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Góngora Marmolejo, cap. 38.

 

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Góngora Marmolejo, cap. 38. Mariño de Lobera, lib. II, cap. 18. El primero de estos cronistas ha consignado de paso la leyenda de la intervención de la Virgen María en la pelea; pero el padre jesuita Diego de Rosales, historiador del siglo siguiente, ha dado más amplitud a la narración del milagro, en su Historia jeneral, lib. IV, cap. 16. Según Mariño de Lobera, cap. 20, poco más tarde la Virgen y el apóstol Santiago peleaban por los españoles en el fuerte de Arauco.

 

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Hermano de Martín Ruiz de Gamboa, que más tarde fue gobernador de Chile, y primo de don Miguel de Velasco, el defensor de Angol.

 

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Estos sucesos han sido referidos sumariamente en las relaciones inéditas que hemos citado anteriormente, de los capitanes Ulloa y Salazar, el último de los cuales servía entre los sitiados de Arauco. Pero los cronistas Góngora Marmolejo, cap. 30 y Mariño de Lobera, lib. II, cap. 20 y 21, han contado con gran amplitud de pormenores y con pocas divergencias, todos los accidentes del sitio de Arauco, y de la vigorosa resistencia opuesta por el capitán Bernal. En nuestra relación hemos omitido un número considerable de pormenores cuya exposición nos habría obligado a llenar muchas páginas.

 

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La frustrada tentativa de Peñaloza y Talaverano ha sido contada en sus verdaderas proporciones, y casi sin divergencia en los detalles, por los dos cronistas primitivos, Góngora Marmolejo, cap. 31 y Mariño de Lobera, lib. II, cap. 16. Sin embargo, en los documentos contemporáneos en que se hace referencia a estos sucesos, se habla de ellos como de un levantamiento para derrocar el gobierno existente. En una cédula de encomienda de 11 de marzo de 1578, Felipe II dice al agraciado Juan Ruiz de León las palabras siguientes: «Habiéndose ofrecido que Martín de Peñaloza se hubiera alzado en el reino de Chile contra nuestro servicio en el gobierno del mariscal Francisco de Villagrán, fuiste en busca del tirano (Peñaloza) con el general Gabriel de Villagrán, y te hallaste a le prender y castigar». En otro título de encomienda dado por el virrey del Perú, marqués de Montes Claros, en 28 de abril de 1615 a doña Antonia de Aguilera, pasa en revista los servicios prestados en Chile por los antepasados de ésta, y refiriéndose a los del capitán Pedro Olmos de Aguilera, dice lo siguiente: «Habiendo entendido que Martín de Peñaloza trataba de amotinarse, avisó el caso al general Gabriel de Villagrán, que era justicia mayor de aquel reino, y con orden fue tras el dicho Peñaloza corriendo desde la Imperial a los llanos de Valdivia cuarenta leguas de mucho trabajo por la aspereza de la tierra y peligros de los ríos hasta que le alcanzó y trajo preso, y se hizo justicia de él, que fue muy señalado servicio». Hemos dicho que en las informaciones de méritos, y en estos títulos de encomienda se exageran de ordinario los servicios de los interesados, y en estos casos se atribuye a los capitanes Ruiz de León y Olmos de Aguilera un papel más importante que el que en realidad desempeñaron. Pero esos títulos dejan ver un hecho incuestionable. Los contemporáneos dieron a aquella disparatada tentativa el carácter de una verdadera rebelión, y como tal debió perturbar mucho al gobierno del infortunado Francisco de Villagrán.

 

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Las opiniones emitidas por fray Gil, que originaron aquella información y el mandamiento de prisión, no nos son conocidos más que por lo que acerca de ellas dice el vicario Molina en una carta dirigida a Felipe II en 30 de agosto de 1564, en las palabras siguientes: «Fray Gil González dijo en mi presencia y en presencia de otras personas que daba Dios reprobó sentido a los hijos por los pecados de sus padres, y que había quitado la luz de la gracia a los hijos de los gentiles por los pecados de sus padres, y que se condenaban los hijos y iban al infierno por los pecados actuales de sus padres; y decía en pláticas y en sermones que el Papa no tenía poder en esta tierra y que el Rey es un tirano y que Jesucristo no tiene poder en esta tierra». Es posible que el vicario, cuyo juicio no podía tener toda la firmeza necesaria a causa de su avanzada edad, fuese instrumento de algún intrigante que le arrastraba a estas competencias y que le hizo exagerar el alcance de las doctrinas de fray Gil González para desconceptuarlo cerca del Rey. Pero si el religioso dominicano enseñaba realmente lo que se le atribuye, sería preciso reconocer que su razón estaba extraviada por la demencia. Desgraciadamente, no conocemos sobre este asunto otro documento que la carta citada que el lector hallará publicada en la p. 507 de Los oríjenes de la iglesia chilena, Santiago, 1873, por el presbítero don Crescente Errázuriz. El señor Errázuriz se ha empeñado en dar a conocer en el capítulo 13 de ese importante libro la historia de esta curiosa cuestión; pero la falta absoluta de otros documentos no le ha permitido adelantar en este punto la investigación hasta dejar los hechos perfectamente esclarecidos.

 

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La providencia dictada por Villagrán en Concepción el 19 de marzo de 1563 no se conserva en los archivos. Fue registrada en el folio 322 vuelto del tercer libro del cabildo de Santiago; pero este libro se ha extraviado. Don José Pérez García, que lo conoció, ha hecho en el cap. II del libro XIV de su Historia de Chile, inédita todavía, el extracto que nosotros copiamos entre comillas. Por lo demás, este historiador, a pesar de sus prolijas investigaciones, no tuvo la menor noticia de estas competencias que originaron el decreto del gobernador Villagrán.

 

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Este incidente no nos es conocido más que por otro pasaje de la historia manuscrita de Pérez García, en el lugar citado, en que da un extracto de la provisión de Villagrán, que se registraba en el folio 329 del tercer libro del Cabildo. La pérdida de este documento y la carencia de cualquiera otro relacionado con el mismo asunto, no nos permite explicar más prolijamente este hecho ni descubrir el origen de estas perturbaciones del orden público en la colonia.

 

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Carta citada del capitán Francisco de Ulloa al Rey.

 

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Véase la parte segunda, cap. 19 § 2 de esta Historia. En ese mismo capítulo § 8 referimos la campaña hecha a la provincia de Cuyo por el capitán Juan Jufré, bajo el gobierno de Francisco de Villagrán. Durante esa campaña se trasladó el asiento de la ciudad de Mendoza y se fundó la de San Juan.