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Capítulo IX

Gobierno de Lazo de la Vega: sus últimas campañas y su muerte (1632-1639)


1. Nuevas campañas de Lazo de la Vega en el territorio enemigo en 1633 y 1634. 2. El Gobernador ofrece al Rey llevar a cabo la pacificación de Chile. 3. La angustiada situación del tesoro real no permite acometer esta empresa. 4. Nuevas leyes para abolir el servicio personal de los indígenas: sus nulos resultados. 5. El Gobernador hace otras entradas en el territorio enemigo sin ventajas efectivas. 6. Inútiles esfuerzos de Lazo de la Vega para procurarse refuerzos de tropas. 7. Se ve forzado a desistir del proyecto de repoblar a Valdivia. 8. Últimas campañas de Lazo de la Vega: repoblación de Angol. 9. Entrega el mando al marqués de Baides y se retira al Perú, donde muere. Historiadores del gobierno de Lazo de la Vega (nota).



1. Nuevas campañas de Lazo de la Vega en el territorio enemigo en 1633 y 1634

Victorioso en la guerra contra los araucanos, apoyado por el virrey del Perú en las ruidosas competencias que había tenido que sostener contra los oidores, don Francisco Lazo de la Vega había llegado en 1632 al apogeo de su poder y de su prestigio. Se le admiraba como militar y se le respetaba como administrador; pero no había logrado hacerse querer de sus gobernados, como lo habían sido algunos de sus predecesores. Uno de sus secretarios, que fue a la vez su historiador, ha consignado este hecho explicándolo como el resultado natural de la misma seriedad y rectitud de su carácter. «Asistía en la Audiencia como presidente de ella con celo de integridad, dice Tesillo. Mostrábase entero en la repartición de los premios y ejecución de la justicia. Era este año el tercero de su gobierno y conocía todos los sujetos, la naturaleza de los pueblos, el clima de ellos y los medios de prudencia que había de observar para gobernar con acierto a todo el reino. Conocía las utilidades de que iba gozando con su asistencia. Ninguno perdía por pobre los méritos que había adquirido o heredado. Iban todos gozando de lo que había en la tierra, particularmente los hijos de ella, a quien se inclinó mucho. Habían hasta este tiempo mostrado en Chile a don Francisco Lazo mayor veneración que amor. Nacía la veneración de su mucha severidad y entereza, y faltábales el amor por no haberse hecho tan comunicable como quisieran; y derechamente cuando la veneración no es envuelta con amor, la tendré siempre por mal segura. Acompañaba don Francisco Lazo su entereza con un alto pundonor que quiso siempre sustentar, cosa que no la aprobaban todos. Mas no es maravilla que entre la armonía de tantas y tan escogidas partes hubiese alguna disonancia de afectos humanos; pero no se puede negar que la gloria que había adquirido en la guerra le había dado tan grande autoridad que no se tenía memoria   -238-   de que otro ningún Gobernador la hubiese alcanzado mayor»372. Aunque este retrato es trazado por mano amiga y, aunque casi no toma en cuenta más que las buenas cualidades de Lazo de la Vega, encubriendo con el nombre de pundonor su orgullo y su arrogancia, él nos da una idea que debe ser verdadera del prestigio que se había conquistado en la colonia.

Pero, aunque esa arrogancia le hiciera exagerarse el valor de los triunfos alcanzados sobre los indios, el Gobernador comprendía que ellos no debían conducir a la pacificación definitiva de esa parte del territorio. Convencido de que este resultado no podría conseguirse sino mediante la fundación de algunas ciudades y fuertes que impusiesen respeto a los indios, y que fuesen el asiento de guarniciones respetables, esperaba para acometer esta empresa, los refuerzos que había pedido a España, y limitaba por entonces sus aspiraciones y deseos a debilitar al enemigo poniéndolo en la imposibilidad de ejecutar las correrías con que hacía poco inquietaba las tierras que estaban sometidas a los españoles. En efecto, los indios, que bajo el gobierno de los inmediatos antecesores de Lazo de la Vega, pasaban frecuentemente el Biobío en número considerable y que obtuvieron señaladas victorias sobre los españoles, tenían ahora la guerra dentro de su propio territorio y habían sufrido en sus sembrados, en sus casas yen sus ganados dolorosas devastaciones y perdido entre muertos y cautivos muchos centenares de personas.

En la primavera emprendió el Gobernador una nueva campaña. Partiendo de Santiago a fines de noviembre, llegó en pocos días al campamento de Yumbel, donde lo esperaba la mayor parte de su ejército. Demorose allí casi un mes entero en hacer sus aprestos militares, en equipar convenientemente sus tropas y en regularizar el servicio de los indios auxiliares para someterlos a una provechosa disciplina. El 1 de enero de 1633 se ponía en marcha para el sur a la cabeza de mil ochocientos hombres, y desde que hubo penetrado en el territorio enemigo, comenzó a destruir las sementeras y ganados de los indios para privarlos de víveres y de medios de mantener la guerra. Sin hallar en ninguna parte resistencia formal, Lazo de la Vega penetró esta vez hasta Coipu y desde allí despachó gruesos destacamentos a recorrer los campos vecinos. Estos destacamentos, mandados por capitanes activos y experimentados, continuaron las destrucciones con que se quería aterrorizar a los indios, sorprendieron y apresaron a algunos de éstos, y obligaron a otros a presentarse en son de amigos. El Gobernador desplegó en toda esta campaña el más inflexible rigor, castigando con la pena de muerte a los prisioneros que se habían señalado como cabecillas en las correrías anteriores y a los que, presentándose como dispuestos a dar la paz, mantenían relaciones con el enemigo. Por lo demás, aprovechó las ventajas de su situación para sacar de su penoso cautiverio a algunas mujeres españolas que desde tiempo atrás vivían entre los indios373. Al regresar a sus cuarteles de Yumbel, habría podido creer que éstos no se atreverían por entonces a cometer nuevos actos de hostilidad. En efecto, aunque a fines del verano el infatigable Butapichón reunió un cuerpo numeroso de tropas para expedicionar al norte del Biobío, se vio forzado a dispersarlo cuando supo que la constante vigilancia que mantenían los españoles no permitía sorprenderlos en sus acantonamientos.

El invierno suspendió, como siempre, las operaciones militares. El Gobernador pasó a Santiago en el mes de junio para atender los negocios administrativos de la colonia. Pero   -239-   resuelto a no dar descanso al enemigo, a destruirle sus sementeras y ganados y a ponerlo, si era posible, en la imposibilidad de mantenerse en estado de guerra, partía de nuevo para el sur en el mes de noviembre a disponer otra expedición. Esta campaña fue, con cortos accidentes, la repetición de la anterior. Lazo de la Vega penetró en el territorio enemigo en enero de 1634 y, por sí y por medio de sus destacamentos, renovó durante dos meses la implacable guerra de persecución y de desolación que había hecho los años anteriores. Sus tropas, dirigidas con toda regularidad, y conservando en sus marchas y en los campamentos la más activa vigilancia, eran, además, bastante numerosas para resistir cualquier ataque de los indios, y cuidaban, sobre todo, de no fraccionarse en pequeñas partidas que pudiesen ser víctimas de las emboscadas del enemigo. Mediante estas precauciones, lograron sorprender algunos cuerpos de indios, dar muerte a varios de éstos, apresar a muchos otros y evitar felizmente todo contratiempo. Cuando los indios se vieron apretados por fuerzas a que no podían resistir y cuando se sintieron amenazados por el hambre que debía seguirse a la destrucción de sus cosechas, apelaron a sus antiguas trazas, y comenzaron a hacer proposiciones de paz. A pesar de que una larga y lastimosa experiencia había enseñado a los españoles la poca confianza que merecían tales proposiciones, Lazo de la Vega las oyó con buena voluntad; pero desde que descubría la doblez de esos tratos, castigaba con el mayor rigor a los que habían pretendido engañarlo374. Pero este mismo resultado debía confirmarlo en su convicción de que aquellas campañas, por felices que fueran desde el punto de vista militar, no podían conducir a ningún resultado para adelantar la conquista definitiva del territorio disputado. Al volver a Concepción a principios de marzo de 1634, tenía el firme propósito de hacer un esfuerzo decisivo para procurarse los medios de llevar a cabo el plan que tenía meditado.




2. El Gobernador ofrece al Rey llevar a cabo la pacificación de Chile

Tres años antes, don Francisco Lazo de la Vega había pedido al Rey un socorro de dos mil soldados españoles y el aumento temporal del situado para llevar a cabo en tres o cuatro años la conquista definitiva y completa del territorio chileno mediante la fundación de nuevas poblaciones. Don Francisco de Avendaño, enviado a la Corte a principios de 1631, había llevado el encargo de dar cuenta de la situación de este país y de reclamar empeñosamente esos auxilios. En efecto, a poco de llegar a Madrid, el 17 de septiembre de 1632, Avendaño presentaba al Rey un extenso memorial en que exponía las necesidades del reino de Chile y la manera de remediarlas.

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Pero la metrópoli no se hallaba en estado de dar a Chile los socorros que se le pedían. Envuelta en las más dispendiosas guerras europeas, tenía que mantener ejércitos considerables en Italia, en Alemania y en Flandes, al paso que el tesoro real tocaba las últimas extremidades de la pobreza. Por otra parte, comenzaba a creerse en la Corte que la guerra de Chile, por su misma naturaleza, era interminable. Así, el Consejo de Indias, llamado a dar su informe acerca de las peticiones de Lazo de la Vega, dio el parecer que sigue: «Ha parecido que tiene las conveniencias que están reconocidas el acabar aquella guerra; pero que no se innove por ahora, supuesto que la proposición del Gobernador, aunque es conforme al celo que tiene de servir a Su Majestad, no se ajusta a la disposición y forma de aquella guerra, por no tener aquellos enemigos poblaciones ni fuerzas unidas, y que las que se baten son de juntas que se hacen de diferentes indios que habitan en las cordilleras, con que viendo que sus facciones no tienen el suceso que desean, se retiran y dividen de manera que todo su ejército por grande que sea, se deshace sin quedarle cuerpo a quien los nuestros podían seguir, con que es imposible tener de ellos la victoria que se pudiera si se gobernaran como soldados porque su habitación es en los campos y montes. Pero, sin embargo, por lo mucho que se desea y conviene tomar entera resolución sobre ello, que informe el virrey del Perú, reales audiencias de Lima y de Santiago y algunos prácticos, así para acabar la guerra como para sacar sustancia para su gasto». Felipe IV aprobó este parecer. Por cédula de 5 de julio de 1633 mandó que las corporaciones e individuos mencionados informasen acerca del proyecto remitido a la Corte por el gobernador de Chile. Queriendo, además, premiar la conducta de éste y las victorias que había alcanzado sobre los indios, mandó que se le diese un repartimiento de indios que le produjese una renta anual de tres mil ducados. Esta concesión debía quedar sin efecto, porque en esa época estaban repartidos todos los indios de Chile, y los encomenderos habían arreglado las cosas, mediante las últimas resoluciones del soberano, de manera que sus encomiendas eran por dos vidas, es decir, por las de ellos y las de sus inmediatos sucesores375.

La cédula en que el Rey pedía informe sobre la manera de terminar la guerra llegó a Chile a mediados de marzo de 1634. La audiencia de Santiago, cuyo personal se había modificado, era adicta al Gobernador, y su parecer, que no se hizo esperar, fue la más amplia aprobación de los planes que este alto funcionario había sometido al Rey. La conquista de América, decían los oidores, había ofrecido en su principio grandes dificultades, que vencieron el valor, la constancia y la prudencia de ilustres y denodados capitanes. «Vuestra Majestad no se debe prometer menos de las grandes partes, prudencia y valor de don Francisco Lazo de la Vega, Presidente, Gobernador y Capitán General de este reino, de quien Vuestra Majestad debe fiar aun mayores cosas de las que tiene a su cargo... El estado que hoy tiene este reino es el mejor que ha tenido después de su rebelión de treinta años a esta parte... La fuerza principal del enemigo, que son los indios fronterizos, han ido en gran disminución por las continuas entradas y malocas que de ordinario les han hecho, y en particular después que vino a este reino don Francisco Lazo de la Vega, por haberles muerto los más belicosos y valientes soldados que tenían, en las dos batallas que les dio en el sitio de los Robles y estado de   -241-   Arauco, y quitádoles muchas armas y caballos, y apretado de manera la provincia de Purén que con los grandes daños que este verano le ha hecho se le han venido muchos indios de dicha provincia de paz, y los demás que quedan, que son ya muy pocos, se tiene por cierto le darán, y que los de la provincia de la Imperial, que es la más poblada, le ruegan con ella, y le piden vaya a poblar a sus tierras... Según lo referido, se tiene por cierto, y es opinión común de todos los capitanes antiguos y de experiencia de esta guerra que siendo Vuestra Majestad servido de socorrer y enviar de una vez a este reino los dos mil hombres que el Gobernador pide, pertrechados y armados, y doblando el situado de los doscientos doce mil ducados cada año, pondría este reino de paz, mediante Dios, dentro del término que ha ofrecido, no sucediendo nuevo accidente que lo impida, y sin que se atienda en ninguna manera a la dificultad que se ha puesto de que este enemigo no tiene cuerpo para deshacerle en campo formado, porque aunque es verdad que pocas veces se han atrevido a aguardarnos en campo, y que las que lo han hecho, han sido rotos y desbaratados, se debe considerar contra lo que se ha informado que estos indios tienen su habitación en valles muy fértiles y abundantes, en las provincias de Angol, Imperial, Osorno y la Villarrica; y que deshechas sus juntas, no tienen otro paradero sino el de sus tierras, a donde cada día vamos a buscarlos, y les hacemos grandes daños, y no por eso las desamparan ni se van a las cordilleras ni montes, porque no hay nación que más estime y quiera su patria, pues por ella y su defensa han peleado noventa años con el valor notorio»376. La Audiencia, aprobando en todas sus partes el plan propuesto por Lazo de la Vega, sostenía que era posible llevar a cabo la conquista definitiva del país, que para ello debían fundarse poblaciones en el centro del territorio enemigo y que todo podía esperarse «de la prudencia del Gobernador, que como tan gran soldado habrá tanteado y mirado la disposición de las cosas del reino para cumplir con lo que ha prometido».

En esos mismos días, el Gobernador daba conocimiento de la cédula del Rey a los capitanes más caracterizados del ejército que se hallaban en Concepción. Llamados a informar individualmente, todos ellos dieron sus pareceres respectivos en términos diferentes, con mayor o menor amplitud de razones o de hechos, pero uniformes en el fondo. Todos aprobaban el plan de conquista propuesto por el Gobernador, defendían su practicabilidad y, certificando que el estado de la guerra era el más favorable que jamás hubiera tenido, aseguraban que con los refuerzos de tropas que se pedían y con el aumento del situado, se conseguiría en poco tiempo la pacificación total del reino377.

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Debiendo remitir al Rey estos informes, el Gobernador creyó necesario reforzarlos con su propio dictamen y exponer de nuevo y en una forma más concreta su plan de conquista. «No hay más tierra de guerra que sesenta leguas de longitud y veinticinco de latitud en este reino, decía con este motivo. En ella tengo tanteado hacer seis poblaciones en las partes y lugares convenientes, que se den la mano unas a otras, y que ocupen dos mil y doscientos hombres, en que entrará la ciudad de Valdivia y puerto del Corral. He de reservar mil ochocientos hombres para dos tercios sueltos, con los cuales he de campear y sacar a luz los indios que se retiraren, porque la mayor guerra para este enemigo ha de ser el tener cerca de sí poblaciones; y cuando no lo hubiera ya facilitado tanto por el medio propuesto, era verosímil su conclusión mediante las dichas poblaciones. Tengo en mi abono el estar este enemigo tan quebrantado de castigos que le he hecho en personas, ganados y sementeras que se me han venido muchos de paz y me convidan a poblar en sus tierras; y esto lo venzo con menos de dos mil plazas y con los tercios tan lejos sólo a fuerza de disposición y cuidado. De manera que puedo juzgar que con muy poca oposición de este enemigo, en tres años de puesta la gente aquí, tengo de tener hechas las poblaciones que refiero, y tengo de tener muchos indios arrimados a ellas de los que hoy son de guerra, y tan gran fuerza con ellos que con los dos tercios sueltos pueda en los cinco años tenerlos a todos conquistados. El escarmiento pasado me advertirá y la buena razón que no he dejar armas ni caballos entre estos indios ya amigos por bien o mal, ya cimentados donde a mí me pareciere más conveniente, dándoles calor las poblaciones. Las cabezas sediciosas las cortaré, de los mal seguros llenaré las galeras del Callao, y a todo se pondrá la forma que de aquí se puede alcanzar y la más segura la que el tiempo enseñare»378. No era posible abrigar más arrogante confianza en el resultado que se esperaba de este plan de conquista. Lazo de la Vega estaba persuadido de que con un refuerzo de dos mil hombres, y con el aumento del situado, en cinco años quedaría todo el reino de Chile en la más perfecta paz.




3. La angustiada situación del tesoro real no permite acometer esta empresa

Aquella proposición habría debido tentar al Rey y a sus consejeros a poner en ejecución ese proyecto de conquista. Pero desde que él exigía mayores gastos, era forzoso considerarlo irrealizable. La pobreza del tesoro público había obligado al Rey a apelar a expedientes verdaderamente bochornosos. Pedía a sus súbditos donativos casi de limosna, y vendía los títulos de nobleza y las ejecutorias de hidalguía a todo el que podía comprarlas, sin distinción de clases ni de antecedentes. Si bien es verdad que sus antecesores habían empleado estos mismos recursos, Felipe IV llevó el abuso más lejos que nadie, al paso que dilapidaba   -243-   el dinero en ostentosas fiestas cuando no en misteriosos galanteos379. Chile mismo, que seguramente era entonces la más pobre de las colonias del rey de España, no había escapado a esos pedidos angustiados y vergonzosos de su soberano, dejando ver a los gobernantes de este país que no debían esperar los socorros que solicitaban de la metrópoli.

Según hemos contado, Felipe IV, al anunciar a los habitantes de Chile su exaltación al trono, había comenzado su gobierno por pedirles un donativo gracioso de dinero380. Entonces mismo había exigido imperiosamente en nombre de «las necesidades y aprietos» de la Corona, que se cobrase con toda energía el impuesto inmoral conocido con el nombre de composición de extranjeros381. Poco más tarde redobló las exigencias de esa naturaleza para sacar dinero. A fines de 1632 llegaron a Chile dos reales cédulas dictadas el 27 de mayo del año anterior. Por una de ellas mandaba el soberano que se vendiesen en este país ejecutorias de hidalguía, como se estaba haciendo en España: por la otra pedía un nuevo donativo gracioso. El primero de esos arbitrios no podía producir una entrada muy considerable a la Corona desde que en Chile había entonces muy pocas personas que tuviesen recursos desahogados para comprar la nobleza convencional y postiza que se adquiría por esos tratos382. El segundo produjo en donativos en dinero y en especies poco más de diez mil pesos recogidos con no poco trabajo en un período de cinco años383.

Cuando todavía no se acababan de colectar estas cantidades, llegaban a Chile otras reales cédulas en que el soberano exigía nuevos donativos en dinero, y limosnas para la fundación de iglesias y de conventos en la metrópoli. Los vecinos y moradores de esta provincia que su mismo Gobernador calificaba de «pobrísima», tuvieron que hacer nuevos sacrificios pecuniarios384. Todas las comunicaciones cambiadas con motivo de estos negocios revelan cuan angustiada era la situación del tesoro español en aquella época.

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Se comprende que un gobierno que se encontraba en ese estado, que vivía envuelto en dispendiosas y complicadas guerras en Europa a las que consagraba toda su atención, y que para hacer frente a sus más premiosas necesidades tenía que apelar a los arbitrios que dejamos mencionados, no podía acometer en Chile empresas cuyo resultado no era en modo alguno seguro, y que exigían un aumento considerable de gastos. Así, pues, teniendo que dar una resolución acerca de las diversas gestiones que había promovido en la Corte don Francisco de Avendaño, Felipe IV, seguramente sin esperar los informes que había pedido a Chile y al Perú, firmó el 15 de noviembre de 1634 tres cédulas en que decretaba todo lo que a su juicio le era permitido hacer. Ordenaba por ellas que el virrey del Perú suministrase al gobernador de Chile los refuerzos de tropas que fuesen necesarios para completar el ejército que sostenía la guerra contra los indios; y que en adelante se pagase el situado a principio de cada año, sin demoras ni descuento. Acordaba, además, ciertas gracias para los oficiales y soldados que servían en Chile, estableciendo que treinta de ellos pudieran gozar, en calidad de reformados, los sueldos de su rango, aunque no estuviesen en servicio activo. Esto era todo lo que en medio de sus angustias y pobrezas podía conceder el rey de España en protección de esta apartada colonia.




4. Nuevas leyes para abolir el servicio personal de los indígenas: sus nulos resultados

En abril de 1634, cuando apenas acababa de despachar los informes que pedía el Rey sobre la manera de dirigir la guerra, don Francisco Lazo de la Vega cayó gravemente enfermo en Concepción. Una terrible hidropesía, síntoma probablemente de una antigua afección al corazón, lo tuvo postrado durante cerca de tres meses, de manera que, según refiere su secretario Tesillo, «se trataba ya más de las exequias de su entierro que de remedio para su salud; pero obró Dios, con suma misericordia en el remedio de la salud de este capitán, y diole vida. Mirose patente el prodigio milagroso, añade el mismo escritor, según las causas y los efectos de la enfermedad». Por consejo de los médicos que lo asistían, y porque era urgente despachar algunos asuntos administrativos de la mayor gravedad, el Gobernador determinó pasar a Santiago. Como el estado de su salud no le permitía hacer el viaje por los caminos de tierra, que le habría sido forzoso recorrer a caballo, se embarcó en Concepción y llegaba a Valparaíso el 5 de agosto, cuando los encomenderos de la capital y su distrito lo esperaban en medio de la mayor inquietud385.

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Cinco meses antes había llegado a Chile una real cédula firmada por Felipe IV, el 14de abril de 1633,que preocupaba seriamente a las autoridades y a los encomenderos. El soberano estaba informado de que todas las disposiciones dictadas anteriormente para abolir el servicio personal de los indígenas habían sido eludidas de una manera o de otra. En efecto, las ordenanzas de 1622,reduciendo a los indios a trabajar personalmente para pagar con el jornal que les correspondía el tributo a que estaban obligados, habían dado lugar a la conservación de todos los abusos, apoyados en apariencias por la misma ley. Para poner un remedio que creía eficaz contra tamaños males, el Rey dictaba ahora esta nueva cédula. «He tenido por bien ordenar, decía al Gobernador y a la audiencia de Chile, que luego que ésta recibáis, tratéis de alzar y quitar precisa e inviolablemente el dicho servicio personal en cualquiera parte y en cualquiera forma que estuviere y se hallare entablado en esa provincia, persuadiendo y dando a entender a los dichos indios y encomenderos que esto les está bien y es lo que más les conviene, y disponiéndolo con la mayor suavidad que fuere posible. Os juntaréis con el Obispo, oficiales reales, prelados de las religiones y otras personas entendidas de esa provincia, y platicaréis y conferiréis en qué frutos, cosas y especies se pueden tasar y estimar cómodamente los tributos de los dichos indios que correspondan y equivalgan al interés que justa y legítimamente les pudiere importar el dicho servicio personal si no excediere del uso, exacción y cobranza de él. Y hecha esta conmutación, haréis que se reparta (fije) a cada indio lo que así ha de dar y pagar en los dichos frutos, dinero y otras especies, haciendo nuevo padrón de ellos y de la dicha tasa en la forma que se ha referido, y que tengan entendido los encomenderos que lo que esto montare y no más han de poder pedir, llevar y cobrar de los dichos indios; como se hace en el Perú y Nueva España. Y esta tasa la habéis de hacer dentro de seis meses como esta cédula recibiéredes y ponerla luego en ejecución»386.

La real audiencia de Santiago, al tomar conocimiento de esta cédula en marzo del año siguiente (1634), había celebrado un acuerdo en que se trató de este negocio. Dos de los oidores, don Pedro Machado de Chávez y don Cristóbal de la Cerda, se pronunciaron abiertamente por que sin tardanza se le diera cumplimiento y se suprimiese el servicio personal. El tercero de ellos, don Jacobo de Adaro, representando los inconvenientes que podía suscitar la ejecución de esta medida, pidió que se informase de todo al Rey para que en vista de nuevos pareceres resolviese lo que fuera mejor387. Pero la ausencia de Lazo de la Vega, que entonces se hallaba en Concepción, y enseguida la enfermedad que lo retuvo allí durante algunos meses, aplazaron las deliberaciones sobre este delicado asunto.

A fines de agosto se renovaron en Santiago con injerencia de las autoridades civiles y eclesiásticas. Hubo en ellas gran variedad de pareceres; pero después de muchos días de discusión, se resolvió dar cumplimiento a la cédula real. Dictose, con este motivo, una larga ordenanza que suprimía para siempre todo servicio personal de los indios, declarando a éstos en el goce «de la entera libertad que Su Majestad con su acostumbrada clemencia les ha concedido quitándoles el dicho servicio personal, y que sean tratados, habidos y tenidos y comúnmente reputados como los demás vasallos libres que Su Majestad tiene en este reino y en los   -246-   de España, sin que sus encomenderos tengan contra ellos más derecho que para cobrar el dicho tributo (de diez pesos por cabeza) en los frutos, géneros y especies que irán declarados»388. Esta ordenanza, publicada por bando en todo el reino, reglamentaba en sus diecisiete artículos las relaciones entre los encomenderos y sus indios, y a no caber duda, parecía inspirada por el más serio y leal propósito de asegurar la libertad y el bienestar de éstos. Pero ella dio origen a las reclamaciones de los encomenderos que pedían se solicitase del Rey la modificación de sus anteriores mandatos; y cuando llegó el caso de ponerla en práctica, fue igualmente eludida. «Todo ello fue de poco efecto, dice el historiador Tesillo, aludiendo a esa ordenanza, porque las cosas se quedaron en el mismo estado que antes, por haber criado aquel daño raíces tan hondas que nunca se le hallará remedio». El servicio obligatorio de los indios parecía ser una necesidad fatal de la situación social y económica del país, contra la cual debían ser impotentes todas las leyes y todas las ordenanzas.




5. El Gobernador hace otras entradas en el territorio enemigo sin ventajas efectivas

Sea por el mal estado de su salud o por el recargo de ocupaciones que le procuraba la administración civil, o por ambas causas a la vez, don Francisco Lazo de la Vega no salió a campaña el verano siguiente, y permaneció en Santiago. Mientras tanto, los capitanes que habían quedado al mando del ejército de la frontera, repitieron las expediciones de los años anteriores, llegando también ahora más allá de Purén, dispersando a los indios que se atrevían a salirles al paso, y obligándolos a abandonar sus tierras con pérdidas de algunos de los suyos que cayeron prisioneros de los españoles. Aunque las relaciones contemporáneas hablan largamente de las ventajas alcanzadas en otras campañas de ese año, ellas revelan que no fueron más considerables que las anteriores, y que debieron confirmar el convencimiento del Gobernador de que aquella guerra sería interminable mientras los españoles no tuvieran fuerzas suficientes para asentar su dominación en el territorio enemigo.

Esperando siempre recibir los refuerzos de tropas que había pedido a España, y con los cuales se proponía fundar las poblaciones que proyectaba, el Gobernador persistía en su empeño de fatigar al enemigo con nuevas expediciones, no sólo para impedirle hacer correrías fuera de sus tierras sino para destruirle sus sementeras y ganados, arrebatarle sus caballadas y ponerlo en el mayor aniquilamiento que le fuera posible. Como sus capitanes se mantenían en el sur en constante estado de guerra, Lazo de la Vega resolvió ponerse nuevamente en campaña a fines de 1635. El 24 de diciembre partía de Santiago; y habiendo llegado a Concepción a revistar su ejército, el 15 de enero siguiente (1636) salía a campaña por la región de la costa a la cabeza de mil quinientos soldados entre españoles e indios.

En ésta, como en otras ocasiones, la disciplina y el orden que hacía guardar el Gobernador, le permitieron dispersar al enemigo, deshacer sus emboscadas y conseguir ventajas parciales, pero sin ninguna victoria medianamente decisiva, porque los indios, sin dejar de molestar a sus agresores, evitaban cuidadosamente toda batalla que pudiera serles fatal. Acosados por los españoles, impotentes para resistirles en campo abierto, se retiraban a los   -247-   campos vecinos a la Imperial, dejando así que el Gobernador avanzara hasta Tirúa. Cuando en el mes de febrero llegó el caso de dar la vuelta a los cuarteles de Arauco, los indios comenzaban a rehacerse, y en algunos pasos difíciles los destacamentos españoles temieron verse envueltos y sufrir un desastre. «Aventurose mucha reputación en esta jornada, y se hizo poco efecto», dice el cronista Tesillo, testigo y actor de los sucesos que narra.

Para aprovechar el tiempo que quedaba de verano, el Gobernador determinó hacer todavía otra entrada en el territorio enemigo con el objetivo de reconocer los sitios en que se proponía fundar las nuevas poblaciones. A principios de marzo, se hallaron reunidos en el fuerte de Nacimiento los dos grandes cuerpos del ejército español. Emprendiendo la marcha para el sur por el valle central, penetraron otra vez hasta Coipu sin hallar una resistencia seria en ningún punto; pero tampoco les fue dado alcanzar por esta parte ventajas más positivas de las que habían obtenido en la campaña anterior. La fuga de un indio auxiliar, había permitido a los enemigos conocer los movimientos de los españoles y evitar todo combate peligroso. Las tropas de Lazo de la Vega hallaban, por tanto, desiertos los lugares donde solían juntarse los indios, de tal suerte que, si bien pudieron practicar los reconocimientos que querían, a fines de abril regresaban a sus cuarteles sin haber sacado otra ventaja de aquella larga y penosa jornada.

No fue tampoco más provechosa otra campaña que ese mismo verano mandó hacer el Gobernador por la frontera austral del territorio que ocupaban los indios enemigos. El corregidor de Chiloé, Pedro Sánchez Mejorada, reuniendo a los españoles y a los indios auxiliares que podían tomar las armas en esa provincia, desembarcó con ellos en el continente y avanzó hasta las inmediaciones de Osorno, sin intimidarse por las juntas de gente que hacía el enemigo. En su corta campaña, el corregidor de Chiloé asoló los campos por donde pasaba, y apresó algunos indios; pero al retirarse a su isla, se vio atacado dos veces por éstos, y si no sufrió pérdidas de consideración, pudo convencerse de que sus fuerzas eran insuficientes para dominar esa región. Allí, como en la frontera del Biobío, los españoles que expedicionaban al territorio enemigo, se enseñoreaban sólo del suelo que pisaban.

El Gobernador, al informar al Rey sobre los sucesos de ese verano, tenía razón para decirle que el estado de la guerra de Chile era «conocidamente el mejor que jamás había tenido», por cuanto se habían evitado los desastres que ocurrieron frecuentemente en los años anteriores, y se había puesto término a las agresiones y correrías de los indios al norte del Biobío. Pero Lazo de la Vega no se hacía ilusiones sobre la importancia de las ventajas alcanzadas hasta entonces. Persuadido de que la pacificación definitiva del reino no podía darse por terminada mientras los españoles no poblasen establemente el territorio enemigo, reclamaba de nuevo en ese mismo informe el envío de los socorros de gente que tenía pedidos389. Al llegar a Concepción, de vuelta de esta última campaña, reunió a sus capitanes el 8 de mayo en Junta de Guerra para uniformar los pareceres acerca de las nuevas poblaciones; pero sin llegar a un acuerdo definitivo respecto de los lugares que debieran elegirse,   -248-   resolvió volverse a Santiago, llamado por las atenciones administrativas y deseoso de hacer mayores aprestos para adelantar en la primavera próxima la gran empresa en que estaba empeñado.




6. Inútiles esfuerzos de Lazo de la Vega para procurarse refuerzos de tropas

El Rey acababa de dictar numerosas providencias relativas al gobierno de Chile, destinadas unas a deslindar las competencias suscitadas entre las diversas autoridades, y otras a reglamentar algunos ramos de la administración. Se recordará que desde el tiempo de García Ramón, y a consecuencia de un permiso especial que el Rey le había concedido, todos los gobernadores que murieron en el desempeño de sus funciones, se creyeron autorizados para designar a sus sucesores. Felipe IV, poniendo término a esta práctica que consideraba abusiva, dispuso, por cédula dada en Madrid el 7 de mayo de 1635, «que el Virrey (del Perú) en pliego cerrado nombre dos personas de los maestres de campo que han sido en esta guerra, y que por muerte del gobernador de Chile suceda el uno en el gobierno, y si hubiere muerto el primero, entre el segundo, hasta tanto que el Virrey nombre otro; y que el dicho pliego se guarde cerrado y con secreto». Esta resolución iba a evitar, en adelante, la repetición de las intrigas que habían molestado a algunos gobernadores en las últimas horas de su vida.

Debemos también recordar aquí otra cédula de muy distinto carácter dada anteriormente por el mismo soberano. En 30 de diciembre de 1633, Felipe IV había pedido al gobernador de Chile una descripción completa de este país. «Os mando, le decía, que luego como recibáis ésta mi cédula deis las órdenes que convengan para que se hagan luego mapas distintos y separados de cada provincia, con relación particular de lo que se comprende en ellas, sus temples y frutos, minas, ganados, castillos y fortalezas; puertos, caletas y surgideros; materiales para fábrica de navíos, sus carenas y aderezos y qué naturales y españoles tienen, todo con mucha distinción, claridad y brevedad, de suerte que si fuera posible venga en la primera ocasión, que en ello me serviréis». Si se hubiera cumplido esta real orden, y llenado el programa de Felipe IV, poseeríamos ahora un documento inapreciable para conocer la situación de Chile en aquella época, y para estimar mejor sus progresos subsiguientes. Pero, por desgracia, no se halló en el país quien pudiera encargarse de este trabajo, y la obra encomendada quedó sin ejecución390.

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Afanes de otra naturaleza absorbían por completo la atención del Gobernador. El Rey, como se recordará, había resuelto a fines de 1634 que el tesoro del Perú pagara cada año, sin retardos ni reducciones, el situado real para subvenir a los gastos que originaba la guerra de Chile; pero con la misma fecha declaraba que el estado de su hacienda, comprometida por las complicaciones de la política europea, no le permitía aumentar esa asignación ni enviar a Chile los socorros de tropas que se le pedían. Por esta causa, se había limitado a recomendar al virrey del Perú que prestase al Gobernador todos los auxilios de que pudiera disponer. Lazo de la Vega sabía entonces que en Lima se estaba reclutando gente para enviarle algún refuerzo, pero no tenía confianza alguna en los soldados que se recogían en ese país y en esas condiciones.

En estas circunstancias creyó que la ciudad de Santiago podría suministrarle un regular contingente de tropa para salir a campaña en la primavera próxima. Con este motivo reunió al Cabildo en su propia casa el 28 de agosto (1636), y le presentó un memorial escrito en que le exponía la situación del reino y le pedía ayuda. El Gobernador comenzaba por representar las ventajas alcanzadas en la guerra, y la necesidad de llevarla a término mediante nuevas poblaciones para evitar los grandes gastos que ella ocasionaba. Recordando que los aprietos en que se hallaba la monarquía no permitían al Rey enviar los socorros necesarios y que los que sacasen del Perú serían siempre insuficientes, exponía que, aunque estaba autorizado para hacer obligatorio el servicio militar, había preferido enganchar gente pagada con la esperanza de formar un cuerpo regular. «Y aunque en esta ciudad y sus contornos, agregaba, conocidamente hay grande número de hombres mozos vagabundos, sin ejercicios, antes facinerosos y delincuentes, todos se retiran en esta ocasión de las que les ofrece la guerra con la gloria militar». En esta virtud pedía que el Cabildo, haciendo intervenir la fuerza de la ciudad, enrolase a esas gentes con toda decisión y energía. El Cabildo contestó por escrito y en los términos más respetuosos este requerimiento. Recordaba el deber de todos los vecinos del reino de servir a la causa común, y los esfuerzos y sacrificios que por ella había hecho la ciudad de Santiago; y sin negarse a cooperar en esta ocasión, pero sin hacer tampoco francos y generosos ofrecimientos, representaba que la ciudad, que sólo contaba cuatrocientos vecinos, no podía contribuir con un contingente considerable391. En efecto, cuando en octubre siguiente volvió el Gobernador a dirigir las operaciones de la guerra, sólo llevaba consigo un refuerzo de cincuenta hombres reunidos en Santiago con la mayor dificultad.




7. Se ve forzado a desistir del proyecto de repoblar a Valdivia

Antes de mucho sufrió el Gobernador una decepción no menos dolorosa. Lazo de la Vega, como alguno de sus predecesores, había representado al Rey con particular insistencia la necesidad de repoblar y fortificar el puerto de Valdivia. Temíase que los holandeses intentasen fundar allí un establecimiento del que fuera muy difícil expulsarlos. Durante mucho tiempo se creyó, como hemos visto, que estaban confederados con los indios de esa región,   -250-   y que éstos consentían en que los holandeses fundasen allí una población. Los sucesos recientes del Brasil, los esfuerzos que Holanda hacía para apoderarse de alguna porción de este país, vinieron a robustecer esos temores. Felipe IV, en cédula de 18 de mayo de 1635 dirigida al virrey del Perú, le hablaba de ese peligro. «Y siendo así, agregaba, que uniformemente todos convienen en que se fortifique dicho puerto (Valdivia) y que hoy insta la necesidad más que nunca por la ocasión referida (las expediciones holandesas al Brasil), habiéndoseme consultado por los de mi Junta de Guerra de Indias, he resuelto que se haga la dicha fortificación, y así os encargo que con particular cuidado y desvelo, atendáis a lo que esto toca, mirando por la defensa de dicho puerto, y comenzando luego a disponer la dicha fortificación».

El conde de Chinchón, virrey del Perú, como otros funcionarios españoles de América, tenían a este respecto muy distinta opinión. Estaban persuadidos de que en Holanda no se pensaba seriamente en fundar colonias en el sur de Chile, y si bien era verdad que algunos geógrafos y viajeros de ese país habían recomendado este proyecto, se creía que los costos y las dificultades de tal empresa habían de impedir su ejecución. Las noticias que estos funcionarios tenían del carácter de los indios chilenos, les hacían considerar con sobrada razón una quimera absurda los temores de alianza entre esos bárbaros y los holandeses. «No digo yo, decía uno de los que sustentaban esta opinión, que el enemigo de Europa no entrará en Valdivia, porque eso fuera error, supuesto que lo puede hacer siempre que entrare en este mar del sur. Empero sí, digo que no lo tengo por tan ruin soldado que resuelva fortificarse en Valdivia, habiendo tantas razones que contradigan su conservación y permanencia, porque no sólo no es a propósito aquel puerto para el designio del enemigo sino inútil. Yo he deseado averiguar qué fundamento pueda haber tenido esto del enemigo y de Valdivia; pero no le he hallado más origen que haberlo dicho el vulgo, autor clásico, gran soldado. Y la más colorada razón del vulgo es que el enemigo rebelde de tierra se aunará con el de Europa, y que de esta unión resultarán todos los inconvenientes que se previenen. Asentemos, pues, esto por imposible; y que lo posible y lo seguro será que si hubiere esta unión, durará lo que tarde la ocasión de pasar a cuchillo el rebelde de Chile (los araucanos) al de Europa (los holandeses); y que si este último es soldado, ha de andar siempre la barba sobre el hombro y las armas en la mano, aun cuando más seguridad le parezca hay en su unión, porque es cosa ridícula pensar otra cosa ni que el enemigo de Chile se podrá conformar con otro, no teniendo cabeza ni constancia, palabra ni reputación»392. Los impugnadores del proyecto de repoblar Valdivia creían, pues, firmemente, que si los holandeses hubiesen llegado a establecerse allí, habrían tenido que soportar en breve la guerra implacable de los indios y corrido peor suerte que los españoles.

Pero había, además, otra razón para impugnar ese proyecto. El Rey, al ordenar que se fortificase Valdivia, quería que esta obra se hiciese a expensas de Chile y del Perú, casi sin desembolso alguno de parte de la Corona. El Virrey, conde de Chinchón, queriendo evitar gastos que consideraba de todo punto innecesarios, no vaciló en objetar la orden del soberano. En efecto, en abril de 1636 escribía a Felipe IV que juzgaba ese trabajo «de poca utilidad», al mismo tiempo que transmitía al gobernador de Chile la cédula real, haciéndole entender que la población y fortificación del puerto de Valdivia debían hacerse sólo con los   -251-   recursos de este país y con las erogaciones de sus vecinos, a quienes se podrían dar tierras y repartimientos de indios en aquellos lugares.

Lazo de la Vega, por su parte, deseaba vivamente llevar a cabo esa obra, quizá no tanto porque abrigara temores de que los holandeses intentasen establecerse en Valdivia, sino porque creía que la repoblación de esta ciudad debía contribuir a asentar la dominación española en el territorio araucano. Pero, careciendo de recursos, pensó interesar en la empresa al vecindario de Santiago. Al efecto, lo reunió en la catedral el 22 de septiembre (1636) en un solemne cabildo abierto para pedirle su cooperación. «Dio principio a la propuesta, dice uno de los altos funcionarios que concurrieron a esa asamblea, un capítulo de carta de Su Majestad, Dios le guarde, y una carta del virrey del Perú, conde de Chinchón, enderezándose uno y otro a la fortificación y población de Valdivia, puerto entre los de este reino el más capaz, el más apto para que el enemigo pirata lo ocupe, como ha días desea, haciéndole escala de sus navegaciones, asilo de sus miedos y defensa de sus robos. Y aunque esta fortificación es tan importante, no puede hacerse por su real hacienda por la fuerza de continuas y poderosas guerras con que esta monarquía está oprimida, y quisiera que sin el gasto de ella se consiguiera el efecto, para lo cual anima a los vasallos a que le den arbitrios, no en el modo de fortificación, gente y pertrechos, que ha menester, sino en la manera cómo se harán estos gastos sin que su hacienda real lo supla ni se enflaquezca en esto más de lo que está. Acudió a su fomento el licenciado don Pedro Gutiérrez de Lugo, oidor de esta Real Audiencia, mostrando con larga persuasión en la elocución discreta su retórica, en los fundamentos fortísimos su ciencia y experiencia larga y en los diversos efectos el celo del real servicio. Con tal ornato de razones encendió los ánimos y persuadió las voluntades que si así como ellas salieron dispuestas les ayudaran las fuerzas, no tenía Su Majestad, Dios le guarde, sino abrir los cimientos, delineando la planta y levantando los muros de la fábrica sin ninguna costa de su real hacienda»393. Así, pues, a pesar de la buena disposición que mostraron todos los asistentes al cabildo abierto, la pobreza general del país no les permitió prestar a la proyectada repoblación de Valdivia el apoyo que solicitaba el Gobernador.




8. Últimas campañas de Lazo de la Vega: repoblación de Angol

Este conjunto de contrariedades habría desalentado a otro hombre menos resuelto y animoso que don Francisco Lazo de la Vega. Cuando vio que no le era posible realizar todo el plan de operaciones que había meditado, y en que fundaba la esperanza de consumar la conquista completa y definitiva de todo el territorio disputado a los indios, pensó en ejecutar siquiera la parte que le permitían sus recursos. En efecto, habiendo reunido en Santiago con no pequeñas dificultades unos cincuenta auxiliares, partió con ellos a principios de octubre y fue a esperar a Concepción el arribo de los refuerzos que debía enviarle el virrey del Perú.

Como tardaran estos socorros, y como los indios de guerra se mostraran siempre inquietos, acercándose en sus correrías hasta las inmediaciones del Biobío, dispuso el Gobernador   -252-   que salieran a perseguirlos algunos destacamentos. Uno de éstos, mandado por el capitán Domingo de la Parra, obtuvo una señalada victoria el 12 de diciembre (1636) en un sitio denominado la Angostura, sobre las márgenes de ese río. A la cabeza de cincuenta españoles y de doscientos indios auxiliares, sorprendió un cuerpo enemigo mandado por Nancopillán, caudillo de mucho renombre en aquellas guerras, lo destrozó completamente, causándole la muerte de más de ochenta hombres, y tomando veintitrés cautivos, uno de los cuales era el mismo jefe. «Este suceso, dice el historiador Tesillo, fue de los más dichosos que tuvo don Francisco Lazo, y de ninguno, a mi juicio, tuvo mayor gloria por ser este Nancopillán el enemigo más soberbio y desvanecido que tenía la guerra, y que en sus juntas y parlamentos había hablado con desprecio de don Francisco y de nuestra nación». Esperando utilizar el conocimiento que tenía ese indio del país y de la situación del enemigo, el Gobernador le perdonó la vida394. Nancopillán murió año y medio más tarde sin haber recobrado su libertad.

En esos mismos días llegaba a Concepción el socorro que con tanta ansiedad se esperaba del Perú. Componíase sólo de cien hombres, número del todo insuficiente para llevar a cabo los proyectos del Gobernador. Sin embargo, en los primeros días de enero de 1637, salía éste de Concepción con todos los aperos necesarios para hacer las fundaciones que proyectaba; y habiendo reunido la mayor parte de sus tropas en Negrete, penetraba resueltamente en el territorio enemigo. En un detenido acuerdo que celebraron sus capitanes, se resolvió fundar una sola población, ya que la escasez de recursos no permitía otra cosa, y se designó para este efecto el sitio que había ocupado la antigua ciudad de Angol. Sin tardanza se dio principio a la construcción de los bastiones y cuarteles. El capitán Santiago de Tesillo fue encargado de trasladar allí las familias que durante los años anteriores se habían agrupado en los alrededores del campamento de Yumbel. A fines de enero la nueva población quedaba establecida con el nombre de San Francisco de la Vega de Angol, y pasó a ser el asiento de la división española encargada de defender toda la parte de la frontera que cerraba el valle central del territorio, así como la plaza de Arauco debía resguardar la región de la costa395. El Gobernador no tuvo tiempo más que para nombrar las autoridades civiles y militares de la nueva ciudad. El mal estado de su salud le obligó a regresar a Concepción, dejando a cargo del sargento mayor Alfonso de Villanueva Soberal el adelantar los trabajos de construcción y defensa.

Las últimas campañas de don Francisco Lazo de la Vega fueron de escasa importancia por sus resultados. A pesar de su salud quebrantada por sus enfermedades, de la escasez de sus recursos militares, que no habían bastado para realizar los proyectos que meditaba, y de acercarse el término de los ocho años por que había sido nombrado gobernador de Chile, el activo capitán siguió desplegando el mismo celo para combatir a los indios y para adelantar la conquista. Esperando siempre socorros de tropas para hacer nuevas poblaciones, contrajo   -253-   su empeño durante las campañas de 1638 a hostilizar a los indios de guerra por varios lados, para obligarlos a replegarse más allá de la Imperial. En esas campañas obtuvo sólo ventajas relativas y la dispersión de algunos cuerpos enemigos, pero ningún triunfo que pudiera hacer presentir la proximidad de la terminación de la lucha. Por el contrario, algunos indios que eran tenidos por amigos, y que servían en el ejército español, desertaron de sus filas, dejando ver así cuan poco había que esperar de los tratos de paz que se hicieran con esos bárbaros. Éstos y otros contratiempos no hicieron más que estimular la actividad incansable del Gobernador. En el otoño de 1638 un incendio casual redujo a cenizas la mayor parte de la naciente ciudad de Angol. Lazo de la Vega se trasladó allí, y desplegando una constancia extraordinaria en el trabajo, sin ahorrarse fatigas de ningún género, dejó muy adelantadas las construcciones antes de la entrada del invierno.

A mediados de julio, cuando pudo desprenderse de estos afanes, el Gobernador se ponía en marcha para Santiago. Su salud, cada día más delicada, lo retuvo aquí sin permitirle volver a salir a campaña ese verano. Pero entonces supo que el Rey acababa de nombrarle un sucesor, y que éste debía llegar en pocos meses más a Concepción. Sobreponiéndose a sus dolencias, Lazo de la Vega se trasladó a esa ciudad en febrero de 1639, para hacer la solemne entrega del gobierno. Desde allí escribía al Rey su última carta.

Profundamente convencido de haber hecho en Chile todo lo que se podía esperar de los medios que tuvo a su disposición, trazaba en ella, con toda la arrogancia de su carácter, el cuadro de su administración en los términos siguientes: «Mediante la continuación de los progresos que he tenido con estas armas, las entregaré en la más lúcida reputación que jamás se han visto, porque, como a Vuestra Majestad tengo informado en otras ocasiones, cuando entré a gobernar este reino hallé al enemigo dueño de la campaña a las puertas de esta ciudad de la Concepción, plaza de armas del ejército, con gran temor de todos los vecinos y de todo el reino, que estaba perdido, y retirados de sus haciendas los dueños de ellas, y hoy le dejaré con muchos castigos, retirado en el río de la Imperial, cuarenta leguas de esta frontera, despobladas nueve provincias, las más rebeldes de toda la guerra y las en que fundaba su duración, adelantadas las armas de Vuestra Majestad con la nueva población que hice el año pasado de 1637, que fue el mayor freno para este bárbaro enemigo, con que hoy desea la paz, y que se pueblen sus tierras de españoles, que son los que a mí me han faltado para dar a Vuestra Majestad este glorioso fin. Quiera Dios lo consiga mi sucesor, y Vuestra Majestad, se halle victorioso y desembarazado de las atenciones de Europa, para asistirle con socorros de gente y dar fin a esta conquista, pues hoy se mira tan fácil. También, señor, entregaré con muy buena disposición las cosas de la paz y del gobierno político, bien administrada la justicia, y la hacienda de Vuestra Majestad tratada sin fraude y con entereza, que en todo he procedido con el celo que debo al servicio de Vuestra Majestad y a mis obligaciones»396. Lazo de la Vega tenía razón para mostrarse satisfecho de su gobierno, puesto que sin recibir de España los socorros que había pedido con tanta insistencia, logró batir casi constantemente al enemigo, reducirlo a una situación tal que no le fue posible renovar sus correrías en el territorio que ocupaban los españoles; pero en realidad, la pacificación definitiva del territorio se hallaba ahora tan distante como diez años atrás.



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9. Entrega el mando al marqués de Baides y se retira al Perú, donde muere. Historiadores del gobierno de Lazo de la Vega

El sucesor que por nombramiento del Rey debía reemplazarlo en el gobierno de Chile, era don Francisco López de Zúñiga, marqués de Baides. Esperábasele desde fines de 1638, pero sólo llegó a Concepción el domingo 1 de mayo del año siguiente, cuando las sombras de la noche acababan de cubrir la bahía y la ciudad. No queriendo demorar algunas horas su recibimiento en el gobierno, desembarcó en la misma noche a la luz de las antorchas y de las luminarias, pagó en el acto a los ministros del tesoro la mitad del impuesto de media anata que debía cubrir para ser admitido al ejercicio de sus funciones, y enseguida acudió al Cabildo acompañado por el Gobernador cesante que iba a entregarle el mando. Los capitulares, los prelados de las órdenes religiosas y los personajes notables de la ciudad, convocados apresuradamente a la sala capitular, recibieron el solemne juramento del marqués de Baides, y lo declararon en posesión del cargo de gobernador de Chile en medio de las «bombas de fuego en las plazas, la luz de los mosquetes, la exhalación de la artillería, que hicieron de la noche día, acreditando todos sus deseos en el agasajo de tan superior huésped», refiere el maestre de campo Tesillo, que, como comandante militar de Concepción, tuvo que disponer aquellas fiestas397. En la misma noche se celebraron en la iglesia las ceremonias religiosas que se acostumbraban en tales casos.

Entre el nuevo Gobernador y don Francisco Lazo de la Vega mediaban antiguas relaciones de amistad contraídas en los campamentos de Flandes. Guardáronse ambos en estas circunstancias las consideraciones debidas entre caballeros y entre antiguos camaradas; pero el primer deber del marqués de Baides era someter a su antecesor al juicio de residencia en que todos los altos funcionarios debían dar cuenta de sus actos. Por más que Lazo de la Vega hubiera demostrado en el gobierno un carácter recto y justiciero, y que no se le pudiera acusar de haber cometido injustificadas violencias ni grandes atropellos; por más que el estado de su salud debía hacer enmudecer las malas pasiones, no faltaron en esos momentos quienes formularan cargo en contra suya. El historiador Tesillo observa, con este motivo, que entre los acusadores de Lazo de la Vega figuraban algunos individuos que habían recibido favores de su parte, porque «es cierto, agrega, que hacer beneficios y hacer ingratos, no son dos cosas». A pesar de todo, el juicio de residencia fue la justificación de su conducta.

«Íbanle cada día, añade Tesillo, agravando sus achaques a don Francisco, y salió de la Concepción para la ciudad de Santiago, y en ella estuvo seis meses tratando del remedio de sus males; y viendo que no lo tenía, se embarcó para el Perú con esperanzas de hallarle en Lima; mas llegó a ella tan postrado que en breves días acabó su vida de una hidropesía confirmada que sacó de Chile. Murió como cristiano caballero, día del apóstol Santiago, su patrón y abogado, a los 25 de julio, año de 1640. Falleció finalmente este capitán esclarecido de bien florida edad, pues no pasaba de cincuenta años, y si los trabajos que tuvo en   -255-   dilatadas guerras en Flandes y Chile no le hubieran debilitado su robusta complexión, pudiera llegar con entera salud a larga vejez. Pasó su carrera de caballero no inferior a ninguno de cuantos hoy celebra la fama, fue de ánimo grande, aspecto feroz y de condición severa, de gallardo espíritu, de gran constancia en los trabajos y de valiente resolución en los peligros; pronto y vigilante en sus acciones militares; dotado finalmente de excelentísimas cualidades y merecedor, sin duda, de llegar a la noticia de nuestros descendientes por uno de los mayores gobernadores y más digno de respeto que ha tenido aquel reino». Aunque este retrato ha sido trazado por una mano amiga, que ciertamente no escaseaba el elogio, es preciso reconocer que Lazo de la Vega, por sus sólidas dotes de soldado y por sus prendas de administrador, merece ocupar un lugar muy distinguido entre los gobernadores de Chile, y que si no le fue dado llevar a cabo la conquista y pacificación completa del reino, para lo cual sus recursos eran del todo insuficientes, logró al menos poner a raya a los indios, refrenar su orgullo y salvar de sus incursiones y correrías la parte del territorio de que estaban en posesión los españoles398.





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