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§ XIII

Gobierno de don Juan Torres de Vera y Aragón


1587-1591


Al segundo año de su fundación llegó a la provincia el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, a quien demoraron en Chuquisaca dependencias domésticas. Al siguiente año señaló ochenta soldados a cargo de Alonso de Vera, el Tupí, otro sobrino suyo, para principiar una ciudad en la costa oriental del Paraná; y lo ejecutó con leve oposición de los infieles que señoreaban el terreno, poniendo   -159-   los fundamentos de la ciudad en altura de 27 grados y 43 minutos, y 318 grados y 57 minutos de longitud, según las observaciones del padre José Quiroga. El sitio es delicioso, casi sobre la junta del Paraná y Paraguay, donde incorporados estos dos ríos corren por una madre, sin confusión de aguas, ofreciendo a la vista espectáculo agradable en una línea divisoria que no da lugar por algunas millas a mezclarse los puros cristales del Paraná con las turbulentas aguas del Paraguay.

A la ciudad denominó San Juan de Vera: pero hoy suena poco ese nombre, y ha prevalecido el de Siete Corrientes, por otras tantas en que parece dividirse el río. Tomada posesión del sitio, erigieron los españoles el sacrosanto madero de la Cruz en paraje algo distante del fuerte, que levantaron para reparo contra los infieles. Arrimáronse éstos en gran número para desalojar los nuevos huéspedes, los cuales con esfuerzo y valor frustraron las diligencias de los indios. Entonces uno de ellos, que acaso descubrió el santo madero, explicó su furia contra él, aplicando fuego para convertirlo en cenizas. Pero las llamas respetaron la Santa Cruz, y el sacrílego cayó muerto de un balazo. Consérvase hasta el día de hoy el sagrado leño, que en memoria del suceso se llama la Cruz del Milagro.

Tucumán al parecer estaba concebido con infeliz horóscopo de malignos influjos. Éstos no eran pasajeros de pocos días; duraban años y más años, y el golpe principalmente descargaba sobre las cabezas. A Gonzalo Abreu sucedió Hernando Lerma, caballero sevillano, dotado de brillantes prendas y crecidos méritos, que daban esperanza que sería pacífico y prudente gobernador. Él era antes de su asumpción al gobierno semejante a Abreu, y lo que fue después de empuñado el bastón. El primer acto de su autoridad fue prender a Abreu, y con dos pares de grillos encerrarle en estrecho calabozo, diputando guardias de toda satisfacción que velaran sobre su seguridad, con orden de negarle comunicación con personas que podían aliviar sus trabajos y endulzar sus tristezas.

Clamaba el infeliz inútilmente porque Lerma intentaba con martirio prolongado darle cruel muerte. Al fin a los ocho meses de prisionero, oprimido de miserias y dislocado con tormentos, murió en un calabozo, pagando con fin tan lastimoso la tiranía con que trató a don Gerónimo Luis de Cabrera. Por este mismo tiempo llegó a su diócesis el ilustrísimo fray Francisco de Victoria, del orden de Predicadores en la provincia de Lima; religioso de una consumada literatura, virtudes heroicas y singular talento de gobierno.   -160-   Había antes despachado a don Francisco Salcedo, deán de la catedral con título de administrador del obispado. Al principio pasó buenos oficios con el Gobernador, hasta que los malsines con hablillas los malquistaron. El Gobernador lleno de enojo, explicó su cólera, negándole el título de licenciado, que no constaba hubiese recibido en ninguna universidad, y el deanato porque Su Majestad sólo había concedido licencia para cuatro beneficiados. Con esto se banderizó la ciudad, siguiendo unos al Gobernador por interés, otros al Deán, abrazando la razón. El Deán, conocido el genio arrebatado del Gobernador, se ausentó a Talavera, quedando sus fautores a discreción de un émulo poderoso. Contra ellos convirtió los aceros de la venganza, tratándolos con sumo rigor en la cárcel, imponiendo al alcalde severo mandato de no sacarlos del cepo, ni avisarle de su muerte hasta después de tres o cuatro días. Su ira se extendía de los culpados (si puede haber culpa en no condescender a injustas pretensiones), a los parientes y conocidos. Los escribanos tuvieron con él mala cabida, y sin más culpa que no firmar sus instrumentos de iniquidad, fueron despojados de sus bienes y puestos de cabeza en el cepo. A Francisco Ramírez, fiel criado suyo, y obsequioso a su señor, porque asistió de testigo ante el administrador del Obispado le castigó colgándole en un cadalso.

No sólo con semejantes personas era el Gobernador atrevido; a los sujetos más respetables perdía el decoro, y trataba con términos irreverentes. Los Oidores en su boca eran bachilleres ignorantes. El año de 1582, despachó la Real Audiencia provisión de algunas ordenanzas para el arreglo de la provincia, que bien lo necesitaba, pues tanto desorden y libertad había reinado desde el principio. No reparó Lerma en eso, y como cuidaba poco de arreglamiento, escribió a los cabildos de las ciudades que no las obedeciesen. Los excesos del Gobernador llegaron al último extremo, y los fieles frecuentaban las iglesias, suplicando al Señor por la defensa de su causa, y libertad de su rebaño, que lo despedazaba el lobo carnicero, traspasando todos los derechos humanos, natural y divino. El Deán Salcedo, ausente en Talavera, buscó asilo en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, morada de santidad a todos respetable, menos a Lerma, de cuyo orden Antonio Mirabal con algunos injustos ministros de justicia, fue al convento, y entrando en la celda donde yacía enfermo el Deán: «Levántese de la cama, le dice, y dese preso por el Gobernador». El Deán con eclesiástica entereza se armó con la inmunidad de su fuero; pero como ése era poco arnés para Mirabal: «Levántese, repite, que si no lo llevaré arrastrando». Él lo dijo, y lo ejecutó, asiéndolo por los cabezones.

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Al ruido y tropel salió de su celda el padre Felipe de Santa Cruz, varón autorizado, comendador del convento, y convertido a ministro sacrílego: «Así, Mirabal, le dice, ¿se trata a un Deán y Administrador del Obispado?» Mirabal, nada embarazado con la gravedad respetable del padre Comendador, respondió en pocas palabras una desenvoltura, que no se explica con muchas: «Esperad, perro, le dice, que luego volveré por vos». Asegurado a satisfacción el Deán, volvió al convento con el mismo tropel, y prendió al Comendador con otros religiosos y clérigos, cuyo encarcelamiento duró hasta que Lerma salió preso para Chuquisaca. Entretanto se consumía el Obispo, y el celo de la casa de Dios abrasaba su corazón. Las ciudades envueltas en disturbios; los tribunales sin justicia; el gobierno en manos de un tirano; las iglesias profanadas, las inmunidades invadidas; los ministros del Señor en prisiones, y las armas eclesiásticas sin vigor, hacían en su piadoso corazón eco lastimoso, que avivaba el dolor con la memoria del mal que cundía y la imposibilidad de remediarlo.

A los dos años de su gobierno, Hernando Lerma fundó una colonia en el valle de Salta, sacando para el efecto los principales pobladores de las ciudades. Al principio se dificultó sobre el sitio donde se debía plantear la ciudad, y se resolvió colocarla en un ameno valle al oriente de Calchaquí, medio entre los ríos de Arias y Siancas, sobre unas ciénagas que por allá llaman tagaretes, de calidades nocivas, y que hacen el sitio poco apetecible.

Diose principio a la ciudad a diez y siete de abril de 1582, y se llamó ciudad de Lerma en el valle de Salta de la provincia de Tucumán. No cuidó Lerma de señalar patrón a la colonia, satisfecho al parecer con tenerla a la sombra de su nombre. A los seis meses se sortearon algunos santos por mano de Petronilla, niña de pocos años, la cual sacó al glorioso San Bernardo, cuya fiesta solemnizan en una capilla que está fuera de la ciudad, la cual reconoce por su principal patrón a San Felipe Apóstol, y de su nombre se llamó la ciudad San Felipe de Lerma, asiento de los gobernadores de esta Provincia.

La situación fue en los principios útil por el reparo de los talgaretes que dificultan la entrada, y sólo la franquean por estacadas que ingenió la industria. Los cochinocás, los humaguacas y calchaquís molestaron con frecuentes asaltos la nueva población; pero sólo sesenta españoles la defendían vigorosamente. ¡Tanta era la valentía de los primeros conquistadores, los cuales pocos en número, vencían   -162-   grandes ejércitos de indios! Al fin se rindieron a capitulaciones de paz con la ventaja de condiciones, que prescribe el vencedor al vencido.

Cuando el capitán Tristán de Tejeda volvió a Córdoba de la fundación de Salta, halló que se habían alzado los indios de Tintín, los de Cosle, los de Comara y Tulian, los de Nondolma, Conchuluca, Quisquizacat, Tunun y Cantacalo, conspirando todos contra los pobladores de Córdoba; dando principio al alzamiento con la muerte de un religioso y de algunos yanaconas de servicio. Tenían varias emboscadas, y su acampamiento en el Morro, camino de Chile, adonde lo buscó el capitán Tejeda; y presentada la batalla, derrotó al enemigo con tanta felicidad, que sin daño de su milicia, puso en huida el principal ejército y a los que estaban en celadas.

Casi por el mismo tiempo el gobernador Lerma efectuó la prisión del reverendo padre fray Francisco Vásquez, del orden de predicadores, a quien el ilustrísimo Victoria nombró administrador del Obispado. Refugiose el Administrador a la catedral, pensando hallar amparo en el acatamiento al venerable Sacramento del altar. Mas ¡cuando un sacrílego respetó a Dios! Intentó sacarlo con osadía; y porque los primeros ministros de justicia que citó respetaron la santidad del lugar, los mandó reemplazar por otros más de su genio, que prendieron ignominiosamente al Administrador.

La voz de tantas maldades, y el respeto perdido a los tribunales superiores, llegó a Chuquisaca, cuya real Audiencia, en 6 de noviembre de 1583 dio comisión al capitán Francisco Arévalo Briceño, alguacil mayor de la Audiencia de Charcas, para prender al Lerma, y llevarlo preso a Chuquisaca para hacerle los cargos correspondientes a sus procederes. Briceño efectuó la prisión sin ruido, alegrándose todos de ver al lobo enredado en los lazos que tenía armados para otros. Llevado al Chuquisaca, se empezó la residencia, pero llegando el juez a quien privativamente estaba cometida la real Audiencia, alzó mano, y fue conducido en prisiones al Tucumán.

El juez era don Juan Ramírez de Velazco, en cuyas venas latía la nobilísima y antiquísima sangre de los Reyes de Navarra; caballero benemérito por sus servicios en las campañas de Sena, Milán y Flandes, en el alzamiento de los Moriscos de Granada, y en la toma de Portugal; había hecho doce viajes a las Indias, y contaba treinta años de servicios calificados en utilidad de la monarquía. Era de inflexible rectitud y natural conmiseración con los pobres indios. No pudo   -163-   llegar a Tucumán hasta el presente año, y trajo consigo de Chuquisaca a Lerma para entender en su residencia.

Con su atractivo, y amables prendas se concilió la voluntad a los primeros conquistadores, y expuso a Su Majestad los servicios de cada uno para que los premiara, según la graduación de los méritos. Restableció el estado eclesiástico en su debido honor, convidando con expresiones de singular veneración a los ministros del Señor, que se habían ausentado por los desacatos de Lerma, para que se restituyeran la Provincia. En el primer año de su gobierno se efectuó la entrada de los jesuitas en el Tucumán.

El bárbaro Calchaquí, que unas veces daba fingida paz, otras se declaraba en manifiesta guerra, daba cuidado, especialmente a la nueva ciudad de Salta, de cuya existencia pendía la franca comunicación con el Perú; y aunque el gobernador Velazco, desde el principio quiso enfrenar su atrevimiento, ocupado en la visita y otros negocios del gobierno, no le fue posible hasta el año de 1589, en el cual al frente de cien españoles y trescientos indios flecheros, llevando en su compañía al celosísimo padre Alonso Barzana, entró a Calchaquí con el fin de domar la cerviz del insolente enemigo.

No eran esos los pensamientos del padre Barzana, el cual como santo los tenía de paz y reconciliación, intentando con buenos términos amansar al león. En efecto el siervo del Señor, confiando en Dios, adelantándose a los españoles, se presentaba intrépido al ejército Calchaquí, los cuales armados de arco y flecha para matarle, templaban su ferocidad con pocas palabras que les decía, y se daban de paz. Vez hubo, que estando los dos campos para presentar la batalla, se interpuso el padre Barzana, los desarmó y redujo a tratados de paz. Todo el valle y sierra de Calchaquí quedó allanado a esfuerzos de su fervoroso celo, el cual, sin uso de armas, sin efusión de sangre y en poco tiempo, consiguió lo que las armas españolas no efectuaran en mucho.

Pacificado el Calchaquí, se restituyó el gobernador Velazco a Santiago, y entendió en los negocios de gobierno. Los indios de encomienda, con su diligencia, convertían sus faenas en útiles emolumentos; trabajaban en los obrajes de lana y beneficio de los tintes, cuyos efectos transportados al Perú producían oro y plata. Embarazosa cuestión fuera averiguar si los antepasados fueron más ricos y opulentos que los presentes. Lo cierto es que fueron más laboriosos, y tuvieron corrientes las maniobras que utilizaba incomparablemente la provincia.

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Restituido de Calchaquí, y concluida la residencia de Lerma, el gobernador Velazco lo despachó preso a la corte, donde murió en prisiones con tanta pobreza, que no tuvo para enterrarse.

El Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón gobernó muchos años la provincia, al principio por tenientes generales, y personalmente desde el año de 1587, con plena satisfacción de los españoles, paz y quietud de los indios. Aunque podía prometerse honrada y sosegada ancianidad en prosecución del adelantazgo, sobre el seguro de los méritos adquiridos y acatamiento con que todos le miraban, reconociéndole padre y fundador de la Villa Rica, Xerez, Buenos Aires, Concepción y Corrientes, el dulce amor de su patria, Estepa en Andalucía, le movió a renunciar el adelantazgo, por los años de 1591.

Por el mismo tiempo, o entrado ya el año de 1592, se rebelaron los mogosnas y frentones, sitos en las vecindades de la Concepción del Bermejo, alzados por sus hechiceros, los cuales, temiendo ser derribados del alto solio en que estaban por los padres Alonso Barzana y Pedro Añasco, que a la sazón evangelizaron el reino de Dios en las vecindades del Bermejo, sublevaron los paisanos, prometiéndoles feliz suceso con el auxilio de sus dioses, que conspirarían en su ayuda contra los españoles, impíos tiranos de su libertad. Los mogosnas creyeron a los hechiceros y dieron principio al alzamiento con la muerte de algunos españoles, y de don Francisco de Vera y Aragón, hermano de don Alonso de Vera, el fundador de la Concepción, y teniente actual de la ciudad.

El sentimiento de don Alonso por la muerte del hermano fue grande, y resolvió la venganza castigando a los rebeldes. Para lo cual juntó sus milicias, y aliándose con algunos indios de mayor confianza, dio sobre ellos, y mató gran número de amotinados. Los demás se confederaron con los frentones y otras parcialidades de indios, y empezaron a fatigar tanto a los concepcionistas y con tal obstinación, que les obligaron a desamparar la ciudad, retirándose sus moradores a las Corrientes, el ano de 1632, casi al cuadragésimo-séptimo de su fundación. Materia verdaderamente sensible, por lo que facilitaba el comercio de Tucumán, y digna de que algún ministro adquiera nombre grande, y haga méritos para nuevos ascensos con su reedificación.



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§ XIV

Gobierno de don Hernando Arias de Saavedra


1592-1594


Por la renuncia de Juan Torres de Vera y Aragón entró a gobernar don Francisco Zárate, según el padre Francisco Bautista, que dice haberlo sacado del libro capitular de la Asumpción, añadiendo que substituyó en su lugar de teniente general a Juan Caballero Bazán. Aunque la autoridad del padre Bautista es grande por su diligencia y tesón en revolver antigüedades del Río de la Plata, nos parece, siguiendo la autoridad del padre Pedro Lozano, que el que inmediatamente sucedió al Adelantado Juan Torres, fue Hernando Arias de Saavedra, electo por pluralidad de votos, según la cédula del señor Carlos V, otras veces citada, que todavía estaba en vigor. La asignación de don Fernando Zárate, y substitución en Juan Caballero Bazán, no sucedieron hasta el año de 1594, en que recibió cédula, y orden para que con retención del gobierno de Tucumán, se encargara también del Río de la Plata.

Hernando Arias de Saavedra, pues, el año de 91 o 92, empuñó el bastón. Era hijo de Martín Suárez Toledo, y de Ana Sanabria, hija del Adelantado Juan Sanabria, natural de la Asumpción, que se gloria de haber dado cuna a uno de los mayores caballeros del Nuevo Mundo. Esclarecido en las artes de la paz y de la guerra, de prendas tan sobresalientes, que los Ministros de la Casa de contratación de Sevilla colocaron su retrato entre los héroes eminentes que han producido las Indias. Soldado tan valeroso, que capitaneando el ejército español, se presentó el general de los infieles, bárbaro, agigantado, de fornido cuerpo, robustas fuerzas y terrible aspecto, provocando con altiva presunción a nuestro héroe, para medir las fuerzas, y revolver la campaña con la victoria, o desgracia de los dos generales. Admitió Hernando Arias el combate, que fue muy reñido a vista de los dos campos, por la destreza de una y otra parte en eludir los golpes del contrario, hasta que Saavedra derribándole en tierra, y segándole la cabeza con la espada, se restituyó glorioso a su campo entre faustas aclamaciones de los suyos.

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Visitó la provincia con singular aceptación, inspirando en los españoles conmiseración con los indios. Navegando al puerto de Buenos Aires, descubrió en los indios remeros una talega de yerba del Paraguay, que ellos llaman en su idioma caá; que se empezó a beneficiar durante su gobierno, y aunque por entonces disimuló, saltando en tierra, quemó en pública plaza la talega, diciendo a los indios: «no extrañéis esta demostración, porque a ella me mueve el grande amor que os profeso, pues oigo, que me dice presagioso el corazón, que esta yerba será la ruina de vuestra nación».




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§ XV

Gobierno de don Juan Ramírez de Velazco


1595-1597


A Hernando Arias sucedió don Juan Ramírez de Velasco, que había gobernado la provincia de Tucumán con satisfacción y crédito. No ocurrió cosa memorable en su tiempo; pero harto lo es el haber acreditado su prudencia en las dos provincias, manteniendo en paz a los españoles, y teniendo a raya a los indios.

La pacificación del valle de Calchaquí, y el humilde rendimiento de estos guerreros esforzados, contribuyeron a la quietud de los demás, sujetándose y ofreciendo homenaje los menos fuertes con el ejemplo de los más animosos. En toda la provincia se gozó quieta tranquilidad, a expensas de su gobernador Juan Ramírez de Velazco; que el año de 1590 recogió un donativo que ofrecieron gratuitamente las ciudades a su Rey, cuyos tesoros estaban exhaustos por los gastos de la infeliz armada de Inglaterra, y largas guerras de Flandes.

Al siguiente año de 1591 planteó una ciudad en el país de los diaguitas en 30 grados de altura, a espaldas de la cordillera chilena, que   -167-   le cae al poniente, sacando para la fundación setenta españoles, soldados valerosos, y sujetos de caudal para costear los gastos de la conquista. A la población denominó Ciudad de Todos Santos de la Nueva Rioja, cuyo principio, que después la enriqueció, fueron numerosas encomiendas de indios para la labor y beneficio de los campos.

En el distrito de la Nueva Rioja cae Famatina-guayo, cerro famoso por las novelas que se cuentan, y por los metales de que, según se dice, abundan su seno. Algunos hacen subir al tiempo de los Incas el beneficio de opulentísimas minas, que enriquecían los imperiales erarios de estos soberanos, en cuyo nombre ministros de exacta rectitud y probada fidelidad, velaban sobre los beneficios y atendían a la cobranza de los derechos.

Contribuyó a la prosperidad de la Rioja e alzamiento de los tabasquiniquitas y mogas, situados en la falda de la serranía que cae al poniente de Córdoba; porque vencidos y derrotados por Tristán de Tejeda, valeroso y afortunado capitán, pidieron la paz y ofrecieron vasallaje. Con su auxilio se empeñó este jefe en nuevos descubrimientos, tirando más al poniente, y arrimándose más a la ciudad de Todos Santos con la conquista de los escalonites y zamanaes, que pretendió agregar a la ciudad de Córdoba. Pero el gobernador Velasco, que miraba a la Nueva Rioja con particular cariño, le cedió los indios que pacificó el capitán cordobés, adjudicándole el terreno que ocupaban los tabasquiniquitas, los mogas, los escatonites y los yamanaes.

En 1593 emprendió la fundación de otras dos poblaciones; la primera, que llamó San Salvador, fió a don Francisco Algañaraz, noble Guipuzcoano, en cuyas venas corría la noble sangre de los Ochoas, señores de Algañaraz; y la de los Murgias y Vilasteguis. Era persona de valor y prudencia, cuyo espécimen había dado en varias operaciones, que a su valor y discreción fiaron los gobernadores pasados, concluyéndolas siempre felizmente y con aplausos. Para la fundación alistó algunos pobladores de las ciudades, y la efectuó con suceso tan feliz, que ni en los tiempos pasados con las invasiones de los calchaquís, ni en los presentes con la de los chaquenses, degeneró de los espíritus de su fundador.

Está situada la ciudad en una quebrada que corta la serranía de Calchaquí en el valle de Xilbixibe, entre los ríos Jujuy y Siancas, casi en los veinte y cuatro grados de latitud. Goza temperamento poco saludable, expuesto a tercianas y a unos tumores que engendra la malignidad de las aguas en la garganta, que por acá llaman cotos. Tiene pocos vecinos, pero ricos y bien avenidos. Los primeros pobladores se aplicaron   -168-   a sujetar los infieles rayanos, cuya altivez humilló el valor español, los purmamarcas, los osas, los paypayas, los tilcanes, los ocloyas, y tilianes, naciones sepultadas en eterno olvido, que parte habitaban la aspereza de las sierras, parte se dilataban a las márgenes del Bermejo, y que sin embargo no dieron mucho cuidado al animoso fundador. Mayor resistencia hicieron los humaguacas, siempre indómitos y obstinados en inquietar con correrías a los castellanos.

La segunda población que de orden de Juan Ramírez de Velazco se principió, es la villa de Madrid de las dos Juntas, sobre el Salado, donde éste incorpora sus aguas con el río de las Piedras. Su duración fue de poco tiempo, y sólo permaneció hasta el año de 1603, en el cual sus vecinos y los de Talavera, desamparadas sus ciudades, de común acuerdo y hermanable sociedad fundaron otra, dos leguas de la villa de las dos Juntas, a la cual llamaron Talavera de Madrid. Nombre que borró el tiempo, y prevaleció el de Esteco, con el cual hasta el día de hoy es conocida, aún después que la arruinó un terremoto.




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§ XVI

Gobierno de don Fernando Zárate


1597-1598


Al octavo año de su gobierno llegó sucesor a don Juan Ramírez de Velazco en don Fernando de Zárate, caballero del orden de Santiago; tan cristiano como valeroso, tan circunspecto como vigilante, tan celoso de los reales derechos, como de los divinos honores, sujeto de tanto caudal para el gobierno, que a un tiempo empuñó el bastón de Tucumán y Río de la Plata. En tiempo de su gobierno intentaron los ingleses dos veces tomar el puerto de Buenos Aires; pero nuestro Gobernador celando los honores del Rey Católico presidió el puerto con las milicias tucumanas, y levantó un fuerte para reparar semejantes acometimientos. Visitó ambas provincias con tanta vigilancia y tesón, que de fatiga y cansancio, antes   -169-   de concluir la visita falleció al segundo año de su gobierno, y fue de todos tan llorado en muerte, como amado en vida.

Por este tiempo llegó a Tucumán fray Fernando Trejo, digno sucesor de fray Francisco de Victoria, hijo del seráfico padre, el cual florecía en virtud y letras, en su convento de Lima, y recibida la cédula de merced el año de 1594, el siguiente tomó posesión de la silla episcopal. Fue Prelado que llenó las esperanzas que de él se tenían. Pastor celoso del bien de sus ovejas; padre universal de todos, abrazando sin distinción de personas al noble, al plebeyo, al indio, al etíope; si alguno le merecía especial cariño era el desvalido y necesitado, que disfrutaban su renta episcopal con tanta alegría de ellos, como sentimiento del misericordioso limosnero, por no tener más que dispensar a los pobres.

Casi al mismo tiempo tomó el gobernalle don Pedro Mercado Peñalosa, noble caballero, piadoso, cristiano y valeroso soldado. De su gobierno ha quedado confusa noticia, de continuas guerras que tuvo con los infieles por el alzamiento de los calchaquís, a los cuales contuvo su valor para que no asolarán las ciudades fronterizas, que enfrenaban de algún modo su indómito orgullo.




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§ XVII

Gobierno de don Diego Valdez de la Banda


1598-1600


Todo este tiempo, desde la expulsión de fray Alonso Guerra, careció de pastor el Río de la Plata. Tres fueron provistos: fray Luis López Solís, fray Juan Almaraz, agustinianos, y don Tomás Vázquez de Liano, Canónigo magistral de la santa Iglesia de Valladolid, o de Zamora, como dicen otros. El primero, promovido al obispado de Quito, y el segundo al de la gloria, no pasaron a sentarse en la silla episcopal del Río de la Plata, y cedieron su lugar al tercero, digno de llenar el vacío de tan ilustres prelados.

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Pero la provincia del Río de la Plata no había aún espiado sus atentados sacrílegos, ni merecía tener varones tan consumados, y parece quiso Dios dar muestras de su justo enojo, sacando de este mundo en Santa Fe de Vera, al ilustrísimo Vázquez de Liano, echando ceniza sobre el fuego prendido por don Diego Valdez de la Banda, que empezó a gobernar el Río de la Plata, en 1598.

Embarcáronse juntos, y en la navegación tuvieron pesados encuentros y sensibles competencias, y halló expresa memoria de la tolerancia con que el ilustrísimo Liano sufrió los improperios y befas del Gobernador, que miró con poco acatamiento al príncipe eclesiástico.

Llegados a Santa Fe, esperando el ilustrísimo las bulas para consagrarse, le llamó Dios para sí con incomparable sentimiento de las personas religiosas. No mucho después al gobernador Valdez de la Banda asaltó la última enfermedad, en cuyo discurso gritaba dando voces: «Traigan silla para el Señor Obispo, que me viene a visitar». Cláusulas finales, que repetidas con sobresalto del moribundo Gobernador, dieron a los presentes materia de varios discursos.




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§ XVIII

Gobierno de Hernando Arias de Saavedra


1602-1609


Con el nuevo siglo empezó la provincia del Río de la Plata a respirar aires más benignos; los tumultos civiles que todo lo consumen, se acabaron con muerte de los principales motores; los indios desengañados con la experiencia, y humillados con el castigo, no daban cuidado a la milicia española; los gobernadores, más a propósito para descuadernar provincias que para gobernarlas, habían finalizado sus días.

Por muerte de don Diego Valdez de la Banda entró a gobernar   -171-   Hernando Arias de Saavedra, o por elección según la cédula del Emperador Carlos V, otras veces citada, o por nominación del señor Virrey, en cuya virtud gobernó hasta el año de 1602, en que recibió cédula real fecha en 18 de diciembre de 1601 que le confería en propiedad el bastón del Río de la Plata.

Hernando Arias, pues sucedió inmediatamente a don Diego Valdez, y como tenía ánimo guerrero, emprendió algunas operaciones militares. Entró, aunque no sé puntualmente el año, a la provincia del Estrecho de Magallanes, internándose desde Buenos Aires, doscientas leguas tierra adentro. El suceso no correspondió al valor del capitán ni a la fortuna de sus empresas; porque él y su gente quedaron prisioneros de guerra en manos de bárbaros. Tuvo Hernando Arias la fortuna de soltarse de las prisiones, y entrando segunda vez con milicia más numerosa, libertó sus compañeros, y castigó los infieles.

Otras dos facciones emprendió en su gobierno, aunque no es averiguado a punto fijo el año: la conquista del Paraná, y la del Uruguay. En la primera operación, con parte de la milicia, tuvo que diferir la conquista; en la segunda perdió toda la milicia compuesta de quinientos soldados. ¡Tanto era el furor de los paranás y uruguayos, y la ciega obstinación con que defendían el originario suelo!

Por este tiempo gozaba la iglesia del Paraguay un insigne Prelado, sobrino de mi glorioso padre San Ignacio, el ilustrísimo fray Martín Ignacio de Loyola, nobilísimo Guipuzcoano. Profesaba el seráfico instituto en la provincia de San José, y resplandecía en virtudes religiosas, humildad, despejo mundano, y celo apostólico, que obligó a abandonar primero el mundo, y después la Europa, viniendo al Paraguay donde se ejercitó como fervoroso misionero en la instrucción de los gentiles. En tan santa y loable ocupación, le alcanzó la orden de restituirse a España, y como sus parientes eran nobles, consiguieron que se le hiciera propuesta de varias mitras, que no admitió su grande humildad, con edificación de la Corte. Pero como a la propuesta se añadiesen órdenes terminantes, eligió entre los muchos que le propusieron el pobre y retirado del Río de la Plata, para el cual fue presentado a 9 de octubre de 1601, y consagrado en Valladolid, pasó luego a tomar posesión de su silla episcopal.

El año de 1603 celebró sínodo, en que el celo, prudencia y discreción resplandecieron sobremanera.

Concluido el sínodo, visitó el ilustrísimo las ciudades de su obispado, con grande utilidad de sus ovejas; y le sucedió que navegando del Paraguay   -172-   a Buenos Aires, halló náufragos en la orilla a los padres Marciel Lorenzana y José Cataldino, que enjugaban la ropa a los rayos del sol, y los consoló con palabras llenas de amor y suavidad. A pocos meses de llegado a Buenos Aires, murió a principios de 1606.

Sucediole el ilustrísimo fray Reginaldo de Lizárraga, natural de Vizcaya en España, hijo esclarecido de la familia de predicadores, lustre de su provincia limense, prior y definidor de ella, provincial de Chile, y después Obispo de la Imperial, en cuyo tiempo (año de 1598) sucedió la fatalísima rebelión de los araucanos de la Concepción, adonde trasladó su cátedra episcopal. Fue promovido a la Asumpción del Paraguay, y tomó posesión el año de 1608.

La conversión de los gentiles hizo muy señalada la época del año siguiente, que lo fue también de su muerte, dando los jesuitas principio a la conversión del guayrá, paraná y guaycurús. Habíanse tentado varios medios, y el de las armas no produjo el efecto deseado. Sobre eso la Real Majestad tenía expedida una cédula, en que ordenaba a Hernando Arias que procurara efectuar la pacificación de los indios por medio de la predicación, y no por el estrago y ruido de las armas.

Efectivamente, el gobernador Hernando Arias y el ilustrísimo Lizárraga, suplicaron al padre Provincial Diego Torres que señalara misioneros para Guayra; y como en el padre Provincial ardía el celo de las almas, luego puso los ojos en los padres José Cataldino y Simón Malzeta, italianos de nación, y escogidos para la conversión del gentilismo guayreño.

Más gloriosa por más difícil, aunque no tan feliz en el suceso, fue la empresa de los guaycurús, nación la más inculta, vagamunda y bárbara que conoce la América Meridional. Habitaban al occidente del Paraguay, fijando a veces su acampamento en la derecera de la Asumpción sobre la margen opuesta. Nada igualaba el atrevimiento de su ánimo, y el desprecio con que miraban los españoles, contra los cuales se hallaban en la sazón más irritados que nunca; porque intentando asaltar la ciudad en la noche de la fiesta de la Asumpción de este año, cuando divertidos con el regocijo pensaban en solazarse, los previno Hernando Arias matando algunos de ellos, e irritando los demás para la venganza. Tal era el estado de los guaycurús, desesperado a juicio de los mas, e incapaz de admitir el yugo de la ley de Cristo.

A don Pedro Mercado y Peñaloza, sucedió el año de 1600, en el gobierno de Tucumán, don Francisco Martínez de Leiva, caballero del hábito de Santiago, más memorable en las historias chilenas, por su valor   -173-   contra los araucanos que en las tucumanas por sus facciones militares; o porque sosegados los indios no ofrecieron ejercicio a su valor, o porque la muerte aceleró los pasos y cortó antes de tiempo el hilo de su vida.

Ocupó su lugar don Francisco Barraza y Cárdenas; pero su gobierno, más breve que el de su antecesor, finalizó la muerte el año de 1605. Sucediole Alonso Ribera, célebre en las campañas de Flandes, defensa de Cambray, sorpresa de Amiens en el ardid del carro de nueces, operaciones militares en Italia, y valor experimentado en Chile. Su gobierno en Tucumán por ahora sólo ofrece de particular el haber humillado al orgulloso calchaquí, al cual puso freno el año de 1607 dentro del valle de Londres, con una ciudad que llamó San Juan de Ribera. El año de 1609 deshizo la villa de Madrid de las dos Juntas, y la incorporó con la de Esteco, trasladando ambas a dos leguas de la villa de Madrid, de esta banda del Río Salado.

Proseguía en el gobierno de su iglesia el ilustrísimo fray Fernando Trejo, ejemplar de prelados, celando con incomparable vigilancia el bien espiritual de sus ovejas, tan padre de los pobres en lo que repartía de sus rentas, como pastor amoroso en la defensa y protección de su rebaño, oprimido a la sazón con extorsiones indecorosas. Defendió los límites de su obispado contra la pretensión del ilustrísimo don Alonso Ramírez de Vergara, que se apropiaba el derecho a los pueblos de Humaguaca y Casabindo.




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§ XIX

Gobierno de don Diego Martín Negrón


1610-1615


A Hernando Arias de Saavedra, cuyo gobierno terminó a fines de 1609, o principios de 1610, siguió don Diego Martín Negrón, digno sucesor   -174-   de varón tan esclarecido. Era don Diego caballero de prendas sobresalientes; su cristiandad realzaba la heredada nobleza, su discreción le hacía a amable y su entereza respetable a todos. Tuvieron en él los indios padre amoroso que se compadeciese de sus necesidades, y protector inflexible de los fueros de su libertad, desatendidos, o atendidos solamente para que la codicia de los encomenderos no los traspasase más culpablemente. Punto era éste que inútilmente lamentaban y repetían con frecuencia, desde el púlpito los predicadores, con aquel efecto que se predicaran a estatuas de mármol, sordas a los gritos del pregonero. Lamentábalo también el gobernador don Diego, y esforzábase como justo y compasivo; pero uno solo contra la multitud de poderosos encomenderos, no podía prevalecer. Arrojo fue, que no desmerece el nombre de cristiano, el intentarlo, pero el brazo que había de vencer este obstáculo pedía superior movimiento y poder más soberano.

Tal fue el que trajo el año de 1611, el doctor don Francisco Alfaro, oidor de la Real Audiencia de Chuquisaca, persona, benemérita y de conocidos talentos para el empleo. Pero antes que registre la historia de sus operaciones, y el fomento que tuvo en nuestro Gobernador, será bien tomar de atrás la carrera, y referir los pasos que sobre el asunto se habían dado para desterrar el servicio personal de los indios; punto que pide larga relación; pero ceñida en pocos términos, es en sustancia como sigue. Con el descubrimiento de las Indias empezó el uso y abuso de los naturales, privándoles, a título de conquista, de la amada libertad que Dios y la naturaleza les había concedido, no menos a ellos, que a los que pretendían hacerse dueños y señores. ¡Quién dijera que por descubrirse en el corazón de la Europa un nuevo reino, incógnito hasta nuestros días, y admitir con humanidad los regnícolas a los descubridores, habían éstos de adquirir derecho a cautivar y poner en mísera servidumbre a los naturales! ¡Y como si fuera poco hacerse dueños de sus opulencias y ricos minerales, ponerlos también en miserable esclavitud!

Este infame abuso, que parece obra de una fantasía delirante, introdujo en América la insaciable codicia, poco o nada satisfecha con los inagotables tesoros y minas de que abundan las Indias. Muy a los principios empezaron a tratar a los naturales cual esclavos, y como lotes de negros, se transportaban navíos enteros de unas provincias en otras para ser vendidos en públicas almonedas. Materia era esta de gran sentimiento para los Católicos Monarcas, cuya piedad de propagar la Fe; y su conmiseración con los indios les hizo dictar medidas que juzgaron oportunas para remediar males tan graves, y a la nación española indecorosos; expidiendo a este fin varias cédulas a los señores virreyes,   -175-   audiencias y gobernadores. Pero la suma distancia debilitaba la fuerza, y atenuaba el rigor de mandatos tan severos.

No obstante, a esfuerzos de apremios y severas penas, después de algún tiempo se abrogó la envejecida costumbre de cautivar naturales, y de reducirlos a miserable esclavitud. Bien que en antiguos y recientes monumentos hallamos algunas malocas, (esto es, entradas a cautívar apresar indios para venderlos, y servirse de ellos furtivamente en los domésticos ministerios). Verdad es que desde el tiempo del Señor Felipe II, cesó casi del todo la infame profesión de las malocas entre los españoles; y si tal cual vez osó la codicia atropellar los reales mandatos, se buscó asilo de inmunidad en las tinieblas, para no ser descubiertos con el hurto en las manos.

Pero la codicia, grande artífice de novedades para sus intereses, se ingenió en llevar adelante sus ciegos proyectos, y con la introducción de un nuevo abuso suplió la privación de otro. Desterrada la esclavitud de los indios, ocupó su lugar el servicio personal, a que eran obligados los miserables por un moderado tributo.

Sabido es en las historias de Indias, que los Católicos Monarcas premiaban el valor de los conquistadores y personas beneméritas con el repartimiento de algunas parcialidades o pueblos de indios, más o menos numerosos, a proporción de los méritos y carácter de los sujetos, transfiriendo en ellos el derecho que tenían Sus Majestades de exigir el tributo que antes de la conquista pagaban a sus caciques, Incas y Emperadores. Llamábanse estos repartimientos encomiendas, y las que las poseían, encomenderos, los cuales personalmente o por medio de otros, que se llamaban pobleros y ejecutores, velaban sobre el trabajo de los oficiales, y aprovechamiento del tiempo, logrando instantes de trabajo por no malograr los aumentos de sus intereses.

El fin de los Católicos Reyes en estos repartimientos; las obligaciones que imponían a los encomenderos; la piedad y conmiseración con que mandaban fuesen tratados los indios de encomienda, pueden llamarse pensamientos inspirados del Cielo para la conversión de los Americanos y propagación de la Fe entre ellos. Pero la insaciable codicia que todo lo trastorna, convirtió el moderado tributo en esclavitud de los tributarios, y abrogada aquella, en vez de un corto y pequeño gravamen, oprimió a los miserables con el servicio personal, el cual, fuera del nombre, tenía todos los caracteres, y producía todos los efectos de la esclavitud.

Era el servicio personal, para explicarlo de una vez, una opresión   -176-   tiránica, que compelía a los indios con sus mujeres, hijos e hijas a trabajar de noche y día en utilidad de los encomenderos; era una libertad esclava; libertad en el nombre, y esclava en la substancia, en los efectos y en la realidad; era un disfraz de servidumbre, que empobrecía la pobreza de los indios, y enriquecía los tesoros de los encomenderos; era un dogal, que a fuerza de increíbles vejaciones y trabajos excesivos, sofocaba los espíritus de los indios, y privaba a millares de la vida; era un tocar alarma, para que se rebelasen con la opresión, y sacudido el yugo de Cristo, sacudiesen también él del español, como lo ejecutaron en Chile los araucanos; en Tucumán los calchaquís, pulares y diaguitas; en el Paraguay, los guaycurús, paranás y guaranís, y en el Río de la Plata, los frentones, querandís y otros muchos.

Este abuso infame y opresión injusta de consecuencias infernales, conmovió los ánimos de los Católicos Reyes, y desde luego se desvelaron en desarraigarlo. Pero su empeño en muchos años no surtió efecto favorable; ya por la ambición de unos, ya por la pusilanimidad de otros, que no tenían ánimo y les faltaba aliento para hacer frente a los encomenderos. Las cédulas expedidas a este fin respiraban misericordia y piedad, capaz de mover corazones más dóciles y menos obstinados; pero la resolución denodada de los encomenderos, y su temerario atrevimiento, resuelto a cualquier arrojo, obligó a los reales ministros a suprimir los instrumentos de su comisión para abrogar el servicio personal; hechos cómplices del delito, incursos en fea desobediencia a las reales órdenes, los que más debieran promover su ejecución en materia de tanta importancia.

Así se pasaron muchos años, los reyes mandando, los gobernadores desobedeciendo, los encomenderos triunfando, y los varones de celo suspirando inútilmente. ¡Tales eran y tan profundas las raíces que había echado la codicia en los corazones de los encomenderos! Entrado ya el siglo decimoséptimo, tocó Dios el corazón de don Juan de Salazar, hidalgo portugués, avecindado en Tucumán; caballero piadoso, cristiano y rico, que pasado a España, consumió toda su hacienda abogando en presencia de Felipe III en favor de los indios contra el servicio personal, y últimamente murió, no sin sospecha de veneno, juez comisionario con amplios poderes para desarraigarlo en la provincia de Cuyo.

Este generoso y compasivo portugués, consiguió, estando en la Corte que en el reino de Chile se estableciese Real Audiencia, y para las provincias de Tucumán, Río de la Plata y Paraguay se asignase un visitador, cuya principal incumbencia había de ser el exterminio del servicio personal, odioso a los indios, y denigrativo de la nación española. La cédula se expidió en 27 de marzo de 1606, pero su ejecución retardaron algunos   -177-   accidentes, aparentes o verdaderos. El año de 1610 nombró la Real Audiencia de Chuquisaca, a don Francisco Alfaro, para que informado personalmente de las cosas en las tres provincias del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, arreglase el tributo que se debía exigir de los indios en reconocimiento de vasallaje.

Era el licenciado don Francisco Alfaro ministro integérrimo, de méritos adquiridos con la inflexible rectitud de sus operaciones; celoso protector de los indios, cuyos agravios había vindicado en Panamá y Chuquisaca, en el empleo de Oidor de los dos tribunales. No era fácil hallar sujeto más adecuado para el intento; juicio reposado y penetrativo de las materias; sumo desinterés y limpieza de manos, que no se mancharon con el lodo de regalos, ni polvorearon los donativos; inflexibilidad y rectitud, con pecho de bronce para rebatir los golpes de la sinrazón, y de los que ciegos atropellan a los que pretenden encaminarlos, expedito en los negocios, no demorando la decisión de las causas sino cuanto pedía el fundo de las materias. El empleo de visitador, con que vino a las provincias de Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, era ocupación de muchos años para otros; pero él lo concluyó con feliz acierto dentro del año de 1611.

Tres eran los cardinales puntos de su incumbencia. El primero miraba a la libertad de los indios, no imaginaria y de nombre como hasta el tiempo presente, sino real y verdadera, a la cual directamente obstaba el servicio personal; el segundo miraba a los desagravios por las injusticias pasadas, y el tercero a la tasa moderada de tributos; punto a la verdad escabroso, y de vado bien difícil; parte por la pobreza presente de los encomenderos, para satisfacer a los indios las injusticias pasadas; parte porque, aun en quien se suponía suficiencia de caudal, se creía faltar voluntad por los intereses de la codicia.

Este estado de las cosas, y el temor de no encancerar más las llagas, ocasionó el dar dos oficios a la imposición que se les había de poner a los indios de encomienda: el primero de tributo que debían pagar a los encomenderos, en nombre de Su Majestad, y el segundo por ser de satisfacción tan moderada, que lentamente, pero del modo que únicamente hacían posible las circunstancias, compensase a los miserables indios el precio de los sudores pasados. Sobre la materia se tuvieron diferentes congresos en la Asumpción del Paraguay, cabeza del Río de la Plata, y en Santiago del Estero, capital del Tucumán. Concurrieron hombres doctos, que habían manejado con particular estudio las materias, los gobernadores de las provincias, y procuradores de las ciudades.

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Ya parece que era llegada la hora en que a la infernal hidra del servicio personal se le segase la cabeza, que se había mantenido con la muerte de tantos infelices americanos. Todos conspiraban unánimes a este fin; los Reyes en sus cédulas, el visitador en las juntas, los gobernadores con el poder de sus bastones, los consejeros con la rectitud de sus pareceres, y los predicadores y personas de celo con sus sermones y razonamientos. Nada faltaba ya, sino que arreglasen las ordenanzas y que las aceptasen las ciudades. Lo primero pendía del visitador, y las escribió con tanto acierto, que merecieron la aprobación del Monarca, y se insertaron después entre las leyes de Indias, libro VI, título 17.

Lo segundo pendía de las ciudades y encomenderos, y estos y aquellas llevaron pesadamente la promulgación del nuevo deuteronomio, que ceñía los límites a su interminable codicia, y cortaba las alas a su ambición. Las ciudades nombraron procuradores, la Asumpción del Paraguay al capitán Francisco Aquino, y Santiago del Estero a don Fernando de Toledo y Pimentel, cuarto nieto del primer duque de Alba, para que tratasen en la Audiencia de Chuquisaca la revocación de las nueve ordenanzas; por si acaso en este rectísimo tribunal, no tenía su apelación el feliz despacho que deseaban. Señalaron al célebre Hernando Arias de Saavedra (Sol en esta ocasión eclipsado) procurador a la Corte, para que abogase por la mayor injusticia en el tribunal de la rectitud más sincera. Los gastos de los procuradores costeaban los encomenderos, liberales en esta ocasión, y pródigos de sus bienes.

En los tribunales de Indias tuvieron los procuradores de las ciudades tan mal éxito como era mala la causa que patrocinaban; ordenando con real severidad se guardasen inviolablemente las ordenanzas del visitador don Francisco Alfaro.

Desde fines de 1609, o principios de 1610, tenía el gobernalle del Paraguay don Diego Martín Negrón, y a no ser él piloto tan diestro, hubiera por ventura en tiempos tan turbulentos naufragado la provincia. Pero su prudencia en sosegar los principios de tumultos, y su constancia en promover con inflexibilidad la justicia de los indios contra las pretensiones de los encomenderos, le descubrieron aquella senda que debiera ser trillada de los hombres de gobierno; medía entre la condescendencia y severidad, templando la rigidez y acrimonia de la una con la dulzura y suavidad de la otra, cediendo sin ceder a los encomenderos, y con algunas leves condescendencias, promoviendo constante las reales órdenes, y amparando los indios en los derechos de su libertad. Él intimó un auto, bien necesario en las circunstancias, para que ningún español llevase indios al beneficio   -179-   de la yerba del Paraguay, al sitio de Mbaracayú, multando con penas graves a los transgresores, y confiscando cuanta yerba beneficiasen por manos de indios.

Admitió con singular humanidad una embajada del cacique de los guaycurús, excediendo en las demostraciones de cariño la inurbanidad de los bárbaros y obligándolos a recibir misioneros. Promovió con celo cristiano el culto divino, no sólo entre los españoles, sino entre los indios, adornando sus iglesias con algunos donativos que dispensaba su liberalidad en beneficio de la devoción de los neófitos. Obras de tanta cristiandad merecían eternizarle en el gobierno; pero la muerte que a nadie perdona, privó a estas provincias de un celoso promotor de los intereses de la religión cristiana, y de un ministro real, dotado de prendas bien singulares.




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§ XX

Gobierno de don Hernando Arias de Saavedra


1615-1620


Tomó el gobierno interino el general don Francisco González de Santa Cruz, y a poco más de dos meses tuvo sucesor el año de 1615, en Hernando Arias de Saavedra, tercera vez asunto al gobierno de la provincia, siempre benemérito del bastón; y en esta ocasión más que nunca por aquella su vida privada, que apunta más arriba, tan ajustada y cristiana que servía de ejemplar a la imitación, y de regla a cuantos observaban sus procederes. Fomentó con esmero las ordenanzas del visitador Alfaro, y las nuevas reducciones de Guayrá y Paraná.

Entendió personalmente en el desagravio de los indios, obligando a los encomenderos a que les satisficiesen el trabajo de los años pasados, y los dejasen libres para concertarse con quien a justo precio les llamase para sus menesteres. Obra prolija que pedía toda la entereza y cristiandad de Hernando Arias. La extensión de la provincia, el derramamiento   -180-   de los encomenderos por las alquerías en espacios tan dilatados; sobre todo, la resistencia y obstinación de los poseedores de encomiendas, pedían un ánimo varonil para contrastar las dificultades, igualando a fuerza de brazos la eminencia de los montes con la llanura y profundidad de los valles.

Donde no podía asistir personalmente diputaba jueces de autoridad y rectitud que atendiesen a la cobranza de los salarios, castigando con pena pecuniaria los delincuentes, y obligándolos a la satisfacción del convenio, conforme a los arreglamientos de las ordenanzas. Dos eran los principales oficios de estos superintendentes; el primero asistir en el tiempo de los ajustes, para que no interviniese fraude con detrimento de los pobres indios; el segundo asistir al tiempo de los pagamentos, para que en cantidad se arreglasen los salarios a la imposición de las ordenanzas.

Poco era para un corazón tan piadoso, y pecho tan cristiano, el desagravio de los indios, si no promovía la Fe entre los infieles. Logró en su gobierno considerables aumentos en Guayra y Paraná, y se dio principio a la conversión de los uruguayos, cuyo país si holló hasta aquel tiempo algún español, pagó con la vida su atrevimiento.

Pocas veces se habrá visto bastón más dignamente empuñado, o en beneficio y desagravio de pobres, o en los progresos y aumentos de la Fe. El nombre glorioso de Padre de la patria, y tutor de la religión cristiana, le venía muy adecuado, y por eso era repetido en boca de todos en obsequio y atención de sus méritos y operaciones extraordinarias. Ninguna cosa se caía más de su peso que anhelar a más gloriosos ascensos. Pero Hernando Arias tenía pensamientos muy diversos; y siempre vivió ajeno de honores; y más placer hallaba en el régimen pacífico de su familia y casa, que en el gobierno de una república tumultuante, que sólo se sujeta forzada, y obedece a expensas del rigor.

Para lograr el cumplimiento de sus deseos, y dar con el fin de su gobierno mejor ser a la provincia, despachó a don Manuel de Frías, procurador a la Corte, para que informado el Consejo sobre la extensión casi interminable de la Provincia, insistiese con eficacia en su división, cuya necesidad en otras ocasiones había representado. No era excesivo el número de ciudades; pero los límites de la provincia eran de vasta extensión, o por mejor decir sin término. Las dilatadísimas campañas que corren hasta el Estrecho de Magallanes; las que al norte hasta la Cruz Alta, que deslinda el territorio de Tucumán, Río de la Plata, y las riberas del Río Paraguay con las naciones circunvecinas; los espacios más imaginarios que trillados, en que se extendía sin límite, hasta los confines del   -181-   Brasil, la provincia de Guayra, eran del gobierno del Paraguay, y obligaban al Gobernador a ser peregrino dentro de su propia jurisdicción.

Sobre eso, los extremos rara o ninguna vez recibían el influjo de su cabeza; o porque llegaban con remisión sus órdenes, o porque absolutamente les faltaba impulso para tocar en su término. A las veces sucedía que las autoridades intermedias, que debieran ser el conducto más fiel, embarazaban el progreso de aquellos influjos, que hacía necesarios el estado presente de las cosas. Era pues muy necesaria la división, y tal la juzgó el Consejo Real de Indias, en vigor de la representación que hizo don Manuel de Frías, quien vino con el gobierno del Paraguay, y empuñó el bastón, el año de 1620. Cuyos sucesos no poco escandalosos referirá la historia en su propio lugar.

Casi al mismo tiempo se dividió el obispado del Paraguay, en el que hoy conserva ese nombre, y en el del Río de la Plata. Había vacado desde la muerte de fray Reginaldo de Lizárraga hasta el año de 1617, en que ocupó la silla episcopal el doctor don Lorenzo Pérez de Grado, natural de Salamanca, provisto desde el año de 1602 al arcedianato del Cuzco. Era sujeto de literatura escogida, y muy señalado en el derecho canónico. Su celo pastoral y conmiseración con los indios, hicieron memorable su gobierno, promoviendo con tesón incansable la observancia de las reales ordenanzas, y repartiendo entre los indios la renta de su obispado.

Proseguía aún con el gobierno de la Provincia Tucumana, don Alonso Rivera, héroe bien esclarecido, cuyas hazañas inmortalizan las historias de Flandes, Italia, Chile y Tucumán; varón enteramente grande por los ardides militares, por su industria y constancia en apurar al enemigo las fuerzas, hasta rendirle. En este gobierno hizo su nombre harto glorioso, sujetando los pampas que infestaban a Córdoba; humillando los inconstantes calchaquís, siempre tumultuantes y rebeldes al homenaje ofrecido. Para contenerlos en los debidos términos, fundó en la villa de Londres, año de 1607, la ciudad de San Juan de la Ribera. No es menos recomendable por el fomento que dio al visitador Alfaro, y la piadosa cristiandad con que favoreció los indios contra las injustas pretensiones de los encomenderos.

Éstos se quejaron agriamente contra el Gobernador; mas, ¿qué víbora no se enrosca, cuando la toca la vara, para arrojar su veneno? Mucho concibieron sus émulos y lo derramaron en cien capítulos, que le opusieron ante el juez de residencia, pero todos de tan leve peso, que el menor viento de sus arregladas operaciones los desvaneció sin dificultad.   -182-   Fue término de su gobierno el año de 1611, y en él dejó sus sucesores un ejemplo memorable de sujeción y rendimiento.

Tuvo sucesor el mismo año de 1611 en don Luis Quiñones Osorio, caballero de Alcántara, principal de la casa y solar de San Román de los Quiñones y de la villa de Quitanilla, en el reino de León. Diez años había servido el empleo de Juez oficial de la real hacienda en la imperial villa de Potosí, con tanto desinterés, que celando los reales haberes con atención de vigilante ministro, descuidaba con cristiano despego de sus creces y aumentos temporales. Él encargó la conversión de los ojas, ocloyas y paypayas, naciones fronterizas a Xujuy, cuyas vecindades infestaban con furtivas correrías.

Eclipsó don Luis Quiñones de Osorio al visitador Alfaro, adelantando sus proyectos, e insistiendo con tesón en la puntual observancia de las reales ordenanzas. Resistiéronse los encomenderos; pero la Provincia tucumana conoció, que a la sombra de un gobierno justo, ingenuo y recto no prevalece el desorden, ni el poderoso avasalla con impunidad los fueros del inocente desvalido.

Años antes el gobernador Alonso de Rivera y el Obispo Trejo habían informado al Consejo sobre la necesidad de erigir el seminario que ordena el Tridentino para el servicio de las catedrales, el cual era en Santiago necesario por la falta de ministros hábiles en las funciones eclesiásticas. A este fin llegó cédula del señor don Felipe III, en que aprobaba la erección, ordenando se encomendase a la Compañía el régimen y gobierno de los seminaristas.

La misma idea de fundar seminario se había concebido en Córdoba. Tratose luego de poner las manos a la obra y disponer con toda habitación para los convictoristas, y religiosos a cuya dirección había de entrar el nuevo seminario. Seis mil pesos exhibió el ilustrísimo señor Trejo para comprar las casas de Juan de Burgos, uno de los primeros conquistadores, capaces de admitir buen número de seminaristas. Luego que en Córdoba corrió la voz del seminario que pretendía fundar el ilustrísimo Obispo, se alegraron notablemente los ciudadanos, conociendo que la más noble parte de su felicidad les había de venir de la enseñanza en buenas letras y virtudes cristianas de sus hijos, deseando con impaciencia el día en que se había de dar principio a la fundación.

Éste había de ser el de los Príncipes de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, del año de 1613, en que el Obispo pontificó, bendijo   -183-   las becas, y se las vistió de su mano a catorce colegiales, hijos de la primer nobleza y distinción, descendientes de los primeros conquistadores. No fue de mucha duración este seminario, pero en los pocos años su consistencia llenó la esperanza de la provincia con frutos bien sazonados.





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Serie de los señores gobernadores del Paraguay, desde don Pedro de Mendoza, hasta don Fulgencio Yedros, según consta de los libros capitulares que se conservan en el archivo de la Asumpción; por el padre Bautista

Descubrimiento del Río de la Plata


1512-1534


Juan Díaz de Solís, piloto mayor del Rey, de cuya orden, aunque a su propia costa, salió de España para estas partes y costas magallánicas, entonces por ninguno otro surcadas, pues fue su derrota el año del Señor de 1512; y mediante ella, y estar ya declarado por el Papa Alejandro VI, que desde Santa Catalina hacia el sur pertenecían estas navegaciones y conquistas a los Reyes de Castilla, y haber navegado dicho Solís siguiendo la meridional, hasta cuarenta grados, desde donde retrocediendo dio con la boca del Río de la Plata, entrándose por ella, tomó posesión de aquella tierra, y dio a este río (que los naturales llamaban Paraná-guazú, que suena lo mismo, que «río como mar») el título de su apellido; por el cual fue conocido hasta Gaboto, que fue el segundo que lo navegó, y que le dio el nombre de Río de la Plata, por la que de él llevó a España.

Antes de la llegada de Gaboto, Hernando de Magallanes reconoció su boca aunque no entró por él, sino que se enmaró hasta descubrir el estrecho de su nombre y las islas Filipinas, donde murió, quedando en su lugar Sebastián Cano, que surcó ambos mares. Como de estos dos descubrimientos de Solís y Gaboto, aquel español, vecino de un lugar de Andalucía llamado Uría, y este veneciano, resultase que muchos caballeros hidalgos   -186-   se ofreciesen al Emperador a poblar esta tierra, que según daba muestras, era muy poderosa y rica; entre los que con más ardimiento hicieron esta pretensión, fue don Pedro de Mendoza.


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Primera parte

Gobernadores del Paraguay y Río de la Plata



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- I -

Don Pedro de Mendoza


1535-1537


Don Pedro de Mendoza, deudo de doña María de Mendoza, mujer del Señor Secretario don Francisco de Cobos; como era criado de la casa real, y gentilhombre de boca del Emperador, y por otros respetos, obtuvo fácilmente esta gobernación de Su Majestad, con título de Adelantado, y merced que se le hacía de Márquez de lo que poblase y conquistase, con todo el Río de la Plata, y en doscientas leguas de una y otra parte de sus costas. Esforzáronse con esto muchos caballeros de toda España, ofreciéndose a don Pedro con sus caudales y personas, teniendo a mucho honor los que eran admitidos en su compaña. De hecho, salieron de San Lúcar de Barrameda, y se hicieron a la vela en catorce navíos, el 14 de agosto 1535; y después de varios sucesos que ofreció esta navegación, tomó puerto y posesión de su adelantamiento en la isla de San Gabriel, frente al paraje donde está fundada hoy la Colonia de los portugueses, y único asilo, hasta entonces, de los españoles, para verse de algún modo libres de las continuas invasiones de los indios infieles de tierra. Dio orden a su hermano don Diego de Mendoza, pasase a la parte de Buenos Aires y poblase por aquella costa donde mejor le pareciese. Como en efecto, como media legua más abajo de la boca del Riachuelo, fundó un lugarcillo y casa fuerte, con el título de Puerto de Santa María, el que por las crueles invasiones de los naturales de aquella   -187-   comarca, y muerte de don Diego y de los suyos, no tuvo estabilidad. Viendo este suceso, y la suma penuria en que estaba toda su armada, que se componía de dos mil y docientos hombres, sin las mujeres y niños, dio orden el Adelantado de mandar al capitán Gonzalo de Mendoza por víveres al Brasil; y para pasar río arriba, nombró por su teniente general a Juan de Oyolas, y lo despachó con doscientos hombres, a que registrase aquellos paranás y sus costas, y viese si podía proveer la armada de algunos bastimentos. En efecto, así se hizo; pero ni con estas providencias, y otras que le parecieron acordadas, pudo estorbar la peste, hambre e innumerables otras plagas, que le habían consumido casi la mitad de la gente; y tenía, según se mostraba adversa su fortuna, que sucumbir él y su resto al cúmulo de tantas desdichas y miserias. Contrarrestado así, y afligido su ánimo, determinó dejar aquella empresa, ya para sus fuerzas insoportable. Y en efecto, dejando, manteniendo siempre de su teniente general, para las conquistas del río arriba, al capitán Juan de Oyolas, en las cuales, de su orden, se hallaba entendiendo; y para las pertenecientes a Buenos Aires, isla de San Gabriel, puerto de Sancti Spiritus, donde dejaba alguna gente y casa de su habitación, etc., nombrando con el mismo cargo de general, al capitán Francisco Ruiz; dadas otras providencias, tomó un navío con la gente que le pareció, y se embarcó para España a principios del año de 1537, en cuya navegación acabó miserablemente su vida, su marquesado, adelantamiento y gobierno.

Conserváronse algún tiempo los conquistadores bajo de la conducta y mando de sus generales; mas, como las calamidades, en lo que pertenecía a Buenos Aires, se aumentaban cada día, tuvo por bien el retirarse Ruiz con parte de su gente a la Asumpción, informado de que se pasaba mejor allí, por la amistad grande que los españoles habían contraído con el cacique Paraguá, señor de aquella tierra, y con sus indios guaranís; y que por esta causa quedaba Gonzalo de Mendoza con 60 soldados fundando, y estableciéndose ya. Todo esto se hizo así el año de 1537. Llegados los de Buenos Aires a la Asumpción se hallaron con la novedad de haber los payaguás (hasta hoy infamísima raza, que domina todo aquel reino) despedazado y muerto a traición al capitán Juan de Oyolas y a todos sus soldados, de vuelta del descubrimiento del Paraguay arriba. Con este incidente, y no conviniéndose los capitanes en quién había de ser su superior y general, se abrió una cédula del Emperador, que se le había fiado al veedor de Su Majestad don Alonso de Cabrera; y leída en alta voz y visto su contenido, que era en substancia: «Que en el caso de morir el Adelantado, sin haber antes ni después persona legítima que hiciese sus veces en el gobierno, se juntasen todos los conquistadores a elegir entre ellos mismos sujeto apto para tal cargo». Eligieron, en virtud de esta real providencia, dada en Valladolid,   -188-   a 12 de setiembre de 1537, y nombraron de unánime consentimiento por su Gobernador y capitán general, al capitán don Domingo Martínez de Irala, quien aceptó el gobierno, y le comenzó con mucho acierto, y a satisfacción de todos, este mismo año de su elección, que fue el de 1538.

Según lo arriba dicho parece está claro haber sido el primer gobernador de estas provincias del Río de la Plata, entonces unidas, el Señor don Pedro de Mendoza; cuyo gobierno duró más de año, después de haber entrado y tomado posesión de ellas; y por su fin y muerte, y de sus dos jefes, el que las serenó, aquietó los turbados ánimos con las pasadas desgracias del tiempo, las conquistó, redujo a policía, estableció por capital y república de todas ellas la ciudad del Paraguay, con título de la Asumpción de Nuestra Señora, e hizo todo, porque ninguno hizo tanto, es y fue.




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- II -

Don Domingo Martínez de Irala


1538-1541


Era este caballero capitán de la armada de don Pedro, y lo había sido en España aventajado, y de mucho honor y cuenta, así por sus bellas prendas y valor, como por su conocida sangre y casa, que trae y tiene su origen de la villa de Vergara, provincia de Guipúzcoa. De este cúmulo de prendas, heredadas y adquiridas, resultó el acierto de su gobierno, siendo el mayor el haber recogido en la Asumpción el resto de la gente que había dejado el general Ruiz en Buenos Aires, para que todos unidos en esta nueva fundación, formasen un cuerpo, que se pudiese mantener, pues divididos todos perecerían, como se había visto prácticamente, que apenas se contaban setecientos hombres, de dos mil y tantos que entraron a esta conquista. De este acuerdo resultó el que los que se hallasen sueltos, que eran los más, fuesen tomando por mujeres las hijas de los naturales, que ellos mismos, se las ofrecían y daban gustosos, para emparentar con hombres tan valerosos y de buenas partes. Con esto vino a tener tanto aumento esta provincia, que en menos de cincuenta años ya se había hablado hasta Buenos Aires, y río arriba hasta Xerez, Santa Cruz de la Sierra y provincia del Guayra. Se mantuvo en su gobierno este señor hasta   -189-   el año de 1541; en cuyo año se recibió y entró al Paraguay por Gobernador y su Adelantado.




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- III -

Don Alvar Núñez Cabeza de Vaca


1541-1542


Era este caballero natural de Xerez de la Frontera, pero vecino de Sevilla, y nieto del Adelantado don Pedro de Vera que conquistó las Canarias; pasó de tercero a la conquista de la Florida, que intentó hacer Panfilio Narváez y los suyos; los cuales todos fueron muertos y comidos de aquella gente bárbara y caribe; de cuyo destrozo le libertó aquel Señor que cuida aún de proteger a la avecita que viene a la red del cazador. Así libre, cuando más cautivo y preso él, y un esclavo suyo, determinó este Señor, en tan duro cautiverio, serlo de sus acciones, viviendo tan ajustadamente como si estuviera en Sevilla; que mirole Dios, y le preservó de aquel general estrago.

Tomáronle aquellos bárbaros tanta estimación y respeto, que lo eligieron por su capitán y jefe principal; y de cautivo vino a ser señor casi absoluto. Mas como todo su anhelo era verse entre los suyos, determinó de atravesar desde allí a Méjico; como lo hizo con gran trabajo, por la suma distancia y las fragosidades de aquel inculto país, gastando en esta jornada diez años

Puesto en Méjico, determinó pasarse a Castilla, en donde llegó a tiempo que ya se sabía allí la muerte de don Pedro de Mendoza, y el estado en que quedaban las conquistas del Río de la Plata. Se presentó al Rey pidiendo este gobierno y adelantamiento, con cargo de conquistar y poblar toda esta tierra. Lo que, vistos sus méritos, se lo concedió el Rey, con estas mismas capitulaciones; y de hecho en cinco navíos de armada se embarcó en San Lúcar, año del Señor de 1540.

Llegó a Santa Catalina, y cansado de la navegación, que no le fue muy favorable, determinó tirar de allí por tierra al Paraguay; y así lo hizo, dando orden que las naos siguiesen su derrota hasta San Gabriel, y dejando allí las mayores, siguiesen las otras hasta la Asumpción. Todo lo ejecutó con tanta felicidad, que ni en las 400 y más leguas que dicho Cabeza de Vaca atravesó por tierra, ni en la penosa navegación del Río de la Plata, le faltó un solo soldado.

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Recibido que fue en la Asumpción el referido año de 1541, se mantuvo con aplausos de grande y esforzado caballero hasta el 15 de agosto del año 1542; desde cuya fecha volviósele tan adversa su fortuna y mal hado, que en nada le fue favorable; porque los tumultuantes o envidiosos de su gloria, formaron una conjuración, le prendieron, y presto le enviaron a Castilla; y de unánime consentimiento eligieron al Señor Irala, aun estando ausente en la conquista de Acay, y bien achacoso de unas tercianas. Y por más que se excusó, por no manchar sus manos en la sangre de inocente, como era poderosa la conjuración, tuvo por bien admitir el gobierno.




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- IV -

Don Domingo Martínez de Irala


1542-1557


Siguió Irala desde el mismo año de 1542 hasta el de 1546, en que se ausentó en pos de sus descubrimientos hasta los confines del Perú, dejando en la Asumpción por su lugarteniente a don Francisco de Mendoza; de cuya ausencia resultó otra nueva conjuración y motín, en que eligieron por general a un caballero sevillano, llamado Diego de Abreu; a quien Mendoza corriendo el año de 1549, mandó cortar la cabeza en público cadalso. De este hecho resultaron mil inconvenientes, que con la llegada del Señor Irala, a principios del año de 1550, y nueva elección y juramento de homenaje que le hicieron, se serenaron y acabaron todos estos ruidosos hechos, que tan achacosa, hasta estos nuestros tiempos, dejaron a esta tierra.

De su gobierno y acertados proyectos fue informado el Emperador; y por haber muerto en Sevilla don Juan de Sanabria, que tenía nombrado Adelantado de estas provincias, y no haber podido venir a ellas el hijo de este señor, que era el sucesor, nombró Su Majestad Cesárea al dicho Irala por tal gobernador y capitán general, confirmándole el mismo título que en su elección le dieron los conquistadores, y así se mantuvo hasta que murió, que fue el año del Señor de 1557. Dejando en su lugar a don Gonzalo de Mendoza, su yerno, quien mantuvo el gobierno sólo un año, al cabo del cual murió, no sin sentimiento de toda aquella república, que veía renovadas y mantenidas en él las buenas prendas del suegro, y como enjugadas las lágrimas que a todos, sin diferencia les sacaba a los ojos su pérdida, o recuerdo, y ahora más con considerar todo acabado. Estando en vigor la provisión real, salió otra que,   -191-   tenía el ilustrísimo señor Obispo, don fray Pedro de la Torre, en que le confería el Rey facultad para que en su real nombre titulase al que en tal caso eligiesen los vocales. Se hizo la elección, presidiendo dicho ilustrísimo el día 22 de julio del año de 1558, y fue nombrado gobernador y capitán general.




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- V -

Don Juan Ortiz de Vergara


1558-1564


Este hidalgo, y noble caballero de la ciudad de Sevilla, y uno de los conquistadores de fama de este país, gobernó hasta el año de 1564; que persuadido del Obispo, y de una trama bien urdida de Nuño de Chaves, fundador de Santa Cruz de la Sierra, desamparó esta provincia y partió a Charcas, dejando por su lugar teniente en la Asumpción al capitán Juan de Ortega. No le salió como pensaba Ortiz esta jornada; pues la Audiencia lo depuso del gobierno y señaló a don Juan Ortiz de Zárate, persona principal y de grandes méritos, quien por pasar a la Corte a su confirmación, nombró por su teniente general de estas provincias del Río de la Plata a Felipe de Cáceres. Vino éste, y fue recibido por tal en la Asumpción el 1.º de enero de 1569. Gobernó con grande inquietud y bandos, por la oposición del Obispo, hasta que fue preso el año de 1572, desde cuyo tiempo un tumultuante, llamado Martín Suárez de Toledo, se alzó con el mando, a quien por evitar muchos inconvenientes tuvieron por bien de obedecer, hasta que el año de 1574 llegó a aquella capital de la Asumpción, confirmado por el rey don Felipe II, y nombrado gobernador y adelantado de estas provincias




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- VI -

Don Juan Ortiz de Zárate


1574-1581


Este Señor aquietó tanto seminario de discordias, y de su orden, según el poder que tenía de Su Majestad, hizo levantar estandarte al capitán Juan de Garay para que pasase, como en efecto pasó con los que le siguieron, a fundar el puerto de Buenos Aires. Anuló   -192-   todas las resoluciones del intruso Martín Suárez, como consta de un auto proveído en 22 de octubre del año de 1575; y por fin gobernó con sosiego hasta el año de 1581, en que entró tan solamente de Gobernador su yerno.




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- VII -

Don Juan de Torres Vera y Aragón


1581-1586


Este licenciado se mantuvo en su gobierno hasta el año de 1536, en que entró de Gobernador y Adelantado.




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- VIII -

Don Alonso de Vera y Aragón


1586-1592


Mantuvo su gobierno este caballero sin novedad, hasta el año de 1592, en el cual el señor don Fernando de Zárate, a quien le fue conferido simultáneamente por el Rey este gobierno y el del Tucumán, hallando más conveniente residir allí, nombró en éste por su teniente general, que empezó a gobernar desde dicho año de 1592, a.




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- IX -

Don Juan Caballero Bazán


1592-1595


Éste se mantuvo de general todo el gobierno del Señor Zárate el cual concluido y conferido este gobierno a don Juan Ramírez de Velazco, que se hallaba ya en Potosí, escribió desde allí y mandó sus poderes para que se recibiese de su teniente general



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§ X7

Don Hernando Arias de Saavedra


1596-1597


En efecto, desde el día 5 de septiembre del año 1506 gobernó como tal general, hasta que llegó el Señor Ramírez, quien viendo lo dilatado de su gobierno, volvió a nombrar de su teniente general a dicho Hernando Arias, cuyo nombramiento hizo el año siguiente de 1597, día 10 de setiembre; y repartiéndole jurisdicción y distrito, hizo otro nombramiento en don Antonio de Añasco, caballero hidalgo, declarándole así mismo su teniente general. Fue este nombramiento a 20 de mayo del mismo año de 1597, como todo consta del libro capitular. Hechos estos nombramientos, entró a gobernar dicho.




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§ XI

Don Juan Ramírez de Velazco


1597


Quien, quizá presagiando su muerte cercana, o para que en aquel trance no se le hiciese tan pesada la carga, como en efecto suele ser la del gobierno, tiró a repartirla entre tres; o sería acaso este caballero de aquellos, a quienes muchas veces les sirvió de acíbar a lo dulce del mando el reconocer que todo cargo es carga, y muy intolerable. Digo esto, porque apenas duró un año en su gobierno, y por su fin y muerte nombró el Virrey de Gobernador interino al ya referido




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§ XII

Don Hernando Arias de Saavedra


1598-1599


Éste fue recibido por tal el 4 de enero del año 1598 y queriendo conservar la buena armonía que había guardado con don Antonio de Añazco, le nombró de nuevo por su teniente general. Mantúvose hasta que vino nombrado por Su Majestad gobernador y capitán general.



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§ XIII

Don Diego Rodríguez Valdez de la Banda


1599-1602


Quien fue recibido a 8 de julio de 1599; y el 17 de este mismo mes y año nombró de su teniente general a don Francisco de Bracamonte y Navarra. Gobernó hasta el año de 1602, en que se recibió de gobernador y capitán general.




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§ XIV

Don García de Mendoza


1602-1615


Gentilhombre de boca de Su Majestad, a quien mandó el Rey a este gobierno, por haberse excusado venir a él, por su avanzada edad el arriba nombrado, gobernador del Tucumán, don Fernando de Zárate. Todo esto consta de la cédula real de don García, dada en San Lorenzo, a 30 de julio de 1598, etc. El año de 1605 entró a gobernar por Su Majestad de gobernador y capitán general el ya nombrado muchas veces.




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§ XV

Don Hernando Arias de Saavedra


1605-1611


A 30 de enero del siguiente año de 1606, éste eligió y nombró por su teniente general a don Antonio de Añasco. En tiempo del gobierno de este caballero, vino a esta provincia nombrado por Su Majestad de visitador general del Paraguay, Ciudad Real hoy destruida y acabada, Villa Rica, que está en pie, más no donde estaba en aquel entonces, y Misiones del Guayra, que también no son, ni permanecen, sino tan solamente campos desiertos, habitados más de fieras que de hombres; de todas estas provincias, vino de visitador aquel gran Ministro, don Francisco de Alfaro. Era éste señor Oidor de la Real Audiencia de Charcas, y después del Real y Supremo Consejo de las Indias. Entró al Paraguay por los años del Señor de 1608, y concluida su visita y arreglada toda   -195-   la provincia, dispuso e hízole unas ordenanzas, que fueron vistas y aprobadas por Su Majestad y su real y supremo Senado de Indias, las que están y deben tener su fuerza en todo aquello que no se ha trastornado, ni se oponga a nuevas decisiones del soberano. Concluida esta visita y aquel gobierno, nombró Su Majestad por gobernador y capitán general a




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§ XVI

Don Diego Martínez Negrón


1611-1619


Empezó su gobierno por los años de 1611, y le obtuvo hasta el sucesor que nombró Su Majestad de gobernador y capitán general, que fue




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§ XVII

Don Manuel de Frías


1619-1625


Entró al Paraguay por los años de 1619. En tiempo de este Señor, que fue al siguiente año de su gobierno, en 1620, se dividió y separó este gobierno en lo espiritual y temporal, de él del Río de la Plata y Buenos Aires, en este modo. Al del Paraguay señaló el Rey todo lo que cogía en lo interior la provincia, desde su río al este, y de norte a sur hasta el Paraná, o ciudad de Corrientes exclusive, y estos son hoy sus términos y límites. A la gobernación de Buenos Aires señaló de términos este oeste, desde la boca y costas del gran Río de la Plata, hasta las barras de la del Tucumán y de la presidencia de Chile; y de sur a norte desde donde se pueda extender en las tierras Magallánicas y sierras del Tandil, hasta dar en el Paraná y ciudad dicha de Corrientes, y su jurisdicción inclusive; cuya demarcación y territorio conserva hasta hoy. Estos mismos linderos se dieron a los obispados y a la jurisdicción eclesiástica. En cuya atención, estando a lo referido arriba, es de notar, que quedó tan solamente don Manuel de Frías por gobernador del Paraguay, sin otra novedad, que fue recibido este dicho año de 1620 por gobernador de Buenos don Diego de Góngora, y por su primer Obispo el Ilustrísimo y Reverendísimo señor don Fray Pedro Carranza; continuando en su silla del Paraguay, el Ilustrísimo y Reverendísimo señor don fray Tomas de Torres, que después pasó a ser Obispo del Tucumán. Esta noticia podrá ver el curioso en el padre Techo, libro 6, capítulo 16, pág. 165.





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Segunda parte

Gobernadores del Paraguay


Don Pedro de Lugo y Navarra entró y fue recibido en la Asumpción por los años del Señor de 1625.

Gobernador y capitán general don Luis de Céspedes Xaría; entró a 25 de junio de 1631.

Gobernador y capitán general don Martín de Ledesma, que entró en el gobierno por los años del Señor de 1636. En su tiempo se puso en práctica la cédula de fuerza.

Gobernador y capitán general don Gregorio Inostrosa, que entró y fue recibido a 27 de junio de 1641. Concluido el gobierno de este Señor, entró de gobernador y capitán general.

Don Diego de Enobre Osorio: duró poco y murió a 26 de febrero del año 1645; y el día 4 de marzo del misino año, de unánime consentimiento de los particulares, empuñó el bastón y entró a gobernar el ilustrísimo y reverendísimo señor don fray Benardino de Cárdenas. Solos 8 meses escasos duró en su gobierno, porque a 1.º de octubre del mismo año de 1645 entró de gobernador

Don Sebastián de León. Éste apenas se mantuvo un año, porque luego la Real Audiencia mandó por juez pesquisidor de lo acaecido desde el año 1645 con dicho Ilustrísimo Obispo y demás pesares de aquella fatal era, hasta el año dicho de 1649; y también por gobernador de esta provincia, al

Señor Oidor don Antonio de León Garavito, quien entró y fue recibido por tal al 1.º de octubre del año de 1650.

Gobernador y capitán general don Cristóbal de Caray, entró a 26 de julio de 1653.

Gobernador y capitán general por la Real Audiencia, y juez pesquisidor, el señor licenciado don Juan Blásquez de Valverde: entró a 21 setiembre de 1656.

Gobernador don Alonso Sarmiento de Figueroa, a 24 de setiembre de 1659.

Gobernador don Juan Díaz de Andino, año de 1663.

Gobernador don Felipe Reja Corvalán, año de 1671.

Juez y gobernador el licenciado don Diego Ibáñez de Faria, fiscal de la Real Audiencia de Guatimala, y juez delegado de la de   -197-   Charcas en esta provincia; cuya comisión ejerció por los años del Señor de 1676 etc.

Gobernador segunda vez don Juan Díaz de Andino, a 7 de octubre de 1681.

Gobernador don Antonio de Vera Múgica, entró a 18 de octubre de 1684.

Por muerte del señor Múgica, entró a gobernar su teniente general don Alonso Fernández Marcial, y se recibió a 30 de octubre del mismo año de 1684.

Gobernador y capitán general Francisco Monfort, caballero del Orden de Santiago. Entró a 30 de octubre de 1685.

Gobernador y capitán general don Sebastián Félix de Mendiola, entró a 22 de octubre de 1692.

Gobernador y capitán general don Juan Rodríguez Cota; entró la 4 de diciembre de 1696.

Gobernador don Antonio de Escobar y Gutiérrez, a 27 de junio de 1702.

Gobernador segunda vez don Sebastián Félix de Mendiola, a 26 de setiembre de 1705.

Gobernador, por muerte del dicho Mendiola, nombrado por la Real Audiencia, D. Baltazar García Ros; se recibió a 9 de febrero de 1706.

Gobernador y capitán general por Su Majestad don Manuel de Robles, entro a 10 de octubre de 1707.

Gobernador por Su Majestad don Juan Gregorio Bazán de Pedraza, se recibió a 5 de junio de 1713.

Por muerte suya año de 1716, entró a gobernar el general don Andrés Ortiz de Ocampo.

Gobernador y capitán general don Diego de los Reyes Balmaceda, quien entró a gobernar por el señor don Antonio de Victoria, y se recibió de este gobierno a 5 de febrero de 1717. Por las quejas y recursos que tuvo la Real Audiencia de Charcas, a quien está sujeta esta provincia desde que se separó la de Buenos Aires, nombró por juez pesquisidor al señor oidor y protector general de Indias.

Don José de Antequera Enríquez y Castro; cuyo empleo ejerció desde el día 15 de setiembre de 1721, hasta el 6 de junio de 1722; en que entró, y fue recibido por gobernador en propiedad, nombrado por tal, por el señor virrey Morcillo, como consta de su despacho dado en Lima al 24 de abril de 1721. Es de notar y advertir, que estos ministerios los ejerció este caballero, no simultáneamente, sino muy separados y divididos, como consta de las fechas dichas, para que el curioso que leyere los instrumentos, que sobre la tragedia de este señor inserto aquí, no se confunda, y pese bien como puede la emulación y envidia   -198-   denigrar y obscurecer tanto la fama del emulado, que haga creer ser intruso el que es legítimo. Recibido pues de gobernador el señor Antequera, que sé yo qué servicios reales encontró dicho virrey Morcillo en el señor don Baltazar García Ros, teniente de rey de Buenos Aires, para mandarlo de Gobernador a esta infeliz y combatida provincia. Resistiósele el dicho Antequera, y la ciudad toda, al estrépito militar con que venía dicho Ros a tomar posesión de su gobierno; quien escapándose a uña de buen caballo, se retiró de esta intentona, dejando en las márgenes del Río Tebicuarí destrozado todo su ejército guaranico, que se componía de más de 6000 indios, que había sacado de las Misiones de los padres Jesuitas. Por pacificador de todos estos disturbios, mandó el Virrey al señor don Bruno de Zavala, gobernador de Buenos Aires a cuya insinuación se ausentó el señor Antequera, y fue nombrado por gobernador de esta provincia, según el despacho del dicho Virrey.

Don Martín de Barúa, que fue recibido como tal el día 4 de mayo de 1725. Este mismo año se había recibido en Lima de virrey el señor don José de Armandarú, Márquez de Castel Fuerte, quien considerando las cosas del Paraguay, mandó por gobernador suyo a D. N. Surueta. Éste vino, pero no fue admitido, antes sí el común o comunidad, en que entraban nobles y plebeyos, a manera de las que se levantaron en Castilla en tiempo del señor Carlos V, le mandó que se retirase (querían estos comuneros, que no los olvidase tanto la Corte, y que de su soberano les viniese su Gobernador); y discreto, o bien aconsejado, se retiró. De aquí fueron las furias del dicho Armandarú, cuyos efectos tuvieron tan dolorosas consecuencias, que aunque no sean de este lugar, por no dejar pendiente la narración las apuntaré tan solamente. Perecieron en Lima en público cadalso el Señor Antequera, y el enviado procurador de esta provincia, Mena con tres religiosos de San Francisco; es decir, el auxiliante de Antequera, y dos más después, por haber salido en busca del yerto cadáver de su difunto tío; con un negro que expuso su vida para libertar la del guardián a quien se acertaba el tiro. En el Paraguay pereció a manos de los comuneros, el segundo gobernador Ruilova, enviado por el Virrey, y admitido por tal en su cabildo, y con él un Veinticuatro nombrado Juan Báez; y se insolentó tanto la gente, que no es decible los excesos que cometieron.

El señor de Barica, luego que vio alterado el pueblo, y empeñado a no admitir otro gobernador que él, se apartó con esfuerzo del gobierno, y ellos nombraron sus generales o justicia mayor,   -199-   hasta el año de 1733, en que recibieron al dicho Ruilova que sólo gobernó, hasta su muerte violenta, que fue el día 15 de setiembre de dicho año de 1733. Continuó el dicho común nombrando sus generales; de quien no hago mención por ser una madeja sin cuenta. Pero no omitiré el nombramiento que estos hombres hicieron en el ilustrísimo señor don fray Juan de Arregui, que sucedió así.

Este varón grande, luego que le llegaron las bulas y cédula de Obispo de Buenos Aires, pasó a consagrase en la del Paraguay. Ya concluida esta función, y aprestándose para volverse a su iglesia, acaeció el levantamiento y muerte del señor gobernador Ruilova. A vista de este hecho, y otros que trae la insolencia de una república alterada, procuró atajar todo lo posible estos excesos, yéndose a un país que llaman Guayaibiti, donde sucedió la muerte, por estar su ilustrísima en un pueblo inmediato, que pertenece a nuestra religión, nombrado El Yita, en donde se estaba aviando, ya despedido de la ciudad. Aquí estorbó todo lo posible, que quitasen la vida a un don Antonio Arellano, cubriéndolo con su manto, y a todos aquellos que llamaban contrabandos, que eran los que no seguían la parte del común. Aquietados ya algunos, supo su ilustrísima cómo iban a entrar a la ciudad para pasar a cuchillo a todos los contrabandistas que en ella encontrasen; y compadecido e instado de algunos piadosos, volvió de dicho pueblo, que dista doce leguas, y encontrando al común en un vallecito, donde está fundada la recolección nuestra que llaman Baricao, se fue a dicho convento en donde los exhortó a que mirasen la que hacían, y que nunca se justificaba su causa con tomarse ellos la justicia, si alguna tenían, matando y robando, etc. Aquietáronse por entonces, y lo dejaron tranquilo en este retiro de la Recoleta. Pero una tarde de improviso fueron a decirle que sólo de una manera se sosegarían, y era tomando él el bastón de gobernador. Entrose el Santo Obispo a la pobre iglesia que entonces teníamos, y ni con súplicas y exhortaciones que les hizo, pudo persuadirles que disistiesen, clamando todos a un tiempo, que la voz del pueblo era la de Dios. Viendo este empeño, se retiró su Ilustrísima a nuestro convento grande, por ver si allí le dejaban, cesando de un intento tan extraño; pero ni así, porque, como dicen, a tirones le sacaron de la iglesia de aquel convento y le entregaron el mando y el bastón, que tuvo por bien admitirlos, por evitar mayores daños e inconvenientes, como en efecto así sucedió, por el mucho amor que le tenían todos. Gobernó su Ilustrísima desde el dicho mes de setiembre de 1733, hasta que pudo conseguir con ellos su retirada a su amada iglesia y patria de Buenos Aires, dejando en su lugar al don Cristóbal Domínguez, que había sido su padrino de consagración, y hombre   -200-   de toda satisfacción, que mantuvo a todos en sujeción y obediencia; hasta que por orden del Virrey, al mandato volvió segunda vez el señor don Bruno Mauricio de Zabala a aquietar y sosegar la tierra. Entró a esta comisión el año del Señor de 1735; y hechas algunas justicias, se retiró a su presidencia de Chile, adonde pasaba promovido del gobierno de Buenos Aires, en cuyo camino murió; y según sus poderes, y comisión que traía para nombrar gobernador, hizo el nombramiento en el capitán de caballos

Don Martín José de Chauregui, quien desde dicho año de 1735; gobernó con todo acierto, discreción y prudencia, hasta que se dignó el Rey mandar desde Europa nuevo gobernador y capitán general, que fue el señor

Don Rafael de la Moneda, que entró en esta ciudad, y fue recibido el año del Señor de 1741. Éste solo caballero, digno en todo de los mayores respetos, por su integridad, juicio y demás prendas grandes, adquiridas y heredadas, que son patentes, porque aún vive avecindado en Buenos Aires, supo y se dio tanta y tan buena maña entre esta gente, que pudo acabar con las brasas de los levantados, que habían quedado ocultas entre las cenizas que dejó don Bruno. Digo esto, respecto a que, no obstante estas buenas partidas, por las que hasta ahora le lloran, tuvo valor uno u otro eclesiástico para sublevar o intentar hacerlo, algunos de aquellos, que habían quedado comuneros, y como se dice a sombras de tejados. Mas Dios permitió fuese sabedor de todo el dicho Gobernador, quien con sagacidad y arte, fue prendiendo a los principales cabezas de esta conjuración que se ordenaba a quitarle la vida, por haber celado la honra de Dios y refrenado en ellos, o los principales de este alzamiento sus notorios, públicos y torpes escándalos. Concluida la causa y el proceso, que todo se hizo en breve tiempo, les mandó quitar la vida. Fueron estos los únicos suplicios que en todo su gobierno ejecutó, porque no sé qué se veía en este caballero, que hasta los gentiles bárbaros, como son los payaguás y demás que hostilizan esta república, a su voz e imperio le obedecían, y todos se sujetaban y rendían; siendo esto más de admirar por estar ciego. Cegó este Señor luego que entró en el gobierno, y acaso la primera visita que hizo de toda la provincia fue el motivo, por los ardientes soles del país, a que no estaba acostumbrado. Empero así se mantuvo con la entereza dicha, hasta el año de 1747 en que entregó el bastón, por orden del Rey, al señor coronel

Don Marcos de Larrazábal, hijo y natural de Buenos Aires   -201-   poco gobernó este Señor, porque por motivos que la Corte tuvo, concediéndole la merced futura de teniente de Rey de Buenos Aires, la mandó sucesor, que fue el Señor

Don Jaime Sansust, quien se mantuvo con apacible economía, desde el año de 1750, hasta el de 1761 en que le promovió el Rey a gobernador de Potosí. Por esta promoción vino de gobernador un teniente del presidio de Buenos Aires y vecino de allí, que nombró el señor Ceballos, con las facultades que este hombre tenía de la Corte; y ya aquí admitido, le vino la cédula del Rey de tal gobernador y capitán general, llamábase

Don José Martínez Fontes quien, no concluyó su gobierno, porque el año de 1764, día 29 de noviembre, murió de aire perlático; y quedó en su lugar su teniente general

Don Fulgencio Yedros, hijo y natural del Paraguay, hombre noble y de bellísimas prendas naturales, y en grado benéfico, sumo y de gran valor y espíritu militar, que así en el empleo como antes se le notó en las entradas varias que hizo tierra adentro contra los infieles que hostilizan esta provincia. No tuvo en su gobierno los mejores aciertos, por la mucha emulación de contrarios, y por causa de haber nombrado teniente de Curuguatí a don Bartolomé Larios Galván, que fue la piedra de escándalo de aquella villa. Faltole a este señor aquella destreza política, que casi es imposible encontrar en los que no han salido de este país. Y por esto tuvo algunos sinsabores y disgustos, en menos de dos años desde la fecha dicha, hasta el 29 de setiembre del presente año de 1766, en que entregó el bastón a don Carlos Morphí que hoy gobierna, admitido gobernador según sé, por una mera carta del Ministro en que le da aviso de cómo el Rey lo tiene hecho gobernador de esta provincia. No sé que sea de este gobierno con las novedades de la Corte, y haber el Rey proveído en otro el ministerio, que tenía el señor de Esquilache, mudado del gobierno al señor Cevallos, que patrocinaba al dicho Morphí, y otras cosas notables que nos comunican cartas confidenciales de España y Buenos Aires, que no son de este lugar.



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Parte tercera

Gobernadores de Buenos Aires, desde que se dividió esta provincia de la del Paraguay, en 1620, hasta la erección del Virreinato


Don Diego de Góngora, del orden de Santiago, natural del Reino de Navarra, y descendiente de los condes de Benavente, fue el primero que mandó esta provincia en 1620. En el de 1622, a ruegos de algunos caciques del Uruguay, que solicitaban unirse a la Religión Católica, encomendó este negocio a los jesuitas, demostrando su amor y celo por los naturales. Gobernó hasta el año de 1623, en que falleció, sucediéndole

Don Alonso Pérez de Salazar, natural de Santa Fe de Bogotá, que de Oidor de la Real Audiencia de Charcas pasó, por real comisión, a establecer las aduanas del Tucumán y Río de la Plata; y sucediendo la muerte del gobernador Góngora, se le encargó el mando de esta provincia, interinamente, por el virrey de Lima, Márquez de Guadalcazar; pero al año de su gobierno vino de España el sucesor, y regresándose al Perú fue Presidente de las Audiencias de Quito y Chuquisaca, y en 1624 entró mandando

Don Francisco de Céspedes, natural de Sevilla, y veinticuatro de ella, quien habiendo venido por la ruta del Janeiro, a tiempo que los holandeses tomaron la Bahía de Todos Santos, se embarcó inmediatamente para este destino, con el fin de asegurar esta ciudad de cualquiera invasión que proyectasen aquellos enemigos, convocando al efecto gentes del Paraguay, Corrientes, y Santa Fe. Manifestó igual empeño en la conversión de los naturales, encargando de esta espiritual conquista a los padres Franciscos, de cuyo feliz éxito fundaron varias iglesias, y entre ellas la de Santo Domingo Soriano, que hasta hoy se conserva. Después de siete años de gobierno, entró a sucederle en 1632

Don Pedro Estevan de Ávila, del orden de Santiago, hermano del marqués de las Navas, de acreditado valor en las guerras de Flandes, y no menos en la vigilante defensa de este puerto, que apetecían, y rodeaban los holandeses. No obstante, en el primer año de su gobierno tuvo la fatal pérdida de la ciudad de la Concepción del Río Bermejo, muy opulenta,   -203-   así por su comercio, como por sus apreciables cosechas, tomada por los comarcanos infieles con notable destrozo de sus habitantes; siendo vanas cuantas tentativas se hicieron para su restauración, pues aún hoy se conserva en poder de los indios abipones. Después de seis años de su gobierno fue promovido al de Icatota, donde murió, después de muchos disturbios con el virrey, conde de Alva del Liste, y le sucedió en este gobierno

Don Mendo de la Cueva y Benavides, del orden de Santiago, y de la Excelentísima Casa de los duques de Albuquerque. Principió a mandar en 1638, después de haber militado en las guerras de Flandes, haciéndole acreedor sus recomendables servicios a la gracia de Maestre de Campo. Fue su mando cruel azote de los usurpadores infieles, que en aquella época cometían horrendas atrocidades con los españoles en el distrito de Corrientes, hasta dejarla libre de sus invasiones, y después que sujetó su orgullo construyó el fuerte de Santa Teresa para defensa de Santa Fe, y en 1640 partió para Corregidor de Oruro, por haber venido a sucederle

Don Ventura Mojica, a quien apenas le permitió la muerte mandar cinco meses. Manifestó en tan corto tiempo su discreción y acierto en la memorable victoria del Mbororé en el Uruguay, en donde murieron 160 portugueses, y muchos tupies enemigos, sin pérdida considerable de españoles. Sucediéndole su teniente general

Don Pedro de Roxas, que sólo gobernó mientras se dio cuenta a la Real Audiencia de Charcas, por cuyo nombramiento entró en su lugar

Don Andrés de Sandoval, cuyo gobierno fue tan breve, que recibiéndose en 16 de julio de 1641 acabó antes de cuatro meses, entrando a sucederle

Don Gerónimo Luis de Cabrera, sobrino del insigne Hernando Arias de Saavedra, natural de Córdoba del Tucumán, y nieto de su desgraciado fundador; que después de haber manifestado su valor y pericia militar, en diversas campañas de estas provincias, finalizó con la paz la dura guerra con los calchaquíes, hallándose de comandante general del Tucumán, por cuyo premio se le dio el mando de esta provincia, donde también hizo timidar los ánimos de los portugueses, que intentaban abatirle; pero lo hizo ilusorio con sus precauciones, y después de cinco años de gobierno, murió en el de la provincia del Tucumán, año de 1646, sucediéndole en éste

Don Jacinto de Lariz, del orden de Santiago, que después de haber   -204-   militado en Milán de Maestre de Campo, no gozó de un gobierno totalmente pacífico, a causa de algunos disturbios que tuvo con el Ilustrísimo Señor Obispo, con quien después se reconcilió, sucediéndole posteriormente

Don Pedro Ruiz Baigorri, del orden de Santiago, y natural de la ciudad de Estela, en Navarra, que después de sus acreditados servicios en Flandes, vino a mandar en 1653. Fue de recomendables prendas, y defendió este puerto de la invasión de los franceses, que pretendieron sorprenderle con tres navíos al mando de Mr. de la Fontaine, Timoteo de Osmat. Libertó igualmente la ciudad de Santa Fe de la de los calchaquíes, con general destrozo; amparó los derechos de los indios, y cesó en este gobierno el año de 1660, sucediéndole

Don Alonso de Mercado y Villacorta, memorable por sus letras, y disposición militar que acreditó en las guerras de Cataluña, y en el de introducir con el marqués de Leganés socorro en Lérida, sitiado por los franceses, de donde salió herido. Pasó después al gobierno de Tucumán, y por cédula de 13 de abril de 1618 al de esta provincia. Fortaleció este puerto, y mejoró de situación a la ciudad de Santa Fe, y después de tres años de gobierno, pasó otra vez al de Tucumán, donde aseguró la paz con los infieles de aquella provincia, ascendiendo de allí a la presidencia de Panamá, en donde murió en 1681 con el título de marqués de Villacorta. Sucediole en el mando de esta provincia el maestre de campo

Don José Martínez de Salazar, del Orden de Santiago, gobernador que era de la Puebla de Sanabria, y Castillo de San Luis Gonzaga; y estando destinado en 1662 para la campaña de Portugal, se le nombró para el establecimiento de esta Real Audiencia, y Presidente de ella. Adelantó las fortificaciones de esta ciudad, y favoreció en extremo a los guaranís, defendiendo su conservación contra las continuas irrupciones de los infieles, y estos puertos de una armada francesa que intentó atacarlos. A los nueve años fue extinguida la Real Audiencia, quedando después el señor Salazar de gobernador y capitán general, hasta que en 1674 entró a mandar

Don Andrés de Robles, del Orden de Santiago, natural de Burgos, que habiendo militado en Flandes, lo ejecutó también contra Portugal, dando principio a servir en la frontera de Galicia en el ejército del marqués de Viana, en la campaña del año de 1653 con plaza de capitán de caballos, y se señaló mucho en la derrota que a 17 de setiembre se dio al ejército del rebelde junto a Valencia del Miño, rubricando las proezas de su valor con la sangre que derramó en aquel glorioso   -205-   combate. Sanó de las heridas, volvió a la campaña y por diciembre del mismo año fue uno de los que con más bizarría acometieron al enemigo junto la villa de las Chozas, tomada por nuestras armas con un rico botín. Hallose después en la toma de Monzón, y recuperación de Salvatierra, año de 1659, por cuyos relevantes méritos ascendió a Maestre de Campo y se le confirió el gobierno de estas provincias. Pero fenecido éste en 1678, pasó a la presidencia de la isla de Santo Domingo, viniendo a sucederle el mismo año

Don José de Garro, del orden de Santiago, y natural de Guipúzcoa. Sus distinguidos servicios en las guerras de Portugal y Cataluña lo elevaron a Maestre de Campo, y al mando de la provincia de Tucumán, que sirvió más de cuatro años. Pasando después a ésta, hizo abandonar a los portugueses el territorio frente de las islas de San Gabriel, en donde se habían poblado; tomándoles todo el tren de artillería, municiones y víveres, y en recompensa pasó a la presidencia de Chile en 1682 que gobernó por diez años. Volviendo a España en 1693 fue provisto capitán general de Guipúzcoa en 1702, en donde murió los 40 años de servicio. Tuvo por sucesor en Buenos Aires a

Don José de H. Herrera, natural de Madrid. Había militado muchos años en las campañas de Flandes, Cataluña, Extremadura y Portugal, con los empleos de capitán de infantería, ayudante de sargento general de batalla y capitán de corazas; hallándose en varios asedios, asaltos y tres batallas, de que sacó por ejecutoria de su valor, muchas y muy peligrosas heridas, que más de una vez le colocaron a las puertas de la muerte, por ser el primero que con animosa intrepidez se expuso siempre a los mayores riesgos; sobre lo que dieron honoríficos testimonios los primeros generales de las armas españolas, los excelentísimos señores condes de Marchín y Salazar, y marqueses de Caracena y Leganés, pasando a noticia del Rey sus relevantes méritos; en premio de los cuales se le confirió el gobierno de Peñíscola; luego la Comisaría de caballería de esta plaza de Buenos Aires, y después su gobierno, que manejó nueve años continuos con general aplauso; habiendo entregado la Colonia a los portugueses en 1683 por estipulación de las dos Coronas. Volviendo a España, obtuvo el gobierno de San Lúcar de Barrameda con la Superintendencia de reales rentas. Por fin, restituido a la milicia como al centro de su genio marcial, se le confirió el grado de general de artillería, en cuyo ejercicio murió. Vino a sucederle

Don Agustín de Robles, caballero del orden de Santiago, quien después de las sangrientas guerras de Flandes, pasó de Maestre de Campo a la Castellanía de Fuenterabía, de donde vino a este gobierno en 1691   -206-   que sirvió hasta el de 1700, defendiendo valerosa y felizmente este puerto de una escuadra francesa. Restituido a España, se le honró con el grado de sargento general de batalla. Asistió en 1703 al sitio de Gibraltar; sirvió la presidencia de Canarias, y pasando después al gobierno de Cádiz, murió últimamente de capitán general de Vizcaya. Vino a sucederle

Don Manuel de Prado Maldonado, veinticuatro perpetuo de Sevilla, quien después de una penosa navegación de dos años, arribó a este puerto en 1700 con notable quebranto de su salud, y en ocasión de estar amenazada esta ciudad por una armada dinamarquesa, que a esfuerzo de sus precauciones hizo infructuosos sus designios. Pero no fueron ilusorios los que dirigió contra los infieles que se habían confederado con los portugueses de la Colonia, a quienes desbarató completamente. A poco más de dos años pasó al corregimiento de Oruro; entrando a sucederle en 1703

Don Alonso Juan de Valdés Inclán, soldado de gran valor, que quedó ejecutoriado en las guerras de Cataluña, donde sirvió hasta obtener el empleo de Maestre de Campo. Dedicó toda su industria y pericia militar en asegurar estas fortificaciones y plazas a que aspiraba la codicia lusitana; cuyos reprobados intentos, castigó juntamente, tomándoles por asalto la Colonia del Sacramento, obligando a los enemigos a una vergonzosa retirada al Brasil. Después de estos memorables sucesos, se vio precisado a pasar a Charcas, llamado de aquella Real Audiencia, en cuya ciudad falleció, sucediéndole en este gobierno en 1708

Don Manuel de Velazco, del orden de Santiago, que habiendo ejercido el empleo de general de galeones, al llegar con ellos a Vigo, les prendió fuego en la Ría, porque no fuesen presa de la armada inglesa; escapando a tierra en un batel con grande riesgo de su vida. Empezó su gobierno en 1708; pero se le imputaron tales excesos, que teniendo de ellos noticias el Supremo Consejo, despachó por Juez de pesquisa al señor don Juan José de Motilua, ministro de aquel tribunal, quien entrando secretamente en esta ciudad por marzo de 1712, prendió aquella noche a dicho gobernador, le secuestró sus bienes, y substanciándole su causa, lo remitió preso a España, donde se le dio el correspondiente castigo. Por su deposición entró a gobernar

Don Alonso de Arce y Soria, coronel de los reales ejércitos que venía destinado a este empleo en los mismos navíos en que pasó el señor Motilua, y a quien la muerte apenas permitió gobernase seis meses escasos.   -207-   Después de varias disputas que intervinieron sobre el mando, se nombró interinamente por el virrey de Lima al coronel

Don Baltazar García Ros, que restituyó a los portugueses por orden de Su Majestad la Colonia del Sacramento, y habiendo promovido la guerra defensiva de los guaranís contra los bárbaros charrúas, yaros y bohanes, que infestaban los caminos con atroces insultos, les obligó a pedir la paz. Fue nombrado para sucederle

El marqués de Salinas, Gentilhombre de Cámara de Su Majestad; pero nunca tomó posesión, por habérsele conferido el corregimiento del Cuzco, y plaza de Contador de cuentas en Lima, y en su lugar se eligió a

Don Bruno de Zavala, natural de la Villa de Durango, en el señorío de Vizcaya, Caballero del orden de Calatrava, y de acreditado valor en las campañas de Flandes, bombardeo de Namur, sitio de Gibraltar, ataque de San Mateo, toma de Villarreal y sitio de Lérida, donde la pérdida de un brazo fue la más noble ejecutoria de su valor. Fue hecho prisionero en la batalla de Zaragoza, e igualmente lo fue en la plaza de Alcántara. En premio de sus distinguidos méritos se le confirió el grado de Mariscal de Campo y este gobierno, del que tomó posesión en 11 de julio de 1717; en cuyo tiempo desalojó a los franceses, que al mando de Mr. Estevan Moreau se habían establecido en las inmediaciones del Cabo de Santa María a 8 leguas de Castillos, uniéndose con los infieles. Lo mismo practicó con los portugueses que intentaron poblarse en Montevideo, de cuyas resultas fundó por orden de Su Majestad aquella ciudad con el nombre de San Felipe y Santiago, dando principio en 1726 con algunas familias que vinieron de las islas Canarias, construyendo el fuerte con los indios guaraníes, y con los mismos perfeccionó el de esta plaza. Fue muy amante de la tropa, cuidando de que tuviesen corrientes sus sueldos. Celó con grande empeño el comercio ilícito, con cuyos decomisos enriqueció al erario. Finalmente satisfecho Su Majestad de la conducta de este gran Ministro, se sirvió promoverle, siendo ya teniente general a la presidencia de Chile, donde hallándose próximo a caminar, fue comisionado por el Virrey de Lima para ir a sujetar la rebelde provincia del Paraguay, donde entró armado, a pesar de la resistencia de su Cabildo, y sin temer la secreta conjuración que se había fraguado contra su vida. Su sucesor fue

Don Miguel de Salcedo, del Orden de Santiago, y Brigadier de los reales ejércitos, que se recibió en 23 de marzo de 1734. Concluido su gobierno, paso a España, sucediéndole

  -208-  

Don Domingo Ortiz de Rosas, del Orden de Santiago, y Mariscal de Campo de los reales ejércitos. Tomó posesión en 21 de junio de 1742, y cesó en el de 1745, que pasó a Presidente de Chile, en donde continuando sus servicios le dio Su Majestad el título de conde de Poblaciones. Tuvo por sucesor en este gobierno a

Don José de Andonaegui, teniente general de los reales ejércitos. En su tiempo vino de España el marqués de Valdelirios con los comisarios necesarios para el establecimiento de la línea divisoria con la corona de Portugal, en virtud del tratado de límites, celebrado el año de 1750, de cuyas operaciones resultó haberse rebelado siete pueblos guaranís de la parte oriental del río Uruguay; por cuyo motivo fue necesario pasase a contenerlos el señor Andonaegui en el de 1755, con un ejército de 1500 hombres, auxiliado de otro portugués de mil, al mando del Virrey del Janeiro, conde de Bobadela. Los rebeldes esperaron ambos ejércitos en las lomas de Caybaté, donde fueron derrotados, con pérdida de 2500 hombres; con cuyo feliz éxito se allanó el paso hasta los expresados pueblos, acuartelándose las tropas portuguesas en el de Santo Ángel, y las españolas en el de San Juan, en donde permaneció el señor Andonaegui, hasta que vino a relevarlo

Don Pedro de Ceballos, Caballero del orden de San Genaro, Comendador de Sagra y Senet en la de Santiago, Gentilhombre de Cámara de Su Majestad con entrada, y teniente general de sus reales ejércitos. Empezó a servir el año de 1739 de capitán en el regimiento de Caballería de Órdenes; a poco tiempo fue ascendido a coronel del de infantería de Aragón, manifestando desde luego tan señaladamente su espíritu, y prendas en las guerras de Italia, que mereció la confianza de sus generales, y se adquirió el amor y respeto de la tropa, haciendo ya desde entonces memorable su nombre aun entre los enemigos. Tomó posesión de este gobierno en 1756, donde acreditó más su ardor militar con motivo de la expedición de Misiones, toma de la Colonia del Sacramento, Río Grande de San Pedro, Fuertes de Santa Teresa, Santa Tecla y San Miguel; y finalmente, en la premeditada sorpresa por el orgulloso capitán inglés Mannamara, que con un navío y dos fragatas pretendió el día 6 de enero de 1763 recuperar la expresada plaza de la Colonia; quien después de dos horas y media de un vivo y continuado fuego, pagó su temerario arrojo, incendiándose el navío nombrado el Lord Elive, quedando con esta acción más gloriosas las armas españolas, debiéndose esta victoria al acierto, valor y talento del señor Ceballos. Por último, después de otros recomendables servicios, entregó el mando de estas Provincias a

Don Francisco de Paula Bucareli y Ursua, Caballero comendador de   -209-   Almendralejo en la Orden de Santiago, Gentilhombre de Cámara de Su Majestad con entrada, y teniente general de sus reales ejércitos. Tomó posesión en 15 de agosto de 1766, ejecutándose en su tiempo el extrañamiento de los jesuitas. Cesó en el de 1770, que dejó el gobierno a

Don Juan José de Vertiz, caballero comendador de Puerto Llano en la orden de Calatrava, y Brigadier de los reales ejércitos. Empezó a servir en el real cuerpo de guardias españolas, en el cual lo ejecutó también en las guerras de Italia. Pasó después a militar en Rusia con el fin de adquirir conocimientos militares para el régimen del ejército. Vino a estas Provincias con la subinspección de las tropas en 1769, y en su gobierno ascendió a Mariscal de Campo. Fundo en el año de 1772 los reales estudios en el Colegio de los Regulares Expulsos, y la casa de Recogidas, con otras disposiciones en orden a policía. En su tiempo empezaron los insultos de los portugueses por la Banda Oriental de este río, a cuyo destino pasó con el objeto de contenerlos. Fue el último que obtuvo el empleo de gobernador, por haberse erigido esta ciudad por capital de Virreinato, como adelante se demuestra.




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Cuarta parte

Virreyes


Don Pedro de Ceballos, Cortés y Calderón, Caballero de la real orden de San Genaro, comendador de Sagra y Senet en la de Santiago, Gentilhombre de Cámara de Su Majestad con entrada, capitán general de sus reales ejércitos, Comandante general de Madrid y su distrito, consejero y subdecano del Supremo consejo de guerra. Enterado Su Majestad de los repetidos e insufribles excesos que cometían los portugueses en los distritos de este Río de la Plata, acordó para la satisfacción de sus insultos, elegir al señor Ceballos, en virtud de sus notorios conocimientos, valor y pericia militar nombrándole por primer virrey, gobernador y capitán general de estas provincias, con todas las franquezas, autoridades y privilegios singulares que consta de su especial cédula de 3 de agosto de 1776, y entregándole todo el mando de la escuadra que se aprestó en Cádiz con este importante objeto, y de cuyo puerto zarpó en   -210-   12 de octubre de dicho año. Verificó su feliz arribo al de la isla de Santa Catalina, el 20 de febrero de 1777, cuya sola vista, y conocimiento del que la mandaba, fue suficiente para intimidar los ánimos lusitanos, entregándole inmediatamente sin un tiro de cañón todas sus fortalezas, por capitulaciones celebradas el 5 de marzo; por cuyas resultas le condecoró Su Majestad con el grado de capitán general de sus reales ejércitos. Efectuada la toma de Santa Catalina, pasó a la Colonia del Sacramento, que se le rindió a su discreción, y dirigiéndose después al puerto del Río Grande, atajaron su éxito los pliegos de la paz que recibió en el camino; por lo que se restituyó a esta capital, donde entró con universal aplauso el 15 de octubre de dicho año de 1777, en cuyo mando cesó el 26 de junio de 1778; y regresándose a España, murió en 26 de diciembre del mismo, en el convento de los padres Capuchinos de Córdoba la Llana. El distinguido mérito y demás recomendables circunstancias que adornaban a este respetable jefe, hicieron muy sensible su pérdida a toda la nación. Sucediole

Don Juan José de Vertiz y Salcedo, Caballero comendador de Puerto Llano en la Orden de Calatrava, y teniente general de los reales ejércitos. Fundó el colegio de San Carlos, y casa de Niños Expósitos; estableció la iluminación de esta capital, y en la fatal época de la sublevación del Perú concurrió con sus acertadas providencias a la pacificación del reino con desastre general de los rebeldes, Dámaso Catari, Julián Apasa (alias Tupa-Catari) y sus secuaces. Pasó a Montevideo por las atenciones de la guerra con los Ingleses, donde se mantuvo hasta la paz, y entregado después el mando a su sucesor, se restituyó a España, en donde falleció el año de 1799. Dicho sucesor fue

Don Nicolás del Campo, marqués de Loreto, Mariscal de Campo de los reales ejércitos, y Gentilhombre de Cámara de Su Majestad con entrada. Sirvió en las guerras de Portugal, y sitio de Gibraltar. Fue un jefe recto, desinteresado y muy caritativo. Tomó posesión en 7 de marzo de 1784, reuniéndose en su tiempo la superintendencia de real hacienda al virreinato. Se nombró para sucederle a

Don Juan Vicente de Guemes, Pacheco de Padilla, conde de Revilla Cigedo; pero como obtuviese al poco tiempo la gracia para el gobierno de Méjico, se eligió en su lugar a

Don Nicolás de Arredondo, teniente general de los reales ejércitos, que se posesionó en 4 de diciembre de 1789. Empezó su carrera militar en el real cuerpo de guardias españolas, habiendo servido en las guerras de Italia, y posteriormente de mayor general en el ejército del señor don Victorio de Navía, que en el año de 1780 pasó a la Habana en la escuadra   -211-   al mando del Jefe de ella don José Solano. Obtuvo el gobierno de la isla de Cuba, del que fue ascendido a Presidente de Charcas, y al de este virreinato, en donde manifestó su celo, bondad y desinterés, debiéndole esta capital el particular beneficio del empedrado de sus calles, que principió dando las más suaves y exactas disposiciones para este útil objeto. Cesó en el mando en 16 de marzo de 1795, y dirigiéndose a España, premió Su Majestad sus servicios con la Capitanía General del Reino de Valencia, y con la encomienda de Puerto Llano en la Orden de Calatrava. Murió en Madrid el año de 1802. Tuvo por sucesor a

Don Pedro Melo de Portugal y Villena, Caballero del Orden de Santiago, Gentilhombre de Cámara de Su Majestad, con ejercicio, primer caballerizo de la Reina nuestra Señora, teniente general de los reales ejércitos y descendiente de los Serenísimos duques de Braganza. Embarcado de guardia marina en la fragata Perla, tuvo ésta un reñido combate con un jabeque moro, de cuyas resultas habiendo perecido toda la oficialidad recayó el mando en el señor Melo, el cual desempeñó con tal valor y actividad, que logró rendir la soberbia del moro, haciéndolo prisionero; por cuya heroica acción lo condecoró Su Majestad con el grado de teniente de fragata. Pasó después a continuar su mérito en el regimiento de Dragones de Sagunto, del que siendo ya sargento mayor, se le confirió el gobierno del Paraguay con el grado de teniente coronel; y posteriormente este virreinato, en donde acreditó su celo, liberalidad, desinterés y amor al real servicio, fundando el fuerte del Cerro Largo en las fronteras de Portugal, y expidiendo las más activas providencias con motivo de la guerra con la Gran Bretaña, para resguardar estos puertos de cualquier insulto de esta orgullosa nación. Pasó después a reconocer los de la otra banda de este río, en cuya honrosa fatiga le asaltó la muerte en Montevideo, el 15 de abril de 1797; y siendo trasladado su cadáver a esta capital, fue sepultado en el monasterio de Monjas capuchinas, según disposición de Su Excelencia. La dulzura de su trato, su magnanimidad, y piadoso corazón en remediar las necesidades públicas y secretas, y en acudir a las urgencias de los monasterios, pobres y hospitales, hicieron sensible su muerte en la gratitud de estos habitantes.

La Real Audiencia gobernó hasta 2 de mayo, en que tomó posesión.

Don Antonio Olaguer Feliú, Caballero de la Real Orden de Carlos III, Mariscal de Campo de los reales ejércitos, subinspector general de las tropas de este virreinato, y gobernador que había sido de Montevideo. Sirvió este empleo, en virtud de Real despacho de 29 de octubre de 1794, que a prevención se hallaba depositado en esta Real Audiencia para el caso   -212-   de fallecimiento del señor Melo. Cesó en 14 de marzo de 1799, y entró a sucederle

Don Gabriel de Avilés y del Fierro, marqués de Avilés, teniente general de los reales ejércitos, Subinspector que fue de las tropas del virreinato del Perú, y Presidente de Chile. En todos destinos dio pruebas auténticas de su integridad, desinterés y acreditado celo en servicio del Rey. Pasó después a servir el virreinato de Lima, cesando en el mando de este el 20 de mayo de 1801, en que le sucedió

Don Joaquín del Pino, Mariscal de Campo de los reales ejércitos, gobernador que fue de la plaza de Montevideo, y Presidente de las reales Audiencias de Charcas y Chile, cuya muerte acaeció el 11 de abril de 1804, sucediéndole

Don Rafael de Sobremonte, el 28 del mismo mes. Su gobierno fue uno de los más desgraciados para estas Provincias, que fueron ocupadas por un ejército inglés al mando del mayor general Guillermo Carr Berresford, el 27 de junio de 1806. Ningún esfuerzo hizo el Virrey para oponérseles, y se asiló vergonzosamente a Córdoba. El 27 de agosto del mismo año, el pueblo de Buenos Aires escarmentó a los invasores, bajo la hábil dirección del capitán de navío don Santiago Liniers, y otros patriotas esforzados. Volvieron segunda vez los Ingleses, con fuerzas más numerosas, al mando del general Whitelocke, que tuvo que evacuar la ciudad, firmando una convención que le fue impuesta el 7 de julio de 1807. El único hecho honroso que pertenece al periodo administrativo de Sobremonte es la introducción de la vacuna, que se generalizó después por el celo filantrópico del benemérito eclesiástico don Saturnino Segurola. La Audiencia, convencida de la nulidad de Sobremonte, declaró caducado su gobierno, y decretó su prisión. Se le subrogó provisoriamente

Don Pascual Ruiz Huidobro, el 27 de junio de 1807, a quien sucedió

Don Santiago de Liniers y Bremont, que tomó el mando de este virreinato interinamente en 16 de mayo de 1808, y le reemplazó

Don Baltazar Hidalgo de Cisneros y La-torre, el 19 de julio de 1809, hasta el 25 de mayo de 1810, en que se instaló la Junta Superior de las Provincias, terminando con él en esta parte de América la dominación española.







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