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A propósito, Blas Matamoro realiza un recorrido sumamente interesante por las «muchas islas del mundo de la fábula» hasta llegar a la de Morel. Cfr. Blas Matamoro, «Archipiélago» en Adolfo Bioy Casares, Premio «Miguel Cervantes» 1990, Barcelona, Editorial Anthropos / Ministerio de Cultura, 1991, pp. 81-95.

 

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Sergio Cueto analiza con acierto los rasgos del malentendido que «acaso constituye el secreto de la relación amorosa» y que funcionan alegóricamente en la novela de Bioy. El axioma quevediano de «amor constante más allá de la muerte» se resemantiza en la máquina de Morel: «Por eso al final el narrador se filma, lleva su amor hasta la muerte, hasta más allá de la muerte, como si en esa transgresión se abriera la infinitud de amar» (Cfr. Sergio Cueto, «Discurso sobre el amor (al margen de La invención de Morel)», Paradoxa, año X, n.º 8, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1996, pp. 7-12).

El inventor de una máquina que vence a la muerte es una imagen que resume con acierto el impulso vital del hombre frente a la certeza del fin. Excúsenme la anécdota pero no puede dejar de recordar que mi hijo menor, Nicolás, cuando tenía cuatro años, se despertó una mañana con la seguridad de que él podría construir «una máquina que volviera el tiempo para atrás». De esta manera, sus abuelos, sus padres y aun aquéllos que él no había conocido pero que la tradición familiar le cuenta estarían «vivos para siempre». Le contesté que tal vez eso fuera posible y le conté la novela de Bioy. Me dijo que esa máquina no servía porque de esa manera «no se podía pedir nada a esas personas».

 

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Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química, es uno de los grandes científicos y humanistas de este siglo. En su libro encara el viejo dilema del determinismo de la mirada científica frente a la indeterminación que observa la humanidad en general. Prigogine declara: «En este fin de siglo se plantea frecuentemente la cuestión del porvenir de la ciencia. Creo que la aventura recién empieza. Asistimos al surgimiento de una ciencia que ya no se limita a situaciones simplificadas, idealizadas, sino que nos enfrenta a la complejidad del mundo real» (Cfr. Ilya Prigogine, El fin de las certidumbres, Barcelona / Buenos Aires / México D. F. / Santiago de Chile, 1996, p. 15).

 

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En su ya famoso libro sobre Macedonio, Germán Leopoldo García reconoce esta suerte de linaje macedoniano. Dice al respecto: «La subversión de Macedonio consistirá en la promoción de la eternidad como significante cero de una cultura que la muestra en sus estandartes, mientras afirma en su realidad la delicia de las luces de la razón y del positivismo progresista. [...] Las huellas de esta subversión marcarán los textos de Borges, La invención de Morel de Bioy Casares» (Cfr. Macedonio Fernández: la escritura en objeto, Buenos Aires, Siglo XXI, 1975, p. 145).

 

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El arte ha sido desde siempre el lugar donde el hombre ha entrevisto que «Lo racional es apenas una pequeña parte de lo irracional» como señalaba Ilya Prigogine en la conferencia que dictara en Buenos Aires en mayo de 1996. Al respecto agrega: «No está claro que el tiempo tenga un comienzo. Se trata de una flecha que pasa por todos los períodos y plazos. Por eso, sólo se puede pensar en la ciencia de las posibilidades y no en la ciencia de la certeza absoluta. La idea de la flecha en el tiempo que surge de la irreversibilidad, nos hace volver al sentido común» (Cfr. Página 12, sábado 4 de mayo de 1996).