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Año 1542

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- XV -

Vuelve el francés a las armas contra el Emperador.

     Agradecer podemos al francés, pues dio lugar al César para hacer la desdichada jornada de Argel, y a mí para escribirla breve y sumariamente, porque no hallé relaciones más cumplidas de quien me fiar.

     La razón pedía que los príncipes cristianos y pechos generosos se condolieran de la rota y pérdida que el Emperador con tanta caballería padecieron, según dejo dicho, peleando, no con turcos, ni moros africanos, sino con los elementos sumamente alterados en tierras de enemigos infieles y inhumanos; pero piérdense los estribos donde reina pasión. Esta atormentaba tanto al rey de Francia, por la negra pretensión de Milán, en que tanto había porfiado, que sin reparar en treguas ni en otros buenos respetos, con achaque de la muerte de sus embajadores, pareciéndole la ocasión buena, por haber vuelto el Emperador tan mal tratado de la tormenta de Argel, juntándose, pues, con el rey de Dinamarca, enviaron a dar los principios de buen año con sus reyes de armas, desafiando al Emperador con soberbias y arrogantes palabras.

     Despachó sus embajadores al Turco, a Alemaña, a Portugal, a los venecianos y ingleses, procurando levantarlos a todos, aunque en Venecia y Ingalaterra les dieron malas respuestas, diciendo que era cosa indigna oír a un rey que trataba con turcos y lo había metido en la Cristiandad; los demás, con el francés, mandaron pregonar la guerra a fuego y a sangre por todas las fronteras de sus reinos. Que tal fue el pésame que estos reyes, siendo cristianos, le dieron del destrozo que había padecido en Argel, por donde había ido con tan buen celo, y tan en favor y bien de la Cristiandad.

     El Emperador respondió a sus desafíos como merecían, y a los pregones de su guerra con otros semejantes, en Flandres, a 24 de mayo, y vióse cuán represada estaba la ira del rey de Francia, que, como un mar detenido, rota la presa, revienta; así hizo este príncipe, acometiendo las tierras del Emperador por diversas partes: mandó continuar o volver a la del Piamonte, envió por Artoes y Teruana a Antonio de Borbón; por Brabante, a Martin Van Rosem, con ayuda del duque de Cleves; por Lucemburg, a su hijo Carlos, duque de Orleáns, y por Cataluña, sobre Perpiñán, al delfín Enrique.

     Amenazaba también por Navarra, y no contento con esto, procuraba la venida del Turco, a cuyo fin le envió un gran presente de seiscientos marcos de plata, maravillosamente labrada, y quinientas ropas de seda, grana, y otras telillas ricas, para dar a los criados del Turco; esto todo contra un príncipe desapercibido y roto, no de enemigos, sino de la furia infernal del mar y vientos, sin dolor ni miramiento de la Cristiandad; pasión extraña, indigna sumamente de quien la hacía.

     Hay bien que decir de estos cuentos. Lo primero que el rey Francisco procuró antes de comenzar esta guerra, fue pedir a Solimán que enviase contra el Emperador su armada.

     Llevó esta embajada un caballero francés, llamado Polino, persona de harta inteligencia y buenas partes. Halló en el Turco muy buena entrada, y en sus basás y ministros, ofreciendo la guerra como el rey la podía desear. Mandáronle volver a Francia por el orden que el rey quería que hubiese, y hallándole que andaba a caza con mucho contento de las ofertas de Solimán, dentro de tres días volvió a despachar a Polino, mandándole que fuese por Venecia donde el Turco había prometido de enviar a Junusbeyo por su embajador, para que la señoría hiciese guerra al Emperador, y los dos juntos trataron con el Senado de la guerra, formando el francés mil quejas y diciendo palabras muy descompuestas contra el Emperador. Mas por mucho que el francés y el Turco hicieron, los venecianos no quisieron intentar la guerra.

     Partiéronse a Constantinopla, donde ya estaban harto mudadas las voluntades del Turco, y de los basás, de manera que porque Polino trabajó, no pudo acabar que por este año de 1542 saliese Barbarroja con las galeras del Turco, aunque envió el rey otro segundo embajador, que fue Desio, comendador de San Juan.

     En estas embajadas gastó el rey casi un año, y en él sucedió al Emperador la desdichada jornada de Argel, de la cual muchos de los príncipes cristianos se dolieron lo que era razón; sólo el de Francia, si bien con nombre y obligación de Cristianísimo, se holgó, pareciéndole que de aquella vez quedaba el Emperador tan quebrantado y deshecho, que no se podría defender de él, y cuando el rey Francisco pensó que tenía el favor del Turco, y que no le faltaría el de venecianos, quiso, según dicen, comenzar la guerra contra su condestable monsieur Anna Montmoransi, con quien estaba indignado y quejoso, haciéndole cargos de que era amigo del Emperador, y que le había estorbado de prenderlo cuando estuvo en Francia, que por amor de él no le había dado a Milán; finalmente, él acriminó tanto la cosa, que estuvo a pique de cortarle la cabeza, y ya que no fue, le quitó cuanto tenía, y le hizo vivir pobremente y sin honra en una granja, que en esto paran de ordinario los más llegados a los reyes, y hasta agora no sé quién se haya escapado.



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- XVI -

Caída de la privanza del condestable de Francia.

     Así cuenta la caída del condestable, Illescas, y Jovio algo mejor, y fue cierto el caso de esta manera:

     Monsieur Anna Montmoransi fue desde su mocedad gran privado de Francisco, y en el mismo grado, o poco menos, lo era monsieur de Brion; y conforme a la privanza de ambos, el rey su amo, andando los tiempos, hizo al uno almirante y al otro condestable, pero siempre se trataron cada uno de estos dos por su privanza con emulación del otro (costumbre de privados ordinaria) hasta que sucedió la guerra que se comenzó año 36, en el cual pasaron palabras bien acedas, y más de lo que se sufría en semejante lugar, que era delante del rey y su Consejo de guerra, entre el condestable, que disuadía aquella guerra y la reprobaba y maldecía, y el almirante, que la persuadía y aprobaba y conforme a este su parecer se comenzó, y pasó gente los montes con el almirante, y tomaron en el Piamonte los lugares del duque de Saboya, que ya atrás quedan dichos; y como después el Emperador cargó sobre Francia y apretó aquel reino con grandísimo miedo, toda la salud de aquella provincia y la defensa de ella puso el rey en manos del condestable, dándole el cargo de aquella guerra, y así lo hizo, muy bien y acertadamente, hasta que el Emperador se retiró y salió de Francia, estando a todo esto el almirante competidor de Montmoransi, no poco desfavorecido a causa de haberse habido flojamente en lo del Piamonte, y dado lugar con su remisión a que se recobrase Fosán, y otras cosas que le imputaban, que le causó andar abatido y retirado de la corte, y estando en un lugar suyo, durando la guerra del año 1537, quieren decir malas lenguas que, por comisión del Emperador o de la reina María, gobernadora de Flandres, le enviaron una persona secretamente ofreciéndole partidos convenientes para sacarle del servicio del rey.

     De todo lo cual, así de lo del Piamonte como de haber dado oídos a otro negocio y no ser avisado de ello, fue después acusado, y estuvo preso harto tiempo, alrededor de la corte francesa, hasta que el año de 40 ó 41 se determinó su negocio, teniendo ya él tramado otro, que fue haber tomado deudo con la de Estampis, persona grandemente aceta al rey, casando hermano del uno con hermano de la otra, y la causa se determinó un poco rigurosamente contra el almirante, pero acabado de sentenciar le remitió el rey todas las penas, y volvió a su oficio y privanza como de primero, puesto caso que había muy gran diferencia entre la bondad de Montinoransi y la condición del Brion; porque el condestable amaba la paz, si bien era excelente en las armas, y todo su intento y privanza la gastaba en persuadir esto a su amo; por el contrario, Brion era amigo de novedades y que su rey siempre las buscase, y que sin embargo de cualesquier juramentos y concordias tornase a la guerra siempre que hallase aparejo para ello, y a éste atribuyen la invención de acometer las tierras del duque de Saboya, para cobrarlas con la guerra que virtualmente se hacía al Emperador; y aún también por esta vía, dar molestia a su contrario el condestable, cuya mujer era de aquella casa de Saboya, hija de Renato, hermano del duque, que por otro nombre llamaban el bastardo de Saboya.

     Pero tornando al propósito, como vio el condestable a su contrario enterado en su primera privanza, y que mediante mujeres la llevaba cimentada, parecióle, como dice Jovio, dejar la corte y retirarse, no pudiendo sufrir a su émulo puesto en la privanza antigua. Y así, estando la corte en Chatelerao, acabado el duque de Cleves de volverse de Francia a su estado, pidió el condestable la licencia que dijo, y se retiró a su villa de Ceutilia, con grande pesar del delfín Enrique, que le quería bien, y le pesaba grandemente de los disfavores que su padre le hacía. De manera que, resumiendo este artículo, la causa de la caída de Montmoransi fue la subida de su émulo, y no de que sospechase el rey que ocultamente favorecía las cosas del Emperador, ni tampoco corrió el riesgo de cortalle la cabeza, como cuenta Illescas, ni le quitó lo que tenía, ni el oficio, ni le hizo vivir pobre, ni en granja alguna, ni la madre del rey tenía enemistad con él, que ya en este tiempo era muerta había diez años, porque murió año 1541 a 14 de octubre. De manera que el condestable dejó de su voluntad la corte y lo que tenía en ella.



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- XVII -

Descubre el francés la guerra en el Piamonte, tomando a traición a Clarasco. -El marqués del Vasto se paga del francés. -En Picardía comienza el francés crudamente la guerra. -Toma el duque de Orleáns a Lucemburg y ducado de Brabante. -Cobra el príncipe de Orange lo perdido de Brabante.

     Después de esto, envió el rey a mandar a Guillelmo Belayo, que era capitán general en el Piamonte, que comenzase a dar principio a la guerra con alguna ocasión, la mejor que él hallase. Estos tratos no fueron tan secretos que el marqués del Vasto no los entendiese, por cierta traición que se descubrió en Alejandría de la Palla. Estaban por el rey en el Piamonte cinco pueblos principales: Turín, Monte Calerio, Sabiñano, Peñoralo y Varulengo, sin otros de menor calidad. Por el Emperador estaban Aste, Vercelle, Ulpián, Fossán, Quier, Quirasco o Clarasco y Alba. Antes que se acabase bien de descubrir la guerra, una noche acomodada saltearon los franceses a Clarasco, y escalando por tres partes, lo entraron y mataron la mitad de los soldados que estaban de presidio, y lanzó fuera los demás, y se apoderaron del lugar, que es muy fuerte, y de ahí a poco, estando la fortaleza con falta de bastimentos, el capitán Sangrio se dio a partido y la entregó, y lo mismo intentaron hacer en Alba y en Vercelli; mas no les valió, porque Francisco Landriano se lo defendió valerosamente, y el excelente poeta Jerónimo Vida Veronés, obispo de Alba, con su buena diligencia, industria y consejo.

     El marqués del Vasto juntó luego su gente, ayudando con gente y dineros los milaneses, y antes que los franceses se entendiesen, les ganó doce lugares, pero de poca importancia, que todos ellos juntos no eran tanto como Clarasco. Entonces comenzó a declararse la guerra y salir a luz la intención dañada del rey de Francia, y monsieur de Vandoma se puso en campo junto a Teruana y desbarató una banda de caballos flamencos, y por otra parte el duque de Orleáns tomó a Lucemburgo, sin que la reina María se lo pudiese estorbar, y ganó en aquella comarca otros muchos lugares, porque doquiera que llegaba le abrían las puertas.

     Quiso el rey hacer otro ejército para sí, y envió a Nicolao Bosum, monsieur de Longavilla, que fuese a Guillelmo, duque de Cleves y Juliers, con seiscientos caballos, y que juntase la gente que pudiese de pie y de caballo, y acometiesen a Brabante, y hiciesen allí cruel y sangrienta guerra, para embarazar a la reina María, echándole la guerra en casa, para que no pudiese socorrer a Lucemburg. Juntó el duque de Orleáns doce mil alemanes y seis mil franceses y tres mil caballos, entre los cuales había quinientos del rey de Dinamarca que había enviado, con muchos nobles de Francia en armas y en sangre, y por el mes de julio fueron contra Lucemburg y arruinaron a Dam Villerio; pusieron fuego a Jubosio, habiéndole combatido algunos días, de manera que se hubo de rendir, y pusieron en él guarnición de soldados, armas y seis tiros gruesos.

     Juntáronsele aquí al duque otras diez banderas de alemanes, y dos mil caballos que los trajeron de Brabante, que como se dirá, la habían asolado Longavilla y Martín Van Rosem. Rindióseles luego Arlonio, y contra lo que había prometido, lo arruinó y pegó fuego, de lo cual le pesó después, y mandó matar el fuego. De ahí fue contra la ciudad de Lucemburg, y habiéndola tenido cercada pocos días, se dio a partido, dejando salir libremente con sus armas y ropa a los soldados que estaban de presidio, y dando que los naturales quedasen libremente con las haciendas y gobierno como lo tenían, con las cuales condiciones se le entregó.

     Lo mismo hicieron Mommedio, con que quedó por los franceses el ducado de Brabante, quedando solo por el Emperador Thionvilla.

     Habiendo acabado tan prósperamente el duque de Orleáns esta jornada, puso por gobernador y capitán de Lucemburg al duque de Guisa, y despidiendo la gente volvióse a su padre; mas apenas pudieron padre y hijo solenizar la vitoria, porque aún no era bien llegado el duque de Orleáns a su padre, cuando le vino nueva que el príncipe de Orange, Reinerio Nasau, con su ejército, había acometido a Lucemburg, y la había tomado con todos los lugares que franceses habían ocupado, exceto Jubosio, y los había reducido al Emperador, y que tenía cercado el duque de Guisa en Jubosio. Detúvose el príncipe de Orange en recobrar a Brabante hasta el mes de octubre, y acabada esta empresa fue contra Julia, para vengar en Cleves el daño que Brabante había recebido y pagarla con la misma pena.



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- XVIII -

El duque de Güeldria se pone en armas contra el Emperador. -Cobra el príncipe de Orange lo perdido de Brabancia. -Traición que se urdía en Ambers, para entregar la ciudad al Güeldres. -Saltean los labradores engañados. -Sale el príncipe de Orange contra Martín Rosem. -Arma con gran astucia una emboscada en campo raso, en que coge y desbarata el de Orange. -Huye el príncipe de Orange. -Túrbanse los de Ambers por la rota del de Orange. -Engaño del Jovio. -Peligro y miedo de Ambers. -Requiere Rosem que se rindan al rey de Francia y al de Dinamarca. -Responden los de Ambers, que no conocen otro sino al Emperador. -Dicen los de Rosem, que las aguas salobres tragaron al Emperador, y los peces lo comieron, en la jornada de Argel. -Destruye Rosem los edificios fuera de los muros. -Entra gente de socorro en la ciudad. -Los valientes portugueses defienden la ciudad. -Álzase Rosem de ella. -Martín Van Rosem, capitán valeroso y cruel, natural de un lugar en Güeldria que se dice Rosem: y aún dicen que fue hijo de uno que hacía cerveza. -Quiere Rosem tomar a Lovaina. -Defiéndese Lovaina. -Tratan de concierto. -Defiéndenla los estudiantes. -Álzase Rosem de Lovaina. -Cómo anduvo la guerra entre franceses y flamencos en Picardía.

     Y fue el caso que cuando el duque de Orleáns hacía guerra a Lucemburg, el duque de Cleves juntó doce mil hombres y mil y quinientos caballos, a los cuales dio por capitán a Martín de Rosem, soldado principal de Güeldria, y muy escogido capitán, y echó fama que juntaba esta gente para socorrer al rey de romanos contra el Turco; y como su pensamiento era de seguir al francés y juntarse con él, y para esto había de pasar el río Mosa, y por el condado de Hornes, tomó achaque de que enviaba a Francia por su esposa.

     Pidió Rosem paso a los de Liege, mas sabiendo el obispo de Cebembergue que el camino que éstos llevaban era contra el Emperador, avisólos para que de ninguna manera los dejasen pasar, y así, los de Liege, puestos en armas, les negaron y resistieron el paso, saliendo todos los labradores y gente de la tierra a la resistencia. Entendiendo los de Ambers esto, temieron que la jornada de Rosem no era para Hungría ni otra parte, sino contra ellos y su ciudad, que en aquel tiempo era una de las más ricas de Europa, y luego con licencia de la reina María, levantaron algunas compañías de gente y enviáronlas en socorro de los labradores que estaban armados para embarazar aquel paso en Pelandia.

     Esta gente de Ambers, con otra de los dichos labradores, fueron contra unas banderas de Rosem, que ya habían pasado la Mosa, y dieron en ellos, de manera que volvieron por do habían venido, donde estaba su capitán Rosem, y no fiándose los de Ambers de Rosem, ni del embarazo que le hacían para que no pasase, pusieron guarda en la ciudad, y la fortificaron, y hicieron que todos los extranjeros, principalmente los que eran naturales de Cleves, jurasen de defenderla, y a los que no querían jurar los echaron fuera, y se puso todo el pueblo en armas, nombrando capitanes; enarboló banderas, ordenó las compañías y armó los soldados, reparó los muros, limpió los fosos, puso artillería en las torres y lugares más convenientes. Hicieron capitán general a Cornelio Espanga, por cuyo consejo quemaron todos los arrabales, que tenían una gran población. Pasó Rosem con toda su gente el río Mosa; apartándose de los enemigos, que les quitaban el paso, caminó sin hacer daño para Brabancia, no se mostrando enemigo, porque los de Ambers y otros se quitasen y no le hiciesen resistencia, hasta dar en ellos descuidados; lo otro, porque muchos de los soldados que llevaba no sabían que iban contra el Emperador, y si lo supieran antes de entrar en Brabancia lo dejaran y desampararan las banderas.

     Por lo que luego hizo este capitán, se echó bien de ver que su camino era contra Ambers, no con esperanzas de entrar la ciudad por solas sus fuerzas, que era dificultoso, sino llamado por algunos traidores, que le habían prometido de pegarla fuego por algunas partes, y que tomarían las armas cuando el pueblo estuviese alterado con el incendio, y se harían señores de una puerta y se la darían abierta para que entrase con su gente, y saquearían aquella opulenta y riquísima ciudad de Ambers.

     Eran cónsules o alcaldes de ella este año 1542, Lancelote Ursulo y Nicolao Schemero, que con los demás ministros de justicia, con suma diligencia, andaban fortificando y reparándola.

     De ahí a poco se supo en Ambers que Rosem había tomado el camino, declarándose por enemigo, haciendo guerra y daño en las tierras por do pasaba, que eran del Emperador; porque como hasta allí los soldados de Rosem anduviesen sin hacer daño entre los labradores alojados por las aldeas, comiendo y bebiendo, tomando lo que les daban graciosamente, y por sus dineros, perdiendo ya con esto el miedo, los que se habían puesto en arma las habían dejado, volviéndose en sus casas y labranza, pasó Rosem sin contradición el río Mosa; luego cada soldado prendió su huésped, y porque no los matasen les daban cuanto tenían. Robaron el ganado y quemaron los campos, derribaban los edificios y iglesias, y quemaban lugares, llegando ya a ser tan bárbaros y crueles, que mataban a quien no les hacía mal; compraban, los que podían, las vidas con dinero.

     Finalmente, los soldados de Rosem se hicieron tan insolentes, que ya no tenían respeto a Dios ni al Emperador.

     Tuvieron aviso los de Ambers, que haciendo estos daños había ido Rosem contra Berlam y Hoochstrate, y que rindiéndosele los lugares y aldeas, había tomado la fortaleza, que era de mucha importancia, y había sacado de ella mucha artillería y munición, por lo cual los de Ambers vieron que no se engañaban en pensar que este enemigo iba sobre su ciudad, y más viendo que, trayendo tanta gente, no se embarazaba en algún lugar cerrado, con haber algunos ricos que pudiera tomar y sacar de ellos grandes bienes. Pues como Rosem se detuviese algunos días en Hoochstrate, lugar cerca de Bruselas, el príncipe de Orange, con quinientos caballos y tres mil infantes, que Ambers y buscoducanos le habían dado, a 24 de julio salió de Breda y a grandes jornadas llegó a Ambers para defender la de Breda y Hoochstrate. Partieron para Ambers los de Rosem; júntanse los caminos por donde venían el príncipe y Rosem, en el campo Brescoto y Ekera, por lo cual estaba el buen suceso en la brevedad, y llegar primero el príncipe a meterse en la ciudad o llegar Rosem a cercarla, y así, procuraron darse priesa para ganar el uno al otro la delantera; por esto caminaron con tanta furia para Brescoto.

     Caminó Rosem con mayor diligencia, y ocupó a Brescoto, y con una nueva invención armó una colada al de Orange en un campo raso y llano, que en todo él no había dónde poderse encubrir un soldado, si no eran unos árboles pocos, que en un bosquecillo estaban allí cerca, y para engañar al de Orange usó de esta estratagema Rosem. Mandó poner cuatrocientos caballos de los que el rey de Dinamarca había enviado con armas negras, que por eso los llamaron los caballos negros. Estos se tendieron en ala, cerca de Brescoto; detrás de ellos puso toda la infantería de rodillas, tendidas las picas, banderas y armas, o bajas al suelo, de tal manera que estando los cuatrocientos caballos, como dije, en ala, cubrían la infantería, para que el príncipe no la viese.

     Llegó el de Orange, y por falta o negligencia de los descubridores, no tuvo aviso de la emboscada que Rosem le tenía gentilmente armada en el campo abierto y claro, y como no descubrió más que la caballería, pareciéndole poca gente, no hizo caso de ella, pensando que no estaban allí para más que embarazarle el camino. Mandó el de Orange a Lubberto Turca, capitán de la caballería, que se adelantase y los acometiese, y él con la infantería caminó a su paso en orden. El Turca, con los caballos y lanzas que llevaba, disparando los pistoletes que cada uno llevaba, dio en los cuatrocientos, los cuales se fueron retirando hasta el bosquecillo, o árboles y zarzas, donde se defendían con las escopetas.

     Apresuróse a este punto el de Orange con la infantería, y apenas habían comenzado a escaramuzar, cuando de una y otra parte se levantaron los soldados de Rosem y cercaron al de Orange, acudiendo al mismo punto la demás caballería y gente de Rosem, de diversos escondrijos, donde estaban metidos y emboscados, y hirieron fuertemente en los del príncipe, el cual viéndose tan apretado y salteado sin pensar, recogió la caballería a toda priesa y tomó el camino de Ambers, retirándose y perdiendo muchos de los suyos; fue harta ventura escaparse. Rindiéronse dos mil infantes arrojando las armas sin pelear, por ser bisoños y poco usados en ellas.

     Entró el príncipe de Orange con muy poca compañía en Ambers a las siete de la tarde. Turbáronse mucho los ciudadanos con esta pérdida; animólos el príncipe, porque era mozo de gran valor, y la mala ventura no había quebrantado su ánimo brioso; dio orden en poner la ciudad como convenía para esperar al enemigo, y luego fue a visitar a la reina María, que tenía un valor varonil, muy semejante al de César su hermano.

     De ahí a poco, después del príncipe de Orange, llegó a las puertas de la ciudad, -que también había escapado-, Lubberto Turca con algunos caballeros, aunque Jovio, con engaño, dice que fue preso, libro 41, c. 5. Hubo pareceres en la ciudad si lo admitirían en ella, porque aunque este capitán había siempre servido al Emperador, era natural de Güeldria, a quien servía Rosem; recelábanse de él.

     Gozóse Rosem con la vitoria; volvió a regocijarla en Briscoto. Otro día asentó su real en los arrabales de Ambers; estuvieron ambas partes aquella noche con grandísimo cuidado y guarda, sin dormir sueño, porque los de Ambers se temían de alguna traición o fuego, que de los que dentro estaban no se fiaban; también temían de que los enemigos, con la oscuridad de la noche, acometiesen a la ciudad por la parte del muro antiguo, que era muy flaco. Rosem y Longavilla también se recelaban, y temían no saliesen de la ciudad por diversas partes, y los salteasen en el real; por manera que el miedo que los unos y los otros tenían, hizo que esta noche pasasen con harto cuidado guardas y espías.

     El mayor peligro que la ciudad tenía era entre Kipdorpian y la puerta colorada; aquí pusieron los ciudadanos personas de mayor confianza. Estando en Ambers las cosas tan miradas y prevenidas para esperar al enemigo, llegó un rey de armas de parte de Rosem, y como si Rosem fuera un rey, les dijo que rindiesen al rey de Francia y al rey de Dinamarca aquella ciudad, porque Rosem, capitán esclarecido con muchas vitorias, hacía aquella guerra en su nombre, y que solamente pedía a los ciudadanos que hiciesen juramento a aquellos reyes, porque sus fueros, privilegios y libertades no solamente se los dejarían perpetuamente, sino también se los acrecentarían; y que supiesen, que si quisiesen más probar sus fuerzas que obedecer sus sanos consejos, él procuraría, plantando su artillería y echándoles encima sus soldados viejos invencibles, que su pertinacia hubiese tan desdichado fin, que tuviesen bien que llorar.

     Los de Ambers respondieron que no conocían otro señor sino al Emperador Carlos V, y que sin su mandado, a ninguno que trajese armas abrirían. Dijo el rey de armas que al Emperador Carlos ya lo habían comido los peces del mar. Los de Ambers respondieron graciosamente que verían cómo dentro de tres días saldría del vientre de la ballena como un Jonás, y lo tendrían más presto sobre sí de lo que sus reyes quisieran.

     Fue ardid que los enemigos del César usaron, que luego que se supo la pérdida de su armada en Argel, quisieron hacer creer a todos que el Emperador se había anegado, le habían comido los peces y que sus gentes no traían sino una estatua, con que querían entretener y engañar al mundo. Dijeron más los de Ambers, que ellos no tenían a Rosem por capitán de tan grandes reyes, sino por caudillo de ladrones salteadores, y que le avisaban, que si tocaba a los muros de la ciudad, se le daría la pena que las maldades merecían; con esta respuesta enviaron al trompeta, echándolo por la puerta Kipdorpia.

     Sintió tanto Rosem la respuesta, que rabioso mandó luego deshacer todos los molinos de viento que estaban fuera de la ciudad, y andaban los suyos en cuadrillas por los campos y sembrados de Vuillibordiano, quemando los panes que estaban para segar. Contra los cuales, los de Ambers dispararon la artillería y mataron algunos. Otro día entraron en la ciudad mil y docientos soldados, mozos robustos que vinieron de la provincia de Wasiana, que es una parte de Flandres que llega hasta Gante, en la otra ribera del río Scaldis, y los gobernadores los armaron muy bien y pusieron en los puestos que más guarda requerían, y en el mesmo día salieron fuera de la ciudad los de Ambers y quemaron y derribaron cuantas casas y quintas había al derredor de la ciudad, viéndolo y llorándolo sus dueños, porque el enemigo no se favoreciese de ello para los ofender o armarles celadas.

     Señaláronse muchísimo en defensa de la ciudad, harto más que los naturales, los valentísimos portugueses y algunos mercaderes italianos, alemanes, ingleses, que no como mercaderes, sino como escogidos capitanes, se pusieron en arma con sus banderas, unos en competencia de otros.

     Como vio Rosem el buen orden que en la ciudad se tenía, y que no le habían dejado lugar para poderles armar alguna emboscada, ni dentro había que esperar traición, sino que todos, con suma fidelidad conforme, se defendía y le ofendían, levantó su campo a 27 de julio al amanecer, haciendo que la noche antes caminase la artillería y bagaje, y con el ruido que en el campo de Rosem se hacía al levantarse, los de Ambers pensaron que se acercaban más a la ciudad para combatirla, que esto temieron siempre, y luego se pusieron en orden con muy buen ánimo para defenderla.

     Echaron fama algunos traidores en la ciudad, que el enemigo había tomado una parte de ella, y todos con gran alboroto acudieron allí donde se decía que el enemigo había llegado; y hallando que era falso, llevaron la artillería a aquel lugar fuera de la ciudad, donde se oyó el estruendo y alboroto, pensando que por allí querían acometer. De esta manera pasaron la noche toda, y entrado el día, vieron que el enemigo se iba y que ardían todos los molinos de viento, huertos, casas de placer, pero levantó el cerco sin batir a la ciudad Rosem, contra el parecer de sus capitanes, y así, se dijo que le corrompieron los de Ambers con mucho dinero, porque si se pusiera en batirla y combatirla, créese que al primer asalto la entrara, porque la gente que la defendía eran mercaderes y otros no ejercitados ni usados en las armas ni aun tenían acabadas las trincheas en más de una parte, y tenía Rosem en su ejército pasados de doce mil soldados, y dos mil caballos bien armados, toda gente valentísima, y envejecida en las armas, tanto, que decía Rosem que para vencer dos tantos en campaña, no quería meyor número de gente.

     Comenzó a caminar hacia Lovaina, que en tiempo antiguo fue ciudad famosísima de los grudios. Hizo por el camino el mal que pudo: saqueó a Ranesto y Dusula, pero no osó tentar a Lira, porque los ciudadanos lo hicieron apartar ojeándole con su artillería. Asimismo le resistieron en Lovaina, porque los naturales eran muchos y la ciudad fuerte y estaban dentro gallardos mancebos estudiantes.

     También había enviado la reina María para defender a Lovaina a Jorge Rollino, señor de Aimeria, con la gente de caballo de su guarda; y a Conrado, conde de Warne Bugij, con trecientos soldados, y a Felipe Dorlano, bailío de Brabante, con docientos. Más, desconfiados de poder defender con tan poca gente una ciudad tan grande, por ser sus muros muy extendidos, que aun para solas las escuelas no bastaban los que dentro para tomar armas había, atemorizados se salieron estos capitanes con su gente, que causó harto temor en los ciudadanos.

     Habíase puesto Rosem con su campo a la puerta de Bruselas; supo la huída de aquellos cobardes soldados y el miedo que había en la ciudad, y envióles un trompeta, requiriéndoles que se rindiesen al rey de Francia. Fueron tan honrados y valientes los de Lovaina, que le dieron la respuesta que habían dado los de Ambers.

     Pusiéronse treguas por pocos días, procurándolas algunos traidores que estaban en la ciudad, y sobornados con dineros que Rosem les dio, andaban atemorizando el pueblo, diciendo que era imposible defenderse, que Rosem traía un ejército invencible y gruesa artillería, que pues la ciudad se había de entrar por fuerza y con notable daño, que mejor era darla con notables condiciones. Comenzaron a tratar de ellas, y cautelosamente dijo Rosem que si se lo pagaban bien, que él levantaría el campo y se iría sin entrar en la ciudad. Quería descuidarlos con esto, y al mejor tiempo dar sobre ellos. Pidió que antes de alzarse le diesen bastimentos para el ejército, y la artillería más gruesa que tenía la ciudad, y más ciertas vasijas de pólvora y ochenta mil florines. Los de Lovaina, no cayendo en la traición que se les armaba, ofrecían cincuenta mil florines, vino y otras vituallas. Admitió esto Rosem, y habiendo traído el vino en cabalgaduras hasta la puerta de la ciudad para entregarlo a los enemigos, los estudiantes de aquella universidad cortaron las sogas con que venían atadas las cargas, y no consintieron que pasasen adelante con ello, recelándose discretamente y adivinando lo que se les urdía, que era embarazar las puertas con las cargas del vino, y arremeter los enemigos y meterse por ellas en la ciudad. No consintieron que se abriesen las puertas, y derramaron el vino, rompiendo los vasos en que venía, y fueron luego los estudiantes, que Dios los llevaba, a la artillería, y disparáronla en los enemigos.

     Estaban a esta sazón con ellos Meyero Blehemio, capitán general de la ciudad, y Damián Gousio, que en nombre del Senado y pueblo, habían ido a tratar de los conciertos con Rosem, los cuales fueron luego detenidos, y los echaron en prisiones, diciendo que habían en la ciudad quebrantado las treguas disparando la artillería, y que les querían hacer alguna traición; hubieron con esto de dar dos mil florines por su rescate.

     Perdió Rosem la esperanza que tuvo de tomar la ciudad, y despidiéndose de las musas de Lovaina, alzó su campo contra Corbeco; de ahí fue por otros muchos lugares saqueando, robando y abrasando cuanto podía, porque ellos no trataban de otra cosa, ni fueron para tomar un lugar cercado; por eso dijeron que este Rosem era capitán más de ladrones que de soldados.

     Hiciéronse fuertes en un castillo ochocientos labradores; rindiéronlos, y los degollaron sin perdonar a uno. Llegaron a Flovanio, y a una abadía que allí había, que se rescató con mucho dinero que dieron a Rosem. De esta manera corrieron y maltrataron todo el condado de Namur. Pasaron el río Sombresabis; los labradores de la tierra cortaron los caminos con hondos vallados; atravesaron grandes árboles para embarazarles el paso.

     Con todas estas dificultades y peligrosos caminos, iban derechos para juntarse con el ejército del duque de Orleáns, cuando estaba sobre Lucemburg, y dábanse gran priesa porque sabían que el príncipe de Orange y el conde de Bura, con poderoso ejército, iban en su seguimiento apresuradamente, por lo cual, pasando otra vez el río Mosa cerca de Masier, lugar de Flandres, asentando el real en sitio fuerte, descansaron algunos días. Y tratando aquí de repartir lo que habían robado, llegaron a desavenirse malamente Rosem y monsieur de Longavilla, y estuvieron así muy encontrados hasta que el duque de Orleáns los compuso y hizo amigos, y como el duque, ganada Lucemburg, se quiso volver para su padre, despidió la gente de Rosem y a él mandó volver a su tierra.

     Tal fin tuvo la jornada que la gente del duque de Cleves hizo este año, que cierto puso en gran cuidado al ducado de Brabante, a Flandres y a la reina María, si bien su ánimo era de más que mujer.

     Por otra parte, andaba la guerra entre franceses y flamencos, porque Antonio, duque de Vendoma, gobernador de Picardía, con razonable ejército tomó a Teruana, y al lugar Lilersio, y echó las fuerzas por el suelo y asoló otros lugares y castillos de aquella comarca; quemó y saqueó los campos de San Audemaro y otros lugares, hizo retirar al conde Reusio, y cargado de una gran presa volvió a Picardía y puso los soldados en los presidios. De suerte que con dos ejércitos hizo el rey Francisco este año guerra a las de Flandres, y de la misma manera se trataban en el mar franceses y flamencos, siendo los sucesos varios, unas veces favorables a unos, y otras, a otros.



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- XIX -

Guerra en Perpiñán que hizo el delfín. -El duque de Alba fortifica a Perpiñán y se mete en él esperando al francés; sale porque se ahogaba entre paredes. -Retiróse en fin de setiembre el francés.

     Tratándose las cosas de Flandres con tanto rigor que no eran menos de tres ejércitos los que por aquella parte andaban contra el Emperador, en tanto que el duque de Orleáns estaba en Lucemburg, el delfín Enrico juntó en Aviñón un ejército de cuarenta mil infantes, de los cuales los catorce mil eran suizos, y cuatro mil caballos. Partió con esta gente para Narbona derecho contra Perpiñán, cabeza del condado de Rosellón. El buen suceso que de esta jornada podía esperar el delfín estaba en la brevedad de su camino, para echarse sobre Perpiñán antes que los españoles se metiesen en ella. Mas el Emperador tuvo aviso con tiempo del marqués del Vasto, que con cuidado y gastos de espías sabía los intentos del francés.

     Poco caso hizo el Emperador de esta jornada del enemigo; pero, con todo, se puso en armas toda España, con tanto aparato como si hubieran de ir a conquistar a Francia. Había falta de caballos, porque en la jornada de Argel se perdieron muchos. Dije cómo se había prohibido el uso de las mulas, para que en el reino hubiese más caballos; algunos por vejez, otros por enfermedad, deseaban las mulas, y así, el Emperador dio licencia que pudiesen andar a mula los que diesen caballos para los hombres de armas, y estando en Monzón a veinte y cinco de julio, pidió a los grandes, títulos y caballeros del reino, que le acudiesen con la gente de armas pagada por cuatro meses, representándoles las sinrazones del rey de Francia, y los demasiados cumplimientos que con él había hecho para atraerle a la paz; y cómo el rey, soberbio con las fuerzas que esperaba del Turco, hacía tales acometimientos. A los cuales quería él en persona resistir, para lo cual estaba en Monzón esperando la gente que había de salir de Castilla en socorro de Perpiñán. A lo cual acudieron todos los señores de Castilla con grandísima voluntad, procurando cada uno mostrar la grandeza de su estado y amor entrañable que a su príncipe tenía. Sería largo contar la gente que cada uno levantó, y los gastos excesivos que hicieron en armas y lucidas libreas.

     De esta manera, acudieron los castellanos a la defensa de Perpiñán, y todos se dieron tan buena maña, que el francés, avisado del aparato de guerra y de que en Perpiñán se habían metido muchas gentes y municiones, venía con menos calor que había comenzado.

     También esperaba las galeras de Barbarroja, que tenía creído que Polino las había de traer, que aún no sabía lo que en Constantinopla pasaba. Con el espacio del delfín, tuvieron los españoles lugar para fortalecer a Perpiñán, porque el duque de Alba estuvo allí algunos días y la reparó y ordenó, como aquel gran capitán lo sabía bien hacer. Puso en ella mucha y muy buena artillería, soldados escogidos y bastimentos, encomendóla a los capitanes Cervellón y Machicao, y porque su gran corazón no podía vivir encerrado, salió de ella y púsose en Girona, para recoger allí los hombres de armas que iban de Castilla, y de las galeras de don Bernardino.

     Llegó el delfín a cercar la ciudad, y estuvo algunos días esperando a Barbarroja; como vio que no venía, y que los caballeros se le morían de hambre, y supo que el Emperador en persona venía al socorro de la ciudad, y en ella le trataron mal con algunas salidas, rociadas de artillería; perdidas las esperanzas, aconsejado de sus capitanes levantó el campo y volvióse para Montpellier, donde estaba el rey su padre.



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- XX -

Aseguran a Navarra, recelándose del francés. -Ordenanza del duque de Alba. -Provisión de bastimentos en Pamplona.

     Antes de esto, con los temores que había de la guerra que el francés quería hacer por todas partes, mandó el Emperador visitar y proveer las fronteras y costas del reino, y entendiendo que el principal acometimiento sería sobre Navarra, donde era virrey y capitán general el marqués de Cañete, el duque de Alba fue a Pamplona para dar orden en su fortificación y defensa, y estando en la ciudad a cinco de hebrero de este año de 1542, ordenó así, para la fortificación de la ciudad y castillo, como para que se proveyese de bastimentos y municiones, que sabiendo que el enemigo la venía a sitiar, el marqués metiese en ella seis mil infantes y quinientos caballos. Que para el sustento de esta gente recogiese treinta y siete mil y setecientos robos de trigo, para cuatro meses. Que para otros mil y quinientos criados que habrá de más de la gente de guerra, encierre otras provisiones de trigo y vino, más de las dichas, hasta quince mil robos todo sin costa ni molestia de los naturales. Que se encerrasen setenta y cinco mil cántaros de vino; que haya tasa en la ciudad. Que se proveyese de diez o doce mil carneros, para que, con otros tantos que la ciudad ofrecía de meter en tiempo de necesidad, con vacas, bueyes y lechones, hubiese bastante provisión. Que encierre veinte mil robos de cebada para los quinientos caballos. Que haga esta provisión el virrey cada año repartiéndola en tres o cuatro partes del reino, y avise siempre a Su Majestad cómo la tiene hecha. Que mande a los alcaldes y justicias de los Consejos donde se hallare trigo o cebada, que sepan a quién y dónde lo venden los dueños, para que habiendo necesidad se pueda ir por ello. Que habiéndose de volver el trigo, o cebada en grano, a los dueños de quien se tomó, sea sin molestia ni costa suya. Que los bastimentos que se distribuyeren a la gente de guerra se les cuenten como costaren al rey. Que se haga cala en el reino del pan, vino y carne, y se comience luego a traer. Que se ejecute luego el orden dado, para que la gente de la tierra venga a abrir los fosos de la ciudad, que era lo que más importaba. Que luego se aderecen las atahonas del rey que hay en la ciudad, que estén muy en orden siempre. Que en el castillo de Estella se metan tres mil seiscientos y diez robos de trigo para sesenta hombres que en él se habían de poner para su defensa. Que siga y guarde dos memoriales que hizo el capitán Luis Pizaño, firmados de su nombre, para la fortificación de la ciudad y castillo, y luego comience a hacer todo lo demás que pudiere. Que se meta la artillería en el castillo y se ponga encima de las plataformas hechas debajo de los cobertizos, y mande hacer a los artilleros cargadores y cestufadores y cuñas y manuelas que los tuviesen a par de las picas, y pusiesen en carros, y metiesen a caballo. Que soterrasen la pólvora en el patio del castillo. Que los coseletes, arcabuces, picas y otras armas, se pusiesen muy en orden. Que la basura y tierra que se sacare de la ciudad se eche en la parte de las tenerías. Que se meta luego en la ciudad la infantería que hay en el reino, y los más que pudiere en el castillo, y los otros se alojen en la ciudad, donde menos pesadumbre se dé a los vecinos. Que el virrey prometa a los pueblos donde los soldados deben a sus huéspedes, que se les pagará a la primera paga. Que entrada la gente en la ciudad, se haga guardia de día en las puertas, para saber quién entra, o quién sale, y si viniere algún extranjero, el virrey le mande venir ante sí y le examine de dónde es y a qué viene. Que personas extranjeras ni sospechosas anden ni paseen la muralla de la ciudad ni del castillo, lo cual se haga con moderación y templanza, de manera que nadie pueda formar queja. Que se cierren las puertas de noche con tiempo en presencia de la guardia con su atambor, y se ponga guarda y centinelas en la muralla; y si pareciere ser menester ronda de noche, la mande el virrey hacer, y al alba, cuando se abrieren las puertas, se abran en presencia de la guardia y con su atambor. Que el virrey mande cerrar luego las puertas de la ciudad, que en el memorial de la fortificación se mandan cerrar, porque no se ocupe tanta gente en el hacer de las guardias. Tal fue la instrucción que el duque de Alba dejó al virrey, la cual he querido referir por la memoria de tan señalado capitán, y para que los que lo son, vean con qué reglas enseñaba el duque a guardar y defender las ciudades.



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- XXI -

Ármase España contra las armas del francés. -Nombra el Emperador al condestable de Castilla por general de Navarra y Guipúzcoa. -Lealtad grande que mostró Navarra en esta ocasión y deseo de servir al Emperador. -Caballeros que se juntaron con el condestable de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava y otras partes.

     Tan alterada andaba España y tan puesta en armas con las nuevas que cada día venían de los ejércitos de Francia y venida de Barbarroja, que cada hora había mil novedades, y el Emperador estaba en Monzón, para acudir por aquella parte, porque lo que más se temía era lo de Perpiñán. Y a 17 de agosto, tuvo aviso de que el rey de Francia quería dar sobre Navarra, entrando por Fuenterrabía a San Sebastián, y luego escribió al condestable de Castilla, diciéndole que según la nueva que tenía de todas las partes, parecía que verían dos ejércitos contra estos reinos de Castilla, el uno a la parte de Perpiñán, y el otro a la de Navarra y provincia de Guipúzcoa, y que tenía aviso que habían tomado el paso de Beovia y que hacían poner en orden muchos bajeles y zabras, para venir por mar y por tierra a cercar a San Sebastián o Fuenterrabía. Y porque para la resistencia y socorro que se había de hacer en Perpiñán había ya proveído de capitán general, y para lo de Navarra y Guipúzcoa era necesario nombrar persona de calidad y estado, y acepto al mesmo Emperador, concurriendo estas calidades en el condestable de Castilla, le dio el cargo y patente de general para el reino de Navarra y provincia de Guipúzcoa, y le mandó poner luego en orden, apercibiendo su casa y deudos, y que con la diligencia posible se fuese a poner en Vitoria, donde se había de recoger el ejército, por estar más a propósito así para lo de Navarra como para la provincia de Guipúzcoa, y le dio cartas para las provincias de Guipúzcoa y Álava, y condado de Vizcaya, corregidores y cabezas de ellas, y para los grandes y caballeros cercanos a la frontera de Navarra, para que acudiesen y hiciesen lo que el condestable les mandase, como capitán general. Y porque si los enemigos viniesen a cercar las villas de Fuenterrabía o San Sebastián, el principal y más presto socorro que se podía hacer había de ser por mar, mandó el Emperador que, pues en Vizcaya y Guipúzcoa había buen recado de navíos, que se tomasen para el socorro los que eran menester, y se aprestasen y armasen con todo cuidado, de manera que fuesen bien armados, artillados y proveídos de municiones, y que se ayudasen de un navío que había hecho la religión, que estaba en el puerto de San Sebastián, muy bien artillado.

     Mandó, demás de esto, que se entrasen en San Sebastián trecientos soldados viejos, y porque el capitán Villaturiel estaba enfermo y con gota, que mirase el condestable si era bien que se pusiese allí el conde de Oñate o otra persona de respeto.

     Mandó a Juan de Vega, que era virrey de Navarra, que enviase pólvora, municiones y bastimentos, y cuatro mil ducados, y apercibió todo el reino de Navarra, del cual esperaba sacar seis mil infantes útiles, de los cuales, entrando los enemigos en aquel reino, tenía ordenado de echar los cuatro mil a las montañas, con el marqués de Cortes, mariscal de aquel reino y capitán general de esta gente; los otros dos mil se reservaron para en caso que los franceses entrasen por la puente de la Reina, con otro capitán de los beamonteses, y defendiesen que no le viniesen vituallas, y les hiciesen el daño que pudiesen.

     Y el reino de Navarra se mostró tan leal, que los que quedaban en sus casas sustentaban a los que iban a la guerra, dando a cada soldado dos ducados cada mes, y el condestable de Navarra nombró el capitán para los dos mil hombres. Y habiendo de ir el enemigo sobre Pamplona, se había él de meter dentro con estos dos mil, y con todos sus parientes y amigos, y no yendo, habían de acudir en favor de Fuenterrabía y San Sebastián, siguiendo el orden que el condestable de Castilla diese. Esto todo contiene la carta que el Emperador escribió, como dije, al condestable, estando en Monzón, a diez y siete de agosto.

     Con este bullicio y estruendo de armas estaban estos reinos de España por este tiempo tanto inquietos. El condestable, si bien falto de salud, estando recogido en la casa de la reina (que es suya), acudió a todas estas cosas con el valor y ánimo que su generosa sangre pedía.

     Vinieron, asimismo, don Álvaro de Mendoza y el diputado de Álava, y el alcalde de Vitoria y el conde de Oñate, don Prudencio de Avendaño, hijo de Martín Ruiz de Avendaño, señalado caballero; don Juan Alonso de Mújica, don Juan de Artiaga, todos ilustres señores, de los solares muy antiguos de aquellas montañas, y juntas y corregidores de Vizcaya con toda la nobleza de estas partes, mostrando su antigua lealtad, nacida de la sangre noble y antiquísima española en los solares de aquellas montañas, donde, según mi opinión, se han conservado los españoles, que primeros, desde los tiempos de Tubal, poblaron a España.

     A 27 de agosto determinó el Emperador ponerse en Zaragoza para poder acudir a todo igualmente, que así se lo suplicó el condestable, diciendo que era de tanta importancia lo de Navarra como Perpiñán, y que Su Majestad mandase acudir a lo uno como a lo otro. Todos estos apercibimientos cesaron por aquesta parte por haber dado el francés, según queda dicho, sobre Perpiñán, y alzádose con la ganancia dicha.



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- XXII -

Retírase el francés de la cruel guerra que había comenzado, y la que hubo este año en el Piamonte. -Artificio con que el francés ganó lugares en el Piamonte. -Lo poco que el del Vasto podía, por falta de dinero. -Lo que importa premiar los soldados. -El capitán francés Belayo, digno de nombre y fama. -Muere en el camino Belayo.

     Así cesó por este año la guerra; despidió el rey los suizos, y por descargar a Francia de gente de guerra, mandó al capitán Annibaldo que pasase con todos los italianos al Piamonte y que cercase a Cunio, villa asentada en las raíces de los Alpes, junto a Fosano y Montevico. Hízolo Annibaldo; pero no salió con ello, porque los de Cunio pidieron guarnición al marqués y se defendieron con ella valerosamente, y mataron a Guillelmo Blandrato, y hirieron mucho mal a otros capitanes, Juan Turino y San Pedro Corso.

     Fueron los franceses una noche y cercaron por tres partes a Centallo; tomaron el lugar por fuerza, y la fortaleza se dio a partido. De ahí fueron contra Cariñano, y pusiéronse en un sitio fuerte, temiendo que el marqués del Vasto había de venir a socorrerlo, lo cual entendió el marqués; fue contra Quier, porque supo que el capitán francés había dividido su ejército, enviando parte de la caballería tras el Pado, y que en Carignan habían apretado de tal manera, que había entregado con ciertas condiciones la villa, y se habían metido en ella antes que pudiesen ser socorridos por los imperiales.

     Después de esto, el capitán francés llamado Bellayo (que era sagaz y valeroso), con dádivas y promesas ganó la voluntad del capitán de Bargesio, de manera que le entregó el pueblo y se pasó como traidor a servir al rey de Francia, y con la misma maña ganó también la fortaleza de Montaltio o Montcalvo, cerca de Montferrat. El arte de este capitán francés estaba en que, sin reparar en gasto, sabía el humor de que pecaban los alcaides y capitanes, que por aquellos lugares tenía el Emperador, y donde le pedían el oro acudía con él, y si había otra pasión por allí, entraba discretísimamente, que es la astucia que el demonio tiene para conquistar pecadores.

     El marqués del Vasto, si bien era bueno, liberal y generoso, estaba tan pobre y mal proveído, que no tenía fuerzas contra estas fuerzas, que sin duda son las más poderosas del suelo, pues dicen que quebrantan duras peñas. Debía el marqués el sueldo de muchos meses; estaban los soldados grandemente pobres, y las promesas y seguros de mercedes, donde aprieta la hambre y ejecuta la necesidad, pueden y valen nada.

     Y no piensen los reyes ni príncipes que no premiando a sus soldados harán jamás suerte buena. Y sabe Dios si en estos días hay harta quiebra, y no permita El que la lloremos.

     Con semejantes mañas, ganó el capitán francés más lugares para su rey que otros derramando mucha sangre, por lo cual en Francia tienen a Bellayo por uno de los capitanes dignos de memoria de su tiempo, siendo, además de los grandes hechos con que sirvió a su rey en la guerra muchos años, de muy noble gente y docto en todas artes, virtud rara entre los nobles, y peregrina entre la gente de guerra, que no trata de más que matar y robar, y aquél es mejor que más mata y hurta.

     Era el capitán Bellayo ya viejo y enfermo, que es consecuente a la vejez, por lo cual estaba algo impedido para seguir la guerra. Pidió al rey le diese licencia, quiriendo retirarse al descanso de su casa. Envió el rey en su lugar, como dije, a Annibaldo con parte del ejército del delfín, y yendo Bellayo (a quien Illescas llama Langeo) a besar la mano al rey, murió en el camino, que no fue pequeña pérdida para el rey Francisco; que el marqués del Vasto y otros le reconocían por el mejor capitán que tenía Francia.

     Juntó Annibaldo los bisoños que llevaba con los soldados viejos de Bellayo, y fue sobre la fortaleza de San Bovii, y tomóla, matando los que estaban en ella. Diósele el lugar de Chatillovio, saliendo los que en él estaban de su presidio con su ropa y armas. De la misma manera ganó a San Rafael y otros lugares y fuerzas, las cuales, exceto Chatillovio, echó por el suelo, por el daño que habían hecho a Turín. Volvió contra Como, y tomó por partido a Moncaller. En el ínterin mandó batir a Como con la artillería gruesa, seis días sin parar.

     El marqués del Vasto, viendo que la ciudad no tenía más fortaleza que la lealtad de los que dentro estaban, envióles a Pedro Porcio Vicentino con ciento y veinte soldados viejos de a pie y de a caballo, y otros ciento con Blasio Summaro. Con este socorro y la firmeza de los ciudadanos, las veces que los franceses acometieron el lugar fueron rebatidos con harta pérdida; y, finalmente, hubieron de dejar el cerco y volverse a Carmañola. De esta manera se trataba la guerra en el Piamonte, estando el marqués del Vasto más quedo de lo que él quisiera, por la gran falta de dinero, que es el alma de la guerra.



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- XXIII -

Envía la reina María contra el duque de Cleves.

     Quiso la reina María pagar al duque de Cleves la jornada y buenas obras que su capitán Rosem había hecho, y envió contra él al príncipe de Orange con muy gran poder. Partió el príncipe por el mes de, octubre de este año, y fue haciendo en las tierras del duque los daños, muertes, robos y quemas que Rosem había hecho en Brabante, pagándole (como dicen) en la misma moneda. Tomó a Zitardo, Juliaco, Hensberga y Suster. Derribó sus muros, allanó las cavas, corrió y saqueó los campos de Dura; y contentándose con esto, porque ya el invierno no daba lugar para andar en campaña, volvióse.

     Quiso vengarse el de Cleves, y con ayudas del duque de Sajonia y otros príncipes de Alemaña, casi en fin de diciembre, fue contra las tierras del Emperador, y cobró todos los lugares que el de Orange había ganado, salvo Hensberga. Fortificó la ciudad de Dura, y puso en ella un grande y firme presidio y guarnición de escogidos soldados. Proveyóla de bastimentos y artillería abundantemente, adivinando la calamidad que fue sobre el vino el año siguiente, según diré.

     De ahí fue contra Hensberga, porfiando en tomarla; mas acudió el de Orange a socorrerla, y el duque desamparó el cerco, recibiendo en la vuelta daño, y metióse en Julia, que poco antes había fortalecido.



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- XXIV -

Indias: Ordenanza que mandó hacer el Emperador sobre los malos tratamientos de los indios. Va el Emperador a Barcelona. -Juran al príncipe en Zaragoza. -Marqués de Cañete muere.

     En este año hubo en el Consejo de Indias una rigurosa visita, y de cuatro oidores que había, privaron los dos, y se hicieron las ordenanzas que causaron hartas alteraciones en el Pirú. Mandó el Emperador castigar rigurosamente a unos que se les probó haber puesto unos carteles, dándoles las penas que se dan a los que ponen libelos infamatorios.

     Fray Bartolomé de las Casas, fraile de la Orden de San Domingo, que fue obispo de Chiapa, dio memoriales al Emperador, diciendo que los indios eran muy mal tratados de los españoles: que les quitaban las haciendas y las vidas cruelmente. Que los ponían en minas, pesquerías y trabajos donde perecían, y las tierras se asolaban, como lo estaban ya grandes islas. Apretaba fray Bartolomé de tal manera, que si se hiciera lo que él quería, no fuera España señora de las Indias. Opúsosele el doctor Juan Ginés de Sepúlveda, coronista del Emperador y su capellán, hombre grave y doctísimo, y sobre todo gran latino. Tuvieron disputas y conclusiones, y el Emperador, por el celo santo que en todo tenía, mandó que ningún indio se pudiese echar en las minas, ni a la pesquería de las perlas, ni se cargasen, salvo en las partes que no se pudiese excusar, y pagándoles su trabajo. Que se tasasen los tributos que habían de dar a los españoles. Que todos los indios que vacasen por muerte de los que agora los tenían, los pusiesen en la corona real. Que se quitasen las encomiendas y repartimientos de indios que tenían los obispos, monasterios y hospitales y otros oficiales del reino, y particularmente se quitasen en el Pirú a todos los que hubiesen sido parte y culpados en las pasiones entre don Francisco Pizarro, y don Diego de Almagro, y estos indios y rentas se pusiesen en cabeza de Su Majestad.

     Esta ordenanza se llevó muy mal, y la ejecución de ella levantó las gentes del Pirú, como se dirá adelante.

     Había ya llegado a Rosas, puerto de Cataluña, el príncipe Doria con sus galeras, a seis de octubre, y el Emperador se resolvió de ir a Barcelona para comunicar con él cosas de importancia; y así partió de Monzón, lunes o martes, después de los seis de octubre, para entrar en Barcelona el sábado o domingo adelante. Avisó de su jornada al príncipe Doria para que acudiese allí, y mandó que el príncipe de España, su hijo, viniese a Zaragoza a ser jurado en aquella ciudad, y que de allí fuese a Barcelona para lo mesmo.

     Este año murió en Barcelona don Diego Hurtado de Mendoza, hijo segundo de Honorato de Mendoza, y hermano de Juan Hurtado de Mendoza, señalado caballero que, como tal, murió en la vega de Granada peleando con los moros, en presencia del Rey Católico, por cuya muerte sucedió en la casa don Diego Hurtado, que fue primer marqués de Cañete, que desde niño sirvió en la casa real. Fue montero mayor del rey y guarda mayor de la ciudad de Cuenca, con otros oficios que en aquella ciudad tiene el marqués; fue del Consejo del Emperador, y le sirvió en la primera jornada que de Castilla hizo en Flandres; fue virrey de Navarra ocho años, y caballero de quien el Emperador hizo gran confianza, por la satisfación que de su persona tenía. Murió, como digo, en Barcelona, yendo con gente de guerra a su costa a meter en Perpiñán, cuando el francés venía contra ella.

     Acabaremos con esto los cuentos del año de 1542, en que el rey de Francia tanto apretó la guerra y alteró a España. Y en el siguiente de 1543...

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