general de toda la Liga. Díjole muchas y muy buenas razones que Morón las sabía, aseguróle la conciencia, porque el reino era feudo del Papa, y que lo podía dar a quien quisiese. Que el título con que se quería hacer esto era honrosísimo, de libertador de Italia, que era la patria donde había nacido. Facilitóle el hecho, pues estaba tan en su mano degollar todos los españoles que en Italia había. Que serían luego con él el Papa, venecianos, florentines, franceses y suizos, con los cuales se traían inteligencias y con madama Luisa, gobernadora de Francia, que por la libertad de su hijo deseaba ver apretado al Emperador.

     No quiso el marqués declarar su voluntad, ni abrir el pecho leal que tenía, de manera que Morón quedase sin esperanzas ni con ellas, dejándole suspenso y en alguna manera cierto de que vendría en lo que por parte del Papa y de los demás príncipes se le ofrecía. Que si bien el interés de una corona raras veces deja de vencer al corazón más fuerte, el antiguo suelo de Castilla, tan ilustre y generoso, de donde este gran capitán traía su origen, pudo más que el reino de Nápoles ni las demás ofertas que se le hacían.

     Entretúvolos dándoles blandas respuestas y dudosas, y algunas quejas de agravios que se le habían hecho por ministros del Emperador. Pidió para entretener las firmas de hombres dotos, que le asegurasen que con buena conciencia lo podía hacer, y en el ínterin con grandísimo secreto envió un caballero de confianza, avisando al Emperador de la conjuración y tela que contra su grandeza se urdía.

     Quiso el Emperador que los suyos hiciesen que no lo entendían, y fuesen disimulando; y que el marqués hiciese lo mismo hasta que más se descubriesen aquellas marañas, y los conjurados de todo punto se declarasen y se supiesen sus ánimos ya resueltos.

     Pidió el marqués licencia al Emperador para prender al duque Esforcia y quitarle a Milán. Puso mucho recado y guardas en las plazas importantes porque no le cogiesen de improviso, temiendo no tratasen por otra parte la misma traición. Aunque el Emperador tuvo estos avisos, y los mismos, de otros que de muchas partes le enviaron, no creyendo que el mal era tan grande cuanto se lo representaban, y no queriendo que por su parte se comenzase el rompimiento, deseando siempre justificar con todo el mundo sus hechos, y por guardar el respeto debido al Papa, que había comenzado ya con su legado que en la corte estaba, agradeciendo al marqués su fidelidad, le mandó que mirase mucho por el ejército; pero que no innovase en Milán cosa alguna, salvo en alguno de tres casos: si sucediese muerte del duque Esforcia, que estaba enfermo; o si bajasen en Italia franceses o suizos; o, finalmente, si alguno de los conjurados comenzase la guerra o hiciese algún movimiento; que luego en cualquier de estas tres cosas hiciese lo que le pareciese.

     En el tiempo que esperaban esta respuesta, los que trataban el negocio se dieron mucha priesa con el marqués de Pescara para que se resolviese y declarase. El trato y concierto era que a día señalado, el marqués de Pescara con los capitanes y gente en quien él más fiase, se pasasen y tomasen la voz del Papa y de la Liga, y que luego, por él y por los del duque y los demás que habían de acudir, fuesen metidos a cuchillo y deshecho el resto del ejército imperial en los alojamientos donde estaban. Y quitado este impedimento, todos los pueblos de Italia se alzasen, apellidando libertad, y no dejasen en ella hombre ni voz del Emperador; y que el marqués de Pescara juntase luego el campo como capitán general de las gentes que cada una de las partes tenía.

     Ordenadas así estas cosas, que luego el marqués comenzase a llamarse rey de Nápoles y tratar como tal, y se diese traza como le dar la posesión de aquel reino. Trataban, demás de esto, que el Papa privase al Emperador del Imperio, siendo un hecho tan feo y mal mirado, considerando las personas que lo trataban, que del Emperador habían recibido crecidos beneficios. Para lo cual todo, allende de la gente del Papa y venecianos y duque de Milán, que eran los principales movedores, estaban solicitados y puestos en ello algunos grandes señores franceses, so color de procurar la libertad de su rey, si bien madama Luisa no se quiso descubrir ni mostrar en esta Liga. Antes daba a entender que la pesaba, viendo que no le convenía mover guerra al Emperador teniendo al hijo en su poder, y que era mejor llevar este negocio por medios de paz y buenos o razonables conciertos.



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- XXIV-

Los de la conjuración y liga se manifiestan, y el de Pescara contra ellos. -Prende el marqués a Jerónimo Morón. -Entrega el duque de Milán al marqués las fuerzas y Estado. -El duque se hace fuerte en el castillo; el marqués le cerca en él. Espanto y temor de los conjurados.

     Estando, pues, los negocios en los términos que digo, como el Papa y los demás temían no se concertasen el Emperador y rey de Francia antes de haber ellos puesto por obra su mal propósito, diéronse gran priesa en apercebir la gente y todo lo necesario para la guerra. Y pareciéndoles que ya era tiempo, escribieron al marqués de Pescara, el cual, con muy buena disimulación, había dilatado lo posible el descubrirse.

     Y viendo que ya no se debía esperar más, señalado el día en que él había de comenzar por su parte y los demás tenían de acudir, estando los tratos en término que no se podían más entretener, comunicó el hecho todo con Antonio de Leyva, que ya sabía algo de ello (y aun dicen que primero que el marqués había avisado al Emperador), y con el marqués del Vasto y los otros capitanes imperiales; y resolviéndose en lo que se debía hacer, escribió el marqués a Morón (que, como dije, era la guía y cabeza de esta conjuración) que luego viniese a él a Novara, donde estaba, porque convenía que se viesen para poner por obra aquel negocio.

     El Jerónimo Morón, sin algún recelo de lo que le sucedió, vino con la llaneza que otras veces había venido y comunicado con él estas cosas. En entrando en Novara, el marqués le mandó prender, y habiéndole tomado su confesión en que declaró abiertamente todo lo que se había urdido en la conjuración y trato, lo entregó a Antonio de Leyva y le mandó ir con él a Pavía y que se apoderase de aquella ciudad.

     Y con grandísima presteza envió algunas compañías a otros lugares del Estado de Milán; y él, con el ejército que había llamado, partió para Milán, donde el duque estaba enfermo. Al cual envió a decir que al servicio del Emperador convenía, para asegurarse de algunas sospechas que había, que luego mandase entregar las fuerzas y tierras de aquel estado.

     Sabida por el duque la prisión de Morón y oída esta embajada, quedó como asombrado. Y viendo que no tenía remedio de hacer otra cosa, dijo que le placía de hacer la entrega de lo que se le pedía. Y así la hizo luego, y el marqués puso donde convenía sus guarniciones.

     Reservó para sí el duque los castillos de Milán y de Cremona, que dijo había menester para guardia y seguridad de su persona, hasta que el Emperador proveyese y mandase lo que fuese servido, porque él estaba muy sin culpa de todo lo que se decía, y que no había hecho cosa contra el servicio del Emperador, y estaba presto de mostrar su inocencia.

     El marqués de Pescara llegó a Milán con su campo, y no se contentando con la respuesta del duque, lo hizo requerir de nuevo que entregase el castillo y el de Cremona. Y perseverando el duque en lo que había respondido, después de le haber hecho los autos y requirimientos necesarios, el marqués sitió el castillo y al duque dentro de él; el cual cerco duró el tiempo que se dirá.

     Como el Papa y los demás conjurados supieron lo que el marqués había hecho, fué grande la alteración que recibieron, y terrible el miedo. Y viéndose atajados y burlados, disimularon lo que fué posible, haciendo cada uno del ladrón fiel, queriendo lavar sus manos (como dicen) entre los inocentes. El Papa, después, por carta suya, lo confesó al tiempo que diremos adelante.

     Y desta manera trató y llevó este negocio el marqués de Pescara, del cual hablaron como suele el mundo: los descubiertos y agraviados, mal por extremo; los contrarios, bien, encareciendo su virtud, valor y lealtad hasta el cielo.



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- XXV -

Lo que proveyó el Emperador para remedio de la conjuración de Italia.

     El marqués de Pescara, luego que hizo lo que tengo contado, dió dello aviso al Emperador, diciendo la causa urgente que hubo para no dilatarlo, y suplicándole que enviase a mandar al duque de Milán que entregase los castillos de Milán y Cremona o a él le diese licencia para pasar adelante con el campo y tomar las ciudades de Parma y Plasencia, que el Papa tenía (como está dicho), y para hacer guerra a todos las que andaban en la liga y conjuración, pues el tiempo era próspero para cobrar lo que tenía usurpado.

     Y al Emperador, aunque tenía bien entendida la culpa del duque y que sus capitanes habían tenido causas bastantes para lo que hicieron y lo tuvo por bien hecho, no le pareció por entonces mandar al duque que entregase las fortalezas, queriendo llevar aquel negocio por vía ordinaria y conforme a derecho; y que el duque pareciese a se defender, como había prometido; ni tampoco quiso romper con el Papa, antes daba oídos a los descargos que su legado hacía en su nombre, queriendo, en cuanto posible fuese, tener la paz y concordia que tanto importaba a la Cristiandad, principalmente con el Papa.

     Disimulaba por esto y mostraba que no daba entero crédito a lo que de él se había dicho, condecendiendo siempre y mostrándose fácil y rendido a su voluntad y peticiones como poco antes de esto lo había hecho cuando andaban ya los tratos dichos, teniendo el Emperador aviso dellos.

     Por disimular Clemente y encubrir más la trama que se urdía, le envió a pedir por su legado que por cuanto el duque de Milán estaba tan enfermo que se temía de su salud, que en nombre suyo y de los príncipes y repúblicas de Italia le pedía que, si muriese, que tuviese en sí aquel Estado y que no lo diese al archiduque, su hermano, sino a alguna otra persona de menos estado y de quien no se pudiese tener miedo ni sospecha. Porque esto era lo que convenía a la quietud y paz de Italia; y aun le señaló que lo podía dar al duque de Borbón o a don Jorge de Austria, su tío, hijo natural del Emperador Maximiliano.

     Y el Emperador, por su mucha bondad y santas intenciones, si bien no tenía obligación, ni lo merecían las obras que con él usaba el Papa, por justificar todos sus hechos respondió que lo haría ansí, y desde luego señaló al duque de Borbón, y dió la envestidura (como dejo dicho), que era el primero de los dos que el Papa había nombrado: mostrándose siempre ajeno de lo que de él temían y sospechaban, que era que se quería hacer monarca y tomar para sí todo el señorío de Italia. Y así, agora (como digo) no quiso seguir el parecer del marqués de Pescara, antes mandó decir al duque que le daría jueces sin pasión y lo oiría conforme a derecho. Y lo mismo respondió al Papa, que después de lo arriba dicho le envió a pedir que lo mandase descercar y lo perdonase.

     Sólo pedía el Emperador que el duque pareciese personalmente a la determinación de la justicia, y no quisiese purgarse de la culpa que le echaban, estando encastillado ni alzado. Pero no queriendo el duque allanarse a esto, estuvo muchos días cercado y padeciendo.



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- XXVI-

Casamiento del Emperador con doña Isabel, infanta de Portugal, por poderes. -Envidia que atormentaba al rey de Ingalaterra por los buenos sucesos del Emperador.

     No cesaban los tratos sobre la libertad del rey Francisco, que su madre, madama Luisa, y los de Francia traían con el Emperador. Mas como el Emperador estuviese firme en que se le había de entregar Borgoña, y Francia no quisiese venir en ello, estaba muy suspensa y se alargaba y dificultaba la libertad del rey, que por extremo lo sentía.

     Y ya por este tiempo, que era el mes de noviembre, se concluyó el casamiento del Emperador con la serenísima infanta de Portugal doña Isabel, hija del rey don Manuel y de la reina doña María, infanta de Castilla.

     Y fué por parte del Emperador a Portugal monsieur de Laxao, y con su poder se desposó con ella, con gran gusto de toda España, si bien no del rey de Ingalaterra, Henrico VIII, que lo sintió, por estar, como dije, capitulado que, el Emperador casase con la infanta doña Catalina, su hija. Pero el Emperador, antes que efetuase el casamiento, queriendo satisfacer al de Ingalaterra, le envió a requerir que le enviase su hija, y que casaría con ella, o que le consintiese casar en otra parte. Lo cual el de Ingalaterra no quiso hacer, porque pretendía que el Emperador había de ir a Ingalaterra y celebrar el casamiento en aquel reino; y antes, tuvo por bien de enviar poder a sus embajadores para consentir que el Emperador casase en otra parte. Pero todavía formó después quejas dello, y no lo había tanto de aquí como de la envidia, que le mordía más que nunca, después de la prisión del rey de Francia. Porque si bien el rey de Ingalaterra, conforme al deudo y amistad que con el Emperador tenía, debiera holgarse más que otro de sus buenos sucesos, la bestia fiera y poderosa, baja y vil de la envidia, pudo tanto con él, que al descubierto mostró pesarle, y apartó su corazón del Emperador y lo puso en querer hacer amistad a Francia, habiendo sido tan antigua y heredada de padres en hijos la enemistad.

     Quisiera el rey Henrico que el rey de Francia fuera roto, desbaratado, y que huyera y se rehiciera y volviera sobre sí, y que el Emperador recudiera sobre él, y desta manera los dos príncipes se hicieran continua y mortal guerra, para que consumiéndose en ella cada uno, tuviera necesidad de su amistad y favor, teniendo por grandeza lo que arriba dije, que tenía por blasón que al que se llegaba daba fortaleza para poder más que su contrario.

     Sintióse también el rey Henrico de que el Emperador antes de la vitoria de Pavía le escribía toda la carta de su mano con esta cortesía: Tuus filius et cognatus. Que es: Tu hijo y pariente; y que después que hubo la vitoria le escribió de mano ajena, y sólo firmaba «Carlos».

     Luego comenzó a tratar con madama Luisa liga y amistad para hacer guerra al Emperador, ofreciéndose a seguirla y poner en ella las fuerzas de su reino, hasta sacar de prisión al rey Francisco.

     Resuscitó Francia con la amistad y liga que el inglés ofrecía; mas todas estas trazas se deshicieron como el humo o nieblas al sol, y al fin les pareció que el camino más seguro para la libertad breve y buena del rey era llevarlo por bien.

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