El día 16 de enero don Ambrosio O'Higgins procedió a nombrar a don Manuel Olaguer Feliú como Superintendente, Comandante Militar y Juez de la ciudad de Osorno.
El Decreto extendido al efecto, dice así:
Dos días después de la Repoblación, el 15 de enero, el Gobernador dio cuenta al Gobierno peninsular de la restauración de Osorno, e incluyó en su comunicado el Acta de repoblación.
Describía el paraje en que se levantaba la nueva ciudad, hablaba de sus ruinas, del clima, de sus proyectos relacionados con ella, etc.
Refiriéndose a las ruinas, dice:
Termina, por último, refiriéndose a la cooperación que le prestaron los caciques, e indios en general, ayuda basada en la confianza que hacía su persona sentían:
Don Ambrosio O'Higgins permaneció en Osorno hasta el 18 de enero de 1796, a juzgar por una carta del 15, en que decía: «pienso restituirme dentro de tres días a Valdivia».
A pesar de haber ponderado el buen clima de Osorno, su salud se resintió bastante en esta ciudad, hasta el extremo de exponerse, según él, «a un inminente peligro de la vida».
Pero, todo esto se explica fácilmente, si se considera que un anciano de 75 años tuvo que soportar en corto tiempo las fatigas de una larga navegación y de un penoso viaje por tierra.
El 9 de febrero se embarcó en Valdivia de regreso al norte, a bordo del bergantín El Limeño.
En esa ciudad tuvo la gran satisfacción de ver recompensados todos sus desvelos por el engrandecimiento de Chile, al saber que el Rey lo había promovido al cargo de Virrey del Perú.
A pesar de las nuevas molestias físicas inherentes al viaje de regreso desde Osorno, el anciano Gobernador no olvidaba un momento la suerte de la futura ciudad, que llegó a ser su predilecta entre las de Chile.
El 26 de febrero, ya en Concepción, puso su firma a un documento notabilísimo, que honraría a un gobernante de cualquier época: las Instrucciones que daba al Superintendente de Osorno para el mejor éxito en la reconstrucción de la ciudad. Este documento es el mejor auto-retrato que un gobernante pudiera haber dejado para el juicio de la posteridad.
Revela en él un conocimiento amplio de todas las cosas, tanto relacionadas con el gobierno civil como militar. Deja constancia de su generosidad y cariño hacia los nuevos pobladores, en especial los indios. Se demuestra como un verdadero profeta al decir que las actividades de la agricultura y de la ganadería harían la grandeza de Osorno.
Se preocupa de la educación espiritual de los habitantes, a fin de que se formaran en ellos hábitos de honradez y de trabajo. Declara guerra al ocio y aconseja que se elimine a los indolentes y perezosos de la comunidad osornina.
Hemos querido reproducir íntegro este notable documento, a pesar de su extensión, porque su lectura dirá mucho más que todos los comentarios que se hagan en relación con él.
Don Ambrosio O'Higgins, una vez llegado a Lima, hizo imprimir esta Orden y la repartió profusamente. «La he hecho imprimir aquí con el fin principal de que, publicada, puedan los nuevos habitantes de Osorno comprender los altos designios de S. M. en el restablecimiento de esta población y que todos conozcan el orden y reglas bajo de que debe ser llevada adelante, para que se conformen con ella». (Carta al Príncipe de la Paz).
He aquí el documento:
Juntamente con el envío de 29 ejemplares impresos de este hermoso documento, de los cuales debía reservar uno el Gobernador y repartir los 28 restantes entre los pobladores más letrados, el Virrey O'Higgins mandaba, para el conocimiento de los habitantes, un libro estimado por don Ambrosio. La parte pertinente de su carta de 29 de agosto de 1796, dice así:
Una vez llegado a Lima, el Virrey O'Higgins, interesado grandemente por el surgimiento de la naciente colonia de Osorno, solicitó al Rey la dejara bajo su dependencia directa, lo que el Monarca autorizó por Real Orden de 1.º de junio de 1798.
Junto con agradecerse a O'Higgins el entusiasmo y sacrificios desplegados en la repoblación de la ciudad, se accedía a lo solicitado, tomando en cuenta, principalmente, que para el logro completo de la empresa «es insuficiente el Erario de Chile, necesita ser socorrida del de Lima, y que el Virrey Marqués de Osorno por sus conocimientos y mayores facultades se halla en proporción de promoverla: se ha servido S. M. aprobar la reserva, que hizo del cuidado y dirección del proyecto, de que dio cuenta después de su arribo a Lima con fecha 23 de septiembre de 1796; pero con calidad de que no pase esta gracia a su sucesor»...
Hemos visto figurar, a propósito de la toma de posesión de las ruinas de Osorno, al capitán don Tomás de Figueroa, implacable, y si se quiere sanguinario, pacificador de los indios por medio de la fuerza.
También hemos mencionado al teniente don Julián Piniuer, jefe del destacamento que guarneció el fuerte construido a orillas del Rahue, y primer Comisionado en las juntas celebradas con los indios.
Conocemos también la labor del capitán-ingeniero don Manuel Olaguer Feliú, constructor del fuerte y primer Superintendente, Juez y Comandante Militar de la nueva ciudad.
Nos falta mencionar la labor de dos modestos colaboradores que, a pesar de no haber manejado armas, desempeñaron papeles de suma importancia en la parte más difícil relacionada con la repoblación de Osorno, cual fue la preparación espiritual de los indios para que aceptaran la reposición de la destruida ciudad.
Estos modestos colaboradores fueron el Padre franciscano Fr. Francisco Javier de Alday y el Comisario de Indios, don Francisco Aburto.
Estas hermosas frases del historiador franciscano P. Roberto Lagos se pueden aplicar en forma magistral al P. Francisco Javier de Alday, a quien cupo una parte importantísima en la pacificación de los indios del territorio de Valdivia, lo que facilitó enormemente la restauración de la ciudad de Osorno.
Español, nacido en 1750, llegó al Colegio de Franciscanos de Chillán en 1774. Destinado a prestar sus servicios en la región valdiviana, fue el fundador de las misiones de Río Bueno y Dagllipulli.
Cumplido su cometido en esta zona, fue nombrado prefecto de misiones en 1803. Producida la Independencia de Chile, aceptó como «un filósofo resignado y conforme», dice el P. Lagos, el nuevo estado de cosas.
El P. Alday fue comisionado por don Ambrosio O'Higgins, con fecha 3 de abril de 1793, para procurar el restablecimiento de las misiones de Valdivia.
Vino a establecerse en Dagllipulli, junto al capitán don Tomás de Figueroa, que tenía a su cargo el cuerpo volante de tropas. Desde aquí se dedicó a recorrer todas las reducciones, acompañado por el cacique Calbuguir (o Calfunguir), que era su gran amigo.
Participó en forma activa en la preparación y desarrollo de las juntas de indios de Quilacahuín y Rahue, correspondiéndole presidir, en ausencia del jefe militar, la primera de ellas. Estas juntas fueron los últimos trámites preparatorios de la repoblación de Osorno.
El P. Lagos, ya varias veces citado en relación con este modesto apóstol franciscano, dice (página 371) que «sin la pacificación de los indios, sin las asambleas celebradas con ellos, sin la reposición de unas y fundación de otras conversiones, toda obra del citado P., y sin sus trabajos para obtener el consentimiento de los naturales, de ninguna manera se habría conseguido la repoblación».
Agrega:
«O'Higgins y el P. Alday eran dos personalidades que, a haber seguido entendiendo junto en los negocios de este país, habrían producido maravillas». |
Por su parte, el Gobernador de Chile decía de él que agregaba «a su acreditado celo y probidad la ventaja de ser apreciado de los indios de las parcialidades y Misiones conmovidas en esa jurisdicción» y que él sería «el mejor agente de la paz y quietud de esos Naturales».
La vida del P. Alday se extinguió tranquilamente en Santiago, en 1826.
No debemos olvidar a otro modesto, pero efectivo colaborador en la repoblación de Osorno.
El mismo día que don Ambrosio O'Higgins firmaba en Concepción el nombramiento relacionado con el P. Alday, (3 de abril de 1793), designó como Comisario de Naciones, o Comisario de Indios, a don Francisco Aburto.
Este funcionario fue, además, el tercer Comisionado que nombró el Gobernador para presidir las juntas con los indios. Primero lo era el teniente Pinuer, jefe del fuerte de Osorno, y segundo el Padre Alday.
El Comisario de Naciones era el intermediario o agente de comunicación entre las autoridades gubernativas y los indios, a los cuales ayudaba también a solucionar sus dificultades, facilitar sus negocios, etc.
Los indígenas se acostumbraron tanto a su intervención, que ella no desapareció sino algunos años después de establecida la República. Prueba de ello es que Aburto desempeñaba aún su cargo cuando contaba setenta y un años de edad, en 1816, según lo hace notar don Ricardo Donoso. Se ignora la fecha de su fallecimiento.
Al hacer su designación para el cargo mencionado, O'Higgins hizo resaltar los servicios que Aburto ya había prestado en la conciliación de españoles e indios.
Participó en forma activa, tal como el Padre Alday, en la preparación y realización de las dos juntas de indios que antecedieron a la repoblación de Osorno.
En tiempos de la repoblación de esta ciudad, reinaban en España Carlos IV y María Luisa, mujer ésta de costumbres livianas, que convirtió a un oscuro ciudadano, Manuel Godoy, en Ministro de la Corona y Duque de Alcudia.
El favorito de la Reina marcó el destino de la Metrópoli y sus colonias, y su sombría influencia produjo nada menos que la abdicación de Carlos IV y el destronamiento de su hijo y sucesor, Fernando VII, ante la invasión napoleónica, provocada por la reina madre a trueque de libertar de la prisión a su favorito. Y ¿por qué olvidar que a esa amistad estrecha se debió también, en no pequeña parte, la Independencia de la América Española?
Pues bien, quiso el destino que en el último rincón del mundo, en Chile, dos fuertes de guerra perpetuaran los nombres de María Luisa y el Duque de Alcudia: el de Osorno y el de Río Bueno, respectivamente.
En 1793, es decir al año siguiente de la recuperación de las tierras de Osorno por don Tomás de Figueroa, se constituyó el fuerte de San Luis, llamado después de María Luisa, bajo la dirección del ingeniero don Manuel Olaguer Feliú. Quedó como jefe del destacamento militar el teniente don Julián Pinuer.
El foso del fuerte comenzó a abrirse el día de San Luis, rey de Francia (25 de agosto), de donde arrancó su primer nombre, y la obra quedó terminada en junio de 1794, según lo decía Pinuer al coronel don Pedro Quijada, Gobernador de Valdivia.
En carta de fecha 12 de mayo de 1793, el Gobernador Militar de Valdivia, don Lucas de Molina, decía a don Ambrosio O'Higgins:
El Destacamento no pudo partir, debido a las lluvias, sino el 15 de agosto. (Documentos originales de la Repoblación de Osorno).
En el fuerte de Osorno se hospedó, durante su permanencia en la arruinada ciudad, don Ambrosio O'Higgins, futuro Virrey del Perú.
Más tarde este baluarte fue designado generalmente con los nombres de El Castillo y Mackenna, primero por ser un recinto militar, y después porque en él pasó sus once años de estada en Osorno el gran Superintendente don Juan Mackenna.
Don José Rodríguez Ballesteros, coronel español de la época de la Independencia, en su obra Revista de la guerra de la Independencia de Chile, hace un detalle de las características del fuerte de María Luisa:
Sin embargo, para formarnos una idea más o menos clara de las dependencias que tuvo este fuerte, ninguna fuente de información mejor que el Inventario General de los efectos pertenecientes al Fuerte de la Reina Luisa, sus edificios, armas, municiones y demás herramientas, etc., que corresponden a la Ciudad y Repoblación de Osorno, y que se confeccionó con motivo de la entrega que, por orden del Marqués de Osorno, hizo el primer Gobernador, don Manuel Olaguer Feliú, a su sucesor, coronel don César Balbiani, que hemos encontrado en el Archivo Nacional.
Para no quitar a esta relación el sabor original que le dan los años, lo transcribimos textualmente, en la parte que se relaciona con los edificios y armamentos. Dice así:
Los restos de este fuerte se mantuvieron hasta el último cuarto del siglo pasado, conservando, entre otros detalles, el departamento subterráneo que se abría hacia la barranca del río. Dos de sus cañones guarnecieron después, durante un buen tiempo, la puerta de la cárcel, ex-Cabildo de Osorno.
Posteriormente se levantó sobre aquellos terrenos el Matadero que, una vez demolido, dejó esas tierras libres para la construcción de la futura avenida costanera.
Al recorrer ese lugar, evocamos la memoria de personajes notables, de motines, de fusilamientos y de cuantas alternativas ofrece una obra de conquista y civilización.
Ya que nos hemos referido en el capítulo anterior a la construcción de los fuertes de Osorno y Río Bueno, es interesante recordar el primitivo origen de este último y su relación con la famosa leyenda de la Ciudad de los Césares.
Hemos dicho que las misiones o conversaciones religiosas fueron las avanzadas de la penetración lenta y pacífica de los españoles en la región austral.
La de Río Bueno tuvo un origen curioso.
Desde época inmemorial existió la creencia de que había en la región cordillerana, probablemente en la zona de los lagos osorninos, o en la Patagonia, una ciudad misteriosa que nadie conocía: la Ciudad de los Césares.
Se explicaba su origen en la siguiente forma: en tiempos de Carlos V, según cuenta el Padre Rosales, el obispo de Plasencia mandó dos naves a reconocer el estrecho Magallanes:
Como el Padre Rosales nació en los primeros años del siglo XVII; es decir en los tiempos de la destrucción del primitivo Osorno, podrá apreciarse la antigüedad de esta tradición.
La sencilla gente de aquella época fue adornando las características de la misteriosa ciudad con detalles fantásticos y fabulosos.
Circuló también la leyenda que le daba otro origen: que la habían formado pobladores de las ciudades australes destruidas a fines del siglo XVI (Valdivia, Villarrica y Osorno).
Don Ignacio Pinner, comisario de naciones e intérprete del territorio de Valdivia, después de conversar al respecto con los indios, envió un memorial a la Corte de España, la que ordenó al Presidente de Chile, que lo era don Agustín de Jáuregui, en 1774, efectuar un reconocimiento para verificar la verdad de los rumores.
El Gobernador de Valdivia, don Joaquín de Espinosa y Dávalos, comisionó al mismo Pinner para ver qué había de efectivo al respecto. Lo acompañó el padre franciscano Fr. Benito Delgado, que fue el verdadero cronista de esta expedición, y ha dejado un interesante Diario de ella.
La columna, compuesta de ochenta soldados, salió de la misión de Arique, a la cual pertenecía el padre Delgado, el 22 de septiembre de 1777. Esta misión estaba situada un poco al oriente de Valdivia y al sur del río Calle-Calle.
Lo curioso es que, poco antes de llegar al río Bueno, desistió de continuar en la empresa nada menos que el jefe y alentador de ella, por temor a los indios de más al interior.
Mientras llegaba el reemplazante que designara el Gobernador de Valdivia, y que resultó ser el capitán don Lucas de Molina, el padre Delgado cruzó el río y entabló conversaciones con los indios, a fin de obtener el consentimiento para instalar ahí una misión, en lo cual obtuvo completo éxito.
El 28 de octubre todo el cuerpo expedicionario pasó al sur del río y, según cuenta el padre Roberto Lagos (Historia Misiones del Colegio de Chillán, página 293), «de acuerdo con los caciques marcaron el sitio para la fundación de un fuerte, que desde luego quedó establecido junto a la ribera sur del río y próximo a una vertiente, por determinación de don Lucas de Molina.
El 13 de noviembre de 1777 partió la expedición de los Césares, compuesta de 27 personas, quedando el resto a cargo del nuevo fuerte.
La empresa tuvo el resultado que podía esperarse: después de recorrer la zona de los lagos Puyehue y Llanquihue y de buscar sin resultado un paso para internarse en la cordillera, los expedicionarios, desilusionados, regresaron a Río Bueno, a donde llegaron el 1º de enero de 1778.
El resultado positivo de la empresa consistió entonces en el avance pacífico que significó la instalación en Río Bueno, la que quedó sellada oficialmente por acta suscrita el 3 de enero.
El nombre de Alcudia, que llevó el fuerte de San José de Río Bueno, se debe, como hemos dicho anteriormente, al ministro español don Manuel Godoy, duque de Alcudia.
Una de las principales preocupaciones del Gobernador de la ciudad fue la de intensificar las siembras y cultivos.
Como viera que había necesidad de ampliar la extensión de terrenos destinados a las chacras, entró en trato con los indios, a fin de obtener de ellos la cesión voluntaria de las tierras próximas a la ciudad ubicadas al norte del río Damas.
Tuvo éxito en sus gestiones, según se desprende del oficio que, con fecha 7 de abril de 1796, envió Olaguer al Barón de Ballenary:
El costo de la harina se habría elevado enormemente si desde el principio no se hubiera tratado de instalar molinos.
Ya en 1794, en oficio de 5 de agosto, decía el Gobernador de Chile al Gobernador de Valdivia:
En abril de 1796 (oficio de fecha 24) Olaguer decía a O'Higgins:
Más adelante agregaba:
«...Siendo ciertamente grande la complacencia que tuve en verle moler». |
La naturaleza quiso poner a prueba la tenacidad de los pobladores osorninos: una espantosa plaga de ratones comenzó, a mediados de 1796, a destruir los sembrados y cuanto había en las modestas habitaciones.
Nada pinta mejor esta plaga que las palabras del Gobernador Olaguer al Virrey del Perú (oficio de 2 de septiembre):
Durante los primeros tiempos, y mientras los pobladores podían sustentarse a sí mismos, se proporcionó raciones para ellos, sus mujeres e hijos.
Una de esas planillas nos ha permitido conocer el número de habitantes civiles de la ciudad el 5 de octubre del año 96 y, según la relación de raciones entregadas, había:
Hombres, cabezas de familia | 95 |
Mujeres casadas | 93 |
Hijos | 212 |
Hombres solteros | 6 |
Lo que daba un total de: | 406 personas |
Podremos observar que esta cantidad es inferior a aquella que figuró en la lista de repoblación, lo que se debe, probablemente, al alejamiento de algunos pobladores, o a que otros de los que se habían inscrito para hacer el viaje a Osorno no lo realizaron.
El censo de 30 de enero de 1800, da los siguientes datos:
Familias | 371 |
Solteros | 512 |
Párvulos | 115 |
Total: | 1.012 |
Dos años más tarde, el 31 de diciembre de 1801, el número total de habitantes llegó a 1.145.
Además de las dependencias que hemos mencionado al hablar del Fuerte de María Luisa, había, fuera de este recinto, un galpón de cuarenta y cinco varas de largo, techado de paja, que estaba dividido en dos compartimientos: uno de ellos destinado a oficina, y el otro a un taller de carpintería. Este último, además de emplearse como lugar de trabajo, servía para almacenar maderas.
Otro galpón, de construcción similar a la anterior, y de treinta varas de largo, era el lugar de reclusión para los cuarenta presidiarios que fueron enviados a Osorno a fin de cooperar en las labores de la repoblación.
Las herramientas y otros elementos de trabajo estaban a cargo del Condestable de la ciudad, Félix Flores.
A fines de 1796 el caserío provisorio que, como hemos dicho anteriormente, estaba situado en las proximidades del Fuerte, constaba, más o menos, de cien humildes casas con techo de paja, las que servían de morada a los pobladores y soldados casados.
La modesta capilla formaba parte de las dependencias del Fuerte, y en ella se veneraba una imagen del Apóstol San Mateo, con diadema de plata, enviada desde Lima por el Virrey O'Higgins, y otra de la Virgen, también con corona de plata, vestiduras de media lama blanca y manto de melina azul, obsequio del Marqués de Avilés, sucesor de O'Higgins en el Gobierno de Chile.
Con respecto a los demás elementos para la celebración de la misa, fueron ellos obsequiados a la capilla de la nueva ciudad por el caballero de Lima don Félix Colunga, Administrador General de Temporalidades de ex-Jesuitas.
Durante la superintendencia de don Manuel Olaguer Feliú se organizó una Compañía de Milicianos que, en diciembre de 1796, constaba de 103 hombres, incluyendo la plana mayor.
Esta Compañía se formó con el objeto de cooperar con las tropas del Fuerte en una posible defensa de la ciudad.
Los 92 soldados rasos que la componían estaban dirigidos por el siguiente cuerpo de oficiales, sub-oficiales y cabos:
Capitán don Juan José Moreno.
Teniente don Alonso Oyarzún.
Sub-Teniente don Tomás Sotomayor.
Sargento 1.º don José Barrientos.
Sargento 2.º don Jacinto Barrientos.
Sargento 2.º don José Antonio Balderas.
Cabo 1.º don Juan Sánchez.
Cabo 1.º don Juan de Dios Pérez.
Cabo 1.º don Francisco Javier Oyarzún.
Cabo 1.º don Ignacio Gómez.
Cabo 2.º don Januario Leiva.
Cabo 2.º don Mateo González.
Cabo 2.º don José María González.
Cabo 2.º don Manuel Silva.
Además de estos 103 hombres, había ocho destinados a la Artillería.
Don Juan José Moreno, que comandaba estas fuerzas, fue, en los comienzos de la vida de la ciudad, el civil más prestigioso. Lo vemos encabezar la lista de pobladores con el calificativo de «don», y algunos años más tarde desempeñó durante largo tiempo el cargo de Gobernador de la ciudad.
El período de mando del primer Superintendente de Osorno abarcó casi todo el año 1796, pues el 5 de diciembre hizo entrega de sus funciones a su sucesor, el coronel don César Balbiani, que llegó acompañado, procedente de Lima, por el sobrino de don Ambrosio, capitán de Dragones don Tomás O'Higgins, y por don José Ignacio Arangua, capitán de Milicias.
El sobrino fue portador de una hermosa carta que el Virrey enviaba a los indios osorninos, carta que fue leída y comentada a ellos el mismo día de la ceremonia de entrega del mando, y que, en su parte más importante, decía:
Escucharon este cariñoso mensaje los caciques Caniuhanti, Calfunmilla, Catihuala y Queipul, que asistieron a la reunión acompañados de cerca de doscientos mocetones.
Los indios amaron entrañablemente a don Ambrosio O'Higgins, pues lograron comprender su espíritu bondadoso y justo. Mackenna le decía en carta del año 98:
«Tanto aquí como en la Frontera de la Concepción pronuncian con ternura el nombre de Ambrosio. He preparado que por este nombre V. E. es conocido de todos estos Indios». |
Una vez que el Virrey O'Higgins hubo llegado a Lima, además de su resolución de hacer que Osorno dependiera directamente del virreinato, extendió el nombramiento de un nuevo Superintendente, Juez y Comandante Militar para la ciudad, en favor del teniente-coronel don César Balbiani, residente entonces en la capital de los virreyes.
El Decreto respectivo está fechado en Lima el 27 de agosto de 1796 y se funda, principalmente, en el hecho de que al capitán-ingeniero don Manuel Olaguer pudiera faltarle tiempo para atender, simultáneamente, la Plaza de Osorno y supervigilar las obras de Valdivia, de las cuales estaba encargado.
Además, hizo resaltar en dicho Decreto el hecho de que Balbiani, «por el conocimiento anticipado con que se halla de la Provincia de Chiloé, confianza y amor que obtiene de sus habitantes, logrará confirmar en el propósito de avecindarse en Osorno a los que anteriormente pasaron desde las islas a la Nueva Colonia con el indicado designio, y que animándose otros por su medio a imitarles, se aumentará así el número de Pobladores».
Aunque el Virrey recién había abandonado Chile, quiso enviar un comisionado especial que, a su regreso, pudiera informarlo amplia y verídicamente de los progresos alcanzados en la repoblación de Osorno y sobre el curso de otros trabajos iniciados bajo su gobierno en otras partes del país. Y este enviado no podía ser de mayor confianza de don Ambrosio: su sobrino, el capitán don Tomás O'Higgins.
Estos dos funcionarios llegaron a Osorno a principios de diciembre de 1796, iniciando con gran actividad las funciones de sus respectivos cargos.
Juntamente con Balbiani y el capitán O'Higgins vino un tercer funcionario, el oficial don José Ignacio de Aragua, encargado especialmente de alcanzar a Chiloé a fin de entusiasmar a algunos pobladores de la isla a radicarse en Osorno. Arangua cumplió con todo entusiasmo su misión y llegó con su gente a la nueva colonia en febrero de 1797.
El nuevo Superintendente, que se hizo cargo de sus funciones el 5 de diciembre de 1796, duró poco tiempo en su cargo: hasta el 18 de noviembre del año siguiente. Tal vez el clima alteró grandemente su salud, lo que lo obligó a solicitar su reemplazo al Virrey.
Una de las principales preocupaciones del nuevo Gobernador fue la de facilitar las comunicaciones con el norte, disponiendo la construcción de un puente sobre el río de las Damas.
Esta resolución la comunicó al Virrey O'Higgins por oficio de 22 de diciembre de 1796, es decir muy pocos días después de hacerse cargo de la superintendencia de la ciudad.
La obra fue realizada con toda actividad, ya que a mediados del mes de mayo del año siguiente fue terminada, como lo comunicó el Gobernador al Virrey:
En la construcción de este puente tuvo actuación principal el carpintero holandés Timoteo Cadagán, uno de los maestros enviados a Osorno por el Marqués de Avilés, y que llegó a fines de diciembre de 1796, contratado por «dos años forzosos» y con un sueldo anual de trescientos sesenta pesos.
Como hemos dicho al hablar sobre el Fuerte de Osorno, las ceremonias del culto se realizaban en una dependencia que se arregló en uno de los corredores.
Balbiani ordenó la construcción de una capilla provisional, con techo de paja, que se ubicó a distancia de cien varas frente al Fuerte, con una habitación anexa destinada al cura. El Superintendente confiaba en poder iniciar la construcción de la iglesia definitiva en tanto llegaron los artesanos que pidió al Gobernador de Chile, como lo hace notar en oficio de 22 de diciembre, dirigido al Virrey:
La Iglesia provisional fue inaugurada solemnemente el 21 de septiembre de 1797. El Gobernador Balbiani dio cuenta de esta ceremonia al Marqués de Avilés por medio del siguiente oficio:
Al leer la nota anterior, nos merece un reparo lo relacionado con la capacidad de la capilla: que pudiera contener «quinientas almas», en circunstancias que en el Inventario que sirvió de base a la entrega que hizo Balbiani a su sucesor, se deja constancia de que había «una iglesia techada de paja, de treinta varas largo y doce de ancho». Nos inclinamos a creer más bien que, por tratarse de una obra provisional, y para un escaso número de habitantes, no hubo necesidad de una casa que pudiera contener quinientas almas, ya que pronto habría de levantarse la iglesia definitiva en el centro de la ciudad.
Como si hubiera sido poco la plaga de ratones que destruyó siembras y provisiones durante el año 1796, los habitantes fueron víctimas, ese mismo año, de «una epidemia de fiebres malignas, que en algunos ha causado estragos», como decía Balbiani al Gobernador de Chile.
Conocedor de esta desgracia, el Virrey del Perú pidió se destinara para la ciudad de Osorno un cirujano con Botiquín.
Es curioso recordar las medicinas con que contaban las pequeñas boticas primitivas. Reproducimos una lista de ellas, formada durante el gobierno de don Juan Mackenna, en 1800:
El primer «facultativo» que tuvo Osorno fue José Ubaldo Saavedra, que vino de Valdivia, donde estaba en calidad de presidiario en la Compañía de Obreros. Desgraciadamente, Saavedra falleció en abril de 1799, por lo que se solicitó con urgencia la venida de otro «facultativo» de Valdivia, también presidiario, pues en la ciudad no había quién supiera sangrar.
A las 10 de la noche se levantaba el puente levadizo que daba acceso al Fuerte. La seguridad y tranquilidad de la población civil quedaba entonces confiada exclusivamente a los propios habitantes.
El Gobernador resolvió establecer una guardia nocturna a cargo de ocho o diez dragones mandados por un cabo, y para los cuales hizo construir, a distancia de cien varas de la estacada del Fuerte, un pequeño retén o cuerpo de guardia. Este servicio de vigilancia se mantenía desde el toque de retreta hasta el día siguiente.
Fue esta guardia, en consecuencia, la primera policía que tuvieron los osorninos.
En el mes de abril de 1797 el Gobernador de Osorno elevo al Marqués de Avilés un informe sobre el resultado de las cosechas, del cual copiamos lo siguiente:
No todos los pobladores demostraron interesarse por el éxito de las labores agrícolas. Balbiani formó una lista de dieciséis reacios, a los que retiró todos los auxilios que les había otorgado para el cultivo de sus chacras.
Sabedor de esto el Gobernador de Chile dispuso que si esos dieciséis ociosos no se interesaban por colaborar en la obra común, se les remitiese a «servir a jornal en las obras de Valdivia por dos años». (Oficio de 29 de julio de 1797).
Por oficio de 10 de octubre de 1797, el Gobernador de Osorno comunicaba al Marqués de Avilés sus proyectos con respecto al fomento de la instrucción en la naciente ciudad:
En los trabajos de construcción de la escuela participó el grupo de artesanos llegados a Osorno en diciembre del año anterior, dirigidos, además del carpintero Cadagán, que ya hemos mencionado en la construcción del puente, por Aníbal Gómez que, en un documento de la época, se hace llamar «Profesor de Albañil». Llama la atención en dicho documento la hermosa letra de este artesano y lo correcto de su redacción. Ganaba un sueldo anual de trescientos sesenta pesos.
En una Memoria de Balbiani, fechada el 12 de abril de 1797, presenta el siguiente cuadro relacionado con el movimiento de población:
Familias | Personas | |
Familias existentes en 31 de diciembre | 97 | 438 |
Íd. venidas últimamente de Chiloé | 33 | 159 |
Íd. voluntarias presentadas | 8 | 21 |
Personas solteras agregadas | - | 10 |
Total: | 138 | 628 |
Entre los adelantos introducidos por el Superintendente en las construcciones situadas dentro del Fuerte, cabe mencionar la conclusión de la casa destinada al Gobernador, y que él describe así:
Además de las tres garitas con que contaba el Fuerte, hizo construir «un campanario techado de tablas, con su campana y escalera de mano».
Mientras llegaba su sucesor, don Juan Mackenna, el Superintendente procedió a hacer entrega de la ciudad al Jefe del Fuerte, teniente de Dragones don Pedro Lagos, para cuyo efecto se confeccionó un minucioso Inventario, del cual hemos tomado muchos de los datos precedentes.
Corta, pero fructífera, fue la estada de este digno militar en la dirección de los destinos de Osorno.
Las generaciones posteriores, recordaran su nombre, dándolo a una de las calles de la ciudad, que después fue designada con el de Bilbao, tal vez desconociendo la labor de uno de sus principales repobladores.
Difícil es que el Virrey del Perú hubiera podido encontrar en América un hombre que reuniera mejores condiciones de gobernante, militar y educador de un pueblo, como el elegido por don Ambrosio O'Higgins.
Antes de referirnos en detalle a la obra realizada por él en Osorno, daremos a conocer algunos datos biográficos relacionados con su persona.
Una pequeña ciudad de Irlanda, Clogher, cercana a Dublín, meció en cuna dorada, al tierno infante que vio la luz el 26 de octubre de 1771: Juan Mackenna O'Reilly.
De ilustre familia católica, en los 43 años de su vida sirvió con gloria a un Rey en acciones de guerra memorables, contribuyó al bienestar de sus semejantes, y fue segundo padre de un pueblo.
A los trece años de edad dio a sus mayores el beso que sería el postrero, y partió a España, donde bajo la tutela de su tío, el conde de O'Reilly, inició brillantes estudios, que lo harían cadete del Regimiento de Irlanda a los 16 años, e ingeniero a los 21.
Mezquindades de los hombres le negaron más tarde en Europa legítimos ascensos, y entonces él, que podía volar con sus propias alas, saltó a América.
Y en la ciudad de los virreyes logró la comprensión que anhelaba. Su anciano compatriota O'Higgins reconoció en él «su excelente conducta, aplicación y gran talento, su inteligencia, actividad y desinterés».
El 11 de agosto de 1797 el Virrey, don Ambrosio O'Higgins, nombraba a Mackenna jefe de su empresa predilecta: la Repoblación de Osorno. El 4 de octubre partía al sur, y el 30 de noviembre se juntó con los sencillos colonos que llegaría a considerar después como sus hijos.
El día 1.º de diciembre les habló con palabra encendida sobre los sagrados deberes de la sociedad, sobre la manera de conquistar la felicidad privada y la de su pueblo, sobre el trabajo, la honradez y las buenas costumbres.
Y después, rudo laborar por espacio de 11 años.
Y a impulsos de su cerebro lúcido y de su mano activa, se hizo el milagro de la resurrección de un pueblo. Se abrieron caminos, se levantaron templos, funcionaron escuelas, giraron las piedras molineras, serpentearon los canales de regadío, bailaron los husos hiladores, se alistaron los hombres en escuadrones para afirmar las conquistas de la paz.
Hombre sencillo y desinteresado.
Lo siguiente dice de él Vicuña Mackenna, su nieto:
Ingratitudes y asechanzas le hirieron, junto con su padre espiritual, O'Higgins.
El noble anciano, que soñó con venir a dejar sus huesos a Osorno, se durmió para siempre el 18 de marzo de 1801.
Mackenna se sobrepuso a las miserias de los hombres durante algún tiempo más, y el 30 de junio de 1808 era llevado a otros lugares, donde el brillo de su espada y la chispa de su genio ayudarían a cimentar la libertad de su segunda patria.
El amor lo unió allá a una hermosa joven de 18 años, doña Josefa Vicuña Larraín, formando así ambos el trono de un árbol selecto.
El cariño de una chilena de corazón conquistó así un nuevo soldado para las armas de la patria.
Pero al fin, y muy prematuramente, se debía cumplir la profecía de su madre:
Y las disensiones, las turbulencias, los descontentos y las ambiciones, accionaron la bala que en la madrugada del 21 de noviembre de 1814, allá en el lejano Buenos Aires, recibió de manos de su hermano de causa, Luis Carrera.
Así se apagó la vida de este general de 43 años de edad, con cuya memoria tiene contraída Osorno una gran deuda.
Don Ambrosio O'Higgins fue reemplazado en su cargo de Gobernador de Chile por don Gabriel de Avilés y del Fierro, Marqués de Avilés, cuya estada aquí fue breve, pues pasó a desempeñar en 1798 el virreinato de Buenos Aires, y a la muerte del anciano virrey del Perú, le sucedió en Lima.
Tanto durante el tiempo que ejerció sus funciones en Chile, como en Buenos Aires, Avilés demostró un odio profundo hacia la obra de O'Higgins y sus colaboradores de Osorno, y trató de indisponerlas ante la Corona.
En 1799 el noble anciano, tal vez amargado por las incomprensiones y odios, y ya agotado por el peso de los años y las enfermedades, pensó quizá en pasar el resto de su vida en su ciudad predilecta, y con fecha 12 de febrero escribió al Gobernador de Chile comunicándole su resolución de que se le construyera una casa en Osorno.
He aquí el texto de dicha carta:
Esta carta fue contestada por el Gobernador de Chile con fecha 6 de mayo.
A pesar de que la comunicación del Virrey está fechada el 12 de febrero de 1799, no hay duda de que don Ambrosio había expresado ya a Mackenna con anterioridad su deseo de realizar la mencionada construcción, pues el Superintendente, en oficio de 20 de agosto del año anterior, es decir casi seis meses antes, le decía:
En consecuencia, sabemos que el sitio elegido para levantar la casa donde el venerable anciano repoblador de Osorno pensó pasar sus últimos días, se demarcó en la medianía de la acera sur de la Plaza de Armas de la ciudad, y en enero de 1800, según leemos en una Memoria de Mackenna, se construía ese edificio «a expensas propias del Excmo. Señor Virrey, y para el uso que S. E. querrá dedicarlo». Se trataba de una construcción de 33 varas de largo por 15 de ancho, y su mampostería era de bloques de cancagua y greda, tal como se construyeron la Iglesia y la Casa del Ayuntamiento.
No hemos encontrado datos sobre el fin a que se destinó, después de la muerte del Virrey, la casa de su propiedad.
Al llegar a Chile, Mackenna se dirigió primeramente a Chiloé, a fin de procurar la traída de más vecinos de la isla a avecindarse en Osorno. En efecto, el 6 de noviembre llegó a San Carlos, y el 12 del mismo mes a Castro.
Acompañado de diez familias chilotas arribó a Osorno el 30 de noviembre, según lo dice en su Descripción Histórica y geográfica fechada el 12 de abril de 1800.
La larga estada de Mackenna en Osorno y el hecho de que llegara en los comienzos de la repoblación, hicieron que fuera el director de las obras definitivas de la nueva ciudad, labores que pudo desempeñar con una competencia especial dada su profesión de ingeniero.
El 19 de diciembre de 1797, es decir pocos días después de hacerse cargo de sus funciones de Superintendente de Osorno, don Juan Mackenna levantó un nuevo censo de la población, el que dio el siguiente resultado:
La Compañía de Dragones y sus familias | 103 |
Pobladores, mujeres e hijos | 564 |
Párvulos de los dichos | 72 |
Solteros voluntarios agregados a familias | 21 |
Cholos que sirven de criados | 29 |
Presidiarios | 49 |
Total de personas: | 829 |
Hemos visto que durante la administración de Balbiani se construyó un edificio para escuela que, al llegar Mackenna, era necesario poner en servicio.
El 19 de diciembre del 97 ofició al Virrey del Perú comunicándole las resoluciones tomadas al respecto:
No debemos olvidar entonces que el primer maestro que prestó sus servicios en la repoblada ciudad de Osorno fue don Alonso Oyarzún, que recibía por su trabajo la modesta remuneración de 3 reales diarios.
Los libros de estudio usados por los escolares de aquella época eran: Cartilla para primeras letras, Catecismo del Padre Astete, que corrientemente llamaban sólo «Astete», y Catones.
Al iniciarse la administración de Mackenna se comenzó con actividad la construcción del edificio para la Iglesia definitiva, cuyos cimientos, en marzo de 1798, no alcanzaban aún a la altura del suelo.
Sus muros fueron hechos de bloques de cancagua, material abundante en esta región, y que pareció lo más adecuado para el caso. Con respecto al techo, no se empleó la teja, sino las tablas o tejuelas de alerce. La planta tenía la forma de una cruz latina, distribuida en tres naves, cuyas dimensiones totales eran 200 pies de largo por 73 de ancho.
El trabajo de limpieza del terreno que ocupó la iglesia destruida a raíz de la despoblación del antiguo Osorno, se hizo mientras estuvo aquí don Ambrosio O'Higgins, en 1796.
Entre esas ruinas se encontró la piedra recordatoria de la bendición del templo, ceremonia que se efectuó el 24 de noviembre de 1577.
Don Ignacio de Andía y Varela, dibujante del plano que sirvió de base a la repoblación, y que hemos insertado en la parte correspondiente al Osorno antiguo, hizo un dibujo de esta piedra conmemorativa, que fue encontrada el 2 de enero de 1796. Tanto el plano como el dibujo de la placa se encontraban en la Biblioteca de Lima, donde ojalá hayan escapado del incendio que destruyó ese monumento de cultura.
Insertamos una reproducción fotográfica de la leyenda dibujada por Andía y Varela.
Junto con esta piedra fundamental se encontró la pila bautismal de la antigua iglesia. Tuvo el honor de emplearla por primera vez el primer infante que nació en el repoblado Osorno: Tomás José Joaquín Gutiérrez, nacido el 29 de diciembre y bautizado al día siguiente por el cura don Juan de Ubera. Esta partida encabeza el Libro I destinado a estas inscripciones.
La bendición de la iglesia, levantada en 1800 la efectuó, el 5 de enero de 1807, el Padre Francisco Javier de Alday, de lo que quedó constancia en el Libro I de la Misión de Cuyunco (página 299).
La iglesia fue «dedicada al glorioso apóstol San Mateo, siendo cura de ella, interino, don Juan Fermín Vidaurre. Se celebró la fiesta con toda la solemnidad que permitieron las circunstancias y pobreza del lugar». (Libro citado).
La Misión de Cuyunco existió desde 1794 a 1853, en que sus libros pasaron a la Parroquia de Osorno, permaneciendo allí hasta 1868, en que se creó la Misión de Rahue, donde ahora se encuentran.
En la Memoria o informe que envió Mackenna con fecha 30 de enero de 1800, sobre el estado de la ciudad y sus actividades, leemos una descripción detallada de las reparticiones interiores y características generales de la iglesia de Osorno, que es interesante conocer:
Aunque, como ya hemos dicho, aparece en el Libro I de la Misión de Cuyunco la constancia de que la Iglesia de Osorno se bendijo el 5 de enero de 1807, tenemos a la vista el oficio de Mackenna, de fecha 13 de enero, en que comunica al Gobernador, don Luis Muñoz de Guzmán, la ceremonia antes mencionada como realizada el 6 de enero.
No sabríamos decir cuál de los dos documentos está en la verdad, con respecto a la fecha, pues ninguno de esos días fue domingo, que es el que, de preferencia, pudo haberse empleado. El 5 fue lunes.
Por estimar de interés para la historia particular de la Parroquia de Osorno, copiamos íntegro el documento de Mackenna:
Como hemos dicho anteriormente, los primeros pobladores se contentaron con levantar modestas chozas en los alrededores del Fuerte, las que se hubieron mantenido por muchos años más a no mediar el entusiasmo de Mackenna por construir casas relativamente cómodas y definitivas.
Sin embargo, sus buenos propósitos se vieron obstaculizados por la falta de medios económicos de los habitantes y por la natural indolencia de ellos que, por otra parte, en su mayoría nunca habían visto construcciones mejores. Refiriéndose a los colonos chilotes, decía en oficio de 11 de marzo de 1798, dirigido al Virrey:
A fin de allanar todos los inconvenientes, agrega Mackenna:
Justamente un mes más tarde Mackenna tenía el gusto de ver terminada una casa de adobes en el centro de la ciudad. Repitamos parte de su oficio de 10 de abril, dirigido al Marqués de Avilés:
Otro de los edificios públicos construidos en 1800 fue la Casa del Ayuntamiento, situado en la Plaza Mayor y frente a la Iglesia, el que fue hecho con los mismos materiales y dimensiones que hemos nombrado en relación con la casa de don Ambrosio O'Higgins.
Además del Ayuntamiento, Iglesia y casa del Virrey, se construyeron este año, frente a la Plaza, tres casas de pobladores que, a pesar de la ordenanza del Superintendente, tuvieron paredes de adobes.
Cerca de la Plaza se hicieron, además, varias otras construcciones, una de ellas destinada a la fábrica de bayetones y otra a la fragua y herrería. Este último edificio se cubrió con las primeras tejas que el Gobernador ordenó hacer en la Colonia, pero resultaron de mala calidad, muy porosas, y hubo que reemplazarlas por otras. La fragua tenía dos hornillas construidas de mampostería.
El resto de la cuadra en que se ubicó la Iglesia fue destinado a la construcción de un gran galpón de setenta y tres varas de largo y quince de ancho, con techo de paja, y que se destinó a taller de carpinteros y aserradores y bodega de maderas y demás elementos de construcción.
Hubo necesidad de poner en fácil y cómoda comunicación el sector del Fuerte y de la población provisional con el centro de la naciente ciudad, haciendo el arreglo de la calle que conducía a la Plaza con una magnífica calzada enripiada.
Se procedió también a arreglar el puerto, situado al costado del Fuerte, y en el centro de la Plaza se construyó un pozo grande de nueve varas de profundidad, y un sinnúmero de pequeñas obras destinadas a la comodidad de los pobladores.
El Gobernador había recibido de Lima algunos artesanos, en su mayoría irlandeses, los que con su técnica y su régimen de vida y de trabajo fueron un excelente ejemplo para los pobladores, muchos de los cuales estaban acostumbrados a la pereza y al trabajo en forma primitiva y rutinaria. Mackenna dice, con respecto a los chilotes, que jamás había visto gente más floja, y tuvo que presionarlos enérgicamente a fin de que aceptaran usar el arado y otras herramientas agrícolas semejantes. Eran torpes hasta para la fabricación de tejas y ladrillos y en sus propiedades no se veía progreso alguno.
El primer grupo de «artífices» vino en virtud del Decreto de 19 de septiembre de 1797, emitido por el Virrey O'Higgins. Dejaremos constancia de los hombres que lo integraban, pues es interesante recordar los primeros artesanos especializados que laboraron en este pueblo. Eran los siguientes:
Con fecha 28 de noviembre del año siguiente llegó un segundo grupo:
Estas listas las hemos tomado de los documentos originales existentes en el Archivo Nacional.
Sin embargo, no todos estos artesanos resultaron de provecho para la Colonia, pues, como lo decía O'Higgins al Gobierno de Madrid, con fecha 8 de mayo de 1800, «las comodidades de la vida que empezaron allí a disfrutar, les hicieron a poco tiempo flojos, perezosos y borrachos, y obligaron al Superintendente a devolverme la mitad de ellos por inútiles y aún perjudiciales».
Los «molinos chilotes» eran pequeños y, por supuesto, de escaso rendimiento, por lo que el Gobernador hizo construir dos más de mejor calidad, resolución que comunicó al Marqués de Avilés por oficio de 10 de abril de 1798:
La harina no sólo alcanzaba después para el consumo de la ciudad, sino que había un exceso de mil doscientas fanegas de producción.
Además de los molinos, estableció una curtiduría («tenería»), que funcionó bajo la dirección de los curtidores irlandeses Watenson y Wab, suficiente para curtir anualmente cuatrocientos o quinientos cueros.
Mackenna dio impulso especial a la producción de chicha, en el deseo de que su consumo reemplazara al del aguardiente, que era la bebida que con asiduidad empleaban los habitantes.
Para intensificar la producción, estableció una fábrica con instalaciones de su invención, y su «molino» se empleaba, al mismo tiempo, para moler la corteza destinada a la curtiduría.
Se preocupó también, con visión de gran gobernante, en establecer y fomentar la industria de tejido del lino, para lo cual aprovechó los servicios de los tejedores extranjeros. Trajo de Chiloé cuatro fanegas de semilla, las que, como dice al Gobernador de Chile, don Joaquín del Pino, en carta de 20 de octubre de 1800, repartió «a 23 colonos chilotes que beneficiaban el lino en su país, y cuyas mujeres saben hilar el lienzo de esa provincia, el que sin embargo de ser muy vasto, mejorado el beneficio del lino y tejido de telar podrá en lo futuro ser objeto de alguna importancia para la Colonia. A pesar de mis esfuerzos para que los hijos de los pobladores aprendiesen a tejer en telares, no han querido como no los obligase, alegando que el tejer es oficio de mujeres. Viendo cuán inútil era el intentar disuadirles de esta preocupación, pues los telares en las casas de dos colonos, donde las mujeres aprenden a tejer. Luego que haya algunas bien instruidas, remitiré a Lima los tejedores ingleses, respecto que la experiencia me ha manifestado que por más cuidado y vigilancia que se tenga, ninguna fábrica establecida por cuenta de la Real Hacienda pueda a lo sumo hacer más que costearse. El bayetón hasta ahora tejido se vende a ocho reales vara».
Con respecto a los tejidos de lana, diremos que en aquellos años se compraba el vellón de ella a 1 1/2 reales. A las mujeres hiladoras se les pagaba dos reales por hilar cada libra. Las telas eran coloreadas con añil.
Mackenna se esforzó por formar hábitos de trabajo en todos los pobladores, pero muchos hombres, acostumbrados a la holganza, comenzaron a desertar de la Colonia, dejando abandonados a mujeres e hijos.
El Gobernador prohibió entonces la salida de pobladores, sancionando las infracciones con fuertes penas. Sólo autorizó el retiro de aquellos colonos que dejaran reemplazante.
En 1800, los colonos poseían ya 22.529 cuadras de terreno limpio y, con respecto al principal cultivo, las papas, que en un principio se vendían a tres pesos y medio la fanega, valían, el mismo año a que hacemos referencia más arriba, sólo tres o cuatro reales.
El ganado vacuno alcanzaba al número de 2.638 cabezas, el lanar a 2.482, y a 1.268 el de caballos.
En la cosecha de trigo, que fue de 1.878 fanegas el año 1799, hubo un sobrante de 753; y en la de papas, un exceso de 2.157 fanegas en una producción de 5.257.
En 1802, decía Mackenna al Marqués de Avilés:
Requisito indispensable para el desarrollo de la agricultura y ganadería, fue la construcción de caminos, punto al cual Mackenna dedicó especial preocupación. Ante todo, se esmeró por dejar concluido cuanto antes el de Osorno a Chiloé, faena que se vio terminada ya en 1799. Hizo construir, además, uno que llevaba hacia la cordillera, con una longitud de cuatro leguas.
Sus visitas de reconocimiento se extendieron a todos los lugares de su jurisdicción, desde la desembocadura del río Bueno hasta la región cordillerana.
El Gobernador, como un medio de disciplinar a los varones de la ciudad y, al mismo tiempo, prepararlos para la defensa de ella, formó una milicia de trescientos hombres, con los cuales hacía ejercicios y maniobras durante los días festivos.
Aún antes de la repoblación de Osorno, las autoridades españolas, tanto de Valdivia como de Chiloé, se esforzaron por mejorar el camino que unía a ambos lugares.
En el Archivo General de Simancas, en España, se encuentra el plano de un camino cuya reproducción fotográfica nos fue proporcionada por el arquitecto de Osorno don Eugenio Freitag. Está firmado por el Gobernador de Valdivia, don Mariano de Pusterla, y fechado el 1.º de enero de 1791.
Su leyenda dice así:
Como dato curioso podremos observar en el plano las líneas que dicen:
«Aquí se hallan las ruinas de la Ciudad de Osorno». |
Este documento fue enviado por don Ambrosio O'Higgins a España, con fecha 2 de abril de 1791, según consta de la carta escrita al Ministro don Antonio Porier, y que encontramos reproducida en la Mapoteca de Medina.- Documentos.- IX.
En ella dice:
Como este camino pasaba a regular distancia al poniente de las ruinas de Osorno, en 1794 costó encontrar las huellas de la senda que llevaba desde esta ciudad a empalmar con el camino real, y no se hubiera conseguido este descubrimiento tan fácilmente, si no hubiera sido por la cooperación de los indios, según dice don Joaquín Sánchez en informe de 8 de noviembre de 1794, escrito desde el Fuerte de Osorno.
El señor Greve, en su Historia de la Ingeniería en Chile (Tomo II, página 415), da otros datos sobre este camino:
En 1835, el Intendente de Valdivia, don Isaac Thompson, decía lo siguiente sobre el estado de este camino:
El Gobernador Mackenna trató de conseguir que los gastos que demandara la reconstrucción de la ciudad de Osorno fueran los menores posibles para el Erario.
Durante los cuatro primeros años de su administración, es decir desde fines de 1797 a 1801, se había invertido el siguiente dinero, según cuenta presentada por el Tesorero:
1797 (desde 1.º de diciembre) | $1.506 | 4 rs. |
1798 | $13.115 | 5 3/4 |
1799 | $10.790 | 3 3/4 |
1800 | $8.912 | 61/2 |
1801 | $10.295 | 5 |
Total: | $44.621 | 1 r. |
Esta planilla de gastos lleva la firma del primer Tesorero que tuvo la ciudad, don José Domingo Pérez, «Interventor de la Real Hacienda y Reales Obras de la Repoblación de la Ciudad de Osorno», al que también se le daba el título de «Sobrestante».
Las pesadas labores de este funcionario eran remuneradas con trescientos sesenta y cinco pesos al año. En 1800 encontramos una solicitud en que el señor Pérez pedía el mejoramiento de su sueldo, ya que el trabajo era tanto, que se veía obligado a pagar de su bolsillo un ayudante, en circunstancias que el Interventor de Chiloé, con un trabajo menor, recibía ochocientos pesos.
En oficio de 6 de noviembre de 1804 don Juan de Oyarzábal daba al Presidente Subdelegado de la Real Hacienda un resumen de los gastos ocasionados por la Repoblación de Osorno.
Desde 1793, año en que se iniciaron las actividades para la recuperación de los terrenos de la antigua ciudad de Osorno, hasta el 31 de diciembre de 1803, se gastaron $ 205.701, girados en la siguiente forma:
$55.821 por la Tesorería General del Ejército y Real Hacienda de Santiago.
$20.184 por la General de Concepción.
$129.696 por la de la Plaza de Valdivia.
Del total general se han invertido $127.188 «en los costos de la construcción de los fuertes de Osorno y Alcudia, y en el de la compra y gastos de conducción de víveres para raciones de los pobladores, que ya no se les suministran por cosechar de sus labranzas, así para su manutención, como también para vender y abastecer a la Plaza de Valdivia».
Don Ambrosio O'Higgins reunía en Lima, a su vez, en forma incansable, fondos para su predilecto Osorno, y con este fin se realizaron en la Ciudad de los Virreyes grandes corridas de toros a beneficio de su reconstrucción, reuniones que tuvieron un éxito económico notable. De un Estado fechado en Lima el 17 de abril de 1800, copiamos:
«1.ª corrida | $4.199 | 3 rs. |
2.ª corrida | $4.718 | 2 rs. |
3.ª corrida (Pascua de Resurrección) | $4.390 | 5 rs.» |
Por lo demás, la ciudad comenzaba ya a tener sus entradas propias, entre las cuales debemos contar el arriendo de tierras y animales del Potrero del Rey. Al final de 1805 dicho predio, que abarcaba 3.300 cuadras, tenía ya 1.210 cabezas de ganado vacuno, lanar y caballar.
Al repoblarse Osorno, fue designado párroco el presbítero don Juan de Ubera, cura en propiedad de la ciudad de Castro, y que, de común acuerdo con el Gobernador O'Higgins y el obispo de Concepción, recibió esta comisión por el plazo de tres años.
Este sacerdote, llamado a desarrollar una hermosa labor en la repoblada ciudad, era muy conocido de don Ambrosio, desde los años en que éste era Intendente de Concepción.
Antes de destacar su actuación en Osorno, recordemos dos episodios curiosos en que fue protagonista don Juan de Ubera en pleno corazón de Arauco.
En 1787 el obispo de la Concepción, don Francisco de Borja José de Marán, confiado en el sosiego aparente en que vivían los indios del sur del Bío Bío, resolvió hacer una visita pastoral por toda su diócesis, hasta Chiloé, acompañado de una pequeña comitiva y cinco granaderos. Formaba parte de este grupo el presbítero don Juan de Ubera.
Sabedores los indios de que el obispo llevaba un valioso equipaje, avaluado en treinta mil pesos, crecida suma para aquellos años, asaltaron la caravana a fin de robar las especies que conducía, y todos habrían sido muertos si, por intervención del cacique Curimilla, amigo de los españoles, no se hubiera tomado la curiosa resolución de jugar el destino de los españoles prisioneros en una partida de chueca, la que, felizmente, fue ganada por los amigos del obispo, lo que les permitió regresar sanos y salvos a Concepción, a excepción de dos dragones, que perecieron durante el asalto.
Según Barros Arana, don Juan de Ubera, además de sacerdote, era médico y cirujano titulado. Esta última especialidad lo hizo intervenir en otro hecho curioso, dos años más tarde del suceso narrado anteriormente.
Don Ambrosio ya era Gobernador de Chile y, habiendo aparecido una epidemia de viruelas en Concepción, temió que pudiera propagarse a la región de Los Angeles, donde O'Higgins tenía su valiosa hacienda de Las Canteras.
Para prevenir el mal, ordenó vacunar a todos los habitantes y encargó esta misión a don Juan de Ubera; pero los vecinos de Los Angeles se reunieron en asamblea pública para oponerse al cumplimiento de semejante orden. Seguramente el carácter afable del cura Ubera y sus dotes de persuasión convencieron a los atemorizados angelinos de la conveniencia de dejarse vacunar.
El cura Ubera desempeñó en forma apostólica la misión que se le había confiado en Osorno haciéndose acreedor al cariño y respeto de todo el vecindario.
El 14 de enero de 1799 se cumplieron los tres años para los cuales había sido designado y, en su reemplazo, se nombró en Lima, con fecha 19 del mismo mes, al Padre Domingo Fontán.
Aunque el sucesor del amado pastor ya hubiera llegado a Osorno, los habitantes no se desalentaron y solicitaron por segunda vez a su Virrey les dejara al cura Ubera. La primera presentación no fue conocida de don Ambrosio, pues se extravió en la larga y accidentada ruta a Lima.
Al hablar del repoblador de Osorno, dijimos que el mejor retrato que se podía hacer de él era reproducir las Instrucciones que dio, siendo ya Virrey, para que sirvieran de norma en la Repoblación, normas que honrarían a cualquier gobernante, aún de los tiempos actuales.
Nada puede pintar mejor la personalidad del Cura Ubera que el hermoso documento que reproducimos a continuación, y en el que los humildes pobladores dejaron constancia de que veían en él a «un padre, un cura, un médico y un despertador de las dormidas conciencias».
Damos íntegro el texto de esta bella solicitud:
Esta solicitud fue elevada a conocimiento del Virrey juntamente con el informe de fecha 19 de julio de 1799, en que el Gobernador Mackenna reiteraba lo dicho por los vecinos más respetables de la ciudad en representación de todos los pobladores, y agregaba: «es uno de los mejores hombres que he conocido».
El cariño del cura Ubera hacia sus feligreses ya lo había manifestado, muy previsoramente, a don Ambrosio O'Higgins cuando en carta de 3 de octubre de 1798, le decía:
El señor Ubera advertía esto al Virrey al imponerse de la resolución del Obispo de Concepción de «poner carteles para convocar a los opositores a este curato», en vista de la terminación del plazo para el cual había sido designado el cura de Osorno.
Al concurso de opositores se presentó el Padre Domingo Fontán, franciscano del Colegio de Ocopa, en el Perú, quien fue nombrado, y tomó posesión de su cargo el 23 de octubre de 1799.
Pese a los deseos de don Juan de Ubera y de todos los pobladores, el reemplazante no continuó la obra apostólica de su antecesor, por lo que fue removido por el Obispo, que se basó para ello en informes confidenciales de don Juan Mackenna y del virtuoso sacerdote Fr. Francisco Javier de Alday.
En reemplazo del Padre Fontán pasó a desempeñar el curato de Osorno el presbítero don Juan Fermín Vidaurre, que se posesionó de su cargo el 20 de diciembre de 1802.
Antes de terminar el capítulo relacionado principalmente con el primer párroco de Osorno, debemos recordar que don Ambrosio O'Higgins, conocedero de la obra admirable desarrollada por el señor Ubera, le hizo obsequio de un terreno de treinta cuadras, situado a inmediaciones del pueblo, a fin de que, con más recursos materiales, se hiciera más fácil su labor de caridad.
Algunos años más tarde, en los albores de la Independencia nacional, vemos figurar de nuevo el nombre del presbítero don Juan de Ubera, de tan grato recuerdo en Osorno, pero en la ciudad de Los Ángeles, donde, con fecha 9 de octubre de 1810, se efectuó la ceremonia de reconocimiento de la 1.ª Junta Nacional de Gobierno.
En aquella ocasión, después de exponer el comandante de dicha plaza el objeto de la reunión y obtener el juramento de fidelidad a la Junta de parte de los concurrentes, dicha promesa fue santificada, como ministro de Dios, por el presbítero, capellán de dragones, don Juan de Ubera.