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81

Libro 760-9, folio 11.

 

82

Corónica moralizadora, Barcelona, 1637, pág. 616.

Con relación a esto mismo el poeta chileno Pedro de Oña, en su poema inédito El Vasauro, se expresa así, hablando del Tribunal del Santo Oficio:


Aquel que con Elías las apuestas
A rígido, a celoso, a vigilante,
Y a cuyo nombre diente da con diente
Quien teme, o saco infame, o fuego ardiente.
—129→
¡Oh Tribunal sublime, recto y puro
En que la fe cristiana se acrisola
Su torre de homenaje y fuerte muro
Donde bandera cándida tremola;
Alcázar en que vive a lo seguro
Ornada virgen, virgen española,
Sin cuyo abrigo fiel, hecha pedazos
Hoy la trujeran mil herejes brazos!

 

83

Relación del auto de fe, etc., Lima, 1733.

 

84

Carta de Gutiérrez de Ulloa al Consejo, fecha 26 de abril de 1584.

 

85

Carta de Cerezuela de 5 de febrero de 1570.

 

86

Carta de 24 de enero de 1572.

 

87

A mediados del siglo XVIII ocurrió en Chillán un caso en que se contravino a la excepción establecida en favor de los indios, que motivó no pocos trajines al protector general, a la Audiencia y al mismo Presidente. Denunciose, en efecto, allí como hechiceras a ciertas indias ante el cura del pueblo, don Simón Mandiola, quien, haciendo caso de inquisición, procedió a recibir las deposiciones de aquellas indias, que le contaron con la mayor seriedad que se convertían en chonchones y se iban de noche volando hasta la casa de la persona a quien querían maleficiar. El crédulo del cura en castigo de la brujería las hizo azotar y las repartió en seguida entre los vecinos del pueblo para que sirviesen como esclavas; y como el protector del partido, don Carlos Lagos, reclamase de esa resolución, hízolo don Simón tomar preso y meterlo a la cárcel. De aquí la intervención del protector general, de la Audiencia y del Presidente, que todavía en 1757, después de ocho años, seguía aún entendiendo en tan ridículo negocio.

Por más absurdas y grotescas que hoy nos parezcan las prácticas y ceremonias de los hechiceros, que tanto que entender dieron al Santo Oficio, el uso de la coca, tan arraigado entre los indios, bien pronto se extendió a los españoles y especialmente a las crédulas mujeres, haciéndoles soñar en su virtud para el conocimiento del porvenir y éxito maravilloso de amores desgraciados; tanto que, no sólo los inquisidores, sino muchos de los virreyes, en general, desde don Francisco de Toledo, trataron a toda costa de proscribir su uso, sin llegar a resultado alguno en un pueblo que lo aceptaba por tradición y por necesidad y que hasta hoy desde el Ecuador hasta las altiplanicies de Bolivia lo conserva en su forma primitiva.

Pero si en su empleo se creía ver una invención diabólica, no había de pasar mucho tiempo sin que se hiciese igual sugestión respecto de otra planta americana, tan generalizada en otra época casi tanto como hoy el tabaco en muchos de los pueblos de la América del Sur. El reverendo jesuita Diego de Torres, provincial que fue en Chile, Tucumán y Paraguay, expresaba, en efecto, al Tribunal, a principios del siglo XVII:

«En estas dos gobernaciones de Tucumán y Paraguay se usa el tomar la yerba, que es zumaque tostado, para vomitar frecuentemente, y aunque parece vicio de poca consideración, es una superstición diabólica que acarrea muchos daños, y algunos que diariamente toca su remedio a ese Sancto Tribunal: el primero destos es que los que al principio lo usaron, que fueron los indios, fue por pacto y sugestión clara del demonio, que se les aparecía en los calabozos en figura de puerco, y agora será pacto implícito, como se suele decir de los ensalmos y otras cosas; segundo, que casi todos los que usan deste vicio, dicen en confesión y fuera de ella que ven que es vicio, pero que ellos verdaderamente no se pueden enmendar, y entiendo que así lo creen, y de ciento no se enmienda uno, y lo usan cada día, y algunas veces con harto daño de la salud del cuerpo y mayor del alma; tercero, júntanse muchos a este vicio, etiam cuando los   —139→   demás están en misa y sermón, y varias veces lo oyen; cuarto, totalmente quita este vicio la frecuencia de los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, por dos razones, primera, porque no pueden aguardar a que se diga la misa sin tomar esta yerba; segunda, porque no se pueden contener, habiendo comulgado, a dejar de vomitar luego, y así no hay casi persona que use este vicio que comulgue, sino que el Domingo de Resurrección, y entonces procuran misa muy de mañana, y los más hacen luego vómitos, con suma indecencia del Santísimo Sacramento, y por esto, muchos de los sacerdotes no dicen misa sino raras veces. Estas indecencias y inconvenientes tiene el tabaco y coca, que toman también en vino por la boca, aún con más frecuencia; quinta, salen con gran nota de las misas a orinar frecuentemente. No digo los demás inconvenientes que tocan al gusto y salud, y a los muchos indios que mueren cogiendo y tostando esta maldita yerba, que es gran lástima y compasión, y el escándalo que los españoles y sacerdotes dan con este vicio; sólo digo que ellos y los indios se hacen holgazanes y perezosos, y van los venidos de España y los criollos y criollas, perdiendo, no sólo el uso de la razón, pero la estima y aprecio de las cosas de la fe, y temen tan poco el morir muchos como si no la tuvieran, y de que tienen poca, tengo yo muy grandes argumentos...

»El daño de la yerba tiene muy fácil remedio, continúa el jesuita, sirviéndose el señor Virrey de mandar con graves penas que no se coja, atento a que por ello han muerto muchos indios y seguídose gravísimos inconvenientes, porque no se coge sino en Maracaya, cien leguas más arriba de la Asunción, a cuyo comisario se pudiera también cometer que no la consintiera bajar, y convenía mucho quitar este trato porque por ser en el camino de San Pablo vienen con los que andan en él, los que pasan por allí». -Carta al Santo Oficio de Lima, fecha en Córdoba a 24 de septiembre de 1610.

No hay constancia en los archivos del Santo Oficio del Perú de que a pesar de tan eficaces recomendaciones se incluyese la yerba zumaque en la vulgar opinión en que se encontraba acreditada la coca; pero en todo caso este recuerdo nos servirá para manifestar cómo se discurría en esa época por hombres tan ilustrados como el firmante de la anterior exposición.

 

88

Véanse las causas de todos los ingleses condenados por luteranos, o reconciliados, de que se hace mención más adelante.

 

89

En el capítulo XVII de la Inquisición de Lima pueden notarse los procesos de Mencía y Mayor de Luna, Antonio Morón, etc.; en el XIX, el de César Bandier; y en esta obra el de don Rodrigo Enríquez de Fonseca.

 

90

Orden del Consejo de 26 de enero de dicho año. La razón de esta disposición se hallará probablemente en que pocos meses ante los inquisidores de Lima aplicaron el tormento, sin miramiento alguno, a muchos portugueses acusados de judíos, y entre ellos, a Mencía de Luna, que murió en él.