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Nada demuestra mejor la impresión que produjo en Europa este descubrimiento que las numerosas ediciones y traducciones que entonces se hicieron de las relaciones de ese viaje memorable. En pocos años circulaban en holandés, en latín, en francés, en alemán, en inglés y hasta en español. Pero, aunque Shouten había firmado el acta en que se dio el nombre de Le Maire al estrecho recién descubierto, él y sus amigos pretendían que la gloria de la empresa era suya, y de allí provino que esas relaciones, de acuerdo con los hechos, no lo estén en algunas apreciaciones, y que ofrezcan diferencias. La indicación bibliográfica de esas diversas obras o ediciones, no puede hacerse por esto mismo sino con alguna prolijidad, y nos obligaría a llenar muchas páginas de interés subalterno en nuestro libro. Por otra parte, este análisis se halla en las obras citadas del comandante Burney (tomo II, pp. 357-361), de Camus (p. 147 y ss.), y de una manera más completa todavía en el libro de Tiele, Mémoire bibliographique, Amsterdam, 1867, pp. 40-63.

En nuestra historia no nos era posible entrar en más pormenores acerca de este viaje; y por eso nos hemos limitado a señalar el descubrimiento del nuevo camino al Pacífico por el cabo de Horri o de Hornos. Sin embargo, no hemos querido escribir estas páginas sin tener a la vista los documentos primitivos, y para ello nos hemos guiado por dos de esas relaciones, la una titulada Journal et miroir de la navigation australe etc., publicada en Arristerdarin en 1622; y la otra más abundante en pormenores, que se halla inserta en el tomo viu del Recueil des voyages de la compagnie des Indes. A ninguna de ellas es posible señalar autor determinado; pero ambas dejan ver que fueron formadas sobre los diarios de navegación, agregándoles los incidentes que recordaban algunos de los expedicionarios.



 

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Estas exploraciones distaban mucho de ser tan prolijas como se necesitaba para conocer las complicadas ondulaciones de aquellas costas. Según los itinerarios de Shouten y Le Maire, y según el de los Nodal, el cabo de Hornos era el promontorio austral de la isla de la Tierra del Fuego; y así se encuentra dibujado en sus cartas respectivas. La expedición holandesa mandada por el almirante L' Hermite adelantó considerablemente en 1624 la exploración de esos archipiélagos.



 

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Aunque la expedición de los hermanos Nodal ha sido referida en varias ocasiones con bastante exactitud, y, aunque en nuestro libro no nos es posible entrar en más amplios pormenores, hemos tomado por guía al escribir estas páginas el mismo diario de la navegación de aquellos capitanes. Se publicó éste en Madrid, en 1621, en un pequeño volumen en 4º que lleva este título: Relacion del viaje que por órden de Su Majestad i acuerdo del real consejo de Indias hicieron los capitanes Bartolomé García de Nodal i Gonzalo de Nodal hermanos, naturales de Pontevedra, al descubrimiento del estrecho de San Vicente i reconocimiento del de Magallanes, con una carta geográfica de la región explorada. Habiéndose hecho sumamente raro este libro, se hizo una segunda edición en Cádiz en 1766, que también ha llegado a ser muy escasa.

En 1622 se publicó en Amsterdam, como apéndice del viaje de Shouten y Le Maire que hemos citado más atrás, una relación del viaje de dos carabelas que salieron de Lisboa en octubre de 1618 y volvieron a Sevilla en agosto de 1619 bajo el mando del capitán don Juan de More a reconocer el estrecho de Le Maire. Esta relación coincide en casi todos sus accidentes con la de los hermanos Nodal, aunque es mucho más corta, y no deja lugar a duda de que ambas se refieren a la misma expedición.

¿Quién era don Juan de More? Se ha supuesto que debía ser uno de los pilotos flamencos embarcados en la escuadrilla de los Nodales, pero, aunque éstos no los nombran, se sabe por otros documentos que eran tres, y que se llamaban Juan de Witte, Valentín Jansz y Pedro Miguel de Catdoule. Todo nos induce a creer que la relación publicada en Holanda fue escrita por alguien que tenía noticias muy incompletas del viaje de los Nodal, y que escribiendo sobre esos datos, incurrió en algunos errores de detalle, uno de los cuales sería el nombre de pura invención dado al jefe de la expedición.

Sin embargo, don Dionisio de Alcedo, en su Aviso histórico, § XVI, que hemos citado en el capítulo anterior, y del cual hemos dicho que es un libro lleno de errores, acepta la historia del viaje de Juan de More, llama a éste «Juan Morel, inteligente náutico», y refiere que hizo su expedición en 1617 y que a su vuelta fue despachado, con el mismo destino, Bartolomé García Nodal. Todo esto es absolutamente antojadizo, está en contradicción con los documentos y deja ver que Alcedo no conocía ni la relación española ni la holandesa del viaje de que se trata.

El error de Alcedo ha sido exagerado por otros escritores posteriores. Así, dejándose engañar por la redacción anfibológica de una biografía del príncipe de Esquilache publicada en el tomo IX del Parnaso español de López de Sedano, el editor de la reimpresión de la obra de Alcedo refiere que el supuesto Juan Morel salió del Perú a reconocer el estrecho descubierto por Shouten y Le Maire.



 

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Matías Novoa, ayuda de cámara de Felipe III, que entonces debía hallarse en Lisboa, ha dado cuenta minuciosa del recibimiento que se hizo en la Corte a los hermanos Nodal, haciendo a la vez un resumen de su viaje, en el segundo tomo de sus Memorias, publicadas como hemos dicho con el título de Historia de Felipe III.Véase el tomo 61 de la Colección de documentos inéditos para la historia de España, p. 231 y ss. El viaje de los Nodal se halla, además, contado con bastante exactitud en las obras citadas del padre Rosales, Historia jeneral del reino de Chile, libro I, capítulo 12; de De Brosses, Histoire des navigations, tomo I, pp. 421-425; de Juan de Laet, Description des Indes occidentales, libro XIII, capítulo 12; de Vargas Ponce, Relacion del último viaje, etc., pp. 259-64 y del almirante Burney, Chronological history, tomo II, chap. 21.



 

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Entre 1618 y los primeros días de 1619 fallecieron en Santiago los oidores licenciados Pedro Álvarez de Solórzano, Juan Cajal y Hernando Talaverano Gallegos. El fiscal licenciado Hernando Machado se hallaba entonces en Lima encargado de residenciar a dos altos funcionarios.

El poder que la Audiencia se atribuía para revisar el nombramiento del sucesor del Gobernador, y que había usado en 1617, parecía desprenderse de la misma real cédula de 1607. El Rey había autorizado por ella a García Ramón para que nombrase a su sucesor, pero declaraba que si éste hubiera muerto sin haberlo hecho, lo hiciera la Real Audiencia que había mandado establecer en Chile.



 

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Los documentos que se refieren al nombramiento del doctor don Cristóbal de la Cerda, han sido publicados por don Miguel L. Amunátegui en las pp. 380-384 del tomo II de La cuestión de límites. El oidor Cerda, dando cuenta de estas ocurrencias al Rey y al virrey del Perú en marzo de 1621, dice que para confirmar su propio nombramiento, y por no haber otro oidor en la Audiencia, se acompañó de tres abogados de Santiago, Francisco Pastene, Francisco de Escobar y el doctor Molina; pero la firma de éstos no aparece en la resolución dada en nombre del supremo tribunal.

Uno de los primeros actos administrativos del oidor Cerda fue anular un nombramiento hecho por su predecesor. Postrado en su lecho y próximo a morir, don Lope de Ulloa había nombrado corregidor de Santiago al contador Juan Bautista de Ureta, con quien lo ligaba desde veinticinco años atrás una estrecha amistad contraída en México. Por provisión de 24 de diciembre de 1620, el gobernador Cerda declaró que ese nombramiento era nulo por cuanto recaía en un individuo muy allegado del que lo firmaba; y en ejercicio de la autoridad de que estaba investido, confió ese cargo a don Fernando de Irarrázabal y Andía, caballero de la orden de Alcántara, chileno de nacimiento acreditado por algunos servicios al Rey.



 

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Todos estos antecedentes biográficos acerca del doctor don Cristóbal de la Cerda están tomados de sus cartas al Rey en que hace y repite la enumeración de sus servicios para pedir que se le premien con una renta vitalicia o con un destino productivo. Cuenta allí que los piratas le robaron más de 30 mil ducados, dejándolos a él y los suyos en camisa, que sabiendo que había sido oidor en Santo Domingo, el capitán inglés quiso ahorcarlo; «y lo dejó de hacer, agrega, por las lágrimas y ruegos de doña Sebastiana de Avendaño, mi mujer, la que estando en vísperas de parir, padeció muy grandes trabajos, y muy malos tratamientos, teniéndonos más de catorce días cautivos, dejándonos en suma pobreza, pues fue necesario pedir limosna, no hallando, como no hallé, en Puertobello lugar donde pariese la dicha mi mujer, que desembarcó descalza y en la mayor miseria del mundo, y vino a parir a la puerta de un pulpero, el cual de compasión la vino a recoger buscando limosna para que se vistiese, y para que ella y yo, que del mal tratamiento venía muy enfermo, y toda la gente de mi casa pudiésemos comer». Carta de 4 de abril de 1623. «De estos trabajos, dice en otra carta, me sobrevino una grave enfermedad, que si de limosna vuestro arzobispo de los Reyes no me socorriera, pereciera a causa de que como escribían que me estaba muriendo y robado, no hallaba a crédito ni de otra manera quién me socorriese con ninguna plata, y estuve un año curándome en Lima ya desahuciado de los médicos, de la cual enfermedad vine a perder las narices. Por cuya causa me empeñé en muchos ducados, de manera que en muchos años no podré salir de este empeñón». Carta de 10 de mayo de 1621.



 

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Carta citada del gobernador Cerda al Rey, de 10 de marzo de 1621.



 

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Carta del gobernador Cerda al Rey, de 10 de marzo de 1621. Ídem al virrey del Perú, de 14 del mismo mes y año. Acuerdo del cabildo de Santiago de 15 de enero de 1621, a fojas 144 del libro 9.



 

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El acta del acuerdo celebrado por los capitanes en Concepción el 15 de marzo de 1621, contiene la contestación a veintiún puntos diferentes sobre los cuales les había pedido informe el Gobernador. Casi todos ellos envuelven una censura contra el sistema de guerra defensiva o contra lo que el padre Valdivia debía pedir al Rey en virtud del convenio hecho con don Lope de Ulloa y Lemos. Así, los capitanes encontraban perjudicial al interés público la proyectada traslación de la Real Audiencia a la ciudad de Concepción. Contestando si debían cumplirse a los indios de guerra las promesas que se les habían hecho de despoblar algunos fuertes, los capitanes respondieron lo que sigue: «14. En lo que toca a que se cumpla con los indios lo que se les ha mandado ofrecer, hánseles dado muchos prisioneros sin rescate y mucho vestuario a costa de Su Majestad y cuanto se les ha ofrecido en su real nombre se ha cumplido; y de su parte no han cumplido palabra por ser gente de behetría, ni tener Rey ni superior a quien respetar, y nos han hecho una guerra muy grande, sorda, en cuadrillas a descabalgarnos y llevarse los caballos, que es nuestra fuerza; y al descubierto han venido muchas veces como arriba se refiere, con fuerza de gente sobre nuestras fronteras. El reparo es que Su Majestad socorra a este reino con gente, de suerte que si los indios se desvengozasen como lo hacen ahora, se puedan castigar como el rigor de sus atrevimientos lo merece, pues no quieren abrazar la paz por su mala naturaleza».



 
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