Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Año 1540

ArribaAbajo

- XVII -

Llega el Emperador a Castellerao. -Peligro en que se vio de ser ahogado con fuego y humo.

     En el mes de enero del año 1540 llegó el Emperador a Castellerao, donde le esperaban el rey y la reina Leonor, de los cuales fue recibido con grandísima pompa.

     De ahí entraron en Amboisa, siendo ya noche, y había en el castillo, que está puesto en un collado, tantas luces de hachas y teas, que parecía mediodía. Tiene esta fortaleza dos muy hermosas y fortísimas torres, en las cuales se hizo el aposento para el Emperador.

     En la una de ellas, después de recogido a dormir, uno con malicia, o sin mirar lo que hacía, pegó fuego con una de aquellas hachas a un tapiz. Fuéronse encendiendo los paños, y el humo era tanto, que el Emperador y otros de su servicio se hubieran de ahogar. Mandó el rey hacer pesquisa y prendieron los que se hallaron culpados, y mandábalos el rey ahorcar, mas el Emperador rogó por ellos, y fueron perdonados.

     Acompañaron los reyes al Emperador hasta Amboisa, Blois y Orleáns. En esta ciudad se detuvieron algunos días, y dicen que se trató de detener al Emperador, y que hubo pareceres que se hiciese, y que una señora, madama de Estampes, que valía mucho con el rey, era de parecer que le detuviesen hasta sacarle a Milán pero que el condestable Montmoransi lo contradijo pareciéndole que sería un hecho muy feo, indigno del rey de Francia.

     Después del incendio de Amboisa comenzó el Emperador a dudar de la fe del rey, y así procuraba valerse de la duquesa de Estampes por la mano que tenía con el rey de Francia, y esta señora, con mucha gracia y discreción, daba gusto al Emperador, que estaba triste y melancólico.

     Sucedió, pues, que una tarde el Emperador estaba a la lumbre, y la duquesa con él, procurándole alegrar, porque la mujer era por extremo discreta, y el Emperador gustaba de oírle sus buenas razones. Tenía el Emperador en el dedo un rico anillo con un diamante de gran precio; sacóle del dedo y trayéndole entre ellos (como suele hacer un hombre pensativo) cayósele de las manos; la duquesa se bajó por él, y con la cortesía debida dábale al Emperador. El Emperador, sonriéndose, díjole: «Ese es vuestro, duquesa, porque siempre fue costumbre de los reyes y emperadores que lo que se les cae de las manos no lo vuelvan a ellas.» Y como la duquesa, llena de vergüenza, dijese que ella no merecía joya tan preciosa, el Emperador mandó que la guardase en memoria de aquella jornada que él había hecho por aquella tierra, y de lo que entre los dos se había hablado en Orleáns. La duquesa, dando muchas gracias, prometió que siempre se acordaría de tan señalada merced, favor y honra como de Su Majestad había recibido.

     Valió tanto el anillo, y la duquesa de Estampes quedó tan obligada con él, que con lo mucho que ella podía con el rey de Francia, alcanzó que no se tratase de detener al Emperador.

     Otros dicen que en un sarao dijo esta señora al Emperador: «Monsieur, mira que te quieren prender.»

     También el condestable Montmoransi fue gran parte para lo mismo, y le costó (según juicio de algunos) caro, como veremos adelante.

     Resuelto el rey de Francia en hacer todo el buen hospedaje que pudiese al Emperador, adelantóse de Orleáns para hacerle recibir solemnísimamente en todos los lugares.

     De Orleáns fue el Emperador a Fonteneblao, donde había el rey edificado un insigne palacio, y tenía en él mucha caza de fieras y volatería. Detúvose el Emperador aquí algunos días con los grandes que con él iban, y de allí llegó a París.



ArribaAbajo

- XVIII -

Solemne recibimiento que el rey de Francia hizo al Emperador en París, mostrando en él la grandeza de su ánimo y generoso corazón. -El condestable de Francia hace fiestas al Emperador en su casa. -Entra el Emperador en Valencianes con los príncipes de Francia.

     El recibimiento que el rey mandó hacer al Emperador en esta ciudad fue tan grande, que es razón se diga con alguna particularidad, porque en él quiso el rey mostrar la grandeza de su ánimo y reino y buena voluntad. Díjose por cierto que al proprio rey, la primera vez que entró en París a se coronar no se había hecho tal, sólo faltó que el Emperador, por su modestia, no quiso entrar en caballo blanco.

     Salió la clerecía en procesión media legua de la ciudad, y eran tantos, que de solos frailes había seiscientos franciscos, cuatrocientos dominicos, trecientos agustinos y otros de otras religiones, que eran estudiantes.

     Venían casi docientas mil personas, con docientos arcabuceros a caballo, vestidos de librea de la ciudad, trecientos archeros, docientos ballesteros de la misma librea con recamos de plata; todos los oficiales comunes, vestidos de escarlata; veinte y cuatro regidores, vestidos de morado con forros de varias pieles, cien mancebos ciudadanos de los más nobles en muy hermosos caballos, vestidos de terciopelo con guarniciones de oro, todos de una manera, con doce banderas ricas de la ciudad. Luego docientos y cincuenta oficiales de la corte a caballo con ropas largas.

     Detrás iba el preboste de París, acompañado de los abogados, y del Consejo y procuradores del crimen. Luego venía el Parlamento con doce virreyes en mulas, y vestidos de grana. Los presidentes, con capuces de lo mismo, aforrados en armiños, acompañados de los consejos eclesiástico y seglar. Los cuatro generales de los confines de Francia; los señores de la Cámara de las cuentas de Francia, con otra mucha nobleza y oficiales del reino. Venían después los oficiales de la Chancillería, y sobre una hacanea traían el sello real ricamente aderezados de seda y oro, y allí junto el gran chanciller de Francia vestido con los del Parlamento. Seguíase luego el Consejo real con muchos arcabuceros y piqueros, con dos prebostes del Consejo del rey. Luego la guarda ordinaria de suizos con docientos gentileshombres y dos capitanes, y los caballeros de la orden del rey, soberbiamente vestidos.

     Luego iban el duque de Alba, monsieur de San Paulo y Granvela, después de dos cardenales, Tornón y Borbón; cerca de ellos iba el César en medio de los dos hijos del rey, el uno vestido de tela de oro, el otro de plata. Detrás de ellos otros seis cardenales y el duque de Vandoma, y el de Lorena, y otros señores, y cuatrocientos archeros de la guarda del rey con su librea.

     El rey estaba a una ventana, y el cardenal Farnesio y la reina a otra; con ella, madama Margarita, hija del rey, con otras muchas damas. Hízose una gran salva de artillería. Fue recibido a la puerta de San Dionís debajo del palio de brocado labrado de águilas.

     Había muchos arcos triunfales, y tanta gente, que dijo el Emperador que serían seiscientas mil personas. Fueron de esta manera hasta la iglesia mayor, y de allí a palacio, donde cenaron juntos los reyes, y con ellos el cardenal Farnesio y Margarita, hija del rey.

     El día siguiente visitó el Emperador las santas reliquias de la Capilla Santa, donde oyó misa. Vio la corona de espinas y un pedazo de la cruz con gran devoción.

     Estuvo siete días en París, haciéndole las fiestas y regalos posibles, sin querer el rey Cristianísimo hacer el oficio de rey, porque todo lo dejó al Emperador para que hiciese como si fuera rey de Francia.

     Fue bien notado ver tan solo y triste y humildemente vestido al Emperador, porque no llevaba más que un sayo de paño negro y una caperuza de luto. Pero mayor admiración ponía ver juntos y en tanta concordia los dos émulos, que tantos años y con tanta porfía y sangre derramada habían competido, teniendo al mundo alterado, y en balanza y términos de perderse. Espantábanse unos de la confianza y seguridad con que el Emperador se había metido por las puertas de su enemigo, y otros encarecían la grandeza y ánimo leal y generoso del rey Francisco, que así guardaba su palabra, a quien tanto había deseado destruir.

     Quedó la Cristiandad llena de grandes esperanzas que se prometía (si bien presto se helaron y perecieron) que de estas vistas había de resultar una perpetua paz y quietud a la república; ya se prometían los hombres unos siglos dorados.

     Los franceses tenían creído que, pues el Emperador con ánimo tan seguro se había metido en su reino, que no dejaría de dar al rey lo que tanto deseaba, que era el Estado de Milán, siquiera en agradecimiento de la buena acogida que allí se le había hecho. Confirmaban sus esperanzas con que ya sabían que habían enviado los dos príncipes sus embajadores a Venecia (como diré) para tratar con el Senado de una buena liga contra el Turco.

     Después de los siete días que el Emperador estuvo en París llevó el condestable Montmoransi al Emperador a una casa de recreación que tenía, que se llama Gentilli, donde le hizo las fiestas posibles. No se trató de negocios en todo este camino, y si bien el condestable lo apuntó algunas veces, el Emperador lo desvió, diciendo que no era aquél tiempo ni lugar acomodado, hasta que él se viese en su propria tierra, y quería, demás de esto, que se hallase presente su hermano el rey don Hernando, y aun al rey le pareció lo mesmo.

     Fueron acompañando al Emperador el rey hasta San Quintín, y los hijos hasta Valencianes, donde entró a 21 de enero año 1540. En Valencianes estuvieron algunos días los hijos del rey y el condestable, y otros grandes caballeros de Francia a los cuales todos la reina María regaló con grandísima ostentación de su mucho valor y ánimo.

     No entró el Emperador en alguna ciudad de Francia donde no saliesen todos en la forma que salen a recibir a su rey: el regimiento y nobleza, con el palio, y colgando por las calles los mejores paños que tenían, y le daban las llaves, y besaban la mano, gastando francamente con él y con los que le acompañaban.

     En Valencianes se despidieron del Emperador los príncipes de Francia.



ArribaAbajo

- XIX -

Año 1540 entra el Emperador en Gante. -Conoce de la culpa, y castigo que hizo. -En qué manera fueron castigados los de Gante. -Resúmense los monjes en la iglesia mayor de Gante. -Duque de Cleves parte descontento de Gante.

    Mandó luego el Emperador ir a Gante una compañía de infantes tudescos, y tomando consigo los caballos flamencos que le estaban esperando en forma de ejército, caminó para Gante. Los de la ciudad, como supieron que venía tan bien acompañado, y que ellos estaban más llenos de miedo que de armas, entendieron bien que sus demasías no quedarían sin castigo. Por disimular mejor su culpa, determinaron de recibirle de paz, pues no tenían fuerzas para resistirle, y ordenaron un recibimiento más triste que alegre.

     Llegó a Flandres el rey don Fernando con doce mil alemanes, con los cuales, acompañándole la reina María y casi toda la nobleza de aquellos Países Bajos, con mil y quinientos caballos entró en Gante a 24 de hebrero del año 1540. Luego mandó poner guardas a todas las puertas de la ciudad, y tomar las torres, y muros y puertas, porque no saliese alguno.

     Hízose llamamiento de todas las ciudades, Consejos y Chancillerías. Salió el fiscal del Consejo Supremo a la causa, acusando criminalmente a los de Gante, acumulando contra ellos todos los delitos que habían cometido, refiriendo sumariamente las peticiones descorteses, si bien humildes, que habían dado a la reina María y respondiendo a ellas, particularmente a los privilegios de que Gante se quería favorecer. Salió también el procurador de la ciudad respondiendo por ellos.

     Hecho y sustanciado el proceso, el Emperador, con los de su Consejo, dieron y pronunciaron una rigurosa sentencia último de abril deste año, y el Emperador en particular sentenció a cada uno de los alterados, y se deshizo la fortificación que habían hecho, y con los despojos de ella mandó el Emperador edificar una fortaleza en el sitio donde estaba un suntuoso monasterio de monjes de San Benito, que se decía San Baubón, y las primeras piedras de los cimientos de esta fuerza se pusieron a 12 de mayo del dicho año 1540; con tanta priesa hacía el Emperador sus cosas. Privó de oficios a todos los oficiales de Gante, justicia y regidores; dio por nulos los privilegios que los condes pasados les habían concedido; quitóles las juntas, cofradías, romerías, oficiales o cabezas de ellas, que eran como capitanes de cada oficio, porque no tuviesen ocasión de hacer juntas y, conventículos; dióles otras nuevas leyes, nuevo Gobierno, y la forma en que habían de jurar a los condes de Flandres, y los condes les habían de hacer el juramento, de manera que les ordenó una nueva república. Justiciaron veinte y seis de los más culpados, y a otros condenaron en dineros, destierros y otras penas.

     Notificáronles las sentencias a los reos, estando desnudos con solas unas túnicas de lienzo hasta los pies, sin llevar sobre sí otra ropa, que fue un espectáculo lastimoso. A algunos dieron en pena que fuesen largas romerías, donde acabaron las vidas. Otros, descalzos, con ropas largas de lienzo y sogas al cuello, se echaron a los pies del Emperador; otros huyeron y acabaron las vidas sin patria, sin hacienda y sin honra, que tales frutos da la desobediencia.

     A los monjes de San Benito, que estaban en el monasterio de San Baubón, donde se edificó la fortaleza, trasladaron a la iglesia mayor de Gante, y se resumieron en canónigos, y al abad se le dio título de arcediano, dándoles a todos, de las rentas de la abadía, sus cóngruas raciones en la manera que los canónigos la tenían, haciéndose esto con autoridad del Pontífice. Y esta dignidad o arcedianato, es la más rica y principal prebenda de toda Flandres, y de ordinario se aplica y da al obispo de la misma iglesia. La fortaleza que agora se hizo, en el año de mil y quinientos y setenta y seis, se desbarató por otro levantamiento que hubo en Gante y, allanados, se volvió a reedificar, año de 1585, mucho más fuerte. Edificóse ambas veces esta fortaleza, con harto sentimiento de los de Gante, porque a una ciudad libre no hay cosa más pesada que un castillo a cuestas, testigo de su infidelidad.

     Estaba en la corte del Emperador el duque de Cleves con salvoconduto. Tratóse de concordia con él por la competencia que había sobre el ducado de Güeldres. Importaba mucho hacer algún buen asiento por quitar al rey de Francia que no tuviese dónde sacar infantería, como solía hacer; pero no hubo orden de concordarse, porque pedía por mujer a Christierna, sobrina del Emperador, hija del rey de Dinamarca, y viuda de Francisco Esforcia, duque de Milán. Demás de esto, pedía cosas tan demasiadas, que no se le podían conceder, y así se hubo de salir de la corte en la mesma desgracia que antes estaba.

     El rey de Ingalaterra quisiera también volver a la amistad del Emperador; pero no hubo lugar de oír sus ofrecimientos, por el mal ejemplo que había dado, y por los delitos tan grandes que contra la Majestad Cesárea había cometido, y fuera mucha mengua admitir su amistad sin haber hecho entera satisfación, si bien adelante veremos cómo hubo ocasión tan apretante, que se olvidaron estos buenos respetos.



ArribaAbajo

- XX -

Piden los príncipes cristianos que los venecianos no se aliasen con el Turco, sino que se armen todos contra él.

     Estando el Emperador en Francia, fueron a Venecia por su parte el marqués del Vasto, y por parte del rey de Francia, Annibaldo, gobernador y capitán general del Piamonte, para tratar con el Senado que de ninguna manera se concertasen con el Turco, ni tratasen de paces con él, sino que se confederasen todos y le hiciesen cruda guerra.

     Deseaba el Emperador grandemente hacer esta guerra, y tenía para ella, en las islas y mares de Flandres, muchos navíos ancorados para esta jornada.

     Tuvo el Turco aviso de estos tratos, y dicen que se alteró tanto, que si Antonio Rincón, español fugitivo, que servía allí de embajador del rey de Francia, no le huyera la cara, le costara la vida. Mas presto se desengañó el enemigo, y se aseguró de la amistad del rey, porque si bien en lo público hizo la embajada que dijo Annibaldo, de secreto, por el embajador antiguo que en Venecia estaba, trataba lo contrario para que se hiciesen paces con Solimán. Y siguiendo los venecianos su consejo, y dejando al Emperador, hicieron una paz nada honrosa con el Turco.

     Es cierto que los venecianos no vinieron en la liga que se pedía, por fiar poco de la firmeza y amistad entre el Emperador y rey, y viéronlo al ojo, por lo que los embajadores franceses trataban, como he dicho.

     El Turco fue avisado de todo, y así cuando llegó a su corte el embajador veneciano, viendo que el Senado pedía su amistad forzado, lo recibió muy mal, y les concedió la amistad con las condiciones que él quiso, y el Emperador, cuando lo supo en Flandres, mandó despedir y desarmar los navíos que tenía aprestados.



ArribaAbajo

- XXI -

Resolución del Emperador sobre la demanda del rey. -Altera y túrbase el rey. -Enfádase el cardenal Farnesio porque el Emperador echa Dieta sobre las cosas de la fe. -Témense nuevas guerras.

     Estaban en Gante por parte del rey de Francia, instando en la demanda de Milán y en los demás tratos de la paz que el rey quería muy en su favor, el condestable Montmoransi y el cardenal de Lorena; concluyendo el Emperador con ellos, les dijo:

     -Ninguna cosa yo en esta vida tanto deseo ni quiero como la paz y quietud del mundo, y porque esto sea firme y verdadero, yo soy contento de conceder al rey más de lo que nunca él pensó pedir, ni yo tampoco imaginé darle.

     «De dos hijas que tengo, yo quiero dar al duque de Orleáns la mayor, y darle con ella en dote los Estados de Flandres, con título y nombre de rey. De esta manera tendrá el señor rey Francisco dos hijos, entrambos reyes, y tan vecinos y comarcanos, que se podrán cada día ver y comunicar como verdaderos y buenos hermanos. Y como quiera que todos somos mortales, ya podrá ser (lo que Dios no permita) que muera el delfín, su hijo mayor, y que falte también el príncipe don Felipe, mi hijo, y entonces vendrán el duque de Orleáns y mi hija a ser los mayores señores del mundo, pues serán reyes de España y Francia y Flandres, y de los demás mis reinos y señoríos; de manera que se puede decir que doy en dote un reino muy principal, que es el de Flandres, y una muy ancha esperanza, y no imposible, de venir a conseguir otros muchos mayores. En lo que toca al Estado de Milán, no se trate de pedírmelo, porque en alguna manera entiendo darle a nadie; porque dar a Milán no sería otra cosa sino descabezar todos mis Estados. No le pese al rey, ni a quien bien le quiere, de que yo tenga en mi poder a Milán, que no la tomé a nadie por fuerza, sino antes la hube por buena y legitima sucesión, y la poseo como cosa propria del Imperio. Quitadme a Milán, y quitaréisme el paso para tomar mis tierras de Flandres, España, Italia y Sicilia y para visitar los Estados de Alemaña. Esto es lo que tengo que deciros, y si esto no os contenta, no hay para qué se trate más de este negocio.

     Enviaron luego el cardenal y el condestable al rey el aviso de lo que el Emperador decía. Fue grandísima (según se dijo) la alteración que el rey sintió, y como quien hace escarnio y disimula su pasión, dijo:

     -Téngoselo en merced al Emperador, por cierto, y agradézcole mucho que me quiera tanto que haga por mí más de lo que yo nunca supe desear. No quiera Dios que yo sea tan descomedido que le quiera quitar sus bienes, y lo que de sus padres heredó; buen provecho le hagan los Estados de Flandres, que son suyos, que yo no quiero ni deseo quitárselos. Y pues ni quiere darme a Milán, que tan conocidamente es mía, ni vendérmela cuando más no sea, no curemos de tratar ya más de paz.

     Andaban con tanto secreto estos negocios, que con estar en Gante días había el cardenal Farnesio no a otra cosa sino a dar calor a la paz, jamás se comunicó con él cosa alguna, ni la entendió, de que no poco se corrió el cardenal. Y como por vías ocultas viniese a saber lo que allá en secreto se trataba, solía decir a Granvela por vía de donaire: «¿Cómo va de negocios, señor Granvela? Bien me parece lo que Su Majestad propone y lo que los franceses dicen.» Con esto, Granvela no sabía qué se decir, viendo que el cardenal sabía lo que él pensaba que nadie lo entendía.

     Después, como el Emperador publicó dieta para Wormes, para tratar en ella del negocio de la religión, enfadóse Farnesio de veras, pareciéndole que se perdía el respeto a la Sede Apostólica, querer entremeterse el Emperador en disputar los negocios de la fe, cuyo conocimiento pertenece al Sumo Pontífice. Y tan grande fue la indignación que de esto sintió, que sin despedirse del Emperador se salió de la corte, dejando en ella por legado al cardenal Marcelo Cervino, su familiar, que después fue papa Marcelo II, año 1555.

Con la partida de Farnesio y con la desabrida respuesta del rey de Francia, se vio luego que los corazones de los príncipes quedaban harto desconformes, y que necesariamente se había de romper presto una guerra más cruel que alguna de las pasadas. Lo cual se confirmó más después que se supo cuán mal se había negociado la paz en Venecia a que fueron, como dije, el marqués del Vasto y Claudio Annibaldo.



ArribaAbajo

- XXII -

Condena el Emperador a Reinero de Bredorada, porque se quiso alzar con Holanda. -Atrevida demanda de los protestantes en Gante. -Visita el Emperador a Holanda y Zelanda.

     Estuvo el Emperador tres meses en Gante asistiendo a la administración de la justicia y acudiendo a los Consejos, como si fuera un consejero o presidente de ellos. Condenó, en perdimiento de la vida y de los bienes, a Reinero, señor de Bredorada, por haber servido en las guerras pasadas al rey de Francia y haber intentado de levantarse con Holanda y Zelanda, llamándose conde destas islas, pretendiendo ser suyas por ser descendiente de los que antiguamente lo fueron; mas, domados los de Gante (entre los cuales fue este caballero condenado), moderó el Emperador la sentencia, y estando de rodillas más de una hora ante el Emperador y Senado o Parlamento de Flandres, y el presidente de Holanda y principales señores de los Estados, el Emperador le mandó levantar y sentar, y le habló y otorgó la vida, y poco tiempo después, intercediendo por él todos los grandes de Flandres, jurando de no seguir más al rey de Francia, ni ayudar ni ser con Roberto de la Marca, el Emperador le mandó restituir sus bienes.

     También acudieron aquí a Gante los protestantes, con el atrevimiento y desenvoltura ordinaria. El Emperador no les quiso dar audiencia y mandóles decir por Cornelio Sceppero, que el Emperador ni los aseguraba con la paz, ni los amenazaba con guerra. Que pedían una libertad absoluta en la religión, y que con rodeos y malicia huían de sujetarse a la determinación de la Cámara imperial, y asimesmo al Concilio de los católicos, antes parecía que con disimulación y cautela querían que el Emperador y todo el Imperio siguiesen sus opiniones. Que pensaba tener dieta en Wormes, que acudiesen allí y se vería lo que debían hacer y guardar.

     Y a 13 de mayo, el rey don Fernando volvió para Austria, porque las cosas de Hungría andaban con mucho peligro.

     Partió el Emperador de Gante y fue a Bruselas, y de ahí a visitar las islas de Holanda y Zelanda, y habiendo estado en las villas y ciudades principales, donde fue con grandes fiestas recibido y servido, acompañándole los doce mil alemanes que metió en Gante, volvió a Bruselas.

     Pasó el Emperador en Flandres todo este año sin guerras, oyendo embajadas de diversas partes, particularmente de los protestantes, que con mucha osadía escribían y hablaban, y aunque algunas veces decían bien de la religión católica romana y potestad del Papa, era fingida y falsamente, como después pareció, que es condición de herejes y por eso los llama la Iglesia raposas.

     El rey de Francia ya andaba maquinando malos contra el Emperador y mordiéndose (como dicen) las manos por haberlo dejado salir de su reino hasta que le entregara a Milán.





ArribaAbajo

- XXIII -

Veda el Emperador los libros herejes. -Tenían por novedad molestar los herejes la prohibición de libros. -Lo que sentía el Emperador de los herejes.

     Estando el Emperador en Gante, era molestado con embajadas y atrevidas demandas de los herejes, y no había cosa que más lejos estuviese del pecho católico de este gran príncipe, que hacer lo que éstos pedían; así volvió el duque de Julies y Güeldres, o Cleves, muy descontento, y los demás protestantes luteranos. Y para acabarlos de desengañar, mandó promulgar un edito imperial en todos los Estados bajos de Alemaña, que ninguno fuese osado, so pena de la vida, de tener, ni usar, ni leer libros de los herejes, así de Lutero como de otros cualesquier secuaces de las nuevas doctrinas.

     Sintieron gravemente esto los innovadores y los que a ellos se iban llegando, pareciéndoles novedad, y que era demasiada violencia quitarles que libremente leyesen cualesquier libros y escrituras, como si fuera nuevo en la Iglesia y entre los católicos mandarse esto, sino que ha más de mil años en el Concilio Niceno se mandó no sólo quemar los libros de Arrio y sus secuaces, mas el cristianísimo Emperador Constantino puso pena de muerte contra los que los ocultasen y no los quemasen luego, y el apóstol San Pablo, escribiendo a Tito, dice que después de una y dos veces amonestado el hereje, que se guarden de él y de comunicarle; porque sus palabras enconan y cunden más que el cáncer. Son astutos los herejes, cavilosos y falsos; tienen, finalmente, la astucia de la raposa y no todos saben discernir y juzgar entre lo verdadero y falso, y por esto es peligrosa la lectura del libro que no es católico.

     Así, dice Ireneo, autor santo y del tiempo de los Apóstoles, que ni aun hablar con los herejes no es seguro; que adulteran y depravan la verdad. Y no sé si había leído esta doctrina el católico Emperador, porque estando en el monasterio de Yuste retirado, dijo a unos padres, tratando de los herejes, que cuando se vio en Alemaña apretado de ellos y el lantzgrave con tan poderoso ejército, le ofrecieron que si los oía, que le servirían con todo aquel campo, hasta ponerse con él sobre Constantinopla, y el Emperador no quiso, porque sabía de ellos que cuanto trataban eran cautelas y que no había cosa más lejos de ellos que quererse sujetar a la verdad que tiene la Iglesia católica.

     También Gelasio, Pontífice Sumo y santo, que ha más de mil años que pasó, condenó los libros de los herejes y prohibió el tratar con ellos. De suerte que lo que el Emperador hacía era lo que los santos desde el tiempo de los Apóstoles habían hecho y usado.



ArribaAbajo

- XXIV -

Milagro del Santísimo Sacramento en Madrid. -Incendio notable en Madrid. -Año enfermo en Castilla.

     Pues escribimos los hechos de los hombres, será bien que digamos algo de las maravillas de Dios, para consuelo nuestro, confirmación de nuestra fe y confusión grande de los enemigos de ella. Es cierto lo que digo, como se vio en Castilla, y el príncipe don Felipe, que la gobernaba, lo escribió a muchos; fue, pues, el caso:

     El Jueves Santo de la cena del Señor, en la villa de Madrid, estando allí la corte, un caballero mancebo, natural de este lugar, que se llamaba don Francisco Ramírez, se llegó al altar para recibir el Santísimo Sacramento. Dábale un sacerdote asqueroso en la cara y manos, con opinión de que eran bubas, porque tenía el rostro abuhado y lleno de postillas y con las señales que causa este mal. Hubo el don Francisco asco de recibir de su mano el Santísimo Sacramento y pasóse a comulgar en otro altar, y a la hora se sintió mal dispuesto y se fue a casa de su madre, la cual, como le vio, le dijo: «¿Qué es esto, hijo? ¿Cómo venís así que parecéis en la cara a Párraga el cura?» (que así se llamaba aquel sacerdote).

     Tomó don Francisco Ramírez un espejo y rniróse; vióse con aquellas bubas y postillas que él había visto en Párraga. Espantóse tanto, que luego le sobrevino una calentura, y dentro de ocho días murió.

     Díjose que antes que muriese llamó al dicho Párraga y se confesó con él, y recibió de su mano el Sacramento, y acabó con grandísima devoción su vida.

     Sucedió asimesmo otro caso notable en Madrid este mesmo año. Había edificado una muy buena casa el licenciado Francisco Vargas, persona muy señalada y del Consejo Real, que ya le he nombrado; demás de ser la casa nueva, grande y hermosa, era casi toda de cantería. Posaba en ella el cardenal de Sevilla, don fray García de Loaisa, confesor que había sido del Emperador y fraile dominico, y una noche, en el mes de setiembre, se pegó una candela a una estera de pared, y luego se levantó un incendio tan grande y furioso, que parecía fuego del infierno, y dentro de un breve espacio ardía la casa por todas partes con tanta furia, que si al cardenal no le guindaran por unas ventanas a la calle, sin duda pereciera, como pereció mucha hacienda suya y de la casa, que no quedó una estaca.

     Afirmaron los que lo vieron, que ardían los pilares de piedra como si fueran vigas de tea, y que entrando el fuego en los cimientos de piedra, brevemente los volvía en ceniza. Son juicios de Dios: los de los hombres, entonces, de ellos cargaron sobre el dueño que había edificado la casa, y otros sobre el cardenal arzobispo de Sevilla, que había sido confesor, y debía de tener quejosos, que no es posible aplacer a todos, y consúmense así las haciendas que por malos medios crecen sin tasa ni medida.

     Fue éste un año muy enfermo de fiebres pestilenciales con modorra, que murieron casi en toda España la undécima parte de las gentes, y en algunos lugares, más de la mitad. Duró la hambre mortal desde el otoño del año pasado hasta el San Juan de éste, y comenzó luego la mortandad por los pobres, que de la hambre que habían pasado quedaron flacos; después dio en los ricos.

     No tenía remedio este mal con huir de un lugar a otro, porque a ninguno se podía ir que no estuviese peor o tan malo, particularmente en lugares pequeños, donde no había médicos ni medecinas. Pensaron que con el frío del invierno se remediara, y no fue ansí, porque de la misma manera murieron que con el calor, y el mesmo mal dicen que fue general en Francia, Flandres, Alemaña, Italia; y en Roma murieron personas muy señaladas.



ArribaAbajo

- XXV -

Institución de la Compañía de Jesús. -La Cantabria antigua. -Nace Ignacio. -Es herido en el cerco de Pamplona. -Aparécesele San Pedro. -Va en romería a Montserrat, año 1522. -Va en romería a Jerusalem, año 1523. -Estudia en Barcelona. -Estudios de Alcalá, Salamanca y París. -Varones santos, y doctos que se le juntaron en París. -Voto de pobreza que hicieron, año 1534. -Viaje santo a Jerusalem, año 1536. -Dicho notable y profético de un rústico. -Ordénanse con licencia del pontífice Paulo. -Vuelven a Venecia. -Repártense por las ciudades a predicar y enseñar. -Favor que hizo Cristo a Ignacio. -Nombre de la Compañía de Jesús. -Año 1539, Paulo III aprueba la Compañía de Jesús. -Profetiza el Pontífice el bien de esta Compañía. -Confirma el Pontífice la Compañía, año 1540. Prerrogativas de esta sagrada Compañía de Jesús. -La muerte de Ignacio. -Estatura y disposición de su cuerpo.

     Siendo el intento de este libro decir con la vida de nuestro príncipe los hechos de sus españoles, debo (pues son dignos de eterna memoria, y se escriben como tales en el cielo) decir los que tocan al espíritu, como digo los que fueron del corazón y virtud corporal. Saben todos los católicos el cuidado que Dios tiene con su Iglesia, como con esposa sumamente querida, a quien acude con divinos favores cuando la ve con las tempestades fatigada, y despierta en ella nuevos espíritus y valerosos soldados, y diestros marineros que la saquen en salvo, porque no ha de perecer ni anegarse.

     En los tiempos muy antiguos crió en ella a un San Benito, y la multitud de santos que en su religión ha habido, que, como un Aminadab con sus carros armados, fue de los primeros que con aprobación del Pontífice abrieron caminos y sendas en el mar Bermejo, para que su pueblo pasase.

     Muchos años después de éstos, sucediendo los hijos en lugar de los padres, levantó en el mundo a nuestro glorioso español Santo Domingo, y al bienaventurado San Francisco de Asís, caballeros de Cristo, hermanos en armas, para que socorriesen y ayudasen a la Iglesia como valientes capitanes en esta milicia. Y de ahí a más de docientos años, cuando en las partes septentrionales de Europa se levantaban Martín Lutero y otros bestiales herejes, que, como fieras silvestres, querían asolar la viña del Señor, levantó en el Poniente al glorioso Ignacio, sacándole de la milicia y armas de la tierra, para ponerle en otras más santas y de hechos más heroicos, y que él y los que por su mano se armasen, sucediesen en el mismo oficio de los Apóstoles de la primitiva Iglesia, y por ellos se acabase de cumplir la profecía que dice, que en la redondez toda de la tierra sonó la voz de su predicación. Lo cual ven nuestros ojos cumplido, pues los padres de esta sagrada Compañía han rodeado el mundo todo, predicando la palabra de Dios y llegado donde los Apóstoles no llegaron, porque quiso Dios guardar los nuevos mundos de las Indias Orientales y Occidentales, o a lo menos, la mayor parte de ellos, para que esta bendita gente hiciese en ellos el oficio de ministros y coadjutores de los Apóstoles, y guiándolo la Providencia divina, cuando el desventurado Lutero, pública y desvergonzadamente, con sus secuaces, deshacían la religión, las iglesias, la composición y armonía verdaderamente celestial y maravillosa de la Iglesia Católica Romana, los de la Compañía de Jesús (que con error el vulgo llama teatinos) la reedificaban y reparaban en la manera que brevemente aquí diré, pues hay de ello particulares historias.

     Las tierras que los romanos llamaron en España Cantabria se dividen en cuatro provincias, que son: Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, en las cuales se habló y habla en la mayor parte la lengua vascongada, y son, a mi parecer, las gentes más antiguas de España, y que menos se han mezclado con extranjeros, y han tenido clarísimos varones en santidad y en armas; en las cuales, con ser pocos, es notoria la ventaja que en todas ocasiones hacen a muchos.

     Año de 1492 nació en la provincia de Guipúzcoa el bienaventurado Ignacio, o Iñigo, de Loyola. Su padre se llamó Beltrán de Loyola, señor de la misma casa de Loyola, y su madre, doña María de Sonre, de gente ilustre y generosa. En la flor de su juventud siguió Ignacio las armas, y en el año de 1521, estando los franceses sobre el castillo de Pamplona, cuando, como dije, entraron en Navarra, y apretando el cerco cada día más, mostró Ignacio el valor de su persona, y poniéndose en el mayor peligro al tiempo que los enemigos le combatían, fue herido de un balazo en la pierna derecha, de manera que se la dejarretó, y casi le desmenuzó los huesos de la canilla, y una piedra del mismo muro, que con la fuerza de la pelota resurtió, también le hirió malamente en la pierna izquierda, de suerte que cayó Ignacio; mas fue para levantarse con mayor virtud y fortaleza, como dice San Pablo, porque librándose de los franceses, se fue a su casa no bien sano, y puesto en cura, padeciendo crueles tormentos que los cirujanos por curarle le daban.

     Viéndose en peligro se volvió muy de veras a Dios, confesando y comulgando víspera de los apóstoles San Pedro y San Pablo, cuyo devoto él era, y luego sintió mejoría, y aún se entiende que el bienaventurado San Pedro se le apareció la misma noche de su mayor peligro, y de aquí adelante comenzó a trocar sus cuidados, mudando la vida y pensamientos vanos del mundo y convirtiéndolos en los del cielo. Usó mucho de la lección de libros espirituales y devotos, y vidas de los santos. Tocóle Dios, abriéndole el pecho de su misericordia; visitóle la Reina del cielo, y quedó como un San Pablo, aborreciendo la vida pasada, y con firme propósito de seguir otra. Y estando ya sano de sus heridas, herido de esta saeta, como el ciervo que busca las aguas, determinó de ir en romería a Nuestra Señora de Montserrat, el cual camino quiso hacer con tanta pobreza y desnudez, que sus hermanos y parientes se afrentaban de ello.

     Año de 1522 hizo esta santa jornada, y en el monasterio se confesó generalmente, y de todo punto se resolvió y determinó en los buenos propósitos que traía. Dejó al monasterio la cabalgadura; y la espada y daga de que antes se había preciado, y con que había servido al mundo, hizo colgar delante del altar de Nuestra Señora. Desnudóse de sus vestidos, dándolos a un pobre por los rotos y andrajosos que traía. Vistióse un saco de sayal o estopa gruesa, con que cubrió sus carnes, y ciñóse con una soga de esparto. Armado de esta manera se presentó con grandísima devoción ante la preciosa imagen de Nuestra Señora, y veló toda una noche sus rotas armas. Retiróse a Manresa, que es un lugar hacia la montaña, tres leguas de Montserrat, donde había un gran hospital, y aquí, con el mayor fervor, devoción y humildad que sabré decir, servía a los enfermos.

     Fue reciamente tentado del demonio; tuvo socorros y favores celestiales, con divinos consuelos y visiones superiores a nuestros sentidos. Año de 1523 fue a visitar la Tierra Santa, en el cual viaje padeció los peligros y trabajos que el espíritu que le llevaba era poderoso a soportar.

     Y el año de 1524, siendo ya de edad de treinta y tres años, comenzó a estudiar en Barcelona, y en el año de 1526 acabó el estudio de la gramática, y se pasó a la Universidad de Alcalá, que comenzaba a florecer en este tiempo.

     Aquí fue preso y perseguido y maltratado, aunque Dios le libró de sus enemigos, y de los que ciegamente le perseguían. Y de Alcalá pasó a Salamanca, donde tuvo las mismas dificultades, contradiciones y los mismos socorros y victorias de ellas, dando su vida por santa y ejemplar, sus santos ejercicios y doctrina por provechosos y de probada virtud.

     De Salamanca partió para París, año de 1528, cuando andaba viva la guerra entre Francia y España, como dije; y por esto le aconsejaban muchos de sus devotos que dejase esta jornada, por el peligro que en ella había; mas él no hizo caso de él, y llegó a París sin pesadumbre ni embarazo de consideración. No faltaron en París sus dificultades ni persecuciones, cuales suele tener la virtud; todas las venció el bendito Ignacio, confortado en la que del cielo le ayudaba y favorecía.

     Aprovechó en París en las letras, y en granjear varones muy doctos, y de encenderlos en su espíritu, para que, con el mismo fervor, siguiesen el camino que él llevaba. Ganó al doctor Gavea y a Pedro Fabro, Francisco Javier, Diego Laínez, Alonso Salmerón, Simón Rodríguez, Nicolás de Bobadilla, los cuales todos, acabado el curso de Filosofía, y recibido el grado de maestros, y estudiado ya Teología, año de 1534 día de la Asunción de Nuestra Señora, se fueron a la iglesia de la misma Reina de los Ángeles, llamada Mons Martirum, que quiere decir, el Monte de los Mártires, que está una legua de París, y allí, después de haber confesado y, comulgado, todos hicieron voto de dejar para un día que señalaron todo cuanto tenían, sin reservar más que el viático necesario para el camino hasta Venecia.

     Y también hicieron voto de emplearse en el aprovechamiento espiritual de los prójimos, y de ir en romería a Jerusalén, hallando pasaje dentro de un año, y quedarse a vivir y morir en aquellos santos lugares; y éste fue el primer voto que estos padres hicieron.

     Partió primero Ignacio para Venecia, donde pensaba esperar los compañeros, los cuales anticiparon su jornada por la tribulación de la guerra y entrada poderosa que el Emperador hizo por la parte de la Proenza y Francia, y así partieron de París a 15 de noviembre de 1536.

     Ordenaron el camino de esta manera. Iban todos a pie, vestidos pobremente, cada uno cargado de los cartapacios y escritos de sus estudios; los tres que solos eran sacerdotes, esto es, Pedro Fabro, Claudio Yayo y Pascasio Broet decían cada día misa, y otros seis que eran, recibían el Santísimo Sacramento. Iban pidiendo limosna, y tratábanse pobre y ásperamente. Fue notable el dicho de un rústico el día que salieron de París, porque, maravillados algunos de ver el nuevo traje, el número y el modo de caminar de estos benditos padres, preguntaron a un labrador que con suspensión de ánimo los miraba, si sabía qué gente era aquélla, y él, movido con no sé qué espíritu, respondió en francés: «Messieurs les reformateurs, qui vont reformer quelque pays.» Que es decir: son los señores reformadores que van a reformar alguna tierra.

     Llegaron, en fin, a Venecia a 8 de enero del año de 1537, y allí hallaron a su padre Ignacio con otro sacerdote que se le había juntado, y con singular gozo se recibieron los unos a los otros. Mediada Cuaresma partieron para Roma, quedando Ignacio en Venecia, sólo por parecer que así convenía al divino servicio.

     Hallábase en Roma, cuando allí llegaron, el doctor Pedro Ortiz, que por mandado del Emperador trataba delante del Papa la causa matrimonial de la reina de Ingalaterra, doña Catalina, su tía. Era este doctor Ortiz muy docto y de gran reputación, y en París había mostrado a Ignacio muy poca voluntad; pero con la noticia que ya tenía de estos santos, los acogió con grandes muestras de amor y los llevó al Pontífice, encomendándole su virtud, letras e intención de servir a Dios en cosas grandes. Recibió luego como los vio Paulo III una extraña alegría; dióles licencia para ir a Jerusalén, y su bendición, y una limosna de sesenta ducados, y facultad para que los que no eran ordenados se ordenasen a título de pobreza voluntaria y de aprobada doctrina, y otros españoles y romanos ayudaron con sus limosnas, aunque ellos no quisieron aprovecharse de ellas ni tomarlas en sus manos, y así, con una misma pobreza y desnudez, se tornaron pidiendo por amor de Dios a Venecia, a donde, llegados, se repartieron por sus hospitales como antes habían estado.

     Y poco después, todos juntos, hicieron voto de castidad y pobreza delante de Jerónimo Veralo, legado del Papa en Venecia, que entonces era arzobispo de Rosano, y después fue cardenal de la Santa Iglesia Romana. Y ordenáronse de misa Ignacio y los otros compañeros el día de San Juan Bautista, dándoles este alto sacramento el obispo Arbense, con maravillosa consolación y gusto espiritual, así de los que recibían aquella sacra dignidad, como del prelado que a ella los promovía. El cual decía que en los días de su vida no había recibido tan grande y tan extraordinaria alegría, en órdenes que hubiese dado, como aquel día; atribuyéndolo todo al particular concurso y gracia de Dios, con que favorecía a estos benditos padres.

     No pudieron hacer la jornada o peregrinación santa de Jerusalén, y así se repartieron por las universidades y lugares de Italia predicando la palabra de Dios y enseñando su santa doctrina, y procurando ganar almas para su Compañía.

     Yendo Ignacio para Roma, se recogió en una ermita desierta que estaba en el camino; aquí dicen se le apareció Jesucristo, y le dijo: «Ego vobis Romae propitius ero.» Yo os seré en Roma propicio y favorable; favor verdaderamente del cielo, y palabras con que quedaron armados y fuertes para resistir las dificultades y enemigos que habían de tener en el mundo.

     Determinados ya de instituir y fundar religión, y tratando entre sí del nombre que se le había de poner para representarle a Su Santidad y suplicarle que la confirmase, Ignacio pidió a sus compañeros que le dejasen a él poner el nombre; y habiéndoselo concedido muy de voluntad, dijo él que se había de llamar la Compañía de Jesús, cuyo nombre le era dulce y amable, como a San Pablo, por los favores que de él había recibido, y éste es el nombre y blasón santo de esta religión, y no el de teatinos, que es muy diferente, y de unos clérigos a quien favoreció mucho Juan Pedro Garrafa, que después fue papa Paulo IV y antes arzobispo de Chete, y dejándole, se acompañó con Gaetano de Vicencia, y Bonifacio Piamontés, y Paulo Romano, hombres nobles y de buena vida, y del arzobispo de Chete (que en latín se dice Teatino), les quedó a estos varones, y a los que los siguieron, el nombre de teatinos, y de ellos, como he dicho, ignorando la verdad, lo aplica el vulgo a los de la Compañía de Jesús.

     Año de 1538, todos los padres se vinieron a Roma, donde Ignacio estaba y juntáronse en una casa y viña de un hombre honrado y devoto, llamado Quirino Garzonio, cerca del monasterio de la Trinidad, que es de frailes mínimos. Aquí pasaron harta pobreza, porque vivían de limosnas, y éstas eran muy limitadas hasta que fueron conocidos, lo cual fue presto, por la continua predicación que hacían por las parroquias y lugares públicos de Roma, con que se cogió gran fruto y se ganaron muchas almas, y el Papa vino a tener noticia de la virtud de esta Compañía de Jesús, aunque no faltaron émulos y contradicciones, pero no fueron bastantes para deshacer la obra, que, como ya vemos, era de Dios. Y así, el papa Paulo III, que a la sazón era Sumo Pontífice, estando en Tíbuli a 3 de setiembre, año de 1539, recibió los memoriales en que Ignacio y sus compañeros se ofrecían a la obediencia de Su Santidad y de sus sucesores por voto especial que para esto habían hecho, y en que dedicaban todos sus trabajos y vida para beneficio de sus prójimos.

     Y el Papa leyó los capítulos y túvolos por buenos y los remitió a tres cardenales, y aunque entre ellos hubo algunas dudas y contradicción, pero no bastaron, y movió Dios el corazón del que más contradecía, de suerte que con grande eficacia alabó el instituto de la Compañía, y el Papa le leyó y quedó tan admirado, que con espíritu de Pontífice Sumo dijo en leyéndole: «Digitus Dei est hic», que quiere decir: Este es el dedo de Dios; y afirmó que de tan pequeños y flacos principios no esperaba él pequeño fruto, ni poco provecho para la Iglesia de Dios.

     De esta manera quedó confirmada la Compañía el año de 1540 a los 27 de setiembre, aunque fue con cierta limitación, la cual se alzó por Su Santidad año de 1543 a 14 de marzo, y desde este tiempo comenzó esta religión a ir creciendo con notable aumento cada día más.

     Y en el año de 1550, el Papa Julio III de este nombre, la volvió a confirmar, concediéndole muchas gracias y privilegios.

     El instituto y manera de gobierno de esta sagrada Compañía que el bienaventurado Ignacio les dejó y ellos han guardado y perfeccionado, es uno de los más altos y prudentes y llenos de caridad que se sabe haber habido en alguna república del mundo, y así se ve en el acrecentamiento grande que en toda la redondez del orbe, en tan breve tiempo, ha habido, los millares de monasterios y colegios que tienen, los hombres que sin encarecimiento podemos llamar doctísimos, que han criado, las provincias que han convertido, el sudor, la sangre que tantos mártires han derramado en la viña del Señor, los libros tan llenos de sabiduría y doctrina sólida que han impreso, y otras mil buenas obras que han hecho y cada día hacen, que por no ser de ésta que aquí escribo, y aún por no ser yo para ello, dejo de decir como merecen.

     Tales, pues, fueron los principios del varón de Dios Ignacio, y conforme a ellos, su progreso y fin. Murió el bendito Ignacio año de 1556, último día de julio, a los sesenta y cinco años de su edad y treinta y cinco de su conversión; sería su muerte preciosa, como lo fue la vida delante de Dios. Fue de estatura mediana, o, por mejor decir, algo pequeña, y bajo de cuerpo, habiendo sido sus hermanos altos y muy bien dispuestos. Tenía el rostro autorizado, la frente ancha y sin arrugas, los ojos hundidos, encogidos los párpados y arrugados por las muchas lágrimas que continuamente derramaba. Las orejas medianas, la nariz alta y combada, el color vivo y templado, y con la calva, de muy venerable aspecto; el semblante del rostro era alegremente grave y gravemente alegre, de manera que con su serenidad alegraba a los que le miraban y con su gravedad los componía. Cojeaba un poco de la una pierna, pero sin fealdad, y de manera que con la moderación que él guardaba en el andar, no se echaba de ver. Tenía los pies llenos de callos y muy ásperos, de haberlos traído tanto tiempo descalzos y hecho tantos caminos. La una pierna le quedó siempre tan flaca de la herida que conté al principio, y tan sensible, que por ligeramente que la tocasen sentía dolor; por lo cual es más de maravillar que pudiese andar tantas y tan largas jornadas a pie.

     Al principio fue de grandes fuerzas y de muy entera salud; mas gastáse con los ayunos y excesivas penitencias, de donde vino a padecer muchas enfermedades y gravísimos dolores de estómago causados de la grande abstinencia que hizo a los principios y de lo poco que después comió, porque era de poquísimo comer, y lo que comía eran cosas muy comunes y groseras. Sufría tanto la hambre, que alguna vez, por una semana entera, no gustó ni un bocado de pan, ni una gota de agua. Había perdido de tal manera el sentido del manjar, que casi ningún gusto le daba lo que comía. Y así, excelentes médicos que le conocieron, afirmaban que no era posible que hubiese vivido tanto tiempo sin virtud más que natural, un cuerpo tan gastado y consumido. Su vestido fue siempre pobre y sin curiosidad, mas limpio y aseado, porque aunque amaba la pobreza, nunca le agradó la poca limpieza, lo cual también se cuenta de los santísimos varones San Nicolás y San Bernardo en su historias, y otros muy virtuosos han tenido y tienen en esta condición.

Arriba