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Libro veinte y dos

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Año 1535

De la conquista del reino de tunez

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- I -

Departe el Emperador al rey de Francia: pídele sus galeras. -Deja el Emperador ordenado su testamento antes de partir de España. -Mil y quinientos caballos se hallan en la corte.

     Causó en toda Italia pavor y espanto; puso en los cuidados que vimos al Emperador y a España, la venida de Barbarroja con la flota del Gran Turco, y no tanto por los robos de Santolicito, Asprelongo, Fundi y otros lugares, cuanto por haber ganado a Túnez y héchose en el mar tan poderoso, que por ello corrían peligro Cerdeña, Sicilia y Calabria, y toda, en fin, Italia.

     Y así, los venecianos, sabiendo que se aderezaba para salir del estrecho de Galipoli, se armaron con recelo de tan grande enemigo y tan poderosa armada, y que tenía de pasar por sus islas y tierras; tomaron la quincena parte de las rentas de los beneficios de aquel año para pagar las galeotas, sin autoridad del Papa, antes contra su voluntad, entendiendo que no venía contra ellos.

     También se proveyeron los genoveses, fortaleciéndose, como hombres, porque era pública fama que venía contra ellos.

     Tomó el Emperador esta guerra tan a su cuenta, no tanto por lo que dice Jovio en el libro 34, como por los daños que sus reinos recibieran, porque apenas fuera rey de Sicilia y Nápoles, si este enemigo hiciera su nido en Túnez, como quería; y las costas de España corrían el mismo peligro con un Argel antiguo y otro nuevo que la ceñían por ambas partes, por Poniente y por Levante, con no mucho mar en medio; porque desde el estrecho de Mecina hasta el de Gibraltar, ninguno de la parte de Europa, si no eran franceses (que llevaban en esto otro camino y amparo) pudiera tener comida ni sueño seguro, de los que vivían en las riberas del mar. Y considerando que si dejaba reposar algún tiempo a Barbarroja en Túnez, fortificaría de tal manera la Goleta y los otros puertos de aquellas marinas, estableciéndose en Túnez, aliándose con nuevas amistades con los reyes moros comarcanos, trayendo a su sueldo y a su devoción los alárabes y creciendo siempre su armada y poder con el favor del Turco, que no solamente se podía perder la esperanza de jamás sujetar Africa, más podría ser que, en breve tiempo, el Barbarroja sacase las tierras y puertos que los españoles tienen en aquellas partes, y aun éstas donde vivimos no quedaban muy seguras; por lo cual, convenía oponerse con tiempo, y deshacer este cosario antes que Solimán (que estaba muy ocupado en Levante) le pudiese dar su ayuda.

     Hizo, pues, el Emperador bastecer y fortificar los lugares más importantes de Nápoles y Sicilia, que costaron hartos dineros, conociendo que las galeras son como rayos, que si bien se ven y oyen, no se sabe dónde van a dar hasta que han herido. Mas después que vió cómo el enemigo se había apoderado de todo punto del reino de Túnez, echando de él Muley Hacem, puso todo su pensamiento en echarle de allí. Para lo cual envió sus correos al Papa; escribió, mandando guardar secreto a Andrea Doria y a los virreyes de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, y al marqués del Vasto, y a Antonio de Leyva y otros para que se juntasen cuanta gente y navíos pudiesen, aprestándolos con todas las armas, municiones y vituallas necesarias para tal empresa. Recogió gran suma de dineros; mandó que don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, capitán general del reino de Granada, recogiese gente y bastimentos y los aprestase en la Andalucía y puertos de ella, y finalmente, todo lo que era necesario para una determinación de tanta importancia. Mandó levantar ocho mil alemanes.

     Juntáronse los soldados viejos de Corrón y de Nápoles, que serían hasta cuatro mil. En España se levantaron de ocho a diez mil españoles, con gran parte de la nobleza de estos reinos. En Italia se hicieron otros ocho mil italianos. Todo este aparato de guerra hizo el Emperador con el secreto posible.

     Tuvo sus enemigos suspensos y cuidadosos con el ruido de tantas armas, aunque si bien se habían concertado los reyes de Francia y Ingalaterra en las vistas de Calés y el rey Francisco había traído a su amistad al duque de Cleves y armado a su reino con las siete legiones que repartió en las siete provincias de él, con más cuatro mil caballos de hombres de armas con cada tres caballos, pero no se movió, porque el Emperador le dió cuenta cómo sus intentos eran contra Barbarroja, para echarle de Túnez, pidiéndole amigablemente las galeras que tenía en Marsella, bien armadas, y las naos bretonas, que las debiera él dar para tan santa empresa, y que tocaba a todos. Asimesmo, se las pidió el Papa, a quien el Emperador había dado cuenta desta jornada, o que guardase las costas cristianas. Respondió el francés a Juan Hienart, vizconde de Lombegna, embajador de Su Majestad, que no las podía dar por las treguas que tenía con el Turco y Barbarroja, ni era de rey cuerdo armar a otro con sus proprias armas, estando las voluntades no conformes.

     En esto estuvo siempre el rey de Francia, si bien el Papa se lo rogó y le concedió la décima o la cuarta de todos los beneficios de Francia, por que las diese o guardase las costas. El tomó lo que el Papa le daba, más no quiso dar las galeras; porque pedía claramente a Milán y Génova, y que él las daría, y un ejército en el cual iría él en persona, promesas que había de cumplir.

     Prometió el Papa, loando y encareciendo el buen celo del Emperador, doce galeras y la cuarta de los beneficios para esta santa guerra. Envióle un bonete de terciopelo negro bordado de aljófar, y una espada con muy ricas guarniciones, todo bendito con las ceremonias que acostumbra la Iglesia para los reyes que van contra enemigos de la religión cristiana.

     Después que el Emperador tuvo aviso de todas estas cosas y de las demás que fuera de España había ordenado para la jornada, ordenó también las de España, cerrando su testamento y dejando por gobernador de estos reinos y de las Indias a la Emperatriz, y partió Su Majestad de Madrid para Barcelona a último de hebrero, por ver recoger la armada y dar calor a todo. Mandó hacer alarde de los caballos que había en su corte para embarcarlos (que de los demás y de los soldados ya tenía nómina). Hubo hasta mil y quinientos, con ricos aderezos de jaeces y otras buenas guarniciones, que cada caballero procuraba ir galán tan bien como armado.



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- II -

Témese Barbarroja. -Fortifícase Barbarroja en la Goleta.

     Ya que el rey de Francia se quiso estar a la mira, o él, o los suyos que lo entendieron, no guardaron el secreto que debieran, porque fué cierto que Barbarroja tuvo algunos avisos de Francia, de que se armaba el Emperador contra él. No lo creía el bárbaro, y hacía mil discursos, hasta que un clérigo francés, que se llamaba monsieur de la Floreta, que iba con despachos de su rey a Constantinopla, se vió con Barbarroja y le certificó de que sin duda se hacían las armas contra él; y aún que el Emperador pasaría en persona. Esto le puso en grandísimo cuidado y congoja, y envió con monsieur de la Floreta quien le acompañase en el camino, y en Constantinopla diese cuenta del peligro en que quedaba, y pidiese al Gran Señor le mandase enviar socorro, porque de otra manera sería imposible defenderse, si el Emperador de los cristianos iba, como decían, contra él, y que se perdería Africa y crecería la potencia de este enemigo, que demás de ser muy poderoso, era guerrero.

     Persuadido ya Barbarroja de que los apercebimientos que se hacían en España, Italia y Alemaña eran contra él, temió de veras. Había comenzado a fortalecer a Túnez, y agora puso mayor diligencia, haciendo trabajar nueve mil cautivos cristianos y la tercera parte de los vecinos cada día. Estuvo en duda, a lo que algunos contaban, si esperaría en tierra o en la mar al Emperador, pareciéndole que si perdía el reino no perdería las galeras, y que con su flota, pues era grande y buena, o vencería o escaparía; más, conociendo el aborrecimiento que le tenían en Túnez, como a extranjero y tirano, y cuán mudables son los moros, mayormente con la nueva de que iba contra el Emperador, determinó probar la ventura en tierra, porque no se hubiera él bien metido en mar, cuando se levantaran todos, y también por amor del Turco y aun por codicia de tal reino. Otros dicen que nunca creyó la ida del Emperador, y así, no tuvo lugar para armar las galeras, que dentro del estaño estaban, porque requerían mucho tiempo y trabajo, como no hay hondo para sacarlas de allí a la mar.

     Fortaleció la Goleta, ampliándola de manera que quedase capaz de cualquier gran número de gente. Proveyóse de armas y de tantas vituallas, bastantes para gran número de gente. Llamó los cosarios, y la gente de guerra que estaba en Argel y en los Gelves, y por toda aquella comarca, y pidió ayuda al rey de Tremecén, poniendo a todos grandes temores si el Emperador se hacía señor de Túnez, y que si ayudaban para entretener la guerra solos dos meses, echaría de Africa a todos los cristianos. Dió sueldo, demás de esto, a muchos capitanes de alárabes; hizo todas las diligencias y reparos que un buen capitán debe en semejantes ocasiones. Hizo meter dentro de los reparos de la Goleta, y en el estaño de agua, toda la armada, salvo quince galeras muy bien armadas, que dejó fuera.

     Continuaba con tanta diligencia y perpetuo trabajo la fortificación de la Goleta, que en breve la puso con la seguridad que veremos. Puso en ella y en las torres de sal y agua mucha artillería que sacó de la flota, y asimismo, en Túnez y en el Alcazaba recogió las velas o jarcias, de lo cual adelante diremos.



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- III -

[Continúan los mismos preparativos.]

     La verdad de la historia y cumplimiento en ella son las partes más esenciales que pide; que el estilo, las flores, el lenguaje, ya que adornan y recrean, no son tan importantes que no pueda pensar sin ellas. Escribiré aquí la jornada de Túnez, conformándome con las relaciones de mano y libros que la tratan, que con curiosidad he podido haber. Y si bien se ha de repetir dos veces una cosa, pondré unas cartas originales que el Emperador escribió al marqués de Cañete, siendo virrey de Navarra, dándole con puntualidad y por menudo, cuenta de esta empresa, desde el día que partió de Barcelona, hasta la toma y conquista del reino de Túnez, y de los pensamientos que tuvo de pasar sobre Argel, que fuera bien acertado y cierto el conquistar aquella ciudad, que tanto cuesta a estos reinos, y se excusara la rota y pérdida que después, en el año 1541 se padeció, que, sin duda, sola la reputación presente bastará para que ni Barbarroja, ni la ciudad de Argel, ni moros, ni alárabes de la tierra, hicieran resistencia al César, ni los elementos fueran tan contrarios como después lo fueron, y los que totalmente hicieron el daño y guerra, por no estar el tiempo tan adelante agora como lo estuvo cuando el Emperador fué, y se perdió sobre ella, como se dirá.

     A 9 de mayo, estando el Emperador aprestando su jornada, escribió al marqués la carta siguiente:

«EL REY

     »Marqués de Cañete, pariente nuestro, virrey y capitán general del nuestro reino de Navarra. Habiendo venido a esta ciudad como de mí entendistes, para dar priesa a la expedición de nuestra armada, y proveer mejor lo que conviniese a la defensión y seguridad de nuestros reinos, y de la Cristiandad, hallándome aquí, y estando ya las provisiones y aparejos de la dicha armada en términos que, con ayuda de Nuestro Señor, se juntará muy presto, y siendo tan poderosa de muchas galeras y otros géneros de navíos, gentes Y otras provisiones como para tal empresa se requiere, ha importado aquella tanto como importa al servicio de Dios Nuestro Señor, y a la defensión y beneficio común de la república cristiana y particularmente de nuestros reinos; y a nuestra reputación ha parecido conveniente y he determinado embarcarme, para proveer mejor con mi presencia lo que para todos los dichos efetos fuere necesario, y visitar de camino, si la oportunidad se ofreciere, los nuestros reinos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña; y fecho esto, en lo cual me deterné el menos tiempo que me sea posible, entiendo, placiendo a Nuestro Señor, volver a esos reinos lo más presto que se podrá hacer, para estar en ellos con más reposo, y entender en lo que convenga al bien público de ellos. De lo cual, durante mi ausencia, no me faltará el cuidado que su gran lealtad merece. Y entretanto, la serenísima Emperatriz y reina, mi muy cara e muy amada mujer, a quien dejó por mi lugarteniente general, que no menos que yo los ama, lo terná de lo que conviniere, a la cual os encargo y mando que obedezcáis, sirváis y cumpláis sus mandamientos como los de mi misma persona; y que durante mi ausencia, tengáis muy gran cuidado de la buena gobernación de ese reino, de la administración de la justicia, quietud y sosiego de nuestros súbditos y de él, como de vos confío, y muy especial vigilancia en todo lo que fuere necesario para la conservación y seguridad de él y el aprovechamiento que conviene a las fronteras, y aviséis continuamente a la dicha Emperatriz de todo lo que se ofreciere y conveniere, para que provea lo que sea necesario. De Barcelona, a 9 de mayo de 1535 años. -YO EL REY. -COBOS, comendador mayor.»



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- IV -

Armada de Portugal. -Nobleza que se halló en esta jornada. -Llega Andrea Doria a la barra de Barcelona. -Llega don Alvaro Bazán.

     Quiso el rey de Portugal, como príncipe católico y guerrero, ayudar en esta jornada al Emperador, y que se hallase en ella el infante don Luis, hermano de la Emperatriz, con otros caballeros y señores de título, y valientes soldados, cuales entre aquella belicosa gente siempre se criaron, que como tales se hicieron en esta jornada hechos de memoria. Y a 28 de abril de este año de 1535, llegaron a la playa de Barcelona veinte carabelas armadas y pagadas del rey don Juan de Portugal. Entraron en arco con cendales ricos, gallardetes y banderas, tendidos los estandartes con las quinas reales de aquel reino. Entró con las carabelas un galeón armado, grueso, famoso en aquellos tiempos por su grandeza. Venían otras cuatro carabelas y dos naos cargadas de bastimentos, armas y municiones, con mucha caballería de la juventud y nobleza de Portugal, cuyo general era Antonio de Saldaña, natural de Santarén.

     Llegó esta armada de noche, y esperó a entrar de día; y el Emperador, por verla, fué a la posada del embajador de Portugal, cuyas ventanas salían al mar. Entraron con tanto concierto, que unas a otras no se encubrían, haciendo una gran salva con la artillería y arcabuces que descargaron. Pasada la salva comenzó la música, que todo fué muy de ver, y más, cuando salieron los capitanes con su general a besar la mano al Emperador, a los cuales salieron a recibir a la lengua del agua el duque de Alba y el duque de Cardona con otros muchos caballeros, y los acompañaron, llevando en medio al general hasta la Huerta del Obispo, donde el Emperador se había retirado.

     Venían los portugueses lucidamente vestidos, cada capitán de su color, y los soldados y criados con varias y ricas libreas; el general traía de guarda treinta arcabuceros, vestidos de verde y blanco.

     Los caballeros de la nobleza de Portugal que en esta jornada se señalaron fueron don Juan de Castro, que después fué virrey de la India de Portugal, en cuyo gobierno se señaló, y sobremanera en la famosa batalla de Dío, donde hizo más que los romanos; don Alonso de Portugal, hijo heredero del conde de Viñoso; don Alonso de Vasconcelos, hijo del conde de Penela; Luis Alvarez de Távora, señor de Magadouro, y Ruy Lorenzo de Távora, su hermano, que después fué virrey de la India de Portugal; un hijo del conde de Abrantes; don Pedro Mascareñas, que también fué virrey de la India; don Diego de Castro, alcaide mayor de la ciudad de Evora; don Fernando de Noroña; don Francisco de Faro; don Francisco Pereira, embajador que fué del rey don Sebastián en Castilla; don Alonso de Castelbranco, merino mayor de Portugal; Pero Lopes de Souza, famoso capitán de mar, los cuales todos sirvieron a su costa en esta jornada, y otros muchos.

     Primero de mayo entró en Barcelona el príncipe Juan Andrea Doria con sus galeras, y el Emperador, por verlas entrar, vino a comer al carrer Ample. Entró con veinte y dos galeras bien estibadas, y artilladas con gran concierto, llenas de banderas y gallardetes de tafetán colorado y negro. La capitana traía veinte y cuatro banderas grandes de tela de oro, con las armas del Emperador, y tres estandartes grandes de raso carmesí, y en la más principal un crucifijo grande bordado, con San Juan y María a los lados, y uno de los otros dos estandartes traían a María con su hijo en los brazos, y el otro traía San Telmo.

     Venían las galeras enramadas, que cada una parecía un jardín, con mucha música de trompetas, clarines, chirimías y atambores.

     Luego que llegaron donde estaba la armada de Portugal, hizo salva la arcabucería y artillería; y así dió vuelta, y la armada de Portugal, en pasando el príncipe con sus galeras, comenzó a responderle con toda la artillería y arcabucería.

     Las galeras tornaron a cargar, y llegando donde el Emperador estaba, abatieron tres veces las banderas con gran grita, diciendo: «Imperio, Imperio.» Luego dispararon la artillería y arcabuces, y hecha la salva, salieron todos los grandes y caballeros cortesanos a la lengua del agua para recibir al príncipe Juan Andrea Doria, y era tanta la gente, que por más que la guarda trabajaba haciendo camino, apenas lo había. Andrea Doria venía en cuerpo, con su bastón en la mano, y el Emperador lo recibió haciéndole mucha honra y con grandes muestras de amor. Era Andrea Doria general de la armada, y sólo él podía tener el estandarte tendido. El Emperador le pidió que tuviese por bien que el estandarte de su hermano, el rey de Portugal, estuviese también así, lo cual se hizo.

     A 12 de mayo entró en la barra don Alvaro Bazán, general de las galeras de España, con doce galeras. Echáronse otras cinco al agua con los escorchapines, galeoncetes, carabelas, barcos grandes en que fueron los caballos. En las atarazanas había treinta galeras sacadas de astillero. Pregonóse que ninguno de los que se embarcaron en Málaga, so pena de la vida, saltase en tierra, aunque esto no se guardó con rigor. De esta manera se juntó en Barcelona la armada que el Emperador llevó, faltando la que traía el marqués del Vasto.





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- V -

Españoles que se embarcaron en Málaga con el marqués de Mondéjar.

     Los capitanes españoles que el Emperador nombró fueron don Juan de Mendoza, don Diego de Castilla, don Felipe Manrique de Lara, don Rodrigo de Mendoza, don Alonso de Villarroel, don Alonso de Quesada, Martín Alonso de los Ríos, Pedro Narváez, Andrés de Avalos, Luis Pérez de Vargas, Cáceres, Juan de Avellano, Varáez, Vozmediano, Mosquera, Juan de Alamos, Maldonado, Cristóbal de Belmar, Pedro de Videa, Rodrigo Maldonado, Villegas de Figueroa, Martín Alonso de Zambrana, Francisco de la Chica, Hayajosa, Lope de Xexas, Negrillo, Alonso Maldonado. El capitán Bocanegra tenía su compañía alojada en Mallorca; Juan Pérez, en Ibiza; Jaén, en Menorca, las cuales tres compañías se juntaron con estotras, como después diré.

     Demás de las lanzas que el Emperador tenía para guardar la costa, sirvieron los grandes y caballeros del reino con las lanzas que les fueron repartidas, y algunos con más, con ricas y vistosas libreas de varios colores; y el marqués de Mondéjar recogió en Málaga toda esta gente, con la infantería que allí se embarcó, dejando y despidiendo los que le parecieron inútiles, aunque hubo poca cuenta con las mujeres, que se embarcaron muchas más de las que convenía, que no sirvieron de más que comer los bastimentos y embarazar los soldados. Vi un libro que escribió de esta jornada el obispo Sarabia, fraile francisco; dice que se embarcaron nueve mil y quinientos españoles de paga, todos escogidos. Otra gente sin paga, aventureros, caballeros y gente de bien, fueron más de cuatro mil y quinientos, y más setecientos jinetes andaluces; ¿qué iban oficiales de diversos oficios, mercaderes, religiosos y clérigos? Venían todos con tanta voluntad y deseo de hallarse en esta jornada, que sin comparación fueran muchos más si los admitieran, teniendo por santa esta empresa, y que se ganaba en ella el cielo.

     Cuatro días tardaron sin cesar en embarcar la gente, bastimentos, municiones y caballos; y sábado a 8 de mayo se entró el marqués a dormir en su navío, y otro día se hicieron a la vela, y a 25 de mayo tomaron la playa de Barcelona, y el Emperador, muy alegre, salió a verla, poniéndose a caballo en Montjuich o Montejouis.



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- VI -

Nobleza de grandes caballeros que en esta ocasión se encontraron en Barcelona. -Don Pedro de Zúñiga, hijo de don Alvaro, duque de Béjar. -Rigor militar del Emperador. -Multitud de mujeres que fueron en esta jornada.

     Con gran cuidado acudía el Emperador, el tiempo que estuvo en Barcelona, a todas las provisiones que para la armada se habían de hacer, como si fuera un particular capitán, o no los tuviera tantos y tales que de cualquiera pudiera fiar toda la armada. Mandó labrar moneda de oro y plata, bajando los quilates y valores, para hacer paga a todos. Hiciéronse mil y docientos arcabuceros, sin otros piqueros para las galeras, dándoles sus capitanes.

     Era tanta la gente noble y común, que no cabían en la ciudad ni se podía andar por las calles; unos, que venían a ver aquella hermosa armada; otros, que querían ir en ella. Los principales de que se hizo memoria fueron: el infante don Luis, hermano de la Emperatriz; don Fernando de Aragón, duque de Calabria; don Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba; don Antonio Pimentel, conde de Benavente; el príncipe de Salmona, hijo de Carlos de Lanoy; Andrea Doria, príncipe de Melfi; el príncipe de Macedonia; don Fernando de Folch, duque de Cardona; don Juan Manrique, marqués de Aguilar, con su cuñado don Josepe de Guevara, señor de Triceño y Escalante; don Luis de la Cerda, primer marqués de Cogolludo; don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar; don Bernardino de Cárdenas, marqués de Elche; don Pedro Osorio, marqués de Astorga; don Francisco de la Cueva, marqués de Cuéllar; don Rodrigo de Mendoza, primer marqués de Montesclaros; don Francisco de Borja, marqués de Lombay; don Luis Fajardo, primer marqués de Molina, hijo primogénito del marqués de los Vélez, adelantado de Murcia; el marqués de Enciso, don Francisco de los Cobos, comendador mayor de León; don Manrique de Lara, conde de Valencia; don Diego López de Velasco Zúñiga, conde de Nieva; don Andrés de Bobadilla, conde de Chinchón; don Alvaro Pérez de Guzmán, conde de Orgaz; don Pedro de Acuña, conde de Buendía; don Iñigo de Guevara, conde de Oñate; don Alonso de Mendoza, conde de Coruña; don Alonso de Aragón y Urrea, conde de Ribagorza; don Miguel de Urrea, conde de Aranda; el conde Juan Tomás Mirándula; el conde César; don Juan de Heredia, conde de Fuentes; el conde de Belchite; el comendador Rosa, conde de la Torela; el vizconde Parelladas; don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara; el castellán de Amposta; el conde de Salinas: don Pedro Ramírez de Arellano, conde de Aguilar; don Claudio de Quiñones, conde de Lima, don Pedro de Guzmán, hermano del duque de Medina Sidonia, a quien en esta jornada se le dió título de conde de Olivares; don Andrés Hurtado de Mendoza, hijo mayor del marqués de Cañete; don Alvaro de Mendoza, primogénito del conde de Castro; don Lorenzo y don Gómez Manrique, don Pedro Laso de la Vega, señor de Batres; Juan de Vega, señor de Grajal: Pero González de Mendoza, marqués de Cenete, mayordomo del Emperador; Luis Méndez Quijada; don Luis de Avila y Zúñiga; don Rodrigo Manrique, hijo del conde de Paredes; don Beltrán de Guevara.

     Demás de los nombrados hubo otros muchos caballeros sin títulos y hijos segundos de señores de título,

     Mandó el Emperador pregonar muestra general para los 14 de mayo, y este día, a las cinco de la mañana, salió Su Majestad al lugar que estaba señalado, armado de todas armas, salvo la cabeza, que llevó descubierta, con una maza de hierro dorada en la mano. Esperó hasta las diez para que todos, aderezados y puestos en orden. viniesen: juntáronse a la puerta que llaman de Perpiñán, en el campo de la Laguna. El Emperador puso en orden los caballeros; uno de ellos desconcertaba el orden, y el Emperador, enojado, puso las piernas al caballo, rompiendo por medio del escuadrón, y llegando a él le hirió con la maza en la cabeza, y volviéndose hacia donde el duque de Alba y otros caballeros estaban dijo: «No hay cosa más dificultosa que regir bien y gobernar un escuadrón.»

     Tomada la muestra de todos, se volvió a palacio, yendo delante de él docientos hombres de guarda con libreas, los ciento españoles y los otros ciento alemanes. Seguían a éstos cien archeros de a caballo, con libreas amarillas y fajas de terciopelo morado, armados con coseletes y celadas, y lanzas de armas con sus banderetas coloradas; luego iban veinte y dos pajes, cada uno en su caballo de la caballeriza del Emperador y vestidos de una librea; traían algunos caballos cubiertas y testeras, otros con paramentos a la turquesca, y otros a la jineta con ricos jaeces. Cada paje llevaba en la mano las armas que podía jugar y usar el Emperador en la guerra. Uno llevaba el almete o celada, otro la lanza de armas, otro la jineta, otro la rodela, otro un arco con flechas, otro ballesta, otro un arcabuz y así todos los señores y caballeros cortesanos iban de tres en tres, y detrás de cada tres caballeros, tres pajes que les llevaban las armas, lanza y celada: los caballos, encubertados; las armas y vestidos de tanta riqueza, cuanta a caja uno fué posible.

     Señaláronse este día en la muestra, además de algunos de los grandes y caballeros nombrados, don Pedro Henríquez de Ribera, que fué después marqués de Tarifa y duque de Alcalá, virrey de Nápoles: don Pedro de Guzmán, primer conde de Olivares, ya nombrado, que desde su juventud se mostró un valiente caballero y muy servidor del Emperador; don Juan de Fonseca, señor de Coca y Alaejos; dos hermanos del conde de Benavente, de los cuales el uno fué después marqués de Viana: don Alonso Pacheco, señor de la Puebla de Montalbán: don Juan de la Cerda, marqués de Cogolludo; don Juan de la Cerda, duque de Medinaceli; don Francisco de la Cerda, su hermano, don Luis de la Cerda y de Mendoza, hijo del conde de Castro; don Luis de la Cueva, hermano del duque de Alburquerque, y don Diego, su hermano; don Alonso Manrique, hijo del conde de Osorno; don Andrés Hurtado de Mendoza, hijo del marqués de Cañete; don Hernando de Sandoval y Rojas, hijo del marqués de Denia; don Enrique de Toledo, hijo del duque de Alba; don Juan Manrique, hijo del duque de Nájara; don Bernardino de Toledo, hermano del duque de Alba; Juan de Vega, hijo del comendador mayor de León; don Juan de Figueroa; don García Ponce de León, tíos del duque de Arcos; don Alvaro de Mendoza, heredero del conde de Castro y su hermano; don Gómez Manrique; don Pedro de Zúñiga, yerno del conde de Miranda; Pero Núñez de Herrera, hermano del marqués de Pliego; don Luis de Avila, camarero del Emperador y hermano de don Pedro de Avila, primer marqués de las Navas; don Enrique de Guzmán, hijo del conde de Alba; don Luis de Sotomayor, hermano del duque de Béjar, don Prudencio; don Avendaño, señor de las casas de Urquizo y Olaso; don Francisco de Benavides, hermano del conde de Santisteban; don Diego y don Pedro de Rojas, hijos del marqués de Poza; don Gutiérre de Cárdenas, hermano del marqués de Elche, y su hermano don Alonso de Cárdenas; dos hijos de Luis Méndez de Montemayor, señor del Carpio; don Juan Tavera, sobrino del cardenal de Toledo; don Sancho de Velasco, hermano del conde de Nieva; don Fadrique de Acuña, hermano del conde de Buendía; don Juan Pacheco, tío del duque de Escalona; don Pero Vélez de Guevara, con tres hijos suyos; don Antonio de Avalos, sobrino del arzobispo de Granada; don Juan de Luna, caballero aragonés; don Diego de Guzmán, hermano del conde de Teba; don Juan de Figueroa y don Francisco de Toledo, hijos del conde de Oropesa; don Gutierre de Cárdenas, hijo del conde de Miranda, y otros que, por ser tantos, no hubo memoria de ellos.

     Llevaban estos caballeros sus criados a caballo, tales, que podían pelear y entrar en batalla.

     Luego el Emperador mandó echar bando, que todos se embarcasen, y puso pena que el que para el día del Corpus (que fué este año a 27 de mayo) no lo estuviese, se quedase sin ser admitido después en el armada.

     Domingo 16 de mayo entró el Emperador en la galera capitana de Andrea Doria, acompañado de muchos grandes y caballeros de la corte, y dió la vuelta por el armada, siguiéndole todas las galeras, levantándose del lugar donde estaban amarradas, haciendo una brava salva la armada de Portugal y respondiéndola todos los bajeles que había en la playa.

     Tratóse en consejo de guerra que no se consintiesen en la armada mujeres ni muchachos, ni otra gente inútil, mas de aquellos solos que eran para pelear; pero no bastó este rigor, que si las sacaban de un navío las recogían en otro; y así se hallaron en Túnez más de cuatro mil mujeres enamoradas que habían pasado, que no hay rigor que venza y pueda más que la malicia.

     Para embarcar los caballos sin trabajo, hicieron unas balsas grandes de madera. Despidieron cien lanzas de las que los caballeros andaluces enviaron, porque por los muchos caballeros y caballos que había, faltaba pasaje para embarcarse. Por esto, murmuraron del marqués de Mondéjar, diciendo que había dejado veinte urcas grandes en Cádiz, y en el Puerto de Santa María, para enviarlas cargadas de sal a Flandes; mas fué falsedad que se levantó contra el marqués, porque él era tal y sirvió con tantas veras en esta jornada, que muchos que mejor miraban las cosas, le hacían autor de ella, y el que principalmente había movido y puesto al Emperador en ella. Para remediar esta falta quitaron a cuatro galeras la palazón, que metieron en ellas los caballos, de los cuales, por ir muy apretados en las galeras y naos, murieron algunos.



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- VII -

Embárcase el Emperador: a 30 de mayo partió, lunes.

     Estando ya casi todo aprestado para darse a la vela, el Emperador quiso que se hiciese una solemne procesión, sacando el Santísimo Sacramento, la cual salió de la iglesia mayor, y el Emperador llevó una vara del palio, sin querer cubrir la cabeza; el infante don Luis de Portugal, que por la posta había llegado a la ciudad, llevó la otra; y el duque de Calabria, la tercera, y la cuarta, el duque de Alba.

     Viernes a 28 de mayo antes de amanecer partió por la posta al monasterio de Nuestra Señora de Monserrate a visitar la santa imagen, cuyo devoto siempre fué. Aquí confesó y comulgó, y el mesmo día en la tarde volvió a Barcelona, que son siete leguas catalanas de camino.

     Domingo 30 de mayo, día de San Felices, Papa y mártir, al abrir del día sonó la trompeta por la ciudad, habiéndose antes echado bando que en este día habían de partir. Era tanta la priesa de los barcos a recoger la gente, y de la gente a entrar en ellos, que casi no se entendían. El Emperador oyó misa en Nuestra Señora de la Mar y luego se vino a embarcar en la galera Bastarda, de veinte y seis bancos, y cuatro remos por banco, que Andrea Doria hizo, y doró y adornó, para en que fuese Su Majestad. Tenía esta galera veinte y cuatro banderas de damasco amarillo con las armas imperiales por toda ella, y un pendón a media popa, de tafetán carmesí, que llevaba ocho pierras y treinta palmos en largo, con un crucifijo de oro, y otros dos casi de su tamaño, con sendos escudos de las armas del Emperador, y allí junto una gran bandera blanca de damasco sembrada de llaves y cálices y aspas de San Andrés coloradas, con un letrero en latín al medio que decía: Psal. 4. Arcum conteret, et confringet arma: et scuta comburet igni. (Gastará y quebrará el arco, quemará con fuego los escudos de armas.) Y otros dos de damasco colorado del mismo grandor con Plus Ultra, escrito alrededor de las columnas, que es divisa de España. Tenía también otra bandera de dos ramales en el entena con una espada y una celada, y con un escudo y letra latina que decía: Aprehende arma et scutum; et exurge in adiutorium mihi. (Toma las armas y el escudo y ven en mi ayuda.) Y otra en la gavia que llegaba al agua, con un grande ángel, y un mote que decía: Misit Dominus Angelum suum qui custodiat te in omnibus vis tuis. (Envió Dios su ángel que te guarde en todos tus caminos.) Y tres gallardetes que llaman, en los tres mástiles, de damasco colorado y de más de cinco varas de largo, el medio con una estrella de oro y muchas llamas de fuego, y un mote tal: Notas fac mihi Domine vias tuas. (Señor, muéstrame tus caminos.) Y los otros dos, que llevaban eslabones y pedernal con muchas centellas de fuego, decían: Ignis ante ipsum praecedet. (El fuego irá delante de él.) Asimismo estaba la sala y cámara de popa cubierta de tela de plata, oro y brocado de tres altos, sin otras colgaduras de raso y damasco de diversas labores, que todo era rico y costoso. Salió toda la ciudad a verlo embarcar, rogando a Dios le diese victoria.

     Dispararon y soltaron la artillería de la ciudad, y de las naos y galeras, que fué cosa de ver. Partió con tanta música, que dió grandísimo gusto a todos. Embarcados buen tiempo, trajeron vela; de allí a poco se volvió el viento que habían llevado favorable, y dió con ellos en Mallorca, donde entró el Emperador, suplicándoselo los isleños, a comer en Alendía, y el sábado, a 5 de junio, dos horas después de mediodía se redujo toda la armada, que se había esparcido a puerto Mahón, en la isla de Menorca, donde oyó misa el Emperador y esperó que todos se juntasen, y en la isla de San Pedro oyó misa, y fué a caza con el infante, su cuñado, en dos caballos que mandó desembarcar; volvió sin cazar nada, pero ya que se apeaba vió un puerco y matóle dentro de una laguna.

     Llegó, en fin, a Callar, ciudad de cuatro mil vecinos, cabeza de Cerdeña, a 11 de junio, día de San Bernabé de este año de 1535, y otro día escribió a la Emperatriz y a los grandes y cabezas de gobiernos en España, diciendo en sustancia lo que al marqués de Cañete, que era virrey de Navarra, dijo en esta carta:

«EL REY.

     »Marqués de Cañete pariente nuestro, virrey y capitán general del nuestro reino de Navarra. Al tiempo de nuestra partida de Barcelona os hice saber nuestra embarcación; después seguí mi viaje y porque el martes, que fué otro día que de allí partí, faltó el viento por calmas y tiempos contrarios, pareció ser lo mejor tocar miércoles en la isla de Mallorca con las galeras, dejando las naos, y en esta y en la de Menorca anduve con ellas hasta el sábado esperando las dichas naos, las cuales este mesmo día llegaron al puerto de Mahón, que es en la dicha isla de Menorca, de donde salí con toda el armada junta el domingo a la tarde, con viento tan escaso, que hasta otro día lunes no se pudo alejar de vista de tierra. A la tarde refrescó de manera, que el martes y el miércoles pasamos el golfo y con las galeras, porque por ser el temporal algo recio, no se pudieron esperar las naos para esperallas. Surgí esta noche en la isla de San Pedro, que está a vista de la de Cerdeña, y el jueves siguiente, 10 del presente, siendo ya pasados todos los navíos del armada con algunas de las galeras, que también habían quedado con ellas, vine a surgir en el golfo de Callar, a donde hallé sueltas las naos de la dicha nuestra armada, y asimesmo las galeras, galeones, carracas, naos y otras fustas que el marqués del Vasto llevó de Génova con la infantería alemana y italiana, y las que estaban armadas y aderezadas en Nápoles y Sicilia, con la infantería española que en ellas había, y las provisiones que se habían hecho, que había cinco o seis días que eran llegadas, con las cuales vinieron las tres galeras de Su Santidad con otras tres que armó en Génova, y las cuatro de la religión; de manera que son por todas las galeras que aquí se hallan setenta y cuatro, y habrá hasta otras treinta galeotas, bergantines y fustas de remos, y los navíos serán cerca de trecientos con las carabelas, galeón y naos del serenísimo rey de Portugal, nuestro hermano, entre los cuales hay diez o doce galeones muy bien armados y artillados, y otras carracas y naos gruesas también en orden. Aquí se ha dado orden en lo que toca a las naos, y gente que viene en ellas, y en los bastimentos, y he visitado a Callar, que es la cabeza de este reino, y parto luego, con ayuda de Nuestro Señor, para seguir mi viaje a Túnez y con su favor ejecutar y hacer lo que viere más convenir contra el enemigo. Del cual, por cautivos cristianos que ha algunos días que se soltaron de Túnez, se entiende que sus galeras tiene repartidas en la Goleta de Túnez y en otras partes de la comarca, y hace fortificación y reparos para esperar en la tierra y defenderse en ella. Confío en Nuestro Señor que la empresa terná el fin que a su servicio, a la seguridad y reposo de nuestros reinos y al bien de la Cristiandad conviene, y yo os mandaré avisar de lo que sucediere.

     »De Callar, en galera, a 12 de junio de 1535 años. -YO EL REY. -COBOS. Comendador mayor.»

     En este mesmo día, que fué sábado, en la tarde, que salió de Callar, volviendo donde había dejado las naves, halló un bergantín que venía de la costa de Túnez, y dió aviso de lo que allá pasaba, y luego Su Majestad mandó dar priesa en la partida, y echó bando con pregón público, que entre todos los del ejército de todas naciones hubiese treguas, suspendiendo sus enemistades y particulares pasiones, tomando debajo de su protección y amparo real a los unos y a los otros, poniendo por término el tiempo que durase la guerra de Africa, y que ninguno, so pena de la vida, se pasase de un navío a otro, sino que todos fuesen en los que habían embarcado con sus capitanes. Que ninguno disparase arcabuz en salva ni otro regocijo, sino que se guardase la pólvora para gastarla contra los enemigos.

     Avisaron los sargentos mayores que enviasen los capitanes de infantería al galeón del príncipe Doria por pólvora y plomo. Mandaron a los maestres de las naos que se proveyesen de leña y agua y de lo que más hubiesen menester.



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- VIII -

Gente y municiones que recogió el del Vasto. -El señor Alarcón. -Galeras y gente del Papa. -Lista de la gente que el Emperador tuvo para esta jornada.

     El marqués del Vasto, como general de la infantería, vino, por mandado del Emperador, de Iscla a Génova y a Milán, recogiendo los soldados italianos y tudescos, con otras municiones y armas necesarias para esta jornada. Nombró por coroneles o maestres de campo, con parecer de Andrea Doria, a Fadrique de Carreto, marqués de Final, y a Jerónimo Tutavilla, conde de Sarno, y a Agustín Espínola, los cuales levantaron cinco mil hombres con veinticuatro capitanes escogidos. Trató con el duque de Milán y Antonio de Leyva lo que convernía hacerse para esta jornada de Túnez y para la seguridad de Lombardía, por la cual no dejaron salir de ella algún español de los que estaban en sus presidios, que muchos eran los que deseaban embarcarse y hallarse en ella.

     Llevó, pues, el marqués cinco mil italianos con ocho mil tudescos alemanes, sin otros muchos valientes y ejercitados caballeros que trajo Maximiliano Ebestayn; por manera que los capitanes y gente que el marqués del Vasto sacó de Italia fueron don Antonio de Aragón, hijo del duque de Monreal, nieto del rey don Fernando de Nápoles; un hermano del marqués de Polincino; don Luis de Tovar, capitán de gente de armas; el príncipe de Salerno, con diez y ocho gentileshombres napolitanos, con los criados y caballeros de su casa; el marqués de Cayn, monsieur de Bauri; marqués de Lorata, el marqués de Fina, el conde de Sarno, con otros caballeros italianos que en otra ocasión se nombrarán.

     Los soldados españoles que se embarcaron en Castelamar fueron dos mil, y los capitanes Rodrigo de Ripalda, maestre de campo; el conde de la Novelara, Ruy Sánchez de Vargas, Cisneros, Francisco Ruiz, Domingo de Riarán. Con estas seis compañías vinieron cuatrocientos españoles de Lombardía, y entre ellos había algunos que habían tenido cargos en otros ejércitos. Sintió Antonio de Leyva, general de Lombardía, que se le viniese esta gente, y los persiguió hasta Nápoles. No llevaban éstos paga del Emperador, ni se les podía hacer otro cargo más de que dejaron sus alojamientos sin orden del general. De estos cuatrocientos escogidos españoles hicieron capitán a Alcocer, un valiente español; arboló bandera en Cerdeña.

     De Sicilia vinieron doce compañías, que se embarcaron en Mecina: Lerzano Hermosilla, Carles de Esparz, Hernando de Vargas, Alonso Carrillo, en Palermo; Alvaro de Grades, de Sotomayor, Saavedra, Luis Pizaño, escogidos capitanes. Serían los de Sicilia dos mil y seiscientos, y por todos, cinco mil soldados, gente valerosa y de honra. De tres mil y novecientos italianos que se embarcaron en Puerto Especie, eran coroneles el marqués de Fina, de mil y quinientos; el conde de Sarno, de mil y quinientos; mícer Agustín de Espíndola, de mil y docientas; en cada una de estas coronelías había seis capitanes. En Nápoles se embarcaron otros setecientos soldados italianos y coroneles de ellos, y de tudescos fueron casi ocho mil. Venían por sargentos mayores de las compañías de españoles viejos, Lope Fresno y Cristóbal Arias.

     Cuatro soldados quisieron amotinar los demás, hablando libremente lo que no les convenía. El marqués los prendió y, acompañado de Rodrigo de Ripalda, maestre de campo, los condenaron los dos a la horca, y los otros dos a galeras, y que jugasen entre sí al dado, cuáles habían de morir. Hízose así, y los que ganaron fueron luego al remo; los que perdieron, a la horca; y porque el uno era hidalgo, lo degollaron primero, y después lo colgaron con su compañero.

     Embarcó el marqués la gente de Italia en veinte y ocho naos gruesas que para esto estaban aprestadas en Porto Venere, allí cerca, y fué a Nápoles y tomó los españoles que habían estado en Corrón con los demás que se habían juntado. Hízose luego a la vela, camino de Callar, y de paso tomó la flota de Sicilia, que estaba a cuenta de don Berenguer de Requesenes.

     Dió a los napolitanos tanta gana de hallarse en esta guerra contra el cosario Barbarroja, que muchos se fueron con el marqués, y otros a sus aventuras; y algunos señores armaron galeras a su costa, como lo hicieron el príncipe de Salerno y el de Bisignano, y el famoso capitán Hernando de Alarcón, que con sus hazañas asentadas como esmalte sobre la nobleza de su sangre de la antigua casa de Escalente, mereció el renombre de Señor, con otros títulos ilustres.

     El papa Paulo III envió las galeras como prometiera, con Virginio Ursino, conde de Anguilara; y aún fué hasta la Mariña a bendecir el pendón para el conde, rogando a Dios por la vitoria. De manera que tuvo el Emperador por lista en Callar veinticinco mil infantes, sin los cortesanos y sin los aventureros; ocho mil eran alemanes; cinco mil, italianos; los demás, españoles. Había también dos mil caballos, aunque algunos cuentan más y otros menos. Los ochocientos llevaban todas armas; los otros, corazas y casquetes con lanza y adarga, como jinetes, o petos y morriones con malla, que por eso se llaman ligeros. Eran los navíos más de docientos y cincuenta, entre grandes y chicos, aunque dicen llegaban a trecientos. Había sobre sesenta urcas y naos flamencas, cuarenta galeones, cien naves, veinte y cinco carabelas portuguesas y otras andaluzas; y aun el obispo Sarabia, que largamente escribió esta historia, dice que todas las velas, grandes y pequeñas, pasaban de cuatrocientas veinte, en que había ciento cuarenta y cinco de remo, sin contar los navíos de aventureros; y debe de contar en este gran número las tafurcas, escorchapines, azabras y otros bajeles.

     Había también muchos bergantines, fragatas, fustas y algunas galeotas, doce galeras del Papa, cuatro de Malta con Aurelio Botigela, prior de Pisa, quince españolas con don Alvaro de Bazán, diez y nueve de Andrea Doria, diez de Sicilia, cuyo capitán era don Berenguel de Requesenes, nueve de Génova, seis de Nápoles con don García de Toledo, cinco de Antonio Doria, dos del señor de Mónaco; así que todas serían las que el obispo dice, muy bien armadas y ricamente guarnecidas, porque cada capitán quería que sus galeras fuesen las mejores de remo y armas. Era, ciertamente, grande y hermosa flota, en la cual mostró el Emperador su gran poder.

     Llegó allí el marqués del Vasto con toda la armada y aparejos hechos en Italia, para aquesta empresa, y con gran copia de bastimentos.



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- IX -

Avisan al Emperador cómo Barbarroja sabía esta jornada. -Nota la cristiandad del Emperador. -Utica, donde murió Catón: es Puerto Farina. -Descubre el aviso que el rey de Francia dió a Barbarroja.

     Andando, pues, el Emperador visitando su armada, llegó a él una pequeña barca con algunos cristianos que habían huido de Túnez, los cuales le dijeron cómo Barbarroja, con extremada diligencia, fortificaba la Goleta, en la cual andaban infinitos cautivos y otros muchos reparándola y fortificándola, y asimismo a la ciudad de Túnez en todo cuanto podía. Oído esto el Emperador y visto que el tiempo era bueno, no se quiso más detener, antes partió de allí el día siguiente.

     Domingo a 13 de junio se embarcaron todos, sería dos horas antes de la noche; el tiempo era bueno y temíanse que Barbarroja no huyese. Gran parte de esta noche estuvo el Emperador en Consejo, hallándose en él los principales capitanes de toda la armada, y salieron de él con el orden que todos habían de guardar.

     Sobrevino un viento bueno y próspero, tanto, que martes de mañana estaban a vista de Bizerta, que es en Africa, dejando la Numidia a mano derecha. Las carabelas de Portugal, con las galeras de don Alvaro de Bazán, llevaban la vanguardia, y el Emperador, la retaguardia, aunque después se adelantó de todos y llegó tres horas antes a Puerto Farina, que es un puerto de los principales de aquella costa, y muy importante para los tratos de Túnez, cerca del promontorio de Apolo y junto a la ciudad de Utica, municipio o morada fuerte de los romanos, que es camino de docientas millas.

     Dió priesa el Emperador por llegar a la Goleta primero que Barbarroja entendieseque Andrea Doria estaba allí con él. Y si bien conocía ser necesario aquello, quisiera enviar delante un tercio de las galeras a coger las que huyesen de Barbarroja, porque era fama que en Túnez se temían mucho. Quisiera el Emperador hacerlo tan callando, que haciendo el son por otra parte, estuviese la armada en la Goleta antes que Barbarroja entendiese que estaba allí. No consintió por esto que Andrea Doria enviase el tercio que decía de las galeras, diciendo que no debía de ser verdad lo del miedo de Túnez, y ya que fuese, que se quería él hallar en ello. Díjose también que preguntaron al Emperador quién había de ser capitán general en esta guerra, porque como había tantos señores, reinaba entre ellos presunción, y que Su Majestad, estando armado y descubierta la cabeza, les mostró un crucifijo levantado en alto, diciendo: «Aquel cuyo alférez yo soy.» Palabras por cierto en que el César mostró el amor, reverencia y fe viva que siempre tuvo a Cristo crucificado.

     Con estas palabras, y con tener los ojos arrasados, hizo derramar muchas lágrimas de devoción a los que allí estaban, suplicando a Dios diese vitoria al príncipe.

     Llevaban, como dije, los portugueses la vanguardia de toda la armada, y en la retaguardia se puso don Alvaro Bazán, y el César quiso ir en medio, y avisando al Papa y a la Emperatriz y otros muchos, partió de Callar a la Goleta, que ponen setenta leguas poco más o menos. Y con Gallego, que los marineros llaman Nueste, llegó a Bizerta con toda la flota.

     Entraron, pues, los portugueses, que iban delante, en Puerto Farina. Este lugar fué llamado antiguamente Utica, y es la ciudad famosa en Africa por Catón, aquel noble romano que murió en ella. Agora está toda deshecha. A 15 de junio era aquí llegada toda la armada. Tocó en la arena por un lado al entrar la galera Capitana, que hizo bambanear y titubear a cuantos en ella iban y aun a los demás puso en cuidado. Pero Andrea Doria mandó de presto dar a la banda, chiflando como buen marinero, y así la sacó de peligro.

     Alteróse también algo el Emperador, diciendo que su padre, de gloriosa memoria, el rey don Felipe, pensó perderse con semejante caso en los bancos de Flandes. Traía esta armada, además de los hombres necesarios para la mar y defensa de ella, veinte y tres mil infantes para saltar en tierra, si bien era la fama de más gente. Eran soldados viejos y que se habían visto en grandes afrentas, y aun de los bisoños que salieron de España había muchos de la misma manera. Había más mil y quinientos caballos, los mil de los caballeros y grandes españoles, italianos, alemanes y flamencos, armados todos de hombres de armas, o a la ligera; los otros quinientos eran jinetes españoles. Demás de éstos, vinieron de Vizcaya cuarenta y dos navíos; y porque llegaron a tiempo, mandó el Emperador que una parte de ellos fuese a socorrer a Melilla, que lo molestaba el rey de Fez, a instancia de Barbarroja.

     Llegada, pues, la armada a Puerto Farina, lugar puesto entre la ciudad de Bizerta y las ruinas de Cartago, treinta millas igualmente distante del uno y del otro, sin detenerse más, el mismo día fué a surgir y tomar tierra en el cabo de Cartago, aunque no es muy seguro, las banderas tendidas, con que abultaba doblado la flota. Tomáronse allí luego dos naos francesas, cuyos hombres confesaron al Emperador que habían llevado el embajador que dije del rey de Francia, que se decía Forestio o monsieur de la Floresta, y otros dos de Barbarroja para el Gran Turco, con otros dos turcos suyos que habían estado con el rey Francisco, por lo cual se publicó más por entero la trama del rey de Francia con los turcos, y todos los del Emperador entendieron que habían avisado aquéllos a Barbarroja de esta ida y armada.



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- X -

Va el del Vasto a reconocer la Goleta. -Torre del Agua. -Cartago.

     Sabiendo el Emperador lo que importa en la guerra la presteza, mandó aquel mesmo día al marqués del Vasto que con veinte y dos galeras fuese a descubrir a cabo Verde y reconocer la Goleta. Hay de Cartago a la Goleta cinco millas italianas, de las que comúnmente tres hacen una legua española, y cada milla mil pasos, y cada paso cinco pies, y cada pie dos palmos de hombre. Llegó el marqués tan adelante, que descubrió y vió todos los reparos de la Goleta y de una torre que llamaban del Agua (por unos pozos de agua dulce que tiene cerca de sí), que estaba en el camino a la marina, cuatro millas de Cartago y una de la Goleta.

     Fué asimismo don Juan Manrique, marqués de Aguilar, con la galera en que iba a reconocer y tentar la fuerza de los turcos, los cuales comenzaron a lombardear la galera y mataron algunos forzados; dió la vuelta, y contó el sitio y armada que tenían los enemigos. Echaron las galeras del César una nao a fondo, que había sido de cristianos, y la habían ganado turcos. Entraron, a pesar de la Goleta, y sacaron dos navíos redondos sin recebir daño. Cautiváronse unos moros pescadores, que dijeron que Barbarroja estaba en Túnez y que fortalecían sin cesar noche y día la Goleta. Informado el Emperador de lo que el marqués y don Juan Manrique habían reconocido, habido su consejo, otro día de mañana, miércoles a 16 de junio, con muy buen orden, mandó salir a tierra toda la infantería con algunas piezas de artillería de campaña y con algunos caballos ligeros, y su persona imperial con la mayor parte de la nobleza; serían hasta quince mil soldados los que de golpe se desembarcaron de todas tres naciones.

     Hízose de ellos un escuadrón en un lugar llamado antes de agora Campo Santo (entiéndese que porque el rey Luis de Francia se alojó y murió allí, y sepultaron los que murieron, cuando vino sobre Túnez). Aquí se hizo fuerte el Emperador con los suyos, sin que tuviesen contraste ni resistencia de consideración por parte de los turcos ni de los moros, que si ellos fueran gente de ánimo y de guerra, pudieran hacer daño al desembarcar, por las ventajas que tienen los que defienden lugares marítimos, pasos de ríos, alturas de montes o puertos estrechos. Así como iban desembarcando, se iban apartando y alargando de la marina con buena ordenanza, escaramuzando con algunos moros de a pie y de a caballo que se habían puesto entre los edificios derribados de la antigua Cartago, y hacia la torre del agua. El Emperador iba a pie delante del escuadrón, con su coselete y pica en la mano.

     El primer capitán que saltó en tierra fué Jaén, y la primer compañía la de Cisneros. Venían estos moros para reconocer la armada. Pero temiéndose el Emperador de alguna engañosa celada, mandó recoger su gente a las banderas, y allí se detuvieron aquella noche en las villetas recoger su gente a las banderas, y allí nas de Cartago, no lejos de la marina.

     El día siguiente se desembarcaron los ocho mil españoles bisoños que venían de España, con los caballos y la artillería, y las otras cosas necesarias de la guerra. Hízose esto en tanto que las galeras de Andrea Doria combatieron y ganaron la torre del Agua, la cual, como dije, está a la marina, puesta en lugar bajo. Tiene dentro de sí ocho pozos con abundancia de agua, aunque sólo tres fueron importantes para el ejército. Ganaron asimesmo aquel día los soldados algunos lugarejos abiertos y castillejos pequeños alrededor de Cartago, que los había de docientos a trecientos fuegos; pero los unos y los otros estaban robados y desamparados, salvo algún tanto de trigo y aceite que se halló entre estos.

     A 17 de junio se acabaron de desembarcar todos.

     Estaba una torre al cabo del monte hacia la parte del estaño, sobre la mar, que decían haber sido fortaleza de Cartago: agora se llamaba roca de Masticanes, en la cual puso el Emperador trecientos soldados españoles para la guarda de ella, por ser lugar fuerte naturalmente; y por que era superior a toda aquella playa. Aquella misma noche mandó el Emperador armar sus tiendas y ponellas sobre un montecillo pequeño que se dice Cartase, entre Cartago y la torre del Agua, sobre la mar, con toda la caballería cerca de sí, y parte de la infantería.

     Antes de pasar de aquí, diré por notable una mudanza de las que suele hacer la fortuna.

     Vino a ser alojamiento del ejército imperial la gran Cartago, señora de Africa y de la mayor parte de España, émula de Roma por 120 años, donde tantos y tan famosos capitanes nacieron; la que entró en Libia con docientas galeras y mil naos, señora finalmente de trecientas ciudades, y ella en sí tan grande, que es fama que tenía en circuito trescientos estadios, toda con muralla, con fuertes torres y muros de anchura de cuatro brazos y de altura ciento sobre el muro, regida su gran población de cien senadores.

     Y dejando lo que todos celebran de esta famosa ciudad, antes que los Scipiones la destruyesen, lo que en ella se reparó fué bastante para que San Agustín enseñase en ella Retórica. Aquí fué obispo San Cipriano, y fué mártir en ella, y con él Crescencia, Victoria, Rósula, siendo emperadores Valeriano y Galieno. Fueron aquí trecientos mártires echados en un horno de cal ardiendo, de los cuales fueron los principales: Januario, Nagor, Félix, Marin, Geasto, Emilio y Jocundiano. Fueron llamados Masa blanca, por el lugar donde padecieron.

     También fueron aquí martirizados, Catubino Diácono, Januario, Florencio, Julia, Justa. Celebráronse en este lugar siete concilios universales, uno de ellos general de toda Africa, año 336, siendo Grato obispo cartaginés; tres se celebraron siendo obispo Aurelio, donde hubo setenta obispos, y se cantó el símbolo Niceno, y en el año 404, en el tiempo de Arcadio y de Honorio, se celebró otro por mandado de Inocencio I contra Pelagio, y se juntaron docientos diez y ocho obispos, siendo obispo de esta ciudad Aurelio, y Agustino de Hippo, o Bona, y Donaciano Alipio, perlados famosos.

     Fué obispo de Cartago San Víctor, que escribió muchos libros contra arrianos. De aquí fué santa Julia, virgen y mártir; san Eugenio, obispo y mártir, varón doctísimo en la Sacra Escritura. Fueron de aquí Pánfilo, Eustaquio Macobrio, Máximo, Cecilio, presbítero, y Poncio, que escribió la vida de Cipriano y fué su compañero en el desierto. Fué natural Tertuliano, presbítero, hijo de un centurión proconsular, doctor de gran ingenio, como parece por sus obras. Finalmente, hay memorias de más de otros docientos mártires que padecieron y regaron con su sangre, y sembraron con sus sagrados huesos aquel suelo desierto y paredes arruinadas y viejas, donde el campo imperial hoy se aloja, que es la vicisitud y inconstancia de las cosas de esta vida, que a ninguna, por grande que sea, perdona.



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- XI -

Muestra que hizo Barbarroja. -Anima Barbarroja a los suyos.

     Jamás pensó Barbarroja, si bien fué de diversos avisado, que el Emperador en persona hiciera esta jornada, donde aventuraba la reputación toda, y ponía en peligro la salud y vida, porque era el tiempo recio, y en Africa insufrible el verano, sin regalos y de excesivos calores.

     Quedó atónito cuando le vió sobre sí con tanta pujanza.

     Pasando el Emperador cerca de Cartase, le trajo una fragata cautivo a un griego, que por huir de la Goleta se echó a nado. Este dicen que dijo, que Acanaga o Acambey, gran privado de Barbarroja, estando en el jardín del rey, vió venir la armada, y luego fué a avisar a Barbarroja, y le dijo con admiración y espanto la grandeza, orden y aparato de ella, y que Barbarroja oyó con tanta entereza esta nueva, que no mostró flaqueza ni alteración en el rostro, antes dijo: «¿Pues qué te parece de esa armada, Acambey?» Respondió: «Que aparejemos las manos, que serán bien menester.» Díjole Barbarroja: «¿Pues, piensas que no seré hombre para la desbaratar, por poderosa que venga?» Respondió Acambey: «Muley, creo que no; salvo si no nos defendemos mejor que ellos pelearen, y podamos más y ellos menos.» Barbarroja, con risa y mofa, dijo: «¡Oh cornudo!..., ¿todavía eres cristiano? Yo te prometo que la armada que tan poderosa dices que viste venir, tú no la verás volver, y cuanto mayor me la haces, tanto más rico despojo espero de ella.»

     Tales bravatas hacía el cosario, discretamente, por poner ánimo en los suyos, y no acabando de creer que el Emperador venía allí. Mas cuando ya por su mal lo supo, medio espantado, sacando fuerzas de flaqueza, hizo muestra de su gente, en la cual halló siete mil turcos, sin otros mil que tenía en la Goleta, y muchos de ellos con escopetas, ochocientos genízaros, particulares hombres de guerra, siete mil hombres flecheros, moros vestidos de camisas blancas y descalzos; otros siete mil con lanzas y azagayas, gente poco más lucida; ocho mil alárabes a caballo, aunque muchos sin sillas, costumbre antiquísima de los númidas africanos, como se escribe de su rey Masinisa, que siendo viejo de cien años, andaba en su caballo en pelo. Traían éstos, todos, sus lanzas, ginetas o ballestas de las antiguas. Algunos dan más gente a Barbarroja; pero eso fué después, y por agora no se contaron los de la ciudad que tenían caballos.

     Daba Barbarroja a los alárabes antes que el Emperador viniese, por apartarlos del servicio de Hacén, rey de Túnez, y traerlos al suyo, cien mil ducados, y el día que llegó el Emperador les añadió otros cien mil. Crecía cada hora la multitud de estos bárbaros con la codicia de robar; que día hubo en que se contaron pasados de catorce mil, algunos con sacos de malla, lanzas de treinta y cinco palmas con dos hierros, que hieren huyendo, y aun mejor que cuando acometen, en sus caballos muy ligeros, si bien flacos y de mal parecer.

     Envió Barbarroja catorce galeras a Bona, y doce a Argel, cargadas de grande riqueza, cuando por las ahumadas supo cómo llegaba la armada, y poco después, que el Emperador venía en ella, por ciertos esclavos moros, que huyeron de una galera, por lo cual temió de veras.

     Cerró en la Alcazaba, o fortaleza de Túnez, todos los esclavos cristianos, echándoles prisiones, y aún dicen que los quiso quemar vivos, por que no se alzasen tomando las armas. Mandó que dentro de tres días saliesen de la ciudad los que no tuviesen ánimo de esperar. Fuéronse algunos; otros echó él, porque no comiesen los bastimentos si hubiese de haber cerco largo. Juntó los capitanes de mar y de tierra y habiendo estado en consulta con mucho secreto con Jafer, aga de los janízaros, y con Tabac, y Salac, y Haedin Cachidiablo, y Sinán Judío, les hizo un razonamiento casi de esta manera:

     -Los hombres que por su esfuerzo y valor han llegado al estado que vosotros, amigos míos, ni tienen menester consejo para lo que a sus honras toca, ni los espantará la nueva del vano Emperador de los cristianos, que viene a puerto y tierra que no sabe, donde ni tiene amigos ni terná que comer (si un poco nos defendemos, como de vosotros espero) para tantos como dicen que trae. Antes os digo que cuantos ellos más fueren, tanto más presto perecerán de hambre, pues en los navíos (yo lo sé, que lo he probado muchas veces), traen poca comida y en la tierra no la podrá haber, siendo nuestra caballería señora del campo. Los alemanes no sufrirán el calor ni la falta del vino, ni los españoles la del agua, ni los unos ni los otros sabrán andar, cuanto más pelear en estos polvorosos arenales, porque así los arcabuceros como los coseletes pornán las manos, y aún estoy por decir los ojos, donde los pies; por donde la vitoria, mis buenos amigos, es nuestra. Cuanto más, que tengo ventura, loado sea Mahoma, con españoles, según sabéis.

     Respondieron todos con juramento no faltarle. Fué luego a mirar la Goleta, acrecentó los turcos, reforzóla con más soldados, encomendóla a Sinán, judío capón valeroso; dijóle estar en ella la flota, el reino, la honra y la vida; con esto se volvió a Túnez, porque no se le rebelasen.



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- XII -

Salen los alárabes a dar vista al campo imperial, con espantoso estruendo. -Mandó el Emperador quemar a un fraile renegado. -Acudía el Emperador a las escaramuzas con peligro. -A fray Antonio de Guevara, coronista, encarga el Emperador el hospital. -Sitio de la Goleta. -Asiento de Túnez. -Por qué razones fortifica la Goleta, y no la ciudad, Barbarroja. -Fortificación grande que Barbarroja hizo en la Goleta.

     Salieron a dar vista al campo imperial, de la parte de Túnez, infinitos alárabes, que no se pudieron contar con sus atabales tan grandes, que se oían bien en el campo, al tiempo que hacían algunas arremetidas para querer escaramuzar. Era tan grande su grita, que al principio ponían espanto, pero después los estimaron en poco, porque vieron ser viles sus gritos y sus armas. Cuando ya andaban en la pelea, no sonaban los atambores, sino unos instrumentos de viento como chirimías o dulzainas pequeñas, con apacible son.

     A 18 de junio, hubo una escaramuza bien trabada en los olivares. Vinieron muchos moros de a caballo y acometieron con sus ordinarios alaridos y grita. Fué tan grande la polvareda, que unos a otros no se veían. Salió el Emperador con los gentileshombres y criados de su casa y con las lanzas de los caballeros castellanos, y luego los moros volvieron las espaldas. Al retirarse, cayeron cinco cristianos, y de los moros muchos.

     A este punto vieron las galeras venir un batallón de turcos para meterse en la Goleta. Dispararon contra ellos la artillería gruesa y conocióse haberles hecho daño, porque los vieron remolinar a un cabo y a otro, y salir de entre ellos algunos caballos sin caballero. Murieron muy pocos cristianos en estas escaramuzas, porque el Emperador no los dejaba salir a ellas, ni sus capitanes, a causa que los moros jamás se apartaban de entre los edificios caídos que por allí había y por los olivares y huertas, donde combatían con ventaja; y por esto no se hizo en estos días escaramuza de importancia, si bien cada hora los alárabes venían con otros moros y cogían algunos marineros y soldados desmandados entre las huertas y olivares, que por coger fruta o hurtar algo, salían por allí.

     Mandó el Emperador pregonar que ninguno fuese osado, so pena de la vida, de quemar casa, ni pajal, ni talar árboles ni panes, porque muchos se habían ya desmandado sin respeto de Su Majestad a lo hacer, y robado las aldeas vecinas. Pregonaron asimesmo que se matriculasen todos los que voluntariamente seguían la guerra, por que no turbasen el orden de la soldadesca y cada uno acudiese a su bandera.

     Venía una nao de un judío, cargada de mercaderías (que después se apreciaron en treinta mil ducados) a Túnez, y tomóla la galera Aguila, en que iba el secretario Nicolás Perrenin de Granvela.

     Pasáronse algunos renegados al Real con lo que pudieron, y estos dieron aviso de lo que hacía Barbarroja y de como estaban Túnez y la Goleta. El Emperador los mandó llevar a la mar, perdonándolos, porque no le fuesen traidores, como lo habían sido a Dios y a sus amos. Y mandó al licenciado Mercado y al alguacil Salinas que quemasen uno de ellos, el cual era de Sevilla y fraile, y venía con turbante como turco, la barba rapada, los mostachos largos y una guedeja crecida en la coronilla.

     En las escaramuzas que había cada día, que no se podían excusar, andaba el Emperador muy solícito, castigando a unos, animando a otros, y poniendo a todos en concierto sin temor de flechas ni pelotas, y contra parecer y voluntad de todos, por el manifiesto peligro, porque cierto eran muchos los tiros y habían muerto junto al marqués del Vasto (que hacía el oficio de general), a Fadrique Carreto, entenado de Andrea Doria, que era coronel; y las saetas tenían yerba y las flechas turquescas unas puntas de hierro que se quedaban dentro de la herida.

     También hubo parecer de muchos, que sin tentar la Goleta fuesen sobre Túnez, donde estaba Barbarroja, diciendo que ganada la cabeza, eran ganados los miembros; mas el Emperador, con su prudencia, acordó tomar primero la Goleta, así por no dejar atrás aquella fuerza con tantos buenos capitanes y soldados, como por no apartarse del bastimento, y mandó a fray Antonio de Guevara su coronista, obispo que entonces era de Guadix, que con diligencia curase los heridos y enfermos, lo cual él hizo muy de gana con mucha caridad.

     La Goleta, en arábigo se dice Alcavel, que quiere decir goleta o cuello, porque su asiento era en una pequeña angostura. Era esta fortaleza, en este tiempo, una torre cuadrada de ladrillos, con muy gruesa pared y foso hondo, y en medio tenía una gentil cisterna. Estaba en la garganta (que por eso la llamaban Goleta, de gola) que hace una ensenada o canal, que de la mar va al estaño, que está cinco millas de Cartago y llega a Túnez. Tenía esta torre sesenta pasos en ancho y sesenta y cinco en largo; la puerta miraba a Túnez y al estanque, y la parte contraria a la puerta caía a la mar donde estaban las galeras y navíos; los otros dos lados, algo al mediodía y setentrión. Es su sitio arenoso, sin árboles ni aún yerba. Está apartada siete millas de Cartago, hacia la parte del mar. El estaño o laguna que de la laguna se hace, es tan estrecha, que no puede andar en ella una galera bogando. Tiene poco fondo y muchos bajíos, tanto, que sólo pueden andar por él barcas pequeñas y éstas andan por el canal mirando los maderos hincados de trecho a trecho. A la mano derecha de este lago, caminando hacia Túnez, la ribera es llana y arenosa, tanto ancha cuanto un tiro de piedra; después toda la tierra es de olivos, higueras, naranjos y otros árboles; a la mano izquierda está el camino todo montuoso y áspero, si bien junto a la laguna hay un camino ancho y llano.

     Túnez está asentada sobre esta laguna a la parte de Sur o Mediodía; la cierra de hacia Poniente, donde son las torres de Sal y Agua. Carece de agua y tiene abundancia de fruta; por hacia Levante se comunican la mar y la laguna por la canal que dije, y así tenía una puente para entrar y salir a tierra. Por el otro cuarto del Norte es mar de Sudeste, que la Goleta tenía sitio fuerte de su natural, aunque en este tiempo no estaba hecha para más de aduana; pero después de haber Barbarroja ocupado aquel reino, sabiendo el aparato de guerra que el Emperador hacía para aquella empresa, viendo que Túnez por diversos respetos no se podía fortificar a causa de estar sujeto y inferior a algunos montes a la banda del Poniente, y que, por lo menos, queriéndola fortificar había de asolar los arrabales, cosa que quizá los de Túnez no lo consintieran, ni era tiempo de enojarlos; y sobre todos los inconvenientes que había, el mayor era la brevedad del tiempo, que no lo sufría, y que fortificándolo, solamente la Goleta hacía estar sus enemigos lejos de Túnez, defendía la armada, mantenía su reputación con los moros y alárabes, y forzaba los cristianos para que se embarcasen ante todas cosas en aquella empresa, con grandísmo daño, trabajo y peligro, por la falta del agua, por la calor del tiempo, por el ardor de la arena, sin sombra ni reparo alguno, el sitio muy estrecho entre la laguna y la marina, y con solas las vituallas que trajesen consigo, por lo cual habían de padecer en extremo, manteniéndose de bizcochos podridos, vinos calientes y dañados, cosas saladas, aguas pocas, hediondas o saladas: por todas estas consideraciones, dejando la fortificación de Túnez, puso todo su cuidado en la Goleta, con ánimo, si el tiempo se lo concedía, de ponerla de manera que se pudiese defender, poniendo en ella muy buena gente, y con el socorro que cada día y hora muy a su salvo le podía dar por la parte de tierra, y por la laguna: que bien consideraba que el Emperador no dividiría su ejército, si bien fuese dos tantos de él, que era para tomar en medio la Goleta, y ansí se quedaba siempre él un paso libre; porque los de una parte no podían socorrer ni ayudar a los de la otra. Y menos creía que el Emperador dejaría la Goleta atrás por conquistar, habiendo en ella tanta armada y tanta gente, por ir a la conquista de Túnez, quedándole los enemigos a las espaldas que le podían impedir los bastimentos, y romper sus pensamientos; y que si el Emperador lo hacía era cierta su vitoria, y pérdida del Emperador; así que Barbarroja se determinó en fortificar la parte de la Goleta que mira hacia Cartago. Demás de esto, esperaba que la hambre, la sed, el calor, las enfermedades y alguna discordia entre las naciones los desbarataría, de manera que él alcanzase una vitoria del mayor príncipe y gente más valiente de la Cristiandad.

     Con estos tales pensamientos, fortificó la Goleta, tirando una tela de muro muy fuerte, desde la torre al largo de la marina, hasta la torre de la Agua, y volviéndose después hacia el estaño, sobre el ángulo que esta muralla hacía. Levantó un bestión o caballero con sus traveses, tan alto, que a las necesidades hizo poco daño en los cristianos, y no teniendo tiempo para acabar esta tela de muralla hasta el estaño, la acabó con maderos, sacos de lana, serones llenos de tierra y otras cosas trabadas y encadenadas; de manera que era harto más fuerte y de mayor resistencia contra la artillería, que el muro nuevo de piedra y ladrillo. Hizo en ella sus troneras en los lugares necesarios, cubiertas con tablas de donde pudiese jugar el artillería; hizo a la redonda y al pie de esta muralla un foso tan hondo desde la marina, que siempre se cebaba con agua de la mar y de la laguna. De la parte de Levante hizo la mesma fortificación de maderos y tierra y fajina, que era más flaca, porque de esta parte casi no había que temer. Hizo una puente muy ancha sobre el canal dentro en la Goleta, para el uso de los que la defendían, y para pasar la artillería de una parte a otra hacia la parte de la mar.

     Había en la Goleta cuatro torreones hechos en la muralla a manera de cubos. De uno que estaba en una esquina, que de la parte de Mediodía se juntaba con el muro que iba del Oriente, salía un rebellín de argamasa con almenas y andamio y muelle, doce pasos en ancho, y en largo ciento y cincuenta, y llegaba hasta unas penas donde era el desembarcadero. En el torreón que miraba al campo del César y se juntaba con la muralla a la parte de Levante, salía la muralla nueva o rebellín con sus troneras contra la mar, cuatro pasos de alto, y ciento y sesenta y veinte y dos de largo, en el cual había portanolas, y, en cada una, una lombarda o cañón o culebrina; en un caballero estaban puestos tres cañones reforzados.



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- XIII -

[Continúa la misma materia.]

     Hicieron más un bestión de fajiña y tierra, de diez pasos de ancho y quinientos pies de largo. En éste pusieron treinta piezas gruesas asestadas contra el campo de España, hacia la torre del agua. De allí comenzaba el otro bestión, hecho de remos; de manera que sus reparos, desde la mar hasta casi el estaño, llegaban a la parte de Mediodía. Hizo una canal a manos, de anchura de quince o diez y seis pasos, con la puente de madera, fácil de quitar y ligera de poner. Hay en toda la canal, de una parte y otra, gruesas paredes; tenía hasta trecientos pasos y más en largo. Aquí estaban las galeras de Barbarroja o la mayor parte, levantado la puente y acurullados los remos con la creciente del mar.

     Crece y mengua aquel agua un codo, la cual creciente hace aquel gran largo que llega hasta Túnez; tiene en largo este estaño doce millas, y de ancho, nueve. Puédele todo vadear un hombre de buena estatura, y llegarále, lo más hondo, a los pechos. En éste se recogen todas las inmundicias de Túnez, y el agua que sale de la ciudad cuando llueve mucho. Meten en este canal a fuerza de brazos las galeras, y no sólo estaban seguras, mas por aquella parte hacían más fuerte la Goleta. Comienza el canal desde la bahía, y dura hasta tocar en el estaño.

     Habíase de batir por la parte del Norte, y no quedaba bastante anchura del lago a la bahía. Había entre la mar y la Goleta tanto espacio de tierra, que pudo hacer en él un reparo, el cual descubría y batía toda aquella marina, y defendía las doce galeras que tenía armadas fuera del canal, con fin que si algún desastre sucediese en la armada del Emperador, se hallasen a punto para seguir la vitoria. Allí las tuvo hasta que la armada y ejército del Emperador se acercaron a la Goleta, que entonces metió las seis de ellas dentro del canal, quitando los remos, y las otras seis tuvo siempre fuera, vuelta la proa a la mar y a la armada, para que batiesen a las galeras y naves de la flota imperial. Hizo tirar en tierra la mayor parte de los otros navíos, dentro de los reparos de la parte que mira a Levante, y entre uno y otro puso artillería, para hacer estar lejos de sí la armada cristiana.

     Demás de esto, las galeras que estaban en el estaño jugaban la artillería, al largo de sus reparos por través, y las aseguraban de los cristianos. Tenía un gran número de barquetas pequeñas que continuamente traían bastimentos y las provisiones necesarias de Túnez a la Goleta, en la cual puso la guarnición de turcos y renegados que dije, siendo en su mano podellos crecer, y disminuir, socorrer y visitar cada hora por el estaño, y así puso, para en ocasiones apretadas, seis mil turcos y dos mil moros, entre los cuales había ochocientos janízaros muy pláticos y valientes, con capitanes y cosarios famosos. Puso, además, tanta artillería, municiones y aparatos de guerra, que no había más que desear.



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- XIV -

Determina el Emperador combatir primero la Goleta.

     Queriendo, pues, el Emperador dar principio a su empresa después de muchos acuerdos, resuelto en conquistar primero la Goleta por no dejar atrás tan grande estorbo, si bien le parecía dificultoso por la calidad de la tierra donde se había de alojar el campo, entre el estaño y la marina, lugar muy estrecho y arenoso, y porque sin la artillería a batalla de manos no se podía ganar sin derramar mucha sangre, quiso antes detenerse algunos días sobre ella, que aventurar su gente y la pérdida de algunos, que fuese de más importancia que la Goleta. Y así, ordenó que con reparos y con trincheas se fuesen acercando a la Goleta. Finalmente, se concluyó que, primero que a Túnez, se combatiese la Goleta.

     Adelantóse el galeón de Portugal, y llevado de dos galeras al remo, comenzó a lombardear la Goleta; traía ochenta bocas de fuego entre grandes y medianas, y sesenta tiros pequeños. Con esta determinación, partió del primer alojamiento con un escuadrón, y los italianos en la vanguardia, y los tudescos en la batalla, y los españoles bisoños en la retaguardia. Llegaron con este orden, matando los arcabuceros algunos moros y alárabes, hasta ponerse debajo de la torre del Agua a la marina, con la caballería cerca de sí; y en la frente contra los enemigos, los españoles viejos que vinieron de Italia, y los alemanes a las espaldas, hacia el estaño; y allí estuvo hasta que se ganó la Goleta.

     Los españoles que fueron de España, puso con doce piezas de artillería de campaña sobre el collado de donde él se partió, y en los primeros alojamientos dejó las coronelías de infantería italiana; otra coronelía también de italianos, que era del marqués del Final, hizo pasar adelante entre el estaño, y los españoles viejos a mano derecha, y ponerse sobre un foso largo, casi media milla, que partía de la marina y se acababa en este estaño, el cual había comenzado a hacer Barbarroja, para hacer entrar la mar en el estaño y dalle más agua, y para que por allí fuesen las barquetas, y viniesen de Túnez a la Goleta, sin que entrasen en ella ni pudiesen ver de qué manera estaba reparada. Pero no teniendo tiempo de acaballa, la dejó.

     Viernes a 19 de junio, antes que amaneciese, llegó un galeoncete cargado de especería y otras mercadurías; traía también escopetas, pólvora, balas y munición para la guerra, y venían tan ciegos, que si bien vieron la armada, se entraron en ella sin temor ni recelo, creyendo que eran navíos de Barbarroja, que fué una gran falta de juicio y ceguera de los que en el navío venían, no mirar que armada tan poderosa no podía ser de un cosario ni aun de toda Africa. Reconocido por las guardas el navío, que eran trece galeras que puestas en una punta habían hecho centinela aquella noche, salieron con la furia de los remos contra el navío, los que en él venían, conociendo su yerro, quedaron pasmados, y por salvarse quisieron embestir en tierra; tiráronle al pasar algunas naos y cercáronle otras, de los cuales fué preso.

     Echáronse al agua algunos por salvarse; salió a ellos el capitán Juan Pérez, vizcaíno, con su compañía, que estaba en guarda de una torre, y prendió la mayor parte de ellos. A los turcos echaron al remo, y a los moros, que eran mercaderes de Túnez, rescató el Emperador y los envió con seguro a la ciudad.

     Hizo esto el Emperador, rescatando los moros que los soldados prendían, y dándoles libertad, para obligar a los de Túnez, y que entendiesen el favor y merced que se les haría de su parte, y que aquella armada no era contra ellos, sino para darles libertad y librarlos de la prisión de un tirano.



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- XV -

Hecho valeroso de don Pedro de Acuña. -Ardid de Juan Acero. -Valentía de Ruy Pérez de Vargas. -Hernando de Padilla pelea con Mostafá.

     Procuraban mostrarse los caballeros y valientes soldados amigos de honra, y los moros y alárabes, viendo el trabajo que los cristianos padecían cavando en los fosos, fuertes y reparos, que no se les caía el azadón de las manos, los inquietaban con rebatos y armas que les daban noche y día, a todas, y no pensadas horas, por no los dejar comer ni dormir con sosiego.

     Estando haciendo guardia las compañías de a caballo del marqués de Pliego, y del conde de Ureña, y duque de Medina Sidonia, vinieron tres caballeros a caballo con propósito de pasar a dar vista a la Goleta y hollar aquella llanura. Tenía el Emperador mandado que los que hiciesen la guardia no dejasen pasar a alguno, y así, les dijeron que no había lugar. Estando hablando sobre la resistencia que a los tres caballeros se hacía, el uno, que se llamaba don Pedro de Acuña, se apartó un tiro de piedra, y por un valladar pasó el reparo y, al galope del caballo, atrevidamente se metió hacia la parte de los enemigos. Y hizo más: que por asegurar los capitanes cristianos, que no le estorbasen la entrada, soltó la lanza al pasar del valladar. Entró dentro, que le perdieron de vista. De ahí a rato viéronle volver escaramuzando con tres alárabes, o moros de a caballo.

     Determinaron entonces Alonso de la Cueva y Alvar Gómez Zagal y Hernando de Padilla Avila entrar a le socorrer. Húbose tan bien don Pedro de Acuña, que con ser solo y sin lanza, diestra y animosamente, cuando era menester les hacía rostro, y cuando no, con gentil denuedo se retiraba, recogiéndose y ganándoles tierra, hasta que tornó por donde había entrado. Díjose que llegó este caballero muy cerca de la Goleta, y que el día antes había prometido de hacerlo, lo cual cumplió como quien era; y en el campo fué tenida en mucho su osadía, porque, como animoso se puso en tan gran peligro, y como diestro supo salir bien de él.

     Este día se trabó una apretada escaramuza entre los soldados que se embarcaron en Málaga y los alárabes y moros, que eran tantos, que los españoles bisoños se vieron apretados, y sabiéndolo el Emperador salió en persona a socorrerlos con todos los jinetes; y luego acudió el capitán Hermosilla con docientos arcabuceros, que dieron tal carga en los bárbaros, que se retiraron al correr de sus caballos. Quedaron muertos en el campo cuatro cristianos y nueve moros.

     Este mesmo día, en el campo del Emperador se repartieron las banderas viejas en tres tercios, llamados Santiago, San Martín, San Jorge, porque cada uno supiese dónde había de acudir.

     Las escaramuzas continuas les daban en qué entender de día, y el tocarles al arma los fatigaba, por no darles hora de sosiego; y el sábado 19 de junio dieron los enemigos una arma al salir del sol, la mayor y más larga que hasta allí se había tocado. El Emperador se puso a caballo, y mandó salir a los soldados viejos españoles de los que vinieron de Italia. La carga de los coseletes y armas, con el recio sol de aquella tierra y arenales, los fatigaban; pero el Emperador les ponía tal ánimo, que con pies muy prestos y ánimo, marchaban contra el enemigo. Salieron algunos señores y jinetes de la Andalucía. Eran tantos los alárabes de a pie y a caballo, que cubrían los campos tantos, que jamás se habían visto así juntos. Comenzaron poco a poco a escaramuzar, y cuanto más se iba encendiendo el furor y pelea, tanto más acudían de ellos. Traían consigo gran número de camellos y dromedarios, de los cuales los caballos españoles se espantaban; los alárabes no, porque se crían entre ellos. Venían las mujeres de los alárabes que peleaban, con agua y otros refrescos para dar a sus maridos, cuando anduviesen cansados en la pelea, y con tanta osadía atravesaban estas mujeres entre los suyos y los cristianos, como si no hubiera peligro. De estas mujeres se tomaron tres, una de ellas con escopeta al hombro y frasco ceñido y mecha encendida. Cautivóse un turco, criado del sultán Zulman. Cautiváronse moros y alárabes, de los cuales se tomó lengua y supo lo que entre los enemigos había, que importó para ordenar lo que convenía. Fueron pocos los heridos y menos los muertos de los cristianos. Los arcabuceros hicieron daño en los bárbaros, que, como eran muchos, tiraban a montón, sin perder tiro.

     Un Juan Acero, de la compañía de Cristóbal de Belmar, salió del escuadrón y cargó su arcabuz y, cebado el fogón lo tapó, y encima de la caja echó un poco de pólvora y encaró a un turco; el turco se reparó en su caballo. Juan Acero pegó fuego y ardió la pólvora y no disparó. Creyó el turco que era defeto del arcabuz o de la pólvora, y arremetió contra el soldado con la lanza terciada, el cual ya había destapado el fogón de su arcabuz, y arrimándole la mecha disparó, atravesando la bala por los pechos del turco, dió con él muerto del caballo abajo, a vista de todo el campo. A este español preguntaron después otros qué mercedes le había hecho el Emperador por este hecho, y él dijo que bastaba para él haber peleado delante de su príncipe; pura lealtad de españoles.

     El capitán de los turcos, en esta escaramuza, fué Hazán Haga, sardo renegado, que siendo muchacho, guardando puercos, le cautivaron en un lugar de Cerdeña, y castrado sirvió de bardaje a Barbarroja. Prendieron un pajecillo del capitán Juan de Ibarra, y puesto ante este renegado le preguntó qué gente tenía el Emperador y qué armada, y en todo dijo el muchacho doblado de lo que había, que les causó espanto.

     Salió este día, en lugar del marqués de Mondéjar, su hermano, don Bernardino de Mendoza, que era general de la caballería de la Andalucía. Recogiólos a todos y hizo alto en un cerrillo, y luego se mostró a los enemigos; mas el Emperador le envió a mandar que no se desmandase él ni otro de los suyos.

     La infantería peleaba con los moros y alárabes, y viendo Ruy Pérez de Vargas, caballero de Trujillo, que los jinetes estaban cerca, y los enemigos tan junto, y que andaban trabados con los soldados y que no hacían más que mirar y no pelear, cuando más era menester, desarmado de brazos y piernas, con sólo un coselete, sobre un cuartago, con una pica arremetió a un turco y lo derribó, hiriéndole en los pechos. Cargaron sobre él los moros, pero revolvióse tan bien, que salió de entre ellos, aunque herido en una pierna. Encendióse tanto la pelea, que rompieron caballos contra caballos, y se revolvieron peor con los gritos y voces que los moros (según su costumbre) ponían en los cielos. El polvo y arena que se levantaba era de manera que andaban como ciegos, y no se conocían unos a otros. El capitán Bocanegra, yendo en un cuartago pequeño, animando los suyos y recogiendo los desmandados, se topó con un alárabe tan cerca de sí y tan apartado de los otros, que le acometió y mató de una lanzada.

     Muchas cosas hubo notables en esta peligrosa escaramuza, que el Emperador estuvo mirando algo apartado, con cuidado de acudir donde fuese menester.

     Estando ya cansados los unos y los otros, y casi apartados sin pelear, volvieron a trabarse con mayor porfía que antes. Los turcos dieron una carga sobre los soldados españoles, con un furor que los hicieron retirar un poco; pero revolvieron sobre ellos con tanto esfuerzo, que los hicieron huir desordenados.

     Quiso un turco entrar en la Goleta yendo en un caballo rucio grande y hermoso, en su mano una azcona y una lanza de cincuenta palmos (que de este largor las hay, y de ordinario, de cuarenta y cinco). Este turco era el alcaide Mostafá Cordobés, capitán de los renegados, el cual, con veinte y nueve capitanes que habían sido cristianos, hacían la guerra y ardides que usaban en ella. Pasó Mostafá cerca de donde los jinetes estaban, y Hernando de Padilla, de Avila, capitán del duque de Medina Sidonia, pidió al general licencia para irle a estorbar el paso, y salióle con ella al encuentro, y mandó a los de su compañía que le dejasen ir solo. Salió así, blandeando su lanza contra Mostafá, desafiándole.

     Juntóse con Mostafá otro turco en un caballo alazán con ricos vestidos y jaeces; pero no por eso dejó Hernando de Padilla de ir contra ellos. El turco que se juntó con Mostafá hizo señal para que otros que estaban en celada saliesen. Viendo los caballeros cristianos acometido de tantos a Padilla, salieron a socorrerlo. El primero que llegó fué don Alonso de la Cueva, valeroso caballero, y Juan Moreno, de Jerez, acudió a socorrer a su capitán; así fueron acudiendo tantos, que los turcos, sin pelear, se retiraron en salvo.



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- XVI -

Rueda y Morales, españoles valientes. -Pundonores entre italianos y españoles.

     Era grande el trabajo que en el campo se padecía con los continuos rebatos y malos reparos que, como había falta de gastadores, los soldados, y aun los caballeros, habían de tomar la azada, y la pala y espuerta, y de día no podían, por la artillería que siempre jugaban de la Goleta. De noche era lo más que se podía trabajar. Andaban en el campo muchos espías renegados, que no podían ser conocidos, que daban aviso de todo lo que en él había. También se pasaban otros de los enemigos, que avisaban de ellos, que no hay seguridad en los hombres.

     Vinieron dos cautivos cristianos que dijeron al Emperador cómo Cachidiablo, capitán cosario de Barbarroja, quedaba en la Goleta con otros capitanes turcos y jenízaros y alguna gente de a caballo, y que en Almarza y Cartago se hacían fuertes para salir de allí a correr el campo. Proveyó el marqués del Vasto que la compañía de don Juan de Mendoza y de don Diego de Castilla y la de Juan Pérez Zambrana fuesen a reconocer, y echarlos si allí estuviesen. Hiciéronlo así con tanto trabajo y peligro, que en todo el camino no cesaron de escaramuzar con los alárabes caballos, cuya ligereza es muy mayor que la de los caballos españoles, y para sufrir más trabajo.

     Quisieron señalarse Morales y el alférez Rueda, de la compañía de Francisco de la Chica, soldados animosos y amigos de honra. Morales, con sola su pica, salió de entre los escuadrones y metióse en los olivares, donde andaban los enemigos espesos. Siguióle Rueda con morrión, gola, brazales y jinetón en la mano, que ambos eran especiales amigos, y si bien fueron reprendidos y se les mandó que volviesen a la orden, no lo hicieron. Acometió Morales a un moro de a caballo que para él se venía, saliendo de entre unas paredes otros ocho de a caballo; y viendo Rueda los muchos que cercaban a su amigo Morales, arremetió a socorrerlo, y cerrando con un alárabe de a caballo, le hirió con el jinetón tan mal, que dió con él en tierra.

     Andando los dos españoles solos contra tantos de a caballo, cargaron otros muchos de a pie y de a caballo con los alaridos en el cielo, con tanta polvareda que no se pudo ver lo que más hicieron, ni cómo murieron, aunque se supo cierto que allí los mataron, peleando como valientes, y en parte temerarios. No los socorrieron las tres compañías, por no salir de su orden, y porque no fuera acertado meterse entre paredes y olivares y los valladares muchos que por allí había.

     Fueron más de diez mil de a caballo los enemigos que este día se mostraron, haciendo los ademanes y algazaras que suelen, y arremetiendo cuando veían la suya, que jamás pelean sino al seguro. Cortaron las cabezas a los dos soldados Morales y Rueda, y las llevaron por trofeo, que así lo hacían de todos los que mataban; y con la sangre untaban las moras al cabo de la toca y se alcoholaban los ojos, teniéndolo por acto religioso y santo que los limpiaba de sus pecados.

     Duróles poco esta devoción, porque, como la guerra se alargó con tanto peligro y tan a su costa, tuvieron tanto que hacer en guardar sus cabezas, que ya no curaban de las ajenas. El sitio de la Goleta estaba en estos días muy adelante de gente italiana y soldados viejos españoles; cada nación en su cuartel, y con porfía de querer cada uno el puesto más peligroso; y sobre ello hubo palabras entre italianos y españoles, y desmandándose en hablar un italiano, el capitán Luis Quijada le dijo:

     -El lugar ni pone esfuerzo ni quita virtud; la parte de los bestiones que el general nos señaló, ésa tomamos, y trabajaremos de defenderla, porque por nosotros no ha de perder España el nombre que por sus vitorias tiene. No venimos a trabar pendencias con los amigos, sino a ayudarlos hasta morir contra los enemigos; si los teméis y codiciáis este lugar, tomadle y dadnos el vuestro, que en todas partes entiendo que habrá ocasión de mostrar cada uno qué manos tiene.

     Con esta prudente respuesta quedaron los italianos contentos.



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- XVII -

Albaneses en el campo. -Gente que había en el campo. -Desacato de los tudescos. -Peligro en que se vió el Emperador.

     A 21 de junio llegó al campo una compañía de caballos albaneses, que llamaban capeletes por unos sombreros altos que traían. Era su capitán Lázaro Seriaco. No pasaban estas lanzas de cuarenta; mas ya que pocas, mostraron tanto valor, que hicieron por muchos, y hubo que ver y que loar en ellos. Es gente acostumbrada a pelear denodadamente. Son albaneses de su naturaleza, y la lengua que hablan es griega; traen lanza y ristre de armas, con maza de hierro; arman el cuerpo con coselete de enristre y brazales; la cabeza, descubierta. Algunos traen cotas de malla.

     Era cosa notable ver un ejército de tantas y tan diferentes gentes, y tan conformes, que no hubo desmán ni pendencia de consideración entre ellos. Hallábanse en campo imperial veinte y seis mil soldados de paga, según la lista de los capitanes: dos mil hombres de armas, y caballos ligeros españoles, italianos, y muchos hidalgos caballeros portugueses que compraron caballos y sirvieron a su costa en esta guerra. No se supo el número de los aventureros de a pie. Los que más sabían de guerra decían que, sin los que llevaban paga, se podían sacar diez y seis mil hombres bastantes para tomar armas. De los mercaderes y tratantes era grande el número. Había, además de éstos, muchos hombres de mar, que a necesidad se podían armar, más de diez mil buenos para tierra y diestros en el agua. Por manera que eran más de cincuenta y cuatro mil hombres los que el Emperador tuvo sobre Túnez, contando los que usaron las armas y los que podían a necesidad pelear, y todos tan conformes, como digo. Solos los tudescos, por ser de suyo gente brava y poco sujeta, y más cuando no hay falta de vino, se atrevieron mal algunas veces. Dieron saco a unas vacas y carneros, que para el Emperador se guardaban en unas bóvedas y ruinas de la antigua Cartago; hirieron las guardas y maltrataron algunos criados del César, con tanta demasía, que casi alborotaron el campo. Fueron presos los principales y condenados a cortar las cabezas. Ejecutóse la sentencia en solos dos, los más culpados.

     Y con esta misma gente se vió un día el Emperador en peligro, porque mandándolos recoger a su escuadrón, no queriendo obedecer uno, tocóle el Emperador con el cuento de la lanza. El tudesco, furioso, hincó la rodilla y encaró contra él su arcabuz. El Emperador reparó su caballo, cerró con él el marqués del Vasto, y prendiólo, y luego le justiciaron; aunque se entendió que el tudesco estaba tomado del vino o que no conoció al Emperador.

     En este mesmo día 21 de junio tuvieron las galeras aviso que venían navíos de remo. Descubriéronlos de lejos las atalayas de mar; sabíase asimesmo que los esperaba Barbarroja, que habían de venir de Alejandría. Las quince galeras que eran de guardia se pusieron en una punta encubiertas. Estando allí, llegó una galeota en que venía el conde de Brelo, de Sicilia, barón de la Figuera, y con él muchos gentileshombres en nueve fustas y bergantines de quince bancos bien artillados. Eran estos navíos de personas particulares, y entró con ellos la carraca grande de la religión de San Juan con mucha artillería y con quinientos hombres de guerra, sin los marineros y oficiales. Vinieron más otras naos vizcaínas.

     Este día se pasaron al campo dos renegados de la Goleta, a los cuales se preguntó por qué jugaban los turcos el artillería cada mañana, y en entrando el día cesaban de tirar. El uno dijo: que acabada la oración, que conforme su Alcorán era a aquella hora, pareciéndoles que hacían gran servicio a Dios, procuraban la muerte de sus enemigos; el otro dijo: que tiraban con la fría de la mañana y no después, porque con el calor del sol y del fuego, no se escalentasen los cañones y reventasen.

     En la tarde de este día asomó por el campo un escuadrón de alárabes y moros de a caballo; pensaron que era el rey de Túnez o sus embajadores. El marqués de Astorga dijo que para embajadores eran muchos y para pelear pocos. Dos horas antes que el sol se pusiese, los moros pusieron sus celadas y echaron corredores para escaramuzar, y mandaron que las compañías de jinetes que estaban de guardia saliesen a descubrir el campo. Cargaron sobre ellos los moros, y salieron dos escuadrones de soldados a socorrerlos, en tiempo que no recibieron daño, y los enemigos se retiraron.

     Andaba don Juan de la Cueva, por mandado del Emperador, a recoger los que se desmandaban, sobre el cual cargaron gran parte de los moros y alárabes que estaban emboscados en los olivares. Acercóseles uno atrevidamente, y don Juan le alcanzó con un golpe de la lanza, que dió con él en tierra, y le acabó de matar un soldado de los que fuera del escuadrón andaban. Quedó herido don Juan, pero sin peligro. Uno de los que salieron a caballo de entre los olivares era renegado, natural de Guadalajara. Este, en lengua castellana, decía mil desmesuras contra los soldados que iban en ordenanza, haciendo escarnio de ellos. No lo pudo sufrir un soldado de la compañía de Cisneros, natural asimesmo de Guadalajara, y de un mismo barrio, y que se habían conocido: alzada la pica se fué contra el renegado, y el renegado a él, y llegando le hirió en el rostro, con que el soldado cristiano tomó más coraje y dióle un golpe de pica en el encuentro de la espalda, que lo derribó y mató; que es fácil con cualquier golpe echar a éstos del caballo, porque cabalgan corto y usan sillas muy pequeñas.

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