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Año 1505

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- XIX -

Cortes de Toro. -Juran por reyes a don Felipe y doña Juana. -Chancillería en Granada. -Nace María, que fue reina en Hungría. -Llévase a Miraflores el cuerpo de la reina doña Isabel, mujer de don Juan el II.

     En el año de 1505, asistiendo el rey don Fernando en la ciudad de Toro, donde estuvo desde el principio de él hasta el fin de abril, se juntaron todos los títulos del reino y otros muchos caballeros y procuradores de las ciudades en voz de Cortes, y juraron por reina de Castilla a la princesa doña Juana, que estaba en Flandes, y por príncipe heredero sucesor en estos reinos a su hijo don Carlos, duque de Lucemburg.

     Y con esto se quietaron algunos ánimos que estaban alterados y se allanaron las cosas que en el reino se temían, y acordaron que la Chancillería Real que estaba en Ciudad Real pasase a Granada y allí tuviese su asiento.

     Llegó la nueva a la reina doña Juana de que en España la habían recebido por reina, estando recién parida de la infanta doña María, con felicísimo parto, como siempre tuvo. Esta infanta doña María casó con el desdichado rey de Bohemia Luis, hijo de Vladislao, que murió infelizmente, y fue gobernadora muchos años en Flandes y princesa de mucho valor, bien parecida a su hermano, como adelante se verá.

     La reina doña Isabel, mujer del rey don Juan el segundo, y madre de la Reina Católica, cuando murió la sepultaron en San Francisco de Arévalo, y en este año trasladaron su cuerpo al monasterio de Miraflores, de la orden de los Cartujos, cerca de Burgos, donde estaba el rey don Juan, su marido.



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- XX -

Jornada contra Mazalquivir. -Año recio en Castilla. -Mueren personas señaladas.

     Fray Francisco Jiménez, arzobispo de Toledo, fue uno de los insignes varones que ha tenido España. Fundó la Universidad de Alcalá. Fueron muy grandes los deseos que tuvo de hacer conquistas en África. A instancia suya y ayudado con dineros, el rey don Fernando envió contra Mazalquivir a Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles, y salió del puerto de Málaga con la flota que el rey le dio. Llegó con buen tiempo hasta cercar Mazalquivir, y apretólo de manera, que lo entró en espacio de tres días, que se le rindió con poca costa de sangre, y quedó allí por alcaide. Fue después marqués de Comares. Es Mazalquivir un puerto muy bueno, sujeto al rey de Tremecén.

     Fue un año éste muy recio de fríos, hielos y nieves en Castilla, y llovió muy poco. Murieron personas principales, que fueron don Pedro Álvarez Osorio, marqués de Astorga; don Gómez Juárez de Figueroa, conde de Feria; don Alonso de Fonseca, hijo del dotor Juan Alonso y de Beatriz Rodríguez de Fonseca; y don Gómez Sarmiento, conde de Salinas, y don Francisco de Velasco, conde de Siruela; don Hurtado de Mendoza, adelantado de Cazorla, hermano del cardenal don Pedro González de Mendoza, don Alonso de Fonseca, obispo de Osma, que primero fue de Ávila y Cuenca.



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- XXI -

Desabrimientos entre el rey don Fernando y don Felipe. -Quiere el rey don Fernando casar con la Excelente. -Casa con madama Germana de Foix, sobrina de Luis, rey de Francia, hija del señor de Foix. -Larga paz entre España y Francia.

     Pasó el rey don Fernando este ivierno en Salamanca. El rey don Felipe estaba en Flandes con su mujer la reina doña Juana, y entre él y el rey don Fernando, su suegro, había desabrimientos que llegaron a tanto, que el rey don Fernando envió a don Rodrigo Manrique por su embajador al rey de Portugal, pidiendo que le diese por mujer a la Excelente, que llamaron la Beltraneja, para con ella, como con reina que tuvo pensamientos de serlo de Castilla, oponerse contra el rey don Felipe en Castilla; que fue una gran flaqueza y demasiada pasión del Rey Católico.

     Mas el de Portugal fue tan cuerdo, que pareciéndole desatino, no se la quiso dar, ni aun la Excelente viniera en ello, porque demás de ser ya vieja, era una santa y estimaba en poco las coronas de la tierra.

     Y como no pudo ser esto, concertóse con el rey Luis de Francia que el rey don Fernando casase con madama Germana, hija de don Gastón de Foix y de hermana del rey Luis, nieta de doña Leonor, hermana del rey don Fernando, hija del rey don Juan de Navarra y Aragón, su padre, y de doña Blanca, reina proprietaria de Navarra. Concertaron los reyes, a manera de dote, que el rey de Francia cediese en el rey don Fernando la acción que pretendía a la parte del reino de Nápoles, y que si la reina falleciese sin hijos antes que el rey don Fernando su marido, sucediese en el mismo derecho, y si, primero que ella, muriese el rey don Fernando, sucediese el rey Luis en su propria parte.

     Pidieron confirmación de estos capítulos al Pontífice. Hiciéronse paces entre Francia y España por ciento y un año, que no fueron ni aun semanas. Fueron por la reina y a los conciertos don Juan de Silva, conde de Cifuentes, y el dolor Tomé Malferit, vice-chanciller de Aragón.



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Años 1505-1506

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XXII

Llaman los castellanos a sus reyes. -Vienen los reyes a Castilla. -Ánimo de la reina doña Juana en una tormenta. -Desembarcan en La Coruña: venía la reina tan enferma, que públicamente se decía no tener juicio. -Va el rey don Fernando a recibirlos. -Título de provisiones reales. -Muerte temprana del rey don Felipe el Hermoso. -Cometa que precedió su muerte. -Sepúltanlo en Granada.

     Los castellanos, deseando sus reyes, daban priesa que la reina doña Juana, con su marido el rey don Felipe y hijos, viniesen en España; y así, a nueve de enero de este año 1505, partieron de Flandes, dejando en poder del emperador Maximiliano y de madama Margarita, viuda de Saboya, al príncipe don Carlos.

     Corrieron los reyes tormenta, y viéronse en peligro de fuego en la navegación. Llamábase el piloto del navío en que los reyes venían, Santiago. Tocó también la nao en tierra, o, como dicen, en banco, donde sin falta se perdieran, si una gruesa ola no los echara de la otra parte con su fuerte ímpetu. Mostró allí la reina ánimo varonil, porque diciéndole el rey que no escaparían, se vistió ricamente y se cargó de dineros para ser conocida y enterrada.

     Mas librólos Dios de tan notorio peligro, y aportaron a Ingalaterra en Morilas, donde el de Ingalaterra acudió luego y les hizo reales fiestas. Es verdad que contra voluntad de los suyos desembarcó allí el rey Felipe, mas el enfado del mar lo hizo, y presto le pesó, porque hubo de dar al duque Sofolch a Mompola, el de la Rosa, sobre pleitesía que no le matasen, pero no la cumplió el rey de Ingalaterra. Díjose que, si no lo diera, le detuvieran, porque así lo había escrito el rey don Fernando al de Ingalaterra.

     Abonando el tiempo, se volvieron a embarcar, y llegaron en salvamento a tomar puerto en la Coruña, domingo veinte y seis de abril. Sabía el rey don Fernando la venida de los reyes sus hijos, y pensando que desembarcaran en Laredo, partió de Valladolid para Burgos con propósito de llegar hasta Laredo. Y estando en Torquemada tuvo correo cómo habían desembarcado en la Coruña. Con esto tomó el camino de León y fue a Astorga y Ponferrada y Villafranca. Aquí supo cómo la reina iba por la Puebla de Sanabria, y aún dicen que algunos que deseaban poco amor entre los reyes dieron esta traza para desviarlos, y culpan a don Juan Manuel, embajador que había sido de los Reyes Católicos cerca del Emperador y en Flandes, que era muy privado del rey don Felipe y poco aficionado al Católico.

     Fueron las vistas del rey don Fernando con sus hijos los nuevos reyes entre la Puebla de Sanabria y Asturianos, sábado a veinte de junio; de las cuales vistas salieron algo desabridos, que el reinar no quiere compañía, aunque sea de hijos. El rey don Fernando tomó el camino para Villafáfila y Tordesillas, y el rey don Felipe y la reina a Benavente, donde entraron víspera de San Juan. Quedó el rey don Fernando muy solo, que todos le dejaron, si no fue el duque de Alba y conde de Altamira y otros algunos, y los nuevos reyes, acompañados de la flor de Castilla y muchos extranjeros, que llegaban a dos mil caballeros y gente de armas.

     Una de las causas de esta discordia era sobre el título o cabeza de las provisiones y despachos reales, y se concordaron con que se pusiese don Fernando, don Felipe y doña Juana, como lo he visto en provisiones despachadas en Valladolid a treinta de enero, año 1506, donde se nombran reyes y príncipes de Castilla, etc. Pero esto duró poco, por la muerte acelerada del rey don Felipe, que sucedió en Burgos, donde se había ido desde Valladolid, queriéndolo la reina así, si bien quisiera el rey no salir de Valladolid, donde se hallaba con gusto y salud.

     El achaque de su muerte fue que don Juan Manuel, su gran privado, alcaide que a la sazón era del castillo, le convidó un día para que se holgase con él. Comió el rey demasiado y jugó a la pelota y hizo otros ejercicios dañosos después de comer, de manera que aquella mesma tarde, vuelto a Palacio, se sintió malo, y fuele apretando la enfermedad de suerte, que el séptimo día le arrebató la muerte y dio con él en el cielo, no habiendo reinado en Castilla cumplidos cinco meses. Pasó de esta vida a la eterna viernes a veinte y cinco de septiembre, a la hora del mediodía, siendo de edad de veinte y ocho años, ocho meses y tres días, habiendo un año y diez meses menos un día que fue alzado por rey de Castilla.

     Significó su muerte un cometa muy amarillo que algunos días antes se vio encendido en el aire a la parte de poniente, y los reyes lo vieron estando en Tudela, cerca de Valladolid, de camino para Burgos.

     Murió el rey quejándose de quien le había metido en aquellos trabajos con su suegro, y de no tener qué dar a los suyos. Mandó llevar su corazón a Bruselas y el cuerpo a Granada, y que las entrañas quedasen allí. Era gentil hombre, aunque algo grueso, de buen ánimo y de buen ingenio, liberal, que no sabía negar cosa que le pidiesen; y así, respondió a uno que le pedía cierto regimiento diciendo que no lo había dado porque no se lo había pedido: «y si me lo pedieron, yo lo di». Fue tanto lo que el rey don Felipe dio y enajenó de la Corona Real, que, despué de muerto, a diez y ocho días del mes de diciembre de este año, en la casa de la Vega, cerca de la ciudad de Burgos, se despachó una cédula en nombre de la reina doña Juana en que revocaba y daba por nulas las mercedes y donaciones que estando en Flandes y en estos reinos hizo don Felipe por algunas causas a grandes y caballeros de alcabalas, rentas, tercias, maravedís de juro y de por vida, vasallos y jurisdicciones, y otras cosas, en diminución y daño del patrimonio real, y que algunas de estas mercedes fueron por ventas y por empeños y por otras causas, por haberse hecho sin saberlo la reina y sin su mandamiento. Lo cual no se pudo hacer ni tuvo vigor ni fuerza, pues se hizo sin su voluntad, siendo ella la reina y señora proprietaria. Y así, lo revoca y anula, y da por ningunas las dichas mercedes, ventas y enajenaciones.

     Sintió mucho esta muerte el Emperador, su padre, que le amaba tiernamente, porque demás de no tener otro hijo, era uno de los más bellos hombres de su tiempo, que por eso le llamaron Felipe el Hermoso. En el libro de la Caballería del Tusón lo he visto retratado al natural, al parecer de edad de diez y ocho años. Es por extremo hermoso, y así, dicen que, viéndole las damas francesas en París, tenían por dichosa la mujer que le había de llevar por marido. La reina doña Juana, su mujer, lo sintió con extremo, pues dicen que el sumo dolor y continuas lágrimas le estragaron el juicio más de lo que ella ya lo tenía alterado, y vivió así muchos años.



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- XXIII -

Hijos que dejó. -No quiere doña Juana reinar. Retírase a Tordesillas, y sírvenla.

     Es muy notable lo que dicen de una vieja gallega, que cuando vio al rey don Felipe en Galicia tan hermoso y gallardo, diciéndole quién era, la vieja dijo que más caminos y más tiempo había de andar por Castilla muerto que vivo; y cumplióse, porque muchos años le trajo su mujer consigo en una arca betunada, y le tuvo en Torquemada y en Hornillos y Tordesillas hasta que lo llevaron a Granada. Depositaron su cuerpo en Miraflores, monasterio de Cartujos, de donde le sacó la reina para traerlo como digo.

     Los hijos que dejó el rey Felipe el Hermoso, habidos en la reina doña Juana, fueron el príncipe don Carlos, el infante don Fernando, ambos emperadores, y abuelos de los reyes que tenemos. Las hijas fueron reinas de toda la Cristiandad; porque doña Leonor reinó en Portugal, después en Francia; doña Catalina fue mujer del rey don Juan de Portugal III, y suegra y tía del rey don Felipe II; doña María casó con Luis, rey de Bohemia y Hungría. Y fuera más fecundo el matrimonio de Felipe y Juana si Dios se sirviera de darle más vida.

     La reina doña Juana, o por dolor o falta de juicio, viéndose sin marido, no quiso reinar. Retiróse a la villa de Tordesillas, donde pasó toda la vida, que fueron casi cincuenta años, sirviéndola gran parte de ellos, con fidelidad y amor, don Bernardo de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, que fue su mayordomo mayor; y después de él el marqués don Luis, su hijo, y don Fernando de Tovar, su primo, señor de la tierra de la Reina, que fue capitán de la guarda y cazador mayor de Su Alteza.

     Desde este tiempo se puede muy bien contar el reino de don Carlos, aunque por gobernadores, porque don Carlos estaba en Flandes y en poder de madama Margarita, su tía y tutora. Y era tan niño, que no tenía más de seis años en éste de mil y quinientos y seis.



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Años 1506-1507

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- XXIV -

Velóse don Fernando con la Germana en Dueñas. -Condiciones de la reina Germana.
-Retiróse el rey don Fernando a Nápoles, dejando a Castilla antes que su yerno muriese. -Los castellanos llaman al rey don Fernando. -Bandos en Castilla. -Encárganse del gobierno del reino el cardenal de Toledo y otros. -Llaman al Rey Católico. -Vuelve el rey don Fernando a Castilla. -Parte la reina doña Juana de Burgos. -Nace en Torquemada la infanta doña Catalina.

     Velóse en este año, lunes a diez y ocho de marzo, día del Arcángel San Gabriel, el rey don Fernando con la reina Germana en la villa de Dueñas, queriendo remozar su vieja sangre con la juventud de la sobrina. Era la reina poco hermosa, algo coja, amiga mucho de holgarse y andar en banquetes, huertas y jardines y en fiestas. Introdujo esta señora en Castilla comidas soberbias, siendo los castellanos, y aun sus reyes, muy moderados en esto. Pasábansele pocos días que no convidase o fuese convidada. La que más gastaba en fiestas y banquetes con ella era más su amiga. Año de mil y quinientos y once le hicieron en Burgos un banquete que de solos rábanos se gastaron mil maravedís. De este desorden tan grande se siguieron muertes, pendencias, que a muchos les causaba la muerte el demasiado comer.

     El dote que trajo fue que si de ella el rey don Fernando hubiese algún hijo, el rey de Francia, tío de madama Germana, renunciaba en él el derecho que tenía al reino de Nápoles.

     Como los reyes no se concertaban, aunque padre y hijos, acordó el rey don Fernando de retirarse a lo que era suyo. Diéronle los reyes de Castilla los maestrazgos con más tres cuentos de renta en estos reinos por toda su vida, según la Reina Católica lo había mandado en su testamento. Y con esto, el rey tomó el camino para Aragón antes la muerte del yerno. De Aragón partió el rey para Nápoles, por los respetos que en su historia se dicen, y en el camino supo la muerte del rey don Felipe y la necesidad que había en Castilla de su real persona, mas no quiso volver por la acedía que llevaba de la ingratitud de algunos castellanos.

     Con la muerte del rey don Felipe y ausencia de don Fernando, hubo novedades en estos reinos, no queriendo obedecer a la justicia. Y entre muchos se levantaron bandos. El duque de Medinasidonia fue a combatir a Gibraltar. Armáronse contra el conde de Lemos, el duque de Alba y el conde de Benavente. Hubo otras parcialidades sangrientas en casi las más ciudades; llamando unos Carlos, otros Fernando y algunos Maximiliano, y muy pocos Juana. Por lo cual tomaron la gobernación el cardenal Jiménez, el condestable don Bernardino de Velasco y don Pedro Manrique, duque de Nájara, con consejo y voluntad de los más señores.

     Hicieron presidente de los Consejos a don Alonso Suárez, obispo de Jaén, natural de la Fuente del Sauz, en el Obispado de Ávila, en compañía del dotor Tello y del licenciado Polanco y de otros grandes letrados. Hicieron Cortes, y en ellas, en nombre de la reina y de todo el reino, despacharon suplicando al rey don Fernando viniese a gobernar estos reinos que eran de su hija y nieto. Lo cual él dijo que haría, porque lo deseaba, en despachando los negocios que le habían llevado, a Nápoles.

     Cumpliólo el rey así, y poniendo por virrey a don Juan de Aragón, conde de Ribagorza, dio la vuelta para España, trayendo consigo a la reina Germana, su mujer, y al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, con todos los caballeros españoles que habían acompañado al rey.

     Domingo veinte de diciembre partió la reina de Burgos, donde había estado después de la muerte del rey don Felipe, su marido. Estaba muy preñada ya, en días de parir. Llegó viernes a Torquemada, acompañándola el cardenal y otros grandes. Trajo consigo el cuerpo del rey, su marido, que mandó sacar de Miraflores, y púsolo en la iglesia de Torquemada, acompañándole muchos frailes franciscos que cada día le decían vigilias y misas; y vino el prior de Miraflores con algunos monjes cartujos. De esta manera trajo la reina el cuerpo del rey don Felipe hasta que asentó en Tordesillas.

     Posó la reina en Torquemada, en las casas de un clérigo que estaban cerca de la puerta que sale a la puente sobre el río, que ha pocos años se hundieron y servían en nuestros días de mesón. Detúvose aquí hasta 14 de enero, jueves, año 1507, en el cual día parió a la infanta doña Catalina entre las cinco y las seis de la mañana; y con esto, estuvo la reina en Torquemada hasta mediado abril, y de allí se vino a Hornillos.

     Casó este año Francisco, duque de Angulema, con Claudia, hija del rey Luis de Francia y duquesa de Bretaña, que estaba prometida al príncipe don Carlos, y vinieron a Valladolid embajadores franceses con disculpas de su rey, descargándole de la falta que en esto había hecho. En este año de 1506, en el mes de mayo, en Valladolid, murió el almirante de las Indias, don Cristóbal Colón, varón señalado y digno de memoria, a quien la Corona de Castilla debe el ser señora y conquistadora del Nuevo Mundo.



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- XXV -

Corren y dañan corsarios la costa de Granada. Jornada del rey don Fernando de Nápoles a Castilla. -Capelo a fray Francisco Jiménez.

     Con la ausencia del rey don Fernando y falta del rey don Felipe, y como las costas de España estaban sin armas, tuvieron ocasión los moros berberiscos cosarios para correr y robar la costa del reino de Granada, teniendo inteligencias y avisos de los moros naturales de España, que también salteaban y robaban en los caminos, prendiendo los cristianos que vendían a los cosarios.

     Pasaron el estrecho haciendo mucho daño. Quiso Dios que diesen al través cerca de Sanlúcar de Barrameda, donde perdieron veinte y una fustas y seiscientos hombres, con que volvieron destrozados. Partió de Nápoles el rey don Fernando viernes a 4 de julio, con veinte fustas y galeras y diez y seis naves. Forzóle el viento a tocar en Génova; de ahí pasó a Saona, donde le esperaba el rey Luis de Francia con deseo de verle, y a la reina Germana su sobrina.

     Entró el rey Luis en la galera donde venían los reyes, para sacarlos a tierra, y les hizo muchas fiestas y los favores que las historias dicen que el rey Luis hizo al Gran Capitán Gonzalo Fernández, habiendo recibido muy malas obras de él, que son fuerzas que la virtud tiene aún en los pechos enemigos.

     Desembarcó el rey en Valencia, día de Nuestra Señora de Agosto, y lunes 23 entró en Almansa, y sábado 28 de agosto en Tórtoles, donde luego vino la reina doña Juana, su hija, que estaba en Hornillos. El rey recibió a su hija con amor de padre, y ella a él con mucho acatamiento, que aunque esta señora tenía el mal que he dicho, nunca perdió el respeto debido a su padre, honrándole y obedeciéndole con toda humildad y buen conocimiento, ni se le oyeron otras palabras descompuestas cuales suelen decir los que tienen tales faltas.

     A dos de septiembre visitó la reina Germana a la reina doña Juana y, aunque madrastra, le pidió la mano para besársela; y estuvieron juntos los reyes hasta fin de septiembre. Partieron a Santa María del Campo, donde se trajo el capelo para el cardenal fray Francisco Jiménez, arzobispo de Toledo, título de Santa Sabina, y se celebraron las solemnidades en un lugar que se dice Mahamum, donde también hizo el rey don Fernando el cabo de año del rey don Felipe.

     A ocho de octubre partieron los reyes de Santa María del Campo y vinieron a Arcos, y quedó allí la reina. Quisiera el rey sacar a la reina de Arcos, y ponerla en otro lugar más autorizado, pero ella no quiso. Y habiendo de ser lo que ella quería, el rey dejó en su guarda gente de armas a caballo, y por capitán a don Diego de Castilla, hijo de don Sancho de Castilla, que fue ayo del príncipe don Juan. Y por mayordomo y gobernador quedó mosén Ferrer, caballero aragonés, y para acompañar y autorizar la casa de la reina, el obispo de Málaga, que era capellán mayor de la reina y había estado con ella en Flandes, como dije, y fue un insigne varón. Y siendo obispo de Cuenca fundó el Colegio que por eso se llama de Cuenca, en Salamanca, uno de los cuatro mayores, de donde han salido tantos y tan señalados varones. Quedó asimismo con la reina don Diego de Muros, obispo de Tuy, y otras personas de cuenta, varones de autoridad, y doña María de Ulloa, madre del conde de Salinas, hija de Rodrigo de Ulloa, contador mayor de Castilla.

     Esto así ordenado, el rey pasó a Burgos y estuvo allí hasta fin del año. Padeció España este año una grandísima hambre y pestilencia.



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Año 1508

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- XXVI -

Prende el marqués de Pliego un alcalde de Corte en Córdoba. -Va el rey a castigar al marqués.

     El rey don Fernando, con el infante su nieto, estaban en Burgos; la reina doña Juana, en los Arcos, donde el rey acudía a menudo. Allí le vino aviso cómo el marqués de Pliego, don Pedro Fernández de Córdoba, hijo de don Alonso de Aguilar, el que desdichada y valientemente murió en Sierra Bermeja, había prendido al alcalde Fernán Gómez de Herrera, el de Madrid, en Córdoba, y lo había enviado con guardas a la fortaleza de Montilla, porque el alcalde había ido a Córdoba por mandado del rey a hacer justicia en cierto caso.

     Atrevióse el marqués a esto por ser mozo y verse querido y estimado en Córdoba y por toda la Andalucía. Y así, se arrojó a otro atrevimiento mayor, estando el rey en Nápoles, que fue soltar, rompiendo las cárceles de la Inquisición, muchos presos herejes; y salióse con ello sin haber quien se atreviese contra él.

     Informado el rey de los delitos, y muy enojado de lo que el marqués atrevidamente había hecho, partió para Valladolid en el mes de julio y fue a Mahamum, y detúvose allí cinco días esperando a la reina, y volvió a Arcos y tomó al infante don Fernando, su nieto, consigo, y caminó para Córdoba llevando el camino de Olmedo, el Espinar, Guadarrama y Toledo. Estuvo en Toledo seis días. De ahí partió martes 28 de agosto, y fue por las huertas y por el molinillo y Ciudad Real, Caracuel, Petroche y Damuz, y entró en Córdoba día de Nuestra Señora de Septiembre; y estuvo allí todo este mes, tratando de castigar al marqués, y porque se humilió y conoció su culpa se le mostró benigno. Mandóle estar preso cinco leguas fuera de Córdoba y que el Consejo Real conociese de su culpa, por lo cual le condenaron en perdimiento de los oficios, juros y tenencias que tenía de la corona real, que era mucho, y que la fortaleza de Montilla, por haber detenido en ella al alcalde, se desmantelase y en otras penas pecuniarias.

     Y a otros que habían sido cómplices ayudantes en el delito, condenaron a muerte y destierros y les confiscaron los bienes. Derribaron y sembraron las casas de sal y el destierro del marqués quedó a voluntad del rey. Ésta se aplacó presto, y se le alzó el destierro y volvieron la mayor parte de las cosas que se le habían quitado, favoreciéndole la reina Germana y el Gran Capitán y otros grandes de Castilla.

     Partió el rey don Fernando de Córdoba para Sevilla. Mandó venir allí al duque de Medina Sidonia, que no tenía más de trece o catorce años de edad. Mostróle el rey mucho amor. Estaba desposado el duque con la hija del conde de Ureña, que agora son duques de Osuna, y los Girones sospecharon que el rey lo quería casar con otra, y por esta sospecha, don Pedro Girón, hijo del conde de Ureña, de quien habrá de aquí adelante memoria, que era gobernador del estado de Medina Sidonia, le sacó una noche de Sevilla y huyeron ambos a Portugal, donde estuvieron algún tiempo. Enojóse mucho el rey de lo que don Pedro había hecho, y luego mandó tomar todas las fortalezas del estado de Medina Sidonia y poner en ellas alcaides por la reina y su hija.

     Y como fuese un alcalde a Niebla para tomarla, la villa comenzó a resistir. Hiciéronle requerimientos que se allanase. Y estando rebelde, mandó el rey ir contra ella dos mil hombres de guerra, los cuales entraron en la villa por fuerza y saqueáronla, y el alcalde que iba en el ejército ahorcó algunos de los culpados. Luego se rindió la fortaleza y otros lugares, y el rey puso gobernadores en todos. Y a don fray Diego de Deza, fraile de Santo Domingo, que fue arzobispo de Sevilla y inquisidor general, maestro del príncipe don Juan, puso por gobernador de todo el estado de Medina Sidonia. Y en fin de este año, el rey se volvió para Valladolid.



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- XXVII -

Va el conde Pedro Navarro contra Berbería. -Toma el peñón de Velez. -Socorre a
Arcila.

     Andaban los cosarios de Berbería atrevidamente robando la costa de Granada, porque les corrían muy buenos intereses de los asaltos que hacían, y valíanse de los mesmos moros naturales de la tierra. Mandó el rey que saliese contra ellos el conde don Pedro Navarro, que fue uno de los grandes capitanes que nacieron en España, aunque acabó miserablemente por no permanecer en la fe debida a su rey y señor natural. Y siguiólos hasta la costa de Berbería.

     De camino, tomó el Peñón de Velez de la Gomera, refugio de cosarios, favoreciéndose mucho del rey de Fez. Hizo el conde en el Peñón una fortaleza, donde puso presidió de españoles. De ahí pasó el estrecho a socorrer a Arcila, que la tenían cercada gentes del rey de Fez: tantos, que llegaron a ser cien mil hombres los cercadores; con la presencia del rey hízolos el conde retirar a golpes de artillería, que como la costa es baja y rasa hacían pedazos a muchos.

     Era la ciudad de Arcila del rey de Portugal desde el año de mil y cuatrocientos y setenta y uno, que la ganó el rey don Alonso el V, y estaba entonces en ella don Vasco Coutiño, conde de Borba. Y si bien es verdad que hizo su deber como valiente capitán y generoso caballero, la potencia del enemigo era tanta, que perdió la villa vieja y nueva, y llegó a partido con el rey de Fez, que si no fuese socorrido dentro de tres días entregaría el castillo. Llegó don Juan de Meneses con socorro de Portugal, luego después del conde Pedro Navarro, y libróse de la ciudad que por ser de tanta importancia se aprestó para pasar a socorrerla el mismo rey don Manuel de Portugal. Y también el Rey Católico enviaba a don Antonio de Fonseca con gruesa armada. Quiso Dios que no fuesen menester estos socorros, dando vitoria a los suyos.



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Año 1509

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- XXVIII -

La reina doña Juana, en Tordesillas. -Nace en Valladolid doña Juliana Ángela de Velasco, nieta del Rey Católico. -Parto mal gozado de la reina Germana en Valladolid. -Fiestas en Valladolid por el casamiento de doña Catalina, reina de Ingalaterra.

     Contento vivía el rey don Fernando porque la reina Germana, su mujer, estaba preñada y tenía grandes esperanzas de un hijo con quien las Coronas de Aragón se pudiesen apartar de Castilla. Volvió el rey del Andalucía por el camino de la Plata, Alba, Salamanca, Medina del Campo, y entró en Valladolid por el mes de hebrero. Pasó a Arcos y trajo a la reina su hija a Tordesillas, donde quedó de allí adelante hasta la muerte. Y el rey volvió a Valladolid, do quiso hallarse a los diez y ocho de marzo para honrar el parto de su hija doña Juana de Aragón, mujer de don Bernardino de Velasco, condestable de Castilla y de León. La cual parió este día a doña Juliana Ángela de Aragón, que después se casó con su primo don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, hijo del condestable don Iñigo Fernández de Velasco, y de su mujer doña María de Tovar. hija de Luis de Tovar, marqués de Berlanga. Y a tres de mayo, día de Santa Cruz, jueves, entre la una y las dos, en las casas del almirante parió la reina Germana al príncipe don Juan de Aragón, que después de habérsele dado el agua santa del bautismo, murió dentro de una hora, que tenía de edad. Fue depositado el cuerpo en el monasterio de San Pablo, y de ahí le llevaron al monasterio de Poblete, de la orden de Císter, en Cataluña.

     Consolóse presto el rey don Fernando de esta pérdida, o por esperar de cobrarla o por estar contento con tales nietos como tenía: porque el día de San Juan quiso jugar cañas con todos sus buenos años y regocijó mucho la fiesta en Valladolid. La causa fue que en Ingalaterra se había casado su hija doña Catalina, princesa de Gales, viuda del príncipe Eduardo, con don Enrique, rey de Ingalaterra, hermano del difunto. Y en el mismo día de San Juan se hizo en Londres la coronación y fiesta de la boda, que años adelante repudió Enrique, con torpes deseos y mala vida.



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- XXIX -

Cosarios de Berbería.

     Diferentes corrían las cosas en el agua; porque de África salían tantos cosarios que no se podía navegar ni vivir en las costas de España. El Rey Católico deseaba sumamente echar la guerra en África y aun pasar él en persona a ella. Deteníanle los temores y recelos de Italia, no diese con su ausencia ocasión a nuevos movimientos en ella.

     Con todo, juntó hasta catorce mil hombres de pelea, todos españoles, y una gruesa armada muy bien bastecida. Mandó hacer de la gente dos batallones, uno de cinco mil infantes, que envió en favor del papa Julio, que tenía guerra con venecianos, los cuales llegaron a Nápoles y juntándose en la Pulla con la gente del Papa, peleó con Camilo, cosario turco, donde se perdieron tres galeras por pelear unas tras otras. El otro tercio batallón tenía siete mil infantes que fueron contra Berbería, y por capitán general Pedro Navarro, conde de Oliveto, y por asombrar más a los berberiscos echaron fama que el rey en persona quería pasar en Berbería.



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- XXX -

Jornada contra Berbería. -Conquista de Orán. -Motín en el campo. -Ganan los españoles la ciudad de Orán. -Caballeros señalados que conquistaron a Orán. -Desafío singular entre don Alonso de Granada y un infante moro.

     Importaba la jornada el bien y sosiego de España. Y el coste se sacó de la Cruzada que el Papa había concedido. Y por esto fue el principal de ella el cardenal de Toledo, fray Francisco Jiménez, el cual suplicó al rey que pasase en aquella armada contra los moros, ofreciéndole prestados muchos dineros. El rey, que ya deseaba ver al cardenal fuera de Castilla, le dijo que fuese él, y húbolo de hacer, y el oficio de general. Y en el poder y patente de capitán general, que a 20 de agosto en Toledo, año 1508, el rey dio al cardenal para que hiciese esta jornada y los aprestos necesarios a ella, dice: Que por el servicio de Dios y por evitar los males y daños que los moros de allende hacían cada día en estos reinos, especialmente en las partes del reino de Granada y Andalucía, había acordado de hacer y proseguir poderosamente la guerra contra los dichos moros de allende. Y que con el mismo fin el reverendísimo cardenal de España, arzobispo de Toledo, quería ayudar en esta santa empresa y personalmente ir como general de ella. Por lo cual tenía acordado de darle esta carta.

     Llevó el cardenal consigo don Rodrigo Moscoso, conde de Altamira, y a Pedro Arias de Ávila, el Justador, de los más valientes de su tiempo, y a otros muy señalados caballeros, que por ser la empresa tan santa y honrosa se ofrecieron. Partió la armada del puerto de Cartagena y llegó sin recibir daño a tomar tierra en África sobre Mazalquivir. El arzobispo, para justificar más la guerra, ofreció partido a los moros antes de hacerles daño, que diesen los cristianos cautivos; donde no, que se aparejasen para la guerra. Los moros no curaron de las amenazas.

     Favoreció mucho el alcalde de los Donceles para que toda la gente desembarcase sin que los enemigos lo pudiesen estorbar. Levantóse un motín entre los soldados, diciendo a grandes voces: Paga, paga, que rico es el fraile. El cardenal temió, y metióse en la fortaleza, dejando hacer a los capitanes, que, siguiendo la orden del conde Pedro Navarro, se pusieron en escuadrón y subieron una montañuela, escaramuzando con los moros que de Orán y su tierra habían salido. Fueron vencidos los moros en la escaramuza que se trabó muy reñida, y retirándose al lugar los de dentro, temiendo que a revueltas de los suyos entrarían los enemigos, cerraron las puertas; pero los españoles, siguiendo la vitoria, arrimaron escalas y subieron por ellas. Otros, con suma diligencia, trepaban por las lanzas y picas a vistas de los moros, y a pesar suyo se pusieron sobre los muros y entraron en la ciudad y la saquearon en dos horas, jueves, día de la Ascensión, a diez y siete de mayo de este año de mil y quinientos y nueve.

     En tanto que el arzobispo conquistaba a Orán, estaba en San Francisco de Valladolid el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, recogido y rezando, que sus oraciones valían ya con Dios como las armas valieron en la tierra, y sus manos, levantadas al cielo, como las de Moisés. Murieron en el campo y en la ciudad más de cinco mil moros, y prendiéronse otros tantos, sin faltar de los cristianos treinta. Sacaron de cautiverio más de cuatrocientos. De esta manera y con esta brevedad se ganó la ciudad de Orán y se ha conservado hasta hoy día en poder de españoles.

     Los caballeros principales que se hallaron en esta conquista como capitanes generales, si bien reconociendo todo es uno, de la gente que las provincias y ciudades de España dieron, fueron don Rodrigo de Moscoso, conde de Altamira, con la gente de Galicia; don Alonso de Granada y Venegas, señor de Campotejar, y alguacil mayor de Granada, con la gente de Granada: Pedro Arias de Ávila, con la gente de Toledo; Juan de Espinosa, con la gente de Montaña; todos varones esclarecidos con vitorias ganadas en guerras, como dice Gómez de Castro en su Corónica, folio 3.

     Aquí hubo un notable desafío, que un infante moro. llamado Muley Amida, hijo del rey de la Gomera, hizo contra cualquiera que del ejército cristiano quisiese de cuerpo a cuerpo pelear con él. Salió don Alonso de Granada y peleó con el moro, que era muy valiente y diestro jinete, y don Alonso lo venció y cortó la cabeza, quedando él herido en un muslo, pero no de manera que en esta y otras ocasiones este caballero no sirviese a Diós y al rey como valiente y generoso



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- XXXI -

Universidad de Alcalá. -Desabrimiento de las indias. -Pregónase en Valladolid la Liga de Cambray.

     Diose luego aviso al Rey Católico de la toma de Orán y holgó grandemente de ella, y en España hicieron muchos regocijos, no por los intereses que al reino traía Orán, sino por los daños y trabajos que se evitaron en las costas de España quitando una cueva de corsarios ladrones. El cardenal dejó en Orán, por mandado del rey, al alcalde de los Donceles con título de capitán general de Berbería.

     Con esta vitoria volvió muy gozoso el cardenal a España, donde tuvo algunos desabrimientos con el Rey Católico, sospechoso siempre al fraile de que no le hacía merced, y la ocasión que para esto hubo fue que quisiera el rey que el cardenal dejara el arzobispado de Toledo para don Juan de Aragón, su hijo bastardo, y que tomara en recompensa el de Zaragoza. Mas el bueno del fraile halló ser mejor lo de Toledo que la gracia de un rey viejo y codicioso. Fundó en este año la insigne Universidad de Alcalá de Henares, obra verdaderamente real y de las señaladas de la Cristiandad, y puso la primera piedra del edificio.

     En este año hicieron los españoles algunos descubrimientos y conquistas en las Indias. Hay historias particulares de ellos y a esta no toca más que caminar a priesa en busca del emperador Carlos Quinto, si bien adelante haré una breve relación de esta maravillosa conquista.

     En este año de mil y quinientos y nueve, en la iglesia mayor de Valladolid, diciendo la misa el obispo de Palencia, publicó la liga de Cambray. Juráronla el rey por sí y por la reina su hija; por el Papa, su nuncio Juan Rufo, obispo de Britonoro; por el príncipe don Carlos, Mercurino de Gatinara; por el rey de Francia, el señor de Guisa, y los embajadores del emperador Maximiliano.



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Año 1510

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- XXXII -

Corre la armada española la costa de Berbería. -Da la armada española sobre Bugía. -Cura maravillosa que cirujanos hicieron en el rey moro de Bugía.

     Luego que el cardenal dio la vuelta para España, el conde Pedro Navarro fue a invernar a la Formentera siguiendo el orden que el Rey Católico le había dado.

     Allí se rehízo de gente, armas, navíos y bastimentos, que todos se iban a él por la fama que volaba de su buena ventura. Llevaba consigo los soldados que acababan de ganar a Orán, y los caballeros, el conde de Altamira, don Rodrigo de Moscoso, don Francisco de Benavides, conde Santisteban del Puerto, Diego de Vera, que fue insigne capitán -en este tiempo lo era de la artillería-; Diego de Guzmán, dos hijos de Alonso Enríquez de Salamanca, Pedrarias de Ávila y otros muchos señalados caballeros españoles.

     Partió pues, de la Formentera el conde con su armada, día de año nuevo, y amaneció sobre Bugía la Pascua de los Reyes de este año de mil y quinientos y diez. Salieron el conde y Diego de Vera a reconocer la desembarcación o surgidero, y mandó que aquella noche saltasen en tierra todos los caballeros y soldados con la artillería, armas, munición y bastimentos. Puso luego la gente en orden, formando el ejército en dos escuadrones para el uno acometiese por mar y el otro por tierra, porque Bugía está sentada en una ladera de una gran cuesta. En plantando el artillería comenzó de jugar de mampuesto.

     La cerca era flaca, y así fue fácil abrirla. Arremetieron luego los soldados y entraron en el lugar, porque resistieron flacamente los que en él estaban. La mayor pelea y mortandad fue en las calles, donde los de Bugía fueron maltratados y vencidos, porque eran poco cursados en la guerra y mucho en deleites y vida regalada, mal dañoso para el uso de las armas. Y así, se salieron de la ciudad huyendo, dejando en ella muchas cosas ricas, porque con el miedo no curaban de más que salvar las vidas. Hizo el conde en esta jornada más de lo que quería, porque el orden e intento que llevaba era hacer asiento con el rey de Bugía para que no acogiese cosarios en su tierra, y que si no quisiese, le combatiese y tomase la ciudad. Tuvo el conde aviso, luego que llegó, por un hombre que había sido siete veces moro y otras tantas mal cristiano, que había pestilencia en la ciudad, disensiones y bandos capitales entre Abderhamen y Abdalla, tío y sobrino, sobre cuál sería rey, Muley Abdalla era hijo de Muley Abdalhaziz, que fue rey de Bugía. Muley Abderhamen era rey de los barbaruces, como se vio en los capítulos de paz que con ellos hizo Antonio de Rabaneda. Pero, el Abderhamen se alzó con el reino, siendo tutor de Abdalla, y le quemó los ojos con una plancha de hierro ardiendo, uso bestial y cruel entre aquellos bárbaros, y lo usaron inhumanamente los reyes antiguos de España, tomándolo de los moros sus vecinos, como tomaban los trajes y costumbres, que tales daños causa una mala vecindad.

     Muley Abdalla se soltó cuando los españoles entraron en la ciudad, y de ahí a pocos días se vino con hasta veinte hombres al conde, ofreciéndose por amigo y tributario del rey de España. El conde lo recibió con mucha cortesía y muestras de amor, y mandó que los cirujanos del ejército viesen si se podría curar el mal que el fuego le había hecho en los ojos, y ellos le curaron en pocos días porque sólo tenía pegados los párpados y no lisiada la vista. Tuvieron a milagro esta cura los moros, por donde parece que los alarbes no saben de medecina lo que solían. Abdalla, alegre por haber cobrado la vista, y agradecido por la buena obra, y ganoso de vengarse, pensando también quedar por rey, dijo al conde dónde estaba Abderhamen, y la gente y ropa que tenía.

     El conde, guiado por los de Abdalla, fue con quinientos hombres cuatro leguas de Bugía, caminando de noche por no ser sentido. No bastó el recato, porque vivían con cuidado, y antes del alba fue sentido, porque el coronel Santiago y Diego de Vera, que iban delante con los arcabuceros, tocaron al arma pensando que los garrobos eran pabellones. El conde, conociendo el yerro de sus capitanes, diose priesa a caminar por coger los enemigos antes que se armasen ni alzasen la ropa. Abderhamen estaba en fuerte lugar y tenía infinitos moros alarbes, y aunque oyó tocar al arma, no curó de ella al principio, creyendo ser algunos jeques que con regocijo o ejercicio de armas hacían aquel ruido, que de los españoles seguro pensaba estar. Mas cuando se revolvió ya los tenía encima. Peleó gran rato desde fuerte puesto, pero al fin huyó, dejando la ropa, por la vida, de los españoles. Unos le siguieron hasta lo alto de la sierra y otros dieron sacomano al Real.

     Murieron cinco mil moros y entre ellos el Mezuar, que es justicia mayor, y quedaron cautivos seiscientos. Y tal moro hubo en ellos, que se rescató en mil tripolinos. Tomáronse trescientos camellos y otras tantas vacas con muchas reses menores, y gran número de caballos no mal enjaezados, y algunas acémilas y sedas y paños y plata labrada. El alférez de don Diego Pacheco hubo, por aviso de un criado, la vajilla de Abderhamen, que valió cinco mil ducados; fue mayor, por concluir, el despojo del Real que el de la ciudad. Estimóse mucho aquella vitoria, porque no faltó más de un español; los demás volvieron cansados, hambrientos y con los pies corriendo sangre de unos cardos que llaman arrecafes. Y un marroquín que ya le decían obispo de Bugía, salió a recibirlos en procesión.



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- XXXIII -

Desgraciada muerte del conde de Altamira, don Rodrigo Moscoso. -Los de Argel dan parias al rey de Castilla.

     Deshizo el triunfo y regocijo de la victoria de Abderhamen y toma de Bugía, la desastrada muerte del conde de Altamira, que como buen caballero se había señalado mucho en aquellas guerras de África. Cuentan de dos maneras esta desgracia; que en casa de Muley Abdalla, que era en el arrabal, jugaban a la ballesta ciertos caballeros españoles, y un criado del conde de Altamira, que le servía en el juego, se descuidó al tiempo que le daba la ballesta armada y con una saeta; apretó la llave y disparó y lo mató. Caso lastimoso y que dolió mucho a todos. Fray Álvaro Osorio, hermano del conde, dice que murió en el combate, yendo detrás el conde, por la parte de la sierra, un su criado con la ballesta armada, y cayó y disparóse la ballesta y hirió al conde en una pierna, de la cual herida murió de ahí a once días en la ciudad de Bugía, mediado enero. El conde perdonó antes que de morir al mozo de espuelas, rogando a Pedro Navarro no le hiciese mal ni castigo, pues no lo hizo a mal hacer. Pero el mozo, como leal, quedó tan triste y lastimado, que publicando ir a Jerusalén nunca más pareció. Mandó pregonar el conde Pedro Navarro que todos trajesen a montón el despojo del real de Abderhamen, porque a todos cupiese parte. Despachó uno de los jeques a Argel, que libertase los cristianos cautivos, que los más eran españoles, dándose por amigo del rey don Fernando con algunas parias.

     Los de Argel holgaron de pagar al rey de Castilla lo que pagaban al rey de Bugía, porque no fuese sobre ellos la armada, y soltaron los cautivos que había. En la ciudad alzaron pendones con las armas de Castilla y Aragón y diéronse por tributarios con otros dos o tres lugares.

     Los vecinos de Bugía se volvieron a sus casas, viendo que los españoles no les hacían mal, aunque Abderhamen no vino, antes andaba corriendo el campo con muchos alarbes a caballo, y haciendo mal a Guitar, Teudeles y otros lugares de por allí que se habían entregado a los españoles. El conde envió al coronel Diego de Palencia con ochocientos soldados por bastimentos y munición a Nápoles, y puso por su lugarteniente, con buena guarnición, a Gonzalo Marino de Rivera. Escribió al Rey Católico lo que había pasado, enviándole presente y carta de Muley Abdalla, y también de Abderhamen (si bien es verdad que andaba remontado), para capitular con él. Y como morían muchos españoles con el excesivo calor de aquella tierra, que era por mayo, y por estar la ciudad inficionada, se partió de Bugía sin esperar respuesta del rey.



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- XXXIV -

Guerra de Julio II con venecianos. -Da el Papa la investidura de Nápoles al Rey Católico. -Socorre el Rey Católico al Papa.

     Este año de 1510 era pontífice Julio segundo. Viose muy fatigado en guerras que tuvo con venecianos y los anatematizó; después se reconciliaron, y el Papa tuvo grandes pasiones con el rey de Francia, Luis XII, y volvió las armas espirituales y temporales contra él y contra unos cardenales, de quien se valía el de Francia, y los anatematizó. Hizo leva de gente y les movió la guerra, ligándose con venecianos y procurando la amistad y ayuda de españoles.

     Para esto escribió muy encarescidamente al Rey Católico, pidiéndole, como a tal, que tomase la defensa de la Iglesia contra los que la perseguían. Y por hacer venir en esto de mejor gana, envióle la investidura y título del reino de Nápoles con moderado tributo, que hasta entonces aún no lo tenía.

     Holgó el Rey Católico mucho con la investidura y con que se le ofreciese ocasión en que mostrarse particular amigo del Papa y defensor de la Iglesia. Y así escribió luego al virrey don Ramón de Cardona que favoreciese la causa del Pontífice con todas las fuerzas posibles, y mandó a Fabricio Colona se juntase con la gente del Pontífice, con cuatrocientos hombres de armas, y que la infantería española que estaba en África pasase a Italia en favor del Papa.



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- XXXV -

Cortes en Monzón. -Orden y servicio de la Casa Real en Tordesillas.

     Este año tuvo el rey don Fernando Cortes en Monzón, y vino a Tordesillas en el mes de noviembre a visitar a la reina doña Juana su hija, y ordenó su manera de vivir con acuerdo de los grandes de Castilla. Puso en su servicio doce mujeres nobles para que mirasen por ella y la vistiesen, aunque fuese contra voluntad de la reina, que no quería sino andar sucia y rota y dormir en el suelo sin mudar camisa, de suerte que no se trataba como persona real. Lo cual se remedio en alguna manera, porque las mujeres la forzaban cuando ella, por su porfía y falta de juicio, no quería.

     Estuvo el rey con su hija en Tordesillas veinte días, y allí, como juez árbitro, pronunció sentencia entre don Enrique de Guzmán y el conde de Alba de Liste sobre el Estado y casa de Medina Sidonia, para que quedase con el duque y él diese al conde ciertos cuentos de maravedís. Asimismo dio otra sentencia entre el dicho duque de Medina Sidonia y don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, sobre la villa de Gimena, para que quedase con el duque de Medina y él diese ciertos cuentos de maravedís al de Alburquerque.

     De Tordesillas volvió el rey a Madrid, donde estaban los del Consejo Real, y estuvo allí hasta el fin de este año. Fue notable la inquietud y espíritu de caminar del Rey Católico, y así le alcanzó la muerte en un mesón y aldea muy pobre



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- XXXVI -

Capitulaciones con los de Bugía y barbaruces. -Destruyen los moros con rabia a Bugía.

     Regocijóse mucho en España la vitoria de Pedro Navarro, y el Rey Católico despachó luego a Alonso de Rabaneda con poder que le dio para capitular con los reyes de Bugía y barbaruces. Fue allá Rabaneda, y con acuerdo y parecer de Gonzalo Marino y Alonso de Tejada y de los otros capitanes que allí estaban, trató de concertarse con Abderhamen, que si bien poderoso, quería paz, y con Abdalla, que pedía misericordia.

     Capituló con ellos, entre otras cosas, que se hiciesen dos fortalezas, a costa de la ciudad, y que las tuviesen españoles, que les diesen cada año tres mil y seiscientas hanegas de trigo para sustento de los soldados, a precio justo y convenible, mil cargas de cebada y otras tantas de leña, mil carneros, cincuenta vacas y otras cincuenta hanegas de habas. Y que Muley Abderhamen, como más rico, enviase cada un año al rey de Castilla tres halcones en parias, tres caballos y tres camellos.

     Para cumplimiento y seguridad del concierto dio Abdalla en rehenes a su hijo mayor Hamet, que después fue cristiano, y Abderhamen dio a Mahamet el Blanco, que lo había habido de una cristiana, el cual se bautizó en Mallorca y se llamó Hernando, en gracia del Rey Católico, a cuyo poder venía, y se nombró el infante de Bugía.

     No mucho después de aquestas capitulaciones riñeron dos jeques, los cuales llamaron a Abderhamen que los concertase y hiciese amigos. El fue, y estando tratando las amistades en una huerta, se levantó un ruido hechizo, a lo que se sospechó, y un muchacho lo hirió con un dardo en la tetilla, de que murió.

     Sucedió Muley Helgalech en el reino y en la amistad con españoles. Abdalla quebró las paces con enojo y envidia, porque los españoles hacían más caso de Algualech que de él, y rebelóse apellidando libertad y Alcorán. Siguiéronle muchos, y así hubo guerra sobre los tributos. Un día se revolvieron los españoles con ellos y mataron a muchos sobre no traer las cargas de leña que eran obligados. Por la muerte de aquéllos y porque sospechaban que los cristianos trataban con sus mujeres, rabiando de celos, pusieron ellos mismos fuego a la ciudad por muchas partes, con voluntad de todos, y la dejaron quemar, sacando sus haciendas. De esta manera se despobló gran parte de Bugía, que era pueblo de casi ocho mil casas y de gentiles edificios a lo romano y a la morisca, noble, rico y con escuelas de las Facultades que los moros usan, que son filosofía, medecina y astrología. Por lo cual era nombrada esta ciudad y tenía fama entre los africanos.



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- XXXVII -

Va el conde Pedro Navarro a la Fabiana. -Multitud de venados en tierra de la Fabiana. -Toman los españoles a Trípol.

     De Bugía fue el conde Pedro Navarro a la Fabiana, una isleta cerca de Sicilia, a esperar al coronel Diego de Valencia, que era ido a Nápoles para traer munición y bastimentos de que había falta en la flota. Estuvo allí un mes el conde esperando a este capitán, proveyendo la armada de agua y leña que no tiene Trípol. Mataron los del ejército, en aquel poco de tiempo, si se ha de dar crédito a los que dicen que lo vieron, seis mil venados y otras tantas salvajinas, y más de sesenta mil conejos, y todo a palos y a manos, con ojeo. Baja la Fabiana ocho leguas; es toda de montes y sierras de arboledas. No tiene sino un castillejo; es abundante, según parece, de caza, de cera y miel.

     Luego que llegó Diego de Valencia, partió el conde, y pasando por Pantanalea y Malta (que aún no estaban los caballeros en ella), vieron una cometa al Poniente, que declinaba al mediodía, y tomaron dél buen agüero los soldados y marineros. Estaban a cuatro leguas de Trípol, y no lo devisaban por ser tan baja por allí la tierra, y así es peligrosa la navegación, por tener pocas ondas. Envió el conde al coronel Bionelo, veneciano y caballero de Alcántara, hombre práctico en aquella costa, a espiar con una galera el puerto y la tierra. Él se acogió a tierra y se acostó, y cogió ciertos hombres, que dijeron cómo los de Trípol había ya veinte y cinco días que sabían la pérdida de Bugía y de Orán, que se lo habían dicho unos genoveses; y así, sacaron cinco mil camellos cargados de ropa, y lo más precioso, y lo habían llevado a la sierra y montes, lejos de la marina, y que habían convocado los pueblos comarcanos en defensa de la ciudad, y que cerraban las puertas de ella confiados en la altura de los muros, viendo asomar la flota.

     Oyendo el coronel esto, volvió al general y se dio luego orden que saltasen en las galeras todos los soldados que cupiesen, y en las fustas y bergantines y en todos los barcos que se gobernaban con remos, para que con facilidad y presteza tomasen tierra. Amaneció la flota una legua pasada de Trípol, día de Santiago de este año de mil y quinientos y diez, porque con la obscuridad de la noche habían perdido el desembarcadero por mucho descuido de los pilotos; y así, mientras volvieron a ganar esta legua, tuvieron lugar de armarse los de Trípol y salieron a impedir la desembarcación. Presumieron de pelear a caballo, y eran muchos los de a pie, moros alarbes, berberuces, jeques y otros famosos, y tenían tiros de hierro. Las galeras ojeaban a cañonazos los moros, para desviarlos de la lengua del agua, entre tanto que desembarcaban algunos soldados. Y luego, los desembarcados, con los arcabuces y ballestas, los hicieron volver atrás muy de paso, y dieron lugar para desembarcar toda la otra gente y caballos, artillería, escalas y municiones. Hizo el conde dos batallones de su gente, que serían por todos quince mil. Quedóse él con el batallón mayor y envió el otro delante con los coroneles don Diego Pacheco y Juan de Arriaga, Juan Salgado, y Ávila, con cada mil soldados para que escaramuzasen con los enemigos, y prometióles toda la ropa de mercaderes si Trípol se tomaba, y parte de los esclavos. Ellos entretuvieron los enemigos con la escaramuza hasta que llegó el conde al lugar, y serían las nueve de la mañana.

     Comenzó luego el combate, y a las once se les dio tan recio asalto, que subieron muchos por escalas encima de los muros, y se arrojaron dentro, si bien eran altas las paredes, por las picas, y sin ellas. Pelearon por las calles con los moros tanto, que descansaban a ratos, y murieran todos los españoles si tardaran poco más en abrir las puertas. Los de dentro mataron algunos y descalabraron muchos con piedras y fuego que lanzaron desde los muros, y en las calles mataron más de ciento. Como el conde entró, no pudieron sufrir la carga que les dieron, y así se retiraron, unos a la mezquita grande y otros a unos cubos de la cerca, y el jeque a la alcazaba, donde se mostraron animosos y se defendieron hasta que anocheció; y a esta hora entraron los españoles por fuerza en ella, y mataron, al primer ímpetu, dos mil personas.

     A los gritos desta matanza se rindieron los de las torres al coronel Palomino; y el jeque, que se había defendido valientemente, se dio al conde, el cual entró con sus alabarderos y con algunos capitanes a tomarle, y hallóle con sus hijos y mujeres, muy acompañado de caballeros y damas.

     Murieron este día seis mil moros, y hay quien diga diez mil. Costó la vitoria trecientos españoles que murieron, y entre ellos el coronel Ruy Díaz de Rojas y el capitán Francisco de Simancas, camarero del conde. El saco fue, sin los presos, grande, aunque habían sacado mucha ropa, porque afirmaron ciento y cincuenta italianos que salieron entonces de cautiverio, que Trípol era más rico que Orán, ni Bugía, ni Túnez.

     Era Trípol lugar de cuatro mil casas; tenía cerca de docientos telares de seda y muchos de camelotes y alcatifas. No tiene agua sino de pozos y cisternas, y si emponzoñaran la que hay fuera de la ciudad, murieran muchos españoles.

     Dio el conde parte del saco a los que no entraron, como se lo prometió, en lo cual hubo muchas fuerzas y quejas. Dio también una galera y dos fustas, que con otros vasos pequeños se tomaron en el puerto. Tomóse, dos días después que fue Trípol ganado, un exquijaco de turcos cargado de cariseas, especias y cosas ricas. Y envió el conde preso al jeque con un su yerno a Mezina, do estuvieron hasta que los soltó el Emperador libremente. Fue primero este jeque morabita, y por ser noble y tenido entre ellos por santo, le hizo el pueblo señor.



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- XXXVIII -

Jornada contra los Gelves.

     Había en los Gelves algunos cosarios que dañaban mucho a Sicilia, Córcega y Calabria. Mandó el Rey Católico al conde que los echase de allí, y porque la isla es fuerte, a causa de ser allí la mar muy baja, fue allá desde Trípol, que hay poco más de treinta leguas, con ocho galeras y cuatro fustas, para tentarlos de paz, que le parecía que no estarían muy fuera de ella viendo lo que había pasado por sus vecinos los de Trípol, y también para reconocer la isla y la disposición que tenía, en caso que no admitiesen la paz.

     Echó tres hombres en tierra junto al puente que hay de la isla a tierra. Ellos, como desembarcaron, alzaron una bandera pequeña en señal de paz, y hablaron con algunos isleños en algarabía. Los moros, que ya se recelaban de la armada española, estaban armados, y muchos de ellos se extendieron por la marina a pie y a caballo, para matarlos, y así alancearon uno contra razón y costumbre de guerra, y lo mesmo fuera de los otros dos si no se acogieran de presto al esquife, y dijéronles: Salga el conde acá con ésos que trae, o vuelva por los demás españoles que dejó en Trípol, que nuestro jeque los espera en el campo para la batalla, y sabed que los de aquí somos hombres y no gallinas como en Trípol; mas con todo eso, por lo que unos hombres deben a otros vos rogamos y aconsejamos que nos dejéis en nuestras casas y os vais, que así os conviene; donde no, echaros hemos o mataremos, si no nos vencéis.

     El conde, que vio aquello, y, quebrada la puente, sintió que tenían coraje y voluntad de defenderse y aun ofender, rodeó buena parte de la isla. Y habiendo reconocido el surgidero, volvió a Trípol con no buen tiempo. Los soldados, entendiendo que los Gelves querían guerra, hicieron alegrías por la ciudad como tuvieran cierta la vitoria y el rico saco. También Pedro Navarro tenía buenas ganas de conquistar la isla y domar la soberbia que los Gelves mostraban, por el interés y colmar su fama. Habló a los soldados en esta manera haciendo reseña de ellos.



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- XXXIX -

Habla el conde, animando su gente. -Viene al campo don García de Toledo.

     «Caballeros, capitanes y soldados míos, españoles valerosos: Por superfluo tuviera traeros a las memorias las hazañas y valentías que habéis hecho en esta jornada de Berbería, después que salimos de España, si los de los Gelves nos hubiesen de cortar el hilo de nuestras vitorias y buena dicha: que con hombres esforzados como sois vosotros, no son menester razones, sino sacarlos al campo, mostralles los enemigos y el lugar, para que hagan lo que son obligados. No tuviera en nada que despreciaran nuestra amistad con buenas palabras, si no hubieran mojado y escarnecido de nosotros, apocando nuestra nación, deshaciendo nuestros hechos y motejando los que vencimos. Lo que peor me pareció de ellos fue desafiarnos tan loca y confiadamente. El castigo a todos toca, como toca la injuria. ¡No habría tan cobarde gente que dijese ser lícito dejarlos libres de la pena y de su atrevimiento y osadía! No creo se hallara hombre que dejase de castigar la soberbia de éstos, y más habiéndonos muerto contra razón y uso de guerra el mensajero que les enviamos. Pues menos lo dejaréis vosotros, en quien Dios puso tanto valor: siquiera porque no se alaben que de miedo no osaron los españoles entrar en su tierra. Sería grande afrenta nuestra que hubiésemos tomado por fuerza en tan poco tiempo el Peñón de Velez, un Orán, una Bugía y a Trípol, y dejásemos pasar así los Gelves, que también son infieles, cosarios, bárbaros y la nación que siempre venció España sietecientos años ha. De esta manera, gloria suya, según veis, sería.

     ¿Qué dirían las gentes de África, Europa y Asia, donde son los españoles tan estimados? ¿Qué harían los indios allá en el otro nuevo mundo donde habemos ido a los descubrir y conquistar, por desechar de sí nuestro yugo y mando, si una isla como los Gelves quedase por ganar por los fieros que nos hacen?»

     Los soldados, a una voz, respondieron que ya deseaban estar allá. El conde nombró luego por su teniente en Bugía al capitán Diego de Vera, dándole tres mil soldados con los coroneles Samaniego y Palomino. Embarcóse con todos los demás dos días después, pero no se partió, por sobrevenirle viento contrario que duró ocho días. En los cuales llegó allí don García de Toledo, hijo mayor del duque de Alba, don Fadrique, con quince naos y mucha gente. Recibiólo el conde haciéndole mucha honra, por ser quien era y porque el rey se lo enviaba muy encomendado, veniendo el valeroso mancebo con deseos de honra y de servir a Dios y a su patria y rey, respetos dignos de quien él era.



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- XL -

Llegan a los Gelves. -Trabajo, sed, calor y desorden de los españoles. -Astucia grande de los moros. -Hecho valeroso de don García de Toledo. -Muere don García de Toledo. -Piérdese el conde en los Gelves.

     A 28 de agosto deste año de 1510 partió el conde Pedro Navarro de Trípol, y con él don García de Toledo, mozo gallardo que daba de sí grandes esperanzas que sin duda floridamente se cumplieran si fortuna no le fuera adversa, y en menos de tres días llegó a los Gelves. Hizo surgir la flota en una ensenada que se hace cerca de Gerapol, mas por mejoría se pasó media legua arriba hacia la puente. Y aquel misino día hizo meter los que cupieron en las galeras, bergantines, chalupas y otros bajeles de bajo borde para llegar bien a tierra.

     El día siguiente comenzaron a salir y sin resistencia ninguna se desembarcaron, mas con gran trabajo y cansancio, porque pasaron, sus armas a cuestas, un gran trecho de bajíos que no sufrían barcas. Sacaron algunos tiros de campo. No sacaron pan, ni agua; que fue descuido notable y su total perdición. Oyeron todos misa aquel día que tan aciago fue. Repartió el conde quince mil hombres que traía en once escuadrones, y con buen orden comenzaron a marchar contra el lugar, llevando en medió dos falconetes, dos sacres y dos cañones gruesos que los mismos soldados tiraban a falta de bestias. Era lástima ver tirar a unos los carretones de la artillería, a otros cargados de barriles de pólvora, otros con las pelotas a cuestas, y otros allanando el camino, y aún, sobre todo su trabajo, les daban de palos como a bestias, porque anduviesen.

     Eran más de las diez del día cuando partieron del real; y no habían bebido y hacía grandísimo calor, como suele ser por agosto y más en aquella tierra. Crecíales tanto la sed en un arenal, que daban por un trago de agua tres tripolines, y aun veinte, y algunos cayeron muertos de sed. Por lo cual comenzaron a desordenarse y a desmayar los del coronel Bionelo y del coronel Pedro de Luján Pierna Gorda, que llevaban la vanguardia, y luego tras ellos todo el ejército, salvo los de don Diego Pacheco, que iban de retaguardia. Andaban entre la gente don García y el conde animándolos con palabras amorosas y haciéndoles promesas como la necesidad lo pedía.

     Salieron, en fin, del arenal y entraron en unos espesos palmares y luego por olivares, donde sin pensar hallaron entre unas paredes caídas pozos y muchos cántaros y jarros con sogas. Allí se dobló el desorden con la priesa del beber y con que no parecían enemigos, que toda esta astucia tuvieron los moros, que aguardaban tras cantón hasta cuatro mil peones y docientos caballos, y viendo la suya arremetieron con los alaridos en el cielo, como lo tienen de costumbre, y hallándolos tan desconcertados alancearon muchos y los hicieron huir con el mismo desorden, aunque algunos quisieron más beber que huir, ni aún vivir.

     Don García se apeó viendo tan gran rompimiento, y con una pica de las muchas que había tendidas por el suelo se puso delante diciéndoles: Aquí, hermanos, aquí; reparad, tened fuerte, no huyáis ni temáis, que pocos son los enemigos. Y con esto arremetió a ellos con hasta quince que se hallaron cerca de él, y apretólos tan recio que se retrajeron algo. Mas como los alarbes, de su costumbre, tan presto revuelven y siguen como huyen, revolvieron sobre él ochenta de ellos con tanto furor que lo mataron, cuya muerte dobló el miedo y la tristeza a todos. También andaba el conde por su parte deteniendo y esforzando la gente y decíales:

     ¿Qué es esto, hijos míos, y mis leones? No solíades vosotros hacerlo así. Acordaos de lo que decíades en Trípol: vuelta, hermanos, vuelta, no hayáis miedo, que moros son y pocos. Otras veces habéis vencido muchos más. Aquí conmigo, que nos va la vida y la honra.

     Con estas y con semejantes palabras y lágrimas que le salían, les hizo volver el rostro a los enemigos, pero con tan poco aliento que de allí a muy poco volvieron las espaldas ciegamente, huyendo a todo correr hasta la mar. Y si los moros siguieran el alcance hasta el cabo escaparan muy pocos, porque los navíos estaban lejos y no había barcas en que ir a ellos. Desta manera fue la nombrada rota de Los Gelves y por ella se dijo en Castilla: «Los Gelves, madre, malos son de ganare.»



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- XLI -

Los que murieron en los Gelves.

     Murió don García de Toledo, mozo mal logrado, peleando no como caballero novel, sino como valiente capitán, muy semejante a los que ha tenido esta generosa familia. Perdió España con la muerte tan temprana de este caballero señalados servicios, porque si Dios se serviera de darle lugar para que gozara su vida, él fuera uno de los grandes hombres de su tiempo. Murieron de sed y heridas dos mil españoles, y aún otros dicen que tres mil; quedaron cautivos quinientos. Perdió el conde Pedro Navarro esta jornada por no sacar de comer y beber, que la confianza le quitó el juicio que siempre tuvo muy acertado. Dicen que andaba un renegado en un caballo rucio con capellar de grana diciendo en lengua castellana: Castellanos, ¿qué es eso? ¿de qué huís? ¿qué hacéis?; vuelta, vuelta, que no son nada los moros. Fue esta rota a treinta de agosto, año de 1510.



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- XLII -

Varios diseños y inquietos pensamientos en Italia.

     En este tiempo andaban los ánimos de los príncipes de Italia cargados de pensamientos, trazas y pretensiones, y en todo la ambición viva que como enconoso postema vino a reventar en una sangrienta y mortal guerra.

     Habíanse confederado en este año muchos príncipes y ligado contra venecianos, y prevalecieran los ligados si el papa Julio, varón de gran corazón, no se hiciera de su parte. Y diose tan buena maña que deshizo la liga. Pesábale de ver al rey Luis de Francia tan poderoso en Italia. Quisiera echarle de ella, o, a lo menos, disminuir sus fuerzas. Para esto, con todo recato y secreto, por no hacerse a descubierto enemigo del francés, dio traza como Génova y Saona, que el francés tenía después que ganó a Milán, se le rebelasen, y demás de esto acometió otra nueva empresa para aumentar su potencia y dibilitar la del francés, que fue querer deshacer al duque de Ferrara, llamado Alfonso de Este, diciendo que aquel Estado era antiguo feudo de la Iglesia, y el duque haberlo perdido por delitos que había cometido.

     Hizo el Papa esto con tanta determinación, que procediendo en vía jurídica con voz de fiscal pronunció sentencia y procedió con graves censuras contra el duque y contra el rey de Francia. Y entendiendo el rey los pensamientos del Papa, salió luego a ellos defendiendo la causa del de Ferrara, con quien tenía deudo y liga. Tal origen tuvo la discordia entre estos príncipes, y ella fue el remedió único de los venecianos por ganar al Papa, y al rey don Fernando el Católico le valió la investidura del reino de Nápoles. Que si bien el rey lo poseía, no se le había dado. Mas el rey, que estaba en amistad con el de Francia, quisiera los componer, pero no pudo; antes el rey de Francia comenzó luego a tratar que se convocase Concilio general, que es freno de los Papas. Para esto hacía graves cargos al Papa. Y en estas discordias, antes de venir en el rompimiento que hubo, se pasó el año de 1510.



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Año 1511

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- XLIII -

Da favor el Rey Católico al Papa contra franceses. -Alonso de Caravajal, de Jódar. -Cisma que procuró el rey Luis de Francia. -Leen en Valladolid las censuras del Papa contra el rey de Francia. -Comienza la guerra entre el Papa y el rey de Francia. -Lígase el Rey Católico con el Papa y venecianos, y socorre.

     Si bien el rey don Fernando el Católico hizo de medianero y componedor entre el Papa y el rey de Francia, todavía se inclinaba más a favorecer las partes del Papa con todo su poder. Partió de Madrid para Sivilla en principio de este año y llevó consigo a la reina Germana su mujer, mandando que el infante don Fernando su nieto fuese delante para hallar las posadas con provisiones y acomodadas para todos. El infante iba ya sano y libre de una cuartana que tuvo más de dos años. Llegó el rey a Sivilla en el mes de hebrero, y allí estuvo poniendo en orden una gruesa armada, con voz de que quería pasar en Berbería, pero las sospechas eran contra Francia. Y así, dicen que decía el rey Luis que el sarracín contra quien se armaba el Rey Católico su hermano, era él.

     Detúvose el Rey Católico en Sivilla despachando correos al rey de Francia, pidiéndole no hiciese guerra al Papa, hasta el mes de junio, que salió a tener el San Juan a Cantillana. Mandó el Rey Católico que la mayor parte de la gente que había juntado en Sivilla pasase en África, y nombró por capitán general de ella a Alonso de Caravajal, hijo de Diasánchez, señor de Jódar, y por coronel de la Infantería a Zamudio. Luego partió el rey para Burgos, donde entró en el mes de agosto y se detuvo hasta el fin del año, entendiendo en estorbar el conciliábulo que el rey de Francia pasionadamente con ciertos cardenales banderizados hacía contra el Papa, el cual al descubierto se había ligado con los venecianos contra el rey de Francia. Los cuales en estas discordias cobraron algunas tierras de las que habían perdido, de manera que la guerra se comenzó y las amenazas del Concilio se pusieron en efeto porque ciertos cardenales, inducidos del rey de Francia, tomando por cabeza al cardenal de Santa Cruz, se apartaron del Papa y convocaron Concilio señalando por lugar a la ciudad de Pisa y citaron al Papa. Y de Pisa se pasaron a Milán, pareciéndoles estar en Pisa seguros. El Papa comenzó luego a proceder contra ellos y contra sus valedores como contra cismáticos, y al cabo los condenó y privó. Y el rey don Fernando, favoreciendo las partes del Papa, publicó guerra en Castilla contra todos los cismáticos, que eran el rey de Francia y otros. Y se leyeron en Valladolid, en la iglesia mayor, dicho el evangelio de la misa mayor un día de fiesta, la sentencia y la excomunión que el Papa había fulminado. Pidió el Rey Católico ayuda a su yerno el de Ingalaterra. Hizo paces con los reyes de Túnez y Tremecén. Envió al alcaide de los Donceles a Fuenterrabía para las cosas de Navarra. Y por deshacer el Papa la autoridad del falso Concilio lo echó y mandó publicar en Roma para el día de la Resurrección del año siguiente, como se hizo, comenzando luego la guerra contra el duque de Ferrara.

     El ejército del rey de Francia vino en su defensa contra el del Papa y por general de él monsieur Gastón de Foix, hijo de una hermana del rey Luis, hermano de la reina Germana, cuñado y sobrino del Rey Católico, mancebo valeroso y de virtud militar rara y temprana en la edad que tenía, aunque se logró poco y mal, como se verá. Y entró tan poderosamente, que el ejército del Papa no osó esperar, y se apoderó de la ciudad de Bolonia y de otras tierras en la comarca. Y viéndose el Papa apretado, pidió socorro al Rey Católico que, según dije, estaba en Sevilla juntando gente para enviar contra África. Y viendo el Rey Católico que no era de menos importancia deshacer la cisma y atajar los infinitos males que de ella se podrían seguir que la guerra contra los infieles, junto con obligaciones particulares que tenía al papa Julio, temiendo también que el rey de Francia echaría las armas sobre Nápoles, viéndose en Italia poderoso, determinó enviar socorro al Papa despachando primero sus embajadores al rey de Francia, pidiéndole suspendiese las armas contra el Pontífice. Y estando el rey en Burgos, se ligó con los venecianos y con el Papa, cuyos embajadores vinieron allí, y envió mandar a don Ramón de Cardona, que era virrey de Nápoles, que con el mayor ejército que pudiese saliese luego en favor del Pontífice. También envió a mandar al conde Pedro Navarro que, dejada la guerra de África, pasase en Italia para hallarse en esta jornada. Las desdichas del conde vinieron tan de golpe como habían sido las buenas fortunas, y agora le llevaba su mal hado a otra mayor desventura.



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- XLIV -

Desgraciada suerte del conde Pedro Navarro. -Querquenes, bárbaros africanos. -Soberbia costosa del capitán Bionelo, y lo que costó. -Sed mortal que padeció la armada de León de Pedro Navarro. -Cortesía grande del jeque de los Gelves. -Pasa el conde en Italia. -Extraño comer de un hombre.

     Rotos y destrozados en los Gelves, como dije, volvieron los españoles con su conde a embarcarse, llenos de sangre y mortal tristeza por haber perdido tanta gente y ver oscurecida la fama que habían ganado. Tuvieron bien que hacer en meterse en los navíos, porque estaban retirados una legua de tierra, que ni baja la marea para poder llegar a ellos a pie enjuto, ni hay el agua necesaria para poder nadar aún pequeñas barcas. Al fin se embarcaron, y en las naves padecieron tanta sed como habían sentido en tierra, porque las mujeres habían lavado la ropa con agua dulce de la que traían en los navíos como si fuera ya ganada la isla.

     Partió, pues, el conde con toda su flota de los Gelves, y al segundo día perdió con tormenta cuatro naos con toda la gente, que fue otra segunda desgracia. Llegó en fin a Trípol, donde se rehízo. De allí salió para los Querquenes, pero luego le vino un temporal tan recio que pensó anegarse. Aquí mostró el conde grande ánimo en las palabras que pasó con Carranza, almirante del armada, que le importunaba se salvase en el batel. Demás de la tormenta, hubo asimismo gran falta de agua, y despareciéronse también los navíos de tal manera que no volvió a Trípol sino con treinta velas y con cinco mil hombres, con los cuales fue hacia los Alfaques o Alfaque; mas también le corrió fortuna, y perdió en la tormenta nueve o diez navíos con gran parte de la gente de ellos. Con todo, llegó a los Querquenes a veinte de hebrero de este año.

     Son los Querquenes bárbaros africanos que viven en cabañas. Es tierra de buenos pastos, y allí traen sus ganados los de tierra firme. Quiso el conde hacer carne para la armada, y sobre ello pretendió conquistarlos. Saltó en tierra con toda su gente; hizo de ella cinco escuadrones casi de mil infantes, y con ellos y entre sus alabarderos, fue por la isla a buscar agua y carne. Bionelo, que iba el más apartado de la marina, halló tres pozos; hallados, se volvió al conde, y el conde a las naos, dejando en guarda de ellos al Bionelo con cuatrocientos infantes, los cuales, cuando vino el mediodía, tenían limpios los pozos y hecha una albarrada alrededor de ellos, arrimando las picas a ellos y entre pica y pica un arcabucero. Bionelo peló las barbas a un alférez porque limpiando los pozos no hizo luego lo que le mandaba. El alférez, por aquella afrenta, se pasó a los moros, que de miedo estaban al cabo de la isla todos juntos. Contóles el caso encomendándoseles, y díjoles cómo podían matar a los españoles que guardaban los pozos; y porque le creyesen, tornóse luego moro, y ellos con esto le creyeron y le llevaron delante por guía y espía. Llegaron los moros a los pozos a medianoche, y tan callando, que sin ser sentidos entraron dentro el albarrada, por do los metió el alférez renegado. Degolláronlos a todos como a carneros, que no dejaron sino dos para testigos de su hazaña; uno enviaron al jeque de los Gelves y otro al rey de Túnez. Pusieron fuego a los arcabuces y volviéronse haciendo grandes regocijos; pocos casos más feos que aqueste han sucedido.

     Partió luego el conde de allí triste y enfadado y con grandísima falta de agua, tanto que aconteció echar a la mar en un día cuarenta hombres muertos de sed. Hubo de ir a los Gelves por agua, tan apretado se vio. El jeque le envió mucho pan blanco y zanahorias y una carta en que decía: Pésame de vuestros trabajos, buen conde; si queréis algo, pedid, que se os dará. Tomad agua y leña seguramente, que a la armada del rey de España, ni puedo ni quiero enojarla; pero guardaos de salir en mi isla con gente armada. No quiso el conde comer de aquel pan porque el jeque era falso y había muerto sin causa un hermano cuya cabeza mostró a otro su hermano preguntándole qué le parecía, y como le entendió respondió que muy bien por cierto. Dijo entonces el jeque: Bien hablaste; si no, hiciera de ti otro tanto. Estando allí el conde tomó un cárabo que venía de Túnez cargado de aceite y con tanto se fue al Capri con veinte y tres velas y cuatro mil hombres.

     A este tiempo llegó al conde el mandato del rey para que pasase en Italia y se juntase con el virrey de Nápoles don Ramón de Cardona y favoreciesen la parte del Papa. Llegó el conde con su infantería a Nápoles, donde halló al virrey y a todos los caballeros del reino aprestando las armas, que fueron los mayores señores de Italia, con las más lucidas gentes y armas que pudieron haber, como en particular lo cuenta la historia de don Hernando de Ávalos, marqués de Pescara, que por no ser tan proprio de ésta lo dejo. Y juntándose con la gente que el Papa tenía, fueron a cercar a Bolonia, que el rey de Francia estaba apoderado de ella, y detuviéronse allí hasta que ya iba muy adelante el invierno y forzados del tiempo hubieron de levantarse, y porque a los cercados entró socorro.

     Por cosa notable digo un presente que hicieron al emperador Maximiliano de un hombre que de una asentada comía un carnero y una ternera; que para el obispo que decía que él no sentía música más triste que la de la de los dientes de sus criados, fuera éste muy malo.

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