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- XXXVIII -

Perplejidad de Barbarroja. -Desampara Barbarroja a Túnez. -Saltean los alárabes el bagaje de Barbarroja.

     Rabiando y temiendo estaba Barbarroja dentro de los muros de Túnez, viéndose perdido, dudoso y perplejo si esperaría dejándose cercar o volvería a probar ventura con el Emperador. Salió a la mezquita mayor, donde juntó sus capitanes y hombres principales de la ciudad, y hablóles pidiendo su consejo, afirmándose mucho en querer hacer rostro a sus enemigos, mostrando cómo con poca resistencia que hallasen perecerían de sed y hambre, y que el temple, aires y soles de aquella tierra habían de causar mortales enfermedades en los tudescos, italianos y españoles, gentes criadas en regalo y tierras muy diferentes. Juró de no desampararlos, sino que muerto quedaría en Túnez antes que vivo y con salud fuera de ella, huyendo.

     Respondieron todos ofreciéndose a servirle y defenderse con la misma perseverancia. Hubo pareceres y le persuadieron que abrasase a los cautivos que había en Túnez, porque pasaban de veinte mil, y era grande y notorio el peligro, si el Emperador se echaba sobre Túnez, que aquella multitud de esclavos se alzarían con la ciudad. Hiciérase, sin duda, esta cruel matanza, si Zinam el judío no lo afeara, poniendo delante a Barbarroja el deservicio que en ello se haría al Gran Turco Solimán, y que para asegurarse de ellos los podrían poner en las mazmorras y cargar de prisiones, donde venciendo los hallarían, y siendo vencidos era fácil abrasarlos.

     Eran muchos los que de Túnez huían con sus haciendas, y de la gente de guerra, de suerte que cuando amaneció, que Barbarroja los quiso juntar para salir a hacer rostro al Emperador, no halló más que doce mil infantes y tres mil caballos, habiendo tenido el día antes, como dije, más de cien mil de todos.

     Estando Barbarroja fuera de la ciudad con su gente, un renegado, que siendo cristiano se decía Francisco de Medellín, y otro, Jaferaz, también renegado, que se llamaba Vicente de Cataro, abrieron a más de seis mil cautivos que en las mazmorras del alcazaba estaban, avisándoles de lo que el tirano había tratado de quemarlos. Diéronles con qué se quitar los grillos y prisiones. Ellos, temiendo el fuego, hicieron muchos reparos, mojando los colchones y traspontines para echar sobre la pólvora. Andando ellos en esto llegó un turco con barriles de pólvora para ponerles fuego. Acudió un cautivo, y del arzón de un caballo, que en el zaguán estaba arrendado, quitó una tarjeta y alfanje y arremetió al turco que traía la pólvora, y echóle a cuchilladas fuera.

     Tomó las llaves que estaban en las puertas de la fortaleza y cerrólas luego. Salieron de tropel los demás, y diciendo «Santiago», dieron en los turcos que estaban de guardia, tomando las puertas con las armas que pudieron haber.

     Como lo sintió Baeza, el Rabadán, alcaide del alcazaba, que andaba cargando la recámara y tesoro de Barbarroja en camellos y caballos, corrió con algunos turcos armados a una puerta de la alcazaba, y matando unos cristianos se apoderó de ella, y sacando lo que pudo, llevó a Barbarroja la más que triste nueva. El cual renegado de Mahoma y el judío que le quitara de quemarlos, fué allá con toda furia. Rogó que le abriesen con palabras amorosas y promesas, ofreciéndoles vida y libertad y otros bienes, y como no quisieron, flechó su arco a los que le respondieron; tan colérico y desatinado estaba. Oyéronle suspirar dos o tres veces, sintiendo ya lo que fortuna le apretaba.

     No pensaba hasta este punto desamparar la ciudad, porque en toda aquella noche no se apeó del caballo requiriendo los muros, la artillería y los demás lugares donde se pensaba defender. Pero como vió perdida la alcazaba acabó de perder el ánimo.

     Cuando Barbarroja volvió las riendas a la yegua en que andaba, uno de los cautivos ya libres del alcazaba le tiró una escopeta que faltó poco de matarle; guardóle Dios para azote de muchos. Salido, pues, a la puerta del rebato, se puso en un lugar alto de donde pudo bien ver el campo del Emperador, que ya marchaba contra la ciudad. Parecióle mayor y más pujante que el día pasado, o por el miedo que ya tenía, o porque venía en campo raso, donde no había olivares ni collado que lo cubriesen, y la gente de guerra iba en las batallas no tan apretadas, y el bagaje bien extendido. Acabó Barbarroja de perder el ánimo viéndose solo, las alcazabas perdidas y al enemigo tan poderoso.

     Finalmente, él huyó, saliendo con los que le quisieron seguir por la puente que llaman Helbeb Halich, camino de Bona. Fueron con él Zinam, Cachidiablo, Jafer y los otros cosarios y turcos, que serían más de siete mil. Cuando los cautivos, desde el alcazaba vieron huir a Barbarroja, dispararon contra él y los suyos unas piezas gruesas y cañones que allí tenían, con que mataron algunos.

     No por eso apresuró el paso Barbarroja, cargado de melancolía y tristes pensamientos, causados de su fuga y disfavor de fortuna. Dicen que, vuelto a uno de los suyos, dijo en lengua turquesca: «Conviénenos, hermanos, obedecer a la fortuna.» Murieron algunas mujeres de las muchas que llevaban, y niños, de sed.

     Sabiendo los alárabes la retirada de Barbarroja y los suyos, y que llevaban mucha plata y oro y ropas ricas, juntáronse muchos y dieron en el bagaje que quedaba atrás, y robaron buena parte, matando hasta cuatrocientos de los que lo llevaban, y entre los muertos fueron dos capitanes de galera del Turco, hombres principales. Hay desde Túnez hasta Beja, que fué el primer lugar donde entró Barbarroja huyendo, quince leguas. Está en el camino el río Mujarda, a diez leguas de la ciudad. En este río murió Cachidiablo, porque iba herido en la pierna, y con el calor grande y cansancio del camino se le pasmó, y también por beber demasiado.

     Fué bien recebido Barbarroja en Beja; estuvo allí tres días, donde tornaron los alárabes a perseguirle por robarle. Matáronle cinco turcos, y ellos mataron de los alárabes cuarenta de a caballo. Mandó a los de Beja que le amasasen pan para cuatro días, y que le prestasen los camellos para que le llevasen agua, y así partió para Bona, ciudad principal de la provincia de Numidia.



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- XXXIX -

Camina el César contra Túnez sin saber la fuga del enemigo. -El rey de Túnez procura que la ciudad no se saquee. -Llega el César a las puertas de Túnez a 21 de julio. -Da el César libertad a los franceses cautivos. -Librería del rey Hacem y otras curiosidades. -Armas del rey San Luis en Túnez.

     Bien de mañana, casi al alba, marchó el César contra Túnez con el mismo orden que el día antes, por temor de alguna emboscada, y la artillería se llevaba a brazos. Púsose gran rigor en que ninguno saliese de orden, porque el Emperador y todos pensaban que volvería el enemigo a dar la batalla. El polvo, el calor, la sed, luego que comenzó a subir el sol, fueron como el día pasado. Viéronse muchos alárabes caminar por una montañuela a la mano derecha, desviándose de Túnez.

     Llegó Muley Hacem, rey de Túnez, y dijo al Emperador: «Gran señor: hoy tenéis los pies donde jamás los puso príncipe cristiano.» Respondió el Emperador: «Espero en Dios los pondremos más adelante a pesar de Barbarroja.»

     Mandó el Emperador hacer alto para recoger y esperar y poner en orden su gente. Andando en esto, vieron que en una torre del alcazaba nueva habían levantado una bandera blanca, y otras en el alcazaba vieja; disparaban la artillería sin hacer daño con ella; no parecían enemigo ni había rumor alguno dellos; que do dió que pensar, y ninguno acertaba lo que era.

     Salió un jeque del burgo y vino al Emperador, y puesto de rodillas le dijo que, por servir a Su Majestad, le hacía señor de aquel burgo llanamente. Luego salieron otros moros de la ciudad, aunque pocos, y dijeron a Hacem cómo Barbarroja había huído y desamparado a Túnez, y con voluntad del Emperador envió luego treinta de sus muros. Y de ahí a poco envió otros, hasta quedar solo, y ninguno volvía.

     Entendióse que envió Hacem apercibir a los de dentro que escondiesen sus haciendas y se pusiesen en salvo, temiendo el saco, y pareció ser así, porque suplicó al Emperador (sabida ya la huída de Barbarroja), que por dos horas no permitiese que alguno de los suyos entrase en Túnez, y ofrecía quinientas mil doblas por que la ciudad no se saquease.

     Hacíanse muchos humos en el alcazaba, y con la bandera que Tabac ganó a Francisco Sarmiento daban muestras de paz y alegría. El Emperador envió, para certificarse, a los capitanes Jaén y Bocanegra con sus compañías.

     Ciertos ya de la fuga de Barbarroja y los suyos, llegó el César a las puertas de Túnez a 21 de julio. Salieron de la ciudad a entregarle las llaves y ver a su rey Hacem, haciendo grandes alegrías con lengua y manos y muchas zalemas con el cuerpo, según la usanza de moros. Suplicáronle no permitiese el saco, ofreciéndole dineros, comida, ropa y cuanto mandase, pues Dios le daba victoria contra sus enemigos y los libraba de un tirano cosario y les volvía su señor y rey: que los dejase tan ricos como contentos. El Emperador lo deseaba, si bien no lo merecían, por haber seguido tanto a Barbarroja; pero daban voces los soldados por el saco, y tenían razón, y así, ni lo negaba ni lo concedía.

     Mandó al marqués del Vasto y a don Hernando de Alarcón que fuesen al alcazaba; los cuales, yendo, pidieron a los cautivos que dentro estaban que les abriesen; entregáronles las llaves, que dijeron no pensaban dar sino al Emperador en sus manos. Entró el marqués, y por aviso de un ginovés, sacó treinta mil ducados de una cisterna que habían echado en zurrones, porque lo demás, si bien era mucho y rico, se quedó por los cristianos cautivos, y el Emperador hizo merced al marqués de los treinta mil ducados.

     Es bien notable que miércoles a 16 de junio desembarcó el Emperador con su gente entre la Goleta y Cartago, miércoles a 14 de julio ganó la Goleta, y miércoles a 21 de julio entró en Túnez. Entró, pues, el Emperador este mesmo día que fué miércoles en la ciudad de Túnez por la puerta llamada Bebdar Halhadrac, y luego comenzó el desorden del saco, que con suma codicia deseaban los del campo imperial. Entraron a manadas, y comenzaron a saquear matando a los que contradecían, viejos, niños y mujeres, que pasaban de diez mil.

     El Emperador se fué al alcazaba; dió gracias a los cautivos por su hazaña y algunas joyas, especial a Medellín y a Jaferez. Libertólos todos y más cuantos se hallasen en la ciudad, que serían otros diez mil, y entregó ochenta y un franceses al embajador de Francia, sobre los cuales habían tenido rencillas el Emperador y el rey, según en otra parte diré. Hizo merced a cada cautivo de lo que había tomado. Mandó pregonar, so pena de la vida, que no matasen ni prendiesen a nadie, porque había en ello gran desorden. Dejó al rey Hacem rescatar y aún tomar de balde todo lo que quiso, y algunas de sus mujeres, en dos doblas una de ellas, que fué barato, según lo que las quería.

Sintió mucho Hacem (como era leído) el destrozo y pérdida de una grande y rica librería, que las encuadernaciones y iluminaciones de oro y azul valían una suma grande de dineros. Eran los libros de facultades humanas y artes liberales, y muchos sobre el Alcorán y historias de los reyes de su casa. Igualmente le dolió la pérdida de una botica de olores y perfumes en que había grandísima cantidad de almizcle, ámbar, algalia, mejuí, estoraque, aunque Barbarroja, criado y hecho al mal olor de la brea y galeras, desperdició mucho de ello. Usaban los de Túnez demasiado de estos olores y viciosos regalos.

     Pesóle también que se hubiese destruido sin provecho de los destruidores otra grandísima tienda de colores excelentísimos, como grana, azul o alajuri, y la sala de armas que fueron del rey San Luis de Francia, que murió, como dije, de flujo, teniendo cercada a Túnez docientos y sesenta y cinco años antes de éste de 1535; y en señal de victoria guardaban sus reyes antepasados y de Túnez, de quienes él procedía por línea recta, sin que en este tiempo de otro linaje hubiese habido allí rey.

     Halláronse aquí las armas que en la pérdida de los Gelves ganaron los moros a los españoles, cubiertas de caballos y un rico arnés dorado que fué de don García de Toledo, que, según dije, murió allí, aunque el día en que se perdió iba armado de coselete y brazales con celada borgoñona. Los que se cautivaron en Túnez pasaron de diez y ocho mil personas de toda suerte; valían tan baratos, que daban por diez ducados un esclavo.

     El rey de Túnez se mostró demasiado de codicioso y avaro, y bajamente andaba recogiendo lo que podía, como si fuera un tratante.



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- XL -

Cautivos y barato dellos en Túnez. -Redención de cautivos.

     Estimó mucho el Emperador dar libertad a tanta multitud de cautivos cristianos, que el que menos cuenta dice que fueron diez y seis mil de todas naciones los que había en poder de Barbarroja, y de otros turcos y moros, como principal bien de la victoria, porque por quitar el cautiverio de los cristianos fué el César a destruir los cosarios, los cuales certísimamente se mantienen, y aun enriquecen, con la venta y rescate de los que cautivan; y así, el principal bien del cosario es cautivar hombres.

     Opinión fué, y aun de quien la podía dar por ley, si no fuese contra la Cristiandad, que no se redimiese nadie, porque cesando el interés de la redención no se cautivarían tantos. Pero como sea una de las siete obras de misericordia, es tan buena la redención como es mala la cautividad. Asimismo, fuera de que no habría tantos cosarios ni tantos cautivos, no daríamos nuestros dineros a nuestros enemigos. No renegarían los que reniegan, que es lo peor de todo.

     Dicen los que escriben historias de turcos, que no puede alguno tornarse turco, mayormente si es judío, sin primero bautizarse y comer tocino, y hacer otras cosas como cristiano. Antiguamente, según las Siete Partidas, podíamos matar los cautivos de otra ley en guerra, y porque hacían otro tanto los moros, para que no lo hiciesen se tenía gran cuidado en redemir cautivos. Escogían muchos para hacer la redención hombres buenos, que fuesen de buena sangre y nombre, no pobres ni codiciosos, esforzados, verdaderos, piadosos y que supiesen arábigo. Juraban él mismo y otros doce hombres en los Evangelios o en manos del rey, o Consejo que lo elegía y enviaba, que tenía todas aquellas partes y virtudes, y con esto le daban carta patente del oficio y un pendoncillo con las armas reales, y los dineros de la redención, ya fuesen de mandas, ya de la hacienda propria del cautivo, y aún le daban los bienes del que moría cautivo por falta de no lo redemir quien era obligado. Hase perdido ya esta costumbre, o por acabarse en España la guerra con moros o por haberse pasado la redención a los frailes de la Merced y Trinidad, que tienen este cuidado de muchos años a esta parte.



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- XLI -

[Noticia el Emperador su victoria.]

     Quiso el Emperador dar cuenta a la Cristiandad de esta victoria, y despachó dando cartas a los embajadores de los príncipes cristianos que andaban en su corte, que eran del rey de Francia, de Ingalaterra, de Portugal, duque de Milán, de Florencia, señoría de Venecia, Ferrara, Salucio, Génova, Sena, Mantua, Nápoles y de otros señores. De manera que en pocos días se supo en toda Europa su buena fortuna.

     Envió a Martín Niño, caballero de Toledo, por su embajador al papa Paulo III, dándole cuenta de toda su jornada y buen suceso de ella, y las gracias por la ayuda y socorro que Su Santidad le había hecho con sus galeras y gente; y a España envió a Jorge de Melo, caballero portugués, con cartas para la Emperatriz, que gobernaba estos reinos, y para los grandes y virreyes de España.

     Eran las cartas casi del tenor siguiente:

«EL REY.

     »Marqués de Cañete pariente nuestro, visorrey y capitán general del nuestro reino de Navarra. A 14 del presente os hicimos saber el suceso que aquel día había Nuestro Señor dado en el sitio de la Goleta, según habréis visto por mi carta que por vía de Génova os escribí; si no fuere llegada, lo podréis ver por la duplicada que irá con ésta después. Como quiera que dije en ella que luego partiría con mi ejército en siguimiento de la vitoria para Túnez, y hubo en esto dilación de cinco días, porque al rey no solamente no le acudieron los alárabes con quien trataba y esperaba que siendo ganada la Goleta no le habían de faltar; mas ni aun los moros que con este efecto tenía por ciertos, con los cuales, si le acudieran, siendo por Nos favorecidos, pudiera ser restituido en el reino, y pareciendo que no teniendo por su parte algún medio para ello, habiendo sido como fué nuestra venida a esta empresa con intención de desarmar a Barbarroja y a los cosarios que con él estaban, por los daños que habían hecho y hicieran en nuestros reinos y en la Cristiandad, y que por la mayor parte esto se había conseguido por las galeras, galeotas y fustas que se le tomaron en la Goleta con tanta artillería como está escrito, y que podrán acabarse de hacerse con tomar o quemar algunas que le quedaban en Bona, y que lo más conveniente era embarcarnos con nuestro ejército en la armada para hacer contra los enemigos lo que más se pudiese por la mar, todavía considerando lo que importaba echar, de aquí a los enemigos, y habiendo también respeto a que el dicho rey había venido a ponerse en nuestras manos y estaba en nuestro poder, y que faltándole nuestro favor quedaba sin alguna esperanza; pospuestas todas las dificultades que había en pasar adelante con el ejército que traemos, por causa de las vituallas, que era necesario llevarlas a cuestas, y mayormente de la falta del agua que desde la Goleta hasta Túnez, que son doce millas de camino, no hay otra sino de unos pozos que están cuatro millas antes de llegar a Túnez, y que se halló gastada tanta parte de la provisión de la armada, que deteniéndonos más, en pocos días se pudiera acabar, determinamos de pasar adelante. Y así, dejando toda nuestra armada de mar junto a la Goleta con el príncipe Andrea Doria y la gente necesaria para la guarda de ella, y para que por el estaño en barcos nos proveyese de bastimentos como mejor se pudiese hacer, aunque fuese dificultoso, partimos de allí con nuestro campo, trayendo la gente cada uno la vitualla que se pudo para tres o cuatro días, caminamos con los escuadrones ordenados, tirando con hombres hasta una docena de piezas de artillería, que no se hizo sin mucho trabajo y en orden de batalla, como quien iba a buscar los enemigos a su casa. Martes, 20 del presente, por la mañana, para venir a alojar a las ocho millas donde estaban los dichos pozos, en los cuales Barbarroja, haciendo, según se ha entendido, primero muestra de su gente y de la ciudad, estaba con mucho número de gente de a caballo y de a pie, que afirman que eran más de cien mil hombres: de los de a caballo, de quince hasta veinte mil, y los demás, de a pie, teniendo asentada su artillería para defender si pudieran el alojamiento y no dejarnos el uso del agua, sin la cual el campo, fuera imposible poder pasar aquella noche, según el calor del sol y sed que se traía, porque antes que se llegase allí, en el camino se había acabado la que habían sacado de la Goleta, y llegando cerca de los enemigos, los escuadrones de la infantería española, que llevaban la vanguardia, y de la otra que iba en ella, jugado y tirado muchos tiros el artillería de la una y de la otra parte, caminando a gran paso y al trote, tirando el arcabucería, arremetieron contra los enemigos; de manera, que por ellos y por la gente de a caballo de nuestro campo, fueron en el instante que se juntaron con ellos rompidos y forzados a retirarse, perdiendo parte de la artillería y quedando muertos hasta cuatrocientos o quinientos de ellos; y aunque después se repararon y estuvieron reparados un poco, casi a tiro de arcabuz, viendo el esfuerzo de los nuestros y la orden en que estaban, se acabaron de retirar luego del todo, y puesto que se conoció que perseverando en seguirlos se les pudiera hacer mayor daño por el trabajo que la gente pasó en el camino, y después en este reencuentro, y por la extrema calor y sed que principalmente le fatigaba, pareció no solamente mejor, mas aún necesario, que se alojasen, reposasen y descansasen, y así se hizo, y llegó todo el ejército con muy buena orden y muy bien recogido, y sin perderse alguna cosa, puesto que de los enemigos que en la vanguardia se retrujeron, cargaron muchos; especialmente la gente de a caballo de los enemigos alárabes, dieron en la retaguardia de nuestro campo, mas la hallaron en tan buena orden, que no pudieron hacer daño. De los nuestros se perdieron este día muy pocos, porque en el reencuentro no fueron muertos sino dos o tres, habiendo la noche reposado con buena guardia, como siendo tanta gente de los enemigos era razón que se hiciese. Miércoles, al punto del día 21 del presente, hicieron salir la gente del alojamiento, y puesta en sus escuadrones, movimos con ellos en orden de batalla para dalla, si a los enemigos hallásemos fuera de la ciudad, y para combatirla si la quisiesen defender, y llegando cerca de ella, se entendió que Barbarroja, con los cosarios que estaban con él, se había salido y huido, llevando todo lo que pudo de lo que aquí tenía, y que los cautivos cristianos que en la alcazaba estaban, que eran más de cuatro o cinco mil, siendo avisados de ello por un renegado con quien tenían inteligencia y plática para libertarse con su medio y ayuda, se habían salido de las prisiones y apoderado de ella, y la tenían por Nos. El ejército caminó hasta llegar a los muros de la ciudad, y hallando las puertas cerradas, y visto que aunque no mostraban los de dentro tener ánimo de defenderla, no las abrían, permitirnos a la gente que la entrasen y saqueasen, y así entró mucha de la que venía en los primeros escuadrones por los muros sin alguna resistencia, y abrieron las puertas para que entrase todo el campo; se saqueó el alcazaba y toda la ciudad. Al tiempo de la entrada huyeron muchos de ella, pero los que se cautivaron fueron en buen número, y después por la tierra lo han sido otros muchos. Los cristianos cautivos que se han hallado son diez y ocho o veinte mil hombres, que no es en lo que menos se debe tener de esta empresa, por la libertad que han conseguido y por ser los instrumentos con que Barbarroja hacía la guerra, así por haber entre ellos muchos oficiales, como porque era la más de ella gente de remo, entre los cuales había setenta y uno de los criados del delfín de Francia, que fueron presos con Portundo, los cuales con los otros todos luego mandamos libertar. También se ha hallado buena cantidad de bizcocho y pólvora que Barbarroja tenía proveída, que será provechosa para el armada; gracias sean dadas a Nuestro Señor por todo. De Barbarroja se entiende, por cautivos que de aquí salieron con él que se han vuelto del camino, que llevaba cinco o seis mil turcos y renegados; los tres mil a pie, y los dos mil a caballo, y que el primer día había andado doce o quince millas, y iba con mucha falta de vituallas, y especialmente de agua, y que de calor y sed dejaba muertos y desfallecidos por el camino muchos, y los alárabes le iban siguiendo por robar, como a gente rompida y que huía, y le mataron muchos. Luego mandaremos entender con el rey de Túnez en el asiento que se ha de tomar con él, y en lo demás que se ha de hacer aquí, y en lo que se hubiere de hacer no se perderá un punto de tiempo, y os avisaremos de la resolución que tomaremos. Haréis saber esto a los grandes y pueblos de ese reino, para que participen de la victoria que Nuestro Señor nos ha dado.

     «Del Alcazaba de Túnez, a 25 de julio de 1535 años. -YO EL REY. -Por mandado de Su Majestad, COBOS, Comendador mayor.»



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- XLII -

[Túnez.] El César hace la fiesta de Santiago con su hábito.

     Es Túnez ciudad de diez mil casas, en las cuales dicen había cincuenta mil vecinos. Tiene tres arrabales: el uno pasa de diez mil vecinos. Tiene entre puertas principales, y otras, con las de los burgos, hasta cuarenta; es poco fuerte, por ser tan grande. Su asiento es sobre la laguna al opósito de la Goleta, a la parte del Norte. Está de la Goleta, a tres grandes leguas. No hay río ni fuente, ni más de un pozo de agua dulce, y así, todos beben de cisternas. También es falta de pan por sequedad, y lo poco que siembran riegan de norias. Usan atahonas, porque no hay ríos para molinos ni aceñas. Hay gran falta de leña; no tiene madera, sino muy poca, y por eso labran con yeso a la morisca, muy polido. Tiene casi seis millas de circuito, medianamente cercado y poblado. Hay dos arrabales tan grandes como el tercio de la ciudad: el uno, a Setentrión; otro, al Mediodía. Tiene dos alcazabas o casas reales, la una antigua, la otra nueva, de hermosos edificios. Tiene más de cien mezquitas con hermosas torres: la mayor de todas es suntuosa, vistosa de dentro y fuera, y de extrañas labores, de la cual se sacaron dos pequeñas columnas, tan ricas, que los que conocían su labor las apreciaron en cuatro mil ducados. Tiene otras muchas de jaspe pórfido, y las paredes de tal piedra, y tan bruñida, que como en espejo se representan las imágenes.

     Dentro de esta ciudad había un monasterio de frailes franciscos en el barrio de los Rebatines o Rabatines, que son cristianos, y que se conservaron en esta ciudad desde que los mahometanos ganaron la Mauritania, que en este año habían pasado más de ochocientos treinta, y los reyes moros los estimaban y se servían de ellos en las guerras, y confiaban de ellos la guarda de sus personas más que de sus naturales. Así se hallaron en Marruecos en tiempo de don Fernando el Santo en un barrio llamado Elbora, y los caballeros Farfanes, grandes jinetes en tiempo de don Juan el primero. El Emperador mandó pasar estos cristianos rabatinos a Nápoles, y los hizo mercedes y honras que su antigua cristiandad conservada tantos años entre infieles merecía. Tendrá este barrio como trecientas casas.

     Había, demás de esto, otra iglesia mediana de Nuestra Señora de la Estrella, con muy ricos retablos y ornamentos: imagen de mucha devoción por los milagros que Dios se servía de obrar allí. Dícense muchas misas por los frailes y clérigos cautivos. Había otras iglesias: la de San Marcos, San Lorenzo, San Roque y San Sebastián, todas con sus campanas, que las tañían a las horas, hasta que Barbarroja las quitó.

     Esta población de cristianos dicen que hizo aquí un rey de Sicilia, hermano de San Luis, rey de Francia, el cual, en venganza de la muerte de su hermano, cercó a Túnez, y la puso en tanto estrecho, que los moros, porque los dejase, le dieron quince mil doblas en parias, consintiendo ir libres los cautivos, que quedasen los que quisiesen, y edificasen iglesias, y celebrasen los oficios divinos en ellas, y fuesen libres, ellos y sus haciendas, pagando sólo el tributo que los moros naturales debían.

     Quiso el Emperador solemnizar aquí la fiesta del Apóstol Santiago, y en el monasterio de San Francisco, el César, con su manto blanco, y los caballeros del mismo hábito, presentes los grandes y señores de la corte, españoles y extranjeros, se dijo una solemnísima misa, y muchas en todas las demás iglesias de Túnez, con increíble gozo de los cristianos.

     Los campos de Túnez son fértiles de aceite, frutas, limas, limones, cidros, naranjos y otros frutos, y los huertos de Bardisen muy deleitosos; la gente viste más polida que ricamente. Usan baños, hay gran trato de lienzo, porque hilan mucho y bien las mujeres; hay por mar gran contratación.

     Vivían aquí muchos mercaderes y cosarios que, como daban el quinto al rey, enriquecían la ciudad de ropa, dineros y esclavos cristianos. Es reino antiguo, y los reyes de noble sangre, y que por su grandeza se solían llamar reyes de Africa, poseyendo casi trecientas leguas de costa que hay de Trípol a Bujía.



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- XLIII -

De la fuga de Barbarroja. -Alvar Gómez Zagal.

     Dije ya la retirada de Barbarroja; llegó a Bona, donde con solos sus turcos, diciendo que no los había vencido con su ejército el Emperador, sino los esclavos de las alcazabas con su traición; que si tenían voluntad de seguirle de corazón, que los llevaría donde se vengasen a su placer y contento; por tanto, que le ayudasen a armar once galeras que tenía varadas allí en Jadog, río pequeño, sacándolas a la mar, en las cuales fuesen con su ropa y armas a Argel, de donde con ellas y con otras tantas que allá tenía corriendo las costas de España y las de Italia, Mallorca y Menorca, navegasen a Constantinopla.

     Ellos le ayudaron de grado, por no ser presos de cristianos o muertos de alárabes, como vencidos. Hicieron un baluarte fuera del río y pusiéronle algunas piezas de artillería, para espantar, como espantaron, las galeras que Andrea Doria envió; el cual, con acuerdo del Emperador, hizo que luego fuesen quince galeras, y por capitanes de ellas Adán Centurión y Joanín Doria. El Centurión fué muy alegre, pensando tomar a manos a Barbarroja y ganarse toda la honra. Mas visto que ya el cosario tenía catorce galeras a punto de pelear y un fuerte con artillería, se tornó como fué, o por saber poco de aquella costa, o por ser el contrario Barbarroja, que si bien vencido, era de temer.

     Sintióse mal, y hablaron peor los imperiales de un descuido como éste, que les parecía no haber hecho nada, pues se les había ido de las manos Barbarroja. Disculpábase Centurión con que se lo aconsejaron los suyos, por llevar pocos soldados en las galeras, españoles y sicilianos. Fué sin duda, la pérdida grande, y si los ginoveses fueran esta vez hombres, como lo han sido tantas, podían quemar las catorce galeras o embarazar a Barbarroja, hasta

que fuera ayuda, con la cual, o le prendieran o mataran, o hicieran huir, de manera que la victoria fuera de todas maneras cumplida.

     Corrióse Andrea Doria, y fué allá con cuarenta galeras; mas ya cuando llegó era ido Barbarroja. Tomó a Bona, y luego el castillo, y puso en él a Alvar Gómez Zagal con su compañía de españoles. Fué Alvar Gómez Zagal uno de los valientes españoles de su tiempo, hijo de otro tal llamado Pero López de Horosco, caballero noble de esta antigua familia, a quien los moros, por ser tan valiente, llamaron Alzagal, que esto quiere decir en arábigo. Hacen memoria de sus hechos las historias del arzobispo don fray Francisco Jiménez, lib. 4 y 6, c. 15, y lib. 9, c. 39, y Mármol en la de Africa como libertad de la guerra. Oscureció algún tanto sus hechos y sangre Alvar Gómez, o la envidia de enemigos, que le levantaron, que por ser demasiadamente codicioso y por otros vicios, se perdió, de manera que por no verse justiciar se mató con sus proprias manos. Mas sus hijos litigaron esta causa contra el fiscal real ante los alcaldes de corte, y condenaron al fiscal, y pagó el rey don Felipe veinte y cuatro mil ducados que se habían confiscado de los bienes de Alvar Gómez, porque su muerte fué natural de una enfermedad de tiricia, y sus grandes servicios en la guerra eran merecedores de mayores bienes. Residen en Guadalajara sus descendientes.

     La ciudad de Bona, en la provincia de Numidia y reino de Túnez, era pueblo ya pequeño, y hecho de las piedras y ruinas de Hippo, donde fué obispo San Agustín, abundante de trigo, de ganado y manteca, y de azofeifos; tiene coral. Mandóla el Emperador asolar cuando fué sobre Argel, y se perdió.



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- XLIV -

Sale el Emperador de Túnez. -Capítulos de lo que el Emperador asentó con Hacem, rey de Túnez. -Lo que el César dijo al rey Hacem despidiéndose de él.

     Estuvo el Emperador seis días tratando con el rey de Túnez las cosas del reino, y a 27 de julio salió con su campo y se alojó en Rades o Rada, y Luda, dos millas y media de la Goleta, riberas de un riachuelo, porque los moros volviesen a la ciudad, que con miedo se habían ausentado. De Luda se pasó 1.º de agosto a la torre del Agua, donde parte de los soldados tudescos y italianos saquearon los tenderos del real, diciendo que no habían habido nada en Túnez, como los españoles, mas fueron castigados, y el Emperador mandó repartir doce mil ducados, en que se apreció el daño que los mercaderes recibieron.

     Vino allí Hacem por el reino a 4 de agosto, y a 6 se concluyeron los capítulos y condiciones con que el Emperador le hizo merced dél, las cuales fueron:

     «Que el rey de Túnez, reconociendo cómo había sido echado de su reino por Barbarroja, y que el Emperador en persona, con poderosa armada, había venido y expelido de él al tirano, tomándole las fuerzas y ciudad de Túnez, y puesto y restituido en ellas el rey Hacem, agradeciendo el rey un bien tan grande, se obligaba a restituir todos los cautivos cristianos que hubiese en su reino y darles libre pasaje, sin consentir que ahora ni en algún tiempo se les hiciese mal tratamiento.

     »Que de aquí adelante, él ni sus sucesores en el reino no consentirán cautivos, ni se cautivarán algunos cristianos del Imperio, ni coronas de España, Nápoles y Sicilia, ni de otras tierras sujetas al Emperador, ni tampoco el Emperador, ni rey don Fernando, su hermano, ni otro príncipe de sus sucesores consentirán que haya cautivos ni que se cautiven moros de las tierras sujetas al rey de Túnez.

     »Que el rey de Túnez consentirá que en sus tierras haya iglesias y cristianos pacíficamente, y vivan en la fe católica, y celebren los oficios divinos sin que se les ponga estorbo ni perturbación alguna.

     »Que el rey de Túnez no consentirá en su reino moro alguno de los nuevamente convertidos, así de Valencia y Granada como de otras partes sujetas al Emperador, y los echará fuera de sus tierras.

     »Que el rey de Túnez cede y traspasa en el César la acción y derecho que tenía a la ciudad de Bona, Biserta, Africa y otras fuerzas marítimas que eran del reino de Túnez y el cosario Barbarroja las tenía usurpadas, para que el César y sus sucesores en los reinos de España puedan expeler cualesquier cosarios, y hacer de ella lo que como señores quisieren, librando al rey y reino de Túnez de semejantes enemigos.

     »Que porque es importante la conservación de la Goleta, por ser la llave y fuerza de la ciudad de Túnez, y el rey Hacem no tenía fuerzas, por estar tan gastado, para la fortificar y sostener, y por haberla tomado el César con tanto gasto y peligro y muertes de los suyos, el rey de Túnez cedía y traspasaba cualquier derecho que a ella tuviese o pretendiese algún tiempo tener, con dos millas de tierra alrededor, para que el César y sus sucesores la tuviesen y defendiesen, con que la gente de presidio que en ella estuviese no impidiesen a los vecinos de Cartago el sacar agua de los pozos que están cerca de la torre que llaman del Agua.

     »Que el rey de Túnez, sin contradicción alguna, deje libremente andar, tratar, comprar y vender a los cristianos que en la Goleta estuvieren, por todo su reino, pagando los derechos acostumbrados, y siendo las personas que el capitán de la Goleta señalare; y los que cometieren algún delito sean castigados por solo el capitán, el cual ha de jurar de guardar estos capítulos.

     »Que el rey de Túnez dé y pague para el sustento de la Goleta doce mil ducados de oro cada año, los seis mil día de Santiago, a 25 de julio, y los otros seis mil en fin del mes de enero, y no los dando el capitán general, los pueda cobrar de las rentas del reino de Túnez.

     »Que la negociación y contratación en el reino de Túnez fuese libre a todos los vasallos del Emperador, y haya un juez puesto por el César para que pueda conocer, juzgar y castigar a todos sus vasallos que trataren en el reino de Túnez, sin que los jueces ni justicias otras del rey se entremetan en ello.

     »Que el rey de Túnez y sus sucesores darán y pagarán cada un año al Emperador y a sus sucesores reyes de España, y alcaide de la Goleta, en su nombre, el día de Santiago, que es a 25 de julio, seis buenos caballos moriscos y doce halcones, y esto en perpetuo y verdadero testimonio y reconocimiento de señorío y vasallaje, so pena de cincuenta mil ducados de oro por la primera vez que faltare, y por la segunda cien mil, y por la tercera en perdimiento del reino, para que los reinos de España lo puedan tomar y ocupar realmente y de su propria autoridad; y que el rey de Túnez ni otro de sus vasallos harán liga ni capitulación ni alianza con algún príncipe cristiano ni moro, en perjuicio, directa ni indirectamente, del Emperador ni de los reyes de España sus sucesores, y asimismo se obligó el Emperador de no hacer otra semejante liga contra el rey de Túnez ni sus sucesores, no dando ocasión para ello.

     »Que entre el Emperador y sus sucesores y el rey de Túnez y los suyos, haya perpetua amistad, buena y pacífica y mutua vecidad, y contratación, por mar y por tierra, de todas mercadurías lícitas y permitidas, por las cuales los vasallos y sujetos de una parte y otra podrán venir, ir y negociar recíprocamente.

     »Que el rey de Túnez y sus sucesores no recogerán en sus puertos ni tierras a los cosarios, piratas ni robadores que andan por la mar, ni otro cualquier enemigo que será del César ni de sus sucesores; antes los echará, y hará todo el mal que pudiere. Firmaron estos capítulos el Emperador y el rey Hacem de Túnez, estando presentes, llamados por testigos, mícer Nicolás Perronot, señor de Granvela, del Consejo de Estado; el doctor Hernando de Guevara, del Consejo de Su Majestad; el capitán Alvaro Gómez de Horozco, el Zagal, y Mahomet Pansen, y Hamet Gamarrazán, y Abderramen, moros criados del rey de Túnez, y rubricadas de don Francisco de los Cobos, comendador mayor.»

     Estos capítulos, muy a la larga, fueron escritos en castellano y arábigo, y se puso el año de Mahoma por complacer al rey Hacem, que fué el de novecientos y cuarenta y dos. Selláronlos con el sello imperial y real, y cada uno llevó dos, uno en romance y otro en arábigo. Juró el Emperador de los guardar y cumplir, sobre una cruz de Santiago, besando primero la mano con que la tocó; y el rey por su Alcorán, tocando la guarnición de su alfanje, que le sacó un poco. Con esto Hacem quedó contento y obligado, dando muchas gracias al Emperador por las grandes mercedes que había recibido, y se volvió a Túnez, donde fué recibido como rey, pero no se puso corona, que la veda el Alcorán de Mahoma.

     Débense notar unas palabras dignas de memoria que dicen que el César dijo a este rey moro cuando se despidió de él, que fueron: «Yo gané este reino derramando la sangre de los míos; tú le has de conservar ganando el corazón de los tuyos; no olvides los beneficios que has recebido, y trabaja por olvidar las injurias que te han hecho.» Palabras dignas de tal príncipe.

     Es tanta la falta de agua en esta tierra, que el rey le enviaba desde Túnez al Emperador cargas de agua en presente, y algunas cestillas de fruta, no mucha, pero con muestras de mayor voluntad. Pidió al Emperador cuatro mil españoles para guarda y seguridad de su ciudad y persona, porque no se fiaba de los suyos; el Emperador no se los dió, diciendo que bastaban los que dejaba en la Goleta.



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- XLV -

Quiso pasar el César contra Argel. -Qué causas hubo para no hacer esta jornada. -Ruy Díaz de Rojas, valiente caballero.

     Quisiera el Emperador, acabada la conquista de Túnez con tanta felicidad, ir en seguimiento del cosario Barbarroja, y echarse sobre Argel y ganar aquella ciudad que tanto ha costado a España, que fuera un hecho notable, y excusara una de las mayores pérdidas que la Cristiandad padeció, y es cierto que la reputación que con la conquista de Túnez se ganó fué tanta, que no fueran bien llegados a vista de Argel, cuando se le rindieran y le abrieran las puertas, y con trabajo se le escapara Barbarroja. No sé quién en el consejo de guerra estorbó la jornada, y quitó al Emperador la voluntad que para hacerla tenía. Las razones principales que se hallaron fueron que el tiempo no daba lugar, que faltaban bastimentos, que la flaqueza y enfermedad de los soldados no lo permitía, que ya morían muchos, principalmente tudescos, que sin orden, impacientes con el calor, bebían y comían, y se metían en el agua vestidos y se tendían en ella como si fueran lechones.

     De los caballeros y gente de cuenta, murieron Antón Ramírez de Arellano, hermano del mariscal de Barobra, el cual, muriendo, dijo que no sentía su muerte, sino porque no era peleando contra sus enemigos, en servicio de Dios y de su rey. Murió monsieur del Agisonera, comendador de Calatrava, hermano de monsieur Falconete, mayordomo del Emperador, y don Alonso Rebolledo, caballero del hábito de Santiago, y el hijo primogénito de Gutierre Quijada, y Gonzalo de Monroy, comendador mayor de Alcántara, y otros; de lo cual todo, da cuenta el Emperador en las cartas que escribió a España a 16 de agosto.

     Murió asimesmo Ruy Díaz de Rojas, a quien el Emperador, por su carta, pidió que se hallase en esta jornada, si bien era ya viejo, de edad muy anciana, porque fué uno de los señalados y valientes caballeros de su tiempo, y se mostró en grandes ocasiones y desafíos particulares, y en todos salió vencedor.

«EL REY

     »Marqués de Cañete, pariente nuestro, virrey, lugarteniente, capitán general en el nuestro reino de Navarra. A 30 del pasado escribimos el suceso de la empresa de Túnez, como habréis visto, vuelto de allí a la Goleta, adonde estaba nuestra armada para ver y deliberar lo que más se debía y podría hacer contra los enemigos, según el tiempo y las vituallas que en ella quedaban, como quiera que siguiendo la victoria para acabar de deshacer de todo punto los dichos enemigos, por lo que esto importa al bien público de la Cristiandad, y a nuestros reinos y vasallos, particularmente, deseamos y quisiéramos más que otra cosa hacer la empresa de Argel, porque en esta coyuntura, con la reputación de vitoria, rompimiento, expulsión y huída de los enemigos de este reino, juntamente con el quebrantamiento de los ánimos que les ha quedado, se pudiera hacer más fácilmente que en otro tiempo; hanse hallado tantas dificultades para no poderse ejecutar, que necesariamente ha convenido mudar consejo, y entre otras muchas las más principales, ha sido una: ser la navigación desde aquí a Argel larga, por estar el verano tan adelante; la otra, estar la gente cansada y fatigada del trabajo, que después que se desembarcó ha pasado y pasa, así de los calores, que son grandes, como de falta de vituallas frescas, y de abundancia de aguas, y haber mucha parte de ella, demás de los que han sido heridos, adolescido de cámaras y calenturas y otras indisposiciones. La otra y más principal y que nos ha forzado dejar la dicha empresa, ha sido haber hallado gastada con la mucha gente que aquí ha concurrido, y con el crecimiento de los cristianos cautivos, que se pusieron en libertad en la entrada de Túnez, tanta parte de la provisión de la armada, que la que quedaba, aunque de los nuestros reinos de España, Nápoles, Sicilia y Cerdeña no se han dejado de traer como se traen continuamente, y de Génova y otras partes, lo cual ha sido mucha ayuda para que no se hayan acabado antes, no bastaba en alguna manera, aunque se reglara y estrechara cuanto se pudiera hacer, para ir a la dicha empresa ni a otra alguna. Y vistas estas dificultades ser de calidad que sobrepujan a toda la provisión y diligencia que se podía hacer, conformándonos con el tiempo y con 1a posibilidad de las cosas, y con lo que al tiempo que determinamos embarcarnos en esta armada, escribimos a nuestros reinos de Nápoles y Sicilia, y avisamos a Su Santidad, a los príncipes y potentados cristianos, así de la Germanía como otros, que lo hacíamos para ir a visitar aquellos reinos, proveyendo de camino lo que viésemos convenir contra los infieles enemigos, y en beneficio de la Cristiandad, habiendo tomado primero con el rey de Túnez el asiento que veréis por el sumario de la sustancia del que os mandamos enviar con la parte, para que tengáis noticias de él, y dejando reparada la fuerza de la Goleta, para que de presente se pueda sostener y conservar, y a don Bernardino de Mendoza en ella con mil hombres para guarda de ella, con provisión de vituallas, el cual ha de haceredificar la fuerza que para seguridad de la dicha Goleta se ha de hacer luego, conforme a la traza que le dejamos ordenado, para cuya obra mandaremos venir luego los maestros oficiales y materiales necesarios de Sicilia, además de los que le quedan, dejándole también entretanto que esta se hace, para proveimiento y guarda de la dicha fuerza diez galeras, y asimismo en Bona, a la cual el dicho Barbarroja y los otros cosarios y turcos que huyendo de Túnez se habían recogido allí, habiendo por nuestro mandado, cuando partimos de la Goleta para Túnez, ido algunas galeras de nuestra armada a reconocer de la manera que estaban las que Barbarroja allí tenía, y entendido que las sacaba del río donde estaban, y las aderezaba y ponía en orden. Después el príncipe Andrea Doria, con treinta o treinta y nueve galeras para tomarlas antes que llegase con ellas, huyendo con las dichas galeras, la habían desamparado por temor de nuestra armada y quedó en nuestro poder; dejamos proveído que queden seiscientos infantes en la fortaleza de la ciudad de Bona, con Alvar Gómez Zagal, a quien habernos proveído por alcaide de ella con la provisión necesaria de vituallas, artillerías y municiones, con asiento que habernos tomado con el dicho rey de Túnez, que quedando por Nos y en nuestro nombre la dicha fortaleza, él asegure los habitantes en aquella ciudad, y lo torne a poblar y nos pague en cada año, de las rentas y provechos de ella, ocho mil ducados para ayudar el gasto que se ha de hacer en guardar la dicha fortaleza, y que los demás de las dichas rentas, que dicen serán hasta diez y seis mil ducados, le quede a él para guardar la dicha ciudad. Hecho esto, y no habiendo en parte posibilidad para hacer la dicha empresa de Argel por las dificultades dichas, principalmente por la falta de las vituallas, considerando los grandes gastos que se han hecho y aun en el sostenimiento de esta armada y ejército, y los que para entretenello adelante serían necesarios continuarse, y que por el tiempo que durare el invierno sería sin provecho, y es más útil guardarlo, que en esto se había de gastar para cuando sea menester. Nos, habiendo resuelto en deshacer la dicha armada y ejército, y embarcándonos luego, enviar con el marqués de Mondéjar la parte de la armada y de la infantería española que vino de España, sacando de ella lo que queda en la Goleta y Bona y las capitanías de los jinetes que asimismo vinieron de allá la vuelta de España, para que se despida en Málaga o en otro de los puertos de aquella costa donde llegare y la gente asimismo se derrame, si no hubiere remedio de podella entretener toda parte de ella en el reino de Tremecén, como a algunos parece que se podría hacer sin paga, dando orden que fuesen proveídos de vituallas, la cual pudiéndose hacer, sería provechoso, porque de allí con brevedad se traerían, ofreciéndose necesidad, donde quiera que fuese menester, y de aquí a entonces sería ejercitada y usada el campo, y considerando que Barbarroja ha llevado de Bona quince galeras, y que en Argel tiene once, según lo que se entiende, y en los Gelves dos, que podría aderezar y juntar con las otras, con algunas galeotas y fustas, como quiera que según el daño que ha recibido y de la manera que va deshecho y roto, es de creer que atenderá antes a guardarse que a ofender y hacer daño. Todavía, por la seguridad de las costas de nuestros reinos y para excusar los que podría hacer no habiendo provisión, enviamos en acompañamiento de la dicha armada las quince galeras de España, que están a cargo de don Alvaro de Bazán, y otras diez con ellas para que residan por las dichas costas y las aseguren y excusen los daños que podrían hacer los enemigos, y con las otras galeras que quedan y con lo demás de la armada que vino de Génova, Nápoles, Sicilia, iremos a desembarcar en aquel reino, habiendo primero corrido por las tierras de la costa de este reino que tenían ocupado los enemigos que están a la parte de Levante para asegurarnos de ellas, para visitar aquel reino y tener parlamento, y proveer en las cosas de la buena gobernación y administración de la justicia de él. Y luego como allí lleguemos, enviaremos de las galeras que nos quedan otras veinte y cinco o treinta, para que con las otras veinte y cinco que agora van, estén y residan en las costas, islas y partes donde más provechoso sea para guardar y asegurar las costas de nuestros reinos, y hacer a los enemigos el daño que ser pudiere, y excusar el que ellos podrían hacer, y tenerlos en cuidado y gasto, para que al tiempo los consuma, porque según el daño que, como dicho es, ha recibido, y de la manera que quedan, no parece que pueden durar mucho, y de lo demás de la armada haremos aquello que más viéramos que convenga; y acabado lo que en Sicilia se ha de hacer, en lo cual nos ocuparemos los menos días que se pueda, pasaremos a Nápoles a hacer lo mismo en lo de allí, y guiar y enderezar en lo que convenga en los negocios de la fe, y otros públicos de la Cristiandad. Fecha en nuestra galera, cerca de la Goleta de Túnez, a 16 de agosto, año de 1535. -YO EL REY. -Por mandado de S. M. -COBOS, comendador mayor.»



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- XLVI -

[Partida de la flota imperial]

     En tanto que pasaban las cosas que he referido, llegó Andrea Doria de la toma de Bona; venido, se puso luego en orden, y aprestaron su camino, proveyendo antes el Emperador que la torre de la Sal, y la del Agua, se echasen por tierra, porque si los alárabes y moros se apoderaran y hicieran fuertes en ella, pudieran ofender mucho a la Goleta.

     Hubo poca dificultad en allanar la torre de la Sal, y a lo de agosto, yendo los capitanes en sus compañías, traían fajina a cuestas de los olivares, para fenecer el bestión que en la Goleta se hacía, el cual era de dos estados en alto, de ancho hasta nueve pies. Ayudaron todos a esta obra, y el marqués del Vasto, por animar a los soldados, era el primero que a caballo traía con ellos su parte.

     Quedó por alcaide de la Goleta y capitán general, don Bernardino de Mendoza con mil españoles, soldados viejos y algunos maestros que la reparasen. Todo el tiempo (que por días he contado) gastó el Emperador desde que embarcó en Barcelona hasta 12 de agosto que se metió en su galera, si bien no salió del puerto, en lo cual parece el engaño del dotor Illescas, que dice, con otros engaños, que gastó en conquistar el reino de Túnez solos veinte y seis días.

     Despidió el Emperador las armadas de Castilla y Portugal. Diéronse todos priesa a derribar las tiendas y recogerse a las galeras, y aún dicen que el Emperador daba tanta priesa, que pegó fuego a algunas tiendas, porque se detenían. Saltaba cada día en tierra a oír misa, y en oyéndola se volvía a la galera.

     A 14 de agosto se acabó de minar la torre del Agua, y poniendo barriles de pólvora en los cimientos, que estaban puestos sobre puntales de madera, la volaron. Deteníase el Emperador esperando viento, y que se acabasen los reparos hechos para fortificación de la Goleta.

     Estando casi todos embarcados se levantó borrasca, y padecieron algún género de tormenta, perdiéndose algunos vasos. Finalmente, a 17 de agosto la galera capitana en que iba el Emperador hizo señal y tendió las velas, comenzando a navegar. El infante don Luis tomó la derrota de Barcelona; el Emperador fué derecho contra la ciudad de Africa, pensando tomarla de camino (de la cual diremos largamente adelante, y cómo había en ella cosarios que corrían las islas de Sicilia y Cerdeña). No pudo el Emperador llegar esta vez a ella por desaparecerse las naves de su armada con temporal recio; unas dieron en Sicilia, otras en Nápoles.

     Y a 20 de agosto entró en Trápana, ciudad de Sicilia, con poca salud, que del trabajo de la guerra y mar tenía. Fué recibido con grandísimo gusto de los naturales, y en saltando en tierra fué a visitar a Nuestra Señora de Gracia, monasterio de frailes agustinos, y aposentóse en el castillo. Murió aquí, camino de Palermo, don Bernardino de Toledo, de enfermedad, habiendo servido bien en esta guerra; y al Emperador dolió la pérdida de este caballero, y mucho más a su hermano don Hernando de Toledo, duque de Alba.

     Quiso el Emperador (ya que él no pudo) enviar sobre la ciudad de Africa, que tuvo deseo de ganarla. Ordenóse en consejo de guerra que fuesen sobre ellas las galeras y galeón de Andrea Doria y ciertas carracas y naos, y en ellas cinco mil soldados, dos mil tudescos y tres mil españoles; y por general don Hernando de Gonzaga, hermano de Federico Gonzaga, primero duque de Mantua y segundo marqués de este nombre. Aprestándose para esto, llegó el galeón del príncipe y las treinta naos que venían de Africa, y no de cabo Pájaro, a los cuales sucedió que faltándoles agua cuando estaban determinados de batir la ciudad, estando en consejo el príncipe de Salerno, Fabricio Maramaldo y Cristóbal Forindoria y otros capitanes y coroneles de españoles, italianos y tudescos, determinaron que saliese el príncipe de Salerno con toda la infantería, y que en tanto que peleaba con los moros, tomasen agua los marineros de unos pozos junto a la marina, no lejos de la ciudad. Estando en esta determinación llegó un bergantín con carta del Emperador, escrita en Trápana, para que se alzasen de la conquista de Africa y fuesen a Sicilia, donde los esperaba. Con esto cesó por agora la conquista de esta ciudad, hasta el año de 1550, que se ganó por Hernando de Vega y don García de Toledo, a 9 de setiembre, lo cual en llegando a este tiempo diré.



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- XLVII -

[Escribe el rey al marqués de Cañete.]

     Ultimo de agosto, estando ya el Emperador para salir de Trápana, escribió a la Emperatriz, grandes y virreyes de España, dándoles cuenta de su camino, diciendo cómo a 16 del presente, desde la galera cerca de la Goleta de Túnez, había escrito con una galera que mandó ir a Barcelona para llevar las cartas y aviso de su embarcación y venida al reino de Sicilia. La del marqués de Cañete decía:

«EL REY

     »Marqués de Cañete, pariente nuestro, visorrey y lugarteniente, capitán general en nuestro reino de Navarra. A 16 del presente, desde la galera cerca de la Goleta de Túnez, os escribí con una galera que mandé ir a Barcelona para llevar las cartas de mi embarcación para venir a este reino por las dificultades que tuve para no poder ir a Argel, con todo lo que más había que decir según habréis visto. El día siguiente, martes, por la mañana, salimos con las galeras del golfo de Túnez delante de la Goleta, donde había estado y estaba nuestra armada y surgimos a veinte millas en el cabo de Zafrana, así para tomar agua para provisión de las galeras, como para esperar allí las naos de la parte de la armada que había de venir con Nos, adonde estuviésemos esperándolas todo aquel día, y el miércoles y el jueves, hasta después de mediodía, que llegaron todas las dichas naos; y partimos para seguir nuestro viaje a la ciudad de Africa que es en la costa del reino de Túnez a la parte de Levante, lugar fuerte y muy importante en que Barbarroja ha tenido guarnición y guarda de turcos para proveer de camino que se conquistase, y asegurarnos de él, y surgimos a diez o doce millas adelante, porque el tiempo para navegar el dicho viaje era contrario, y aunque con las galeras a remo no sin trabajo se andaba, las naos no lo podían hacer, y así estuvimos y anduvimos a vista de las dichas naos, y cerca della, entreteniéndonos y esperando que el tiempo se pusiese de manera que se pudiese hacer el viaje, hasta el sábado en la tarde, que lo comenzó a hacer tan recio, que las naos no se pudieron tener más por la fuerza del viento, y fué necesario dar las velas y atravesar el golfo para venir aquí. Y visto que sin ellas -en las cuales venía la gente y vituallas para ella, y la artillería, municiones y las otras provisiones necesarias para lo que se había de hacer-, no se podía aquello efetuar, fuimos forzados a hacer lo mismo con las galeras. Y así, domingo 22 del presente, después de medio día, llegamos a esta ciudad con todas nuestras galeras, adonde hallamos ya surtas parte de las naos de la dicha nuestra armada, y otras eran pasadas a Palermo y a Nápoles, y algunas de las cuales (las más eran aquellas donde venía la infantería) corrieron hasta Africa, y estuvieron surtas en la playa, delante aquella ciudad tres o cuatro días, hasta que teniendo aviso nuestro por un bergantín que mandamos enviar para buscarles, que éramos venido aquí, vinieron asimismo, y llegaron dos días ha; de manera que toda la armada, gracias a Dios, ha aportado en salvamento.

     »En este lugar nos hemos detenido y reposado estos días, por esperar a saber dónde habían aportado las dichas naos, y que viniesen aquí, para resolvernos y dar orden en lo que se había de hacer de esta armada, y así, visto que el tiempo del verano está tan adelante, que en lo que de él queda, no se puede ya con ella hacer fruto, y haberla de sostener el invierno sería cosa de mucho gasto y sin provecho, nos habemos resuelto en deshacerla, reteniendo para acompañamiento y guarda de nuestra persona y corte, la infantería española vieja, que para servir en la empresa pasada se trujo de deste reino y del de Nápoles, y dos mil alemanes escogidos de la Alemaña, he despedido todos los demás de ella, y la infantería italiana, pagándoles aquel sueldo del tiempo que han servido y se les debe dar para volver a sus casas, se envían en los navíos, que para llevarlos bastan con los mantenimientos necesarios a desembarcarlos en la ribera de Génova, y en otros puertos de Italia que son más a propósito, así para que los italianos vayan a sus casas, como para el camino que han de llevar los alemanes para ir a las suyas, con los cuales se envían comisarios que las lleven y hagan proveer de las cosas necesarias.

     »Las naos de la dicha armada que van con esta infantería, van de aquí despedidas y pagadas de su sueldo, para que siendo desembarcada la infantería, hagan lo que bien les estuviere; las otras, que se ha ordenado pasen en Nápoles con la hacienda, caballos y gente de nuestra corte, de la que vino a nos servir de aquel reino, que aquí, ño se ha desembarcado, para que desembarcando estos, sean también despedidos.

     »Y conociendo que para la seguridad de estos reinos, y para quitar a los infieles y cosarios la oportunidad de poderse valer y dañar desde la dicha ciudad de Africa, por el sitio y disposición que para ello tienen, importa mucho haber aquella ciudad a nuestras manos, y pareciéndonos que en lo que queda de este verano se puede hacer la empresa, o a lo menos por no dejar de tentarlo, esperando que con ayuda de Nuestro Señor terná efecto, habemos ordenado que el príncipe Andrea Doria vaya a ello con las galeras que han quedado para poder servir, que las de Su Santidad son ya idas, y las que nuevamente se armaron en estos reinos, algunas tienen necesidad de reposar y repararse, y con ocho o diez naos buenas en que vaya la dicha infantería española, y alemanes que retenemos para nuestro acompañamiento, con el artillería, municiones y vituallas, y otras provisiones necesarias para la empresa, y para dejar proveída la ciudad por algún tiempo si se ganare, y dejando proveído lo que para esto se requiere, y quedando aquí el dicho príncipe con nuestros oficiales, que en estas cosas entienden, y con las personas que conviene, para ejecutar todo lo susodicho, nos partimos hoy por tierra para ir a Palermo, donde reside nuestro Consejo y Chancillería de este reino, y tenemos mandado convocar y juntar el Parlamento y estados de él, para tenerlo, y dar orden en lo que convendrá para la buena gobernación y administración de la justicia y establecimiento de ella, y entenderemos en ello con tal diligencia, que brevemente nos desembarcaremos para pasar adelante a Nápoles a hacer lo mismo en aquel reino, según tenemos escrito.

     »El dicho príncipe con la afición con que nos sirve, y con su buena diligencia y providencia, tenemos por cierto que la usará tal en esto, que ha de hacer que en pocos días se despachará y saldrá de aquí, y esperamos en Nuestro Señor, que con su ayuda la empresa terná el fin que conviene, y acabada esta, verá el tiempo y la oportunidad, de las cosas, si podrá reducir la isla de los Gelves a nuestro servicio, y a la observancia de lo que con los que se asentó y capituló en nuestro nombre por don Hugo de Moncada, y pasará a la Goleta de Túnez a ver lo que estará hecho en la fortificación y reparación de aquella fuerza, y por darle mayor reputación, y dar orden que quede como conviene, para que esté esto con toda seguridad y buen recaudo, y lo mismo hará en Bona, si el tiempo diere lugar, y discurriendo por toda la costa se volverá a Palermo, si pudiere, antes que de allí partamos a Nápoles, a darnos razón de lo que habrá hecho, y ver lo que más después se deberá hacer.

     »De Trápana, último de agosto de 1535. YO EL REY. -Por mandado de Su Majestad. -DIÁQUEZ.»

     Es el secretario Alonso de Idiázquez, de quien adelante hablaremos, que ya en este tiempo servía al Emperador en este oficio.



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- XLVIII -

Entra el Emperador en Mecina. -Entrada en Nápoles. -Muerte de Francisco Esforcia. -Malos oficios que el rey Francisco hacía al Emperador. Alzan pendones en Milán por el Emperador.

     De Trápana fué el Emperador a Monreal cazando por el camino; detúvose en Arcano, tierra de la condesa de Módica. Los tudescos quedaron alojados en Trápana. Los españoles fueron a alojar en Marzara, y allí esperaron a don González de Mendoza, hermano de Garci-Manrique, virrey que fué de la Abruza, que venía a tomarles muestra, y con él Francisco Duarte, contador y proveedor de las armadas del Emperador.

     Detúvose el Emperador en Monreal hasta doce de setiembre, que entró en Palermo, donde fué solemnemente recibido, hallándose presentes los señores de título de aquel reino, y otros muchos caballeros. Llevó el estoque don Juan de Mendoza, justicia mayor. Daban voces por las calles mujeres y niños, diciendo: «Justicia, justicia», por la mucha falta que de ella había en el reino.

     A los 20 de octubre de este año, salió el Emperador de Palermo, y vino a San Plácido, monasterio de monjes benitos blancos, donde fué aposentado, y de allí entró en Mecina, haciéndosele suntuoso recibimiento. Salió el arzobispo vestido de pontifical, y doce canónigos con doce mitras en las cabezas, el archimandrita con sus abades mitrados, y proto-papa con los clérigos griegos, y toda la demás clerecía y frailes, que hacían una larga y vistosa procesión. Hizo una gran salva el artillería y arcabucería de muchos soldados, que salieron en escuadrones. La ciudad le presentó diez mil ducados de oro, y después de haber estado en Mecina algunos días, atravesó en galeras el Faro y vino a Rijoles en Calabria, y visitando el reino de Nápoles, a 25 de noviembre entró en la ciudad tres horas antes de la noche, donde se le hizo un recibimiento digno de la grandeza de sus ciudadanos, que son de los más ricos y nobles de Europa.

     Llevaba el estoque en la entrada del César el marqués del Vasto, como camarero mayor del reino. Eran innumerables las personas eclesiásticas, clérigos y frailes, obispos y arzobispos, que pasan de ciento y veinte y cuatro los que hay en el reino, con muchos señores de título, y caballeros que le acompañaban.

     Halláronse aquí el príncipe Doria, y Antonio de Leyva, príncipe de Ascolí, como naturales del reino, el duque de Alba, el conde de Benavente, el marqués de Aguilar, el marqués de Cogolludo, con otros muchos españoles; el conde de Potencia, de la casa de Guevara, español, y todos los señores de título del reino de Nápoles, y de fuera de él. Vinieron aquí a darle el parabién de la victoria de Túnez, y a otros negocios, Pedro Luis Farnesio, hijo del Papa, y Juan Picolomino, obispo de Ostia, cardenal de Sena; y Alejandro Cesarino, título de Santa María Inviolada, cardenal diácono, legados del Papa, y Hércules de Este, duque de Ferrara, algo descontento del Papa, pero del Emperador muy favorecido. Entró con grande ostentación en Nápoles de criados y gentileshombres ricamente vestidos.

     Los legados del Papa, después de dado el parabién, trataron de la paz, entre el Emperador y rey de Francia. Monsieur de Belli, embajador del rey en la corte imperial, pedía por parte de su señor el ducado de Milán, para el duque de Orleáns. Vinieron el duque de Urbino y cuatro embajadores de Venecia, y Alejandro de Médicis, duque de Florencia, hijo del duque Lorenzo y sobrino de los pontífices León X y Clemente VII, venía con luto por la muerte de Hipólito de Médicis, cardenal de San Laurencio Indámaso, y en entrando en la corte dejó el luto. Traía una compañía de arcabuceros de a caballo, y muchos gentileshombres. El Emperador le recibió muy bien.

     Vinieron desde Roma con él don Fernando y don Juan de la Cerda, hijos de don Juan de la Cerda, duque de Medinaceli, y don Francisco de Toledo, de la casa de Alba, y otros caballeros españoles. El duque de Urbino se confederó aquí con el Emperador, y se partió a hacer gente a su estado y a la vuelta de la Morea.

     Vino también Marino de Caracioles, napolitano, a quien el Papa poco antes había dado el capelo a instancia del Emperador, de manera que la corte imperial de Nápoles estaba llena de cardenales y perlados, de señores de título y caballeros de aquel reino y otras partes, que jamás se vió con mayor grandeza Nápoles.

     Aquí llegó nueva de cómo el rey de Francia había convalecido de unas cuartanas. Casó el Emperador su hija natural, madama Margarita, con Alejandro de Médicis, duque de Florencia, como lo había tratado con el papa Clemente VII. Quisiera Felipe Stroci, mercader riquísimo, estorbar estas bodas, y los florentines de su opinión que andaban desterrados; y a los cardenales Salviati, y Rodolfo, y Stroci, ofrecía una gran suma de dinero, porque no se hiciese. Jugó el Emperador cañas, y se corrieron toros a uso de España, vestido a la morisca, con su cuadrilla, que regocijó mucho la ciudad por los días de Carnestoltas, y en saraos y banquetes fué con máscara, por entretenimiento de las damas y señoras napolitanas, que se lo suplicaron. Proveyó con atención las peticiones que le dieron con quejas de los señores y jueces, y pidiéndole mercedes.

     Estando aquí, escribió a los potentados de Alemaña, que tenía aviso que contra la paz que últimamente se había capitulado con ellos, los demás sus valedores hacían algunas fuerzas, y ocupaban los bienes de las iglesias que siendo así lo sentiría mucho, y de ninguna manera pasaría por ello.

     Estando el Emperador en Nápoles, a 24 de octubre, y, según otros, a primero de noviembre de este año de 1535, murió en Milán el duque Francisco Esforcia, ejemplo de buena y mala fortuna, en quien se acabó la sangre nobilísima de los Eforcias, que según algunas historias, descendían de Anglo, nieto de Eneas, y de Mucio Scevola, varón romano. A 4 de noviembre entró en Nápoles con la nueva Juan Bautista Gastaldo.

     Con la muerte del duque, revivieron las pasiones entre el Emperador y el rey Francisco, y nacieron otras ocasiones de nuevas guerras; porque la codicia grandísima que el rey tenía por este Estado no le dejaba vivir con quietud, pidiéndole y procurándole con las armas, habiendo renunciado ocho años antes el derecho todo que a él y al reino de Nápoles pudiese tener, como yo lo he visto en largas pieles de pergamino y letra francesa en el archivo de Simancas, con las mayores fuerzas y juramentos que en derecho se pueden hallar, y junto con esto entregó cuatro escrituras tocantes a Nápoles y Milán, que hacían en favor del derecho que la casa real de Francia pretendía tener a estos Estados, como quien de todo punto se apartaba de ellos y de su pretensión, y juró que si en otro algún tiempo hallase otros papeles, los daría al Emperador, como consta por la concordia hecha en Madrid; y con todo esto, porfiaba el rey, y porfió hasta que acabó la vida, siendo causa este tesón de infinitas muertes y que demás de las dichas, aquí se dirán, y queriendo el Pontífice, con santo celo, juntar los príncipes cristianos contra el Turco, sólo el rey de Francia no quiso entrar en esta liga, si el Emperador no le daba a Nápoles y a Milán, alzándose en su reino con la mitad de los beneficios, diciendo que los quería para cobrar a Milán, pues era muerto el duque Esforcia; y para esto se vió este año con el rey de Ingalaterra, que como sabía que estaba mal con el Emperador, quería acabar con el que le hiciese guerra, y escribió a los protestantes de Alemaña, quejándose del César, de cosas que en él no cabían, diciendo que las guerras que el Turco hacía, eran por causa del Emperador y su hermano el rey don Fernando, que se querían alzar con todo, y a los que sabía que eran católicos en Alemaña escribía que el Emperador tenía la culpa de las herejías, que si él quisiera castigar a Lutero y atajarle los pasos, no hubieran prevalecido tanto los luteranos que había en aquellas partes.

     Y a 19 de diciembre de este año, envió a Gillelmo Belayo por su embajador a los protestantes que estaban en Smalcalda, pidiéndoles que le ayudasen y se ligasen en él, sin decirles contra quién. Más los protestantes, teniendo respeto a que eran vasallos del Emperador, respondieron que de muy buena gana, con que no fuese la liga contra el César; y hizo que el rey de Ingalaterra les pidiese lo mismo, y de la misma manera respondieron a él. Finalmente, trajo los tratos que se han visto y verán con el Turco, en tan gran perjuicio de la Cristiandad. Por manera que este príncipe no dejó piedra que no moviese, no mirando a quien era; y lo que más es de ponderar y sentir, es que andaba en estos tratos Francisco cuando el Emperador aventuraba su vida y la de sus vasallos, honra y hacienda, peleando en Africa, no con otro príncipe como él, sino con cosarios y ladrones, por la defensa de la Iglesia.

     Es terrible el corazón de un rey airado, y no pudiendo ya más el rey Francisco encubrir ni disimular su pasión, comenzó a mover guerra en el Piamonte, mandando a Felipe Chabos, almirante de Francia, que entrase por las tierras del duque de Saboya, con un grueso ejército, diciendo que el rey su señor mostraría el derecho que tenía a aquel Estado, porque sabía que el Emperador había de salir luego a la defensa del duque, por el deudo y amistad que con él tenía, como fué y se dirá.

     Muerto, pues, el duque Esforcia, y enterrado con la solemnidad que merecía, el conde Maximiliano levantó en el castillo el estandarte imperial, y apellidaron: «Imperio, Imperio», y al tiempo del enarbolar el pendón, dispararon la artillería, andando en esto, y en apoderarse del pueblo, tan valeroso como siempre, Antonio de Leyva.

     Tuvo cartas el Emperador de la Emperatriz, diciéndole cómo a 25 de diciembre de este año, en la villa de Madrid, murió el príncipe de Piamonte, primogénito de Saboya.



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- XLIX -

Fin de Abrahim, gran privado del Turco, que fué el que suele haber en las privanzas de esta vida. -Animo cristiano y celo católico del rey Francisco. -Murió el marqués de Denia don Bernardo; sucede en el servicio de la reina, don Luis.

     Por lo que la Cristiandad debe a Abrahim Basa, grandísimo privado del Gran Turco Solimán, diré aquí su fin, que es el que ordinariamente tienen los más allegados a los reyes, cuando en ellos no hay la prudencia y moderación debida. Valía tanto Abrahim con Solimán, que de ninguna manera se hacía más de lo que él quería. Era Abrahim, de nacimiento, cristiano, natural de Albania, de un lugarejo que se llamaba Parga, y renegado, si bien se tenía por cierto, que en lo secreto servía como podía a Jesucristo, y deseaba y procuraba el bien de los cristianos, y hacía esto con tanta afición que se le echaba bien de ver; que no es posible encubrirse la voluntad más que el oro, y sus enemigos le llamaban turco fingido y cristiano disimulado.

     De la merced grande que el Turco le hacía, por ser prudentísimo Abrahim, conoció el peligro de su vida, o a lo menos la caída que podía temer, y así suplicó al Turco que no le diese tanto favor, que temía le había de costar la vida o una gran desventura. El Turco juró solemnemente que él no se la quitaría mientras viviese; con este seguro de su vida se quietó mucho Abrahim.

     Este Abrahim, con la fama que había de los hechos del Emperador, y la defensa que hacía a la Cristiandad, era grande aficionado suyo, y favorecía y autorizaba sus hechos entre los turcos en gran manera, y se dijo que le escribía y daba avisos de importancia. Sucedió que el Turco estaba indiferente este año sobre si haría jornada contra Tammas, gran Sofi, rey de Persia o contra cristianos.

     Tenía el Turco una mujer hermosísima, llamada Roxolana, a la cual amaba, y hubo hijos de ella. Esta y su madre eran enemigas por extremo de cristianos, y de Abrahim sobremanera. Persuadían al Turco con muchas razones, que hiciese su jornada contra cristianos, pues era obra meritoria y acepta a Mahoma, segura y honrosa, más que ir contra los persas, que al fin eran turcos y de una ley como ellos. Al contrario, Abrahim persuadía al Turco que dejase a los cristianos y fuese contra el persa. Pudieron tanto sus razones, por el favor grande que el Turco le hacía, que valió su parecer. El Turco caminó contra el Sofi, y fuéle tan mal en la jornada, que volvió roto y deshecho, con pérdida de la gente que llevó.

     Con esta ocasión acudieron la suegra y mujer del Turco, y otros enemigos de Abrahim, y cargaron tanto la mano contra él, que el Turco se persuadió que Abrahim no le servía limpiamente, y determinó de matarle. Estaba de por medio la palabra que dije le había dado, que no le mataría mientras viviese; para esto, disimulando algunos días, le llamó, como que quería comunicar con él negocios de importancia; quedóse solo en la cámara y nunca más pareció.

     Dice Laurencio Surio, monje cartujo, varón doctísimo, que el gran Turco le trató asperisímamente de palabra, y que aunque Abrahim se le echó a los pies con muchas lágrimas y humildad, no pudo desenojarle, y en la noche siguiente, a 16 de marzo de este año de 1535, estando el triste Abrabim durmiendo, vencido de la melancolía, como es ordinario, sobre un estrado, entró un verdugo y con un alfanje le corté la cabeza. Las afrentas que le hicieron después de muerto, y cómo le confiscaron los bienes, dejando sólo el dote de su desdichada mujer, fueron notables, y hubo de ellas que decir en el mundo. Tal fué el fin de un hombre a quien tanto levantó fortuna, y tal es la firmeza que tienen las privanzas y aún las coronas de la tierra. Sola aquella es firme, que se afirma en Dios; y donde más contento, seguridad y descanso, donde hay menos desta vanagloria.

     Así decía el famoso Angelo Policiano en cinco versos que se habían de escribir con letras de oro, y saberlos como regla segura desta vida los príncipes del suelo:

                                  Faelix ille animi, divisque simillimus ipsis,
Quem non mendaci respiendens gloria suco
Solicitat non fasto si mala gaudia luxus:
Sed tacitos finit ire dies, et paupere cultu
Exigit innocuae tranquilla silentia vitae.

     De donde los tomó aquel que, preso, por sí decía:

                                  Aquí la envidia y mentira
Me tuvieron encerrado;
Dichoso el feliz estado
Del sabio que se retira
De aqueste mundo malvado.
   Y con pobre mesa y casa
En el campo deleitoso,
A solas la vida pasa,
Con sólo Dios se compasa,
Ni envidiado ni envidioso.

     Y el desdichado príncipe Sultán Corcut, perseguido de su hermano el Gran Turco Selim, se escondió por los montes, y fatigado de la hambre, se fué a la cabaña de un pastor, y el mal villano lo descubrió, y fué preso, y el cruel hermano sin quererlo ver lo mandó matar; y el triste príncipe, sabiendo su muerte, hizo estos versos en su lengua arábiga, quejándose de su hermano, que en la nuestra son:

                                  Impía, cruel, nefanda y mala suerte
Fortuna para mi terrible y dura,
¿En qué, di, te ofendí, que tanto fuerte
Cambiaste mi bonanza en amargura?
¿Y en este duro trago de la muerte
Muestras tu fiereza en mi figura,
Y haces de mi vida anatomía
Mostrando tu poder en este día?
   Quisiera Alá, que yo nunca naciera,
O ya que ya nací, que me criara
En un estado bajo, sin manera,
Sin ser, y sin valor que me ilustrara:
Que si esto el triste hado concediera, Aquesta cruel dadino se arraigara
En el pecho malvado de mi hermano
Pérfido, alevoso, cruel, tirano.

     Acuérdome haber leído un epitafio y letra castellana antigua, en que con estilo elegante y lleno representaba la vida quieta, dichosa y descansada que el que allí yacía había pasado, libre de las ondas de este mundo, libre de sus alturas y grandezas, contento con la vida de una aldea. La redondilla de la sepultura, era:

                                  Aquí yaz Juan labrador,
Que por jamás al rey vido,
A nadie envidió ni ha sido
Testigo, reo, ni actor.
Mozo y con su igual casó,
Hijos y nietos gozó,
Sin deuda, un sustento asaz,
Con su mujer vivió en paz,
Y cual cristiano murió.

     En este año de 1535 se juntaron y visitaron en la ciudad de Cambray, las dos hermanas Leonor, reina de Francia, y doña María, reina viuda de Hungría, gobernadora de Flandes, ambas hermanas del Emperador. No se publicó el fin de la junta, más entendióse que era para tratar la paz y amor de los príncipes que a ambas tanto tocaban.

     Por el mes de enero de este año sucedió una cosa en París, que por haber mostrado en ella el rey Francisco ser verdaderamente cristianísimo, me pareció deber ponerla en esta historia, pues él tiene tanta parte en ella. Fué, pues, el caso, que en el palacio real y en otras casas principales de la ciudad de París y en lugares del reino se fijaron unos escritos de las herejías de Zuinglio, en las cuales con palabras afrentosas y desvergonzadas, como las usan los herejes, hablaron mal del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Movió este hecho grandemente el ánimo cristiano del rey y mandó luego que se hiciese una procesión pública, llevando el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, con grandísima solemnidad, por las calles de París, en la cual procesión fueron el rey, a pie y descubierta la cabeza, con una hacha encendida en las manos, y junto a él la reina Leonor, con los príncipes y grandes de la corte, todos con muestras de devoción; y después de hecha se predicó un sermón dotísimo y elegante, en detestación y aborrecimiento de la herejía, y exhortando al pueblo a la fe católica y amenazando de parte del rey a los que no la tuviesen; diciendo el mismo rey que si sintiese que su brazo derecho estaba tocado de semejante peste, él mismo se le cortaría.

     Y luego otro día se hizo inquisición de los herejes que en la dicha ciudad había, y la misma mandó hacer por todo el reino, y se prendieron y hizo castigar infinitos de ellos, atándolos en una machina que los levantaba en el aire, y debajo se encendían grandes fuegos, y dejábanlos caer en ellos, y en tostándose un poco, volvíanlos a levantar, hasta que, finalmente el verdugo les cortaba la soga y caían dentro en el fuego, donde se volvían ceniza.

     Fué cierto el rey Francisco entre otras muchas virtudes y valor grande que tuvo, celoso de la religión cristiana y de no consentir herejías en su reino, lo cual le fuera fácil, aunque el reino es grandísimo, si las guerras que trabó con el Emperador no le estorbaran y fueran ocasión de los grandes males que padeció la Cristiandad y aún hoy día padece aquel reino que tan católico fué siempre y tantos santos tiene en el cielo.

     En este año de 1535, murió el marqués de Denia, don Bernardo de Sandoval, que, como dije, año 1518, recibió el título de gobernador y mayordomo mayor de la casa y persona de la reina doña Juana; y luego la Emperatriz, que gobernaba estos reinos, dió los mismos títulos, cargo y preeminencias que don Bernardo tenía a su hijo el marqués don Luis, mandando en esta carta lo mismo que en las de don Bernardo estaba mandado, en Madrid a 15 de mayo de 1535.

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