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Carta de don Martín de Mujica al Rey, de 26 de mayo de 1647. Con esta fecha dirigió el Gobernador dos cartas o relaciones distintas, una sobre los asuntos militares que hemos citado más atrás, y la presente, contraída a los asuntos civiles.



 

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En esos años se hacía en Chile un negocio más o menos considerable sacando por tierra recuas de mulas para llevar a venderlas a los minerales del Alto Perú. Según los cálculos del gobernador Mujica, dos terceras partes de esas mulas eran robadas; y para evitar este daño tomó las medidas más enérgicas y rigurosas. Pero, los beneficios de este negocio, así como las pocas seguridades que ofrecía la crianza de caballos, por la rapacidad de los soldados y por las prorratas de esos animales que el gobierno mandaba hacer para la guerra, habían inclinado a los hacendados a la crianza de mulas; y la abundancia de éstas, al mismo tiempo que la escasez de caballos fueron causa de que las mulas fuesen generalmente usadas como bestias de silla. Mujica tomó a este respecto la medida bien curiosa de que habla en el siguiente pasaje de su correspondencia: «Y para que en las ocasiones de enemigos haya provisión de caballos, y no cese la cría de ellos, ni los hombres olviden el ejercitarse en las armas con la ociosidad de andar a mula, publiqué bando para que todos anduviesen a caballo, y se ha puesto en ejecución, que se observará puntualmente por la manifiesta utilidad que de ello se sigue a la república».

Otra medida de un carácter análogo fue la que tomó para impedir la extracción de los esclavos africanos. Antes de esta época, eran los portugueses establecidos en el Brasil los que surtían de esclavos a esta parte de América, introduciéndolos por Buenos Aires. La revolución de Portugal de 1640 interrumpió este comercio y privó a Chile y al Perú de nuevas remesas de esclavos. Los negros que hasta entonces se vendían en Chile a 250 pesos por cabeza, alcanzaron el precio de 600 y 700 pesos, y se exportaban en número considerable para el Perú donde eran más necesarios, con no poco beneficio de los comerciantes que hacían este tráfico. El Gobernador, considerando que «con ellos los vecinos beneficiaban sus labores y eran la total conservación de este reino y de todas las Indias, porque si no son negros o indios otro género de gente no se inclina a ninguna labor servil del campo, y que con la extracción de esclavos quedarían despobladas las labranzas, cría y guarda de ganados, con que la guerra no tendría caballos, el Perú estaría sin sebo y cordobán, y cesarían los víveres de los dos ejércitos de Valdivia y éste (de Concepción), pues se mantienen de las labranzas de este reino, pareciome daño irreparable, digno de prevenirlo con tiempo en lo posible». En consecuencia, de acuerdo con el fiscal de la Audiencia y con el Cabildo, dictó diversas medidas dirigidas a impedir la venta de esclavos para sacarlos del reino.



 

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Carta de don Martín de Mujica al Rey, de 17 de mayo de 1647.



 

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Carta de Mujica al Rey de 26 de mayo de 1647. Todas las noticias relativas a este segundo parlamento de Quillín se hallan consignadas en un libro que se conserva inédito y que lleva el título de Relacion de las paces ofrecidas por los indios rebeldes del reino de Chile i aceptadas por el señor don Martin de Mujica. Su autor, el padre maestro fray Agustín Carrillo de Ojeda, de la orden de San Agustín, autor también de otros escritos de carácter religioso que por entonces vieron la luz pública, compuso aquella relación en la ciudad de Concepción, donde la terminó en julio de 1648. A no caber duda, fue escrita bajo la inspiración del gobernador Mujica y destinada a la imprenta en honor de este funcionario, como el libro del padre Aguirre, de que hemos hablado anteriormente, había sido para honrar la memoria del virrey del Perú, marqués de Mancera. Probablemente, la muerte de Mujica dejó sin efecto el pensamiento de publicar este libro; pero el manuscrito enviado a España, se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, de donde saqué la copia que conservo en mi poder y que he utilizado al escribir estas páginas. El libro del padre Carrillo, aunque escrito con un lenguaje más o menos corriente, y casi exento de la pedantería fatigosa de muchas de las obras de esa naturaleza de aquella época, es de pesada lectura por la abundancia de pormenores innecesarios y por la excesiva extensión con que cuenta sucesos de escasa importancia, y con que traslada discurso que en gran parte deben ser de pura imaginación. Sin embargo, aparte de la exposición prolija de los hechos, contiene algunos documentos de interés. El padre Rosales, que intervino en esos, negocios como consejero del Gobernador, conoció, sin duda, el manuscrito del padre Carrillo, y ha contado los mismos hechos casi con igual prolijidad, y de una manera casi siempre conforme, en muchos capítulos del libro IX de su Historia jeneral.



 

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Estos indios fueron bautizados por los jesuitas que acompañaban al Gobernador. «El día siguiente (25 de febrero), dice el padre Carrillo en la relación citada, mandó su señoría se dijesen todas las misas por los difuntos, y una cantada de cuerpo presente, a que asistió, y al entierro que se les hizo con mucho acompañamiento al pie de una cruz que se había levantado la víspera del parlamento». El padre Rosales ha reproducido esta noticia con las mismas palabras en el capítulo 14 del libro IX.

Estos pormenores, que recuerdan los famosos funerales de Atahualpa mandados celebrar por sus mismos asesinos, nos permiten apreciar las ideas religiosas de los conquistadores y dominadores de América.



 

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Véase lo que acerca de estos terremotos hemos dicho en las pp. 312 y ss., y 331 del tomo II.



 

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Esta confianza había decidido algunos años atrás la construcción de muchas casas de dos pisos que cayeron en el terremoto de 1647. Después de éste, y durante largos años, los vecinos de Santiago casi no construyeron más que casas de un solo piso, y ordinariamente muy bajas.



 

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El obispo Villarroel ha dado cuenta de estos accidentes en el siguiente pasaje de su relación del terremoto de mayo dirigida al presidente del Consejo de Indias. «Oscureciose el cielo, estando bien alta la Luna, con unas palpables tinieblas: ocasionáronlas el polvo y unas densas nubes, poniendo tan grande horror en los hombres, que, aun, los más cuerdos creían que veían los preámbulos del juicio». En 1647 hubo luna nueva el 5 de mayo, de manera que en el momento del terremoto la Luna tenía nueve días.



 

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En el mismo año de 1647 se publicó en Lima una noticiosa relación del terremoto de mayo, escrita por el padre Juan González Chaparro, de la Compañía de Jesús. Es una pieza casi enteramente desconocida, por no haberse reimpreso nunca, que contiene, sin embargo, pormenores que no se hallan en otras relaciones. Allí se cuenta que el oidor de la Real Audiencia don Antonio Hernández de Heredia, que desplegó esa noche una notable entereza y una gran actividad para evitar cualquier intento de desorden de parte de los indios y de los negros, fue también el que desenterró al Obispo, salvándolo de la muerte.

El padre González Chaparro era chileno de nacimiento. Su relación fechada en Lima el 13 de julio, fue escrita, sin duda alguna, en vista de las cartas que allí llegaban de Chile, en forma de carta dirigida al padre Alonso de Ovalle, que entonces se hallaba en Roma como procurador de la Compañía de Jesús.



 

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Los oidores dicen a este respecto lo que sigue en su relación citada: «Divulgáronse diversos milagros atribuidos al santo crucifijo de la plaza (sacado de la iglesia de san Agustín) y otras visiones que se imputaron a personas de ejemplo en las religiones. Nada fue cierto». Y el obispo Villarroel, que ha contado candorosamente un buen número de milagros en que parece creer con toda seriedad, dice en otra parte de su relación: «Los más prodigios son mentidos, los otros imaginarios. Dijose que poco antes parió una india tres niños, y que el uno predijo el fracaso. Que a un mayordomo le habló con rigor un crucifijo. Que el Santo Cristo de San Agustín volvió tres veces el rostro. Que una india vio un globo de fuego que entrando por la Audiencia salió por las casas del Cabildo, y que comenzó a temblar habiéndose desvanecido. Que en la cordillera se oyeron voces de los demonios, cajas y trompetas, sonidos de arcabuces disparados, y como chocar dos ejércitos. Que tuve yo revelación de que Dios estaba desenojado, y que ya alzaba la mano del castigo... Menos fundamento tuvieron los prodigios que quedan referidos, porque los averigüé de uno en uno y hallé que todos eran falsos».

Se creería que esta invención de milagros era un signo del atraso en que vivía esta colonia, tan apartada de los grandes centros de civilización. Hechos análogos revelan que la superstición era la misma en todos los dominios españoles. El 2 de junio de 1648 ocurrió un temblor en Nápoles, cuya descripción ha hecho un distinguido caballero español, don Diego, duque de Estrada, que fue testigo del suceso, y que consigna los prodigios siguientes: «Han ocurrido tres milagros en la tierra de Viestri, a donde estaba una Nuestra Señora venida muchos años de Esclavonia, protectora ya de aquella tierra. En el tiempo del terremoto, sucedió que no se hallaba, y se presume se haya vuelto a su tierra, y dos protectores santos de dicha tierra no se sabe a dónde se hayan ido. En Torremayor una estatua de san Antonio ha vuelto la espalda y se ha quedado así. En la tierra de san Juan, llamada Rotondo, en la iglesia parroquial, habiendo ido el Arzobispo con el clero para aplacar la justa ira de Dios, hallaron vueltas las espaldas al pueblo a un devoto crucifijo, y creyendo ser la fuerza del terremoto, queriendo volverlo, no fue posible y dándose a la confesión y penitencia el pueblo, fue visto por todos volverse por sí mismo». Duque de Estrada, Comentarios, Madrid, 1860, p. 515.

Al recorrer estas líneas nos parece estar leyendo alguna de las antiguas relaciones del terremoto del 13 de mayo en Santiago, tanta es la semejanza de los prodigios inventados por la superstición popular.



 
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