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Don Martín de Mujica, dando cuenta al Rey, en carta de 26 de mayo de 1647, de la residencia del marqués de Baides, dice lo siguiente: «La publiqué en todo el distrito, a 2 de junio del año pasado, tomándola por mi persona en Concepción, que es la cabeza de lo militar, y cometiéndola en la ciudad de Santiago, donde reside la Audiencia, al doctor don Nicolás Polanco de Santillán, caballero del orden de Santiago, oidor de ella, para que la sustanciase y me la remitiese en estado de sentencia, y a los demás partidos, como fueron Coquimbo, Cuyo y otros, en las personas de más satisfacción que allí hubo, y con parecer de mi auditor general, la determiné en la forma que Vuestra Majestad mandará ver por los autos que remito, cumpliendo con el tenor de la orden que se me dio. No resultó culpa ni cargo contra el Marqués ni su familia». El cabildo de Concepción, dirigiéndose al Rey, en 15 de mayo de ese mismo año, para darle cuenta del arribo a Chile de don Martín de Mujica, le dice lo que sigue: «A 2 de junio siguiente publicó la residencia contra el marqués de Baides su antecesor. Y como en el discurso de su gobierno había procedido con la entereza, celo y limpieza que se pudo esperar de sus grandes obligaciones, salió de ella lucidamente, como constará de los autos que en esta ocasión se remiten. Y aunque obligados a la relación de sus buenos servicios, por embarazarse nuestro discurso en su ponderación, ha parecido dejarlos a mejor pluma, que es cierto lo merece y toda la merced y favor que Vuestra Merced fuese servido de hacerle por su valor, suficiencia y otras buenas partes, y lo que más es por su caridad y el cristiano celo con que ha procedido en satisfacción pública y de la confianza que Vuestra Majestad hizo de la persona».

A pesar de estas recomendaciones y de las instancias repetidas del marqués de Baides para dejar el gobierno de Chile con el objetivo de ir a servir más cerca del Rey a fin de alcanzar las mercedes a que se creía merecedor, no hallo constancia en los documentos ni en las relaciones, de que Felipe IV le confiara otros cargos ni le concediera los premios que pedía. Ocho años más tarde, el marqués regresaba a España con una fortuna considerable en la flota que llevaba los tesoros del Perú. Salió del Callao el 18 de octubre de 1654, pero fueron tales las contrariedades que experimentó en su viaje, sobre todo por el peligro de hallarse naves enemigas en el mar de las Antillas, que sólo cerca de dos años más tarde, el 24 de julio de 1656 continuaba su viaje en la flota que partía de La Habana para España. Componíase ésta de cuatro galeones, que cargaban las mercaderías, tres navíos de guerra que los escoltaban y un buque recién apresado a los portugueses. El 9 de septiembre, según el calendario de los ingleses, o el 19 según el de los españoles, se hallaba a la vista de Cádiz, creyéndose libre de todos los peligros, cuando se vio repentinamente atacada por fuerzas enemigas. Inglaterra, entonces en guerra con España, mantenía en esos mares una poderosa escuadra. En esos momentos, el jefe de ésta, el célebre almirante Blake, había pasado a Lisboa con el mayor número de sus naves a renovar sus provisiones, pero había dejado enfrente de Cádiz siete fragatas, bajo el mando del capitán Ricardo Stayner. Éste atacó sin vacilar a la flota española; y después de un combate de seis horas incendió o echó a pique cuatro de las naves enemigas, rindió tres y sólo dejó escapar una que logró asilarse en Cádiz. El marqués de Baides pereció con su mujer, un hijo de ocho años y una hija de catorce; pero sus   -299-   otros hijos, salvados del naufragio, fueron llevados prisioneros. «El Marqués habría podido escapar, dice el célebre historiador Hume (Historia de Inglaterra, capítulo 63): pero viendo a esas mujeres infelices caer desmayadas a la vista del peligro, prefirió morir con lo que tenía de más querido antes que llevar una vida envenenada por el recuerdo de tan espantoso desastre. Estos acontecimientos, destinados a enternecer los corazones en que se respira la humanidad, no ofrecen más que un motivo de triunfo y de alegría en el bárbaro comercio de la guerra».

España perdió ese día, junto con esas naves, casi toda la remesa anual del tesoro de las Indias, así como la familia del marqués de Baides perdió casi toda la fortuna que éste había reunido en América. La parte del botín que recibió el gobierno inglés, compuesto casi todo de plata amonedada, en barra y labrada, fue estimada en cerca de trescientas mil libras esterlinas. «Se dice que un solo capitán, escribía John Thurloe, el secretario de Estado de Inglaterra, en 4 de noviembre de 1656, ha tomado por su parte sesenta mil libras esterlinas, y algunos simples marineros diez mil. Es éste un uso tan universal entre las gentes del mar, en el calor del combate, que después de él suele no encontrarse nada». Esta victoria fue estrepitosamente aplaudida por el gobierno y por el pueblo inglés. «Cuando los tesoros de España desembarcaron en Portsmouth, dice Guizot, Histoire de la république d'Angleterre, libro VIII, fueron inmediatamente cargados en treinta y ocho carros y trasportados lentamente, bajo una brillante escolta al través de las ciudades y de los campos del suroeste de la Inglaterra para ser convertidos en moneda inglesa». Se contó que el alto personaje muerto en el combate (el marqués de Baides) era un marqués de Badajoz, a quien se llamaba virrey de México, como dice Leliard. Histoire naval d'Angleterre, libro III, capítulo 35, o virrey del Perú, como se lee en Hume, Historia de Inglaterra, capítulo 63, y en algunos otros historiadores posteriores.

Existe un libro castellano muy poco conocido en que estos sucesos están contados con gran amplitud de detalles. Se titula Relacion del viaje i sucesos que tuvo desde que salió de la ciudad de Lima hasta que llegó a estos reinos de España el doctor don Diego Portichuelo de Rivadeneira, racionero de la santa iglesia Metropolitana de aquella ciudad, i su procurador jeneral, oficial i abogado del tribunal de la Inquisicion, natural de la ciudad de Andújar, Madrid, 1657, un vol. en 4.º El doctor Portichuelo, confesor de la marquesa de Baides, salió del Callao en 1654 con la familia de éste, y después de las más singulares peripecias en las Antillas y en las costas vecinas, siguió su viaje a España y fue testigo personal del desastroso combate de que hemos hablado más arriba. Su relación, escrita con la mayor sencillez y sin pretensiones literarias de ninguna clase, consta de 71 hojas de letra grande, pero cuenta, sin digresiones extrañas al asunto, la historia completa del viaje con pormenores sumamente curiosos e interesantes. La descripción del combate en que pereció el marqués de Baides, aunque trazada sin aparato y sin arte, forma un cuadro completo y lleno de colorido, que no se puede leer sin la más viva emoción. Refiere allí las angustias por que pasaron dos hijas del marqués, una de 18 y otra de 8 años, que salvaron del incendio de la nave con un hermanito menor de sólo un año y cómo, después de muchas peripecias, fueron desembarcadas en el puerto de Lagos, en Portugal, desde donde pudieron pasar a España en compañía del mismo autor de la relación.

Habíanse salvado igualmente dos hijos del marqués, el mayor, don Francisco, mozo de 19 años, y don José que sólo contaba 11. Transportados por otro buque a Lisboa, fueron bien recibidos por el almirante inglés y enviados enseguida a Inglaterra, donde se les acogió con la más benévola y caballerosa hospitalidad. El protector Oliverio Cromwell los hizo colocar en un departamento de su propio palacio y bajo el cuidado del almirante Montague, mandó que se les hicieran trajes de luto, tales como correspondían a su rango y a su situación; y cuando se los hizo presentar, les habló en latín para expresarles cuánto se condolía de su desgracia y su deseo de serles útil. Enseguida, les permitió visitar la ciudad de Londres y hacer un viaje al norte de Inglaterra y a Escocia. En marzo del año siguiente, como despachara otra escuadra a las costas de España, embarcó a esos dos jóvenes para que volvieran a su patria. Desembarcaron, en efecto, en Galicia, y luego pudieron reunirse a su familia. Don Francisco López de Zúñiga, el hijo mayor del marqués de Baides, ha contado todos estos incidentes en dos cartas que publica íntegras en su libro el doctor Portichuelo.

El hijo segundo del marqués de Baides, esto es, don José López de Zúñiga, testigo de aquel desastre cuando sólo contaba once años de edad, tomó más tarde el hábito de jesuita, haciendo donación de sus bienes a la Compañía. Habiendo pasado a Chile, donde había nacido en 1645, se distinguió por sus servicios a la orden, fue su provincial y falleció en Concepción a la edad de ochenta y dos años. Su biografía ha sido escrita por el padre Olivares en las pp. 262-265 de la Historia de los jesuitas en Chile, tomo VII de la Colección de historiadores.

El deseo de dar a las noticias de nuestro libro toda la exactitud posible, nos obliga a hacer aquí una aclaración a lo que hemos dicho en la nota 1 del capítulo 10, p. 257. El marqués de Baides no se daba el título de conde de Pedroso, sino de Pedrosa que, sin embargo, no se halla en el despacho real por el cual se le nombró gobernador de Chile. Ese título, por merced de los reyes católicos don Fernando y doña Isabel, pertenecía a la familia de Zúñiga, de donde provenía que, a pesar de estar el referido título en mucha decadencia, lo usara, aunque en segundo término, el marqués de Baides.



 

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Matías Novoa, Historia de Felipe IV rei de España, tomo II, p. 431 que forma el tomo 77 de la Colección de documentos inéditos para la historia de España.



 

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Estos hechos se hallan referidos en el capítulo 7 de la importante continuación que un escritor de nuestro siglo, don Jaime Tió, ha puesto a la Historia de los movimientos de Cataluña en tiempo de Felipe IV de Melo, Barcelona, 1842.



 

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El nombramiento de don Martín de Mujica ha sido publicado por don Miguel Luis Amunátegui en las pp. 511-514 del tomo II de La cuestión de Iímites. En ese nombramiento se le eximía del pago del derecho de media anata, por cuanto estaban exceptuados de pagarlo «los que estuvieren sirviendo en guerra viva», como era la de Cataluña. A diferencia de lo que se había hecho con el marqués de Baides, se le mandaba pagar el sueldo de Gobernador desde que se embarcase en España. a condición de que en el camino no se detuviese más de ocho meses.



 

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Rosales, Historia jeneral, libro IX, capítulo 1. Los vicios señalados aquí por este cronista eran, como se recordará, de antigua fecha, y a principios de ese siglo los había señalado con toda claridad el maestre de campo González de Nájera. Dando cuenta de estos hechos en carta dirigida al Rey en 26 de mayo de 1647, don Martín de Mujica se expresa en los términos siguientes: «Porque el abuso y delito del hurto de caballos ha muchos años se acostumbra en esta milicia y el de sacar las espadas en los cuarteles y otras partes prohibidas, causando muchas muertes, mandé por bandos públicos que ninguno se atreviese a sacar espada ni otra arma para pelear, (so) pena de la vida, y que el que hurtase caballo sería condenado en cuatro tratos de cuerda siendo soldado, y no lo siendo a seis meses de trabajo forzado en las fábricas de Vuestra Majestad, lo cual se ha ejecutado inviolablemente para que el indio conozca que el rigor en las cosas de justicia no sólo se ha de ejecutar con él sino con todos generalmente, y que habemos de vivir en paz sin que a ellos ni a otros les molesten ni agravien los licenciosos que hasta aquí lo han hecho. Y de haber tomado la resolución de estos bandos, castigando los que han incurrido en ellos irremisiblemente, han resultado tantas conveniencias, que desde su publicación no sólo no hay pendencias en el ejército, pero tal quietud y conformidad no la ha habido en este reino, pues los caballos que de toda verdad aseguro a Vuestra Majestad me dicen generalmente no estaban seguros debajo de llave, ni los indios e indias en las recámaras, hoy lo asegura todo en la campaña el temor de incurrir en los bandos».

Parece que la medida de prohibir las licencias que se daban a los soldados, produjo también buenos resultados. En una carta dirigida al Rey por el cabildo de Concepción en 28 de junio de 1648, hallamos las palabras siguientes: «Después que ha venido don Martín de Mujica, informado de los excesos que cometían los soldados cuando bajaban a Santiago todos los años a pertrecharse, las vedó y quitó (las licencias) de todo punto, no permitiendo bajasen más a la dicha ciudad, con que la alivió y libró de las vejaciones que recibía de ellos, y vino a quedar esta pensión en los vecinos de esta ciudad (Concepción) y la de San Bartolomé de Chillán, como fronteras, y si bien no usan los soldados en demasiarse como cuando iban a Santiago, temerosos del castigo que les representa la severidad y celo del Gobernador, todavía quedan con la carga de ayudarles con lo que tienen, sin poderlo excusar, que si no fuera por la que hallan en los vecinos de estas ciudades, acudieran trabajosamente al servicio de Su Majestad, cuando el socorro que les da es tan corto».



 

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Carta citada de 26 de mayo de 1647.



 

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El padre Rosales, que ha contado estos sucesos con bastante extensión, da una lista incompleta de las personas que asistieron a esa asamblea, y no nombra más que algunos militares y no a los clérigos y religiosos que también asistieron a ella. Pero existe, además, una relación particular de todas estas negociaciones, escrita por el padre agustino fray Agustín Carrillo que es mucho más prolija, y que en este punto individualiza los nombres de los concurrentes, entre quienes había ocho sacerdotes, de los cuales dos eran jesuitas, uno dominicano, otro agustino, otro franciscano, otro mercedario y dos clérigos.



 

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Carrillo, relación citada.



 

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El veedor De la Fuente Villalobos ha consignado una noticia sumaria de sus servicios en una extensa carta dirigida al Rey desde Concepción en 4 de abril de 1640 para darle cuenta del estado de la guerra y de la real hacienda. He cuidado de recordar aquí estos ligeros antecedentes biográficos por cuanto este personaje, que gozaba de gran prestigio, desempeñó más tarde, en 1655, un papel importante en circunstancias bien críticas y difíciles.



 

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El padre Rosales, que ha publicado las instrucciones y el pasaporte dados al veedor De la Fuente Villalobos y firmados por el Gobernador, pone a uno de esos documentos la fecha de 22 de septiembre de 1646, lo que haría creer que ese día se hallaba este último en Concepción. Pero hay en este punto un error de copia y debe leerse 2 de septiembre. El 22 de ese mes don Martín de Mujica se hallaba en Santiago.



 
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