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Libro veinte y seis

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- I -

Casamiento del príncipe don Felipe. -Aparato y riqueza grande de Medina Sidonia. -Gasto grande del duque.

     Daré principio al libro veinte y seis, antes de fenecer el año de mil y quinientos y cuarenta y tres, con el casamiento del príncipe de España don Felipe, que fue nuestro rey y señor, y en estos tiempos era de los gallardos y hermosos (como por sus retratos, al natural y verdaderos, parece) que había en el mundo, siendo sus años verdes y floridos, en éste de cuarenta y tres, solos diez y seis, y lo que hay de mayo, en que nació, al mes de noviembre, en que se veló, que tocaba en el año diez y siete de su edad; y le vimos consumir y acabar tan postrado, llagado y deshecho, y con la paciencia que Job en el muladar, cuando limpiaba las llagas con una teja, volando de esta vida a la del cielo a catorce de setiembre, año de mil y quinientos y noventa y ocho; ejemplo notable de la vida humana y vanidades de ella, pues lo más alto y precioso se marchita, deshace y consume con mayor presteza que la flor del campo verde, alegre y olorosa.

     Antes, pues, que el Emperador partiese de España, dejó, como ya dije, jurado y por gobernador a su hijo único, don Felipe. Asimismo quedó concertado con voluntad y gusto de estos reinos, que casase con doña María, infanta de Portugal, hija del rey don Juan el III, y de doña Catalina, hermana del Emperador, la que nació en Torquemada. Tenía la infanta diez y siete años, cuatro meses de edad más que el príncipe su esposo. Sábado trece de octubre, entró en Badajoz don Juan Martínez Siliceo, maestro del príncipe y obispo de Cartagena, que después fue arzobispo de Toledo, con mucho acompañamiento, para recibir allí a la princesa, que ya venía de camino para Castilla. Tenía el duque de Medina Sidonia, don Juan Alonso de Guzmán, aparejadas las casas que tiene en esta ciudad con la mayor riqueza y grandeza que se puede pensar, para recebir y hospedar en ellas a la princesa; las colgaduras riquísimas de oro y seda, camas y bufetes de plata, y otras cosas de supremo precio, que si bien pudiera contarlas por menudo, las dejo por no cansar ni cargar la historia. Lunes a quince de octubre, a las cuatro de la tarde, salió el obispo a recebir al duque, el cual venía en una riquísima litera, y los frenos y clavazón de los machos que la traían eran de oro. Salió de ella el duque y subió en un caballo blanco, a la brida o estradiota.

     Venían con el duque el conde de Olivares, su hermano; el conde de Niebla, su hijo; el conde de Bailén, hijo del duque de Béjar; don Pedro de Bobadilla, don Gaspar de Córdoba, Hernando Arias de Saavedra, Monsalve, Gonzalo de Saavedra, don Pedro de León, Perafán de Rivera y otros muchos caballeros, todos con la mayor demostración de criados y riquezas que pudieron traer, que había bien que ver. El duque traía cuarenta pajes con muy rica librea de terciopelo amarillo y encarnado, y treinta lacayos con la misma librea, aunque no tan costosa. Cada paje venía en un hermoso caballo, y tras ellos los atabales, trompetas y chirimías, y seis indios con sacabuches, vestidos ricamente, y en los pechos unas planchas de plata con las armas de Guzmán (eran estos indios músicos del duque). Entraron en la ciudad el duque y el obispo a su lado izquierdo, con toda la caballería y grandísimo acompañamiento. Traía el duque gran casa de criados cuatro mayordomos, cuatro maestresalas, cuatro camareros, y de esta manera todos los oficios doblados.

     Tenía el duque a su mesa treinta convidados de ordinario. El obispo hacía plato a setenta. Dice esta memoria por muy gran cosa (que para lo que agora pasa con criados, es bien notable) que daba el duque a todos los que con él venían a cada acémila un real, y tanto a cada mozo de espuelas, y a cada mozo de caballos, y a cada acemilero; y, finalmente, a cada persona, y a cada bestia un real, así que de raciones y gastos de mesa se hallaba que gastaba cada día seiscientos ducados. Trajo docientas acémilas, todas con reposteros de terciopelo azul, y las armas bordadas de oro y las cenefas de tela de oro. Otro día visitó el obispo al duque, otro el duque al obispo, y de ahí a dos días, se convidaron de la misma manera. El lunes a 22 de octubre, el duque y el obispo, con toda la caballería que allí estaba, fueron a la puente de Acaya, una legua de Badajoz, para recebir la princesa, como estaba concertado; irían hasta tres mil personas de caballo. La princesa no vino; hubo varios pareceres, no sabiendo la causa porque había faltado, y así, se volvieron sin ella a Badajoz.



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- II -

Casamiento del príncipe don Felipe. -Recibimiento que Salamanca hizo a la princesa. -Pedro de Santerbas, notable hombre de placer.

     Miércoles 31 de octubre, llegó la princesa a la Verde la Zarzuela, donde estuvo hasta el viernes siguiente 2 de noviembre, porque el jueves fue día de Todos Santos. De aquí fue a Coria, ciudad del duque de Alba, donde fue muy bien servida, y estuvo hasta el lunes, que fue a la villa del Campo, donde vino por la posta don Antonio de Toledo, hijo del conde de Alba de Lista, con cartas del príncipe, a las cuales respondió la princesa. Aquí hubo nueva de que el príncipe vendría disfrazado a la segunda jornada a ver a la princesa.

     Era la princesa muy gentil dama, mediana de cuerpo, y bien proporcionada de facciones, antes gorda que delgada, muy buena gracia en el rostro y donaire en la risa. Parecía bien a la casta del Emperador, y mucho a la Católica reina doña Isabel, su bisabuela. Traía en su acompañamiento de Portugal al arzobispo de Lisboa, que era un santo varón, y por mayordomo a don Alejo de Meneses, embajador que fue en la corte del Emperador, y por veedor a Diego de Merlo, y por caballerizo mayor a Luis Sarmiento, que estaba en Portugal por embajador. Era camarera mayor doña Margarita de Mendoza, mujer de Jorge de Merlo, cazador mayor del rey de Portugal. Trajo muchas damas castellanas y portuguesas. Sabida por el príncipe la venida a este lugar de la princesa, él y el duque de Alba, y el conde de Benavente, y el almirante, y don Álvaro de Córdoba y otros, se fueron a la abadía, que es del duque de Alba, a caza.

     Y miércoles siete de noviembre salieron disimulados al camino, y la vieron comer, y por todo el camino fue el príncipe con estos disfraces, encubriéndose, por ver a la princesa, hasta Salamanca.

     Paró la princesa en Aldea Tejada, una legua de Salamanca, lunes doce de noviembre; confesó y comulgó en este lugar, y después de haber comido, entre la una y las dos salió de Aldea Tejada para entrar en Salamanca. Llevaba vestida una saya de tela de plata, con labores de oro, cubierta una capa de terciopelo morado con fajas de tela de oro, y una gorra de lo mesmo con una pluma blanca, entreverada de azul, con muchos clavos de oro y puntas; y en una mula con gualdrapa de guarniciones de brocado y con sillón de plata, y otra mula delante con la mesma guarnición, cubierta con un paño de tela de oro, y un palafrén delante con una gualdrapa de muchas labores sobre raso blanco, cubierta la silla con un paño de tela de oro, sus mazas de oro delante, y tras ella su camarera mayor, y las damas por su orden, y junto a ella doña Estefanía, mujer del comendador mayor de Castilla.

     Delante de la princesa venían el duque de Medina Sidonia y el obispo de Cartagena al lado derecho, y al izquierdo el arzobispo de Lisboa, y luego los demás títulos y caballeros, con la música de menestriles. Al pasar de un arroyo que llaman Zurgén, dejó la mula y púsose en el cuartago, y quitóse la capa y fue en cuerpo.

     Delante de este arroyo, en un campo tres cuartos de legua de Salamanca, salieron a recibimiento hasta mil infantes muy bien aderezados con sus picas y arcabuces y montantes, en orden, con instrumentos músicos de guerra, puestos de siete en siete en hilera, y antes de llegar dispararon los arcabuces y hicieron sus vueltas y acometidas en forma de escaramuza, y los capitanes, en besando la mano, se apartaron a un lado.

     Estaban dos bandas de caballos de hasta trecientos y cincuenta o cuatrocientos, puestos en dos recuestos que hacían en un altillo un llano que llaman el Tesán. Eran caballeros de Salamanca, los del bando de Santo Tomás, con marlotas de paño pajizas y blancas, y los de San Benito con marlotas rosadas, todas con muy buenos caballos, y jaeces, lanzas y adargas; que son los dos bandos de la nobleza de la insigne ciudad de Salamanca, cada bando con sus atabales y trompetas. Y comenzaron a salir de una banda y otra, y hicieron una muy vistosa escaramuza, y rodearon la infantería con tanta gallardía, que dieron mucho contento, y se hizo sin desmán alguno, si bien los caballos lo trabajaron.

     Apartados los caballeros y infantería a un cuarto de legua de la ciudad, salió la Universidad con las ropas y capirotes y borlas, según sus facultades. Besaron la mano a la princesa, y habló uno, diciendo que los reyes de Castilla y de Portugal, sus progenitores, habían siempre hecho merced a esta Universidad, y se sirvieron de ella, y así suplicaban a Su Alteza que lo hiciese. La princesa respondió que así lo haría, y luego le besaron la mano.

     Luego vino el cabildo de la iglesia Mayor, y hizo lo mismo que la Universidad. Vinieron los regidores y justicia, vestidos de terciopelo carmesí, calzas y botas blancas, y besaron la mano.

     Fueronse luego a la puerta del río, y estuvieron esperando allí hasta que llegó la princesa, y tomaron el palio y las varas, y Su Alteza entró debajo de él. Llevaba la rienda Luis Sarmiento. En medio del corregidor y tenientes iba el conde de Monterrey, vestido como regidor. Delante de los regidores iban seis hombres labradores (que llaman sesmeros) vestidos con ropas largas de grana, que eran procuradores del común y de la tierra. Todos besaron la mano a la princesa. El príncipe anduvo todo lo dicho disfrazado, en un caballo bayo, con un sombrero de terciopelo negro y un tafetán en el rostro, y una capa con faja de raso por de dentro, y de fuera de terciopelo, y al tiempo del entrar por la puerta de la ciudad se adelantó.

     Hubo ricos arcos triunfales con invenciones y letras, cuales se pueden imaginar en una ciudad donde hay tanta caballería, y las mejores letras y ingenios del mundo. Pudiera decir muy por menudo todo lo que se hizo, mas temo, aún con lo que digo, cansar. Duró el recibimiento desde la una y media hasta las siete de la noche. Mas eran tantas las lumbres y hachas, que parecía de día.

     Posó en las casas del contador Cristóbal Juárez, junto con las casas del alcalde de Lugo, que agora son de don Rodrigo de Babadilla, natural de Medina del Campo. Después que la princesa entró en la ciudad, el príncipe se puso en casa del doctor Olivares, cerca de San Isidro; y la princesa lo supo, y quiso, al pasar, cubrirse el rostro con un abanillo que llevaba; y Perico, el del conde de Benavente (que fue aquel Pedro de Santerbas, que todos conocimos, hombre gracioso y apacible, sin ofender a nadie) hizo que quitase el abanillo, para que el príncipe la viese.

     En esta casa donde se apeó la princesa estaba la duquesa de Alba con otras muchas damas, que a la princesa besaron la mano; y la princesa hizo grandísimo favor a la duquesa, abrazándola, cuando le fue a besar la mano.



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- III -

Hachazos entre castellanos y andaluces. -Vélanse los príncipes muy a solas.

     El príncipe se fue a aposentar a San Jerónimo, donde estuvo todo el martes hasta la noche. Anochecido, se vino a la ciudad y entró por la puerta de Zamora sin alguna manera de recibimiento, y las hachas muy delante. Con él venían el cardenal de Toledo y el conde de Benavente, que lo traían en medio. Delante venía el duque de Alba y marqués de Villena y almirante y marqués de Astorga y otros señores y perlados.

     Su Alteza se fue derecho a apear en la casa del licenciado Lugo, pared y medio de la princesa, donde estaba hecho su aposento, y se desnudó lo que llevaba vestido, y vistió una ropa francesa, y sayo de terciopelo blanco recamado; y después de haber la princesa y el príncipe cenado, cada uno en su casa, a hora de las nueve salió la princesa de su aposento, y con ella el cardenal, y duque de Medina Sidonia, y conde de Olivares, con los que la trajeron, y ella vestida toda de terciopelo carmesí, con guarnición de cordones de oro, que hacían una manera de agredez, y una capa castellana aforrada de brocado, y la mantellina de la misma seda y aforro, asida en el un hombro y caída de los demás, que era insignia de doncella, con muy rica pedrería en la cofia de oro, y con sus damas bien compuestas, vino a la sala que para el desposorio estaba aparejada.

     Sentóse debajo de un rico dosel, en una silla, de dos que allí estaban en la de mano izquierda, y las damas en pie. De ahí a poco entró en la sala el príncipe vestido de blanco, y la guarnición como la de la princesa, y delante de él todos los señores dichos, los cuales venían de diferentes y ricos vestidos.

     Entrando en la sala, la princesa se levantó, y llegando el uno cerca del otro, se hicieron sendas reverencias bien bajas. Cuando el príncipe llegó al dosel donde estaba la princesa, el duque de Medina Sidonia se la entregó, y el príncipe abrazó al duque con rostro alegre y amoroso.

     Hecho esto, el cardenal de Toledo los desposó, y luego tocaron ministriles. El príncipe se asentó debajo del dosel al lado derecho, y al izquierdo la princesa; ella, vuelta un poco para él, hablaban y reían, y luego comenzó el sarao.

     Hubo, mientras andaba el sarao, fino hachazo entre los que trajeron la princesa y los que trajeron al príncipe; unos apellidaban Andalucía, otros Castilla; son pasiones de pajes, y si bien llegaron a las espadas, no hubo muerte.

     Entre las dos y las tres, después de media noche, el cardenal de Toledo dijo misa en una sala del cuarto de la princesa, donde se velaron estos dos príncipes siendo sus padrinos el duque de Alba y la duquesa. No se hallaron a estas velaciones doce personas; que acabado el sarao, todos se habían ido a sus posadas. Fueron los que se hallaron presentes el arzobispo de Lisboa y obispo de Cartagena y León, y los comendadores mayores, y marqués del Valle y don Pedro y don Álvaro de Córdoba, y don Manrique de Silva.



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- IV -

Un pigmeo extrañamente pequeño. -Lluvias grandes de este año.

     Trajeron unos portugueses este año por Castilla un hombrecillo pigmeo dentro de una jaula, de edad de treinta años, muy bien barbado. Era tan pequeño, que atravesada una vara por la jaula, le traían dos mozos descansadamente en los hombros; no se había visto enano que fuese tan pequeño como él, porque no tenía tres palmos de los pies a la cabeza, y las piernas tan pequeñas, que en ningún cabo, por bajo que fuese se sentaba, que llegase con los pies al suelo.

     Ganaban con él largamente los que le traían, porque todos deseaban ver cosa tan monstruosa; tenía buena razón y discurso, salvo que a veces lloraba como niño, cuando se burlaban con él.

     Las lluvias que por el mes de setiembre deste año comenzaron, fueron tan continuas y largas, que no hubo semana que no lloviese, hasta el mes de agosto del año siguiente de 1544. Hicieron grandes daños en los edificios, mayormente en la Andalucía y en Granada, Málaga, Alhama, Almería y Baeza. Cayéronse muchas casas, con peligro de muchos. Salieron los ríos de madre, los caminos no se podían andar por las crecientes de arroyos, no se veía el sol claro, particularmente en mayo; perdiéronse muchos panes, y las aguas eran más recias a los tres de menguante, y tres de creciente de cada luna.



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- V -

Orden del Tusón. -En qué manera se llaman los caballeros del Tusón. -Notable hombre llamado Jorge David.

     La caballería del Tusón, que tanto estiman nuestros españoles, trajo el Emperador a España, dándola a algunos caballeros; aunque el conde de Benavente no la quiso, enviándosela el Emperador, diciendo que él era muy castellano y que no quería insignias de borgoñones, que Castilla las tenía tan antiguas y tan honradas, y más provechosas; que la diese Su Majestad a quien quería más el collar de oro que las cruces coloradas y verdes con que sus abuelos habían espantado tantos infieles.

     Agora se tiene por gran cosa la caballería del Tusón, y debe de ser porque vino de fuera, porque es rara y porque se la ponen nuestros reyes, teniendo más obligación a las de Santiago, Calatrava y Alcántara, pues gozan tantas rentas de ellas, y ser órdenes tan antiguas, cruces bañadas con tanta sangre por el nombre de Cristo.

     Decía el Emperador del Tusón que era una ignorancia confirmada con los mayores príncipes del mundo. Diré, pues, en qué forma el Emperador envió a llamar este año al condestable de Castilla, que tenía el Tusón, porque quería dar el hábito o insignia del Tusón, que faltaban muchos caballeros de los veinte y uno, que es el número que había de haber de ellos. La carta de este llamamiento dice así:

     «Muy caro y fiel primo. Como después del último capítulo general de nuestra Orden del Tusón de oro, que se tuvo en nuestra villa y ciudad de Tornay, en el año de 1531, sean fallecidos veinte y uno caballeros nuestros, cohermanos de la dicha Orden, a los cuales Dios por su bondad infinita perdone, y para elegir otros en su lugar, y juntamente para hacer otros actos necesarios a la dicha nuestra Orden, hayamos propuesto, y con el parecer y deliberación de los caballeros nuestros cohermanos, que están cerca de Nos, acordado y concluido de celebrar capítulo general de la dicha Orden, en nuestra villa y ciudad de Utrecht, el tercero día del mes de mayo próximo venidero, que es la solemnidad de la Cruz, y los días siguientes. Por esta causa os encargamos muy de veras, que os halléis en persona en el dicho lugar y día, para hacer vuestro deber, según los estatutos de la dicha Orden, si no fuese todavía en caso, que al dicho tiempo tuviésedes ocupación y impedimento tan legítimo, que pueda bastar para vuestra excusa. En el cual caso os encargamos que constituyáis por procurador uno de los caballeros nuestros cohermanos, así para dar vuestra excusa como para hacer de vuestra parte lo que sois obligado, enviando en el dicho caso al tal caballero cohermano en una memoria fielmente cerrada con vuestro sello, los nombres de veinte y un hombres nobles, de nombre y de armas, virtuosos sin reproche y dignos a vuestro parecer de ser recebidos en la cohermandad y amigable compañía de la dicha Orden en lugar de los muertos, avisándonos por las letras del recibo de ésta, y juntamente de vuestra intención y respuesta sobre esto, con este mismo mensajero. Muy caro y fiel primo, rogamos al Criador os tenga en su santa guarda. De Bruselas, a 5 de diciembre 1543: Charles. Por mandado de Su Majestad: N. Nicolai. El sobrescrito: A nuestro muy caro y fiel primo, caballero y cohermano de nuestra orden del Tusón de oro, el duque de Frías, condestable de Castilla.»

     Los caballeros que crió el Emperador don Carlos en el capítulo I que fue de la Orden del Tusón, año de 1516, en la villa de Bruselas, en la iglesia de Santa Gaudula, que fue el capitulo XVIII de la dicha Orden, son los siguientes:

     1. Francisco, rey de Francia.

     2. Fernando, infante de España.

     3. Frederique, conde palatín, duque de Baviera.

     4. Juan, marqués de Brandemburg.

     5. Guy de la Baulme, conde de Montrevel.

     6. Hupoer, conde de Mansfelt.

     7. Laurencio de Gorvod, barón de Marnay.

     8. Jaques de Gaure, señor de Frezin.

     9. Antonio de Croy, señor de Tou.

     10. Antonio de Lalani, señor de Mantigny.

     11. Carlos de Lanoy, señor de Saincelle.

     12. Adolfo de Borgoña, señor de Beures.

     13. Filiberto, príncipe de Orange.

     14. Félix, conde de Berdembergue. Caballeros criados por virtud de la bula del Sumo Pontífice.

     15. Emanuel, rey de Portugal.

     16. Luis, rey de Hungría.

     17. Miguel, señor de Volquenstani.

     18. Maximiliano de Hornes, señor de Trasbeque.

     19. Guillelmo, señor de Ribanpierre.

     20. Juan, barón de Tracenies.

     21. Juan, señor de Vassenare, vizconde de la Leyde.

     22. Maximiliano de Bergues, señor de Senembergue.

     23. Francisco de Melim, conde de Espinoy.

     24. Juan, conde de Egmond.

     Año de 1518, hallándose el mesmo don Carlos, rey de España, en su ciudad de Barcelona a 2 y 3 y 4 de marzo, nombró los siguientes caballeros, que habían de ser añadidos a los del precedente capítulo.

     25. Don Diego López Pacheco, duque de Escalona.

     26. Don Frederico de Toledo, duque de Alba.

     27. Don Diego Hurtado de Mendoza, duque del Infantadgo.

     28. Don Iñigo de Velasco, duque de Frías, condestable de Castilla.

     29. Don Álvaro de Stúñiga, duque de Béjar.

     30. Don Antonio Manrique de Lara, duque de Nájara.

     31. Don Fernando de Remonsoque, conde de Cardona.

     32. Don Pedro Antonio de S. Severin, príncipe de Besiñano.

     33. Don Frederique Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla.

     34. Don Alvar Pérez Osorio, marqués de Astorga y Trastamara.

     Año de 1518, a 5, 6 y 8 del dicho mes de marzo, tuvo su segundo capítulo, que fue el 19 de la dicha Orden, el sobredicho don Carlos, rey de España, en el cual eran los siguientes caballeros:

     35. Christierno, rey de Dinamarca.

     36. Sigismundo, rey de Polonia.

     37. Jaques de Lupembourg, conde de Gaure.

     38. Adriano de Croy, señor de Beaurain.

     39. Guillelmo de Croy, marqués de Arfet.

     Año de 1531 tuvo su tercero capítulo el dicho rey Carlos, que fue el 20 de la dicha Orden, en su ciudad de Tornay, en el cual crió los siguientes caballeros:

     40. Juan, rey de Portugal.

     41. Jaques, rey de Escocia.

     42. Don Fernando de Aragón.

     43. Don Pedro Fernández de Velasco, duque de Frías.

     44. Filipe, duque de Baviera.

     45. Georgio, duque de Sajonia.

     46. Don Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque.

     47. Andrea Doria.

     48. Don Felipe, príncipe de España.

     49. Reginaldo, señor de Brederode.

     50. Don Fernando Gonzaga.

     51. Nicolás, conde de Salme.

     52. Claudio de la Baulme, señor de Sorlin.

     53. Antonio, marqués de Bergues, conde de Balhain.

     54. Juan de Emin, conde de Bonsu.

     55. Carlos, conde de Calain.

     56. Comys de Flandres, señor de Praet.

     57. Jorge Scheync, barón de Tantembourg.

     58. Felipe de la Muoy, gobernador de Tournaz.

     59. Felipe de la Muoy, señor de Molembais.

     60. Don Alonso de Avalos, marqués del Vasto.

     61. Don Francisco de Zúñiga, conde de Miranda.

     62. Maximilian Degurud, conde de Bureu.

     63. Renato de Chalón, padre [de] Dominges, conde de Rasa.

     Año de 1545, por el mes de enero, tuvo el dicho don Carlos, rey de España, su cuarto capítulo, y 21 de la dicha Orden, en su ciudad de Utrecht, en el cual crió estos caballeros:

     64. Maximiliano, rey de Bohemia.

     65. Cosme de Médicis.

     66. Don Iñigo López de Mendoza, duque del Infantadgo.

     67. Hernando Alvarez de Toledo, duque de Alba.

     68. Alberto, duque de Baviera.

     69. Emanuel Filiberto, duque de Saboya.

     70. Octavio, duque de Parma.

     71. Don Manrique de Lara, duque de Nájara.

     72. Federico, conde de Fustemberg.

     73. Joachin, señor de Ryse.

     74. Felipe de Lanoy, padre de Sulmurea.

     75. Ponthus de Lalain, señor de Bugnicont.

     76. Lamoral, conde de Egmond.

     77. Petro de Berchim, senescal de Henaut.

     78. Maximiliano de Borgoña, señor de Beures.

     79. Pedro Ernest, conde de Mansfelt.

     80. Juan de Lignes, conde de Arembergue.

     81. Don Pedro Hernández de Córdova, conde de Feria.

     82. Juan de Lamoy, señor de Molembayx.

     Notable fue un hombre que en este año anduvo por Alemaña, el cual, sin ser conocido, decía de sí que era sobrino de Dios, y se llamaba Jorge David, al cual las bestias salvajes, perros y pájaros traían de comer, y le obedecían, y él las hacía hablar y responder en todas lenguas, a propósito, y como si tuvieran razón.

     Decía este hombre extraño que el reino del cielo estaba vacío y que por eso le había Dios enviado para adoptar los hombres y hacerlos hijos de Dios y herederos y partícipes de los frutos y bienes celestiales, y otras muchas palabras tan absurdas y sin tino, que causaban espanto en aquellas gentes, que con los errores que diversos herejes sembraban, y la llaneza natural que la gente común alemana tiene, era fácil de creer, y dar en mil desatinos. Estos causan las novedades cuando el pueblo ciegamente las admite.

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