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Año 1591

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- XXIX -

Parte el rey para Barcelona. -Muerte del emperador Maximiliano, siendo de edad de 63 años.

     Venido el año de 1519, en el principio de él se concluyeron las Cortes de Aragón, y partió el rey para Barcelona a visitar aquel principado. Y así pensaba hacer en el reino de Valencia, si las cosas que se ofrecieron le dieran lugar.

     Entró en Barcelona a quince de hebrero, y allí se publicó la muerte del emperador Maximiliano, su abuelo, que fue en Belsis, a doce de enero, miércoles, principio de este año. Dolióle mucho al rey la muerte de su abuelo, y con razón; y la Corte se cubrió de luto y se le hicieron solemnes exequias. Merecía este príncipe las honras y loores posibles, porque fue uno de los mejores que ha tenido Alemaña. César liberalísimo, bien acondicionado, católico y valeroso.

     Tardó los primeros diez años de su vida en hablar, por lo cual pensó el emperador Frederico, su padre, que fuera mudo y bobo. Mas si hizo tarde, en edad madura mostró las virtudes que digo. Emprendió muchas y dificultosas guerras; pero no las acabó por falta de dineros, que son los nervios y fuerzas de ellas. Murió de una disentería o cámaras, siendo de edad de sesenta y tres años, y habiendo veinte y cinco que tenía el Imperio, después de la muerte del Emperador, su padre. Escribió su vida Pero Mexía en el libro de los Césares.



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- XXX -

Competencias entre los reyes de España y Francia por el Imperio. -Elección que se hizo del Imperio en Carlos V, rey de España, en la ciudad de Francfort. -Electores del Imperio. -Frederico, duque de Sajonia, no queriendo el Imperio, hace por el rey de España.

     Estuvo el Imperio cinco meses vaco, y en este tiempo, Carlos, rey de España, y Francisco, de Francia, no en secreto, como hasta allí, sino al descubierto, con pasión y bandos que por cada uno se levantaron, aun entre los mismos electores, andaba la negociación procurando el Imperio.

     Envió cada uno de los reyes sus embajadores con grandes poderes y dineros, para la pretensión, fiando cada cual en la grandeza de los reinos que tenía, y en sus riquezas. Y en los méritos de su persona, y en los amigos, que en todas estas cosas cada uno se sentía más poderoso que el otro. Y si bien el rey de Francia tenía en Alemaña amigos apasionados, y el papa León, después que murió el emperador Maximiliano se había vuelto de su parte, que no hay más ley en los príncipes de cuanto corre el interés, aunque se llamen santos, fue la competencia entre los electores y agentes de ambos príncipes grandísima, y aun la desenvoltura de los franceses demasiada.

     Corrumpían los electores con dineros y ofrecimientos, y metióse más de lo que un fraile y perlado debía, en favor de los franceses, el cardenal fray Tomás de Vío Cayetano, fraile dominico, legado del Papa, que sin razón se mostró enemigo del rey de España, de quien hablaba mal apasionadamente, quiriendo con lenguas y dineros quitarle la honra y el Imperio.

     Finalmente prevaleció España, y de los siete príncipes electores, la mayor parte fue del rey Carlos, por las muchas razones que para ello había, siendo nieto y biznieto de dos tan grandes Emperadores y tan beneméritos de Alemaña y de toda la cristiandad, y un rey tan poderoso, que con su grandeza levantaría la majestad del Imperio. Y con esto, la naturaleza que tenía en Alemaña, siendo de su propria sangre y archiduque de Austria. Y así se le dio la corona del Imperio con grandísimo gusto de toda Alemaña y del rey de Hungría y Bohemia, por el nuevo y cercano parentesco que con la casa de Austria tenía, casando con la infanta doña María, hermana del rey de España, y la de Austria con la de Bohemia, por haber casado el infante don Fernando con hermana del rey de Bohemia.

     Afrentábase la gente alemana que el Imperio no se diese a natural, principalmente teniéndolo tan benemérito. Eran en este tiempo los siete electores del sagrado Imperio: Alberto, arzobispo de Maguncia; Hertnao, arzobispo de Colonia; Ricardo, arzobispo de Tréveris; Frederico, duque de Sajonia; Luis, rey de Bohemia y Hungría; Joaquín, marqués de Brandeburg, Luis, conde Palatino en el Rhin. Llamados estos príncipes por el arzobispo de Maguncia, a quien toca hacer este llamamiento, se juntaron en la ciudad de Francfort, y el arzobispo de Maguncia, con largas y elegantes oraciones, persuadía a los electores se hiciese la elección en el rey de España. Y el arzobispo de Tréveris hacía la parte del rey de Francia.

     Escribió estas oraciones con la coronación que se hizo en el rey don Carlos, George Sabino de Brandeburg, que se halló presente con el marqués de Brandeburg, su señor.

     Estando en tal estado las cosas de la elección, que los electores no se concertaban, en concordia de ambas partes, dieron en Frederico, duque de Sajonia.

     No quiso el duque aceptar la dignidad imperial que le ofrecían; y quísolo Dios así mirando por su Iglesia, y con ánimo constante persuadía que nombrasen al rey de España, diciendo que no era extranjero, como decía el arzobispo de Tréveris, sino muy natural, y de la familia más antigua y noble de Alemaña, decendiente de muchos y grandes Emperadores, príncipes y bienhechores de Alemaña, y que se había de echar mano de él, y que convenía por estas causas, y además de ellas por ser nacido en Alemaña y criádose en ella, y ser heredado y señor proprietario de grandísimos y ricos estados en la alta y baja Alemaña y, sobre todo, por ser príncipe de muy noble y generosa condición y muy poderoso, de cuya virtud se tenían grandes esperanzas, y que así se había de anteponer a todos. Y él, desde luego, le daba su voto; y que antes de elegirlo ordenasen entre sí algunas leyes convenientes al bien común del Imperio, y que entrase con obligación de guardarlas, y con esto se remediaría lo que temían los arzobispos.

     Valió el parecer y autoridad del duque de Sajonia, y los electores dieron el voto a don Carlos, rey de España, a veinte y ocho de junio de 1519. Y luego se pronunció y publicó la elección de don Carlos, rey de las Españas, archiduque de Austria, conde de Flandes y duque de Borgoña, etc., habiendo corrido cinco meses y diez y siete días después de la muerte del emperador Maximiliano, su abuelo.

     Los alemanes quedaron gozosos por la eleción, y Jerónimo, conde de Nagorol, mofando de los franceses, le hizo este tretraschico:

                               Postulat imperium Gallus, Germanus, Hiberus,
Rex genus hoc triplex Carolus unus habet.
Caesare in hoc populo fiet satis omnibus uno.
Imperium est igitur, Carole jure tuum.
          Pide el imperio el francés,
               El español y germán,
               Y lo que piden los tres,
               A sólo Carlos lo dan.
               Este César satisface
               A todos en todo el mundo,
               Donde por ser sin segundo,
               Suyo el derecho lo hace.


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- XXXI -

Publícase la eleción del Imperio.

     Esperaban en Maguncia los embajadores de Carlos el suceso de la eleción del Imperio. Envióseles de parte de los electores el nombramiento hecho en su príncipe, con las leyes y condiciones que los electores habían ordenado.

     Después de esto, el arzobispo de Maguncia, en la iglesia de San Bartolomé, de Francfort, pronunció solemnemente la eleción y pidió al pueblo diesen por ella muchas gracias a Nuestro Señor. Dijo y encareció las grandes virtudes del príncipe electo; dio las causas que hubo para elegirlo, dejando otros príncipes muy grandes de quien podían echar mano.

     Luego, el pueblo, con notable aplauso, a grandes voces alabó a Dios con demostración de mucho contento.

     Mandaron los electores que viniesen allí los embajadores, que estaban a una milla de Francfort. Ordenaron con ellos las cosas que tocaban al Imperio, hasta tanto que el nuevo Emperador venía a recebir la corona.

     Hicieron capitán general del ejército imperial a Casimiro Brandeburgio. Nombraron, para que luego viniese en España con nueva de la eleción, de parte de los electores, a Frederico, duque de Baviera. Y hubo tan buenos pies en algunos, que por ganar las albricias se pusieron en camino y llegaron en nueve días desde Francfort a Barcelona, donde estaba el rey, que son, por tierra, trecientas leguas, algunas más o menos.



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- XXXII -

Capítulo del Tusón en Barcelona.

     En el tiempo que pasaban estas cosas en Alemaña, el rey estaba en Barcelona. Y a cinco días del mes de marzo de este año 1519 celebró la fiesta del Tusón, y recibieron el hábito y divisa de ella el condestable de Castilla, don Iñigo de Velasco; don Fadrique de Toledo, duque de Alba; don Álvaro de Zúñiga, duque de Béjar; don Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, don Esteban Álvarez Osorio, marqués de Astorga.

     El conde de Benavente no la quiso, diciendo que él era muy castellano y que no se honraba con blasones extranjeros, pues los había tan buenos en el reino, y a su estimación, mejores.

     Era valeroso el conde por extremo, y muy castellano. Del reino de Aragón el duque de Cardona; el príncipe de Bisiñano, que era del reino de Nápoles.

     Hízose la fiesta en la iglesia mayor de aquella ciudad, donde acudieron todos los otros señores y caballeros que en la Corte estaban, naturales y extranjeros de estos reinos.

     En estos días llegó a Barcelona Baudilla, rey de Túnez, pidiendo ayuda contra Haradín Barbarroja, que lo echó del reino. Mas el Emperador no se la pudo dar como quisiera, por haber de acudir a lo del Imperio, aunque envió contra Argel y aquellas costas, como aquí diré.



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- XXXIII -

Casamiento de la reina Germana. -No quieren llamar Alteza a la reina Germana. -No quieren jurar al rey en Cataluña.

     Dije de la reina Germana algunas de sus condiciones, y cómo una de ellas era hallarse mejor casada que viuda, por seguir el consejo de San Pablo. Con haberlo sido esta señora con un rey tan grande y poderoso como fue el Católico. -Gustó de casarse segunda vez con un caballero que, si bien de ilustrísima sangre, pero de ninguna comparación con el Rey Católico. Murmuróse mucho y se atribuyó a mucha liviandad de la reina; al fin, hecho proprio de mujer. El rey, por ver que era gusto de la Germana, y también por ganar el voto de un elector, quiso celebrar las bodas en Barcelona de madama Germana con el marqués de Brandeburg, hermano del elector.

     Pareció tan mal su casamiento, que muchos no la querían llamar Alteza, hasta que lo mandó el Emperador; el cual se halló a estas bodas y las solemnizó lo que bastaba para una señora que de reina de Aragón, Nápoles y Sicilia, bajaba a ser mujer de un caballero de no más que moderada renta, si bien de gran calidad en sangre.

     Estando el rey en estas fiestas, aparecieron siete fustas de moros, y a la tarde se juntaron con ellas otras seis, que traía un capitán turco llamado Halymecen, y llegaron a vista de la ciudad de Barcelona. No hubo con qué salir a ellas, de que el rey recibió pena notable, por la reputación que en esto se perdía, y el príncipe joven la estimaba.

     Los de Cataluña no querían jurar por rey a don Carlos, diciendo que su madre era viva, ni le consintirían tener Cortes, porque no era jurado en la tierra. Y esto se hacía con tanta libertad, que mofaban de los castellanos y aragoneses porque lo habían hecho, y se tenían ellos por más hombres; mas al fin, como cuerdos, se allanaron, y mostraron ser de carne y sangre como los demás. Porfiaron veinte días, y al cabo de ellos juraron al rey, y se comenzaron las Cortes, en que dieron al rey hartos disgustos y a Xevres pusieron en tanto aprieto, que ya deseaba verse fuera de España.



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- XXXIV -

Junta en Montpellier entre los embajadores franceses y españoles sobre las pretensiones de los reyes. -No se conciertan en Montpellier.

     Tratóse asimismo estos días el negocio del reino de Navarra, que monsieur de la Brit, señor de Bearne, pedía, y el rey de Francia porfiaba que se determinase conforme a lo que habían asentado en Noyon.

     Y para que se viese y examinase el justo título con que aquel reino se había juntado a la corona de Castilla, y el rey lo poseía; y para oír y satisfacer a lo que la parte contraria alegaba, señalaron por lugar para que ambas las partes acudiesen, la ciudad de Montpellier, que es dentro en Francia, confianza demasiada que los españoles hicieron del francés. Después de algunos días, se juntaron, por parte del rey de Francia, el gran maestre de Francia y el obispo de París y su gran secretario, Roberto; y por parte del rey de España, monsieur de Xevres, el gran chanciller, el comendador mayor de Castilla, el maestro Mota, obispo de Badajoz, el dotor Caravajal, del Consejo de Cámara; don Antonio de Zúñiga, prior de San Juan, y otros letrados y caballeros.

     La causa se disputó por ambas partes, alegando por la parte de Castilla hartas razones; pero como los franceses no venían con ánimo de satisfacer ni satisfacerse, de ninguna se mostraban contentos ni pagados. De manera que sobreviniendo la muerte del gran maestre de Francia, mayordomo mayor del rey, sin dar conclusión, quedó como de antes, y los que estaban por Castilla se vinieron a Barcelona, y por ventura fue mejor, porque de ninguna manera se tuviera por bueno en Castilla ningún concierto ni medio, entregando el reino de Navarra al rey de Francia o a don Enrique de la Brit, por lo mucho que importaba no tener tan mal vecino, y por lo que a Castilla había costado ganarlo y conservarlo. Y se tuvo por gran cosa, y no pensada ni mirada, ir monsieur Xevres con los demás caballeros y letrados a tratar semejante negocio dentro del reino de Francia, donde no se podía, libre ni igualmente, tratar ni platicar la justicia de Castilla; y se temió que los que fueron quedaran presos, sino que Dios y la brevedad y presteza con que luego se volvieron, no dieron a ello lugar.

     Y, sin duda, no fue muy bien advertido señalar ni admitir lugar tan peligroso, donde por fuerza se había de hacer lo que los franceses quisiesen. Es verdad que hacen a Xevres autor de esta junta, porque ya deseaba dar más gusto al francés que a los castellanos.



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- XXXV -

Concede el Papa la décima de los beneficios para la guerra contra infieles. -Llega la nueva del Imperio a Barcelona. -Malos propósitos del rey de Francia.

     Estaba el rey en Barcelona cuando los caballeros volvieron de Montpellier, muy ocupado en mandar hacer a gran priesa la armada que había determinado enviar contra infieles, como el Papa lo había pedido. Por lo cual, y para los otros gastos ordinarios que en las fronteras tenía contra los infieles, el Pontífice le concedió la décima de las rentas eclesiásticas de Castilla, aunque hubo sobre ello gran contradición de parte de las iglesias.

     Y se juntaron en congregación para suplicar de la concesión, donde hubo muchas alteraciones cessatio a divinis en todo el reino por espacio de más de cuatro meses, y haciéndose congregación en Barcelona, se redujo a lo de antes, y se alzó el entredicho y cesación y se abrieron las puertas de las iglesias, y en ninguna de ellas se hizo la procesión día del Corpus, aunque después la hicieron.

     Y este año cayó San Juan en viernes. Y el jueves antes se hizo la fiesta del Corpus, y el miércoles se ayunó la vigilia de San Juan, que todo comenzaba ya a alterarse, divino y humano.

     Del asiento que se tomó con la Iglesia, el rey se tuvo por servido, y las iglesias no recibieron agravio. En los primeros días del mes de julio llegó a Barcelona, como dije, la nueva de la eleción del Imperio, hecha en el rey. Fue de grandísimo gusto para el rey y para todos los cortesanos, y se celebró con muchas fiestas, y a 22 de agosto de este año, llegó Frederico, duque de Baviera, hermano de Luis, duque de Baviera, elector y conde Palatino, a Barcelona, con el decreto de la eleción, y dio el despacho que traía de los electores y propuso su embajada al rey.

     Y el chanciller Mercurino Gatinara respondió que el rey recibía con gran voluntad la eleción que los siete príncipes electores en él habían hecho, si se cargaba de aquel cuidado tan honroso y grave por el grande amor que a su patria tenía, y que procuraría con toda brevedad dar orden en las cosas de España, para pasar en Alemaña. Y escribió a todos los electores, a cada uno de por sí, diciéndoles el agradecimiento con que estaba, y encareciendo la deuda en que le habían puesto. Y al conde Palatino dio muy ricas joyas, con que lo despachó contento y satisfecho de la merced que el nuevo Emperador le había hecho.

     De esta manera pasó lo del Imperio, y el rey de Francia se quedó sin él, muy corrido y bien gastado: fue grande la suma de dineros que derramó; y sus embajadores, que habían ido a solicitar la pretensión, estuvieron esperando el fin en la ciudad de Confluencia, lugar del duque de Tréveris. Dieron la vuelta para Francia más ligeros de dineros y cuidados, aunque no de pesadumbres, de lo que habían venido.

     Y al rey Francisco acabó de dañar las entrañas, que envidia y temores le fatigaban. La envidia de ver que lo que su alto corazón tanto había apetecido se le llevase el rey de España, siendo de tan poca edad. Los temores eran de ver a un rey tan poderoso y de tantas riquezas, señor de tan altos y tan extendidos estados en las dos Alemañas, alta y baja mozo brioso, naturalmente aficionado a las armas, con la dignidad y potencia imperial, que había de ser para gran daño suyo y de todo su reino y diminución de él, como sin duda lo fue.

     Resolvióse de hacerle luego el mal y daño que pudiese, levantando los ánimos de todos los príncipes y repúblicas de Europa contra el electo Emperador, y hacerle descubiertamente guerra, y sembrar en las proprias tierras y vasallos de él cizaña, para que se le rebelasen.

     Finalmente, luego comenzó la guerra, y en España la cizaña, o por él o por sus ministros, aunque no se echó de ver hasta que el Emperador faltó en estos reinos, que vehementes sospechas hubo, y aun claros indicios de los malos oficios que el rey de Francia en ellos hizo.



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- XXXVI -

Ordénase la forma que el nuevo emperador había de tener en los despachos en España. -Títulos en las provisiones.

     Tratóse luego en el Consejo en qué forma se habían de hacer los despachos, y poner en ellos los títulos reales y imperial.

     Y pareció que se despachasen cédulas a todas las chancillerías y ciudades del reino, avisándoles del estilo que habían de guardar. Y así, a 5 de setiembre de este año, en la ciudad de Barcelona, se despacharon las cédulas diciendo:

     Que por otra cédula les había hecho saber cómo plugo a Nuestro Señor que fuese eligido en concordia rey de romanos, futuro Emperador, por lo cual fue necesario de mudar los títulos, según una memoria que les había enviado, y manda que en las provisiones y despachos reales se pongan conforme a la dicha memoria, porque su voluntad era que la preeminencia y libertad de estos reinos se guarde como basta aquí. Y por la dicha causa del mudar de los títulos, para adelante no les pare perjuicio, etc.

     Y el título y estilo que se mandó guardar fue: Don Carlos, por la gracia de Dios, rey de romanos, futuro Emperador, semper Augusto, y doña Juana, su madre, y el mismo don Carlos, por la misma gracia, reyes de Castilla y de León, etc. Siguiendo el ditado como hasta agora, y refrendando las provisiones el secretario: Yo. F, secretario de su cesárea, católicas majestades, la fice escribir por su mandado. Y en las cédulas dice: Por mandado de Su Majestad. F. Y en la carta primera que se despachó, como aquí dice el Emperador, que fue en el mismo año y día y mes, en Barcelona, y todas refrendadas por Francisco de los Cobos, usando del título que en la cédula había ordenado, dice: Que estando él muy contento con la dignidad de Rey Católico, en uno con su madre, la reina doña Juana, plugo a la divina clemencia, por la cual los reyes reinan, que fuese eligido rey de romanos, futuro Emperador. Y así convino que sus títulos se ordenasen, dando a cada uno su debido lugar.

     Fue necesario, conforme a razón, según la cual el Imperio precede a las otras dignidades seglares, por ser la más alta y sublime dignidad que Dios instituyó en la tierra, de preferir la dignidad imperial a la real, y de nombrarse e intitularse primero rey de romanos y futuro Emperador, que la reina, su madre, lo cual hacía más apremiado de necesidad de razón, que por voluntad que de ello tenía, porque con toda obediencia y acatamiento la honraba y deseaba honrar y acatar, pues que demás de cumplir el mandamiento de Dios tenía y esperaba gran sucesión de reinos. Y porque de la dicha prelación no pudiese seguirse ni causar perjuicio ni confusión adelante a estos reinos de España, ni a los reyes que en ellos sucedieren, ni a los naturales sus súbditos, por ende quería que supiesen todos que su intención y voluntad era, que la libertad y exención que los reinos de España y reyes de ellos han tenido, de no reconocer superior, le sea guardada agora, y de allí adelante, inviolablemente. Y que gocen de aquel estado de libertad y ingenuidad que siempre tuvieron, y que por preferir y anteponer en los títulos de sus dignidades el del Imperio, no sea visto prejudicar a los reinos de España en su libertad y exención que tienen. Que por aquéllos, ni otros cualesquier autos que se hagan, no lo dice ni pone en señal de sujeción, tácita ni expresa, sino por guardar el honor y orden a cada uno debido, etc.

     En esta forma se pregonó por todas las ciudades de España con trompetas y atabales. Y se imprimieron estas cédulas en los libros de las Chancillerías, en guarda y seguridad del derecho destos reinos.



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- XXXVII -

Reino de Solimán. -Llamo de aquí adelante a Carlos «electo emperador».

     Si bien no es de esta historia, porque en ella se ha de tratar largamente, y con harto sentimiento de la cristiandad, del gran turco Solimán, y de los males que en ella hizo, diré con brevedad que en este año de 1519, en los mismos días que Carlos V, a quien de aquí adelante llamaré electo Emperador, fue sublimado en el Imperio, murió en Chiurlu, lugar pequeño de Tracia, de una landre que le dio junto a los riñones, el bravo Selim, rey de los turcos, habiendo poco más de siete años que reinaba. Murió rabiando en el mismo lugar donde ocho años antes él había hecho morir inhumanamente a su viejo padre, Bayaceto.

     Sucedióle en el Imperio su único hijo, Solimán, mancebo animoso, feroz, cuyo coraje y furor diabólico dio bien que hacer al electo Emperador y a otros príncipes cristianos, y que llorar a muchos, como aquí se verá.

     Tomó la posesión de sus grandes Estados en el mismo mes que Carlos fue electo Emperador, que es notable que cuando permitía Dios que entrase a reinar un enemigo tan poderoso del nombre cristiano, se diese el Imperio y defensa de la Iglesia a uno de los mejores capitanes que ella ha tenido.



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- XXXVIII -

Quiere el emperador que le juren en Valencia y los valencianos no quieren. -Principio de los movimientos, y Germanía de Valencia.

     No tenía lugar el Emperador para visitar el reino de Valencia, porque era forzosa la partida para Alemaña, que con encarecimiento se le pedía. En Castilla estaban sentidos de lo poco que había parado en ella, y de otras cosas se quejaban, que diré presto.

     No habían jurado al rey en Valencia, y quisiera que le juraran antes de partirse, sin obligarle a que allá fuese, porque no era posible; que las nuevas ocupaciones le impidían. Y para contar la historia lastimosa de este reino, es fuerza que tomemos la corriente muy de atrás.

     Año de 1503 a 14 de julio, un capitán turco llamado Cherrim Farax amaneció con once fustas sobre un lugar entre Valencia y Gandía, que se llama Cullera; saqueólo y cautivó a muchos antes que pudiese ser socorrido, porque el turco dio priesa a retirarse con la presa.

     Recibió el Rey Católico pena con la nueva de este caso, y sabiendo que la gente común estaba desarmada, mandó que todos los ministrales, que es la gente de oficios y plebeya, se armasen de diez en diez y que tuviesen capitán para acudir a los rebatos.

     Antes que el rey diese esta licencia, los caballeros estaban solamente armados. De donde resultó tener en poco a los demás y tratarlos mal. Pero como el común se dio a las armas y los caballeros a deleites, que el reino es ocasionado para ellos, vino el común a tener en nada a los nobles, y aun a aborrecerlos mortalmente, porque se daban a las moras y les tomaban por fuerza las hijas y parientas y hacían otros desafueros intolerables. Si un oficial hacía una ropa, dábanle de palos porque pedía que le pagasen la hechura; y si se iba a quejar a la justicia, costábale más la querella que el principal.

     Gobernábase este reino por dos cabezas. La una era don Hernando de Torres, bayle mayor; el otro, don Luis de Cavanillas, caballeros bien acondicionados, mas remisos demasiado en sus oficios y que se dejaban llevar del que más podía.

     Los populares, como se veían maltratados y que cada día los caballeros los oprimían, no sabían qué medio tener para vengarse de lo pasado y remediar lo venidero. Aconsejábanse con un pelaire que se llamaba Juan Lorenzo, hombre anciano y cuerdo. El cual trataba de pronósticos o juicios de hechiceros y tenía uno que los moros se habían de alzar y que aquel reino se había de perder. Y porque les parecía que este daño y pérdida del reino no había de ser sino por falta del uso de las armas, concertaron que de parte del reino fuesen a Barcelona, a pedir licencia al Emperador para que se pudiesen agermanar, esto es, que como se armaba una cuadrilla de diez hombres, se armase una compañía de cien soldados con su capitán y bandera, para defenderse de los moros y castigar a los malos cristianos.

     En el tiempo que en Valencia se platicó esto, estaba el electo Emperador de camino para salir de Barcelona y tratando de la jornada de Alemaña a recibir la corona: y porque, como dije, la priesa que convenía haber en la jornada no le daba lugar para ir a visitar el reino de Valencia, envió a pedir a los tres estamentos del reino de Valencia rogándoles mucho que le jurasen por rey en ausencia, pues él no podía irlos a visitar personalmente por la ocasión del Imperio que se le ofrecía.

     Los caballeros ni lo quisieron hacer ni aun oír, diciendo que tan buenos eran ellos como los aragoneses y catalanes: que pues con ellos había estado dos años, que por qué no estaría en Valencia dos meses.

     Regía todo el pueblo Juan Lorenzo el pelaire, y un tejedor solicitaba los ánimos de todos y daba las trazas. Estos dos fueron al electo Emperador a Barcelona en nombre de los ministrales, y monsieur de Xevres tratólos muy bien por ganarles las voluntades. Y diéronles licencia que se agermanasen.

     Y como pidiesen licencia para eligir trece síndicos que fuesen cabeza de todos, el Emperador les dio a micer Garcés, natural de Zaragoza y del consejo de Aragón, para que viniese con ellos a Valencia y viese si lo que pedían era justicia. El cual venido, o por ruegos o por dineros, en su presencia hizo elegir trece síndicos; de la cual eleción sucedieron grandes escándalos, porque el pueblo no los quería para corregir los vicios, sino para hacerlos cabezas de sus bandos y sediciones contra los caballeros.

     Este micer Garcés era un mal hombre, que él alborotó a Zaragoza estando el Emperador la primera vez en ella; y en Valencia hizo tan mala obra, y al fin, después de algunos años, le mandó el Emperador dar garrote; castigo digno de sus obras, y le confiscaron los bienes.

     Antes que micer Garcés saliese de Valencia se agermanaron todos y eligieron sus capitanes y levantaron banderas, y los domingos y fiestas andaban en orden, de lo cual los caballeros se fueron a quejar al Emperador; pero monsieur de Xevres, enojado con ellos porque no querían jurar al Emperador, y pensando que tenía al pueblo muy de su parte, no hizo caso dellos.

     Ya que estaba el Emperador para partir de Barcelona, envió el cardenal Adriano a Valencia, para que concertase aquel pueblo y que le jurasen y que tuviesen las Cortes el infante don Enrique, su tío, o el arzobispo de Zaragoza, que era también su tío, o el duque de Segorbe, su primo; y que los dineros que le habían de dar de servicio se repartiesen en el reino entre aquéllos que estaban agraviados.

     Don Alonso de Cardona, almirante de Aragón, y el duque de Gandía y otros caballeros con ellos, fueron de voto que jurasen al Emperador. Los demás todos, que no; diciendo al cardenal Adriano, y escribiendo al Emperador, que más querían perder sus mujeres, hijos y haciendas, que no perder sus libertades y fueros. Lo cual visto por el cardenal, en odio de los caballeros aprobó lo que el pueblo tenía hecho de la Germanía, y volvióse sin hacer más que dejar la ciudad alborotada. Porque los caballeros quedaron muy afrentados y los agermanados muy ufanos.

     Los males de esta Germanía y los daños que de ella se siguieron se dirán en la relación que hiciere de las Comunidades que hubo en este reino, que no fueron las de Valencia las menos atrevidas y sangrientas.



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- XXXIX -

Sentimiento de Castilla porque se daban los oficios a extranjeros y sacaban dinero del reino.

     Quedó asentado y jurado por el rey en las Cortes de Valladolid que no se diesen oficios a extranjeros, ni se subiesen las rentas del reino, sino que estuviesen encabezadas de la manera que el Rey Católico en Burgos había en otras Cortes ordenado. Y fue así que no hubo cosa que menos se guardase, porque públicamente se sacaba la moneda del reino y se daban los oficios a los flamencos, y ellos los vendían a quien mejor se los pagaba: y también se les repartían los beneficios.

     Y visto esto, y cuán poca cuenta se hacía de los grandes y caballeros naturales del reino, todos estaban muy desabridos y hablaban muchas cosas no debidas. Comenzaron estas quejas desde el tiempo que el electo Emperador estuvo en Valladolid, y aun después de partido a Aragón a tener las Cortes de aquel reino, que fue por el mes de marzo del año de 1518. Y se detuvo en las Cortes de aquel reino, y en el condado de Cataluña, hasta principio del año de 1520, que partió de Barcelona para Santiago, donde mandó venir los procuradores del reino de Castilla para hacer allí Cortes como aquí diré. Y sucedieron luego las alteraciones tan nombradas, que ordinariamente llaman Comunidades.



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- XL -

Enójase Segovia y escribe a otras ciudades sobre los pedidos.

     Después que el electo Emperador partió de Valladolid para Aragón, estando en Barcelona, se movieron algunos arrendadores a hacer pujas en las rentas reales de Castilla, posponiendo el daño general por sus intereses particulares, como los semejantes lo acostumbran hacer, y ofreciendo dar a Su Alteza cierta suma de cuentos, más de lo en que estaba encabezado el reino.

     Como supo esto Segovia, viendo el daño que se siguía a los pueblos de Castilla, y como era contra lo capitulado y asentado con el Rey Católico y lo que el Emperador había prometido en las Cortes de Valladolid, acordó esta ciudad de avisar y comunicar esto de que se sentía con la ciudad de Ávila, pidiendo su parecer para remediar el daño que desto se esperaba. Y que sería cosa justa que se juntasen las ciudades de Castilla y moviesen a otras para suplicar a su rey no permitiese que pasase adelante, porque era destruir los reinos y hacer vejaciones en ellos.

     Y como Ávila ha tenido siempre hermandad con la ciudad de Toledo, parecióle que sería bien darle cuenta desto. Y con la carta que Segovia había escrito, envió otra suya, en la cual pedía a Toledo su parecer para remediar estas quejas.

     Vistas las cartas en Toledo, acordó la ciudad que sería bien que todas las ciudades del reino que tienen voto en Cortes se juntasen y enviasen sus procuradores, para suplicar a Su Majestad no admitiese semejantes pujas, diciendo el daño que al reino se siguía.

     Y Toledo escribió a Ávila, a Jaén y a Cuenca y que ellos escribiesen sobre esto a otras ciudades comarcanas, para que todas se juntasen a suplicar que se remediase daño tan general.

     Y Toledo dio su poder a don Pedro Laso de la Vega, señor de Cuerva y Bates, y a don Alonso Suárez, señor de Gálvez y Jumela, regidores de aquella ciudad, y a Miguel de Hita y Alonso Ortiz, jurados della, y el Alonso Ortiz residía en la Corte, por ser continuo en la casa real. La ciudad dio el despacho de todo. Y la instrución a Gonzalo Gaitán para estos dos.

     Con este despacho llegó el regidor a la montaña de Monserrate, día de San Andrés, año de 1519, donde estuvieron esperando algunos días para que se juntasen los procuradores de las otras ciudades, como se había acordado por todos.



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- XLI -

Avisa el corregidor de Toledo al Emperador y envía copias de las cartas de las ciudades.

     Luego que se comenzaron a comunicar por cartas entre las ciudades que tenían voto en Cortes sobre aquesto, el conde de Palma, corregidor que a la sazón era de Toledo, escribió una carta al Emperador y le envió los traslados de las cartas que Ávila y Segovia habían enviado a Toledo, haciendo relación de lo que pasaba, y cómo se concertaban las ciudades de enviar procuradores para suplicar a Su Majestad sobre lo que tocaba a esta puja, y lo mismo hizo el corregidor de Jaén.

     Como el Emperador lo supo, mandó escribir a las ciudades, diciendo que había sabido lo que entre ellas se trataba cerca de esta puja, y porque al presente estaba ocupado en las Cortes de Barcelona y no podía entender en cosa que tocase a estos reinos de Castilla, que les mandaba que se suspendiese y sosegasen, que él pensaba venir brevemente en estos reinos, donde haría Cortes, y en ellas se trataría desta materia y de lo que más convenía al bien de estos reinos.

     Las cartas se despacharon con toda diligencia a cuya causa los procuradores del reino dejaron de venir, porque a todos tomó en sus ciudades, excepto a los de Toledo, que cuando llegó la carta del mandato a la ciudad, ya era partido el regidor Gaitán y aun estaba en la corte.

     Y como después de llegado Gonzalo Gaitán supieron que los procuradores de las otras ciudades no habían de venir, acordaron los de Toledo de dar su embajada al Emperador conforme a su instrución. Y así lo hicieron.



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- XLII -

Suplica Toledo al Emperador se deje informar.

     Domingo 18 de setiembre llegó un correo de Toledo a sus procuradores con cartas para el Emperador, y otras para los mismos, por las cuales les mandaban que diesen su embajada conforme a la instrución que les habían dado.

     Y en la otra que venía para el Emperador suplicaban de las cartas que el conde de Palma, corregidor de Toledo, les había notificado, por las cuales mandaba al Ayuntamiento que por el presente cesase el enviar procuradores para suplicarle lo que convenía al bien de estos reinos, a causa de que estaba ocupado en las Cortes que hacía en Cataluña, de lo cual creía poderse despachar brevemente, y pensaba en viniendo a Castilla hacer Cortes, donde se podría entender en ello.

     Suplicaba Toledo en esta carta deste mandato, y pedía que todavía su Majestad fuese servido de oír a sus procuradores, pues lo que con ellos enviaba a suplicar era cosa que convenía a su servicio y bien destos reinos, y era necesario que Su Majestad fuese de ellos informado.



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- XLIII -

Los de Toledo hablan y se quejan a Xevres. -Xevres no entendía la lengua castellana.

     Lunes siguiente fueron los nombrados de Toledo a Molín de Reche para dar el despacho de la ciudad al Emperador, el cual era ido a caza. Y acordaron de hablar a Xevres, pues todo se había de proveer por su mano; y así le hablaron en presencia del obispo Mota, que fue el intérprete, por no saber Xevres la lengua castellana.

     Diéronle la carta, y el regidor Gaitán le dijo que la ciudad de Toledo tenía a su señoría por protetor, por ser perlado della el reverendísimo cardenal de Croy, su sobrino, y que en su Ayuntamiento se había acordado de enviar a suplicar a Su Majestad algunas cosas que convenían a su servicio. Para lo cual los había enviado, y que después de su partida, el corregidor de aquesta ciudad había notificado al Ayuntamiento della una carta de Su Majestad, por la cual mandaba que cesase la venida. De la cual carta habían suplicado por la ciudad, y que se agraviaba mucho que, habiendo ella sido tan leal, y deseando siempre el servicio de Su Majestad y de los reyes sus antepasados, les mandase detener sus mensajeros, debiendo ser oída su embajada, pues era encaminada a servicio de su rey y bien de estos sus reinos.

     Cerca de esto se le dijeron otras razones, a las cuales, después de los haber muy bien oído, respondió: que Su Majestad era ido a caza, que venido le hablaría, y que el día siguiente podrían venir a le besar las manos, y con esto se despidieron.



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- XLIV -

Hablan los de Toledo al Emperador. -Piden los de Toledo que no se admita puja en las rentas reales. -Piden los de Toledo al Emperador que visite el reino antes de salir de él. -Responde el Emperador que no escusa la partida. -Pide Toledo que el Emperador guarde lo que se ordenó en las Cortes de Valladolid y conceda lo que negó.

     Otro día siguiente, los de Toledo besaron la mano al rey y le dieron las cartas de su ciudad, una que había traído el regidor sobre lo del encabezamiento del reino, la otra sobre la carta que Su Majestad había enviado para que no viniesen los procuradores.

     Recibidas, el Emperador las dio al chanciller, a quien los remitió, que él les daría la respuesta.

     Halláronse presentes Xevres y Laxao y el obispo Mota. Todos juntos, con el gran chanciller, leyeron las cartas de Toledo, y visto como eran de creencia, el gran chanciller dijo que se fuesen con él a su posada y que allí los oiría.

     Llegado a su posada, él se entró con los procuradores de Toledo en una cuadra y el regidor le dijo lo primero, que la ciudad enviaba dos cartas para Su Majestad, y que diría primero lo que tocaba a la segunda carta, cerca de haber Su Majestad mandado detener los procuradores de las ciudades, diciendo lo mismo que arriba. Que la venida dellos era para hacer saber a Su Majestad algunas cosas que convenían al servicio suyo y bien de sus reinos, y por esto, que no era justo mandarlos detener. Por tanto, que la ciudad suplicaba a Su Alteza fuese servido de oír a sus procuradores lo que de su parte querían suplicarle.

     Cerca de lo que tocaba a la primera carta, para que principalmente había sido su venida a Su Majestad, sobre lo que tocaba a la puja que se trataba hacer en el reino, que la ciudad suplicaba a Su Majestad mirase que admitir esta puja era gran destruición destos reinos, porque se podría seguir admitiéndose que cesasen los tratos, por estar estos reinos tan faltos de moneda. A cuya causa estaban muy perdidos, estando como estaban las rentas reales, cuanto más con la puja que de presente se trataba hacer. De donde resultaría que los tratantes que viven en los lugares realengos se irían a los lugares de los señores, porque allí no serían vejados en sus alcabalas.

     Dijo también que ya Su Majestad sabía como después de su venida en estos reinos no había visitado en Castilla otro lugar sino a Valladolid, y que generalmente todos los pueblos habían deseado su venida, y que solamente había estado en ella cinco meses y lo demás había estado en Aragón y Cataluña, y que era público que Su Majestad se partía a Flandes sin visitar sus reinos de Castilla, de lo cual todos ellos quedarían muy desconsolados. Suplicaban no se partiese sin los visitar. Mas suplicaba la ciudad que mandase guardar los capítulos que había concedido en las Cortes que hizo en Valladolid, y que los que se suplicaron y no se concedieron, que Su Majestad fuese servido de los conceder de nuevo.

     Que mandase venir a las personas de las ciudades a quien se había mandado detener, pues su venida era para suplicarle lo que a su servicio y bien de sus reinos convenía.

     A lo cual todo respondió el chanciller que a Su Majestad convenía mucho no dilatar su partida para visitar sus Estados, y los en que nuevamente había sucedido por muerte del Emperador, su abuelo, los cuales eran muchos y muy principales; y que asimismo convenía a Su Majestad ir a tomar la corona de Emperador en Roma; y que en todo esto no podría tardar dos años, y que como lo hubiese acabado volvería en estos reinos, y entonces los pensaba visitar muy particularmente.

     Dijo también que de lo que de parte de la ciudad decían, se resumía en lo del encabezamiento del reino, y en el visitarle antes de su partida.

     A esto respondió el regidor que también se decía para que se guardase lo concedido por Su Majestad en las Cortes de Valladolid, y lo suplicado y no concedido se concediese.

     Preguntó el gran chanciller si traían poder para esto de todo el reino. Dijo el regidor que solamente lo traían de su ciudad de Toledo, y que lo que particularmente tocaba a Toledo, se decía por Toledo, y que lo que tocaba en bien general del reino, se decía por todo el reino.

     E dijo el gran chanciller que aquel mismo día trataría todo aquello con Su Majestad, y que volviesen otro día siguiente a él, y les daría la respuesta, y mandóles quedar a comer aquel día con él.



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- XLV -

Respóndese por parte de Su Majestad a los de Toledo. -Ofrecimiento que hace Toledo. -Da el gran chanciller las causas que obligan a partirse el Emperador. -Orden que el Emperador daba para defender las costas con cincuenta galeras.

     Otro día siguiente volvieron los de Toledo al gran chanciller para saber lo que el electo Emperador respondía, y les dio por respuesta que Su Majestad agradecía mucho a Toledo lo que en su servicio deseaba hacer, y que la respuesta de todo lo que habían dicho de parte de la ciudad, Su Majestad la enviaría con persona propria con toda brevedad.

     También dijeron los de Toledo al gran chanciller que les habían dicho que la principal causa de la ida de Su Majestad tan en breve era por concluir cierta liga con los suizos, que si esto era así y se podía hacer con dinero, que Su Majestad se detuviese, que para cosa tan señalada como ésta, todo el reino holgaría de servir a Su Majestad con lo necesario para este efeto.

     El gran chanciller respondió: que algo de esto movía a Su Majestad para partirse, porque estaba capitulado con esta gente, que esperasen a Su Majestad hasta San Juan de aquel año siguiente, sin hacer hasta entonces liga con ningún príncipe, y que si hasta este tiempo Su Majestad no fuese, que se pudiesen ligar con quien quisiesen, y sería inconveniente para lo que tocaba a Su Majestad.

     Dijo más: que el Imperio, al presente, estaba sin justicia, lo cual era gran inconveniente, y que no la podía poner dende acá, sin tomar la primera corona en cierto lugar. Que por estas causas estaba determinada su partida, porque ido y puesto remedio en esto, pensaba pasar en Roma a se coronar, en lo cual todo podría estar los dos años, y que luego se volvería en estos reinos, a quien él mucho amaba.

     Volvieron a insistir los de Toledo en que el Emperador se detuviese, y caso que no hubiese lugar, hacían saber a Su Majestad que las fronteras de moros en el reino de Granada estaban mal proveídas de gente que las guardase, y la que había estaba mal armada, por estar mal pagada, que sería bien que esto se remediase, y que había poco que se habían caído dos fortalezas de aquel reino, que la una era Vera, y la otra Mujacar, que eran importantes para defensa de aquella comarca, que convenía reedificarlas.

     A esto dijo el gran chanciller que Su Majestad tenía gran voluntad de mandar hacer cincuenta galeras muy escogidas, que anduviesen todas las costas de sus reinos defendiéndolas de cosarios, en esta manera: Que cada puerto del reino hiciese a su costa una galera, así en el reino de Granada como de Murcia, y los otros puertos de Castilla, Valencia, Aragón y Cataluña. Las cuales, después de hechas, serían amparo y seguridad de todos los puertos, andando juntas y bien armadas, y con esto se podrían excusar los daños que los moros hacían.

     En esto se concluyó por entonces, y el regidor Gonzalo Gaitán se volvió a Toledo; y su compañero, autor de esta relación que sigo, quedó en la Corte como solía.



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- XLVI -

La iglesia de Toledo se agravia sobre la décima que el Papa había concedido, y se concierta. -La iglesia de Toledo, como primada, escribió a las demás. -La décima es imposición nueva y grave. -Que el Pontífice, bien informado, no concediera la décima. -Que hace más la oración en la guerra que las armas. -Las tercias se tomaron por veinte años para la conquista de Granada.

     Asimismo había acudido la iglesia de Toledo a tratar con el rey sobre la décima que el Papa había concedido a Su Majestad en las iglesias destos reinos, que se llevaba muy pesadamente. Y dieron, en nombre de la iglesia de Toledo, como cabeza de todas las de España, un memorial en que decían:

     «Muy alto e muy poderoso católico rey, nuestro señor: Los procuradores de las iglesias metropolitanas e catedrales e de las religiones de vuestros reinos de Castilla, de León, de Granada que aquí venimos, besamos las manos de Vuestra Alteza como siervos, e capellanes, e continuos oradores por su corona real y estado. Cada una de las iglesias ya dichas, muy poderoso señor, recibió una carta de Su Alteza que les mandó escribir, por las cuales muestra tener enojo del deán y cabildo de la santa iglesia de Toledo, porque le fue fecha relación, que ellos escribieron, e persuadieron a los perlados e iglesias de estos sus reinos, para que apelasen de la bula y proceso que se dicernió sobre la imposición de la décima nuevamente impuesta, e cesasen a divinis en las iglesias e monasterios destos sus reinos. La verdad es, muy poderoso señor, que así en lo uno como en lo otro, la iglesia de Toledo no hizo más ni menos que las otras iglesias, ni las otras más que ella. Lo que se ha fecho e hizo, fue acordado en la congregación que se hizo en la villa de Madrid, el año que pasó de quinientos e diez y siete años, antes que Vuestra Alteza viniese a estos reinos. Lo que la santa iglesia de Toledo hizo en especial fue convocar a las otras iglesias, como primada de España, e como lo acostumbra hacer, cuando algunas cosas se ofrecen en que es menester congregarse las dichas iglesias para el bien común, como universal dellas, como lo es.

     »En la misma carta, Vuestra Alteza manda que se alce la cesación a divinis de que hicieron relación a Vuestra Alteza se había puesto en todas las iglesias y monasterios sobre esta causa de la décima. Lo cierto es, muy poderoso Señor, que ninguna cesación de horas, ni de oficios divinos se hizo, sino que las personas eclesiásticas, así de los cabildos como de los monasterios de estos reinos, acordaron de se ausentar y abstener de los oficios divinales, como personas temerosas de incurrir en las penas e censuras en las letras apostólicas contenidas. Aunque así en la bula e breve, como en el proceso sobre ello fulminado, hay tales causas con que pudieran dejar de temer las censuras. Mas acordaron de sanear de todo sus conciencias, tomando la parte más segura de abstenerse, como se abstuvieron. Pero ni por eso dejaron de administrar los Santos Sacramentos, ni de dar sepultura a los defuntos que en este tiempo murieron. Lo cual no se podía dar si hubiera la dicha cesación a divinis. Agora esperamos que Vuestra Alteza mandará remediar e proveer en este negocio de manera que podamos continuar nuestras horas e sacrificios divinos como debemos, e como a la real conciencia de Vuestra Alteza pertenece proveer, pues a ello es obligado.

     »Contiene la carta de Vuestra Alteza, que si algún agravio reciben las iglesias destos sus reinos, de esta imposición e décima, que cada iglesia nombre dos personas principales de cada cabildo, a los cuales Vuestra Alteza mandará oír e proveer como convenga al bien y estado destos sus reinos e clerecía. A esto somos venidos, muy poderoso Señor, ante Vuestra Real Majestad. E decimos que el agravio o agravios que el estado eclesiástico de esta imposición recibe, son tan grandes y notorios, que ellos se manifestan sin que sean especificados. Mas por mejor cumplir lo que Vuestra Alteza nos envía a mandar, decimos que esta imposición de décima es cosa muy nueva e grave, e intolerable a todo el estado eclesiástico e a todos estos sus reinos. E como quiera que en los tiempos pasados hubo muchas guerras, que fue cuando estos sus reinos se ganaron de los infieles, que duraron hasta los bienaventurados tiempos de los Católicos Reyes don Fernando y doña Isabel, de gloriosa memoria, abuelos de Vuestra Alteza, que ganaron el reino de Granada, con que se acabaron las conquistas e guerras muy necesarias contra los infieles que poseían el reino de Granada dentro de sus reinos. E si para esto no se demandó décima por ser cosa e demanda muy grave e insidiosa, mucho menos ha lugar de se demandar agora, pues no es la causa igual, sino muy diferente. Y caso que nuestro muy Santo Padre lo quisiese imponer, por la reverencia y obediencia que a Su Santidad es debida, no nos pornemos en decir que no puede; pero diremos que siendo bien informado Su Santidad no la impornía e revocaría la impuesta. Porque semejantes imposiciones se han de poner sobre cosas universales concernientes al bien público de toda la cristiandad e religión cristiana. E la ejecución de ella ha de ser universal igualmente en toda la cristiandad, e no en unos e dejando otros, porque serían de peor condición los obedientes que los inobedientes. E lo que los unos hubiesen de pagar, cargaría sobre los otros, e que sería muy injusto e había de ser gastando Su Santidad de sus rentas e los príncipes y estado militar, pues su oficio es militar e acrecentar e defender; y el oficio eclesiástico es orar. Y no menos, pero mucho más es provechoso en las guerras el orar que el militar, como parece por la Santa Escritura, que más cierta es la vitoria en las batallas por las oraciones de los sacerdotes que por las fuerzas de los caballeros e armas. E cuando no bastasen las rentas ya dichas, entonces había Vuestra Alteza de pedir socorro al estado eclesiástico, en aquella cantidad que a la sazón pareciese ser necesaria. La cual ellos repartirían entre sí, e la quitarían de sí mismos con mucha caridad. Lo cual no habría lugar, si luego en el principio Su Alteza demandase décima precisamente, sin que concurriesen las condiciones ya dichas.

     »Esta orden se guardó en el general negocio del socorro de la casa santa de Jerusalén, donde se movió toda la cristiandad como a negocio universal. E así lo proveyó el papa Honorio III, de felice recordación, según parece por los derechos que sobre ello hizo. E conforme a esto lo estatuyó el papa Martino V en el gran concilio e universal que se hizo en la ciudad de Constancia. La cual orden e decretos, como justos e conformes al derecho natural e divino, nuestro señor el Papa es obligado a guardar. Mucho más habría lugar esto cuando la guerra, aunque fuese de infieles, fuese particular de algunos príncipes, que entonces no sería justo que las imposiciones fuesen universales, ni se extendiesen a otros señores. Así se ha guardado siempre en las conquistas de los reinos de España; porque para ellas no se demandó socorro a los eclesiásticos, ni aun seglares de todos los reinos. Lo cual vimos en la conquista del reino de Granada, que aunque los reyes don Fernando e doña Isabel eran reyes de Aragón, e de Nápoles, e Sicilia, puesto que muchas veces tuvieron grandes necesidades, proveyéronlas en muchas maneras, sin demandar dinero ni gente a otros sus reinos, salvo a los de Castilla e León. E así, si necesidad ocurre en Nápoles, o Sicilia, o Aragón, es cosa justa que no cargue sobre los reinos de Castilla e León, cuanto bien cumplieron las suyas, sin dar fatiga a los otros reinos ya dichos.

     »Conforme a esto, el dicho señor Rey Católico don Fernando dio su fe y palabra por escrito a todo el estado eclesiástico de los reinos de Castilla y León. Por la cual prometió que no les sería en sus tiempos, ni de los reyes que después de él viniesen, para siempre pedido décima ni otra imposición alguna.

     »Demás de lo ya dicho. se le debe al estado eclesiástico de los reinos de Vuestra Alteza de Castilla e de León, en satisfación de los socorros que para la guerra de Granada hubo. La cual palabra Vuestra Alteza es obligado a cumplir e guardar, por ser justa e dada en remuneración de grandes servicios fechos a la corona real, e por la costumbre que siempre tienen los reyes de España de guardar e cumplir la palabra de sus progenitores, como quieren e deben querer que sus sucesores guarden las suyas.

     »E demás de esto, el estado eclesiástico de los reinos de Vuestra Alteza de Castilla e de León debe ser más exento de décima e subsidio e de otra cualquier imposición que los otros de toda la cristiandad. Porque de contino han socorrido a los reyes, de gloriosa memoria, progenitores de Vuestra Alteza, para la guerra contra los moros, con mucha cantidad de sus rentas decimales, mucho mayor que décima e décimas. El cual socorro dura hasta agora, aunque la guerra de Granada es acabada. Primeramente en los maestrazgos y encomiendas de las órdenes militares de Santiago, Calatrava e Alcántara e de San Juan, que veniendo todas las rentas decimales de derecho divino e humano, a los prelados e religiosos de la Orden de San Pedro fueron dadas e apartadas para las órdenes militares, para la conquista de los moros, que entonces era necesaria.

     »Eso mismo cada un año, cuando se parten las rentas de los diezmos por todas las iglesias e obispados de estos reinos de Castilla e León, se sacasen de nueve partes las dos, que son dos décimas y media, que se dicen las tercias. Las cuales fueron dadas por el papa Eugenio al muy alto señor rey don Juan el II, bisabuelo de Vuestra Alteza, padre de la señora reina doña Isabel, por veinte años, para la conquista del reino de Granada. La cual es acabada, e los veinte años pasados, e las tercias no son tornadas a las iglesias, lo cual era justo que se tornasen.

     »Allende de esto, el estado eclesiástico de los reinos de Castilla e León, paga otra continua décima cada año a Vuestra Alteza de todas sus rentas que gastan en su mantenimiento, y en todas las cosas que compran, de las cuales pagan alcabala, que es asimismo décima. Lo cual no se paga en ninguna parte de la cristiandad, ni en el reino de Aragón, que está cerca del de Castilla, e confina con el que es de Vuestra Alteza. Por manera que los de Castilla e León, como más obedientes, son mucho más agravados que los otros reinos.

     »Pues si sobre todas estas décimas, que son más que décimas, se les cargase otra décima, sería carga incomportable de sufrir. Y si de esto fuera fecha relación a Su Santidad e a Vuestra Alteza, podemos creer que no la impusiera, ni Vuestra Alteza la aceptara, como creemos que no la aceptará.

     »El agravio que cada uno en su estado recibe, es que las personas de los cabildos, e los otros curas e beneficiados, que tienen sus rentas tasadas e moderadas para su mantenimiento, e si hubiesen de pagar décima de la renta que tienen, no se podrían sustentar, porque habían de tomarlo de sus mantenimientos, que será cosa muy grave e incomportable.

     »Otro tanto sería de los religiosos de todas las Órdenes, que por la gracia de Dios están en observancia, e no les sobra cosa, antes les falta para su mantenimiento, e si hubiesen de pagar décima de la renta que tienen a Vuestra Alteza, no se podrían sustentar, e los pobres padecerían. Pues si algo les sobra, parten continuamente con ellos de sus rentas.

     »Mucho más grave daño reciben las monjas, que tienen gran pobreza, porque en cada monasterio tienen muchas más que pueden sustentar con su renta. Porque como los reinos de Castilla y de León están en mucha pobreza, por la mucha moneda que de ellos se saca, así para la corte de Vuestra Alteza como para Roma e otras diversas partes, todos los caballeros e ciudadanos e mercaderes meten a sus hijas monjas por no las poder casar, e así los monasterios están con muchas más monjas de las que pueden mantener. Y si hubiesen de pagar décima de la renta que tienen, habrían de despedir algunas de las monjas, que sería muy mala cosa e de mal ejemplo, e se perderían en el mundo.

     »Otro tanto es, muy poderoso Señor, de los hospitales, que en otro tiempo no estaban ocupados como agora están. Que por la pobreza ya dicha del reino, hay hombres de honra, pobres e menesterosos, e se curan en ellos. Si hubiesen de pagar décima de la renta que tienen no podrían ser recibidos en ellos, y perescerían por no ser curados.

     »Las fábricas de las iglesias, muy poderoso Señor, tienen renta, pero no tanta como la que han menester, así para reparos de las obras como para ornamentos, cera e aceite e otros gastos que de contino se hacen. Otros tiempos ayudábanles con las cuartas partes que se llevaban en los obispados, y agora con la Cruzada, ni se predican indulgencias, ni menos se les da la dicha parte. E se destruirían mucho más si hubiesen de pagar décima. De lo cual se siguiría mucho detrimento a las dichas iglesias, y el culto divino que en ellas se celebra sería mucho diminuido.

     »Es bien, muy poderoso Señor, reducir a la memoria de Vuestra Alteza, por el acrecentamiento de las iglesias e monasterios, para que Vuestra Alteza haga otro tanto o más de lo que hacía el santo rey e profeta David, que aunque tuvo continua guerra con los filisteos, no dejó de allegar grandes tesoros para edificar el templo de Jerusalén. E como no plugo a Dios que él lo edificase, los dejó a su hijo, el rey Salomón, para que lo hiciese. Pues no menos, sino de más devoción son nuestros templos que aquél, pues en ellos se consagra y está de contino el Santo Sacramento del altar. Y el emperador Constantino no se contentó con dar e donar como dio e donó su Imperio a la Iglesia romana, mas con mucha devoción quiso que su palacio real fuese hecho iglesia, donde es hoy San Juan de Laterán. Y este mismo edificó la iglesia de San Pedro, de Roma, e por su misma persona sacó doce cosfinos de tierra de su fundamento, a honor y reverencia de los doce apóstoles. El glorioso rey y emperador don Alonso VII, progenitor de Vuestra Alteza, tuvo continuas guerras con los moros, e venció la gran batalla de las Navas de Tolosa. E con todos sus gastos edificó los monasterios de la Orden de Cistel, en los reinos de Castilla e León, de muy grandes edificios, como en ellos parece, e dotó de crecidos dones e rentas.

     »Los Católicos Reyes don Fernando e doña Isabel, de perpetua memoria, abuelos de Vuestra Alteza, con las guerras que tuvieron en el principio de su reinado con el rey de Portugal, su adversario, e por pacificar sus reinos, que estaban casi perdidos y enajenados, y después la conquista del reino de Granada e de Nápoles y de otras provincias e islas, no por eso dejaron de hacer el gran edificio de San Juan de los Reyes en la ciudad de Toledo y el monasterio de Santa Cruz en la ciudad de Segovia, y el monasterio de Santo Tomás en la ciudad de Ávila. Y las iglesias del reino de Granada. Y con esto el gran hospital de Santiago en la ciudad de Compostela, para recibir los peregrinos que allí van de contino de todas las partes de la cristiandad. E asimismo otras obras santas e pías, por las cuales se espera en el Señor que recibirán galardón e premio en el cielo.

     »E ansí esperamos en el Señor que Vuestra Alteza, como estos gloriosos príncipes, no solamente no permitirá que las iglesias hayan de pagar décimas, mas antes les hará grandes limosnas, para que sean más honradas e servidas. Porque humilmente suplicamos a Vuestra Real Majestad en nombre de todos los que habemos dicho, que nos recibimos agravio de esta imposición de décima, que Vuestra Alteza sea servido que cese, e no quiera ni permita que sea demandada e confirme la palabra real del Católico Rey don Fernando por carta firmada de Vuestra Alteza, por la cual dice seamos ciertos que en sus bienaventurados días, ni en los de sus sucesores, no se imponga décima, ni subsidio, ni imposición en el estado eclesiástico de estos sus reinos de Castilla e de León, e de Granada. Porque con esta merced, nos partamos con mucha alegría de la presencia real de Vuestra Alteza para nuestras iglesias, magnificando el nombre de Vuestra Alteza, e se digan los oficios divinos en ellas como de antes se decían. En los cuales rogaremos por su vida y real estado, que sea acrecentado con el Imperio romano. Que creemos e ternemos firme esperanza en Dios nuestro Señor, que hoy Vuestra Sacra Majestad está eligido a él, para que sea verdadero abogado e defensor de la Santa Iglesia e de la libertad de ella, como lo habemos menester.»



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- XLVII -

Los desabrimientos y dificultades con que el Emperador comenzó a reinar en Castilla, y otras partes. -Levantamientos en Austria. -Desatinos de los de Viena en Austria, semejantes a los que se hicieron en Castilla y Valencia. -Un prior cartujo, capitán de sediciosos. -A un tiempo andaban las alteraciones en España y Austria, y de una manera el mal. -Perdición grande de Austria. -Allana el Emperador a los de Austria con sola una carta.

     Parece que los principios del reino deste gran príncipe fueron pronóstico o anuncio de la trabajosa vida que tuvo con continuas guerras que le envejecieron y acabaron antes de tiempo. En España vimos el desabrimiento con que de muchos fue recibido, que hasta su proprio abuelo tuvo pensamientos de quitarle el reino y darlo al infante don Fernando; y el infante (si bien niño) no estuvo fuera de ello, engañado por algunos que, por particulares intereses, lo deseaban.

     Ya que vino y fue recibido y jurado por rey, en sus barbas, como dicen, se le atrevieron algunos. Murmuraban desenvueltamente y aun fraguaban lo que él vio antes que saliese de Valladolid, como presto diremos. Pues en Austria, con la ausencia larga de su príncipe, sin miedo ni empacho se atrevieron. En Alemaña, aunque le habían eligido por su Emperador, con las novedades de Lutero ya sembradas en los corazones de los hombres, amenazaban grandes males y levantamientos, y no faltaban príncipes que en odio del nuevo Emperador los favorecían y alentaban.

     En Austria, luego que el buen emperador Maximiliano murió, se comenzaron a inquietar. Y fue la causa que, como los testamentarios de Maximiliano, juntándose en Viena, abriesen el testamento, y viesen que dejaba por su heredero a su nieto Carlos, y las demás cosas prudentísimamente ordenadas, sola una les dio disgusto, y fue porque mandaba que los que tenían los oficios públicos no fuesen removidos dellos hasta tanto que uno de sus nietos estuviese en Austria y él los mudase y confirmase. Los que tenían puestos los ojos donde la ambición los llevaba, parecíales que el nuevo Emperador, rey de España, ocupado con el gobierno de ella y de los estados de Flandes, que tarde o nunca iría a Austria. Y que del infante don Fernando, que no tenía más que diez y siete años no cumplidos, no había que esperar, ni por qué temerlo.

     Con esto se levantaron en Viena con voz y grita popular, y se pusieron en quitar los oficios de la justicia y gobierno de toda Austria a los que los tenían desde los tiempos del emperador Maximiliano; y los que tenían oficios menores, daban voces que quitasen las varas y gobierno a los que los tenían mayores, pensando de ascender y ser mejorados en ellos.

     Y como se publicó por toda Austria el levantamiento de Viena, y ninguno de los corregidores ni otra justicia mayor tuviese autoridad para reprimir y quietar la furia del pueblo, acudieron muchos caballeros, que debieran favorecer la parte del príncipe; mas por ser mal intencionados y ambiciosos, añadieron fuego a fuego, y se arrimaron a los levantados, con que todo se enconó y llegó a punto de tomar las armas contra los leales y pacíficos.

     Y viendo los leales que las fuerzas que tenían no bastaban para enfrenar aquel levantamiento, temiendo el peligro en que estaban de las vidas, se retiraron, huyendo de la furia popular, todos los gobernadores y gente principal de Viena a Neustatuen, que es una plaza muy segura y fuerte, llevando consigo sus mujeres y hijos y lo mejor de sus casas, recibiendo cuando se retiraron algunas notables injurias y baldones, que la gente común de Viena les hacía, agraviándolos con palabras y denuestos: tan ciego, torpe y bruto es el vulgo levantado.

     Desterraron 1os gobernadores, y como si fueran archiduques de Austria, pedían cuentas de las rentas y gastos del Estado, y las mandaban traer ante sí, y se apoderaban de ellas. Proveían los oficios públicos como querían. Daban los magistrados y gobiernos, y lo mismo hacían de los beneficios eclesiásticos. Y, finalmente, todo lo sagrado y profano profanaban a su voluntad.

     Eran los principales de la nobleza hasta sesenta hombres inquietísimos, eclesiásticos y seglares, de la manera que pasó en Castilla, que todos los hombres son unos; y lo que más debe admirar, que uno de ellos era prior de los monjes cartujos mauverbacenses, mal fraile y escandaloso, que saltando las claustras de su encerramiento, salió a ser caudillo de unos rebeldes y inquietos, y con verdades y mentiras alteraba y incitaba al ciego pueblo para hacer lo que hizo, y aun para otros atrevimientos mayores.

     Juntáronse con las sesenta cabezas rebeladas algunos consejeros plebeyos, que con ira, odio e invidia contra los archiduques, blasfemaban. No tomaron las armas, mas con las lenguas los dos bandos al descubierto se herían, aunque vilmente, porque no hay arma más vil y infame que la lengua desmandada.

     Desta manera divididos, siguiendo unos la fe y lealtad que debían a los archiduques, sus naturales señores, los otros la rebelión del pueblo y nuevos gobernadores, duraron casi dos años. Por manera que las comunidades de España y las de Austria fueron casi en un tiempo, aunque las de Austria comenzaron algo primero.

     Llegó el atrevimiento de los de Austria a tanto, que enviaron a pedir al Emperador, estando en Barcelona, que quisiese confirmar las cosas que para el buen estado y gobierno de la república habían hecho, y las varas y oficios que de nuevo habían dado. Mas el Emperador les respondió de manera, que pudieron bien entender que sabía que era archiduque de Austria, y no ellos. Y cuando los rebelados de Austria entendieron que le habían eligido por Emperador, descayeron grandemente, y los que en el servicio de su príncipe habían, como fieles, perseverado, quedaron muy gozosos, esperando que el Emperador les había de agradecer sus servicios y lo que por él padecían. Mas como oyeron que en España se habían levantado las comunidades, y que el reino estaba puesto en armas contra su rey y contra la nobleza, desmayaron mucho los leales de Austria, y los levantados tomaron nuevos bríos y continuaron con mayor osadía su levantamiento. Pensaban que en España habían de prevalecer los comuneros, y que embarazarían al Emperador, para que en muchos años no pudiese pasar en Alemaña.

     Estaba con estos trabajos la provincia de Austria muy destruida, y puesta en gran peligro. No había en ella justicia, ni quien se atreviese a abrir la boca. Antes la necesidad apretaba a los buenos para que al rebelde, malo y tirano se le sujetasen y adulasen, besando las manos que deseaban ver cortadas por vivir. Y a los leales que se habían hecho fuertes en algunos lugares, ya que con armas no les podían dañar, con palabras feas, con cartas los afrentaban, y les fijaban libelos infamatorios, levantándoles mil falsedades que contra ellos fingían, y los derramaban por toda Austria y Alemaña. dio sobre ellos la justicia de Dios, ya que faltaba en la tierra, y les sobrevino una pestilencia de landres tan dañosas, que murieron infinitos, y quedaron muchos lugares asolados, sin que se salvase un vecino.

     No se sembraron los campos, pudrióse el pan de los graneros, y ratones y otras sabandijas comieron lo más, y muchas posesiones y heredades ricas se quedaron para quien las quiso entrar, por no tener dueño, que la peste lo abrasaba todo. No había ciudad ni villa ni castillo ni aldea ni granja donde no hubiese heridos de peste. Y con haber caído sobre ellos plaga semejante, era tanta la dureza de sus corazones, que no por eso cesaban en su tiranía y levantamiento. Duró así la gente de Austria, hasta que el Emperador partió de España. Y llegado en Alemaña, estando en las Cortes de Wormes escribió una carta a los de Viena, con palabras tan graves y de tanto sentimiento, que les puso grandísimo temor, y les envió nuevos gobernadores, mandándoles que dejasen las varas que habían tomado, y obedeciesen a éstos, so pena de proceder contra los rebeldes y levantados, haciendo justicia de ellos, y mandó que justiciasen algunas cabezas, y les confiscó los bienes, perdonando la multitud de los demás.

     Duró este levantamiento de Austria desde este año de 1519 hasta el de 1521. Podemos entender que algún ángel malo inquietaba los vasallos del Emperador. pues a una. Y a un tiempo, y de una manera, se levantaron los de España, y los de Austria y Sicilia poco antes. Y después otros.



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- XLVIII -

La gente baja que hubo en las comunidades de todas partes. -Culpan al rey de Francia, que fue movedor de las comunidades.

     Muchas sospechas hubo del rey de Francia; no sé yo si de un príncipe tan grande y de tan alto y generoso corazón, se podía presumir trato tan bajo, que se cartease y quisiese valer de pellejeros, curtidores, sastres, zapateros, tundidores, cuchilleros y otros tales para hacer mal a quien nunca se le había hecho, antes querido y procurado su amistad, viniendo en medios que no le estaban bien, sólo por tener paz y amor con él. Es cierto poderosa la pasión, aunque sea en corazones reales.

     Y viose claramente que el rey de Francia hacía todos los malos oficios que podía en odio del Emperador, porque habiéndose aderezado una gruesa armada, en que había trece galeras y más de sesenta navíos, con muy lucida gente de infantería y caballos, para que don Hugo de Moncada fuese contra las costas de Berbería, el rey de Francia en esta mesma sazón escribió y movió algunos tratos en Italia contra el Emperador. Y se le cogieron cartas, que vinieron a sus manos.

     Y con pensamientos de mover los ánimos y voluntades de muchos en Nápoles y en Sicilia y ocupar aquel reino con color de hacer guerra a los infieles, envió al conde Pedro Navarro, que estaba en su servicio desde que fue preso en la batalla de Rávena, con una gruesa armada, con la cual vino a desembarcar muy cerca del dicho reino de Nápoles, a cuya causa fue necesario que don Hugo, con la suya, volviese a defender las costas de Nápoles y de Sicilia.

     Y se disimuló con el rey de Francia, dándose el Emperador por no entendido a trueque de conservar la paz, porque le importaba pasar en Alemaña a recibir la corona que instantemente le daban priesa que luego fuese. Y los españoles, que estaban hechos a gozar siempre de la presencia de su rey, llevaban muy mal que el Emperador quisiese tan presto ausentarse destos reinos.



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- XLIX -

Quiso el rey de Francia estorbar que el Emperador se coronase. - Vuelve el Emperador a Castilla año 1.520. -Entra en Burgos. -Convoca el Emperador Cortes para Santiago de Galicia.

     Tuvo aviso el Emperador de las diligencias que el rey de Francia hacía para estorbarle el ir a recibir la corona. Y lo que más le puso en cuidado fue que dijeron que se confederaba con el rey Enrico de Ingalaterra, y que para esto tenían concertadas unas vistas.

     Llamábanle los príncipes del Imperio; pasábase el año, que ya estaba en fin de él, y había pareceres de que no saliese de Barcelona hasta la entrada del año siguiente, y casi se habían determinado en esto. Mas viendo lo que importaba la brevedad para atajar los disinios del rey de Francia, sin quererse más detener partió para Castilla, y aunque se detuvo algunos días en Aragón, llegó a Burgos en 19 de hebrero, año de 1520. Y esta fue la primera vez que entró en esta ciudad, donde su padre había muerto.

     Fuele hecho en ella solemnísimo recibimiento, de arcos triunfales y otras invenciones, en que quiso mostrar esta insigne ciudad su grandeza, como siempre lo ha hecho. Y en los pocos días que el Emperador estuvo aquí, que fueron diez, se le hicieron muchas fiestas.

     Y como viniese con la determinación que tengo dicha, desde el camino escribió cartas a las ciudades para que enviasen sus procuradores a las Cortes que en la ciudad de Santiago de Galicia quería tener, donde mandó que todos estuviesen juntos a 20 de marzo o principio de abril deste año de 1520, porque allí había mandado hacer su armada en el puerto de La Coruña, y por esto quería que las Cortes fuesen en Santiago, por ser aquél su camino.

     Procuraron Xevres y otros que servían al Emperador que los procuradores que se nombrasen en las ciudades fuesen personas que fácilmente otorgasen lo que en Cortes se pidiese, porque no sucediese lo que en las Cortes pasadas de Valladolid, como queda dicho. Y así hicieron en Burgos los días que el Emperador allí estuvo brava instancia porque el regimiento nombrase procuradores a su voluntad. Y aunque entre los regidores hubo alguna discordia y competencia, sacaron por procuradores al comendador Garci Ruiz de la Mota, hermano del obispo Mota, de quien he dicho lo que valía y la parte que en todos los negocios era, y del Consejo del Emperador. En todas las ciudades del reino se recibieron las cédulas en que el Emperador les mandaba enviar sus procuradores para las Cortes de La Coruña.

     Pero algunas no obedecieron, no queriendo dar los poderes como se les ordenaba y mandaba por las cédulas reales, y luego comenzaron a enconarse los ánimos y soltarse las lenguas apasionadamente.



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- L -

Pide rehenes con mal pensamiento el rey de Francia al Emperador. -Entra el rey en Valladolid. -Don Pedro Girón.

     Supo el rey de Francia cómo el Emperador caminaba con esta priesa y determinación de pasar en Alemaña. Y queriéndole embarazar y detener, porque no acababa de tragar la corona del Imperio más que si fuera de espinas, y por otros fines malos, mandó a su embajador, que era el señor de Lansuche, que requiriese allí al Emperador, que le diese rehenes para seguro de que cumpliría lo que estaba entre ellos capitulado del casamiento con la hija que tenía de un año, y que restituyese el reino de Navarra a don Enrique de la Brit, hijo de don Juan de la Brit, rey desposeído de Navarra. Y todos eran achaques y ocasiones que buscaba para mover la guerra.

     El embajador hizo este requirimiento en forma y dio por escrito que si el Emperador no daba los dichos rehenes y restituía a Navarra, que de parte del rey de Francia daba por nulo y de ningún valor el dicho concierto y concordia de Noyon, y la rompía.

     Y si bien esta demanda era injusta por no se haber capitulado en la paz de Noyon nada de lo que aquí el rey de Francia pedía, el Emperador, queriendo no romper la paz, respondió graciosamente, procurando conservar y entretener la paz con dulces y honestos medios. Y con esto despidió al embajador y tomó el camino para Valladolid, con pensamiento de seguir de ahí su viaje. Lo cual ya estaba público y sabido por toda España y se sentía gravemente.

     Llegó el rey a Valladolid primero de marzo de 1520. Halló en él muchos grandes y caballeros de título del reino que con encarecimiento le suplicaban que no se fuese. Y don Pedro Girón, hijo del conde de Ureña, que traía pleitos, como dije, con el duque de Medina Sidonia, era un caballero de bravo corazón y atrevióse a decir al Emperador lo que adelante diré.

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