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Libro tercero

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- I-

Manda el rey que le muden los criados al infante don Fernando. -Los pensamientos que hubo de que el infante don Fernando fuese rey de Castilla.

     Estaba ya España gozosa y alborozada con la nueva de que venía su deseado príncipe. Residían el infante don Fernando y los gobernadores en Madrid, y determinaron de irse a Aranda de Duero para esperar el aviso de su llegada.

     En el mes de agosto de este año de 1517 llegaron a Aranda, aunque el cardenal no iba bien dispuesto, y con el camino se le agravó la enfermedad, y por se alegrar y librar de negocios, de ahí a pocos días se pasó al monasterio de Aguilera, que es de frailes franciscos.

     Estando el infante y los gobernadores aquí en Aranda, casi en principio de setiembre, recibieron una carta del rey, su data en Flandes, en que mandaba al cardenal y al deán de Lovaina, sus gobernadores, que quitasen de la compañía del infante don Fernando al comendador mayor de Calatrava, Gonzalo Núñez de Guzmán, su ayo, y a ciertos sobrinos suyos, hijos de Ramiro Núñez, y a Suero del Águila, su caballerizo, hijo de doña Isabel de Caravajal, su aya, mujer de Sancho del Águila, y a otros criados que tenía, porque había voz de que éstos trataban con algunos grandes del reino, que favoreciesen al infante para alzarse con él.

     Luego que el cardenal recibió la carta del rey, hizo cerrar las puertas de la villa y puso guarda en ellas, porque los caballeros dichos no huyesen, o hiciesen en el lugar algún bullicio, o llevasen de allí al infante para hacerse fuertes con él en alguna parte. Y así, aunque con alguna alteración, los ya dichos fueron quitados de la compañía del infante, y puesto el marqués de Aguilar en lugar del comendador mayor, harto contra voluntad del infante, que, aunque niño, lo sentía. El cual requirió al cardenal que le ayudase, o que le hiciese saber qué pensaba hacer por él en este caso. De lo cual el cardenal se maravilló mucho, entendiendo que aquellas palabras eran más sueltas y daban a entender mayores pensamientos de lo que convenía a la edad del infante, y díjole que él no podía dar otra ayuda sino cumplir y ejecutar lo que el rey mandaba, y que aquello debía él también hacer, y haberlo por bueno, como verdadero hermano. En lo cual pasaron algunas palabras de que ni el infante se tuvo por bien contento del cardenal, ni el cardenal de él. Porque antes solían ser amigos, y de aquí adelante no se trataban así.

     Y de esta manera estuvo el infante con mucho descontento en Castilla, hasta que venido el rey fue llevado a Flandes, y de ahí en Alemaña.

     Y todos o la mayor parte de los criados que tuvo en estos reinos, siguieron la Comunidad que dentro de dos años se levantó, y fue gran misericordia de Dios que el cardenal fray Francisco Jiménez y otros grandes de Castilla, no dieron en esto: que según lo mal que se llevaba en ella el gobierno de los flamencos, y el no haber nacido en este suelo su rey y natural señor, con grandísima facilidad se levantaran todos con el infante don Fernando, que aún sólo el nombre ganaba las voluntades de los españoles. Y sucediera, sin duda, lo que a don Sancho el Bravo con su padre y sus sobrinos; mas tenía Dios guardados estos reinos para uno de losmejores reyes que han tenido, cuya bondad ha permanecido de todas maneras en su hijo y nieto, y permanecerá para siempre como se les debe.



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- II -

Embárcase el rey para España a doce de agosto. -Quémase un navío, con caballos y pajes. -Desembarca el rey en Villaviciosa. -Cúmplese una profecía. -Los que venían con el rey no querían que se viese con el cardenal. -Sale el condestable a recibir al rey en Becerril de Campos. -Visita el rey a su madre en Tordesillas, a tres de octubre de este año. -Despide el rey al cardenal, inducido de Mota. -Muere el cardenal Jiménez, con sospecha de tósigo.

     Estaba aparejada la armada para partir el rey; pero no era favorable el tiempo para navegar. Y como asomaba ya el invierno, muchos eran de parecer que se dejase la jornada para el año siguiente, que fuera la total ruina y acabamiento de estos reinos, principalmente sucediendo la muerte del cardenal, con cuyo valor se entretenían los españoles y no sentían tanto la falta del rey. Mas el rey, a quien Dios guiaba, solo contra el voto de todos, ejecutó en esto su parecer.

     Y mandó luego embarcar y que se hiciesen a la vela, y tuvo mediana navegación, aunque por descuido se prendió fuego en un gran navío donde venía la caballeriza del rey, y sin poder ser socorridos se quemaron en él veinte y dos pajes del rey, y el teniente de caballerizo mayor y todos los marineros y gente de menos cuenta. De lo cual el rey mostró sentimiento.

     Habiendo caminado trece días, aportó en Asturias, que antes no pudo tomar puerto, y llegó a la playa de Villaviciosa, domingo 19 de setiembre año 1517, cumpliéndose lo que mucho antes se había pronosticado; esto es, que al charco vicioso vernían muchas gentes en caballos de madera, acompañando al gigante.

     Algunos interpretaban que se había de cumplir en Sevilla, que llaman charco vicioso; pero más a la letra se verificó en Villaviciosa.

     Fue el rey muy bien recibido por todos los caballeros y nobleza de Asturias, que aunque pobres son grandemente cumplidos y largos en regalar a buenos, pero porque la tierra era estéril se tornó a embarcar, y pasó a San Vicente de la Barquera por mar.

     Venían con el rey su hermana, la infanta doña Leonor, y monsieur de Xevres, que era su camarero mayor y mayor privado, y su chanciller mayor Juan Salvage, natural de Bruselas, y el mayordomo mayor gobernador de Bressa, Lorenzo Borrebot, y Carlos de Lannoy, caballerizo mayor, y Laxao, y otros algunos españoles.

     Por no poder estar la armada en Villaviciosa pasó a Santander, y el rey fue por tierra a San Vicente de la Barquera, donde estuvo algunos días.

     El cardenal don fray Francisco Jiménez estaba con falta de salud en el monasterio de Aguilera, y hubo entre él y los del Consejo algunas diferencias, de manera que se apartaron de él contra su mandamiento, en especial el presidente, don Antonio de Rojas, arzobispo de Granada.

     El rey envió a mandar que se volviesen con el cardenal, y así lo hicieron, y también quedaron con el cardenal los contadores y oficiales de Hacienda, los del Consejo de Cámara, que eran el licenciado Zapata y el dotor Caravajal, y el licenciado Francisco de Vargas, creyendo que serían recibidos en sus oficios, según los servicios que en ausencia del rey habían hecho. Caminaron con voluntad y parecer del cardenal para donde el rey estaba, y llegados a Aguilar de Campo, recibieron cartas de parte del rey, en que les mandaba que esperasen allí, porque faltaban los bastimentos por ser la tierra pobre y haber acudido mucha gente, y que los caminos eran malos de andar y de malas posadas. También pararon en Aguilar Antonio de Fonseca, contador mayor, y su hermano, el obispo de Burgos, y el comendador mayor de Castilla, Fernando de Vega. El licenciado Francisco de Vargas, tesorero general, y del Consejo, partió desde Aranda con dineros, y llegó a San Vicente, donde, aunque fue bien recebido, no se le dio que entrase luego en el Consejo. Los que venían con el rey alargaban y detenían el camino cuanto podían; y echaban fama que sin venir el rey a Castilla pasaba a Aragón, porque los flamencos creyeron que en desembarcando habían de venir los grandes y pueblos del reino a tomar a su rey y sacarlo de su poder. También temían al cardenal, y que se pondría en ordenar la casa, y que quitaría muchos de los que traían oficios de Flandes, y se pornían otros, y harían con el rey que hiciese algunas cosas que convenían al servicio de Dios y suyo, y bien de estos reinos. Y por esto dilataban la venida, porque el cardenal no fuese, ni avisase al rey, ni le aconsejase.

     Agravaba el mal al cardenal, de lo cual tenían a menudo aviso los que venían con el rey, que estorbaban las vistas, porque el médico que le curaba les escribía y hasta qué tiempo podía vivir; y por esto alargaban la venida, esperando que el cardenal muriese antes de ver al rey.

     Escribió el rey su llegada a todos los grandes y ciudades de Castilla, que recibieron gran placer y dieron muestras de alegría con las fiestas que en todas partes hicieron.

     Vino el rey a Aguilar de Campo, donde fue recibido por el marqués como convenía; y allí le suplicaron los de la Cámara les dejase servir sus oficios, pues por muchas cédulas se lo tenía prometido. El rey se excusó diciendo que él iba a Valladolid, donde había de ordenar su casa; que fuesen allí y no tuviesen duda que serían recibidos, porque si allí los recibía, no se podía excusar lo mismo con el contador Fonseca y el obispo su hermano, y con el comendador mayor de Castilla y otros; los cuales iban también remitidos a Valladolid. Y con esta respuesta vinieron suspensos los unos y los otros.

     En este tiempo hacían el oficio del Consejo de Cámara, el obispo Mota y don García de Padilla, que habían sido proveídos en Flandes, y decían que no por buenos medios; que el uno tuvo con monsieur de Xevres, y el otro con el gran chanciller Juan Salvage.

     De Aguilar vino el rey a Becerril, donde le salió a recibir el gran condestable de Castilla, don Iñigo Fernández de Velasco, muy acompañado de caballeros, deudos de su casa. Y de ahí pasó a Palencia, donde vinieron muchos caballeros, todos los más lucidos que pudieron, y con mayor acompañamiento, que dieron bien que ver a los flamencos. Y de Palencia, llevando consigo a su hermana, la infanta doña Leonor, fue a Tordesillas y visitó a su madre, y ella dio muestras de holgarse con los dos hijos.

     Acabada la visita, volvió el rey para Valladolid. Y llegando ya cerca mandó escribir dos cartas, una para el cardenal y otra para el Consejo, mandándoles que viniesen a Mojados, y la del cardenal decía que le daba gracias por lo pasado, y le rogaba que se llegase a Mojados para le aconsejar la orden de lo que tocaba a su casa, porque luego se podría volver a descansar.

     Y esta carta dicen que notó el obispo Mota, a quien no le placía que el cardenal se juntase con el rey, para le hacer sinsabor con aquella manera de despedirle a cabo de tantos servicios.

     Luego que llegó esta carta, el cardenal recibió tanta alteración con ella, que se le encendió la calentura de tal manera, que en pocos días le despachó, y domingo a 8 de diciembre de este año de 1517, en Roa, dio el ánima a Dios.

     Fue sepultado en Alcalá de Henares, en el colegio de San Ildefonso, que él había fundado. Hizo también otros edificios y obras pías, especialmente la iglesia de San Juste, que es de las insignes de la cristiandad, por ser todos los prebendados hombres dotos y graduados, y todos los colegios y cátedras de aquella florida Universidad de Alcalá.

     Y en Tordelaguna y en Illescas y Toledo y otras partes, hizo muchas cosas notables, dignas de perpetua memoria. Fue varón de altos pensamientos, con haber nacido de padres humildes. Tenía buena intención al bien público, aunque algunas veces erraba como hombre. Hay historia particular de este gran perlado, como la merece, y eterna memoria.



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- III -

Recibe el rey, los del Consejo. -Entra solemnemente el rey en Valladolid. -Dice una memoria de este tiempo que fue la entrada a 19 de octubre.

     El rey llegó a Mojados, donde había mandado que viniesen el licenciado Vargas y el dotor Caravajal y los demás que eran del Consejo; y otro día los hizo llamar y los recibió de nuevo en su Consejo, como lo habían sido de sus padres sus abuelos.

     Y allí se consultaron algunas cosas que convenían hacerse, en especial cerca de las Cortes que se habían de tener en Valladolid. Pero los de la Cámara no fueron recebidos en la Cámara, porque los que estaban en ella desde Flandes no querían dejarlo, y negociaban por las vías que podían estarse quedos. Valíanse para esto de los allegados al rey.

     Otro día partió el rey para el Abrojo, que es un devoto monasterio de frailes descalzos, riberas del río Duero, donde estuvo hasta que se aparejó en Valladolid el recebimiento, el cual fue miércoles 18 de noviembre. Salieron muchos grandes y caballeros castellanos ricamente aderezados, y después la Iglesia, y la Universidad, y la Chancillería, y el último el Consejo, al cual el rey mandó entrar dentro de su guarda.

     Halláronse al recibimiento el infante don Fernando, el condestable, el duque de Alba, el marqués de Villena, el conde de Benavente, el duque de Arcos, el duque de Segorbe y muchos obispos y caballeros. Llegó la caballería a seis mil, y muchos vestidos de tela de oro y plata.

     Entró el rey vestido de brocado, con mucha pedrería, y en la gorra un diamante de inestimable precio, en un caballo español, mostrándose muy brioso, que dio gran contento a todos. Llevaba el estoque el conde de Oropesa; detrás del rey, junto al palio, venían el infante don Fernando y doña Leonor, sus hermanos, y el deán de Lovaina, nuevamente criado cardenal.

     Posó en la corredera de San Pablo, en las casas de don Bernardino Pimentel, que primero habían sido del marqués de Astorga.

     Dentro de pocos días, después que el rey Carlos entró en Valladolid, fue a la chancillería y se asentó en los estrados de ella, y estaban a su mano derecha Xevres y el gran chanciller, y el obispo de Málaga, que después fue de Cuenca, presidente; y a la mano izquierda estaban la infanta doña Leonor y algunos grandes, y en las gradas bajas estaban los oidores, y más bajas los demás oficiales.

     Hicieron relación de algunos pleitos y sentenciaron parte de ellos, y el orden que en proceder se tuvo, fue que hablaban con el rey, aunque no entendía bien, y en su presencia disputaron o arguyeron sobre la justicia que había en un pleito de don Juan de Ulloa y don Fernando su hermano, el dotor Espinosa y el licenciado Bernardino, abogados.



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- IV -

Da el arzobispado de Toledo a Guillermo de Croy. -Murmúrase en el reino. -Lo que valía Xevres con el rey.

     Por muerte de don fray Francisco Jiménez dio el rey el arzobispado de Toledo a Guillermo de Croy, obispo de Cambray, sobrino de Mr. de Xevres. Lo cual se murmuró en estos reinos, por haber dado la mejor joya de ellos a un extranjero. Y aún se dijo que el marqués de Villena y otros grandes de Castilla suplicaron al rey que se lo diese, y que él no estaba primero en ello, ni Xevres lo había intentado. Por manera que el rey tuvo en esto y otras cosas semejantes poca culpa: porque los que le habían de avisar, se lo suplicaban.

     Y es cierto que estos caballeros no ayudaban a los extranjeros porque ellos sintiesen bien de verlos en lo mejor de España, sino por congraciarse con Xevres y con los demás flamencos que valían con el rey; que son fuerzas de la ambición poderosa, aunque sea en pechos nobles, cuyos corazones se acobardan por un favor vano que les puede dar un rey o su privado.

     Era el rey, en estos días, de diez y siete años y medio, poco más. Edad bien tierna para carga tan grave como era el gobierno de tantos reinos y señoríos: señaladamente los de España, cuyas leyes y costumbres no podía haber entendido, así por su poca edad como por haber nacido y criádose fuera de ellos, que aún la lengua española no la entendía del todo, ni tenía entera noticia de las calidades y condiciones de las gentes. Y así, aunque el natural del rey era bonísimo y el celo de acertar cual se podía desear en un príncipe verdaderamente cristiano y de sanas entrañas, por fuerza se había de guiar por las cabezas de otros, y como él se había criado con Xevres, y era hombre anciano y de harto ingenio, valor y nobleza conocida, dábale mano para todo, y a él lo remitía, y con su acuerdo y consejo lo gobernaba y ordenaba, y Xevres se guiaba en los negocios que tocaban a España por el maestro Mota, natural de Burgos, obispo de Badajoz, y por otros castellanos más ambiciosos que buenos.



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- V -

Llama el rey a las Cortes en Valladolid. -Llegan embajadores. -Piden los franceses el reino de Navarra.

     Estando, pues, el rey en Valladolid, en fin de este año de 1517, el papa León X envió el capelo de cardenal a Adriano, obispo de Tortosa, deán de Lovaina, y lo recibió en el monasterio de San Pablo con gran solemnidad, hallándose presente el rey, que quiso honrar a su maestro

     A doce de deciembre se despacharon correos por todos los reinos de Castilla, llamando a las Cortes para principio del año siguiente de 1518. Y fueron llamados los procuradores de las villas y ciudades que en ellas tienen voto.

     Vinieron luego a Valladolid embajadores de todos los reyes cristianos a le dar la norabuena de la venida a sus reinos de España, y solos los del rey de Francia se alargaron más de lo que convenía, sin se querer acordar de lo que habían capitulado en la paz de Noyon, que parece buscaban ocasiones para romperla. Porque de hecho, y resueltamente, venidos a Valladolid, pidieron que el rey restituyese luego el reino de Navarra a don Enrique de la Brit, hijo del rey don Juan el despojado. A lo cual respondió el rey graciosa y discretamente, entreteniéndolos con palabras generales, por conservar la paz que él mucho deseaba, por el bien de la cristiandad y firmeza de sus reinos.



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- VI -

Regocijos en Valladolid. -Pestilencia grande en Valladolid.

     Por las fiestas de Navidad de este año se hicieron en Valladolid grandes regocijos en que los caballeros cortesanos se quisieron mostrar. Hubo justas y torneos, con nuevas invenciones y representando pasos de los libros de caballerías. En algunas de éstas entró el príncipe rey. Sobre todo se hizo una grande y maravillosa justa en la plaza Mayor, donde entraron sesenta caballeros en sus caballos, encubertados con arneses de guerra y lanzas con puntas de diamantes, y treinta contra treinta se pusieron en los puestos para encontrarse en sus hileras. Y como tocaron las chirimías y trompetas, arrancaron con tanta furia, topándose con las lanzas, otros cuerpo con cuerpo, que fue negocio muy peligroso. Los más de los caballeros cayeron en tierra y quedaron muy quebrantados, y algunos muy mal heridos. Murieron doce caballos.

     Los que más se señalaron en estas fiestas fueron el condestable de Castilla, el condestable de Navarra, los duques de Nájara, Alba, Béjar, marqués de Villena, el de Astorga, Villafranca, Aguilar, conde de Benavente, el de Ureña, el de Haro, el de Lemos, Osorno, Oropesa, Fuensalida, los cuatro comendadores, los priores de San Juan y otros, que todos gastaron a porfía por servir al rey y mostrarse.

     Pero como en esta vida no hay placer que no sea vigilia de pesar, después de estas fiestas y bizarrías de Valladolid entró en ella una pestilencia tan grande, que hubo día que enterraron treinta y cuarenta cuerpos, y más. Era cierto, en entrando en una casa, el morir todos, sin quedar persona con vida.

     Despoblóse Valladolid, huyendo la gente de la muerte, que es terrible enemigo.

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