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ArribaAbajoCapítulo XXII

Del progreso que hizo el campo del duque de Sesa desde que partió de Pórtugos hasta negar a Újijar, y como Aben Aboo repartió su gente


Hallábanse los alzados en este tiempo en tal estado, que ni podían hacer guerra ni estar en paz. Faltábanles fuerzas para sustentar ejército; y aunque muchos dellos deseaban la paz, no se podían inducir a ella, por el dolor de las mujeres y hijos y haciendas que habían perdido. Aben Aboo pues, sin perder un punto de ánimo, luego que vio el campo del duque de Sesa dentro de la Alpujarra, repartió su gente a que tomasen los pasos a las escoltas. Mil y quinientos moros puso entre Ugíjar y Órgiba, mil en la sierra de Gádor, mil y docientos hacia Adra y Almería, y ochocientos a la parte de la sierra de Bentomiz. Otro golpe de gente envió a Sierra Nevada y hacia el Puntal, que corriesen los caminos de Granada y de Guadix; y dejando para sí cuatro mil tiradores, traía los dos mil dellos siempre sobre el campo del duque de Sesa por lo alto de las sierras y lugares fragosos, porque desta manera pensaba entretenerse, aprovechándose de los frutos de la tierra con mejor comodidad, y necesitar a nuestro campo con hambre. Por otra parte, el duque de Sesa, entendiendo el desinio del enemigo, y lo mucho que importaba quitarle los bastimentos, y que no había cuchillo que lo acabase tan presto como la falta dellos, en toda la comarca donde llegaba hacía talar y destruir los sembrados, enviando cuadrillas de gente a unas partes y a otras, que corriesen la tierra con tanta orden y recato, que los enemigos no eran parte para enojarlos, ni aun osaban hacerles rostro. Esta orden tuvo nuestro campo desde 12 días del mes de abril que partió de Pórtugos, hasta que llegó a Ugíjar. En la primera jornada, que fue a Juviles, se descubrieron algunos moros que mostraban tener gana de pelear; mas luego se recogieron a la sierra, y el Duque se alojó en el lugar, que estaba despoblado, porque no se habían asegurado en él ni en el castillo, que habían comenzado a reparar y fortalecer, y tenían ya hechos bastiones con sus casamatas y trincheas de tapias gruesas, y de aljibes grandes para recoger el agua de las lluvias, y un horno de pan, y una casa para munición y morada de Aben Aboo, con intento de defender aquella plaza, que cierto era fuerte de sitio, porque tenía una sola entrada por dos puertas que habían comenzado a hacer. El Duque subió a verla fortificación, y pareciole tal, que si los enemigos osaran defenderla, le dieran bien en qué entender para ganársela, porque con una pieza de artillería que pusieran en la entrada pudieran hacer grandísimo daño. Y no estaban sin ella, que Aben Aboo la había pedido al gobernador de Argel, y se la había dado por setecientos ducados de oro, y enviádosela en una galeota; mas no había tenido tiempo ni aun industria para subirla al castillo, y teníala abajo en el río, media legua de allí, con todos sus aderezos. Desto dio aviso un moro berberisco que se vino huyendo a nuestro campo, y envió el Duque por ella; y no la pudiendo sacar de donde estaba, la mandó enclavar y enterrar de manera que el enemigo no la hallase. Desde este alojamiento fueron a correr la sierra don Luis de Cardona y don Luis de Córdoba con dos mil infantes y ciento y cincuenta caballos, y volvieron con algunas mujeres y muchachos que captivaron, y cantidad de ganado. En este tiempo mandó deshacer el Duque los reparos del castillo de Juviles, y recogida la gente, fue a Cádiar, y sin detenerse pasó aquella noche a Yátor. Este día se descubrieron los moros por lo alto de las sierras de Bérchul, y el Duque no quiso alojar el campo en el lugar, por estar muy pegado con la sierra, sino abajo en el río, entre unos cerros que mandó luego ocupar a las cuadrillas para que el campo estuviese más seguro. Y siendo ya bien tarde, los enemigos se acercaron y hicieron grandes fuegos en las cumbres de las sierras, con que tuvieron toda la noche en arma nuestro campo, sospechando que querían hacer algún acometimiento. Este era Aben Aboo con sus cuatro mil escopeteros y los turcos y moros berberiscos y otra mucha gente de hondas y enhastadas, que venía con más ánimo de espantar que de pelear, diciendo a los que le aconsejaban que pelease, que no había para qué probar el salitre de la pólvora de los arcabuces de los cristianos, porque ellos se hartarían de andar y dejarían la tierra mal de su grado. Y cierto fue providencia divina no acometer algunas destas noches, porque pudiera ser que hiciera daño. Partió el campo deste alojamiento otro día viernes por la mañana, y sin estorbo llegó a Ugíjar, que también estaba despoblada, y se alojó dentro del lugar de Albacete. Aquí trajo un moro de Juviles a don Diego Osorio, que por mandado de su majestad iba con despachos al duque de Sesa, en que se trataba la resolución de la guerra y lo que se había de hacer en la redución que se platicaba; el cual había salido de Órgiba con quince escuderos de la compañía de Osuna de escolta, creyendo hallar el campo en Juviles; mas había ya una hora que era partido. Y como llegó cerca del lugar, y vio las calles llenas de gente, entrando dentro, no halló en el hospedaje que pensaba, porque no eran cristianos, sino moros, que en viendo salir nuestro campo habían bajado de las sierras; los cuales le dejaron entrar, y cercándole, le prendieron con todos los escuderos, y le tomaron los despachos; y después de haberle atormentado, lo dieron en guarda a este moro, que tenía a su mujer y una hija captivas; el cual fue, tan hombre de bien, que le regaló y le tuvo sin prisiones, y le dijo que si se atrevía a irse con él, le llevaría a nuestro campo, como le prometiese de darle a su mujer y hija. El cual, maravillado de ver en moro aquella cortesía,   —333→   rindiéndole las gracias por tan buen tratamiento como le hacía, siendo su captivo, prometió de darle lo que pedía, y hacer con su majestad que le hiciese otras muchas mercedes. El moro le replicó que no le tenía por prisionero, antes lo era él suyo, y sabía que había menester su favor, seguir el desatino que los moriscos habían hecho en levantarse con la tierra que no podían sustentar. Y diciendo y haciendo, otro día de mañana le llevó al campo del duque de Sesa, que estaba en Ugíjar; y llegando de parte de noche, porque las centinelas no los dejaron entrar, se detuvieron hasta ser de día. Don Diego Osorio dijo al Duque la cortesía que el moro le había hecho, y le suplicó le hiciese merced y favor; el cual le loó mucho aquel hecho, diciéndole que pidiese gratificación, porque se le haría de muy buena voluntad; y él pidió que le diesen a su mujer y a su hija, que las habían captivado en la correduría que don Luis de Córdoba había hecho, y una salvaguardia para poder ir y venir libremente al campo, porque entendía poner en libertad algunos cristianos de los que habían sido captivos con don Diego Osorio, y reducir mucho número de los alzados a merced de su majestad. El Duque prometió de darlo a su mujer y hija, que las habían llevado a la Calahorra, y le dio luego la salvaguardia, y le despachó al campo de don Juan de Austria con avisos; y antes de llegar allá le prendieron unos moros de Aben Aboo, los cuales, hallándole la salvaguardia y el despacho en el seno, le llevaron ante él, y le mandó ahorcar de un olivo, y muerto, le hizo jugar a la ballesta. No mucho después desto el Habaquí suplicó a don Juan de Austria por la libertad de aquellas mujeres, que eran sus parientas, y pagó docientos ducados por el rescate dellas, y las puso en libertad.




ArribaAbajoCapítulo XXIII

Cómo don Antonio de Luna volvió a correr la sierra de Bentomiz, y puso presidios en Competa y en Nerja


Mientras estas cosas se hacían en los dos campos, su majestad, a instancia del duque de Sosa, mandó a don Antonio de Luna, que se había recogido ya a Huétor Tájar, después de haber despoblado los cuatro lugares de la jarquía de Málaga, y puesto alguna gente de presidio en ellos, por estar en el paso por donde se va de la Alpujarra y sierra de Bentomiz a los otros lugares de la hoya de Málaga y serranía de Ronda, que tornase a entrar en la sierra de Bentomiz, y dando el gasto en la tierra, hiciese un fuerte en competa, y pusiese presidio en él y en el castillo de Nerja, por ser plaza de importancia para la seguridad de aquella costa y del paso de Almuñécar; y hecho esto, pasase adelante hasta el Cehel, donde se tenía aviso que los moros habían recogido muchos bastimentos para entretenerse en la aspereza de aquellos montes mientras les venía socorro de Berbería. Para esta jornada mandó su majestad a los corregidores de las ciudades comarcanas, que recogiendo la gente de sus corregimientos, se volviesen a juntar con él y estuviesen a su orden, guardando don Antonio de Luna la que el duque de Sosa le diese; y porque no se siguiese el inconveniente de volverse los soldados si acaso fuese menester más de diez días, se mandó a Pedro Verdugo, proveedor de Málaga, que los proveyese de los bastimentos necesarios. Era el intento del duque de Sosa desbaratar el desinio de los enemigos y quitarles la esperanza de levantar de nuevo lugares, despoblándolos y necesitándolos con hambre y trabajo de guerra; y hacía instancia con su majestad en que mandase meter la tierra adentro todos los moriscos de paces de la jarquía y hoya de Málaga y serranías de Ronda, para que los alzados no pudiesen valerse dellos. Don Antonio de Luna aceptó la jornada; mas temía hacerla con gente de ruego y poco disciplinada, y pidió soldados de ordenanza, diciendo que no era bien tornar a arrojar su honra y crédito a la ventura; y que le pusiesen vitualla en la ciudad de Vélez, en Nerja, en Almuñécar y en Motril. El duque de Sesa le dio dos compañías de infantería, una suya y otra del duque de Alcalá, y dos estandartes de caballos de los duques de Medina-Sidonia y Arcos; ordenó a los proveedores que pusiesen bastimentos en los lugares que decía; y con esta gente y la de las ciudades volvió don Antonio de Luna a entrar en la sierra de Bentomiz, y con poco trabajo dio el gasto a la tierra, escaramuzando con los moros, que andaban como salvajes por aquellas sierras, matando y captivando algunos dellos; y perdiendo a las veces soldados, comenzó el fuerte en Competa. Y habiendo enviado mil hombres a correr el río de Chíllar, con poca presa y pérdida igual, sin hacer otro efeto, dio fin a la jornada, dejando de presidio en Competa al capitán Antonio Pérez, regidor de Vélez, con docientos soldados, y en el castillo de Nerja a Diego Vélez de Mendoza con otra compañía de infantería, y fue a la ciudad de Antequera, donde se vino a ver con él Pedro Bermúdez, cabo de la gente de guerra que estaba en Ronda, para dar orden en cómo se habían de despoblar los lugares de aquellas serranías, porque su majestad, informado que algunos andaban alborotados, le pareció sacallos de allí antes que se acabasen de declarar, y cometió la ejecución dello a don Antonio de Luna.




ArribaAbajoCapítulo XXIV

Cómo los moros desbarataron la escolta que llevaba el marqués de la Favara a la Calahorra


Comenzaba ya a faltar bastimento a nuestro campo en Ugíjar; y no le viniendo tan a cuento proveerse del que Pedro Verdugo enviaba por mar desde la ciudad de Málaga a la villa de Adra, el duque de Sesa mandó juntar todos los bagajes, y que fuese una gruesa escolta con ellos a traerlo de la Calahorra, camino más corto, que se podía ir y volver en un día, aunque áspero y peligroso, por estar las fuerzas del enemigo hacia aquella parte, y haber de pasar el puerto de la Ravaha. Mas estas dificultades previno con diligencia y fuerza de gente, encomendando el viaje al marqués de la Favara; y dándole mil infantes y cien caballos que le acompañasen, partió del alojamiento de Ugíjar a 16 días del mes de abril, una hora antes que amaneciese, vendo él de vanguardia con docientos infantes y cuarenta caballos: luego seguía el bagaje con algunos arcabuceros sueltos a los lados, y de retaguardia dejó la infantería de Sevilla y sesenta caballos. Desta manera comenzó a subir nuestra gente por la sierra arriba, sin noticia de los enemigos ni de la tierra, y aun sin ocupar lugares aventajados, para asegurar el bagaje. Y como se adelantase demasiadamente la vanguardia, y el   —344→   embarazo de las mujeres, enfermos y heridos impidiese poder seguirla, fue necesario quedar entre ellos y el bagaje mucho espacio de tierra. No fue menor descuido el de la retaguardia, caminando a paso tan lento, y deteniéndose en recoger algunos ganados, que por ventura los enemigos les echaron a las manos, que hubieron de hacer el mesmo intervalo entre ellas y el bagaje. Estaba Aben Aboo a la mira, y viendo salir de nuestro campo tanto número de bagajes juntos, no sabiendo para dónde caminaban, mandó al alcaide Alarabi, que tenía cargo de aquel partido, que los siguiese. Traía este moro quinientos hombres, y muchos aradores entre ellos; y repartiéndolos en tres escuadras, tomó la una para sí con obra de cien escopeteros, otra dio al Picení de Guéjar con docientos hombres, y la tercera al Martel de Cenete, mandándoles que mientras él daba en el bagaje, acometiesen el uno la retaguardia por frente, y el otro la rezaga de la vanguardia, metiéndose por entre ella y el bagaje. Con este acuerdo se emboscaron en partes que pudieron estar bien encubiertos; y dejando pasar la vanguardia, cuando tuvieron la escolta en la mayor angostura del camino, el Alarabi salió a ella con sus cien hombres en tres cuadrillas. Con la primera, en que llevaba cuarenta escopeteros, acometió el bagaje, cargando luego la segunda y la tercera; y hallando poca defensa, porque los arcabuceros, poco cuidadosos de lo que llevaban a cargo, se habían desmandado a buscar algún aprovechamiento, rompió por medio, poniendo a los bagajeros, enfermos y heridos en confusión. A un mesmo tiempo dio el Picení en la caballería de la retaguardia, y desbaratándola, desbarató ella la infantería; lo mesmo hizo el Martel en el rezago de la vanguardia: lo uno y lo otro con grandísima presteza y tanto silencio, que no parecía ser moros, sino soldados de disciplina antigua. Iba el Picení siguiendo la retaguardia de manera, que parecía que los nuestros huían. El Martel hizo otro tanto, y entrambos siguieron su alcance sin que los caballos a los soldados se rehiciesen. El Alarabi fue matando bagajeros, enfermos y bagajes, y todos a una mataban soldados y escuderos. Llegó el arma con silencio y temor de los nuestros al marqués de la Favara tan tarde, que no pudo remediar el daño; aunque con obra de veinte caballos y algunos arcabuceros procuró llegar a tiempo, porque se lo impedía la fragosidad del camino, bagajes caídos y otros impedimentos que había en él; y al fin prosiguió su camino, yendo los moros a las espaldas hasta cerca de la Calahorra. Murieron este día al pie de ochocientos cristianos, los seiscientos enfermos y heridos, que iban a curarse a Guadix. Lleváronse los moros seiscientas moriscas que iban captivas, y trecientos bagajes escogidos, sin otros muchos que mataron, y captivaron quince hombres, sin perder uno ni más de los suyos. Fue tanta la turbación de los bagajeros y soldados que escaparon de allí, que en llegando a la Calahorra se fueron huyendo la mayor parte dellos; y así no hubo quien volviese con la escolta al campo. La nueva deste suceso llegó a Ugíjar aquella mesma noche, porque el marqués de la Favara en llegando a la Calahorra envió al capitán Lázaro Moreno de León con seis caballos a dar aviso al Duque, el cual pasó por el mesmo camino sobre los cuerpos muertos, y llegó antes que amaneciese con la desastrada nueva, que sintió gravemente el duque de Sesa. Y hallándose sin bagajes y sin bastimento, animosamente determinó de ir luego la vuelta de Válor para entender de más cerca lo que había, y pelear con el enemigo si le aguardase, y con los bagajes que pudiese juntar, enviar por bastimento o ir por ello; porque habían quedado muchos enfermos, y, faltándole la gente que había llevado el marqués de la Favara, le quedaba poca que enviar para aquel efeto.




ArribaAbajoCapítulo XXV

Cómo el duque de Sesa fue a poner su campo en la villa de Adra


Otro día de mañana, 17 de abril, partió el duque de Sesa de Ugíjar con todo el campo puesto en ordenanza, y fue a Válor harto congojado de ver la flaqueza de nuestra gente: halló el lugar solo; que los moros se habían recogido a las sierras. Desde allí despachó espías a Guadix y a Granada, encargando al presidente don Pedro de Deza que diese orden como el marqués de la Favara recogiese la gente, y juntase otra de nuevo con que irle luego a buscar donde quiera que estuviese. Aquella noche tuvo toda la gente puesta en arma y mucho recaudo de centinelas y cuerpos de guardia a la parte de la sierra, por si los enemigos hiciesen algún acometimiento de noche; los cuales habían soltado las acequias y empantanado los barbechos y sembrados al derredor del lugar, para que los caballos atollasen y no fuesen de provecho, y se habían puesto a la mira en la halda de Sierra Nevada. Contonos un moro de los que se hallaron con Aben Aboo este día, que cuando iba caminando nuestra gente hacia Válor, estaba mirando desde la cumbre de una sierra a los soldados que subían por aquellas cuestas arriba; y pareciéndole que iban muy cansados, había dicho que era hermosa procesión aquella, y muy buena ventana la en que él estaba mirando como pasaba, y que con sola la vista pensaba desbaratarlos, sin hacer otro acometimiento. El duque de Sesa, considerando el daño que se le podía seguir de salir a la Calahorra, porque se le deshiciera el campo, y el enemigo viéndole fuera de la Alpujarra le tomaría los puertos, y le sería dificultoso tomarlos a cobrar, así por esto, como porque en opinión de moros y cristianos no faltaría quien dijese que salía roto y desbaratado, acordó de dar vuelta a la villa de Adra, donde entendía hallar recaudo de bastimentos. Para esto juntó los caballeros y capitanes a consejo, y como hubiese algunos de contrario parecer, don Juan de Mendoza Sarmiento se les opuso, diciendo que no se sacaba otro fruto de salir a la Calahorra sino perder reputación, pues era cierto que en viéndose los soldados fuera de la Alpujarra, harían lo que habían hecho en el campo del marqués de los Vélez. El Duque pues, arrimándose al más sano consejo, hizo un razonamiento a los capitanes y soldados, enconnendándoles que guardasen las ordenanzas y no se desmandasen, y dio vuelta hacia Ugíjar. Los moros, viendo el camino que tomaba, bajaron a gran priesa de la sierra y habiendo pasado el río nuestra vanguardia y batalla, dieron en la retaguardia, y escaramuzaron más de tres horas con los soldados para entretener el campo. Llegaba el duque de Sesa a la ermita de San Sebastián, cerca de Ugíjar, cuando sintió tocar arma; y mandando hacer alto, acudió a reforzar la retaguardia. Y porque la escaramuza   —335→   era en lugar donde la caballería no podía aprovechar, hizo cargar a los enemigos con dos mangas de arcabuceros, que les hicieron volver las espaldas, y en parte se pagaron del daño recebido en el puerto de la Ravaha; con todo eso, se llevaron una carga de moneda que hallaron desmandada. Llegó la gente a Ugíjar, donde hallaron muertos algunos soldados y bagajeros que habían quedado enfermos en el hospital, que estaba en una mezquita que los moros habían hecho de nuevo para su zalá, y algunos bastimentos robados que había dejado el tenedor en la casa de la munición, por no tener bagajes en que poderlos cargar. Esto habían hecho unos moros que andaban por aquellos montes; los cuales, viendo salir el campo, habían bajado a las casas del lugar. Sintiolo mucho el duque de Sesa, y reprehendió gravemente a los capitanes y comisarios a cuyo cargo había sido recoger el campo aquel día; y sin detenerse allí, pasó a Lucainena, enviando gente delante que reconociese el camino por donde había de ir. Llegando cerca de Lucainena, tuvo aviso que tenían tomado el paso los enemigos, y no por eso dejó de pasar adelante.

Los moros, viendo la determinación que llevaba, dejaron el lugar que tenían tomado, y se fueron retirando a Darrícal. Pasó el campo por Lucainena, y poniendo fuego los soldados a las casas, como lo hacían en todos los lugares donde llegaban, fue a alojarse aquella noche a un aljibe tres leguas y media de Adra, donde llegó la gente cansada, mojada y bien muerta de hambre, tanto, que, sin querer hacer franqueza, hubo soldados que compraron un pan por seis reales y una azumbre de vino por ducado y medio. Hicieron los enemigos algunos acometimientos a la parte de Berja; pero el Duque mandó asestar la artillería contra ellos, y se retiraron luego. Otro día miércoles de mañana marchó el campo la vuelta de Berja con tanta hambre, que aunque se caminaba por tierra llana, no podían los hombres ni los bagajes andar, y hubo muchos que se cayeron de su estado. Y pasando por el lugar a mediodía, llevando siempre a vista los enemigos, fue a los aljibes de Adra hacia la costa de la mar; y llegando a repechar en la cuesta que baja hacia la villa, halló a Hernando de Narváez, capitán del presidio, que le había salido a recebir con cincuenta caballos. Alojose el campo aquella noche en las huertas fuera de los muros, y allí mandó armar el Duque sus tiendas; que no quiso entrar dentro de la villa. Era tanta la hambre de la gente y de las bestias, que en término de una hora no quedó cosa verde que no cortasen y destruyesen en las huertas y en las hazas; pero remediose otro día con el bizcocho y harina que había de respeto en los almacenes de su majestad.




ArribaAbajoCapítulo XXVI

De lo que se hizo en Adra mientras el campo del duque de Sesa estuvo en aquel alojamiento; y cómo se apercibió para ir sobre Castil de Ferro


Llegado el duque de Sesa a Adra, corrió con la caballería las taas de Dalías y Berja y parte de la sierra de Gádor, hacia donde entendió que andaban moros; y volviendo al alojamiento con algunas presas, estuvo aguardando que llegasen las galeras del cargo de don Sancho de Leiva para embarcarse en ellas y dar sobre Castil de Ferro, donde tenía puestos los ojos, y los moros su esperanza. Este castillo está en la marina en el paraje de la taa de Órgiba, y era del duque de Sesa. Habíale vendido un mal cristiano, hijo de una morisca, por cuatrocientos ducados a el Hoscein de Motril; y para hacerlo a su salvo, había muerto a traición al alcaide, o como algunos decían, lo habían ganado con emboscadas los moros; y deseaba mucho el duque de Sesa cobrarle antes que le fortaleciesen más de lo que estaba, y para este efeto solicitaba las galeras; porque habiendo de ir por tierra, eran siete leguas de camino áspero y muy trabajoso para llevar las carretas de la artillería. En este tiempo llegaron a la playa de Dalías tres galeotas cargadas de trigo y arroz, y de armas y municiones que traían de Berbería; y habiéndolo ya desembarcado los arraeces turcos, supieron cómo los alzados andaban en tratos para rendirse; y blasfemando dellos, quisieron tornarlo a embarcar y volverse a su tierra; pero no lo pudieron hacer tan a su salvo, que dejasen de perder la mayor parte del trigo y de las otras cosas que tenían fuera, porque los descubrieron nuestras atalayas; y acudiendo la gente de a caballo, no les dio más lugar de cuanto pudieron embarcar las personas y hacerse a largo. Tomóseles, entre las otras cosas, un costal de angeo encerado lleno de libros árabes, en que venían algunos Alcoranes y un libro intitulado Instrucción de la guerra y ardides della, que según pareció, los enviaban los alfaquís de Argel a los moros; y decía el título que venía en el encerado Habices para los andaluces, como que los enviaban en limosna. Esto fue a 26 días del mes de abril, y aquella mesma noche tocaron en tierra otras siete galeotas, en que venía el alcaide Hoscein, hermano de Caracax, con cuatrocientos turcos de socorro y muchas armas y municiones; el cual, avisado asimesmo de los conciertos en que andaban de moros de la tierra, se volvió luego a la ciudad de Argel. Tenía el duque de Sesa ya en su poder dos días había el bando y la orden de don Juan de Austria para admitir los moros que se viniesen a reducir, y había hecho que el licenciado Castillo sacase traslados de todo ello traducido en arábigo, y enviádolos a diversas partes de la Alpujarra con un morisco llamado el Zambori, para que se divulgase a un tiempo por todas las taas. Y como se publicasen en Adra a 277 días del mes de abril, aquel mesmo día se le fueron más de cien soldados, diciendo que ya había paces; y pudiera ser que se fuera la mayor parte de la gente, si no llegaran las galeras aquella noche, y se embarcara luego otro día para Castil de Ferro, donde le iremos a buscar cuando sea tiempo. Vamos a lo que se hacía en el negocio de la redución.




ArribaAbajoCapítulo XXVII

Cómo don Alonso de Granada Venegas escribió a Aben Aboo persuadiéndole a que se redujese; y lo que el moro le respondió


Por el discurso de esta historia se ha entendido la instancia que don Alonso de Granada Venegas hacía, intercediendo con su majestad y con los de su consejo por los moriscos del reino de Granada que no habían sido culpados, y les habían hecho otros que se rebelasen por fuerza, ofreciéndose a que haría con ellos que se redujesen. Para este efeto había su majestad mandado a don Juan de Austria que le pusiese de presidio en Jayena con alguna gente de a pie y de a caballo, y el duque de Sesa le había proveído de la que dijimos; el   —336→   cual había hecho estos días algunas entradas, y carteádose con algunos caudillos de los alzados, amigos y conocidos suyos, persuadiéndolos a que dejasen las armas y conociesen su desatino, y la merced que su majestad les hacía. Y como se comenzase a encaminar el negocio bien, en 18 días del mes de abril deste año, antes de ir al campo, escribió una carta a Aben Aboo del tenor siguiente:

CARTA DE DON ALONSO DE GRANADA VENEGAS PARA ABEN ABOO

«Señor Aben Aboo: Muy espantado he estado que una persona tan cuerda y de tan buena casta como sois, haya venido a parar en un camino de tan gran perdición, así para el alma como para la vida, y destruición de toda esa tierra y gente della. Y porque me pesa mucho dello, y deseo vuestro bien y el de todos, y poner remedio en ello, os pido por merced que me enviéis algunas personas de confianza con quien tratarlo; que yo prometo como cristiano y caballero de les dar toda seguridad, como de presente se la doy, para que puedan ir y venir libremente a Jayena, donde me hallarán; porque quiero tratar con ellos cosas que podrían ser muy convenientes al Servicio de Dios nuestro Señor y de su majestad, y para el bien de toda la gente. Y creedme que digo verdad sin ninguna malicia y engaño; y espero lar respuesta, la cual venga luego. Y al que ésta lleva se le haga todo buen tratamiento por amor de mí, pues lo que me mueve a enviarlo es el bien que a todos deseo; y querría mucho que nos viésemos para tratar destos negocios. Fecha en Jayena, a 8 días del mes de abril».

Y juntamente con la carta dio una salvaguardia al mensajero, encargando a don Gutierre de Córdoba, gobernador de las Albuñuelas, que le dejase ir y volver libremente, porque iba a negocio que cumplía al servicio de su majestad. Esta carta recibió Aben Aboo en Mecina de Bombaron, estando ya el duque de Sesa en Adra; y por consejo de Hernando el Habaquí, que se halló presente cuando se la leyeron, le respondió desta manera:

RESPUESTA DE ABEN ABOO

«Señor don Alonso: Por vuestra carta entendí el buen celo que tenéis del sosiego deste reino y del servicio de nuestro rey, como buen cristiano; y esto os obliga procurar el remedio, para que cese tanto mal y dirijo como ha venido por la cristiandad y por los deste reino, y la pacificación y sosiego dél. En lo que decís que estáis espantado que yo me pusiese en tan gran peligro del alma y del cuerpo, en lo que toca al alma, Dios sabe lo mejor; en lo del cuerpo, ya tenemos entendido que el rey don Felipe es poderoso y puede mucho; mas también se ha de entender que le podemos hacer mucho daño más del que se le ha hecho, porque a los deste reino no les queda ya qué perder, y lo que les puede venir agora ya lo tienen tragado. Y todo la que ha venido y viniere a los unos y a los otros cuelga de quien no lo ha remediado con tiempo, creyéndose de livianos juicios, y no de los caballeros que le informaron de lo que convenía al servicio de Dios y suyo. No hay de qué hacerme a mí culpado ni a los deste reino acerca deste negocio, pues la causa de haberse encendido este fuego fue malos consejeros; y a éstos tales se les debe echar la culpa, que ordenaron tantas liviandades, que los del reino no podían ya vivir; y como entre ellos hay hombres, quisieron tragar la muerte antes que padecer tantos trabajos y sin justicias como se les hacían. Esto ha sido la causa de tanto mal y daño como ha venido, y de tantas muertes de criaturas inocentes; y por esta razón no se ha de hacer culpa a ninguno de los naturales, sino a los que fueron causadores; porque si los agravios que se hacían a estas gentes se hicieran al más cuerdo hombre que hay en la cristiandad, no se contentara con hacer lo que ellos hicieron, sino que hiciera mucho más mal. Cuanto a lo que decís que envíe dos hombres de quien mucho me confío a Jayena debajo de vuestro seguro y palabra, bien tengo entendido que como caballero lo cumpliréis; mas habrá otros de diferente opinión, que harán lo contrario; y hasta que haya comisión del Rey o de don Juan de Austria no se atreverán a ir. Don Hernando de Barradas escribió a Hernando el Habaquí, que es general desta tierra levantada, los días pasados, pidiendo que se juntase con él en el marquesado del Cenete, y juntos trataron del remedio para que este fuego se apague; y de allí se fue el Habaquí al río de Almanzora, donde también le escribió Francisco de Molina, y se vio con él; y después fueron a verso con él don Francisco de Córdoba y otros caballeros, y el Habaquí nos vino a dar cuenta de todo, como hombre a quien tenemos dada comisión para estos negocios. Si quisiéredes veros con él, enviadle seguro del Rey para él y los que fueren de nuestra parte con él, porque de la nuestra aseguramos a vos y a los que vinieron con vos. Y para tratar deste negocio, y que venga a tener efeto, nos parece que se podrá negociar por la vía de Guadix, pues está allá comenzado y puesto en buenos términos; y si no, en Órgiba os podréis ver con él, porque es persona que holgaréis de verle y de tratar con él cualquier negocio. Fecha en la Alpujarra, a 22 del mes de abril de 1570 años. Muley Abdalá Aben Aboo




ArribaAbajoCapítulo XXVIII

Del progreso del campo de don Juan de Austria desde que partió de Santa Fe hasta que se alojó en Padules de Andarax, y cómo se prosiguió en la redución de los alzados


Publicado el bando y hechas otras diligencias en el alojamiento de Santa Fe, así para apretar a los moros como para reducirlos, don Juan de Austria pasó con su ejército a Terque; y siendo informado que en Fínix había algunos moros y turcos berberiscos con los de la tierra, y que hacían daño a la parte de Almería, envió contra ellos a Jordan de Valdés con dos mil infantes, y a Tello González de Aguilar con las cien lanzas de Écija, ordenándoles que diesen antes que amaneciese sobre el lugar, y procurasen degollarlos, porque los otros temiesen y se apresurasen a tomar el buen consejo. Partieron del alojamiento cuando anochecía, y caminando de noche, llegaron a hora que pudieran hacer efeto si las diligentes atalayas y centinelas de los moros no los sintieran y fueran a dar rebato; por manera que cuando nuestra gente llegó, ya los moros iban la sierra arriba con las mujeres por delante caminando cuanto podían; y poniéndose la caballería en su   —337→   alcance, pelearon un buen rato con ellos, hasta que cargó la arcabucería y los desbarataron y mataron. Murieron al pie de cien moros, y captivaron cuatrocientas mujeres. Y pareciendo a los capitanes que no era bien meterse más adentro en la sierra, porque los enemigos apellidaban la tierra y se rehacían, dieron vuelta hacia el lugar, y entrando dentro, le saquearon; y cargados de despojos, con mil cabezas de ganado que pudieron recoger de presto tornaron aquel mesmo día bien tarde a Terque. A este alojamiento vino don Alonso de Granada Venegas, que, como atrás dijimos, le había enviado a llamar don Juan de Austria para que tratase el negocio de la redución con los moros; y vista la respuesta de Aben Aboo a su carta, se le mandó que continuase la plática que había comenzado con él, y le volviese a escrebir en el negocio. El cual despachó luego un morisco con otra carta, en que le decía que conforme a lo que le había escrito los días pasados, con el deseo que tenía de excusar tan gran perdición como la gente de aquella tierra traía, se había dado la priesa posible en suplicar a su majestad usase con ellos de clemencia, entendiendo lo mucho que deseaban reducirse a su servicio y ponerse en sus reales manos; y que para efetuar aquel negocio, como se lo había prometido, había venido a Terque, y deseaba verse con él y con el Habaquí, y con las demás personas que quisiese, y donde él señalase; porque habiendo tantas largas de su parte, en cosa que sólo aquel remedio les quedaba para no ser muerte general, no podía don Juan de Austria dejar de darse la priesa que era justo para ejecutarla en todos con mucho rigor: por tanto, que se aprovechase de tan buena coyuntura, pues teniendo la espada en la mano, deseaba también usar de la clemencia que su majestad les concedía, como lo habían entendido por los bandos que se habían publicado. La cual singular gracia y merced debían estimar y recebir con alegría, y creer que había sido mucha parte la buena intercesión de don Juan de Austria, y lo que él había ofrecido de parte de todos los de la nación morisca, confiado en el arrepentimiento que les había conocido; avisándoles asimesmo como el bando que se había publicado no era para suspender la guerra sola una hora, sino con aquellos que se fuesen a reducir dentro del término en él contenido; y que estos tales, aunque hubiesen sido capitanes, alcaides o caudillos de los alzados, su majestad los admitía en su gracia, y no consentiría que se les hiciese mal ni daño. Que estuviese cierto que las palabras del bando se habían de cumplir, diciéndolas don Juan de Austria de parte de su majestad, que tan inviolablemente las guardaba; y que para que mejor entendiese esta verdad, y la llaneza y bondad con que don Juan de Austria trataba de su negocio, holgaría mucho se viese con él y con otras personas de crédito que pudiesen satisfacer. Esto todo decía don Alonso de Granada Venegas, porque Aben Aboo y los que con él estaban entendían diferentemente el bando, y había escrito el Habaquí sobre ello a don Hernando de Barradas, entendiendo que se suspendía la guerra con todos mientras se trataba de la redución, y aun parecía que no aseguraba a los caudillos. También había escrito Hernando el Habaquí que los de la Alpujarra, entendiendo que se trataba de sacar los moriscos de las ciudades de Guadix y Baza, que no se habían rebelado, estaban escandalizados, y don Alonso de Granada Venegas satisfizo en esta propria carta, diciendo que entendiesen el buen celo con que su majestad lo hacía, y vería que sólo era para apartarlos de las molestias y malos tratamientos de la gente de guerra, que ni se podían reparar ni sufrir; y que no iban tan lejos de sus casas, que cuando los negocios tuviesen buen término dejasen de volver a ellas acrecentados de mercedes que su majestad les haría; y que él había suplicado a don Juan de Austria que detuviese el campo en aquel alojamiento algún día para tratar del negocio, y se lo había concedido por seis días: por tanto, que enviase los que habían de verse con él con la verdad y llaneza que era justo, pues había entendido la voluntad de su majestad, y no debían dar lugar a que de todo punto cerrase la puerta de su clemencia. Estos mesmos días se tornó a ver don Hernando de Barradas con el Habaquí en el castañar de Lanteira, y le dijo cómo tenía en buenos términos el negocio de la redución, y que suplicase a don Juan de Austria de su parte, mandase que no llevasen los moriscos de Guadix la tierra adentro, porque había sabido que los tenían ya encerrados en las iglesias para dar con ellos en Castilla; y que él se ofrecía a hacer de manera que todos los de la Alpujarra rindiesen las armas; y se diesen a merced de su majestad, y que Aben Aboo viniese también en ello. Don Juan de Austria, aunque entendió que era negociación de los proprios moriscos para que no los sacasen de sus casas, no embargante que muchos dellos había días que pedían se les señalase dónde pudiesen irse, que estuviesen seguros de los trabajos de la guerra, fuera del reino de Granada, por atajar inconvenientes mandó que los dejasen estar mientras otra cosa se proveía. Y porque se habían de juntar con el Habaquí y con los caudillos moros que viniesen a tratar de la redución algunos caballeros de nuestra parte, mandó venir a don Juan Enríquez de Baza, don Alonso Haibz Venegas, de Almería, y don Hernando de Barradas, de Guadix, y les dio orden y comisión para que, juntamente con don Alonso de Granada Venegas, entendiesen en ello; y a 30 días del mes de abril partió con todo el campo de Terque. Aquel día se alojó en el lugar de Instinción, y el siguiente fue a la Rambla de Canjáyar, donde vino a darse un moro conforme al bando, y dijo como los alzados perecían de hambre, y que valía entre ellos la hanega de trigo ocho ducados y la de cebada seis, y que no se hallaba. Desde este alojamiento se enviaron algunos traslados del bando, escritos y traducidos en lengua árabe, a diferentes partes para que lo entendiesen mejor; y porque acabado lo del río de Almería había de ir el campo a los Padules de Andarax, donde don Juan de Austria pensaba detenerse algunos días, por ser lugar cómodo para tratar la paz o proseguir la guerra, ordenó a todos los proveedores y comisarios que teníamos cargo de enviar bastimentos al campo, así de Granada, como de Jaén a Baza, Úbeda, Cazorla y otras partes, que los encaminásemos por la vía de Guadix, y que los proveedores de Málaga y Cartagena los enviasen por mar a la villa de Adra. Dejando pues el río de Almería a la mano izquierda, yendo por camino harto áspero y trabajoso, por ser la mayor parte, dél cuestas, a 2 días del mes de mayo fue a poner el campo en los Padules, dos leguas pequeñas de Andarax,   —338→   cinco de Ugíjar, tres del puerto la Ravaha, cinco de Fiñana, ocho de Almería, y otras cinco de Berja y de Dalías. Aquí hizo asiento, pareciendo a los del Consejo que no convenía pasar adelante por el mucho impedimento de bagajes, aspereza de la tierra, y ventaja que podían tener los enemigos, que perdido un sitio, se podían pasar a otro sin daño, y hacerle a nuestro campo; y por ser muy a propósito, según el estado de las cosas y lo que se pretendía; y demás desto era tierra acomodada de árboles, abundante de aguas, y tenía un sitio apto para poderle fortalecer a poca costa, que era lo que mucho hacía al caso para recoger dentro los bastimentos y el campo, cuando los tercios saliesen a correr o fuesen a hacer escoltas, que de necesidad habían de ser grandes y muy acompañadas de gente de guerra, para quitar a los alzados la esperanza de poderlas romper y valerse de los bastimentos que tornasen, como lo habían hecho otras veces.

El desinio de don Juan de Austria era enviar desde este alojamiento cuatro o cinco mil hombres de a pie con docientos de a caballo, sin bagajes, y con mochilas para cinco o seis días, a que corriesen la sierra por la parte que más pareciese convenir, y entrasen adentro todo lo que fuese posible, haciendo a los alzados el daño que pudiesen si no se venían luego a reducir; el cual no podía dejar de ser mucho, hallándose, como se hallaba, el duque de Sesa en Adra, tres leguas de Ugíjar, cuatro de Válor, tres de Lucainena, y cuatro de Poqueira, que podía con gente suelta hacer el mesmo efeto en la Alpujarra; y si viesen que convenía, darse los unos a los otros la mano. El día que llegó el campo a Padules, se hallaron cantidad de moros metidos en cuevas sobre el río, y por bajo del lugar y del proprio alojamiento; y como se defendiesen dentro por ser fuertes y estar puestos en torronteras de peñas muy altas, don Juan de Austria les hizo combatir con ritmo, con bombas de fuego, con artillería y con escalas, conforme a la disposición de cada uno, y todos los moros que había dentro fueron muertos o presos, no sin daño de los combatidores. A 6 días del mes de mayo llegó a Padules un moro con una carta del Habaquí para don Alonso de Granada Venegas, en conformidad del negocio que se trataba de la redución; la conclusión de la cual fue que el Habaquí con los caudillos principales de los alzados viniese al lugar del Fondón de Andarax, una legua de Padules, y dando rehenes de su parte, irían los caballeros que estaban diputados a verse con ellos. Otro día luego siguiente fue avisado don Juan de Austria como en la sierra de Baza y Filabres había muchas cuadrillas de moros, y que andaban con ellos Aben Mequenun, hijo de Puertocarrero el de Gérgal, y el Moxahali, y el negro de Almería, que llamaban Andrés de Aragón; los cuales corrían la tierra y hacían daños; y para castigarlos envió a don Pedro de Padilla con mil y docientos soldados de su tercio, y a don Diego de Argote con setenta lanzas de Córdoba y treinta de las de Écija, a que corriesen la sierra y les hiciesen todo el daño que pudiesen. Esta gente anduvo tres días de una parte a otra, sin que las guías pudiesen atinar a dar sobre los enemigos, hasta que una noche acaso descubrieron lumbres en un valle muy hondo; y, caminando hacia ellas, al amanecer del día fueron a dar cerca de unas fuentes, donde estaban más de tres mil moros y mucha cantidad de mujeres, bagajes y ganados. Los hombres hicieron rostro y trabaron una asaz reñida pelea en que murieron algunos soldados y fueron muchos heridos; pero al fin se hubieron tan valerosamente los capitanes, que matando al pie de cuatrocientos moros, los desbarataron y pusieron en huida, y les tomaron las mujeres, bagajes y ganados; y recogiendo la presa, dieron luego vuelta al campo, llevando más de cinco mil almas captivas. Mas no les sucedió como pensaban, porque los moros se rehicieron; y acometiendo la retaguardia, mataron doce escuderos, siete de Córdoba y cinco de Écija, y muchos y muy buenos soldados, y cobraron la mayor parte de la presa, que por ser tan grande y ocupar tanto camino, no pudieron guarecerla toda; y fuera mayor el daño deste día, si los capitanes no acudieran a resistir tan grande ímpetu como los enemigos traían, y los retiraran. Todavía salvaron mil y cien esclavas que iban en la vanguardia, y alguna cantidad de bagajes y de ganados, con que volvieron a Padules.




ArribaAbajoCapítulo XXIX

Cómo el duque de Sesa ocupó a Castil de Ferro


En el capítulo XXVI deste libro dijimos cómo el duque de Sesa se embarcó en Adra para ir sobre Castil de Ferro. Llevando pues la gente en diez y nueve galeras del cargo de don Sancho de Leiva y en una nao, salió de aquel puerto a 28 días del mes de abril; y el mesmo día le dio un soldado una carta escrita en arábigo, que, según él dijo, la había tomado a un moro, y era del alcaide, de Castil de Ferro, que la enviaba a Berbería, en la cual daba cuenta de la artillería y gente que tenía en el castillo y de la fortificación que hacía para que no le pudiesen batir, pidiendo con instancia a los arraeces moros y turcos que llegasen con las fustas a hacer escala en aquel puerto, diciendo que allí estarían seguros de los cristianos y podrían poner sus contrataciones. El Duque holgó mucho con la carta, y llegando aquel mesmo día a Castil de Ferro, echó la gente en tierra en la playa que está a la parte de levante, donde llaman el Pararique, lugar cubierto de la artillería del castillo. Luego mandó ocupar una montañeta que le tiene a caballero, donde los enemigos habían comenzado a hacer un baluarte y tenían cantidad de cal, arena y piedra recogida para él: y haciendo subir dos piezas de artillería con harto trabajo, por ser la tierra áspera, comenzó a batir las defensas. Los moros mostraron gran determinación de no quererse rendir, tirando con una pieza gruesa y con otros tirillos pequeños que tenían; y el Hoscein, que, como dijimos, había comprado el castillo, conociendo flaqueza en un moro que decía que no se podían defender, y que sería bien que se rindiesen, le despeñó vivo por cima de las almenas, diciendo que haría lo mesmo a todos los que tratasen de dar el castillo a los cristianos. Otro día siguiente mandó el Duque subir otras dos piezas gruesas de batir, con que se prosiguió en la batería más de propósito, y se quebró a los enemigos la pieza principal con que tiraban. A este tiempo faltó la munición, y mandó hacer dos mantas de madera de las arrumbadas de las galeras para picar el muro del castillo; y enviando a reconocer el lugar donde se habían de arrimar, a las diez de la noche, los reconocedores se encontraron con el   —339→   Hoscein; el cual, desengañado de poderse defender salía con treinta moros para irse a la sierra; y prendiendo algunos dellos, se echaron otros a la mar, y fueron nadando hacia una serrezuela que despunta en la playa a la parte de Motril; el Hoscein y otro moro viejo granadino, llamado el Taibili, fueron muertos. Aquella mesma noche tuvieron los nuestros habla con los moros que habían quedado dentro del castillo, los cuales trataron luego de rendirse; y el Duque, por no acabar de echarle por el suelo, holgó de concederles las vidas y que no los echaría en galeras. Y mandando a don Juan de Mendoza y al marqués de la Favara y a don Juan Niño de Guevara, capitán de la infantería con que servía la ciudad de Toledo, que subiesen a ocuparle, fue restaurado y vuelto a poder de cristianos en 2 días del mes de mayo. Los turcos que había dentro repartió el Duque entre los capitanes y gentiles hombres que le pareció que habían trabajado; los moros de la tierra remitió a la Inquisición para que los castigase conforme a sus culpas; y a los que habían intentado de irse, para ejemplo de otros los hizo ahorcar, y que a cuenta de su majestad se pagase veinte ducados por cada uno a los que los habían tomado; y las moras y todo el mueble mandó repartir entre la gente de guerra. Ganado Castil de Ferro, don Sancho de Leiva fue con las galeras a traer bastimentos de Málaga para ellas y para el campo, que ya faltaban; y como se detuviese en el viaje cinco días, hubiera de deshacerse de todo punto el campo, según la necesidad que pasaban los soldados, especialmente de agua, porque era menester ir por ella a una fuente que está media legua de allí, y no eran parte el Duque ni los capitanes para detenerlos que no se fuesen desmandados en cuadrillas la vuelta de Órgiba y de Motril, y los moros mataban muchos dellos en el camino. En este tiempo llegaron de parte de noche dos fustas de turcos a vista de Castil de Ferro, y hicieron señal con los eslabones, creyendo que estaba todavía por los moros; y aunque no le respondieron, llegaron a la playa y saltaron en tierra, sin que las centinelas echasen de ver en ello, porque como vieron bajar aquellos dos bajeles, creyeron que eran algunos barcos de los que el mesmo día habían venido de Almuñécar, Motril y Salobreña con refresco. Subieron hacia el castillo quince turcos; y cuando llegaron a las centinelas y reconocieron que eran de cristianos, dieron vuelta huyendo a las fustas, y metiéndose dentro, tomaron una barca que venía de Motril, y se fueron sin recebir daño, dejando nuestro campo todo puesto en arma; el cual Se embarcó para volver a Adra a 8 días del mes de mayo, quedando de guarnición en aquel castillo el capitán Juan de Borja con cien soldados.




ArribaAbajoCapítulo XXX

Del progreso que hizo el campo del duque de Sesa desde que volvió a Adra hasta que se juntó con el de don Juan de Austria


Vuelto el duque de Sesa a Adra, no fueron menores inconvenientes que los pasados los que allí tuvo por falta de bastimentos, enfermedades y fuga de soldados, que se le iban cada día por mar y por tierra §in poderlos detener. Estaban los moros en este tiempo tan divisos que si unos, compelidos de necesidad, venían a rendirse, otros muchos andaban haciendo daños, no perdiendo coyuntura ni ocasión en que poder ofender a los cristianos; por manera que no salía hombre ni bagaje fuera del campo desmandado que no lo captivasen o matasen. Y el mayor daño de todos era el descontento que nuestra gente tenía de ver que no les dejaban hacer correrías, las cuales estorbaba el Duque, no porque le faltaba voluntad de castigar los rebeldes, que siempre había sido de aquel parecer, sino por excusar el daño que podían hacer en los rendidos. Vínose a disminuir en tanta manera el campo con estas cosas, que de más de diez mil hombres que había metido en la Alpujarra, no le quedaban cuatro mil, y destos se le iban cada día a más andar. Pasose al lugar de Dalías, donde estuvo algunos días, y vinieron muchos moros de todas las taas de la Alpujarra a rendirse conforme al bando; y los que no podían ir luego, daban sus poderes al Habaquí, como autor de aquella paz. En este alojamiento se refrescó la gente con la frescura y delicadeza de las aguas de las fuentes de aquel lugar; mas pasando de allí a Berja, donde era necesario que estuviese el campo para que las escoltas que pasaban con bastimentos desde Adra al campo de don Juan de Austria fuesen con más seguridad, las aguas malas y calientes de aquella taa y los calores, que iban creciendo cada día más, causaron muchas enfermedades, de que vino a morir mucha gente; y por esta razón deseaba el Duque extrañamente que los dos campos se juntasen, y hacía instancia en ello antes que el suyo se le acabase de deshacer. En este tiempo sucedió que un moro berberisco, espía de Aben Aboo, que hablaba muy bien la lengua castellana y estaba por soldado en una compañía de infantería, persuadió a unos soldados que andaban movidos para irse del campo, diciendo que sabía muy bien la tierra y que los llevaría por toda la Alpujarra seguros de moros y de cristianos; y para acreditarse más con ellos les pidió intereses por su trabajo e industria. Los soldados, que eran más de setenta, creyéndose de sus palabras, le ofrecieron que le daría cada uno un real, y el solene traidor, cuando los tuvo apalabrados, dio aviso a Aben Aboo del camino que pensaba hacer para que les tomase los pasos. Salieron a la hora que anochecía del alojamiento, y guiolos el moro hacia Mecina de Bombaron. El Duque tuvo aviso de como se iban, y envió dos estandartes de caballos y dos compañías de infantería tras dellos; mas aunque los alcanzaron, no fueron parte para que por bien ni por mal quisiesen volver; antes se defendieron con tanta determinación, que las compañías, no queriendo derramar su mesma sangre, hubieron de tornarse al campo sin hacer efeto; y ellos, guiados de su falso consejero, llegando cerca de Mecina de Bombaron, dieron en una emboscada que Aben Aboo les tenía puesta, y fueron todos muertos o captivos. Estos días vino un capitán moro llamado el Picení, natural de Berja, con trecientos escopeteros al campo del Duque, a tratar de rendirse y a desculparse de que le habían dicho que estaba informado que enviaba él moros de noche a que matasen y robasen los cristianos, caballos y bagajes que se desmandaban del campo; el cual ofreció al Duque reduciría al servicio de su majestad cinco o seis mil ánimas, y le certificó que los daños no eran con su consentimiento, antes había ahorcado dos moros de los que los hacían con muy pequeña información. El Duque le mandó hacer muy buen tratamiento, y cuando hubo de volver donde habían dejado   —340→   su gente, envió con él cincuenta de a caballo que le hiciesen escolta; pero el Picení no quiso después reducirse, pareciéndole que los negocios iban encaminados de manera que no le podía suceder bien dello; y juntando sus compañeros, les dijo: «Hermanos, los cristianos nos miran con odio terrible; la tierra está perdida; malo es estar en ella como enemigos, y peor como amigos. Mi parecer es que nos pongamos en cobro; que si mujeres y hijos perdiéremos, otras mujeres hallaremos, y otros hijos podremos tener donde quiera que fuéremos». Y dende a pocos días se pasó con ellos a Berbería en unas fustas de turcos que vinieron a la costa. Estando el Duque en este alojamiento, le escribió don Juan de Austria que tenía necesidad de verse con él para tratar de algunas cosas que convenían al servicio de su majestad; y él le respondió que iría a besarle las manos; y ansí, hubieron -de partir el camino, y se juntaron en el cortijo que dicen de Leandro o de Juan Caballero, donde comieron y trataron de los negocios, y de allí se volvieron a sus alojamientos. Don Juan de Austria se fue a Padules de Andarax, y el duque de Sesa a Berja, y no mucho después partió de aquel alojamiento, y fue a juntarse con él en Padules, y de allí adelante asistió cerca de su persona.






ArribaAbajoLibro noveno


ArribaAbajoCapítulo I

Cómo el Habaquí y otros alcaides moros se juntaron en el Fondón de Andarax con los caballeros comisarios para tratar del negocio de la redución


Dábase mucha priesa don Juan de Austria por concluir el negocio de la redución mientras los alzados padecían hambre, porque entendía que pasado el mes de mayo, hallarían en cada parte la mesa puesta de los frutos que producía la tierra, y que sería menester engrosar de nuevo el ejército a mucha costa y con grande embarazo, especialmente que el Habaquí lo traía ya en buenos términos, y venían muchos a reducirse. A unos traía el temor de morir y la esperanza del perdón, a otros el amor de las mujeres y hijos que tenían captivos, pensando rescatarlos; y por la mayor parte, a todos el deseo de quietud y paz, cansados de tantos trabajos y desventuras. Habíendose pues juntado en el alojamiento de Padules los caballeros diputados que don Juan de Austria había mandado venir para tratar del negocio, a 13 días del mes de mayo vinieron al Fondón de Andarax Hernando el Habaquí, y Hernando el Galip, hermano de Aben Aboo, y Pedro de Mendoza el Hosceni, y un hijo de Jerónimo el Maleh, y Alonso de Velasco el Granadino, y Hernando el Gorri, y doce turcos de los principales con ellos, y mil escopeteros de guardia. El mesmo día escribió el Habaquí a don Alonso de Granada, avisándole cómo había venido a cumplir lo prometido, para que suplicase a don Juan de Austria mandase ir luego los caballeros que habían de tratar del negocio, significándole que ninguna cosa deseaban más que paz y volver al servicio de su majestad, concediéndoseles algunas cosas fuera de las contenidas en el bando. Luego que don Juan de Austria supo la venida del Habaquí al Fondón de Andarax con los alcaides moros y turcos, mandó que los caballeros diputados fuesen a ver lo que querían, y con ellos el doctor Marín y los beneficiados Torrijos y Tamarín. Lo primero que trataron fue ponderar con arrogancia cuán mal se podían guardar las premáticas, los daños que dellas se les seguía, y los malos tratamientos que recebían de las justicias y de los ministros ejecutores dellas. Quejábanse de no haberles guardado nada de cuanto se había asentado con ellos desde que se quisieron reducir al marqués de Mondéjar, refiriendo lo de Álvaro Flores en Válor, lo de Villalta en Lároles, y las mujeres que habían tomado por esclavas en la Calahorra yéndose a reducir; y mostraban mucho sentimiento de que llevasen a Castilla los moriscos que no se habían alzado, diciendo que si aquello se hacía con los que habían sido leales, qué podían esperar les rebelados. Finalmente dijeron que su pretensión era que don Juan de Austria nombrase personas de quien ellos se fiasen, que recibiesen y amparasen a los que se fuesen a reducir, recogiendo a cada uno en su partido; que se diese paso libre a los de Berbería, porque como gente que había venido a ayudarlos, querían que no se les hiciese daño por ninguna manera. Que se los ayudase para el rescate de las mujeres y hijos, y no se consintiese sacarlas de Castilla, y que darían luego todos los cristianos que tenían captivos en su poder; que los dejasen vivir en el reino de Granada, y que volviesen los que habían metido la tierra adentro; que se les guardasen las provisiones que tenían antiguas, y que una vez perdonados y reducidos hasta aquel día, había de haber perdón general, sin que hubiese recurso contra ellos por ninguna persona. Esta relación enviaron luego los caballeros comisarios con Hernán Valle de Palacios a don Juan de Austria, el cual llegó al campo a media noche, y aquella mesma noche se juntó el Consejo; y visto lo que pedían los moros, se les respondió que ante todas cosas trajesen poder de Aben Aboo y de los otros caudillos en cuyo nombre se venían a rendir, y que presentasen, juntamente con él, su memorial en forma de suplicación, pidiendo lo que viesen que les convenía, tratando solamente de aquellas cosas que fuesen pertinentes. Y porque se entendió que por falta de estilo no lo habían hecho, Juan de Soto, secretario de don Juan de Austria, que también lo era del Consejo, les envió la orden que habían de tener en lo que quisiesen pedir. Con este despacho volvió aquella noche Hernán Valle de Palacios al Fondón, y los moros holgaron de hacerlo ansí. Y para que el negocio fuese más acertado, suplicaron a don Juan de Austria mandase a Juan de Soto que fuese también a hallarse en la conclusión dél, ofreciéndose de volver luego con los poderes. Y con esto se partieron los unos y los otros, y el Habaquí prometió de hacer que dentro de ocho días viniesen con los recaudos al mesmo lugar.



  —341→  

ArribaAbajoCapítulo II

Cómo volvieron los caballeros comisarios al Fondón de Andarax, y concluyeron el negocio de la redución


El Habaquí cumplió su palabra, y el viernes 19 días del mes de mayo volvió al Fondón de Andarax y con él los otros alcaides, excepto Hernando el Galip, que maliciosamente, de envidia de ver que hacían los caballeros cristianos más cuenta del Habaquí que dél, no quiso volver con ellos. Sabida su venida en el campo, don Juan de Austria mandó que fuesen luego las personas que habían intervenido en las pláticas pasadas, y con ellos el secretario Juan de Soto y García de Arce; los cuales partieron el mesmo día del campo, y encontrando en el camino diez moros que el Habaquí enviaba en rehenes, los entregaron a don Martín de Argote, que con los caballos de su compañía iba haciendo escolta, y ellos pasaron adelante. Llegados al lugar del Fondón, el Habaquí presentó sus poderes, y hizo sus memoriales en la forma que Juan de Soto le dijo que habían de ir; y con ellos partió luego Hernán Valle de Palacios al campo, y los presentó en el Consejo. Aquella noche quedaron los caballeros comisarios en buena conversación con los moros, y cenaron todos juntos; aunque se hubiera de convertir aquel placer en mayor desasosiego por la inadvertencia de un capitán de caballos del campo del duque de Sesa, llamado Pedro de Castro, que escribió una carta al Habaquí, con que los alteró a él y a todos los que habían venido a tratar del negocio de las paces, porque cierto en aquella coyuntura pudiera excusar los términos della. Salían los escuderos del campo del duque de Sesa a buscar de comer para los caballos, y desmandábanse tanto algunas veces, que llegaban hasta cerca de Andarax; y el Habaquí, por quitar inconvenientes, entendiendo que hacía servicio, había mandado pregonar en su campo que ningún moro fuese osado de hacerles daño, y había escrito sobre ello al Duque, avisándole de la diligencia que había hecho, para que mandase a los escuderos que no pasasen de ciertos límites que señalaba en la carta, porque hasta allí llegarían seguros. Desto hizo poco caso el duque de Sesa, y Pedro de Castro, ofendido que hubiese tenido atrevimiento aquel moro de querer poner límites a su capitán general, le respondió por su parte que bien sabía él que todas las veces que el Duque había querido pasear la Alpujarra, lo había hecho a pesar suyo y de todos los moros della, y que lo mesmo haría de allí adelante, y otras palabras a este propósito. Esta carta acababa de recebir el Habaquí cuando Hernán Valle de Palacios entró por el lugar con la resolución del Consejo; el cual le llamó desde la ventana de su aposento, estando con él el Maleh y Pedro de Mendoza y Alonso de Velasco, tan indignados todos, que tenían acordado de matar a los comisarios, y no hablar más en el negocio, entendiendo que cuanto se trataba con ellos era engaño. Mas Hernán Valle los aplacó, mostrándoles el despacho que les traía, y con buenas razones los persuadió a que no hiciesen caso de las palabras de Pedro de Castro, diciéndoles que confiasen de los caballeros que allí estaban, pues eran los mayores amigos que tenían, y tales, que ellos proprios los habían escogido para tratar con mayor confianza de su bien; y que mirasen que cualquiera desorden que hiciesen les sería tan dañosa, que jamás tornarían a enristrar su negocio ni hallarían lugar de clemencia en su majestad. El Habaquí le dio la carta para que la fuese a mostrar a Juan de Soto, y le prometió que no dejaría salir de aquel aposento a ninguno de los que con él estaban hasta que los comisarios se juntasen. Los primeros que vieron la carta fueron don Juan Enríquez y Juan de Soto; los cuales entraron luego en la posada del Habaquí, y enviando a llamar los compañeros, trabajaron tanto con él y con los otros alcaides, que los pusieron en razón, y sin salir de allí concluyeron el negocio desta manera: que el Habaquí, en nombre de Aben Aboo y de los otros cuyos poderes tenía, fuese a echarse a los pies de don Juan de Austria pidiendo misericordia de sus culpas, y le rindiese las armas y la bandera, y que su alteza los admitiría en nombre de su majestad, y daría orden como no fuesen molestados, cohechados ni robados, y enviaría a los que se redujesen con sus mujeres y hijos y bienes muebles a las partes y lugares donde habían de vivir, porque no habían de quedar en la Alpujarra. Con estas cosas y otras particulares que el Habaquí pidió para Aben Aboo y para los amigos y para sí mismo, que todas se le concedieron, partió aquel día para los Padules, llevando consigo a Alonso de Velasco y trecientos escopeteros, y fue a hacer la sumisión a don Juan de Austria en nombre de su majestad. Entró en nuestro campo acompañado de los caballeros comisarios y sus trecientos escopeteros moros puestos en orden a cinco por hilera, a los cuales tomaron en medio cuatro compañías de infanteril que los estaban aguardando. Luego entregó la bandera de Aben Aboo, por mandado de don Juan de Austria, a Juan de Soto, y él la cogió en el hasta; y pasando por medio de los escuadrones de la gente de a pie y de a. caballo, que estaban puestos en sus ordenanzas tocando sus instrumentos de guerra, hicieron una hermosa salva de arcabucería, que duró ni cuarto de hora. Estaba don Juan de Austria en su tienda acompañado de todos los caballeros y capitanes del ejército, y llegando el Habaquí cerca, se apeó del caballo y fue a echarse a, sus pies, diciendo: «Misericordia, señor, misericordia nos conceda vuestra alteza en nombre de su majestad, y perdón de nuestras culpas, que conocemos haber sido graves»; y quitándose una damasquina que llevaba ceñida, se la dio en la mano, y le dijo: «Estas armas y bandera rindo a su majestad en nombre de Aben Aboo y de todos los alzados cuyos poderes tengo»; y Juan de Soto arrojó a sus pies la bandera de Aben Aboo. Don Juan de Austria estuvo a todo esto con tanta serenidad, que representaba bien la majestad del cargo que tenía; y mandándole que se levantase, le tornó a dar las damas quina, y le dijo que la guardase para servir con ella a su majestad, y después le hizo mucha merced y favor. Los trecientos moros se volvieron a Andarax, y el Habaquí quedó en el campo. Llevole a comer a su tienda don Francisco de Córdoba, y sobre comida se trataron algunas cosas concernientes al bien de los negocios, que quedaron apuntadas. Otro día le llevó a comer el obispo de Guadix, que no holgó poco de verle con demostración de arrepentimiento y contento de haber hecho aquel servicio a Dios y a su majestad. Y a 22 de mayo volvió a la Alpujarra a dar cuenta a Aben Aboo y a los otros caudillos de lo que dejaba efetuado. Este mesmo   —342→   día partió don Juan de Austria de Padules, y se fue a poner en Codbaa de Andarax.




ArribaAbajoCapítulo III

Cómo don Antonio de Luna fue a despoblar los lugares de la sierra de Ronda


La ciudad de Ronda, que los moros llamaron Hizna Rand, que quiere decir castillo del laurel, está en la parte más occidental del reino de Granada: fue fundada por los alárabes sectarios en lugar algo apacible, aunque rodeada de asperísimas sierras, donde se acaba la sierra mayor. A poniente tiene los términos de las ciudades de Gibraltar, Jerez de la Frontera y Sevilla, al cierzo los lugares de la tierra llana de Andalucía, al mediodía la de Marbella, y al levante la de Málaga. Su sitio es fuerte por naturaleza, porque la rodea por las tres partes una muy honda cava de peña tajada, por la cual corre un río, que la mayor parte dél nace debajo de la puente de la mesma cava; la demás que viene por aquel lugar son juntas de arroyuelos que bajan de las sierras, y se secan a tiempos en el año; por manera que la verdadera fuente está debajo de la propria ciudad, donde no se le puede quitar por cerco el agua. Donde no la cerca la cava ni el río, que es entre poniente y mediodía, la fortalece un castillo, bastante defensa para guardar aquella entrada. Sus términos son fértiles, vestidos de arboledas, de olivares y de viñas; y tiene grandes montes para cría de ganados, y muy buenas tierras para sembrar pan. Los lugares de su jurisdición son muchos; están metidos en los valles de las sierras, dolido corren aguas frescas y saludables de fuentes y de ríos que nacen en ellas. Atraviesa por esta tierra de levante a poniente la sierra mayor con nombre de Sierra Bermeja; aunque los moradores la llaman diferentemente, conforme a las poblaciones que están en ella. Su principio es en la sierra de Arboto, cerca de Istán, y fenece en Casares y Gausin, últimos pueblos del Havaral o algarbe de Ronda, que está a poniente de aquella ciudad. El río que sale de la cava llaman al principio Guadal Cobacín, y cuando va más abajo Guadiaro, y con este último nombre se mete en la mar entre Gibraltar y la torre de la Duquesa, llevando consigo las aguas de otros ríos que le acompañan. Sobre Igualeja, que ese más alto lugar desta sierra, nace otro río que corre por el valle del Havaral, donde hay muchos lugares de una parte y otra dél, y le llaman Genal. El primer lugar que está en la ladera a mano derecha es Parauta, luego Cartagima, Júscar, Faraxam, Pandeire, Atajate, Benadalid, Benalabría, Benamaya, Algatucin, Benarrabá y Gausin, donde fenece el Havaral. En la otra ladera de la mano izquierda están Pujerra, Moclón, Jubrique, Botillas, Benameda, Ginalguacil, Benestepar y Casares, que está en el paraje de Gausin. En Júscar hay una torre antigua, labrada, de cuatro esquinas, que sirve de campanario en la iglesia, que en tiempo de moros fue mezquita; la cual con fuerza de un hombre puesto sobre el pretil alto, donde está la campana, se menea tanto, que se tañe sin llegar a ella. No hallamos quien nos dijese la causa de su movimiento; mas puesto arriba, consideré que es la delicadeza de la fábrica; y ansí dicen unas letras árabes que están en ella, que la hizo el maestro de los maestros del arte de albañilería. Volviendo a nuestro propósito, el río corre siempre a poniente hasta llegar a Casares, y allí vuelve hacia mediodía; y dejando a mano izquierda aquella villa, se va a meter en la mar entre Gibraltar y Estepona. Vadéanse estos dos ríos por todas parles, sino es dos o tres leguas de la mar, que Guadiaro se pasa en barca. Casares y Gausin son villas fuertes por naturaleza de sitio. Casares está cercada de una cava de peña tajada, de la manera que Ronda, y también Gausin, aunque la cava no es tan alta; y en tiempo de moros era la llave del Havaral. Otra serranía está tres leguas desviada del Havaral a la parte del cierzo, que llaman de Villaluenga, la cual solía ser de Ronda, y agora es de señorío, y en ella hay siete villas. Esta sierra es alta y prolongada, y tiene cinco leguas de largo del norte a mediodía. Tornando pues a la parte de levante de Ronda, donde llaman la Jarquía, encima de la villa de Tolox, que es de la joya de Málaga, cuatro leguas de la mar, está la Sierra Blanquilla, más alta que otra del reino de Granada, fuera de la Sierra Nevada; en la cual están las fuentes de tres ríos. El uno es Río Verde, que, como dijimos en la descripción de Marbella, corre hacia aquella parte. El otro llaman Río Grande, sale entre Tolox y Yunquera, y por bajo de Alozaina pasa a Casapalma; y juntándose con el río que baja de Alora, va a entrarse en la mar una legua a poniente de Málaga junto a Churriana. El tercero río, que baja de Sierra Blanquilla, nace a la parte del Burgo; y pasando junto a la villa, va al castillo de Turón, fortaleza importante cuando la tierra estaba por los moros, y a la villa de Hardales; y juntándose con él otros ríos en unas sierras, se va a despeñar entre dos peñas tajadas de grandísimo altor, que están media legua abajo de la junta, donde llaman el despeñadero: allí entra el río por una angostura o gollizo muy largo, donde antiguamente gustaban dos grandes poblaciones, cuyas reliquias se ven el día de hoy apartadas media legua del río, la una hacia el mediodía y la otra hacia el norte. La de mediodía llaman los modernos Villaverde y la otra Abdelagiz, donde está una población pequeña que corruptamente llaman Audalajix. De allí va el río a Alora, y en Casapalma, dos leguas más abajo, se junta con el Río Grande que dijimos.

Estando pues su majestad y los de su consejo resueltos en que se despoblasen todos los lugares de moriscos de paces que estaban por alzar en el reino de Granada, para que los alzados acabasen de perderla esperanza que en ellos tenían, y se rindiesen o deshiciesen presto, aunque con la ocasión de la redución que se trataba en Andarax, había don Juan de Austria suspendido la saca de los de Guadix y Baza, no se asegurando de los de la serranía y Havaral de Ronda, por haber algunos levantados en aquellas sierras, mandó a don Antonio de Luna que, valiéndose del corregidor de aquella ciudad y de Pedro Bermúdez de Santis, a cuyo cargo estaba la gente de guerra de la guardia della, y de los corregidores de las otras ciudades comarcanas, con el mayor número de gente que pudiese fuese a sacarlos de allí, y los llevase la tierra adentro a los lugares de Andalucía y hacia la raya de Portugal con la menor molestia que fuese posible, porque no tuviesen ocasión de resistir el mandato y orden que se les daba. Para este efeto partió don Antonio de Luna de Antequera, donde había venido Pedro Bermúdez de Santis a comunicar la jornada con él, a 20 de abril, y llevando dos mil infantes y sesenta   —343→   de a caballo, fue a la ciudad de Ronda, donde cumplió el número de cuatro mil infantes y cien caballos; luego puso en ejecución la orden que llevaba; y a un mesmo tiempo juntó Arévalo de Zuazo la gente de su corregimiento, y fue a despoblar a Monda y a Tolox, que confinan por aquella parte con la serranía de Ronda, ansí porque no había mucha seguridad de los moriscos que moraban en ellos, como para tomar el paso a los de la Hoya y Jarquía, en caso que quisiesen hacer alguna novedad. Siendo avisado don Antonio de Luna que para el buen efeto del negocio convendría ocupar ante todas cosas la parte alta de la sierra antes que los moriscos entendiesen lo que se iba a hacer, mandó a Pedro Bermúdez de Santis que con quinientos soldados se fuese a poner en el lugar de Jubrique, sitio a propósito para asegurar las espaldas a los que habían de ir a despoblar los otros lugares del Havaral. Hecho esto, repartió las compañías, dándoles orden que a un tiempo y en una hora los encerrasen en las iglesias y los comenzasen a sacar. Partieron a las ocho de la mañana, no pareciendo cosa conveniente ir de noche, por la aspereza de los caminos poco conocidos; y los moros, que estaban sospechosos y recatados, en descubriendo nuestra gente se subieron con sus armas u la sierra, dejando las casas, las mujeres, los hijos y los ganados a discreción de los soldados; los cuales, como gente bisoña y mal disciplinada, comenzaron a robar y cargarse de ropa y a recoger esclavos y ganados, hiriendo y matando sin diferencia a quien en alguna manera daba estorbo a su codicia. Viendo los moros esta desorden, movidos de ira y de dolor, bajaron de la sierra, y acometiendo a los que andaban embebecidos en robar, los desbarataron. Creció esta desorden con la escuridad de la noche, y como algunos soldados desamparasen la defensa de sí y de sus banderas, Pedro Bermúdez, dejando alguna gente en la iglesia de Genalguacil en guardia de las mujeres, niños y viejos que tenía allí recogidos, tomó fuera del lugar un sitio fuerte donde guarecerse. Entraron los moros determinadamente por las casas, y cercando la iglesia, la combatieron, y sacando los que había dentro, le pusieron fuego y la quemaron, y a los soldados, sin que pudiesen ser socorridos. Luego acometieron a Pedro Bermúdez, el cual se defendió animosamente, y al fin le mataron cuarenta soldados; y quedando muchos heridos de una parte y de otra, se recogieron los enemigos a la sierra. Vista la desorden y el poco efeto que se había hecho, retiró don Antonio de Luna las banderas con obra de mil y quinientos soldados, bien cargados de moriscas y de muchachos y de ropa y ganados, que vendían después en Ronda, como si fuera presa ganada de enemigos. Luego se deshizo aquel pequeño campo, yéndose cada uno por su parte, como lo suelen hacer los que han hecho ganancia y temen por ella castigo; y don Antonio de Luna, dando licencia a la gente de Antequera, y enviando los moriscos que había podido recoger la tierra adentro, sin hacer más efeto partió para Sevilla, donde había su majestad ido aquellos días, a darle cuenta de sí y del suceso, porque los de Ronda y los moros le cargaban culpa; los unos diciendo que, habiendo de dar al amanecer sobre los lugares, había dado en ellos alto el sol y dividida la gente en muchas partes, y que había dado confusa la orden, dejando en libertad a los capitanes y oficiales; y los otros, que había quebrantado el seguro y palabra real, que tenían como por religión, y que estando resueltos en obedecer lo que se les mandaba, les habían robado las casas, las mujeres, los hijos y los ganados, y que no les quedando más que las armas en las manos y la aspereza de las sierras, se habían acogido a ellas por salvar las vidas; y que todavía estaban aparejados a dejarlas, y volverían a obediencia tornándoles las mujeres, hijos y viejos que les habían llevado captivos, y la ropa que con mediana diligencia se pudiese cobrar. A lo primero decía don Antonio de Luna haber repartido la gente como convenía en tierra áspera y no conocida; que si caminara de noche, fuera repartir a ciegas y llevarla desordenada y deshilada; de manera que fácilmente pudiera ser desbaratada, por estar los enemigos avisados, saber los pasos, y serles la escuridad de la noche favorable. Y a lo segundo, aunque parecía no ir los moros fuera de razón, eran tantos los interesados, que por sólo esto fueron habidos por enemigos, no embargante la demostración de haberse movido provocados y en defensa de sus vidas; por manera que las razones de don Antonio de Luna fueron admitidas, y se dio culpa a la desorden de los soldados. Y en efeto, no sirvió esta jornada más que para acabar de levantar aquella tierra y dejarla puesta en arma.

En este tiempo Arévalo de Zuazo llegó a la villa de Tolox con la gente de su corregimiento, y mandó encerrar los moriscos de aquella villa en la iglesia con alguna manera de quietud; mas teniendo puestas guardas al derredor de la villa, los soldados se descuidaron, y tuvieron muchos moriscos lugar de irse a la sierra con sus mujeres y hijos; y recogiendo el ganado que tenían en ella, fueron a juntarse con los demás alzados que andaban a la parte del Río Verde. Despoblada aquella villa, dejó en ella al capitán Juan de Pajariego con ciento y treinta hombres, mientras se recogían los bienes muebles; el cual, siendo avisado como los moros que habían huido a la sierra tenían más de tres mil cabezas de ganado y muchas mujeres y niños, y que se podrían desbaratar fácilmente, por ser gente desarmada, juntó ciento y veinte hombres de Alhaurín y de Alozaina y de otros lugares, que andaban aventureros, y fue a buscarlos; y llegando al puerto de las Golondrinas, vieron el ganado cabrío en unas ramblas junto a la majada que dicen de la Parra, con tres moros que lo andaban guardando. Habían los enemigos puesto allí aquel ganado de industria cuando vieron ir los cristianos, Y puéstose en emboscada; y como el capitán hiciese alto en un cerrillo y enviase cuatro mozos ligeros, que lo recogiesen, salieron de la emboscada dando grandes alaridos, y a gran priesa subieron a tomar los puertos más altos para revolver sobre ellos. Viendo esto algunos temerosos cristianos, dieron a huir; que no bastaban los ruegos del capitán ni del alférez ni de los otros oficiales a detenerlos, ni las amenazas que les hacían. Algunos hombres de vergüenza repararon y comenzaron a hacer un escuadrón mal ordenado, porque ya los enemigos venían tan cerca, que no tuvieron lugar de poderío formar; y fueron acometidos con tanta determinación, que los rompieron, y matando siete cristianos, hirieron treinta y les hicieron pedazos el tafetán de la bandera y la caja del atambor.   —344→   Yéndose retirando desta manera, llegaron a la loma de Corona, que es una cordillera alta que da vista a todas aquellas sierras; y allí salió otra manga de moros que los fue cercando; y renovando la pelea, mataron otros cuatro cristianos y hirieron veinte. Y como ya estuviesen cansados y faltos de munición, se arrojaron la sierra abajo, que es fragosa y sin arboleda; y los moros, yendo a la parte alta, echaban a rodar sobre ellos peñas y piedras grandes con que los iban apocando. Quedábase atrás el capitán Pajariego metido entre unas matas, y un hijo suyo volvió animosamente en busca de su padre, y pasando por medio de los enemigos, con catorce soldados llegó al lugar donde estaba y le retiró. Y sin duda se perdieran todos si el capitán Luis de Valdivia, vecino de la ciudad de Málaga, no los socorriera con veinte caballos y la gente de a pie que había en Tolox; el cual los retiró; y llevando los heridos a curar a Alozaina, dejaron a Tolox despoblado. Idos los cristianos de allí, los moros bajaron luego a la villa, y quemaron la iglesia y las casas de los cristianos que vivían entre ellos.




ArribaAbajoCapítulo IV

Cómo el Habaquí volvió al campo de don Juan de Austria con resolución, y se dio orden a los caballeros comisarios que habían de recoger los moros que viniesen a reducirse


El día de Corpus Christi, que fue este año a 23 de mayo, volvió el Habaquí al campo de don Juan de Austria con resolución de lo que se había platicado con él, y con el consentimiento de Aben Aboo y de los otros caudillos; principales de los alzados y de los turcos, y especialmente de la gente común, que no deseaban cosa más que verse en quietud. Y porque a la hora que llegó andaba la procesión del Santísimo Sacramento, salieron a entretenerle mientras se acababa, don Hernando de Barradas y Hernán Valle de Palacios, los cuales estuvieron con él hasta que se acabó la fiesta, que fue muy solene, porque anduvo la procesión por una calle hecha de alamedas y frescuras al derredor de la tienda donde se ponía el altar para decir misa, estando los escuadrones de la infantería y la gente de a caballo de un cabo y de otro con sus banderas tendidas tocando los instrumentos de guerra, y se hicieron tres salvas de arcabucería, que duró cada una un cuarto de hora. Iban en la procesión el obispo de Guadix con los clérigos y frailes que había en el campo, y todos los caballeros, capitanes y gentiles hombres con hachas y velas de cera ardiendo en las manos. Llevaban las varas delanteras del palio del Santísimo Sacramento don Juan de Austria y el comendador mayor de Castilla, y las traseras don Francisco de Córdoba y el licenciado Simón de Salazar, alcalde de la casa y corte de su majestad. Cierto era cosa de ver el abatir de los estandartes y banderas, las gracias que todos daban al Soberano, loando su infinita bondad y misericordia en aquel lugar, donde tantas abominaciones y maldades habían cometido los herejes rebeldes contra la majestad divina y humana. Aquel día predicó un fraile de san Francisco, el cual con muchas lágrimas alabó a nuestro Señor por tan gran bien y merced como había hecho al pueblo cristiano en traer aquellas gentes a conocimiento de su pecado; y sobre esto dijo hartas cosas con que se consoló la gente. Acabada de solenizar la fiesta deste día, el Habaquí entró en el campo, y se le dieron luego los recaudos que hacían al caso para el despacho de su negocio, y un bando firmado de don Juan de Austria en confirmación del pasado con algunas declaraciones y prorrogación de tiempo. Diéronse comisiones a los caballeros comisarios a cuyo cargo había de ser el recoger los moros que se viniesen a reducir, para que fuesen luego a los partidos donde había de estar cada uno. A don Juan Enríquez se cometió lo de Baza y su hoya, río de Almanzora, sierra de Filabres y tierra de Vera; a don Alonso de Granada Venegas, todo lo de la Alpujarra, sierra, vega de Granada, taa de Órgiba, costa de la mar, valle de Lecrín y río de Alhama; a don Hernando de Barradas, lo de Guadix, la Peza, Fiñana, Abla, Lauricena, Guécija, Dílar, Ferreira y la Calahorra; a don Alonso Habiz Venegas, lo de Almería y su río; a Juan Pérez de Mescua, lo del Deyre, Elquif, Nanteira y Jériz; y a Tello González de Aguilar y Hernán Valle de Palacios se mandó recoger todos los que viniesen a reducirse al campo de don Juan de Austria. Y porque Hernando el Darra y los de la sierra de Bentomiz trataban también de rendirse, y habían enviado a don Alonso de Granada Venegas dos moriscos llamados Gonzalo Gaytán, vecino de Competa, y Jorge Abud Hascen, vecino de Canilles, por toda la sierra, se envió comisión a Arévalo de Zuazo para que él y Alonso Vélez de Mendoza, vecino de Vélez, los recogiesen. La orden que se les dio a todos fue que los dejasen ir a morar en las partes y lugares donde pareciese que había más comodidad, a su libre voluntad, con que fuese en tierra llana fuera de las sierras, y apartados de la costa de la mar todo lo que fuese posible, haciendo lista de todos los hombres de quince años arriba y de sesenta abajo, con relación del día en que se reducían, de las armas que entregaban, y del lugar donde querían ir a vivir; y que les dejasen vender o llevar los bienes muebles, sin que se les pusiese impedimento en ello. Ofreciose el Habaquí a reducir también los de la serranía de Ronda y Marbella que anduviesen alzados; y con ánimo de ir encaminando luego los de la Alpujarra, diciéndoles a dónde habían de acudir y por qué caminos habían de ir seguros, se partió del campo con orden de embarcar los turcos y moros berberiscos que andaban en la tierra, y enviarlos a Berbería; cosa que aunque al parecer era áspera de sufrir, bien considerado, fue importante para quitar a los alzados la esperanza que de su socorro tenían, y quien los pudiese persuadir a que no se redujesen; porque aunque eran pocos, podían mucho en este particular, y era una cosa en que el Habaquí había hecho instancia por quitar este inconveniente que podía interromper su negocio, aunque también le debió de mover a ello haberlos traído él de Argel, y por ventura persuadidos a que se volviesen con ganancia y seguridad antes que todo se perdiese.




ArribaAbajoCapítulo V

Cómo don Alonso de Granada Venegas fue a verse con Aben Aboo


Había de ir don Alonso de Granada Venegas a ponerse en Otura, lugar de la vega de Granada, para recoger los moros que viniesen a reducirse de su partido; y porque diese esperanza a Aben Aboo de todo lo que el Habaquí le había dicho, don Juan de Austria le mandó   —345→   que hiciese camino por el Alpujarra y fuese a verse con él, y que de su parte le dijese la merced que en nombre de su majestad le hacía, y cómo, condoliéndose de verle embarazado en cosa tan fuera de su buena inclinación, entendiendo su inocencia y sencillez, como se lo había significado el Habaquí, le había tomado debajo de su protección y amparo para suplicar a su majestad, como se lo suplicaría, que le hiciese toda merced y favor; y que debajo desto podría estarse en su casa sin salir della, pues aunque se ordenaba a los demás que estaban en la Alpujarra que saliesen, no se debía esto entender con su persona ni con algunos particulares de los que él quisiese nombrar, teniendo por cierto que haría el servicio que había ofrecido. Y porque llevaba también orden de ir a Mecina de Bombaron a recoger las armas de todos los que se redujesen, y enviarlas a Granada, se mandó que en este particular no hiciese novedad con Aben Aboo, pues ya el Habaquí había hecho el auto de sumisión con poder suyo. Peligrosa comisión era la que don Alonso de Granada Venegas llevaba entre gente bárbara indignada, y holgara harto poder excusar aquel camino, temiendo algún desatino de quien tantos había hecho, con el cual venía a desbaratarse el negocio; y diciéndolo ansí a don Juan de Austria, el animoso Príncipe le respondió que no había que parar en el peligro, porque en los grandes hechos grandes peligros había de haber. Viendo pues don Alonso Venegas la determinación de don Juan de Austria, domingo a 28 de mayo, a más de las cuatro de la tarde, partió de Codbaa de Andarax; y llevando consigo al beneficiado Torrijos y al alférez Serna y otras once o doce personas, llegó a puesta de sol a Alcolea, donde estaba Pedro de Mendoza el Xoaybi, que le salió a recebir con dos de a caballo y cincuenta arcabuceros y ballesteros. Quedó allí aquella noche, y no quiso pregonar el bando que llevaba, por ser el distrito de otro comisario; mas dijo de palabra a los vecinos las partes donde habían de ir a rendirse, la seguridad con que lo podían hacer, la confianza del buen acogimiento que hallarían en todos los caballeros que estaban diputados para aquel efeto, y lo mucho que les convenía reducirse con brevedad. Los moros forasteros de Granada y de otras partes que estaban en el lugar mostraron estar en el cumplimiento del bando llanos; mas los de la tierra sentían mucho haber de dejar sus casas; y con todo eso le dijeron que harían lo que se les mandaba. Y porque se temían de ir con sus mujeres y hijos y ropa por entre los monfís, le rogaron que escribiese a don Juan de Austria que, como el Habaquí tenía comisión de poder traer gente, la tuviesen algunos particulares, como Pedro de Mendoza el Xoaybi y otros, que asegurasen los caminos y los acompañasen hasta ponerlos en salvo; el cual les dijo que lo haría ansí, y les avisó que ninguno fuese al campo sin orden, y que llevándola, entrasen de día, y no de noche, por el inconveniente que podría haber. Otro día de mañana partió de Alcolea y llegó a Albacete de Ugíjar, donde fue bien recebido, y mandó pregonar y fijar el bando en una puerta; y diciendo a los moros que halló en el lugar lo que había dicho a los de Alcolea, fue por el camino derecho a Cádiar, donde supo que le aguardaban Aben Aboo y el Habaquí. Y era verdad que le habían estado aguardando el domingo, y se lo habían enviado a decir ansí; y porque el mensajero no había tornado con la respuesta, se habían vuelto a Mecina de Bombaron, y enviaron a Alonso de Velasco con seis de a caballo el camino adelante que les fuese a encontrar; el cual le topó media legua de aquel cabo de Ugíjar, y se fue con él a Cádiar. Había en aquel pueblo mucha gente de Cogollos y de los lugares de la vega y sierra de Granada, que le recibieron con mucho contento y le aposentaron y regalaron mucho, regocijándose todos con todos con la nueva de las paces. Aquel mesmo día vinieron a Cádiar Aben Aboo y el Habaquí con trecientos moros; escopeteros y cincuenta turcos, y se fueron a apear a la posada de don Alonso de Granada Venegas; y apartándose con ellos el beneficiado Torrijos, toda la plática de Aben Aboo fueron descargos, dando a entender que no había tenido culpa en el levantamiento; antes había amparado a los cristianos de su lugar y defendido a los alzados que no quemasen la iglesia, aconsejándoles que no hiciesen semejante maldad. Que después desto había sido de los primeros que se habían reducido al marqués de Mondéjar y hecho que se redujesen otros muchos; que por fuerza y contra su voluntad había aceptado el cargo de la gobernación de los moros, y que siendo cristiano de corazón, no había permitido que se hiciesen crueldades en los cristianos captivos, y había comprado los que había podido, a fin de que no los matasen. Y últimamente concluyó con decir que venía allí a que don Juan de Austria hiciese dél, y de sus armas, y de todo lo demás, lo que fuese servido; y que ordenándosele, iría con los de la Alpujarra donde se le mandase, aunque le parecía que serviría más en encaminar la gente a sus distritos, sin que hubiese desorden que pudiese impedir lo que tanto deseaba, y en hacer embarcar los turcos y moros berberiscos, que era la cosa que de presente más cuidado le daba, por ser gente tan ocasionada para cualquier mal efeto, y tan desconfiados, que dañaban a los demás, de cuya causa los traía consigo a fin de no dejarlos desmandar, por ser mozos y los que más mano tenían en la tierra con los malos; y que desde el día que su majestad había abierto la puerta de la misericordia, había hecho cuanto había podido para dar a entender a los alzados lo mucho que les importaba reducirse, aunque había tenido hartas contradiciones en ello. Con estas y otras cosas que Aben Aboo decía daba a entender que tenía voluntad de reducirse; mas no se asegurando de sus mesmas culpas, como si tuviera el cuchillo a la garganta, temía la muerte. Don Alonso de Granada Venegas le dijo que don Juan de Austria estaba muy satisfecho de su persona, y que se diese priesa en concluir aquel negocio, que era lo que más le convenía para su quietud y descanso; pues, como el Habaquí le había dicho, el dejar la tierra y las armas no se entendía con su persona ni con algunos de los que él nombrase. Con estas y otras razones que le dijo, quedó Aben Aboo al parecer algo más asegurado, y prometió de hacer todo cuanto don Juan de Austria le mandase; solamente pidió a don Alonso de Granada Venegas que no tratase de recoger las armas, como se lo mandaba por su instrucción, diciendo que la gente que traía consigo era para servir a su majestad y hacer el efeto que tenía prometido; el cual holgó dello, y le dijo que no había ya para qué traer banderas ni otra insignia; y en su presencia las mandó luego Aben Aboo   —346→   quitar, y con esto se volvió aquel mesmo día a Mecina de Bombaron.




ArribaAbajoCapítulo VI

Cómo don Alonso de Granada Venegas avisó a don Juan de Austria de lo que había pasado con Aben Aboo


Estuvo don Alonso de Granada Venegas en Cádiar dos días inquiriendo las voluntades de aquellas gentes; y aunque no hizo pregonar públicamente el bando, porque Aben Aboo le rogó que lo suspendiese hasta que los turcos fuesen embarcados, no dejó de hacer mucho efeto divulgándolo de palabra, y asegurando a los que se fuesen a reducir. Y luego avisó a don Juan de Austria, y particularmente como el Habaquí decía que estaban ya los turcos a punto para embarcarse en sabiendo que había navíos en que poderse ir; y que convenía mucho despacharlos con brevedad, porque no alterasen la tierra, porque andaban diciendo que los cristianos debían de tratar cómo meterlos a todos juntos en parte donde los pudiesen degollar en una hora; y que pedían navíos de remos en que pasar, no se asegurando en otros de otra suerte. Avisó más: que sería bien que se hallase presente al embarcar alguna persona particular, que tuviese cuenta con que no llevasen moriscas ni moros de la tierra, ni cristianos captivos, ni otras cosas de las que estaban prohibidas; y porque la ocasión de los cristianos que tenían captivos no los entretuviesen, procurando embarcarlos a escondidas en fustas o en otros navíos, fuese servido mandar enviar algún dinero que se les diese por ellos, pues Aben Aboo y los otros alzados no los rescataban, ni tenían con qué poderlo hacer; y el Habaquí se ofrecía a concertarlos en muy poco precio. Hechas estas diligencias, y otras que parecieron convenir al bien del negocio, don Alonso de Granada Venegas pasó a la Vega de Granada, y haciendo su asiento en Otura y en Zubia, comenzó a recoger los que se iban a reducir, que fueron muchos. Repartíalos por los lugares como iban viniendo, asegurábalos, y proveíalos de bastimentos; todo esto con grandísimo trabajo, por las desórdenes de nuestra gente, que salían a los caminos y los mataban y robaban, y hacían esclavas las mujeres, escondiéndolas y llevándolas a vender la tierra adentro. No fue menor inconveniente el que hubo en los otros partidos, donde por la mesma orden los recogían los otros caballeros comisarios, sin que se pudiese reparar ni remediar, aunque algunos soldados fueron castigados ejemplarmente; y su majestad envió a mandar a los corregidores de las ciudades y a los cabos de la gente de guerra, que diesen orden como no recibiesen agravio y fuesen bien tratados los que se viniesen a reducir, castigando a los transgresores.




ArribaAbajoCapítulo VII

De algunas entradas que los capitanes hicieron estos días en diferentes partes del reino contra los que no se iban a reducir


Tenían orden general los capitanes de la gente de guerra, en que se les mandaba que no cesasen de correr la tierra a la parte que sintiesen haber moros de guerra, para quitarles los mantenimientos, necesitándolos a que con hambre se diesen priesa a reducir, mandándoles asimesmo que no hiciesen correrías, porque no se siguiese algún estorbo o inconveniente que interrumpiese lo que estaba asentado con ellos; mas esto se disimulaba con los que las hacían en parte donde andaban moros inobedientes. Con este calor se hicieron muchas entradas entre paz y guerra en diferentes partes del reino, algunas de las cuales pornemos en este capítulo, porque fueron espuelas para traer a obediencia la mayor parte de los alzados, aunque lo pudieran ser para lo contrario. Había enviado el presidente don Pedro de Deza desde Granada una gruesa escolta con muchos bagajes cargados de bastimentos a Guadix con Bartolomé Pérez Zumel y Jerónimo López de Mella; los cuales de vuelta fueron por encima del lugar de la Peza a dar a Valdeinfierno sobre Guéjar, donde sabían que se habían recogido muchos moros con sus mujeres, hijos y ganados; y llegando de improviso sobre ellos, captivaron sin resistencia ciento y trece personas, y les tomaron mucha cantidad de ganado. Eran los nuestros seiscientos infantes y cien caballos, y no osando aguardar los moros, dieran a fluir por aquellas sierras. Fue de mucho efeto el duito que se les hizo este día, porque la mayor parte de los que huyeron fueron luego a reducirse, pareciéndoles que pues los habían ido a buscar en aquella umbría, ternían poca seguridad en otra parte; y porque se averiguó que de allí bajaban a correr ir Guéjar y hacían otros daños, fueron dadas por esclavas las personas que captivaron. Don Diego Ramírez y don Alonso de Leiva fueron en este tiempo con la gente de Motril y Salobreña y alguna de las galeras al lugar de Itrabo, donde había muchos moros juntos; mas hicieron poco efeto, porque fueron avisados y huyeron a la sierra. Supieron que estos y otros muchos se habían puesto en Pinillos de Rey, seis leguas de Salobreña y cinco de Granada; y avisando a don Juan de Austria como, estando reducidos los de Restával y Melejix allí cerca, se estaban quedos ellos, confiados en la aspereza del sitio de aquel lugar, les mandó que fuesen en su busca, y sin tocar en los lugares reducidos, porque no se alborotasen, procurasen destruirlos. Con esta orden, y con dos mil infantes y cien caballos, partieron nuestros capitanes de Salobreña una tarde, y fueron aquella noche a la garganta del Dragón, que es una angostura de peñas muy larga, por donde el río de Motril sale al lugar de Pataura y a la mar. Otro día pasaron a Vélez de Ben Audalla, donde tuvieron aviso del alcaide de la fortaleza como andaba por allí un capitán moro llamado Moxcalan, que hacía mucho daño con una cuadrilla de moros forasteros y naturales de la tierra; el cual venía de ordinario a las casas del lugar, y hablaba con los soldados, y les decía que se quería reducir. Con este aviso acordaron los capitanes de detenerse allí aquel día puestos en emboscada hasta que fuese tarde, para ir a amanecer sobre Pinillos; mas el moro, que había estado en atalaya y vístolos partir de la boca del río, bajó luego a la angostura, y encontrando tres soldados que venían de Motril en busca de nuestra gente, mató al uno, al otro captivó, y el tercero fue huyendo, y dio rebato en Vélez de Ben Audalla a nuestra gente. Entendiendo pues los capitanes que el captivo habría descubierto a los moros el desinio que llevaban, mandando tocar las cajas, a gran priesa recogieron la gente y caminaron la vuelta de Pinillos, pensando poder llegar a dar sobre el lugar antes que el Moxcalan avísase; mas aprovechó poco su   —347→   diligencia, porque los moros estaban ya avisados y se habían comenzado a ir. Don Diego Ramírez puso la caballería a la parte alta para tomarles el paso de la sierra, y con la infantería cercó el lugar por las otras partes donde había disposición de poderle cercar, porque está en un sitio muy fragoso, y a la parte baja, que cae sobre el río de Melejix, tiene grandes barranqueras y despeñaderos. Era tanta la gente que había en este lugar, que aunque fueron avisados, no se pudieron poner todos en cobro; la mayor parte dellos, los cuales sidieron tarde y acudieron hacia la sierra, dieron en manos de la caballería y se perdieron; los otros se arrojaron por aquellas barranqueras abajo con sus mujeres y hijos, y fueron a meterse en Restával y en Melejix, que, como dijimos, estaban de paces, y allí se guarecieron porque don Diego Ramírez no consintió que los soldados pasasen adelante. Ochenta moras que no pudieron descabullirse fueron captivas y dadas por esclavas; toda la demás gente que allí había se redujo luego, y dejando saqueado el lugar, con muchos bagajes cargados de ropa volvió la gente a Salobreña. Estaba en lo de Almuñécar otro moro llamado Cacem el Mueden, que en la furia de la guerra traía ochocientos hombres de pelea, la mayor parte dellos escopeteros, y había hecho mucho daño por toda aquella comarca, corriendo la tierra hasta las puertas de la ciudad; el cual viendo que le iba dejando la gente para irse a reducir, había recogídose en la sierra de Mínjar con ciento y cincuenta moros y las mujeres, y de allí salía algunas veces a hacer saltos. Desto fue avisado don Diego Ramírez, y con cien soldados de los que tenía en Salobreña, y cincuenta que don Luis de Valdivia le envió de Motril, y doce de a caballo, partió una tarde de Salobreña, y fue a ponerse antes que amaneciese bien cerca de donde estaban los moros metidos en una rambla; y para tomarles los pasos por donde se le podían ir hizo tres partes de la gente. Los soldados de Motril mandó que se adelantasen y fuesen a ocupar un paso por donde de necesidad los enemigos habían de salir a tomarlas otras sierras, y cincuenta de los de Salobreña envió por la cordillera de la propria sierra, que fuesen siempre a caballero, y acudiesen a la parte donde viesen que podían hacer mejor efeto; y con los otros cincuenta soldados y los doce caballos se puso él en la boca de la propria rambla, que sola aquella entrada tenía por llano. Siendo pues ya claro el día, los moros descubrieron la gente que iba por la cordillera de la sierra; y reconociendo ser cristianos, dieron rebato al Mueden, que estaba muy de su espacio almorzando con las mujeres; el cual, viendo que le tenían tomada la sierra, y que la importancia de su negocio consistía más en tomar la aspereza de los montes que en hacer armas, dijo a los compañeros que le siguiesen; y tomando una vereda en la mano, comenzó a subir la sierra arriba, hacia donde estaban los cincuenta soldados de Motril, llevando consigo las mujeres. Tenía este moro una cueva muy secreta junto a la vereda por donde iba, metida entre unas peñas, y la boca della salía entre unas matas tan espesas, que por ninguna manera se podía ver; y emparejando con ella, dejó pasar toda la gente adelante; y haciendo que las mujeres se metiesen dentro, quebrándose también él entre las matas, hizo lo mesmo. Los otros moros fueron a dar donde estaban los soldados de Motril, y rompiendo determinadamente por ellos, tuvieron lugar de escaparse y de subirse a las otras sierras; y lo mesmo pudiera hacer el Mueden, si no se tuviera por más seguro en su cueva. Mas no le sucedió como pensaba, porque un soldado le vio quedar entre aquellas matas, y teniendo cuenta con él, como no le vio salir hacia ninguna parte, dio aviso a otros, que entraron a buscarle y toparon con la boca de la cueva; y entrando dos dellos dentro, anduvieron buen rato por ella sin encontrar con nadie; y queriéndose ya salir, el trasero volvió la cabeza, y vio el rostro de un hombre en lo último de la cueva. Estaba el Mueden con la ballesta armada en las manos, y entendiendo que había sido descubierto, disparó y dio una saetada en los lomos al soldado; mas no le hirió, porque acertó a dar la saeta en unos alpargates de cáñamo que llevaba en la cinta. A este tiempo llegó don Diego Ramírez, y viendo aquel moro puesto en defensa, porque no matase algún cristiano, hizo que lo dijesen en arábigo que se rindiese, y que le salvaría la vida; y al fin se rindió, y le llevó preso al castillo de Salobreña, donde le tuvo algunos días, hasta que el presidente don Pedro de Deza y los del Consejo que estaban en Granada enviaron por él; y porque tan graves delitos como había hecho no quedasen sin castigo, le mandaron entregar al auditor de la guerra, que hizo justicia dél. Las mujeres que se hallaron en la cueva fueron captivas, y la mayor parte de los moros que de allí escaparon, hallándose desarmados, porque unos no habían tenido lugar de tomar las armas, y otros las habían soltado para huir, fueron a reducirse. Andaban los turcos y moros berberiscos en este tiempo con voluntad de pasarse a Berbería, desconfiados de las cosas de la Alpujarra; y aunque algunos confiaban de las palabras del Habaquí, que les ofrecía navíos en que pudiesen pasar seguros, otros no se aseguraban de ir en bajeles de cristianos, y aguardaban fustas de Berbería en que meterse. Estando pues muchos dellos y de los rebelados en el cabo de Gata con el negro de Almería y cincuenta cristianos captivos para pasarse, don García de Villarroel con orden de don Juan de Austria fue a dar sobre ellos, llevando docientos soldados y veinte y cinco de a caballo. No se pudo hacer tan secreto, que los enemigos dejasen de ser avisados: el negro huyó con parte de la gente armada de la tierra; los turcos y moros berberiscos, y con ellos algunos de los rebelados, con los cincuenta cristianos, se mudaron a otra parte, y la gente inútil se fue luego toda a reducir; por manera que cuando don García de Villarroel llegó donde tenía aviso que estaban, no halló más de seis personas que habían quedádose durmiendo; mas prendió en el camino dos moriscos de los de Almería, que habían ido con el aviso, de quien supo como se habían ido aquella noche. Y entendiendo que no podían estar muy lejos, por los rastros que halló nuestra gente, fue a dar a los Frailes del cabo de Gata, que son unas peñas cerca de la mar; y tomando los pasos aquella noche, otro día 9 de junio repartió ciento y veinte soldados en cuatro cuadrillas, que subiesen por cuatro partes en busca de los enemigos, que parecía no haber pasado adelante, y fuesen a juntarse en lo alto del fraile mayor al salir del sol. El caporal Pedro de Aguilar fue el primero que se encontró con ellos, que iban retirándose de la cuadrilla que llevaba Villaplana, porque le habían visto   —348→   ir subiendo el cerro arriba hacia donde estaban; los cuales dejaron muertos en el camino siete cristianos de los cincuenta que llevaban captivos, porque no podían caminar con las cargas que llevaban a cuestas. Y como se descubrieron los unos y los otros, comenzaron a pelear valerosamente; y aunque los enemigos eran más de docientos hombres escogidos, todavía los treinta soldados, ayudados del sitio que tenían tomado, que era fuerte, y con esperanza de socorro, les daban bien en qué entender. A este tiempo asomó Villaplana con su cuadrilla, que iba siguiendo el rastro; y creyendo los treinta soldados de Pedro de Aguilar que los unos y los otros eran moros, comenzaron a aflojar, y algunos volvieron las espaldas. No faltó Pedro de Aguilar con palabras y obras de animoso soldado a su gente, tanto, que les hizo disponerse a morir o vencer; y tornando a renovar la pelea, tuvieron rostro al enemigo, hasta que llegó Villaplana a juntarse con ellos, y se mejoró su partido. No tardaron mucho que llegaron las otras dos cuadrillas, que llevaban Julián de Pereda y Diego de Olivencia, y todavía los turcos peleaban animosamente, hasta que los nuestros cerraron con ellos, y viniendo a las espadas, mataron al capitán turco y los pusieron en huida. Murieron algunos en el alcance, fueron captivos treinta y cinco, y entre ellos un chauz del Gran Turco, por quien se gobernaba Aben Aboo, y treinta y tres moros de los de la tierra, con Alonso el Gehecel, natural de Tavernas, y cincuenta mujeres y muchachos; y lo que en más se tuvo, que se dio la deseada libertad a cuarenta y tres cristianos que estaban para perecer de hambre, y habían querido matarlos un día antes los moros porque no tenían qué darles de comer, y los turcos no lo habían consentido, diciendo que era inhumanidad matar los captivos; y tenían acordado que si dentro de tres días no venían navíos de Berbería en que poderse embarcar, que los matasen o hiciesen lo que les pareciese dellos. Esta jornada fue importante para que los otros turcos abreviasen su partida con menos condiciones de las que pedían. Otros muchos efetos dejamos de poner que se hicieron estos días, excediendo los capitanes en la orden que de don Juan de Austria tenían para que castigasen a los rebeldes pertinaces, de manera que no recibiesen daño los obedientes; y excusábanse con decir que en son de amigos hacían más daños que cuando eran enemigos, y que era imposible castigar a los unos sin hacer daño a los otros, estando todos juntos, pues los soldados que habían de ser ministros del castigo no los conocían, y cuando los conociesen o tuviesen orden de poderlos conocer, no había tanta justificación en gente de guerra, que, pudiéndolo hacer, dejasen de vengar los daños que habían recebido de sus enemigos, hasta tanto que estuviesen apartados los reducidos de los rebeldes; y ansí se disimulaban muchas cosas que en otros tiempos y ocasiones merecieran riguroso castigo.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Cómo el Habaquí embarcó los turcos, y vinieron otros de nuevo en socorro de los alzados; y cómo Aben Aboo mudó parecer


Acudían en este tiempo a todas horas navíos de Berbería a nuestra costa, cargados de bastimentos, gente, armas y municiones que los moros andaluces que habían pasado a Tetuán y a Argel procuraban enviar a los alzados para entretenerlos que no se redujesen, sabiendo los tratos en que andaban compelidos de pura necesidad. Venían también otros muchos cosarios turcos y moros berberiscos a pasar gente a Berbería por su flete; y estos tenían más ganancia, porque tomaban la mitad de los muebles, joyas y dineros que llevaban los pasajeros; y algunas veces se lo quitaban todo, como hombres que no tenían más fin que al interés. Y aunque don Sancho de Leiva ponía diligencia en quitarles estos socorros, andando de día y de noche por la costa con las galeras de su cargo, no se podía excusar, siendo el pasaje tan breve, que dejasen de llegar algunos navíos a tierra, y desembarcasen la gente y lo que traían. En este mes de junio les tomó trece fustas en diferentes partes de la costa. El proprio día que don García de Villarroel fue al cabo de Gata, como dijimos en el capítulo antes déste, llegaron a la playa de Castil de Ferro de parte de noche dos fustas, en las cuales se embarcaron secretamente algunos turcos de los que el Habaquí tenía recogidos para enviar con salvoconduto a Berbería, por llevarse los cristianos captivos que tenían consigo; pero el alcaide del castillo fue avisado dello, y disparó una pieza de artillería de aviso por si las galeras estuviesen donde la pudiesen oír; y no estando muy lejos, acudieron hacia aquella parte, y las tomaron yendo navegando; y poniendo en libertad aquellos pobres cristianos, fueron los turcos y moros captivos. El Habaquí pues, que ninguna cosa deseaba más que acabar el negocio que había comenzado, de donde pensaba sacar honra y provecho, daba grande priesa que le diesen navíos en que embarcar los turcos que quedaban en la tierra antes que viniesen otros que los alborotasen; y aunque le pedían bajeles de reinos, diciendo que no sabían navegar en otros, hizo tanto con ellos, que los embarcó en navíos mancos, haciéndoles dejar todos los cristianos captivos que tenían, y los envió a Berbería. Estando pues los turcos embarcados y a pique para partirse, llegaron a la propria playa cinco fustas con gentes, bastimentos y municiones; y aunque nuestras galeras las tomaron, fue después de haber dejado docientos turcos y moros berberiscos en tierra, que subieron a la sierra y fueron en busca de Aben Aboo, y se juntaron con él, y le dieron nueva como en Argel esperaban por momentos navíos de levante con que socorrerle. Era Aben Aboo hombre mudable, aunque de mediano entendimiento; deseaba reducirse, quedando con honra y con provecho; y pareciéndole que esto lo procuraba el Habaquí para sí mesmo y para sus deudos, y que no se hacía tanto caudal de su negocio como él quisiera, estaba envidioso dél y aun sospechoso de que no le trataba verdad en lo que le decía; y teniendo el lobo por las orejas, no osaba soltarle, ni sabía como tenerlo asido, de miedo que en reduciéndose le habían de matar. Y creciendo cada hora más en él esta envidia y sospecha, aunque no impedía públicamente a los que se querían ir a reducir, favorecía a los turcos y moros berberiscos, y a los escandalosos de la tierra, y entretenía a los demás con decir que se hacían malos tratamientos a los reducidos, que se guardaba mal lo capitulado en el Fondón de Andarax, y que el Habaquí había mirado mal por el bien común, contentándose con lo que solamente don Juan de Austria le había querido conceder, y procurando el bien y   —349→   provecho para sí y para sus deudos. Y según lo que después nos dijeron personas con quien comunicaba su pecho, su fin era, viendo al Habaquí hecho tan señor del negocio de la redución, quitárselo de las manos y hacerlo él, para asegurar más su partido con servicio tan particular; mas el vulgo todo entendió haberse arrepentido con el nuevo socorro de Berbería, y hacérsele de mal dejar la seta y en vano nombre de rey mientras le durase la vida. Lo primero mostró en las cartas que después escribió a particulares que tenía por amigos, rogándoles que intercediesen con don Juan de Austria de manera que hubiese efeto la paz que se pretendía; y lo segundo, por otras que escribió a Berbería, que las unas y las otras irán en esta historia para satisfación de los que la leyeren. Por manera que cuando el Habaquí pensó tener acabado el negocio con haber echado los turcos de la tierra, que tenía por amigos, se le puso de peor condición, y sobre todo se le recreció ignominiosa muerte, como adelante diremos.




ArribaAbajoCapítulo IX

Cómo el Habaquí quiso prender a Aben Aboo viendo que mudaba parecer, y cómo Aben Aboo lo hizo prender y matar a él


Luego que los turcos fueron embarcados, el Habaquí fue a dar cuenta de lo que había hecho a don Juan de Austria; y aunque entendió la mudanza de Aben Aboo, estaba tan confiado en sí y teníale en tan poco ya que no haciendo caso dél, ofreció al Consejo que le haría cumplir lo que había prometido, o le traería maniatado al campo: solamente pedía quinientos arcabuceros cristianos, para con ellos y con los moros deudos y amigos suyos ir a dar sobre él cuando más descuidado estuviese. Don Juan de Austria no quiso dar la gente que pedía, por parecerle que no sería bien aventurarla; y mandándole dar ochocientos ducados de oro, con que levantase cuatrocientos moros de quien pudiese tener confianza para el efeto que decía, partió el Habaquí contento de Andarax la vuelta de Bérchul, donde tenía a su mujer y a sus hijas, para sacarlas de allí y llevarlas a la ciudad de Guadix primero que comenzase a levantar la gente. Era el Habaquí astuto, pero muy confiado de sí mesmo; y viéndose tan favorecido de don Juan de Austria, que cierto le hacía mucha merced, entendía que nadie sería parte para ofenderle; el cual llegando al lugar de Yegen el segundo día que partió de Andarax, y viendo estar parados en la plaza muchos moros, llegó a ellos y soberbiamente les dijo que a qué aguardaban, por qué no se iban a reducir a los partidos que les estaban señalados, como lo hacían los demás. Y como le respondiese uno dellos que aguardaban orden de Aben Aboo, replicó que la redución estaba bien a todos, y que cuando Aben Aboo de su voluntad no lo hubiese, le llevaría él atado a la cola de su caballo. Estas palabras llegaron el mesmo día a oídos de Aben Aboo, y acrecentando con ellas su indignación, envió luego a que le prendiesen los ciento y cincuenta turcos que tenía consigo, y dos cuadrillas de moros de los de su guardia; los cuales le espiaron, sabiendo que estaba en el lugar de Bérchul, le cercaron la casa de parte de noche, estando bien descuidado de aquel hecho y de pensar que hubiese en la Alpujarra quien osase acometerle; y sintiendo el ruido de la gente, tuvo lugar de salir hacia el arroyo del lugar sin que le sintiesen; y hubiérase escapado del peligro si sus proprios vestidos no le acusaran; porque estando en una quebrada otro día de mañana, devisaron los que le buscaban el cafetán de grana que llevaba vestido y el turbante blanco de la cabeza; y aunque iba bien lejos, le siguieron por aquellas peñas y le prendieron junto a unos molinos, y le llevaron a Cujurio, donde estaba Aben Aboo, el cual le tomó luego su confesión, y como le preguntase el Habaquí la causa por qué le había mandado prender, pues nunca le había hecho deservicio, le dijo que por traidor, que le había tratado mentira, procurando el bien y la honra para sí y para sus parientes tan solamente. Esto fue jueves, y el viernes siguiente lo hizo ahogar secretamente, y mandó echar el cuerpo en un muladar, envuelto en un zarzo de cañas, donde estuvo más de treinta días, sin saberse de su muerte; y para disimularla, envió luego a decir a su mujer y a sus hijas que se fuesen a Guadix, y que no tuviesen pena, porque él le tenía preso y brevemente le soltaría. Muerto el Habaquí, Aben Aboo despachó a su hermano Hernando el Galipe a las sierras de Vélez y Ronda a que estorbase la redución, y animase a los que no se habían alzado para que se alzasen. Y para disimular más; escribió luego a don Hernando de Barradas una carta en letra arábiga, que traducida en nuestro romance castellano, decía desta manera:

CARTA DE ABEN ABOO A DON HERNANDO DE BARRADAS

«Las alabanzas sean a Dios sólo antes de lo que quiero decir. Salvación honrada al que honró el que da la honra. Señor y amigo mío, el que yo más estimo, don Hernando de Barradas: Hago saber a vuestra honrada persona que si quisiéredes venir a veros conmigo, vernéis a vuestro proprio hermano y amigo muy seguramente, y lo que de mal os viniere será sobre mi hacienda y fe; y si quisiéredes tratar destas benditas paces, lo que tratáredes tratarlo héis conmigo, y haré yo todo lo que vos quisiéredes con verdad y sin traición. Paréceme que el Habaquí, de todo lo que hacía ninguna parte me daba, antes encubría de mí la verdad, porque todo lo que pidió lo aplicaba para sí y para sus parientes y amigos. Esto hago saber a vuestra honrada persona, y conforme a ello podrá hacer lo que le pareciere, y lo que viere que estará bien a los cristianos y a nosotros; y Dios permita este bien entre nosotros, y que vuestra honrada persona sea causa dello. Y perdonadme, que por no haber tenido quien me escribiese no he escrito antes de ahora. La salvación sea con nosotros, y la misericordia de Dios y su bendición. Que fue escrita día martes».

A esta carta respondió luego don Hernando de Barradas que holgaría mucho de verse con él para efetuar el negocio de la redución por la orden que decía, y que le hiciese placer de avisarle dónde estaba el Habaquí y lo que se había hecho dél y Aben Aboo le tornó a escrebir otra carta en castellano, del tenor siguiente:

OTRA CARTA DE ABEN ABOO A DON HERNANDO DE BARRADAS

«Muy magnífico señor: la de vuestra merced recebí; y en cuanto me envía a decir por ella de la prisión del Habaquí y si hubo causa para ella, digo que las causas que hubo para prenderle fueron éstas que ahora diré. La primera, que andaba engañando a vuestra   —350→   merced y a mí; porque cosas que yo le decía no las iba él a decir allá, ni menos me daba parte de lo que se hacía ni qué era lo que trataba; porque si yo lo hubiera dado mi sello, entendiera vuestra merced que yo lo sabía y que pasaría por lo que él hiciese; mas entendí que andaba engañando a una parte y a otra, y hallele que también había hecho una barca para irse con sus hijos a Berbería; y por estas razones y otras le tengo preso hasta que estas paces se acaben de efetuar. Y de mi parte ruego a vuestra merced las acabe, y que se apague este fuego para que se quite tanto mal. Hecho esto, yo le soltaré. Y entienda vuestra merced que no tiene, mal ninguno, porque si al presente estuviera aquí cerca, él escribiera a vuestra merced de su mano. Vuestra merced consuele a sus hijos, y les diga cómo está bueno, y que yo les doy la palabra, como quien soy, de no tratarle mal, sino que le terné preso por algunos días. Y vuestra merced acabe lo que ha comenzado; que todo se hará como vuestra merced manda».

No mucho después, viendo Aben Aboo que la ida de don Hernando de Barradas a verse con él se dilataba, escribió otra carta a don Alonso de Granada Venegas, que decía ansí:

CARTA DE ABEN ABOO A DON ALONSO DE GRANADA VENEGAS

«Señor: Sabrá vuestra merced que de pocos días a esta parte me ocurrieron ciertas cosas en los negocios de las paces, y fue que los de la Alpujarra sospecharon mal en Hernando el Habaquí, por donde pensaron que los había de engañar y que les hacía traición; y como les vino a notificar el bando que salgan de la tierra dentro de seis días, sintiéronlo tanto, que entendieron ser traición, y luego le prendieron; y creo que sucedió mal: nuestro Señor lo remedie. Y quisiera mucho que vuestra merced estuviera cerca; porque quizá se pudiera remediar, porque, después de Dios, entendemos que vuestra merced podrá remediar mucho en este negocio; y pues ha hecho lo mucho, es menester que se haga alguna diligencia para que se acabe esta buena obra; y esto sea con brevedad, porque así cumple al servicio de su majestad. Y si acaso no pudiere venir por acá, escriba a don Juan de Austria, para ver si remedia algo. Y si determinare de venir hacia Órgiba o hacia el campo, y le pareciere traer en su compañía al beneficiado Torrijos y a Pedro de Ampuero, hágalo; que podrá ser que aprovechen harto; y si recelan de algo, para su seguridad les enviaré la gente que fuere menester».

Hasta aquí decía la carta de Aben Aboo, la cual envió luego don Alonso de Granada Venegas a don Juan de Austria, que todavía estaba en el alojamiento de Andarax aguardando el efeto de la redución, aunque harto suspenso de ver que ya no venían moros a reducirse, y porque no se podía acabar de entender bien por las cartas de don Hernando de Barradas, ni por otros avisos, el encantamiento del Habaquí, si era vivo o muerto, se acordó en el Consejo que don Hernando de Barradas diese buena esperanza a Aben Aboo, y procurase verse con él, como se lo pedía en su carta. Y porque su ida no hubo efeto, se tomó resolución que Hernando Valle de Palacios fuese en su lugar, y que entendiese dél qué era lo que quería, y supiese lo que se había hecho del Habaquí, y procurase espiar con mucho cuidado el estado en que estaban las cosas de los moros; qué desinio era el de Aben Aboo, la cantidad de gente armada que tenía, ansí de naturales como de extranjeros, v a qué parte estaba la mayor fuerza dellos, y todas las otras cosas que le pareciese convenir. Diosele para este efeto una instrución de lo que había de tratar con Aben Aboo, y una carta de don Hernando de Barradas en respuesta de la última suya, remitiéndose a Hernán Valle de Palacios, con quien podría tratar sus negocios como con su mesma persona. Y para que mejor se entienda la dobladura con que Aben Aboo andaba, y su disimulación y maldad, pornemos en el siguiente capítulo una carta que escribió en el mesmo tiempo a unos alcaides turcos sus amigos, que estaban en Argel, y después diremos lo que Hernán Valle de Palacios hizo en su viaje.




ArribaAbajoCapítulo X

Cómo Aben Aboo escribió a unos alcaides turcos de Argel, dándoles cuenta de la muerte del Habaquí


Estos mesmos días tomaron nuestras galeras una fusta de moros andaluces que iban a Berbería, y entre otras cosas, les hallaron una carta escrita en arábigo, que según el tenor della pareció ser de Aben Aboo, que la enviaba a unos alcaides turcos amigos suyos, que estaban en Argel, dándoles cuenta del suceso de sus negocios y pidiéndoles todavía socorro; y porque el lector se vaya entreteniendo, la pornemos en este capítulo, traducida en lengua castellana:

«Los loores sean a Dios, que es uno solo. Del siervo de Dios soberano a los alcaides Bázquez Aga, Con Coxari, Albázquez Busten y Aga Baxa, y a todos los otros turcos nuestros amigos y confederidos: Hacemoos saber como estamos buenos, loado sea Dios, y que para nuestro contentamiento no nos falta más que ver vuestras presencias. Habéis de saber que Nebel y el alcaide Caracax nos han destruido ya todo este reino, porque ellos vinieron a decirnos que se querían ir a sus tierras; y aunque no quisimos darles licencia para que se fuesen, esperando el socorro de Dios y de vosotros, todavía trataron de irse y se fueron. Los que allá dijeren que yo di licencia a los andaluces para hacer paces y rendirse a los cristianos, tenedlos por mentirosos y por herejes, que no creen en Dios; porque la verdad es que el Habaquí y Muza Cache y otros fueron a los cristianos, y se concertaron con ellos de venderles la tierra, y éstos se conformaron después con Caracax y con Nebel y con Alí arráez y con Mahamete arráez; y ellos y los otros mercaderes les dieron sesenta captivos de los que tenían en su poder, porque les diesen navíos en que pasasen seguramente a Berbería. Y habiendo hecho este concierto, vino el Habaquí a los moros andaluces, y les dijo que habían de entregarse todos a los cristianos, y retirarse a Castilla; y pensando yo que andaba procurando el bien de los moros, hallé después que nos andaba vendiendo a todos, y por esta causa le hice prender y degollar10. Lo que acá ha sucedido después que Caracax   —351→   y sus compañeros se fueron, es que los cristianos nos acometieron, y hubo entre nosotros y ellos muy gran pelea, y matamos muchos dellos11; por manera que ya no les queda ejército en pie con que podernos ofender; mas tememos que su rey juntará otro campo y lo enviará contra nosotros. Por tanto, socorrednos con brevedad, socorreros ha Dios; y ayudadnos, ayudaros ha Dios. Y por amor de Dios nos avisad qué nueva tenéis de la armada de levante. Y si no hay aprestados en esa costa navíos, alquilad los que pudiéredes, en que pasemos las mujeres y los hijos, porque nosotros queremos quedar guerreando con nuestros enemigos hasta morir. Y mirad que si no nos socorréis, os lo demandaremos en el día del juicio ante el acatamiento divino. Conmigo está Alí, e Válquez con ciento y cincuenta turcos y muchas mujeres y criaturas desamparadas12: tened piedad dellas, pues a vosotros más que a otra persona del mundo toca este socorro, como cosa en que pusistes las manos». Que es fecha esta carta a 15 días del mes de Zafar del año de la hixara 98713 (que a nuestra cuenta fue en 17 días del mes de julio del año del Señor 1570). Y abajo decía la firma: Mahamud Aben Aboo.




ArribaAbajoCapítulo XI

Cómo los vecinos de Alora mataron al Galipe, hermano de Aben Aboo, que iba a recoger los alzados de la sierra de Ronda


Había enviado Aben Aboo estos días al Galipe, su hermano, a levantar los moros que no se habían alzado, y hacer que los alzados no se redujesen, dándoles a entender que esperaba socorro de Berbería, y la armada del Gran Turco en su favor. Este moro había sido uno de los de la Junta de Andarax para el negocio de la redución; y pareciéndole que los caballeros cristianos habían hecho más caso del Habaquí que él, se había ido muy enojado y procuraba estorbar todo cuanto se hacía; y para este efeto se partió con docientos escopeteros la vuelta de la serranía de Ronda, y llegó a la sierra de Bentomiz, estando Arévalo de Zuazo, corregidor de Málaga, en la ciudad de Vélez tratando con los de aquella tierra que se redujesen al servicio de su majestad. Y como supo que un morisco, vecino de la villa de Comares, llamado Bartolomé Muñoz, andaba en ello, y que estaba allí, mandó luego prenderle, y queriéndole justiciar, acudieron a él los amigos que tenía, y le dijeron que no permitiese que se hiciese mal ni daño a aquel hombre, que debajo de su palabra había venido a tratar del bien de los moros, y a rescatarles sus mujeres y hijas, que tenían captivas, a trueco de unos mozos cristianos; y pudieron tanto con él, que le mandó soltar y que luego se fuese de la sierra, y hizo pregonar que ninguno se redujese, so pena de la vida. No fue perezoso Bartolomé Muñoz en ponerse en la ciudad de Vélez, y dando aviso a Arévalo de Zuazo de la venida de aquel moro, y como traía docientos escopeteros, y entre ellos algunos berberiscos, y que había de pasar a lo de Ronda, despachó luego a la ciudad de Málaga y a las villas de su jurisdición, para que enviasen gente que tomase los pasos por donde se entendía que había de pasar para ir a Ronda; y particularmente encomendó esta diligencia a Hernando Duarte de Barrientos, vecino de Málaga. Estando pues toda la tierra apercebida, el Galipe partió de Bentomiz con su gente y algunos de la sierra que le quisieron acompañar, llevando su guía que le guiase por los caminos y trochas de las sierras que caen sobre la hoya de Málaga, por donde entendía pasar seguro. Esta guía se le murió en el camino, y llegando los moros en el paraje de la villa de Almoxia, captivaron un cristiano que andaba requiriendo unos lazos, y preguntándole si sabría guiarlos a Sierra-Bermeja, dijo que sí, porque sabía muy bien los caminos y las trochas de aquellas sierras. Y diciéndole el Galipe que guiase hacia un lugarito pequeño de cristianos que le habían dicho que estaba allí cerca, los guió la vuelta de Alora, y llevándolos por las viñas para ir a dar en el río, el moro oyó campanas; y pareciéndole que no eran de lugar pequeño, preguntó al cazador qué vecindad tenía; el cual le dijo que hasta noventa vecinos; y no se fiando dél, envió dos renegados, uno valenciano y otro calabrés, a reconocer, los cuales llegaron a Alora, y como los vecinos andaban sobre aviso, luego echaron las guardas de ver que no eran hombres de la tierra, y los prendieron, y se supo cómo los moros quedaban en el arroyo que dicen del Moral. Luego se tocó a rebato, y en siendo poco más de media noche, salieron trecientos hombres repartidos en tres cuadrillas a buscarlos. Por otra parte el Galipe, viendo que los renegados tardaban y que las campanas repicaban todavía, entendió que el cazador le llevaba engañado, le hizo matar, y tornó a tomar el camino por dónde iba. Habíase puesto Hernando Duarte de Barrientos con su gente en una trocha muy cierta, por donde entendía que habían de pasar los moros, y como llegasen las escuchas que llevaban delante, y hacia tan grande escuridad, entendieron las centinelas que era el golpe de los moros que venían juntos. Y saliendo a ellos, los hallaron tan arredrados, que tuvieron lugar de apartarse de aquella trocha, y tomando otra, fueron a dar en manos de la gente de Alora; y como se vieron cercados de cristianos, luego desmayaron, y muriendo algunos que hicieron defensa, los otros dieron a huir. Un vecino de Alora, llamado Alonso Gavilán, prendió al Galipe, que se había escondido en unas matas, y llevándole preso, lo mató Melchor López, alférez de la gente de la villa, que no bastó decirle que era el Rey, diciendo que no conocía él otro rey sino a don Felipe, ni tenía cuenta con moros. De todos los que iban con el Galipe, solos veinte quedaron vivos; los doce captivaron aquel mesmo día y después los vendieron, y del precio hicieron una ermita a la advocación de la Veracruz, que hoy está en pie en memoria desta vitoria, no poco celebrada en aquella villa. La mesma noche sucedió que unos vecinos de Alozaina, que iban a la ciudad de Antequera, llegaron al río de Cazarabonela, donde dicen el paso del Saltillo, y unos moros que aguardaban la venida del Galipe los mataron y captivaron, que no escaparon más que tres dellos. Y como fuese el uno a dar rebato a Alora, luego enviaron dos escuderos a dar aviso a los de Alozayna, para que sabesen a tomarles el paso   —352→   por la trocha que llevaban, y saliendo doce caballos y cincuenta peones, fueron la vuelta de la villa de Tolox, y hallando por aquellos cerros muchas cuadrillas de moros que habían bajado de las sierras a recebir al Galipe, arbolaron una banderilla blanca en señal de paces, y les preguntaron si querían rescatar los cristianos que habían captivado en lo de Cazarabonela; mas ellos respondieron con las escopetas, y los cristianos comenzaron a retirarse por el camino que va de Tolox a Coin, yendo los moros en su seguimiento. Un animoso escudero, llamado Martín de Erencia, fue parte este día para detenerlos, revolviendo sobre los enemigos y exhortando a los amigos de manera, que siendo los nuestros como sesenta hombres, y los moros más de trecientos, los desbarataron, y mataron muchos dellos, y entre los otros, a un mal moro, natural de la villa de Yunquera, llamado León. Este moro, teniéndole pasado de una lanzada un escudero llamado Juan de Moya, se le metió por la lanza, y con un chuzo que llevaba le hirió el caballo, y le matara a él si la muerte le diera un poco de más lugar. Entre otras cosas que ganaron los soldados este día, fue una haquita en que venía mi moro santo al recebimiento de su nuevo rey y a echarle la bendición, porque era grande la confianza que aquellos serranos bárbaros tenían en él, y pensaban hacer grandes cosas con su presencia.




ArribaAbajoCapítulo XII

Cómo los moros de la sierra de Ronda fueron sobre la villa de Alozaina y la saquearon


No estaban muy quietos en este tiempo los moros alzados de la serranía de Ronda; los cuales, habiéndose juntado en Sierra Bermeja, salían a correr la tierra, y desasosegaban los lugares comarcanos, llevándose los ganados mayores y menores; y no podían los cristianos salir a segar sus panes ni recoger sus esquilmos sin manifiesto peligro, porque eran más de tres mil hombres de pelea los que se habían juntado con Alfor, Lorenzo Alfaquí, y el Jubeli, sus caudillos, aguardando al Galipe, hermano de Aben Aboo, con cuya presencia esperaban hacer mayores daños. Juntándose pues el Jubeli y Lorenzo Alfaquí con seiscientos hombres de pelea en la villa de Tolox, a 3 días del mes de julio, acordaron de ir sobre Alozaina, lugar pequeño, de hasta ochenta vecinos, que está una legua de allí, y eran todos cristianos, gente rica de ganados y de pan; y tornando por el camino de Yunquera para ir más encubiertos por la sierra de Jurol, fueron a dar sobre él. Llevaban doce moros por delante a trechos, de cuatro en cuatro, que han descubriendo la tierra, y antes que amaneciese llegaron al arroyo de las Viñas, donde estuvieron emboscados el miércoles 7 días del mes de julio con sus centinelas en el portichuelo de los Olivares, como tres tiros de ballesta del lugar. Desde allí descubrían toda la tierra y veían los que entraban y salían; y viendo que los vecinos se iban a segar los panes, bien descuidados de que estuviesen ellos en la tierra, bajaron el jueves a las nueve de la mañana puestos en su escuadrón de ocho por hilera, con seis caballos a los lados, que parecían cristianos que venían del Burgo a hacer alguna entrada; y ansí aseguraron a las atalayas que los del lugar tenían puestas en lo alto de las barrancas. Y pudieran hacer mucho más daño del que hicieron, si no se pararan a matar dos cristianos que andaban segando cerca de las casas: al uno, llamado Luis del Campo, mataron de un arcabuzazo, que alborotó el lugar; el otro, llamado Francisco Hernández, dio a huir, y siguiéndole un moro de a caballo, revolvió sobre él y le ganó la lanza; y estando bregando para sacársela de las manos, llegó otro moro, que por mal nombre llamaban Daca Dinero, y le desjarretó; y juntamente mataron a su mujer, que había ido a llevarles el almuerzo a la siega aquella mañana. Luego como se entendió que eran moros los que entraban por el lugar, comenzaron a tocar arma y a repicar las campanas; y acudiendo dos escuderos que estaban con sus caballos en el campo, porque otros ocho, de diez que allí había de presidir, se habían ido con su capitán a Coin, el uno partió la vuelta de Alora a dar rebato, y el otro, llamado Ginés Martín, entró en el lugar; y rompiendo una y más veces por el escuadrón de los moros, pasó animosamente adelante; y si, como era uno solo, fueran los diez que allí estaban de presidio, hicieran mucho efeto; mas él hizo harto en recoger la gente hacia el castillo. Es Alozaina lugar abierto, y tiene un castillo antiguo y mal reparado, donde está la iglesia y algunas casas, y allí se pudieron recoger tumultuosamente las mujeres y niños, llevándolas por delante don Íñigo Manrique, vecino de Málaga, que se halló allí este día. También se halló allí el bachiller Julián Fernández, beneficiado de Cazarabonela, que servía el beneficio de Alozaina aquel año; el cual acudió luego a su iglesia para consumir el Santísimo Sacramento si los enemigos entrasen dentro, porque no había en el lugar más de siete hombres. Mas las mujeres, animándolas aquel caballero y el beneficiado, suplieron animosamente por los hombres, haciendo el oficio de esforzados varones, y acudiendo a la defensa de los flacos muros, con sombreros y monteras en las cabezas y sus capotillos vestidos, porque los enemigos entendiesen que eran hombres; y otras puestas en el campanario no cesaban de tocar las campanas a rebato. Los moros se repartieron en tres partes para acometer a un tiempo: el Jubeli con dos banderas fue hacia la puerta del castillo, y Lorenzo Alfaquí con otras dos fue a la plaza del Burgo, y la tercera con los de a caballo cercó el pueblo para atajar los que saliesen o viniesen a meterse en él; y dieron tres asaltos a los muros, en los cuales perdieron diez y siete moros que les mataron, y fueron heridos más de setenta. Aquí me ocurre por buen ejemplo decir el valor de una doncella llamada María de Sagredo; la cual viendo caído a Martín Domínguez, su padre, de un escopetazo que le había dado un moro, llegó a él y le tomó un capotillo que traía vestido, y se puso una celada en la cabeza, y con la ballesta en las manos y el aljaba al lado subió al muro, y peleando como lo pudiera hacer un esforzado varón, defendió un portillo, y mató un moro, y hirió otros muchos de saeta, y hizo tanto este día, que mereció que los del consejo de su majestad le hiciesen merced de unas haciendas de moriscos en Tolox para su casamiento. Fue tanta la turbación de las pobres mujeres este día, que yendo una mujer al castillo con un niño en los brazos, y un moro de a caballo tras de ella para captivarla, se metió en una casa, y en un poco de estiércol que allí había escondió el niño; y como tirasen desde el castillo una saeta al moro y le pasasen el muslo, se   —353→   hubo de retirar, y la mujer tuvo lugar de volver por su hijo y ponerse en cobro. Otra mujer tenía una niña de tres meses en la cuna y turbada, tomó un lío de paños en los brazos, entendiendo que llevaba su hija, y se fue huyendo al castillo; y entrando un moro en la casa, halló la niña en la cuna, y la tomó por los pies para dar con ella en una pared; y como otro moro, que era amigo de su padre, se la quitase de las manos, la arrojó en el suelo; y cuando la mujer volvió a buscar su hija, siendo ya idos los moros, la halló viva. Viendo pues los enemigos la resistencia que había en la villa, y que no podían conseguir el efeto que pretendían, acordaron de retirarse, porque acudía ya la gente de campo, y las mujeres con sogas subían algunos hombres por donde estaba el muro más bajo; y dejando quemadas más de treinta casas en el arrabal, y robado y destruido cuanto había en ellas, se retiraron, llevando cuatro mozas captivas y una vieja, que después mataron, porque entendía su algarabía, y más de tres mil cabezas de ganado que acaso tenían los vecinos junto para llevar parte dello a la feria de Antequera; y volviéndose a Tolox, repartieron entre ellos la presa, y se fueron a sus partidos, Lorenzo Alfaquí a la sierra de Gaimón, y Diego Jubeli a la de Ronda. Llegó el socorro de los lugares aquel mesmo día, aunque tarde para poder hacer algún efeto. De Cazarabonela llegó él beneficiado Juan Antonio de Leguizamo con cuarenta hombres que envió don Cristóbal de Córdoba; de Alhaurín, don Luis Manrique con mucha gente de a caballo, y dende a un cuarto de llora llegó la gente de Alara, y luego los de Coin. Y estando toda esta gente junta, y sabiendo el camino que los moros llevaban, se trató de ir en su seguimiento; mas como eran muchas cabezas, no se conformaron. Y otro día a las nueve de la mañana llegó Arévalo de Zuazo con la gente de Málaga, y dejando algunos soldados de presidio, se volvió a la ciudad.




ArribaAbajoCapítulo XIII

Cómo Hernán Valle de Palacios que a verse con Aben Aboo en lugar de don Hernando de Barradas, y lo que trató con él


Teniendo ya Hernán Valle de Palacios instrucción y orden para lo que había de hacer, partió del alojamiento de Andarax a 30 días del mes de julio, llevando consigo a Mendoza el Jayar, vecino de Granada, que había servido de secretario al Habaquí, y otros moriscos de los que se habían venido ya a reducir. Aquella noche fue al lugar de Soprón, y posó en casa de un alcaide llamado el Mohahaba; y desde allí despachó un moro a Aben Aboo, avisándole cómo iba a tratar con él negocios de parte de don Hernando de Barradas, para que le diese seguro. Y otro día luego siguiente vino a Soprón un moro llamado el Roquemí con cuarenta escopeteros, que le hizo escolta hasta el lugar de Almauzata, donde halló orden de Aben Aboo y seguro para pasar adelante, y fue a dormir a Válor el alto. En este lugar estaba un moro, primo de Aben Humeya, llamado don Francisco de Córdoba, enemigo capitán de Aben Aboo, así por la muerte de su primo, como por otras cosas que había entre ellos; el cual, aunque no había tratado a Hernán Valle de Palacios, pareciéndole hombre de buena razón, hizo confianza dél, y se le descubrió, y le dio entera noticia de todo lo que quiso saber del hecho de los moros. Cuanto a lo primero le dijo con certidumbre la muerte del Habaquí, y el ruin propósito que Aben Aboo tenía de reducirse, y como quedaban cinco mil hombres de pelea en la Alpujarra bien armados a su devoción; porque aunque se había publicado que no les quedaban armas, en cielo tenían más de doce mil arcabuces y ballestas, y las que habían rendido eran las inútiles. Díjole más: que todos estos moros estaban dentro de siete leguas, y tenían ochocientos hombres de presidio en Pitres, y que para cualquier suceso habían de acudir a ciertas ahumadas que tenían por señal; y que habiendo ya cogido en lo del Cehel los panizos y alcandías, con esto y con algunos silos de trigo y de cebada que les quedaban, había bastimento para más de tres meses, y que los turcos hacían pólvora, y tenían la que habían menester; y estaban confiados en que les vendría socorro, porque no había más que seis días que habían llegado siete turco, de Argel, y les habían certificado que parte de la armada turquesca bajaba de levante en su favor, y que si Aben Aboo había callado la muerte del Habaquí, era temiendo que don Juan de Austria entraría luego en su busca, y por dar lugar al tiempo y poderse entretener algunos días hasta ver cómo se ponían los negocios. Con estos y otros avisos que el moro dio a Hernán Valle, quedó muy satisfecho de que le trataba verdad, y le ofreció de interceder con don Juan de Austria para que le hiciese merced; y otro día de mañana partieron juntos de aquel lugar, y fueron a Válor, donde había enviado a decir Aben Aboo que le hallarían; y llegando cerca del lugar, encontró dos moros que le iban a buscar para decirle que pasase a Mecina de Bombaron. Y pasando adelante, cuando llegó cerca, antes de entrar en el lugar, salieron quinientos escopeteros moros hacia él en son de guerra tirando con las escopetas; mas luego les mandó Aben Aboo que dejasen llegar aquel cristiano para ver el recaudo que traía, porque solamente hacía estas demostraciones a fin de que se entendiese que aún estaba poderoso. Luego se apartaron los turcos, y entre ellos algunos moros bien aderezados, que por todos serían hasta trecientos tiradores puestos en su ordenanza; y poniendo una batidera en la ventana del aposento de Aben Aboo, tomaron las bocas de todas las calles al derredor; y cuando Hernán Valle de Palacios llegó, en apeándose para entrar en el aposento donde el moro estaba, le quitaron las armas y lo buscaron si llevaba algunas secretas. Recibiole Aben Aboo con autoridad bárbara arrogante, sin levantarse de un estrado donde estaba sentado, cercado de unas mujercillas que le cantaban la zambra; y desta manera estuvo escuchando las razones que Hernán Valle de Palacios decía, con muchos ofrecimientos de parte de don Juan de Austria, para persuadirle a que se redujese al servicio de su majestad y no fuese causa de la total destruición de la nación morisca, sin darle respuesta por entonces. Luego hizo que se juntasen los turcos y moros con quien se aconsejaba, y respondiendo por escrito a la carta de don Hernando de Barradas que Hernán Valle de Palacios le llevaba, le dijo también a él de palabra que Dios y el mundo sabían que no había procurado ser rey, y que los turcos y moros le habían elegido y querido que lo fuese; que no había impedido ni iría a la mano a ninguno de los que se quisiesen reducir, mas que entendiese don Juan de Austria que había de ser él el postrero.   —354→   Que cuando no quedase otro sino él en la Alpujarra, con sola la camisa que tenía vestida, estimaba más vivir y morir moro que todas cuantas mercedes el rey Felipe le podía hacer; y que fuese cierto que en ningún tiempo ni por ninguna manera se pondría en su poder; y cuando la necesidad lo apretase, se metería en una cueva que tenía proveída de agua y bastimentos para seis años, durante los cuales no le faltaría una barca en que pasarse a Berbería. Con esta respuesta se despidió Hernán Valle de Palacios de Aben Aboo, y don Francisco de Córdoba dio orden como llevase seis cristianos captivos entre los moros que iban a hacerle escolta hasta el puerto de Rejón, que cae por encima del lugar de Jeriz. Hacíase en este tiempo un fuerte en el lugar de Codbaa de Andarax, donde dejar suficiente presidio de infantería y caballos que corriesen toda aquella tierra, porque su majestad había enviado a mandar que de nuevo se formasen dos campos, que entrasen por dos partes en la Alpujarra: el comendador mayor de Castilla con el uno por la parte de Gramada, y don Juan de Austria y el duque de Sesa por Guadix; los cuales fuesen a encontrarse en medio de la Alpujarra, talando y quemando los panes, alcandías y panizos a los moros de guerra, viendo la remisión que había en la redución. Y estando ya el fuerte puesto en defensa, bastecido de todas las cosas necesarias, dejando en él doce compañías de infantería y un estandarte de caballos a orden de don Lope de Figueroa, partió don Juan de Austria a 2 días del mes de agosto de aquel alojamiento, y por el puerto de Guécija fue a la ciudad de Guadix, donde había de rehacerse de gente, porque era poca la que le había quedado en su campo. Tres días después desto llegó Hernán Valle de Palacios con relación cierta de lo que había en la Alpujarra y de lo que le había parecido de la resolución de Aben Aboo; y ansí se tomó luego de que se le hiciese la guerra, para castigarle como merecían sus culpas. Escribiose al consejo de Granada que se diesen priesa en hacer provisiones para juntar la gente que había de llevar el Comendador mayor; y haciéndose la mesma diligencia en Guadix, se comenzó a levantar nuevo campo de los lugares más numerosos de la Andalucía y reino de Granada.




ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo Aben Aboo tornó a escrebir diciendo que se quería reducir; y cómo se acabó de entender el fin por qué lo hacía, y se dio orden en la entrada de la Alpujarra


Luego que Hernán Valle de Palacios partió de Mecina de Bombaron, Aben Aboo y los otros moros que le aconsejaban, entendiendo que su majestad mandaría que don Juan de Austria juntase nuevo ejército contra ellos, para entretener y dilatar esta entrada cola esperanza de que se irían a reducir, acordaron que se escribiese una carta a Juan Pérez de Mescua, por la cual le encargase cuán encarecidamente pudiese que intercediese en el negocio de las paces, diciendo que se quería reducir por su intercesión, y que fuese a verse con él al lugar de Lanteira, donde le hallaría y podría llegar con toda seguridad. Esta carta se escribió luego, y la envió Aben Aboo a Guadix con seis moros de los principales que habían quedado con él, con poder suyo y de otros particulares, para que se les diese más crédito; los cuales dieron la carta a Juan Pérez de Mescua, y él la llevó a don Juan de Austria; y leída en el Consejo, causó harta confusión, viendo cuán diferente era aquello que decía de lo que Hernán Valle de Palacios había referido. Y mandándole llamar, para entender dél si era posible aquella mudanza en Aben Aboo, les dijo que no era determinación la que había visto en él para que hiciese nada de lo que decía en la carta. Estando en esto llegó otro moro con una carta de don Francisco de Córdoba, aquel primo de Aben Humeya que dijimos, para Hernán Valle de Palacios, en la cual declaraba el trato de los moros, y le decía que avisase luego dello a don Juan de Austria, porque su fin solamente en entretener a los cristianos mientras retiraban las mujeres al Cehel, porque Aben Aboo no había mudado propósito de lo que había visto y entendido dél; y que para más certidumbre cotejasen las cartas, y verían cómo eran entrambas escritas de su mano y letra, porque se había comunicado el negocio con él. Con esto se verificó lo que don Francisco de Córdoba decía, y se entendió que todas las pláticas que había traído Aben Aboo estos días eran falsas, y que su fin era morir tan moro como nació y había vivido; y que lo que convenía era atender a dar fin al negocio con castigar rigurosamente a los rebeldes pertinaces, pues no habían querido gozar del bien y merced que su majestad les hacía, no cerrando la puerta a los que se fuesen reduciendo, y prorrogándoles los términos del bando; porque se entendió, que muchos dejaban de hacerlo por ignorancia, o por temor que tenían de poca seguridad en los caminos. La orden que se dio en esta última entrada de la Alpujarra fue que el Comendador mayor levantase la gente de la ciudad de Granada, que estaba descansada de algunos días atrás; y con ella y la que se juntaba de las ciudados convecinas entrase por la parte de Órgiba; que don Juan de Austria no entrase más en la Alpujarra, sino que se pusiese en Jeriz o en otro lugar de los del marquesado del Cenete, donde pudiese valerse de vituallas, para desde allí enviar a hacer correrías a los enemigos. Mas después se acordó que no partiese de Guadix, y que los tercios de la infantería con los estandartes de caballos entrasen por el puerto de Loh; y dando el gasto a la tierra, talasen los panizos y alcandías que había nacidos, y fuesen a juntarse en Cádiar con el campo del Comendador mayor, y estuviesen a su orden. Queriendo pues don Juan de Austria gratificar a don Francisco de Córdoba el servicio que había hecho a su majestad en dar tan ciertos avisos, mandó dar una salvaguardia a Hernán Valle de Palacios para que se la enviase, y le escribiese que viniese a reducirse solo, cuando no pudiese traer otra gente consigo, porque deseaba hacerle merced. El cual, dejando de tomar tan buen consejo, respondió que entendía hacer más servicio a su majestad en el lugar donde estaba, que reducido; y al fin vino después a rendirse en una cueva que combatieron los soldados del campo del Comendador mayor, y de allí fue llevado a servir a las galeras, como adelante diremos.





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