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Para hacer comprender mejor esta demarcación, vamos a indicar algunos datos geográficos que señalan aproximadamente el límite austral de cada una de estas cuatro gobernaciones en la costa del Pacífico. Si la concesión hecha a Pizarro debe contarse sobre la base de sólo 270 leguas a partir del pueblo de Santiago, habría terminado, como dijimos, a la altura de Ica; la de Almagro en la latitud sur 25º 31'; la de Mendoza a los 36º 57' y la de Alcazaba a los 48º 22'.

Don Miguel Luis Amunátegui ha expuesto con mucha claridad la demarcación de estas gobernaciones en los dos primeros capítulos del tomo I de la Cuestion de límites entre Chile i la República Arjentina, Santiago, 1879.

 

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La historia de la expedición de Alcazaba, a que López de Gómara no había destinado más que seis líneas en el cap. 103 de su Historia de las Indias, fue escrita con bastante prolijidad por el cronista Oviedo en los tres   —127→   capítulos que componen el libro XXII de su afamada obra. Este libro, sin embargo, no alcanzó a imprimirse en vida del autor, y sólo ha visto la luz pública en la edición completa hecha por el cuidado de la Academia de la Historia de Madrid. Oviedo conoció en Santo Domingo a algunos de los compañeros de Alcazaba y al hijo de éste, y recogió de ellos las extensas noticias que ha consignado en su historia.

El cronista Antonio de Herrera ha referido igualmente los sucesos de esta desventurada expedición. Fundándose en los documentos contemporáneos y en las relaciones que existían en los archivos españoles, que sigue con la más escrupulosa fidelidad, copiándolos o extractándolos, ha contado en dos capítulos, dec. V, lib. VII, cap. 5 y lib. VIII, cap. 8, pero con abundancia de pormenores, todo cuanto se relaciona con esta tentativa de colonización.

Pero existen, además, dos relaciones minuciosas y completas de las peripecias del viaje de Alcazaba. Una de ellas fue escrita por Alonso Vehedor, escribano de la expedición. Redactada en forma de documento de notaría, casi sin apariencias literarias, contiene, sin embargo, un gran acopio de hechos. Conservábase en el archivo de Simancas, cuando a fines del siglo pasado sacó una copia don Juan Bautista Muñoz, de cuya rica colección de manuscritos tomé en 1860 la que poseo en mi poder. Por lo demás, en 1866 fue publicada esta relación en el tomo V de la Coleccion citada de Torres de Mendoza; y en Chile ha sido dos veces reimpresa con oportunas y útiles notas geográficas en La cuestion de límites entre Chile i la República Arjentina, por don Miguel Luis Amunátegui, tomo I, p. 101 y ss., y en el Anuario hidrográfico de Chile, tomo V, p. 434 y ss. en unos importantes estudios históricos sobre Los descubridores del estrecho de Magallanes.

La otra relación es una extensa carta escrita por Juan de Mori en la cárcel de Santo Domingo el 20 de octubre de 1535, y dirigida a un amigo en España para explicar y justificar su conducta. Esta pieza notable por el conjunto de noticias y aun por sus buenas formas literarias, cuenta los mismos hechos que contiene la relación de Vehedor, con algunos más detalles en ciertos puntos, casi sin divergencias en los hechos, pero con mayor claridad y con mejor método. Fue hallada esta relación por don Juan Bautista Muñoz en el archivo de Simancas en 1781, y copiada esmeradamente para la rica colección de manuscritos que reunió con el objeto de escribir la historia del Nuevo Mundo. De ella tomé la copia que me ha servido para escribir las pocas páginas que se refieren a la expedición de Alcazaba, y en las cuales no me era posible hacer entrar los numerosos e interesantes detalles consignados en las relaciones de Vehedor y de Mori. Recientemente, esta última ha sido publicada en las pp. 559-576 del tomo VII del Anuario hidrográfico de Chile. Santiago, 1881.

 

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Un soldado alemán de la conquista del Río de la Plata. Ulrich Schmidt, de Straubingen, en Baviera, vuelto a Europa, después de veinte años de residencia en aquellos países, escribió una sencilla relación de los sucesos de que fue testigo y actor, publicada por primera vez en Francfort en 1567, y traducida después al latín, al español y al francés. Del tenor de esta relación se desprende que la escuadra de Mendoza salió de San Lúcar el 1 de septiembre de 1534. Se comprende que no tiene nada de particular que un soldado que consigna sus recuerdos veinte años después de los sucesos que cuenta, haya incurrido en un error cronológico de un año.

La fecha apuntada por Schmidt, en contradicción con la que daban los primitivos historiadores españoles, no fue seguida por los escritores subsiguientes, y entre ellos por el prolijo padre Charlevoix, en su notable Histoire du Paraguay, París, 1756, tomo I, p. 35. Sin embargo, el padre Pedro Lozano, que en el siglo último escribía su Historia de la conquista del Paraguai, etc., publicada por primera vez en Buenos Aires en 1874, asentó, siguiendo al soldado alemán, en el cap. 3 del libro II, que Mendoza salió de San Lúcar en septiembre de 1534. El padre Guevara, abreviador de Lozano, y después don Félix de Azara, en dos obras conocidas y populares, adoptaron esta fecha, que ha sido seguida por Funes y por todos los historiadores, así nacionales como extranjeros, que se han ocupado más tarde en escribir la historia argentina.

Basta conocer la lentitud con que en el siglo XVI se hacían en España los aprestos de buques y de gente, para comprender que Mendoza no pudo organizar su expedición en tres meses, de fines de mayo a fines de agosto de 1534. Este hecho daría sólo lugar a una inducción más o menos sostenible; pero hay pruebas directas que sirven para demostrar que la fecha de Schmidt está equivocada en un año cabal. Vamos a señalarlas sumariamente.

López de Gómara, Historia de las Indias, cap. 89, dice que Mendoza hizo su viaje en 1535. Oviedo, que en este punto ha consignado las noticias que le dio uno de los compañeros de Mendoza, dice lo mismo en el cap. 6 del lib. XXII de su Historia jeneral. Rui Díaz de Guzmán, en el cap. 10 del lib. I de su Arjentina, ha señalado la misma fecha. Antonio de Herrera, dec. V, lib. IX, cap. 10, coloca el viaje de Mendoza en el año 1535. Además de estas autoridades, cual de todas más respetable, vamos a citar otra que nos parece todavía más fundamental y decisiva. Alonso Vehedor en la relación de la expedición de Alcazaba que hemos citado, refiere que después del asesinato de este jefe (abril de 1535), uno de los cabecillas del motín, quería que los sublevados se fuesen al Río de la Plata, «a aguardar a don Pedro de Mendoza». En efecto, Alcazaba y sus compañeros salieron de San Lúcar el 21 de septiembre de 1534, y habían dejado a Mendoza haciendo los aprestos para su expedición. Seis meses después, creían fundadamente que aún no había llegado al Río de la Plata, y que si se trasladaban a esa región, tendrían que esperar allí a don Pedro de Mendoza, que en efecto no llegó sino a principios de 1536.

 

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Las instrucciones de Mendoza a su sucesor, fechadas en la primera ciudad de Buenos Aires el 21 de abril de 1537, que el cronista Herrera tuvo a la vista y que extractó fielmente en el cap. 17 del lib. III de su dec. VI, han sido publicadas en la Coleccion de Torres de Mendoza, tomo X. pp. 536-541, según una copia hallada entre los papeles de ese jefe, y conservada en el Archivo de Indias. No conocemos otro documento antiguo sobre esta expedición, sino esas instrucciones y la provisión real, por la que se le había nombrado gobernador, y la cual se halla publicada igualmente en la Coleccion de Torres de Mendoza, tomo XXII, p. 350 y ss.

La expedición de don Pedro de Mendoza, que apenas recordamos aquí en cuanto se relaciona con el proyecto de conquistar una parte de Chile, ha sido contada por Schmidt, por Oviedo, por Díaz de Guzmán y por Herrera en los lugares citados. Esas relaciones pueden considerarse primitivas, porque, aunque el último escribía en España en los primeros años del siglo XVII, se sabe que su trabajo se limitaba a compilar, muchas veces con sus mismas palabras, las primeras relaciones y los antiguos documentos. Entre los numerosos historiadores que más tarde han consignado estos sucesos, Charlevoix, Lozano, Guevara, Azara, Funes, Domínguez, etc., debemos recomendar las páginas (15-28) que a esta expedición destina el señor Burmeister en el tomo I de su importante Description physique de la République Argentine, París, 1876, que pueden contener algún error de detalle, pero que están escritas con un notable sentido histórico.

 

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Los antiguos historiadores de la Conquista dan muy escasas noticias acerca de los primeros años de Almagro. Cuentan que en su mocedad entró al servicio de don Luis de Polanco, uno de los cuatro alcaldes de Corte de los Reyes Católicos; y que en este tiempo tuvo la pendencia que le obligó a fugar a América, pero no indican ni aproximadamente cuándo hizo este viaje. En el Archivo de Indias, depositado en Sevilla, hallé dos informaciones mandadas hacer en Panamá el 14 de diciembre de 1526 y el 13 de abril de 1531 a petición de Almagro, para probar sus servicios al Rey. Son documentos muy importantes para estudiar la historia del primer descubrimiento del Perú   —132→   y arrojan alguna luz sobre la vida de este capitán. Allí aparece que salió de España en la armada de Pedro Arias Dávila (11 de abril de 1514), que traía a América a Bernal Díaz del Castillo, el soldado historiador de Méjico, al cosmógrafo Enciso, y al cronista Gonzalo Fernández de Oviedo. En Panamá hizo amistad con Francisco Pizarro, que había pasado a las Indias algunos años antes. Almagro hace constar cómo perdió un ojo en un combate con los indios en el descubrimiento del Perú. Con la segunda de esas informaciones, Almagro escribe al Rey el 25 de agosto de 1531, y le dice que estando en la Corte Fernández de Oviedo, amigo a quien ama, encarga a éste que pida las mercedes que solicita. Oviedo ha demostrado en su historia que en efecto fue amigo verdadero de Almagro.

 

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Los contemporáneos han hecho el retrato de Almagro con coloridos diferentes, según el bando a que pertenecieron. Pedro Pizarro, pariente y paje del conquistador del mismo nombre, lo describe así: «Don Diego de Almagro a todos decía sí y con pocos lo cumplía. Este don Diego de Almagro nunca se le halló deudo: decía él que era de Almagro. Era un hombre muy profano, de muy mala lengua, que en enojándose trataba muy mal a todos los que con él andaban, aunque fuesen caballeros, y por esta causa el marqués (Francisco Pizarro) no le encargaba gente porque iban con él de muy mala gana. Este Almagro era bien hecho, valiente en la guerra, animoso en el gastar, aunque hacía pocas mercedes, y las que hacía profanas y no a quien le servía». Pedro Pizarro, Relacion del descubrimiento i conquista de los reinos del Perú, escrita en Arequipa en 1571 y publicada en el tomo V de la Coleccion de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, 1844.

Francisco López de Gómara, que no estuvo nunca en América, y que sólo conoció a Almagro por el testimonio de otros, lo retrata en el capítulo 141 de su Historia jeneral de las Indias, en los términos siguientes: «Era Diego de Almagro natural de Almagro. Nunca se supo de cierto quién fue su padre, aunque lo procuró. Decían que era clérigo. No sabía leer, era esforzado, diligente, amigo de honra y fama, franco, mas con vanagloria, quería supiesen todos lo que daba. Por las dádivas lo amaban los soldados, que de otra manera muchas veces los maltrataba de lengua y manos».

Más completo todavía es el retrato que nos ha legado el célebre cronista Pedro Cieza de León, que vivió algunos años en el Perú, y que recogió los más prolijos y juiciosos informes. Helo aquí: «Almagro murió de sesenta y tres años. Era de pequeño cuerpo, de feo rostro y de mucho ánimo, gran trabajador, liberal aunque con jactancia, de gran presunción sacudía con la lengua algunas veces sin refrenarse. Era avisado, y sobre todo muy temeroso del Rey. Fue gran parte para que estos reinos se descubriesen. Dejando las opiniones que algunos tienen, digo que era natural de Aldea del Rey, nacido de tan bajos padres que se puede decir de él principiar y acabar en él su linaje». La Guerra de las Salinas, capítulo 70. Esta obra es la cuarta parte de la crónica de Cieza de León, y ha sido publicada por primera vez en 1877, en el tomo 68 de la Coleccion de documentos inéditos para la historia de España.

Oviedo, que lo conoció de cerca, lo ha retratado en los términos siguientes: «Este pecador de este adelantado don Diego de Almagro, no lo quiero hacer recto. ni creo que dejó de pecar, porque la compañía de tantas gentes y tan largas conciencias no podían dejar de prestarle algún aviso; pero puédese creer que fue uno de los escogidos y más acabados capitanes que a Indias han pasado (y aún que fuera della han militado). Yo no he visto ni oído capitán general ni particular, acá ni por donde he andado (que ha sido mucha parte del mundo), que no quisiese más para sí que para sus soldados ni su príncipe, sino éste: que si todo cuanto oro y plata y perlas y piedras preciosas hay en estas Indias y fuera de ellas estuvieran en su poder y determinación, lo osaba dar primeramente a su Rey, y después a sus militares y después a cuantos lo ovieran menester, y lo menos guardara para sí, si no con propósito de darlo». Oviedo, Historia jeneral, lib. 47, cap, I. En el proemio del mismo libro, Oviedo hace otro retrato de Almagro con rasgos más o menos semejantes.

Uno de los más leales amigos de Almagro y de su memoria, don Alonso Enríquez de Guzmán, que ha dejado manuscrita una historia de su propia vida que debiera publicarse por el interés de las noticias que contiene, habla de aquel personaje en el tono de las más altas alabanzas. Dice así: «Por la calidad y condición de su persona, esfuerzo y liberalidad, lealtad a su Rey que es lo principal, amor y temor a nuestro Dios, lo podemos comparar con el Cid Rui Díaz, de gloriosa memoria y de famosas hazañas, porque, como sabréis, de los que de él hablaron (de Almagro) y escribieron, ni el dicho Cid, ni Salomón, ni Alejandro no le han hecho ventaja». Cuenta enseguida que sus soldados lo querían como a Dios por su bondad y su liberalidad. Vida de don Alonso Enríquez, Ms.

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De estos retratos los que más se acercan a la verdad son, sin duda, los de Oviedo y Cieza de León que fueron observadores tan juiciosos como rectos.

 

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Existe en el Archivo de Indias, depositado en Sevilla, una relación del oro y de la plata que se fundieron en el Cuzco desde el 20 de mayo hasta fines de julio de 1535 para sacar el quinto que correspondía al Rey. En esa relación, que da una idea aproximada de los grandes tesoros recogidos en el Perú por los conquistadores, aparece algunas veces el nombre de don Diego de Almagro por fuertes sumas; pero indudablemente deben registrarse allí   —135→   muchas otras partidas bajo el nombre de alguno de sus tenientes. Este documento está publicado en el tomo IX de la Coleccion citada de Torres de Mendoza, p. 503 y ss.

 

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Antonio de Herrera, dec. V, lib. VII, cap. 9.

 

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El peso de oro, usado por los conquistadores de América, y que tendremos que nombrar muchas veces, no era una moneda sino una medida de peso equivalente a un castellano, como lo dice expresamente Francisco Jerez en la última página de su Relacion, antes citada. Cincuenta pesos de oro formaban un marco. Se apreciaba cada peso de oro en 450 maravedíes de plata, que reducidos a moneda moderna dan tres pesos y algunos centavos. Así, pues, los gastos hechos en los aprestos de la expedición de Almagro pasaron de la enorme suma de cuatro millones y medio de pesos de nuestra moneda.

 

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Oviedo, Historia general, lib. 47, cap. 5, tomo IV, p. 276, da en esta forma los precios de algunos artículos: «Un caballo valía siete y ocho mil pesos de oro, y un negro dos mil, y una cota de malla mil, y una camisa trescientos, y a este respecto todo lo demás». Para formarse idea de estos precios según nuestra moneda, sería preciso multiplicarlos por tres, como indicamos en la nota anterior. Cieza de León, en el cap. 26 de la primera parte de la Crónica del Perú, da algunas noticias acerca de los precios que por entonces tenían los animales europeos en América, y refiere que él vio vender una puerca en 1.600 pesos. El inca Garcilaso de la Vega, en los capítulos 16 a 20 del libro IX de sus Comentarios reales, ha reunido datos muy curiosos acerca de la introducción de los animales europeos en el Perú, y del alto valor a que alcanzaron en los primeros tiempos. Sin embargo, todas estas noticias no están perfectamente conformes entre sí, lo que se explica no sólo por la calidad del animal vendido sino por la mayor o menor prodigalidad del comprador. Don Alonso Enríquez de Guzmán refiere en su Vida inédita, que hemos citado más atrás, que cuando llegó a los puertos del norte del Perú, vendió uno de los tres caballos que traía, a un oficial llamado Alonso Garcés, por mil pesos de oro y setenta marcos de plata fina.