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Carta de Quiroga a Felipe II, de 12 de enero de 1579. Carta de Lorenzo Bernal de Mercado al virrey del Perú, de 15 de junio de 1579; Mariño de Lobera, lib. III, cap. 10.

 

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Carta citada de Quiroga a Felipe II; Id. de Bernal de Mercado al virrey del Perú; Mariño de Lobera, lib. III, cap. 12.

 

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Estas operaciones militares, mucho menos importantes que las que entonces sostenía Quiroga en el norte de la Araucanía, pero sumamente penosas por los bosques y montañas que era preciso recorrer, han sido contadas con bastantes pormenores en dos cartas inéditas de Ruiz de Gamboa al virrey del Perú, de fecha de 28 de agosto de 1578 y de 1 de abril de 1579, en la segunda de las cuales resume casi todas las noticias contenidas en la primera, y las completas con la relación de los sucesos posteriores. El cronista Mariño de Lobera, que entonces residía en Valdivia, ha dado gran desarrollo a la narración de esas campañas que por su importancia secundaria no pueden detenernos para referirlas en sus pormenores.

 

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Aunque estos hechos están contados con bastante exactitud en la crónica de Mariño de Lobera, nosotros hemos tenido por guía principal los documentos contemporáneos, y, sobre todo, las cartas tantas veces citadas de Quiroga a Felipe II y de Bernal de Mercado al virrey del Perú. En los cronistas posteriores, estos hechos están desfigurados lastimosamente por desconocimiento de aquellos documentos. Hemos creído inútil el extendernos para señalar los errores numerosos que se encuentran en esos cronistas.

 

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Descripción del Perú i de Chile, cap. 43, libro inédito, escrito en 1605 por fray Baltasar de Ovando, que cambió su nombre en el claustro de los dominicanos del Perú por el de fray Reginaldo de Lizarraga, con que fue conocido cuando desempeñó el obispado de la Imperial.

El cometa de 1577 despertó en Europa los mismos temores, y se creyó que anunciaba grandes desgracias y la muerte de muchos grandes personajes. Véase De Thou, Histoire universelle, lib. LXV, tomo V, p. 439, y Antonio de Herrera, Historia jeneral del mundo, parte II, lib. II, cap. 1. Los portugueses dijeron más tarde que ese astro había anunciado la derrota y muerte del rey don Sebastián, ocurridas en 1578. En Bruselas, algunas personas hicieron burlas de las previsiones de desgracias que se atribuían al cometa, y pasearon por las calles una caricatura del astro hecha de papel en forma de saco y alumbrado con velas en el interior. Pero esta burla provocó una fiesta de expiación para desagraviar a la divinidad ofendida, y dio origen a la acuñación de una medalla votiva y conmemorativa.

Este cometa de 1577 es justamente famoso en la historia de las ciencias. Observado por el ilustre astrónomo danés Tycho Brahé, pudo éste establecer, contra la opinión vulgar, que los cometas eran verdaderos astros, colocados mucho más allá de la atmósfera terrestre, y que obedecían a movimientos regulares. Un célebre médico y filósofo suizo, Tomás Lieber, más conocido con el nombre de Erasto, se reía en 1582 de aquellos temores en una de sus obras latinas, con las palabras siguientes: «¡Ojalá que las guerras no tuviesen otra causa que la bilis de los soberanos excitada por algún cometa! Un hábil médico, con una dosis de ruibarbo o de jarabe de rosa, devolvería en breve las dulzuras de la paz». Por fin, los asombrosos descubrimientos de Newton, de Halley y de tantos otros astrónomos, vinieron a destruir esas absurdas preocupaciones y a hacer cesar los temores insensatos que provocaba cada cometa.

Sin embargo, en España y en sus colonias, donde las teorías científicas de Newton eran condenadas como heréticas, el reinado de la superstición se prolongó casi hasta nuestros días. Así, en 4 de octubre de 1744 el obispo de Concepción don Pedro Felipe de Azúa Iturgoyen convocaba a sínodo a los curas y eclesiásticos beneficiados de su diócesis y decía las palabras siguientes: «En estos días próximos habéis todos visto esa señal manifiesta del cometa que a la parte oriental se ha demostrado algunos meses ha en funesto vaticinio de vuestra ruina, siendo aún los cielos predicadores que anuncian las divinas venganzas, según el salmista, pues aunque algunos críticos quieren debilitar los anuncios de tales fenómenos, siempre es y ha sido presagiosa su formación; y así reflecten los más píos que el primero que fue visto en el orbe en la olimpíada setenta y siete, 480 años antes de la venida de nuestro redentor, fue cuando dejaron de vaticinar los profetas, como que estas señales se subrogaron por sus predicciones aún más conformes con nuestra estolidez y casi infidelidad». Éstas eran las nociones científicas que se enseñaban en estos países a mediados del siglo XVIII por los que tenían el encargo de dirigir las inteligencias de los colonos del rey de España.

 

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J. R. Green, History of the english people, sec. VI, chap. 7.

 

547

Sir Francis Drake revived (Sir Francisco Drake resucitado), relación sumaria de los cuatro viajes hechos a las Indias occidentales, coleccionada sobre las notas de los expedicionarios. Londres, 1653, p. 54.

 

548

Las aventuras de Oxman u Oxenham, como escriben los modernos, fueron contadas en una relación portuguesa de López de Vaz, publicada en inglés en la célebre colección de Hakluyt. Antonio de Herrera hace referencia a los mismos hechos en su célebre Historia jeneral del mundo, Madrid, 1601, part. II, lib. III, cap. 22.

 

549

John Stow, Annals of England, London, 1580, p. 807.

 

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El obispo Lizarraga, en la obra y capítulos citados, dice textualmente lo que sigue: «Este capitán (Drake) inglés luterano, con orden de la reina María, inglesa también luterana, una de las malas señoras hembras que ha habido en el mundo, se aventuró con tres navíos a venir a robar estos reinos y a hacerse señor de la mar, caso jamás imaginado, y de ánimo más que inglés». El obispo de la Imperial, como casi todos los españoles de su tiempo, llamaba luteranos a todos los protestantes, cualquiera que fuere la secta a que pertenecían.