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221

Herrera, dec. V, lib. X, cap. 3.

 

222

Las relaciones primitivas de la Conquista suelen ser muy parcas en fechas. En ninguna parte se dice cuándo llegó Hernando Pizarro de vuelta de España, ni cuándo tomó el mando del Cuzco, ni menos cuándo partió Rada de esta ciudad. El examen detenido de los hechos, nos autoriza a suplir estas deficiencias sin temor de equivocarnos mucho. El arribo de Hernando Pizarro ha debido tener lugar en noviembre de 1535, y su entrada al Cuzco un mes después. Rada ha debido partir de esta ciudad a principios de enero de 1536, un mes antes que le pusieran sitio los indios rebelados bajo las órdenes del inca Manco. Oviedo dice expresamente que Rada pasó la cordillera cinco meses después que Almagro, lo que corresponde a agosto de 1536.

 

223

Herrera, dec. v, lib. x, caps. 4 y 5; Oviedo, lib. 47, cap. 5.

 

224

Oviedo, lib. 47, cap. 5.

 

225

Oviedo, Historia jeneral, lib. 47, proemio.

 

226

López de Gómara, Historia de las Indias, cap. 141.

 

227

La historia de la expedición de Almagro, muy imperfectamente contada hasta hace pocos años por la generalidad de los historiadores, había sido, sin embargo, prolijamente referida por algunos de los antiguos cronistas. Pero sólo ha llegado hasta nosotros una relación primitiva, escrita por uno de los testigos y actores en aquella memorable campaña.

Esa relación es un escrito anónimo titulado Conquista i poblacion del Pirú. Conservada en el Archivo de Indias, fue copiada en 1782 por don Juan Bautista Muñoz: y de esa copia se sacó otra que utilizó el célebre historiador estadounidense Prescott, cuando escribía su Historia de la conquista del Perú. En 1859, yo tomé otra copia que, en 1873, entregué para que fuese dada a luz en una Coleccion de documentos inéditos relativos a la historia de América, de que no se publicaron más que 144 páginas, en que se encuentra íntegra toda esta pieza.

La Conquista i poblacion del Pirú es una relación sumaria, escrita con poco método por un testigo de vista que parece ser un eclesiástico. El autor hizo la campaña de Chile con Almagro, y la ha referido brevemente, en seis páginas incompletas, y con escasos pormenores, pero ha contado con rasgos que no se hallan en ninguna parte, los horrores y atrocidades cometidas por los castellanos. El cronista Antonio de Herrera, que a no caber duda, tuvo a la vista este manuscrito, reproduce, sin citarlo, muchas de sus noticias.

En una corta advertencia que escribimos para la edición de 1873, expusimos que probablemente el autor de este manuscrito era Cristóbal de Molina, clérigo español que vino por primera vez a Chile con Almagro y que en 1578 vivía aún en Santiago, pero en un estado de completa demencia. Esta suposición se funda en una carta dirigida al Rey desde Lima por el clérigo Molina, con fecha de 12 de julio de 1539, en que le anuncia el envío de un mapa de todo el territorio recorrido por Almagro desde Tumbes hasta el Maule, con una noticia acerca de estos países. Conviene advertir que en la Biblioteca Nacional de Madrid, en un tomo marcado B. 135, existe otro manuscrito titulado Relacion de las fábulas i de las costumbres religiosas de los Incas escrita por Cristóbal de Molina, y que podría creerse que a esta relación se refiere la carta que recordamos. Este último manuscrito ha sido traducido al inglés por Mr. CI. R. Markham y dado a luz junto con otras memorias análogas (Londres, 1873) en uno de los tomos de la colección de viajes que publica la sociedad Hakluyt. Pero hubo por esos años otro eclesiástico del nombre de Cristóbal de Molina, que fue el autor de esta segunda memoria. Este «padre Cristóbal de Molina, del hábito de San Pedro, muy perito en la lengua del Perú», vivía en el Cuzco en 1572, y fue uno de los sacerdotes que auxiliaron al inca Tupac Amaru el día de su ejecución. Véase la historia del Gobierno del virrey Toledo, por Tristán Sánchez, cap. 30, publicada en el tomo 8 de la Coleccion de Torres de Mendoza.

En el curso de este capítulo hemos tenido ocasión de citar muchas veces la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo. Este célebre cronista tuvo conocimiento de las relaciones en que Almagro daba cuenta al Rey de su viaje a Chile, y las siguió fielmente en la parte de su libro que destina a estos sucesos. Forma ésta los cinco primeros capítulos del libro 47 de su gran Historia jeneral de las Indias. Aunque escrita muy poco tiempo después de los sucesos que refiere, sólo ha sido publicada en 1855, motivo por el cual ha sido desconocida de casi todos los historiadores de América. Por la abundancia de noticias, esos capítulos dejan poco que desear. Oviedo, juez severo para muchos de los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo, es notablemente benévolo con Almagro, lo que se explica fácilmente por sus relaciones de amistad. Resulta de aquí que en su narración la figura de este conquistador aparece bajo su faz más simpática. Así, el historiador, al paso que enaltece las buenas cualidades de   —160→   Almagro, no tiene una palabra de censura para las crueldades ejercidas sobre los indios, a quienes, por lo demás, como se ve en todo el curso de su historia, considera salvajes dignos de su suerte, más o menos como los consideraban los conquistadores españoles de su siglo.

Hemos citado igualmente al pie de estas páginas los primeros capítulos de la Crónica del reino de Chile del capitán don Pedro Mariño de Lobera, escrita a fines del siglo XVI, retocada en su redacción por el padre jesuita Bartolomé de Escobar, y publicada por primera vez en Santiago, en 1865, de la cual tendremos que hablar más largamente en otras ocasiones. El autor de esta crónica no hizo la campaña de Almagro, y sólo vino a Chile algunos años más tarde; pero indudablemente recogió noticias verbales de algunos de los actores en esos sucesos. Mariño de Lobera no pudo consultar libro alguno para escribir esta parte de su crónica. porque las únicas relaciones detalladas que entonces existían, las de Oviedo y Cieza de León, permanecían inéditas en España. Pero en Chile vivían en la segunda mitad del siglo XVI algunos de los compañeros de Almagro, como el clérigo Molina y el capitán Pedro Gómez, y ellos han debido dar al cronista las noticias que éste ha consignado en su libro.

Los capítulos que Antonio de Herrera destina a la campaña de Almagro, en su notable Historia jeneral de los hechos de los castellanos, etc., son del mismo modo una fuente abundante de informaciones seguras. Cronista de Indias de 1596 a 1625, Herrera tuvo libre acceso a los archivos, y pudo disponer de un gran número de relaciones manuscritas, algunas de las cuales no han llegado hasta nosotros, o permanecen quizá olvidadas en alguna biblioteca. Compilador diligente más que verdadero historiador, Herrera ha trasladado a su libro las noticias que hallaba en esos documentos y en esas relaciones, copiándolas con sus propias palabras o abreviándolas ligeramente. Este procedimiento es lo que constituye el valor de su libro porque, aunque adolece de algunos descuidos de detalle en la reproducción de esas noticias, su obra merece ser citada siempre como una autoridad contemporánea de los sucesos que narra, por más que haya sido escrita mucho más tarde (1601-1615). El valor de esa historia sería más estimado si el autor hubiera querido indicar en el texto o por medio de notas, los documentos o relaciones que extractaba. Esta omisión es causa de que no siempre se le preste entera fe.

Para la historia de la conquista del Perú y de las guerras subsiguientes de sus capitanes, Herrera pudo disponer, además del manuscrito de Oviedo, de la crónica manuscrita de Pedro Cieza de León, el más amplio, el más noticioso y el más prolijo observador de aquellos sucesos. De la extensa obra de éste, sólo se publicó en vida del autor la primera parte, la descripción del Perú, y después se han dado a luz otras porciones en las cuales se ve que Herrera las siguió con la mayor fidelidad. Esta circunstancia nos hace creer que los capítulos que ha destinado a la expedición de Almagro, que contienen un abundante caudal de noticias que no se hallan en otros documentos, son tomados en su mayor parte del manuscrito de Cieza de León, el cual por su larga residencia en el Perú, pudo recoger esas noticias con la diligencia y con el criterio que ponía en sus trabajos históricos. Nos confirma en esta opinión el ver que los otros antiguos historiadores de la conquista del Perú, Zárate y Gómara, son de tal manera sumarios en la relación de la expedición de Almagro, que Herrera no ha podido hallar en ellos mucho material. Sea de ello lo que fuere, el hecho es que la narración de Herrera tiene el sello de autenticidad en cuanto se refiere a esta expedición, y que ella sirve para completar la que nos dejó Oviedo.

La campaña de Almagro ha sido contada por algunos historiadores modernos con más o menos extensión, basándose casi exclusivamente en la relación de Herrera. Creemos haberlas consultado todas ellas para ver si hallábamos algo de nuevo, y debemos recomendar el artículo que a este conquistador dedica don Manuel de Mendiburu en el tomo I de su Diccionario histórico i biográfico del Perú, Lima, 1874, por la abundancia de noticias y la claridad en la exposición. Pueden también consultarse las elegantes páginas que a estos sucesos ha consagrado don Sebastián Lorente en su Historia de la conquista del Perú, Lima, 1861.

Pero el estudio más completo y más acabado que se ha hecho sobre la expedición de Almagro, se halla en los capítulos 3, 4 y 5 de la primera parte del Descubrimiento i conquista de Chile, Santiago, 1852, de don Miguel Luis Amunátegui. Después de un estudio completo de todos los historiadores y documentos que nos quedan, el señor Amunátegui ha trazado un cuadro notable por la hábil disposición de los materiales y por el colorido con que ha sabido revestir los hechos.

En esta parte de mi historia, apenas he podido agregar muy poco de nuevo a mi relación; y esto está limitado principalmente a fijar el itinerario de Almagro y a establecer la cronología de la expedición, puntos ambos descuidados en todas las relaciones anteriores. Creo por esto que las páginas que forman este capítulo pueden tener alguna utilidad, aun cuando su fondo histórico no sea nuevo sino en algunos accidentes. Por lo demás, tanto la cronología como la geografía de la expedición, ayudan a explicar las dificultades que encontraron Almagro y los suyos en esta memorable campaña.

Para la parte geográfica, he debido consultar muchos mapas, el del señor Raimondi, citado en una nota anterior, el Atlas de la República Argentina, de Martin de Moussy, el mapa de esta república del doctor Petterman, Gotha, 1875, y otros que sería largo enumerar. Pero me han servido sobremanera los libros del señor Burmeister   —161→   que he recordado. La nota núm. 80, puesta al capítulo 8 de la primera parte de su Description physique de la République Argentine, ha bosquejado sumariamente, pero con ciencia sólida y con seguro criterio, el itinerario de Almagro que nosotros hemos desarrollado y completado.

Los últimos sucesos de la vida de Almagro, su vuelta al Cuzco y la guerra civil que le costó la vida, han sido contados con más o menos amplitud y con más o menos verdad por muchos historiadores y cronistas. La Historia Jeneral de Herrera formaba la más rica fuente de prolijas informaciones sobre estos sucesos, y la constituía en autoridad fundamental sobre la materia. El feliz hallazgo de una parte de los manuscritos de Pedro Cieza de León, ha venido a arrebatarle ese prestigio. En 1877 se ha publicado en Madrid en el tomo 68 de la Coleccion de documentos inéditos para la historia de España, la cuarta parte de la crónica de Cieza de León con el título de La guerra de las Salinas con 93 capítulos y 451 páginas. Es el más precioso y completo arsenal de noticias que puede apetecerse. Su estudio hace ver que el cronista Herrera casi no había hecho otra cosa que copiarlo y abreviarlo en ciertas partes; y nos confirma en la convicción de que las noticias que da acerca de la expedición de Almagro a Chile son tomadas de la tercera parte de la crónica de Cieza de León, que permanece desconocida y tal vez perdida.

 

228

Las cartas y memoriales dirigidas al Rey por esos diversos funcionarios, aunque ordinariamente apasionadas por uno o por otro de los contendores, son documentos del más alto interés para la historia. Muchas de ellas han sido publicadas por Torres de Mendoza en el tomo III de su Coleccion antes citada. Figuran entre esas cartas dos del cronista Oviedo y Valdés, escritas en Santo Domingo en defensa de Almagro. No estará demás advertir que estas dos mismas cartas habían sido publicadas. junto con otras de Oviedo, en las pp. 522 y 529 del tomo I de aquella Coleccion. Se encuentran, pues, publicadas dos veces en la misma obra. Es un hecho digno de observarse que bajo el régimen de la monarquía absoluta, y a causa, sin duda, de no estar bien regularizada la administración de las secretarías de Estado, todas esas cartas eran escritas directamente al Rey, no sólo por los jefes militares de la Conquista, los cabildos, los funcionarios civiles o eclesiásticos sino por simples particulares. En casi todas esas cartas, sus autores comienzan por protestar su amor y su veneración al soberano, y por declarar que estos sentimientos los obligan, como leales vasallos, a darle cuenta de lo que está pasando en las provincias más lejanas de sus dominios, para que pueda remediar los males que se le comunican.

 

229

En el Archivo de Indias depositado en Sevilla se encuentran dos voluminosos cuerpos de autos remitidos por Pizarro, en que se han agrupado infinitas declaraciones destinadas a probar las faltas cometidas por Almagro en desacato de la autoridad real. Pero nada pinta mejor esta manía de los largos expedientes tramitados por los jueces y escribanos del tiempo de la Conquista que un hecho consignado por don Alonso Enríquez de Guzmán en el libro inédito que ya hemos citado. Cuenta allí que el expediente seguido contra Almagro después de la batalla de Las Salinas, y en que declararon oficiales y soldados, «se hizo tan alto como hasta la cintura de un hombre».

 

230

Algunas de estas reales cédulas. datadas en 1538, fueron publicadas íntegras por Francisco Caro de Torres en su Historia de las órdenes militares, Madrid, 1629, lib. III, fol. 141 y ss.. y por don Fernando Pizarro y Orellana en sus Varones ilustres del muevo mundo, Madrid, 1630, p. 222 y ss.; pero ni en estas obras ni en ninguna otra, ni aun, en los archivos he hallado más que una o dos que hacen particularmente al objeto de nuestra historia, y que fueron expedidas el año anterior.