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ArribaAbajoCapítulo XI

Pasión


§ I. EL SUDOR DE SANGRE.

1. La agonía y el sudor de sangre. -2. Divinidad de Jesús. -3. Una palabra de Bossuet sobre la agonía del Salvador.

§ II. EL BESO DE JUDAS ISCARIOTE.

4. Judas en el huerto de Gethsemaní. -5. Ensayo de rehabilitación de Judas y fiel Sanhedrín por el racionalismo. -6. Refutación. -7. Papel de Judas Iscariote en el arresto de Jesús.

§ III. ANÁS Y CAIFÁS.

9. Arresto de Jesús. El joven discípulo. -9. Jesús ante Anás. Primera reunión de los Sacerdotes y de los Ancianos en casa de Caifás. -10. La sentencia de Caifás y el racionalismo moderno. -11. Las tres negaciones de San Pedro.

§ IV. PONCIO PILATOS

12. Segunda reunión del Sanhedrín en casa de Caifás. Es conducido Jesús al pretorio de Pilatos. -13. Suicidio de Judas Iscariote. -14. Las turbas ante el pretorio de Pilatos. -15. Primer interrogatorio de Jesús por Poncio Pilatos. -16. Jesús ante Herodes. -17. Barrabás. -18. Claudia Prócula, mujer de Poncio Pilatos. Flagelación. Ecce Homo. -19. Último interrogatorio de Jesús por Poncio Pilatos. -20. Pilatos se lava las manos y pronuncia la sentencia de muerte.

§ V. VÍA CRUCIS.

21. Primeras estaciones de la Vía Dolorosa.

§ VI. LA CRUZ DEL GÓLGOTHA.

22. La crucifixión. -23. Las siete palabras de Jesús en la cruz. La muerte. -24. Prodigios acaecidos en la muerte de Jesús. -25. Confirmación de la narración Evangélica por la historia profana.

§ VII. EL SEPULCRO. LA SEPULTURA.

26 El Crurifragium. -La herida del Corazón de Jesús. -27. La sepultura por Josef de Arimatea y Nicodemo. -28. El sello de los Pontífices en el sepulcro de Jesús.


ArribaAbajo§ I. El sudor de sangre

1. «Jesús se fue según costumbre, dice el Evangelio, hacia el monte de los Olivos, Seguíanle los once Apóstoles. En esto llegaron   —644→   a la granja de Getsemaní1051, donde había un huerto perfectamente conocido del traidor Judas, porque el Señor solía retirarse muchas veces a él con sus discípulos. Jesús entró, pues, en él, y dijo a los Apóstoles. Sentaos aquí mientras yo voy más allá y hago oración. Orad vosotros también para no caer en tentación. Y llevándose consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a entristecerse y a angustiarse; y les dijo entonces: Mi alma está en una tristeza mortal: aguardad aquí, y velad conmigo. Y apartándose de ellos como la distancia de un tiro de piedra, hincadas las rodillas, hacía oración y decía: ¡Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz; no obstante, hágase tu voluntad y no la mía! En esto se le apareció un ángel del cielo confortándole. Y Jesús, postrándose en tierra, caído sobre su rostro, cayó en una verdadera agonía, y oraba con mayor intensión: Abba, ¡Padre mío! decía, todas las cosas te son posibles; aparta de mí este cáliz, quítame esta copa de amargura, mas no sea lo que yo quiero, sino lo que tú. -Y en aquel momento fue cubierto de un sudor como de gotas de sangre que caía hasta el suelo. Y levantándose de la oración, y viniendo a sus discípulos, hallolos dormidos por causa de la tristeza. Y díjoles: ¿Por qué dormís? ¡Levantaos y orad para no caer en tentación; que si bien el espíritu es esforzado, más la carne es flaca! Y dirigiéndose a Pedro, le dijo: Simón, ¿duermes? ¡Es posible que no hayas podido velar una hora conmigo! Volviose de nuevo por segunda vez, y oró diciendo: ¡Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. -Volviendo después a sus discípulos, encontrolos dormidos, porque sus ojos estaban cargados de sueño, y no sabían qué responderle. Y dejándolos, se retiró aun a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. En seguida volvió a sus discípulos, y les dijo: Dormid ahora y descansad: he aquí que llegó   —645→   ya la hora, y el Hijo del hombre va luego a ser entregado en manos de los pecadores1052».

2. Tertuliano, Orígenes, San Epifanio, primeros apologistas del dogma cristiano, invocaban esta página del Evangelio para convencer a los discípulos de Marcion de que Jesucristo era realmente un hombre, y que la Divinidad no había absorbido en su augusta persona el elemento humano. El apologista actual debe retorcer la tesis, y probar a nuestros sofistas modernos que la agonía del Salvador en Getsemaní, es la de un Dios. ¡Un sudor de sangre! ¿Cuántas veces se ha declarado este fenómeno completamente imposible, en nombre de la ciencia fisiológica? Pero en el día, numerosos ejemplos, patentes y auténticos, han venido a probar que en ciertos casos de terror extremo, de angustias terribles y de peligro inminente, contrayéndose el corazón, sacude con violencia la sangre hasta las arterias capilares, de donde trasuda por los poros, y se forma sangre y aparece en la piel en gotillas semejantes a las de una traspiración ordinaria. El racionalismo no niega, pues, como físicamente imposible, el sudor de sangre del Hijo del hombre. Pero se detiene ante esta suprema manifestación «de terror, de disgusto, de tristeza y de angustia», y exclama: ¿Es esto un Dios? ¡Un Dios que teme; un Dios que tiembla; un Dios que lucha con la agonía de una debilidad inefable, en presencia de la muerte! ¿No es humano todo en los terrores, la turbación y la amargura del huerto de los Olivos? -¿Pero debe contestarse verdaderamente a estas argucias? ¡En lugar de hundir la frente en el polvo regado con la sangre redentora; en vez de llorar el peso de los pecados y de las culpas de la naturaleza humana, bajo cuyo peso gemía la víctima inocente, debemos probar a este siglo incrédulo que es Dios el Jesús de Getsemaní! Pues bien, sí, hasta este exceso de amor ha llevado el Hombre Dios su ternura para con nosotros. ¿Cómo no se ve desde luego y de una sola mirada, que el padecimiento lleva aquí eminentemente el carácter de la divinidad? Entre los mortales no es ni puede ser la agonía un fenómeno producido voluntariamente y cuya hora puedan fijar por sí mismos. Cuando llegue a cada uno de nosotros, la sufriremos después de una larga y dolorosa enfermedad; impondrásenos como la precursora de la muerte, sin dejarnos la   —646→   facultad de retardarla, ni la fuerza de vencerla. Pero Jesús elige espontáneamente la hora de su agonía. La llama a sí, lleno de salud, de juventud y de vigor. Quiere beberla, como un cáliz cada una de cuyas gotas envenenará sus labios. Nosotros tememos anticipadamente esta hora formidable, y cuando llega, es tal nuestra debilidad, que ni aun podemos comprenderla. Jesucristo, el Dios, hecho hombre mide hasta el fondo todos los dolores de la humanidad. Sale del Cenáculo, y lleno de vida, sondea los misteriosos espantos de la muerte. ¡Cuán terrible es esta hija del pecado, producida bajo el árbol del Paraíso terrenal, y luchando con el nuevo Adán en el jardín de Getsemaní! Jesús la verá de más cerca sobre la cruz; pero como es Dios, morirá en toda su fuerza, lanzando «un gran grito». Asimismo, porque es Dios, elige la hora de su agonía, la adelanta a su voluntad, y la interrumpe tres veces para ir a ver a sus Apóstoles. Hase derramado su sangre en un trasudor que moja la tierra; y no han perdido sus miembros nada de su elasticidad, de su flexibilidad y de su energía. Racionalistas ¿os parece esto enteramente natural? ¿Qué capacidad de fe no supone vuestra incredulidad? Si es en alguna parte el milagro visible, manifiesto y palpable, indudablemente es en el huerto de Getsemaní. Los Apóstoles, a pesar de tantas predicciones, creen tan poco en el peligro, que se duermen. Solo Jesucristo vela y hace oración, esperando al traidor. El Hombre Dios, que lo sabe todo, que lo revela todo y que lee al través de las tinieblas de la noche, como en los pliegues más ocultos del corazón, sigue todos los movimientos de la gente que va en busca suya; ve venir al traidor Judas; cuenta cada uno de sus pasos por el camino, y espera! Pero si hubiera sido Jesús un hombre débil, tímido y cobarde como os atrevéis a creer, ¿hubiera esperado acaso? De sus doce defensores, uno le ha vendido, los demás duermen, ¡y no huye Jesús! ¿Quién le retiene, pues? Protégele la oscuridad. Sus enemigos se han visto obligados a encender linternas y hachas. Esta circunstancia se presta indudablemente a una evasión. Podrá ocultarse fácilmente en la sombra de los olivos que cubren la montaña, y protegen contra toda clase de pesquisas. A la otra vertiente está el «Desierto de Jericó». Nadie podrá encontrarle en esta soledad. Al día siguiente será la víspera de la Pascua, y ocupados los Judíos con la inmolación del Cordero místico, no podrán continuar persiguiéndole, de suerte que el fugitivo tendrá durante los   —647→   ocho días de la fiesta, tiempo suficiente para ganar la Galilea, cruzar el lago de Tiberiades, e ir, si le place, a pedir al rey de Edessa el asilo que ha poco le ofrecía. Y no obstante, ¡no huye Jesús! Hace oración durante una hora; suda sangre; padece agonía, ¡pero no huye! ¿Dónde se ve al hombre en todo esto? ¿Creéis por acaso, que después de diez y nueve siglos, durante los cuales no ha cesado Jesús de ser adorado como Dios, no se haya reflexionado en cada una de estas circunstancias? Antes de postrarse ante el Hijo del hombre, era Tertuliano idólatra, Epifanio judío, Agustín discípulo de Manés. Sabían lo que es el hombre estos grandes genios, y adoraron como nosotros cual. Dios suyo al agonizante de Getsemaní.

3. «¡Cuán infinitamente diferente fue esta agonía, dice Bossuet, de la que vemos en los demás hombres! En la del hombre una alma que se esfuerza en no separarse del cuerpo, y que es arrancada de él violentamente; y en ésta una alma pronta a salir del cuerpo y que es retenida en él por una autoridad. El alma combate en los moribundos para no dejar esta carne que ella ama, cuando ha ganado ya la muerte los extremos, se retira la vida a lo interior; impulsada por todas partes, se atrinchera, en fin, en el corazón, y allí se sostiene y se defiende, y lucha con la muerte, que la arroja al fin con un golpe final. Y he aquí, que por lo contrario, en nuestro Salvador, habiéndose turbado la armonía del cuerpo, y desconcertádose todo orden, y relajádose todo vigor hasta, perder ríos de sangre, se detiene el alma por una orden expresa y por una fuerza superior. ¡Vivid, pues, oh pobre Jesús! ¡Vivid para otros tormentos que os esperan! ¡Reservad algo de vida a los Judíos que se avanzan y al traidor Judas que marcha a su cabeza! ¡Basta con haber mostrado a los pecadores que era suficiente sólo el pecado para daros el último golpe mortal1053

4. «Aún no había acabado de hablar Jesús, continúa el Evangelista, cuando llegó Judas, uno de los doce, seguido de una cohorte y de varios ministros, y de gran multitud de gentes armadas con palos y con linternas y hachas, que venían enviadas por los Príncipes de los sacerdotes, por los Escribas y Ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta seña: Aquel a quien yo besare, ése es; prendedle y conducidle con cautela. Judas iba, pues, delante de esta escolta, y acercándose a Jesús, le dijo: Dios te guarde,   —648→   Maestro. Y le besó. Díjole Jesús: ¡Oh amigo! ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre? Jesús, que sabía todas las cosas que iban a sobrevenir, salió al encuentro de los satélites y les dijo: ¿A quién buscáis? Respondieron. A Jesús Nazareno. -Yo soy, dijo Jesús. -Apenas hubo pronunciado estas palabras, retrocedieron todos y cayeron en tierra sobre su rostro. Jesús les preguntó por segunda vez. ¿A quién buscáis? Y ellos respondieron: A Jesús Nazareno. Replicó Jesús: Ya os he dicho que yo soy. -Y señalando a los Apóstoles, añadió: Ahora bien, si me buscáis a mí, dejad ir a éstos en libertad. Para que se cumpliese la palabra que había dicho: ¡Oh Padre! ninguno he perdido de los que tú me diste1054». Entonces ellos le echaron las manos y le aseguraron. Y los Apóstoles que le rodeaban, le dijeron: «Señor ¿heriremos a estos hombres con la espada? Simón Pedro, sin esperar la respuesta, desenvainando la espada, hirió a un criado del Sumo Sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Maleo (Malek, «Rey».) Deteneos, dijo Jesús a los Apóstoles. -Después, dirigiéndose a Pedro, le dijo: Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que se sirviesen de la espada (por su propia autoridad) a espada morirán. ¿He de dejar yo de beber el cáliz que me ha dado mi Padre? ¿Piensas acaso que no puedo rogar a mi Padre, y pondrá en el momento a mi disposición más de doce legiones de Ángeles? Mas entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales conviene que suceda así? En seguida dijo a aquella multitud, entre la que se hallaban los príncipes de los Sacerdotes, los ministros del Templo y los Ancianos: ¡Habéis salido con espadas y con palos a prenderme, como si fuerais en busca de un ladrón! Cada día estaba sentado entre vosotros, enseñando al pueblo en el Templo, y nunca me prendisteis. Mas ésta es la hora vuestra y el poder de las tinieblas. Y todo esto ha sucedido así para que se cumplan las palabras de los Profetas1055».

5. La narración Evangélica pasa en silencio, con inefable misericordia, todos los pasos de Judas Iscariote, desde que salió del Cenáculo, a las nueve de la noche, hasta su llegada al huerto de los Olivos, hacia la media noche. El velo de una caridad silenciosa se extiende sobre el traidor, y cubre todos los pormenores de la   —649→   traición. Así se muestra la mano que ha escrito el Evangelio fiel al Dios que dejó caer una sentencia de perdón sobre los verdugos. Nuestros modernos literatos no sospechan siquiera la divina delicadeza del texto sagrado. Sólo llama su atención en todo esto «el odio particular que demuestra Juan contra Judas, y el celo con que los antiguos amigos del traidor divulgan por el mundo el rumor de su infamia1056». ¡Tales son las alturas a que se eleva la inteligencia del racionalismo contemporáneo! Con tan feliz comprensión histórica, resume la escena del arresto del Salvador en estos términos. «A todas estas medidas presidió un gran sentimiento de orden y de policía conservadora. Tratábase de evitar un escándalo. Como la fiesta de Pascua, que comenzaba este año en la noche del viernes, daba ocasión a grande aglomeración de gente y a la exaltación de los ánimos, se resolvió adelantar el día del arresto, pues Jesús tenía mucha popularidad, y se temió una sedición. Fijose, pues, el arresto para el jueves, resolviéndose también no apoderarse de Jesús en el Templo, a donde iba todos los días, sino espiar sus hábitos para prenderle en algún sitio secreto. Los agentes de los sacerdotes sondearon a los discípulos, esperando obtener de su debilidad o sencillez noticias útiles, y hallaron lo que buscaban en Judas de Kerioth. Este desgraciado por motivos que es imposible explicar, vendió a su maestro, dio todas las noticias necesarias, y se encargó él mismo (aunque tal extremo de depravación sea apenas creíble) a guiar la partida que debía verificar el arresto. La memoria de horror que la necesidad o la ruindad de este hombre dejó en la tradición cristiana, debió ser causa de que se introdujera en esto alguna exageración1057, Judas, por un contratiempo común en las funciones activas de cajero, prefirió acrecentar los intereses de la caja, con perjuicio de la obra misma a que estaba destinada, y el administrador mató al Apóstol. Creemos, pues, que son algún tanto injustas las maldiciones con que se lo abruma1058. La marcha que resolvieron seguir los sacerdotes era muy conforme al derecho establecido. La emboscada judicial formaba parte esencial entre los Judíos de la instrucción criminal1059».

6. Perdónesenos esta larga cita; pero la piadosa Verónica no hizo distinción alguna entre las salivas que cubrirán en breve la adorable   —650→   faz del divino Maestro, en el Pretorio de Caifás, sino que las enjugó todas, puesto que las había sufrido todas el Salvador. Ésta del racionalismo moderno, la saliva de la última hora y todas cuantas la seguirán hasta la consumación de los siglos, estaba anticipadamente comprendida en el beso de Judas. ¡Qué! Jesús, «ese gigante sombrío, que despreciaba los sanos límites de la naturaleza1060, como dicen nuestros racionalistas, y cuya extrema elevación rechazaba todo enternecimiento personal1061», era en el hábito de la vida, un maestro que se dejaba besar por sus discípulos. El traidor Judas se felicitó de hallar a tan poca costa, una señal que comprendiera el populacho. Parece que los Rabí de Israel no se prestaban ya en su tiempo, a esta tierna familiaridad, más que se prestaría hoy un profesor de hebreo del colegio de Francia. Pero Jesús no era ni de la generación de los Escribas, ni de la raza de los Doctores oficiales. Era el amor divino, encarnado para la salvación del mundo. ¡Oh, Jesús! ¡Víctima sagrada! ¡En efecto presidió una gran medida de policía conservadora al arresto que os habéis dignado sufrir! Tal fue el decreto eterno de la conservación del género humano, dado en los consejos de la augusta Trinidad. Pero los Príncipes de los Sacerdotes que ordenaron el arresto del Hijo del Hombre, violaban la ley de Moisés y todas las leyes conocidas. En ninguna parte la justicia humana, que tiene conciencia de sí misma, ejecuta los arrestos en la sombra de la noche. Jamás, y entre los Judíos menos que en ninguna otra nación, podía un juez delegar su mandato a un vil denunciador. ¿Era Judas Iscariote, bajo título alguno un agente público? Por último, ¿qué puede tener de común con la justicia, esa turba armada de espadas y palos? Y ¡ha habido atrevimiento de escribir en un siglo que rebosa en formalismo: «A todas las medidas de arresto presidió un gran sentimiento de orden y de policía conservadora!» ¡Oh, Dios! ¡perdonadles, porque no saben lo que dicen! ¿No les defiende lo suficiente su ignorancia, cuando añaden estas palabras: «Como la fiesta de Pascua que comenzaba aquel año en viernes, daba ocasión a una grande aglomeración de gente y a exaltación en los ánimos, se resolvió adelantar el día del arresto, pues gozando Jesús de popularidad, se temió una sedición: así, pues, se fijó para el arresto el jueves?» Desde que se lee y   —651→   medita el Evangelio, es decir, durante mil ochocientos años, no se ha imaginado nada tal completamente falto de sentido sobre este grave asunto. La reflexión de nuestros literatos sería a lo más aceptable, si se tratase de una fiesta en las cercanías de París, en Nanterre o en Saint-Cloud; porque en efecto, en estas poblaciones no comienza el movimiento de aglomeración, y de exaltación hasta el día mismo de la fiesta, no embarazando en lo más mínimo a la policía de estas pacíficas poblaciones el gentío en la víspera ni en la antevíspera, y pudiéndose proceder en estos días, sin comprometer la tranquilidad pública, a un arresto legal. Pero en Jerusalén era la aglomeración de gente tan grande la víspera de Pascua como el día mismo de la festividad. Ya hemos visto que los peregrinos llegaban durante la semana anterior a verificar en su persona las purificaciones preliminares. Acudiendo de todas las sinagogas del mundo, era inmensa la multitud. Pues bien, la víspera de Pascua, el día de la Preparación, Parasceve, esta innumerable multitud que había podido acamparse hasta entonces fuera de la Ciudad Santa, se veía obligada desde la mañana a inmolar el Cordero en el interior de las murallas, después de haber empleado toda la noche en comprar, en las tiendas de los mercaderes que había abiertas, los objetos necesarios para mantenerse durante el grande e inviolable reposo que iba a seguir. Así, pues, se verificó el arresto del Salvador, precisamente en el momento en que reinaban en Jerusalén la mayor «aglomeración de gente» y la mayor «exaltación». ¡He aquí los milagros de ciencia exegética, cuya increíble exhibición no teme ofrecer a la Europa el racionalismo francés! Ha largo tiempo, que para honra de la verdadera ciencia, han notado todos los intérpretes la inconsecuencia del Sanhedrín, en las medidas en que tan cándidamente admiran nuestros literatos del día «un gran sentimiento de orden y de policía conservadora». Los Príncipes de los Sacerdotes, en un conciliábulo precedente, «buscaban los medios de apoderarse de Jesús por dolo, y de matarle1062». Esta deliberación   —652→   no sirvió más que para demostrar su cobardía e impotencia. «¡Temían al pueblo y decían: Que no sea durante la solemnidad1063, no sea que el pueblo se subleve!» En su terror, lejos de tratar de «adelantar» el arresto, pensaban en retrasarlo, para después de la semana de Pascua, cuando comenzaran a alejarse de Jerusalén las caravanas de los peregrinos. «Pero, dice Cornelio a Lapide, resumiendo con una sola palabra la enseñanza de los Padres y la exégesis de todos los siglos, el Consejo de Dios había decretado que muriese Cristo durante la Pascua, para que el tipo divino, la víctima augusta de que era figura el Cordero pascual, fuese inmolada en el día de la verdadera liberación del mundo de que eran símbolos la Pascua y la libertad de Israel1064». El Nuevo Testamento se fundaba en la sangre del Testamento Antiguo. La historia entera se concentraba en torno de la cruz redentora.

7. Así, la policía conservadora del Sanhedrín no tuvo ni aun el ignoble valor de fijar el día en que había de satisfacer su odio. Quería retardarlo, y se adelantó; temía «la aglomeración de gente y la exaltación» de la solemnidad Pascual, y fue obligada a sufrirlas. En cuanto aparece Judas, es él quien se apodera del papel principal; el terror del Gran Consejo se esconde en el manto del traidor. Judas ha oído al Salvador decir a los Judíos: «Yo me voy, y vosotros no podéis seguirme. Dentro de poco tiempo, ya no me veréis más». «Se halló presente cuando mandó Jesús a Pedro y a Juan que anticiparan la hora de la preparación de la Cena, «porque su tiempo estaba cerca». Oyó esta otra significativa exclamación: «He deseado ardientemente comer con vosotros esta última Pascua. En verdad os digo, que ya no la celebraré con vosotros sino en el reino de Dios». Judas temió que se le escapara su víctima, y que inmediatamente después de la comida del Cenáculo, dejara definitivamente a Jerusalén: en tal caso fracasaría el complot urdido por el traidor. He aquí por qué se avanzó la hora del crimen. El Iscariote corrió a encontrar a los Príncipes de los Sacerdotes, a los Fariseos que le habían prometido el precio de la sangre. El Evangelio pasa en silencio lo que les dijo en esta postrer entrevista; pero nos es fácil conjeturarlo.   —653→   Jesús acaba de celebrar la Pascua. Hace dos días que no ha entrado en Jerusalén. Sin duda va a alejarse aún con sus Apóstoles, en cuanto haya cumplido el rito solemne de la Ley. ¿Dónde volver a encontrarle o apoderarse de él después de su partida? Es, pues, preciso aprovecharse de esta circunstancia suprema; darse prisa, porque si no, se perderá la ocasión para siempre. Tal debió ser el lenguaje de Judas. Requiérese al punto a algunos soldados romanos, puestos a disposición del Gran Sacerdote por el Gobernador Pilatos para conservar el orden, en medio de tantos extranjeros. Únenseles los criados de los Pontífices, los satélites del Gran Concejo, y esa horda innominada que se halla en todas las grandes aglomeraciones al servicio de quien quiera alquilarla. ¿Cuál será al día siguiente la actitud del verdadero pueblo de Jerusalén, en vista de este atentado? Nadie puede preverlo; pero no hay tiempo para pensar en ello. Va a escapárseles la víctima a sus verdugos: el tiempo urge. Es preciso precipitarse en su busca. Los Escribas y los Ancianos tienen toda la noche para concertar el medio de asegurar su venganza, preparar la opinión popular, y en caso necesario, hacer recaer sobre Pilatos la responsabilidad del hecho que ejecutan. Pero es necesario apoderarse del fugitivo. Enciéndense linternas y hachas; ármanse de espadas, de palos, y de cuanto les viene a la mano; y corre esta ignoble multitud, guiada por un traidor, en persecución del Dios que la espera. He aquí los «grandes sentimientos de orden y de policía conservadora», que saluda la admiración retrospectiva de nuestros literatos! He aquí lo que ha mancillado la execración de los siglos con el nombre de «beso de Judas».




ArribaAbajo§ II. Anás y Caifás

8. «La cohorte, el tribuno que la mandaba y los satélites Judíos, continúa el Evangelio, prendieron a Jesús y le ataron. Entonces todos los Apóstoles, abandonándole, huyeron. Pero cierto mancebo le iba siguiendo, envuelto solamente con una sábana o lienzo sobre sus carnes, y los soldados lo cogieron; mas él soltando la sábana, huyó desnudo, y se escapó de ellos1065». Dispertado tal vez por el ruido de la multitud, dice el doctor Sepp, este joven discípulo, al   —654→   saber el objeto de la expedición nocturna, había dejado la cama en que dormía, cubriéndose apresuradamente con el lienzo que protegía su sueño y que los Árabes llaman aún en el día heik. Como San Marcos es el único Evangelista que refiere esta circunstancia, han deducido los Padres de la Iglesia que es él mismo el joven de quien hace mención. Y en efecto, la madre de Marcos tenía en este arrabal de Jerusalén una casa en que vivía con su hijo y donde se reunieron los Apóstoles y los discípulos, después de la muerte del Salvador1066. «Como quiera que sea, la tentativa de los soldados para apoderarse de este joven, prueba que les habían mandado los Sacerdotes prender a los Apóstoles. Los Evangelistas ni siquiera se cuidan de mencionar esta circunstancia que atenuaría su fuga. San Marcos escribe, dictándole Pedro: «Entonces le abandonaron todos los discípulos y huyeron», sin tomarse cuidado alguno de atenuar a los ojos del universo, con una palabra explicatoria, este acto de cobardía. ¿Conoce el racionalismo muchos ejemplos de un sentimiento semejante de impersonalidad entre los escritores?

9. «Atado Jesús por los soldados, continúa el sagrado texto, fue conducido primeramente a casa de Anás, porque era suegro de Caifás, que era Sumo Pontífice aquel año. Anás dio orden de llevarle a casa de su yerno Caifás, donde estaban congregados todos los Sacerdotes, los Escribas y los Ancianos. Iban siguiendo de lejos a Jesús Pedro y Juan1067, el cual era conocido del Pontífice, y así pudo entrar con Jesús en el atrio; pero Pedro tuvo que quedarse fuera, mas Juan salió a la puerta y habló a la portera, que franqueó a Pedro la entrada al patio del Gran Sacerdote. Los criados y ministros estaban allí a la lumbre, porque hacía frío, y Pedro asimismo estaba con ellos, calentándose. Entre tanto el Pontífice se puso a interrogar a Jesús sobre sus discípulos y doctrina. A lo que respondió Jesús: Yo he predicado públicamente delante de todo el mundo; he enseñado constantemente en las Sinagogas y en el Templo a donde concurren todos los Judíos, y no he pronunciado una sola palabra de enseñanza en secreto. ¿Para qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído lo que yo les he enseñado, pues ésos saben las cosas que yo les he dicho. Y habiendo Jesús dicho esto, uno de los ministros asistentes dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes   —655→   tú al Pontífice? Díjole Jesús. Si he hablado mal, manifiesta lo malo que he dicho; pero si bien, ¿por qué me hieres? -Los príncipes de los sacerdotes y todos los miembros del Consejo andaban buscando algún falso testimonio contra Jesús para condenarle a muerte, pero no le hallaban aunque se presentaron muchos falsos testigos, pues se contradecían los falsos testimonios. Por último aparecieron dos falsos testigos; el primero declaró en estos términos. Le hemos oído decir: Yo puedo destruir el Templo de Dios y reedificarlo en tres días. El segundo habló así: Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este Templo hecho de mano de los hombres, y en tres días fabricaré otro sin obra de mano alguna. -Mas estos dos testimonios no estaban acordes entre sí. Entonces el Sumo Sacerdote, levantándose en medio de la asamblea, interrogó a Jesús diciéndole: ¿No respondes nada a estos cargos? Mas Jesús callaba y nada respondió. Interrogole nuevamente el Sumo Sacerdote, y le dijo: ¡Yo te conjuro en nombre de Dios vivo, que nos digas si eres el Cristo, hijo de Dios! -Respondiole Jesús: Tú lo has dicho, yo soy, y aun declaro, que veréis después a este Hijo del hombre sentado a la derecha de la majestad de Dios venir sobre las nubes del cielo. -A estas palabras, el Gran Sacerdote desgarró sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Vosotros mismos acabáis de oír la blasfemia que han pronunciado sus labios! ¿Qué os parece? A lo que respondieron ellos: ¡Reo es de muerte! -Luego empezaron los criados a escupirle en la cara y a maltratarle a puñadas, y otros, después de haberle vendado los ojos, le daban bofetadas, diciendo: ¡Cristo, profetízanos, adivina quién te ha herido! Y repetían otros muchos dicterios, blasfemando contra él1068».

10. «¡He aquí el gran sentimiento de orden y de policía conservadora que presidió a todas las medidas!» En vano se busca sombra de justicia alguna en este hipócrita aparato del tribunal en que son violadas injuriosamente todas las prescripciones del código judío y todas las nociones de la jurisprudencia general. ¿Por qué este primer descanso de la vía dolorosa en casa de Anás? ¿Con qué derecho se hace llevar la augusta víctima ese suegro del Gran Sacerdote que había pagado a los Romanos para transmitir a su yerno Caifás la púrpura de Aarón? El texto del Evangelio dice más, en su divina   —656→   sencillez que todos los comentarios. Lleváronle a casa de Anás, porque Anás era suegro de Caifás». ¡Motivo singular para hacer comparecer ante él a un acusado! La ley mosaica no era más que un negocio de familia, y el proceso de Jesús comienza por una irrisión. Pero era preciso dar tiempo a los Escribas, para que reunieran sus famosos testigos en el palacio del Gran Sacerdote. La casa de Anás estaba situada en la montaña de Sión, a la entrada de la ciudad, a una milla del huerto de Getsemaní. Para llegar a ella, tuvo que bajar Nuestro Señor al valle de Josafat; atravesar el Cedron1069, en frente del sepulcro de Absalón; subir la colina del Templo, y penetrar en la ciudad por la puerta Sterquilina. Habían trascurrido cuatro días desde su entrada triunfal, y apenas habían podido marchitarse las palmas con que se había alfombrado el camino. Al hosanna del pueblo habían sucedido los gritos de muerte de una horda infame. Sin embargo, era siempre un rey el que entraba en Jerusalén, sin que disminuyeran su poder las esposas con que se habían cargado sus manos. ¡Qué rayo de majestad divina brilla súbitamente, en el tribunal de Caifás! «Yo soy el Cristo, Hijo de Dios vivo. ¡Me veréis un día sentado a la derecha de Jehovah, descender en las nubes del cielo!» He aquí el rayo que surca las tinieblas de esta horrible noche, retumbando en la conciencia de los mismos jueces. Ha poco escribía un literato: «Jamás tuvo Jesús la idea de presentarse a los Judíos como Dios. Su mal humor contra el Templo, que había detestado siempre, le inspiró una imprudente palabra que figuró entre los considerandos de su sentencia de muerte». ¿Ha leído realmente el Evangelio el literato que usa este lenguaje? La «imprudente palabra contra el Templo» no figura «en los considerandos de la sentencia de muerte». Jesús había dicho a los Judíos: «Destruid el Templo, y yo lo reedificaré en tres días.» Y añade el Evangelista: «Jesús quería hablar del Templo de su cuerpo1070.» Falsos testigos tratan de desnaturalizar esta palabra. El   —657→   uno la disfraza en estos términos: «Yo arruinaré el Templo.» Jesús no había pronunciado esta afirmación amenazadora, sino que había dicho hipotéticamente: «Destruid este Templo.» Llega después el segundo testigo, y su declaración manifiesta claramente que el Salvador hablaba de otro Templo distinto del de Jerusalén, puesto que había dicho: «Reedificaré otro que no será obra de mano del hombre.1071» Esta doble declaración falaz y contradictoria, fue desechada. El Evangelio lo dice en términos formales: Non erat conveniens testimonium illorum. Caifás proclama un instante después su nulidad: ¿Quid adhuc egemus testibus? ¿Dónde, pues, ha encontrado el racionalista moderno monumentos desconocidos que atestigüen que figuró «la palabra imprudente» contra el Templo entre los considerandos de la sentencia de muerte? Lo que está en el Evangelio tan patente como la luz del Sol, es la solemne declaración de Jesús: «Yo soy el Cristo, Hijo de Dios vivo.» El Salvador ha guardado silencio mientras se ha tratado de acusaciones calumniosas, o de declaraciones contradictorias puestas en labios venales de testigos falsos. En este acusado que calla, no ven nuestros retóricos más que un hombre. Un hombre ante este tribunal inicuo hubiera protestado contra un juicio tan ilegal. Hubiera invocado los textos mosaicos que prohibían instruir un proceso criminal por la noche, que prohibían absolutamente toda sesión de este género durante la solemnidad pascual; hubiera recusado sobre todo, como juez a este Caifás, que se había constituido anteriormente en acusador suyo. Cuando le echa en cara un testigo el haber conspirado para destruir el Templo, calla Jesús. Pero, ¿se conoce bien el valor de semejante acusación en el pueblo judío? El Templo de Jehovah era toda la nacionalidad hebraica; la ley divina y humana reunidas en un monumento que todos los hijos de Abraham creían eterno. Para defender este Templo imperecedero contra las legiones romanas, se habían hecho degollar 1.100,000 judíos. Si se hubiese probado que había pensado tan sólo Jesús en destruir el Templo, le hubieran degollado al punto los testigos, los jueces, satélites y criados. Sin embargo, Jesús guardó silencio. Con una sola palabra hubiera podido deshacer la equivocación y restablecer el verdadero sentido de las palabras de que se le acriminaba falsamente. Mas sus labios no   —658→   pronuncian esta palabra. Cuando abra la boca, será para afirmar su divinidad, que no ha cesado de proclamar durante los tres años de su ministerio público. Es preciso que sepa el Sanhedrín el nombre de su víctima: «Soy Cristo, Hijo de Dios vivo. Un día me veréis sentado a la diestra del Todopoderoso descender en las nubes del cielo. ¡Ahora puede ya Caifás desgarrar su túnica de gran sacerdote, pues nunca volverá a ser cosida! Con ella ha desaparecido a girones el sacerdocio de Aarón. Los Escribas han juzgado a un Dios; le han condenado como Dios; el único «considerando que figura en la sentencia de muerte» es el título de Dios que se atribuye Jesús en voz alta. Después de esta manifestación de la divinidad, se entrega el Hijo del hombre a los ultrajes de la horda que le rodea. Todavía continúan, y el divino Maestro no cesa de presentar la mejilla a quien quiere abofetearla o escupirla. ¡En esta señal se reconoce siempre al Hombre Dios!

11. «Pedro estaba sentado fuera en el atrio, dice el Evangelista, entre los criados y los satélites que estaban calentándose alrededor del brasero encendido. La criada del Gran Sacerdote que le había hecho entrar, clavando los ojos en él al resplandor del fuego que daba en su rostro, exclamó: ¡Éste también se hallaba con Jesús! -Y dirigiéndose a Pedro, ¿no eres tú, le dijo, uno de los discípulos del Galileo? No: contestó el Apóstol, delante de todos estos testigos: ¡No le conozco! No sé lo que quieres decir. Y saliendo Pedro fuera del vestíbulo, cantó el gallo. Otra criada le reconoció también y dijo a los criados. Este hombre se hallaba también con Jesús Nazareno. Pedro había vuelto junto al brasero, y estando allí en pie calentándose, le dijeron ellos: ¿No eres tú uno de sus discípulos? Pedro lo negó segunda vez, afirmando con juramento: ¡No conozco a tal hombre! -Cerca de una hora después, uno de los criados del Gran Sacerdote, pariente de aquel a quien había cortado la oreja Pedro en Gethsemaní, le reconoció también y exclamó: ¡No hay duda, éste estaba también con él, porque se ve que es igualmente de Galilea. -Y dirigiéndose a Pedro, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? -No sé qué es lo que quieres decir, contestó Pedro. -Seguramente, replicaron los asistentes, tú eres uno de sus discípulos; pues eres también Galileo, según revela tu lenguaje. Entonces empezó a echar imprecaciones y a jurar que no había conocido a tal hombre. Y al momento cantó el gallo por segunda vez.   —659→   Con lo que se acordó Pedro de la palabra que le había dicho Jesús en el Cenáculo: Antes de cantar el gallo por segunda vez, me has de negar tres veces. Y saliendo afuera, lloró amargamente1072

Marcos, el discípulo de San Pedro, es el que consigna con más pormenores las circunstancias de estas tres negaciones. Los otros Evangelistas indican brevemente el hecho. Pero la mano que guía el Príncipe de los Apóstoles, insiste en la caída, nota todos sus incidentes, inscribe cada una de sus fases. Cuando se trata de las prerrogativas de la soberanía dadas a Pedro; cuando se trata de los actos de adhesión, de impulsos de amor o de raptos de afecto cuya iniciativa había tomado Pedro durante tres años, en medio del colegio Apostólico, se detiene bruscamente el relato de Marcos. Pero aquí se acusa Pedro por boca de su discípulo. Jamás se agotarán las lágrimas que comenzó a derramar en aquella noche, pues según nos dice la tradición, araron sobre su rostro un surco que siempre estaba húmedo. Así le vio Roma en la silla curul del senador Pudens; y cuando se le preguntaba por qué se habían convertido sus ojos en una fuente de lágrimas, respondía contando la historia de su caída. Pedro llora siempre en la Iglesia; mas no por eso es menos el jefe supremo de la Iglesia. Necesitábamos, dice San Crisóstomo, un jefe que supiera por la experiencia de una caída personal, templar en la misericordia y la paciencia el rigor de sus justas sentencias. ¡La voz de una criada hizo caer al primer Papa; y ni el estruendo de las batallas, ni la amenaza de los conquistadores han podido conmover a uno solo de sus sucesores! Tal fue el divino poder de una mirada fijada en Pedro, cuando los criados de Caifás, cansados de golpear a su víctima, condujeron a Jesús al calabozo del palacio pontifical, para poder descansar ellos mismos hasta la mañana siguiente.




ArribaAbajo§ III. Poncio Pilatos

12. No podía pronunciarse de noche una sentencia capital, por prohibirlo la ley Judía. Sin embargo, el odio del Sanhedrín no se había detenido ante este obstáculo, habiéndose pronunciado contra Jesús la sentencia de muerte clandestinamente y en la sombra. Caifás   —660→   y sus Escribas quisieron aprovechar las últimas horas de la noche para consumar su atentado; pero libres para juzgar y condenar, no tenían el poder jurídico de hacer caer una sola cabeza. Habiendo dominado Roma a todo el mundo con la espada, se había reservado por todas partes el dominio supremo de la espada. Era, pues, preciso ratificar por medio del pretor romano, Pilatos, la condena de Jesús. Según, pues, el derecho romano no podía pronunciarse sentencia alguna antes de la aurora. «Luego que fue de día, continúa el Evangelista, todos los príncipes de los Sacerdotes y los Ancianos del pueblo, los Escribas y el Sanhedrín, tuvieron consejo contra Jesús para hacerle morir1073. Sin embargo, uno de los ancianos, el senador Josef de Arimatea, varón virtuoso y justo, que era de los que esperaban el reino de Dios, rehusó concurrir a sus deliberaciones y al designio de los demás1074. Fue llevado Jesús a la sala del consejo y le dijeron los jueces: Si tú eres el Cristo, dínoslo. Respondioles Jesús: Si os lo dijere, no me creeréis, y si yo os hiciese alguna pregunta, no me responderéis ni me dejaréis ir. Mas después de ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. Dijéronle entonces todos: Luego tú eres el Hijo de Dios. Respondioles él: Así es que yo soy como vosotros decís. A estas palabras exclamaron ellos: ¡Qué necesitamos ya buscar otros testigos, cuando nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca! ¡Reo es, pues, de muerte1075! En esta ratificación sumaria de la sentencia precedente, ya no hay testigos ni forma alguna jurídica, manifestándose únicamente el odio y la venganza. La ley judía prohibía condenar a un hombre, aun por su propia confesión, si no tenía otros testigos del crimen. No podían verificarse las reuniones legales del gran Consejo sino después del sacrificio de la mañana, entre las ocho o las nueve, a fin de que pudiera asistir todo el pueblo a la instrucción del proceso, conocer la acusación y apreciar la justicia de la sentencia. Finalmente, no podía pronunciarse condenación alguna a pena capital, sino hasta tres días después del juicio.1076 Pero el   —661→   Sanhedrín «se reunió, dice el Evangelio para condenar a Jesús a muerte.» No son, pues, ya jueces, sino verdugos los que pronuncian el fallo. Su considerando es siempre el mismo. Jesús, atado como un criminal vulgar, ajado el semblante con las bofetadas y salivas   —662→   de una turba infame, se ha proclamado el Cristo, Hijo de Dios vivo. Léese en la primer página del Evangelio: «El Verbo se hizo carne.» Toda la vida de Jesucristo, desde el pesebre de Belén hasta la sentencia de muerte, no ha sido más que el comentario definitivo de esta divina revelación: «¡Yo soy el Cristo, Hijo de Dios vivo!»

13. «La multitud, continúa el historiador sagrado, se precipitó sobre Jesús. Cargósele de cadenas y le llevaron tumultuosamente desde casa de Caifás hasta el pretorio del gobernador Poncio Pilatos.1077 Era muy de mañana, y los Judíos no quisieron entrar en el pretorio por no contraer la impureza legal que les hubiera imposibilitado comer la Pascua. Así es que estaban a la puerta exterior del tribunal. En aquel momento, el traidor Judas, viendo que era condenado Jesús, arrepentido de lo hecho, restituyó las treinta monedas de plata que había recibido, a los Príncipes de los Sacerdotes, diciendo: ¡Yo he pecado, pues he vendido la sangre inocente del Justo!- A lo que dijeron ellos: ¿A nosotros qué nos importa? Allá te las hayas. Mas él, arrojando el dinero en el Templo, se fue, y echándose un lazo, desesperado, se ahorcó. En las angustias de su agonía, reventó por medio, quedando esparcidas por tierra todas sus entrañas.1078 Los Príncipes de los Sacerdotes, habiendo recogido las monedas, dijeron: No es lícito depositarlas en el «Corban1079 (Gazophylacium) o Tesoro Sagrado» porque son precio de sangre. -Y habiéndolo tratado en consejo, compraron con ellas el campo de un alfarero, para sepultura de los extranjeros, por lo cual se llama este campo aun en el día Haceldama,1080 esto es, «campo de sangre» con lo que vino a cumplirse lo que predijo el profeta Zacarías, que dice: «Recibido han las treinta monedas de plata, precio del puesto   —663→   en venta, según que fue valuado por los hijos de Israel, y empleáronlas en la compra del campo de un alfarero. Tal es la revelación que me ha hecho Jehovah.»1081 El escrúpulo de los Judíos que acaban de condenar a un inocente, y que no se atreven a entrar en el pretorio de Pilatos, por temor de contraer una impureza legal, es un rasgo de costumbres farisaicas, que basta hacer notar. La desesperación y el suicidio de Judas Iscariote, referidos tan claramente por el Evangelista, nos recuerdan otros escrúpulos que ha concebido ha poco la conciencia de nuestros literatos. Simpáticos a este desdichado cajero, no pueden admitir tan triste fin los racionalistas modernos. «Tal vez, dicen, retirado a su campo de Hakeldama, llevó Judas una vida pacífica y oscura, mientras sus antiguos compañeros conquistaban el mundo, divulgando por él la noticia de su infamia.»1082 No hay duda, que después de haber tenido el valor de vender a su Maestro, y con mayor razón, a su Dios, por treinta monedas de plata, hay derecho para esperar una muerte pacífica y tranquila, como un propietario que se retira al campo. Sin embargo, esta hipótesis idílica no tranquiliza completamente a nuestros literatos, sobre el destino del infortunado Iscariote. «Tal vez también, dicen, la espantosa odiosidad que pesó sobre su cabeza, fue a parar a actos violentos, en que se vio el dedo del cielo.»1083 ¡Una acusación de asesinato, lanzada a la faz del siglo apostólico, que sólo tuvo mártires! ¡Sofista, permítenos pensar que cuando pusiste este punto de interrogación sobre tantas famas ilustres, no comprendiste1084 lo que hacías!

14. «Entre tanto, continúa el Evangelio, el gentío se agitaba tumultuosamente a la puerta del pretorio. Pilatos salió, pues, afuera, y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? -Respondiéronle y dijeron: ¡Si éste no fuera malhechor, no le hubiéramos puesto en tus manos! Replicoles Pilatos: Pues tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley. -Pero respondieron los Judíos: A nosotros no nos es permitido condenar a nadie a muerte. Con lo que vino a cumplirse lo que dijo Jesús que moriría por mano de los   —664→   Gentiles. Entonces comenzaron a acusarle ante Pilatos, diciendo: Le hemos hallado pervirtiendo a nuestra nación, y prohibiendo pagar los tributos a César, y diciendo que él es el Cristo-rey.»1085

Poncio Pilatos, hechura de Seyano, había recibido de este favorito de Tiberio el gobierno de la provincia presidial de Judea. Llamábanse así las provincias que provenían directamente del emperador, para distinguirlas de las provincias senatoriales, cuyos titulares eran nombrados por el Senado. Este pormenor de administración romana nos hace comprender la exactitud jurídica del título de Praeses, que da el Evangelio a Poncio Pilatos. Aunque simple pretor, tenía Pilatos el derecho de vida y muerte en la provincia presidial. Este derecho de la espada que le había concedido Tiberio, podía herir a la misma mano que lo ejercía, pues según las circunstancias, era tan peligroso hacer uso de él, como dejarlo dormir. Los Judíos, siempre rebeldes a la dominación del extranjero, habían dado ya a Pilatos más de un ejemplo de su obstinación. El gobernador romano los despreciaba y los temía a un mismo tiempo. En vista de esta multitud sediciosa, trata de desembarazarse del juicio que se lleva a su tribunal: sospecha que se trata de un asunto esencialmente judío, en que sólo se hallan en juego las pasiones de esta nación, y por eso contesta: «Encargaos de él vosotros mismos, y juzgad a este hombre según vuestra ley.» Pero los Príncipes de los Sacerdotes no quieren cargar con la responsabilidad que él les devuelve, y dan esta razón: «Nosotros no tenemos potestad para condenar a nadie a muerte.» Así, pues, no hay duda que piden la pena de muerte contra Jesús. Sin embargo, el Sanhedrín podía pronunciar la pena de muerte en los asuntos puramente eclesiásticos; ratificándose siempre una sentencia de esta clase. Pilatos reconoce aquí en ellos este derecho, el cual ejercieron todavía por mucho tiempo, según nos lo prueba el martirio de San Esteban; si bien en este caso era el suplicio, de lapidación. La sentencia debía sancionarse y ejecutarse por el pueblo mismo. Pues bien; el juicio previo, en virtud del cual debía deferirse a Pilatos el divino acusado, se había celebrado en la sombra, a puerta cerrada, sin que hubiera tomado parte en él el pueblo; puesto que no era el pueblo la gente de servicio que habían desencadenado los Sacerdotes y los   —665→   Escribas. Había comenzado la grande octava de la santa solemnidad llegando a ser imposible, durante ocho días, toda ejecución capital por mano de los Hebreos. Era, pues, preciso, a toda costa, que se erigieran en verdugos Pilatos y los soldados romanos. He aquí por qué exclamaban los Sacerdotes: «Os traemos un sedicioso que se niega a pagar el tributo a César. Pues bien; dos días antes había formulado Jesús esta doctrina solemne: «Dad al César lo que es del César.» Pero ¿qué importaba una nueva mentira a estos perjuros? Prohibir pagar el tributo al César, cuando el César se llama Tiberio, es un crimen que basta enunciar, para entregar un inocente a la muerte. «Se dice el Cristo-rey,» añaden. Proclamar una pretensión al trono cuyo monopolio tiene Tiberio; sublevar al pueblo contra Tiberio, y prohibir pagar el impuesto; he aquí tres acusaciones capitales, con las que no podía transigir Pilatos sin jugarse él mismo la cabeza. No se trata ya por los Judíos del «blasfemo que se ha llamado Hijo de Dios.» Olvídanse de la acusación de lesa majestad divina; y la trasforman en acusación de lesa majestad Cesárea; y Pilatos que se hubiera desdeñado de la primera, se ve obligado a considerar la segunda seriamente.

15. «Pilatos entró de nuevo en el pretorio, continúa el Evangelio, e hizo comparecer a Jesús. El Señor compareció en pie ante el gobernador, que le interrogó en estos términos: ¿Eres tú el rey de los Judíos? Respondió Jesús: ¿Dices tú eso de ti mismo, o te lo han dicho de mí otros? Replicole Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han entregado a mí, ¿qué has hecho tú? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, claro está que mis gentes me habrían defendido para que no cayera en manos de los Judíos; mas ahora,1086 mi reino no es de aquí. -¿Luego tú eres rey? le replicó Pilatos. Respondió Jesús: Así es, como dices: yo soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que está por la verdad, escucha mi voz. ¿La verdad? dijo Pilatos. ¿Qué es la verdad? -Y diciendo esto, sin esperar la respuesta, salió segunda vez a los Judíos, y les dijo: Yo ningún delito hallo en este   —666→   hombre. -Entonces los Ancianos y los Sacerdotes volvieron a multiplicar sus acusaciones: Jesús guardó silencio. Por lo que Pilatos le dijo: ¿No oyes de cuántas cosas te acusan? ¿Nada tienes que contestar? Pero Jesús nada más contestó; por manera que el presidente quedó maravillado en extremo. -Sin embargo, los Judíos insistían más y más, diciendo: Tiene alborotado el pueblo con la doctrina que va sembrando por toda la Judea, desde la Galilea, donde comenzó, hasta aquí. -Oyendo pronunciar Pilatos la palabra Galilea, preguntó si aquel hombre era Galileo, y cuando se aseguró de ello, como el acusado, siendo Galileo, dependía de la jurisdicción de Herodes, envió Pilatos, pues, a Jesús al Tetrarca que estaba en Jerusalén hacía algunos días.»1087

Se llegaba al pretorio por una escalera de mármol blanco de veinte y ocho gradas, y es la Scala Santa que se llevó más adelante a Roma por Constantino el Grande. Nuestro Señor la subió tres veces durante su Pasión.1088 La han subido también de rodillas todas las generaciones cristianas de los peregrinos. Cuando salió Pilatos a hablar a los Judíos, como dice el Evangelio, se paró en lo alto de esta escalera. «Así, el escrúpulo de los Príncipes de los sacerdotes fue respetado, y conservaron intacta la pureza legal, que no les impedía mancharse con la sangre del Justo.»

Sólo los soldados romanos escoltaron al divino Maestro, cuando tuvo que subir la escalera pretoriana y que comparecer en el tribunal del gobernador. El interrogatorio fue según la fórmula breve e irónica que afectaba la justicia de Roma para el universo vencido. «¿Acaso soy yo judío, pregunta Pilatos, para creer en el reinado de un Cristo? ¿Qué has hecho? ¿Eres, pues, tú rey?» -Y cuando habla Jesús a este romano que administra justicia en nombre de Tiberio, de «un reino que no es de este mundo,» de un cetro que «no es actualmente de aquí bajo»; Pilatos se encoge de hombros. Hasta más tarde no conocerá Roma este duple reinado espiritual y temporal, que ha de asegurarle el imperio inmortal de la verdad. Pero en   —667→   aquel momento, Pilatos, representante de la filosofía de Roma pagana, hace con una sola palabra su profesión de fe. «¿Qué es la verdad?»- «No pide respuesta, dice un autor ilustre, estaba seguro de que no la obtendría.»1089 Busca en el acusado crímenes, y sólo encuentra ideas cuya expresión, tendencias y trascendencias reales no comprende, pero cuya inocencia es incontestable. Después vuelve a decir a los Judíos: «No he encontrado crimen en este hombre.» Juez competente, anula la sentencia de muerte pronunciada por el Sanhedrín. Si Pilatos hubiera sostenido como era deber suyo, la inviolabilidad de la sentencia absolutoria; si hubiera resistido a los clamores de la multitud deicida, no hubiera sido entregado su nombre a una infamia eterna. Pero no tiene el valor de la justicia, y se deja intimidar por las vociferaciones de los Judíos. Tal vez es tan poca cosa la vida de un inocente para este romano que no quiere tomarse la pena de defenderla. ¿Qué es una víctima más en el reinado de Tiberio? Como quiera que sea, Jesús de Nazareth depende de la jurisdicción del tetrarca Herodes, y Pilatos remite la causa a su príncipe natural.1090

16. «Herodes, dice el historiador sagrado, holgose sobremanera de ver a Jesús, porque hacía mucho tiempo que deseaba verle, por las muchas cosas que había oído de él, y con esta ocasión esperaba verle hacer algún milagro. Hízole, pues, muchas preguntas, pero él no le respondió palabra. Entre tanto, los Príncipes de los Sacerdotes y los Escribas (que no temían ya contraer la impureza legal en el palacio de un príncipe judío) estaban en pie junto al trono de Herodes, y persistían obstinadamente en acusarle. Mas Herodes con todo su séquito, le despreció, y para burlarse de él le hizo vestir de una ropa blanca (como se hacía con los locos), y le volvió a enviar a Pilatos. Y desde aquel día se reconciliaron Herodes y Pilatos que estaban enemistados.»1091

El matador de Juan Bautista temió en otro tiempo que su víctima, resucitando de entre los muertos, hubiera tomado la forma de Jesús de Nazareth; pero se disipa su terror al ver una figura que en   —668→   nada se parece a la del encarcelado de Maqueronta. El silencio del divino acusado provoca las burlas del príncipe y sus cortesanos. Por ventura ¿no se sospecha siempre que la inocencia que calla, ante las potestades de este mundo, es rebelde o loca?

17. Jesús fue, pues, vuelto a conducir al Pretorio. «Pilatos, continúa el Evangelio, dijo a los Príncipes de los Sacerdotes, a los Ancianos y al pueblo reunidos: Vosotros me habéis presentado este hombre como alborotador del pueblo, y he aquí que habiéndole yo interrogado en presencia vuestra, ningún delito he hallado en él de los de que le acusáis. Pero ni Herodes le halló, puesto que os remití a él, y por el hecho se ve que no le juzgó digno de muerte; y así soltarele después de algún castigo.»1092 ¿Castigo por qué? puesto que es inocente. He aquí la justicia sumaria de Pilatos. Y no obstante, nos vemos obligados a añadir, que el inicuo expediente del gobernador romano, era en realidad un acto de clemencia, si se compara con el odio obstinado de los Sacerdotes. Todos los castigos que podrá imponerse a Jesús, no satisfarán su rabia; porque quieren su muerte. La proposición de Pilatos no fue aceptada. «Acostumbraban los presidentes o gobernadores romanos, continúa el Evangelio, conceder por razón de la fiesta de Pascua la libertad de un reo a elección del pueblo, y teniendo a la sazón en la cárcel a un ladrón muy famoso llamado Barrabás, culpable de robo, de sedición y asesinato, preguntó Pilatos a los que habían concurrido: Os repito que no hallo delito alguno en el hombre que me habéis traído a mi tribunal; mas ya que tenéis costumbre de que os suelte un reo por la Pascua, ¿queréis que os ponga en libertad al Rey de los Judíos? ¿A quién elegís de Barrabás o Jesús, que es llamado el Cristo? -Pilatos hacía esta nueva proposición al pueblo y no a los Príncipes de los Sacerdotes, cuyo odio personal a Jesús era conocido. Y estando el gobernador sentado en su tribunal, le envió a decir su mujer: No te mezcles en las cosas de ese justo, porque son muchas las congojas que hoy he padecido en sueños por su causa. -Pilatos esperaba que el pueblo sería más compasivo que los Príncipes de los Sacerdotes, pero éstos, de concierto con los Ancianos y con los Escribas, indujeron al pueblo a que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así es, que preguntándoles el presidente otra vez, y diciendo:   —669→   ¿A quién de los dos queréis que os suelte? respondió el pueblo a una voz: Desembarázanos de Jesús y danos a Barrabás. -Replicole Pilatos: ¿Pues qué he de hacer de Jesús, llamado el Cristo? Exclamaron todos: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Por tercera vez replicoles Pilatos, diciendo: Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no hallo en él causa alguna de muerte. -Mas ellos sin escucharle, redoblaron sus gritos: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! y la gritería era más amenazadora. -Pilatos dijo al fin: Voy a hacerle azotar y le soltaré después.»1093

18. Según testifica la tradición, la mujer de Pilatos se llamaba Claudia Prócula. Es probable que fuera una liberta de la familia Claudia, de que procedía el mismo emperador Tiberio. Había acompañado a su esposo a la Judea.1094 Sabida es la importancia que los antiguos daban a los sueños. La oneirocricia o adivinación por sueños, había recorrido el mundo pagano. Del palacio de los Faraones pasó a los de Nínive, de Babilonia y de Persépolis; reinó en la Grecia y dominó a los Romanos, dueños del universo. Calpurnia, aterrada por un sueño, quiso impedir a Julio César que fuera al Senado el día en que debía ser asesinado el héroe. Claudia Prócula quiso sin mejor éxito evitar a Pilatos la mancha que iba a caer en su nombre. El gobernador o presidente intentó, no obstante, disputar la vida de la augusta víctima al furor de sus enemigos. Contaba con que la vista de la sangre inocente que iba a correr a oleadas al azote de los soldados, enternecería a los Judíos. Mas esta cruel concesión debía ser más funesta al acusado que una sentencia capital, pues en lugar de un suplicio, iba a sufrir dos Jesús. La flagelación era un tormento equivalente a la muerte, con que terminaba con frecuencia. El paciente, medio encorvado y metidas ambas manos en un anillo de hierro sujeto a una columna, era despojado de sus vestidos hasta la cintura. Azotábanle cuatro soldados sin contar los golpes, con correas de cuero armadas de bolillas de plomo y garfios de hierro. «Pilatos, dice el Evangelista, mandó azotar a Jesús. Los soldados   —670→   le llevaron entonces fuera del pretorio,1095 y después de ejecutar esta orden, le volvieron al vestíbulo. Reunida allí toda la cohorte, le vistieron un manto de escarlata y le pusieron en la cabeza una corona tejida de espinas1096 y una caña1097 en la mano derecha, y se arrimaban a él, y doblando la rodilla, postrándose ante él, le escarnecían diciendo: ¡Salve, oh rey de los Judíos! y dábanle de bofetadas. Al mismo tiempo heríanle con la caña que habían puesto en sus manos atadas y le cubrían de salivas.»1098 Así, pues, comenzó a correr en la pasión la sangre del Redentor al azote de un soldado romano. Un soldado romano fue quien coronó de espinas al Rey de los Judíos y del mundo. ¡Con cuántas lágrimas de amor no ha rescatado la Roma cristiana estos atentados de la Roma de Tiberio! Entre tanto Pilatos volvió a tomar al divino flagelado, y salió con él del palacio. Y salió juntamente con Jesús a lo alto de una arcada que cruzaba la calle, y dominaba a toda la multitud; Jesús, dice el Evangelista, llevaba la corona de espinas en la cabeza y el manto de escarlata en los hombros. He aquí, dijo Pilatos, que os lo saco fuera para que reconozcáis que yo no hallo en él delito alguno. Después, enseñándoselo con el dedo, añadió: ¡Ved aquí al Hombre! Luego que los Pontífices y sus ministros le vieron, alzaron el grito, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale!»1099 El pueblo enternecido   —671→   callaba. La divina víctima chorreando sangre, había desarmado por un instante, con el espectáculo de sus padecimientos, la ferocidad de la multitud. Pero el odio de las gentes del Templo era implacable, y en breve el pueblo va a imitar su furor. «Díjoles Pilatos. Tomadle allá vosotros y crucificadle, que yo no hallo crimen en él. -Nosotros tenemos una ley, respondieron los Judíos, y según esta ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. Cuando oyó Pilatos esta acusación, se llenó más de temor.»1100

19. Mientras los Judíos sólo habían articulado contra Jesús agravios políticos, evidentemente imaginarios, se había cuidado poco de ello Pilatos; una simple ojeada había bastado al Romano para convencerse de que el cetro de Tiberio no podía verse amenazado seriamente por semejante competidor. «¡Ved aquí al hombre!» dijo el presidente, mostrando a la víctima agobiada, cubierta de sangre y de heridas. Sí, era el hombre tal cual lo había puesto el pecado. Pero el pretor no piensa en los misterios de gracia y de amor divino que oculta su irónica interjección, esperando desarmar, con el espectáculo de tantos dolores, el odio de los Judíos. Por un momento creyó haberlo logrado, pues la multitud hasta entonces encarnizada, guardaba silencio. Sólo los Sacerdotes y sus ministros; Pontifices et ministri, prorrumpen de nuevo en gritos de muerte. Pilatos les contesta: «Tomadle vosotros mismos y crucificadle», porque sabía muy bien que, aun dándoles este permiso, no querrían aprovecharse de él, durante la solemnidad pascual que había ya principiado. Como quiera que sea, esta concesión es un segundo paso en el camino de iniquidad en que se empeña el gobernador vergonzosamente. En breve el furor de los Judíos reanimado con las excitaciones de los Sacerdotes, le arrancara una sentencia de muerte. «Nosotros tenemos nuestra ley, dicen ellos, y según esta ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.» En estas palabras apercibe Pilatos tumultos, rebeliones y nuevas guerras, semejantes a las que después de treinta años no habían cesado de suscitar en Palestina   —672→   las pasiones religiosas. «Redóblanse sus temores», dice el Evangelio: Pilatus magis timuit. Ya no es más que un instrumento ciego en manos de los Sacerdotes. Su acusación de lesa majestad cesárea no ha producido el resultado que esperaban, mas ahora van a triunfar en nombre de su ley, cuya inviolabilidad ha garantizado Roma, con la perspectiva de un levantamiento nacional. Sin embargo, Pilatos quiere interrogar aun otra vez al acusado. «Y volviendo a entrar en el pretorio, continúa el Evangelista, dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le respondió palabra. Por lo que Pilatos le dijo: ¿Rehúsas hablarme? ¿No sabes que tengo poder para crucificarte o para soltarte? Entonces, respondió Jesús. No tendrías poder alguno sobre mí, si no te fuera dado de arriba. Por eso, quien a ti me entregó, tiene mayor pecado. Desde entonces buscaba Pilatos más aún, cómo libertarle; pero los Judíos daban voces diciendo: Si sueltas a ése, no eres amigo de César, puesto que cualquiera que se hace rey, se declara contra César.»1101

20. La amenaza de denunciarle al tribunal de Tiberio, después de haberle amenazado con un levantamiento nacional, debía atemorizar a Pilatos. La perfidia de los Sacerdotes sigue, en la manifestación popular que dirigen, una gradación sabiamente calculada. Pilatos sabe que puede costarle la vida una sospecha de infidelidad, trasmitida a Tiberio por el último espía, y no es hombre que se arriesgue a semejante peligro, por salvar a un inocente. «Hizo, pues, salir a Jesús fuera del pretorio, continúa el Evangelio, y sentose en su tribunal, en el lugar llamado en griego Lithostrotos, y en hebreo Gabbatha.1102 Era entonces cerca de la hora sexta1103 del día de la Parasceve (Preparación) de la Pascua. Pilatos dijo a los Judíos: Aquí tenéis a vuestro Rey. Mas ellos clamaban: ¡Quítale, quítale de enmedio, crucifícale! Díjoles Pilatos: ¿A vuestro Rey tengo yo de crucificar? Respondieron los Pontífices: No tenemos otro rey que el   —673→   César. -Con lo que viendo Pilatos que nada adelantaba, antes bien, que cada vez crecía el tumulto, mandó traer agua y se lavó las manos a vista del pueblo, diciendo: Inocente soy de la sangre de este justo: vosotros seréis responsables de ella. -A lo cual respondiendo todo el pueblo, dijo: Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Y al fin Pilatos, deseando contentar al pueblo, les soltó a Barrabás, y les entregó a Jesús para que fuese crucificado.»1104

«¡Lava tus manos, Pilatos, porque están teñidas en sangre inocente! ¡La has concedido por debilidad, y no eres menos culpable que si la hubieras sacrificado por malevolencia! Las generaciones han repetido hasta nosotros: Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos: Passus est sub Pontio Pilato.1105




ArribaAbajo§ IV. Vía Crucis

21. Habiéndose pronunciado la sentencia por la autoridad romana, la ejecutaron los soldados romanos. «Tomando a Jesús, dice el Evangelista, volvieron a ultrajarle, y después de estos nuevos insultos, le arrancaron el manto de escarlata con que le habían cubierto, lo pusieron sus vestidos, y cargando la cruz en sus hombros, le llevaron al Calvario, llamado en hebreo Gólgotha.»1106 Aquí comienza el Camino de la Cruz, todos cuyos pasos han sido y no cesarán de ser regados con lágrimas por la piedad cristiana. La   —674→   primera estación se hace en el tribunal de Pilatos, cuando se lava el pretor las manos, creyendo borrar la mancha de sangre divina que mancillara por siempre su memoria. Del pretorio al Calvario, se cuentan cerca de mil trescientos veinte pasos. Jesús, arrastrado por sus verdugos, escoltado por los soldados, y seguido del populacho judío, pasó primeramente por debajo de la arcada donde se le había mostrado a la multitud después de su flagelación. La calle que es de longitud de doscientos pasos, está en declive, y baja hasta encontrar la calle de Efraín, actualmente, calle de Damasco. «Bajando hacia la izquierda, dice M. Mislin, se halla el sitio donde la Santísima Virgen, que se había situado cerca del pretorio, durante esta cruel mañana, y que quería ver otra vez a su divino Hijo, se colocó a su tránsito, y se desmayó al encontrarse con sus miradas. «El Evangelio no ha notado este rasgo del dolor maternal. La espada predicha por Simeón, hería el corazón de María; pero no parece sino que la humilde Virgen quiso ocultar sus padecimientos, con el mismo cuidado con que veló sus gozos y sus grandezas. Sin embargo, todos los Padres nos han conservado esta tradición, que ha consignado la Iglesia Católica. Al fin de esta calle, abrumado con el peso de su cruel carga, cayó Jesús por vez primera. Este sitio se ha indicado a la piedad de los peregrinos de Jerusalén con una columna de mármol rojo, medio enterrada en el suelo. «Los soldados que le conducían, continúa el Evangelio, encontraron en aquel sitio a un hombre natural de Cirene, llamado Simón, que volvía de su granja y que era padre de Alejandro y de Rufo.1107 Los soldados requiriéndole en nombre de la ley romana, le cargaron la cruz en los hombros y le obligaron a llevarla detrás de Jesús.1108 Ya hemos dicho que el requerimiento del magistrado o del oficial romano, no admitía dilación ni excusa. Este africano, nacido en Libia y establecido en Jerusalén, era verosímilmente el prosélito o «convertido» del Judaísmo, que volvemos a encontrar en los Actos de los Apóstoles, con el nombre de Simón el Negro, al lado de Lucio de Cirene.1109   —675→   Las tres partes del mundo conocido de los antiguos, Europa, Asia y África; las tres grandes razas de la humanidad, debían hallarse representadas en el divino sacrificio que reconcilió al cielo con la tierra. Antes de llegar a la puerta de Efraín, subió la comitiva por una calle bastante pendiente. Allí fue donde el divino Maestro, agobiado de fatiga y de padecimientos, y por la pérdida de sangre que corría de sus heridas, cayó por segunda vez. «Seguíale una gran muchedumbre de pueblo, dice el Evangelista, y de mujeres, las cuales se deshacían en llantos y lamentaciones.»1110 Una de ellas tuvo valor para penetrar por entre las apiñadas filas de los soldados, y con un pañuelo que llevaba en la mano, enjugó la sangre, el sudor y las salivas que cubrían la faz del Salvador; y la efigie del divino rostro quedó impresa en sangrientos rasgos, en el lienzo de la piadosa Verónica.1111 «Jesús, volviéndose hacia el grupo de las piadosas mujeres, les dijo, ¡Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos! Porque presto vendrán días en que se diga: Dichosas las estériles, y dichosas las entrañas que no concibieron y los pechos que no dieron de mamar! Entonces comenzarán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! y a los collados: Sepultadnos. Pues si al árbol verde le tratan de esta manera ¿qué se hará con el seco?»1112 En lo alto de la calle se hallaba la Puerta Judiciaria, que era en la que terminaba la ciudad, en tiempo de Nuestro Señor.1113 Otra tercer caída marcó el último paso de Jesús por el suelo de la ingrata ciudad. Quiso Jesús caer tres veces, como Pedro el Jefe de su Iglesia, para expiar nuestras multiplicadas caídas, y para enseñarnos a levantarnos, y a llevar con valor nuestra cruz. Al lado de la Puerta Judiciaria, se abría el campo de las ejecuciones capitales, conocido con el nombre de Gólgotha.



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ArribaAbajo§ V. La cruz del Gólgotha

22. «Eran también conducidos con Jesús, continúa el Evangelista, dos ladrones que debían ser crucificados al mismo tiempo que él. Llegados al lugar llamado Gólgotha o Calvario, le presentaron vino mezclado con mirra y hiel; mas él habiéndolo probado, no quiso beberlo. Era la hora sexta (medio día). Los soldados le clavaron en la cruz,1114 y los dos ladrones fueron crucificados uno a su derecha y otro a su izquierda. Y la cruz del Señor quedó en medio, cumpliéndose así las palabras de la Escritura: «Y fue puesto en la clase de los facinerosos.»1115 Entre tanto Jesús decía: «Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Pilatos había escrito la inscripción que debía ponerse encima de la cruz. Los soldados fijaron este Título, que enunciaba la causa del suplicio, en la cruz, encima de la cabeza de Jesús. En él estaba escrito en hebreo, en griego y en latín: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.» Este rótulo lo leyeron muchos de los Judíos, porque él lugar en que fue Jesús crucificado estaba contiguo a la ciudad. Con esto los Pontífices de los Judíos dijeron a Pilatos: No has de escribir: Rey de los Judíos, sino: que se titula Rey de los Judíos. Mas Pilatos respondió: Lo escrito.1116 Entre tanto los soldados, después de haber crucificado   —677→   a Jesús, tomaron sus vestidos, de que hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y se los repartieron. Pero reservaron la túnica, la cual era sin costura y de un solo tejido de arriba abajo; por lo que dijeron entre sí: no la dividamos; mas echemos suertes para ver de quién será.1117 Con lo que se cumplió la palabra de la Escritura: Repartieron entre sí mis vestidos y sortearon mi   —678→   túnica.»1118 Y esto es lo que hicieron los soldados. Y habiéndose sentado junto a él, le guardaban. Y los Judíos que pasaban por allí le blasfemaban, y meneando la cabeza, decían: ¡Oh! tú que derribas el Templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz. Y el pueblo lo estaba mirando todo, y hacía befa de él. Y de la misma manera los Príncipes de los Sacerdotes y los Escribas y los Ancianos, acudieron también a ultrajarle: Ha salvado a otros, decían, y no puede salvarse a sí mismo. Si es el Rey de Israel, el Cristo elegido por Dios, que baje ahora de la cruz para que seamos testigos de vista y creamos en él. Él pone su confianza en Dios; pues si Dios le ama tanto, líbrele ahora, ya que él mismo decía: Yo soy el Hijo de Dios. -Insultábanle no menos los soldados, los cuales se arrimaban a él, y presentándole una esponja empapada en vinagre, le decían: Si eres el rey de los Judíos, ponte en salvo.»1119

La mirra ofrecida por los Magos en Belén, vuelve a encontrarse en los crueles presentes del Gólgotha. Los soldados romanos no quieren desgarrar la túnica sin costura del Hombre-Dios. ¡No sabían entonces estos cuatro pretorianos de Tiberio, al repartirse al pie de la cruz los despojos de un crucificado judío, qué manos más poderosas intentarían vanamente en toda la serie de los siglos, desgarrar la túnica inmaculada de Jesucristo! El Judaísmo, insultando la cruz que salvó al mundo, completa este cuadro deicida. La cobardía del ultraje excede, si es posible, al frenesí de los clamores que resonaban ha poco en el pretorio: «¡Que recaiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos!» Todos los años, el día de Viernes Santo, pone esta oración la Iglesia Católica en los labios de sus ministros. «Dios omnipotente y eterno, e cuya misericordia no rechaza ni aun la   —679→   perfidia del Judaísmo, oye las oraciones que te dirigimos por este pueblo ciego. Que reconozca la luz de tu verdad, al Cristo, y se disipen por fin sus tinieblas.»1120

23. «Uno de los ladrones crucificados con Jesús, continúa el Evangelio, blasfemaba contra él, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. -Mas el otro le reprendía, diciendo: ¿Cómo? ¿ni aun tú temes a Dios, estando como estás en el mismo suplicio? Y nosotros a la verdad, estamos en él justamente, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos; pero éste ningún mal ha hecho. -Y dirigiéndose a Jesús: ¡Señor, le dijo, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino! -Jesús le respondió: En verdad te digo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.»1121 La fe de este ladrón conquista el cielo. ¿Quién dirá nunca la majestad divina que había en el crucificado del Gólgotha, para que descubriera el buen ladrón en él un Rey que partía a la conquista de un imperio inmortal? La segunda palabra de Jesús en la cruz abre el cielo a un ladrón; la primera había solicitado el perdón celestial para los verdugos. La tercera va a dar por madre a todos los hombres a la Reina del cielo. «Estaban al mismo tiempo en pie, junto a la cruz de Jesús, su Madre con María, mujer de Cleofás, María Magdalena y Juan, el discípulo que Jesús amaba. Jesús mirándoles, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo; y al discípulo: Ahí tienes a tu Madre. -Y desde aquel punto, tomó el discípulo a María por madre suya.»1122 Lo mismo ha hecho la humanidad. La Eva del Paraíso Terrenal, aceptó la muerte para todos sus hijos al pie del árbol del bien y del mal. Al pie del árbol de la cruz, en que abre Jesús el Paraíso terrestre al arrepentimiento, llega a ser María la madre de la salvación, el refugio y la esperanza de los pecadores. «Entre tanto, dice el texto sagrado, desde la hora sexta hasta la hora de nona (tres horas de la tarde), quedó toda la tierra cubierta de tinieblas, y el sol se oscureció. Y cerca de la hora nona, exclamó Jesús con una gran voz, diciendo: Eli, Eli, lamma sabacthani,1123   —680→   es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Estas palabras, pronunciadas en hebreo, no fueron comprendidas por algunos judíos helenistas que las oyeron; los cuales decían: «¡Llama al Profeta Elías!1124 Elías, el gran taumaturgo del Antiguo Testamento, había sido llamado por los Judíos el Ángel de la alianza, recurriendo a su intercesión en los peligros urgentes. El Talmud refiere que este Profeta, invocado del fondo de los calabozos por los Hebreos fieles, se apareció con frecuencia a los encarcelados, bajo una forma visible, e hizo caer sus cadenas. Aún en el día, durante la noche de Pascua, esperan los hijos de Jacob la venida del Mesías, que debe librar a su pueblo del yugo de los Goim (Gentiles).1125 Estas tradiciones hebraicas son el comentario exacto de la palabra de los Judíos al pie de la cruz. «¡Llama a Elías!» decían. Pero no era tal el sentido de la exclamación del Salvador. Después que Dios, muriendo entre dos malvados, legó el perdón a sus verdugos, el cielo al arrepentimiento, y su propia madre a todos los mortales, el nuevo Adán, el hombre que expía las culpas de la humanidad entera, vuelve a encontrarse en frente de la justicia eterna. Entonces hace oír Jesús las primeras palabras del salmo profético, en que resume David anticipadamente los tormentos del Gólgotha. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? No soy un hombre, sino un gusano; he venido a ser oprobio de los humanos y objeto de risa. Todos los que me miran hacen mofa de mí con palabras y con meneos de cabeza; vociferan blasfemias, diciendo: ¡En el Señor esperaba; que le liberte; sálvele ya que tanto le ama! Mi sangre ha corrido como el agua; se han agotado mis fuerzas, y mi lengua se ha pegado al paladar: han contado todos mis huesos uno por uno; repartieron entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica.»1126 He aquí lo que decía Jesús en su divina agonía, relacionando las profecías de Israel con las realidades del Calvario, y recitando el primero este breviario de la cruz que repetirán sin cesar los sacerdotes de la Iglesia   —681→   Católica. ¿Saben todas estas cosas el racionalismo y el siglo que ha forjado a su imagen, cuando se atreven a decir: «Jesús sólo vivió de la ingratitud de los hombres; tal vez se arrepintió de padecer por una raza vil, y exclamó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»1127 Hasta este punto de ignorancia religiosa ha llegado hoy la Francia. «¡Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen!» «Jesús, continúa el Evangelista, sabiendo que se habían cumplido las profecías, para que se cumpliese otra postrera (o la Escritura)1128 dijo: ¡Tengo sed! -Estaba puesto allí un vaso lleno de vinagre. Uno de los soldados corriendo, tomó una esponja y empapola en él, y puesta en la punta de una caña de hisopo, la acercó a los labios de Jesús. ¡Tengo sed, dijo Jesús. Me han abrevado de hiel y vinagre, había escrito David.- «Entre tanto, los Judíos dijeron al soldado: Dejad, veamos si viene Elías a librarle. Jesús, luego que tomó el vinagre, dijo: ¡Todo está cumplido! Y de nuevo, clamando con una voz muy grande, dijo: ¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu!-Y profiriendo estas palabras, inclinó la cabeza y expiró.»1129

24. «Y al punto el velo del Templo se rasgó por en medio en dos partes, de alto abajo, y la tierra tembló y se partieron las piedras; y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron, y saliendo de sus tumbas, vinieron a la Ciudad Santa, y se aparecieron a muchos. Y el Centurión, situado en frente de la cruz, al oír el grito que lanzó Jesús antes de expirar y al ver estos prodigios, rindió gloria al Señor, diciendo: ¡Verdaderamente, este justo era el Hijo de Dios! -Y la multitud reunida en el Calvario volvió a Jerusalén, dándose golpes de pecho. Entre tanto, todos los discípulos y los amigos de Jesús consideraban de lejos todo lo que pasaba. Y con ellos se hallaban las tres mujeres que le habían seguido desde Galilea; María Magdalena; María, madre de Santiago el Menor y de Josef; Salomé, madre de los hijos de Zebedeo.1130 «Cristo, añade San Pedro, había muerto según la carne; pero siempre viviendo en su alma, fue a llevar la buena nueva de la liberación a los espíritus cautivos.»1131

25. La majestad divina en la muerte en una cruz, es la correlación   —682→   y secuela del nacimiento del Verbo encarnado en el pesebre de Belén. Nada quitó el ánimo al Hijo del hombre; el sudor de sangre en Getsemaní; un ayuno de cerca de veinte horas; las fatigas de una marcha continua del Huerto de los Olivos a casa de Caifás, de casa de Caifás al pretorio de Pilatos, del pretorio al palacio de Herodes; la vuelta al pretorio para la flagelación; la vía dolorosa al Gólgotha; los torrentes de sangre que fluyen de las manos y de los pies traspasados por los clavos; las heridas abiertas en la cabeza por las espinas de la corona; en el pecho y las espaldas por los garfios del azote romano; tres horas de agonía en la cruz no han agotado, las fuerzas de la víctima voluntaria que eligió por sí misma el instante de su muerte, y que lo anuncia con un gran grito: «¡Todo está consumado!» -Los dos ladrones, crucificados junto al divino Maestro, no habían sufrido esta serie interminable de tormentos, a la cual no hubiese podido resistir por tanto tiempo ninguna constitución humana. Habíaseles sacado de su calabozo para conducirlos al Calvario. Nuestros literatos no se han avergonzado de escribir en vista de estas realidades Evangélicas: «¡Lo más especialmente atroz del suplicio de la cruz, era que se podía vivir tres o cuatro días en este horrible estado, sobre el escabel del dolor. La delicada organización de Jesús, le preservó de esta lenta agonía. Todo induce a creer que le ocasionó la ruptura instantánea de un vaso del corazón, una muerte súbita al cabo de tres horas.»1132 Así hablan nuestros racionalistas. Por lo demás, guardan un silencio absoluto sobre los prodigios que señalaron la muerte del Hombre-Dios. Y no obstante, algo es una súbita oscuridad extendiéndose por toda la naturaleza desde el medio día hasta las tres, en un día de luna llena en que es inexplicable un eclipse de sol, según los fenómenos naturales. Rocas que se dividen y se parten deben dejar rastros de su ruptura. Un terremoto que desgarra el velo del Templo y remueve y levanta las losas de los sepulcros, y deja consternada una multitud como la que llenaba entonces Jerusalén, no debió ser un hecho desapercibido. Calculando en quinientas mil almas la multitud reunida en la Ciudad Santa para la solemnidad Pascual, todavía sería un cálculo corto.1133 Pero   —683→   esta masa de testigos vivía aún cuando escribieron los Evangelistas. Fue, pues, preciso que se hallase completamente averiguada la notoriedad de los prodigios para que los Evangelistas los hicieran notar a la vista de una generación contemporánea, sin temer una sola negativa. Finalmente, si hubieran sido fabulosos todos estos prodigios, ¿se nos podría explicar cómo habían de haber convertido los Apóstoles un solo habitante de Jerusalén a favor de la divinidad de su Maestro? En pocos días cayeron cinco mil Judíos a un tiempo mismo a las rodillas de Pedro, y adoraron al crucificado del Gólgotha. ¿Hubieran podido ser tan instantáneas y tan generales estas maravillosas conversiones sin los prodigios que rodean la cruz del Salvador? Por otra parte, la realidad de los milagrosos hechos que acompañaron la muerte de Jesús, desafía todos los esfuerzos del más obstinado escepticismo. En el cuarto año de la segunda olimpiada (año de la muerte de Jesucristo), dice el escritor pagano Phlegon, tuvo lugar el mayor eclipse de sol de que tienen los hombres noticia. Fueron tales las tinieblas, que se vio lucir las estrellas en medio del día; redoblándose el horror de esta prolongada oscuridad con un terremoto.»1134 -«En el reinado de Tiberio, dice Plinio el Antiguo, arruinó doce ciudades en Oriente un terremoto tal como no hay memoria humana que se viere jamás.»1135 Testigo ocular del eclipse que desconcertó todas las reglas de la Astronomía, observando Apolófanes este fenómeno en Egipto, donde se encontraba entonces, exclamaba: «¡Estos cambios son sobrenaturales y divinos».1136 Aún en el día presenta a todos los geólogos la roca del Gólgotha que se partió a la muerte del Salvador, una prueba palpable de la verdad de la narración Evangélica. «Esta quebradura, que estudié con el mayor cuidado, dice M. de Sauley, es vertical, y forma una línea   —684→   ondulosa en dirección de Este a Oeste. Lo que de ella puede verse, tiene de largo un metro y sesenta centímetros; y su mayor anchura es de veinte y cinco centímetros. Existe una prueba material de que esta quebradura no es una vena natural que hubiese entre dos capas paralelas de la roca, y es, que según la ley de los cuerpos que se parten violentamente en dirección vertical, va disminuyendo la anchura de la quebradura de alto a bajo. Y si fuese posible juntar las dos partes separadas, se unirían perfectamente, correspondiendo los ángulos salientes con los ángulos entrantes.»1137 Un geólogo inglés decía también: «He hecho un largo estudio de las leyes físicas, y estoy seguro de que las rupturas de esta roca no se han cansado por un terremoto ordinario y natural. Un sacudimiento de este género hubiera separado los diversos lechos de que se compone la masa; pero hubiera sido siguiendo las venas que los distinguen, y rompiendo su ligazón por los sitios más débiles. Aquí ha sucedido de muy distinto modo; porque la roca se halla dividida transversalmente, cruzando la ruptura las venas de un modo extraño y sobrenatural. Para mí está demostrado, que esta ruptura es efecto de un milagro que no han podido efectuar ni el arte ni la naturaleza. Doy gracias a Dios por haberme conducido aquí, para contemplar este monumento de su maravilloso poder, este testigo lapidario de la divinidad de Jesucristo.»1138 ¡Qué libro es el Evangelio! Sus páginas se encuentran grabadas en rocas; sus pruebas se hallan registradas por la historia del mundo; los prodigios que refiere tienen por testigos al universo entero. Tertuliano, para convencer a la incredulidad pagana de su tiempo, decía a los Romanos: «¡En vuestros archivos públicos tenéis el relato de la catástrofe que señaló la pasión de Jesús!»1139 San Cirilo de Jerusalén exclamaba un siglo más tarde: «Si se quiere negar que haya muerto aquí un Dios, mírese solamente las rocas desgarradas del Calvario!»1140 ¡Ahora comprendemos por qué no habla el racionalismo actual de los prodigios que acompañaron la muerte del Salvador!

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ArribaAbajo§ VI. La Sepultura

26. Inmediatamente, después de la muerte de Jesús, continúa el Evangelista, «el decurión Josef de Arimathea, hombre rico y considerado por su piedad y su Justicia, aquel de los Ancianos que no quiso tomar parte en las últimas deliberaciones del Sanhedrín, porque esperaba el reino de Dios, entró denodadamente a encontrar a Pilatos, y lo pidió el cuerpo de Jesús. Pilatos admirado de que tan pronto hubiese muerto Jesús, preguntó al centurión si efectivamente había muerto. Y habiéndole asegurado que sí el centurión, dio el cuerpo a Joseph.»1141 Podía habérselo vendido. Comúnmente los pretores y los procónsules romanos hacían pagar a los parientes o amigos de los crucificados el favor que concede aquí Pilatos gratuitamente. Con una sola palabra: Donavit, «hizo la donación», nos traza el Evangelio todo un sistema de jurisprudencia y de tiranía olvidadas. Merece también notarse otra expresión del escritor sagrado. Josef de Arimathea había disimulado cuidadosamente hasta entonces, dice San Juan, sus relaciones con Jesús, por temor de incurrir en el odio y la venganza de los Judíos: Discipulus Jesu, occultus, autem propter metum Judaeorum. Mas ahora está lleno de valor, y se confiesa en voz muy alta discípulo del crucificado, presentándose como tal en casa de Pilatos: Andacter introivit ad Pilatum. Los prodigios del Calvario habían reanimado el corazón de los amigos de Jesús, al mismo tiempo que consternaban a sus enemigos. «Como era el día de la Parasceve (Preparación o viernes), continúa el Evangelista, y al día siguiente era el gran sábado, no quisieron los Judíos que los cuerpos quedasen en la cruz durante la solemnidad, y suplicaron a Pilatos que se quebrase las piernas a los crucificados y los quitasen de allí. Vinieron, pues, los soldados, y rompieron las piernas de los dos ladrones para que acabaran de morir: mas al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua de la herida. El que asegura este hecho lo vio con sus ojos, y su testimonio es verdadero. Así se cumplieron   —686→   las palabras de la Escritura: «No quebraréis los huesos al Cordero Pascual;1142 y de esta otra:1143 «Dirigirán sus ojos hacia Aquel a quien traspasaron.»1144

¿Qué es este nuevo escrúpulo de los Fariseos y de los Sacerdotes? ¿Por qué temen ahora al cadáver de aquel cuya muerte han deseado? Hay en la precipitación y en el paso que dan cerca de Pilatos una confesión de terror supremo. Las convulsiones de la naturaleza; el velo del Templo desgarrado por en medio en dos partes iguales, a la hora en que comenzaba el sacerdote el sacrificio de la tarde;1145 las tinieblas de aquel sangriento día; los sepulcros entreabiertos; todos estos prodigios arrojaron en su alma una consternación indecible. ¡Tienen prisa en hacer que desaparezcan los rastros de su atentado! Ha poco que gritaban: «¡Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» ¡No formaban escrúpulo alguno en violar la santidad del Día de la Preparación! ¡Mas ahora tienen miedo de la cruz silenciosa y de la sangre que han derramado! Para abreviar los tormentos de los sentenciados, acostumbraban los Romanos romperles las piernas con una barra de hierro, o darles en el pecho un golpe con una maza, lo que se llamaba el Golpe de gracia. Pero Jesús había muerto, y el soldado para asegurarse mejor de ello, le hiere el corazón con el largo y encorvado   —687→   hierro de la lanza romana. Y brotan de la herida agua y sangre, señal infalible de la muerte, bajo el punto de vista fisiológico, puesto que la sangre descompuesta deja salir la parte serosa; pero la herida del corazón de Jesús tenía una significación divina, para la salvación del mundo. ¡La divina sangre y el agua de la gracia que de ella se escapan son dos fuentes de inmortalidad, abiertas por siempre para las generaciones fieles!

27. «Al caer el sol, dice el Evangelio, vino Josef de Arimathea, a llevarse el cuerpo de Jesús. Acompañábale Nicodemo, aquel doctor que había conversado una noche con Jesús en el primer año del ministerio público; Nicodemo traía consigo para la sepultura unas cien libras de una confección de mirra y de aloe; Josef había comprado un sudario nuevo, con el cual envolvió el cuerpo de Jesús, después de haberle descendido de la cruz. Josef y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús, y bañado en las especies aromáticas, le amortajaron con lienzos, según la costumbre de sepultar de los Judíos. En el mismo sitio del Calvario había hecho abrir Josef en peña viva, un sepulcro en donde ninguno hasta entonces había sido sepultado. Estando próxima la hora en que concluía la Parasceve, y en que iba a principiar la Pascua, se dio prisa Josef a llevar el cuerpo al sepulcro, a cuya entrada arrimó una gran piedra, y se retiró. Entre tanto, las mujeres galileas, sentadas en frente del sepulcro, vieron poner el cuerpo en la tumba, y en seguida se retiraron, con intención de preparar los aromas y los perfumes para la sepultura definitiva; mas en obediencia a los preceptos de la Ley, permanecieron en reposo durante todo el día del sábado.»1146

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Josef de Arimathea, un miembro del Sanhedrín; Nicodemo, un doctor de la Ley, sepultan con sus manos al crucificado del Calvario. ¿Quién era, pues, Jesús? Estos dos ilustres personajes que habían permanecido ocultos durante la vida de Jesús, se muestran animosos a su muerte. Los Apóstoles se eclipsan en el sepulcro; al menos, no hace mención de ellos el Evangelio; sin embargo, estaban allí, puesto que nos ha dicho San Lucas algunas líneas más arriba: «A alguna distancia de la Cruz se hallaban los amigos de Jesús con las mujeres de Galilea, y observaban de lejos todo lo que pasaba.»1147 Pero los Apóstoles expían la cobardía de su fuga en Getsemaní; y callan y lloran con Pedro. En medio de las mujeres sentadas a la entrada del sepulcro, está María, la Madre de Jesús, convertida en aquel día en Madre Dolorosa. En sus brazos desfallecidos recibió el cuerpo ensangrentado que había adorado en el pesebre de Belén. Las siete palabras de su Hijo en la cruz habían traspasado su corazón como otras siete espadas; pero pasa sus angustias en silencio, como había hecho con sus gozos. Ni aun el mismo hijo adoptivo que le ha sido legado en el Calvario, levanta en su Evangelio el velo de dolor, con que se envuelve la compasión de María. La Reina del cielo atraviesa el océano de amargura que debe salvar al mundo, sin que revele una sola palabra la sublimidad de su sacrificio. Solamente los Profetas han descrito anticipadamente este martirio del amor maternal: «¡Oh vosotros que pasáis por el camino, contemplad y ved si hay un dolor semejante al mío!»1148 «¡El manto de humildad de la Virgen María, es tan impenetrable como las tinieblas que se extendían en esta lúgubre noche sobre la ciudad deicida!

28. El silencio del sepulcro de Jesús turbaba aun el odio y la cobardía de los Judíos. Sin temer violar el reposo legal, en aquel día en que coincidía la Pascua con el sábado, «acudieron a Pilatos, continúa el Evangelista, los Príncipes de los Sacerdotes y los Fariseos, diciendo: Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando todavía en vida, dijo: «Resucitaré al tercero día.» Manda, pues, que se guarde el sepulcro durante los tres primeros días, no sea que vayan de noche sus discípulos y hurten secretamente el cadáver   —689→   y digan a la plebe: «Ha resucitado de entre los muertos!» ¡y, sea el postrer engaño más pernicioso que el primero! -Respondioles Pilatos: Ahí tenéis la guardia; id, y ponedla como os parezca. Con esto fueron al Gólgotha, y aseguraron bien el sepulcro, sellando la piedra, y poniendo guardias de vista.»1149

«Destruid este Templo, había dicho el Señor, y lo reedificaré en tres días.» Tal fue la palabra que había recogido el Sanhedrín como una blasfemia y que quería hacer pasar por una conspiración contra la soberanía de Jehovah. Ahora reconocen los mismos verdugos el verdadero sentido de la pretendida blasfemia; pero Pilatos se indigna de su mala fe. «¡Id, les dice, y poned la guardia como os parezca!» Esperaban ellos que el gobernador romano les evitaría el escándalo público que debieron dar, yendo ellos mismos, en día del sábado dos veces santo, a infringir la ley del descanso mosaico, y a contraer ostensiblemente la impureza ritual, con el contacto del sepulcro de un crucificado. Pero Pilatos se arrepiente ya de haber cedido una vez a sus pérfidas sugestiones. Los prodigiosos sucesos de que había sido señal la muerte de Jesús, turban la conciencia del pretor. La guardia del Templo estaba a disposición de los príncipes de los Sacerdotes, y puesto que se habían servido de ella sin autorización alguna para prender a Jesús, podían emplearla, como quisieran, para vigilar el sepulcro de su víctima. Tal es el sentido de la respuesta de Pilatos. Así, pues, estos escrupulosos Fariseos que prohibían a Jesús curar un paralítico o un ciego de nacimiento en día de sábado, fueron en este sábado Pascual, el más augusto de todos, a sellar, con el sello auténtico de un odio deicida, el sepulcro del Gólgotha. Y pusieron en él centinelas a fin de que estuviera rodeada la resurrección divina de los testigos más irrecusables!

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