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Historia de Sor María de la Visitación


Luis de Granada (O.P.)




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Prólogo

En el cual se declara el argumento y materia de lo contenido en esta historia y de los fundamentos que hay para dar crédito a las cosas que en ella se escriben


Costumbre fue de muchos insignes autores escribir las vidas de algunas personas notables que florecieron en sus tiempos, como lo hizo San Hierónimo, y San Gregorio en sus Diálogos, y Teodoreto en la Historia religiosa, y Paladio en la suya, y otros que sería largo de contar; y, si éstos no usaran de esta diligencia, careciera hoy la Iglesia de la edificación y fruto que de estas historias se recibe. Movíme por este ejemplo (aunque mi autoridad sea tan desigual), a escribir las vidas de algunas personas de gran virtud que en mi tiempo conocí y traté familiarmente, pareciéndome que, no lo haciendo, cometía hurto contra la sangre de Cristo (de la cual proceden todos estos bienes) y contra la gloria de Nuestro Señor cuyas obras y maravillas dijo el ángel San Rafael a Tobías que debían ser publicadas.

Y no faltan en nuestros tiempos por la bondad y providencia de Nuestro Señor, en diversas partes de la cristiandad, algunas personas de notable santidad que han dado y pueden dar materia de escribir a los que tovieren celo de la gloria de Nuestro Señor y de sus siervos. Porque en la ciudad de Valencia han florecido agora dos grandes varones, uno de la orden de nuestro padre Santo Domingo por nombre fray Luis Bertrán y otro de la orden del glorioso padre San Francisco, por nombre fray Nicolás Factor, cuyas vidas ordenó Nuestro Señor que se escribiesen, y así se leen no sin mucho fructo y edificación de los fieles. Y el mismo Señor, que honró a Valencia con estos dos santos varones, honró también a Lisboa con dos señaladas mujeres, una dominica, por nombre soror María de la Visitación, y otra de la tercera regla del glorioso padre San Francisco, por nombre Ana de las Llagas; y, lo que más es, a ambas señaló Nuestro Señor con las insinias de su sagrada pasión. Porque la dicha madre soror María de la Visitación tiene impresas en pies y manos y costado las señales de cinco llagas del Salvador, y la otra religiosa tiene encima del pecho esculpido a Cristo puesto en una cruz y el nombre de Jesús al lado, perfetísimamente fabricado de la misma carne, con letras grandes y bien figuradas, y esto de tal manera que, puesta una pasta de cera blanda encima de este lugar, queda lo uno y lo otro figurado, como por autoridad del Santo Oficio se verificó. De manera que Nuestro Señor, que en un mismo tiempo quiso que se hallasen juntos en la ciudad de Roma dos tan grandes santos como fueron Santo Domingo y San Francisco, fundadores de dos órdenes tan principales, quiso también que se hallasen en las dos ciudades susodichas, dos hijos y dos hijas ligítimos de ellos, que representasen muy bien la santidad de sus padres.

He dicho esto para que se entienda, que, pues agora es el mismo Dios que era entonces, no se haga increible a los hombres hacer Él agora lo que entonces hizo, pues no hay agora menor necesidad de hacer milagros y maravillas, en tiempo que la fe está tan menoscabada con tantes herejías y las vidas de muchos hombres estragadas con tantos vicios como lo estaban en aquel tiempo. Y costumbre es de Nuestro Señor acudir a su Iglesia en tiempo de la mayor necesidad, pues ella ha de durar hasta la fin. De esta manera acudió a su Iglesia en tiempo de la ley (cuando las cosas estaban más caidas) con profetas santísimos y con Reyes religiosísimos como fueron David, Miqueas y Josías y otros semejantes. Y por esto no es cosa extraña criar Nuestro Señor personas tales que con su mérito y oraciones detengan su ira y con el ejemplo de sus vidas despierten los negligentes y con la virtud de sus milagros sustenten la fe.

Pues, por ser tan grande el fructo de semejantes leturas, confiado en la misericordia de Nuestro Señor, tomé a cargo escribir la historia de nuestra virgen, así por razón de ser de mi orden como por haber tenido yo particular noticia de sus cosas, y porque las que de ella hay que escribir son muy grandes y muy extraordinarias, mayormente para la condición de nuestros tiempos en los cuales no hay tanta santidad como en los pasados.

Para que no tropiecen aquí los que esto leyeren, diré de la manera que supe todo lo que aquí escribo. Porque primeramente el Padre Fray Pedro Romero que era su confesor (a quien ella como a su ligítimo juez daría cuenta de los favores que de Nuestro Señor recibía) me la daba también a mí y yo la asentaba por memoria para escribirla más de propósito en su lugar. Después de esto el Padre Provincial de esta provincia mandó a esta virgen por obidiencia escribiese por su mano todos los favores que de Nuestro Señor había recibido, lo cual ella mucho tiempo rehusó, recelando que esta escriptura se había de publicar; mas, todavía apretada por el perlado, hizo lo que le mandaban y así escribió un cuaderno de tres o cuatro pliegos de estas cosas, el cual después se me entregó y las cosas de él puse en los lugares de esta historia, a que pertenecían. Después de esto, porque era muy penoso a esta virgen escribir por su mano, por razón de la llaga y clavo que en ella tiene, diose esta orden por el perlado: que ella diese cuenta a su confesor de estas cosas, el cual las escribe fielmente de la manera que las oyó a ella y, para ratificarse en lo escripto, las vuelve a leer a esta virgen y ella borra cualquier palabra o cosa que desdiga de lo que pasó. Y es cosa notable ver el sentimiento y alegría que recibe, cuando con esta letura le remueven la memoria de estas cosas, de las cuales no tenemos otro testimonio sino habellas ella testificado y ratificado de la manera que decimos; y cuán firme sea este testimonio adelante se declarará. Y es cosa muy notable ver la simplicidad y llaneza y cuán sin encarecimiento, da cuenta esta virgen a su confesor de los favores que recibe de Nuestro Señor, porque, aunque a los principios recibía gran pena y vergüenza de esto, pero después, con la familiaridad y confianza que tenía del secreto de su confesor, comenzó a declararse más; pero esto como dije, tan sin engrandecer sus cosas y los favores que de Dios recibía, como si contara otra cualquiera cosa en que fuera poco. De suerte que, como el santo José contaba con grande simplicidad los sueños que había soñado, mas el padre tácitamente consideraba lo que aquello pesaba, así también cuenta ella con toda simplicidad sus cosas, mas los padres espirituales ponderan lo que aquello es. Lo cual me parece que procede, o de haberle dado Nuestro Señor esta simplicidad y humildad, o de la costumbre tan frecuentes que tiene de andar siempre transportada de Dios gozando tan a la continua de estos favores. Y así me parece que le acaeció como a un hombre pobre que, cuando llega a la casa de algún príncipe, si acaso le dan algunos relieves de los majares y del vino de la mesa del señor, no se harta de alabar el gusto y precio de lo uno y de lo otro mas los señores que están acostumbrados a estos regalos no hacen ya caso de ellos. Lo mismo en su manera podemos decir de esta virgen, por estar acostumbrada de muchos años a gozar de tan grandes favores, que a otros serían materia de grande y nueva admiración, mas a ella no lo son por la costumbre, y así da tan llanamente cuenta de sus cosas como si la diese de las ajenas.


I. [Responde a algunas cuestiones]

Agora me pareció satisfacer a algunas dubdas o preguntas que los letores podrán hacer acerca de lo que aquí leyeren. Y primeramente porque aquí se escribe que muchas veces el Esposo Celestial aparecía a esta virgen y rezaba alguna hora del Oficio divino familiarmente con ella, como se escribe de Santa Catalina de Sena, dubdaría alguno si realmente era la persona del mismo Cristo, porque por alguna parte parece que sería algún ángel que representase la persona del mismo Señor, como en los tiempos pasados apareció a los Padres antiguos. Porque, aunque el que dio la ley en el monte Sinaí, puesto caso que se llama Dios, no era sino ángel que representaba la majestad y persona de Dios y así era tratado y reverenciado como tal, de la manera que vemos hablar por alteza a los oidores cuando están en sus estrados porque representan la persona real; mas por otra parte, considerando que ya el Hijo de Dios humanado tiene verdadero cuerpo puédese decir que Él mismo sea el que aparece, porque no es cosa nueva haber aparecido Él, después que subió al cielo, a algunos santos, como apareció a San Pablo, según él lo testifica. Y este aparicimiento no fue con visión imaginaria, sino con la real y verdadera presencia del cuerpo de Cristo, ca por este aparecimiento pretende el apóstol probar la verdad de la resurrección del Salvador y por ella la de nuestros cuerpos. Esto dice Santo Tomás, y Cayetano en el mismo lugar.

Cuéntase también en esta historia, después de haber tratado de las virtudes y ejercicios espirituales de esta virgen, muchos y diversos aparecimientos de Nuestro Señor y de su bendita Madre y de algunos santos, las cuales señaladamente acaecieron en las fiestas principales que celebra la Iglesia. Porque como en los tales días esta virgen se dispone a celebrarlas con mayor devoción y recogimiento, así Nuestro Señor, que nunca niega su favor y gracia a quien se dispone para ella, le correspondía con alguna especial visitación con que le representaba alguna cosa notable del misterio de aquella fiesta, con que encendía el corazón de esta virgen en su amor. Mas en otros aparecimientos (demás de éstos) pretendía este Esposo, como maestro de las virtudes, inducirla a alguna de ellas, como a la virtud de la humildad, de la paciencia, del amor de la cruz y de los trabajos y a la desconfianza en sí y confianza en Dios, del conocimiento de su propria vileza, lo cual sirve grandemente para el provecho de los lectores; por lo cual tuve más cuidado de escribir estos aparecimientos que los otros, porque sirve más para la edificación de nuestras ánimas.

Mas, para entender de la manera que son estos aparecimientos y visiones, es de saber que unas veces se hacen interiormente, infundiendo Dios en el ánima las especies e imágenes de las cosas de que quiere representar, lo cual se hace en los raptos; otras veces, estando la persona en su acuerdo, se forman estas mismas especies e imágenes exteriormente en el aire, mediante las cuales la persona ve lo que Nuestro Señor le quiere representar. Algunos habrá que extrañen tanta manera de aparecimientos como en esta historia se cuenta. A esto fácilmente respondemos que Nuestro Señor comenzó a hacer especiales favores y mercedes a esta virgen dende la víspera de su profesión (como adelante veremos) y de esta manera ha continuado con ella, dende este tiempo, que fue dende los diecisiete años de su edad; y, siendo ella agora, al tiempo que esto se escribe, de treinta y siete, son ya pasados veinte años en que estos favores y mercedes se han continuado, unas veces más frecuentemente y otras menos, como Él era servido. Y, como se lee en dos horas lo que pasó en tantos años, parece mucho; lo cual, mirado cuando ello acaeció, no lo es; y por esta causa, en algunas cosas de esta historia, procuraremos señalar, cuanto nos sea posible, los años en que algunas de estas cosas acaecieron.

Otros habrá que, considerando lo dicho, no extrañen tanto la muchedumbre de las cosas como la grandeza de algunas de ellas, como son los éxtasis tan frecuentes, los levantamientos en el aire, los milagros que se hacen con cosas suyas y con el agua en que ella mete las manos, y otras cosas semejantes, alegando que no se leen tales y tantas cosas en las vidas que tenemos de los santos pasados. A esto primeramente respondo que en la Iglesia hay muy pocas vidas de santos, aunque sean muy grandes santos, que estén escriptas a la larga. Porque no hay otros mayores santos que los apóstoles y, sacado el apóstol San Pablo, cuya peregrinación se escribe en los Actos de los apóstoles, y un poco del apóstol San Pedro, que ahí también se escribe, casi nada tenemos escripto de ellos, si no es el lugar donde pedricaron y el martirio que padecieron; y es de creer que no padecieron ellos menores trabajos que el apóstol San Pablo. Y de algunos mártires gloriosísimos (como fueron San Lorenzo y San Vicente) no está más escripto que los tormentos que padecieron; y es de creer que estaban ellos antes fundados sobre firme piedra y consumados en toda virtud, pues tan grandes avenidas y crecientes de ríos no fueron parte para irritarlos. Y lo mismo digo de otros mártires fortísimos, porque no hubo quien se aplicase a escribir sus vidas, por las cuales alcanzaron tan grande fe y constancia, y muchas de ellas se perdieron por las persecuciones de los tiranos que mandaban quemar todos nuestros libros. Verdad es que de los santos que fueron fundadores de las religiones (como fueron Santo Domingo, San Francisco, San Benito, San Bernardo y otros), algunos tenemos sus vidas escriptas a la larga dende el principio hasta el fin de ellas, porque sus hijos procuraron saber las virtudes y ejercicios de los padres que habían de imitar, mas en pocos otros se hizo esta diligencia. La vida de Santa Caterina de Sena escribió su proprio confesor y, si él no se despusiera a tomar este trabajo, quedaran sepultadas en perpetuo silencio tantas maravillas como de ella se escribe, que tanto nos declaran la bondad y suavidad de Dios para con las ánimas puras y humildes. Y a esta santa reveló Nuestro Señor que le era igual en la gracia y en la gloria una virgen llamada Inés (cuya sepoltura fue esta virgen a visitar) y, con todo eso, nada sabemos de ella, porque no se ofreció nadie a escribirla; y conforme a esto se suele decir que antes del rey Agamenón hubo hombres esforzados, pero no tenemos noticia de ellos, porque no hubo poetas que escribiesen sus proezas y valentías.

Y demás de esto, para confirmar la fe de las cosas que aquí se escriben, y para que nadie las tenga por increíbles, escribí el primer libro de esta historia, en el cual procediendo por los prencipales santos del Viejo y Nuevo Testamento hasta llegar a Santa Catarina de Sena, reconté las grandes maravillas que Nuestro Señor obró con ellos, las cuales, si no estovieran autorizadas con la Escriptura divina, parecieran increíbles. Para que se entienda que, pues es agora el mismo Dios que era entonces, (el cual no se muda con los tiempos), no se tenga por increíble hacer Él agora algo de lo que hizo entonces, pues no está abreviada su mano con todo cuanto tiene hecho, para no poder hacer mucho más.

Pero, aunque esta razón sea muy grave otra hay más urgente y perentoria, que son los milagros que esta virgen tiene hechos, los cuales están con toda solemnidad procesados y averiguados. Visto que con sólo este argumento y testimonio se satisface la Iglesia para canonizar los santos, mas esta virgen, demás de este testimonio, tiene otro no menor, que es la impresión de las llagas de nuestro Redentor, y en pies y manos y costado. Y las de las manos están patentes a todo el mundo, mas las de los pies y costado han visto los perlados y su confesor, porque para cosa tan grande hubiese testigos de tanta autoridad.

Con este testimonio se junta otro no menor, que son las cinco gotas de sangre que le salen cada viernes de la llaga del costado, puestas en una perfectísima figura de cruz, lo cual consta ser un grande milagro y más tantas veces en cada semana repetido y, lo que más es, no sabido por relación de otros sino por vista de ojos, como lo han visto religiosos y legos y hasta un moro muy principal que quiso saber esto, el cual, dando a esta virgen un pañito delgado y poniéndolo ella en presencia de él, sobre esta llaga, salieron estas cinco gotas en la figura sobredicha, de que el moro quedó espantado, confesando que esta mujer era santa.

Concluyendo, pues, esta parte, digo que, si un solo milagro verdadero es bastante argumento para creer los misterios de la fe, cuánto más debe bastar tantas maneras de milagros para tener por verdad lo que en esta historia se escribe, por nueva y extraordinaria cosa que parezca.

Mas aquí quiero advertir al cristiano letor que no entiendo escribir esta historia secamente y desnuda, sino apuntando, aunque brevemente, los avisos y dotrinas que se sacan de las cosas que se van relatando, porque no es de todos saber filosofar en las cosas que se escriben en las vidas de los santos, por lo cual conviene que el historiador se haya en esto como la madre, que da el manjar mastigado al niño, cuando él no tiene aún dientes para ello. Porque por esta causa son alabados en el libro de los Cantares los dientes de la Esposa que es la Iglesia, porque ella es el ama y la madre que con los dientes espirituales de los santos dotores dá mastigado el manjar de la dotrina a los hijos espirituales que cría.




II. [División y argumento de esta historia]

Esta historia, cristiano letor, va repartida en cuatro libros: en el primero se trata de todo lo que sirve para hacer fe de las cosas que en ella se escriben y juntamente de la edificación y fruto que de ella se debe sacar.

Y, cuanto a lo primero, se pone un memorial de los previlegios y maravillas que Nuestro Señor ha obrado con muchos de los santos pasados, comenzando dende Moisén hasta Santa Catalina de Sena, para que nadie tenga por cosa increíble hacer Dios agora lo que hizo entonces, pues es agora el mismo que entonces era; donde se pone la relación de la vida y milagros de esta virgen que por parte del Príncipe Cardenal y del Santo Oficio fue inviada a Gregorio XIII con los milagros que de esta relación se coligen.

En el segundo libro se trata de los ejercicios espirituales, que son oraciones, vigilias, ayunos, cilicios, disciplinas y otras obras penitenciales con que esta virgen se disponía para recibir acrecentamiento de la divina gracia y de los favores del Esposo; y juntamente se trata de sus virtudes, conviene a saber, de su mansidumbre, humildad, simplicidad, obidiencia, caridad, paciencia y fortaleza para padecer trabajos.

Mas en el tercero se cuentan los grandes favores y mercedes espirituales que por estas virtudes y ejercicios recibió de Nuestro Señor y también de algunas visiones y aparecimientos que tuvo.

En el cuarto libro se escriben los milagros que Nuestro Señor fue servido de hacer por los méritos de esta virgen.

Todo ello va sujeto a la corrección de la Santa Madre Iglesia.








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Libro I

De lo que sirve para hacer fe, en el cual se trata de lo que se escribe en esta historia y aquí también se trata del fruto que se saca de esta piadosa consideración



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Capítulo I

En el cual se declara cuán admirable sea Dios en sus Santos, esto es, en los grandes favores que les hace, y cómo, aunque ellos sean admirables, no por eso son increíbles



[Dios es admirable en sus Santos]

Mirabilis Deus in sanctis suis. En estas breves palabras nos da el profeta David copiosa materia de consideración y nos declara uno de los principales medios que hay para levantarnos al conocimiento de nuestro Criador. Para cuya declaración presupongo que la más excelente ocupación y más alto ejercicio en que se puede emplear una criatura racional es levantar los ojos a considerar la más alta cosa que hay en el mundo, que es el Sumo Bien, en quien están y de quien proceden todos los bienes. Y, como sea verdad que no pueda nuestro entendimiento en esta mortalidad conocer este sumo bien en sí mismo sino en sus obras, para esto nos sirven dos géneros de obras suyas, que son las obras de naturaleza que sirven para la sustentación de nuestros cuerpos, y las de gracia que se ordenan a la santificación de nuestras ánimas; donde es de saber que los santos varones hacen escaleras de las unas y de las otras obras para levantarse a la contemplación de su Criador, como parece claro en muchos de los salmos donde se trata de las unas y de las otras obras. Pero lo más común es proceder por las obras de gracia, las cuales, cuanto son más excelentes, tanto nos dan mayor luz, para subir al conocimiento del autor de ellas. Porque las obras de naturaleza principalmente nos dan conocimiento de la omnipotencia y sabiduría y providencia que este señor tiene de sus criaturas; mas las obras de gracia, demás de esto, nos dan conocimiento de la bondad, de la caridad, de la misiricordia, de la justicia y de la suavidad y benenidad de nuestro Dios para con los hombres, y señaladamente de la providencia paternal que tiene de sus espirituales hijos, porque éstos dice Él que trae dentro de sus entrañas y que los tiene escriptos en sus manos y que tiene contados sus güesos y cabellos y que si cayeren no se lastimarán porque Él pondrá su mano debajo para que no se lastimen, en éstos dice que tiene puestos sus ojos, y sus oídos en las oraciones de ellos, y de éstos dice que quien los tocare, toca a Él en la lumbre de los ojos y que a los ángeles tiene mandado que los traigan en las palmas de las manos para que no tropiecen sus pies en alguna piedra, y después de todos estos favores, viene finalmente a decir que sus deleites son estar con ellos. ¿Qué cosa se puede decir más tierna y más regalada que ésta? Pues por éstos y otros semejantes favores se ve cuánta razón tuvo el profeta para decir que era Dios admirable en sus santos, pues tal cuidado tiene de ellos y tales regalos les hace. Pues ¿qué diré de las honras con que los honra, aun en este lugar de destierro? Porque no sólo los honra en su vida, sino también después de ella; y no sólo en sus cuerpos sino también en los andrajos y retazos de sus vestiduras; y no sólo en sus personas proprias sino también en sus hijos y descendientes, aunque sean malos, por respeto de sus padres que fueron buenos, como parece en los hijos de Loth y Abrahan, etc.

Pues del conocimiento de Dios que se alcanza por estas obras de gracia se enciende en los corazones devotos la caridad y amor para con Dios; y, vista la bondad y blandura con que trata sus fieles siervos, nace también de aquí una grande confianza, viendo que, pues este señor no es aceptador de personas y que no sólo está aparejado para acudir a quien le llama sino que también, como dice San Juan, llama a nuestra puerta, por aquí viene el hombre a confiar que, si él por su parte se dispusiere, no negará a él lo que concede a los otros. También con esto se aviva la fe y el crédito de los favores que Nuestro Señor hace a sus amigos, considerando los muchos que en diversos tiempos les ha hecho. Mas, allende de esto, en las ánimas de los que son verdaderos humildes causan estos favores una grande admiración de aquella Suma Bondad. Porque, como ellos se tienen por unos viles estropajos del mundo y por indignos de toda consolación, cuando ven que aquella altísima majestad se inclina a visitarlos y consolarlos y darles prendas de su amistad, no acaban de maravillarse y espantarse de esta tan grande bondad; y con esto crece en ellos más el amor y reverencia para con Él.

Pues todos estos fructos susodichos se siguen de la consideración de las obras de gracia, las cuales señaladamente resplandecen en las historias y vidas de los santos; y tanto más cuanto ellos fueren más vecinos a nuestros tiempos, porque mucho más nos suelen mover las cosas presentes que las pasadas.

Mas cuanto ellas son más poderosas para movernos, tanto son más dificultosas de creer, mayormente de las personas poco espirituales y devotas. Mas las que no lo son y han ya experimentado cuán suave sea nuestro Dios y cuán bueno para los buenos, no tienen esta incredulidad, porque ya tienen prendas y conjeturas de la amistad de Dios para con sus fieles amigos. Mas los que no han llegado aquí, y juzgan más las cosas por su ciega razón que por espíritu de Dios, no dan crédito a estas cosas. Debrían éstos de humillarse y no querer ser jueces de las cosas que nunca experimentaron y por tales los recusa el apóstol cuando dice que el hombre que es aun animal no entiende las cosas del espíritu de Dios, porque tal espíritu ha de tener el que las ha de juzgar. Si un hombre (como dice S. Bernardo) no sabe la lengua griega ¿cómo entenderá al que habla en esa lengua? De donde infiere que tan lejos estará de entender el lenguaje del amor divino quien no lo ha probado como de entender a el que habla en griego quien no aprendió la lengua griega.

Pues ya la grandeza de la dolzura espiritual con que Dios regala a los que se afligen por Él, ¿cómo la conocerá, pues dice David, que la tiene Él escondida para los que le temen? Y la grandeza de la paz interior con que Él da cumplido reposo a los corazones de sus amigos, ¿cómo la conocerá el hombre sensual, pues el apóstol dice que sobrepuja a todo entendimiento y sentido? Pues el nuevo ser y nueva virtud que Dios da con abundante gracia al hombre justificado, ¿cómo éste lo conocerá, pues dice S. Juan que nadie lo conoce sino aquél que lo recibió?




[I. En los Santos del Viejo Testamento]

Y, si todos estos testimonios no bastan para humillar y convencer los incrédulos, debe de bastar el ejemplo de los santos de que hacen mención las Santas Escripturas, donde verán cosas que, a no estar testificadas en ellas, no fueron creídas. Por lo cual no será sin propósito ni sin fruto proponer aquí algunos de estos ejemplos, no sólo para hacer fe de las cosas nuevas con el ejemplo de las viejas, mas para que veamos cuán admirable, cuán glorioso y cuán digno de ser amado y alabado sea Dios en todos sus santos.

Y, dejados los antiquísimos ejemplos de la ley de naturaleza, comencemos por la ley de escriptura en la cual trató Dios más familiarmente con los hombres. El promulgador de esta ley fue Moisén. Pues ¿quién contará las maravillas que obró Dios por este profeta? Y, dejadas aparte las que obró en la tierra de Egipto, ¿qué cosa más admirable que con el golpe de un[a] vara abrir los mares para que pasase a pie enjunto el pueblo de Israel y volvellos a cerrar con ella para ahogar el ejército de Faraón que los siguía, porque por justo juicio de Dios muriesen ahogados en las aguas los que a los niños inocentes ahogaban en ellas? Él mismo, tocando con esa vara en una peña, sacó de ella un río de agua viva. Él mismo, no por una sola vez, sino por dos, estuvo cuarenta días en el monte con Dios, sin comer y sin beber y sin dormir, trayendo consigo dos tablas en que estaba escripta la ley con el dedo de Dios; y del mismo se escribe que conversaba y hablaba con Dios tan familiarmente como un amigo con otro. Pues ¿qué cosa más admirable? Dejo otras muchas grandezas y maravillas que hizo cuarenta años que anduvo con aquel pueblo en el desierto que sería cosa muy larga de contar, mas éstas bastan para que se vea cuan admirable sea Dios en sus santos.

Pues ¿qué diré del criado de este profeta que fue Josué? El cual detuvo las aguas corrientes del río Jordán para que pasase el pueblo a pie enjunto por la madre del río y, corriendo las aguas inferiores para abajo, las que venían de lo alto iban creciendo y haciéndose una grande montaña, hasta que todo el pueblo pasó. Y, si es cosa admirable, ¿cuánto más lo es haber hecho este capitán detener el sol por espacio de tres horas en medio del cielo, obedeciendo Dios (como dice la Escriptura) a la voz de un hombre? Y no menos lo es sino más lo que leemos del profeta Esaías, porque aquél hizo detenerse el sol por espacio de estas tres horas, más éste le hizo volver diez horas atrás.

Vengamos, después de Esaías, a los otros profetas entre los cuales era muy señalado Elías, el cual juntamente con Moisén apareció en la transfiguración del Señor con grande resplandor. Pues ¡qué cosas tan admirables cuenta de él la Historia Divina!: él caminó otros cuarenta días sin comer ni beber hasta llegar al monte de Dios; él mandó por dos veces bajar fuego del cielo y quemar a dos capitanes cada uno con cincuenta soldados que le venían a prender, él ardía tanto con el celo de la honra de Dios que, viendo a su pueblo dado al culto de los ídolos, hizo oración a Dios pidiéndole que no lloviese por tres años y seis meses, juzgando por indignos de la vida y del rocío del cielo a los que ofendían al señor del cielo; y entendía el santo profeta que perecían las gentes y se caían los hombres por las calles muertos de hambre, y nunca por eso se dobló a revocar la petición que había hecho; y, en este tiempo en que las gentes perecían de hambre, tenía Dios cuidado de dar de comer a su Profeta enviándole cada día con un cuervo pan y carne a la mañana y pan y carne a la noche. ¿Quién creyera esto, si ahora se dijera? Pues aún más admirable es lo que de él escribe, que lo arrebató Dios con un torbellino, sobre un carro de fuego y no sabemos a dónde lo llevó, con todas las otras circunstancias anejas al hombre que tiene vida, como es de creer que él la tenía.

Ni es menos admirable la vida de su criado Eliseo, pues toda ella está llena de milagros, entre los cuales se refiere uno más admirable y éste fue que, habiendo muerto ciertos ladrones a un caminante y escondiéndolo en la sepultura de este profeta, en tocando el recién muerto a los güesos del Profeta muerto, luego resucitó.

Entre los profetas mayores el cuarto es Daniel cuya historia contiene muchas cosas de grande admiración, mas una sola diré; y es que habiéndolo echado los moradores de Babilonia en un lago donde estaban siete bravos leones para que lo despedazasen y comiesen, porque él había destruido los ídolos de ellos, estuviéronse seis días los leones rabiando de hambre sin tocar en el manjar que tenían delante, y él, en medio de estas bestias, seguro y regalado con esta maravillosa providencia de Dios. Y al sexto día apareció un ángel al Profeta Habacuc, que estaba en Judea y a la sazón llevaba de comer a unos segadores, y dijole el ángel: lleva esa comida a Babilonia, a Daniel, que está en el lago de los leones. Respondió el profeta: Señor, no sé dónde es Babilonia, ni es el lago. Entonces el ángel le tomó por un cabello de la cabeza y en un momento le puso en Babilonia sobre aquel lago. Dijo entonces Habacuc: Daniel, siervo de Dios, toma esta comida, que te envía Dios. Respondió entonces Daniel (creo que con muchas lágrimas y ternura de corazón) diciendo: Acordástete de mí, Señor mío, y no desamparaste a los que te aman. Tomó pues la comida y comió; y el ángel volvió a Habacuc a su lugar. Sabida pues esta maravilla, el rey sacó a Daniel de aquel lago y mandó echar en él a los que habían revuelto aquella tela, los cuales fueron despedazados por los leones en el aire, antes que llegasen al suelo. Pues ¿quién no alabará a Dios, viendo el regalo de esta providencia para con su fiel siervo?

Pues lo que hizo Dios para consuelo y remedio del Santo Tobías fuera increíble, si no estoviera expreso en la Santa Escriptura. Porque, pudiendo él remediar la pobreza y trabajos de este santo por muchas maneras, escogió una tan extraordinaria que fue enviar un ángel, y no cualquiera sino uno de los siete que asisten ante la presencia divina, en figura humana, vestido a modo de caminante, para que fuese con el hijo de este santo varón muchas leguas de camino por ventas y mesones; asentándose con él a la mesa y platicando con él todo el camino. Y, después que llegó a casa de Raquel, pariente del Santo Tobías, y concertó el casamiento del mozo con una hija de él muy honrada, librándola del demonio que le mataba todos los maridos con quien casaba, hecho esto, rogóle el mancebo que tomase cuatro criados de casa y dos camellos y fuese a cobrar el dinero que a su padre se debía. Y, andado este camino con los mozos y con los camellos, volvió al mancebo con el dinero cobrado, y así le acompañó hasta entregarlo en las manos de su padre, dándole la vista que había perdido. Y, acabada esta jornada, descubrió el santo ángel quién era, con lo cual quedaron tan atónitos padre e hijo, que cayeron en tierra y por espacio de tres horas no cesaron de alabar a Dios que por tan nueva manera los quiso remediar.




II. [En los Santos del Nuevo Testamento: Los Apóstoles; La Magdalena; S. Clemente Romano; Los Padres del Yermo]

Después de los santos del Testamento Viejo, vengamos a los del Nuevo. Y, comenzando por los apóstoles, ¿qué cosa más admirable y más increíble al juicio humano que lo que se escribe del apóstol San Pedro: que, andando por las calles, la sombra de su cuerpo sanaba a todos los enfermos a quien llegaba?, ¿quién tal virtud pudo dar a la sombra de un cuerpo concibido en pecado y de un hombre que, pocos días antes, había negado a su maestro?

Pero esta maravilla queda vencida con otra mayor, porque mayor cosa fue la conversión de San Pablo que todo lo dicho. Porque ¿quién no queda atónito, viendo que a un hombre que merecía mil infiernos por haber perseguido tan sangrientamente el nombre de Cristo, y caminando furiosamente con nuevas provesiones y poderes para destruir su Iglesia, lo levantase Dios al tercero cielo y le mostrase la esencia divina (como lo sienten Santo Tomás y San Agustín), haciéndolo con esto del mayor persiguidor de la fe el mayor predicador y defensor de ella, por la cual siete veces fue públicamente azotado y muchas más veces encarcelado y por mar y por tierra de judíos gentiles y herejes persiguido?

Después de los apóstoles, vengamos a la Magdalena, la cual llamamos «apóstola de los apóstoles» por haberles denunciado la Resurreción del Salvador. Pues cuán admirables son las cosas que están recibidas de esta santa penitente. Porque ¿qué cosa más admirable que haber estado treinta años en una cueva sin comer ni beber, y sin vista de alguna criatura humana? Y, si esto es mucho, ¿cuánto más es lo que se dice de ella, que siete veces al día la levantaban los ángeles en el aire para oír las siete horas canónicas, cantadas con voces celestiales? ¿Quién dijera ahora esto que no fuera escarnecido y tenido por loco?

Después de los Apóstoles podemos contar por varón apostólico a San Clemente, subcesor del apóstol San Pedro en la cátedra de Roma, el cual, por mandado de Trajano, fue echado en la mar, atado a una áncora; mas Dios, que tanta cuenta ha tenido siempre con los cuerpos de sus mártires y de sus sepulcros, honró este santo con una admirable honra cual jamás fue vista. Porque, no consintiendo que aquel sagrado cuerpo toviese por sepultura los buches de los peces, mandó que por mano de los ángeles se hiciese dentro de la mar un templo de mármol y que en él se fabricase una arca de la mesma piedra y allí depositasen el cuerpo de su mártir con el áncora hallado. Y, no contento con esta maravilla, acrecentó otra no menor. Porque todos los años del día de su pasión se desviaba el agua de la mar por espacio de tres millas para que fuesen los hombres a ver y reverenciar los huesos de un hombre que padeció trabajos por Dios. Pues ¿qué corazón no se regala con la consideración de esta providencia divina?

Después de esto vengamos a las maravillas que Nuestro Señor hubo con algunos de aquellos Santos Padres del Yermo, entre los cuales es admirable la vida de San Simeón, que llaman de la columna, porque moraba en una torre muy estrecha a manera de columna, cuya vida escribió Teodoreto, su contemporáneo y familiar amigo suyo y testigo de sus milagros. Del cual escribe la cosa más admirable que jamás se vio, que fue hacer vida sobre una columna levantada treinta y seis codos en alto, descubierta a todos los calores y fríos y injurias del aire. Y, sobre todo esto, era tan grande su abstenencia que no comía más que una vez en la semana sólo pan y yerbas; y, lo que es más admirable, en todas las cuaresmas que vivió, perseveraba sin comer bocado. En la cual columna y abstinencia perseveró por espacio de cuarenta años. Y esta novedad de vida hacía que de todas las naciones viniesen gentes a ver cosa tan extraña; y dende allí hacía infinitos milagros y con ellos convertía a la fe las naciones bárbaras de los infieles. Y, con todo esto, dice el mismo historiador que fue esta columna en aquel tiempo escarnecida de muchos. Pues, según esto, ¿qué santidad habrá que esté libre de las lenguas y juicios del mundo?

Pues de los Santos Padres del Yermo ¿cuántas cosas admirables podríamos aquí referir: de las increíbles abstenencias de unos, de la soledad y silencio de otros por muchos años, y de la continua oración de todos? Pero no es razón echar en olvido la soledad del primer autor de esta vida que fue San Pablo, primer ermitaño, el cual perseveró en ella noventa y siete años, sin ver en todo este tan largo espacio persona viviente, hasta la víspera del día que partió de esta vida; porque este día le envió Dios al grande Antonio, para que sepultase su sagrado cuerpo. Pues ¿qué cosa más admirable que, siendo este santo hombre (que por ley de naturaleza es animal político y sociable), perseverar tanto tiempo sin vista de hombre? Ni es menos admirable su abstenencia, pues una palma que allí había le daba con sus dátiles de comer y con sus hojas de vestir, hasta que Dios por ministerio de un cuervo le proveyó de medio pan para cada día por espacio de sesenta años, la cual ración dobló por la venida del nuevo huésped Antonio, proveyendo un pan entero para ambos.




III. [San Luis, Rey de Francia y San Alejo]

Juntemos con la pobreza y soledad de los monjes personas ricas y de alto estado, porque de todos puede ser Nuestro Señor servido. Admirable fue la humildad de San Luis, Rey de Francia, el cual ciertos días daba de comer por su mano a doscientos pobres, sirviendo él mismo a la mesa, y, no contento con esta obra de tan grande humildad, acrecentábala con otra mayor porque todos los sábados, recogido en un lugar muy secreto, lavaba los pies a ciertos pobres y los besaba, y lo mismo hacía a las manos, dando a cada uno su limosna. No con estas obras de tan extrema humildad en una persona real faltaron ayunos y cilicios y otras asperezas con que domaba la carne y la hacía servir al espíritu. En este santo Rey de Francia fue admirable la virtud de la humildad; mas en San Eduardo, rey de Inglaterra, junto con la humildad fue admirable su castidad. Porque, habiendo recibido, por consentimiento del rey, por mujer una noblísima y virtuosísima señora y tal cual convenía a la persona real, para que por esta casamiento toviese subcesión el reino, ellos ambos tovieron más cuenta con la pureza de la virginidad que con esta subcesión, y así se concertaron y propusieron guardar perpetua virginidad. Cuán maravillosa cosa haya sido esta parécese por aquello de San Bernardo, el cual dice que «es mayor milagro morar en compañía de una doncella sin caer que resucitar muertos, porque esto es estar en medio del fuego y no arder». Pues ¿qué mayor maravilla que estar un rey mozo en compañía de una doncella virtuosísima, la cual cuanto era más virtuosa era más amable, y tratándose familiarmente como casados para encubrir su propósito, y comiendo y bebiendo regaladamente como reyes, que es atizar el fuego con manjares regalados, con toda esta comunicación tan familiar, no de cuatro ni de cinco años, sino de toda la vida, ni se quemasen, ni pusiesen mácula en su pureza virginal?, ¿qué cosa más admirable? ¿Pues ¿cómo creerán esto los hombres carnales cuyos ojos, como dice un apóstol están llenos de adulterios? Pues haber sido este voto agradable a Dios, bastantemente se prueba con que, treinta y seis años después de sepultado, el cuerpo de este rey se halló entero y con sus vestiduras frescas y recientes. Declárase también por otra maravilla con que Nuestro Señor honró este santo rey, porque reveló a un ciego que untase sus ojos con las lavazas del agua con que el rey lavaba sus manos; así lo hizo, y así recibió la vista que deseaba. Pues ¿qué manera de honra es ésta que Dios hace a sus santos, pues no va con el tocamiento de sus manos ni con reliquias de sus cuerpos, sino con el agua sucia que se echa en el muladar, da vista a los ciegos, por sólo haber tocado en las manos de ellos? Ni tampoco carece de admiración lo que de este santo rey se cuenta, porque, diciéndole un pobre llagado, de parte del apóstol San Pedro, que le tomase a cuestas y lo llevase hasta el altar del mesmo apóstol, sin otro más testimonio, tomó al pobre a cuestas y lo llevó dende el palacio real hasta el dicho altar, y con este acto de santa humildad, de que sus criados escarnecieron, alcanzó perpetua salud al pobre.

Muy trillada es la historia de la vida de San Alejo, pero no es menos admirable que esa vida. Porque ¿qué mayor maravilla, estar este santo en un rincón de la casa de su padre sufriendo mil baldones e injurias de sus criados, y saber dende allí los regalos y abundancia de su casa, y la desconsolación de su viejo padre y de su piadosa madre, y las lágrimas y soledad de su dulce esposa, y que nada de esto bastase por espacio de dieciocho años para desistir de aquella vida tan humilde, tan pobre y tan áspera que él, inspirado por Dios, había escogido? Los gentiles, para declarar la grandeza de las penas del infierno, fingen que está allí un hombre pereciendo de sed y que, teniendo el agua a la boca, no puede beber; pues por aquí se entenderá la virtud de este santo, pues, pasando tanta pobreza y teniendo delante la abundancia de la casa de su padre, no por eso se movía a desear ni tocar la que tenía presente. Ni es menos admirable ni menos semejante a la pasada la manera de vida de Santa Eufrosina, que, siendo mujer, estuvo escondida en hábito de monje treinta y ocho años en un monesterio, consolando muchas veces a su viejo y desconsolado padre, que esto no sabía, sin jamás descobrírsele hasta la víspera de su muerte, para que él sólo sepultase su cuerpo. De lo cual espantado el buen viejo y hecho un río de lágrimas, abrazó aquel cuerpo virginal y lo sepultó y, dados todos sus bienes a pobres, hizo vida en aquella mesma celda de su hija hasta que murió. Pues ¿qué hombre habrá tan de piedra que no se maraville del silencio y secreto que esta virgen guardó por tan largo espacio, conociendo ella el alegría que daría a su viejo padre, si se le descubriera?




IV. [Santo Domingo y San Francisco]

Vengamos a los Santos más vecinos a nuestra edad, donde luego se nos ofrecen aquellas dos grandes lumbreras del mundo, Santo Domingo y San Francisco, que Dios encendió en el tiempo que más reinaba la maldad, por estar como el Salvador dice, resfriada la caridad. Y, cual era la dolencia del mundo, tal fue el remedio con que la Divina Providencia lo socorrió, que fueron estos dos tan grandes Santos, que en un mesmo tiempo nacieron y florecieron y fundaron dos clarísimas religiones, para que no sólo ellos por sí, sino por sus discípulos, no sólo en aquel tiempo, sino en todas las edades y tiempos hasta la fin del mundo, se ocupasen en este ministerio de salvar las ánimas. Ambos tuvieron un mesmo espíritu, ambos grandes celadores de la gloria de Dios, ambos profesores de la pobreza evangélica, ambos semejantes en la humildad, caridad y aspereza de vida, y con ser tan semejantes en todas estas cosas, se señalaron y extremaron cada cual en su manera de vida. Porque el glorioso Padre San Francisco abrazó más la soledad y la vida contemplativa, morando en lugares solitarios, ocupando los días y las noches en la contemplación de las cosas celestiales. Mas su glorioso compañero ayuntó con la vida contemplativa la activa y por eso moraba en lo poblado, gastando las noches con Dios en el estudio de la oración, y el día con los prójimos en el oficio de la predicación. Y aunque ambos fueron admirables en sus vidas, no menos lo fueron en sus virtudes. Así vemos cuán admirable fue en el buen Padre San Francisco el amor de la pobreza evangélica; admirable también la aspereza de su vida, padeciendo tantas enfermedades; admirable aquella simplicidad con que llamaba a todas las criaturas hermanas y las convidaba a alabar a su Criador y, entre ellas al hermano don sol, según él lo llamaba, como a la más principal de ellas. Admirable la obidiencia con que le obedecían todos los animales, las aves, los peces, con todos los demás. Admirable su humildad, por cuya causa, siendo fundador de una orden tan esclarecida, no quiso ser perlado de ella, ni ordenarse de misa. Sobre todo esto fue admirable su transfiguración, donde a manera de Cristo fue transfigurado, resplandeciendo el rostro, alumbrado su entendimiento, con el cual conoció los secretos de los pensamientos y muchas cosas que estaban por venir. Pero sobre esto fue más admirable la empresión de las llagas y insi[g]nias de Nuestro Redentor, atravesadas de parte a parte, con los clavos fabricados de la mesma carne, con la cual quiso el Salvador transformar del todo al Santo glorioso en sí, para que, como tenía en su ánima a Cristo crucificado por compasión, ansí también lo tuviese en su misma carne, para que todo él en cuerpo y ánima estuviese deificado y transformado en el que es la summa de todos los bienes.

Vengamos a nuestro glorioso Padre Santo Domingo y veremos cuán admirable fue en las virtudes en que notablemente resplandeció. Por que primeramente fue admirable en el celo de la salvación de las ánimas, der[r]itiéndose sus entrañas, como una hacha encendida, con el sentimiento de las que perecían. Admirable fue también la sed insaciable y deseo que tenía del martirio, el cual era tan grande que no se contentaba con ser él solo mártir, sino quería que todos los miembros y artículos de su cuerpo fuesen mártires, contándolos uno a uno y después presentándolos a sus ojos, para gozar de este hermosísimo espectáculo, y, esto hecho, le sacasen los ojos y dejasen el cuerpo destroncado revolverse en su misma sangre. Pues ¿qué diré de la penitencia y aspereza de su vida? Traía ceñida a las carnes una cadena de hierro y con ella tomaba cada noche tres disciplinas. Una por los que estaban en pecado, y otra por las ánimas del Purgatorio, y otra por sí mismo, no tiniendo él por qué tomarla. ¿Qué diré de la eficacia de su oración, pues él mismo reveló a un amigo suyo que ninguna cosa había pedido a Nuestro Señor que no se la otorgase? Díjole entonces este amigo: pídele que te dé por ayudador al maestro Reginaldo, que es un señalado varón. Hízolo él así aquella noche, y el día siguiente por la mañana vino aquella persona notable a pedirle el hábito. ¿Qué diré también de su caridad y amor para con los prójimos? Una pobre mujer viuda le pedía con lágrimas limosna para ayudar a rescatar un hijo que tenía cautivo, de la cual tuvo tan grande compasión que, no teniendo qué le dar, se le ofreció de todo corazón para que lo vendiese por esclavo y con el precio de él, rescatase su hijo. Fue también admirable la fe y confianza que en Dios tenía, de la cual procedía hacer tan fácilmente tantos milagros en todas las necesidades espirituales y corporales que se ofrecían. Y ansí andó camino y, lloviendo mucho, hizo con esta fe la señal de la cruz en el aire, con la cual el agua que llovía se iba apartando de él y dejándole el aire sereno. Dejo aparte los enfermos que sanó y los muertos que resucitó. Pero, entre éstos, fue más admirable la resurrección de un mancebo por nombre Neapoleón, sobrino de un cardenal, en presencia del tío y de otros dos cardenales con todas sus familias y otras gentes. Porque, diciendo el santo varón misa con grandísima devoción, al tiempo que levantó la sagrada Hostia, juntamente se levantó el cuerpo del Santo un codo en alto; y, acabada la misa, llegándose al cuerpo y haciendo devotísimamente oración, se volvió a levantar aún más alto, y entonces, llamando al mancebo con alta voz en nombre de Cristo, le restituyó la vida. Lo que aquí mayor admiración nos pone es la presencia de tantos testigos. Si este Santo Padre estoviera recogido y solo en su celda, no me maravilla de verlo, todo absorto en Dios y levantado en el aire; mas en presencia de tantos ojos, de ellos incrédulos y de ellos curiosos, deseando ver en qué paraba cosa tan nueva, y con todo eso estar el Santo tan mortificado a todo lo humano; y, en presencia de tantas y tan principales personas, que ni temiese vanagloria ni perdiese punto de su abstracción y devoción más que si nadie allí estuviera, esto excede toda admiración, mayormente si traemos a la memoria lo que hizo el apóstol San Pedro, el cual queriendo, a petición de unas pobres viudas, resucitar una que a todas ellas socorría, mandó que todas se saliesen fuera, para quedar él solo con el cuerpo de la difunta, por tener el espíritu más quieto y recogido para obrar aquella maravilla. Mas este glorioso Padre, sin usar de este medio, estuvo tan solo entre muchos como si estoviera consigo solo. Y así, es de creer que, en este paso, hizo Nuestro Señor con él lo que con Josué, diciéndole interiormente en su ánima: hoy te quiero públicamente ensalzar para que por ti tu orden sea acreditada y ensalzada en el mundo. Y esta alegría, que el Santo tomó en Dios, fue bastante para arrebatar su espíritu y suspender su cuerpo en el aire.




V. [San Vicente Ferrer]

Después del buen Padre, vengamos a su ligítimo hijo San Vicente Ferrer, en el cual hallaremos muchas cosa[s] dignas de grande admiración. Porque fue tan admirable en su predicación y conversión de las ánimas que, sin injuria de nadie, podemos decir que, después de los Apóstoles, ningún santo anduvo por más tierras y provincias predicando que él, y ninguno que más herejes e infieles y pecadores públicos convertiese, muchos de los cuales, predicando él, se levantaban en medio del sermón, confesando a voces sus pecados. Ni fue menos admirable el hacer milagros, porque ochocientos se alegaron y presentaron en su canonización, sin hacerse mención de los que hizo en España, donde más tiempo predicó, y era tanta la fe y devoción del pueblo para con él que hasta los pelos de la barba y de la cabeza recogían para hacer milagros.

Y, aunque era admirable la fe con que tan fácilmente tantos milagros hacía, más maravilla la virtud de su humildad, que nunca, entre tantos milagros y honras y favores de reyes, se envaneció. Y, lo que excede de toda admiración, revelándole Dios que había de ser canonizado por Santo y el Papa que lo había de canonizar, y cuándo esto había de ser, nunca, ni por esto ni por todo lo dicho, tuvo necesidad de aquel estímulo de su carne que se dio a San Pablo, para guarda de la humildad. Tan fundado estaba en ella que todos estos vientos no bastaron para der[r]ibarla.

No pongo por cosa admirable que, andando tantos caminos y trabajando en la pedricación todos los días, tomaba cada noche una disciplina. Pero pongo por cosa digna de admiración y edificación la constancia de este su propósito, porque, estando enfermo en cama, mandaba al compañero que le diese una gruesa disciplina, por no cortar el hilo de su rigor aun en la enfermedad.




VI. [Santas: Cecilia, Catalina de Alejandría y Catalina de Sena]

No es razón que, habiendo tratado de los santos varones, pasemos en silencio las vírgenes, que no menos se señalaron en todo género de virtud y santidad. Y comencemos por la gloriosa virgen Santa Cecilia, por haber sido muy previligiada de su Esposo y alcanzado por sus oraciones cosas al juicio humano imposibles. Porque, habiéndola sus padres casado con un caballero romano, y deseando ella conservar su pureza virginal, pedía a Nuestro Señor, día y noche con oraciones continuas y ayunos de dos y tres días, le conservase esta pureza. Pues, perseverando ella en esta continua oración, ¡cuántas cosas alcanzó con ella! Alcanzó que el esposo no tocase en esta pureza y que se bautizase y que recibiese la fe de Cristo y que para esto le enviase Dios un ángel, que traía un libro en la mano, en el cual estaba escripta la fe con letras de oro; y después de éste, que le enviase otro, que le pusiese en la cabeza una guirnalda de flores olorosísimas y que nunca se marchitaban; y sobre todo esto, de tal manera lo confirmó en la fe, que padeció martirio por ella. Y lo que alcanzó para el marido, alcanzó también para el cuñado, por nombre Tiburcio; y ambos juntos caminaban al lugar del martirio con tan grande alegría y contentamiento que con esto y con sus palabras convertieron a la fe a Máximo, oficial de la justicia, que con ellos iba. El cual recibió la fe con tanta firmeza y constancia que juntamente con los santos hermanos padeció martirio y tan recio martirio que, a poder de azotes, le abrieron los huesos y arrancaron el ánima del cuerpo. Y, no contento el Esposo con todos estos favores, mandando el tirano echar la virgen en una gran caldera de agua hirviendo, hizo que estuviese allí todo un día como quien está en un baño de grande refrigerio. Y, lo que sobrepuja todo lo dicho, llevándola a degollar, de tal manera predicó a la gente que con ella iba, que convertió a la fe más de cuatrocientos infieles que con ella iban. Pues ¿qué decimos a todas estas maravillas? Todas ellas nos declara[n] la grandeza de la caridad y familiaridad de Nuestro Señor para con sus fieles siervos y la virtud de la omnipotente oración (si así se puede llamar) pues por ella se alcanzan cosas al juicio humano imposibles como lo eran éstas; mas a ella no hay cosa imposible, porque estaría en el señor que todo lo puede.

Después de esta virgen, quise aquí juntar en uno las dos Santas Catalinas, una virgen y otra virgen y mártir, por ser admirables los favores que les fueron concedidos. Y, comenzando por la mártir, ¿qué cosa hay en toda la historia de su martirio que no sea admirable?

Siendo doncella de dieciocho años entró con ánimo y corazón más que varonil en el palacio del Emperador a reprenderle, con gravísimas palabras, la crueldad que usaba con los cristianos. Disputó, después de esto, con cincuenta gravísimos filósofos, sobre la materia de la fe, con tanta sabiduría y eficacia y con tanta elocuencia que los rindió y convenció y trajo a la fe de Cristo; y de tal manera los esforzó y animó, que todos juntos padecieron constantemente martirio por Él. Pues ¿qué cosa más extraña y más admirable se pudiera decir de una doncella de tan poca edad?

Vencidos de esta manera y coronados los filósofos, comenzó el tirano a proceder con la virgen con grandes halagos y promesas, mas ella ni hacía caso de sus promesas ni tampoco de sus amenazas. Embraveado con esto, el tirano mándala desnudar y azotar cruelísimamente y encerrar en una cárcel escurísima, atormentándola por espacio de once días con hambre y sed. Mas acude en este tiempo el Esposo dulcísimo a visitar la esposa, esclarecie[n]do la cárcel con lumbre celestial, y acuden también los ángeles, con guimaldas de flores hermosísimas en sus cabezas, cantando cantares celestiales para regalo de la virgen, trayéndole otra comida más preciosa que la que el tirano le quitaba. Acude también la Emperatriz, avisada también en espíritu, de noche, con Porfirio, capitán general del ejército, a visitarla. Entonces la virgen quitó la guirnalda a uno de aquellos ángeles y púsola sobre la cabeza de la Emperatriz, profetizándole que de ahí a tres días recibiría corona de martirio, y así fue. Predicó también a este capitán con tanta eficacia que lo convirtió a la fe, y él a doscientos soldados amigos suyos, los cuales todos esforzadamente padecieron martirio con él.

¿Qué más diré? Manda el tirano aparejar una terrible rueda cercada de navajas muy agudas, para que, estando la virgen desnuda sobre ella, anduviese la rueda en torno, atormentando aquel cuerpo virginal; mas, haciendo la virgen oración al Esposo, la rueda se hizo mil pedazos, con el cual milagro muchos de los gentiles que presentes estaban se convertieron a la fe renegando de sus falsos dioses.

Vencido por todas estas vías el tirano y perdida la esperanza de la victoria, dio sentencia que la virgen fuese degollada. Puesta ella en el lugar del degolladero, hace oración al Esposo, rogándole por los que tuviesen memoria de su pasión. A esto acude una voz que decía: «ven, esposa de Cristo, ven al tálamo de tu Esposo, tu oración es oída y yo usaré de misericordia con los que se encomendaren a ti». Oídas estas palabras, extendió su virginal cuello para recibir el golpe de la espada; y, para mostrar el Esposo la pureza virginal de su Esposa, acabándola de degollar, en lugar de sangre salió leche albísima. Y, no contento con este regalo y con todos los demás, añadió el postrero, que fue no consentir que las manos profanas de los gentiles tocasen aquel santo cuerpo, sino mandó a los ángeles que le tomasen y le llevasen por los aires y lo sepultasen en el sagrado monte Sinaí, donde Él dio la ley a los hombres. Y, sobre todo esto, quiso que de aquellos miembros virginales manase olio, que sanaba todas las enfermedades. Vea pues aquí el cristiano lector cuántas maneras de regalos y favores singulares hizo el Esposo a esta virgen y conozca por este ejemplo la grandeza de la bondad y caridad y familiaridad de Nuestro Señor con las ánimas puras y humildes como ésta lo era.

Vengamos, después de esta virgen, a la que concuerda con ella en el mismo nombre, que es Santa Catalina de Sena. Mas sus cosas son tan admirables que, si no estoviera ella conocida por la Iglesia, apenas fueran creídas; pues el mismo padre que la confesaba (que fue persona de grande autoridad, pues por tal vino a ser general de toda nuestra orden), estuvo un tiempo tan perplejo y dubdoso que fue necesario que Nuestro Señor le certificase de sus cosas exteriores con milagros y interiormente inclinando su entendimiento a creerlos.

Entre estas cosas se cuenta por admirable su abstenencia. Porque en la misma bula de su canonización se refiere que dende el Miércoles de la ceniza hasta el día de Pentecostés, que pasan de tres meses, nunca se desayunó sino con solo el Santo Sacramento. Y todo el resto de la vida que podemos afirmar que pasó sin comer, porque, por las grandes murmuraciones que se levantaban contra ella sobre esto, se asentaba a la mesa con sus compañeras y chupaba un poco de unas yerbas cocidas y, acabada la mesa, tomaba una pluma para vomitar aquel poquito de zumo, que había tragado, porque le daba grandísimo tormento. El cual padecía cada día para excusar aquel escándalo de los flacos, de sus ayunos, vigilias, oraciones, mala cama y disciplinas con que tanta sangre derramaba. No hago caso porque estas cosas son comunes a muchos santos; vengo solamente a cosas extraordinarias y ordinarias, entre las cuales es admirable aquel desposorio tan solemne con que Cristo se desposó con esta virgen; porque desposorio de tan alto rey no podía dejar de ser con grande acompañamiento de Santos, y así en él se halló la Sacratísima Virgen de las vírgenes, y el evangelista San Juan y el apóstol San Pablo, el glorioso Padre Santo Domingo, que no había de faltar al desposorio de su querida hija; y, porque no faltase música en tan solemne fiesta, venía también el Profeta Real con un salterio en la mano tañendo con grande suavidad. Entonces la serenísima Reina de los ángeles tomó la mano derecha de Catalina y suplicó a su dulcísimo Hijo tuviese por bien de tomarla por esposa; y Él, con su sacratísima diestra, tomó la mano de la Esposa y le puso un preciosísimo anillo de oro en el dedo, adornado con cuatro preciosísimas perlas y un riquísimo diamante, diciéndole estas palabras: «Yo te desposo conmigo, tu criador y salvador en fe, la cual nunca faltará hasta que vengas a gozar de mí en el tálamo de la gloria.»

No se puede negar que haya sido este un previlegio singular, pero no son menos admirables los que después de éste se siguieron. Entre los cuales es uno el que se canta en el himno de su fiesta, que compuso el mismo Papa Pío segundo que la canonizó, que fue la imprisión de las llagas del Salvador, con las cuales fue tan grande el dolor que por toda una semana padeció, que ni ella ni nadie juzgaron que viviera.

Y, si este previlegio fue admirable, no menos lo es otro nunca visto, el cual ella misma descubrió a su confesor. Y éste fue sacarle Cristo el corazón del pecho y tenerlo tres días consigo y volvérselo muy hermoso y encendido y tornarlo a poner en su lugar; y, porque no se entendiese ser esto cosa imaginaria, sus compañeras vieron en el pecho de la virgen la señal de la abertura por donde fue sacado y restituido el corazón. Son cosas tan admirables las de esta virgen que, cuando salimos de una grande maravilla, entramos en otra no menor. Y ésta es que aquel Esposo, amador de las ánimas puras y limpias, holgaba tanto con la pureza de esta virgen que, paseándose con ella, rezaban ambos el oficio, como un clérigo con otro. Pues ¿qué cosa de mayor admiración? Después de ésta, se sigue otra no menos admirable, que fue haberle enseñado el Esposo a leer sin conocer las letras. Porque, deseando ella saber leer, por rezar el oficio divino, y, visto que no podía retener en la memoria los nombres de las letras, por estar su memoria tan presa en Dios que no la podía apartar de él, pidió al Esposo que le enseñase a leer y así lo hizo, por donde, sin conocer las letras, leía muy expeditamente por cualquier libro.

Pues ¿qué diré del fructo inestimable que hizo con su doctrina en las ánimas, pues, aún sin ella, con sola su vista se convertían muchos pecadores? Y ¿qué diré de otra maravilla que se cuenta en la bula de su canonización, que fue sacar el ánima de su madre del infierno a donde estaba por haber fallecido sin penitencia, volviéndola al cuerpo para que en él hiciese lo que antes no había hecho? Otras maravillas están escriptas de esta virgen, pero estas bastan para que entendamos por cuánta razón dijo el Salmista que era maravilloso Dios en sus Santos.

Preguntará por ventura alguno: ¿qué fruto se saca de todo lo que hasta aquí habéis dicho, quiriendo escribir la vida de una religiosa? A esto respondo que es por una parte tanta la incredulidad de los hombres del mundo, y por otra tantas las maravillas y previlegios tan extraordinarios que Nuestro Señor ha concedido a esta virgen que todo esto ha sido necesario para que los hombres den crédito a lo que dijéremos, considerando que no se ha agotado la misericordia de Nuestro Señor que todas las gracias y favores que hasta aquí ha concedido a todos los santos, de que hecimos mención ni se ha mudado con los tiempos de lo que siempre fue, sino que ahora es el mismo, tan rico y tan copioso en misericordias y tan amador de los buenos y tan liberal para hacerles agora los mismos favores como siempre fue, lo cual claramente se verá en el discurso de la vida de esta virgen.




Preámbulo para la inteligencia de la relación que se sigue

Aunque las maravillas que Nuestro Señor ha obrado con sus santos en todos los tiempos pasados, que en este capítulo precedente habemos referido, sean bastante medio para que los hombres prudentes no extrañen y tengan por imposibles las cosas que se escriben de esta virgen, pues es agora el mismo Dios que era entonces, mas con todo eso quise interponer aquí la relación de la vida y milagros de esta virgen, que por parte del serenísimo Príncipe Alberto, Cardenal de la Santa Iglesia de Roma y legado a latere, fue enviada a nuestro Santísimo Padre Gregorio XIII juntamente con la respuesta de Su Santidad, para que así esto como todo lo susodicho haga fe de las cosas que adelante escribiremos de esta virgen.




Síguese la relación que se envió a Su Santidad en romance

Que lo que se ha entendido de la madre María de la Visitación, priora del monesterio de la Anunciada de Lisboa, así por información que se tomó y diligencia que hizo un inquisidor del Consejo General del Santo Oficio, por mandado del arzobispo de Lisboa, Inquisidor General en estos reinos, como por relación que ella dio, obligada con el precepto de su prelado.

Nació esta sierva de Dios, que antes de ser religiosa se llamaba Doña María de Meneses, de muy nobles padres, porque fue hija de don Francisco Lobo, el cual fue embajador del rey don Juan el tercero en la corte del emperador Carlos V, y de doña Blanca de Meneses, ambos de nobleza muy principal en estos reinos.

Muertos sus padres, siendo de edad de once años, tomó el hábito de la religión del bienaventurado Santo Domingo en el monesterio de la Anunciada de esta ciudad de Lisboa, y a los diez y seis hizo profesión, y habrá veinte y dos años que es religiosa, porque ahora será de edad de treinta y tres y el año pasado de mil y quinientos y ochenta y tres fue ele[c]ta por priora.

En todo este tiempo es cosa cierta y notoria haber cumplido perfe[c]tamente las obligaciones de su religión, con vida adornada de todas las virtudes que en una religión se pueden hallar, siendo ejemplo de ellas a todas las monjas del mismo convento y saliendo al buen olor de su fama para ser conocida por tal de los príncipes de estos reinos y de muchas personas graves y religiosas de ellos. Porque, demás de ser su regimiento grande y sus costumbres inreprehensibles, ha sido siempre muy pronta en la obidiencia con humildad muy profunda, dando en las obras extiriores, manifiestos testimonios de estas virtudes. Sus vigilias han sido siempre muy largas, sus oraciones muy continuas y tantos sus ayunos y disciplinas y el uso de asperezas corporales que fue necesario algunas veces serle puesta tasa y límite en esto. Fue siempre muy continua en siguir la comunidad en el coro, y fuera de él de día y de noche, sino cuando la enfermedad se lo impedía, y en la frecuentación de los sacramentos de la confesión y e[u]caristía.

Ha perseverado continuamente en ser muy devota y fervorosa. Con los prójimos siempre se ha mostrado aventajadamente llena de caridad y misericordia, y así su conversación es afable y benigna, compasiva, con muy grande candor y muestras de simplicidad cristiana, y de muy blanda condición. Su oficio de priora ejercítalo con muy grande providencia y discreción, siendo cuidadosa y diligente en las obligaciones de él, sin parecer que la comunicación exterior de la gente le haga daño alguno a lo interior del espíritu, o en la devoción y fervor para la continuación de las virtudes espirituales, o en las mercedes que de Dios suele recibir en ellos. Entre las particulares devociones que ha continuado consigo siempre en el recogimiento de su celda es una haber tenido consigo siempre una cruz grande, del tamaño de su estatura, a quien llama su «esposa», con la cual ha dormido siempre abrazada y en esta misma postura, abrazada con ella, [a]costumbra ponerse en oración, en la cual ha gastado siempre mucho tiempo, por ser muy poco lo que duerme.

Pruébase que de algunos años a esta parte, estando en oración, tiene raptos en que pierde los sentidos exteriores, especialmente después de haber recibido la Sagrada Comunión, y algunas veces en coloquios particulares en que se tratan cosas de Dios. Y estando así en éxtasis no recuerda ni acude aunque le den voces y le toquen, si no es diciendo que los superiores se lo mandan por obidiencia, como ahora mandándolo su provincial, o la priora, cuando ella no lo era. Pruébase también, con testimonio de personas que lo han experimentado, que algunas veces dándole recaudo falso, diciendo que la obidiencia lo mandaba, sin ser así, no respondía, respondiendo siempre (como dicho es) cuando era verdad lo que le mandaban; aunque también recuerda agora tocándole en alguna de las señales de las llagas que tiene en las manos, por el gran dolor que siente.

También se averigua como cosa vista muchas veces por muchas personas que, cuando está en la oración, especialmente en las noches de los días que ha comulgado, salen de ella grandes resplandores, no continuos, sino que, se van y vienen por el tiempo que así está; y algunas veces son más encendidos, de modo que parece salir fuego de ella. Y que, estando abrazada con la cruz, orando, está algunas veces tan alta que parece estar levantada de la tierra la cruz y ella, y así lo han juzgado religiosas que lo han visto y testificado.

También se probó con testimonio de las religiosas que ha muchos años que le han visto al derredor de la cabeza, a manera de corona, levantada la carne como grosura de un dedo, tiniendo algunos agujeros en ella como hechos con algún alfiler grueso, de los cuales se vio en la cofia haberle salido sangre.

La relación que ella acerca de esto dá es que, habiendo pasado un miércoles de las Octavas de Todos los Santos, en el año de mil y quinientos y setenta y cinco, un gran trabajo, estando con grande soledad del Esposo (que es el nombre con que siempre nombra a Nuestro Redentor), deseando sufrir muchas cosas por su amor, le pedía que le cumpliese este deseo, que no quería en esta vida gustos, sino tormentos; y le apareció el Señor con grande resplandor y hermosura y traía en la cabeza una corona de espinas y venía todo bañado en sangre. Y, luego que así lo vio, cayó en tierra y dijo: «Oh Señor Jesús, esos dolores y espinas a mí, que yo las merezco por mis pecados, yo las quiero sufrir por vuestro amor.» Quitóse entonces el Señor la corona de su cabeza y púsola en la de ella y con sus manos se la apretó y sintió muy gran dolor y salió mucha sangre y quedaron señales en la cabeza. Hasta el día de hoy todos los viernes del año tiene siempre dolores sin nunca le faltar; y comiénzanle el jueves bien tarde y dúranle hasta el otro día hasta la mesma hora.

Dan también testimonio los que la han visto que en el pecho izquierdo, de la parte del corazón, tiene una llaga de que algunos días sale sangre. Y lo que ella refiere es que el miércoles de la semana santa del año de mil y quinientos setenta y ocho, acabando de confesarse y deseando mucho comulgar, fue al coro bajo, donde las monjas suelen comulgar; y, estando el Santísimo Sacramento en la capilla donde se da la comunión, en un cofre sobre el altar, y la ventanilla por donde comulgan abierta, estando ella con este deseo, vio que se abría el cofre y salía de él una Hostia pequeña, cercada de grande claridad; y metiósele en la boca tornándose a cerrar el cofre como de antes estaba, y sintió los mismos efectos que le hace la comunión. Tornóse para el coro a la misa y, cuando se acabó, quedó fuera de los sentidos y vio a Nuestro Señor en el aire, puesto en la cruz, cercado de grande resplandor y, viéndole, fue tamaño el ímpitu del espíritu que quería llegar a su Señor, que fue el cuerpo forzado a seguirlo. Salía del costado de Cristo un rayo colorado de grande resplandor y, descendiendo con grande fuerza, le hirió el corazón y le quedó una señal de que a los viernes echa sangre.

Lo que más ha hecho devulgarse las cosas de esta sierva del señor ha sido haberse publicado las insignias de las llagas, que visiblemente tiene en las manos y pies, como consta de muchas personas que las han visto y por la averiguación que sobre ello se ha hecho. Las cuales recibió a siete de marzo, el día de Santo Tomás de Aquino (cuya devota muy especialmente es) de este presente año de mil y quinientos y ochenta y cuatro. Y el Reverendo Padre Fray Luis de Granada refiere haberle dicho unos días antes una beata de la orden del bienaventurado San Francisco, muy grande sierva de Dios, que el día de Santo Tomás había de hacer Dios una gran merced a la priora de la Anunciada; y ese día por la mañana se le impremió las formas de las llagas que hasta agora tiene. Lo que ella refiere acerca de esto es que quince días antes de la fiesta de Santo Tomás de Aquino le dijo el Esposo se aparejase para el día del Santo, lo cual ella hizo, porque con licencia de su perlado comulgó, nueve días antes, cada día; y todas las noches pasaba en pedir al Esposo le concediese gracia para recibir aquella grande merced para la cual había mandado se aparejase, mas no sabía la merced para que era. Y el día de Santo Tomás, antes de amanecer, entre las cuatro y cinco, estando en la celda en pie, arrimada a su cruz, esperando esta merced, vio la celda muy clara y en medio de ella Nuestro Señor enclavado, que la miraba con mucho amor y blandura. Y salían de las cinco llagas cinco rayos claros como fuego y con grande ímpetu le hirieron los pies, manos y pecho, estando ella con los brazos tendidos sobre los de su cruz. Y fue el dolor muy grande que sintió que le parecía que moría; y, con la fuerza del dolor, miró y vio en sí las señales que le quedaron en el pecho, pies y manos. Teniendo muy grande pena en el andar, pedía a Nuestro Señor le diese fuerza para que pudiese andar (ya que era servido que quedase en el oficio de priora), y derramóle el Señor tan grande suavidad en los dolores que puede andar sin aquella grande pena que sentía.

Y, porque ya de algunos años antes, como dicho es, tenía la señal de la llaga en el pecho, cuando agora fue herida en él juntamente y en las manos y pies, ha declarado que se le hizo mayor la del pecho, la cual es en el lado izquierdo atravesada, de largura de más de dos dedos y ancha como de medio y ésta tiene alguna profundidad. Las de las manos se ven por la parte de fuera y de dentro de un color rosado y como de rubí, hermosísimo, que dicen los que la ven parecer luego cosa sobrenatural. Son como del tamaño de un real de a cuatro, no redondas, sino de la parte de fuera de las manos a modo de figura triangular, no perfecta, y por la parte de dentro algún tanto prolongadas; y a este modo son las de los pies.

El dolor que en ellas tiene dice ser muy íntimo y prenetante, porque lo siente más de dentro que en la superficie exterior, donde siente grande ardor que no sufre tocarle; y le parece que, si le tocasen recio, se le abrirían. En los miércoles y viernes es el dolor más grande que en los otros días y en todos éstos es más crecido de las once horas del día hasta la una, y en la tarde se le suelen mitigar. Y después de este subceso dice que el Esposo le hace mercedes muy particulares.

Otras muchas cosas admirables de que ella sola puede dar testimonio se han entendido por lo que han sabido de ella sus perlados y confesores, de las cuales, aunque algunas se han divulgado, no pareció deberse escribir en esta relación, porque por ventura no era tiempo oportuno para publicarse, dado que tiene mucha semejanza con las que Santa Catalina de Sena, Santa Gertrude, y de algunas otras santas se lee de mucha familiaridad con el Señor y de revelaciones y apariciones, unas estando en su sentido, otras fuera de él, con favores muy particulares y extraordinarios.

También se han publicado algunas obras milagrosas que dicen haber Dios obrado por medio de esta sierva suya. Entre las cuales es muy principal y averiguado lo que se vio en doña Beatriz de Mora, hija de don Luis de Mora, monja de la orden de Santa Clara, porque se prueba con testimonio de los médicos tener enfermedades habidas por incurables, pues que había nueve años que no podía andar ni tenerse en pie, por tener unos tremores terribles especialmente en la pierna derecha que no se podía quietar. Y que, después de haberla visto la priora y hecho lo que adelante se dirá, se le quitaron los tremores y tiene tal mejoría en la salud que puede andar. Porque siendo llevada a instancia suya con mucha fe y divoción en una silla al monesterio de la Anunciada, compadeciéndose la priora de ella, se hincó de rodillas y le puso las manos sobre las piernas, haciéndole muchas veces la señal de la cruz. Luego en aquel instante dice la enferma que sintió grande movimiento, como que le descoyuntaban la pierna, y se le fue despidiendo el tremor de modo que nunca más lo tuvo. Cuanto al andar, conforma el dicho de la priora con el de la enferma en que la priora dio un bordón a la enferma y le dijo que andase en el nombre de Jesús dentro de tres días. Esto era miércoles; y los días siguientes hasta el viernes en la noche estuvo la enferma en la cama con grandes dolores de cabeza y de cuerpo sin poder comer ni beber, pareciéndole que aquellas noches le estaban fregando las piernas. Y el sábado a las cinco de la mañana, como entre sueños, le pareció que una persona le daba un bordón y descendía por unos escalones de piedra; y de más no sabe dar fe, sino que su padre y madre y la gente de casa afirman que a aquella hora descendió y fue en camisa descalza con el bordón a la cámara de su padre e hincada de rodillas le pidió la bendición, y que llevaba el velo puesto, el cual ella se acuerda habérselo quitado y puesto a la cabecera por el gran dolor de cabeza que tenía. Y la priora dice que, estando el viernes en la noche en su lecho y habiendo rogado a Dios por la salud de esta enferma, estaba en la cama y le fregaba las piernas y la hacía levantar y le ponía el velo en la cabeza y le daba el bordón y la hacía ir al aposento de su padre y que no sabe ella lo más que allá pasó, mas que esto se le representó estando en su lecho sin salir de él. Después tornó la misma enferma a la priora y volvió con mayor mejoría, de modo que puede andar y con chapines, arrimada en el bordón y en una criada. Los médicos consideraron la enfermedad pasada y no haber intervenido medicina humana para tener la salud que tiene, juzgando esto por obra de Dios.

También se prueba que estando Isabel de Vargas, mujer doncella, enferma de perlesía, que se le recreció de una grande caída que dio de una escalera, la cual le quitó el sentido y movimiento de la pierna y brazo ezquierdo y la habla, después de haber estado cuatro meses así, queriendo al fin de la cuaresma confesarse por señas, el confesor le trujo un paño de la madre priora y de su parte le dijo que con mucha fe lo pusiese en la boca y que hablase invocando el nombre de Jesús. Ella lo hizo así, y haciendo la señal de la cruz, poniendo el paño en la boca, comenzó a llamar el nombre de Jesús con lengua suelta y expedita como de antes. Enviándole luego un poco de agua de la priora, se mojó con ella las partes paralíticas y aquella noche, pasando un sudor que tuvo, se halla sana con perfecto movimiento del brazo y de la pierna, habiendo hasta entonces estado en la cama sin poder andar ni menearse de aquel lado. Los médicos afirmaban no haber podido sanar en tanta perfección tan brevemente, porque, demás que de mojarse con agua antes suele dañar en semejantes enfermedades, los que de ella naturalmente sanan no suelen cobrar así súbitamente el uso de la lengua, ni movimiento de los miembros tan expedito y fácil, sino poco a poco lo van adquiriendo, por lo cual juzgan esto por obra de Dios, hecha por intercesión de esta sierva suya.

Otras muchas personas han sentido remedio en diversas enfermedades, unos con tocar la misma priora rogando a Dios por ellos, otros con tocar cosas suyas y otros con usar del agua que ella o alguna religiosa del convento les ha inviado. La que ella invía es ordinariamente agua en que mete una reliquia que tiene de la Vera Cruz, aunque las religiosas suelen enviar agua con que ella se lava las manos. Pero no ha parecido referirse agora todos estos casos en particular, parte por haber intervenido en ellos otros medios naturales y no se haber restituida la salud con tanta brevedad, parte porque la mayor certidumbre que de estas cosas se tiene es por relación de solas personas que han recibido el remedio y de otras a quien ellas las dijeron.

El inquisidor del Santo Oficio, que, por mandado del Inquisidor General en estos reinos, como se dijo al principio haber tomado información y hecho diligencia, habló con la priora y vio las insignias de las llagas que decentemente se pudieron ver y tomó juramento a las monjas, las cuales, habiendo jurado, testificaron lo que le dicen haberse averiguado. El mismo Inquisidor tomó información con juramento de la sanidad que Dios había dado a las personas de que en esta relación se dá particular noticia.

La relación que se dice haber dado la mesma priora de sumario, por habérselo mandado su provincial con precepto obligatorio, la dio con modestia hablando de sí como de tercera persona a quien habían acontecido aquellas cosas, las cuales van relatadas aquí por sus mesmas palabras, vueltas del lenguaje portugués en castellano. Y ella ha mostrado muy grande sintimiento y desconsuelo de obligalla la obidiencia del superior a referir lo que ha dicho y de que le había mandado mostrar las manos a muchas personas que las han visto, pesándole juntamente de la fama que entiende haberse divulgado de estas cosas y deseando y pidiendo con mucha instancia que la llevasen a donde no la conociesen y pudiera vivir ascondida.




Copia del Breve de Su Santidad en respuesta de la relación que se le envió sobre las llagas de la priora de la Anunciada

«Dilecto filio nostro Alberto Henrico Santae Crucis in Hierusalem Cardinali Austriae nuncupato, nostro et apostolicae sedis in Regno Portugallia de latere legato intus vero.

Legimus libentissime quae perscribere curasti de virtutibus prioresae monasterii Anunciationis Bmae. Mae. Virginis summisque Dei erga illam beneficiis. Rogamus divinam bonitatem ut eam in dies sua gratia digniorem reddat celestibusque muneribus augeat ad sui nominis gloriam fideliumque suorum laetitiam. Datum Romae apud Sanctum Marcum sub annulo Piscatoris die decimo septimo currentis 1584, Pontificatus nostri anno decimo tertio.

Antonius Bucapaduli




Copia de capítulo de una carta del conde de Olivares, embajador católico en Roma, al serenísimo Cardenal Príncipe Alberto

«Lo de la priora de la Anunciada tiene Su Santidad por muy gran milagro, y no lo deja de ser para toda esta corte romana y de mucho consuelo en habernos querido enviar Nuestro Señor en este tiempo mujer tan santa en cuya persona resplandecen tan inauditas maravillas. Díjome el Papa que de su parte escribiese a V. Alteza no deje de ir continuando con Su Santidad lo que en esto hobiere de nuevo por el contento que de ello recibirá, etc.»






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Capítulo II

De los milagros que se coligen de esta relación susodicha


El mayor trabajo que se me ofrece en esta historia es tratar las cosas de tal manera que, por extraordinarias y nuevas que parezcan, no dejen de ser creídas aun de los muy encrédulos. Y por esto, antes que entre en la historia, sumaré aquí los milagros que se coligen de esta relación, como testigos de la verdad de las cosas que en ella se escriben. Porque, como los milagros sean obras de solo Dios, síguese que sea testigo de las cosas que con ellos se confirman. Pues de esta relación podría el prudente lector colegir los milagros siguientes.

I. Entre los cuales el primero y más principal es el de la imprisión de las llagas en pies y manos y costado, que claramente se ve con los ojos.

II. Otro, anejo a éste, es haber Nuestro Señor revelado a una devota religiosa tres días antes este singular previlegio de las llagas no sin grande admiración y derramamiento de lágrimas.

La cual, por tener particular comunicación conmigo, vino a mí tres días antes a decirme lo que había visto, como se refiere en la relación susodicha; y de esto yo doy testimonio en Dios y en mi consciencia.

III. Otro milagro es de la corona de espinas y los dolores que cada viernes padece con ella.

IV. Otro es la llaga del costado que recibió miércoles de la semana santa, año de 1578, y la sangre que todos los viernes sale de ella.

V. Otro es abrirse el cofre del Santo Sacramento este mismo día y salir de él una Hostia y ponérsele en la boca y comulgarse con ella.

VI. Otro es que en ese mismo día, cuando el Salvador le apareció y le hirió en el lado, se levantó el cuerpo juntamente con espíritu en el aire, y que otras veces, estando en oración, se había visto lo mismo.

VII. Otro es que muchas veces de noche, mayormente los días de la comunión, se ven salir grandes lumbres y resplandores de su pecho.

VIII. Otro es la cura que hizo en la monja francisca que estaba paralítica, nueve años había, en casa de su padre y con gran tremor en una pierna.

IX. Otro fue la cura de una doncella paralítica de un lado y más muda tres meses había.

Estos son los milagros que se pueden coligir de la relación susodicha. Después acá han subcedido otros no menos admirables, uno de los cuales es haberle nacido clavos en las llagas de pies y manos, el día de la Exaltación de la Cruz, 1584; y vese la cabeza del clavo en la palma de la mano y punta de él en la parte contraria de ella. Y para la averiguación de este milagro no es menester otro testigo más cierto que el de los ojos, y no es menor el de nuestro serenísimo Príncipe Alberto, Cardenal, el cual, oída la fama de las gracias y previlegios de esta virgen, la visitó entrando en el mismo monesterio acompañado de nuestro padre provincial y de su confesor, y vio con sus ojos las llagas y clavos de las manos, mandándole el padre provincial por obidiencia que las mostrase, de lo cual él quedó muy edificado y movido interiormente a devoción.

Estos primeros milagros, que en esta relación se han referido, han sido autenticados solemnemente por comisión del serenísimo Príncipe Alberto, Cardenal de la Santa Iglesia de Roma y Legado a latere de Su Santidad, y éstos debían bastar para hacer fe de las cosas que de esta virgen adelante se escriben; pero, demás de éstos, quisiera yo interponer aquí otros que Nuestro Señor ha obrado por medio de esta virgen, para que éstos, con los que están referidos, convenciesen la incredulidad de algunos hombres que, por no conocer la grandeza de la bondad de Nuestro Señor y el amor y deseo que tiene de honrar a sus santos, no dan crédito a semejantes favores y gracias que Él les hace; mas, porque estos milagros se van cada día multiplicando, pareció que se debían poner al fin de esta escriptura, para que así como se fuesen haciendo se fuesen acrecentando unos a otros. Mas ruego yo al cristiano lector que, si en su alma sintiere alguna manera de dubda de estas cosas, lea los milagros autenticados que al fin de esta escriptura se ponen; porque no podrá ser tan incrédulo que, vistas estas maravillas, no dé crédito a lo que Nuestro Señor, que sólo puede hacer milagros, con tales testimonios lo confirma; porque cuanto más perfecta fe tuviere, tanto mayor edificación concibirá en su ánima y tanto mayor admiración de la enmensa bondad y caridad de Dios para con sus amigos y de aquí le nacerá un deseo de amar y servir a un Señor que así honra a los que lo aman y honran.

Mas, sobre todos estos argumentos y testimonios, es muy grande la vida de esta virgen, la cual resplandece tanto en su rostro y en la gravedad y simplicidad de sus palabras, que ninguna persona le habla que no juzgue por solo este indicio ser verdaderas las cosas que de ella se dicen. Y a esta fama vino un padre muy religioso y maestro en Teología donde Jerez de la Frontera a visitarla y, después que la vio y trató, dijo que Nuestro Señor había puesto en el rostro de esta virgen un sobreescripto que declaraba todo lo que había en su ánima.

Con esto se junta la pureza de su vida muy notoria, ca dende el día que hizo profesión se señaló entre todas sus monjas en todo género de virtud mayormente en la humildad, en la obidiencia, en el mal tratamiento de su cuerpo, en disciplinas y, sobre todo, en la continua oración. He dicho esto para que se entienda que esta pureza de vida no es agora nuevamente nacida con sus llagas, sino muy antigua dende su noviciado, de la cual dan testimonio todas las madres de su monesterio, que es muy principal y poblado de personas nobles y muy religiosas y muy dadas a la oración, [y] frecuencia de sacramentos. Y, como se escribe de la santa Judit que no había quien le pusiese falta alguna, así se puede decir de esta virgen: que en este monesterio no hay religiosa que en todo este tan largo discurso de su vida le haya notado algún defeto de que se pueda hacer caso.

Y, con ser tantas las honras que el mundo le hace y tantos los favores que del Esposo recibe, siempre persevera en ella la misma humildad y simplicidad y llaneza sin ninguna sombra de mudanza, ni de estimación propria o alegría vana, lo cual es manifiesta señal de espíritu bueno; porque el malo es altivo, soberbio, ambicioso, parlero, deseoso de ser conocido y estimado, lo cual todo está tan ajeno de esta virgen, que todo su estudio es esconder sus cosas y mudar para esto de noche las obras de sus ejercicios, por no ser vista de sus monjas, que la andan espiando para ver lo que pasa. Ni de noche quiere estar en oración en el coro ante el Santo Sacramento (que es cosa con que ella mucho se consolaría) por la misma causa y por eso se va luego a esconder a su celda. Y porque el Espíritu Santo es amigo de callar como el malo de hablar, es tan grande su silencio que dicen los que la tratan ser su espíritu mudo, porque parece que no la crió Dios para hablar sino para amar. Todos éstos son claros indicios de verdadera humildad la cual, dice San Gregorio que es ividentísima señal de los escogidos, como por el contrario la soberbia es de los reprobados.




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Capítulo III

Del fructo principal que de esta escriptura se debe sacar


Dicho ya de lo que sirve para la fe y crédito de las cosas que en esta historia se refieren, porque no basta creerlas y tenerlas por verdaderas, si no sacamos de ellas algún fruto y edificación para nuestras ánimas, será razón declarar agora el fruto principal que debemos sacar de ellas.


[I Familiaridad y regalos del Señor]

Pues para esto conviene presuponer que la suma de toda la vida cristiana y de toda nuestra filicidad consiste en amar a Nuestro Criador, para lo cual nos ayuda la consideración de los beneficios divinos y señaladamente el mayor de ellos, que fue el de nuestra redención. Mas en las historias y vidas de los santos, y especialmente de los que fueron muy favorecidos y regalados de Nuestro Señor, hallaremos otro grande motivo para este amor, que es la familiaridad y los regalos y favores y la comunicación estrecha que Él tiene con las ánimas que están ya muertas al mundo y vivas a solo Él; la cual es tan grande que sobrepuja todo lo que el común entendimiento y juicio humano puede alcanzar, si de ello no toviere expiriencia. Esto nos declaró Él por San Juan, cuando dijo: al que venciere daré yo un maná escondido y un nombre nuevo el cual nadie conoce, sino el que lo ha recibido. Y por este maná (que en sí tenía la suavidad de todos los manjares) se entiende la grandeza de las consolaciones divinas y el alegría del Espíritu Santo que sobrepujan a todos los gustos y deleites del mundo; y por este nuevo nombre se entiende un nuevo ser y nuevo espíritu y nueva dignidad, la cual sobrepuja todas las dignidades y reinos del mundo, como claramente se escribe en el libro de la Sabiduría.

De estos favores y regalos con que Nuestro Señor trata las ánimas de los tales nos dan testimonio otros muchos lugares de las Santas Escripturas. Porque, ¿qué otra cosa nos representa todo el libro de los Cantares sino esta amorosa familiaridad del Esposo celestial con las ánimas ya purgadas y humildes? ¿Qué palabras más tiernas y amorosas que aquéllas que Él dice a la Esposa: Levántate y date prisa, amiga mía, hermosa mía, y paloma mía, muéstrame tu rostro y suene tu voz en mis oídos, porque tu voz es suave y tu rostro hermoso? En otro lugar dice: cuán hermosa eres amiga mía, cuán hermosa eres, tus ojos son de paloma, de más de lo que dentro está escondido. En otro dice: su mano tiene puesta debajo de mi cabeza y con su diestra me abrazará. Todos estos son regalos que proceden de aquel grande amor que Cristo tiene a las tales ánimas, ni son menos dulces las que dice por Esaías, comparando su amor con el que una madre tiene a un hijo chiquito y así les dice: a mis pechos seréis traídos y sobre mis rodillas os halagaré; como la madre regala a un hijo chiquito, así yo os regalaré. Y, porque parecía poco a este santo amador comparar su amor con amor de madre, añade y dice por el mismo profeta: ¿qué madre hay que se olvide de un hijo chiquito que cría?; pues, si él de ella se olvidare, yo no me olvidaré de ti, porque en mis manos te tengo escripto. Lo cual ahora se puede muy bien verificar, pues con los agujeros de los clavos, que en sus sacratísimas manos quedaron, nos tiene presentes siempre. Pues ¿qué diré de aquellas tan amorosas palabras de los Proverbios en las cuales, después de haber recontado las grandezas de su omnipotencia, en cabo viene a concluir diciendo que sus deleites son estar con los hijos de los hombres? Y no es maravilla que el que tiene sus deleites con los ángeles los tenga también con los hombres, porque no es mucho que los ángeles, como sean sustancias espirituales, su vida sea toda pura y espiritual y, así tenga Él sus deleites con ellos; mas que el espíritu del hombre, cercado de una carne tan mal inclinada, y concebida y amasada en pecado, se levante por gracia y por el trabajo de las virtudes a imitar la pureza de los ángeles, y que, viviendo en carne, viva como si careciese de ella, esto es de verdad cosa admirable y digna de que el autor de tanta pureza se gloríe y regale en ella como en cosa bien natural y tan preciosa.

A todo lo dicho añado otra eficacísima y dulcísima consideración por la cual se podrá entender la grandeza de esta familiaridad del Esposo celestial con las tales ánimas. Hablando el apóstol con los casados dice así: los que sois casados amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se ofreció a la muerte por hermosearla de tal manera que no hubiese en ella ruga ni mácula. Por las cuales palabras entendemos que fue tan grande el deseo que el Salvador tuvo de la hermosura y santificación de nuestras ánimas que, sabiendo Él que ninguna cosa había más eficaz para esta santificación que padecer Él muerte y pasión por ellas (por los grandes favores y socorros de gracia que de aquí se les siguían), no dubdó ofrecer a todo esto por santificar y hermosear las ánimas con los dolores y llagas de su pasión. Pregunto pues agora: ¿qué tan grande será la hermosura de una ánima de esta manera hermoseada con abundante gracia, pues un tan sabio mercader como el Hijo de Dios, que es sabiduría eterna del Padre, tal precio como fue su sangre dio por ella? Y aun digo más: que como al patriarca Jacob parecían pocos los siete años de servicio por la afición que tenía a la hermosura de Raquel, así parecía poco a este santo ennamorado lo que padecía por hermosear y santificar las ánimas, porque mucho más padeciera si les fuera necesario. Y, si se suele amar mucho lo que mucho cuesta, ¿cuál será el amor que este celestial Esposo tendrá a las ánimas, pues por tan caro precio las compró? Y, si tenemos por fe que todos estos dolores padeció Él por hermosear estas animas, ¿qué mucho es que, después de ya hermoseadas y santificadas, se deleite y regale con ellas y les haga todos estos favores que hasta aquí habemos dicho? Si tanto hizo y padeció, cuando no eran santas, por santificarlas, ¿qué no hará por ellas, después de ya santificadas? Si cuando tan cara le costaba esta santificación, no rehusó el precio de ella, ¿qué no hará por ellas, después de ya hecha la costa y pagado el precio? Si (como dice el mismo apóstol), aun siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, siendo ya hechos de enemigos amigos, ¿qué no hará por nosotros?

Y, porque no extrañe nadie lo que hasta aquí está dicho de la amistad y familiaridad de Nuestro Señor para con las tales ánimas, añadiré aquí lo que San Crisóstomo siente en esta parte. Dice, pues, él que es tan grande el amor que Cristo tiene a una ánima purificada y limpia que ningún hombre, aficionado a la hermosura y de alguna criatura, aun de aquellos que andan enhechizados por ella, arde tanto en este amor cuanto Cristo en el de una ánima, cuando la halla purgada y llena de gracia; y conforme a la grandeza de este amor son los regalos y favores que le hace.




II. [Ejemplos de la familiaridad que Nuestro Señor tuvo con algunos santos]

Por todos estos lugares que habemos traído de las Santas Escripturas entenderá el prudente lector algo de la grandeza de la bondad de Nuestro Señor para con todos los buenos y de la estrecha amistad y familiaridad para sus especiales amigos. Mas con todo esto me parece que se declara esto más distintamente por el ejemplo de la familiaridad que Nuestro Señor tuvo con algunos santos, entre los cuales no quiero traer más que dos Catalinas, la mártir y la de Sena, cuyos previlegios y favores admirables arriba brevemente recontamos. Considere pues el hombre muy en particular los favores que hizo Nuestro Señor a la una y a la otra y por aquí entenderá algo de lo que decimos. Mas con estos dos ejemplos juntaré otro que refiere Severo Sulpicio en la vida de San Martín por estas palabras: «estábamos una vez yo y otro amigo a la puerta de la celda de San Martín, sin saber él que estoviésemos allí, y oímos hablar dentro de la celda, de lo cual concebimos en nuestras ánimas un grande miedo y pavor, pareciéndonos intervenir aquí alguna cosa divina; pasadas dos horas que allí estuvimos aguardando, salió el santo de su celda; entonces Sulpicio con este su amigo le comenzamos a rogar quisiese satisfacer a nuestra religiosa pregunta y declararnos la causa de aquel pavor que sentimos a la puerta de su celda y también nos dijese con quién estaba hablando, por haber sentido algo de esto, aunque no entendimos lo que era. Entonces él estuvo un gran rato pensando lo que haría; mas no había cosa que yo no pudiese acabar con él». Dice Sulpicio: «increible cosa parecerá lo que quiero decir, mas pongo a Cristo por testigo que no miento, si no hubiese alguno tan sacrílego que piense haber mentido San Martín en lo que nos descubrió. Diré pues lo que él respondió: mas ruégoos, dijo él, que a nadie deis parte de ello; habéis de saber que San[ta] Inés y San[ta] Teda y la Sacratísima Virgen Nuestra Señora estovieron agora conmigo». Y de bondad y caridad de Dios para con sus criaturas que le provoque a amar y desear servir a un Señor que tan amigablemente se comunica a ellas.

Ni debe ser motivo de incredulidad ser las cosas de esta virgen muy extraordinarias y grandes. Para lo cual es de saber que tiene Nuestro Señor dos maneras de hacer mercedes a sus criaturas: una es por vía de justicia, dando a cada uno lo que merece según su trabajo (como dice el apóstol); otra es por vía de misericordia, haciendo mercedes, conforme a su bondad y magnificiencia, como se ve en la vocación de los apostoles, los cuales estando ocupados en sus redes y en sus cambios, etc., los llamó a la dignidad del apostolado, que es la mayor de la Iglesia, enriqueciéndoles el día de Pentecostés con todas las gracias y dones del Espíritu Santo. Vese también en la conversión de San Pablo y de la Magdalena y de San Augustín, como él lo refiere en el octavo libro de sus Confesiones; y vese también a cada paso en los martirologios, donde leemos que, por ocasión de algún peligro o de la gran paciencia de los mártires, se convertían muchos de los gentiles a la fe, dándoles Nuestro Señor tanta abundancia de gracia y tanta fortaleza y constancia que padecían cruelísimos martirios juntamente con ellos, en lo cual se ve lo que el Espíritu Santo dice: que es fácil cosa en los ojos de Dios súbitamente enriquecer al pobre. Esta diversidad de hacer mercedes nos representó el Salvador en el evangelio de la viña, en la cual pagó su jornal por entero a los que vinieron a trabajar por la mañana, guardándoles su justicia; mas a los que vinieron a la postre dio lo mismo, usando con ellos de su liberalidad y magnificiencia. Y, siendo esto así, nadie debe tener por increíbles los grandes y extraordinarios favores que hace Nuestro Señor a algunos santos, con los cuales quiso usar de esta largueza y magnificiencia susodicha; en el cual número ponemos esta virgen por ser tan extraordinaria y tan familiar la comunicación que el Esposo celestial tiene con ella. Por donde Teodoreto, escribiendo aquella manera de vida tan nueva de San Simeón el de la columna (de que arriba hicimos mención) dice que así como los reyes no usan siempre de un mesmo cuño en la moneda que mandan fundir, sino algunas veces usan de otros muy diferentes, así aquel Rey Soberano no siempre usa de una manera de santificar los santos sino de otras diversas para muestra de su sabiduría y magnificiencia, como lo veremos en esta historia.

Ni le debe ser ocasión de incredulidad la condición o corrupción del tiempo presente para no creer que haga Dios en él las maravillas de los tiempos pasados. Pues es costumbre de Nuestro Señor acudir a su Iglesia en los tiempos de mayor necesidad, como hizo en tiempo de Santo Domingo y San Francisco, cuando las costumbres de los hombres estaban más estragadas, como lo refiere copiosa y elegantemente el Padre Fray Fernando del Castillo en la primera parte de la Corónica de Nuestra Señora; y, si la condición del tiempo presente basta para argumento de incredulidad, síguese que no habían de ser creídas las maravillas de los santos en el tiempo que ellos vivían, lo cual fuera grandísimo yerro, pues ellas eran verdaderas, aunque acaecieron en sus días, porque las que ahora son pasadas, algún tiempo fueron presentes.

Desnúdese pues el hombre de sí mismo y no quiera juzgar las cosas de Dios por sí, ni medir la bondad y magnificiencia divina con la estrechura de su corazón, sino, con la grandeza de Dios, el cual, como en sí mismo es incomprehensible, así lo es en sus obras. Plinio dice, que en las obras de naturaleza se hallan a cada paso cosas al juicio humano increíbles; pues, ¿qué mucho es hallarse lo mismo en las obras de gracia, que son tanto más excelentes cuanto se ordenan a más alto fin, que es hacernos hijos de Dios y darnos ser sobrenatural y divino?








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Libro II

En la cual se escribe la vida de la muy religiosa madre María de la Visitación, Priora del Monasterio de Nuestra Señora de la Anunciada, de la orden de Santo Domingo, en la ciudad de Lisboa



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Capítulo I

De los indicios de santidad que precedieron en esta virgen



[Condición natural]

Suelen los que escriben las vidas de los santos declarar primero el origen de su vida, que es su patria y sus padres y el linaje, estado y condición de ellos; y, por estar ya esto bastantemente declarado en la relación que arriba queda escripta, no me deterné en ello. Mas ya que en el principio de semejantes historias se suele tratar de esto para declarar el sujeto y fundamento de la divina gracia que después se ha de seguir, parecióme cosa conviniente declarar también la condición natural de la persona de que se escribe, que es fundamento más vecino a esa gracia que el linaje de los padres o de la patria. Pues, cuanto a esto, es esta virgen muy amorosa, humilde, blanda, afable y muy bien criada y vese en ella una continua alegría acompañada con una mesura y gravedad; tiene también natural discreción junto con tan grande simplicidad que en lo uno parece de muchos años y en lo otro de muy pocos. Y con estas buenas condiciones, su natural mansedumbre es tan grande que no es en su mano hacer ni decir cosa con que a nadie dé pena, aunque para esto tenga ocasión; la cual mansedumbre hasta hoy día persevera, aun en oficio de perlada, en el cual no faltan ocasiones para despertar la ira; la cual pasión está tan desterrada de su corazón como si naciera sin ella, y por esta tan grande mansedumbre generalmente es muy amada de todos. Su manera de hablar es tal que nos enseñan los sabios, diciendo que la habla de la mujer ha de ser como el agua, que, para ser buena, ningún otro sabor ha de tener sino de agua; tal es su manera de hablar en la cual ninguna cosa hay afectada, ni artificiosa, ni fingida, ni curiosa, sino llaneza y pura simplicidad, y con esto muy más amiga de callar que de hablar. Es también naturalmente muy compasiva de los pobres; y digo naturalmente porque se cuenta de ella que, siendo niña, le acontecía, viendo algunos pobres, aflojar la cinta que traía ceñida y dejar caer la mantilla que tenía debajo; otras veces daba la basquiña y plegaba el sayo que traía encima con alfileres para que no se viese el piadoso hurto que había hecho; y de éstos hacía muchos, ya de un vestido ya de otro, para dar a los pobres y rogaba a las mujeres de casa que no la descubriesen a su madre. Y, preguntándole yo si su madre por esto la castigaba, respondióme que su madre holgaba cuando esto sabía, por ser mujer muy caritativa. Y, no contenta con esto, siendo de esta edad, pedía a los parientes que venían a casa algo para tener que dar a los pobres; y, cuando comía, guardaba parte de su comida en la manga para lo mismo. De modo que pudo esta virgen con mucha verdad decir aquello del Santo Job: dende mi niñez creció conmigo la misericordia y del vientre de mi madre salió conmigo. Tal convenía que fuese la que había de tomar por esposa aquél que por las entrañas de su misericordia nos visitó veniendo dende lo alto.




[Su hermana]

Y porque en las historias de los santos también se suele tratar algo de los hermanos de ellos, cuando fueron señalados en virtud y santidad, diré aquí lo que es muy notorio en esta ciudad de una hermana suya por nombre soror Clemencia, la cual, habiendo sido casada con un caballero muy principal de este reino que tenía tres cuentos de renta y cinco villas suyas, después de su fallecimiento, quedó ella con un hijico de muy poca edad, heredero de todas esta hacienda. Y por ella haber enviudado muy moza y ser muy noble y de muy grande hermosura, la pedía un señor muy principal en casamiento; mas ella, estando ya tomada del amor de Cristo y entendiendo cuánto es más dulce el amor de este señor que todos los amores del mundo, hizo como el sabio mercader que vendió toda su hacienda por esta preciosa margarita del divino amor. Mas porque, como el Salvador dice, nuestros principales enemigos son los familiares domésticos de nuestra casa, tomaron tan mal los hermanos resistir ella a un casamiento con que ella y todos quedaban honrados, que uno de ellos con demasiada pasión desenvainó la espada y se la puso en los pechos, gritando toda la gente de casa, amenazándola que había de casar o la había de matar, con lo cual ella tuvo luego un grande desmayo; y tras de esto cayó en cama tan enferma que, visto el peligro de la enfermedad, tumaron por medio prometerle que nunca más le hablarían en negocio de casamiento, y con esto convaleció presto y puso por obra su santo propósito, menospreciando todo lo que el mundo le ofrecía y, lo que más es, el hijo chiquito, dejándolo encomendado a una agüela suya, el cual de ahí a poco tiempo falleció y fue Nuestro Señor servido de revelarle la hora de este fallecimiento. Y así, estando ella en el coro, volvióse a una monja que estaba a su lado y díjole algo turbada: «nuestro hermanico en este punto se va al cielo»; porque éste es el nombre de que usaba cuando hablaba de él, por parecerle cosa indecente de aquel estado religioso llamarle hijo; y súpose después que a aquella misma hora falleciera. Dándole pues las nuevas de su muerte, púsose de rodillas y levantadas las manos y ojos al cielo dijo: «muchas gracias os hago, Señor mío, que una sola cosa que en la tierra tenía, que algo me pudiera apartar de Vos, me la llevastes para que todo mi amor se emplee en solo Vos».

Mas el enemigo del linaje humano, herido con este golpe, viendo una tan grande conformidad con la voluntad de Dios, procuraba renovarle el dolor de la muerte del niño, porque se cuenta de ella que el demonio por inquietarla se transformaba en la voz del niño ya difunto y de noche le decía: «madre cruel, ¿por qué me dejaste»? Mas ni esto ni otra cosa hizo mella en su corazón, ni de otra cosa tiene más deseo que de ver a la hermana que tantos desean ver viniendo aun de muy lejos, y estando ella en la misma ciudad; mas también en esto se mortifica como en todo lo demás: tanto puede el amor de Cristo con ella.

No será razón pasar levianamente por este hecho, porque por él se entenderá la virtud de la gracia y la razón que el apóstol tuvo para decir que no se avergonzaba de pedricar el evangelio porque en él estaba la virtud y poder sobrenatural de Dios para salvar y santificar los hombres, dándoles fuerzas sobrenaturales para vencer la naturaleza y abrazar la cruz y despreciar todo lo que el mundo adora y busca por mar y por tierra. Porque tres cosas sobrenaturales podremos notar en este hecho contra la condición de la carne y la sangre. La primera fue despreciar un casamiento honrado y hacienda y señorío y libertad con todos los regalos y gustos que traía consigo un tal casamiento. La segunda es escoger en lugar de esta vida otra la más áspera y apretada y encerrada y pobre que hay en todas las religiones cual es la vida de las religiosas de la Madre de Dios de Lisboa donde ella entró, porque aquí, entre otras asperezas, se viste sayal y no se come carne, ni hay locutorio, ni ver más padre ni madre la cara de su hija; esto bien se ve ser contra la naturaleza de nuestra humanidad que apetece todo lo contrario. La tercera y más principal fue desamparar la madre un solo hijo chiquito que tenía, que es la cosa que más tiernamente se ama y cuyo apartamiento causa mayor dolor, cerrando los oídos a las voces de todos cuantos lo contrario le aconsejaban y abriéndolos a las palabras de Cristo que promete el reino de los cielos a los que estos afectos naturales vencieren por su amor. Y cuando le persuadían a que criase el hijo y mirase por su hacienda que era un buen mayorazgo, respondía ella que sólo este apartamiento le debía a Nuestro Señor porque lo demás, que era la mudanza de la vida, días había que la tenía determinada. Pues como todas estas tres cosas sean tan contrarias a la naturaleza de nuestra carne, síguese aquí intervino el dedo de Dios. Por donde entenderemos que todas las obras semejantes a ésta, mayormente aquéllas donde grandes señores y señoras desamparan sus estados y abrazan la cruz de Cristo, son muy poderosos testimonios y argumentos de la verdad de nuestra fe de cuya virtud tan admirables mudanzas proceden. De las cuales dice San Agustín que se alegraba mucho porque las tales personas por la misma obra que hacían confirmaban la verdad de nuestra fe y daban testimonio de la virtud y gracia del evangelio y de la asistencia del Espíritu Santo, pues vemos que la naturaleza humana, considerada en sí sola, a velas tendidas busca el descanso y los regalos y aborrece los trabajos; por donde hacer lo contrario no es obra de la naturaleza, sino de gracia.




I. [Indicios de santidad]

Comenzando, pues, a tratar de su vida, no callaré algunos indicios y como prenósticos de lo que adelante había de ser, los cuales quiere Nuestro Señor que en algunos santos precedan antes de nacidos o luego después de nacidos. No quiero traer para esto el ejemplo de San Juan Bauptista y de otros santos del Testamento Viejo, pues no faltan otros semejantes en el Nuevo, porque, antes del nacimiento de nuestro glorioso padre Santo Domingo y de San[to] Tomás de Aquino su hijo, tuvieron sus madres noticia de lo que habían de ser. Y San Nicolás, siendo niño de mamar, ayunaba los miércoles y los viernes de la semana, en los cuales días no mamaba más que una sola vez; y Santa Catalina de Sena vio al Salvador sobre la puerta de la Iglesia del monasterio de Santo Domingo, vestido de pontifical que amorosamente la miraba; y sobre la boca de San Ambrosio, siendo niño, se asentó un enjambre de abejas las cuales de ahí se subieron tan alto que se perdieron de vista, lo cual su padre tuvo por indicio de la excelencia de este su hijo. Esto ordenó Nuestro Señor así para que los tales santos, con estos preludios que procedieron, antes que ellos tuviesen uso de razón, por sola gracia y dispensación divina, entiendan que cuyos fueron los principios fue también lo que después se fabricó sobre ellos y lo uno y lo otro conozcan ser obra de gracia y así se dé la gloria al autor de todo sin tomar ellos nada para sí.

Pues, veniendo a nuestro propósito, semejantes indicios quiso el Esposo celestial que precediesen en esta virgen que Él había de tomar por esposa. Porque, siendo su madre preñada de ella, estaba de esto muy dubdosa, porque, siendo ya llegado el tiempo, no le bullía la criatura en el vientre, por donde los físicos juzgaban que esto no era preñez, sino dolencia; y así determinaron desarroparla y purgarla. Mas su madre, como persona muy virtuosa, recelando que aquello podría ser preñez y la cura podría perjudicar a la vida y ánima de la tal criatura, teniendo en más la salud espiritual de ella que la propria corporal de su vida, no se quiso poner en esta cura sin recorrer primero al verdadero médico de todos los males; y para esto mandó decir una misa de la Anunciación de Nuestra Señora, suplicándole con mucha devoción le alcanzase esta merced de su unigénito Hijo que la librase de esta perplijidad. Y Nuestro Señor, que siempre acude a los que con humildad y confianza se acogen a Él, la sacó de esta dubda, porque, oyendo esta misa, en levantando el sacerdote la primer hostia, le bullió la criatura en el vientre y así entendió lo que era, dando gracias a Nuestro Señor y a su Santa Madre por esta merced. Parece no haber carecido esto de misterio porque (como adelante veremos) fue esta virgen sobre todo lo que se puede encarecer devotísima del Santo Sacramento de cuya virtud procedieron todas las otras gracias y previlegios que lo fueron comunicadas, y así quiso el Esposo que de esta misma fuente procediese este beneficio.

Después de este primer indicio se siguió otro, el cual refirió la misma virgen a su padre confesor diciendo que, siendo ella niña, le pesaba a ella mucho cuando le hablaban en casa de ser monja; más llegando a edad de cinco años y estando en una ventana mirando la procesión que pasaba en la fiesta del Santísimo Sacramento y yendo en ella religiosos de diversas órdenes, en pasando la de Santo Domingo dijo ella que de aquella orden había de ser monja, de lo cual su madre quedó muy espantada, por saber cuán repugnante había sido todo el tiempo pasado a esta manera de vida y lo que más es en este propósito perseveró hasta que tomó el hábito.

Otro prenóstico hubo en que se ve más a la clara la virtud de la divina gracia. Porque, siendo ella de edad de ocho años, la previno Nuestro Señor con un tal conocimiento y deseo que sobrepujaba la capacidad de aquella edad, porque vínole el deseo de hallar un bien que de tal manera la hartase que no tuviese más que desear; y de aquí le nacía un hastío de los otros bienes y gustos de esta vida por ver cuán ruines y defetuosos eran y cuán estéril y hambrienta dejaban una ánima; por donde cuando alguna vez se le ofrecía algún gusto de éstos que hay en la tierra, con que ella pensaba tener algún contentamiento, visto que no lo hallaba, quedaba triste y decía: «no es éste el bien que yo deseo pues éste no harta». Y siendo ya de edad de once años y perseverando en este mismo deseo, determinó entrar en el monesterio de Nuestra Señora de la Anunciada pareciéndole que en esta casa podría hallar este bien.

Tomado el hábito de novicia, le mudaron el nombre; porque dende antes se llamaba doña María de Meneses, la llamaron sor María de la Visitación de Nuestra Señora. Pues como ella tomó este estado y hábito para hallar este bien, entendiendo que de mano de Dios lo había de recibir, comenzó a procurarlo por todo, los medios que para esto le podían ayudar, que eran oraciones y ayunos, vigilias y disciplinas con que domaba su carne, y señaladamente se ocupaba en la meditación de la Sagrada Pasión pretendiendo indignar con estos ejercicios y trabajos al dador de todos los bienes para alcanzar este bien.

Acabado este dichoso noviciado, siguióse la profesión, siendo ya de edad de dieciséis años y medio, la cual ella deseaba por tener más tiempo y aparejo, como ella mismo me dijo, para darse a la oración. Porque en los años del noviciado gastase mucho tiempo en aprender a cantar y a rezar el oficio divino y en otros ejercicios que son proprios de las novicias y con esto no tenía ella el tiempo que deseaba para vacar a Dios y emplearse toda en el ejercicio de la oración. Antes de la profesión contaré una cosa notable, referida por ella misma, y ésta fue que toda la noche antes estuvo de rodillas en oración en la cual decía al Señor que quería tomar por Esposo, con una humildad y simplicidad atrevida, estas palabras: «Señor, ¿como ha de haber en el mundo desposarme yo con Vos sin primero veros y saber de la manera que sois»? Esto decía con muchas lágrimas y fuerza de espíritu y con tan grande fe que prometía de no levantarse de allí sin ver primero con quién se había de desposar. Perseverando, pues, la mayor parte de la noche en esta porfía, a la mañana, entre las cuatro y las cinco, estando cuasi fuera de los sentidos, le parecía que veía un Señor muy hermoso y resplandeciente y con alegre rostro le llamaba diciendo: «María, mira muy bien si eres contenta de desposarte conmigo». Ella entonces con grande alborozo y lágrimas de alegría se derribó a sus pies y dijo que no merecía ella ser esclava suya. A esto respondió el Esposo: «Pues yo soy muy contento y quiero que seas esposa mía.» Respondió ella: «¡Señor mío! Alaben os los ángeles, porque yo soy grande pecadora y no soy digna de alabaros por tan grande merced.» Y con esto despertando se halló toda bañada en lágrimas y con grande alegría de su corazón; y el día siguiente, que fue el segundo de la Pascua del Espíritu Santo, hizo profesión con grande alegría y consolación de su ánima y, éste fue el primer aparecimiento que ella tuvo, año de 1569.

Aquí terná bien que filosofar el devoto lector, considerando en este aparecimiento la inmensa bondad y suavidad y regalo de Nuestro Señor para con las ánimas puras, humildes y sincillas, y verá también cuánto puede la perseverancia en la oración acompañada con la fe y confianza que esta virgen tuvo, pues prometió de no levantarse de aquel lugar hasta que fuese respondida. Mas esta confianza entera y este deseo susodicho infundió en el ánima de esta virgen el mismo Señor que le quería hacer este gran favor; y por aquí también entenderemos que de tan prósperos principios ni podrán dejar de seguirse adelante grandes favores, porque nunca el Señor hace profundos los cimientos sino para levantar algún grande edificio como lo vemos en lo que adelante se escribe de esta virgen.






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Capítulo II

De la profesión de esta virgen y de una visión que tuvo después de ella


Acabando pues esta virgen de profesar y entregándose toda al Esposo celestial, Él esclareció su entendimiento con una nueva luz y le cumplió lo que tanto había deseado certificándola enteriormente que Él era el bien que ella deseaba y el que sólo harta al que lo posee. Dando pues ella gracias de todo el corazón al Esposo que esto le había declarado, de ahí a algunos días (cuando ya era tiempo de levantarse a cosas mayores y más extraordinarias) estando en oración tuvo un rapto en el cual se vio en una calle escura y muy larga, llena de bestias fieras, las cuales tenían abiertas las bocas amenazándola como que la querían tragar; y fuele allí dicho que por todas aquellas fieras era necesario pasar para alcanzar aquel bien deseado. De lo cual ella muy atemorizada tenía grande temor de andar este camino; mas fuele allí infundida una nueva confianza de Dios, con la cual fe determinó pasar, pidiendo para esto favor al Señor, el cual parecía que le acudía diciéndole que confiase en Él, que Él la libraría de aquel peligro. Preguntada por mí esta virgen, qué entendía ella por estas fieras, respondió que eran los trabajos que era necesario padecer y las pasiones que convenía domar para alcanzar este deseado bien. En este paso me quiero detener un poco porque esta visión es un notable y necesario documento para todos los que anhelan a la profección de la vida espiritual, los cuales deben tener por cosa muy cierta que no la alcanzarán si no es pasando por muchas dificultades y trabajos que se requieren para alcanzarla. Para esto alegaré un dicho de San Buenaventura el cual escribe en el prólogo de la Vida de Cristo que apareciendo Nuestra Señora a Santa Elisabet la viuda, entre otras cosas le dijo que tuviese por cierto que generalmente hablando ninguna gracia se comunicaba a las ánimas sino por medio de la oración y de los trabajos; la cual sentencia confirma el Salvador en el Evangelio que dice que los santos dan fruto de buenas obras mediante la paciencia en los trabajos. Y no son menos los que se han de padecer en domar y mortificar las pasiones, porque a todos (como refiere San Marcos) dijo el Salvador: quien quisiere venir en pos de mí, niegue a sí mismo y tome su cruz y sígame. Y el negar a sí mismo es contradecir a sus apetitos y pasiones y malas inclinaciones, las cuales convenientemente son figuradas por estas fieras susodichas; porque considerando nuestro corazón en sí mismo (quitada aparte la divina gracia) hallaremos que es la fiera más cruel y mas ponzoñosa y más furiosa de cuantas hay en el mundo. Antes San Crisóstomo prueba muy a la larga que en él sólo se hallan los apetitos y ponzoña de todas las fieras juntas. Lo cual declara el apóstol en el primer capítulo de la Epístola escripta a los Romanos, donde cuenta las horribles maldades y vicios de los gentiles como de hombres entregados a la furia de sus bestiales apetitos, de los cuales nadie está libre en esta vida, sino aquellos a quien Dios libra, dándoles victoria contra ellos. Por lo cual dice San Hierónimo todos somos compuestos del mismo lodo y todos tenemos unas mismas entrañas y por esto en la seda y en el sayal acomete a todos la misma sensualidad. Santísimo era Job y por tal alabado de Dios y casado con mujer e hijos; y, con todo esto, confiesa él de sí que no osaba levantar los ojos a mirar a una doncella, como quien entendía cuán fiera bestia tenía dentro de su corazón, en cuyas rabiosas gargantas cayó David, porque no tuvo esta mesma cautela.

Pues esta naturaleza y disposición del corazón humano declaró el Salvador a esta virgen para que entendiese cuántas fieras había en él y supiese que contra éstas había de pelear mortificando todos sus apetitos y pasiones, si deseaba alcanzar aquel bien, universal; y porque no desmayase, ni desconfiase de la victoria. Él mismo le prometió su ayuda para vencer en esta batalla. Aquí aprenderán los que de verdad se determinan a caminar por la senda estrecha que va a parar a la vida, que la primera jornada ha de ser juntar con el estudio de la oración la mortificación de las pasiones y malas inclinaciones, que son aquel encienso y mirra de que tantas veces se hace mención en el libro de los Cantares. Porque la oración sin la mortificación vale poco; mas la mortificación, como es mirra amarga, no se podrá continuar sin el gusto y socorro de la oración. Y son estas dos cosas tan necesarias que para significar esto decía un santo varón muy experimentado en estas batallas que había él de escribir un libro y que en cada hoja de él no había de escribir más que estas palabras del Salvador: Quien quisiere venir en pos de mí niegue a sí mismo y tome su cruz y sígame.




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Capítulo III

Del dolor y vergüenza que esta virgen tuvo con la memoria de sus pecados y cómo el salvador la Consol


En este mismo tiempo infundió el Salvador en el corazón de esta virgen un tan grande dolor y vergüenza de sus pecados que no lo podré yo explicar con palabras de la manera que ella mesma me refirió, con lo cual me vino a la memoria lo que el Señor promete por Isaías diciendo que Él lavaría las inmundicias de las hijas de Sión con espíritu de juicio y espíritu de ardor. Esta es la orden que Nuestro Señor guarda en las ánimas que Él quiere purificar; ca primero son atormentadas y desconsoladas con el dolor de sus pecados causados por temor del juicio divino (que es obra de la ley) y después son esforzadas y consoladas con el ardor de la caridad y esperanza del perdón (que es obra del Evangelio) como en esta virgen claramente se verá.

Refería, pues, ella que, poniendo los ojos en la grandeza de la divina majestad y bajándolos de ahí a sí misma y a sus proprias culpas y miserias, era tan grande la vergüenza y confusión que en sí misma sentía que no osaba levantar los ojos al cielo ni merecía que la tierra la sustentase y deseaba ser hollada y pisada de todas las criaturas; y sentíase por indigna de la compañía de las religiosas de aquel monesterio deseando echarse a los pies de todas ellas. Y estando en el coro, adonde está en lo alto un crucifijo, no osaba miralle ala cara sino a los pies y prostrada con el espíritu ante ellos, clamaba en lo íntimo de su corazón pidiendo misiricordia; y algunas veces le parcela que de los pies del crucifijo salían rayos de sangre que rociaban todas las religiosas del coro y por esto se tenía ella por totalmente indigna de su compañía y así pidía al Señor que por el mérito de ellas lo otorgase el perdón de sus culpas. Y no se contentaría ella con solo esto sino, indignada contra sí misma, deseaba toda mortificarse y sacrificarse a Dios castigando su cuerpo, con ayunos y ásperos cilicios y disciplinas; porque hasta el día de hoy, con ser tan flaca y dilicada, toma tres días en la semana muy ásperas y largas diciplinas, porque dura cada una por todos los siete psalmos penitenciales o por el Miserere mei dicho cinco veces. Y diciéndole yo que le haría mucho daño en tiempo de invierno tener por tan largo espacio las espaldas descubiertas al frío, que debía tomarlas en otra parte como se usa en otras religiones, pues se hace a oscuras y en lugar secreto, respondió: «pues allí no está presente el ángel bueno». Esto quise decir aquí para que por ello se entienda la honestidad y vergüenza original de esta esposa de Cristo que tan amiga es de toda honestidad. Verdad es que de estas tres disciplinas el padre confesor a quien ella obedece en todo, vista su gran flaqueza y frecuentes enfermedades, le ha quitado la una de ellas. Considere pues agora el prudente lector qué haría aquel piadoso y justo juez viendo esta virgen tan dilicada estar al frío por tan largo espacio piedad de este Señor y es tan cierto, y tan superabundante su favor y gracia para los que se disponen a ella que siempre sobrepuja su gracia a nuestra virtud y diligencia; y según esto ¿qué favores estaría dando a quien por Él se estaba mortificando y martirizando y haciendo en sí tan rigurosa justicia? Mayormente que el rigor de estas disciplinas no sólo fue a los principios, cuando se trata de esta penitencia, sino también después de tantas veces ya purificada con los dolores y llagas y sangre de Cristo, como adelante se verá. Por tanto, nadie no tenga por increíble los favores que Él hizo a esta virgen (de que después se trata), porque de tales principios tales efectos se suelen seguir, y de tales oraciones acompañadas con tales azotes nadie puede decir que sean ruegos secos pues van teñidos con sangre y con la mortificación de la carne.

Ni tampoco han faltado ásperos cilicios junto con las disciplinas; de lo cual da testimonio una madre muy religiosa y grande amiga de esta virgen la cual, viéndola en tan tierna edad andar muy flaca y amarilla, creyendo que traía algún áspero cilicio, la encerró en el refectorio (siendo ella refitolera) y le mandó que callase y toviese paciencia, porque quería quitarle el cilicio que le parecía traer; y excusándose ella con muchas lágrimas, rogándole con ellas que no le diese aquella desconsolación, todavía la madre porfió a querer saber esto; estando ella en todo esto tan mansa como una cordera derramando muchas lágrimas sin quejarse ni decir: «vos no sois mi prelada ni mi maestra, ¿por qué me hacéis esta fuerza?»; nada de esto dijo, hasta que aquella madre halló que traía un cordón hecho de cerdas con muchos nudos con las vueltas alrededor, que todas ellas juntas tenían una mano de ancho y se le entraban ya por la carne; el cual cilicio le quitó esta madre amenazándola que siempre había de tener cuidado de que no hiciese tales excesos, siendo tan flaca. En la cual obra no es menos de considerar la humildad y mansidumbre y las lágrimas de esta virgen que la aspereza de esta virgen que se le quitó. Y no se maraville nadie que habiendo vivido esta virgen con tanta inociencia, tuviese tan gran dolor y confusión por sus pecados, porque el Esposo, que quería levantar muy alto en ella el edificio de las virtudes, quiso que fuese muy hondo el fundamento de la penitencia y humildad para que así estoviese la fábrica de la obra segura. Ni es cosa nueva tener grande dolor los santos por muy pequeñas culpas, considerando que no puede ser culpa pequeña la que se hace contra Dios tan grande, conforme a lo cual escribe San Hierónimo en la vida de Santa Paula que así lloraba las culpas pequeñas como si hobiera cometido grandes pecados; y lo mismo vemos en los grandes temores con que vivía el santo Job, habiendo él confesado que en toda su vida no le había acusado su conciencia de cosa de pecado mortal.

Pasáronse en este llanto casi dos meses en los cuales andaba esta virgen tan absorta en este dolor y confusión de sus pecados que de día y de noche nunca cesaba de hacerse un río de lágrimas por ellos.

Preguntará aquí alguno qué es la causa porque algunas personas que han vivido con gran pureza e inociencia suelen a tiempos, y mayormente a los principios, tener tan grande sentimiento por las culpas de la vida pasada, no habiendo en ella al parecer materia suficiente para tan gran dolor, como lo vemos en el santo Job, de que hacemos agora mención; porque, demás del testimonio de su santidad que el mismo señor Dios nos da de él, también él hace en el capítulo veintinueve un inventario admirable de las virtudes y buenas obras que hacía, con que declara la inocencia de su vida. Siendo pues esto así, ¿de dónde procedían aquellos grandes temores que este santo muestra que tenía cuando dice: ¿qué haré cuando se levante Dios a juzgarme?, y cuando entrare en cuenta conmigo ¿qué le responderé? Y en otra parte dice que siempre andaba temblando de Dios y asombrado como el navegante cuando una grande ola viene a embestir sobre él. Y con todo esto, en medio de tan grandes trabajos y dolores, pide espacio de penitencia para llorar sus culpas, como si no bastara los dolores y trabajos que padecía.

Pues respondiendo a esta pregunta digo que tres causas entre otras hay de este tan grande sentimiento y confusión que padecen los justos. Una es la que ya tocamos y ésta es acordarse de la grandeza de la majestad ofendida y entender que no es culpa pequeña la que se comete contra un Dios tan grande. Otra es que los grandes santos no miden tanto la gravedad de los pecados por ellos mismos cuanto por la grandeza de los beneficios recibidos; y como éstos son grandes así es el sentimiento que tienen de haberse desmandado en algo contra tan magnífico bienhechor, de modo que no temen tanto por razón de los pecados pasados cuanto por la cuenta que han de dar de los talentos recibidos. Otra causa es darles Dios conocimiento de la malicia y perversidad del corazón humano mirado en sí mismo sin el correctivo de la gracia; porque, quitada ésta a parte, ve en él un profundísimo abismo de todos los pecados del mundo y espántase de ver que tienen dentro de sí una sierpe de tantas cabezas y un seminario de cuantos males hay en todos los hombres; porque ven que ningún pecado hace un hombre que no lo puede hacer otro hombre. Y por aquí entienden en cuán gran peligro viven si por un solo momento apartase Dios sus ojos de ellos, mayormente acordándose de las grandes caídas de muchos justos y de las palabras del apóstol que dice: quien piensa que está en pie, mire por sí no caiga; por donde cuando los hombres alababan al glorioso Padre San Francisco, respondía él: «no me alabéis tanto, porque aún puedo tener hijos». Pues el conocimiento de todas estas cosas infundió el esposo celestial en el ánima de esta virgen y de aquí procedía este tan grande sentimiento y dolor que aquí habemos referido.


I. [Consolación]

Mas el piadoso señor determinó dar un fin glorioso a estas lágrimas, el cual después de la tempestad de los dolores envía tranquilidad y bonanza de consolaciones. Porque, pasados cuasi dos meses en estas lágrimas y vergüenza, el esposo le habló interiormente diciéndole estas palabras: «con el temor y vergüenza que hasta aquí has tenido hiciste tus faces bermejas como un pedazo de granada; y con la confianza y amor que en mí tuviste heriste mi corazón». Y, herido ella de esta manera el corazón del Esposo, quedó herida de un amor tan grande que toda ella se derretía en amor y aunque entendiese en otras cosas, la gran suavidad y fuerza de este amor de tal manera tenía preso y herido su corazón que doquiera que estoviese siempre estaba amando. De esta manera de amor que hace llaga en el corazón, se gloria la esposa en los Cantares cuando dice que estaba herida de amor. Este es un grado de caridad que llama Ricardo charitas vulnerata, que quiere decir herida de amor; y llámase así porque como el que está malamente herido no puede dejar de estar sintiendo el dolor de la herida aunque se divierta a otras cosas, así el ánima herida con la dulce saeta del divino amor no querría dejar de estar siempre gozando de este amor, porque lo que hace en esotra herida material la fuerza del dolor hace aquí la suavidad y fuerza del amor, porque esta suavidad de tal manera ceba y prende al corazón que no le consiente divertirse a otra cosa.

Y porque la condición de Dios es acrecentar sus dones a quien usa bien de ellos, viendo cuán bien se aprovechaba la virgen de esta gracia, procuró siempre acrecentarla por otras muchas vías, y así de ahí a días le apareció el Esposo y le dijo aquellas dulces palabras de Hieremías: In charitate perpetua dilígite, ideo atraxi te miserans. Este fue el segundo aparecimiento del Esposo después del primero que fue víspera de la profesión, y fue el mismo año que profesó. Las cuales ella interpretaba de esta manera: por mi sola caridad e infinito amor, no habiendo en ti por donde lo merecieses, te traje a mí y te amé con perpetua caridad. Estas palabras traspasaron grandemente el corazón de esta virgen, porque, como no hay cosa con que más se encienda un fuego que con otro fuego, así no hay cosa que con más se encienda un amor que con otro amor. Pues con este aparecimiento del Esposo y con estas palabras significativas de su amor y más perpetuo amor quedó su corazón tan herido de amor que todos sus pensamientos y deseos eran cómo había de corresponder a este tan grande y tan noble amador y qué podría hacer o padecer por agradar a un señor que, después de las angustias pasadas, tan amoroso se le había mostrado, siendo ella tan pobre de toda virtud y tan indigna de tal amor.

Pues con esta tan aguda escuela corría la virgen a gran prisa y con grande fervor continuando más sus oraciones y vigilias y ayunos, por los cuales era grandemente persiguida de todas las madres ancianas, no por odio que le tuviesen, sino por el amor que le tenían y miedo de caer en alguna grave enfermedad, por ser ella muy dilicada; mas nunca todas estas contradicciones bastaron para aflojar ella en el rigor de sus trabajos ni volver atrás del propósito comenzado.

Continuando, pues, su camino con este fervor y diligencia mereció alcanzar de Nuestro Señor otro favor mayor que el pasado; porque de ahí a un año la visitó la siempre Virgen amadora de las vírgenes con el niño Jesús en los brazos, la cual traía consigo a su Hermosa y a Santa Catalina de Sena y a nuestro Padre Santo Domingo; y decía Nuestra Señora a estos santos que les quería mostrar una nueva sierva que su Hijo tenía; entonces ella, postrada a sus pies, le suplicaba la hiciese verdadera sierva suya y a los santos pedía la ayudasen a dalle gracias y le alcanzasen su verdadero amor y temor para que nunca le ofendiese: y Nuestra Señora aceptó con mucha benignidad esta petición y, en señal de tomarla su Hijo por su sierva, quitó un anillo que en el dedo traía el Niño y le puso en el dedo de esta virgen. Entonces ella juntamente con los santos tornó a dar gracias a la Virgen y encomendarse a los santos y especialmente a su Hermosa, lo cual ella aceptó de muy buena voluntad. Este fue el tercero aparecimiento que tuvo dos o tres años después de la profesión y tras éste se siguieron otros más frecuentes. Este anillo se dio a esta virgen en prendas y testimonio del amor que el Esposo le tenía y del que quería que ella tuviese a Él. Este anillo dijo ella que tenía cinco piedras preciosas: las tres bermejas y las dos blancas; y pensando ella que las otras religiosas lo veían, andaba escondiendo la mano, mas una prudente religiosa, entendiendo algo de lo que era, le dijo que no trabajase por esconder la mano, porque nadie veía lo que ella veía.

Preguntada si después de esto había entervenido algún desposorio, como se escribe de Santa Catalina, respondió que la profesión había sido el desposorio; mas estas dos cosas susodichas con otras que adelante se dicen parece haber sido ratificación y confirmación de este desposorio.






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Capítulo IV

De las tentaciones con que Nuestro Señor quiso ejercitar y probar la fe y constancia de esta virgen


Escribe San Gregorio en los Morales que hay tres estados en los cuales los hombres sirven a Dios, que son principio, medio y fin. Y dice él que en el principio hay regalos y dulzuras espirituales con que el Señor prende los corazones de los que de nuevo se convierten a Él, porque de otra manera luego se volverían al mundo; mas en medio del camino hay batallas y tentaciones que se levantan contra los que no han hecho raíces firmes en la virtud; pero al fin se sigue la perfección de una hermosa victoria de todas las batallas pasadas. Pues esta misma orden quiso Nuestro Señor que se guardase en la vida de esta virgen, para que, después de la dulce leche de los regalos y amores pasados, viniese a comer, según dice, pan con corteza y hacerse capaz de mayores dones, porque la virtud crece con los trabajos y cobra con ellos fuerzas para cosas mayores, como dice el Apóstol. Pues por esto permitió el Esposo que esta virgen padeciese grandísimas tentaciones de los demonios, los cuales le decían que dejase aquel modo de vida, que había escogido, de querer en todas las cosas ofrecerse a Cristo, porque no había de perseverar en el amor; que la había siempre de perseguir hasta quitarle la vida. Y fueron tantas y tan grandes las tentaciones que le armaron que no se pueden contar. Porque le aparecían visiblemente en torpísimas figuras, mas ella los aborrecía a todos y se volvía contra sí misma, armándose contra sus enemigos con ayunos y disciplinas y otras asperezas corporales; pero lo que más sintía era que el Esposo se apartara de ella. Y estando una noche, después de pasados muchos días en estas batallas, le sobrevino una nueva luz la cual de tal manera unió su corazón y voluntad con la del Esposo que dijo estas palabras: «Oh, dulce Señor mío, si fuese necesario que para loor y gloria vuestra padeciese yo estos trabajos y otros mayores hasta el día del juicio, con grande alegría y contentamiento lo sufriría, con tanto que Vos no fuésedes ofendido; porque ¿qué tormento hay en la vida por grande que sea que merezca la menor de vuestras consolaciones?» Acabadas estas palabras, fue luego esclarecida su celda con una grande luz y en medio de ella vio a Nuestro Señor bañado en sangre el cual le decía: «toda esta, sangre derramé por tu amor». Ella entonces cayó en tierra y abrazando sus pies y derramando muchas lágrimas sobre ellos le dijo: «¿cómo, Señor mío, me dejaste así tan sola en medio de tantos enemigos?» A la cual Él respondió: «ahí estaba contigo en lo íntimo de tu corazón, ca yo era el que hacía que no consintieses en esos malos pensamientos, mas antes los aborrecieses». Y estuvo entonces el Esposo con ella por algún espacio dándole doctrina y enseñándola cómo había de vivir y conversar, porque Él fue su maestro, su camino y su guía; por lo cual no es maravilla que saliese buena discípula la que tuvo tal maestro. Mas, no contento con el ayuda de la doctrina, acrecentó otra cosa más admirable y más nueva; porque, deseando purificar más y más la alma que Él tomaba por esposa, le ató una cuerda, no material sino espiritual, por la cual tiraba el Esposo las veces que ella se descuidaba en alguna cosa, y luego era interiormente reprehendida; en lo cual se ve la grandeza de la bondad y providencia paternal de Nuestro Dios y el deseo de nuestra santificación, pues teniendo a cargo la gobernación de todos los reinos e imperios del mundo, con todo esto, está atento a todos los pasos de esta virgen para que, en descuidándose en algo, luego lo avise y reprehenda tirándole por esta manera de cuerda; en lo cual se verá qué pureza habrá allegado esta virgen, tiniendo tal manera de ayuda para ella.




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Capítulo V

De las oraciones y vigilias y otros ejercicios con que esta virgen se desponía para agradar al Esposo


Encendida ya nuestra virgen con estos favores en el amor del Esposo, no contenta con esto, deseaba mucho más crecer en este amor y para esto determinó de entregarse a todos los ejercicios y trabajos de las virtudes que sirven para alcanzar la perfección de este amor, en el cual consiste aquel bien universal que ella siempre deseó. Porque, como dice la divina Sabiduría, los que come[n] de mí tendrán más hambre y los que beben padecerán más sed. Porque con la suavidad y dulcidumbre de ella cuanto más gustaren de esta sabiduría tanto más la desearán y este deseo es como la raíz y fundamento de todo lo que después se sigue. Conforme a lo cual dice el Sabio que el principio de la sabiduría es un deseo muy encendido de ella y así lo expirementó el mismo Sabio, cuando dijo: deseé y fueme dado conocimiento y sentido; invoqué, esto es, llamé a Dios y fueme dado el espíritu de la sabiduría. De manera que primero puso el deseo y de este deseo se siguió luego el clamor de la oración, pidiendo por ella el cumplimiento de este deseo, y esta manera de oración es uno de los principales medios por do se alcanza la gracia y con ella todas las virtudes que de ella proceden; por donde dijo San Agustín: «ninguno creernos que viene a la salud, si Dios no le llama; y ninguno, después de llamado, obra lo que conviene para esta salud, si Dios no lo ayuda; y ninguno alcanza esta ayuda, si no la pide por oración». En las cuales palabras declara este santo doctor cuán importante instrumento sea la devota oración para todo lo que conviene a nuestra salud. Porque bien sabía este santo que los sacramentos dan gracia y que las buenas obras hechas en caridad merecen el acrecentamiento de ella y, con todo esto, no hace aquí mención más que de solamente la oración, para dar a entender cuán familiar y eficaz medio sea éste para alcanzar todos los bienes. Enseñada pues nuestra virgen por el maestro celestial, de tal manera ordenó su vida que toda ella fuese una perpetua oración. Y así, después de haber cumplido con las obligaciones de la obidiencia, todo el tiempo que le sobraba gastaba en oración; mas el principal tiempo que para esto tomaba era el de la noche en su celda, en la cual tiene una cruz grande en la cabecera de su cama, la cual dice que es de su Esposo; y otra tiene al lado de ella, o encima de ella, a la cual llama su esposa. Esta tuvo primero de cuatro o cinco palmos en largo, y atábala consigo cuando dormía, y así dormía abrazada con ella. Después mandó hacer otra que agora tiene conforme a su estatura, con la cual acostumbra abrazarse casi siempre, cuando en la celda se pone en oración, echando sus brazos encima de los brazos de la cruz, ora esté en pie, ora postrada con ella.

Y algunas veces, cuando la carne dibilitada y desvelada con largas vigilias pide su derecho y la combate con el sueño en la oración, se ata en pie con esta cruz para lo vencer; y vez le aconteció estar tres horas en oración con grande trabajo haciendo fuerza a la naturaleza; y estando en esto, vino el Esposo y soltando ella su cruz que en los brazos tenía, se abrazó con una que traía el Esposo, y allí le dijo Él muchas cosas con que le dejó esforzada y consolada.

Mas no piense nadie que el amor grande que esta virgen tenía a la cruz es a sola la figura de ella, sino este amor principalmente es a lo que se entiende por la cruz, que son los trabajos que el Señor padeció en la cruz y el deseo encendidísimo de la imitación de ellos que esta virgen tuvo en sumo grado de perfección, porque a este amor de la cruz la exhortaba y animaba siempre el Esposo con muchos aparecimientos admirables, como adelante veremos; y no sin mucha razón, porque, a la verdad, la llave y la summa de todo nuestro aprovechamiento consiste en el amor de los trabajos que se requieren para caminar de veras a la perfección. De aquí nace a los grandes amadores de Dios un muy encendido deseo de padecer trabajos por su amor y como no hallan otros más a mano que el volverse contra su carne y contra su propria voluntad, quebrantándola y castigándola y mortificándola en todas las cosas, vienen a hacer de ella un sacreficio vivo para agradar a Dios y para padecer algo de su amor. Porque, como Santa Catalina de Sena decía, así como el que ama a Dios aborrece tanto el pecado cuanto ama al mesmo Dios, así después del pecado aborrece también santamente su propria carne y propria voluntad como a seminarios e incentivos de todos los pecados. Y por esto, si a ella fuera posible y no le fuera a la mano la obidiencia, en este rigor de castigar su cuerpo, no hubiera trabajo que rehusara por esta causa.

Mas volviendo al propósito de la oración, el tiempo más principal que para esto tiene es (como dijimos) el de la noche, y al principio de ella duerme un poco para ir a los maitines; y, si se pone en oración, olvídase allí, y algunas religiosas, como saben esto, acuden a decirle que se acueste; pero después de maitines no duermen más sino está en oración hasta la mañana; y si le mandan quedar de maitines, vela en oración hasta la media noche. Y en este espacio y en otros que ella toma procura tener cada día siete horas de oración, las cuales ni agora pierde con las ocupaciones del oficio, ni con las visiones de muchas personas principales que no se pueden excusar, por ser ella perlada, puesto caso que en ellas nunca pierde la unión del amor divino que es la más perfecta oración; ansí ordinariamente está en estas visitaciones más con el cuerpo que con el espíritu, porque la fuerza y suavidad del amor violento que la tiene presa no la deja divertir a otra cosa. Ocupábase también en este tiempo en leer libros devotos y sacar de ellos las sentencias que más devoción y edificación le podían causar y señaladamente se deleita tanto en el libro de los Cantares y gusta tanto de él como si para ella sola se hubiera escripto; porque, como ella arde en amor, así todas las palabras de él son como astillas que encienden más este fuego en su corazón; y sábelo cuasi de coro y entiéndelo aunque está en latín, porque, como dice San Bernardo, «el lenguaje de amor, como es bárbaro a los que no aman, así es muy fácil de entender a los que arden en este amor».


I. [El ayuno, compañero de la oración]

Compañero de la oración es el ayuno que, aliviando el cuerpo de la carga del mantinimiento, hace el ánima ligera para volar a lo alto; y así estas dos virtudes son como dos alas para volar al cielo. Las cuales nos declaró por su ejemplo aquella Santa Ana profetísima del Evangelio, de quien escribe San Lucas que nunca se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones día y noche. Fue, pues, nuestra virgen tan dada a esta virtud que por ella padeció muchas contradiciones como arriba dijimos. Y con todo esto, en lo público se conformaba con lo ordinario de la comunidad, sin hacer cosa en que diese nota de singularidad; con esto ha llegado su abstinencia a términos de tener perdido el gusto de los manjares de tal manera que por el gusto no discierne entre unos manjares y otros. Y una vez, estando ella muy flaca, le hizo la perlada hacer una almendrada diciendo que era leche (de que ella suele ser amiga), sin entender lo que era. Verdad es que esto en ella no nace tanto de la virtud de la abstenencia, cuanto de la suavidad y violencia del amor del Esposo, el cual suspende y atrae a sí todos los espíritus y fuerzas del ánima y las convierte en amor, como hace un grande fuego que todo cuanto le echan, aunque sean cosas contrarias, las convierte en fuego. De aquí procede recibir ella grande pena cuando se llega la hora de pagar este tributo a este miserable cuerpo; y así es muy poquito lo que come cuando está en la mesa con las riligiosas, de lo que ellas, como la aman intrañablemente, se desconsuelan, y ella también se desconsuela, sintiendo la desconsolación de ellas; y ha llegado el negocio a términos que su padre confesor le da en penitencia sacramental, que coma y haga en esto fuerza a la naturaleza.

Estos ejercicios de ayunos y oraciones son los primeros medios con los cuales se disponen los que comienzan a servir a Dios para alcanzar su gracia, en los cuales se ejercitaba siempre esta Santa profetísima Ana de la que arriba hecimos mención. Mas los cristianos en este tiempo de la ley de gracia tenemos otro singular medio para alcanzarla, que es el uso de los sacramentos, por los cuales se nos aplica la virtud y gracia de la Pasión de nuestro Redentor, entre los cuales el sacramento del altar es el que por excelencia se llama Eucaristía, por razón de la abundante gracia que por él se da al que para ella se dispone, y una de las principales disposiciones que para este sacramento se requieren es el hambre y deseo de este pan celestial.

Pues cuán grande haya sido y cuán extremada esta hambre de nuestra virgen y cuantas invenciones y diligencias buscaba para comulgar y cuán admirables y extraordinarios hayan sido los favores y regalos que en esta parte Nuestro Señor le ha hecho no hay palabras con que se pueda explicar. Porque como todos los intentos y deseos de esta virgen haya sido unirse con su Esposo y en este divino sacramento el ánima se junta con Él y aquí se consuma este matrimonio espiritual, de aquí resulta un tan grande amor y suavidad que sólo aquél que lo recibe lo podría sentir, mas no la podría explicar. Y así vemos ser tan grande la suavidad y amor que esta virgen recibe en la sagrada comunión que todas las veces que comulga pierde el uso de los sentidos y llega esta devoción y amor a tanto que, de sólo ver dende el coro comulgar algunas personas en la iglesia, sale de sí con soledad y deseo de gozar de este tesoro. Y así todas cuantas veces le es posible recibe este divino manjar, no sólo cuando el convento comulga sino también cuando algún sacerdote entra en el monesterio a dar la comunión a las dolientes de cama, otras veces ruega a la señora vecina suya que pida para sí y para algunas religiosas algún confesor, y entre ellas comulga ella. Y viendo que los perlados (antes que recibiese la gracia de las llagas) no le daban tantas liciencias como ella deseaba, quejóse al Esposo de que sus perlados la mataban de hambre y Él la consoló diciéndole: «no te fatigues que ellos mismos vernán a darte lo que tanto deseas». Y así subcedió, como le fue prometido. Mas ella les echó una gran maldición diciendo: «plega a Dios que así se vean, tan muertos de hambre como yo, los que así me matan». Donde pudieran ellos con mucha razón decir: «plega a Dios que esa maldición nos comprehenda». Y algunas veces acaeció, queriendo la perlada inducirla a que comiese alguna cosa necesaria para su indisposición y flaqueza, prometiéle que le negociaría para otro día una comunión; aceptó ella este partido, aunque toviese grande fastidio diciendo aquellas palabras de San Pedro: «non tantum pedes meos, sed et manus et caput».

Finalmente es tan grande la devoción que tiene a este Santísimo Sacramento que cualquier cosa que pertenece a él, como es una casulla o una estola del sacerdote, basta muchas veces para causar en ella alienación de los sentidos. Pues ¿qué diré del cáliz? Cuando le daban el lavatorio, después de haber comulgado, abrázalo tan fuerte que no hay quien se lo saque de las manos, y a veces lo lleva consigo abrazado hasta el coro. Y no sólo en esta ocasión, sino, si el sacerdote le pide el cáliz para decir misa, en tomándole en la mano, queda alienada y por eso manda a alguna monja que lo dé para excusar este inconviniente. Mas de esta materia trataremos adelante en su proprio lugar; pero quise juntar aquí estos tres ejercicios de las oraciones y ayunos y uso de sacramentos de esta virgen para que por aquí se entienda a cuán alto grado de caridad y gracia llegaba ella, pues tan extrema fue en estos tres ejercicios que nos disponen para alcanzarla.






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Capítulo VI

De la humildad de esta virgen


Agora será necesario tratar de las virtudes que por estos ejercicios susodichos se alcanzan, porque ésta es la moneda de precio que corre entre Dios y los hombres y vale mucho más que revelaciones y milagros que se compadecen algunas veces con pecados. Y en este lugar, aunque no sea proprio de la historia divertirse mucho a tratar de moralidades, no dejaré de apuntar aquí un engaño general que se halla muchas veces en las personas que se han ofrecido al servicio de Nuestro Señor; muchas de las cuales emplean toda su diligencia y caudal en estos tres ejercicios susodichos, olvidándose de la mortificación de sus pasiones y del estudio de las virtudes; ni les parece que es agradable a Dios sino lo que se hace alrededor de los altares. De aquí nace que, si la obediencia les ocupa en algún oficio trabajoso o la caridad los llama para acudir a las necesidades del prójimo, están para esto muy pesados, diciendo que con estos ejercicios exteriores se interrumpe y corta el hilo de su devoción. Otros hay que con todos estos ejercicios están muy enteros en su propria voluntad; otros, impacientes y fáciles en la ira y muy amigos de sus pundonores; otros son apretados para socorrer a las pobrezas de sus prójimos, por ser muy amigos de su hacienda. Sepan, pues, todos éstos que no han atendido el armonía y orden de la doctrina cristiana la cual ordena aquellos tres ejercicios que arriba dijimos para mortificar las pasiones y alcanzar las virtudes y socorrer a las necesidades de sus prójimos; ca por esto dijo el Salvador: no todo aquel que me llama Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre. Y por el profeta Esaías y Zacarías no aprueba los ayunos de su pueblo, porque no iban acompañados con justicia y obras de misericordia, la cual agrada tanto al Padre de las misericordias que dice el profeta Oseas: misericordia quiero y no sacreficio; y con pertenecer el sacreficio a la gloria de Dios y la misericordia al bien de los prójimos, es este Señor tan amigo de la misericordia que antepone esta virtud de su sacreficio. Por donde entenderán los que, ocupados en sus devociones, no trabajan por alcanzar las virtudes que son semejantes al enfermo que usa de purgas y sangrías y no consigue la salud para que estas medicinas se ordenan.

Y para mayor inteligencia de este tan importante aviso declararé aquí cómo toda la santidad y justicia de la vida cristiana consiste en aquellas tres cosas que el profeta Miqueas (después de haber preguntado con qué cosas agradaríamos a Dios) finalmente concluye con estas tres cosas. Dice: mostrar ti he, oh hombre, cuál sea el verdadero bien y lo que Dios quiere de ti, esto es, hacer juicio y amar la misiricordia y andar solícito y cuidadoso en el servicio de tu Dios. Pues en estas tres partes consiste la suma de la verdadera santidad y justicia, de las cuales una pertenece a Dios y otra a sí mismo y otra al prójimo. Y entre ellas la más principal es la que pertenece a la honra de Dios, al cual honramos amando su bondad, reverenciando su Majestad, confiando en su misiricordia, poniendo en Él nuestra bienaventuranza, alabando sus grandezas, pensando en las maravillas de sus obras, dándole gracias por sus beneficios, obedeciendo a sus mandamientos, y, finalmente, haciendo los actos que pertenecen a la virtud de religión, que son asistir a los divinos oficios y continuar la oración, uso de sacramentos y otras obras semejantes, que pertenecen al culto de Dios, lo cual todo significó este profeta cuando nos enseñó a andar solícitos y cuidadosos en el servicio de Nuestro Dios. Mas la segunda parte de esta santidad consiste en hacer juicio, esto es, que no vivamos conforme a nuestros apetitos y proprias voluntades sino conforme al juicio de la razón y de la palabra de Dios. La tercera parte pertenece a nuestros prójimos, la cual significó el profeta cuando nos manda amar la misiricordia, en la cual se comprehenden todas las obras de misiricordia, así corporales como espirituales. Pues resolviendo esta materia digo que el engaño de muchas personas consiste en que procuran ocuparse en aquella primera parte de justicia que pertenece al culto de Dios, como la más principal; y, contentos con esto, olvídanse de las otras dos partes que consisten en la mortificación de sus pasiones y proprias voluntades y en las obras de misiricordia lo cual es un grande engaño, como arriba está declarado, y como las palabras de este profeta nos lo declaran, pues todas estas partes de justicia nos pide Nuestro Señor.

Presupuesto este breve aviso, trataremos agora de las virtudes de esta esposa, comenzando por la virtud de la humildad, que es raíz y piedra fundamental de todas las otras virtudes, las cuales quien quiere alcanzar sin humildad es como el que eleva el polvo contra la fuerza del viento que todo le cae en los ojos, porque virtudes sin humildad no son virtudes, sino materia de vanidad.

Deseaba pues esta virgen grandemente alcanzar esta virtud viendo que era uno de los principales medios para alcanzar la divina gracia, conforme a lo cual dice San Agustín en los libros de Doctrina Cristiana que quien leyere las Santas Escripturas hallará que virtualmente en cada hoja está escripto que Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da su gracia. Y el mismo santo, alabando esta virtud, dice que la Virgen Nuestra Señora agradó a Dios con la virginidad, mas que lo concibió con la humildad. Pues deseando nuestra virgen mucho esta virtud y pidiéndola con mucha instancia al Señor de las virtudes, fuele mostrado en visión un hombre muerto tendido en el suelo y muy desharrapado, y que otros hombres pasaban por encima de él y le pisaban; y fuele respondido que tal había de ser como éste el que fuese verdaderamente humilde, tiniendo un ánimo dispuesto y aparejado para ser hollado y maltratado de todos.

Conforme a esto, se cuenta de esta virgen que había en su monesterio una madre muy anciana, la cual todas las veces que veía a esta virgen la maltrataba de palabras, tomando para ello motivo de los ayunos, oraciones y asperezas de su vida. Aconsejóle entonces una grande amiga suya que no se encontrase con esta vieja, pues la trataba tan mal; a esto respondió la virgen: «¿esto me habéis vos de aconsejar?, ¿tengo yo otro tesoro sino ése?» Continuando la vieja sus palabras y viendo la humildad y mansedumbre de la virgen con que las sufría, convertió la indignación en amor y las palabras ásperas en amorosas. Como esto vio la virgen, disistió luego de tal compañía, porque no hallaba allí lo que antes le agradaba. Esta virtud de la humildad era en ella tan noble que, aun siendo novicia, procuraba muchas veces limpiar los lugares más sucios del monesterio, de modo que no contenta con el afecto de la humildad interior, también procuraba serlo en todas las cosas exteriores. Y así, siendo refitolera, no contenta con la bajeza de este oficio, extendíase a más de lo que debía; porque, quitándose los hábitos de encima, ponía delante de sí un lebrillo de agua y un gran estropajo y, andando de rodillas, lavaba todo el suelo del refitorio de cabo a cabo, como lo pudiera hacer una negra de grandes fuerzas, siendo ella tan dilicada. Y las que así se humillan levanta el rey del cielo para tomar por esposas.

Recibía otrosí grande pena cuando le tenían en cuenta de buena, y trabajaba cuanto le era posible por encubrir sus cosas, acordándose de aquella sentencia de San Bernardo el cual aconseja al buen religioso que tenga escriptas aquellas palabras del profeta: Secretum meum mihi, secretum meum mihi.

Mas después que se publicó el favor y gracia de las llagas con que el Esposo quiso señalar esta su esposa, han sido muchas las cartas de señores de título y señoras que de diversas partes de España le han inviado y las visitaciones por otra parte de personas nobles que desean en una criatura ver las insignias de su criador. Preguntada, pues, cómo se había con estos favores del mundo respondió que estaba en ellos tan insensible como una piedra; y, preguntada si alguna vez era tentada de vanagloria, respondió sonriéndose, que la vanagloria era pura necedad. Esto dijo como persona que con clarísima lumbre del Espíritu Santo entendía que todo lo bueno era dádiva graciosa de la mano del muy alto, y que de sí no tenía más que nada y pecado, que es ser nada y menos que nada.

En esta virtud la confirmó también el Esposo con una maravillosa visión. Porque, estando ella el tercero domingo después de Pascua recogida en su celda, queriendo rezar nona, aparecióle el Esposo con grande resplandor y ella (como suele) derribóse humildemente a sus pies, y asentado Él y ella puesta de rodillas rezando esta hora, llegando a la antífona que dice: noli flere, Maria, alleluya, et coetera, que quiere decir: no llores, María, porque el Señor es ya resucitado, comenzó ella a derretirse toda en lágrimas y llorando dijo la capítula y los versos y la oración que comienza: Deus qui in filii tui humillitate et coetera, que quiere decir: Dios Padre, que levantaste el mundo caído con la humildad de tu Unigénito Hijo, et coetera. Acabada la oración, dijo el Esposo: «abraza tú esa humildad mía, porque haciendo así yo te prometo que nunca de ti me apartaré». Y, dicho esto, echóle su bendición y fuese y ella quedó de esto grandemente consolada con esta promesa, porque ella sin el Esposo no puede vivir.

Piense, pues, agora aquí el ánima humilde qué haría o qué sentiría esta virgen con un favor de Dios tan señalado y cuánto crecería más en ella el amor de el Esposo que así la visitaba y enseñaba y prometía su favor y asistencia.

Mas, porque la prueba de la fina y verdadera humildad se conoce más en sufrir las injurias que en menospreciar las honras (pues muchos pueden lo uno y no así lo otro), no faltaron ocasiones a esta virgen para esta prueba. Mostráronle una carta de un teólogo de nombre, el cual, vistas algunas relaciones, que andaban escriptas, de las virtudes de esta virgen, y, preguntado qué le parecía de lo que contenían, respondió que todo era ilusión y engaño del demonio; y esta fama se extendió por la ciudad donde este padre estaba y también pasaría adelante, por ser él persona de cualidad y letras. Sabido, pues, esto por la virgen dio muchas gracias a Nuestro Señor, diciendo que esto era lo que ella siempre había deseado, que era padecer algo por su amor, y sobre todo escribió una carta a un padre espiritual con quien ella trataba sus cosas, un pedazo de la cual me pareció engerir aquí para testimonio de la verdad. Dice pues así:

«Loado sea Dios con todo, porque Él sólo es poderoso en el cielo y en la tierra y puede cuanto puede y sin pedir consejo a nadie hace sus obras suavemente. Vuestra paternidad me encomiende a Él que yo no le ofenda, y diga el mundo lo que quisiere, porque más dijeron de Él y de sus siervos. Yo estoy muy contenta porque tengo lo que siempre deseé, que es padecer alguna cosa por su amor. ¡Oh, quién fuera tan dichosa que mereciera perder la vida y cien mil vidas si las toviera por Él! Y con todo esto no hiciera nada, porque siervos inútiles somos. El Esposo digno de ser amado, servido y tenido nos enseñe a hacer en todo su santísima voluntad y Él dé a Vuestra paternidad ansí mismo.» Hasta aquí son palabras de la carta que brevemente declaran el ánimo humilde de esta sierva en esta pública infamia y deshonra.

Pero otra prueba hay más fina de esta virtud, porque fue ocasionada por un padre grave de su misma orden, el cual, viendo las apariciones tan cuotidianas del Esposo a esta virgen, estaba un poco dubdoso de la verdad de ellas. Y no es esto de maravillar, pues el Padre Fray Raimundo, confesor de Santa Catalina de Sena, también lo estuvo por esta misma causa, hasta que fue desengañado por un especial milagro que para esto intervino. Pero no es menor desengaño el de la verdadera humildad, para conocer la fineza de la virtud y la verdadera revelación, por la cual este padre quedó muy desengañado, ca vino a darle a esta virgen una gravísima reprehensión, siendo ella inocente, donde, entre otras cosas muy lastimeras que le dijo, una fue que estaba muy dubdoso de sus revelaciones, porque Satanás muchas veces se transfigura en el ángel de luz y ha engañado a muchos, así en los tiempos pasados como en los presentes. A fray Rufino, uno de los principales compañeros del Padre San Francisco, apareció en figura de Cristo Crucificado, exhortándole a que dejase la compañía del santo y abrazase la vida solitaria. A uno de aquellos padres de Egipto que tenía un hijuelo apareció en la misma figura y le persuadió que sacrificase este hijo y que merecería lo que Abraham cuando quiso sacrificar el suyo. A otros en nuestros tiempos hizo creer que habían de ser Papas y otros que ellos habían de reformar la Iglesia; y así a otros engañó con revelaciones falsas. Por lo cual dice San Buenaventura que las revelaciones más han de ser temidas que deseadas por los engaños y ilusiones que pueden intervenir en ellas, y no es de todos saber discirnir entre las falsas y verdaderas. Y puede ser que vos también seáis engañada como otros muchos; y siendo así (como sea verdad lo que Cipriano dice que el engaño y la mentira no pueden durar mucho, porque finalmente la verdad prevalece y la mentira se descubre), ¿en qué podéis vos parar sino en ser fábula del mundo, y ser tenida por otra Magdalena de la Cruz? Estas y otras afrentosas palabras le dijo este padre y todo el tiempo que en este vejamen gastó, ella estuvo tan mansa como una cordera y ninguna otra cosa hizo sino derramar muchas lágrimas, ni habló una sola palabra en descargo y defensa suya, porque pudiera ella cortesmente decir: «padre, vos no sois mi perlado, ni mi confesor, ¿por qué me tratáis tan asperamente y me juntáis con Magdalena de la Cruz, que tan mal nombre dejó en el mundo?» Nada de esto dijo sino solas las lágrimas dio por respuesta; y (lo que es cosa de mayor edificación) otro día, en pago de esta afrenta, le envió un cestico de mazapanes y unas disciplinas que este padre le había pedido, y una carta de grande agradecimiento y humildad la cual me pareció digna de ponerse aquí. Decía pues así:

«Reverendísimo padre: Sabe el divino Esposo cuanto estimé la merced que vuestra paternidad me hizo el otro día; y ahora acabo de creer que el amor que le tengo merece el que vuestra paternidad me tiene, pues como padre, que huelga de yo acertar, me avisa de lo que me conviene. Yo pido a Nuestro Señor dé vida a vuestra paternidad y fuerzas para que siempre me muestre el camino de la verdad, porque quien me reprehende quiere que yo acierte. Las disciplinas que dé a vuestra paternidad ansí mismo y larga continua morada en esa ánima.»

Por esta carta, con todo lo demás que aquí está dicho, verá el prudente lector cuán poco pudieron levantar el corazón de esta virgen los humos de perlada y los vientos de los favores de Sus Majestades y las cartas y visitas de grandes señores y príncipes (de que arriba hecimos mención), pues tan poca mella hicieron en su corazón. Y no menos se reconocerá también aquí la condición del espíritu de Cristo tan ajeno de toda pertinacia y soberbia y lleno de mansedumbre y humildad. También se verá aquí la suavidad y blandura de aquel corazón que se ofreció a tomar una disciplina, porque no la tomase el que tan ásperamente la había disciplinado. Pues con esta tan grande humildad y mansedumbre quedó este padre susodicho más certificado y confirmado en las cosas de esta virgen que con cuantos milagros se cuentan de ella, porque no es posible permitir Nuestro Señor que tenga lugar el príncipe de la soberbia en el corazón donde mora tanta humildad.




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Capítulo VII

De la mansedumbre de esta virgen


Hermana de la humildad es la mansedumbre, las cuales dos virtudes juntó en uno el Salvador cuando dijo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y así las juntó la Santa Judit, cuando hablando con Dios dijo: tú, Señor, eres a quien siempre agradó la oración de los humildes y mansos. Y de esta virtud es muy alabado Moisén, el cual escribe de sí mismo que era el más manso de todos los hombres que moraban sobre la tierra. Pues ¿qué diremos aquí de la mansedumbre de Nuestro Salvador el cual, siendo consumado en todas las virtudes, es alabado sobre todas ellas de ésta? Por la cual causa San Juan Bautista le llamó Cordero, y así también le llama en su Apocalipsis el evangelista, y antes de ellos le llamó por este nombre el profeta Esaías, en el cual profeta el Padre eterno engrandece la mansedumbre de Él con dulcísimas palabras. Resplandeció tanto esta virtud en la vida de este Señor que de aquí tomaron ocasión los fariseos para caluniarle, poniéndole delante de una mujer recién comprehendida en adulteterio, pareciéndoles que de boca tan mansa no podía salir palabra de condenación, por donde quedaría Él condenado, pues daba la vida a quien la quitaba la Ley.

Fue, pues, esta virgen tan extremada en esta virtud y resplandeció tanto en ella que parece escurecer ella las otras virtudes suyas, ca juntándose la gracia con su natural mansedumbre, vino a criarse en ella una mansedumbre extremada; porque, así como el santo Job dijo que del vientre de su madre había sacado consigo la compasión y misericordia, así podemos decir de esta virgen que del vientre de su madre sacó una natural mansedumbre, la cual perficionada con la gracia (que no distruye sino perfecciona a la naturaleza), vino a hacerse una tan perfecta mansedumbre que apenas sabía qué cosa fuese ira. Y porque esta virtud (como dice el Sabio) hace amables a los hombres (y aún si decir se puede, a los mismos animales, cuando son muy mansos), de aquí procedió ser ella como lo es tan amable de todas y mucho más de sus riligiosas, que más familiarmente la tratan; porque es cierto cosa notable que, habiendo en este su monesterio sesenta religiosas y muchas servidoras, no se hallará entre ellas persona que de ella se queje y que no la ame intrañablemente.

Mas no sólo a los hombres sino mucho más al Esposo celestial hizo amable esta su esposa porque, como la semejanza sea causa de amor y Él sea (como dijimos) tan alabado en las Escripturas de manso cordero, no puede dejar de amar grandemente a la que ve tan semejante a Sí. Y algunas veces se me ha representado que una de las principales causas del grande amor que el Esposo con palabras y obras ha mostrado a esta su esposa ha sido esta tan extremada mansedumbre en que tanto se parece con Él. Y creo que hasta agora nadie habrá que la haya visto algunas veces airada; solamente se cuenta una manera de ira, que no fue ira sino celo de la religión; porque, haciéndose en el convento una casa de labor y quiriendo algunas religiosas que se hiciesen en ella algunos armarios donde pudiesen tener algunas cosillas debajo de llave (contra el estilo de aquella santa casa donde ninguna tiene llave), ella salió con grande ímpetu diciendo que tal no se había de hacer ni alterarse nada de las buenas costumbres en que todas se habían criado, amenazándolas con el Esposo, si tal cosa se hiciese, y así no se hizo.

Y en el tiempo que andaba esta obra, siendo víspera de San Juan Baptista, le presentaron de fuera un corderico, estando ella mirando los oficiales de la obra. Tomando, pues, ella el corderico en los brazos y acordándose de la mansedumbre del verdadero Cordero, luego quedó alienada sin querer el corderico apartarse de ella. Y viendo esto los oficiales y espantándose de aquel rapto, comenzaron a llorar con grandes sollozos y suspiros viendo la figura devotísima en que la virgen había quedado en este rapto.




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Capítulo VIII

De la simplicidad de esta virgen


Mas dejemos ya la mansedumbre y tratemos de la simplicidad que es también compañera y hermana de la humildad. De esta virtud de la mansedumbre no pongo aquí ejemplos ni cosas particulares porque toda su vida es una tela de perpetua mansidumbre, ni por eso pierde el rigor y entereza que se requiere para la administración de su oficio, porque lo que niega la natural condición de su mansedumbre suple la discreción y el temor de Dios que la obliga a hacer justicia, porque para esto sirve la mortificación y negación de sí mismo. A lo uno y lo otro nos encomendó el Salvador cuando puso aquel niño en medio de los discípulos diciéndoles que si no se hacían como los niños, no entrarían en el reino de los cielos. Y porque es propria de los niños la simplicidad, ajena de toda malicia, ésta nos encomendó el Maestro del cielo debajo de esta comparación de niños, de la cual alabó Él mismo al santo Job, diciendo que era varón simple y recto y temeroso de Dios. A esta virtud nos exhorta el apóstol San Pedro cuando quiere que seamos tan sincillos como los niños recién nacidos. Mas el apóstol San Pablo con la simplicidad de niños junta la prudencia de viejos y así dice él que en la malicia seamos niños, mas en el juicio y sentido de las cosas seamos hombres perfectos. Lo mismo nos aconseja el Salvador cuando dice que seamos prudentes, como serpientes y simples como palomas. Y no es pequeño negocio, ni pequeña gracia juntar estas dos virtudes en un mesmo sujeto; mas el que pobló este gran mundo de cuatro elementos contrarios y los puso en paz y concordia, es también poderoso para juntar estas dos virtudes, que parecen contrarias, en un corazón, como realmente las puso en esta virgen. Porque su discreción y prudencia es tal que, no tiniendo la edad que el concilio pide para ser perlada, el padre Provincial con todos los padres de consejo fueron de parecer que se propusiese para este cargo, no sólo por su virtud que era muy notoria sino por su prudencia y discreción; y así fue electa por sus religiosas en perlada, un año antes que recibiese las llagas.

Mas la simplicidad y sinceridad suya exprimentan cuantos la tratan porque no ven en ella ningún género de malicia, ni astucia, ni doblez ni sospecha de nadie; antes, si un defecto le cuentan de alguna persona, procura contarlo y echarlo a la mejor parte. De todos siente bien y de ninguno mal; su conversación es llana, humilde, alegre y sin alguna sombra de singularidad o de hipocresía o de fingimiento o de recatamiento demasiado. Porque (como dice el Sabio) quien anda simplemente anda confiadamente, sin temer mal de nadie, es su vida y ánima como una fuente clara que descubre hasta las arenicas muy pequeñas que están debajo de ella; o como una casa abierta por todas partes, donde quien está de fuera ve cuanto hay dentro de ella, sin haber cosa escondida o solapada. De donde resulta que todos cuantos la ven y hablan con ella, aunque hayan antes dubdado de sus cosas por ser tan grandes, salen de ella no sólo desengañados sino también edificados y devotos, porque como la virtud y la verdad tenga tanta fuerza ven claro que en aquel pecho tan abierto no hay doblez ni fingimiento sino pureza y simplicidad.

Vese también esta simplicidad en lo que aquí diré. Saben todos el amor grande que esta virgen tiene a la cruz (a la cual llama su esposa, con la cual un tiempo dormía abrazada como arriba dijimos). Entienden pues sus devotos que le hacen un presente muy agradable cuando le ofrecen algunas cruces pequeñas; y, por muchas que le den, nunca se harta de ellas y trae el seno lleno de cuantas en él caben, y con grande simplicidad y alegría las llama sus espositas. Y de la manera que, cuando era niña, se alegraba y andaba abrazada con sus muñecas, así agora se alegra y anda abrazada con estas sus espositas; y, si algunas de ellas le piden, dala con dificultad; pero, ya que la da, es con mucha alegría, como quien da una cosa que mucho ama; lo cual todo es muestra de su simplicidad y del amor grande que tiene a la cruz de su Esposo.

Vese también esta simplicidad en las lágrimas que derrama cuando alguna vez el Esposo se aparta de ella, como lo hace un niño chiquito cuando se ve sin su madre; y así dice ella que se ha en este caso con ella el Esposo «como una madre con un hijo pequeño que mucho ama, dándole a veces el un pecho y otras escondiéndolo, para que, llorando por él se lo torne a dar, tomándolo en sus brazos. Así Él, más deseoso de me dar a gustar su divino pecho, primero me da una gran sed de él y me lo muestra de lejos; y, llorando yo mucho, no se puede Él contener que no me lo dé abundantísimamente.» Y, generalmente hablando, todas las veces que recibe algún agravio (de los que ella tiene por agravios, que son los que tocan a su ánima o a la honra del Esposo que ella tiene por suya), luego se va a quejar a Él con lágrimas amorosas y tiernas, como lo hace un niño chiquito, que luego acude a su madre con cualquier agravio que le hacen. Y todas las veces que esto acontece el Esposo interiormente la consuela; y a veces con aparencia exterior, de lo cual adelante contaremos una cosa notable.

Muéstrase también en ella esta virtud, considerando la facilidad y llaneza con que dá cuenta a sus padres espirituales de los favores y mercedes que recibe de Nuestro Señor, refiriendo cosas muy grandes con toda simplicidad y sin ningún encarecimiento, como si fuesen cosas domésticas y familiares. Y así nos acaece con ella como al patriarca Jacob con su hijo José el cual contaba simplemente el sueño de que el sol y la luna y once estrellas le adoraban; y, no haciendo él caso de esto, el padre viejo secretamente en su pecho lo ponderaba.

Y no es de maravillar que el Esposo, que tan estrecha familiaridad quería tener con ella, la hiciese tan extremada en esta virtud, pues está escrito: abominables son a Dios todos los escarnecedores y con los simples tiene todo su trato y comunicación. Así la tenía con San Pablo el que llaman el simple, el cual privó tanto con el amador de esta virtud que los milagros que no podía hacer el grande Antonio, hacía él.




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Capítulo IX

De la grande obidiencia de esta virgen


Muy compañera y hermana de la verdadera humildad es la obidiencia, así como por el contrario la desobidiencia es hija de la soberbia, como dice el santo Job, por estas palabras: el hombre vano se levanta con soberbia y como hijo de una bestia salvaje se tiene por libre para hacer lo que quiere. Tal era Faraón, el cual, oída la embajada que le traía Moisén de parte de Dios, sobre que le dejase libre a su pueblo, respondió: ¿quién es Dios para que le obedezca? No conozco a Dios ni dejaré libre a Israel. Mas por el contrario el verdadero humilde, como se tiene por tan bajo, fácilmente se sujeta a cualquier otra persona por baja que sea, mayormente a los perlados a quien se debe tan estrecha obidiencia que dijo el Salvador hablando con ellos: quien a vosotros oye a Mí me oye, y quien a vosotros desprecia a Mí me desprecia. Pues con esta palabra se abrazó nuestra virgen obedeciendo a sus perlados como al mismo Dios. Y así como tratando de la humildad referimos un aparecimiento del Esposo, el cual, después de haber rezado con ella, le encomendó la virtud de la humildad, así contaremos aquí otro no menos admirable en que le encomendó la virtud de la obidiencia, en la cual consiste todo el buen gobierno de la religión. Porque lo que es en la guerra la obidiencia de los soldados al capitán eso es en las religiones la de los súbditos al perlado; sin esta obidiencia el ejército es luego perdido y sin ella también la religión. Entrando pues esta virgen una vez en su celda en la fiesta del nacimiento de Nuestro Salvador, halló al niño Jesús muy hermoso como nacido en aquella hora y tomándolo en los brazos con grande alegría, la fueron a llamar por parte de la obidiencia; entonces la obidiente virgen dejó al niño y fue a cumplir la obediencia, y acabada ésta volvió a la celda con grande priesa y halló al niño mucho más hermoso y crecido como de edad de siete años; y viéndolo así le dijo: «hermosura mía, ¿no os dejé yo ahora tan chiquito?, ¿cómo crecistes tan presto?» Respondió Él entonces: «tu obediencia me hizo crecer; y, si tú no obedecieras, yo me fuera de ti; mas porque fuiste y tornaste, por eso me hallaste, y prométote que siempre así sea». Pues por este favor tan admirable, con que el Esposo le declaró la dignidad y excelencia de esta virtud, entenderá el prudente lector cuán devota y amiga sería esta virgen de ella y cuán desapropriada de su voluntad tuviendo tal motivo y tal ejemplo para obedecer de aquel Señor que fue obidiente hasta la muerte.

Otro argumento contaré aquí por el cual se conocerá la fuerza de esta virtud. Después que con el ejercicio de las virtudes susodichas creció esta virgen en el amor del Esposo, padecía muchos raptos de los cuales haremos mención adelante en el capítulo donde se trata de su caridad. Estando pues de esta manera arrebatada, no hay voces ni tormentos que la hagan volver en sí, sino sola la voz de la obidiencia, por muy baja que sea; porque con cualquier mandamiento de la perlada o recaudo que ella le envíe luego vuelve en sí. Y dice ella que no oye las palabras con que la despiertan sino que quien la tiene presa la suelta de aquella amorosa prisión y así queda libre para poder volver en sí. Donde podemos decir lo que la Escriptura dice cuando se paró el sol por mandamiento de Josué, que obedeció Dios a la voz de un hombre, así podemos aquí en su manera decir que obedeció Dios a la voz de la obidiencia, pues, siendo el Esposo el que la tiene presa, en sonando esta voz, la suelta. Por lo cual entenderán los amadores de esta virtud cuánta sea su excelencia, pues hace obidiente al Señor de todo lo criado. Y algunas veces ha acaecido darle recaudos falsos de parte de la perlada y con ellos en ninguna manera despierta, y aun otra cosa más notable: acaeció que una religiosa pidió a la perlada con mucha importunidad la inviase a despertarla, lo cual no quiso ella conceder, porque sabía la pena que esta virgen recibía en privarla de la consolación que recibe cuando así está elevada y suspensa en Dios; pero siendo muy emportunada, dio licencia de palabra sola y no de voluntad y, dándole este recaudo falso, el Esposo que la tenía presa no la quiso libertar.

Otro ejemplo hay que declara cuán resignada tiene esta virgen su voluntad en la de su superior, presupuniendo para esto la sed y hambre increíble que tiene del Santísimo Sacramento. Acaeció pues que el año de ochenta y cuatro alcanzó licencia para que, después de encerrado el Santísimo Sacramento en la custodia el sábado santo, se le diese a ella, y quisiera que este sábado santo pasado se le concediera lo mismo, y creció más esta hambre por no haber comulgado el día precedente que era el santo viernes; y el deseo era tan grande que con ningunas palabras se podría explicar. Escribió entonces ella una carta a su padre confesor diciendo que ella moría con deseo del Esposo y que a los que mueren no se niega el Santísimo Sacramento. A esta carta y a otro mensajero que vino después de ella sobre la misma demanda, respondió el padre negándole la licencia. Oída esta respuesta quedó su espíritu tan quieto y tan sosegado (habiendo precedido este tan gran deseo) como si nunca lo hobiera tenido, lo cual nos declara cuán resignada estaba aquella voluntad en mano de aquellos a quien se debe la obediencia.

En una sola cosa obedeció con grande dificultad, que es haberle mandado el Perlado que escribiese algo de su vida y de los favores que de Nuestro Señor había recibido. Estuvo ella muy repugnante a esto, porque estaba dubdosa si aquella obidiencia era obligatoria, mayormente creyendo ella que aquella escriptura se había de publicar, lo cual en gran manera recelaba. Y así estuvo muchos días que no podía aplicarse a esto, porque contendían en su corazón dos hermanas muy amigas, que era, por una parte la obidiencia, y por otra la humildad recelaba de hacer cosa que redundase en alabanza propria; pero finalmente la obidiencia pervaleció y púsose a hacer lo que le mandaban y así escribió un cuaderno de algunos favores señalados que Nuestro Señor le había hecho, el cual vino a mi poder, escripto de su mano, y las cosas que contenía van engeridas en esta historia en los lugares que pertenecen.

Mas, bien considerado el negocio, de tal manera cumplió esta virgen con la obidiencia que también guardó la cara a la humildad; porque por la obidiencia escribió lo que pertenecía a la gloria de Dios, que eran los favores que Él le había hecho, y por la humildad calló las virtudes que ella con su ayuda había obrado. Por lo cual no va esta historia tan poblada de obras virtuosas como yo quisiera, porque no tuve para esto la ayuda de su escriptura, como la tuve para lo otro y así solamente escribí en esta parte lo que pude por algunos medios alcanzar.




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Capítulo X

De la pureza virginal de esta esposa de Cristo


Todas estas virtudes susodichas hermoseaban el ánima de esta virgen, porque éstas son las joyas y atavíos que agradan a los ojos del Esposo celestial, pero no menos le agradaba la pureza de su propósito virginal, que es el que la hace esposa del rey del cielo, por haber renunciado por su amor los esposos y regalos del mundo. Esta pureza se entenderá por lo que diré. Refiriéndole su padre confesor las batallas y tentaciones con que Nuestro Señor ejercitaba y probaba la virtud de algunos santos, conforme a lo que leemos en las batallas y tentaciones que padeció San Hierónimo, San Hilarión y el grande Antonio y otros semejantes. Y, preguntándole si el Esposo la ejercitaba de esta manera, respondió que dos mercedes entendía por la experiencia haber recibido de Nuestro Señor, cuando fue servido de señalalla con la figura de sus preciosas llagas: la una que estaba como insensible a todas las honras y alabanzas que por esta causa el mundo le hacía, lo cual ordenó así la divina Providencia, porque, como por razón de estas llagas había de ser celebrada y nombrada en todo el mundo y visitada con cartas y en presencia de grandes señores, era razón que Él que estas preciosas llagas le concedía le concediese también una profunda humildad y cuasi insensibilidad contra estos loores, porque de otra manera redundara en mayor daño suyo este tan grande beneficio. La otra fue que no sentía en su ánima movimiento alguno sensual, porque en carne estampada con tan preciosas señales no era razón que hubiese movimiento alguno sensual. Lo cual era justo que así fuese, porque tal era razón que fuese el lecho florido donde el Esposo celestial había de reposar. Y no podía ser menos, porque como a la olla que yerve no se allegan moscas, así en aquel corazón que andaba todo abrasado en el amor del Esposo con la fuerza de la caridad violenta (que no deja pensar en otra cosa sino en lo que ama), no podían caber las moscas importunas de los pensamientos subcios, que de tal lugar huyen. De esta manera de victoria (que es vencer y despedir de sí con el amor los malos pensamientos), dice elegantemente Crisólogo que es tierna y delicada manera de pelear e alcanzar vitoria de todos los vicios con solo amor. Porque, como no hay cosa más suave que el amor de Dios, dichoso es aquél que de tal manera le ama, que amando vence y triunfa de todos sus enemigos. Por donde entendernos que la castidad de esta virgen era como heroica, porque a las virtudes heroicas (como dice Santo Tomás), pertenece no vencer las tentaciones sino, no sentirlas, como al mismo Santo acaeció cuando dos ángeles de parte de Dios le ciñeron una cinta de castidad, porque dende entonces nunca más sintió en su carne estímulo contrario a esta virtud. Pues tal convenía que fuese la pureza de esta virgen para que no hubiese en ella sombra ni imagen de cosa que no fuese limpia en el ánima que el rey del cielo tomaba por esposa. Y así la representó el esposo a la madre Ana de San Francisco (de que al principio hicimos mención) la cual la vio en espíritu tan clara y pura como un cristal. Y no es esto de maravillar, porque, como este Esposo sea tan celoso de la pureza de sus esposas, Él toma a cargo la guarda de ella y no sólo Él, mas los ángeles, como fieles ministros suyos, tienen este mismo cuidado, ea éstos son los setenta fuertes, que guardan el lecho de Salomón, con sus espadas puestas sobre los muslos, a punto de desenvainarlas cuando algún peligro se ofrece. De Julio César, emperador, se escribe que repudió la mujer que tenía, no por culpa que toviese, sino por alguna sospecha que el pueblo tenía de ella, diciendo que la mujer de César no sólo había de carecer de culpa sino también de sospecha de ella. Pues, si esta pureza se requería para la mujer del rey de la tierra, ¿qué será necesario para la esposa del Rey del cielo? Y así Él no dejaba pasar sin áspero castigo cualquier defecto que hubiese en ella, por pequeño que fuese; y acerca de esto contaré aquí una cosa notable para edificación y aviso de las esposas del Señor. Acaeció a esta virgen que, estando unas religiosas leyendo por un libro profano, pasando ella por aquel lugar, detúvose un poco oyendo lo que se leía, y después, entrando en su celda, halló al Esposo muy sereno; ella entonces, cubierta su cara de una gran vergüenza y confusión, determinó de hacer justicia de sí misma, tomando una grande disciplina, y, para esto, encerróse de noche en una casa apartada y puso una vela encendida de fuera, y comenzando ella a tomar su disciplina, ¿qué diré aquí?, ¿quién pensara que de tal manera cela el Esposo la pureza de sus esposas? Estando pues ella de esta manera disciplinándose, llegan dos demonios y apagando la candela, comenzaron también ellos a disciplinarla; y entonces, llamando ella por el nombre de Jesús y repitiendo muchas veces, le apareció Santa María Magdalena, cercada de grande resplandor la cual traía una vela blanca encendida y, levantando a la virgen del suelo, le dijo: «¿en vos liviandades?» Ella le prometió que nunca más oiría aquel libro ni otro que fuese tal. Y así lo hizo y, si alguna vez lo veía, huía de él como de fuego. Y contaba ella después que, aunque le dolían mucho los azotes de los demonios, pero que mucho más sentía la confusión y vergüenza de las palabras que la Magdalena le había dicho. Esto que aquí he referido confieso que fuera para mí cosa increíble, si no lo leyera escripto de la mano de la mesma virgen, porque a mi corto juicio parecía que bastaría por castigo de tan pequeña culpa la vergüenza y la disciplina que esta virgen tomaba por ella; mas permitir Nuestro Señor que los espíritus malignos fuesen ejecutores de esta sentencia, esto me pone admiración y me da a entender que pequeñas culpas, en los que han recibido de Dios grandes beneficios, merecen pequeño castigo; aunque por otra parte no me espanto permetir Nuestro Señor que los dimonios maltratasen esta virgen, pues mucho peor trataron al grande Antonio, sin preceder en él algún dilito. Y porque habemos hecho aquí mención de la Santa Magdalena, será razón decir algo de la amistad muy estrecha que esta virgen tiene con ella, ca muchas veces, cuando el Esposo le aparece, trae consigo esta gloriosa Santa y le encomienda mucho a esta esposa, de donde le creció grandemente la devoción y afición para con ella. Y así, en el día que se cantan los evangelios que de ella tratan, trabaja por hacerle grande fiesta, y ordinariamente la llama mihna fermosa y la Santa a ella llama por el mismo nombre y muy familiarmente la visita, unas veces en compañía del Esposo y otras sin Él. Y apareciéndole una vez esta Santa, le dijo estas dulces y amorosas palabras: «de cuantas personas tengo afición y me aman, a ninguna quiero más que a vos; y en todo el tiempo que en esta vida estoviéredes, nunca de vos me olvidaré, porque así me es mandado; y en el fin de la vida no os dejaré, mas entonces veréis claramente cuánto me agradastes».

Un día de la fiesta de esta gloriosa Santa, acabando el convento de comer, se fue esta virgen al coro con intención de perfumarlo y enramarlo, como lo acostumbra en las fiestas de esta Santa; mas púsose primero en oración y, olvidada de lo que iba a hacer, fue elevada en espíritu por esta su Hermosa, a oír unas vísperas muy solemnes, donde estaba Nuestro Señor con grande número de santos y santas; y no volvió en sí sino ya tarde, acabadas las vísperas del convento. Y vuelta en sí, quisiera comenzar lo que iba a hacer, mas dijéronle la hora que era, de que ella quedó muy corrida, como si la hobieran tomado en algún hurto.

Esto he querido referir aquí para declarar la devoción especial que esta virgen tiene con la Santa Magdalena.



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