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- IV -

Jacobo Barba y Urbano.

     Como toda esta historia es de fenómenos y hechos aislados, no enderezándose, en puridad, a otra cosa que a mostrar la poca consistencia de las herejías entre nosotros y la índole unitaria del genio nacional en medio de los peligros que siempre le han cercado, a nadie extrañará que de Castilla saltemos a Barcelona y, tras los ordenados desvaríos de un teólogo salmantino, mostremos las absurdas fantasías de un aventurero italiano y de su maestro, semejantes en todo a Nicolás de Calabria y a Gonzalo de Cuenca.

     Entre los curiosos papeles de la Inquisición catalana que [583] recogió el archivero Pedro Miguel Carbonell, y que suplen hoy la pérdida dolorosísima de los archivos de aquel Tribunal, hay una sentencia, dada en 1507 por D. Francisco Pays de Sotomayor y Fr. Guillén Caselles, dominico, inquisidores, y por el vicario de Barcelona, Jacme Fiella, contra Mosén Urbano, natural de la diócesis y ciudad de Florencia, hereje y apóstata famosísimo, el cual publicó una y muchas veces que un cierto Barba (1012) Jacobo, que andaba vestido de saco como el dicho Urbano, fingiendo observar la vida apostólica y haciendo abstinencias y ayunos reprobados por la Iglesia, era el Dios verdadero omnipotente, en Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dijo y afirmo que el dicho Barba Jacobo era igual a Jesucristo, y que, así como Jesucristo vino a dar testimonio del Padre, así Barba Jacobo, que era el Padre, vino a dar testimonio del Hijo. Y así como los judíos no reconocían a Cristo, así ahora los cristianos no conocían a Barba Jacobo.

     Sostenía además:

     1.º Que el modo de vivir que él tenía, según la doctrina de Barba Jacobo, era el estado de perfección, equivalente al de inocencia.

     2.º Que él no estaba obligado a prestar obediencia al Sumo Pontífice ni a persona alguna si no se convierten a la enseñanza de Jacobo.

     3.º Que los prelados no tenían potestad alguna, por estar llenos de pecados, y que las decisiones del papa no eran valederas ni eficaces si no las confirmaba Barba Jacobo con su gracia.

     4.º Que estaba próximo el fin del mundo y que Barba Jacobo sería el verdadero y único pastor y que juzgaría a los vivos y a los muertos. (E que axi ho creu ell, e que li tolen lo cap mil vegades e nel maten, que may li faran creure lo contrari.)

     5.º Que Barba Jacobo era el ángel del Apocalipsis.

     6.º Que Barba Jacobo sabía todas las cosas sin haber aprendido ciencia alguna, puesto que había sido rústico pastor cerca de Cremona.

     7.º Que Barba Jacobo era todo el ser de la Iglesia plenísimamente (1013).

     8.º Que había de predicar por tres años, muriendo después degollado en la ciudad de Roma para que comenzase con su resurrección la segunda iglesia, donde las hembras concebirán y parirán sin obra de varón.

     9.º Que el pecado de Adán no había consistido en la manzana, sino en la cópula carnal con Eva.

     Por este camino proseguía desbarrando, sin orden ni concierto en sus disparates, hasta que la Inquisición le tuvo encarcelado [584] cuatro meses, procurando en vano Micer Rodrigo del Mercado y otros doctores traerle a buen juicio. Fingió abjurar y someterse a penitencia; pero a los doce o quince días tornó a sus locuras, por lo cual fue condenado a degradación y entrega al brazo secular. Verificóse la ceremonia ante Guillén Serra, prelado hiponense, testificando Juan Meya, notario del Santo Oficio de Barcelona, el viernes 5 de mayo de 1507, en la plaza del Rey (1014).

     Quede registrado este nuevo y singular caso en la historia de las enajenaciones mentales, al lado del de Simón Morín y otros mesías e hijos del hombre. La ciencia histórica no alcanza a explicar tales aberraciones.



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Capítulo VII

Artes mágicas, hechicerías y supersticiones en España desde el siglo VIII al XV.

I. Persistencia de las supersticiones de la época visigoda.-II. Influjo de las artes mágicas de árabes y judíos. Escuelas de Toledo: tradiciones que se enlazan con ellas. Virgilio Cordobés. Astrología judiciaria.-III. Siglo XIV. Tratados supersticiosos de Arnaldo de Vilanova, Raimundo de Tárrega, etc. Impugnaciones del fatalismo. Obras de Fr. Nicolás Eymerich contra las artes mágicas. Las supersticiones del siglo XIV y el Arcipreste de Hita. El rey D. Pedro y los astrólogos. Ritos paganos de los funerales.-IV. Introducción de lo maravilloso de la literatura caballeresca. La superstición catalana a principios del siglo XV. Las artes mágicas en Castilla: D. Enrique de Villena. Tratados de Fr. Lope Barrientos. Legislación sobre la magia. Herejes de la sierra de Amboto, etc.



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- I -

Persistencia de las supersticiones en la época visigoda.

     No hemos de creer que se hundieron en las turbias ondas del Guadalete todas las prevaricaciones de la monarquía toledana. Muchas de ellas continuaron viviendo, a despecho de aquella providencial catástrofe, en el seno de los estados cristianos y mucho más entre los muzárabes. Ni en modo alguno se extinguieron aquellos males y supersticiones inherentes a la condición humana en todas épocas y lugares, siquiera en pueblos jóvenes y vigorosos, creyentes de veras y empeñados en la lid reconquistadora, se aminorasen sus dañosos efectos. Por eso son ligeras y de poca monta en los siglos anteriores al XIII las referencias a hechicerías y artes mágicas, que penetraban e influían poco, a no dudarlo, en la vida social. Hora es de recogerlas, [585] siquiera para comprobar más y más lo que al principio asenté: que es y ha sido España el pueblo menos supersticioso de Europa, por lo mismo que ha sido el más católico y devoto de lo maravilloso real (1015).

     El Chronicon albeldense o emilianense cuenta de Ramiro I, el de la vara de la justicia, «que impuso pena de fuego a los magos» (magicis per ignem finem imposuit) (1016).

     El canon 6 del concilio de Coyanza (1050) manda que los arcedianos y presbíteros llamen a penitencia a los maléficos o magos, lo mismo que a los adúlteros, incestuosos, sanguinarios, ladrones, homicidas y a los que hubieren cometido el pecado de bestialidad (1017).

     El canon 5 del concilio de Santiago (1056) veda que ningún cristiano tome agüeros ni encantamientos por la luna ni por el semen, ni colgando de los telares figuras de mujercillas o animales inmundos, u otras cosas semejantes, todo lo cual es idolátrico (1018).

     La superstición de los agüeros andaba muy válida entre la gente de guerra, y no se libraron del contagio los demás ilustres campeones de la Reconquista, si hemos de creer a historiadores y poetas. En la Gesta Roderici Campidocti, Berenguer el fratricida escribe al Cid: Sabemos que los montes, los cuervos, las cornejas, los azores, las águilas y casi todas las demás aves son los dioses en cuyos agüeros confías más que en el Dios verdadero (1019). A Alfonso I el Batallador culpa la Historia compostelana, poniendo tal acusación en labios de su mujer, doña Urraca, de confiar en agüeros y adivinaciones de cuervos y cornejas (1020).

     Tales ideas vienen a reflejarse en los primitivos monumentos de la poesía vulgar, y, sobre todo, en el Mío Cid:

                              A la exida de Vivar ovieron la corneia diestra
E entrando a Burgos ovieron la siniestra.
(Ver. 859.)
   Al exir de Salon, muclio ovo buenas aves. [586]

     ¡Lo mismo que si se tratase de un héroe clásico! Al Campeador se le llama a cada paso el de la buena auce, el que en buen ora nascó o fue nado, el que en ora buena cinxo espada, frases sacramentales, epítetos homéricos, que han sido tachados de fatalistas, aunque los dos últimos puedan admitir mejor sentido. Pero no cabe duda que el poeta hace supersticioso al campeón burgalés: dice: que vio en los agüeros el mal resultado de las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión.

     De igual manera, en la leyenda de los infantes de Lara, hoy conocida no por los cantos primitivos, sino por la Estoria d'Espanna o Crónica general, que hubo de resumirlos, cuando los infelices mancebos llegan al pinar, cataron por agüeros e hoviéronlos muy malos. Su ayo les aconseja volverse a Salas, pero Gonzalo González replica que el entender los agüeros pertenece sólo a quien guía la hueste. El traidor Ruy Velázquez les asegura que son buenos. Síguese un altercado entre Rodrigo y el ayo sobre aquellas señales.

     Rarísimas son en el Cantor de los santos las referencias a agüeros y encantamientos. Sin embargo, en la Vida de Santo Domingo de Silos se han notado las siguientes:

                                  Si por su auce mala lo podiessen tomar,
por aver monedado non podrie escapar.
(Cop. 420.)
   Guarir non las pudieron ningunas maestrias,
Nin cartas, nin escantos, nin otras heresias.
(Cop. 640.)

     Alude a los ensalmos, pero los condena,

                                  Mas non foron guiadas de sabio agorero
(Cop. 701)

hablando de una hueste que entró en tierra de moros.

     En los Milagros de la Virgen cuenta de un judío diestro en malas artes:

                                  Sabie encantamientos et otros maleficios.
Facie el malo cercos et otros artificios.
(Cop. 722.)

     Por mediación de este judío consuma Teófilo el pacto diabólico:

                                  Luego la otra nochi, la gente aquedada,
furtóse de sus omes, issió de su posada...
Prísolo por la mano el trufán traidor...
Sacólo de la villa a una cruceiada,
díssol: non te sanctigues, nin temas de nada... [587]
Vio a poca de ora venir muy grandes gentes
con ciriales en mano é con cirios ardientes,
con su rey en medio, feos, ca non lucientes...
(Cop. 732.)

    Teófilo entrega al diablo su alma con una carta sellada.

     Pero esta leyenda, tan famosa en la Edad Media, ni en el conjunto ni en los pormenores tiene nada de castellana. Escrita primero en griego, a lo que parece, y trasladada al latín por el diácono Paulo; puesta en verso por Rostwita de Gandersheim, hubo de llegar a Gonzalo de Berceo por el intermedio de Gautier de Coincy o de algún hagiógrafo latino. De las mismas fuentes, o de Berceo, la tomó D. Alonso el Sabio para sus Cantigas.

     Repito que fuera de la superstición militar de los agüeros, de origen romano a no dudarlo, lo sobrenatural heterodoxo era casi desconocido de nuestros padres, y cuando en sus libros aparece, es de importación erudita. Veamos otros ejemplos de fatalismo al modo nacional.

     En los Miráculos de Santo Domingo de Silos escribe Pero Marín al contar la pérdida de D. Nuño de Écija: «En esto veno una águila de mano diestra antellos, et pasó a la siniestra: empués pasó de la siniestra a la diestra et vena aderredor, et posósse en somo de las menas. Comenzaron la lid, e murieron todos los peones.» Este cuadro es español, aunque parece arrancado de una página de Tito Livio.

     «Et este Garci-Lasso era ome que cataba mucho en agüeros, et traiga consigo omes que sabian desto. Et ante que fuesse arredrado de Córdoba, dixo que vio en los agüeros que avia de morir de aquel camino, et que morririan con él otros muchos», escribe la Crónica de D. Alfonso XI cuando refiere la muerte del Merino mayor en Soria.

     El Sr. Amador de los Ríos ha querido utilizar el Poema de Alexandre para tejer el catálogo de nuestras supersticiones medievales. Pero el libro atribuido a Juan Segura no contiene quizá ningún elemento indígena; todo procede de la tradición erudita y ultrapirenaica, de obras latinas o francesas (1021), sobre todo de la Alexandreis, de Gualtero de Chatillon. En España no se conocían ni espadas encantadas como la de Alejandro, que avie grandes virtudes, ni camisas tejidas por las fadas en la mar.

                                  Fezieron la camisa duas fadas ena mar,
diéronle dos bondades por bien la acabar,
quinquier que la vestiesse fuesse siempre leal,
e nunqua lo pudiesse luxuria temptar.
Fizo la otra fada tercera el brial,
quando lo ovo fecho, dióle un gran sinal:
quinquier que lo vestiesse fuesse siempre leal,
frio nin calentura nunqua feziesse mal.
(Cop. 89.) [588]

     Todo esto, según Morel-Fatio, está copiado del poema inédito en versos de diez sílabas, atribuido al clérigo Simón:

                                  Danz Alexandre demanda sa chamise...
Ovrée fut per l'aiqua de Tamise...
Qui l'a vestue cha, sa char n'est malmise,
ne de luxure ne sera trop esprise...
Sur sa chamise a vestu un bliaut...
quar quatra fées le firent en un gaut.

     También es reminiscencia erudita la de los ariolos del templo de Diana, y a nadie se le ha ocurrido atribuir a inventiva del poeta leonés el viaje aéreo ni las maravillas de la India y de Babilonia, cuyos originales son bien conocidos. Fuera de esto, hallamos en el Alexandre la acostumbrada creencia en los presagios y en la adivinación:

                                  Avien buenos agüeros et buenos encontrados.
(Cop. 274.)
   La madre de Achilles era mojier artera,
ca era grant devina, et era grand sortera (de sortes).
(Cop. 388.)

     Otra influencia más poderosa que la ultrapirenaica había comenzado a sentirse poco después de la conquista de Toledo: la oriental. Bien claro nos lo indica el hecho de haber consultado Alfonso VI, antes de la batalla de Zalaca, a rabinos intérpretes de sueños (1022).



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- II -

Influjo de las artes mágicas de árabes y judíos. Escuelas de Toledo: tradiciones que se enlazan con ellas.-Virgilio Cordobés.-Astrología judiciaria.

     Las artes mágicas de los muslimes ibéricos, como toda su civilización, eran de acarreo. Lo de menos era el elemento arábigo. A éste podemos atribuir los amuletos y talismanes con signos y figuras emblemáticas, pero el fondo principal de las supersticiones (fuera de las que son comunes a todos los pueblos y razas y las que el Corán autoriza en medio de su rígido monoteísmo, v.gr., la de ciertos espíritus o genios que no son ni ángeles ni hombres, el poder de los maleficios, el de las influencias lunares, etc.) está tomado de creencias persas y sirias, que en esta parte se amoldaban bien al principio fatalista. Influencia oriental, pues, y no árabe, ni siquiera semítica, puesto que el poderoso elemento persa, la tradición de los Magos, es arya, debemos llamar a la que traen a España los musulmanes y propagan los judíos, a pesar de las severas prohibiciones de su ley. La Cábala solía descender de sus alturas metafísicas para servir de pretexto a las artes irrisorias de no pocos charlatanes, que profanaban el nombre de aquella oculta ciencia.

     Copiosa biblioteca puede formarse, si hemos de creer a los [589] arabistas, con las obras de moros y judíos concernientes a artes mágicas, astrología judiciaria, días natalicios, interpretación de sueños. Sólo de esta última materia se mencionan en algún catálogo 7.700 escritores (1023). Cítese, no sin elogio, por lo que hace a España, el poema de Aben Ragel, de Córdoba, sobre la astrología judiciaria (1024); una Demonología, atribuida al último de los Al Machriti, los Pronósticos sobre figuras y contemplaciones celestes, de Abulmasar; el Juicio de la ciencia arenaria o geomancia, de Alzanati (1025); otro poema sobre el mismo asunto, por Abulkairo; un tratado De arte genetlíaca, debido al famoso astrónomo sevillano Arragel; la Chiromantia, del cordobés Alsaid ben Alí Mohamed; las Natividades, del judío toledano Alkahabizi, y varios tratados de amuletos y encantamientos, en lo cual parece que descolló Abulcassem-Alcoschairi, de Almería (1026). Fuera prolijo, y aun pedantesco, acumular noticias de segunda mano sobre este punto, cuando no escribimos la historia de las artes mágicas entre los infieles, sino entre los cristianos.

     Hoy nadie duda, y al Sr. Amador de los Ríos se debe el haberlo puesto en claro, que Gerberto (Silvestre II) recibió su educación en escuelas cristianas de Cataluña, sin que sus Matemáticas tuvieran que ver con las de los árabes. La leyenda de Gerberto, nigromante y mago, toma cuerpo en Francia y Alemania mucho después de la conquista de Toledo, cuando de aquella ciudad salían los libros de astrología judiciaria y de filosofía oriental, trasladados por muzárabes y judíos (1027). Cuéntase de Gerberto que aprendió de los mahometanos la necromancia o evocación de los muertos, la interpretación del canto y del vuelo de las aves, etc. Sabedor de que otro mago poseía un libro de conjuros de extraordinaria virtud, enamoró a su hija y robó al padre aquel tesoro. Con ayuda del tal volumen hizo maravillas, entre ellas una cabeza de plata que hablaba y revelaba lo por venir. Las artes mágicas le abrieron camino hasta el solio pontificio. Guiado por la sombra de la mano de [590] una estatua, descubrió en Roma un palacio subterráneo de mármoles y oro, lleno de incalculables riquezas (1028).

     En otro lugar de esta historia he descrito el movimiento intelectual promovido en Toledo por el arzobispo D. Raimundo y cómo fue transmitida a las escuelas cristianas la filosofía y ciencia arábigas; cómo de Italia, de Francia y de Germania acudían a aquella ciudad los curiosos y tomaban a sueldo traductores. Entre la ciencia seria se deslizaba la irrisoria. Cesáreo de Heisterbach habla de unos jóvenes de Suabia y Baviera que habían estudiado nigromancia en Toledo. «Los clérigos, decía Elinando, van a París a estudiar las artes liberales; a Bolonia, los códigos; a Salerno, los medicamentos; a Toledo, los diablos, y a ninguna parte, las buenas costumbres

   De Toledo y de Nápoles vino la nigromancia, dice un fabliau francés (1029). En el libro caballeresco de Maugis y Vivian se supone que el héroe había estudiado magia en Toledo.

     Juan Hispalense, el traductor favorito del arzobispo, el compañero de Gundisalvo, interpretó más de un libro de astrología judiciaria, como el Thebit de imaginibus, la Isagoge de iudiciis astrorum, de Alchabitio, etc., y entre otras producciones supersticiosas, un tratado de chiromancia y otro de physionomia. Insigne en arte mágica y en ciencia astrológica le llamó Egidio de Zamora (1030). A Gerardo de Cremona se atribuye un libro de geomantia et practica planetarum.

     Pero ninguno de los intérpretes toledanos alcanzó tanta fama de nigromante como Miguel Scoto, entre cuyas obras figuran tratados de quiromancia y fisionomía y de imágenes astrológicas. El cronista Francisco Pipini y el Memorial de los podestás, de Reggio, le suponen dotado de espíritu profético, semejante al de las antiguas sibilas (1031). Dante le puso en el canto vigésimo de su Infierno:

                                  Quell'altro che ne' fianchi é cosi poco,
Michele Scotto fu, che veramente
delle magiche frode seppe il giuoco.

     Por boca de un maleante de Bolonia cita Boccaccio en la novela 9, jornada 8, del Decamerone, «a un gran maestro de nigromancia, el cual hubo por nombre Miguel Escoto, porque de Escocia era».

     Todavía en el siglo XVI le cita el donoso poeta macarrónico Merlín Cocayo (Teófilo Folengo) en el canto 18 de su raro poema De gestis Baldi:

                                  Ecce Michaelis de incantu regula Scoti,
qua post sex formas cerae fabricator imago,
demonii sathan, Saturni facta plombo. [591]
Cui suffimigio per sirica rubra cremato,
hâc (licet obsistant) coguntur aniore puellae.
Ecce idem Scotus, qui stando sub arboris umbra,
ante characteribus designat millibus orbem,
quatuor inde vocat magna cum voce diablos.
Unus ab occasu properat, venit alter ab ortu,
meridies terzum mandat, septentrio quartum,
consecrari facit freno conforme per ipsos,
cum quo vincit equum nigrum, nulloque vedutum
quem, quo vult, tamquam turchesca sagitta cavalcat,
sacrificatque comas eiusdem, saepe cavalli.
En quoque depingit Magus idem, in littore navem,
quae vogat totum octo remis ducta per orbem.
Humanae spinae suffimigat inde medullam.
En docet ut magicis cappam sacrare susurris,
quani sacrando fremunt plorantque per aera turbae,
spiritum, quoniam verbis nolendo tiramur,
hanc quicumque gerit gradiens ubicumque locorum
aspicitur nusquam: caveat tamen ire per altum
solis splendorem, quia tunc sua cernitur umbra (1032).

     Cercos mágicos, filtros amorosos, carros movidos por la diabólica fuerza de un corcel negro, naves encantadas, evocación de demonios, capas que hacen invisible a quien las lleva..., todo esto atribuía la leyenda medieval a Miguel Scoto. Gabriel Naudé, en el siglo XVII, y en el pasado Schmuzer, le defendieron seriamente de estas inculpaciones (1033).

     Español parece haber sido, o a lo menos educado en Toledo, el autor del libro apócrifo Virgilii Cordubensis Philosophia, cuyo manuscrito, perteneciente a la Biblioteca Toledana, fue dado a conocer por el P. Sarmiento y publicado por Heine en su Bibliotheca anedoctorum. El nombre del autor, la fecha del libro, la pretensión de ser traducido del arábigo, todo es falso. Cierto que el escritor debía de saber poco de cosas arábigas, cuando se le ocurrió llamar a un filósofo musulmán Virgilio. Guióse, sin duda, por la tradición napolitana de la magia de Virgilio, y tomó aquel nombre para autorizar sus sueños, que hoy llamaríamos espiritistas. La latinidad de la obra supera en barbarie a los más desconcertados escritos de la Edad Media. El autor parece estudiante, y de los más rudos. Con ideas confusas de filosofía rabínica y musulmana, mezcla lo que había alcanzado de artes mágicas y fantásticas noticias de escuelas y de enseñanzas, que algunos eruditos, con sobrado candor, han tomado por lo serio.

     El supuesto Virgilio hispano comienza hablando de los grandes estudios de Toledo, especialmente del de filosofía, al cual [592] concurrían los filósofos toledanos, que eran doce, y los de Cartagena, Córdoba, Sevilla, Marruecos, Cantorbery (1034) y muchas otras partes. Cada día se disputaba de omni scibili, hasta que se llegó a cuestiones muy difíciles, en que los pareceres se dividieron, si bien los filósofos toledanos iban siempre unidos. Al cabo, para concertar la disputa, determinóse acudir a un juez, que no fue otro que el mismo Virgilio, profesor entonces en Córdoba de Nigromancia o Refulgencia. Él no quiso moverse de su ciudad, y les aconsejó que, si querían saber algo, trasladasen los estudios a Córdoba, que era lugar sanísimo y en todo abundante. Así lo hicieron, y a ruegos suyos compuso Virgilio este libro, fundado todo en las relaciones de los espíritus, a quienes interrogó. Realmente su fatiga fue bien inútil, y los espíritus de aquel tiempo debían de saber tan poco como los del nuestro, pues no le dijeron más que vulgaridades de filosofía peripatética sobre la existencia del primer motor, la inmortalidad del alma, etc., e impugnando la eternidad del mundo; por donde se ve que eran espíritus de bien y enemigos de toda herejía, aunque a veces se resienten de malas y peor digeridas lecturas.

     Las noticias que da el tal Virgilio de filósofos españoles amigos y contemporáneos suyos son de lo más peregrino, y acaban de demostrar su insensatez, a no ser que pretendiera burlarse de la posteridad. Cuenta entre ellos a Séneca (!), a Avicena y Algazel, que jamás estuvieron en España, y Averroes; habla de los 7.000 estudiantes que concurrieron a las aulas de Córdoba, de los tres famosos astrólogos Calafataf, Gilberto y Aladanfac; de los tres nigromantes toledanos Philadelpho, Liribando y Floribundo, y de otros maestros de piromancia y de geomancia, cuyos nombres eran (¡apréndanlos mis lectores!) Beromandrac, Dulnatafac, Ahafil, Jonatalfac, Mirrafanzel, Nolicarano... O Virgilio estaba loco o decía bernardinas.

     También nos habla del Arte notoria, quae est ars et scientia sancta, la cual sólo el que esté sin pecado puede aprender. Autores de ella fueron los ángeles buenos, y la comunicaron al rey Salomón. Éste encerró los espíritus en una botella, fuera de uno que era cojo, el cual logró libertar a los demás. Cuando Alejandro tomó a Jerusalén, su maestro Aristóteles, hasta aquel día hombre rudo, logró saber dónde estaban encerrados los libros de Salomón, y se hizo sabio. Esta Arte notoria no parece [593] ser otra que la Cábala. Cuanto al Diablo cojuelo, vetémosle reaparecer en la sabrosa ficción de Luis Vélez de Guevara.

     Al fin del tratado se lee: Istum librum composuit Virgilius Philosophus Cordubensis Arabico, et fuit translatus de Arabico in latinum in civitate Toletana, anno Domini millesimo ducentessimo nonagessimo. El Dr. Steinschneider, citado por Comparetti (1035), duda de esta fecha. El códice parece de la segunda mitad del siglo XIV. Pero sea de éste o del siglo XIII, la obra nada gana en importancia como documento histórico ni pasará nunca de una extravagante curiosidad bibliográfica.

     Con la tradición de los estudios mágicos se enlaza la de las cuevas de Toledo y Salamanca, nefandos gimnasios, que dice Martín del Río (1036). Supónese que en una y otra se enseñó la magia en tiempo de los sarracenos y aun después.

     Siempre han sido consideradas las cavernas como teatro de evocaciones goéticas; recuérdese el antro de Trofonio, la cueva de la Sibila, etc. Célebre Toledo como escuela de artes ocultas, era natural que la tradición localizase a aquella enseñanza en un subterráneo, y así sucedió, contribuyendo a ello circunstancias topográficas. El monte que sirve de asiento a la ciudad de Toledo está casi todo hueco (1037). Estas cuevas, o algún edificio ruinoso por donde se penetraba en ellas, habían dado ya motivo a una célebre ficción arábiga, transmitida a nuestras historias. Cuenta Abdelhakem (murió en 871) que había en España una casa cerrada con muchos cerrojos, y que cada rey le aumentaba uno, hasta el tiempo de D. Rodrigo. Éste no quiso echar el cerrojo, sino entrar en el palacio encantado, donde halló figuras de árabes con esta letra: «Cuando el palacio se abriere, entrarán en España los que aquí están figurados» (1038). Al-Makkari habla de un pergamino hallado por D. Rodrigo dentro de un arca en la casa de Toledo.

     El arzobispo D. Rodrigo reprodujo estas narraciones, tomándolas de una fuente arábiga, aunque no sabemos de cuál, y a D. Rodrigo siguió la Estoria d'Espanna. Y cuando en el siglo XV forjó Pedro del Corral, a modo de libro de caballerías, su Crónica sarracina, llamada por Fernán Pérez de Guzmán trufa o mentira paladina, no se olvidó de un episodio tan novelesco y conducente a su propósito; antes le exornó con nuevos detalles, suponiendo que el palacio había sido quemado por fuego del cielo después de la entrada de D. Rodrigo. Todavía es más curiosa la relación de Pero Días de Games en su Victorial, si [594] bien la da por cuento. Hércules edificó en Toledo una gran casa de dos naves, con puertas de fierro y cerrojos. Cada sucesor añadía uno. Pero D. Rodrigo la abrió, y, en vez de los tesoros que esperaba, encontró tres vasijas, con una cabeza de moro, una langosta y una serpiente (1039).

     De dónde procedía el nombre de Hércules (¡extraña reminiscencia clásica!) lo ignoro. Según el Sr. Amador de los Ríos, la cueva de Hércules no era más que la cripta de un templo romano. Cueva ya, y no casa, la llamó Rodrigo Jannes en el poema de Alfonso XI:

                                  En las covas de Escoles abrán
muy grande lid aplazada...

     Todas estas historias pasaron después a los romances y son conocidísimas:

                                  Entrando dentro en la casa
no fuera otro hallar,
sino letras que decían:
«Rey has sido por tu mal...», etc.
..................................................
   Un cofre de gran riqueza
hallaron dentro un pilar,
dentro dél nuevas banderas
con figuras de espantar, etc.

     Mejor contado está en la Crónica general: «Cuando el palacio fue abierto, non fallaron en él ninguna cosa, si non una arca, otrosí cerrada, e el rey mandóla abrir, e non fallaron en ella si non un paño pintado, que estavan en él escriptas letras latinas, que dezien así: Cuando aquestas cerraduras serán quebradas e el palacio e el arca serán abiertos, e los que y yacen lo fueren a ver, gente de tal manera como en el paño están pintados entrarán en España... E en a aquel paño estaban pintados homes de caras e de parecer e de manera de vestidos, assi como agora andan los alarbes, e tenian las cabezas cubiertas con tocas, e estaban caballeros en caballos, e los vestidos eran de muchos colores, e tenian en las manos espadas e señas e pendones alzados.»

     Pero todo esto es nada en comparación de las invenciones de los historiadores toledanos Alcocer, Pisa, el conde de Mora y, sobre todo, del famoso Lozano, que publicó a fines del siglo XVII los Reyes nuevos de Toledo, especie de novela histórica o historia novelada con muchos pormenores caballerescos y fantásticos (1040). Allí se lee a propósito de la casa de Hércules: Sentaremos por fijo que Túbal dio principio a la fábrica de la torre, y que Hércules el famoso la reedificó y amplió, sirviéndose [595] de ella como de real palacio y leyendo allí la arte mágica... A una manga de esta «cueva», como tan gran mágico, hizo labrar Hércules un palacio encantado, el cual palacio mandó que se cerrase y que ninguno lo abriese si no quería ver en sus días la España destruida por gente bárbara. Los pormenores de la entrada de D. Rodrigo se habían ido enriqueciendo más y más, hasta parar en la pluma del buen Lozano: Llegaron a una cuadra muy hermosa, labrada de primoroso artificio, y en medio della estaba una estatua de bronce, de espantable y formidable estatura, puestos los pies sobre un pilar de hasta tres codos de alto y con una maza de armas que tenía en las manos, estaba hiriendo en la tierra con fieros golpes.

     Basta de transcribir absurdos de decadencia, aunque amenicen estas páginas. Si alguna prueba más necesitáramos de que la cueva toledana fue considerada en la Edad Media como aula de ciencias ocultas, nos la ofrecería don Juan Manuel en el bellísimo cuento de D. Illán y del deán de Santiago. Tenía el deán muy gran voluntad de saber el arte de la nigromancia, y vínose ende a Toledo para aprender con D. Illán. Y D. Illán, después que mandó a su criada aderezar las perdices, llamó al deán e entraron amos por una escalera de piedra muy bien labrada y fueron descendiendo por ella muy grand pieza, en guisa que parecían tan bajos que pasaba el rio Tajo sobre ellos. E desque fueron en cabo de la escalera, fallaron una posada muy buena en una cámara mucho apuesta que ahí avía, do estaban los libros y el estudio en que avian de leer (1041).

     Del resto del cuento no hay para qué tratar aquí; es el bellísimo apólogo que reprodujo Alarcón en La prueba de las promesas. El deán de Santiago, en aquella especie de sueño, pasa a obispo, a cardenal, a papa, y jamás cumple a su maestro D. Illán sus repetidas promesas. El sueño vuela cuando don Illán manda asar las perdices. ¡Moralidad profunda, que pone a la vez de resalto la ingratitud humana y lo deleznable y transitorio de las grandezas de la vida!

     El arzobispo Silíceo, deseoso de poner término a las hablillas del vulgo, hizo registrar la cueva, sin que pareciese en ella otra cosa que grandes murciélagos, y tapiarla después (1042). Todavía en el siglo pasado se mostraban en Toledo unas casas [596] arruinadas que decían haber pertenecido a D. Enrique de Villena, maestro en ellas de arte mágica; pero ésta debía de ser tradición postiza y moderna del tiempo en que toda magia se atribuyó a D. Enrique.

     Otro ejemplo de ello tenemos en La cueva de Salamanca, cuyas noticias son breves y confusas. Hasta el siglo XVI no tuvo el estudio salmantino la fama y notoriedad suficientes para que la tradición le añadiera cátedras de magia. Burlas y devaneos de estudiantes, gente curiosa y alegre, que convertía en juego las artes mágicas, fueron origen de ese rumor, que muy en serio acogen Martín del Río y Torreblanca. El primero testifica haber visto una cripta profundísima, vestigios del nefando gimnasio donde públicamente (palam) se habían enseñado las artes diabólicas. El segundo hasta nos dice la calidad del maestro, que fue un sacristán (1043), pero supone secreta la enseñanza. Era tradición vulgar que el demonio en persona respondía a los que le consultaban en aquel antro.

     Un cierto D. Juan de Dios, maestro de humanidades en Salamanca, envió al P. Feijoo algunas noticias y fábulas sobre la dicha cueva, tomadas de un antiguo manuscrito (1044). Había en la iglesia de San Ciprián, unida después a la de San Pablo, un subterráneo donde el sacristán enseñaba, por los años de 1322, arte mágica, astrología judiciaria, geomancia, hidromancia, piromancia, aeromancia, chiromancia y necromancia. Sus discípulos venían de siete en siete y uno de ellos pagaba por todos. Cayó la suerte al marqués de Villena, no tuvo con qué pagar y quedó preso en la cueva, de donde halló manera de escaparse haciendo cierta burla a su maestro. Sus condiscípulos propalaron, unos, que se había hecho invisible; otros, que había engañado al diablo dejándole su sombra. Obsérvese el horrendo anacronismo de poner a D. Enrique de Villena en el siglo XIV, muy a los principios.

     D. Adolfo de Castro copia (1045) la siguiente noticia de un manuscrito intitulado Cartapacio, primera parte de algunas cosas notables recopiladas por D. Gaspar Garcerán de Pinos y Castro, conde de Guimerán, año 1600: «La opinión del vulgo acerca de la mágica que se aprendía en las cuevas de Salamanca; de la suerte que cuentan que entraban siete y estaban siete años y no veían al maestro, y después que no salían sino seis, y que habían de hurtar la sombra a aquél y no estar otro tanto tiempo, he oído a personas curiosas y de buen juicio refutar... que nunca se leyó de tal suerte, sino que decir en cuevas es por ser así llamadas las bodegas en Castilla, y que, como se prohibiese leer en público esta facultad, la mala inclinación nuestra y estar los maestros perdidos, que no sabían cómo vivir, inventó que escogían para perpetuar su mala semilla los mejores [597] sujetos de sus estudios... y de secreto, de noche en las bodegas les leían, y por ser a esta hora decían no ver al maestro», etc.

                                  Allí está Salamanca, do solía
enseñarse también nigromancía,

cantó Ercilla en la Araucana. A tres producciones literarias dio asunto la famosa conseja. La cueva de Salamanca, entremés de Miguel de Cervantes, redúcese a las artimañas de un escolar salamanqueso, quien, ponderando la ciencia que aprendió en la cueva y fingiendo una evocación de demonios, logra cenar a todo su placer y sacar de un mal paso a su huéspeda, temerosa de la venganza del celoso marido (1046).

     No más que la analogía del título tiene con este sabroso desenfado La cueva de Salamanca, comedia de D. Juan Ruiz de Alarcón, escrita en sus mocedades; cuadro vivo y animado de costumbres estudiantescas, lleno de gracia y movimiento, aunque licencioso y desordenado. Mézclanse allí discusiones teológicas con escenas de un erotismo poco disimulado y entra por mucho la magia en todo el desarrollo de la acción. El maestro de las artes vedadas es Enrico, un francés, viejo grave, el cual dice de sí mismo:

                                  Que en qualquiera región, cualquier estado,
aprender siempre más fue mi cuidado.
Al fin topé en Italia un eminente
en las ciencias varón, Merlín llamado...
   Aprendí la sutil quiromancía,
profeta por las líneas de las manos;
la incierta judiciaria astrología,
émula de secretos soberanos,
y con gusto mayor nigromancía,
la que en virtud de caracteres vanos
a la naturaleza el poder quita,
y engaña al menos cuando no la imita.
   Con ésta los furiosos cuatro vientos
puedo enfrenar, los montes cavernosos
arrancar de sus últimos asientos,
y sosegar los mares procelosos,
poner en guerra y paz los elementos,
formar nubes y rayos espantosos,
profundos valles y encumbrados montes,
esconder y alumbrar los horizontes.
Con ésta sé de todas las criaturas
mudar en otra forma la apariencia...
Con ésta aquí oculté vuestras figuras;
no obró la santidad, obró la ciencia. [598]

     Pero no le iba en zaga el marqués de Villena, personaje principalísimo de la comedia y discípulo también de Merlín. Viene a Salamanca traído por la fama de la cueva:

                              La parlera fama allí
ha dicho que hay una cueva
encantada en Salamanca,
que mil prodigios encierra;
que una cabeza de bronce
sobre una cátedra puesta,
la mágica sobrehumana
en humana voz enseña:
que entran algunos a oírla,
pero que, de siete que entran,
los seis vuelven a salir
y el uno dentro se queda...
Supe de la cueva el sitio,
y partíme solo a verla.
La cueva está en esta casa...

     Pero D. Diego, un su amigo, le responde:

                                  Esta que veis oscura casa, chica,
cueva llamó, porque su luz el cielo
por la puerta no más le comunica,
y porque una pared el mismo suelo
le hace a las espaldas con la cuesta,
que a la iglesia mayor levanta el vuelo.
Y la cabeza de metal que puesta
en la cátedra, da en lenguaje nuestro
a la duda mayor clara respuesta,
es Enrico ...........................................
Y porque excede a la naturaleza
frágil del hombre su saber inmenso,
se dice que es de bronce su cabeza.
De siete que entran, que uno pague el censo,
los pocos que, de muchos estudiantes,
la ciencia alcanzan, declararnos pienso.

     La comedia acaba del modo más singular del mundo: con una discusión en forma, entre un fraile predicador y Enrico, sobre el poder y licitud de la magia. Propone Enrico:

                          Toda ciencia natural
es lícita, y usar della
es permitido: la magia
es natural: luego es buena.
Pruebo la menor. La magia,
conforme a naturaleza
obra: luego es natural.
La mayor así se prueba:
De virtudes e instrumentos
naturales se aprovecha
para sus obras: luego obra
conforme a naturaleza. [599]
Probatur. Obra en virtud
de palabras y de yerbas,
de caracteres, figuras,
números, nombres y piedras.
Todas estas cosas tienen
natural virtud y fuerza, etc.

     El dominico contesta, distinguiendo entre magia natural, artificiosa y diabólica.

                                  De aquéstas
es la natural la que obra
con las naturales fuerzas
y virtudes de las plantas,
de animales y de piedras.
La artificiosa consiste
en la industria o ligereza
del ingenio o de las manos,
obrando cosas con ellas
que engañen algún sentido,
y que imposibles parezcan.
Estas dos lícitas son...
Mas con capa de las dos
disimulada y cubierta,
el demonio entre los hombres
introdujo la tercera...
La diabólica se funda
en el pacto y conveniencia
que con el demonio hizo
el primer inventor della.
Es así que las palabras
que el arte mágico enseña,
no obran sin la intención
del que obrar quiere con ellas,
luego si obran no es por sí,
sino por virtud ajena.

     Enrico se da por convencido y concluso, y el pesquisidor enviado por el rey a la reforma de la Universidad prohíbe la enseñanza de la magia.

                           Y con esto se da fin
a la historia verdadera
del principio y fin que tuvo
en Salamanca la cueva,
conforme a las tradiciones
más comunes y más ciertas.

     En 1734 imprimió D. Francisco Botello de Moraes, autor del Nuevo Mundo, del Alfonso y otras desdichadas tentativas épicas, un tomito rotulado Las cuevas de Salamanca, especie de fantasía satírica en prosa por el estilo de los Sueños, de Quevedo. Penetra Botello en Las cuevas, donde halla encantados a Amadís de Gaula, Oriana, Celestina, etc., y discurre [600] con ellos acerca de muy variados asuntos morales y literarios. Las cuevas son allí el pretexto (1047).

     Forzoso ha sido adelantar algunas especies y alejarnos de la Edad Media para completar la historia literaria de esas supuestas aulas mágicas. Ahora conviene añadir que quizá contribuyó a dar a Toledo fama de ciudad de nigromantes el existir allí artificiosas invenciones arábigas, como las dos cisternas o clepsidras que fabricó Azarquiel y destruyó en tiempo de Alfonso VI un judío deseoso de penetrar el mecanismo. ¿Atribuiría el vulgo estos portentos a magia?

     Fáltanos saber cómo consideraba el gran legislador castellano las artes vedadas e irrisorias. En la ley 1.ª, tít.23 de la partida 7.ª, pregunta el Rey Sabio qué es adevinanza et quantas maneras son della; y responde que adevinanza tanto quiere decir como querer tomar parte de Dios para saber las cosas que son por venir. Como primer género de adevinanza cuenta la astrología, y ésta, cediendo a sus aficiones, no la veda por ser una de las siete artes liberales, aunque prohíbe obrar por ella a los que non son ende sabidores.

     «La segunda manera de adevinanza es de los agoreros, et de los sorteros, et de los fechiceros, que catan en agüero de aves o de estornudos o de palabras a que llaman proverbio, o echan suertes, o catan en agua, o en cristal, o en espejo, o en espada, o en otra cosa luciente, o facen fechizos de metal o de otra cosa cualquier, o adevinan en cabeza de ome muerto, o de bestia o de perro, o en palma de niño o de mujer virgen... Defendernos que ninguno non sea osado de fazer imágines de cera nin de meta nin de otros fechizos malos para namorar los omes con las mujeres nin para partir el amor que algunos oviessen entre sí. E aun defendemos que ninguno non sea osado de dar yerbas nin brebaje a ome o a mujer en razón de enamoramiento.»

     En la ley 2.ª habla de los verdaderos goetas, es decir, de los que hacían sus evocaciones de noche y con aullidos. «De los omes que se trabajan a facer esto viene muy gran daño a la tierra, et señaladamente a los que lo creen et demandan alguna cosa, acaesciéndoles muchas ocasiones, por el espanto que resciben, que algunos de ellos mueren o fincan locos o dementados.»

     La ley 3.ª declara «libres de pena (¡contradicción deplorable!) a los que fiziessen encantamiento u otras cosas, con buena entención, assí como para sacar demonios de los cuerpos de los omes, o para desligar a los que fueron marido et mujer que non pudiessen convenir en uno, o para desatar nube que echase granizo o niebla, que non corrompiesse los fructos de la tierra, o para matar langosta o pulgón que daña el pan [601] o las viñas, o por alguna otra cosa provechosa semejante déstas». «Non deben haber pena, dice, antes... gualardón por ello.»

     A los demás baratadores, truhanes y maléficos impone castigo de muerte.

     Entre las obras científicas que patrocinó el Rey Sabio, las hay harto impregnadas de astrología judiciaria; por ejemplo, los tres Lapidarios, de Rabí-Yehudah-Moset-ha-Qaton (el pequeño) y el de Mahomad-Aben-Quinch, trasladados por el clérigo Garci-Pérez, y en algunos pasajes el Libro de la ochava esfera, traducido del arábigo por Yehudá-Cohen y Guillem, hijo de Ramón de Aspa; mas sobre todos, el de las tres cruces, donde es imposible negar la tendencia fatalista (1048). El estado de la astronomía entonces y lo mucho que contribuyeron, por otra parte, al adelanto de la ciencia seria disculpan a Alfonso el Sabio y a sus colaboradores de haber cedido al contagio de la judiciaria, comprometiendo en ocasiones el libre albedrío con las fantásticas virtudes que suponían en los astros y en las piedras.



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- III -

Siglo XIV.-Tratados supersticiosos de Arnaldo de Vilanova, Raimundo de Tárrega, etc.-Impugnaciones del fatalismo.-Obras de Fr. Nicolás Eymerich contra las artes mágicas.-Las supersticiones del siglo XIV y el Arcipreste de Hita.-El rey D. Pedro y los astrólogos.-Ritos paganos de los funerales.

     La general decadencia y barbarie retroactiva del siglo XIV, el continuo trato y comercio con judíos y musulmanes, el contagio de las sectas heréticas..., todo contribuyó a oscurecer la noción del libre albedrío y a difundir las artes divinatorias, menos, sin embargo, que en otras naciones. Ni se libraron de la acusación de magia algunos prelados. Ya en el siglo anterior, hacia 1211, el arzobispo de Santiago, D. Pedro Muñoz, fue tenido por nigromante y recluso en el eremitorio de San Lorenzo, de orden del papa Honorio III. Desde 1303 a 1306 fue obispo de Tarazona (1049) D. Miguel de Urrea, con tanta reputación de mágico, que al pie de su retrato se puso esta leyenda: [602] Artis necromantiae peritissimus, daemonis artes eius etiam arte delusit, suponiéndosele que había engañado al demonio con su sombra, lo mismo que el marqués de Villena en la tradición de Salamanca.

     Sobre las supersticiones de maleficios y ligaduras da mucha luz Arnaldo de Vilanova en sus tratados médicos. Según él, los maleficios se hacen: o de cosas animadas, v.gr., testículos de gallo puestos debajo del lecho nupcial; o de caracteres escritos con sangre de murciélago, o de granos de habas, arrojando dos o tres en el camino o cerca de la ventana, quod maleficium est pessimum, o de los pedazos de una nuez o bellota. También hay hechizos metálicos, de hierro o de plomo, y el peor es el que se hace con la aguja que haya servido para coser un sudario (1050).

     Los remedios no son menos peregrinos. Con juntar el esposo y la esposa los pedazos de la nuez, quitarle la cáscara y comérsela queda deshecho el maleficio. También aconseja mudarse de casa, regar las paredes con sangre de perro, poner sobre carbones hiel de pescado, llevar consigo un corazón de buitre o amuletos de coral o imanes, comer aves asadas, colgar una campanilla a la puerta de casa, etc.

     En su Nova expositio visionum quae fiunt in somniis muéstrase Arnaldo muy perito en oneirocrítica, tratando de los grados del arte de pronosticar y de las causas de los ensueños, que divide y clasifica según el tiempo y el asunto, ya se refieran a la vida, a la hacienda, a los hermanos, a los padres, a los criados, a las bestias, a guerras y combates, a la muerte, a los viajes, a la entrada en religión, a los honores y dignidades, a los amigos, etc. Admite el influjo planetario en el alma humana con tanta crudeza como los priscilianistas y da reglas para interpretar los sueños, lo cual llama ocupación propia del médico. Ya hemos visto cómo explicaba él los de D. Jaime II y Federico de Sicilia. El libro De physicis ligaturis, que trata de los encantos, de los conjuros y de los amuletos (De incantatione, de adiuratione et colli suspensione), es traducción del árabe Costa-ben-Luca, el cual dice haber aprendido esa ciencia en libros griegos e indios (1051). Tampoco es más que traducción el [603] libro astrológico De sigillis duodecim signorum, muy semejante al De imaginibus, de Thabit.

     Martín del Río y Gabriel Naudé defendieron a Arnaldo de la acusación de magia, pero nadie dejará de tenerle por muy supersticioso si lee sus libros de medicina.

     En el mismo siglo florecieron tres espiritistas españoles, de que ya queda hecha mención: Gonzalo de Cuenca, que escribió el Virginale, inspirado por el demonio, que se le apareció visiblemente (así lo narra Eymerich); Raimundo de Tárrega, autor de un libro De invocatione daemonum, quemado por decreto de Gregorio XI, y el franciscano apóstata Tomás Scoto, que, según dice Álvaro Pelagio, todas las noches, apagada la luz y empuñando la espada, invocaba con grande estrépito a los demonios y caía en tierra como muerto hasta la madrugada (1052).

     Eymerich y Busquets hicieron quemar en Barcelona un grueso libro De invocatione daemonum, rotulado Liber Salomonis, que contenía en siete partes sacrificios, oraciones, oblaciones y nefandas consultas a los demonios (1053). Quizá no era distinto del de Raimundo de Tárrega.

     Otro supersticioso libro catalán de la misma centuria se halla manuscrito en la Biblioteca Barberina de Roma. El rótulo es Llibre de Poridat. Empieza con los signos de los planetas, trata después de los ángeles que presiden a cada uno, así como de los que hacen saber al hombre todas las cosas, y los distribuye y clasifica por cielos. No olvida la curación de algunas enfermedades por medio de amuletos. Estas primeras hojas, escritas por la mayor parte en papel, preceden al verdadero tratado: «En el nombre de Nuestro Señor, en esta presente obra queremos tratar de las mayores puridades; diremos el modo de tener espíritus y vientos familiares... el arte prodigioso de Hermes» (1054). «Redúcese todo a unas tablas de letras y signos cabalísticos, que se dice corresponder a ciertos influjos planetarios y a ciertos ángeles. Escritas o pronunciadas dichas letras en tiempo y sazón oportunos, conforme a las reglas de Dominus Tebaridus en son llibre, se pueden traer los espíritus a voluntad del operante. Hay tablas para los días de la semana, para las horas del día, etc. La décima tabla es la que Dios enseñó a Adán en el paraíso, con la cual no puede obrar sino quien tenga soberana puritat de vida, pero éste logrará maravillas, porque [604] esta tabla es sobre todas las tablas en fuerza y en poder y es el secreto de la sabiduría: donde hay 1.360 caracteres, que representan todas las cosas creadas, regenerables y corruptibles en este mundo...» Enséñanse, además, en este libro remedios para muchos dolores y calamidades, recetas para aumentar el dinero, para encontrar el anillo y otras cosas perdidas, para hacer que la lluvia caiga o deje de caer en un sitio dado, filtros amatorios, etc. Esta parte está en latín. Tampoco faltan observaciones sobre la piedra filosofal y modo de obtenerla (1055).

     A la par que arreciaba el contagio de la superstición, se levantaban valentísimos impugnadores. En los últimos días del siglo XIII, durante su cautiverio en Granada, había escrito San Pedro Pascual, obispo de Jaén, el Libro contra las fadas et ventura et oras minguadas et signos et planetas, enérgica y hasta elocuente defensa de la libertad humana: «Sy assy fuesse como los sabios mintrosos disen, que el ome non avie en sí poderío nin alvedrío de faser bien nin mal, davan a entender los dichos sabios que de todas las criaturas que Dios crió, non avie criatura más menguada como el ome... Et Dios mismo non quiso aver poderío sobre el ome, para le faser por fuerza seer bueno o malo. Pues ¿cuánto menos querrie nin darie poderío a ningún planeta, nin ora, nin signo, nin fada, nin ninguna cosa de las sobredichas, que oviesse poderío nin sennorío sobre el ome?» (1056)

     De parecida manera condena Ramón Lull, en el Arbor scientiae, la vanidad de la astrología judiciaria. Artes, Tauro y Géminis, dice, se burlan de los hombres que dicen que ellos saben todas sus naturalezas... Hereje es aquel que tiene mayor temor de Géminis y de Cáncer que de Dios. Lo cual ilustra con el ejemplo de un astrónomo, el cual dijo en presencia del rey que había de vivir diez años. Y entonces un soldado, con la espada que traía, cortó la cabeza al astrónomo, para que el rey se alegrase, y conociese que aquel astrónomo había mentido y también su ciencia (1057).

     También D. Juan Manuel, en el Libro del cavallero et del escudero, aunque admite el influjo planetario y el de las piedras, llama a las artes ocultas desservicio de Dios et daño de las almas, et de los cuerpos, et desfacimiento et menguamiento del mundo, et daño et estragamiento de las gentes. El lindo cuento de Los tres burladores y el paño encantado en El conde Lucanor, lo mismo que el de El rey y el alquimista, muestran cuán libre se hallaba de vulgares supersticiones el sobrino del Rey Sabio. En el apólogo de Lo que contesció al diablo con una mujer pelegrina, habla de filtros amatorios, y en el Del ome [605] bueno que fue fecho rico e después pobre con el diablo, la moralidad es ésta: «E vos, señor, conde Lucanor, si bien queredes facer de vuestra facienda para el cuerpo y para el alma, fiat derechamente en Dios... e non creades nin fiedes en agoreros, nin en otro devaneo, ca cierto sed que el pecado del mundo de más pesar, en que ome mayor tuerto e mayor desconocimiento face a Dios, es catar en agüeros y en estas tales cosas.» Mala cosa es fiar en adivinanzas, añade en el Libro de los estados.

     ¡Mucho había adelantado la civilización desde los tiempos en que el Cid se guiaba en sus cristianas empresas por el vuelo de las aves!

     En 1335 vedaba un sínodo complutense, so pena de excomunión, el consultar a los agoreros ni ejercer las artes de magos, sortílegos y encantadores (1058). Álvaro Pelagio defendía en el libro 11 De planctu Ecclesiae (1059) que los maléficos debían ser castigados con el último suplicio. Y en el De haeresibus (1060) condena a los pseudocristianos que observan los agüeros, estornudos, sueños, meses y días, años y horas, y usan de experimentos, sortilegios y arte nigromántica con diversos nombres. «Llámaseles en algunas provincias miratores, y en España, comendatores» (1061).

     El arzobispo D. Pedro Gómez de Albornoz, en su Libro de la justicia de la vida espiritual, da curiosas noticias de las supersticiones de su diócesis: «Algunas se guardan en Sevilla, anssy como los que echan ascuas en el mortero o los que escantan los ojos con granos de trigo et otras semejantes cosas... o los que acomiendan las bestias perdidas... con palabras vanas et de escarnio... Especie de ydolatría es la de algunos que por astrología quieren adevinar de las cosas futuras, et disen que los planetas et cuerpos celestiales han nescesaria influencia en los cuerpos inferiores que son en la tierra, e assy juzgan que el que nasce en una constellación averá bien, et sy en otra, mal... Et éstos pecan gravemente, porque substraen et tiran nuestras obras de magnificencia et e servicio de Dios...» Cita, para mostrar lo vanísimo de tal creencia, el ejemplo de Jacob y Esaú, nacidos en la misma constelación, y que tuvieron, no obstante, suertes tan opuestas. También condena Albornoz los sueños, estornudos, encantamientos, maleficios e conjuros (1062).

     El anónimo compilador del Espéculo de legos habla en su capítulo 84 de los adevinadores que catan las estrellas e guardan los sueños et los agüeros et se consejan de los emponsoñados, así como de las serpientes... Esta vanidad de las artes de [606] encantar et de adevinar, se esforzó de la damnación de los malos ángeles en toda la redondez de la tierra. Et por ende van ayuntados al diablo, ca do es el maestro y es el discípulo.

     Pero el más notable entre los impugnadores de las artes mágicas fue sin disputa Fr. Nicolás Eymerich, dominico gerundense, de cuyos actos como inquisidor ya tenemos alguna noticia. Inéditas se conservan en la Biblioteca de París sus obras concernientes a esta materia. El códice 1464 contiene (1063) un tratado Contra daemonum invocatores, donde, después de definir la herejía para averiguar si puede o no contarse en el número de los herejes a los evocadores de demonios, lo cual resuelve afirmativamente, clasifica las artes vedadas en simple evocación, nigromancia, pacto expreso o tácito, adivinación, ariolos, augures. Demostrada la ilicitud de todas por el culto de latría que en ellas se tributa al demonio, reúne los pasajes de la Escritura, testimonios de Santos Padres, decisiones de concilios, leyes civiles, etc., sobre herejías, para mostrar que todos son aplicables a las artes demoníacas. Discute el caso en que los nigromantes no tributen culto de latría, sino de dulía, como hacen los astrólogos judiciarios, los sortílegos, etc., y decide que aun éstos deben ser tenidos por herejes. Condena como inductivas al fatalismo aquellas artes, como la adivinación, los augurios, etc., en que no parece tributarse culto alguno al enemigo malo, pues siempre es temeridad y superstición querer penetrar con certeza lo por venir. No deja de citar los varios modos de evocación por caracteres, palabras misteriosas, círculos, etc., o por las Tabulae Salomonis, libro de conjuros que corría con grande aplauso entre los nigromantes de su tiempo (1064).

     En el libro Contra astrologos imperitos atque contra nigromantes, de occultis perperam iudicantes, escrito en 1395, defendió gallardamente el libre albedrío (1065), reproduciendo en lo demás las ideas y clasificaciones del tratado anterior (1066).

     En medio de tantas y tales refutaciones, el mal no desaparecía, como no desaparecerá mientras no cambie la naturaleza humana, ávida siempre de lo maravilloso.

     Reflejábase de cien modos el extravío de las creencias en el misceláneo y satírico poema del Arcipreste de Hita, espejo fidelísimo de la sociedad del siglo XIV, con todos sus vicios y prevaricaciones. Allí la creencia en las fadas (del latín fata) hasta como expresión proverbial: [607]

                                  El día que vos nacistes, fadas albas vos fadaron
..............................................................................
Que las mis fadas negras non se parten de mí.
..............................................................................
Hado bueno que vos tienen vuestras fadas fadado.

     Allí la superstición clásica del estornudo, ni más ni menos que en los idilios de Teócrito:

                                  A la fe, dis, agora se cumple el estornudo,
yo ove buen agüero: Dios óvomelo complido.

     Allí el mal de ojo y los filtros y encantos amatorios, con canciones, con sortijas, con hierbas; todo lo cual aplica Trotaconventos para seducir a D.ª Endrina:

                               Encantóla... de guisa que la envellenó,
dióle aquestas cantigas, la cinta le ciñó;
en dándole la sortija, del ojo le guiñó.
(Ver. 892.)
                                  Si la enfechisó, o si le dio atincar,
si le dio rainela, o si le dio mohalinar,
si le dio ponzoña, o algund adamar,
mucho aína la sopo de su sesso sacar.
(Ver. 915.)

     El mismo Arcipreste había compuesto canciones para entendederas y cantaderas moriscas, es decir, de las que curaban con ensalmos, si hemos de atenernos a este verso:

                                  Ella sanar me puede, et non las cantaderas.

     Ni estaba libre Juan Ruiz de aficiones judiciarias; basta leer lo que dice de la constelación et de la planeta en que los omes nascen et del juicio del hora quando sabios naturales dieron en el nascimiento del hilo del rey Alcarás:

                                 Yo creo los astrólogos verdat naturalmente,
pero Dios, que crió natura e accidente,
puédelos demudar, et facer otramente,
segund la fe cathólica, yo desto so creyente.
................................................................................
Non son por todo aquesto los estrelleros mintrosos,
que juzgan segund natura por sus cuentos fermosos;
ellos e la ciencia son ciertos et non dubdosos,
mas no pueden contra Dios ir, nin son poderosos.
   Non sé astrología, nin so ende maestro,
nin sé astrolabio, más que buey de cabestro...

     A renglón seguido dice que él nació en signo de servir a dueñas. Todavía hay en este humorístico escritor más datos útiles para nuestro propósito. Él expone la leyenda de Virgilio [608] mago, hoy tan admirablemente ilustrada por Comparetti (1067) en uno de los mejores libros de erudición moderna:

                                  El grand encantador fizole muy mal juego,
la lumbre de la candela encantó et el fuego...

leyenda de que no recuerdo ningún texto castellano anterior, pero que se halla reproducida en la Crónica de las fazañas de los filósofos, en unos versos catalanes de Pau de Bellviure, en el Cancionero de Baena, en el de Burlas, en la Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, y en la Celestina, tradición que llegó a nosotros después de correr media Europa. El Arcipreste pudo tomarla del poema de Renart. Sobre el pacto diabólico tiene Juan Ruiz un cuento muy curioso, que también se halla en El conde Lucanor, y es, sin duda, de procedencia extranjera: el de El ladrón que fizo carta al diablo de su ánima.

     Menos prudente que el agudo y maligno trovero se mostró, cuanto a admitir el influjo astrológico, Rabí Don Sem-Tob, judío de Carrión, en sus Consejos et documentos al rey don Pedro:

                        El hombre más non val,
nin su persona espera
más de bien nin de mal,
que do le pon la esfera.

     A este crudo fatalismo se rendía el mismo D. Pedro, consultando al astrólogo hebreo Ben-Zarzal, que le aconsejó guardarse de la torre de la Estrella y del Águila de Bretaña (1068), o al moro granadino Benahatim, gran sabidor, de quien tenemos en la Crónica de Ayala dos cartas, escrita la una después de la jornada de Nájera y la otra antes de Montiel, llenas entrambas de saludable doctrina y avisos morales, aunque arregladas y compuestas de fijo por el sesudo canciller y cronista de don Enrique (1069). No menos dado a las ciencias ocultas que su sanguinario rival, tenía D. Pedro el Ceremonioso de Aragón diversos astrólogos en su corte y jactábase de haber sido adoctrinado en aquella ciencia por Rabí-Menahem.

     Aparte de todo esto, seguían observándose en bodas, entierros y otros actos solemnes ritos enteramente paganos y una y otra vez condenados por leyes y concilios. La ley 98, título 4 de la partida 1.ª, poner manteles con comida a los difuntos y habla de las endechadoras. En 1302, Alonso Martínez de Olivera, [609] comendador mayor de León, decía en su testamento: Item mando que lieven mis caballos cobiertos de luto, con los sus escudos colgando de las sillas, pintadas en ellos las mis armas, et liévenlos de mi casa fasta la Iglesia, delante del mío cuerpo, ansí como es costumbre en los enterramientos de los caballeros et de los altos omes (1070). En vano la ley de Partida (tít.4 ley 100 part. 1.ª) había ordenado a los clérigos que se retirasen de los entierros cuando oyessen que fazian ruido, dando voces por ome o endechando. El concilio Toledano de 1323 hubo de reprobar el execrable abuso, que sabía a gentilidad, de ir vociferando por las calles y plazas y hasta en la misma iglesia (1071).

     Tuvo que venir la férrea y bienhechora mano del Santo Oficio a destruir en el siglo XVI estos resabios de paganismo, de los cuales, como de cosa ya pasada y extinguida, hace una linda descripción el célebre humanista sevillano Juan de Mal-Lara en su Phisophia vulgar (1072). Llevaban a los caballeros en sus andas descubiertos, vestidos de las armas que tuvieron, puesto el capellar de grana, calzadas las espuelas, sin espada al lado, y delante las banderas que habían ganado... Llevaban una ternera que bramasse, los caballos torcidos los hocicos, y a los galgos y lebreles que había tenido daban de golpes para que aullasen. Tras de ellos iban las endechaderas cantando en una manera de romances lo que avía hecho. Ut qui conducti in funere plorant, que decía Horacio. ¡Tanta fuerza tuvo en los pueblos latinos la tradición clásica, que algunos suponen destruida y cortada en los tiempos medios! (1073) De estos cantos fúnebres sólo queda una muestra: los que el pueblo portugués cantaba en la sepultura del condestable Nuño Álvarez Pereira, el héroe de Aljubarrota.



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- IV -

Introducción de lo maravilloso de la literatura caballeresca.-La superstición catalana a principios del Siglo XV.-Las artes mágicas en Castilla: D. Enrique de Villena.-Tratados de Fr. Lope Barrientos.-Legislación sobre la magia. -Herejes de la sierra de Amboto, etc.

     A nada conducirla, ni es propio de la índole de esta obra, investigar aquí los orígenes de la literatura andantesca, que sólo llega a España de reflejo y a última hora. La caballería histórica nacional, tal como se retrata en las crónicas y en los poemas eminentemente realistas que la celebran, ni rendía culto a la galantería ni se enamoraba de lo maravilloso. Toda su [610] grandeza procede de la vida real. Nada de empresas temerarias ni de ilícitos devaneos. Los adulterios de Tristán e Isolda o de Lanzarote y Ginebra, las proezas de Artús y de la Tabla Redonda, interesaban poco a nuestros castellanos. Tardan aquí en popularizarse lo mismo el ciclo bretón que el carolingio; y si éste arraiga antes y florece más, débese a su carácter relativamente severo, al espíritu religioso que en parte muestra y a las lides contra sarracenos que en él se decantan. Así y todo, el espíritu nacional, ofendido por los cantares francos, creó el personaje de Bernardo del Carpio para oponerle a Roldán, y dio a todas sus imitaciones un sabor bastante castizo. En el siglo XII era conocida en Castilla la crónica de Turpín lo mismo que los poemas franceses y el cantor de Almería nombra a Roldán y a Oliveros y los pone en cotejo con Alvar Fáñez.

     La parte maravillosa en las narraciones de este ciclo admitidas en España no fue, por cierto, grande. La Crónica general, v.gr., trae el cuento de Maynete y Galiana, y en él la superstición de los agüeros tal como la teníamos en Castilla: La infanta lo ovo visto en las estrellas. De parecida manera, en la Gran conquista de ultramar, donde este cuento se repite, leemos que las moras son muy sabidas en maldad, señaladamente aquellas de Toledo, que encadenan a los hombres y hácenles perder el seso y el entender.

     En los romances muy posteriormente formados sobre aventuras de este ciclo entra por bien poco lo maravilloso como no sea en el asunto de Reinaldos de Montalbán, que tenía un tío sabedor de nigromancia. Ha notado el Sr. Milá en uno de los romances de Gaiferos este singular rasgo de superstición militar:

                                  A ningund prestar mis armas,
no me las hagan cobardes.

     La citada Conquista de ultramar, verdadero cuerpo de ficciones caballerescas, dedica largo espacio a la historia del Caballero del cisne, traducida del francés, como lo restante del libro, donde se hallan transformaciones por medio de collares y otras maravillas nunca oídas en la poesía castellana.

     Las guerras civiles del reinado de D. Pedro, las hordas francesas que trajo el bastardo de Trastamara, los caballeros ingleses del Príncipe Negro, todo contribuyó en el siglo XIV a propagar el conocimiento de las ficciones del ciclo bretón, que, sin embargo, no asomaban entonces por primera vez. El rey D. Dinis de Portugal y el Arcipreste de Hita habían hablado de Tristán e Iseo; Rodrigo Yáñez, en su Poema o Crónica rimada de Alfonso XI, trae una supuesta profecía de Merlín, etc. Pero en tiempo de D. Enrique II, D. Juan I y D. Enrique III, llegó a su apogeo esta moda forastera. El canciller Pero López de [611] Ayala se lamenta de haber leído libros de devaneos y mentiras probadas, como el Lanzarote, y los poetas del Cancionero de Baena, Pero Ferrús sobre todo, no cesan de aludir a los héroes bretones. Con esta literatura vino un mundo de magos, encantadores, hadas, hechiceras, gigantes, yerbas fadadas, filtros eróticos, héroes invulnerables, espadas que todo lo destruían y nunca eran rotas ni melladas, etc. Algunas de estas creaciones procedían de la mitología germánica y escandinava; otras, y no las menos, del mundo clásico: que ciertamente las transformaciones de Merlín no son muy desemejantes de las de Proteo ni la historia de Tintadiel e Iguema se aparta mucho de la de Júpiter y Alcmena, y a nadie se ocultará que las velas negras de la nave de Teseo debieron servir de modelo para un episodio análogo del Tristán. Analogía que todavía es mayor en algunas novelas que, sin ser del ciclo bretón, tienen con él algunas analogías; v.gr., el Partinuplés, inspirado por la Psique, de Apuleyo. Lo maravilloso, que pudiéramos llamar cristiano en los poemas de la Tabla Redonda, el Sangreal, por ejemplo, estaba tomado de leyendas eclesiásticas y evangelios apócrifos.

     Pero viniera de donde viniera, que no es ahora ocasión de apurarlo, es lo cierto que esa poesía bretona, lo mismo que una parte del ciclo carolingio, no conocida hasta entonces, hizo sonar por primera vez en Castilla supersticiones raras y de grande efecto artístico. ¡Lástima que tengamos pocos monumentos para comprobarlo! De un códice de El Escorial sacó a luz don José Amador de los Ríos el Cuento de la reina Sevilla y el Fermoso cuento del emperador D. Ottas. En el primero se lee esta descripción de un encantamiento: «Entonces fazia un poco oscuro, et Griomoart se aparejó et comenzó a decir sus conjuraciones et a fazer sus carántulas que sabía muy bien fazer. Entonces se comenzó a cambiar en colores de muchas guisas, indio et jalde et barnizado, et los omes buenos que lo cataban se maravillaron ende mucho... Et comenzó luego a fazer su encantamento et a decir sus conjuraciones, en tal guisa que el velador adormeció, et Griomoart se fue a la puerta et metió mano a su bolsa, et tyró un poco de engrudo que avia tan grant fuerza, que tanto que tañió con él las cerraduras, luego cayeron en tierra. Et desque entró fuése al palacio, et sol que puso la mano en la puerta comenzó a decir sus conjuraciones, et el portal, que era alto et lumbroso, fue luego escuro, et Griomoar... falló diez omes armados..., et fizo su encantamiento, et adormeciéronse luego..., de guisa que les tajaría las cabezas et non acordarían.» Así va adormeciendo a todos, incluso a Carlomagno. Luego, y por el mismo encanto, libra de sus cadenas a Barroquer y roba la espada al emperador.

     En el cuento de Don Ottas, «Audegons, que era sabidora de las estrellas, echa sus suertes para saber quién sería casado con Florencia». Florencia tenía una piedra de tal virtud, que con ella defendía su castidad. Miles le dice: «Cómo sodes encantadora? [612] Carántulas me avedes fechas. Desfazed aína las carántulas.» Alúdese, además, a la superstición de los sueños y a las fadas.

     Pero éstos y otros libros que pudieran citarse, como traducidos que son, no importan ni hacen fuerza para el caso. Más elemento indígena hay en el Amadís y en el Tirante. Del primero citaré los encantamientos de Arcalaús (1.1 c.19), que tanto maleficio causó a Amadís cuando éste quiso sacar de prisión a la duena Grindalaya; las maravillas de la ínsula firme (1.2), el sobrenatural poder de Urganda la Desconocida, la extraña genealogía del endriago (1.3), etc. Mucho se engañaría quien en tales ficciones, del todo eruditas, quisiera reconocer el influjo de las creencias supersticiosas del pueblo castellano. Mucho más español es el Tirant lo Blanch, y por eso en él las aventuras son verosímiles, salen menos de la realidad de la vida, sin que apenas haya otra historia mágica que la del dragón de Cos, tradición antigua en las islas y costas del Mediterráneo.

     No tengo por indígenas, sino por otro fruto de la importación extranjera, los romances caballerescos sueltos, que tienen variantes o paradigmas en casi todas las literaturas de Europa, a lo menos en las meridionales. En vano Teófilo Braga (1074) y otros quieren estudiar en esos cantos la superstición peninsular y sacar consecuencias, por lo menos, aventuradas. Podía nuestro pueblo solazarse con esos cantos sin que el elemento maravilloso que los informa hubiese penetrado mucho en la vida. También hay erudición en la poesía popular, si se me consiente esta expresión paradójica. El canto narrativo tiene alas, vuela de un extremo a otro de Europa y suena bien en todos los oídos. Hubo, sin duda, circunstancias que favorecieron esta transmisión: un fondo común de tradiciones célticas y romanas; pero no es fácil distinguir lo indígena de lo importado (1075). De todas maneras, son escasas, como ya advirtió D. Agustín Durán, las composiciones castellanas de esta clase que se adornan con encantamientos.

     En otros testimonios más históricos y seguros que la poesía popular hemos de aprender lo que fueron las artes mágicas a fines del siglo XIV y principios del XV. Por lo que a Cataluña respecta, han visto poco ha la luz pública cuatro documentos interesantísimos, descubiertos e ilustrados por el Sr. Balaguer y Merino, diligente y erudito catalanista (1076). Los cuatro proceden del Archivo de la ciudad de Barcelona.

     Afecta el primero la forma rítmica y redúcese a la complanta o lamentación de un astrólogo el año 1400:

                                  Ara vejats una complanta
de aquest mon dolorós, [613]
qui mes (sic) pits que lansa,
tant es lo segle tenebrós...

     Allí se dice que la sciencia de la sancta astrología no ha mester smena, perque es obra divina, qui es sobre totes les altres sciencies; perque es appellada regina sobre totes les altres sciencies perfetament; y se reprende a alguns mals parlers, que se dicen astrólogos y ponen toda la tierra en error y en mal.

     El segundo documento es una predicción para el año de 1428, en que había de acaecer la cruzada del paraíso y la conquista del infierno.

     Mucha mayor curiosidad tiene el Inventario de las escrituras y procesos entregados por el Mtro. Arnáu Dezvall, «olim» lugarteniente del inquisidor, al reverendo Mtro. Guillén de Torres, nuevamente elegido lugarteniente de la ciudad y obispado de Barcelona el sábado 20 de agosto de 1440 ante Bartolomé Costa, notario real. Habían pertenecido todos esos objetos y papeles a Pedro March, magister domorum, preso por cuestión de hechicería. Penetremos en el laboratorio del nigromante, aunque sin insertar todo el catálogo de sus baratijas, porque sería largo y porque de algunas ni aun se comprende el uso. Tenía, pues:

     Cuatro planchas de estaño, y en cada una de ellas, tres rollos o círculos con letras y caracteres.

     Dos trozos de cristal: uno esférico, otro plano.

     Un cartapacio forrado de pergamino con tres hojas escritas; intitulábase Llibre de la semblanza de tots los homens.

     Otro librillo en papel, rotulado Llibre del semiforas, lo cual doná lo Creador a Adam, con remedios contra las ligaduras.

     Otro libro en cuatro pliegos: Experimentum spiritus Bilech. (Bi. lech es el nombre de un demonio.)

     La Clavicula Salomonis, célebre tratado de evocación de demonios (1077).

     Ocho hojas de pergamino que contenían Consecratio Arymadenari. (¿Arimanes?)

     Canticum novum (catorce hojas en papel). [614]

     La Clau del semiforas (especie de interpretación del libro de Adán).

     Oraciones de los siete planetas.

     Libro intitulado Los perfumes del sol.

     Otro: De arte entomptica et ydaica. (De entoma, augurio tomado de la víctima sacrificada por el arúspice, y de idea, figura o imagen.)

     Dos cuadernos de papel que abrazaban la segunda parte de la Clavicula Salomonis.

     Otro cuaderno: En qual manera se preparen esperiments de furts. (¿Arte de prestidigitación o escamoteo?)

     Un cartapacio: Ad impetrandum quidquid volueris.

     Un tratadito: Per fer pedres contrafetes de cristall.

     Un trocito de piedra blanca con caracteres y círculos.

     Reglas nada menos que per ley venir dones.

     Muchos trocitos de papel con preguntas y respuestas, remedios, etc. En uno de ellos se hablaba del ángel Raziel.

     Un cuaderno: De ligaduras y desligaduras.

     Unas hojas de yerba seca metidas en un papel.

     Cierto cuaderno de materia non sancta, a juzgar por el fin... De una nit de una dona.

     Un poco de azafrán envuelto en un papel.

     Conjuros escritos en pergamino.

     Un anillo de latón con una piedra de cristal de color bermejo.

     Cuernos de buey.

     Pedazos de azufre, cera, lignum aloes, etc. (1078)

     Todos los libros hallados a Pedro de March fueron entregados a las llamas en el patio del palacio arzobispal por orden del inquisidor Guillén de Torres y del vicario Narciso de San Dionisio.

     El cuarto y último documento no tiene fecha; es una consulta del oficial eclesiástico, en competencia con el real, sobre dudas en el procedimiento contra un secular y dos clérigos reos de hechicería. El caso es éste: Platon y Davo, deseosos de conocer la voluntad del rey, de quien pretendían un empleo, acudieron a Ticio, que pasaba por adivinador y por tener espíritu familiar, y le pidieron que emplease el arte de las imágenes en provecho de ellos. Y abriendo Platon un libro que había traído, donde estaban escritos muchos caracteres y capítulos «de fumigaciones» y cierta imagen del diablo pintada, con la boca abierta y los brazos extendidos, con caracteres en el pecho y diadema en la cabeza... hizo Davo una imagen de cera del tamaño de un dedo de la mano y le clavó dos agujas, una en la cabeza, otra en el corazón (1079). A los pocos días, el oficial real a [615] quien la imagen representaba, y cuyo cargo quería heredar Platon, tornóse loco de resultas del maleficio. Hubo ciertas sospechas, y, registrada la casa de Platon, parecieron libros y cuadernos de artes vedadas, evocación de demonios, etc., y una redoma de cristal, donde se decía que estaba el espíritu. Presos los tres hechiceros, originóse una competencia de jurisdicción entre el inquisidor y el oficial real.

     Cita, además, el Sr. Balaguer y Merino un mandamiento del inquisidor Fr. Jaume de San Joan, en 24 de julio de 1433, para que se procesara por crimen de brujería a Antonia Pentinada, de Tarragona. En 3 de julio de 1434, el mismo inquisidor dio sentencia absolviendo a Beatriz López, de Barcelona, acusada de tener un espíritu familiar y darle culto de latría. En un inventario de 18 de enero de 1390 y en otro de 20 de marzo de 1437 se citan libros de astrología en romance (1080).



     Por lo que atañe a Castilla, las ciencias ocultas se personificaron en D. Enrique de Aragón, comúnmente llamado de Villena, de quien dice Fernán Pérez de Guzmán (Generaciones y semblanzas) que non se deteniendo en las sciencias notables e católicas, dexósse correr a algunas viles e raeces artes de adivinar e interpretar sueños y estornudos y señales, e otras cosas... que ni a Príncipe real, e menos a católico cristiano, convenían... Y porque entre las otras artes y scientias se dio mucho a la astrología, [616] algunos burlando decían que sabía mucho en el cielo e poco en la tierra.

     Es cierta y ha sido muy decantada la quema de sus libros, hecha de orden de D. Juan II por Fr. Lope Barrientos, más tarde obispo de Ávila y de Cuenca. Desde luego, no merece fe el testimonio del bachiller Cibdad Real, siendo hoy cosa averiguada que semejante bachiller no existió nunca y que el Centón epistolario fue forjado en el siglo XVII por el conde de la Roca o por algún paniaguado suyo, siguiendo paso a paso el texto de la Crónica de D. Juan II. Ésta dice que el Rey mandó que Fr. Lope Barrientos viese si había algunos libros de malas artes, y Fr. Lope los miró e fizo quemar algunos, e los otros [617] quedan en su poder. Exclama Juan de Mena, elogiando a D. Enrique, en el Labyrintho:

                                  Aquel claro padre, aquel dulce fuente,
aquel que en el Cástolo monte resuena,
es don Enrique, señor de Villena,
honra de España y del siglo presente.
¡Oh ínclito, sabio, auctor muy sciente,
otra, y aun otra vegada yo lloro,
porque Castilla perdió tal tesoro,
no conoscido delante la gente!
   Perdió los tus libros, sin ser conoscidos,
y como en exequias te fueron ya luego,
unos metidos al ávido fuego,
y otros sin orden no bien repartidos.
Cierto en Athenas los libros fingidos
que de Protágoras se reprobaron,
con ceremonia mayor se quemaron,
cuando al Senado le fueron leídos.

     En estas quejas revélase cierta animosidad contra Barrientos, a quien en manera alguna puede tacharse de ignorante, pues si reservó los libros fue para aprovecharlos en sus tratados de artes mágicas, y si quemó alguno, hízolo muy a su pesar y obedeciendo al mandato del rey. Así se infiere de este pasaje de su libro De las especies de adevinanza, ya citado por el comendador Griego en las notas a Juan de Mena: (Este es aquel libro de Raziel) que después de la muerte de D. Enrique de Villena, tú, como Rey cristianísimo, mandaste a mí tu siervo que lo quemasse a vueltas de otros muchos. Lo cual yo pusse en ejecución en presencia de algunos tus servidores. En lo cual, ansí como en otras cossas muchas, paresció e paresce la gran devoción que su señoria siempre ovo en la religión christiana. E puesto que aquesto fue y es de loar, pero por otro respecto, en alguna manera es bien guardar los dichos libros, tanto que estuviessen en guarda e poder de buenas personas fiables, tales que no usassen de ellos, salvo que los guardassen, a fin que algún tiempo podría aprovechar a los sabios leer en los tales libros por defensión de la fe e de la religión christiana e para confusión de los tales idólatras y nigrománticos.»

     De las obras de D. Enrique de Villena que hoy tenemos, sólo una pertenece a estas materias: el Tratado de aojamiento o fascinología, dirigido en forma de carta a Juan Fernánez de Valera desde la villa de Torralba en 3 de junio de 1411 (1081). De pueril y ridículo calificó este tratado el doctor montañés Floranes, y con razón sobrada si es que D. Enrique le escribió en serio. Exórnale varia e indigesta erudición, citándose en corto espacio más de treinta autores, de ellos clásicos, de ellos árabes y judíos (1082), [618] algunos bien peregrinos. Admite el de Villena que «hay algunas personas tanto venenosas en su complisión..., que por vista sola emponzoñan el aire e los a quien aquel aire tañe o lo reciben por atracción respirativa... E avemos doméstico exemplo del daño e infeción de las mujeres mestruosas, que, acatando en el espejo, facen en él máculas o señales... La tal venenosidad de complisión, más por vista obra que por otra vía, por la sotileza del espíritu visivo... e tiene distintos grados, según la potencia del catador e la disposición del acatado. E por esto más en los niños pequeños acaesce tal daño, seyendo mirados de dañosa vista por la abertura de sus poros e fervor delicado de su sangre abondosa, dispuesta a recibir la impresión... De esto mueren asaz e otros adolescen... e non les prestan las comunes medicinas... E cuidan muchos que las palabras dañan en esto más que el catar, porque ven que si uno mira a otro que le bien parezca e lo alaba de fermoso e donoso, luego en él paresce daño de ojo, siquier de fascinación... La causa de esto es que aquel que alaba la cosa mirada... parece que la mira más fuerte e firme atentamente que a otra cosa».

     Señala luego tres maneras de remedios: unos preservativos, otros para conocer el daño recelado... si es fascinación, otros después del daño. En las tres maneras se puede obrar por superstición, por virtud o por calidad.

     Como preservativos supersticiosos se usaban «manguelas de plata pegadas e colgadas de los cabellos con pez e incienso, sartas de conchas, manezuelas en el hombro de la ropa, pedazos de espejo quebrado, agujas despuntadas, colirio de la piedra negra del antimonio, nóminas», etc. «A los moros lavan los rostros con el agua del almanchizén, que es rocío de mayo..., e cuélganles del pesquezo granos de peonía, e pónenles libros pequeños escritos, e dícenles tahalil, e dineros forrados al cuello e contezuelas de colores... A los grandes de edat untábanles los pies e ataban los pulgares con la vuelta que mostró Enok, estando contra Oriente, e saltaban facia arriba tres veces antes que saliesen de sus casas, e pasaban el rallo por el vientre de las bestias de cabalgar antes que andobiesen camino... Esto usaban los alárabes de Persia: traen avellanas llenas de azogue cerradas con cera en el brazo derecho; ponen a sus criaturas espejuelos en los cabellos e pasánles por los ojos, antes que sepan hablar, ojos de gatos monteses e otras muchas maneras tales...» Pero D. Enrique declara que aborrece tales supersticiones, como perniciosas y contrarias a la divina ley en que se deleita.

     «Por virtud natural usan traer coral e fojas de laurel e raíces de mandrágora, e piedra esmeralda, e jacinto, e dientes de pez, e ojo de águila..., buenos olores e suaves, así como almizcle, e acibra, e linaloe o gálvano, e úngula odorífera, e cálamo aromático, e clavos, e cortezas de manzanas e de cidras, e nueces de ciprés. De estas cosas se conforta el espíritu del que lo trae, e facen fuerte su complision por beneficio cordial contra el venenoso [619] aire, depurándolo e rarificándolo con su calentura e fragancia... Para esto aprovechan las buenas aguas, así como muscada, e rosada, e de azúcar, e de romero, e de melones, e de vinagre, e las buenas unturas, como el ungüento del alabastro...»

     «Para investigar e certificarse del fascinado que se presume, usaban lanzar gotas de aceite en el dedo menor de la derecha mano sobre agua queda en vaso puesto en presencia del pasionado y paraban mientes si derramaban o se mudaban de colores... Otros lanzaban en agua una clara de huevo... e levantábanse astiles e figuras en el agua que parescen de personas, e allí decían los entendidos en esto si era fascinado e cómo le vino e de qué personas... Algunas reliquias de esto que han quedado son defendidas como supersticiosas e contrarias al buen vivir... De esto puso el Rabí Aser en la Cábala que dejó en Toledo escrita de su mano... Aun por virtud de suspensiones e aplicaciones fallaban esto...; como poniendo sobre los pechos la piedra tan dura que se falla en el estómago del oso, face venir los ojos en lágrimas al apasionado.»

     Cuanto a los medios curativos, «usaban los pasados bostezar en nombre del enfermo muchas veces fasta que le crujían las varillas, e esta hora decían que era ya quitado el daño; otros le pesaban en balanzas con un canto grande e dábanla a beber a gallina que no oviesse puesto, e quando la avia bebido, que era señal de salud, e si non la bebía, de muerte. E algunas de estas cosas han quedado en uso de este tiempo. E tales cosas non las han por bien en la Iglesia católica, e, por ende, usar non se deben por los fieles e creyentes».

     Pero a renglón seguido pondera las obras que por virtud de palabras se hacen, en lo cual, dice, alcanzaron grandes secretos los hebraiquistas. Él dice haberlas aprendido de Rabí-Saraya, a quien decían Enferrer; de maestre Azday Crestas y de un italiano llamado Maestre Pedro de Tosiano. «Otros buscaron remedios por las virtudes de las yerbas e de los miembros de los animales e de las Piedras, así como poner fojas de albahaca en las orejas, o traer uñas de asno montés, que dicen onagro, e sortija de uña de asno doméstico, e colmillo de lobo, e piedra de diamante en el dedo, e oler hisopo... Los físicos de ahora saben de esto poco, porque desdeñan la cura de tal enfermedad diciendo que es obra de mujeres e tiénenlo en poco, e por eso no alcanzan las diferencias e secretos».

     Por lo que se deja entender, los físicos de su tiempo tenían la cabeza más sana que D. Enrique, quien, no satisfecho con haber escrito esta absurda epístola, promete un tratado para explicar «cómo esta fascinación obra en las cosas insensibles, e piedras, e fustes, e vidrios, e vasos que, loándolos de formosos, se quiebran por sí, e árboles secarse, e aguas detenerse, e tales extrañezas».

     En verdad que si los libros quemados de D. Enrique eran por semejante estilo, no perdió mucho la ciencia con perderlos, [620] aunque como repertorios de supersticiones del tiempo serían curiosos (1083). Y lo es el de la Fascinación no sólo por encerrar cuanto puede saberse de la historia del Mal de Ojo, creencia que aún dura en la mayor parte de Europa y con especialidad en Italia, sino porque revela bien a las claras la influencia de moros y judíos en las artes ilícitas de Castilla. Todavía pudiera disculparse a D. Enrique de haber consagrado tantas vigilancias a tan ruin asunto, atendiendo a que él considera la fascinación como un fenómeno natural, y, por más que indique los remedios supersticiosos, aconseja que no se usen (1084).

     El nombre del marqués de Villena sirvió, después de su muerte, para autorizar muchas ficciones. En la Biblioteca Nacional (1085) se conserva una supuesta carta de los veinte sabios cordobeses a D. Enrique, obra de algún alquimista proletario, quizá de los que rodeaban al arzobispo Carrillo. Allí se atribuye al de Villena, entre otras maravillas, la de hacerse invisible por medio de la hierba andrómena, embermejecer el sol con la piedra heliotropia, adivinar lo futuro por medio de la chelonites, atraer la lluvia y el trueno con el vaxillo de arambre, etc. Vino el siglo XVI, y se difundieron la tradición de la redoma, la de la sombra que dejó el marqués al diablo en la cueva de San Cebrián, etc..., y en ellas encontró inagotable tema la inventiva de dramaturgos, satíricos y novelistas. Púsole Quevedo, como a personaje popularísimo, en la Visita de los chistes, «hecho tajadas dentro de una redoma para ser inmortal». Hízole Alarcón, con grave detrimento de la cronología y de los datos genealógicos, héroe de su Cueva de Salamanca, como Rojas de su entretenida comedia Lo que quería ver el marqués de Villena (1086), y hoy mismo se le ve por esos teatros, con regocijo grande de nuestro pueblo, convertido en protagonista de comedia de magia.

     Con más detenimiento que ningún otro español de la Edad Media, incluso Eymerich, trató de las artes demoníacas y de sus afines el dominico Fr. Lope Barrientos, escrutador que había sido [621] de los libros de D. Enrique de Villena. No menos que tres tratados dedicó a D. Juan II sobre esta materia (1087). Rotúlase el primero Del casso et fortuna y es puramente escolástico y discursivo, investigándose en él qué cosa es casso y fortuna, quién es causa della, en qué bienes acaesce la fortuna, quiénes son aquellos que se pueden llamar afortunados, qué menguas o defectos hay en la fortuna; todo ello con excesiva sujeción a la doctrina de Aristóteles y no bastante respeto al libre albedrío. De tres causas procedía, según él, lo fortuito: o del cielo, o del ángel, o de Dios. Al explicar la influencia del cielo resbala un poco en la judiciaria.

     Siguió a este libro el Del dormir, et despertar, et del soñar, et de las adevinanzas, et agüeros, et profecía, donde averigua y resuelve Barrientos, con arreglo a los Parva Naturalia, de Aristóteles, qué cosa es dormir, et quáles son sus causas, et qué cosa es despertar; distingue en la interpretación de los sueños, con el recuerdo de los de José y otros casos de la Escritura, lo que puede tenerse por celeste inspiración y lo que es trápala y vanidad oneirocrítica; expone la teoría cristiana del profetismo y condena ásperamente las adivinanzas y agüeros.

     Rogóle D. Juan II que expusiese más por menor las especies del adevinar y de la arte mágica, para que no le acaesciese lo que a otros príncipes y prelados acaesció: condenar los inocentes y absolver los reos. Obediente el obispo de Cuenca a su mandato, copiló el Tratado de la divinanza, sin duda el más importante de los tres que debemos a su pluma. En seis partes le dividió. Disputa en la primera si hay adevinanza o no, «por cuanto es de saber que entre los filósofos y los teólogos hay gran diversidad sobre esta razón... Los filósofos afirman y creen que la adevinanza y todas las otras artes mágicas o supersticiosas son imposibles... Los teólogos afírmanlo en alguna manera por posible y aun en algunos actos por necessario». Por razones naturales probaba en el primer capítulo ser imposible toda especie de arte mágica, ya por contrato tácito, ya con expresa invocación de los espíritus malignos. «Por cuanto si verdad fuesse que los espíritus malignos oyesen y respondiesen y viniesen cuando fuesen llamados, o con ellos se ficiese algún contrato tácito o expreso, seguirse hía que los espíritus malignos oyesen y fablasen y viesen y sintiesen como los hombres y los otros animales. E, por consiguiente, se seguiría que toviesen cuerpos.»

     No se le ocurrían a Fr. Lope Barrientos razones naturales con que contestar a éstas, y en el segundo capítulo acudía a los testimonios y autoridades de la Escritura: «Primeramente se prueba que los espíritus tienen cuerpos, segunt se prueba por el espíritu maligno que aparesció a Eva y le fabló y respondió», etc.

     Demostrando así que los espíritus pueden tomar cuerpos, andar y moverse, y que, por tanto, las artes mágicas tienen ser [622] real y no solamente en la fantasía de los que fingen saber las cosas advenideras, preguntaba en la segunda parte dónde ovo nascimiento el arte mágica: «Los doctores de esta sciencia reprobada tienen y creen que esta arte mágica tovo nascimiento y dependencia de un hijo de los de Adam, el cual... la deprendió del ángel que guardaba el Paraíso terrenal... Después que Adam conosció su vejez y la brevedad de su vida, envió uno de sus fijos al Paraíso terrenal para que demandase al ángel alguna cosa del árbol de la vida, para que comiendo de aquello reparase su flaqueza e impotencia. E yendo el fijo al ángel, segund le había mandado Adam, dióle el ángel un ramo del árbol de la vida, el cual ramo plantó Adam, según ellos dicen, y cresció tanto, que después se fizo dél la cruz en que fue crucificado nuestro Salvador. E demás desto dicen los auctores desta sciencia reprobada quel dicho ángel enseñó al hijo de Adam esta arte mágica, por la cual podiesse y supiesse llamar los buenos ángeles para bien facer y a los malos para mal obrar. E de aquesta doctrina afirman que ovo nascimiento aquel libro que se llama Raziel, por cuanto llamaban así al ángel guardador del Paraíso, que esta arte enseñó al dicho fijo de Adam... E después, de allí se multiplicó por el mundo... E puesto que en el dicho libro Raziel se contienen muchas oraciones devotas, pero están mezcladas con otras muchas cosas sacrílegas y reprobadas en la Sacra Escriptura. Este libro es más multiplicado en España que en las otras partes del mundo...»

     Barrientos no podía menos de tener por fabulosas estas historias: «Debemos creer que non es posible que ángel bueno enseñase tal arte nin diese tal libro al fijo de Adam: ca non es de creer que ángel bueno enseñase doctrina tan reprobada..., salvo que algunos hombres malévolos invencionaron las tales ficciones para se mostrar divinos y sabidores de las cosas advenideras.» Igualmente faltos de fundamento y eficacia declaraba los libros de experimentos, la Clavícula de Salomón y el libro del Arte notoria.

     En lo restante de la obra, lo más curioso es el catálogo de las artes vedadas y la solución de diez dubdas que sobre ellas pueden proponerse. Trata, pues:

     De la adivinación por el juicio de las estrellas. (Astrología judiciaria.)

     De las señales o caracteres.

     De la adivinación que se face llamando los espíritus malignos.

     De los agüeros.

     De los días críticos.

     Si es lícito, cogiendo las hierbas para algunas enfermedades, decir oraciones o poner escripturas sobre los hombres y animales.

     Si es cosa lícita encantar las serpientes u otras animalias, o los niños y enfermos. [623]

     De la prueba caldaria o juicio del fierro ardiente y agua firviendo.

     Del arte notoria.

     De las imágenes astrológicas.

     Si es lícito a los clérigos defundar los altares y cubrir las imágenes de luto, o quitar las lámparas y luminarias acostumbradas por causa de dolor.

     Duraban, como se ve, en el siglo XV gran parte de las supersticiones condenadas por los concilios toledanos: Non sea osado ningún sacerdote de celebrar missa de defuntos por los vivos que, mal quieren porque mueran en breve, nin fagan cama en medio de la yglesia e oficios de muertos porque los tales mueran ayna.

     Pero la noticia más curiosa que del libro de Barrientos se saca es la existencia de conventículos o aquelarres, semejantes a los que veremos en Amboto y en Zugarramurdi: «Hay unas mujeres que se llaman brujas, las cuales creen e dicen que de noche andan con Diana, deesa de los paganos, cabalgando en bestias, y andando y pasando por muchas tierras y logares, y que pueden aprovechar y dañar a las criaturas.»

     Probado que las artes mágicas son casi siempre frívolas y de ninguna eficacia, si bien alguna vez acaezcan, por permisión divina, las cosas que los magos y hechiceros dicen, termina el obispo de Cuenca su libro manifestando el ardiente deseo que le aquejaba de erradicar estas abusiones del pueblo cristiano (1088): Non querria en esta vida otra bienaventuranza sinon poderlo facer.

     Pero el mal estaba muy hondo para que con discursos ni refutaciones desapareciese, aun condenado a porfía por teólogos, moralistas y poetas. Siguiendo la tradición didáctica del canciller Ayala, que había escrito en el Rimado de palacio, haciendo confesión de sus pecados juveniles:

                                  Contra esto, Sennor, pequé de cada día,
creyendo en agüeros, con grant malicia mía,
en suennos, en estornudos é en otra estrellería,
ca todo es vanidad, locura e follía,

escribía Fernán Pérez de Guzmán en la Confessión rimada:

                                  Aquel a Dios ama que en las planetas,
estrellas nin signos non ha confianza,
nin teme fortuna, nin de las cometas
recela que puede venir tribulanza,
nin pone en las aves su loca esperanza,
nin da fe a ensuennos, nin cuyda por suertes
desviar peligros, trabajos e muertes,
nin que por ventura bien nin mal se alcanza. [624]
   Aquel a Dios ama que del escantar
non cura de viejas, nin sus necias artes,
aquel a Dios ama que non dubda en martes
comenzar caminos nin ropas cortar,
non cura que sean más uno que tres,
nin más plazentero nin más triste es,
por fallar un lobo que un perro encontrar.
   Aquel a Dios ama que de las cartillas
que ponen al cuello por las calenturas
non usa, nin cura de las palabrillas
de los monifrates (1089) nin de las locuras
de aquel mal christiano que con grandes curas
en el hueso blanco del espalda cata, etc.

     Es decir, en el omoplato.

     Más adelante completa Fernán Pérez su reseña de las artes mágicas. En vano toma el nombre de Dios

                                     aquel que procura
favor del diablo por invocaciones,
e quien de adevinos toma avisaciones
por saber qué tal sea su ventura.

     En sus Proverbios rimados pone el origen de las ciencias ocultas en el deseo de conocer lo por venir:

                                  De aquí es la astrología
incierta e variable,
de aquí la abominable
e cruel nigromancía,
e puntos e jumencía (geomancia?),
de aquí las invocaciones
de spíritus e phitones,
de aquí falsa profecía
de estornudos e consejas,
de aquí suertes consultorias,
de aquí artes irrisorias
de escantos de falsas viejas,
de aquí frescas e añejas
diversas supersticiones,
de aquí sueños e visiones
de lobos so piel de ovejas (1090).

     El Sr. Amador de los Ríos, primero y único que en España ha tratado esta materia, inclinado a ver por doquiera el espíritu de la sociedad en los libros, toma por fuente histórica y documentos de buena ley un episodio del Labyrintho, de Juan de Mena (Orden de Saturno), en que los próceres de Castilla consultan [625] a una hechicera sobre el destino de D. Álvaro de Luna, a quien anhelaban derrocar de la privanza:

                                  Por vanas palabras de hembra mostrada,
en cercos y suerte de arte vedada.

     La consulta es histórica y se hizo en Valladolid al mismo tiempo que los del partido contrario recurrían a un fraile de la Mejorada, cerca de Olmedo, gran maestro en nigromancia, y a D. Enrique de Villena (1091); pero la descripción está casi traducida ad pedem litterae de Lucano, libro 6 de la Farsalia, en el episodio de la maga tésala Erictho, como ya advirtió el Brocense (1092).

     Por cierto que la imitación es valiente:

                                  Y busca la maga ya hasta que halla
un cuerpo tan malo, que por aventura
le fuera negado aver sepultura,
por aver muerto en no justa batalla,
y cuando de noche la gente más calla,
pónelo ésta en medio de un cerco,
y desque allí dentro, conjura al Huerco,
y todas las furias ultrices que halla.
   Ya comenzaban la invocación
con triste murmurio su díssono canto,
fingiendo las voces con aquel espanto
que meten las fieras con su triste son,
oras silvando bien como dragón,
o como tigre haciendo stridores,
oras formando ahullidos mayores
que forman los canes que sin dueño son.
..................................................................
Los miembros ya tiemblan del cuerpo muy fríos,
medrosos de oyir el canto segundo,
ya forma las voces el pecho iracundo,
temiendo la Maga y sus poderíos,
la qual se le llega con sones impíos,
y hace preguntas por modo callado,
al cuerpo ya vivo después de finado, etc.

     Pero repito que en todo esto no hizo el poeta cordobés más que traducir a su paisano, en cuyas obras leía de continuo y cuyo tono enfático y desusado remedaba muy bien (1093).

     Venían a dar fuerza a estas condenaciones de las artes mágicas los ordenamientos legales, con más o menos fruto repetidos. En 1387 había condenado D. Juan I a los que cataban agüeros, adevinanzas et suertes... e otras muchas maneras de agorerías et sorterías, faciéndose astrólogos, etc., no sin encargar a los prelados y jueces eclesiásticos que procediesen canónicamente contra los clérigos et religiosos, beatos et beatas que hubiesen caído en tales abusiones. En 1410, el infante D. Fernando de Antequera [626] y la reina D.ª Catalina, como tutores y gobernadores en la menor edad de D. Juan II, dieron muy celebrada y curiosa pragmática contra los que usan destas maneras de adevinanzas, conviene a saber: de agüeros de aves e de estornudos, e de palabras que llaman «Proverbios», e de suertes e de hechizos, y catan en agua o en cristal, o en espada o en espejo, o en otra cosa luzia, e fazen hechizos de metal e de otra cosa cualquier de adevinanza de cabeza de hombre muerto, o de bestia o de palma de niño o de mujer virgen, o de encantamientos, o de cercos, o desligamientos de casados, o cortan la rosa del monte porque sane la dolencia que llaman «rosa», e otras cosas de éstas semejantes, por haber salud e por haber las cosas temporales que cobdician No menos que con la pena de muerte se conminaba a los malfechores le aquí adelante usaren tales maleficios (1094), con destierro perpetuo a los encubridores y con el tercio de sus haciendas a los jueces morosos. Más adelante tuvo que prohibir don Juan II las cofradías y monipodios, especie de sociedades secretas.

     Conocidas las disposiciones legales, no hay para qué seguir amontonando textos de escritores coetáneos, que nada nuevo nos dirían. Baste citar dos o tres de los más señalados. E aun hoy non fallesce quien pare mientes en los sueños e por ellos juzgue lo venidero, dice D. Alonso de Cartagena en las glosas a su traducción de los Cinco libros de Séneca.

     Extensamente, pero sólo con nociones eruditas, trata de las artes mágicas et divinaciones el bachiller Alfonso de la Torre en el capítulo 17 de su Visión delectable. Allí se apuntan teorías que pudiéramos llamar espiritistas: «Yo te diría cómo hay espíritus allá en el mundo et cómo hay algunos que se deleitan en las pasiones de los hombres..., e yo te diría cómo hay secretos buscados por inquisición de la experiencia fuerte, y decirte hia las opiniones de las gentes en los espíritus del aire y del fuego, y cómo algunos dijeron que eran engendrables et corruptibles et nascian et morían...: mas pusieron el tiempo de su vida ser mui luengo... y que habían gran conocimiento de las cosas natura es por la delgadeza del su espíritu et por la ligereza de su materia, e fízolos venir en aquesta opinión que veían por las experiencias mágicas que una yerba les plazia, y ella encendida, luego venían, y veían que otra les desplazía y les facia grande enojo, y... que la sangre de un animal les alegraba, y otra les entristecía, y aquesto no podía ser según naturaleza si no fueren temporales y toviesen potencias sensitivas. Para esto hobo en el mundo secretos, los cuales no es lícito hablar dellos... Y dígote ciertamente que también hay entre las gentes y en el aire otros espíritus engañadores et burladores [627] de los omes; mas cómo son, si son de los buenos o no, ya te dije que no te lo puedo decir.» Después habla de los genios y lares de los antiguos, de los vates y sibilas, de la adivinación por sueños, etc. Atribuye a Zoroastro y a Demetrio la invención del arte mágica, cuyas especies (nigromancia, philacterias, fitónicos, ariolos, astrología judiciaria, augurios, prestigios, sortilegios, geomancia, epirmancia, hidromancia, ariomancia, etc.) enumera y describe con prolijidad. Otros echaban cera en el agua, e en las imágenes adevinaban, o echaban un huevo en una redoma de agua...; otros ponían de noche ciertas letras con azafrán en una cosa lisa, et miraban el primer viento. El bachiller De la Torre anda muy indulgente con algunas supersticiones, a las que debía ser aficionado. «Aquestas solas artes que usan sangres o sahumerios... son malditas. Mas el ayuntar lo activo al pasivo, y el esculpir de las piedras en tal signo, o el adevinar en las estrellas, lícito es si es a buen fin, e otrosí pronunciar de nombres lícitos que llaman tabla, et constreñir los espíritus con aquella virtud, lícito es mientras el fin sea bueno. Bien puede el astrólogo hacer una imagen en el signo del Escorpión, para que sane los hombres de toda mordedura de serpiente, et lícito sería a un hombre hacer una imagen por quitar los lobos o la langosta de una tierra; y los que dicen que esto no es posible, también confiesan que no saben nada.»

     ¡Cuánto dista este errado sentir de las nobles palabras con que el Tostado, en su Confesional, reprende como idolatría el honrar cielo y estrellas y hasta la mal entendida veneración de algunas imágenes! E de aquí se siguen grandes errores et escándalos, e el pueblo menudo tórnase hereje e idólatra (1095).

     Grande debió de ser el contagio de las artes mágicas e irrisorias en el desastroso reinado de Enrique IV. Presentóse la brujería con todos sus caracteres en tierras de Vizcaya, a cuyos habitantes tacha el viajero Rotzmithal de conservar las mismas supersticiones acerca de los enterramientos que condenó el sínodo Iliberitano. En vez de entrar en la iglesia se reunían cerca de los sepulcros, adornándolos con luces y flores.

     El arcediano D. Pedro Fernández de Villegas, en el curiosísimo comento que añadió a su traducción del Infierno del Dante (1096), da estas peregrinas noticias sobre el foco de hechicería descubierto en Amboto, imperando ya los Reyes Católicos: «Y en nuestros tiempos, por nuestros grandes pecados, en España se ha fallado grandísimo daño de infinitos heréticos de linaje de judíos...; y en las montañas y provincias de Vizcaya, de otros que llaman de la sierra de Amboto, que tenían diabólicos errores... En los cuales tratos también se entremeten, y mucho, unas falsas mujeres fechiceras que llamamos brujas [628] y xorguinas (sorquiñas se llaman todavía en Vizcaya), las cuales fazen fechizos y maldades, tienen sus pláticas y tratos con los demonios... En los processos que se ficieron contra aquellos de la tierra de Amboto se dice y confiesa por muchas personas haber visto al diablo y fablándole, veces en figura de cabrón y otras veces en figura de un mulo grande et fermoso..., y dicen éstas que se reconciliaron y confesaron su error, que si algunas veces aparescía el diablo en figura de hombre, siempre traía alguna señal que demostraba su maldad, como un cuerno en la cabeza o en la frente o algunos dientes de fuera que salían fuera de la boca, o cosa semejante.»

     Fue descubierta esta herejía en el año de 1500, según unos apuntamientos manuscritos de Fr. Francisco de Vargas que poseía Floranes. Adelante veremos cómo cunde esta lepra social de la brujería en todo el siglo XVI.

     Desde luego, y para acrecentarla, había caído sobre Europa en el siglo XV una raza indostánica, reducida en Oriente a la condición de paria y arrojada hacia Occidente por la invasión de las hordas de Timur-beck. Según los países de donde llegaba o se les suponía oriundos, recibieron distintos nombres; aquí, el de gitanos. Esta gente extraña, sin Dios, sin patria, ni hogar, ni tradiciones, mirada siempre con recelo por el pueblo y los legisladores, encontró en lo maravilloso un modo de subsistir enlazado con otras malas artes. No quedó vinculada en ellos la adivinación, pero aumentaron y reformaron sus prácticas con otras usadas en el Extremo Oriente (1097).

     El hecho de los herejes de Amboto, que en manera alguna ha de atribuirse a influencia gitanesca, no aparece aislado. Las Crónicas de Nuestra Señora de Aránzazu narran la tradición siguiente: «En tiempos antiguos (?) llegó un sujeto del reino de Francia, de la población de Guiana, a las partes de Cantabria (1098), [629] acreditándose de muy entendido y sabio, siendo a la verdad grandísimo hechicero y brujo, en cuya persona pretendía el demonio ser adorado de las gentes más rústicas y sencillas... Este diabólico hombre se llamaba Hendo, y por este nombre una parte de la raya de Francia entre España se llama Hendaya, y el monte Indomendia tomó también el nombre de Hendo (1099). El tiempo que este hijo de maldición vivió en algunas partes de aquella tierra engañó a muchas personas inocentes y sencillas, enseñándoles brujerías y hechizos, por cuyo medio las obligó a dar reverencia y adoración al demonio... No desamparó del todo Dios a aquellos pueblos y gente engañada, porque entre ellos no faltaron hombres cuerdos y celosos que, reconociendo el daño, procuraron atajarlo, solicitando prender a tan falso predicador y apóstata del Evangelio. No se pudo conseguir el mandamiento de su prisión porque, avisado y prevenido de esta determinación, huyó de aquellos parajes a otros, donde nunca pareció ni se supo más de su persona, dejando tan inficionada la tierra, que, aunque faltó su presencia, no faltaron herejes de su doctrina y secta perniciosísima» (1100) y (1101).

     Quién fue Hendo o en qué tiempo hizo su propaganda en el Pirineo vasco, de todo punto lo ignoro. Y sería curioso averiguarlo, porque de él arranca un como renacimiento de la hechicería vascongada, no extinguido ni aun en el siglo XVII por las eficaces pesquisas del Tribunal de Logroño.

     En el Ordenamiento de corregidores de 1500 dieron nueva fuerza los Reyes Católicos a todas las pragmáticas contra hechicerías dictadas por D. Juan II y otros monarcas. Doña Isabel tenía sumo aborrecimiento, a tales vanidades y las juzgaba con libre espíritu. No creía en el poder de las ligaduras mágicas, a pesar del dictamen de Fr. Diego de Deza y otros teólogos. [630] Tal nos informa el anónimo continuador de la Historia de España del palentino D. Rodrigo Sánchez de Arévalo (1102).

     Diego Gullén de Ávila, en el Panegírico de la reina Isabel, la elogiaba por haber desterrado, a par de otros vicios,

Agüeros, hechizos y su falsa sciencia.

     Y, sin embargo, el monumento literario más notable de aquella era, especie de piedra miliaria entre la Edad Media y el Renacimiento, al cual pertenece por el exquisito primor de la forma; en una palabra, la Tragicomedia de Calixto y Melibea, joya artística de inestimable precio, si bien la desdore lo repugnante de los accidentes; luz y espejo de lengua castellana, cuadro de un realismo vigoroso y crudo, nos da fe y testimonio de que las artes ilícitas seguían en vigor y en auge, aplicadas a tercerías eróticas, siendo profesora y maestra de ellas la zurcidora de voluntad y medianera de amorosos tratos, a quien el Arcipreste de Hita llamó Trotaconventos, y a quien, con el nombre imperecedero de Celestina, naturalizó Fernando de Rojas en los reinos del arte y la fantasía popular. La repugnante heroína de nuestra tragicomedia usaba para sus maleficios: «huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño..., soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas». Venían a ella muchos hombres y mujeres, y a unos demandaba «el pan do mordían, a otros de su ropa, a otros de sus cabellos, a otros pintaba en la palma letras con azafrán, a otros con bermellón; daba unos corazones de cera, llenos de agujas quebradas, e otras cosas en barro y en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra... y todo era burla y mentira».

     En boca de Celestina pónese un conjuro lleno de reminiscencias clásicas y, por ende, no muy verosímil en una mujerzuela [631] del pueblo, ruda y sin letras, aunque pueda sostenerse que hasta en las últimas clases de la sociedad influía entonces la tradición latina: «Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los hervientes etneos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos... de las pecadoras ánimas... Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas; por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras, de que este aceite fue hecho, con el cual uno este hilado, que vengas sin tardanza a obedescer mi voluntad», etc.

     Diciendo vade retro a esta terrorífica evocación, suspendo aquí la historia de las artes mágicas en España para continuarla en tiempo oportunos (1103).



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Epílogo

Apostasías.-Judaizantes y mahometizantes.

I. Preliminares.-II. Proselitismo de los hebreos desde la época visigoda. Judaizantes después del edicto de Sisebuto. Vicisitudes de los judíos en la Península. Conversiones después de las matanzas. Establécese el Santo Oficio contra los judaizantes o relapsos. Primeros actos de aquel Tribunal.-III. «Mahometizantes». Sublevaciones y guerras de los «muladíes» bajo el califato de Córdoba. Los renegados y la civilización musulmana. Fray Anselmo de Turmeda, Garci-Ferrandes de Gerena y otros apóstatas.



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- I -

Preliminares

     No sería completo el cuadro que en este libro presentamos de las aberraciones medievales en punto a religión si prescindiéramos de dos elementos poderosísimos de extravío y caída: el judaísmo y el mahometismo. No porque debamos hacer sujeto de este apéndice la historia de judíos y musulmanes, ya que los que nunca fueron bautizados, mal pueden figurar en una Historia de los heterodoxos, sino porque herejes son los apóstatas, según el autorizado parecer del Santo Oficio, que [632] siempre los nombra así en sus sentencias (1104). Ya sé que esta costumbre española no se ajusta muy bien con el general dictamen de canonistas y teólogos, los cuales hacen clara distinción entre el crimen de herejía y el de apostasía. Pero, a decir verdad, esta distinción es de grados, y si adoptamos el vocablo más general, heterodoxia, para designar toda opinión que se aparta de la fe, nadie llevará a mal que, siquiera a modo de apéndice, tratemos de judaizantes y mahometizantes, mucho más habida consideración al íntimo enlace de algunas apostasías con los sucesos narrados en capítulos anteriores. Empezaremos por la influencia judaica, mucho más antigua en nuestro suelo.



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- II -

Proselitismo de los hebreos desde la época visigoda.-Judaizantes después del edicto de Sisebuto.-Vicisitudes de los judíos en la Península.-Conversiones después de las matanzas.-Establécese el santo oficio contra los judaizantes o relapsos.-Primeros actos de aquel Tribunal.

     El Sr. Amador de los Ríos, cuya reciente pérdida lloran los estudios de erudición española, describió con prolijidad y copia de noticias verdaderamente estimables las vicisitudes del pueblo de Israel en nuestro suelo. A su libro y a los de Graetz, Kayserling y Bedarride (1105) puede acudir el curioso en demanda de mayores noticias sobre los untos que voy a indicar, pues no gusto de rehacer trabajos lechos -y no mal- antes de ahora.

     Sería en vano negar, como hacen los modernos historiadores judíos y los que sin serlo se constituyen en paladines de su causa, ora por encariñamiento con el asunto, ora por mala voluntad a España y a la Iglesia católica, que los hebreos peninsulares mostraron muy temprano anhelos de proselitismo, siendo ésta no de las menores causas para el odio y recelo con que el pueblo cristiano comenzó a mirarlos. Opinión ya mandada retirar es la que supone a los judíos y a otros pueblos semíticos Incomunicables y metidos en sí. ¿No difundieron su religión entre los paganos del imperio? ¿No habla Tácito de transgressi in morem Iudaeorum? ¿No afirma Josefo que muchos griegos abrazaban la Ley? Y Juvenal, ¿no nos ha conservado noticia de los romanos, que, desdeñando las creencias patrias, aprendían y observaban lo que en su arcano volumen enseñó Moisés? Las mujeres de Damasco eran casi todas judías en tiempo de Josefo; y en Tesalónica y en Beroe había gran número de prosélitos, según leemos en las Actas de los Apóstoles. [633]

     Cierto que esta influencia, que entre los gentiles, y por altos juicios de Dios, sirvió para allanar el camino a la Ley Nueva, debía tropezar con insuperables obstáculos enfrente de esta misma ley. ¿Qué especie de prosélitos habían de hacer los judíos entre los discípulos de Aquel que no vino a desatar la ley, sino a cumplirla? La verdad, el camino y la vida estaban en el cristianismo, mientras que, ciegos y desalumbrados los que no conocieron al Mesías, se iban hundiendo más y más en las supersticiones talmúdicas.

     No tenía el judaísmo facultades de asimilación y, sin embargo, prevalido de la confusión de los tiempos, del estado de las clases siervas, de la invasión de los bárbaros y de otras mil circunstancias que impedían que la semilla cristiana fructificase, tentó atraer, aunque con poco fruto, creyentes a la sinagoga.

     Sin remontarnos a los cánones de Ilíberis, en otro lugar mencionados, donde vemos que los judíos bendecían las mieses, conviene fijar la atención en la época visigoda. El concilio III de Toledo les prohíbe tener mujeres o concubinas cristianas y circuncidar o manchar con el rito judaico a sus siervos, quedando éstos libres, sin rescate alguno, caso que el dueño se hubiera empeñado en hacerles judaizar. Para en adelante prohibía a los hebreos tener esclavos católicos, porque entre ellos se hacía la principal propaganda.

     Continuó ésta hasta el tiempo de Sisebuto, quien manda de nuevo manumitir a los esclavos cristianos, con prohibición absoluta de comprarlos en lo sucesivo (leyes 13 y 14 tít.2, 1.12, del Fuero juzgo); veda el circuncidar a ningún cristiano libre o ingenuo y condena a decapitación al siervo que, habiendo judaizado permaneciese en su pravedad.

    Justo era y necesario atajar el fervor propagandista de los hebreos; pero Sisebuto no se paró aquí. Celoso de la fe, aunque con celo duro y poco prudente, promulgó un edicto lamentable, que ponía a los judíos en la alternativa de salir del reino o abjurar su creencia. Aconteció lo que no podía menos: muy pocos se resignaron al destierro, y se hicieron muchas conversiones o, por mejor decir, muchos sacrilegios, seguidos de otros mayores. Cristianos en la apariencia, seguían practicando ocultamente las ceremonias judaicas.

     No podía aprobar la conducta atropellada de Sisebuto nuestra Iglesia, y de hecho la reprobó en el IV concilio Toledano (de 633), presidido por San Isidoro, estableciendo que a nadie se hiciera creer por fuerza. Pero ¿qué hacer con los judíos que por fuerza habían recibido el bautismo y que en secreto o en público eran relapsos? ¿Podía la Iglesia autorizar apostasías? Claro que no, y por eso se dictaron cánones contra los judaizantes, quitándoles la educación de sus hijos, la autoridad en todo juicio y los siervos que hubiesen circuncidado. Todo esto es naturalísimo, y me maravilla que haya sido censurado. Ya [634] no se trataba de judíos, sino de malos cristianos, de apóstatas. Porque Sisebuto hubiera obrado mal, no era lícito tolerar un mal mayor.

     Chintila prohíbe habitar en sus dominios a todo el que no sea católico. Impónese a los reyes electos el juramento de no dar favor a los judíos. Y Recesvinto promulga durísimas leyes contra los relapsos, mandándolos decapitar, quemar y apedrear,(Fuero juzgo, leyes 9.10 y 11 tít. 2 1.12). En el concilio VIII presenta el mismo rey un memorial de los judíos de Toledo, prometiendo ser buenos cristianos y abandonar en todo las ceremonias mosaicas, a pesar de la porfía de nuestra dureza y de la vejez del yerro de nuestros padres, y resistiéndose, sólo por razones higiénicas, a comer carne de puerco.

     Los judíos, que en tiempo de Sisebuto habían emigrado a la tierra de los francos, volvieron en gran número a la Narbonense cuando la rebelión de Paulo; pero Wamba tornó a desterrarlos. Deseosos de acelerar la difusión del cristianismo y la paz entre ambas razas, los concilios XII y XIII de Toledo conceden inusitados privilegios a los conversos de veras (plena mentis intentione), haciéndolos nobles y exentos de la capitación. Pero todo fue en vano: los judaizantes, que eran ricos y numerosos en tiempo y de Egica, conspiraron contra la seguridad del Estado, quizá de acuerdo con los musulmanes de África. El peligro era inminente. Aquel rey y el concilio XVII de Toledo apelaron a un recurso extremo y durísimo, confiscando los bienes de los judíos, declarándolos siervos y quitándoles los hijos para que fuesen educados en el cristianismo.

     Esta dureza sólo sirvió para exasperarlos, y, aunque Witiza se convirtiera en protector suyo, ellos, lejos de agradecérselo, cobraron fuerzas con su descuido e imprudentes mercedes para traer y facilitar en tiempo de D. Rodrigo la conquista musulmana, abriendo a los invasores las puertas de las principales ciudades, que luego quedaban bajo la custodia de los hebreos: así Toledo, Córdoba, Híspalis, Ilíberis.

     Con el califato cordobés (1106) empieza la edad de oro para los judíos peninsulares. Rabí-Moseh y Rabí-Hanoc trasladan a Córdoba las Academias de Oriente. R. Joseph ben Hasday, médico, familiar y ministro de Abderramán III, tiende la mano protectora sobre su pueblo. Y, a la vez que éste acrece sus riquezas y perfecciona sus industrias brotan filósofos, talmudistas y poetas, predecesores y maestros de los todavía más ilustres Gabiroles, Ben-Ezras, Jehudah-Leví, Abraham-ben-David, Maimónides, etc. Pueblos exclusivamente judíos, como Lucena, llegan a un grado de prosperidad extraordinario.

     El fanatismo de los almohades, que no hemos de ser solos los cristianos los fanáticos, pone a los judíos en el dilema de «islamismo o muerte». Hordas de muzmotos, venidos de África, [635] allanan o queman las sinagogas. Entonces los judíos se refugian en Castilla y traen a Toledo las Academias de Sevilla, Córdoba y Lucena, bajo la protección del emperador Alfonso VII. Otros buscan asilo en Cataluña y en el Mediodía de Francia.

     De la posterior edad de tolerancia, turbada sólo por algún atropello rarísimo, como la matanza que hicieron los de Ultra-puertos en Toledo el año 1212, resistida por los caballeros de la ciudad, que se armaron en defensa de aquella miserable gente, no me toca hablar aquí. Otra pluma la ha historiado, y bien, poniendo en el centro del cuadro la noble figura de Alfonso el Sabio, que reclama y congrega los esfuerzos de cristianos, judíos y mudéjares para sus tareas científicas. Verdad es que ya en tiempo de Alfonso VII había dado ejemplo de ello el inolvidable arzobispo toledano D. Raimundo.

     Que los judíos no renunciaban, a pesar de la humanidad con que eran tratados, a sus anhelos de proselitismo, nos lo indica D. Jaime el Conquistador en los Fueros de Valencia, donde manda que todo cristiano que abrace la ley mosaica sea quemado vivo. El rey conqueridor, deseoso de traer a los judíos a la fe, envía predicadores cristianos a las sinagogas, hace que dominicos y franciscanos se instruyan en el hebreo como en el árabe, y, accediendo a los deseos del converso Fr. Pablo Christiá, autoriza con su presencia, en 1263 y 1265, las controversias teológicas de Barcelona entre Rabí-Moseh-ben-Najman, Rabí-ben-Astruch de Porta y el referido Pablo, de las cuales se logró bien poco fruto, aunque en la primera quedó Najman muy mal, parado (1107).

     A pena de muerte en hoguera y a perdimiento de bienes condena D. Alfonso el Sabio, en la partida VII (ley 7 tít.25), al malandante que se tornase judío, tras de prohibir a los hebreos «yacer con cristianas, ni tener siervos bautizados», so pena de muerte en el primer caso, y de perderlos en el segundo, aunque no intentaran catequizarlos.

     La voz popular acusaba a los judíos de otros crímenes y profanaciones inauditas. «Oyemos decir, escribe el legislador, que en algunos lugares los judíos ficieron et facen el dia de Viernes Sancto remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesu Christo, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, e faciendo imágenes de cera, et crucificándolas, quando los niños non pueden aver.» Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, y el mismo D. Alonso, en las Cantigas, habían consignado una tradición toledana muy semejante.

     Cámbiase la escena en el siglo XIV. La larga prosperidad de los judíos, debida en parte al ejercicio del comercio y de las artes mecánicas y en parte no menor a la usura y al arrendamiento de las rentas reales, excitaba en los cristianos quejas, [636] murmuraciones y rencores de más o menos noble origen.

     Al fervor religioso y al odio de raza, al natural resentimiento de los empobrecidos y esquilmados por malas artes, a la mala voluntad con que el pueblo mira a todo cobrador de tributos y alcabalas, oficio dondequiera aborrecido, se juntaban pesares del bien ajeno y codicias de la peor especie. Con tales elementos y con la ferocidad del siglo XIV, ya antes de ahora notada como un retroceso en la historia de Europa, a nadie asombrarán las matanzas y horrores que ensangrentaron las principales ciudades de la Península, ni los durísimos edictos, que, en vez de calmar las iras populares, fueron como leña echada al fuego. Excepciones hay, sin embargo. Tolerante se mostró con los judíos D. Alfonso XI en el Ordenamiento de Alcalá, y más que tolerante, protector decidido e imprudente, D. Pedro el Cruel, en quien no era el entusiasmo religioso la cualidad principal. Los judíos eran ricos y convenía a los reyes tenerlos de su parte, sin perjuicio de apremiarlos y despojarlos en casos de apuro.

     Las matanzas, a lo menos en grande escala, comenzaron en Aragón y en Navarra. Los pastores del Pirineo, en número de más de 30.000, hicieron una razzia espantosa en el Mediodía de Francia y en las comarcas españolas fronterizas. En vano los excomulgó Clemente V. Aquellas hordas de bandidos penetraron en Navarra (año 1321), quemando las aljamas de Tudela y Pamplona y pasando a cuchillo a cuantos judíos topaban. Y aunque el infante de Aragón, D. Alfonso, exterminó a los pastores, los navarros seguían a poco aquel mal ejemplo, incendiando en 1328 las juderías de Tudela, Viana, Estella, etc., con muerte de 10.000 israelitas. En 1360 corre la sangre de los judíos en Nájera y en Miranda de Ebro, consintiéndolo el bastardo de Trastamara, que hacía armas contra D. Pedro.

     No mucho después comenzó sus predicaciones en Sevilla el famoso arcediano de Écija, Hernán Martínez, varón de pocas letras y de loable vida (in litteratura simplex, et laudibilis vitae.), dice Pablo de Santa María, pero hombre animado de un fanatismo sin igual y que no reparaba en los medios, lo cual fue ocasión de innumerables desastres. La aljama de Sevilla se quejó repetidas veces a D. Enrique II y a D. Juan I de las predicaciones de Hernán Martínez, y obtuvo albalaes favorables. Con todo eso, el arcediano seguía conmoviendo al pueblo para que destruyera las sinagogas, Y en vista de tal contumacia, el arzobispo D. Pedro Gómez Barroso le declaró rebelde y sospechoso de herejía, privándole de las licencias de predicar. Pero, vacante a poco aquella metropolitana, el arcediano, ya provisor, ordenó el derribo de las sinagogas de la campiña y de la sierra, que en parte se llevó a cabo, con resistencia de los oficiales del rey.

     Vino el año 1391, de triste recordación, y, amotinada la muchedumbre en Sevilla con los sediciosos discursos de Hernán [637] Martínez, asaltó la judería, derribando la mayor parte de las sinagogas, con muerte de 4.000 hebreos. Los demás pidieron a gritos el bautismo. De allí se comunicó el estrago a Córdoba y a toda la Andalucía cristiana, y de Andalucía a Valencia, cuya riquísima aljama fue completamente saqueada. Sólo la poderosa y elocuente voz de San Vicente Ferrer contuvo a los matadores, y, asombrados los judíos, se arrojaron a las plantas del dominico, que logró aquel día portentoso número de conversiones.

     Poco después era incendiada y puesta a saco la aljama de Toledo. Mas en ninguna parte fue tan horrenda la destrucción como en el Call de Barcelona, donde no quedó piedra sobre piedra ni judío con vida, fuera de los que a última hora pidieron el bautismo. Cobdicia de robar y no devoción, ya lo dice el canciller Ayala, incitaba a los asesinos en aquella orgía de sangre, que se reprodujo en Mallorca, en Lérida, en Aragón y en Castilla la Vieja en proporciones menores por no ser tanto el número de los judíos. Duro es consignarlo, pero preciso. Fuera de las justicias que D. Juan, el amador de toda gentileza, hizo en Barcelona, casi todos estos.. escándalos quedaron impunes.

     El número de conversos del judaísmo, entre los terrores del hierro y del fuego, había sido grande. Sólo en Valencia pasaron de 7.000. Pero qué especie de conversiones eran éstas, fuera de las que produjo con caridad y mansedumbre Fr. Vicente Ferrer, escudo y defensa de los infieles hebreos valencianos, fácil es de adivinar, y por optimista que sea mi lector, no habrá dejado de conocerlo. De esos cristianos nuevos, los más judaizaban en secreto; otros eran gente sin Dios ni ley: malos judíos antes y pésimos cristianos después. Los menos en número, aunque entre ellos los más doctos, estudiaron la nueva ley, abrieron sus ojos a la luz y creyeron. Nadie los excedió en celo, a veces intolerante y durísimo, contra sus antiguos correligionarios. Ejemplo señalado es D. Pablo de Santa María (Selemoh-Ha-Leví), de Burgos, convertido, según es fama, por San Vicente Ferrer.

     Gracias a este varón apostólico se iba remediando en mucha parte el daño de la conversión súbita y simulada. Muchos judíos andaluces y castellanos que en los primeros momentos sólo por el terror habían entrado en el gremio de la Iglesia, tornáronse en sinceros y fervorosos creyentes a la voz del insigne catequista, suscitado por Dios en aquel tremendo conflicto para detener el brazo de las turbas y atajar el sacrilegio, consecuencia fatal de aquel pecado de sangre.

     Con objeto de acelerar la deseada conversión de los hebreos, promovió D. Pedro de Luna (Benedicto XIII) el Congreso teológico de Tortosa, donde el converso Jerónimo de Santa Fe (Jehosuah-Ha-Lorquí) sostuvo (enero de 1413), contra catorce rabinos aragoneses, el cumplimiento de las profecías [638] mesiánicas. Todos los doctores hebreos, menos Rabí-Joseph-Albo y Rabí-Ferrer, se dieron por convencidos y abjuraron de su error. Esta ruidosísima conversión fue seguida de otras muchas en toda la corona aragonesa.

     Así iba perdiendo el judaísmo sus doctores, quienes con el fervor del neófito y el conocimiento que poseían de la lengua sacra y de las tradiciones de su pueblo, multiplicaban sus profundos y seguros golpes, levantando a altísimo punto la controversia cristiana. Seguían en esto el ejemplo de Per Alfonso, que en el siglo XII escribió sus Diálogos contra las impías opiniones de los judíos, y de Rabí-Abner, o Alfonso de Valladolid, que en los principios del XIV dio muestras de su saber escriturario en el Libro de las batallas de Dios, en el Monstrador de justicia y en el Libro de las tres gracias (1108). Jerónimo de Santa Fe, después de su triunfo de Tortosa, ponía mano en el Hebraeomastix, y D. Pablo de Santa María redactaba su Scrutinium Scripturarum, digno de veneración y rico hoy mismo en enseñanza: como que era su autor doctísimo hebraísta. Elevado el burguense a la alta dignidad de canciller de Castilla, redactó la severa pragmática de 1412 sobre encerramiento de judíos e moros.

     La sociedad española acogía con los brazos abiertos a los neófitos, creyendo siempre en la firmeza de su conversión. Así llegaron a muy altas dignidades de la Iglesia y del Estado, como en Castilla los Santa Marías, en Aragón los Santa Fe, los Santángel, los La Caballería (1109). Ricos e influyentes los conversos, mezclaron su sangre con la de nobilísimas familias de uno y otro reino, fenómeno social de singular trascendencia, que muy luego produce una reacción espantosa, no terminada hasta el siglo XVII.

     Nada más repugnante que esta interna lucha de razas, causa [639] principal de decadencia para la Península. La fusión era siempre incompleta. Oponíase a ella la infidelidad de muchos cristianos nuevos, guardadores en secreto de la ley y ceremonias mosaicas, y las sospechas que el pueblo tenía de los restantes. Unas veces para hacerse perdonar su origen y otras por verdadero fervor, más o menos extraviado, solían mostrarse los conversos enemigos implacables de su gente y sangre. No muestran caridad grande micer Pedro de La Caballería en el Zelus Christi ni Fr. Alonso de la Espina en el Fortalitium fidei. Señaladísimo documento, por otra parte, de apologética, y tesoro de noticias históricas.

     Como los neófitos no dejaban por eso de ser ricos ni de mantener sus tratos, mercaderías y arrendamientos, volvióse contra muchos de ellos el odio antiguo de la plebe contra los judíos cobradores y logreros. Fue el primer chispazo de este fuego el alboroto de los toledanos en 1449, dirigidos por Pedro Sarmiento y el bachiller Marcos García Mazarambroz, a quien llamaban el bachiller Marquillos (1110), el primero de los cuales, alzado en alcalde mayor de Toledo, despojaba, por sentencia de 5 de junio, a los conversos de todo cargo público, llamándolos sospechosos en la fe. Y aunque por entonces fue anulada semejante arbitrariedad, la semilla quedó y de ella nacieron en adelante los estatutos de limpieza.

     Entre tanto, Fr. Alonso de Espina se quejaba en el Fortalitium de la muchedumbre de judaizantes y apóstatas, proponiendo que se hiciera una inquisición en los reinos de Castilla. A destruir este judaísmo oculto dedicó con incansable tesón su vida. El peligro de la infección judaica era grande y muy real. Confesábalo el mismo Fr. Alfonso de Oropesa, varón evangélico, defensor de la unidad de los fieles, en su libro Lumen Dei ad revelationem gentium (1111), el cual, por encargo del arzobispo Carrillo, hizo pesquisa en Toledo, y halló, conforme narra el P. Sigüenza, «de una y otra parte mucha culpa: los cristianos viejos pecaban de atrevidos, temerarios, facinerosos; los nuevos, de malicia y de inconstancia en la fe» (1112).

     Siguiéronse los alborotos de Toledo en julio y agosto de 1467; los de Córdoba, en 1473, en que sólo salvó a los conversos de su total destrucción el valor y presencia de ánimo de D. Alonso de Aguilar; los de Jaén, donde fue asesinado sacrílegamente el condestable Miguel Lucas de Iranzo; los de Segovia, 1474, especie de zalagarda movida por el maestre don Juan Pacheco con otros intentos. La avenencia entre cristianos viejos y nuevos se hacía imposible. Quién matará a quién, era el problema. [640]

     Clamaba en Sevilla el dominico Fr. Alonso de Hojeda contra los apóstatas, que estaban en punto de predicar la ley de Moisés y que no podían encubrir el ser judíos, y contra los conversos más o menos sospechosos, que lo llenaban todo, así la curia eclesiástica como el palacio real. Vino a excitar la indignación de los sevillanos el descubrirse en Jueves Santo de 1478 una reunión de seis judaizantes que blasfemaban de la fe católica (1113). Alcanzó Fr. Alonso de Hojeda que se hiciese inquisición en 1480, impetrada de Sixto IV bula para proceder contra los herejes por vía de fuego.

     Los nuevos inquisidores aplicaron el procedimiento que en Aragón se usaba. En 6 de febrero de 1481 fueron entregados a las llamas seis judaizantes en el campo de Tablada. El mismo año se publicó el Edicto de gracia, llamando a penitencia y reconciliación a todos los culpados. Más de 20.000 se acogieron al indulto en toda Castilla. ¿Era quimérico o no el temor de las apostasías? Entre ellos abundaban canónigos, frailes, monjes y personajes conspicuos en el Estado.

     ¿Qué hacer en tal conflicto religioso y con tales enemigos domésticos? El instinto de propia conservación se sobrepuso a todo, y para salvar a cualquier precio la unidad religiosa y social, para disipar aquella dolorosa incertidumbre, en que no podía distinguirse al fiel del infiel ni al traidor del amigo, surgió en todos los espíritus el pensamiento de inquisición. En 11 de febrero de 1482 lograron los Reyes Católicos bula de Sixto IV para establecer el Consejo de la Suprema, cuya presidencia recayó en Fr. Tomás de Torquemada, prior de Santa Cruz de Segovia.

     El nuevo Tribunal, que difería de las antiguas inquisiciones de Cataluña, Valencia, etc., en tener una organización más robusta y estable y ser del todo independiente de la jurisdicción episcopal, introducíase en Aragón dos años después, tras leve resistencia. Los neófitos de Zaragoza, gente de mala y temerosa conciencia, dieron en la noche del 18 de septiembre de 1485 sacrílega muerte al inquisidor San Pedro Arbués al tiempo que oraba en La Seo (1114). En el proceso resultaron complicados la mayor parte de los cristianos nuevos de Aragón; entre los que fueron descabezados figuran mosén Luis de Santángel y micer Francisco de Santa Fe; entre los reconciliados, el vicecanciller micer Alfonso de La Caballería.

     Fr. Alonso de Espina, distinto probablemente del autor del Fortalitium, fue enviado en 1487 a Barcelona de inquisidor por Torquemada, quien, no sin resistencia de los catalanes, atentos a rechazar toda intrusión de ministros castellanos en su territorio, había sido reconocido como inquisidor general en los [641] reinos de Castilla y Aragón. En el curioso registro que, por encargo del mismo Fr. Alonso, formó el archivero Pedro Miguel Carbonell, y que hoy suple la falta de los procesos originales (1115), pueden estudiarse los primeros actos de esta inquisición. El viernes 20 de julio de 1487 prestaron juramento de dar ayuda y favor al Santo Oficio el infante D. Enrique, lugarteniente real; Francisco Malet, regente de la Cancillería; Pedro de Perapertusa, veguer de Barcelona, y Juan Sarriera, baile general del Principado.

     Los reconciliados barceloneses eran todos menestrales y mercaderes: pelaires, juboneros, birreteros, barberos, tintoreros, curtidores, drogueros, corredores de oreja. La nobleza de Cataluña no se había mezclado con los neófitos tanto como en Aragón, y apenas hay un nombre conocido entre los que cita Carbonell. El primer auto de fe verificóse el 25 de enero de 1488, siendo agarrotados cuatro judaizantes y quemados en estatua otros doce (1116). Las condenaciones en estatua se multiplicaron asombrosamente; porque la mayor parte de los neófitos catalanes habían huido.

     Carbonell transcribe, además de las listas de reconciliados, algunas sentencias. Los crímenes son siempre los mismos: haber observado el sábado y los ayunos y abstenciones judaicas; haber profanado los sacramentos; haber enramado sus casas para la fiesta de los Tabernáculos o de les Cabanyelles, etc. Algunos, y esto es de notar, por falta de instrucción religiosa querían guardar a la vez la ley antigua y la nueva, o hacían de las dos una amalgama extraña, o, siendo cristianos en el fondo, conservaban algunos resabios y supersticiones judaicas, sobre todo las mujeres.

     Una de las sentencias más llenas de curiosos pormenores es la del lugarteniente de tesorero real Jaime de Casafranca. Allí se habla de un cierto Sent Jordi, grande enemigo de los cristianos y hombre no sin letras, muy versado en los libros de Maimónides y autor él mismo de un tratado en favor de la ley de Moisés. Otro de los judaizantes de alguna cuenta fue Dalmáu de Tolosa, canónigo y pavorde de Lérida.

     La indignación popular contra los judaizantes había llegado a su colmo. «El fuego está encendido (dice el cura de los Palacios); quemará fasta que falle cabo al seco de la leña que será necesario arder fasta que sean desgastados e muertos todos los que judaizaron; que no quede ninguno; e aun sus fijos... si fueren tocados de la misma lepra» (1117). Al proclamar [642] el exterminio con tan durísimas palabras, no era el cronista más que un eco de la opinión universal e incontrastable.

     El edicto de expulsión de los judíos públicos (31 de marzo de 1492), fundado, sobre todo, en el daño que resultaba de la comunicación de hebreos y cristianos, vino a resolver en parte aquella tremenda crisis. La Inquisición se encargó de los demás. El edicto, tantas veces y tan contradictoriamente juzgado, pudo ser más o menos político, pero fue necesario para salvar a aquella raza infeliz del continuo y feroz amago de los tumultos populares. Es muy fácil decir, como el Sr. Amador de los Ríos, que debieron oponerse los Reyes Católicos a la corriente de intolerancia. Pero ¿quién se opone al sentimiento de todo un pueblo? Excitadas las pasiones hasta el máximo grado, ¿quién hubiera podido impedir que se repitieran las matanzas de 139l? La decisión de los Reyes Católicos no era buena ni mala; era la única que podía tomarse, el cumplimiento de una ley histórica.

     En 5 de diciembre de 1496 seguía D. Manuel de Portugal el ejemplo de los reyes de Castilla; pero aquel monarca cometió la inicua violencia, así lo califica Jerónimo Osorio, de hacer bautizar a muchos judíos por fuerza con el fin de que no salieran del reino sus tesoros. «¿Quieres tú hacer a los hombres por fuerza cristianos? (exclama el Tito Livio de Toledo). ¿Pretendes quitalles la libertad que Dios les dio?»

     Todavía más que a los judíos aborrecía el pueblo a los conversos, y éstos se atraían más y más sus iras con crímenes como el asesinato del Niño de la Guardia, que es moda negar, pero que fue judicialmente comprobado y que no carecía de precedentes asimismo históricos (1118). Los conversos Juan Franco, Benito García, Hernando de Rivera, Alonso Franco, etc., furiosos por haber presenciado en Toledo un auto de fe en 21 de mayo de 1499, se apoderaron, en represalias, de aquella inocente criatura llamada en el siglo Juan de Pasamontes y ejecutaron en él horribles tormentos, hasta crucificarle, parodiando en todo la pasión de Cristo (1119). Descubierta semejante atrocidad y preso Benito García, que delató a los restantes, fueron condenados a las llamas los hermanos Francos y sus ayudadores, [643] humanas fieras. La historia del Santo Niño, objeto muy luego de veneración religiosa, dio asunto en el siglo XVI a la elegante pluma del P. Yepes y a los cantos latinos de Jerónimo Ramírez, humanista eminente:

                                  Flagra cano, saevamque necem renovataque Christi
vulnera, et invisae scelus execrabile gentis
quae trucis indomitas effundens pectoris iras
insontem puerum praerupti in vertice montis
compulit exiguo maiorem corpore molem
ferre humeris, tensosque cruci praebere lacertos.

     La negra superstición de los conversos llegaba hasta hacer hechicerías con la hostia consagrada, según consta en el proceso del Niño de la Guardia, cuyo corazón reservaron para igual objeto.

     Las venganzas de los cristianos viejos fueron atroces. En abril de 1506 corría la sangre de los neófitos por las calles de Lisboa; horrenda matanza que duró tres días y dejó muy atrás los furores de 1391.

     En tanto, el inquisidor de Córdoba, Diego Rodríguez Lucero, hombre fanático y violento, inspirado por Satanás, como dice el P. Sigüenza, sepultaba en los calabozos, con frívolas ocasiones y pretextos, a lo más florido de aquella ciudad y se empeñaba en procesar como judaizante nada menos que al venerable y apostólico arzobispo de Granada, Fr. Hernando de Talavera, y a todos sus parientes y familiares (1120). Y es que Fray Hernando, sobrino de Alonso de Oropesa y jerónimo como él, era del partido de los claustrales, puesto al e los observantes, de que había sido cabeza Fr. Alonso de Espina, cuanto al modo de tratar a los neófitos que de buena fe vinieron al catolicismo, y le repugnaba la odiosa antievangélica distinción de cristianos viejos y nuevos.

     Tan lejos de los hechos, no es fácil decidir hasta dónde llegaba la culpabilidad de algunos conversos entre los infinitos cuyos procesos y sentencias constan. Pero no es dudoso que recayeron graves sospechas en micer Gonzalo de Santa María, asesor del gobernador de Aragón y autor de la Crónica de don Juan II, y en el mismo Luis de Santángel, escribano racional de Fernando el Católico, el cual, más adelante, prestó su dinero para el descubrimiento del Nuevo Mundo. Santa María fue penitenciado tres veces por el Santo Oficio y al fin murió en las cárceles; su mujer, Violante Belviure, fue castigada con sambenito en 4 de septiembre de 1486. Santángel fue reconciliado el 17 de julio de 1491.

     Hasta 1525 los procesos inquisitoriales fueron exclusivamente de judaizantes. En cuanto a números, hay que desconfiar mucho. Las cifras de Llorente, repetidas por el Sr. Amador de los Ríos, descansan en la palabra de aquel ex secretario del [644] Santo Oficio, tan sospechoso e indigno de fe siempre, que no trae documentos en su abono. ¿Quién le ha de creer, cuando rotundamente afirma que desde 1481 a 1498 perecieron en las llamas 10.220 personas? ¿Por qué no puso los comprobantes de ese cálculo? El Libro Verde de Aragón sólo trae 69 quemados con sus nombres. Sólo de 25 en toda Cataluña habla el Registro de Carbonell (1121). Y si tuviéramos datos igualmente precisos de las demás inquisiciones, mal parada saldría la aritmética de Llorente. En un solo año, el de 1481, pone 2.000 víctimas (1122), sin reparar que Marineo Sículo las refiere a diferentes años. Las mismas expresiones que Llorente usa, poco más o menos, aproximadamente, lo mismo que otros años, demuestran la nulidad de sus cálculos. Por desgracia, harta sangre se derramó, Dios sabe con qué justicia. Las tropelías de Lucero, v.gr., no tienen explicación ni disculpa, y ya en su tiempo fueron castigadas, alcanzando entera rehabilitación muchas familias cordobesas por él vejadas y difamadas.

     La manía de limpieza de sangre llegó a un punto risible. Cabildos, concejos, hermandades y gremios, consignaron en sus estatutos la absoluta exclusión de todo individuo de estirpe judaica, por remota que fuese. En este género, nada tan gracioso como el estatuto de los pedreros de Toledo, que eran casi todos mudéjares y andaban escrupulizando en materia de limpieza.

     Esta intolerancia brutal, que en el siglo XV tenía alguna disculpa por la abundancia de relapsos, fue en adelante semillero de rencores y venganzas, piedra de escándalo, elemento de discordia. Sólo el progreso de los tiempos pudo borrar esas odiosas distinciones en toda la Península. En Mallorca duran todavía.

     Antes de abandonar este antipático asunto, que ojalá pudiera borrarse de nuestra historia, conviene dejar sentado:

     1.º Que es inútil negar, como lo hacen escritores judíos alemanes, siguiendo a nuestro Isaac Cardoso, que hubiera en los israelitas españoles anhelo de proselitismo. Fuera de que éste es propio de toda creencia, responden de lo contrario todos los documentos legales, desde los cánones de Toledo hasta las leyes de encerramiento de la Edad Media y hasta el edicto de expulsión de 1492, donde se alega como principal causa «el daño que a los cristianos se sigue e ha seguido de la participación, conversación e comunicación que han tenido e tienen con los judíos, los quales se precian que procuran siempre, por cuantas vías e maneras pueden, de subvertir de Nuestra Sancta Feé Cathólica a los fieles, e los apartan della e tráenlos a su dañada creencia e opinión, instruyéndolos en las creencias e cerimonias de su ley, faciendo ayuntamiento, donde les leen e enseñan lo que han de tener e guardar según su ley, procurando [645] de circuncidar a ellos e a sus fijos, dándoles libros por donde recen sus oraciones..., persuadiéndoles que tengan e guarden quanto pudieren la ley de Moysén, faciéndoles entender que non hay otra ley nin verdad si non aquella..., lo cual todo consta por muchos dichos e confesiones, así de los mismos judíos como de los que fueron engañados por ellos». Todo esto denuncia una propaganda activa, que, según los términos del edicto, había sido mayor en las cibdades, villas y logares del Andalucía.

     2.º Que es innegable la influencia judaica, así en la filosofía panteísta del siglo XII, cuyo representante principal entre nosotros es Gundisalvo, como en la difusión de la Cábala, teórica y práctica, ya que también se daba ese nombre a ciertas supersticiones y artes vedadas.

     3.º Que conversiones atropelladas e hijas del terror, como las de 1391 o las que mandó hacer D. Manuel de Portugal, no podían menos de producir infinitas apostasías y sacrilegios, cuyo fruto se cosechó en tiempo de los Reyes Católicos.

     4.º Que grandísimo número de los judaizantes penados por el Santo Oficio eran real y verdaderamente relapsos y enemigos irreconciliables de la religión del Crucificado, mientras que otros, con ser cristianos de veras, conservaban algunos rastros y reliquias de la antigua ley. Los rigores empleados con estos últimos fueron contraproducentes, sirviendo a la larga para perpetuar una como división de castas y alimentar vanidades nobiliarias, con haber en Castilla, Aragón y Portugal muy pocas familias exentas de esta labe, si hemos de atenernos al Tizón, del cardenal Bobadilla.

     5.º Que este alejamiento y mala voluntad de los cristianos viejos respecto de los nuevos retardó la unidad religiosa aun después de expulsados los judíos y establecido el Santo Oficio.



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- III -

Mahometizantes.-Sublevaciones y guerras de los muladíes bajo el califato de Córdoba.-Los renegados y la civilización musulmana.-Fray Anselmo de Turmeda, Garci-Ferrandes de Gerena y otros apóstatas.

     En el libro II de su Histoire des musulmans d'Espagne ha expuesto Dozy la historia política de los muladíes o renegados españoles. La historia literaria está por escribir, y sólo otro arabista puede hacerla; entonces quedará demostrado que mucha parte de lo que se llama civilización arábiga es cultura española de muzárabes o cristianos fieles y de cristianos apóstatas (1123).

     Con el nombre de renegados o tornadizos se designa no sólo a los que abjuraron de la fe católica, sino a sus descendientes, lo cual dificulta mucho la averiguación y los excluye ipso facto de esta historia mientras no conste que renegaron ellos y no sus padres. Por eso me limitaré a indicaciones generales. [646]

     En una sociedad tan perdida como lo era en gran parte la visigoda del siglo VIII, poco firme en las creencias, apegada a los bienes temporales, corroída por el egoísmo, extenuada por ilícitos placeres y con poca unidad y concierto en todo, pues aun duraba la diferencia de razas y el mal de la servidumbre no se había extinguido, debía ser rápida, y lo fue, la conquista; debían ser frecuentes, y no faltaron, en verdad, las apostasías. Los siervos se hacían islamitas para obtener la libertad; los ingenuos y patricios, para conservar íntegra su hacienda y no pagar la capitación.

     No todos los muladíes (1124) eran impenitentes y pertinaces: a muchos punzaba el buen ejemplo de los muzárabes cordobeses, protesta viva contra la debilidad y prevaricación de sus hermanos. Como la apostasía de éstos era hija casi siempre de motivos temporales; como los musulmanes de raza los miraban con desprecio y los cristianos con indignación, llamándolos transgressores; como la ley mahometana les prohibía, so pena de muerte, volver a su antigua creencia, y en la nueva estaban excluidos de los cargos públicos, patrimonio de la privilegiada casta del desierto, trataron de salir de aquella posición odiosa recurriendo, puesto que eran muchos, a la fuerza de las armas. Comenzó entonces una interminable serie de tumultos y rebeliones.

     Los renegados del arrabal de Córdoba se levantaron contra Al-Hakem en 805 y 806, siguiendo su ejemplo los toledanos, excitados por los cantos de un poeta de sangre española, Garbîb. Para domeñar a los rebeldes se valió el califa de otro renegado de Huesca, Amrúst quien, con infernales astucias, preparó contra los de su raza la terrible matanza conocida con el nombre de día del foso, en que fueron asesinados más de 700 ciudadanos, los más conspicuos e influyentes de Toledo.

     Siete años después, en mayo de 814, estalla en Córdoba otro importante motín de renegados, dirigidos por los alfaquíes, que llamaban impío a Al-Hakem. Éste se encierra en su palacio, manda a un esclavo que le unja la cabeza con perfumes, para que los enemigos le distingan entre los muertos, y en una vigorosa salida destroza a los cordobeses, mientras que arden las casas del arrabal. Ni después de esta carnicería e incendio cesaron los furores de Al-Hakem. Trescientas cabezas hizo clavar en postes, a la orilla del río, y expulsó en el término de tres días a los renegados del arrabal; 15.000 de ellos no pararon hasta Egipto, donde hicieron proezas de libro de caballerías que recuerdan las de los catalanes en Grecia; tomaron por fuerza de armas a Alejandría, sosteniéndose allí hasta el año de 826, en que un general del califa Al-Mamún los obligó a capitular, y de allí pasaron a la isla de Creta, que conquistaron de los bizantinos. El renegado Abu-Hafs-Omar, oriundo del campo de Calatrava, fundó allí una dinastía que [647] duró hasta el año de 961: más de siglo y medio. Otros 8.000 españoles se establecieron en Fez, donde dominaban los idrisíes. Todavía en el siglo XIV se les distinguía de árabes y bereberes en rostro y costumbres.

     Los toledanos habían vuelto a levantarse; pero Al-Hakem los sometió, quemando todas las casas de la parte alta de la ciudad. El herrero Háchim arrojó de la ciudad en 829 a los soldados de Abderramán II, y con sus hordas de renegados corrió y devastó la tierra, hasta que Mohammed-ben-Wasim los dispersó con muerte del caudillo. Toledo se mantuvo en poder de los muladíes ocho años, hasta 837, en que Walid la tomó por asalto y redujo a servidumbre, reedificando la ciudad de Amrús como perpetua amenaza. En estas luchas se ve a algunos renegados, como Maisara y Ben-Mohâchir (1125), hacer armas contra su gente. En Córdoba aparece la repugnante figura del eunuco Nazar, grande enemigo de su sangre y del nombre cristiano aún más que otros apóstatas. Cuando el mártir Perfecto se encaminaba al suplicio, emplazó a aquel malvado ante el tribunal de Dios en el término de un año, antes que tomase la fiesta del Ramadán. Así se cumplió (1126), muriendo víctima del mismo veneno que había preparado contra Abderramán.

     Otro tipo de la misma especie, y todavía más odioso, fue el cátib o exceptor Gómez, hijo de Antonino, hijo de Julián, cuyo nombre jamás pronuncian Álvaro Cordobés ni San Eulogio, como si temieran manchar con él sus páginas (1127). Hablaba y escribía bien el árabe y tenía mucho influjo en la corte (gratiâ dissertudinis linguae arabicae quâ nimium praeditus erat, dice San Eulogio). Él se presentó, en nombre de Abderramán, en el concilio que presidía Recafredo para pedir que se condenara la espontaneidad en el martirio y se pusiera en prisiones a San Eulogio y a los demás que le defendían. El decreto conciliar fue ambiguo, aliud dicens et aliud sonans, como inspirado por el miedo. Gómez, que en materia de religión era indiferente, se hizo musulmán, reinando Mohamed, para lograr el empleo de canciller. Asistía con tanta puntualidad al culto, que los alfaquíes le llamaban la paloma de la mezquita (1128). A esta apostasía siguieron otras muchas.

     Nueva sublevación de los toledanos, capitaneados por un [648] cierto Síndola (Suintila?), en 853. Los rebeldes se adelantan hasta Andújar y amenazan a Córdoba. Síndola hace alianza con el rey de León, Ordoño I, que manda en su ayuda a Gatón, conde del Bierzo, con numerosas gentes. Mohamed derrota a los toledanos y leoneses, haciendo en ellos horrible matanza. Sin embargo, Toledo seguía independiente, y lo estuvo más de ochenta años, hasta el reinado de Abderramán III.

     Los montañeses de la serranía de Ronda (Regio montana o simplemente Regio), así renegados como cristianos, levantaron poco después la cabeza, y Omar-ben-Hafsún, el Pelayo de Andalucía, comenzó aquella heroica resistencia, menos afortunada que la de Asturias, pero no menos gloriosa (1129). Desde su nido de Bobastro hizo temblar a Mohamed y Abdallah y puso el califato de Córdoba a dos dedos de su ruina. A pique estuvo de fundar un imperio cristiano en Andalucía y adelantar en cinco siglos la Reconquista. Aunque era de familia muladí, cuando vio consolidado su poder, abrazó el cristianismo con todos sus parientes, y cristianos eran la mayor parte de los héroes que le secundaban, aunque en los primeros momentos no juzgó oportuno enajenarse la voluntad de los renegados, que al fin, como españoles, odiaban de todo corazón a los árabes.

     En todas partes se hacían independientes los muladíes. Aragón estaba dominado por la familia visigoda de los Banu-Cassi, de la cual salió el renegado Muza, señor de Tudela, Zaragoza y Huesca, que se apellidaba tercer rey de España; tenía en continuo sobresalto a los príncipes cristianos y al emir cordobés y recibía embajadas de Carlos el Calvo. Fue vencido en el monte Laturce, cerca de Albelda, por Ordoño I (1130). Desde entonces, los Banu-Cassi (uno de ellos Lupo-ben-Muza, que era cónsul en Toledo) hicieron alianza con los reyes de León contra el común enemigo, es decir, contra los árabes. Sólo Mohamad-ben-Lupi (hijo de Lope), por enemistad con sus tíos, Ismael y Fortun-ben-Muza, rompió las paces en tiempo de Alfonso el Magno y se alió con los cordobeses (1131). Lidiaron contra él los demás Banu-Cassi y fueron vencidos, viniendo a poder de Mohamed casi todos los antiguos estados de Muza. [649]

     En Mérida había fundado otro reino independiente el renegado Ibn-Meruan, que predicaba una religión mixta de cristianismo y mahometismo. Apoyado por Alfonso III y por los reyezuelos muslimes, de sangre española (1132), derrotó en Caracuel un ejército mandado por Háchim, favorito de Mohamed, y llevó sus devastaciones hacia Sevilla y el condado de Niebla.

     Tales circunstancias aprovechó Omar-ben-Hafsún (entre los cristianos Samuel) para sus empresas. No me cumple referirlas, porque Omar no era renegado, aunque así le llamasen. A su sombra se levantaron los españoles de Elvira, ya cristianos, ya renegados, y encerraron a los árabes en la Alhambra; y aunque Sawar y después el célebre poeta Said los resistieron con varia fortuna, la estrella de Omar-ben-Hafsún, nuevo Viriato, no se eclipsaba por desastres parciales.

     En cambio, los renegados de Sevilla, que eran muchos y ricos, fueron casi exterminados por los yemeníes.

     Aún hubo más soberanías españolas independientes. En la provincia de Ossonoba (los Algarbes), un cierto Yahya, nieto de cristianos, fundó un estado pacífico y hospitalario. En los montes de Priego, Ben-Mastana; en tierras de Jaén, los Banu-Habil; en Murcia y Lorca, Daisam-ben-Ishac, que dominaba casi todo el antiguo reino de Teodomiro; todos eran renegados o muladíes. Los mismos cristianos de Córdoba entraron en relaciones con Ben-Hafsún; y el conde Servando, aquel pariente de Hostegesis y antiguo opresor de los muzárabes, creyó conveniente ponerse al servicio de la causa nacional para hacer olvidar sus crímenes.

     El combate de Polei quebrantó mucho las fuerzas de Omar-ben-Hafsún, que, a no ser por aquel descalabro, hubiera entrado en Córdoba, y la división entre los caudillos trajo al fin la ruina de la causa nacional. Abderramán III los fue domeñando o atrayendo. Al hacerse católicos Omar-ben-Hafsún y Ben-Mastana, se habían enajenado muchos partidarios. En la serranía de Regio, poblada casi toda de cristianos, la resistencia fue larga, y Ben-Hafsún murió sin ver la derrota ni la sumisión de los suyos. Su hijo Hafs rindió a Abderramán la temida fortaleza de Bobastro. Su hija Argéntea, fervorosa cristiana, padeció el martirio. Otro hijo suyo, Abderramán, más dado a las letras que a las armas, pasó la vida en Córdoba copiando manuscritos.

     Toledo, que formaba una especie de república, se rindió por hambre en 930. Todos los reinos de taifas desaparecieron, menos el de los Algarbes, cuyo príncipe, que lo era el renegado Kalaf-ben-Beker, hombre justiciero y pacífico, ofreció pagar un tributo.

     Desde este momento ya no se puede hablar de renegados. Estos se pierden en la general población musulmana, y los que [650] volvieron a abrazar la fe, en mal hora dejada por sus padres, se confunden con los muzárabes.

     Empresa digna de un historiador serio fuera el mostrar cuánto influye este elemento español en la general cultura musulmana. Él nos diría, por ejemplo, que el célebre ministro de Abderramán V Alí-ben-Hazm, a quien llama Dozy «el mayor sabio de su tiempo, uno de los poetas más graciosos y el escritor más fértil de la España árabe», era nieto de un cristiano, por más que él renegara de su origen y maldijera las creencias e sus mayores. Con fundamento, el mismo Dozy, a quien cito por no ser sospechoso, después de transcribir una lindísima narración de amores escrita por Ibn-Hazm, y que sentaría bien en cualquiera novela íntima y autobiográfica de nuestros días, añade: «No olvidemos que este poeta, el más casto y, hasta cierto punto, el más cristiano entre los poetas musulmanes, no era de sangre árabe. Nieto de un español cristiano, no había perdido el modo de pensar y de sentir propio de su raza. En vano abominaban de su origen estos españoles arabizados; en vano invocaban a Mahoma y no a Cristo; siempre en el fondo de su alma quedaba un no sé qué puro, delicado, espiritual, que no es árabe» (1133). Esta vez, por todas, Dozy nos ha hecho justicia.

     Diríanos el que de estas cosas escribiera que el famoso historiador Ben-al-Kutiya (hijo de la goda) descendía de la regia sangre de Witiza; que Almotasín, rey de Almería, poeta y gran protector del saber, era de la estirpe española de los Banu-Cassi; que el poeta cristiano Margari y otro llamado Ben-Kuz-mán, muladí, según parece, aclimataron en la corte de Almo-tamid de Sevilla los géneros semipopulares del zéjel y de la muwasaja. Nos enseñaría si tiene o no razón Casiri cuando afirma que el célebre astrónomo Alpetruchi o Alvenalpetrardo era un renegado cuyo verdadero nombre fue Petrus, cosa que Munk y otros negaron (1134).

     Ahora sólo me resta hablar de dos o tres españoles de alguna cuenta, bien pocos por fortuna, que en tiempos posteriores islamizaron. El cautiverio en Granada y Marruecos hacía mártires, pero también algunos apóstatas, gente oscura por lo común. «Tornábanse moros con la muy grand cueita que avien» dice Pedro Marín en los Miráculos de Santo Domingo. Fuera de estos infelices, a quienes procuraba apartar del despeñadero San Pedro Pascual, obispo de Jaén, con la Bibria pequena y la Impunación de la secta de Mahomah, sólo recuerdo dos apóstatas de alguna cuenta: Fr. Anselmo de Turmeda (1135), tipo de [651] fraile aseglarado y aventurero, y el estrafalario trovador Garci Ferrandes de Gerena.

     Torres Amat, en el Diccionario de escritores catalanes, afirma que Fr. Anselmo nació en Montblanch o en Lérida. Pero el mismo Turmeda, en el Libro del asno, se dice natural de Mallorca. Era fraile franciscano en Montblanch y abandonó su convento, juntamente con Fr. Juan Marginet, monje de Poblet, y con Na Alienor (D.ª Leonor), monja de Santa Clara. Marginet se convirtió muy pronto y murió en olor de santidad (1136); pero Fr. Anselmo se fue a Túnez en 1413 y renegó de la fe, tomando el nombre de Abdalla. Arrepentido más tarde, comenzó a predicar el Evangelio, por lo cual el rey de Túnez lo mandó descabezar en 1419.

     Esta es la versión aceptada por todos los escritores catalanes; pero D. Adolfo de Castro pone en duda que Fr. Anselmo llegase a renegar, ya que en libros compuestos durante su residencia en Túnez habla como cristiano. De todas maneras, es raro que un cristiano y fraile pudiera sin apostatar ser oficial de la Aduana de Túnez y gran escudero del Rey Maule Brufret, como Turmeda se apellida en el Libro del asno. Los indicios del Sr. Castro no convencen, y es lástima; porque es Fr. Anselmo personaje bastante conspicuo en la historia de las letras, y bueno fuera quitarle esa mancha.

     La más popular y conocida de sus obras es un libro de consejos morales y cristianos no sin alguna punta de sátira, por el cual deletreaban los muchachos en Cataluña hasta hace pocos años. Se le llama vulgarmente Fransélm y Frantélm, del nombre del autor; pero su verdadero título, en copias antiguas, es Llibre compost per Frare Ansélm Turmeda, de alguns bons amonestaments; la sia qu'ell los haja mal seguits, pero pense n'aver algun mérit per divulgarlos a la gent, y comienza:

                                  En nom de Deu Omnipotent
vull comensar mon parlament,
qui aprendre voll bon nodriment
      aquest seguescha.

     Al fin dice:

                                  Y no ll'e dictat en latí
perque lo vell e lo fadrí,
l'extranger y lo cosí
      Entendre 'el puguen... [652]
   Aso fou fet lo nies d'abril
temps de primavera gentil,
norantavuy trescents y mil
      llavors corren (1137).

     Es anterior, por tanto, a la época de su apostasía real o supuesta. Respira cierta bonhomie socarrona, a la vez que ingenua, que no deja de hacer simpático a Fr. Anselmo. Muchas de sus sentencias se han convertido en proverbios. Hay infinitas ediciones populares de su libro, adicionadas con las coplas del juicio final, la oración de San Miguel, la de San Roque y la de San Sebastián (1138).

     En la Biblioteca de El Escorial se conserva un manuscrito de profecías de Fr. Anselmo: De les coses que han de esdevenir segons alguns profetes, e dits de alguns estrolechs, tant dels fets de la esglesia e dels regidors de aquella e de lurs terres e provincies. A estas profecías se refiere, sin duda, Monfar (Historia de los condes de Urgel) (1139) cuando escribe que «la condesa Margarita, para animar más a su hijo (Jaime el Desdichado), valíase de unos vaticinios y profecías de un Fr. Anselmo Turmeda, que había pasado a Túnez y renegado de la fe, y de Fr. Juan de Rocatallada y del abad Joaquín de Merlín y de una Cassandra». Estas profecías ponen a Fr. Anselmo en el grupo de Arnaldo de Vilanova y de Rupescissa.

     El Sr. D. Mariano Aguiló, en su inapreciable Cansoner de les obretes mes divulgades en nostra lengua materna durant les segles XIV, XV e XVI, ha impreso con singular elegancia unas Cobles de la divisió del regne de Mallorques, escrites en pla catalá per frare Anselm Turmeda. Any mil trecents noranta vuyt; composición fácil y agradable.

     En la Biblioteca de Carpentras hay de Fr. Anselmo otras coplas sobre la vida de los marineros y un diálogo en prosa que empieza: «¿De qué es fondat lo castell d'amor?...» (1140)

     Compuso además Fr. Anselmo una obra alegórico-satírica cuyo original no parece, aunque consta que se imprimió en Barcelona, 1509, con el rótulo de Disputa del Ase contra frare Enselme Turmeda sobre la natura et nobleza dels animals. Tan rara como el libro catalán es la traducción castellana, que sólo se halla citada en los antiguos índices expurgatorios: Libro llamado del «asno», de Fr. Anselmo Turmeda. Hay que recurrir, pues, a la traducción francesa, que también anda muy escasa y se encabeza: La disputation de l'asne contra frère Anselme Turmeda sur la nature et noblesse des animaux, faite et ordonnée par le dit frère Anselme en la cité de Tunnies, l'an [653] 1417. Traduicte de vulgaire Hespagnol en langue francois. Lyon, par Laurens Buyson, 1548; reimpresa en París, 1554 (1141).

     La traza del libro es ingeniosa y muy del gusto de la Edad Media. El autor se pierde en un bosque, donde halla congregados a los animales y se ve precisado a disputar con un asno que le prueba las excelencias de los animales sobre el hombre. La vis satírica de Fr. Anselmo se toma en esta discusión muchos ensanches, sobre todo en la censura de los religiosos de su tiempo, sin acordarse que su tejado era de vidrio. Ésta debió de ser la causa de la prohibición del Libro del asno, que está escrito con verdadera agudeza.

     Imitóle Nicolás Macchiavelli en su poema en tercetos Dell'asino d'oro (1142), que muchos, guiados por el sonsonete del título, creen mera paráfrasis de Apuleyo. El capítulo 8, sobre todo, está inspirado en la Disputa de Turmeda (1143).

     Todas las noticias que tenemos de Garci Ferrandes de Gerena resultan de las rúbricas del Cancionero de Baena: «Aquí se comienzan las cantigas e desires que fizo e ordenó en su tiempo Garci Ferrandes, el qual, por sus pecados e grand desaventura, enamoróse de una juglara que avia sido mora, pensando que ella tenía mucho tesoro e otrosy porque era mujer vistosa, pedióla por muger al Rey e diógela; pero después falló que non tenía nada.» Después de este engaño despidióse del mundo e púsosse beato en una ermita cabe Jerena... enfingiendo de muy devoto contra Dios. Allí hizo varias poesías místicas, entre ellas una graciosa canción a la Virgen:

                           Virgen; flor d'spina,
siempre te serví,
santa cosa e dina,
ruega a Dios por mí...

     Pero (como dice Baena) otra maldad tenía Garci Ferrandes en su corazón, y, poniendo en obra su feo e desventurado pensamiento, tomó su mujer, disiendo que yba en romería a Jerusalén, e metiósse en una nao, e llegado a Málaga quedósse ende con su mujer..., e después se fue a Granada con su mujer e con sus fijos, e se tornó moro, e venced la fe de Jesu Christo e dix mucho mal de ella, e estando en Granada enamorósse de una hermana de su mujer, e siguióla tanto, que la ovo e usó con ella. Y aun le compuso una cantiga, no mala, que anda en el Cancionero. Viejo ya y cargado de hijos volvió a Castilla [654] y a la fe, no sin que los demás trovadores le recibiesen con pesadas burlas. Baena trae un decir de Alfonso Álvarez de Villasandino contra Garci Ferrandes en gallego:

Ya non te podes chamar perdidoso, etc.

     Las obras de este pecador se reducen a doce cantigas, unas gallegas y otras castellanas con resabios gallegos. Tienen bastante armonía y halago (1144). Floreció en tiempo de D. Juan I.

     También Fr. Alonso de Mella, el dogmatizador de los fratricelli de Durango, renegó en morería con muchos de sus secuaces.

     De los moriscos hablaré en el volumen que sigue.

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