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ArribaAbajoLibro tercero


ArribaAbajoCapítulo I

Cómo don Juan Enríquez y con él algunos moriscos principales fueron a la corte sobre la suspensión de la premática


Los moriscos, pues, acordaron todavía de enviar estos días a la corte sobre estos negocios, sin embargo de lo que el presidente don Pedro de Deza les había dicho. Y porque para cosa de tanta importancia convenía que fuese persona de calidad, a quien diese su majestad grata audiencia, pidieron con mucha instancia a don Juan Enríquez, el de Baza, que después fue mayordomo de la Reina nuestra señora, que lo aceptase en nombre del reino, como aquel que sabía bien cuánto importaba a la quietud y sosiego de los naturales dél que no se ejecutase la premática; el cual procuró excusarse, por entender que el Presidente estorbaba por todas las vías posibles que nadie fuese a importunar sobre ello a su majestad; y don Enrique Enríquez, su hermano, que tenía lugares poblados de moriscos, le aconsejó que por ninguna manera lo dejase de hacer, pues conocía los ánimos de aquellas gentes, y sabía cuán mal recebían aquellas opresiones, y los inconvinientes que se podrían recrecer dellas. Finalmente, fue a la corte, y sin dar parte de su ida al Presidente, llevó consigo dos moriscos de buen entendimiento, llamados Juan Hernández Mofadal, vecino de Granada, y Hernando el Habaquí, alguacil de Alcudia, lugar de la jurisdición de la ciudad de Guadix, con poderes del reino; mas ya cuando llegaron el Presidente había escrito a su majestad y al cardenal don Diego de Espinosa, diciendo como por haberse encargado don Juan Enríquez de favorecer a los moriscos en aquel negocio, le habían inquietado y andaban alborotados, estando ya llanos en el cumplimiento de la premática. Siendo pues avisado don Juan Enríquez de lo que el Presidente había escrito, dio parte a don Antonio de Toledo, prior de San Juan, del negocio d que iba y de las causas que le movían a ello, para que supiese de su majestad si sería servido le informase; y siéndole dada audiencia, le dijo el nombre del reino, como habiéndose pregonado la premática y mandado ejecutar, se habían escandalizado los moriscos, pareciéndoles que no se podría cumplir. Que suplicaba a su majestad considerase cómo en tiempo que había mejor comodidad las había mandado suspender el cristianísimo Emperador, su padre, por ser los inconvinientes muchos y tan grandes, que convendría mandar que se mirase mucho en ello; y que como fiel vasallo había encargádose de aquel negocio, entendiendo que convenía a su real servicio que se suspendiesen, a lo menos en lo del traje y lengua, que era lo que más sentían los nuevamente convertidos. Dicho esto, le dio un memorial de todo lo que tenía que decir en este particular de palabra; y el Rey lo tomó en sus manos, y le dijo que él había consultado aquel negocio con hombres de ciencia y conciencia, y le decían que estaba obligado a hacer lo que hacía; que vería su memorial, y proveería en él lo que más conviniese al servicio de Dios y suyo. Después desto dijo el prior don Antonio a don Juan Enríquez que su majestad mandaba que acudiese al cardenal Espinosa, porque él le daría resolución en su negocio. El cual acudió a él, y apartándole en un aposento, mandó que le leyese su secretario el memorial que había dado, y después de leído, le dijo: «Su majestad ha mandado hacer la premática con acuerdo de muchos hombres religiosos que le encargan la conciencia sobre ello, diciéndole que aquellas almas son a su cargo, y que son moros y viven como moros; y para remedio desto no se ha hallado otro mejor medio que el que se ha tomado; y maravíllome mucho que una persona de tanta calidad como vuestra merced haya querido ponerse en hacer por ellos; porque entendiendo que se movía para venir a esta corte, han tomado alas y puéstose en contradecir lo que estaba ya llano». A esto respondió don Juan Enríquez que tener la calidad que decía le había hecho tomar la mano en cosa que tanto importaba al servicio de su majestad y al bien de aquel reino; porque si los hombres de su calidad no lo hacían, ¿quién había que mejor lo pudiese hacer? Y el Cardenal le replicó que era verdad,   —169→   más que había de ser en cosa de más justificación. Que el negocio de la premática estaba determinado, y su majestad resoluto en que se cumpliese; y así, le parecía que se podría volver a su casa, y no tratar más dél. Con todo eso informó don Juan Enríquez a todos los del consejo de Estado, y dio a cada uno dellos su memorial, representándoles los inconvinientes que traía consigo la ejecución de la nueva premática. Y aunque el duque de Alva y don Luis de Ávila, comendador mayor de Alcántara, y otros, eran de parecer que se sobreseyese por algún tiempo, a lo menos que se fuese ejecutando poco a poco, jamás pudieron persuadir al cardenal Espinosa a ello.




ArribaAbajoCapítulo II

Cómo los moriscos fueron con el memorial remitido al presidente de Granada, y lo que pasaron con él


Otro día salió el memorial decretado, que acudiesen al presidente don Pedro de Deza. Y dejando de tratar más de aquel negocio don Juan Enríquez, se volvió a su casa, y los moriscos que habían ido con él tomaron lo decretado y lo llevaron a Granada. Y volviendo otra vez a suplicar al Presidente por el remedio, les dijo que lo que habían pedido a su majestad era que mandase revocar la premática, y que no era cosa que se podía hacer, porque se había hecho por su bien y para su salvación. Que mirasen bien en ello, y hallarían que era la cosa que más habían de desear; pues era cierto que andando vestidos y tratándose como los otros cristianos del reino, no habría en que diferenciarse los unos de los otros, y sus mujeres andarían más honradas. Que se juntasen ellos mesmos, y confiriesen y tratasen entre sí la mejor orden que se podía dar en lo tocante a la ejecución, para que no fuesen molestados, cohechados ni robados, y diesen sus declaraciones de la manera que les parecía que se podría mejor cumplir lo uno y lo otro; que él también pensaría en ello por su parte, y lo que acordasen se lo llevasen por escrito, para que de allí se tomase el mejor medio. Mas, aunque después se tornaron a juntar y trataron de algún medio, no les pareció que era bien pedir cosa en particular, antes volvieron a casa del Presidente, y le dijeron que pues su majestad le había cometido aquel negocio, proveyese lo que en ello se había de hacer. Y desahuciados ya dél, comenzaron a revolver algunos jofores o pronósticos que tenían; y disimulando unos, otros más atrevidos, que tenían menos que perder, comenzaron a convocar rebelión. Pongamos primero los jofores traducidos a la letra de arábigo, y después diremos la orden que tuvieron para convocarse, y el secreto que guardaron en ello.




ArribaAbajoCapítulo III

En que se contienen los pronósticos o ficciones que los moriscos del reino de Granada tenían cerca de su libertad


Tenían los moriscos de Granada ciertos jofores o pronósticos, o por mejor decir, unas ficciones, que debieron hacer algunos gramáticos árabes para consuelo de los espectantes cuando nuestros cristianos hubieron acabado de conquistar aquel reino, en los cuales ponían alguna manera de confianza a los rústicos ignorantes, haciéndoles creer los que les leían que sería infalible lo que allí se contenía; y porque esta vana confianza les causó harta parte de su desasosiego, los ponemos en este lugar a la letra, tales como fueron traducidos por el licenciado Alonso del Castillo, traductor del santo oficio de la Inquisición de Granada, y por su mandado. El cual nos dijo que los había hallado mal escritos, porque los que los habían trasladado de los originales no debieron de entenderlos bien, y así estaban varios, y no correspondían ni conformaban en las sentencias, y aun del sujeto y materia dellos parecía estar torcidos a voluntad de los desconsolados y afligidos moros, que se veían despojados de su libertad y de su tierra. La lengua árabe es tan equívoca, que muchas veces una mesma cosa, escrita con acento, agudo o luengo, significa dos cosas contrarias; y lo mesmo hace estando escrita con un acento y con una ortografía en diversas oraciones; y no es de maravillar que los moriscos, que no usaban ya de los estudios de la gramática árabe, sino ora a escondidas, leyesen y entendiesen una cosa por otra. Finalmente los juicios o jofores que les engañaron fueron tres: los dos primeros se hallaron entre unos libros árabes que estaban en el santo oficio de la Inquisición de Granada, y el tercero halló un soldado en la cueva que dicen de Castares, en la Alpujarra. Los cuales, de la manera que fueron traducidos, son como se sigue

PRONÓSTICO O FICCIÓN QUE SE HALLÓ EN UNOS LIBROS ÁRABES EN EL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN DE LA CIUDAD DE GRANADA:

Con el nombre de Dios, misericordioso y piadoso. Éste es el metro divino que compuso mi señor Zayd el Guerguali, que Dios perdone, y dice así: «¡Oh cuanto ha que aguardo lo prometido en las profecías acerca de lo que el verdadero Profeta prometió, y Dios tiene proveído! Lo cual le fue revelado, no por lengua de gentes, y se lo declaró; y no faltará letra de la providencia de nuestro buen Dios, y será como Él lo dice. De la novena generación quiero hablar, por quien el legislador rogó muchas veces a Dios que hubiese piedad; cuya oración oyó Dios, y ha parecido. ¡Oh varones! Quiero especificar lo que el Profeta adivinó de la isla encerrada entre los mares, que es la isla del Español, cuyo juicio ha parecido por su dicho y por dichos de profetas y varones, escrito todo maravillosamente por adivinación antigua, en lo cual se ha tenido la ley y en el dicho de Alí, que declaró lo que había de ser hasta agora, y todos lo han tenido, y les ha parecido que es lo que Odeifa anunció y por él está divulgado, y ansimesmo se lee por autoridad de Zahabe y de Daniel, porque en lo que Alí dijo no hay duda; a él dan crédito todas las gentes, y dél se han leído grandes hazañas que han acaecido como él lo dijo. El cual, hablando del poniente y de la Andalucía en sus profecías, dijo que sin duda la habían de poseer los descreídos; y esto es cierto haber sido ansí, y todos lo han visto, así los de buen juicio, como los que tienen advertencia en lo que pasa. Pues el año 96 se tornará a conquistar cumplidamente, y todas sus ciudades se poblarán, alzando en ellas un príncipe; y, antes que esto se quiera comenzar, con parecer del común todos los ciudadanos irán a poblar los campos, y sembrarán la tierra, y la sazón será cuando pareciere un cometa anunciador del bien y libertad. Asosegaranse los alborotos, y los de Meca   —170→   saldrán, y vendrá el enemigo de los crueles de las tierras del Haraje, que son en el levante en los reinos del Yamen, y conquistará la tierra de Ceuta, Alcázar y Tánger, y la tierra de los negros, y con grandes ejércitos de turcos bajará al poniente, y conquistará a sus moradores, señores injustos e infieles, que adoran muchos dioses; y volverá todo el reino a la sujeción del mensajero de Dios, y la ley será ensalzada, y la generación de los que adoran un solo Dios poseerá a Gibraltar, que fue dellos su origen y entrada, y a ellos ha de volver. Y en la sucesión décima se cumplirá nuestra dicha, y lo que hubiere en ella de trabajos será de los judíos. Grandes infortunios vendrán a la casta maldita judaica y a los que adoran las imágines; y grandes misterios habrá en el poniente y en las tierras del Cinth en el levante, y en las tierras de Azasate, y con vitoria y exaltación se excluirá todo escándalo. De allá de Tamor, que son tierras en levante, y de la provincia del Xem, ha de venir el conquistador a la fortaleza de las Damas, Y vendrán con él grandes capitanes de bárbaros, el Xerife, Eidar, Zaide el Moreno, Yahaya el Farid, y Abul Celem, que con su brazo desnudo se mostrará entre todas las gentes. Y el castigo de Granada será historia admirable, porque en alboroto de guerra quedarán sus casas asoladas por el hierro que se hará en ella con mentira y engaño, hasta venir a punto de muerte la generación de los naturales, por mandado de los descreídos. Y cuando venciere el vino los juicios de los gobernadores, entonces mandarán asolar las alcarías, y al cabo todas las gentes se atendrán a hacer paces. En estas paces, grandes pueblos y fortalezas, se perderán por traición, y en año 92 y 93 se verán grandes comunidades entre dos partes. Málaga se perderá totalmente; y no será ella sola, sino todas las ciudades, porque el levantamiento de las honras hace perder los reinos; y los que no se rigen con prudencia, acompáñalos toda tristeza y pesar. En esta comunidad de guerra de gentes faltará la fe, y la ley será desamparada; los hombres sabios vendrán a ser escarnio de todos, y ocuparse han los gobernadores en sacar las gentes de sus pueblos, y en asolar los lugares con perder los pechos, sin poder ofender la África, dejándola atrás. Y luego incontinente tras desto sucederá a los infieles guerra, y en el reino de Granada no quedará pueblo. Y en el año largo crecerá la discordia, y serán muy pocos en número los que escaparen de trabajo y abatimiento, y habrá muertes; y el trono y vitoria del poniente, aguardadlo de los africanos, porque lo que el verdadero Profeta dijo, necesariamente se ha de ver en las gentes: «Huirán de los poblados; y cuando errare el hijo desobediente, serán buenos los viajes; y cuando el término de Dios allegare de noche antes que de día, se aparejará la mar para que corran por ella los navíos sin peligro». Y lo que Dios reveló no faltó ni faltará. Los climas de los cristianos serán rompidos de la ley de los moros; y cuando reinare el encorvado, siempre irá en diminución, y vendrán los negros a conquistar a Ceuta, y las tierras de Murcia, y la fortaleza de las Palomas la labrarán los judíos. Los turcos caminarán con sus ejércitos a Roma, y de los cristianos no escaparán sino los que se tornaren a la ley del Profeta, los demás serán cativos y muertos. Esta vuelta será forzosamente en poniente y al mediodía y en las tierras de los negros, y parecerá este suceso por todos los reinos, y de la tierra del Tíbar saldrán conquistadores contra los descreídos». Y dice más: «Oh sierra de Taric, tu entrada y conquista es la verdadera estrena». Habéis de entender en esto, que en Ceuta, y en Tánger, y en los alcázares, y en todas sus comarcas, de necesidad no quedará rama, y serán conquistadas. Y que la isla de España y Málaga se tornará a labrar y edificar con esta vuelta, y será dichosa con la ley de los moros, y que a Vélez y Almuñécar les será abajada la soberbia que tienen en la herejía, y a Córdoba sus vicios y pecados; y que harán callar su campana los almuédanes, de pura necesidad; y por el consiguiente será expelida la herejía de Sevilla, y se remediará la destruición que hubo en ella en tiempo de su pérdida, con la aparencia de los fieles; y se cumplirá la profecía del profeta Daniel, que dijo que se había de libertar después de perdida por un rey tirano; y vimos su salida: plega a Dios se verifique en ella lo dicho. Dijo Dios altísimo en su divino libro: «¿Por ventura no habéis visto a los cristianos vencer en el cabo de la tierra, y después de haber vencido, ser ellos vencidos propincuamente en pocos días?» De Dios es este juicio; antes y después fueron los creyentes gozosos en la vitoria; Él es el que ayuda a quien es servido, y no faltará de la promesa de Dios un punto. La primera de las señales que habrá en esta profecía, oh varones, será una muy grande señal, que parecerá un cometa muy grande en medio del cielo, que dará mucha luz, y después della ganará el rey de los turcos una ciudad con su gente y rey. Y después desto muy cerca poseerá la isla grande de Rodas, la cual, poseída por los moros perpetuamente, habrán otras vitorias los cristianos, que es de las grandes señales que habrá desto. Y acudirán sus ejércitos y crecientes por la Andalucía, hasta tanto que pensarán dar fin a sus moradores, y de espanto muchos se volverán a su ley. Mas después desto se levantará entre ellos un amigo de verdad, el cual les aconsejará que se alcen con la ley de Dios; y entonces vendrá la creciente de los turcos sobre los cristianos y sobre toda ciudad, lugar y fortaleza; y habrá acerca desto tres levantamientos. El primero será de abatimiento y pérdida; el segundo será de engaño y mentira, que los porná en el punto de la muerte; el tercero de honra y gracia, puerta y entrada para ganar todas las ciudades y reinos. Y será tan grande este rompimiento que harán los turcos sobre los cristianos, que entrarán y conquistarán todos sus reinos y ciudades desde el mar a Dailán hasta el de Marcad, y no quedará más memoria dellos ni se oirán sino sus llantos; y desta manera se perderá esta isla con su gente, y la conquista della bajará, y manará como la lluvia de las nubes, y cualquier señor será esclavo. Dios altísimo nos deje ver esta sucesión, que es el alto dador. Y dijo más el autor sobre esto: «Cuando el tiempo te espantare con los enemigos, y te hiriere la conciencia y disensión de tus amigos, y te comprehendiere el temor por todas partes, advierte en el artificio de nuestro Dios cómo acudirá con lo que deseas de libertad muy propincua, y empezarán a parecer los luceros y estrellas de ventura, y te vendrán mensajes de descanso y de albricias». Por tanto, no desesperes; que en lo secreto y más oculto de la providencia de Dios hay grandes   —171→   maravillas y secretos; y si entre tanto tu corazón es deshiciere con miedo, y no te parecieren señales de lo que esperas ni oyeres nuevas del amigo que esperas, di ansí: «¡Oh mi Dios, dame la misericordia de tu mano y ten compasión de mí»; que en esto hay maravilloso secreto; porque, oh cuantos negocios hay que confunden los corazones, y sucede después en alegría y descanso! Muchos trabajos, después de bien encumbrados, trajeron tras sí quietud y reposo; y cuando la escuridad de la noche viene, se descubren estrellas y parecen luceros. Por tanto esperad en Dios y procurad su gracia, y recebid alegremente de su mano lo que os hubiere ya proveído, y decid, estando conformado con su voluntad: «Recibo de Ti, mi Dios, lo que me has ordenado, Dios mío, que eres el sabidor de las cosas futuras.»

Hasta aquí decía literalmente este pronóstico o ficción, que, como dijimos, fue hallado entre unos libros árabes que estaban en el santo oficio de Granada; y el componedor parece alegar por autor a un morabito llamado Cidi el Guerguali, natural de Guergala, ciudad de Libia, de adonde los almorabidas o morabitines vinieron cuando conquistaron en Berbería, y después en España; y según parece, es una recopilación de todas las cosas que se contienen en la zuna, o teología árabe, cerca de la conquista que aquellas gentes hicieron en nuestra Andalucía, alegando autoridad desde lo que escribieron Alahabar, Caabi, Odeifa, Alí y otros Halifas de los de la seta de los morabitos, que, como dijimos, en nuestra África tienen muchas opiniones diferentes de las de los legislas de la seta de Mahoma, no embargante que a todos los abraza un mesmo nombre y seta generalmente.

SEGUNDO PRONÓSTICO O FICCIÓN, QUE TAMBIÉN FUE HALLADO EN LOS LIBROS QUE HABÍAN SIDO RECOGIDOS EN EL SANTO OFICIO DE GRANADA:

Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. Léese en las divinas historias que el mensajero de Dios estaba un día asentado, pasada la hora de la oración que se hace al mediodía, hablando con sus discípulos, que están todos aceptos en gracia, y a la sazón sobrevino el hijo de Abí Talid y Fátima Alzahara, que están asimesmo aceptos en gracia, y asentándose par dél, le dijeron: «¡Oh mensajero de Dios! Haznos saber cómo ha de quedar el mundo a tu familia en fin del tiempo, y cómo se ha de acabar». El cual les dijo: «El mundo se ha de acabar en el tiempo que hubiere la gente más perversa y mala; y presto habrá generación de mi familia en una isla a los últimos confines del poniente, que se llamará la isla de la Andalucía, y serán los últimos moradores della de mi familia, que son los huérfanos de la familia desta ley y la última sucesión della. Dios se apiade dellos en aqueste tiempo». Y diciendo esto se le hinchieron los ojos de lágrimas, y dijo: «Son los perseguidos, son los atribulados, son los destruidores de sí mesmos, son los afligidos, de quien Dios dijo: -No hay lugar que perezca, que no sea por nuestra permisión. -Léase hasta el cabo toda la zuna lo que acerca de esto hay escrito, en lo cual alude Dios soberano a esto que he dicho; y esto será por el olvido que terná la gente de la Andalucía de las cosas de la ley, siguiendo sus aficiones y deseos, amando mucho al mundo y desamparando las oraciones, defendiendo las limosnas y negándolas, y atendiendo solamente a la lujuria y a los alborotos y muertes; y porque entre ellos crecerá el mentir, y el menor no reverenciará al mayor, ni el mayor se compadecerá del menor, y crecerá entre ellos la sinrazón, la sinjusticia y los juramentos falsos. Y los mercaderes comprarán y venderán con logro y con falsedad y engaño en lo que vendieren y compraren, todo por cudicia de alcanzar el mundo; cudiciando acrecentar las haciendas y guardarlas, sin parar mientes cómo lo adquieren, y lo que tienen, si lo han adquirido bien o mal». Y diciendo esto, se le hinchieron otra vez los ojos de lágrimas y lloró, y todos juntamente lloramos a su lloro. Y después dijo: «Cuando parecieren en esta generación estas maldades, sujetarlos ha Dios poderoso a gente peor que ellos, que les dará a gustar cruelísimos tormentos, y estonces pedirán socorro a los más justos dellos, y no se lo darán; y enviará Dios sobre ellos quien no se compadezca del menor ni haga cortesía al mayor, porque cada cual ha de ser condenado por su culpa y ha de padecer su castigo. Jamás hemos visto que haya permanecido logro en ninguna generación, ni engaño en compras y ventas, pesos y medidas, que Dios altísimo haya dejado de castigarlo, defendiendo o deteniendo el agua de sobre la haz de la tierra. No ha permanecido ni extendídose la lujuria, sin que les haya enviado fenecimiento y muerte; y jamás ha permanecido en alguna familia logro en las compras y ventas, juramentos falsos en la ambición y soberbia, que Dios todopoderoso no los haya castigado con diversos géneros de enfermedades endemoniadas. Jamás parecieron en ninguna familia muertes malas y públicos homicidios, sin que Dios los sujetase y entregase en manos de sus enemigos; jamás pareció en ninguna gente la obra de la familia de Lot, sin que Dios los castigase, enviándoles destruiciones y hundimiento de sus pueblos; jamás pareció en familia alguna la poca caridad y misericordia, y el poco temor de Dios en cometer todo mal y ofensa, sin que Dios los castigase con no oír sus oraciones y plegarias en sus tribulaciones y fatigas; porque cuando parece el pecado en la tierra, envía el Señor soberano el castigo que debe tener desde el cielo. Y no maldice Dios a ninguno de los de mi familia hasta que ve perdida la misericordia entre ellos, ni castiga a su siervo en este mundo con mayor mal que la dureza de su corazón; y así, cuando se endurece el corazón del hombre, su Dios le maldice, y no oye su demanda ni ha misericordia dél. Y cuando más enojado estará Dios con sus siervos, será cuando se querrá acercar el juicio; y esto por el exceso de sus vicios, por el olvido que ternán del bien, y por ir apartados del camino de la verdad». Y a esto lloró, y dijo: «Dios se apiade dellos en esta isla, cuando parecieren en ellos estos vicios y pecados, y dejaren de hacer y cumplir los consejos del Alcorán; porque los más dellos en aqueste tiempo, so color de devoción y religión, buscarán el mundo y se vestirán de pellejos humildes de ovejas, y sus lenguas serán más dulces que la miel ni el azúcar, mas sus corazones serán de lobos y sus hechos de hombres viles y malvados; y por ellos les enviará Dios su castigo, y no oirá sus oraciones, porque dan favor a la injusticia, y no entrarán en él colegio de mi familia los injustos damnificadores perpetuamente. Y el que se sonriere en faz de algún injusto, o le hiciere lugar donde se   —172→   siente, o le ayudare o diere favor para hacer mal, ciertamente rasga el velo de la salvación de su garganta. Y si algún rey tiranizare en su tierra y no guardare justicia a sus súbditos, mostrará Dios sobre él en su reino diminución en los panes, en las frutas y en todos los demás bienes; y cuando juzgare con verdad y con justicia, y no hubiere en su reino crueldad ni injusticias, enviará Dios altísimo su bendición en su reino y familia, y en todo bien habrá aumento. Y ansí, cuando en esta isla pareciere en la gente della la injusticia y él desamparo do la verdad y la infidelidad, y reinare la soberbia y traiciones, haciendo mal a los huérfanos, tiranizando en sus tratos, saliendo de los preceptos de la misericordia de Dios y obedeciendo al demonio, siguiendo los vicios, atestiguando con mentira y falsedad, humillándose a los ricos y ensoberbeciéndose con los pobres, por la dureza de su corazón y soberbia, y su habla fuere dulce y la obra amarga, entonces les enviará Dios su castigo». Ya esto lloró otra vez, y dijo: «Por la misericordia de Dios y grandeza de sus nombres, si no fuese por las palabras de la confesión de que no hay otro Dios sino Dios, y que yo soy Mahoma, su mensajero, y por el amor que Dios me tiene, él enviaría sobre ellos su castigo en todo extremo y rigor». Y lloró más agramente, y dijo: «¡Oh mi Dios! Habed misericordia dellos»; repitiendo estas palabras tres veces. «Mas por esto enviará Dios sobre ellos gobernadores crueles y tan perversos, que les tomarán sus haciendas sin razón, hacerlos han sus cativos, mataránlos, y meterlos han en su ley, haciéndoles que adoren con ellos las imágines de los ídolos, y les harán comer con ellos tocino; y sirviéndose dellos y de sus trabajos, los atormentarán tanto, hasta hacerles echar la leche que mamaron por las puntas de las uñas de los dedos, y vernán a tanta opresión en este tiempo, que pasando alguno por la sepultura donde estuviere su hermano o su amigo enterrado, dirá: ¡Oh, quién estuviera ya contigo! Y perseverarán en esto hasta venir a perder toda la confianza de poderse salvar en la ley de salvación, y los más dellos vernán en desesperación y renegarán de la ley de la verdad». A esto lloró más gravemente, y dijo: «Apiadarse ha Dios soberano dellos con su misericordia, y volverles ha el rostro misericordioso, mirándolos con ojos de clemencia, piedad y compasión; y esto será cuando más se encendiere en ellos la ponzoña de sus enemigos, cuando vinieren a quemar muchos dellos con fuego ardiendo, ansí hombres como mujeres, y niños de tierna edad, y viejos ancianos, y cuando los sacaren y desterraren de sus pueblos; a esta sazón se alborotarán los ángeles en los cielos, y todos con gran de ímpetu irán ante el acatamiento de Dios, y le dirán: ¡Oh nuestro Dios! Unos de la familia de vuestro amigo y mensajero Mahoma se están abrasando en el fuego, siendo vos el poderoso vengador. Y a esto enviará Dios poderoso quien los socorra, y los sacará deste grandísimo mal y castigo». Y a esto lloró Alí, que está acepto en gracia, y todos juntamente lloramos con él. Y le dijo: «¿En qué año enviará Dios este socorro y remediará sus corazones atribulados?» Al cual respondió en esta manera: «¡Oh Alí! Será esto en la isla de la Andalucía, cuando el año entrare en ella en el día del sábado; y la señal que habrá desta es que enviará Dios una nube de aves, y en ella parecerán dos aves señaladas, que la una será el ángel Gabriel y la otra el ángel Miguel, y será el origen de las demás aves de tierras de los papagayos, las cuales darán a entender la venida de los reyes de levante y de poniente al socorro de esta isla de la Andalucía, con señal que primero acometerán a los primeros del poniente. Y si hablaren aquestas aves, dan a entender que a la parte que hablaren habrá grande alboroto de guerra en el poniente, y a todos sucederán temores grandes y alborotos. Habrá escándalos y comunidades entre la ley de los moros y la ley de los cristianos, y volverá todo el mundo a la ley de los moros; mas será después de grande aprieto. Este año habrá muchas nieblas, pocas aguas, los árboles llevarán muchos frutos, los agostos del pan serán más abundantes en los montes fríos que en las costas, y las abejas henchirán sus colmenas en este año bendito». Hasta aquí es la letra deste jofor.

TERCERO PRONÓSTICO O JOFOR QUE FUE HALLADO EN LA CUEVA DE CASTARES:

Con el nombre de Dios, piadoso y misericordioso. Las alabanzas sean a Dios solo, que no hay otro sino Él. Éste es un juicio sacado del dicho del mensajero que Dios santificó y salvó, llamado Tauca, el Hamema, que quiere decir pecho de la paloma, comparando su composición y elegancia a la hermosura de las colores del pecho de la paloma; y dice desta manera: «Dejad de contar las burlas y los atavíos preciosos y las dignidades; no olvide vuestra memoria la muerte, que la vida se va concluyendo; vuestras culpas son más graves que los montes; convertíos a Dios, y no os durmáis; que amaneceréis sepultados entre las penas. Dejad de contar los ricos vergeles de los edificios suntuosos y de las damas coronadas y arreadas, y traed a vuestra memoria los alborotos del día del juicio y la furia del infierno y sus incendios. En aquella hora precederán estas señales: movimiento y temblor de tierra, espanto y terror gradísimo, y otras señales que los humanos no pueden declarar. El que más habló dellas fue Odeifa, y son más de setenta las que dijo haber oído decir al guiador profeta de Dios, de las cuales son ocho las más notables, y las otras menores que las siguen. Preguntaron muchos al escogido por todas ellas, y él les declaró algunas de las nombradas, de las cuales dijo ser: la aparencia del mensajero de Dios, el descendimiento de la una en el vergel de Tuhema después de salir el sol hendido. Estas son las señales del juicio, de quien el Alcorán alega y habla, y las demás semejantes son muchas, y el día de hoy notorias en este mundo, más aparentes que la luz resplandeciente. Dijo el escogido que le seguía la nube: -Cuando vieres las mujeres ir tras los hombres pidiéndolos sin empacho ni vergüenza, y rabiando como las mulas de lujuria; cuando creciere el logro y lo mal ganado en los hombres, y tomaren por ley la injuria y los homicidios, y multiplicare la desobediencia de hijos a padres; cuando vieres abatido al buen creyente y ser los sabios perseguidos hasta venir a servir a los malos; cuando vieres poblados todos los encuentros de tu casa de lo ilícito y mal ganado; cuando tu suegro te viniere a ser más cercano pariente que tu hermano legítimo, y desamparares a tu hermano y obedecieres a tu amigo; cuando vieres la madre caduca ganar con sus hijas entre los hombres, y salir el hijo de   —173→   la obediencia de sus padres y obedecer a su mujer en todo negocio; cuando vieres las pinturas en los templos y las mujeres darse a las costumbres pravas y vicios malos; cuando vieres los hombres de religión vivir en ricos y suntuosos edificios, y crecer los soberbios malhechores y diminuirse el número de los justos, y los temerosos de Dios solos como huérfanos, y los malos con las cabezas más pertinaces y duras que las aplomadas sierras; cuando vieres las colas preceder a las cabezas, y el amigo muy allegado negar a su amigo, y no osarse fiar el hombre de aquél con quien se junta; cuando vieres empobrecer la gente liberal y enriquecer y subir los avarientos, y las manos liberales hacerse duras y crecer el número de los mendigantes, cuando vieres la ley desamparada y sus secuaces tan pocos como lunares blancos en cabellos prietos, y los hombres hechos lobos cubiertos con vestiduras o hombres y que el que fuere lobo comerá con los lobos y al que no fuere lobo le comerán los lobos; y cuando vieres crecer las discordias con agudeza y ser las lluvias sobre la tierra pocas, en este tiempo será fin. -Y cada vez que el mensajero de Dios la nombraba, se le henchían los ojos de lágrimas, y decía: -¿Qué tal será la vida del que en esta era naciera? -Otras señales decía asimesmo ser fuegos que se encenderán en Roma, que correrán entre las gentes; y entre las aguas y la tierra, y será un humor sutil que se alzará un estado sobre la haz della y abrasará los pechos de los herejes. Y nombraba hundimientos de pueblos que habría en el Hixecen levante y en otros más abajo de Sacera, la demostración de la puente de Alcázar de la pasada, y nombraba señales por la virtud cumplida. Cuando se tomare a fuerza de armas Constantina por los romanos, y cuando viéredes a los moros, tan pujantes en vitoria, conquistar a Roma y ganar a Portugal, entonces crecerán entre ellos las riquezas de piedras preciosas y monedas hasta las partir con el escudo de Cacim. Y cuando el mundo viniere a esta perfición, es señal que vendrá la diminución después de su cumplimiento, y los corazones vendrán en desasosiego, y el mundo les huirá de entre las manos. Mas antes desto quiero que sepáis que mandará Dios salir en el poniente un rey tirano que lo atajará y sujetará, cuyo rostro no tendrá señal de vista humana: maltratará y juzgará con toda maldad a las gentes; entre sus manos perecerán ellos con todos sus bienes. Después del cual se levantará otro de gran valor, que se llamará Jacob, cuyos infortunios y calamidades crecerán y morirán de necesidad. Esto veréis en el poniente con grande incomodidad y alboroto, y las gentes vendrán en mucha diminución. El Andalucía quedará huérfana sin rey ni quien en ella sea obedecido, y estará algún tiempo en este trabajo negra, confusa y escura, hasta llegar la nueva dello a Roma. De allí saldrá un rey en quien no habrá falta, rey hijo de rey. ¡Oh varones! Embarcarse ha con grandes ejércitos que le acudirán de necesidad y con él vernán a Granada, la cándida y clara, donde le dirán: -Vos sois nuestro rey forzoso y nuestro gobernador en todo caso. -El cual subirá con sus ejércitos y compañas a los alcázares de la Alhambra, y allí estará algunos días encubierto; y desde allí conquistará muchas y muy grandes fortalezas, climas y provincias de los de poco en continuación; y veréis pujante el cetro y corona de los moros. Poseerán sin duda a Sevilla, y tomarán noventa ciudades a los herejes, y por sus manos deste, a quien mejorarán, todas las ciudades del poniente serán dichosas con él. En la primera salida tomará la ciudad de Antequera, subiendo por sus muros, y rompiéndolos a fuerza de armas. Siete años durará esta vitoria, y las riquezas se llevarán de tierra de herejes. Bendito sea el señor Dios, que esta justicia hará, dando a gustar a los infieles estos cálices de amargura cuando la hora de esta ensalzación llegare y el poderío de Dios altísimo. Enderezará este señor su viaje a Segovia, y en el mes de Ramadán la entrará en todo caso; y ansí irá prosiguiendo su vitoria, que será continua, tomando con maña las fortalezas de los cristianos. A esto sucederán diferencias entre los gobernadores y el Rey. Y saldrá Dolarfe, rey de cristianos, y rebelarse ha contra todo el pueblo, y romperlos ha, y llevaralos hasta hacerles que se encierren en Fez; y cuando vinieren a pasar por Gibraltar, estorbarlos ha el mar, y cercarlos han por todas partes grandes ejércitos de cristianos del rey Dolarfe. Los de las riquezas escaparán huyendo en los navíos, y los que no pudieren pasar morirán la mayor parte a cuchillo, y otros ahogados en la mar. Y a la sazón enviará Dios un rey de alta estatura, encubierto, más alto que las sierras, el cual dará con la mano en la mar, y la henderá, y saldrá de ella una puente que es nombrada en esta historia, y las dos partes del pueblo escaparán nadando, y la tercera quedará al cuchillo y agua hasta proseguir los cristianos su vitoria. Y en un punto entrarán en Fez a fuerza de armas, y entrando en la ciudad, buscarán su rey, y le hallarán encubierto en la mezquita, con la espada de Idris en la mano, convertido moro; lo cual visto, todos los cristianos se volverán con él moros. Luego subirá a la casa de Meca; y hará su oración hasta ver lo claro del pozo de Zemzem y su agua. Y luego nacerá el maldito viejo Anticristo, y se levantará. En este tiempo enviará Dios grandísima esterilidad, que durará siete años; en los cuales no parecerá pan ni semilla ni agua, si no fuere lo que este viejo maldito mostrare; el cual sembrará el trigo a mediodía y lo cogerá a vísperas, plantará los árboles y plantas con la mano derecha y cogerá los frutos con la izquierda. Dirá al muerto que resucite, y levantarse ha, y presumirá ser él el resultador de los muertos y el Dios y señor que no tiene semejante; y el que le siguiere y obedeciere no alcanzará bien alguno y morirá hereje sepultado en los infiernos. Irá tras las gentes mostrándoles muchos y diversos mantenimientos y fuentes de aguas; y en su frente llevará escrito: Tiranizó y pecó. Su figura de rostro será espantable, porque no terná más que un ojo, y sobre la cabeza llevará un fibrillo lleno de manjar, redondo como la redondez de la luna. Veréis las gentes; tras dél en tanto número, que no cabrán en los lugares con sus hijos y familias. Subirá en su cabalgadura de espantable hechura, y tenderá el paso tanto como alcanzare con la vista; y en siete días dará una vuelta a todo el mundo. Tendrá dos ríos señalados, uno de agua y otro de fuego; y si los que vinieren con él bebieren del agua, hallarla han ardiendo como fuego. Verná con todas las familias de los judíos, con las cuales hará obscura la clara luz de la mañana. Entonces enviará Dios altísimo a Jesucristo, hijo de María, que le saldrá al encuentro en las tierras de Hexen, y en viéndole   —174→   se deshará ante él como un cobarde afeminado; y dirán las piedras y lugares: -Entrado ha el enemigo de Dios debajo de nosotros; -y quedará el guiador Cristo, en cuya virtud el lobo andará con la oveja en amor. Los niños jugarán con las serpientes y víboras ponzoñosas, y no les empecerán, obligando a la ley de nuestro profeta y juzgando rectamente en ella; y pondrá para las oraciones y horas una dignidad del linaje de Mahoma perpetuamente, y en su tiempo todo hereje se convertirá a Dios. Y hallando los de la tierra este conocimiento, subirá Cristo al monte Tahor, y romperá los muros de Juje y Mejigue, que son los pigmeos cuyo número excederá a las arenas del mar, y sus hechuras, rostros y facciones serán diferentes: unos tamaños como plumas de escrebir, otros más altos que las sierras, y otros ternán las orejas tan grandes, que se asentarán sobre ellas, y con parte dellas cubrirán la tierra, y desto será su andadura de ochenta años».

Otros muchos disparates decía este jofor, que no ponemos aquí por no hacer a nuestra historia; y si pusimos éstos tan por extenso, fue por dar un rato que reír al lector, y porque siendo una de las principales cosas en que estribaron los moriscos para su perdimiento, fuera cortedad dejarlos de poner. Revolviendo pues estos jofores, que veneraban como cosa sagrada, y buscando entre ellos algún consuelo, los setarios alcoranistas que por ventura los habían compuesto se los glosaban, trayéndolos por los cabellos al propósito de su pretensión, que era levantar el reino. Farax, Abenfarax y Daud y otros fueron los que comenzaron a mover el ignorante vulgo, diciendo que ya era llegada la hora de su libertad que los jofores decían; porque la ponzoña de los cristianos, sus verdaderos enemigos, jamás había estado tan encendida en sus corazones como al presente estaba; que los ángeles del cielo, viendo la desventura y trabajo en que estaban los naturales de aquel reino, pedían delante del acatamiento de Dios que se apiadase dellos con misericordia, y venían a sacarlos de tan gran sujeción y captiverio, y que muchas gentes los habían visto andar en nubes en forma de aves volando por encima de la Alpujarra, guiándolas dos mayores y más vistosas que las otras; que el año largo tan deseado entraba en sábado, y era el proprio en que Mahoma había dicho a su yerno Alí que enviaría Dios socorro a su familia; que ya no les faltaba otra cosa ni tenían que esperar sino eran los alborotos y escándalos que los jofores decían, por que los temores y aflicciones presentes los tenían; que las diferencias y comunidades sobre cosas de religión entre moros y cristianos, y las que había entre los mesmos cristianos, eran cierta señal de su remedio; y que tomando luego las armas animosamente, fuesen ciertos que serían con brevedad socorridos de los reyes de levante y de poniente; y que ellos mesmos se ofrecían de irlos a solicitar. Hubo otros que, so color de la astrología judiciaria, les decían mil desatinos, fingiendo haber visto de noche señales en el aire, mar y tierra, estrellas nunca vistas, arder el cielo con llamas y muchas lumbres, haciendo bultos por el aire, y rayos temerosos de estrellas y cometas, que siempre se atribuyen a mudanza de estado. Dando pues a entender torcidamente todas estas cosas, y catando otros agüeros, a que demasiadamente es dada aquella nación, afirmaban ser pasados todos sus trabajos, y que los cristianos comenzaban ya a temer su felicidad, especialmente viendo a su rey tan ocupado en guerras con luteranos sobre la posesión de sus proprios estados, y con otras naciones poderosas, contra quien no podría prevalecer. Todo esto divulgaban aquellos herejes, acreditándose con encargar al vulgo él secreto; y era tan grande la eficacia con que lo certificaban, que aun ellos mesmos, que lo habían inventado, lo creían, y tenían por cierto que les sucedería como lo decían.




ArribaAbajoCapítulo IV

Cómo se tuvo aviso en Granada que los moriscos de la Alpujarra trataban de alzarse, y lo que se previno en ello


Si bien procuraban los moriscos del Albaicín aplicar con humildad la furia de la ejecución de la nueva premática, con que por tan ofendidos se tenían, en lo tocante a la seta, a las haciendas y al uso de la vida, tanto a la necesidad cuanto al regalo de sus personas, no por eso dejaban de intentar otros medios. Y habiendo buscado entre los mayores peligros algún remedio, acordaron que sería bien hacer con los moriscos de la Alpujarra que tratasen de levantarse, y para moverlos a ello les daban a entender ser negocio guiado por Dios para su libertad, animándolos con las ficciones vanas de los jofores; y exagerando la sujeción que tenían, les traían a la memoria sus fuerzas, diciendo que había ochenta y cinco mil casas de moriscos empadronadas para farda en el reino de Granada, sin otras más de quince mil que encubrían los repartidores, de donde por lo menos saldrían cien mil hombres de pelea, que pondrían en condición a España siempre que fuese menester, y que cuando otra cosa no hiciesen, no les faltaría lo que tanto deseaban, que era la suspensión de la premática por vía de paz. Estas y otras muchas cosas les decían aquellos herejes, persuadiéndolos a que se levantasen ellos los primeros, porque el principal intento de los hombres ricos del Albaicín no era que hubiese rebelión general ni que entrasen berberiscos en la tierra, ni querían ser sujetos a rey moro; que ninguno les estaba tan bien como el que tenían: solamente querían estarse como estaban, y hacer su negocio con peligro de cabezas ajenas, hallando los ánimos de los bárbaros serranos tan aparejarlos para ello. No dejaron de darles a entender que luego se levantarían todos, y que no quedaría ciudad ni alcaría en el reino de Granada que no se levantase; mas hacíanlo con grandísimo recato, temiendo ser descubiertos, y representándoseles la prisión, el examen, el tormento y los duros y ocultos suplicios del riguroso imperio de los alcaldes de chancillería, en que se habían de ver. Y por esta causa, ningún hombre de entendimiento se osaba declarar ni hacer cabeza, aunque echaron mano de algunos principales y ricos; sólo Farax Aben Farax, nacido del linaje de los abencerrajes, tomó el negocio a su cargo, teniéndose por ofendido de las justicias; y holgaron los demás dello por ser hombre aparejado para cualquiera sedición y maldad, y más diligente que otro. Éste era tintorero de tinta de arrebol, y teniendo trato por todo el reino, comunicó el negocio con los que sabía que estaban más ofendidos, y particularmente con don Hernando el Zaguer, alguacil de Cádiar, llamado por otro nombre Aben   —175→   Jouhar, y con Diego López Aben Aboo, vecino de Mecina de Bombaron, y con Miguel de Rojas, vecino de Ugíjar de Albacete, y con otros moriscos principales de la Alpujarra, que estaban siguiendo pleitos criminales en Granada; y viniendo todos en ello, concluyeron que el rebelión fuese el jueves santo del año del Señor 1568, porque en tal día como aquél estarían los cristianos descuidados, ocupados en sus devociones, y se podría hacer bien cualquier efeto. Esto se divulgó luego de unos en otros por las alcarías, y comenzó a venir gente a Granada para saber de los autores, y especialmente de Farax Aben Farax, lo que se había de hacer; el cual no los dejaba parar mucho, por que no fuesen descubiertos; y les decía que se fuesen a sus casas, y que hiciesen lo que viesen hacer a sus vecinos, porque ya estaba todo concertado; y tenían en su favor armas, gente y socorros de ginoveses y de turcos y moros de Berbería. Estas nuevas acrecentaron los malos, y las cuadrillas de los monfíes con mayor desvergüenza comenzaron a andar por toda la tierra armados de ballestas, con banderas tendidas, matando y robando a los cristianos que podían haber a las manos; y eran pocos los días que no traían a la ciudad de Granada hombres muertos que hallaban en los campos con las caras desolladas, y algunos con los corazones sacados por las espaldas. Hubo muchos religiosos y otras personas particulares que dieron aviso a su majestad y a los de su consejo, del desasosiego que traía aquella gente con señales tan evidentes de rebelión; mas nadie sabía decir el cómo ni cuándo, ni poner remedio en ello, porque sólo consistía en la suspensión de la premática, que todos juzgaban por santa y buena. El que mejor y más cierto aviso dio fue Francisco de Torrijos, beneficiado de Darrícal, que era también vicario de las taas de Berja y Dalías y del Cehel, y después fue canónigo de la catedral de Granada; y púdolo bien hacer, porque siendo muy ladino en la lengua árabe, por este y por otros respetos le hacían amistad y le respetaban. El cual, avisado por algunos amigos de lo que se trataba entre ellos, por fin del año de 1568 escribió al Arzobispo de Granada y al marqués de Mondéjar, que aún se estaba en la corte, avisándoles cómo había sabido por cosa cierta que los moriscos de la Alpujarra tenían tratado de alzarse el Jueves Santo. Esta nueva y la carta del beneficiado Torrijos envió fuego el Arzobispo a su majestad para que mandase poner remedio con brevedad; la cual fue cansa de apresurar la venida del marqués de Mondéjar a Granada, con orden que visitase la Alpujarra y la costa, y se informase particularmente de lo que el beneficiado Torrijos decía. Por otra parte, poniendo recaudo en la ciudad y en las fortalezas, el conde de Tendilla metió en la Alhambra al capitán Lorenzo de Ávila con la gente de las siete villas, y apercibió y armó toda la gente de la ciudad, previniendo a los unos y a los otros de manera, que los moriscos del Albaicín entendieron que había sido descubierto el negocio por los alpujarreños; y desdeñados de ver el poco secreto que habían guardado, les avisaron que no hiciesen movimiento, porque la ciudad estaba prevenida.




ArribaAbajoCapítulo V

Cómo los moriscos del Albaicín mostraron sentimiento de que se dijese que se querían rebelar, y de lo que se previno


Como no se tratase de otra cosa en las plazas y calles de la ciudad de Granada sino de que los moriscos se andaban por rebelar, juntándose algunos de los más ricos y principales del Albaicín, con muestra de grandísimo sentimiento fueron a casa del Presidente, y uno dellos le hizo su razonamiento desta manera: «La prosperidad de fortuna que debajo del felicísimo imperio de su majestad tenemos, se nos va convirtiendo en deshonra a los que por edad entera y madura sabemos lo que es mantener verdadera fe, y aun deseamos la muerte antes que el fin della. Sienten mucho los naturales deste reino ver que se trate de sus honras en las calles y plazas públicas, llamándolos de traidores, y diciendo que se quieren rebelar, siendo fieles vasallos de su majestad, y estando, como estaban, quietos y pacíficos, y muy contentos con la merced que Dios nuestro señor les ha hecho en traerlos a verdadero conocimiento de su santa fe católica, y en haberles dado un príncipe cristianísimo que con tanto cuidado procura su bien y su salvación, y que los proprios ciudadanos, sus compadres, y amigos, que eran los que habían de favorecerlos y animarlos, sean los que los quieren destruir y asolar. Y no sabiendo que remedio se tener para que ésta su fidelidad y quietud se conozca y entienda, para satisfacción desto decimos los que estamos presentes, en nombre de los naturales, que siendo su majestad servido, nos pondremos en las fortalezas o prisiones que mandare, docientos o trecientos hombres de los más principales, hasta tanto que se averigüe nuestra inocencia, y la calumnia que los malos y codiciosos nos imponen, con menos deseo de quietud que de llevarnos nuestras haciendas. Hecho esto, será muy justo que se provea cómo los infamadores escandalosos sean castigados con rigor, para que sirviéndose, Dios y su majestad en ello, se consiga el efeto de quietud que se pretende y desea, y con tanto cuidado procura vuestra señoría, en quien tenemos puesta toda la esperanza del remedio». Hasta aquí dijo el morisco, y el Presidente, disimulando el aviso que se tenía, le respondió que era verdad lo que decía de haberse publicado por la ciudad que los moriscos andaban alborotados y con algún desasosiego; más que también se entendía que lo debían causar algunos monfís y hombres livianos, que deseaban semejantes ocasiones para tener aprovechamiento de las haciendas ajenas; que en cuanto a sí, él estaba satisfecho de que los del Albaicín no trataban cosa contra el servicio de su majestad, porque los tenía por hombres honrados, cuerdos y que sabían bien lo que les cumplía. Que no dejaba de haber alguna ocasión de sospecha, aunque él no la tenía, viendo que se metían en el Albaicín tanto número de moriscos forasteros con sus mujeres y hijos, dejando sus labores y granjerías del campo, y en haberse hallado cantidad de ballestas en poder de algunos ballesteros, y averiguándose que las hacían para moriscos, como quiera que también podía ser que fuesen para monfís. Y finalmente, concluyó con decirles que no había para qué ofrecerse los vasallos de su majestad a que los pusiese en prisión como por rehenes, porque aquello se haría cuando pareciese que convenía a su   —176→   real servicio, y que diesen sus peticiones, pidiendo lo que viesen que les convenía, porque lo comunicaría con el Acuerdo, y se proveería en todo lo que hubiese lugar, justicia mediante. Salidos los moriscos de las casas, de la Audiencia, el Presidente mandó llamar a los alcaldes de chancillería; y entendimiento que sería de provecho hacer algunas prisiones con que tener enfrenada aquella gente, tomando aviso del ofrecimiento que hacían, les mandó que hiciesen que los escribanos del crimen buscasen todos los procesos que había contra moriscos, así delincuentes como fiadores, y los prendiesen poco a poco, sin que se entendiese que era por causa del rebelión. Y desta manera hicieron prender los alcaldes muchos hombres sospechosos, y entre ellos algunos de los más ricos, cuya prosperidad les fue al cabo deshonra, tomándoles la muerte con apresurado paso la delantera, como se dirá en su lugar. Proveyose ansimesmo comisión a los alcaldes de chancillería para que quitasen los arcabuces y ballestas a todos los moriscos que tenían licencias para poder traer armas, y que solamente se entendiesen y extendiesen a una espada y un puñal y una lanza cuando saliesen al campo, conforme a una provisión que el emperador don Carlos había mandado despachar sobre ello; y haciéndolos prender, los mandaba soltar debajo de fianzas; de donde resultó tenerse por agraviados muchos hombres a quien por servicios de sus pasados y suyos se había dado aquellas licencias.




ArribaAbajoCapítulo VI

De un razonamiento que el conde de Tendilla hizo a los moriscos del Albaicín estos días


Estando las cosas en este estado, y entendiendo el conde de Tendilla que haría particular servicio a su majestad en persuadir y aconsejar a los moriscos que recibiesen con buen ánimo la premática y cumpliesen llanamente lo que se les mandaba, sin alterarse ni causar escándalos, a 5 días del mes de abril, domingo por la mañana, subió al barrio del Albaicín, acomodado de algunos caballeros y de la gente de su guardia, y a misa de San Salvador, donde estaban recogidos la mayor parte de los moriscos, y cuando el preste hubo acabado el oficio, les mandó decir que se estuviesen quedos, porque les quería hablar. Y estando todos atentos, desde la peaña del altar les dijo desta manera: «Lo que agora hago, hubiera hecho muchas veces, que es veniros a ver; y si lo he dejado de hacer algunos años, ha sido porque tampoco vosotros habéis acudido a casa del Marqués, mi señor, y a mí, como solíades; y así, no hemos querido tratar de vuestros negocios. Mas teniendo consideración a la voluntad y amor que os tuvieron siempre nuestros pasados, y a la que yo os tengo, me he movido a hablaros sobre tres cosas. Lo primero es pediros y rogaros que en lo que toca a la premática que su majestad manda que guardéis, os determinéis de guardarla y cumplirla, pues el celo con que lo manda es tan santo y bueno, como de un príncipe tan católico se puede pensar, y para entremeteros con los otros cristianos, sus vasallos, y servirse de vosotros en todo y haceros las mercedes que a ellos. La otra es, que mucho número de moriscos se han venido de todas las alcarías a vivir a este Albaicín; y aunque se os ha mandado que los echéis fuera, no lo habéis hecho; de que se ha tomado alguna sospecha. Bien se entiende que se han venido huyendo de los malos tratamientos que se les hacen, y temiendo que ha de venir gente de guerra a embarcarse y de camino alojarse en sus casas; más todavía es negocio que da materia de hablar a las gentes; y así conviene que luego se vayan a sus lugares, y que no los consintáis más entre vosotros; que yo les certifico de mi parte que no serán maltratados. Lo tercero es, que algunos de vosotros me subistes a hablar a la Alhambra estotro día, y me dijisteis cómo los curas y beneficiados andaban empadronando vuestros hijos y hijas, y que se decía que os los querían quitar; y porque entonces no estaba informado de aquel negocio, no respondí a él; después acá lo he tratado con el Arzobispo, y sabed que lo que se hace es por vuestro bien y por mandado de su majestad, que quiere que haya escuelas donde todos los niños sean enseñados en la doctrina cristiana y aprendan la lengua castellana, pues pasados los tres años no se ha de hablar más la arábiga: estad ciertos que no es para otro efeto; y esto, antes lo habíades de desear y procurar, que alteraros por ello. Haced el deber y lo que sois obligados al servicio de su majestad, que él os hará muchas mercedes; y en lo que en mí fuere, os favoreceré con mi persona y hacienda, como lo veréis por la obra acudiendo a mí». Acabado su razonamiento, los moriscos principales se levantaron, y dijeron a Jorge de Baeza, su procurador general, que respondiese por todos; el cual dijo al Conde que le besaba las manos en nombre del reino por la voluntad que siempre había mostrado de hacerles merced, y por la que esperaban todos que les haría en tantos trabajos como se ofrecían a la nación, y que ellos acudirían a valerse de su favor siempre que se les ofreciese ocasión; y así, le pidieron por merced tuviese cuenta con sus cosas. Desta vez quisiera el conde de Tendilla poner una compañía de infantería de guardia en el Albaicín y alojaría en las casas de los moriscos, so color de asegurarlos y asegurarse dellos, como capitán general; y habiendo hecho venir al capitán Garnica con su gente para este efeto, los moriscos acudieron al Presidente y al Corregidor, diciendo que sin duda sería la destruición del Albaicín si se alojaban soldados en las casas donde tenían sus mujeres y hijas. Y el Presidente le envió a decir que su majestad no sería servido de aquel alojamiento, y que lo mandase sobreseer, porque sería acabar de alborotar aquellas gentes; y con esto cesó, mandando que el capitán Garnica se fuese a alojar a Churriana, alcaría de la Vega, donde estuvo hasta la víspera de pascua de flores, que se le mandó despedir la gente.




ArribaAbajoCapítulo VII

Cómo se tocó rebato la víspera de Pascua en Granada, pensando que se alzaba el Albaicín, y el escándalo que hubo en la ciudad


A 16 días del mes de abril del año de 1568, víspera de pascua de Resurrección, entre las ocho y las nueve horas de la noche se tocó un rebato en la fortaleza de la Alhambra, que hubiera de ser causa que los cristianos saquearan el Albaicín y mataran los moriscos que había en él, porque con la sospecha que se tenía, creyeron que se alzaban. La causa deste rebato fue que un alguacil de los que tenían cargo de rondar, llamado   —177→   Bartolomé de Santa María envió a la hora que anochecía, cuatro soldados a hacer centinela en la torre del Aceituno, que está puesta en la cumbre alta del cerro del Albaicín; y porque hacía muy escuro y llovía, llevaba cada soldado un hacho de atocha ardiendo en la mano para hacerse lumbre; y como llegaron al pie de la torre, que tenía la subida dificultosa y descubierta, los que iban delante meneaban las hachas para hacer lumbre a los que iban subiendo, y luego echábanlos abajo, de manera que parecía que hacían almenarías de aviso. Viendo esto la vela de la torre de la fortaleza de la Alhambra, tocó a rebato, creyendo que había alguna novedad, y fue a dar mandato al conde de Tendilla, el cual envió luego veinte soldados a que supiesen qué fuegos eran aquellos. El soldado de la torre que tocaba la campana comenzó a dar grandes voces, diciendo: «Cristianos, mirad por vosotros; que esta noche habéis de ser degollados». Y con esto causo tan grande alboroto en la ciudad, que las mujeres casadas y doncellas, dejando sus proprias casas, unas iban corriendo a las iglesias, otras a la fortaleza. Los hombres, sobresaltados, salían por las calles y plazas, unos armando los arcabuces y las ballestas, y otros abrochándose los jubones y los sayos; ninguno sabía lo que era ni adónde había de acudir: tanta era la turbación que todos traían. Finalmente, toda la ciudad se alborotó, y hasta los frailes del monasterio de San Francisco dejaron sus celdas, y se pusieron en la plaza armados. Otros acudieron a la plaza Nueva, y delante la puerta de la Audiencia hicieron su escuadrón de piqueros y alabarderos, como buenos mílites de Jesucristo, creyendo que era cierto el levantamiento de los moriscos. El Presidente y el Corregidor, cada uno por su parte, enviaron a saber de las guardias del Albaicín lo que había en él; y entendiendo que había nacido el rebato de la inadvertencia de aquellos soldados, y que estaba todo quieto y pacifico, se sosegaron; y el Corregidor tomó luego las bocas de las calles por donde se podía subir a las casas de los moriscos, y puso en ellas algunos caballeros que no dejasen pasar a nadie, porque no las saqueasen; y fuera poca parte esta diligencia para excusar el saco, si una tempestad muy grande de agua que cayó del cielo no lo estorbara a los cudiciosos ciudadanos. Crecieron en un momento los arroyos por las calles de manera, que a caballo no se podían pasar, y fue necesario que la furia de la gente plebeya aplacase. Pasada la tempestad, el Corregidor, acompañado de algunos caballeros, dejando otros en guardia de aquellos pasos, subió al Albaicín, y anduvo todo lo que quedaba de la noche rondando; y cuando fue de día claro reconoció por defuera todas las murallas hasta llegar a la asomada del río Darro, y viendo que estaba todo seguro, bajó a la ciudad, y de allí adelante todas las noches rondaba con cantidad de gente armada, ansí para que los moriscos no recibiesen daño, como para asegurarse dellos. No fue de poco momento el rebato desta noche, aunque falso, porque los ciudadanos se pusieron mejor en orden, y los que no tenían armas se proveyeron dellas, y el cabildo compró mucha cantidad, y las repartió entre los vecinos, haciéndolas traer de fuera. Los veinte soldados que envió el conde de Tendilla llevaron las centinelas de la torre del Aceituno a la Alhambra, y teniéndolos presos, llegó el marqués de Mondéjar de la corte, y los mandó soltar a todos, como entendió la ocasión que había habido.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Cómo el marqués de Mondéjar vino a Granada, y don Alonso de Granada Venegas fue a informar a su majestad de los negocios de aquel reino


Llegó a Granada el marqués de Mondéjar a 17 días del mes de abril, que venía de la corte, y luego el siguiente día se juntaron los moriscos más principales del Albaicín con su procurador general, y subieron a la fortaleza de la Alhambra a dar el parabién de su venida, y le dieron grandes quejas, diciendo que los habían puesto en términos de perderse por haber tocado aquel rebato con tan pequeña ocasión, estando quietos y pacíficos todos los vecinos; y al cabo de su plática le suplicaron los favoreciese y amparase, como lo habían hecho siempre el marqués don Luis y el conde don Íñigo, sus antecesores. El Marqués mostró sentimiento y haberle pesado mucho de lo que había sucedido en su ausencia, y les prometió que ternía particular cuenta con sus cosas y con procurar que no fuesen agraviados. Con la venida del marqués de Mondéjar pareció haberse quietado algún tanto los moriscos; y don Alonso de Granada Venegas, de quien dijimos en el libro primero, capítulo 16 desta historia, movido de celo cristiano, y siguiendo los honrosos ejemplos de sus pasados, que sirvieron lealmente a los reyes de Castilla desde el día que se convirtieron a nuestra santa fe católica, acordó de ir a informar a su majestad y a los de su consejo de las cosas de aquel reino, porque se quejaban los moriscos de malos tratamientos que se les hacían cada día en hechos y en dichos y del poco remedio que se ponía en ello, y de que los malos e inquietos, que eran muchos, desacreditando a los pacíficos, tomaban alas contra ellas. Creyendo pues poder hallar algún remedio de lo que tanto se deseaba en el Albaicín, con la nueva relación del capitán general presente, y sin dar parte de su ida a otra persona que se lo pudiese impedir, partió de Granada a 24 días del mes de abril, y el primer día del mes de mayo entró en la villa de Madrid, y andando en su negocio, le llegó un correo de los moriscos del Albaicín con una carta para su majestad en nombre de todos los de aquel reino, la cual, según parece, no la había querido llevar consigo, o no se la habían osado dar en su partida, porque no se supiese de algunas espías a lo que iba. Lo que la carta contenía era significar a su majestad que los escándalos y alborotos que había en aquella ciudad eran sin causa ni fundamento que hubiese sido de su parte, sólo por la inadvertencia de los gobernadores y ministros de justicia, mediante lo cual habían estado todos a punto de ser destruidos en personas, vidas y haciendas; y lo que peor era, habían sido infamados de infieles de la fe de Jesucristo y de traidores a su rey, y publicádose y dádose dello muy concluyentes apariencias y señales, en perjuicio de sus honras. Que cuando se hallase haber sido culpados algunos dellos, sería justo que se mandasen castigar con rigor, como la gravedad del delito lo requería; mas si pareciese no ser la culpa suya, sería bien que su majestad mandase castigar a los que la tuviesen, proveyendo para en lo de adelante como más fuese su real servicio, de manera que semejantes ocasiones cesasen.   —178→   Que como desfavorecidos y amedrentados del rigor que con ellos se podría usar, no habían osado juntarse a tratar de su remedio; y agora, que parecía estar las cosas con alguna quietud, por la venida del marqués de Mondéjar, también les había asegurado poderlo hacer para ocurrir a su rey y señor natural y suplicarle lo mandase remediar con justicia; y que por no poder acudir todos, enviaban algunos particulares a quien se remitían, y especialmente a la relación que de su parte haría don Alonso de Granada Venegas, a quien todos tenían obligación de reconocer y anteponer en todas sus cosas por el valor de su persona y de sus antepasados. Por tanto, que suplicaban a su majestad humildemente le oyese y creyese de su parte, y mandando que la verdad se supiese, proveyese cómo los culpados fuesen castigados, y los buenos y leales restituidos en su honra y buena fama y desagraviados de los agravios recebidos. Hasta aquí decía la carta, la cual dio don Alonso de Granada Venegas a su majestad, y le informó largamente del negocio. Y siendo remitido al cardenal Espinosa, platicado en el Consejo, se acordó que se despidiese la gente de las cuadrillas que estaba en el Albaicín a costa de los moriscos, pues ya parecía estar pacíficos, y que en lo demás acudiesen al presidente de Granada, a quien estaba cometido aquel negocio, porque él proveería cómo fuesen desagraviados. No mucho después el presidente don Pedro de Deza, viendo que se mandaban despedir los alguaciles y rondas del Albaicín, con parecer del acuerdo y de los alcaldes de chancillería y de otras personas graves, envió relación a su majestad, diciendo que no convenía hacer novedad, antes era muy necesario que los alguaciles rondasen, por ser, como eran, hombres de bien y casados; y que con andar la ronda todas las noches, estaban los vecinos quietos, y resultaban muchos efetos buenos que la experiencia había mostrado, porque los monfís y malhechores naturales del Albaicín se habían ido, y los extranjeros no se recogían allí, y los que se acogían eran luego descubiertos y presos. Que los dueños de los ganados estaban muy contentos, porque ya no se los hurtaban. Las mujeres mal casadas tenían recogidos sus maridos, los padres a sus hijos, los amos a sus criados. Que ya no parecía persona en el Albaicín después que anochecía, ni apedreaban las ventanas de los clérigos. Que los borrachos, de que antes había gran número, y hacían de noche grandes alborotos y delitos, habían cesado; y era tanto el miedo que tenían cobrado a las guardias, que todos estaban pacíficos y quietos, sin osarse a menear. Que aquellos alguaciles eran los que hacían que se guardase la premática en lo que requería ejecución, que era en que las mujeres anduviesen con los rostros desatapados, y que tuviesen abiertas las puertas de sus casas los viernes y días de fiesta; y esto con amor y cristiandad, sin otro ningún género de interés ni molestia. Que los demás alguaciles no daban un solo paso si no se les seguía algún provecho, antes holgaban hallar de qué denunciar y cómo encarcelar y llevar costas. Que después que andaba aquella ronda no se pregonaban niños perdidos ni hurtados, como solía, porque no los osaban llevar a esconder al Albaicín, por temor de ser descubiertos; y que por estas razones y otras muchas que se pudieran decir, convernía que no se hiciese novedad, antes se les diese todo favor para proseguir lo que tenían comenzado. Y al fin se proveyó que se disimulase en lo que tocaba a los alguaciles, con moderación de la gente que había de andar con ellos.




ArribaAbajoCapítulo IX

Cómo yendo el marqués de Mondéjar a visitar la costa de la mar, se entendió más claramente el desasosiego de los moriscos por unas cartas que se tomaron a Daud, uno de los autores del rebelión, que iba a procurar favores a Berbería


Estos días salió el marqués de Mondéjar de Granada, y llevando consigo al conde de Tendilla, su hijo, fue a visitar la costa de la mar con la gente ordinaria de a caballo. Y andando en la visita, parece que los autores del rebelión acordaron que sería bien que fuese Aben Daud a Berbería a procurar algún socorro de navíos y gente, como lo había ofrecido muchas veces; y llevando consigo otros moriscos del Albaicín, se fue a juntar con las cuadrillas de monfís que andaban en la sierra de Bujol, entre Órgiba y el Zuchel, hacia la mar, para esperar que pasase por allí alguna fusta en que poderse ir; y como vio que no la había, trató con un morisco pescador, vecino de Adra la vieja, llamado Nohayla, que le vendiese una barca que tenía en la playa, con que pescaba, que era de Ginés de la Rambla, armador; el cual no sólo se la ofreció, más prometió de irse con él. En este tiempo los moriscos de aquellas cuadrillas captivaron tres cristianos, y queriéndolos matar, los defendió Daud, dándoles a entender que no se permitía en la ley de Mahoma matar los cristianos rendidos; mas hacíalo porque se los diesen para llevarlos a Berbería, y presentarlos a algún alcaide principal que le favoreciese en su negocio. Llegada pues la noche aplazada en que se habían de embarcar, Daud y sus compañeros se fueron a casa de Nohayla, y llevando consigo algunas moriscas, que deseaban ir a poder ser moras con libertad, bajaron al lugar donde estaba la barca, que era junto a la puerta de Adra, y echándola con mucho silencio a la mar, se metieron dentro todos. Este morisco dueño de la barca, temiendo que, si el negocio se descubría, le habían de castigar por ello, usó de un trato doble, cosa muy ordinaria entre los moros; y dando aviso al dueño de la barca, y al capitán de Adra, de cómo unos moriscos se la habían pedido para irse a Berbería, les dijo que les avisaría el proprio día que se hubiesen de embarcar, para que saliesen a ellos y los prendiesen; y por otra parte no fue a dar aviso el día cierto de la partida, antes dijo que sería un día señalado, y él se embarcó con toda la gente tres días antes, llevando consigo algunos monfís y los tres cristianos captivos, y muchas moriscas y muchachos; mas no tenía la barca tan segura como pensaba, porque el Ginés de la Rambla, sospechando la cautela del morisco, le había hecho dar de parte de noche unos barrenos, y tapándolos livianamente con cera, la había dejado estar. Por manera que habiendo navegado Daud un rato en ella, comenzó a entrar el agua por los lados y por los barrenos, y temiendo anegarse, le fue forzado volver a tierra; y cómo hacían ruido las mujeres y los niños al desembarcar, las guardas de Adra, que estaban sobre aviso, los sintieron y salió luego la gente, y prendiendo a un turco y algunas mujeres, dieron libertad a los tres cristianos,   —179→   y toda la otra gente se les embreñó en la sierra. Yendo pues huyendo los monfís, se cayó a uno dellos una talega de lienzo, en que llevaba un libro grande de letra arábiga, y dentro dél se hallaron una carta y una lamentación, que del tenor de lo uno y de lo otro pareció ser cosa ordenada por el mesmo Daud, significando quejas de los moriscos a los moros de África, para que apiadándose dellos, les enviasen socorro. Este libro envió luego el capitán de Adra al marqués de Mondéjar, que andaba visitando la Alpujarra, y juntamente con él los tres cristianos, para que le diesen razón de lo que habían visto; los cuales le dieron noticia de Daud, porque le habían conocido en Granada siendo geliz de la seda, y le dijeron cómo iban con él otros moriscos del Albaicín, que no supieron sus nombres; y que aquel libro era suyo, y leía cada noche en él, y predicaba a los otros la seta de Mahoma, y que acabando de predicar, llegaban todos a besar el libro y decían: «Esta es la ley de Dios y en ésta creemos, y todo lo demás es aire». Queriendo pues el Marqués saber lo que se contenía en aquel libro y en los papeles sueltos que iban dentro dél, envió a Granada por el licenciado Alonso del Castillo para que lo declarase, sospechando que había allí alguna cosa por donde se entendiese lo que los moriscos trataban. El licenciado Castillo fue luego al lugar de Berja, donde había llegado ya el Marqués visitando, y tomando el libro, lo hojeó, y halló que era de un autor árabe llamado el Lollori, que trataba de la seta de Mahoma, y traía muchas autoridades de historias antiguas; y los papeles sueltos que había dentro eran de letra del proprio Daud, porque la conoció luego. En el uno dellos se contenía una carta misiva, que decía desta manera:

CARTA QUE SE TOMÓ A DAUD EN LA COSTA DE ADRA

«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. La santificación de Dios sea sobre el mejor de sus escogidos, y después la salud de Dios cumplida sea con aquellos que Dios honró, y no los desamparó el bien, que son en este mundo dichosos; esto es, a todos los príncipes y allegados señores y amigos nuestros, a quien Dios hizo merced de dar vitoria y libertad y ensanchamiento de reinos, los moradores del poniente (ture Dios sus honras y guarde sus vidas), deseamos salud los moradores de la Andalucía, los angustiados de corazón, los cercados de la gente infiel, aquellos a quien ha tocado el mal de la ofensión. Y después desto, señores y amigos nuestros, hermanos en Dios, somos obligados de haceros saber nuestros trabajos y negocios y lo que nos ha venido de la mudanza de nuestra era y fortuna, que es parte de nuestro mucho mal: por tanto, socorrednos y hacednos limosna; que Dios gualardonará a los que bien nos hiciéredes. Sustentadnos con vuestro poderío, y abundancia de que a vosotros hizo Dios merced, aunque a nosotros no seáis en cargo; mas confiados en vuestras personas magníficas y en vuestra virtud, porque el magnífico y virtuoso desea hacer bien, os encargamos por Dios poderoso que nos sustentéis con oraciones, para que Dios nos junte con vosotros. Habéis de saber, señores nuestros, que los cristianos nos han mandado quitar la lengua arábiga, y quien pierde la lengua arábiga pierde su ley; y que descubramos las caras vergonzosas; que no nos saludemos, siendo la más noble virtud la salutación. Hannos abierto las puertas para que entre nosotros haya más males y pecados; hannos acrecentado el tributo y la pena, y han intentado de mudar nuestro traje y quitar nuestras costumbres. Aposéntanse en nuestras casas, descubren nuestras honras y vergüenzas, y con semejante mal que éste se debe deshacer todo corazón de pesar: todo esto después de tomar nuestras haciendas y captivar nuestras personas, y sacarnos con destierro de los pueblos. Hacennos caer en grande abatimiento y pérdida, apártannos de nuestros hermanos y amigos, y somos mezquinos desamparados, atenidos a la misericordia de Dios, porque nos han rodeado grandes males y desasosiegos por todas partes. Suplicamos a vuestra bondad, de parte de Dios altísimo, que contempléis nuestros negocios y los miréis con ojos de misericordia, y os apiadéis de nosotros con amor de hermanos, porque todos los creyentes en Dios son unos. Por tanto, haced bien a vuestros hermanos; ensalzadnos, ensalzaros ha Dios; apremiad a los cristianos que allá tenéis, para que, avisando a los suyos, sepan que con la pena que os fatigaren, con aquella los habéis de atormentar; aunque sobre todo la paciencia es mayor bien a los que esperan. Enviad esto al rey de levante, que es el que ha sujetado a los enemigos y ensalzado la ley, y no deis lugar a que entre vosotros haya discordias, porque la discordia es mayor mal que la muerte; y no tenemos saber ni poderío, inteligencia, ni fuerzas, para tratar de un remedio tan grande. Vivimos de contino en temor; rogad a Dios que perdone al que esto escribió. Esto es lo que queremos de vuestra virtud, que es escrita en noches de angustia y de lágrimas corrientes, sustentadas con esperanza, y la esperanza se deriva de la amargura».

El otro papel era en metros árabes y parecía ser lamentación, en que se quejaban los moriscos de opresiones que los cristianos les hacían, y literalmente decía desta manera:

«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. Antes de hablar y después de hablar sea Dios loado para siempre. Soberano es el Dios de las gentes, soberano es el más alto de los jueces, soberano es el Uno sobre toda la unidad, el que crió el libro de la sabiduría; soberano es el que crió los hombres, soberano es el que permite las angustias, soberano es el que perdona al que peca y se enmienda, soberano es el Dios de la alteza, el que crió las plantas y la tierra, y la fundó y dio por morada a los hombres; soberano es el Dios que es uno, soberano el que es sin composición, soberano es el que sustenta las gentes con agua y mantenimientos, soberano el que guarda, soberano el alto Rey, soberano el que no tuvo principio, soberano el Dios del alto trono, soberano el que hace lo que quiere y permite con su providencia, soberano el que crió las nubes, soberano el que impuso la escritura, soberano el que crió a Adán y le dio salvación, y soberano el que tiene la grandeza y crió las gentes y a los santos, y escogió dellos los profetas, y con el más alto dellos concluyó. Después de magnificar a Dios, que está solo en su cielo, la santificación sea con su escogido y con sus discípulos honrados. Comienzo a contar una historia de lo que pasa en la Andalucía,   —180→   que el enemigo ha sujetado, según veréis por escrito. El Andalucía es cosa notoria ser nombrada en todo el mundo, y el día de hoy está cercada y rodeada de herejes, que por todas partes la han cercado: estamos entre ellos avasallados como ovejas perdidas o como caballero con caballo sin freno; hannos atormentado con la crueldad; enséñannos engaños y sutilezas, hasta que hombre querría morir con la pena que siente. Han puesto sobre nosotros a los judíos, que no tienen fe ni palabra; cada día nos buscan nuevas astucias, mentiras, engaños, menosprecios, abatimientos y venganzas. Metieron a nuestras gentes en su ley, y hiciéronles adorar con ellos las figuras, apremiándolos a ello, sin osar nadie hablar. ¡Oh cuántas personas están afligidas entre los descreídos! Llámannos con campana para adorar la figura; mandan al hombre que vaya presto a su ley revoltosa; y desque se han juntado en la iglesia, se levanta un predicador con voz de cárabo y nombra el vino y el tocino, y la misa se hace con vino. Y si le oís humillarse diciendo: «Esta es la buena ley», veréis después que el abad más santo dellos no sabe qué cosa es lo lícito ni lo ilícito. Acabando de predicar se salen, y hacen todos la reverencia a quien adoran, yéndose tras dél sin temor ni vergüenza. El abad se sube sobre el altar y alza una torta de pan que la vean todos, y oiréis los golpes en los pechos y tañer la campana del fenecimiento. Tienen misa cantada y otra rezada, y las dos son como el rocío en la niebla: el que allí se hallare, verase nombrar en un papel, que no queda chico ni grande que no le llamen. Pasados cuatro meses, va el enemigo del abad a pedir las albalas en las casas de la sospecha, andando de puerta en puerta con tinta, papel y pluma, y al que le faltare la cédula, ha de pagar un cuartillo de plata por ella. Tomaron los enemigos un consejo, que paguen los vivos y los muertos. ¡Dios sea con el que no tiene que pagar! ¡Oh qué llevará de saetadas! Zanjaron la ley sin cimientos, y adoran las imágines estando asentados. Ayunan mes y medio, y su ayuno es como el de las vacas, que comen a mediodía. Hablemos del abad del confesar, y después del abad del comulgar; con esto se cumple la ley del infiel, y es cosa necesaria que se haga, porque hay entre ellos jueces crueles que toman las haciendas de los moros, y los trasquilan como trasquiladores que trasquilan el ganado. Y hay otros entre ellos, examinados, que deshacen todas las leyes, y un Horozco y otro Albotodo. ¡Oh cuánto corren y trabajan con acuerdo de acechar las gentes en todo encuentro y lugar! Y cualquiera que alaba a Dios por su lengua no puede escaparse de ser perdido, y al que hallan una ocasión, envían tras dél un adalid, que, aunque esté a mil leguas, lo halla, y preso, le echan en la cárcel grande, y de día y de noche le atemorizan diciéndole: Acordaos. Queda el mezquino pensando con sus lágrimas de hilo en hilo en diciéndole acordaos, y no tiene otro sustento mayor que la paciencia; métenle en un espantoso palacio, y allí está mucho tiempo, y le abren mil piélagos, de los cuales ningún buen nadador puede salir, porque es mar que no se pasa. Desde allí lo llevan al aposento del tormento, y le atan para dárselo, y se lo dan hasta que le quiebran los huesos. Después desto, están de concierto en la plaza del Hatabin, y hacen allí un tablado, que lo semejan al día del juicio, y el que dellos se libra, aquel día le visten una ropa amarilla, y a los demás los llevan al fuego con estatuas y figuras espantosas. Este enemigo nos ha angustiado en gran manera por todas partes, y nos ha rodeado como fuego; estamos en una opresión que no se puede sufrir. La fiesta y el domingo guardamos, el viernes y el sábado ayunamos, y con todo aun no los aseguramos. Esta maldad ha crecido cerca de sus alcaides y gobernadores, y a cada uno le pareció que se haga la ley una; y añadieron en ella, y colgaron una espada cortadora, y nos notificaron unos escritos el día de año nuevo en la plaza de Bib el Bonut; los cuales despertaron a los que dormían y se levantaron del sueño en un punto, porque mandaron que toda puerta se abriese. Vedaron los vestidos y los baños y los alárabes en la tierra. Este enemigo ha consentido esto, y nos ha puesto en manos de los judíos, para que hagan de nosotros lo que quisieren, sin que dello tengan culpa. Los clérigos y frailes fueron todos contentos en que la ley fuese toda una y que nos pusiesen debajo de los pies. Esto es lo que ha cabido a nuestra nación, como si le diesen por honra toda la infidelidad. Está sañudo sobre nosotros, hase embravecido como dragón, y estamos todos en sus manos como la tórtola en manos del gavilán. Y como todas estas cosas se hayan permitido, habiéndonos determinado con estos males, volvimos a buscar en los pronósticos y juicios, para ver si hallaríamos en las letras descanso; y las personas de discreción que se han dado a buscar los originales nos dicen que con el ayuno esperemos remediarnos; que afligiéndonos, con la tardanza habrán encarnecido los mancebos antes de tiempo; más que después deste peligro, de necesidad nos han de dar el parabién y Dios se apiadará de nosotros. Esto es lo que tengo que decir; y aunque toda la vida contase el mal, no podría acabar. Por tanto en vuestra virtud, señores, no tachéis mi orar, porque hasta aquí es lo que alcanzan mis fuerzas; desechad de mí toda calumnia, y el que endechare estos versos, ruegue a Dios que me ponga en el paraíso de su holganza.» Por estos papeles se entendió ser verdad lo que se decía del alzamiento de los moriscos, y el Marqués envió los originales y un traslado romanzado a su majestad; y habiendo estado algunos días en el lugar de Berja, fue a visitar a Adra, y de allí a la ciudad de Almería, donde estuvo mes y medio, sin que se le ordenase cosa de nuevo, y de allí volvió a la ciudad de Granada, dejando todas las plazas de la costa visitadas y proveídas lo mejor que pudo.





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ArribaAbajoLibro cuarto


ArribaAbajoCapítulo I

Cómo los moriscos del Albaicín que trataban del negocio de rebelión se resolvieron en que se hiciese, y la orden que dieron en ello


El recaudo que siempre hubo en la ciudad de Granada fue causa que los moriscos del Albaicín diesen alguna aparencia de quietud, aunque no la tenían en sus ánimos. Disimulando pues con humildad, estuvieron algunos meses, después de la venida del marqués de Mondéjar y de la ida de don Alonso de Granada Venegas a la corte, tan sosegados, que daban a entender estar ya llanos en el cumplimiento de la premática, y ansí lo escribió el Presidente a su majestad y a los de su consejo. Mas como después vieron que se les acercaba el término de los vestidos, y que no se trataba de suspender la premática con alguna prorrogación de tiempo, ciegos de pura congoja y faltos de consideración y de consejo, haciendo fucia en sus fuerzas, que si bien eran sospechosas para encubiertas, no dejaban de ser flacas para puestas en ejecución, acordaron determinadamente que se hiciese rebelión y alzamiento general, y que comenzase por la cabeza del reino, que era el Albaicín. Juntándose pues algunos dellos en casa de un morisco cerero, llamado el Adelet, tomaron resolución en que fuese el día de año nuevo en la noche, porque, demás de que los pronósticos les hacían cierto que el proprio día que los cristianos habían ganado a Granada se la habían de tornar a ganar los moros, quisieron desmentir las espías y asegurar nuestra gente, si por caso se hubiese descubierto o descubriese un concierto que tenían para la noche de Navidad. Y ansí, advirtieron que no se diese parte de la última determinación a los de la Alpujarra hasta el día en que se hubiese de hacer el eleto, porque temieron que, como gente rústica, no guardarían secreto, y tenían bien conocido dellos que en sabiendo que el Albaicín se alzaba, se alzarían luego todos. La orden que dieron en su maldad fue ésta: que en las alcarías de la Vega y lugares del valle de Lecrín y partido de Órgiba se empadronasen ocho mil hombres tales, de quien se pudiese fiar el secreto, y que éstos estuviesen a punto para, en viendo una señal que se les haría desde el Albaicín, acudir a la ciudad por la parte de la Vega con bonetes y tocas turquescas en las cabezas, porque pareciesen turcos o gente berberisca que les venía de socorro. Que para que se hiciese el padrón con más secreto, fuesen dos oficiales por las alcarías y lugares, so color de adobar y vender albardas, y se informasen de pueblo en pueblo de las personas a quien se podrían descubrir, y aquellos empadronasen, encargándoles secreto; que de los lugares de la sierra se juntarían dos mil hombres en un cañaveral que estaba junto al lugar de Cenes, en la ribera de Genil, para que con ellos el Partal de Narila, famoso monfí, y el Nacoz de Nigüeles, y otros que estaban ya hablados, acudiesen a la fortaleza del Alhambra, y la escalasen de noche por la parte que responde a Ginalarife. Y para esto se encargó un morisco albañir, que labraba en la obra de la casa real, llamado Mase Francisco Abenedem, que daría el altor de los muros y torres para que las escalas se hiciesen a medida, y se hicieron diez y siete escalas en los lugares de Güejar y Quéntar con mucho secreto; las cuales vimos después en Granada, y eran de maromas de esparto con unos palos atravesados, tan anchos los escalones, que podían subir tres hombres a la par por cada uno dellos. Que los mancebos y gandules del Albaicín acudirían luego con sus capitanes en esta manera:

Miguel Acis, con la gente de las parroquias de San Gregorio, San Cristóbal y San Nicolás, a la puerta de Frex el Leuz, que cae en lo más alto del Albaicín a la parte del cierzo, con una bandera o estandarte de damasco carmesí con lunas de plata y flecos de oro, que tenía hecha en su casa y guardada para aquel efeto; Diego Nigueli el mozo, con la gente de San Salvador, Santa Isabel de los Abades y San Luis, y una bandera de tafetán amarillo, a la plaza Bib el Bonut; y Miguel Mozagaz, con la gente de San Miguel, San Juan de los Reyes, y San Pedro y San Pablo, y una bandera de damasco turquesado, a la puerta de Guadix. Que lo primero que se hiciese fuese matar los cristianos del Albaicín que moraban entre ellos, y dejando cada uno una parte de la gente de cuerpo de guardia en los lugares dichos, acometiesen la ciudad por tres partes, y a un mesmo tiempo la fortaleza de la Alhambra. Que los de Frex el Leuz bajasen por un camino que va por fuera de la muralla a dar al Hospital Real, y ocupando la puerta Elvira, entrasen por la calle adelante, matando los que saliesen al rebato; y llegando a las casas y cárcel del Santo Oficio, soltasen los moriscos presos, y hiciesen todo el daño que pudiesen en los cristianos. Que los de la plaza de Bib el Bonut, bajando por las calles de la Alcazaba, fuesen a dar a la calle de la Calderería y a la cárcel de la ciudad, y quebrantándola, pusiesen en libertad a los moriscos, y pasasen a las casas del Arzobispo y procurasen prenderle o matarle. Que los de la puerta Guadix entrasen por la calle del río Darro abajo a dar a las casas de la Audiencia Real, y procurando matar o prender al Presidente, soltasen los presos moriscos que estaban en la cárcel de chancillería, y se fuesen a juntar todos en la plaza de Bibarrambla, donde también acudirían los ocho mil hombres de la Vega y valle de Lecrín, y de allí a la parte donde hubiese mayor necesidad, poniendo la ciudad a fuego y a sangre. Y que puestos todos a punto, se daría aviso a la Alpujarra para que hiciesen allá otro tanto. Este fue el concierto que Farax Aben Farax, y Tagari, y Mofarrix, y Alatar, y Salas, y sus compañeros hicieron, según pareció por confesiones de algunos que fueron presos, que nos fueron mostradas en Granada, y de otros de los que se hallaron presentes; y fuera dañosísimo para el pueblo cristiano si lo pusieran en ejecución; mas fue Dios servido que habiendo los albarderos empadronado ya los ocho mil hombres antes de llegar a Lanjarón, y estando los demás todos apercebidos   —182→   y a punto para acudir a las partes que les habían sido señaladas, los monfís de la Alpujarra se anticiparon por cudicia de matar unos cristianos que iban de Ugíjar de Albacete a Granada, y otros que pasaban de Granada a Adra, y desbarataron su negocio. Y porque se entienda cuán prevenidos y avisados estaban para el efeto, ponemos aquí dos cartas traducidas de arábigo, de las que Aben Farax y Daud escribieron a los moriscos de los lugares con quien se entendían, y a los caudillos de los monfís, sobre este negocio.

CARTA DE FARAX ABEN FARAX A LOS LUGARES, SOBRE EL REBELIÓN

«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso, Santificó Dios a nuestro profeta Mahoma, y a su gente, familia y aliados salvó salvación gloriosa. Hermanos nuestros y amigos, viejos, ancianos, caudillos, alguaciles, regidores y otros nuestros hermanos, y a todo el común de los moros: ya sabéis por nuestros pronósticos y juicios lo que Dios nos ha prometido; la hora de nuestra conquista es llegada para ensalzar en libertad la ley de la unidad de Dios, y destruir la del acompañamiento de los dioses. Estad unánimes y conformes para todo lo que os dijere e informare de nuestra parte nuestro procurador Mahomad Aben Mozud, que tiene nuestro poder y cargo para esto. Y lo que él os dijere haced cuenta que nos lo decimos, porque con el ayuda y favor de Dios estéis todos prevenidos y a punto de guerra para venir a Granada a dar en estos descreídos el día señalado. Los que no estuvieren apercebidos, haced que se aperciban, y a los que no lo supieren, avisadlos dello, que para este efeto están ya prevenidos todos desde el lugar de la Jauría y del Gatucin, hasta Canjáyar de la Jarquía. La salud de Dios sea con vosotros. -Farax Aben Farax, gobernador de los moros, siervo de Dios altísimo».

CARTA DE DAUD A CIERTOS CAPITANES DE LOS MONFÍS

«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. La salud de Dios buena, comprehendiente, deseo a aquel que el soberano honró, e no le desamparó el bien, que es mi señor Cacim Abenzuda y sus compañeros, y a mi señor el Zeyd, y a todos los amigos juntamente deseo salud: vuestro amigo el que loa vuestras virtudes, el que tiene gran deseo de veros, el que ruega a Dios por el buen suceso de vuestros negocios, Mahamete, hijo de Mahamete Aben Daud, vuestro hermano en Dios. Hágoos saber, hermanos míos, que estoy bueno, loado sea Dios por ello, y tengo puesto mi cuidado con vosotros muy mucho. Sábelo Dios que me ha pesado de vuestro trabajo; el parabién os doy del buen suceso y salvamento. Roguemos a Dios por su amparo en lo que queda. Hágoos saber, hermanos míos, que los granadinos me enviaron a buscar después que de vosotros me partí, y no supieron dónde estaba, y esta nueva tuve en el Rubite; mas no alcancé de quién era la mensajería, hasta que lo vine a saber de unos de Lanjarón, que me dijeron cómo los de Granada andaban resucitando el movimiento en que entendían por el mes de abril; y como supe esto, hablé con mi señor Hamete, y me aconsejó que subiese a Granada, y que supiese la certidumbre deste negocio y que le avisase dello. Yo subí al Albaicín, y hallé el movimiento muy grande, y la gente determinada a lo que se debía determinar. Entonces me junté con las cabezas que entienden en este negocio, y me dijeron que enviase a la gente que estaba en las sierras, y les hiciese saber esta nueva, para que ellos la publicasen de unos en otros, y que se juntasen; porque juntos consultaríamos y veríamos lo que se había de hacer. En esto quedamos y enviamos a los de las alcarías, y les hicimos saber la nueva; y todos dijeron: Querríamos que este negocio fuese hoy antes que mañana, porque más queremos morir, y nos es más fácil, que vivir en este trabajo en que estamos; y lo mesmo dijeron las gentes de la Garbia y de la Jarquía, diciendo: Veisnos aquí muy prestos con nuestras personas y bienes. Y como contase esto a los granadinos, acordaron de enviar por todo el reino, avisándoles que apercibiesen la gente, y se aparejasen lo mejor que pudiesen. A esta sazón acordamos de enviar a los monfís, adonde quiera que estuviesen, para que se juntasen y avisasen unos a otros para el día que fuese menester. Este día están aguardando todos, chicos y grandes, y esto es necesario que se haga, siendo Dios servido, oh amigos míos. En recibiendo mi carta, apercebíos a la obra como hombres, porque mejor os será defender vuestros hijos y hermanos, y alzar el yugo de servidumbre de nuestro reino, y conquistar al enemigo, y morir en servicio de Dios, que pasaros a Berbería para dejar desamparados a vuestros hermanos los moros; porque el que esto hiciere de vosotros y muriere, morirá sin premio; el que viviere, y matare alguno de los moros, será juzgado ante las manos de Dios el día del juicio; el que muriere peleando con los herejes, morirá mártir; y el que viviere, vivirá honrado; y las razones acerca desto se podrían alargar; por tanto acortemos esta razón. Esto es, hermanos míos, lo cierto que os hacemos saber; por tanto aparejáos, y enviad a nuestro caudillo Hamete a hacerle saber esta nueva, y él os avisará aquello que se deba hacer; porque nosotros enviamos un hombre con la nueva, y no hemos sabido más lo que hizo. Enviad a la gente y avisadlos donde quiera que estén, y avisémonos de contino, porque siempre sepamos unos de otros para lo que se ofreciere. Y por amor de Dios os encargo el secreto que pudiéredes, mientras Dios altísimo nos provee de su libertad, la cual será muy propincua mediante él. La gracia y bendición de Dios sea con vosotros, que es escrita en 25 de otubre. Y la firma decía: Mahamete, hijo de Mahamete Aben Daud, siervo de Dios».




ArribaAbajoCapítulo II

Cómo se hicieron nuevos apercebimientos en Granada con sospecha del rebelión


Todo esto que los moriscos hacían en su secreto era de manera que causaba una sospecha y confusión muy grande en Granada y en todo el reino. Veíase que los monfís andaban cada día más desvergonzados, despreciando y teniendo en poco a las justicias; que los moriscos mancebos, a quien no cabía en el pecho lo que estaba concertado, publicaban que antes que se cumpliese el término de la premática habría mundo nuevo. La ciudad estaba llena de moriscos forasteros, que so color   —183→   de vender su seda y comprar sayas y mantos para sus mujeres, habían acudido de muchas partes del reino a saber lo que se trataba y cuándo había de ser el levantamiento. Tenía el marqués de Mondéjar avisos del desasosiego que traían; publicábase entre el vulgo que la noche de Navidad habían de entrar a levantar el Albaicín seis mil turcos, y aunque éstas parecían ser cosas a que se debía dar poco crédito, traían alguna aparencia. Entendiose después que ellos habían echado aquella fama, para que cuando acudiesen los ocho mil hombres que estaban empadronados en el Valle y Vega, entendiesen que eran turcos, y no quedase morisco en todo el reino que no se alzase. Con todo esto no acababan de persuadirse los ministros de su majestad que fuese rebelión general, sino que algunos perdidos andaban inquietando y alborotando la tierra, y que éstos no podrían permanecer muchos días, no siendo todos en la conjuración; y era ansí que los hombres ricos y que vivían descansadamente, creyendo que sola la sospecha del rebelión sería parte para que los del Consejo hiciesen con su majestad que mandase suspender la premática, holgaban que se alborotase la gente; mas no querían que se entendiese ser ellos los autores; y por otra parte, los ofendidos de las justicias y de la gente de guerra, y con ellos los pobres y escandalosos, queriendo venganza y enriquecer con haciendas ajenas, avivaban la voz de la libertad y encendían el fuego de la sedición. Hubo algunos de los autores que se arrepintieron en el punto, considerando el poco fundamento con que se movían, y avisaron dello, aunque por indirectas y no sin falta de malicia, a los ministros. Uno destos fue aquel Mase Francisco Abenedem que dijimos, el cual se fue al padre Albotodo el jueves 23 días del mes de diciembre, y como en confesión, le dijo que había entendido de unos moriscos gandules que pasaban por delante la puerta de su casa, cómo se quería levantar el reino la noche de Navidad, por razón de la premática; mas no le declaró otra cosa en particular. Con este aviso se fue luego Albotodo al maestro Plaza, su retor, y dándole cuenta de lo que el morisco le había dicho, se fueron juntos al Arzobispo, y con su licencia lo dijeron al Presidente y al marqués de Mondéjar y al Corregidor; los cuales no quisieron que se publicase, porque la ciudad no se alborotase, y solamente mandaron reforzar las guardias y doblar las centinelas y rondas, tanto para seguridad de los cristianos como de los moriscos. El marqués de Mondéjar puso buen recaudo en la fortaleza de la Alhambra, y el Corregidor, acompañado con mucho número de gente armada, rondó aquella noche y la siguiente las calles y plazas del Albaicín y de la Alcazaba.




ArribaAbajoCapítulo III

Cómo los caudillos de los monfís comenzaron el rebelión en la Alpujarra por cudicia de matar unos cristianos en la taa de Poqueira y en Cádiar


Teniendo pues Farax Abenfarax apercebidos todos sus amigos y conocidos en los lugares de moriscos, con cartas y personas de quien podía fiar el secreto, y viendo que se acercaba el día señalado, envió al Partal de Narila a que juntase las cuadrillas de los monfís, y las trajesen a las taas de Poqueira y Ferreira y Órgiba, para que alzasen aquellos pueblos en sabiendo que los del Valle y de la Vega iban la vuelta de Granada, y atravesando luego la Sierra Nevada, acudiesen a favorecer la ciudad. Este Partal había estado preso en el santo oficio de la Inquisición, donde se le había mandado que no saliese de Granada; el cual, so color de que padecía necesidad había pedido licencia a los inquisidores para ir a vender su hacienda a la Alpujarra, y con esta ocasión se había pasado a Berbería, y después volvió a estas partes a dar calor al rebelión, ofreciéndose de traer grandes socorros de África, exagerando el poder de aquellos infieles; y mientras esto se trataba, estuvo escondido algunos días en su casa, y no veía la hora de comenzar su maldad, como la comenzó antes de tiempo, por lo que agora diremos.

Acostumbraban cada año los alguaciles y escribanos de la audiencia de Ugíjar de Albacete, que los más dellos estaban casados en Granada, ir a tener las pascuas y las vacaciones con sus mujeres, y siempre llevaban de camino, de las alcarías por donde pasaban, gallinas, pollos, miel, fruta y dineros, que sacaban a los moriscos como mejor podían. Y como saliesen el martes 22 días del mes de diciembre Juan Duarte y Pedro de Medina, y otros cinco escribanos y alguaciles de Ugíjar con un morisco por guía, y fuesen por los lugares haciendo desórdenes con la mesma libertad que si la tierra estuviera muy pacífica, llevándose las bestias de guía, unos moriscos cuyas eran, creyendo no las poder cobrar más, por razón del levantamiento que aguardaban, acudieron a los monfís, y rogaron al Partal y al Seniz de Bérchul que saliesen a ellos con las cuadrillas y se las quitasen; los cuales no fueron nada perezosos, y el jueves en la tarde, 23 días del dicho mes, llegando los cristianos a una viña del término de Poqueira, salieron a cortarles el camino y las vidas juntamente, sin considerar el inconviniente que de aquel hecho se podría seguir a su negocio; y matando los seis dellos, huyeron Pedro de Medina y el morisco, y fueron a dar rebato a Albacete de Órgiba; y demás destos, a la vuelta toparon con cinco escuderos de Motril, que también habían venido a llevar regalos para la Pascua, y los mataron, y les tomaron los caballos. El mesmo día entraron en la taa de Ferreira Diego de Herrera, capitán de la gente de Adra, y Juan Hurtado Docampo, su cuñado, vecino de Granada y caballero del hábito de Santiago, con cincuenta soldados y una carga de arcabuces que llevaban para aquel presidio, y como fuesen haciendo las mesmas desórdenes que los escribanos y escuderos, los monfís fueron avisados dello, y determinaron de matarlo, como a los demás, pareciéndoles que no era inconviniente anticiparse, pues estaban ya avisados todos y prevenidos para lo que se había de hacer. Con este acuerdo fueron a los lugares de Soportújar y Cáñar, que son en lo do Órgiba, y recogiendo la gente que pudieron, siguieron el rastro por donde iba el capitán Herrera y sabiendo que la siguiente noche habían de dormir en Cádiar, comunicaron con don Hernando el Zaguer su negocio, y él les dio orden como los matasen, haciendo que cada vecino del lugar llevase un soldado a su casa por huésped, y metiendo a media noche los monfís en las casas, que se las tuvieron abiertas los huéspedes, los mataron todos uno a uno; que solos tres soldados tuvieron lugar de huir la vuelta de Adra, y juntamente con ellos mataron a Mariblanca, ama del beneficiado Juan de Ribera, y otros vecinos del lugar.   —184→   Hecho esto, los vecinos de Cádiar se armaron con las armas que les tomaron, y enviando las mujeres y los bienes muebles y ganados con los viejos a Juviles, se fueron los mancebos la vuelta de Ugíjar de Albacete con los monfís, y don Hernando el Zaguer y el Partal fueron a dar vuelta por los lugares comarcanos para recoger gente, y otro día se juntaron todos en Ugíjar, donde los dejaremos agora hasta que sea tiempo de volver a su historia, que ellos harán por donde no podamos olvidarlos aunque queramos. Y si acaso el letor echare menos alguna cosa que él sabe o desea saber, vaya con paciencia; que adelante en el discurso de la historia lo hallará; que como fueron tan varios los sucesos y en tantas partes, es menester que se acuda a todo.




ArribaAbajoCapítulo IV

Cómo en Granada se supo las muertes que los monfís habían hecho, y cómo Abenfarax quiso alzar el Albaicín


Celebrose la fiesta del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo en Granada el viernes en la noche con la solenidad que se solía hacer otros años en aquella insigne ciudad, aunque con más recato, porque anduvo mucha gente armada rondando las calles. El sábado por la mañana llegaron dos moriscos de Órgiba con dos cartas, una del alcaide Gaspar de Sarabia, y otra de Hernando de Tapia, cuadrillero de los que andaban en seguimiento de los monfís que había guarecidos en la torre de Albacete, como adelante diremos. Estas cartas eran, la una para el Presidente, la otra para don Gabriel de Córdoba, tío del duque de Sesa, cuya era aquella villa, dándoles aviso de las muertes que los moriscos habían hecho, y cómo se habían alzado luego, y tenían cercados los cristianos en la torre, para que lo dijesen al marqués de Mondéjar y le pidiesen que les enviase socorro. Don Gabriel de Córdoba tomó las dos cartas y las llevó luego al Presidente, y después al marqués de Mondéjar, el cual sospechando que algunos moros berberiscos habían desembarcado en la costa, y juntádose con los monfís para llevarse algún lugar, como lo habían hecho otras veces, solamente proveyó que se apercibiesen los jinetes, por si fuese menester hacer algún socorro; y no segundando otra nueva, se enfrió la primera, y la lente de la ciudad se descuidó; y como estaban todos cansados de las rondas pasadas, y hacía aquella noche un temporal asperísimo de frío con una agua nieve muy grande, no hubo quien acudiese a casa del Corregidor para salir a rondar con él; y si algunos caballeros acudieron, fueron pocos y tan tarde, que se hubo de dejar de hacer la ronda cuando mayor necesidad hubo della. Los moriscos del Albaicín habían tenido más cierta nueva de lo que había en la Alpujarra, y andando todos turbados, unos se holgaban que los alpujarreños hubiesen comenzado el levantamiento con riesgo de sus cabezas; y otros, que deseaban rebelión general, les pesaba de ver que los monfís se hubiesen anticipado por cudicia de matar aquellos pocos cristianos, y que no hubiesen tenido sufrimiento de aguardar a que el Albaicín comenzase, como estaba acordado. Farax Abenfarax, que estaba a la mira, viendo que la ciudad y la Alhambra se apercebían cada hora, tomó consigo el sábado en la tarde, primer día de pascua de Navidad, al Nacoz de Nigüeles y al Seniz de Bérchul, capitanes de monfís, y a gran priesa se fue con ellos a los lugares de Güejar, Pinos, Cenes, Quéntar y Dúdar, y recogió como ciento y ochenta hombres perdidos de los primeros monfís que pudieron atravesar la sierra el viernes por la mañana, porque los otros no les pudieron acudir, ni menos les acudieron los de aquellos lugares, diciendo que los del Albaicín les habían enviado a decir aquella mañana que no hiciesen novedad hasta que ellos les avisasen. Con esta gente quiso Farax comenzar a matar cristianos. En Quéntar le escondieron al beneficiado los proprios moriscos del lugar, y el de Dúdar se le defendió en la torre de la iglesia; y aunque le puso fuego, no le aprovechó nada. De allí pasó la vuelta de Granada, determinado de alzar el Albaicín; y bajando a unos molinos que están sobre el río Darro, hizo tomar los picos y herramientas que había en ellos, y llegando al muro de la ciudad que está por cima de la puerta de Guadix, rompió una tapia de tierra con que estaba cerrado un portillo, y dejando allí veinte y cinco hombres, entró con los demás por cima del barrio llamado Rabad Albaida, a media noche en punto; y se metió en su casa junto a Santa Isabel de los Abades, y al entrar del portillo hizo que todos los compañeros dejasen los sombreros y monteras que llevaban, y se pusiesen bonetes colorados a la turquesca, y sus toquillas blancas encima, para que pareciesen turcos. Luego envió a llamar algunos de los autores del rebelión, y les dijo que, pues el levantamiento estaba ya comenzado en la Alpujarra, convenía que los del Albaicín hiciesen lo mesmo antes que los cristianos metiesen más gente de guerra en la ciudad; que los ocho mil hombres que habían de acudir del Valle y Vega y los capitanes de las parroquias no estaban tan desapercebidos, que en sintiendo el levantamiento dejasen de acudir, aunque fuese antes de tiempo, y que lo mesmo harían los de los lugares de la sierra, y se podría hacer el efeto de la Alhambra; los cuales, no aprobando su determinación tan inconsiderada, le dijeron que no era buen consejo el que tomaba; que habiendo de venir con ocho mil hombres, venía con cuatro descalzos; y que no entendían perderse, ni le podían acudir, porque venía antes de tiempo y con poca gente; y ansí se fueron a encerrar en sus casas, no con menor contento de lo que Farax quería hacer que de la que habían hecho los de la Alpujarra, creyendo que lo uno y lo otro sería parte para que por bien de paz se diese nueva orden en lo de la premática, sin aventurar ellos sus personas y haciendas. De la respuesta de los del Albaicín se sintió gravemente Farax, y comenzó a quejarse dellos, diciendo: «¿Cómo habéisme hecho perder mi casa, mi familia y mi hacienda, y darme a las sierras con los perdidos, por sólo poner la nación en libertad; y agora, que veis el negocio comenzado, los que más habíades de favorecernos y ayudarnos os salís afuera, como si nos quedase otra manera de remedio, o esperásemos alcanzar perdón en algún tiempo de nuestras culpas? Debiérades avisarnos antes de agora; y pues ansí es, yo haré que el Albaicín se levante, o perezcáis todos los que estáis en él». Con estas amenazas salió de su casa dos horas antes que amaneciese, llevando la gente en dos cuadrillas, y por la calle de Rabad Albaida arriba se fue derecho a la placeta que está delante la puerta de San Salvador, donde fue avisado que estaban seis o siete soldados haciendo guardia, y llegando a la boca de la calle, los monfís delanteros quisieran no descubrirse   —185→   hasta que llegaran todos, porque vieron un soldado que se andaba paseando por la placeta. Este soldado estaba haciendo centinela, y cuando sintió el ruido de la gente que subía por la calle arriba, creyendo que era el Corregidor que andaba rondando, quiso hacer del bravo, y poniendo mano a la espada, se fue derecho a los monfís, diciendo: «¿Quién vive?» Respondiéronle con las ballestas, que llevaban armadas, y hiriéndole en el muslo, dio vuelta a los compañeros, huyendo y tocando arma; los cuales estaban durmiendo alderredor de un fuego que tenían encendido junto a la pared de la iglesia, porque hacía mucho frío, y no fueron tan prestos a levantarse como convenía; por manera que los monfís mataron uno dellos y hirieron otros dos. Finalmente, los sanos y los heridos huyeron, y los enemigos fueron siguiendolos por unas callejuelas angostas, hasta dar en la plaza de Bib el Bonut, y llegando a unas casas grandes donde moraban los padres jesuitas, llamaron por su nombre al padre Albotodo, y le deshonraron de perro renegado, que siendo hijo de moros, se había hecho alfaquí de cristianos; y como no pudieron romper la puerta, que era fuerte y estaba bien atrancada de parte de dentro, derribaron una cruz de palo que estaba puesta sobre ella, y la hicieron pedazos. La otra cuadrilla que venía atrás con el Nacoz, en llegando a la placeta tomó a mano derecha, y a la entrada de una calle que llaman la plaza Larga, derribaron las puertas de la botica de un familiar del Santo Oficio, llamado Diego de Madrid, pensando que estaba dentro, porque solía dormir allí cada noche; y no le hallando, vengaron la ira en los botes y redomas, haciéndolo todo pedazos. De allí pasaron al portillo de San Nicolás, que está junto a la puerta más antigua de la Alcazaba Cadima, en un cerrillo alto, de donde se descubre la mayor parte del barrio del Albaicín, y tocando los atabalejos y dulzainas que llevaban, con dos banderas tendidas y un cirio de cera ardiendo, comenzó uno dellos a dar grandes voces en su algarabía, diciendo desta manera: «No hay más que Dios y Mahoma, su mensajero. Todos los moros que quisieren vengar las injurias que los cristianos han hecho a sus personas y ley, vénganse a juntar con estas banderas, porque el rey de Argel y el Jerife, a quien Dios ensalce, nos favorecen y nos han enviado toda esta gente y la que nos está aguardando allí arriba. Ea, ea, venid, venid; que ya es llegada nuestra hora, y toda la tierra de los moros está levantada». Este pregón fue oído y entendido por muchos cristianos que moraban en el Albaicín y en el Alcazaba; mas no hubo morisco ni cristiano que saliese de su casa ni hiciese señal de abrir puerta ni ventana, aunque dos hombres nos dijeron que habían oído que desde una azotea les habían respondido: «Hermanos, idos con Dios; que sois pocos y venís sin tiempo». Viendo pues Farax Abenfarax que no le acudía nadie, y que las campanas de San Salvador tocaban a rebato, porque el canónigo Alonso de Horozco, que vivía a las espaldas de la sacristía, se había metido dentro por una puerta falsa y las hacía repicar, recogiendo todos sus compañeros, se salió de entre las casas, y se fue a poner en un alto de la ladera, por donde se sube a la torre del Aceituno, y desde allí hizo dar otro pregón de la mesma manera; y como no le acudió nadie, comenzó a deshonrar a los del Albaicín, diciéndoles: «Perros, cornudos, cobardes, que habéis engañado las gentes y no queréis cumplir lo prometido». Y saliéndose por el portillo que había entrado, se fue la vuelta de Cenes siendo ya el alba del día, sin que en aquellas dos horas hubiese quien le diese el menor estorbo del mundo; por manera que se deja bien entender que si Farax trajera consigo la gente toda, y los del Albaicín le acudieran, pudiera hacer terrible espectáculo de muertos en la ciudad aquella noche; y tanto más, si llegaran las cuadrillas de los monfís que venían de la Alpujarra, que por hacer la noche tempestuosa de nieve se habían desbaratado, no pudiendo atravesar la sierra; y lo mesmo habían hecho algunos mancebos sueltos que estuvieron apercebidos para ello, y habían avisádole que serían con él la noche de Navidad, entendiendo que lo podrían hacer.




ArribaAbajoCapítulo V

De lo que los cristianos hicieron cuando supieron la entrada de los monfís en el Albaicín


Los soldados que dijimos que huyeron del cuerpo de guardia, fueron luego a dar aviso a Bartolomé de Santa María, que era uno de los alguaciles señalados por el Presidente, y bajando a la ciudad, iban por las calles dando voces y tocando arma; mas estaban los vecinos tan descuidados, que muchos no creían que fuese arma verdadera, y asomándose a las ventanas, les decían que callasen, que debían de venir borrachos. Otros salieron turbados con las armas en las manos, no sabiendo lo que habían de hacer ni adónde habían de acudir. Llegado pues a las casas de la Audiencia, donde estaba el Presidente, y dándole cuenta de lo que pasaba, aunque confusamente, como hombres que no habían hecho más que huir, envió uno dellos al marqués de Mondéjar y otro al Corregidor, y mandó al alguacil que volviese al Albaicín y entendiese más de raíz lo que había en él. El soldado que fue al marqués de Mondéjar se detuvo un rato en la puerta de la Alhambra, que no le quisieron abrir hasta que el conde de Tendilla, que andaba rondando, lo mandó; el cual había ya oído las voces y los instrumentos desde los muros; y queriéndose informar mejor, le preguntó qué ruido había sido aquél, y él le contó lo que había pasado, y le dijo que el Presidente le enviaba a que avisase al Marqués. Entonces le llevó el Conde consigo al aposento de su padre, para que le informase de lo que le había dicho a él; mas el Marqués no podía creer que fuese tanto como el soldado decía, sino que algunos hombres perdidos habían hecho aquel alboroto. Y como todavía le afirmase que eran moros vestidos y tocados como moros, y el proprio Conde, su hijo, le dijese que había oído las voces y los instrumentos, entonces se paró a considerar el caso con más cuidado y a pensar en lo que convenía hacer. Hallábase con solos ciento y cincuenta soldados, y cincuenta caballos que poder sacar y dejar en la fortaleza; parecíale que sería gran yerro salir della de noche, no sabiendo la cantidad de moros que eran los que habían entrado en el Albaicín, que podrían ser muchos, habiendo tanto número de moriscos en la tierra. Veía que en la ciudad había muy poca gente útil y bien armada de que poderse valer para acometerlos en la angostura de las calles y casas, donde había más de diez mil hombres para poder tomar armas; y al fin, resolviéndose de no dejar la fortaleza, tampoco consintió   —186→   que se tocase rebato, porque habiendo cesado ya el ruido en el Albaicín, parecía estar todo sosegado, y no quiso dar ocasión a que los ciudadanos subiesen a saquear las casas de los moriscos; en lo cual estuvo muy atentado, porque según la gente estaba cudiciosa, no fuera mucho que lo pusieran por la obra. Por otra parte, el Corregidor, luego que el otro soldado llegó a él con aviso, poniéndose a caballo con algunos caballeros que le acudieron, fue a las casas de la Audiencia, y en la plaza Nueva, que está delante dellas, comenzó a recoger gente de la que venía desmandada, y procuró estorbar que no subiese nadie al Albaicín. También acudieron don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdoba, su yerno, alférez mayor de Granada, y otros caballeros, que estuvieron en aquella plaza armados lo que quedaba de la noche, esperando si el negocio pasaba más adelante. El alguacil luego que entró por las calles del Albaicín entendió que los moros se habían ido, porque no halló persona sospechosa en todas ellas; y juntando la más gente que pudo, fue la vuelta del portillo por donde habían entrado, pensando tomar lengua dellos, y hallando allí un costal de bonetes colora dos, que según parece, traían para dar a los mozos gandules que se juntasen con ellos, y algunas herramientas que habían dejado, lo recogió todo, y no se atreviendo a pasar más adelante, se volvió a la ciudad. Siendo pues ya de día claro, el marqués de Mondéjar dejó en la fortaleza de la Alhambra a don Alonso de Cárdenas, su yerno, que después fue conde de la Puebla; y llevando consigo al conde de Tendilla y a don Francisco de Mendoza, sus hijos, bajó a la plaza Nueva, donde estaban el Corregidor y don Gabriel de Córdoba, y se recogieron luego los marqueses de Villena y Villanueva, y don Pedro de Zúñiga, conde de Miranda; que todos habían venido a seguir sus pleitos en la Audiencia Real, y otros muchos caballeros y escuderos armados, y les dijo que se asosegasen, porque sin duda los que habían entrado en el Albaicín y hecho aquel alboroto debían de ser monfís y hombres perdidos, que habían salídose luego huyendo, y que brevemente se entendería lo que había sido. Y estándoles diciendo esto, llegó a él un hombre, y le dio aviso como los moros iban con dos banderas tendidas por detrás del cerro del Sol, a dar a la casa de las Gallinas, llamada Darluet, que está como media legua de la ciudad sobre el río Genil. Con esta nueva se alborotaron todos aquellos caballeros. Hubo algunos que dijeron al marqués de Mondéjar que sería bien enviar sesenta caballos con otros tantos arcabuceros a las ancas, que procurasen entretener aquellos moros mientras llegaba el golpe de la gente; el cual no lo consintió, diciendo que primero quería informarse qué gente eran y el camino que llevaban, y la seguridad que quedaba en el Albaicín. Desto se desgustaron muchos de los que allí estaban, entendiendo que cuanto más se dilatase la salida, tanto más lugar y tiempo ternían los moros para meterse en la sierra, donde después no se pudiesen aprovechar dellos, como sucedió. Luego mandó el marqués de Mondéjar a un escudero criado suyo, llamado Ampuero, que fuese a reconocer qué gente era la que aquel hombre decía que había visto, y que llevase consigo otro compañero, y en descubriéndolos, le dejase sobre ellos y tornase con diligencia a darle aviso; y viendo el mal recaudo y poco caudal de gente con que se hallaba para, si fuese menester, oprimir con fuerza a los del Albaicín, y que para estorbarles que no se rebelasen convenía usar con ellos de industria, dejando en la plaza al conde de Tendilla en compañía de los otros caballeros, y algunos veinticuatros en las bocas de las calles, acompañado del Corregidor, y con treinta caballos y cuarenta arcabuceros y los alabarderos de su guardia, subió al Albaicín, y atravesando por él sin topar gente, porque los moriscos se habían encerrado y hecho fuertes en las casas, de miedo no los robasen, llegó a la iglesia de San Salvador; y preguntó a algunos cristianos que estaban allí recogidos qué era la causa que no parecían moros, los cuales le dijeron que estaban todos encerrados en sus casas. Entonces mandó a Jorge de Baeza que llamase algunos de los más principales, porque les quería hablar; y trayendo ante él veinte y cinco o treinta hombres, les preguntó qué novedad había sido aquella, y qué gente era la que había entrado en el Albaicín a desasosegarlos; los cuales respondieron con mucha humildad que no sabían nada; que ellos habían estado metidos en sus casas, y eran buenos cristianos y leales vasallos de su majestad, y como tales no habían de hacer cosa que fuese en su deservicio; y que si alguna gente había entrado a poner la ciudad en alboroto, serían enemigos suyos y personas que querían hacerles mal. A esto les respondió el marqués de Mondéjar que por cierto así lo habían mostrado como decían, y que procurasen conservarse en lealtad; porque siendo los que debían, él procuraría que no se les hiciese agravio, y escribiría a su majestad en su recomendación, suplicándole que les hiciese toda merced y favor. Con esto quedaron los moriscos, al parecer, de temerosos que estaban, muy contentos, y prometieron de estar y perseverar en la fidelidad y obediencia que debían como buenos y leales vasallos. Hecha esta diligencia, bajó el marqués de Mondéjar por la cuesta de la Alcazaba, y entrando en la ciudad por la puerta Elvira, volvió a la plaza Nueva, donde estaban todavía aquellos caballeros aguardándole; y apartándose con el Corregidor y con el conde de Tendilla, estuvieron buen rato dando y tomando sobre lo que convenía hacer, y al fin se resolvieron en que, venido Ampuero, y sabido el camino que llevaban los moros, se podría ir en su seguimiento, porque habiendo de rodear por el valle de Lecrín, no se podrían meter tan presto en las sierras, que la caballería no los alcanzase primero; y con este acuerdo dijo a los señores y caballeros que allí estaban que se fuesen a sus casas y estuviesen a punto para cuando sintiesen tirar una pieza de artillería; y él se volvió con sus hijos a la Alhambra.




ArribaAbajoCapítulo VI

Cómo el marqués de Mondéjar salió en busca de los monfís que habían entrado en el Albaicín


El mesmo día el Corregidor y los veinticuatros, viendo que tardaba mucho la orden del marqués de Mondéjar, acordaron de salir ellos por ciudad en seguimiento de los monfís, y habiéndolo tratado en su cabildo, le enviaron a decir con dos veinticuatros, que le suplicaban fuese servido de salir luego por su persona, porque le acompañarían todos, o que les diese licencia para que ellos lo pudiesen hacer; el cual les respondió   —187→   que les agradecía mucho el cuidado que tenían de las cosas que tocaban al servicio de su majestad, y que solamente esperaba tener aviso cierto del camino que llevaban los monfís para ir en su seguimiento, y que no podía tardar mucho. Era grande el deseo que todos tenían de ir en seguimiento de los moros, y cada momento que tardaban se les hacía un año; mas el marqués de Mondéjar no se quería determinar de dejar atrás la fortaleza y la ciudad, hasta estar bien cierto qué gente era aquélla, que pudiera ser mucha y estar emboscada detrás de aquellos cerros; y por esta razón aguardaba los escuderos que había enviado a reconocer. Estando pues hablando con él unos moriscos del Albaicín, que habían ido a darle las gracias en nombre del reino por la merced que les había hecho en animarlos con su presencia, y a suplicarle que en lo de adelante no los desamparase, llegó Ampuero, y le dijo cómo no era más de hasta doscientos hombres los que iban con las banderas, y que llevaban el camino de Dílar por la halda de la sierra. Entonces mandó tocar una trompeta y disparar una pieza de artillería y tocar la campana del rebato, todo a un tiempo; y poniéndose a caballo, acompañado de sus hijos y de don Alonso de Cárdenas y de algunos escuderos, salió de la Alhambra a media rienda, y desde el camino envió a decir al Presidente que mandase que la gente de la ciudad le fuese siguiendo, porque no pensaba detenerse en ninguna parte. En este tiempo los moros proseguían su camino, y sin detenerse en los lugares de Dúdar y Quéntar, habían pasado por ellos, y de allí bajado a Cenes, donde estuvieron almorzando; y viendo que un cristiano los había descubierto, aunque algunos dellos nos dijeron que habían oído las piezas de artillería de la Alhambra, tomaron el camino su poco a poco por la halda de la Sierra Nevada, la vuelta de Dílar, yéndoles a las espaldas bien a lo largo el escudero que había salido con Ampuero. Luego que partió el marqués de Mondéjar, el Presidente se puso a la ventana de su aposento, y viendo al conde de Miranda, y a don Gabriel de Córdoba, y a don Luis de Córdoba, y a otros caballeros en la plaza Nueva, que habían salido amados en oyendo la señal del rebato, les envió a decir que fuesen a alcanzar al marqués de Mondéjar con toda la gente de a pie y de a caballo que tenían, y ordenó al Corregidor que anduviese por la ciudad y pusiese algunos caballeros y veinticuatros en las bocas de las calles, que no dejasen subir a nadie sin orden al Albaicín, y que enviase alguna gente arriba para asegurarse de los moriscos, encomendándola a personas de confianza, porque no hubiese alguna desorden. Hecho esto, todos los que acudían a la plaza los enviaba en seguimiento de los moros. El marqués de Mondéjar tomó por cima de Güétor hacia Dílar, y llegando al campo que dicen de Gueni, a la asomada dél descubrieron los caballos delanteros a los moros que iban de corrida a tomar la sierra. Don Alonso de Cárdenas puso las piernas al caballo, y con él algunos jinetes, creyendo poderlos alcanzar antes que se embrollasen en ella; mas estorbóselo una cuesta muy agria que se les puso delante en el barranco del río de Dílar, donde se detuvieron tanto en bajar y tornar a subir, que los moros tuvieron lugar de tomar un cerro alto y muy áspero sobre mano izquierda: allí se hicieron una muela, y poniendo las banderas en medio, comenzaron a dar voces y a tirar con las escopetas. Llegaron cerca dellos algunos escuderos, que los acometieron con escaramuza, pensando entretenerlos hasta que llegase la infantería; uno de los cuales se desmandó tanto, que le mataron el caballo de un escopetazo, y le mataran también a él si no fuera socorrido. De allí fueron tomando lo más áspero de la sierra, donde los caballos no podían subir, yéndoles siempre tirando con las escopetas desde lejos. Viendo pues el conde de Miranda y los otros caballeros cuán mal los podían seguir a caballo, acordaron de apearse; y estándose apercibiendo para ir tras dellos a pie, llegó el marqués de Mondéjar y los detuvo, porque ya estaba puesto el sol; y demás de que los enemigos llevaban gran ventaja de camino, hacía un tiempo muy trabajoso de frío y de agua nieve; y haciendo tocar a recoger, mandó a don Diego de Quesada, vecino del lugar de la Peza, que siguiese aquellos monfís con la infantería y algunos caballos, y dio vuelta hacia la ciudad, y encontrando en el camino al capitán Lorenzo de Ávila, a cuyo cargo estaba la gente de guerra de las siete villas de la jurisdición de Granada, que iba con un golpe de gente, le ordenó que se fuese a juntar con él para el mesmo efeto. Los dos capitanes, y con ellos algunos caballeros, los fueron siguiendo, hasta que con la escuridad los perdieron de vista; y como había en la sierra tanta nieve y hacía tan recio frío, porque la gente no pereciese se recogieron aquella noche a la iglesia del lugar de Dílar, y allí les llevaron de cenar los moriscos; y en riendo el alba, creyendo que los moros habían detenídose también en alguna parte, los fueron siguiendo por las pisadas que dejaban señaladas en la nieve; mas ellos habían caminado toda la noche sin parar, por veredas que sabían, y bajando al valle de Lecrín, iban alzando los lugares por do pasaban, dándoles a entender que dejaban levantado el Albaicín, y que Granada y la Alhambra estaba ya por los moros. Por manera que cuando nuestra gente bajó al valle, ya ellos iban muy adelante; y dejándolos de seguir, por parecerles que iba poca gente y mal apercebida para entrar la tierra adentro, pararon en el lugar de Dúrcal, y allí estuvieron el tercero día de Pascua, esperando si llegaba más gente. Dejémoslos agora aquí, y digamos de don Hernando de Válor quién era, y cómo le alzaron los rebeldes por rey; que a tiempo seremos para volver a ellos.




ArribaAbajoCapítulo VII

Que trata de don Hernando de Córdoba y de Válor, y cómo los rebeldes le alzaron por rey


Don Hernando de Córdoba y de Válor era morisco, hombre estimado entre los de aquella nación porque traía su origen del halifa Maruan; y sus antecesores, según decían, siendo vecinos de la ciudad de Damasco Xam, habían sido en la muerte del halifa Hucein, hijo de Alí, primo de Mahoma, y venídose huyendo a África, y después a España, y con valor proprio habían ocupado el reino de Córdoba y poseídolo mucho tiempo con nombre de Abdarrahamanes, por llamarse el primero Abdarrahamán; más su proprio apellido era Aben Humeya. Este era mozo liviano, aparejado para cualquier venganza, y sobre todo, pródigo. Su padre se decía don Antonio de Válor y de Córdoba, y andaba desterrado   —188→   en las galeras por un crimen de que había sido acusado; y aunque eran ricos, gastaban mucho, y vivían muy necesitados y con desasosiego; y especialmente el don Hernando andaba siempre alcanzado, y estaba estos días preso, la casa por cárcel, por haber metido una llaga en el cabildo de la ciudad de Granada, donde tenía una veinticuatría. Viéndose pues en este tiempo con necesidad, acordó de venderla y irse a Italia o a Flandes, según él decía, como hombre desesperado; y al fin la vendió a otro morisco, vecino de Granada, llamado Miguel de Palacios, hijo de Jerónimo de Palacios, que era su fiador en el negocio sobre que estaba preso, por precio de mil y seiscientos ducados; el cual la mesma noche que había de pagarle el dinero, temiendo que si quebrantaba la carcelería la justicia echaría mano dél y del oficio por la general hipoteca, y se lo haría pagar otra vez, avisó al licenciado Santarén, alcalde mayor de aquella ciudad, para que lo mandase embargar, y en acabando de contar el dinero, llegó un alguacil y se lo embargó. Hallándose pues don Hernando sin veinticuatría y sin dineros, determinó de quebrantar la carcelería y dar consigo en la Alpujarra; y con sola una mujer morisca que traía por amiga y un esclavo negro, salió de Granada otro día luego siguiente, jueves 23 de diciembre, y durmiendo aquella noche en la almacería de una huerta, caminó el viernes hacia el valle de Lecrín, y en la entrada del encontró con el beneficiado de Béznar, que iba huyendo la vuelta de Granada; el cual le dijo que no pasase adelante, porque la tierra andaba alborotada y había muchos monfís en ella; mas no por eso dejó de proseguir su viaje, y llegó a Béznar y posó en casa de un pariente suyo, llamado el Válori, de los principales de aquel lugar, a quien dio cuenta de su negocio. Aquella noche se juntaron todos los Váloris, que era una parentela grande, y acordaron que pues la tierra se alzaba y no había cabeza, sería bien hacer rey a quien obedecer. Y diciéndolo a otros moros de los rebelados, que habían acudido allí de tierra de Órgiba, todos dijeron que era muy bien acordado, y que ninguno lo podía ser mejor ni con más razón que el mesmo don Hernando de Válor, por ser de linaje de reyes y tenerse por no menos ofendido que todos. Y pidiéndole que lo aceptase, se lo agradeció mucho; y así, le eligieron y alzaron por rey, yendo, según después decía, bien descuidado de serlo, aunque no ignorante de la revolución que había en aquella tierra. Algunos quisieron decir que los del Albaicín le habían nombrado antes que saliese de Granada, y aun nos persuadieron a creerlo al principio; mas procurando después saberlo más de raíz, nos certificaron que no él, sino Farax, había sido el nombrado, y que los que trataban el levantamiento no sólo quisieron encubrir su secreto a los caballeros moriscos y personas de calidad que tenían por servidores de su majestad, mas a éste particularmente no se osaran descubrir, por ser veinticuatro de Granada y criado del marqués de Mondéjar, y tenerle por mozo liviano y de poco fundamento. Estando pues el lunes por la mañana, a hora de misa, don Hernando de Válor delante la puerta de la iglesia del lugar con los vecinos dél, asomó por un viso que cae sobre las casas a la parte de la sierra, Farax Aben Farax con sus dos banderas, acompañado de los monfís que habían entrado con él en el Albaicín, tañendo sus instrumentos y haciendo grandes algazaras de placer, como si hubieran ganado alguna gran vitoria. El cual, como supo que estaba allí don Hernando de Válor y que le alzaban por rey, se alteró grandemente, diciendo que, cómo podía ser que habiendo sido él nombrado por los del Albaicín, que era la cabeza, eligiesen los de Béznar a otro; y sobre esto hubieran de llegar a las armas. Farax daba voces que había sido autor de la libertad, y que había de ser rey y gobernador de los moros, y que también era él noble del linaje de los Abencerrajes. Los Váloris decían que donde estaba don Hernando de Válor no había de ser otro rey sino él. Al fin entraron algunos de por medio, y los concertaron desta manera: que don Hernando de Válor fuese el rey, y Farax su alguacil mayor, que es el oficio más preeminente entre los moros cerca de la persona real. Con esto cesó la diferencia, y de nuevo alzaron por rey los que allí estaban a don Hernando de Válor, y le llamaron Muley Mahamete Aben Humeya, estando en el campo debajo de un olivo. El cual, por quitarse de delante a Farax Aben Farax, el mesmo día le mandó que fuese luego con su gente y la que más pudiese juntar a la Alpujarra, y recogiese toda la plata, oro y joyas que los moros habían tomado y tomasen, así de iglesias como de particulares, para comprar armas de Berbería. Este traidor, publicando que Granada y toda la tierra estaba por los moros, yendo levantando lugares, no solamente hizo lo que se le mandó, mas llevando consigo trecientos monfís salteadores, de los más perversos del Albaicín y de los lugares comarcanos, a Granada, hizo matar todos los clérigos y legos que halló captivos, que no dejó hombre a vida que tuviese nombre de cristiano y fuese de diez años arriba, usando muchos géneros de crueldades en sus muertes, como lo diremos en los capítulos del levantamiento de los lugares de la Alpujarra.

Bien se deja entender que este don Hernando supo lo que se trataba del levantamiento, ansí por la priesa que se dio en vender su veinticuatría, como porque, según nos dijo el licenciado Andrés de Álava, inquisidor de Granada, con quien profesaba mucha amistad, que estando de camino para visitar la Alpujarra por orden particular de su majestad, que le mandaba que visitando la tierra, en el secreto del Santo Oficio procurase entender si los moriscos trataban alguna novedad, había ido a él pocos días antes que se alzase el reino, y aconsejádole por vía de amistad que no se pusiese en camino hasta que pasase la pascua de Navidad, porque para entonces estaría ya la gente más quieta, y le acompañaría él por su persona; y había hecho tanta instancia sobre esto, que se podía presumir que ya él lo sabía, y por ventura quiso excusar la ida del inquisidor, pareciéndole que si le tomaba el levantamiento dentro de la Alpujarra, se pornía de nuestra parte mucha diligencia en socorrerle, aunque también pudo ser que quiso apartarle del peligro en que veía que se iba a meter, por la amistad que con él tenía. Sea como fuere, ésta es la relación más cierta que pudimos saber deste negocio.



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ArribaAbajoCapítulo VIII

Que trata del levantamiento general de los moriscos de la Alpujarra


Congoja pone verdaderamente pensar, cuanto más saber de escrebir, las abominaciones y maldades con que hicieron este levantamiento los moriscos; monfís la Alpujarra y de los otros lugares del reino de Granada. Lo primero que hicieron fue apellidar el nombre y seta de Mahoma, declarando ser moros ajenos de la santa fe católica, que tantos años había que profesaban ellos y sus padres y abuelos. Era cosa de maravilla ver cuán enseñados estaban todos, chicos y grandes, en la maldita seta; decían las oraciones a Mahoma, hacían sus procesiones y plegarias, descubriendo las mujeres casadas los pechos, las doncellas las cabezas; y teniendo los cabellos esparcidos por los hombros bailaban públicamente en las calles, abrazaban a los hombres, yendo los mozos gandules delante haciéndoles aire con los pañuelos, y diciendo en alta voz que ya era llegado el tiempo del estado de la inocencia, y que mirando en la libertad de su ley, se iban derechos al cielo, llamándola ley de suavidad, que daba todo contento y deleite. Y a un mesmo tiempo, sin respetar a cosa divina ni humana como enemigos de toda religión y caridad, llenos de rabia cruel y diabólica ira, robaron, quemaron y destruyeron las iglesias, despedazaron las venerables imágines, deshicieron los altares, y poniendo manos violentas en los sacerdotes de Jesucristo, que les enseñaban las cosas de la fe, y administraban los sacramentos, los llevaron por las valles y plazas desnudos y descalzos, en público escarnio y afrenta. A unos asaetearon, a otros quemaron vivos, y a muchos hicieron padecer diversos géneros de martirios. La mesma crueldad usaron con los cristianos legos que moraban en aquellos lugares sin respetar vecino a vecino, compadre a compadre, ni amigo a amigo; y aunque algunos lo quisieron hacer, no fueron parte para ello, porque era tanta la ira de los malos, que matando cuantos les venían a las manos, tampoco daban vida a quien se lo impedía. Robáronles las casas, y a los que se recogían en las torres y lugares fuertes los cercaron y rodearon con llamas de fuego, y quemando muchos dellos, a todos los que se les rindieron a partido dieron igualmente la muerte, no queriendo que quedase hombre cristiano vivo en toda la tierra, que pasase de diez años arriba. Esta pestilencia comenzó en Lanjarón, y pasó a Órgiba el jueves en la tarde en la taa de Poqueira, y de allí se fue extendiendo el humo de la sedición y maldad en tanta manera, que en un improviso cubrió toda la faz de aquella tierra, como se irá diciendo por su orden. Y porque juntamente con la historia deste rebelión hemos de hacer una breve descripción de las taas de la Alpujarra y lugares dellas, para que el letor lleve mejor gusto en todo, diremos primero en este lugar qué cosa es taa, y lo que significa este nombre berberisco.

Taa es un epíteto de que antiguamente usaron los africanos en todas las ciudades nobles, como dijimos atrás en el capítulo tercero del primer libro, y, taa quiere decir cabeza de partido o feligresía de gente natural africana, aunque otros interpretan pueblos avasallados y sujetos. Dicen algunos moriscos antiguos haber oído a sus pasados, que por ser las sierras de la Alpujarra fragosas y estar pobladas de gente bárbara, indómita y tan soberbia, que con dificultad los reyes moros podían averiguarse con ellos, por estar confiados en la aspereza de la tierra, como acaece también en las serranías de África, que están pobladas de bereberes, tomaron por remedio dividirla toda en alcaidías y repartirlas entre los mesmos naturales de la tierra; y después que éstos hubieron hecho castillos en sus partidos, vinieron a meter en ellos otros alcaides granadinos, y de otras partes, con alguna gente de guerra, para poderlos avasallar. Y como había en cada partido destos un alcaide, a quien obedecían mil o dos mil vasallos, también había un alfaquí mayor que tenía lo espiritual a su cargo, y aquel distrito llamaban taa. Finalmente, es lo mesmo que en África nueiba, que quiere decir partido de bárbaros pecheros del magacén del Rey; una de las cuales es la tierra de Órgiba, que aunque cae fuera de la Alpujarra, está en la entrada della, de donde comenzaremos, pues los moriscos comenzaron por allí su maldad, y por la mesma orden iremos prosiguiendo en las demás taas cómo se fueron alzando. Luego cómo en Lanjarón, lugar del valle de Lecrín, se entendió el desasosiego de los moriscos, el licenciado Espinosa y el bachiller Juan Bautista, beneficiados de aquella iglesia, Miguel de Morales, su sacristán, y hasta diez y seis cristianos, se metieron en la iglesia, y llegando Abenfarax, les mandó poner fuego, y el beneficiado Juan Bautista se descolgó por una pleita de esparto y se entregó luego al tirano, el cual le hizo matar a cuchilladas, y prosiguiendo en el fuego de la iglesia, la quemó y se hundió sobre los que estaban dentro. Y haciéndolos sacar de debajo de las ruinas, los hizo llevar al campo, y allí no se hartaban de dar cuchilladas en los cuerpos muertos: tanta era la ira que tenían contra el nombre cristiano. Luego pasaron a la taa de Órgiba, llevando consigo a los mancebos del lugar.



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