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Libro veinte y cinco

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Año 1541

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- I -

Muerte de Rincón y Fregoso, por cuya ocasión volvieron a las armas franceses contra cesarianos. -Saltean a Rincón. -Culpan al marqués del Vasto y cargan estas muertes. -Relación verdadera de la muerte de Rincón.

     Ya nos llaman las pasiones de los reyes y suenan los aparatos de sus armas, que con tanto engaño pensaron los hombres que en sus días no se vieran.

     Y para darles principio en este año de 1541, sucedió un caso de harta pesadumbre, y fue la muerte de Antonio Rincón, español tránsfuga, natural de Medina del Campo, que, ausente por sus culpas de España, servía al rey Francisco.

     Era Rincón hombre de muchos negocios y que sabía bien cualquiera cosa, y por no ser para usar las amas por el gran impedimiento y carga que tenía de muchas carnes, ocupábale siempre el rey en negocios y legacías, y lo más del tiempo residía en Constantinopla. Cuando en Flandres, como ya dije, se trataba de la paz, alteróse Solimán y quiso matar a Rincón; sino que él se puso en cobro, salvo, viniéndose a Francia.

     Después, como de los tratos de la paz nació mayor pasión y gana de guerra, tornó el rey a enviar a Rincón a Constantinopla con cartas y dineros y otros despachos para Solimán. Partió de Francia en principio de mayo de este año de 1541, y llegando a Turín, comunicó su viaje con César Fregoso, natural de Génova, y rogóle que le acompañase con una banda de caballos hasta Venecia, donde se había de embarcar para Constantinopla. Holgó Fregoso de hacerlo, y al tiempo que se habían de partir sucedióle a Rincón un mal de corrimientos o reumas, a cuya causa dijo que no quería caminar por tierra, sino irse por el Tesín al Po, y por el Po a Venecia, por agua. Fregoso se recelaba de los españoles y tuvo por peligroso este camino, y decía que lo mejor era volver atrás a los Alpes y tomar el camino por tierra de venecianos, o a lo menos correr la posta hasta Plasencia, y de allí caminar por tierra de amigos; pero por más qué lo porfió no pudo persuadirlo a Rincón, que le llamaba con fuerza su desdichado hado.

     Embarcóse en el Tesín en dos barcas; en la una se metieron él y Fregoso con algunos criados, y en la otra pusieron las cartas y despachos, con una gran suma de dineros No se pudo hacer este viaje tan secreto que no lo sintiesen amigos y enemigos. Jamás se pudo averiguar quiénes fuesen los que quisieron atajar los malos pasos que Rincón llevaba contra Dios y contra su rey y señor natural.

     Los que fueron, ordenaron una emboscada de barcas al entrar del Po, donde se junta con el Tesín. Salieron a embestir las barcas de Rincón algunos enmascarados, sin que alguno pudiese ser conocido, y dieron con tanta furia en la una de las barcas en que iban Rincón y Fregoso, que sin poder huir los mataron, y a cuantos iban con ellos. Los de la otra barca, donde iban los recados y dineros, escaparon huyendo, y ni ellos pudieron ser habidos, ni supieron decir lo que había sido de sus amos.

     Los matadores tomaron los cuerpos de Fregoso y Rincón, y desviáronlos del camino de tal manera, que por dos meses no se pudo saber si eran vivos o muertos, hasta que ya vinieron a parecer, comidos de perros, que apenas se conocían; a Fregoso faltaba un dedo de la mano, y por aquél le sacaron. Esta mano dicen que le mandó cortar su mujer para enviar al rey de Francia, pidiéndole venganza de quien con tanta crueldad le había muerto el marido.

     Túvose luego por cierto que el marqués del Vasto había sido en estas muertes, que se habían hecho con su industria, pero él lo negó siempre muy de veras, y aún puso carteles en diversas partes. El Emperador, ni más ni menos, afirmó siempre que ni lo había mandado, ni sabía quién lo hubiese hecho. Hubo en este negocio, como en todos los demás, diversos juicios en el mundo, mas ya, hasta que venga el general, no se sabrá la verdad del hecho.

     En la manera dicha cuentan la muerte de Rincón y de su compañero César Fragoso, Paulo Jovio, y su secuaz Illescas. Y es la verdadera que el Rincón forajido fue hombre que con el Turco alcanzó mucha gracia, y el rey de Francia hizo grandes confianzas de él. Cada vez que venía de la corte de Solimán, avisaba desde Venecia, y le enviaban los gobernadores del rey Francisco gente que le acompañase y guardase, y de ordinario era el capitán César Fregoso, aunque hartas veces el Rincón pasaba disimulado por tierras del Emperador, hasta hacerse barbero, y haciendo las barbas, y otras veces fraile, y de otras diferentes maneras mudaba el traje; pero cuando iba por tierra de esguízaros siempre le cabía al Fregoso el cargo de acompañarlo hasta Francia.

     Agora había como seis meses que era venido a comunicar ciertos negocios de su delegación con el rey, y no huyendo del Turco, como la Pontifical dice, sino muy favorecido de él, y aun aprovechado con un muy rico diamante y un sanjaco de oro, no macizo, que aquel bárbaro le dio, y trajo consigo otro embajador del Turco, pero italiano, el cual fue despachado brevemente. El Rincón se quedó el tiempo que digo, porque iba más de propósito que nunca fue a Turquía, y tan de arrancada, que llevaba toda su casa, mujer, y hijos y suegra, que de todo iba cargado; y llegando a Turín y hecho allí alto, le hizo dejar el camino de los Alpes y la aspereza de ellos, no pudiendo sin alguna lástima y dolor ir a caballo; y así, se determinó hacer el camino por agua hasta Venecia, por ir con más descanso (que le fatigaba mucho la pesadumbre grande de sus carnes), pero contra el parecer de Fregoso, y para esto, dejando su mujer y casa en Turín, por no ir tan conocidos, y enviando primero los despachos que llevaba para el Turco, y todos sus papeles con una posta, para que se los guardase el embajador de Francia, que residía en Venecia, se metieron el César Fregoso y Rincón en los barcos, y sucedió lo que dije.



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- II -

El Emperador, en Wormes, disputa entre católicos y herejes. -El duque de Cleves pasa a servir al rey: despósase con hija del rey de Navarra.

     Estaba el Emperador en Wormes principio de este año de 1541, y aquí hubo una gran disputa entre Juan Echio, varón doctísimo y muy católico, como de sus libros y sermones parece, y Felipe Melantón, hereje, sobre las nuevas doctrinas que se habían comenzado en Alemaña. Halláronse presentes los principales del Imperio, mas no bastó a rendir los secuaces de la mala doctrina lo mucho que Juan Echio hizo confundiéndolos con evidentes argumentos.

     De Wormes salió el Emperador y fue a Belgio, Merun, Espiray, y de ahí a Ratisbona, para donde se había señalado la Dieta, o junta de los príncipes y ciudades de Alemaña; y mandado que se hallasen los protestantes, y en el principio de marzo comenzaron a venir algunos.

     En el mes de mayo, cuando ya andaban los tratos enconados entre los príncipes cristianos, y sucedieron las muertes de Rincón y Fregoso, Guillelmo de la Marca, duque de Cleves, el que salió de Gante en desgracia del Emperador (como dije) echando fama que iba a la junta de Ratisbona, por camino secreto desviado, y echando los suyos por diferentes partes fue a Amboisa, donde estaba el rey de Francia. El cual lo recibió muy bien, porque pensaba valerse de él para comenzar la guerra contra el Emperador.

     Trató el rey de casar a este duque con Juana, hija del rey de Navarra, niña de poca edad, y si bien los padres de la doncella no gustaban de ello, antes contradecían, hubo de ser porque lo quiso el rey; y a 12 ó 13 de junio se desposaron con gran solemnidad, y el rey los honró mucho, llevando la esposa de la mano al tálamo y haciéndoles un banquete real.

     Halláronse presentes los embajadores de Ingalaterra, Portugal y Venecia, y del duque de Sajonia; el del Emperador se ausentó de la ciudad, por no hallarse en la fiesta, que bien sintió era en perjuicio de su dueño.

     De allí a pocos días el duque se confederó y hizo sus capitulaciones con el rey de Francia en deservicio del Emperador, y sin tocar a la esposa, por ser niña, volvió a su tierra, dejándola en poder de sus padres.

     De todo tuvo aviso el Emperador, y se quejó del duque de Cleves y del rey Francisco en la Dieta ante los príncipes y procuradores de las ciudades del Imperio, que en ellas estaban allí en Ratisbona, y mostró el derecho que tenía a Güeldres y Zulfania, por muerte del duque Carlos Egmondo. Y queriendo responder a esto los embajadores del duque de Cleves y disculpar a su amo, rogando con humildad perdonase el César el yerro en que había caído, no los quiso oír, antes mostrando enojo se levantó, por donde todos entendieron que la indignación del César había de ser dañosa al duque, como adelante veremos que lo fue.



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- III -

Recesu de la Dieta en Ratisbona.

     A 29 de julio, viernes, de este año 1541, se concluyó la Dieta celebrada en Ratisbona, y fueron los puntos principales que en el recesu quedaron acordados y conclusos: Que las cosas tocantes a Alemaña, y nuevas opiniones de ella, tocantes a la fe, quedasen en el estado en que al presente estaban, hasta el futuro concilio general o nacional, donde se habían de determinar; y no se celebrando el uno o otro concilio, se remitieron a la Dieta que próximamente se celebrase en Alemaña, la cual quedó acordada desde este día del recesu en diez y ocho meses. Insistieron los estados en que el concilio general fuese en la Germania, y que el Emperador tuviese en él la mano juntamente con el Pontífice, y que si los dichos concilios general o nacional no se tuviesen, Su Santidad enviase a la Dieta un legado con poder suficiente. Que los luteranos, que se decían protestantes, guardarían los artículos en que sus teólogos se habían acordado, sin predicar ni enseñar lo contrario, y que no inducirían ni atraerían a sí algunos ni los recibirían en su protección y amparo alguno de la antigua fe y religión. Que los perlados, entenderían en la reformación de las iglesias, así en general, como en lo que a cada uno tocase, en tanto que el Sumo Pontífice proveyese lo tocante a la entera reformación, lo cual los perlados expresamente acetaron y prometieron inviolablemente guardar. Que la paz hecha nueve años antes en Norimberga se observaría y quedarían todas las partes pacíficas, y cesarían las violencias, fuerzas y vías de hecho, como amplamente se especificó en el dicho recesu, so pena de contravenir a la paz del Imperio. Que las iglesias que estaban en las tierras de los protestantes quedarían en su entero ser, sin demolir alguna cosa de ellas hasta después del dicho concilio o Dieta. Que las personas de la Iglesia gozasen de sus bienes eclesiásticos que tenían en las tierras de los protestantes. Que el Emperador disputaría comisarios para determinar las causas y procesos donde hubiese controversia, si era de la religión o no, y cuanto a los que hallasen ser de la religión, los comisarios concordarían las partes, si lo pudiesen hacer, y no pudiendo, enviaran lo que hubiese hecho a Su Majestad, para que declarase en los dichos estados hasta la próxima Dieta. Que todas las otras causas profanas irían a la cámara y justicia soberana, imperial, y a las otras justicias según su cualidad. Que en la Cámara imperial se acabaría y trataría por personas que Su Majestad diputase, y si se hallase falta se reformaría, y daría en ello orden, a fin que la justicia se administrase derechamente y sin parcialidad. Que todos los dichos estados, así católicos como protestantes, entreternían la dicha Cámara imperial por tres años, si antes los dichos estados no hallasen otro remedio para satisfacerla.

     Reservóse al César la declaración de las diferencias en las cosas que podían concerner al tratado de Norimberga y las demás tocantes a la religión y Cámara imperial.

     Acordaron los estados de servir a Su Majestad para ayudar luego al rey de romanos, con diez mil infantes y dos mil caballos puestos en Hungría, pagados por cuatro meses, y luego se comenzó a hacer la gente. Demás de esto, ofrecieron veinte mil infantes y cuatro mil caballos, pagados por tres años, para que el César hiciese guerra al Turco, y que Su Majestad eligiese el capitán general que quisiese para esta gente. Que el Emperador pudiese libremente seguir el derecho que tenía contra el duque de Cleves Guillelmo, en el estado de Gueldres y Zulfania. Que Carlos, duque de Saboya, despojado por el rey de Francia, quedase en la protección y amparo del Imperio romano. Que ningún tudesco pudiese haber sueldo ni servir en la guerra a algún príncipe extranjero del Imperio, so pena de ser habido por traidor. Prohibióse con grandes penas la impresión de los libelos difamatorios y injuriosos.

     Diputó el Emperador y señaló personas que pacificasen algunas diferencias particulares que había entre algunos príncipes de la Germania y personas eclesiásticas, así de la antigua religión como de los protestantes. Nombró comisarios para conocer amigablemente las diferencias de Maestrich.

     Hízose o concertóse una liga entre el Papa, Emperador y rey de romanos, con el cardenal de Maguncia, arzobispo de Salzburz, y otros perlados, y los duques de Baviera y de Brantzuic, y otros príncipes y estados, por la defensa, sustento y amparo de la antigua y católica religión, y cosas dependientes de ella, y se consignó para ella una buena suma de dineros y gente, y se nombraron capitanes generales, por parte de la Germania, el duque Luis de Baviera, y por la otra, el duque de Brantzuic; y se nombraron capitanes, con orden de que siempre estuviesen a punto para lo que se ofreciese, si bien es verdad que todos aquellos estados quedaron tan satisfechos y contentos del modo de proceder del Emperador, y de lo que en la Dieta se había ordenado, que prometían mucha paz en todo y sujeción a lo que se había asentado, y así lo prometían y aseguraban, en general y en particular, todos.

     Entraron en esta liga los Países Bajos de Flandres expresa y especificadamente, y el condado de Borgoña. Escribieron los estados con eficacia, en favor del duque de Saboya, al rey de Francia, mostrando la sinrazón que se le hacía y que si no se le satisfacía el agravio, el Imperio tomaría la causa de Saboya por propia. Sintieron mal de las liviandades del duque de Güeldres, y oyendo las justas quejas que el Emperador de él tenía, le declararon por enemigo, y el Emperador ofreció que conociendo Guillelmo su culpa, benignamente le perdonaría y daría la investidura de Cleves y Julies.

Con esto se dio conclusión a la Dieta.



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- IV -

Pide el francés a Milán. -Niega el Emperador el ducado de Milán que el rey pedía. -Trata el rey de romper la guerra.

     Y el Emperador, con los príncipes y estados del Imperio, dieron audiencia al embajador del rey de Francia; el cual, con una elegante y prolija oración que por escrito, no fiando de su memoria, refirió, justificó cuánto pudo la parte y pretensión de su dueño, hablando hinchada y afectadamente por presumir demasiado de retórico, con que cansó y provocó más a dormir los oyentes, que a tenerle atención; de tal manera, que cuando acabó su arenga, los más de los oyentes no se acordaban de lo que les había dicho.

     En este tiempo llegó al Emperador un correo con despachos del rey de Francia, pidiendo que le diese el ducado de Milán, que decía haberle prometido en Francia, para su hijo Carlos, duque de Orleáns, dándole el título y privilegio firmado y sellado con las armas y sellos del Imperio. Sabía bien el rey de Francia, que se cansaba en balde pidiendo lo que el César jamás le había de dar. Tuvo siempre este asidero para mover y levantar la guerra, que con tanta pertinacia siguió. Respondió luego el Emperador sin poder decir la respuesta, y manifiestamente dijo que por muchas razones él no podía dar el ducado de Milán, que él daría su hija doña María a Carlos con los estados de Flandres.

     Sintiéndose el rey Francisco (como decía) engañado, y viendo que ya no tenía que esperar en Italia por bien, determinó romper la paz y hacer la guerra que pudiese, descubiertamente, al Emperador, y comenzó a solicitar los ánimos de los príncipes, para lo cual enviaba su embajador Rincón (como dije) al Turco. Procuró hacer una estrecha amistad con el inglés, aunque hallaba dificultad. Los suizos de los cantones respondieron que se estarían a la mira sin querer ayudar a alguna de las partes.

     Comenzó a dar color y justificar su causa con la muerte de Rincón y Fregoso, diciendo que por orden del Emperador habían sido muertos contra toda razón y leyes de las gentes. Que el Emperador había quebrado las treguas. Que él no podía, sin perjuicio de su honra, pasar por tal hecho, ni dejar de vengarlo. Que si no le satisfacían de estas muertes, él había de tomar la satisfación y venganza que pudiese.

     Escribió largo sobre esto Guillelmo Velayo, capitán general en el Piamonte por el rey de Francia, al marqués del Vasto; pero no bastaron las satisfaciones posibles que el marqués hizo.

     Resuelto, pues, el rey en el rompimiento, prendió a Jorge de Austria, hijo bastardo del Emperador Maximiliano, arzobispo de Valencia, que de España iba por Francia, sin cuidado de estos encuentros para Flandres, y mandóle retener en León, y queriendo el Emperador pagar al rey de Francia el disgusto que le había dado con el desposorio de Juana, hija del rey de Navarra, con el duque de Cleves, fue en la misma moneda, porque en estos días casó a su sobrina Christierna, hija del rey de Dinamarca, viuda de Francisco Esforcia, con Francisco Antonio, hijo del duque de Lorena, que le escoció tanto al rey, y más, que le dio gusto el que hizo del duque Cleves con Juana de Vendoma.



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- V -

Quiere el Emperador bajar en Italia, para tratar con el Pontífice del Concilio. -Es padrino el Emperador en el bautismo de don César de Avalos en Milán. -El Emperador quería ir contra Argel: -aconséjanle sus capitanes que no lo haga. -Sale el Papa a recebir al Emperador.

     Acabada la Dieta, hallando el Emperador que para dar orden en el Concilio y para otros negocios de importancia le convenía bajar en Italia y verse con el Papa, despachó un correo pidiéndole que tuviese por bien de se llegar hasta Luca, para que allí se viesen.

     Muchos juicios se echaron sobre estas vistas, mas yo no estoy obligado a decir lo que los hombres adivinaban, sino lo que hicieron.

     El Pontífice acetó las vistas; partió el Emperador de Ratisbona con doce mil tudescos y mil caballos que para la guerra que quería hacer en África había levantado. Salióle a recebir en las montañas de Trento el duque Octavio Farnesio, su yerno, hijo de Pedro Luis y nieto del Papa, y antes de llegar a Verona salió el marqués del Vasto, con los más principales de Milán, y soldados viejos españoles. También salieron a recebirle los venecianos, ofreciéndole y sirviéndole con paso seguro, y muchos refrescos con que le regalaron.

     A 3 de agosto estaba el Emperador en Munión, camino de Milán, donde pensaba estar mediado este mes y al fin de él en Génova, y al principio de setiembre no lejos de Galera, porque iba con prisa y resuelto de verse con el Papa, por los grandes calores que hacía en Lombardía, y cuando hubiese de ser, que sería cerca de Génova y no se detendría sino cinco o seis días por hacer la jornada de Argel, la cual pensaba concluir en cuarenta o cincuenta días a lo más largo, sin estar acordado dónde se había de desembarcar y tenían por más cierto que en la Andalucía.

     Entró en Cremona y en Lodi, y de allí, con gran recibimiento y fiesta, fue a Milán, donde se admiraron todos de verlo, vestido de luto, que pensaron que había de entrar en hábito imperial.

     Venía el Emperador triste, como viudo, y porque tenía ruines nuevas de la guerra de Hungría, que andaba muy caliente sobre Buda. Hízole la marquesa del Vasto muchas fiestas y regalos por alegrarlo, y acertó a parir allí un niño antes que el Emperador se fuese, y por contemplación suya y porque fue su padrino se llamó Carlos.

     Partió de Milán para Génova, donde tuvo cartas del rey don Fernando su hermano, en que le decía la pérdida de Rocandulfo y muerte de muchos alemanes y húngaros, y que se temía que el Turco pasaría a Viena; por esto le aconsejaban Andrea Doria y el marqués del Vasto que dejase la jornada de Argel y se quedase en Italia, a lo menos por aquel invierno, que bastaría esto para detener a Solimán y para quebrar las alas a los franceses, que no deseaban sino verle lejos, para comenzar guerra en Lombardía, mayormente que ya era tarde para pasar la mar y necesariamente se había de temer alguna fortuna. Era sano este consejo por estas y otras muchas razones, pero no bastó alguna para mudarle de su propósito, que nuestra desgracia le llevaba a perder los que veremos.

     En sabiendo el Papa que el Emperador estaba en Génova, aunque era por agosto, que suele ser peligroso caminar en aquella tierra, partió luego para Luca, y el Emperador hizo lo mismo de Génova en las galeras, y tomó tierra en el puerto de Luca, adonde ya estaba el cardenal Farnesio esperando para llevarle a la ciudad. Salieron todos los cardenales y muchos obispos hasta fuera de la ciudad, con grande acompañamiento, y debajo de un rico palio llevaron a Su Majestad a posar en las casas de la república, porque el Papa posaba en las del obispo. Estuvieron allí ocho o diez días, y en ellos visitó tres veces el Emperador al Pontífice, y Paulo le visitó a él una sola; siempre que se hablaban estaba presente el embajador de Francia, que venía a pedir al Emperador que le diese a Rincón y a Fregoso, que aún no eran parecidos sus cuerpos ni se sabía qué se habían hecho, y tenían todos creído que no eran muertos, sino presos. No bastaban juramentos ni satisfaciones, y decía muy bien el Emperador, que del mal sucedido a Rincón él se tenía la culpa, pues siendo enemigo de su patria se había metido donde no había nadie que no pensase que hacía servicio a Dios y a su patria y rey en matarle; y que si el rey quería entender que la tregua era quebrada por aquello, que mucho en buen hora; de otra manera, que por él no quedaría de guardarla fielmente.

     El Pontífice, a todas estas palabras, callaba; con sólo decir que no quería meterse en determinar si la tregua se había rompido o no; pero, por otra parte, como persona tan prudente, no cesaba de traer a la memoria del Emperador los grandes males que de sus disensiones se seguían en el mundo, como se vía en las guerras de Hungría y en lo que los herejes hacían en Alemaña; pedíale con encaremiento y lágrimas que diese al rey de Francia el Estado de Milán, y que el rey restituiría al duque lo de Saboya. Respondió el Emperador que se agraviaba mucho de que el rey de Francia porfiase tanto en pedir lo de Milán, que con tantos títulos él poseía, y que habiendo sido tantas veces vencido por la pretensión del mismo Estado, quisiese más porfiar y alterar el mundo, y quitarle las armas de los enemigos y interrumpirle sus victorias y hacer otros excesos, indignos de un rey cristiano; y que si él pensase que con dar al rey lo de Milán acabaría con él, y que quedaría quieto y contento, que por acabar cosas se lo daría; pero que conocía muy bien la condición del rey, que no andaba sino tras poner una vez los pies en Italia, para después pedirle a Nápoles y quitarle a Sicilia, y que pues la paz que le pedían había de ser motivo de mayores males y guerras, y como la brasa o semilla de ellas, y piedra del escándalo, no había para qué hablar más en ella, porque de tal paz no se había de sacar guerra contra los infieles, sino pérdida y diminución de su patrimonio.

     Viendo el Papa la resolución que en esto tenía el Emperador, no quiso tratar más, sino de persuadirle que dejase la jornada de Argel por este año y se estuviese en Italia, pues para toda la Cristiandad importaba tanto; mas tampoco bastaron razones.

     Y en lo del Concilio el Papa quiso todo lo que el Emperador pedía, porque sus deseos eran buenos, y miraba como verdadero Vicario de Jesucristo por el bien de la Iglesia. Y diciendo al Emperador muchas razones de cuánto importaba la paz para que el Concilio tuviese buen fin, y de él se sacase el fruto que deseaba en la Cristiandad, para suplicar a Nuestro Señor por ello, y porque al Emperador diese próspero viaje en la jornada de Argel, Su Santidad dijo una solene misa y una letanía, hallándose presentes el Emperador y cardenales, y otro día el Emperador partió a Génova y el Papa a Roma.



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- VI -

Jornada infeliz de Argel: escribióla Nicolao Villagog, caballero de San Juan. -Armada y gente que el Emperador llevó.

     La inclinación y deseos santos del Emperador fueron de siempre hacer guerra a los enemigos de la fe, y muy contra su voluntad (si bien amigo de las armas) a los católicos. Y se verá ser esto así, porque por más irritado que fue del rey de Francia y de otros príncipes cristianos, jamás se le pidió la paz que la negase, ni movió la guerra sin que primero se la hiciesen.

     Después que salió de España hemos visto cómo allanó a Gante, pasó a Ratisbona, donde trató de la religión con mejor ánimo que suceso, ordenó las cosas del rey don Fernando su hermano contra el Turco, aunque también tuvieron mal fin; volvió a Italia, y como acabo de decir, se vio con el Papa y supo en Génova, por cartas del rey de romanos, que Solimán se había apoderado de Buda, por lo cual le persuadían y ponían en reputación, que no se apartase de Italia, para socorrer de allí al rey, o volver allá si necesario fuese; y al parecer del marqués del Vasto, lo mismo convenía para la seguridad de Lombardía, pues el rey de Francia amenazaba, por la muerte de Rincón y de César Fregoso, que poco antes aconteciera. Hizo con el rey Francisco el Emperador su cumplimiento, enviándole a don Francisco Manrique, obispo de Orense, por embajador, dándole cuenta de esta jornada y ofreciéndole muy buenos partidos cerca de lo que el rey pretendía, si bien no los que él deseaba.

     Murmuraban algunos alemanes, en especial Filipe Lantzgrave, y el de Sajonia, y otros herejes, diciendo que dejaba Su Majestad a Hungría, y su casa y solar, en las fieras manos del Turco, por irse contra Azán Agá y otros morillos de África. Mas el Emperador, por el amor grande que tenía a los reinos de España, y doliéndose de los males que los de estos reinos padecían, por los continuos asaltos y robos que los corsarios en las costas hacían, quiso aventurar su persona, y ir a quitarles la ciudad de Argel, que ya otras dos veces, como dejo dicho, se intentó conquistar, y hubo mal suceso.

     De Luca, despedido del Papa, cargado de bendiciones y no de dineros, fue el Emperador a embarcarse a Luni en treinta y cinco galeras o más, que puestas estaban a punto. Mandó que las naos de armada fuesen con los italianos y alemanes a Mallorca. Corrióle viento contrario y recio, que derramando la flota, lo detuvo más de dos días; al fin, entró en Bonifacio de Córcega, y de allí, con buen tiempo, fue al Alguer, ciudad de Cerdeña, donde una labradora presentó a Su Majestad un becerrillo con dos cabezas, recién nacido. Desde allí fue a Mahón, y tardó dos días, y llegaron las galeras a fuerza de brazos y sudor de los remeros, por andar ábrego, y aún se rompieron algunas velas de galera, quebrándose las antenas.

     Partió de allí y fue a Mallorca, cabeza de aquella isla. Aquí estaban para esta jornada, sin la casa y corte del Emperador, seis mil españoles que llevaba don Hernando de Gonzaga, de los que estaban en Sicilia, cuyo virrey él era, y de Nápoles y de Bona, que aquel año se asolara, en ciento y cincuenta naves y cuatrocientos caballos ligeros. Había otros seis mil alemanes, con Jorge Frontispero, y obra de cinco mil italianos, con Camilo Colona y con Agustín Espínola, en más de cien naos. Eran las galeras hasta cincuenta, sin las que después diré: cuatro de Malta, otras cuatro de Sicilia con don Berenguel de Requesenes, seis de Antonio Doria, cinco de Nápoles con don García de Toledo, dos del señor de Mónaco, otras dos del vizconde Cigala, dos del marqués, que agora es duque de Terranova, siciliano, cuatro del conde Anguilara; las demás eran de Génova, y de Antonio Doria, capitán general de toda la flota.

     Era mucha y buena la artillería, que con abundancia de pólvora y de pelotas y toda munición, había muchas armas de toda suerte, escalas y hachas, picos y azadas, y otras cosas tales, muchas calabazas, redomas y botillas para agua, grandísima cantidad de bizcocho, tocino, cecina, queso, habas, garbanzos y otras legumbres, vino, vinagre, aceite, manteca, higos, pasas, almendras y semejantes frutas secas; todo lo cual venía de Sicilia y Nápoles, y que según decía don Hernando de Gonzaga, bastaba para mucho tiempo a tanta gente como iba.



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- VII -

La flota que fue de España. -La nobleza de España que fue en esta jornada. -Don Andrés Hurtado de Mendoza, hijo mayor del marqués de Cañete. -Armada y gente.

     Mandó también el Emperador hacer otra flota en España, no tan armada de gente como la de Italia, en la cual hubo sobre docientos navíos, los medios escorchapines, tafurcas y otros así pequeños, las demás naos vizcaínas y urcas de Flandres, con mucho bastimento y artillería.

     La gente de guerra que llevaban fueron cuatrocientos hombres de armas de la guarnición ordinaria, y setecientos jinetes. No hubo infantería a sueldo, pero hubo tantos aventureros, así oficiales y labradores, como caballeros y hidalgos, que fue maravilla, y tan bien armados y vestidos como suelen andar en la guerra los soldados aventajados que llamaban Guzmanes.

     Fueron asimismo tantos caballeros sin paga ni llamamiento, que sería largo y pesado contarlos, y con tantos criados, y libreas, y jaeces y atavíos de sus personas como nunca en naos hombres entraron para guerra.

     Los señores de título que allá pasaron fueron don Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba, y capitán general de la flota; don Gonzalo Hernández de Córdoba, duque de Sesa; don Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, conde de Feria, con dos hermanos; don Fernán Ruiz de Castro, marqués de Sarriá; don Hernando Cortés, marqués del Valle de Huaxaca, con sus hijos don Martín y don Luis; don Luis de Leyva, príncipe de Ascoli; don Francisco de la Cueva, marqués de Cuéllar; Juan de Vega, señor de Grajal; don Claudio de Quiñones, conde de Luna; don Martín de Córdoba, conde de Alcaudete, que tenía a Orán; don Pedro Hernández de Bobadilla, conde de Chinchón; don Pedro de Guevara, conde de Oñate; don Josepe de Guevara, señor de Escalante; don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara y general de la artillería; don Fadrique de Toledo, clavero de Alcántara.

     Iban estos señores en quince galeras de don Bernardino de Mendoza, y llevaban sus caballos, criados, armas y aderezos en naves, y en ellas mucha comida, especial el conde de Feria. Cuento aquí esto, aunque ni llegó a Mallorca la flota, ni con el Emperador a Argel, por no cortar el hilo de la historia de lo que pasó allá, y por acabar de decir todo el aparato y armada de esta guerra, el cual, en suma, fue: sesenta y cuatro galeras, docientas naos de gavia y cien navíos chicos que no la tenían, si bien otros contaban más entonces. Veinte mil soldados, los seis mil españoles, seis mil alemanes, cinco mil italianos, tres mil aventureros de todas naciones, dos mil de caballo, a entrambas filas, sin los de la casa real.

     No cuento los soldados de galera, que a no llevar cada una más de cincuenta eran tres mil, ni los mozos ni otras personas que suelen seguir el real.



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- VIII -

Postura y asiento de Argel. -Prepárase Azán Agá para defender a Argel.

     Argel es lugar nuevo, a lo que dicen los moros, y hecho de los edificios caídos de Metafuz, que los de allí nombraban Tamendifusi, y que fue Rusenrio, a Rusconia, pueblo de romanos, y aun por el nombre Rusconia parece cosa de España, donde en los tiempos pasados hubo lugares que se llamaron Ruconia.

     No es Argel Tipasia, ni Tampoiol Cesárea, morada del rey Juba, que caen más hacia el estrecho; ni menos Arsenaria, como piensan otros, que según Plinio estaba del mar casi una legua. Está puesto Argel en una punta; por hacia norte se mete a la mar, y edificado cuesta arriba, como en tres rincones. Hanme dicho los que le han visto, que casi como Simancas, villa a la ribera del Pisuerga, dos leguas de Valladolid.

     Tiene Argel en lo alto, donde hay una puerta, un castillo más vistoso que fuerte, aunque después de esta jornada lo han ensanchado y fortificado. Las casas, como están en ladera, gozan todas de la vista de la mar; el peñón, que ya fue de Castilla, y que llaman ellos Gezir, que suena isla, causa que haya puerto, si bien pequeño, y no seguro de cierzo, porque Haradín Barbarroja hizo, después que lo ganó, un gentil muelle de él a tierra con piedras de Metafuz que trajeron españoles cautivos. La ensenada, que va en arco de Argel a Metafuz, que le cae a Levante, rodea cinco leguas, aunque no hay sino tres de punta a punta. Tiene ruin surgidero, si no es en Metafuz, y aún se muda la arena, según pareció cuando se vieron después cubiertas las galeras y los otros navíos que dieron al través; y que diesen, tuvieron alguna culpa Andrea Doria y los pilotos, que no sabían aquella costa, puesto que la tormenta fue muy recia.

     Lo llano de la tierra en que hay dos ríos, dichos Alcaraz y Sesaja, es poco, porque luego comienza la sierra, la cual tiene algunas quebradas o barrancos, especialmente cerca de Argel, y por ser grandes lo hacen fuerte. Tiene por la parte de Poniente más agria cuesta y peor mar.

     Es Argel de cinco mil vecinos, y aun casas, y de buenos edificios, y de gran policía, porque cada oficio está por sí en su calle o barrio. Es rico por los robos que cosarios hacen y llevan de España y otras costas del mar, y de Italia. Fue mucho tiempo sujeto a los reyes de Tremezen, y últimamente a los de Bujía, cuando el rey don Hernando lo hizo su tributario. Encomendóse luego a Tumi Jeque, de Metafuz, y de ahí a poco a Horruch Barbarroja, el cual se alzó con él, matando al Jeque. Después lo poseyeron los Barbarrojas con gran reputación, así por la pérdida de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada, como por el poderío y señorío grande que han tenido en la mar; y cuando allí pasó el Emperador, lo gobernaba Azán Agá, capado, natural de Cerdeña, renegado, y hombre para mucho; el cual, viendo que sentía demasiadamente el pueblo la pérdida y vencimiento de Caramani y Alí Hamet, sacó a la plaza ciertos zurrones de moneda, diciendo que con ella daría otra tal flota. Y sabiendo de la armada y voluntad del Emperador, se apercibió a la defensa, fortificando la ciudad.

     La gente que dentro tenían cargo de las armas por su mandado, eran ochocientos turcos, los más a caballo, que los otros, o murieron en la de Aborán, o estaban con el Jerife en la guerra de Portugal. Tenía casi cinco mil moros, los más, naturales de allí, que los otros eran mallorquines renegados, de mucho tiempo, y granadinos, y aún muchos moriscos de España, que todos tenían escopetas y buenas ballestas de acero, arma excelente para con agua. Llamó y pagó gruesas compañías de alárabes, que son los que hacen la guerra con sus caballos en Berbería. Mandó, so graves penas, que ninguno sacase ropa de Argel, ni mujeres ni hijos, porque lo defendiesen con mayor esfuerzo, y aun castigó algunos que andaban tristes y ronceros. Y por entretener los suyos, o por desanimar los nuestros, si a sus oídos llegase, hablaba mucho con una vieja hechicera, que habiendo adivinado la perdición de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada, agoraba también la del Emperador, y en ella no la engañó el demonio, si bien padre de mentiras, la fama de lo cual anduvo entre los españoles y campo imperial, mayormente cuando comenzó y anduvo la tormenta.



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- IX -

Cómo se cercó Argel. -Había dentro en Argel mil y quinientos turcos y siete mil moros. -Discreta y valerosa respuesta de Azán Agá.

     Esperando, pues, el Emperador en Mallorca (por volver donde le dejamos) la flota de España, llegó allí una galera de las de don Bernardino, con aviso que toda la flota quedaba en la Ibiza y en la Formentera.

     El Emperador, entonces, mandó que se fuese a Argel; envió su recámara en ciertas galeras a Barcelona por ir más desembarazado, y partióse luego que hizo buen tiempo, y en dos días llegó a la playa de Argel, el día siguiente, y otro después dieron fondo las naos donde les era mandado, como dio el galeón de Andrea Doria, su capitán, si bien algunos que se rezagaron en Mallorca pasaron a Orán sin poder aferrar allí por los recios aires que comenzaron a soplar, a cuya causa estuvo él Emperador con las galeras en Sarza detrás de Metafuz, tres o cuatro noches, y con Bernardino de Mendoza en las Caxinas, tres leguas al poniente de Argel.

     Venían dos fustas de Levante, sin saber lo que pasaba o, como dijeron, de saber del Emperador; la una entró en Argel a fuerza y ligereza de remos, y a la otra hundió la galera de Cigala por tomarla.

     Amaneció, pues, mansa la mar, octava de Todos Santos, que fue de este año 1541, por lo cual mandó desembarcar los españoles en los bateles y esquifes de la flota, con sus arcabuces y comida para dos o tres días.

     Iba el Emperador en la popa de su galera, que le veían todos. Era su estandarte un crucifijo, y las banderas llenas de cruces. Fue cosa muy vistosa ver ir las galeras a tierra, todas igualmente al remo, con hermosas banderas, con muchos sones y tirando, los barcos llenos de hombres armados. Comenzaron, pues, los españoles a tomar tierra con poca resistencia de los naturales, si bien había muchos por la marina a pie y a caballo, a causa que las galeras tiraban su artillería.

     Aquel día, y lunes y martes, desembarcaron todos los soldados, y algunos caballos y nueve tiros de artillería de campo, con sus municiones y no mucho bastimento.

     Pues como el Emperador saltó en tierra, envió luego a Azán Agá pidiéndole que se diese, si no quería guerra, y que se debía dar por volver a ser cristiano, pues era hijo de padres cristianos, y porque los Barbarrojas tenían usurpado aquel lugar y reino tiranamente, y porque se lo pedía y rogaba el Emperador de cristianos y rey de las Españas, cuyo vasallo él nació, y que tan poderosa flota y ejército traía; y porque, dándose, le haría crecidas mercedes, con mucha honra y libertad, y los turcos irían libres por do quisiesen, y que asimismo los moros quedarían libres y con sus haciendas y en su secta; pero que en no se dando, pararía en lo que paró en Túnez Haradín Barbarroja, su amo, y quien lo capó, y aún peor, porque los soldados no le darían libertad, ni aun vida, en pena de sus pecados, ni él usaría de clemencia en castigo de su rebeldía.

     Azán Agá respondió que no quería más honra de cumplir su pleito homenaje, y defenderse de tan grande armada o morir a manos y fuerza de tan excelente Emperador; cuanto más, que nadie libró bien siguiendo el consejo de su enemigo, ni él aún había visto por qué darse. Y que si Su Majestad llevaba buenos soldados y tiros y caballos, que también él se los tenía buenos, y en lugar fuerte y en mar brava, por lo cual esperaba en Mahoma, que Argel, que tan esclarecido era con las pérdidas de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada, famosos capitanes españoles, sería mucho más famoso con la nueva tormenta y desventura del Emperador Carlos V.

     Tal respuesta dicen que dio aquel renegado capón, o creyendo las adivinanzas de la hechicera, o sabiendo que aquel mar suele embravecerse mucho por ese tiempo.

     Durmió el Emperador aquel domingo en la noche en una casilla que estaba en lo llano. Hizo luego tres haces de su campo; dio a cada una tres tiros de campo, con que atemorizar los enemigos, porque no para hombre de a caballo en sintiendo tirar. Iban los españoles delante hacia la montaña, con don Hernando de Gonzaga, porque los alárabes hacían sus arremetidas por aquella parte. Los alemanes que regía el Emperador caminaban en medio, y los italianos, con Camilo Colona, y entre ellos los comendadores de Malta, que serían hasta ciento y cincuenta, tenían la marina.

     Caminando, pues, así en orden, tuvieron algunos sobresaltos con los alárabes, porque llegaban haciendo jinetadas y tirando flechas y escopetas con pelotas de estaño, y aun de noche tiraban encarando a los fuegos que por el frío encendían, por lo cual subieron tres compañías de españoles arcabuceros a la montaña, para ojear o arredrar los enemigos; mas acudieron tantos de ellos aquella noche, que la pasaron los españoles, y aun los demás, sin dormir y con harto trabajo, y se hubieron de volver al escuadrón faltándoles pólvora.

     Mandó ir luego el Emperador a don Álvaro de Sandi con todos los españoles, que ganasen la cuesta y llegasen hasta junto a Argel. Ellos subieron, pero no sin trabajo y fatiga. Echaron mal juicio, porque porfiaban que no, peleando los alárabes de allí; si bien eran infinitos, asentaron sus tiendas donde les fue mandado. Caminaron los escuadrones con el concierto que digo, llevando la caballería delante, y en la retaguardia el fardaje, o bagaje, y pararon cerca de Argel a poner real entre dos grandes barrancos que servían de foso y vallado, donde no podían llegar, cuanto más entrar, los enemigos sin puente.

     De lo alto donde estaban los españoles se señoreaba el lugar con la artillería; la tienda imperial, con las de la corte, se armaron entre alemanes y tudescos. De esta manera cercó el Emperador a Argel, habiendo él mismo trazado el real y guiado el ejército con grandísima diligencia y cuidado. Pensaba ganar el lugar con poca dificultad, si bien hubiese dentro muchos defensores, que de los alárabes no se hacía caso siendo tan fuerte el sitio del real; por no ser recia la cerca y estar cuesta arriba y mala de guardar, y porque al tiempo de las arremetidas, o por la batería o por escalas tirarían tanto las naos y galeras, jugando su artillería de junto al muelle, que ocupasen muchos moros allí, por lo cual habían mando a don Pedro de la Cueva y a Luis Pizaño sacar, los cañones dobles y las culebrinas, y otras piezas que fuesen de batir, y a Francisco Duarte, proveedor de la armada, que desembarcase armas, escalas, palas, azadas, picos y cuanto más vino, pan, carne, queso y cosas de comer pudiese, y al príncipe Andrea Doria, que se llegase al muelle con las galeras y navíos de armada.



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- X -

Rebato que dan los alárabes en el campo imperial. -Comienza la tempestad. -Acometen los turcos al real. -Llegan los valientes caballeros de San Juan hasta las puertas de Argel. -Valeroso hecho del Emperador en una recia escaramuza. -Humanidad del Emperador.

     Puesto, pues, así el ejército, y haciendo cada uno lo que le mandaba el Emperador, comenzó a llover reciamente de cierzo el martes en la tarde, con un granizo y frío que traspasaba los hombres como tenían poca ropa, y con tan furioso aire, que derrocó las más tiendas del real, y como duró toda la noche, pasáronla todos con trabajo. Amaneció el miércoles con más rigor, y así los soldados apenas podían estar en pie, que los grandes lodos del pisar y la humedad no los sufrían echados.

     Conociendo esto en Argel, salieron muy de mañana y muy callando un gran tropel de turcos a caballo, y otro de moros y moriscos, mancebos escogidos, ligeros de pies. Mataron las centinelas, dieron luego en tres compañías de italianos que guardaban una puente, con grandes alaridos y grita, y como estaban desvelados, luego los pusieron en huida, matando a unos y hiriendo a otros. Despedazaron una bandera, y pasando una hoya llegaron a las primeras tiendas.

     Envió luego el Emperador allá, en sabiendo lo que pasaba, y certificado del ruido, a Camilo Colona, para que refrenase los enemigos. El cual pasó una puente que entraba entre aquel tercio y la ciudad, con muchas banderas de los italianos, que tenían sus estancias allí donde se peleaba; llegado Colona, y peleando animosamente, detuvo los enemigos. Llegó don Hernando de Gonzaga, que, habiendo reprendido los italianos con grande enojo, pasión y ira, les hizo que siguiesen los turcos por cobrar su honra, contradiciéndolo mucho el Camilo.

     Arremetió entonces Agustín Espínola con sus compañías de genoveses, y por fuerza hizo que los turcos mostrasen las espaldas, el cual los persiguió hasta tocar muchos de los suyos en las puertas de Argel, que de miedo se cerraron, por lo cual algunos moros no pudieron entrar, y se salvaron por otra parte. Hacíanles mucho daño desde los muros con piedras, saetas y pelotas, pero ellos no se retiraron con tiempo, esperando por ventura socorro, y cuando se retiraron no tuvieron compañeros en que hacer hincapié.

     Salieron de refresco otros de caballo y de pie, que los apretaron recio, y sobrevino Azán Agá muy lucido, con muchos caballeros y peones, que los forzó a huir. Resistieron un rato los caballeros de San Juan, que llevaban celadas y coseletes, y algunos otros caballeros y buenos soldados, los cuales, a la fin, se hicieron fuertes en un puente de madera que cerca de Argel estaba, hasta irles ayuda. Pelearon desigualmente, porque eran pocos y estaban cansados y hambrientos, y les daba de cara el viento y pluvia, y los enemigos, siendo muchos, estaban holgados, y aprovechábanse bien de las escopetas y mejor de las ballestas, que no les empecía el agua, y tenían, sin todo esto, caballos que a los imperiales faltaban.

     Causó este rebato desde su principio grande alboroto y arma en todo el ejército, como duró mucho, y porque los españoles no pudieron bajar al ruido, ni cumplía, por andar tejiendo delante de ellos infinitos alárabes que siempre amagaban. Mas el Emperador, que luego se puso a caballo armado, acudió con todo el ejército y tercio de alemanes, que pelean bien a pie quedo, para reparar y recoger los italianos.

     Envió corriendo tres compañías de ellos adelante, los cuales se volvieron feamente sin calar las picas ni desenvainar sus espadas despuntadas, o por temor de los muchos turcos de a caballo, que con sus turbantes parecían doblados, o por ver cuán determinadamente huían los italianos.

     Entonces el Emperador dio de espuelas al caballo, y con la espada desnuda en la mano los detenía y afrentaba, y a gran andar, aguijando con los demás, les decía en tudesco con grandísima majestad y semblante, que anduviesen solamente a ver huir los moros, y si algo se detuviesen como victoriosos, que les mostrasen los dientes peleando, como alemanes con él, por ensalzar la fe, por honra de su Emperador y por gloria de su nación.

     Apresuraron con esto el paso, y alegres de ver delante de sí a su Emperador, que tan animosamente los esforzaba y acaudillaba, comenzaron a pelear hablando recio entre sí mismos. No los esperaron mucho los turcos, aunque estaba allí Azán Agá, por guardar sus caballos de las picas, ni los moros, que venían desarmados; todos huyeron muy contentos de la victoria pasada.

     Con esto cesó la contienda aquel día, en la cual murieron trecientos soldados de la parte imperial, y en ellos tres o cuatro capitanes y ocho caballeros de Malta. Salieron heridos más de docientos, y hasta treinta caballeros de Malta, que tenían cruz blanca. Salió también herido don Felipe Lanoy, príncipe de Salmona.

     Anduvo el Emperador este día excelentísimo capitán, a dichos de todos, así en el esfuerzo como en prudencia; y estando mojado, que le corría agua la camisa y fatigado del mucho trabajo que había tenido desde que desembarcó, principalmente aquel día, no quiso ir a su tienda, rogando humanamente a todos los caballeros que se fuesen a descansar, hasta poner en recaudo los heridos, que fue grande humanidad.



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- XI -

La tormenta grande que vino sobre la flota del Emperador.

     Comenzaron a correr grandes ondas de mar, como mensajeras de la tempestad, que luego vino al mejor tiempo que se andaban sacando los caballos, los tiros y pertrechos, al pan y vino, con todo el bastimento que había de comer el ejército, por cuyo inconveniente casi no hubo tiempo de sacar nada, que fue causa de no tomarse Argel. Sobrevino, como poco antes dije, un valiente cierzo que propiamente llaman Nordeste, con tanta revuelta, fuerza y frío y aguaceros, que puso toda la flota en términos de perderse, porque se arrancaban las áncoras y se quebraban los cables, y así curían las naves unas con otras, bambaleábanse tanto que parecían tomar agua con las gavias, y se abrían del mucho ludir despidiendo las estopas calafateadas; por lo cual estaban los hombres desvanecidos y desatinados, y así algunos que pudieran pasar la tormenta, si tuvieran sufrimiento, dieron al través, diciendo que por no enloquecer.

     Llegaba en tan fuerte tiempo la flota de España, y así se hundió casi toda, sino los navíos grandes y recios.

     En conclusión, se perdieron brevemente obra de ciento y cincuenta navíos menores y mayores con cuanto iba dentro, salvo algunos caballos, y los hombres, aunque algunos se ahogaron, y otros alancearon los alárabes.

     Esta noche de la tempestad, estando el Emperador con harta congoja, mandó llamar algunos marineros y pilotos, y preguntóles cuanto tiempo se podrían defender y sustentar los bajeles en el agua no cesando la tormenta; respondiéronle que a lo más dos horas. Preguntó qué hora era; dijeron que las once y media. Dijo luego, con semblante alegre: «Pues no desmayéis, que en España se levantan a las doce los frailes y monjas a encomendarnos a Dios.» Dicho por cierto en que este príncipe mostró la fe que en la oración tenía.

     La misma fortuna pasaron las galeras, porque contrastaron con el viento, sosteniéndose al remo desde medianoche hasta muy alto el día, con gran diligencia de los capitanes y cómitres, y maestría de los pilotos. En fin, no pudiendo más, y por no perecer ahogados si se volcasen tanto dentro en mar, izaron vela y embistieron en tierra algunas galeras. Fue gran lástima (que los llantos no se oían con el ruido de las olas, que bramando quebraban en la costa y navíos trastumbados), ver cómo los alárabes alanceaban los cristianos que salían hechos agua sin armas y las manos juntas pidiendo misericordia, sin que les aprovechase cosa. Encomendábanse unos a los esclavos de galera, que con ajeno mal se rescataban, otros se tornaban a la furiosa mar por miedo de las lanzas jinetas, y otros, no sabiendo nadar, se ahogaban, ni pudiendo antes de conocer el mortal peligro de tierra, por miedo del cual se sufrieron algunas galeras haciendo mil votos los marineros y soldados, que consideraban entre la tormenta de agua, la desventura de tierra.

     Cuando la galera de Juanitín Doria dio al través con otras, envió el Emperador a don Antonio de Aragón que le socorriese con tres compañías italianas, que fue causa de venirse otras a perder, y que los capitanes de muchas estorbasen a cuchilladas que no se viniesen; tanta gana tenían todos, así soldados y marineros, como galeotes y esclavos. Lo mismo aconteciera en las naos por ir seis o siete compañías de españoles a recoger la gente, lo cual, aunque fue bien proveído, no fue bien acertado, según a muchos pareció. Perdiéronse catorce o quince galeras con su artillería y con mucha ropa y plata labrada, una de las cuales era de don Enrique Enríquez, que otra suya toda la tormenta pasó sobre las áncoras; las demás se fueron todas en pudiendo al cabo de Metafuz con Andrea Doria, que muy bravo estuvo con los que fueron a dar en tierra, y con los que querían que también él fuese, y muy enojado consigo mismo por no haber acertado el surgidero, y con el Emperador, que porfió a ir tan tarde.

     Hubo gran tristeza en el ejército por la pérdida de tantos navíos, que les hacían falta para volver a sus tierras, y por la muerte que dieron a tantos, sin moverse a misericordia los alárabes, no queriéndolos tomar por esclavos, aunque fuesen mujeres hermosas, y por quedar desproveídos para poder ganar a Argel, que tanto a todos tocaba; así tuvo sobre ello el Emperador que pensar.



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- XII -

Alzase el Emperador de Argel. -Hambre que padecían. -Metafuz: Rusconia. -Comían carne de caballo. -Tratan de revolver sobre Argel. -Hernando Cortes, marqués del Valle, se obliga la conquistar a Argel. -El conde de Alcaudete se obliga a lo mismo: piérdense estas cosas por no oír los reyes a todos. -Echan los caballos a la mar. -Valor que mostró aquí el Emperador. -Consuela el Emperador a los suyos humanamente.

     Determinó el Emperador de alzarse de Argel, tomando el parecer de los del Consejo de guerra, si bien lo más que se hacía era por su cabeza, porque no viniese otra tempestad y acabase la flota, y quedasen todos perdidos, y porque no había artillería para derribar la cerca, ni comida para sustentar el cerco, la cual era el todo de aquella guerra, que los Iodos del real, o se secaron o los agotaran, aunque muchos y pegajosos eran, y el frío se remediara con la leña de muchas viñas que allí había. La falta de vestidos era también grande, porque ninguno había sacado más de lo que a cuestas traía cuando se desembarcó.

     También Andrea Doria le dio priesa que se fuese con todos a Metafuz, donde llevaba las naos, por ser buen embarcadero, y seguro de los alárabes que no podían llegar con sus caballos a la lengua del agua, por haber allí un gran desbazadero.

     Acordada, pues, la partida, se partieron entre soldados los caballos de la artillería, que con tiempo salieran por no haber otra comida, y después otros muchos de los hombres de armas y jinetes españoles que escaparon o se sacaron de los escorchapines y tafurcas.

     El Emperador, estando fuera de su tienda, viendo cómo se recogía el campo, cubierto con un fieltro blanco preso a la garganta, y lloviznando, paseábase cercado de los señores de título y otros caballeros, sin hablar otra palabra mas de que le oían: Fiat voluntas tua, conformándose, como católico, con la voluntad de Dios.

     Comenzó a retirarse jueves por la mañana todo el ejército por la orden y camino, que fue llevando en medio los enfermos y heridos. Los de Argel hacían alegrías, según desde las almenas y ventanas mostraban, así por la grande artillería y despojos de las galeras y naves que habían de gozar, como por la retirada del Emperador. Salieron muchos de caballo a picar en el ejército, más que a pelear, y lo mismo hicieron los alárabes, que andaban infinitos en lo alto de la montaña, aunque algunos allegaban haciendo halaracas, pero en sintiendo algún tiror huían a rienda suelta.

     Aconteció cerca del que escribió esta relación, bajando por una quebrada, y entre viñas, que arremetió un moro de a caballo a un arcabucero español que se había desmandado mucho; el soldado, que debía ser mañoso y artero, echó pólvora en medio del arcabuz y encendióla por engañar al moro; el cual, como vio fuego, y no sintió trueno, corrió a él, pensando que de húmedo no cebaba; entonces el español puso de veras la mecha y apretó la llave, encarando, y derribóle.

     Durmió el Emperador aquella noche no lejos de una gentil fuente que llaman de la Palma, y que proveyó al ejército. Estaba el real en fuerte sitio, entre la mar y Alcaraz, que venía crecido. Mas los enemigos estuvieron quedos aquella noche. Iba muy crecido Alcaraz de la lluvia pasada, y por rebosar mucho la mar; si bien a la ida se pudo vadear a pie, a la vuelta arrebataba los que intentaban de quererlo pasar, y por esto se hizo de presto una puente con antenas, mástiles, y otra madera de las galeras y naves que allí cerca se perdieron, por la cual pasaron los alemanes y los italianos, y la corte y enfermos. Los españoles y los que tenían caballos pasaron el río a pie por bien arriba de la puente, escaramuzando con los enemigos que anduvieron aquel viernes atravesando mucho y amagando; y aún, tal de ellos hubo que se allegó a picar con la lanza, si bien le costó la vida.

     En pasando aquel río se volvieron los turcos a Argel y no parecieron más.

     No había pan, y comían caballos y palmitos con sus majuelas, aunque duros y ruines, que hay muchos allí; otros comían galápagos y caracoles; los tudescos comían cebollas albarranas, que juntamente con beber agua (que para ellos es ponzoña), y dormir desnudos en hoyos, que parecían sepulturas, enflaquecieron malamente, por lo cual se rezagaban mucho, con otros italianos dolientes, que, como la necesidad de todos no daba más lugar, murieron algunos alanceados.

     Otro día se pasó Sef Seia el agua hasta los pechos, que lo sufría el suelo. Durmióse esta noche en Metafuz, donde se aposentó el ejército con placer de todos.

     Fue Metafuz, como dicen, hablando de Argel, Rusconia de Octaviano, o Ruscurio de Claudio, si bien otros piensan que Tipasa, y, a la verdad, todos estos lugares estaban en la Mauritania Cesariense, como en Plinio y otros autores se ve. Pero Tipasa caía más hacia la otra Mauritania. Fue Metafuz antiguamente grande y noble pueblo, según se ve del rastro que aún dura de templos, termas o baños, arcos, bóvedas y piedras labradas con arte. Dicen los moros que lo destruyeron godos, y que de allí se pobló Argel, aunque pudo despoblarse por falta de agua, que no la tienen, sino que la traen de lejos por canales o acueductos, los cuales hoy día están, aunque a pedazos, altos y recios. Hace la mar allí un recodo, que no es mal puerto, por estar abrigado del Nordeste, con la punta de tierra que de alto se lanza en la mar cara Noroeste, y Argel no tiene otro mejor allí cerca, y si la flota surgiera en él, no se perdieran las naves con aquella tormenta, según pilotos después decían, y Argel se tomara.

     Comenzaron, pues, a sacar de las naves, que ya estaban allí, bizcocho, vino, queso y carnes saladas, y dieron primeramente a los alemanes, y luego a todos, abastada y cumplidamente, y no tardó de haber bodegones y tiendas de frutas secas y agras, y de cosas dulces, que pareció maravilla. De agua se proveían en lagunillas y carreos que había cerca.

     Comenzó la gente a recrearse, mejorando de comida, bien que algunos no dejaban de comer carne de caballos, si bien desabrida, dulce y muelle; el hígado es lo mejor del caballo, a gusto de todos los que lo comían. Hubo disputa cuál era mejor, embarcar o volver sobre Argel; sobre lo cual hubo muchos pareceres. Unos temían que se revolviese sobre Argel, pues que la victoria era tan cierta desembarcando agora con cuidado lo que convenía, pues que a falta de no lo haber hecho se perdiera el primer acometimiento, y esto, parte, porque no se acertó el surgidero, lo uno, y porque se tuvo gran descuido no temiendo, tempestad, cual vino, en echar luego a tierra caballos, municiones y comida. Lo cual hecho, agora prometíase a los que eran de este parecer una certísima victoria, que, por conseguir, había Su Majestad y el ejército pasado por tantos trabajos, peligros y gastos, y aún parecía cosa vergonzosa retirarse sin hacer más daño al enemigo.

     Pero estaba el Emperador tan lastimado de ver el estrago que por su armada había pasado, que ni negaba lo uno ni resolvía en lo otro. Quisiera recoger las reliquias de sus gentes, por no perderlo todo, y retornar sobre sus enemigos, pero temía la braveza del mar. Otros hubo que dijeron que lo mejor era embarcar, aunque ya no lo quisieran los soldados españoles ni muchos caballeros, y señaladamente, Hernando Cortés, marqués del Valle, que sabía de semejantes trabajos y hambres, y últimos aprietos, y fue el que más perdió después del Emperador, porque se le cayeron en un cenagal tres esmeraldas riquísimas, que se apreciaban en cien mil ducados, y nunca se pudieron hallar; y era tal su ánimo, que no sintió tanto esta pérdida como el poco caso que de él se hizo en esta jornada, porque con haber sido tan valeroso como era, y es notorio, no le metieron en Consejo de guerra ni le dieron parte de cosa que en ella se hiciese, y aún, después de pasada la tormenta, porque decía él que se viniese el Emperador y le dejase con la gente que allí tenía, que se obligaba de ganar con ella a Argel, no le quisieron oír, y aún dicen que hubo algunos que hicieron burla de él.

     Ningún discreto habrá que no entienda la causa de esto, y más si conoce y sabe la soberbia del español, como si la virtud y nobleza propria no valiese tanto, y según algunos, más que la heredada.

     A lo mismo que Hernando Cortés, dicen que se ofrecía don Martín de Córdoba, conde de Alcaudete y capitán general de Orán; o el Emperador no lo supo, o sus consejeros le quitaron de ello.

     Mandó, pues, el Emperador, resolviéndose en la vuelta, embarcar a cada uno en el navío que vino, si lo hubiese, porque de las naos de Italia, pocas faltaban; mandó echar los caballos de todas a la mar, que fue gran lástima, por que cupiesen los hombres. Las naos se llenaron mucho, porque faltaban pocos, y muy menos que al principio creyeran, de lo cual se quejaban sus dueños, haciendo gran sentimiento por ello, como de daño particular e injurioso, pensando con lo tal amansar al Emperador, que estaba, y con razón, puesto en efectuarlo; mas el Emperador, como cristiano piadoso, antepuso la vida de un hombre, y de muchos, a la de un caballo, y caballos sin cuento que fueran. Fue muchas veces él mismo de nave en nave a los hacer echar o desjarretar, que por lindos los escondían.

     Hubo gran trabajo y estrechura en repartir y embarcar la gente, por lo cual anduvo el Emperador con mucho cuidado, entrando y saliendo a menudo en la mar, a que recibiesen a todos en los navíos sin quedar alguno, y fue bien menester.

     Finalmente, el autor de esta relación (que no fue a pelear, sino que era un sacerdote docto y curioso) dice que fue en la galera de don Hernando Lobos, embajador de Portugal, y que se embarcó de los postreros de todos, y notó mucho al Emperador, como lo había notado todos aquellos días, y sin lisonja dice: «Él estuvo en todo sabio a gobernar, esforzado a pelear, humano al mal ajeno y fuerte al propio; y si Dios así no lo dispusiera, era digno de acabar gloriosamente aquella empresa.»

     Y el doctor Illescas dice, por relación de un caballero que se halló en esta jornada, que habiendo el Emperador sabido que Andrea Doria era desembarcado, salió de una tendezuela de lienzo que tenía por posada, para irle a visitar, luego que se alzaron de Argel, y acaso pasó por medio de un escuadrón de infantería, y como le vieron ir hacia donde estaba Andrea Doria, pensaron que se quería embarcar, y dejarlos; y comenzaron todos a murmurar y afligirse, entendiendo quedar sin él. Entendiólo el Emperador, y volvió a ellos el rostro alegre y lleno de amor, y díjoles: «No temáis, amigos, que no me voy; yo os prometo que el primero que aquí ha de quedar seré yo, y de no salir de estos trabajos hasta teneros a todos fuera de ellos.» Palabras con que les puso mil corazones.

     Embarcáronse, pues, todos; italianos primero, alemanes luego y después los españoles, y antes que acabasen se revolvió el tiempo y el mar con otros aires, que se hubieron de partir cada uno cuando pudo y como pudo.



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- XIII -

Arroja el viento al Emperador en Bujía. -Crueldad de los bárbaros y ánimo de los españoles. -Vuélvese el Emperador a Dios, con ayunos y oración. -Qué ciudad era Bujía. -Deshace el Emperador la armada. -Va el Emperador a Callar.

     Cada piloto y cada hombre quisieron volver donde partió, mas los aires derramaron la flota de tal suerte, que ninguno tuvo derecha su navegación, y queriéndolo así su fortuna, las naos que habían de ir a España fueron a Bujía o a Cerdeña, y aun a Italia, y muchas de las que habían de ir a Italia vinieron a España y a Orán, partiendo todas de un puesto, aunque no a un mismo punto, cosa de contar para los siglos venideros, y que causó grandes y muchas romerías, devociones y votos.

     Algunas naos de soldados españoles como fueron los postreros a embarcar y; estaban ellas cascadas de la tormenta, se hundieron en Metafuz con los torbellinos antes que pudiesen salir en alta mar; pero no se ahogó toda la gente. Dos fueron a dar en tierra, cerca de Argel, y los españoles, según después se supo, rogaron a los alárabes, que como perros a cuerpos muertos cargaron luego a ellos, que los tomasen por esclavos y no los matasen, pues en ello usarían humanidad y gentileza, como hombres de guerra; y visto que, siendo pobres aquellos berberiscos, no los querían por cautivos, y que, como crueles, decían que los tenían de matar, blandiendo sus lanzas por encima de las adargas, tomaron las armas y hiciéronse todos un ovillo, y peleando en cerco caminaron hacia la ciudad; pelearon tan diestramente, que sin morir, hirieron muchos y aun mataron algunos.

     Llegaron en esto muchos turcos, que bien se conocían en el traje y tocado, a los cuales dijeron los españoles que se rendirían por esclavos si Azán Agá viniese; por tanto, que le fuesen a llamar, y entretanto los guardasen. Llamaron a Azán Agá, y vino luego, y llevólos cautivos, y así salvaron las vidas, ya que no pudieron la libertad.

     Los alemanes tuvieron muy mala navegación, porque más de cuatrocientos que iban en una nao, nunca pudieron tomar puerto, aunque llegaron muchos en cincuenta días, y cuando lo tomaron estaban tan debilitados y pasados de frío y hambre, que se murieron no pudiendo digerir la vianda.

     Las galeras corrieron también fortuna, y algunas perdieron la palazón, rompiendo la vela, por la cual fortuna hubieron de ir a Bujía siguiendo la costa, que así lo porfió Andrea Doria, por menor daño, aunque no lo quisiera el Emperador, sino que hicieran fuerza la vía de España; pero como allá se vio con todas las galeras y con otras muchas naos, mandó que todos ayunasen tres días, rogando a Dios por buen tiempo, y que les perdonase sus pecados, y que se confesasen, que así lo hizo él después de haber hecho tres procesiones, porque cesase la tormenta, que verdaderamente parecía que se andaba tras ellos, la cual anduvo tal, que dentro del puerto arrojó un esquife sobre una galera que mató dos remeros, y a unas galeras quebró los remos, a otras las narices, y a otras el castillo de popa; hizo también daño en las naves, porque la carraca Firnara, de Génova, dio en tierra, cascándose por la fuerza del viento y mal suelo para las áncoras, la cual suplió la grandísima falta de comida que había, porque era del bastimento, aunque no la cumplió del todo, y como eran muchos y estuvieron cerca de veinte días, hubo gran falta y carestía, y así llegó a valer una gallina una dobla, y una cabra mil maravedís, y un puerco doce ducados, y aun diez y ocho.

     Los moros traían algunas aves y vaquillas a vender, que no era mal manjar para quien las podía comprar, y venía hecho a comer caballo.

     Cuán grande pueblo de moros fue Bujía, y cuán noble y famoso, dije cuando fue sobre ella y la ganó el conde Pedro Navarro; ya en este tiempo no era de ver, si bien era de tener para las cosas de Berbería; y así, el Emperador trazó y mandó labrar un castillo, por más fuerza y seguridad.

     Y en dando señal el cielo de seguridad y templanza despachó a don Hernando de Gonzaga con sus galeras de Sicilia y de Malta, para que se fuese a su gobernación, y las naos de Italia, con Agustín Palavicino, y al conde de Oñate a España, por capitán de las naos que allí estaban, y de la gente que no podía caber en las galeras, el cual fue a Callar de Cerdeña, forzándolo el viento a hacer tan contraria navegación.

     Llegando a Callar, les hicieron los naturales las fiestas posibles, dándoles el parabién, y a Dios infinitas gracias por haberlos escapado de tan peligrosa tormenta. Tuvo allí las fiestas de la Navidad gastando muchos días antes que a España venir pudiese.

     Duraba el mal tiempo y crecía la falta de los bastimentos, y así, había bien que pensar sobre tan arduos negocios como éstos dos eran: el uno constriñía a partir, el otro forzaba estar quedos, y ambos amenazaban muerte. Mandaba la hambre salir y el tiempo quedar; y en el consejo de mar unos decían que fuesen a Trípol costeando siempre, y otros a Cerdeña, forcejando al remo, o a Sicilia, navegación larga, difícil y para perecer de sed.

     Quiso Dios que en esto se levantó Sudoeste, con el cual partió el Emperador de Bujía y fue a Mallorca, y de allí a Cartagena, donde fue bien recibido, como muy deseado que era, porque, según las nuevas que habían tenido y la gran tardanza que había hecho, todos, así en Italia como en España, temían su vida, y a sus enemigos no les pesaba; y este es el fin y suceso de la jornada de Argel, tercera vez acontecida, contando la de Diego de Vera y de don Hugo de Moncada.



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- XIV -

Batalla del Carruan. -Gallarda retirada por el valor de Luis Bravo de Lagunas. -Hecho varonil de una castellana.

     Después de esta triste y desdichada jornada de Argel, corriendo Andrea Doria con don Hernando de Gonzaga la costa de África, tomó a Caramini, Monasterio, los Esfaques, Susa y la Mahometa; y dejando en Monasterio a don Álvaro de Sande, con el tercio de Sicilia, le dejó orden que diese favor al rey Muley Hacén, de Túnez, contra Cidearsa, que se le había alzado con la ciudad de Carruan y se llamaba rey de ella.

     Estaba Cidearsa puesto en una lengua de tierra que se hace entre dos mares, junto a Monasterio, y para pasar Muley Hacén a su tierra había de romper por fuerza al enemigo, que tenía veinte y dos mil caballos y quince mil infantes, y seiscientos escopeteros turcos, cuyo capitán era Baalij, renegado español, natural de Málaga, hijo de un carnicero llamado Cachorro. El rey de Túnez tenía hasta siete o ocho mil caballos, y los españoles eran como dos mil y quinientos infantes. Tenía puesto su campo Cidearsa una legua de Monasterio.

     Los españoles determinaron darle batalla, porque de otra manera no tenían paso. Don Álvaro dio noticia al rey de Túnez de su determinación, y ordenó su gente en un escuadrón, a manera de luna, y por vanguardia una manga de cuatrocientos arcabuceros españoles, y los demás, por guarnición, al lado derecho de la batalla.

     Comenzóse a pelear con tan buen orden y con tanto ánimo, que los de Cidearsa fueron de presto desbaratados, y los cuatrocientos españoles rompieron a los seiscientos turcos, que venían también por avanguardia en el campo contrario.

     Siguiendo los españoles el alcance desordenados con el calor de la victoria, no se recelando de cosa alguna, salieron de través, de entre unos olivares, hasta catorce mil caballos, que estaban emboscados por Cidearsa, y embistieron en los vencedores con tanta furia, que los moros del rey de Túnez volvieron las espaldas la vía de Susa hacia Túnez.

     Estaba tan adelante a esta sazón la manga de los arcabuceros españoles, que cuando quiso retirarse a su escuadrón, que aún estaba entero, no lo pudo hacer, y así la cercaron los caballos de Cidearsa y mataron como veinte o treinta soldados, antes que pudiesen ser socorridos de sus amigos.

     Estando el escuadrón de los españoles a la mira, y no sabiendo qué determinación tomarían viendo huir al rey de Túnez y a sus españoles en tan conocido peligro, salió de entre todos el capitán Luis Bravo de Lagunas, hijo de Sancho Bravo (el que en Valladolid no quiso seguir la Comunidad, por ser leal a su rey), mancebo valiente y animoso, y dijo, como esforzado español, estas palabras: «Señor don Álvaro, socorramos a nuestros hermanos, no sea que por la manga perdamos el sayo.» Y de presto caló su pica, diciendo en alta voz: «Ea, soldados, todos como yo, socorramos a los nuestros.»

     Fueron de tanta eficacia estas palabras, que luego todos a una dijeron: «Bien dice, señores, como caballero: vamos todos tras él.» Y de tal manera cerraron con los enemigos, que recogieron en sí a los suyos, y en muy buen orden se comenzaron a retirar a Monasterio, a donde había quedado con mucha parte del bagaje el capitán Gaspar Muñoz, herido de un arcabuzazo en la pierna.

     Habiendo, pues, caminado los españoles con tan gallarda retirada, bien legua y media, dieron vuelta sobre ellos los enemigos con grande número de caballos, y embistieron en la retaguardia, donde iban muchos capitanes y personas de oficio. En los primeros golpes atropellaron algunos y rompieron tres hileras del escuadrón; en la cuarta iba Cristóbal de la Fuente, de la compañía del capitán Juan del Río, y Pedro Bernardo de Quirós, asturiano, de los nobles de este apellido, de la compañía de Luis Bravo. Estos dos dieron voces a los que marchaban delante, diciendo: «¿Dónde váis, señores; qué caballos lleváis para huir o qué castillo en que os acoger?» Con estas palabras echaron mano a las espadas, que por la espesura de los caballos no se podían aprovechar de las picas, y el escuadrón todo dio la vuelta, y con tanto ánimo pelearon, que hicieron que los enemigos volviesen las espaldas, y cobraron algunos de los capitanes, que habían sido presos en el primer acometimiento. De esta manera se fueron retirando hasta Monesterio por una vega llana de poco menos de cuatro leguas, sin perder nada del bagaje, ni pieza de artillería, de seis que llevaban de campaña, y sin perder reputación.

     Hecho digno de memoria, aunque algunos, por descuido o mala voluntad a la nación española, no la hicieron de él, ni de otra hazaña que este día hizo una mujer que se llamaba María de Montano, la cual juntó de presto trecientos mozos de soldados y los armó, dándoles las picas que llevaban en los camellos, y defendió varonilmente el bagaje a quinientos caballos moros que le asaltaron, haciendo ella el oficio de capitán, con su pica, delante de todos, y diciendo: «Ea, hijos, defendamos lo que nos encomendaron; no ganen honra con nosotros estos perros.»

     Por esta hazaña, de allí adelante tiró paga esta mujer como soldado, y merece tal memoria por ella.

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