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No hallamos en los historiadores ni en los documentos que tenemos a la vista, noticia de los antecedentes militares de Jofré de Loaisa que puedan explicar esta elección. El comendador Jofré de Loaisa era pariente inmediato, probablemente sobrino, de fray García de Loaisa, superior de los padres dominicos, muy influyente en la Corte por los servicios que había prestado a la Corona durante la guerra de las comunidades de Castilla, presidente   —118→   del Consejo de Indias, y luego confesor del Rey, obispo de Osma, representante del Rey en Roma, arzobispo de Sevilla, cardenal e inquisidor mayor. Puede verse una biografía suya publicada, junto con la correspondencia dirigida al Rey desde Roma de 1530 a 1532, en el tomo XIV de la Colección de documentos inéditos para la historia de España. Madrid, 1849, así como un volumen publicado en Berlín en 1848, con el título de Brife auf Kaiser Karl V (Correspondencia con el emperador Carlos V), 1 v. 8º. Probablemente, el influjo de este personaje fue el motivo principal, si no único, de que se confiara a su pariente tan importante comisión.

 

172

Oviedo. Historia jeneral de las Indias, lib. XX, cap. 5, tomo II, p. 35 de la edición completa de Madrid, 1852, dice equivocadamente que salió de San Lúcar de Barrameda.

 

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Parece que el nombre de este río, que se encuentra escrito así en las antiguas cartas geográficas, tiene su origen en el de Vasco Gallego, uno de los pilotos de la expedición de Magallanes. Los mapas de Diego Ribeiro, que hemos citado en el capítulo anterior, lo nombran río de San Alifonso, con que también está designado en los documentos de la expedición de Loaisa.

 

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La expedición de Loaisa fue contada en una página, cap. 102, de la Historia jeneral de las Indias, de López de Gómara, Zaragoza, 1553 y con gran abundancia de pormenores por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en el libro XX de su Historia jeneral de las Indias, que alcanzó a publicar en Valladolid en 1557, antes que la muerte le impidiese terminar la impresión de toda su obra. Ese fragmento de la historia de Oviedo pasó a ser uno de los libros más raros sobre historia americana, y esta circunstancia fue, sin duda, causa de que la expedición de Loaisa quedara ignorada y desconocida, como vamos a verlo, puesto que la impresión completa de su obra sólo ha sido ejecutada en nuestro siglo (1851-1853) bajo los auspicios de la Academia de la Historia de Madrid, y bajo la inteligente dirección de don José Amador de los Ríos.

En 1590 publicaba en Sevilla el padre José de Acosta su famosa Historia natural y moral de las Indias, y en el capítulo 10 del libro III, da noticia de los navegantes que hasta esa época habían pasado el estrecho de Magallanes. En esa lista suprime la expedición de Loaisa, y la del portugués Alcazaba. Se puede asegurar que el erudito padre Acosta, a quien Feijóo llamaba el Plinio español, desconoció el libro de Oviedo, publicado treinta y tres años antes.

Pero el laborioso cronista Antonio de Herrera vino a reparar en 1601 esta omisión. Teniendo a la vista los diarios de navegación de los compañeros de Loaisa, y un vasto arsenal de documentos guardados en los archivos reales, contó extensamente en algunos capítulos de la década tercera de su obra monumental, todos los accidentes y peripecias del segundo viaje hecho al estrecho de Magallanes. El que quiera conocer en sus detalles la historia de la expedición de Loaisa, no puede eximirse de estudiar esta parte de la historia de Herrera.

A pesar del valioso caudal de noticias reunido por Herrera, el viaje de Loaisa quedó siempre más o menos desconocido. Así, Bartolomé Leonardo de Argensola, que en 1609 publicaba en Madrid la Conquista de las islas Molucas, apenas consagra algunas líneas del lib. I, p. 23 al viaje de Jofré de Loaisa. En la Description des Indes Occidentales, publicada en Amsterdam en 1622, que es la traducción francesa de una parte de la obra de Herrera, se han agregado algunas relaciones importantes para la historia de la geografía americana, y entre ellas una noticia de todos los viajes hechos hasta entonces por el estrecho de Magallanes, que ocupa las pp. 179-195. Allí se coloca la expedición de Loaisa con el título de cuarto viaje, anteponiéndole otros que son posteriores. Este descuido ha hecho caer en el mismo error al presidente De Brosses, en su notable Histoire des navigations aux terres australes lib. 11, tomo I, p. 148 y ss., si bien, siguiendo a Herrera, ha hecho un resumen ordenado del viaje de Loaisa.

La restauración de los estudios de esta parte de la historia de la geografía americana, fue iniciada por don José Vargas Ponce en la segunda parte de la Relacion del último viaje al estrecho de Magallanes, Madrid, 1788, que ya hemos citado. Hay allí, pp. 200-211, un buen resumen de la expedición de Loaisa. Pero en 1837 publicó don Martín Fernández de Navarrete el V tomo de su afamada Colección; y en ella insertó con el orden más esmerado, todos los documentos concernientes a esta expedición, diarios de los pilotos, despachos oficiales, etc. Allí se encontrarán todos los datos que pueden ilustrar la historia de este viaje. Posteriormente, en 1866, don Luis Torres de Mendoza publicaba en el tomo V, pp. 5-67 de su Coleccion de documentos inéditos relativos a América, el diario de esta expedición del piloto Andrés Urdaneta, sin sospechar que este mismo documento había sido publicado por Navarrete en las pp. 401-439 del tomo citado.

 

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Herrera, dec. IV, lib. V. cap. 10; Argensola, Conquista de las Molucas, lib. I, p. 46. Las Molucas volvieron a la soberanía de España en 1580, con motivo de la conquista de Portugal; pero los holandeses se apoderaron de ellas en 1607.

 

176

Oviedo, Historia jeneral, lib. XXII, cap. I, tomo II, p. 155.

 

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Herrera, dec. IV, lib. IV, cap. 5. Se ve allí por la prolija relación de este cronista, que tuvo a la vista las dos reales cédulas o capitulaciones de 26 de julio de 1529. Pero estos documentos han sido publicados íntegros, el relativo a Pizarro en los apéndices de la Historia de la conquista del Perú, de Prescott y el otro en la p. 125 del tomo X de la Coleccion citada de Torres de Mendoza.

Esta manera de repartir gobernaciones en un continente que no se conocía, podía parecer fácil y expedita a los reyes de España, pero debía dar origen a las más graves complicaciones entre los conquistadores. Así, la concesión hecha a Pizarro en 1529, se prestaba a una doble inteligencia en que no se han fijado suficientemente todos los historiadores de la conquista del Perú, y que dio origen o pretexto a una sangrienta guerra civil. La Emperatriz Gobernadora concedía a Pizarro una extensión de doscientas leguas medidas sobre el meridiano, las cuales, decía la capitulación, «comienzan desde el pueblo que en lengua de indios se dice Tenumpuela, y después llamasteis Santiago, hasta llegar al pueblo de Chincha que puede haber las doscientas leguas, poco más o menos». Estando situado el pueblo de Santiago a 1º 20' de latitud norte y Chincha a 13º 29' de latitud sur, es claro que había entre uno y otro punto más de doscientas sesenta leguas, de diecisiete y media en grado, como se medían entonces.

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El cronista Cieza de León, en el capítulo 39 de La guerra de las Salinas, hablando de ésta y de otras reales cédulas relativas a demarcaciones territoriales, las encuentra claras y explícitas, reconoce que «muchos de los de acá (el Perú), sin saber lo que dicen, hablan que las provisiones venían tan oscuras que ellas mismas fueron parte y el principal efecto para se poner en armas». Véase la p. 208, en el tomo 68º de la Coleccion de documentos inéditos para la historia de España.

 

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Estas gestiones constan de dos extractos sin fecha ni firma de los memoriales de Alcazaba guardados en el Archivo de Indias de Sevilla junto con la cédula en que se le hizo la concesión. Ambos han sido publicados por Torres de Mendoza en la p. 132 del tomo citado.

En el mismo Archivo de Indias, depositado en Sevilla hallé en 1860, en un legajo titulado Viajes a Magallanes i mar del sur, guardado entre los documentos del patrimonio, cinco reales cédulas expedidas por Carlos V y relativas a la proyectada campaña de Alcazaba. Las cinco están fechadas en Toledo el 24 de agosto de 1529. Por ellas nombraba veedor de las fundiciones de oro y plata de la nueva gobernación a Francisco Diosdado, contador a Bartolomé Cornejo y tesorero a Juan Gutiérrez. Los dos últimos eran, además, nombrados regidores del primer pueblo de cristianos que fundase Alcazaba. Casi parece excusado el decir que todos estos nombramientos fueron inútiles.

 

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En los primeros meses de 1534 se publicó en Sevilla, a manera de gaceta de noticias, una relación anónima en ocho hojas en folio, con tipo gótico, que lleva este título: La conquista del Perú, llamada la Nueva Castilla; la cual tierra por divina voluntad fue maravillosamente conquistada, de que hemos visto un ejemplar en la biblioteca del Museo Británico de Londres. Es una relación sumaria de la conquista del Perú, escrita probablemente por el secretario de Pizarro, Francisco de Jerez, que acababa de llegar a España. Esa relación debió de tener una prodigiosa circulación en toda España. Pocos meses más tarde, publicaba Jerez en la misma ciudad de Sevilla, para satisfacer la curiosidad pública, su Verdadera relacion de la conquista del Perú, en cuyas últimas páginas hacía la descripción de los tesoros enviados por Pizarro al Emperador y los que llevaban como propiedad particular algunos soldados de la Conquista que volvían enriquecidos a España. Esos tesoros, sin contar las vasijas y demás piezas de plata y de oro labrado, son avaluados por Jerez en una cantidad aproximada a dos millones y medio de   —123→   pesos de nuestra moneda, suma enorme en aquella época. Como, además, se creía que ésas no eran más que las primeras muestras de las riquezas del Perú, se comprenderá el entusiasmo que debió despertarse en España por acudir a aquel país de maravillosos tesoros.

 

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El cronista Antonio de Herrera, con su habitual prolijidad, extracta en esta forma en el capítulo 5, lib. III, dec. IV, la provisión en favor de Pizarro. «Que por cuanto don Francisco de Pizarro había descubierto 60 a 70 leguas de costa más adelante de Chincha, se le hiciese merced que estas leguas entrasen en su gobernación, se le daba lo que pedía, con que no excediese de 70 leguas de luengo de costa, de manera que en todas fuesen 270 leguas las contenidas en su gobernación, contadas por la orden del meridiano». Esta real cédula, desconocida de los historiadores (véase Amunátegui, La cuestion de límites, etc., tomo I, p. 21) ha sido insertada íntegra por Cieza de León en el capítulo 39 de La guerra de las Salinas, publicada por primera vez en 1877. En esta edición, tal vez por error de copia, se le pone fecha de 4 de mayo.

Hemos visto en la nota número 7 de este capítulo que la primera concesión de 1529 daba a Pizarro 200 leguas contadas desde el pueblecito de Santiago, al norte del Ecuador, hasta Chincha; pero que ese territorio mide más de 260 leguas, de manera que si las 70 de la segunda concesión han de contarse desde Chincha para el sur, la gobernación de Pizarro se extendería más de 330 leguas. La cédula de 1534, en que se dan a Pizarro esas 70 leguas, por haber descubierto otras tantas más adelante de Chincha, parece justificar esta demarcación; pero cuando el Rey, por una cédula de 31 de mayo de 1536, nombró un juez que dirimiese las cuestiones suscitadas entre Pizarro y Almagro, sobre los límites de sus gobernaciones respectivas, mandó expresamente que se entendiera que la del primero tuviese sólo 270 leguas. Así, pues, la gobernación de Pizarro llegaba sólo a la altura de Ica, desde donde se miden 270 leguas al pueblecito de Santiago. En este caso, el Cuzco, situado a 13º 30' de latitud sur, entraba también en la gobernación de Pizarro; y Almagro no habría tenido derecho de conquistar más que hasta la latitud sur de 25º 31' 26'', es decir, hasta la entrada de Chile.

Estas cuestiones han sido prolijamente expuestas por don Antonio Raimondi en su notable Historia de la jeografía del Perú (tomo II de su obra titulada El Perú, Lima, 1876). Las estudia en dos pasajes distintos de sus capítulos 6 y 7, y fija la línea de Ica como límite de las gobernaciones de Almagro y de Pizarro. Publica, además, en este tomo, un importante mapa del Perú en los tiempos que siguieron a la Conquista, según los datos que arroja la crónica de Cieza de León, y allí ha trazado la línea que separaba a las dos gobernaciones haciéndola pasar por el valle de Ica.

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Se comprende que estas divisiones geográficas debían dar origen a todo orden de dificultades teniendo que ser aplicadas por hombres que, como Pizarro y Almagro, no sólo no entendían una palabra de cosmografía sino que ni siquiera sabían leer. Sin embargo, cuando se estudian los documentos originales del litigio que ambos sostuvieron, sorprende la exactitud casi absoluta con que los pilotos del tiempo de la Conquista fijaban la latitud de los lugares. Véase sobre este punto el cuadro que ha publicado el señor Raimondi en la p. 91 del libro citado, donde se nota la exactitud casi absoluta con que los pilotos establecían las posiciones geográficas.